lapassade, georges - grupos. organizaciones e instituciones

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  • 8/11/2019 Lapassade, Georges - Grupos. Organizaciones e Instituciones

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    fe:

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    L i ip e n s ls r ie e i i

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    gedisa

    CD

    editorial

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    G E O R G E S L A P A 8 8 A D E

    S E R I E R E N O V A C I N P E D A G G I C A

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    G r u p o s

    o r g a n i z a c i o n e s

    e

    i n s t i t u c i o n e s

    p o r

    G E O R G E S L A P A S S A D E

    L a t r a n s i o r m a c l n d e i a i i r o c r a c i a

    editorial

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    Ttulo del original francs:

    Groupes, organ isationes institutions

    Bordas, Pars, 1974

    Diseo de cubierta: Marc Valls

    Tercera edicin, enero de 1999, Barcelona

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

    7y

    Editoria l Gedisa ,S.A.

    Muntaner, 460, entlo., 1.'

    Tel .201 60 00

    08006 - Barcelona, Espaa

    e-mail:

    gedisa@gedisa .com

    http.V/www.gedisa.com

    ISBN: 84-74324)09-7

    Depsito legal: B-4.179/1999

    Impreso en Romany Valls

    Verdaguer, 1. 087 86 Capellades (Ba rcelona)

    Impreso en Espaa

    Printed in Spain

    Queda prohibida la reproduccin total o parcial por cualquier me

    dio de impresin, en forma idntica, extractada o modificada, en

    castellano o cualquier otro idiom a.

    http://http.v/www.gedisa.comhttp://http.v/www.gedisa.commailto:[email protected]
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    NDICE

    Prefacio a la tercera edicin francesa 9

    Prlogo de Juliette Favez-Boutonier

    11

    Prefacio a la segunda edicin francesa . . . .

    15

    Introduccin

    39

    Captulo I- Las fases A , B y C 43

    Captulo 11. Los grupos: Investigacin For

    macin Intervencin . . . 69

    Captulo III.

    Las organizaciones y el problema d e

    la burocracia 107

    Captulo IV. Las instituciones y la prctica insti

    tucional 213

    Captulo V.

    Dialctica de los grupos, de las or

    ganizaciones y de las institucio nes . 24 9

    Apndice

    Uxico

    289

    Bibliografa 325

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    P RE F ACI O A LA T E RCE RA E DI CI N E N F RANCE S

    Hacia 1963-1964, en momentos en que escriba este libro,

    habamos desarrollado en torno del movimiento de grupos una

    ideologa que luego hubo de hallar algn eco en el movi

    miento de mayo de 1968; de modo especial, la ideologa de la

    liberacin de la palabra. Pero hoy se trata antes bien, dentro

    del nuevo movimiento de grupos, de incluir en el programa la

    liberacin del cuerpo.

    Esta nueva orientacin es, en conjunto, antipalabrista, an

    tianaltica. Su horizonte poltico resulta bastante oscuro. Pero

    es dable ver los vnculos del nuevo movimiento de grupos con

    los movimientos de liberacin sexual e igualmente con prcticas

    teraputicas mucho ms antiguas, como las del trance...

    La ideologa microsociolgica y micropoltica de la dcada

    del sesenta y del nmero de

    Arguments

    de 1962 sobre la

    psicosociologa en sus relaciones con la poltica se ha vuelto

    iflactual, y yo no asumo ya las tesis micropolticas desarrolladas

    en el presente libro. Pienso, por el contrario, que el nuevo

    movimiento de grupos de bioenerga, gestait, encuentro y ex

    presin podra tener, dentro de un trmino ms o menos largo,

    un efecto liberador anlogo a los efectos de la dinmica de

    grupo de hace diez aos.

    Hoy me hallo asimismo muy lejos del anlisis institucional

    tal cual lo defina diez aos atrs. La tarea consiste en des

    construir y reconstruir el concepto de

    institucin.

    Tan necesaria reconstruccin la exigen tambin los trabajos

    desarrollados dentro del movimiento de la psicoterapia insti-

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    tucional que ejercan influencia sobre nuestras primeras inves

    tigaciones institucionales. As, recientemente, F. Tosquelles

    declara (en Connexions n." 7) que no se debe confundir ins

    titucin y establecimiento, es decir, la escuela o el hospital...

    Estas observaciones permiten despejar por el momento una

    ambigedad: ya no se definir el anlisis institucional en

    situacin de intervencin por la referencia a establecimientos

    clientes; no se trata de analizar esas instituciones. En una

    palabra, tengo que retomar el problema por la base.'

    El anlisis institucional ha entrado en un perodo de crisis,

    y debemos buscar nuevas formas de intervencin.

    La primera parte del libro, que trata de las fases A, B y C ,

    est directamente inspirada en trabajos de Serge Mallet, en su

    libro sobre la nueva clase obrera, en nuestras charlas y nuestra

    amistad. Serge Mallet muri en un accidente automovilstico

    en julio de 1973. Siempre, hasta el da de su muerte, se preo

    cup por los problemas que aquejaban al movimiento obrero

    en Fos; al mismo tiempo militaba en el movimiento occitano.

    Dedico esta nueva edicin a su memoria.

    Georges Lapassade

    Pars ,

    15 de mayo de 1974.

    1.

    Es lo que har en mi prximo libro.

    Le dsir et Vinstitution.

    10

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    P R O L O G O

    El estudio de pequeos grupos ha generado entre especia

    listas de las ciencias humanas la gran esperanza de llegar a

    descubrir leyes comunes y profundas que rigen tanto al indi

    viduo como a la sociedad. De este modo finalizara un dilema

    del que la psicologa y la sociologa de comienzos de siglo slo

    podan salir merced a una eleccin arbitraria, ya que resultaba

    tan imposible comprender al hombre sin el medio social que

    le es indispensable como a la sociedad sin los seres humanos

    que la constituyen.

    Ahora bien, en el nivel del pequeo grupo las relaciones

    interprofesionales aparecen vinculadas a las conductas de los

    individuos y a interreacciones que el observador puede adver

    tir con precisin. Y cuando el pequeo grupo es experimental

    o casi experimental y est dirigido de acuerdo con diversos

    modos de ejercicio de la autoridad o se encuentra artificial

    mente liberado de toda tarea comn distinta de la de estar

    juntos, se hace presente, en efecto, que aquello que sucede

    no es una cosa cualquiera, puesto que todos toman conciencia

    de la presencia de los dems dentro de un clima en el que se

    capta en vivo el estrecho lazo de cada existencia con la del

    prjimo. La experiencia del grupo otorga as un sentido nuevo

    al Concete a ti mismo, que sigue siendo la ltima palabra

    de toda sabidura y de toda cura psicolgica, pero que tambin

    proporciona la prueba de que ese conocimiento para ser cabal,

    debe tomar en cuenta lo que otros nos revelan acerca de noso-

    11

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    tros mismos, tanto por el papel que nos asignan como por el

    que asumimos.

    La experiencia as adquirida, por indiscutible que sea, plan

    tea muchos problemas. La utilizacin que, aquellos a quienes

    tenemos la costumbre de llamar psicosocilogos, hacen de los

    efectos de la experiencia del grupo para diagnosticar las ten

    siones que existen entre los miembros de ciertos pequeos

    grupos naturales y para atenu arlas m ediante la facilitacin de a

    toma de conciencia por los individuos del origen de esas ten

    siones, ha llevado a pensar que, ms all de las aplicaciones

    psicolgicas o psicoterpicas de tales tcnicas, hay posibles

    consecuencias sociolgicas. Si el conocimiento de las leyes que

    rigen la vida de los pequeos grupos le permite al psicosoci-

    logo establecer en el equipo y la empresa un clima de coope

    racin y buen entendimiento, reemplazando los conflictos de

    autoridad o de avidez, por qu no se habran de utilizar los

    mismos mtodos para poner fin a la lucha de clases y hasta

    a la guerra? Este optimismo tal vez ingenuo, pero que podra

    parecer cuando menos simptico, ha sido criticado por razones

    ms polticas que cientficas, hasta el extremo de que la extra

    polacin de las leyes de la vida de los pequeos grupos a las

    sociedades humanas en su conjunto no slo se ha visto injus

    tificada, sino adems acusada de tapar los designios inconfesos

    de un poltica conservadora; peor an, la sospecha de tal ma

    nera arrojada sobre el mtodo se ha extendido hasta las expe

    riencias limitadas a los pequeos grupos. Los psicosocilogos

    aparecen, as, como agentes de una sociedad que, para defender

    instituciones caducas, organiza insidiosos y falaces artificios

    destinados a convertir en sumisos a quienes se hallaban dis

    puestos a sublevarse. En alguna medida, un opio psicolgico

    que nada tiene que ver con la realidad social, a la que, an

    tes que revelar, oculta.

    Indiferente a esas posiciones extremas haba, no obstante

    y la hay an, una psicologa social carente de toda razn

    para renegar de los hechos hoy demasiado conocidos por mu

    chas experiencias para que se los considere como artefactos

    sin valor. Acaso haya que extraer ante todo una primera lec

    cin de esas polmicas y preguntarse si en el seno de una

    12

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    sociedad, sea la que fuere, se puede crear un grupo siquiera

    efmero, poseedor de una nueva-estructura, sin ver aparecer

    en l, o alrededor de l, fenmenos que muestren que a ese

    grupo no se le puede aislar del medio social ntegro y sobre

    todo de las instituciones a las que pertenecen los individuos

    que le componen. Sin dejar, pues, de reconocer el valor de

    las leyes descubiertas por la dinmica de grupos, hemos de ob

    servar que la confianza de los jefes de una institucin en la

    que se ha formado un grupo experimental resulta necesaria

    para que el grupo pueda continuar su experiencia. Y si la

    evolucin de ste inquieta a las autoridades responsables o

    pone en tela de juicio algunos aspectos de la institucin, es el

    conjunto de la institucin quien va a verse reaccionar a la exis

    tencia del grupo. Desde luego, es normal y deseable que las

    instituciones evolucionen. Pero entre la evolucin y la revolu

    cin la confusin es fcil, sobre todo si, como nos lo ensea

    la psicologa, la resistencia al cambio es propia no slo de los

    individuos, sino tambin de los grupos, y suscita reacciones de

    defensa que suelen ser extremadamente vivas. De este modo

    la psicosociologa, acusada por algunos de defende r a un a

    sociedad conservadora, puede ser considerada por otros como

    encubridora de peligrosos fermentos revolucionarios y artera

    socavadora de la autoridad reconocida, de costumbres y tra

    diciones. Habr quienes se sientan tentados de sacar la con

    clusin de que hay, ms que una psicosociologa, psicosoci-

    logos con sus opciones tericas y polticas personales. Pienso

    que para darse cuenta de su error ha de bastarles leer este

    libro de Georges Lapassade. Cierto es, en efecto, que, si el

    autor toma a menudo posicin, los hechos objetivos de que

    informa, tanto en el campo de la historia de las ideas como

    en el plano de la experiencia concreta, no admiten ser trata

    dos como si fueran puntos de vista subjetivos. Y porque he

    asistido a la evolucin de su pensamiento s cuan respetuoso

    es Georges Lapassade, de la objetividad de la informacin,

    aun cuando aporta a la investigacin una pasin que trae con

    sigo, ora el entusiasmo, ora, de cuerdo con los mecanismos

    que recordbamos hace unos instantes, la protesta. Nadie olvida

    de qu modo las discusiones que provoca, sin parecer buscarlas,

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    se mantienen vivas y enriquecedoras a causa de su vasta cultura

    y de la honestidad con que se empea en ellas sin la menor

    reserva. No ha procurado tener alumnos, pero ha hecho es

    cuela. El hallazgo de este filsofo comprometido ntegramente

    en una activa investigacin ha signado espritus y suscitado

    vocaciones cuyos efectos a largo plazo me es dado comprobar,

    especialmente entre aquellos que exploran, tras l, los difciles

    caminos de la pedagoga institucional. Por eso este libro no

    necesita, ante un pblico realmente numeroso, otro introductor

    que Lapassade mismo.

    Con todo, se me ha proporcionado la ocasin de testimo

    niar al autor de la presente obra mi estimacin por su trabajo

    y de destacar el inters que presentan sus investigaciones sobre

    la autogestin educativa, en particular para la psicologa y la

    pedagoga. Yo no podra olvidar que su pensamiento se desa

    rrolla con una profunda continuidad, puesto que los temas

    encarados en su tesis relativa a la entrada en la vida se en

    cuentran en este libro juntamente con esa crtica de las ilu

    siones de la adultidad que no aceptamos, quiz, sin reservas,

    pero que nos parece justificar nuestra certidumbre de que en

    un mundo difcil y nunca acabado Georges Lapassade nos

    reserva otros descubrimientos y no nos dite, hoy, su ltima

    palabra.

    Juliette Favez-Boutonier

    14

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    P RE F ACI O A LA S E GUNDA E DI CI N F RANCE S A

    Este libro que trata de los grupos, las organizaciones y las

    instituciones ha nacido de preocupaciones vinculadas, esencial

    mente, a mi experiencia en materia de psicosociologa. Se trata

    de un trabajo que me haba conducido a comprobar y demos

    trar, mediante experiencias instituidas, que el origen y el sen

    tido de lo que ocurre en los grupos humanos no es cosa que

    se deba buscar tan slo en aquello que aparece en el nivel

    visible de lo que se ha dado en llamar dinmica de grupo.

    As hayan sido creados para la formacin de los hombres o para

    la experimentacin e investigacin de las leyes, hay una

    dimensin oculta, no analizada y, sin embargo, determinante:

    la dimensin institucional. Propuse entonces (1963) denominar

    anlisis institucional al procedimiento que apunta sacar a luz

    ese nivel oculto de la vida de los grupos, as como su funcio

    namiento.

    El presente trabajo, elaborado a partir de una experiencia

    pedoggica y psicosocilogica, me haba llevado, pues, a con

    clusiones bastante aproximadas a las tesis desarrolladas por la

    corriente de la psicoterapia institucional. De sta se ha retenido

    el hecho de que los psicoterapeutas institucionalistas han mos

    trado que la terapia de grupo practicada en colectividad de

    hospital carece de efectos decisivos si no se toma en cuenta

    la dimensin institucional de esa colectividad. Para tomarle en

    cuenta, preciso es trabajar la institucin misma; hay que cuidar

    esmeradamente la institucin. Es esta una advertencia dema

    siado breve para decir con algn rigor qu son hoy por hoy los

    15

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    aportes decisivos de tales escuelas. Pero stos nos bastan para

    indicar de qu manera investigadores y expertos se han visto

    llevados en el curso de estos ltimos aos a establecer difini-

    t ivamente que un grupo y por grupo entiendo tambin

    una organizacin social se halla siempre sobredeterminado

    por instituciones. Si se desea analizar lo que ocurre en un

    grupo, ya sea ste natural o artificial, pedaggico o expe

    rimental, hay que dmitir como hiptesis previa que el sentido

    de lo que ocurre aqu y ahora en este grupo tiene estrecha

    relacin con el conjunto del tejido institucional de nuestra

    sociedad.

    Existe, luego, una relacin de interdependencia entre los

    conceptos de

    grupo, organizacin

    e

    institucin,

    as como entre

    '.os niveles de la realidad social que estos conceptos querran

    circunscribir.

    Desde un punto de vista tpico, las nociones de grupo,

    organizacin e institucin, que en el lenguaje corriente permi

    ten designar a tres niveles del sistema social, pueden tambin

    servir para determinar tres niveles del

    anlisis institucional

    (o socianlisis institucional).

    El primer nivel es el del

    grupo.

    Definiremos, pues, el nivel

    de la base y de la vida diaria. La unidad bsica es el taller,

    la oficina, el aula. En este nivel se sita la prctica socioana-

    ltica del anlisis y de la intervencin. En este nivel del sistema

    social

    ya hay institucin:

    horarios, cadencias, normas de tra

    bajo,

    sistemas de control, estatutos y funciones cuya finalidad

    consiste en mantener el orden y organizar el aprendizaje y la

    produccin. En el taller, las normas del trabajo expresan di

    rectamente, como dice Marx,

    el gobierno del capital

    dentro

    de la empresa.

    Lo que ocurre en esas unidades bsicas, en esos grupos

    reales ^y tambin en los grupos artificiales reunidos en semi

    narios de formacin, no tiene que ver, por tanto, con el mero

    anlisis psicosociolgico, si por este trmino se entiende la

    tentativa de reducir el sistema social a la suma de las interac

    ciones que en ste se producen. Por el contrario, hay que decir,

    con K urt Le w in, qu e el anlisis del cam po de grupo implica

    el anlisis del campo social en su conjunto, o sea, que el

    16

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    anlisis de grupo slo es cierto si se basa en el anlisis insti

    tucional. En la base de la sociedad las relaciones humanas se

    rigen por instituciones: bajo la superficie de las relaciones

    humanas (e inhumanas) estn las

    relaciones de produccin,

    de dominacin, de explotacin...

    Todo el sistema institucional est ya all, entre nosotros,

    aqu y ahora. Se halla en la disposicin material de sitios y

    herramientas de trabajo, en horarios, programas, sistemas de

    autoridad. En el taller y el aula est presente, aunque disimu

    lado, el poder del Estado. Y en ese mismo nivel bsico hay

    que situar a la familia, a la institucin de la afectividad y la

    sexualidad, a la organizacin exogmica de los sexos, a la pri

    mera divisin del trabajo, a la primera forma de la relacin

    entre las edades, entre las generaciones. El grupo familiar cons

    tituye el cimiento ms firme del orden social establecido, el

    punto donde se efecta, como lo muestra Freud, la interiori

    zacin de la represin, que prosigue en la escuela. Esa es la

    base del sistema.

    El segundo nivel es el de la

    organizacin.

    Es el nivel de

    la fbrica en su totalidad, de la universidad, del estableci

    miento administrativo. En el nivel de la organizacin, grupo

    de grupos regidos asimismo por nuevas formas, se lleva a cabo

    la mediacin entre la base (la sociedad civil) y el Estado.

    Para nosotros se trata de un segundo nivel institucional: nivel

    de los aparatos, de las retransmisiones, del envo de rdenes;

    nivel de la organizacin burocrtica. En este caso vemos cmo

    las instituciones ya adquieren formas jurdicas. Tal es, por

    ejemplo, el nivel de la propiedad privada de los medios de

    produccin.

    El tercer nivel es el de la

    institucin,

    siempre que al tr

    mino se le reserve su significacin habitual, que restringe su

    empleo al nivel jurdico y poltico. Pero la sociologa clsica,

    sobre todo de Durkheim aqu ya ha desbordado su significacin

    restringida. Tanto para Durkheim como para los socilogos

    que le sucedieron, las instituciones definen todo aquello que

    est establecido, es decir, en otro lenguaje, el conjunto de lo

    instituido.

    El tercer nivel es, en realidad, el del

    Estado,

    que

    hace la Ley, que da a las instituciones fuerza de ley. De donde

    17

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    se infiere que en esta sociedad que todava es la nuestra, lo

    instituyeme

    se halla del lado del Esta do , en la cum bre del

    sistema.

    En cambio, la base del sistema est instituida por la

    cumbre, excepto en perodo de crisis revolucionaria. Cuando

    se levanta la represin de la cumbre sobre la base, lo

    institu

    yen te

    se revela en las unidades bsicas. El habla social queda

    liberada. Se vuelve posible la

    creatividad colectiva.

    Por doquier

    se inventan nuevas instituciones, que ya no son, o que no

    llegan a serlo todava, instituciones dominantes, signadas por

    la dominancia del Estado. Tal es el esquema a la vez anatmico

    y dinmico del sistema aqu descrito con los trminos de gru

    pos,

    organizaciones e instituciones. Es un esquema general

    que se debe poder aplicar al anlisis de todo sistema, a una

    empresa, una iglesia, un banco, un hospital, una escuela. Dar

    un nico ejemplo el de la escuela con el slo fin de

    ilustrar todo aquello que ha podido parecer un tanto abstracto

    en su generalidad.

    La prctica pedaggica se establece en tres niveles. E

    primero de stos es el de la

    unidad pedaggica

    de base. Es

    el nivel escolar de la clase, de la prctica docente. En la

    pedagoga tradicional domina el curso, la enseanza magistral.

    Las reformas introducen trabajos dirigidos, ejercicios prcticos,

    seminarios, sobre todo en la enseanza superior. Pero dentro

    de estas nuevas disposiciones la relacin entre educadores y

    educandos conserva su estructura de poder, basada en la disi

    metra que opone el saber al no saber. Convengamos en

    decir, provisionalmente, que es el nivel del grpo-maestros-

    alumnos. De un modo general, as se lo capta, y no se ve

    que en este grupo est aquello que ha sido instituido. No se

    ve que la institucin determina radicalmente la relacin maes

    tro-alumno, la relacin de formacin en su vivencia misma.

    El segundo nivel es el del

    establecimiento:

    la escuela, el

    liceo, la facultad universitaria. En el presente libro he denomi

    nado a este sistema de las instituciones externas.

    18

  • 8/11/2019 Lapassade, Georges - Grupos. Organizaciones e Instituciones

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    Al establecimiento se le suele llamar institucin. (La

    ley de orientacin define Instituciones Universitarias, que

    son, precisamente, las universidades, deslindadas en Unidades

    de Enseanza y de Investigacin. El trmino institucin ha

    designado a veces, asimismo, establecimientos de enseanza.)

    Este nivel es, ante todo, el de la

    organizacin.

    La estructura

    de la administracin universitaria es, por tradicin, autoritaria,

    bien porque la autoridad emana de una eleccin (los decanos

    de las facultades), bien porque resulta de una designacin (el

    director de liceo). Los educandos no participan (siempre dentro

    de la frmula tradicional) en el poder administrativo; antes de

    mayo del 68, las decisiones del decano slo eran controladas

    en las facultades por sus iguales, e:j es, los profesores titu

    lares de ctedras (en el Consejo de Facultad) y los maestros

    de conferencias (en la Asamblea de Facultad). Aun restringido,

    ese control de la decisin se hallaba adems limitado por el

    hecho de que el decano estaba y est en relacin directa con

    el poder central, al que representa dentro de la facultad, y

    por ser juez nico de la gestin diaria del Establecimiento. Por

    ltimo, no corresponde a las instituciones modificar por s

    mismas sus estructuras; la reforma slo puede provenir del

    Estado. Se ha visto ya, con la promulgacin de la Ley de

    Orientacin, que decreta desde arriba la supuesta autonoma

    de las universidades.

    E l

    Estado

    tercer nivel define las normas generales de

    la universidad (los concursos, las lneas generales de los pro

    gramas, las nminas de aptitud para la enseanza superior).

    Pero est ya directamente presente en el segundo nivel (aun

    que no pueda nombrar a su representante, el decano), y est

    tambin en el primer nivel, puesto que los profesores contro

    lan la adquisicin de los conocimientos. Es visible que los

    docentes, como entregan los diplomas, son los representantes

    de la autoridad estatal en la unidad pedaggica bsica.

    Esta descripcin slo es institucional en un nivel directa

    mente sealable: el del poder, de la organizacin, de los con

    troles. Pero tales criterios no agotan en modo alguno la lista

    de las normas a las que debemos reconocer un carcter insti

    tucional, y stas son las que definen, en el nivel del grupo-

    19

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    clase, los procedimientos de la enseanza, su ritual, su ins

    talacin dentro del espacio pedaggico, la fijacin de los

    horarios, las relaciones de formacin en su extrema comple

    jidad, la total ignorancia del estudiante annimo en los anfi

    teatros, hasta las relaciones personales y las direcciones de

    trabajos, la institucin de los contenidos como si se tratara

    de aquello que se debe retener para el da del examen, la

    especificidad de la relacin pedaggica, el examen...

    En el camino del anlisis institucional encontramos, nece

    sanamente, el Estado clasista y, por esta mediacin, la estruc

    tura de clase de una determinada formacin social. As, a

    partir de un grupo sometido al anlisis deberamos hallar, de

    llevar el anlisis todo lo lejos que podamos, el sistema de las

    clases sociales y sus relaciones. All es donde nos conduca

    hace un instante el ejemplo del sistema universitario. Hoy se

    reconoce que la institucin universitaria es una institucin cla

    sista. Pero por ello se entiende, y hay quienes se limitan a

    este punto del anlisis, la segregacin social efectuada por la

    escuela, por el sistema de los exmenes y los concursos, por

    el lenguaje, por todo aquello que, a partir de la desigualdad

    cultural, explica la desigualdad real, disimulada por una desi

    gualdad formal, de los nios y los estudiantes situados ante el

    sistema de enseanza. As es como se ha establecido que la

    univ ersidad es, en efecto, una institucin clasista y no una

    institucin neutral del Saber, abierta a todos, protegida de los

    conflictos de clases, como parece estarlo la Ciencia.

    Este anlisis no es falso, pero s incompleto. Adems hay

    que mostrar que el sistema jerrquico de la universidad, tal

    como se reproduce bajo el inmediato control del Estado, se

    halla directamente ligado a la funcin de dominacin que se

    le atribuye al Saber dentro de la divisin del trabajo. La es

    cuela acostusmbra a los hombres a creer que el presunto

    saber otorga un poder de dominacin y explotacin. El sis

    tema "burocrtico y esto no es nuevo encuentra uno de

    20

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    sus fundamentos esenciales en los misterios del conocimiento.

    Marx defina el examen como el bautismo burocrtico del

    Saber. Y claro est que la posesin del Saber es el producto

    de una iniciacin que nos ubica del lado de quienes dominan

    una sociedad, o que al menos nos f>one a su servicio. En

    resumen, la universidad es una institucin clasista precisamente

    en la medida en que tiene la funcin de conservar las jerar

    quas en nuestra sociedad. Hecha para reproducir los sistemas

    de dominacin, ella misma es una

    institucin dominante.

    Ahora bien, el Estado clasista no se podra mantener si el

    conjunto de las instituciones se derrumbara, como sucede en

    toda crisis revolucionaria. Antes de mostrarlo, tenemos an

    que destacar un aspecto de la teora de las instituciones.

    Espontneamente se sita al sistema de las instituciones

    en un nivel de la estructura social. De este modo, toda socio

    loga tiende en nuestros das a distinguir la infraestructura y

    la superestructura (en lenguaje marxista), o la base morfolgica

    y los sistemas institucionales (en el lenguaje de la sociologa

    surgida de Durkheim). Dentro de esta descripcin se pondra

    a las instituciones en el nivel de la superestructura. Pero

    es olvidar, por ejemplo, que las relaciones de produccin se

    hallan instituidas.

    Y sobre todo, si volvemos una vez ms al ejemplo del sis

    tema universitario, rpidamente vemos que a esta institucin

    slo se la puede comprender como un sitio en el que se cruzan

    la instancia econmica (la universidad posee una funcin eco

    nmica vinculada a la plaza dentro de la produccin), la

    ins

    tancia poltica

    (ya hemos visto su relacin con el Estado) y la

    instancia ideolgica

    (hoy se sabe de qu manera la universidad

    produce y difunde permanentemente ideologa, afirmando, casi

    siempre, que sta es la Ciencia). Se puede generalizar el ejem

    plo de la universidad y decir que una institucin no es un

    nivel o una instancia de un modo de produccin o de una

    formacin social. La institucin no es, para emplear el lenguaje

    marxista, una superestructura. Lo que se encuentra en la su

    perestructura de un sistema no es ms que el aspecto institu

    cionalizado

    de

    la institucin. Es la ley, el cdigo, la regla

    escrita. Es la constitucin. Se admitir que el sistema de las

    21

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    instituciones polticas, del juego poltico, de los partidos, no

    se limita a su aspecto institucionalizado, registrado en leyes

    escritas. Tambin est aquello que ha sido instituido, que no

    es visible de un modo inmediato y que forma parte de la

    institucin. Esto nos conduce a plantear como principio que

    la institucin no es un nivel o una instancia de la formacin

    social, sino un producto del cruce de los niveles o las instan

    cias. Y este producto est sobredeterminado por el conjunto

    del sistema a travs de la mediacin del Estado.

    El Estado se forma en el origen de las grandes civilizacio

    nes, no bien la produccin se organiza en gran escala. Al mis

    mo tiempo aparece en os sistemas del despotismo oriental

    la primera clase dominante. Despus, una civilizacin se libera

    del Estado oriental: en la aurora griega de las sociedades occi

    dentales, el Estado y la clase dominante dejan de coincidir en

    un todo. La nueva clase dominante fundamenta ahora su do

    minacin en la propiedad privada, y el Estado pasa a ser su

    instrumento. En el curso de la historia occidental una

    historia especfica, que rompi su nexo original con el modo

    de produccin asitico las clases dominantes cambian al

    mismo tiempo que los Estados. Pero la postura de la clase

    dominante es siempre el control del aparato estatal.

    Esto es particularmente claro en el paso de la sociedad

    feudal a la sociedad burguesa. El Estado se establece entonces

    en el compromiso de la lucha de clases, hasta el momento en

    que se convierte, con el advenimiento de la Revolucin Fran

    cesa, en lo que todava hoy es para nosotros: el Estado bur

    gus.

    Marx primeramente y luego Lenin han mostrado este

    nacimiento y esta funcin del Estado, lugar de descifre del

    modo de produccin. Para el movimiento revolucionario, esto

    es determinante, hasta el extremo de que desde hace casi un

    siglo el anlisis poltico y la accin slo alcanzan su verdadero

    punto de legitimidad si el Estado, con su polica, su ejrcito

    22

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    y su burocracia, se presenta visiblemente como tema primero

    de la crtica y como el elemento que se debe destruir.

    Es cierto, en efecto, que la clave del cambio revolucionario

    estriba en la destruccin del aparato estatal burgus. La socie

    dad burguesa y capitalista slo dejar efectivamente de existir

    cuando haya perdido la cabeza, cuando se la haya decapitado.

    Un rey guillotinado: ese es el smbolo ms directo de una

    revolucin. La revolucin no es, as, el golpe de Estado. Por

    irrisin y mistificacin quienes se aseguran el poder por esta

    va se proclaman, a veces, revolucionarios. Toda revolucin

    popular es siempre un proceso que comienza a reemplazar al

    Estado por una soberana polimorfa, por un nuevo sistema

    institucional al que no sojuzgue ya la dominacin central y

    en el que las instituciones de la Sociedad dejen de ser insti

    tuciones dominantes. La conquista del aparato estatal ser

    posible, escribe Gramsci, cuando los obreros y los campesinos

    hayan formado un sistema de instituciones capaz de sustituir

    al sistema actual.

    Desde la entrada de la revolucin, nuevas instituciones,

    suscitadas por el desarrollo mismo del proceso revolucionario,

    prefiguran lo que puede llegar a ser la nueva sociedad. Las

    instituciones de la revolucin son los clubes, las asociaciones

    y, de un modo ms general, todo aquello que posibilita la

    expresin y el ejercicio de la soberana colectiva. Ea los mo

    mentos revolucionarios que conocemos para atenernos a los

    ms

    clsicos,

    es decir , en el 89, en 1848, 1871 y 1917 vemos

    surgir una y otra vez Asambleas Generales Permanentes que

    expresan la liberacin de lo

    instituyeme

    en la sociedad, q ue

    instituyen nuevas formas de vida social y que inventan de

    manera colectiva mtodos de regulacin.

    Al mismo tiempo se entabla rpidamente una lucha entre

    la revolucin oficial y la revolucin dentro de la revolucin.

    En T 79 0 se denuncia a la vez a los sostenedores de l an tiguo

    rgimen y a la anarqua, a los izquierdistas y a los dere

    chistas. En competencia con las instituciones revolucionarias,

    en la nueva legalidad se construyen instituciones surgidas de

    la Revolucin. Y es ya el reflujo. Con posterioridad a Trotsky,

    a menudo se ha descrito esta dialctica interna del proceso

    23

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    revolucionario.

    La revolucin permanente

    debera significar que

    la revolucin no podr en rigor producir nunca instituciones

    acabadas, consumadas, sino, por el contrario,

    instituir

    lo

    ins-

    tituyente, hacer que la soberana colectiva no se aliene ya en

    instituciones que nuevamente se autonomicen.

    Las instituciones tienden a

    estatizarse

    en momentos mis

    mos en que la revolucin comienza por abolir el Estado. Las

    instituciones tienden a volverse autnomas y con ello, nue

    vamente, dominantes, esto es, al servicio de la nueva clase

    dominante. El proceso instituyente participa, pues, en la cons

    truccin de la nueva clase. Las instituciones pasan a ser insti

    tuciones de sta. Por cierto que mediante un proceso semejante

    se constituye la nueva ideologa. En el 89, las ideas de libertad

    e igualdad son compartidas por todos y tienen un alcance uni

    versal. Pero en seguida la clase dominante las desnaturaliza

    las recupera, y la l ibertad se convierte en

    su

    libertad.

    Restricciones y adaptaciones encauzan en la

    Declaracin de los

    Derechos del Hombre,

    desde los primeros textos, la subversin

    ideolgica y logran que las mismas armas sirvan para ocultar

    y a la vez justificar la nueva dominacin. Dentro mismo de la

    ideologa revolucionaria se entabla una lucha en pro de la

    des

    viacin del sentido y para transformar un discurso verdadero

    sobre la sociedad en ideologa dominante.

    Desviacin de las instituciones, desviacin de las ideologas:

    ambos movimientos, solidarios, son el producto de la crisis

    revolucionaria. La ideologa y las instituciones se convierten

    en nuevos diques, en nuevas formas de represin social. En

    tonces el nuevo Estado se mantiene penetrando en la sociedad

    por todos sus poros, habituando a sus subditos a la obediencia,

    controlando la informacin, la moral pblica, los modos de

    actuar y pensar, todo cuanto los socilogos durkheimianos,

    idelogos servidores del Estado, denominaron precisamente, a

    comienzos de siglo, instituciones. El anlisis institucional se

    propone sacar a luz este doble juego institucional, esta lucha

    entre aquello intituyente y esto instituido, remontar el Estado

    a partir de las instituciones dominantes presentes en nuestra

    experiencia, aqu y ahora.

    La ideologa es un proceso de desconocimiento social. Pro-

    24

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    hbe el acceso a la verdad, al conocimiento efectivo de la so

    ciedad. El anlisis de las ideologas y de las instituciones,

    que son siempre sus soportes slo se puede emprender a

    partir de una hiptesis sobre lo que no se ha dicho. Por

    qu existe lo no dicho, por qu hay secreto en los grupos?

    El anlisis sociolgico tradicional formula una hiptesis apa

    rentemente parecida sobre el no saber en la sociedad. Es un

    anlisis que supone, en efecto, que la gente no sabe qu es

    ni qu hace cuando escucha la radio, cuando compra, cuando

    vota, cuando juzga a la sociedad y el lugar que ocupa en sta.

    La sociedad implica siempre por parte de sus miembros un

    desconocimiento del sentido estructural de sus actos, de qu

    determina sus elecciones, preferencias y rechazos, opiniones y

    aspiraciones. Al sacar a luz los parmetros de la estructura

    social, el socilogo muestra por qu se prefiere determinado

    oficio, por qu se decide proseguir tal tipo de estudios. Mues

    tra, al mismo tiempo, que ese anlisis no puede ser inmediato,

    que los sujetos interrogados no pueden encontrar espontnea

    mente qu los ha determinado. Es una crtica de las posibili

    dades de una verdad espontneamente encontrada, pero no se

    dice por qu se puede manifestar esa espontaneidad.

    El anlisis institucional debe tratar de dar razn de ese

    desconocimiento, no mediante una simple ignorancia de las

    estructuras y los funcionamientos sociales, sino por un meca

    nismo de represin colectivo. Formular la hiptesis de que

    al sentido se reprime, de que no podemos decir ni aun pensar

    lo verdadero, porque una represin social nos prohibe de

    manera permanente el acceso a la verdad sobre nuestra situa

    cin y sobre el conjunto del sistema. La constante represin

    del habla social, aquello

    no dicho

    dentro de los grupos, pro

    vendra as en ltimo anlisis, de la represin permanente del

    sentido en nuestra sociedad, represin que encuentra su origen

    en la dominacin mantenida por las clases dirigentes y por su

    instrumento de opresin: el Estado, quien cumple su funcin

    de ocultacin ideolgica a travs de las mediaciones institu

    cionales que penetran por todas partes a la sociedad. El Estado

    controla la educacin, la informacin y la cultura. Mantiene

    lo no dicho suscitando por doquier en la prensa, en el in-

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    tercambio de todos los das la autocensura, el juego de nor

    mas que prohiben la verdadera comunicacin. La contraprueba

    es la liberacin de la palabra dentro de la crisis revolucionaria

    cuando se levanta la represin.

    La Revolucin es el objeto central de la represin. Para

    evitarla, las ideologas y las instituciones dominantes funcionan

    y mantienen la adhesin colectiva a la dominacin, al mismo

    tiempo que tratan de evitar el conflicto y la lucha que pudie

    ran poner fin a la dominacin.

    En ese conflicto el socilogo no es neutral. Su papel con

    siste,

    habitualmente, en fabricar ideologa, en llenar el silencio

    de la sociedad con un discuro falso en torno de ste, en colmar

    permanentemente el vaco de las significaciones sociales, en

    producir significaciones para eliminar el sentido. Debido a

    ello, la sociologa es un sntoma de la sociedad. Y por eso la

    protesta de la Sociedad moderna implica la autoimpugnacin

    de los socilogos.

    Antes de la crisis de mayo, nuestras investigaciones insti

    tucionales remataban en un callejn sin salida. Haca ya mucho

    tiempo que buscbamos en vano superar desde adentro los

    puntos de detenimiento de las ciencias sociales, en especial

    de la psicosociologa de grupos, de las organizaciones y las

    instituciones. Al mismo tiempo queramos desarrollar, con una

    pequea minora de docentes, las tcnicas de la pedagoga ins

    titucional y de la autogestin. La empresa, a la vez terica y

    prctica, exiga la reconstruccin del concepto de

    institucin.

    Aun cuando muchos socilogos haban situado este concepto,

    con posterioridad a Durkheim, en el centro de la teora socio

    lgica, nosotros habamos descubierto, a partir de determinadas

    prcticas psicosociolgicas y pedaggicas, la ocultacin funda

    mental y permanente de la dimensin institucional en el

    aqut-

    ahora

    de las relaciones de produccin, de formacin, de tra

    tam iento. . .

    Despus de un trabajoso redescubrimiento de la dimen

    sin institucional en la prctica y el anlisis, algunos de no-

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    sotros pensbamos que era posible transformar radicalmente la

    educacin, el aula, la universidad y acaso hasta el Estado mer

    ced al establecimiento subversivo de nuevas instituciones

    dentro del grupo-clase, y ello a la luz de tentativas paralelas

    de los psiquiatras institucionalistas, que inventan nuevas

    instituciones teraputicas para las necesidades del tratamiento.

    Pero progresivamente llegamos a descubrir que este proyecto

    era profundamente utpico.

    La crisis de mayo disip las ilusiones y las desinteligencias.

    En adelante, la crisis de las instituciones pas a ser evidente

    en todos los niveles de nuestro sistema social. Desde luego,

    las instituciones universitarias siguen en pie, apenas reforma

    das; pero es pura fachada. Detrs slo hay vaco: la regulacin

    ha reemplazado a las tareas de aprendizaje. Se discute a todas

    las finalidades, y no hay ya nadie que crea en la validez de

    esta vieja institucin, que slo logra mantenerse gracias al

    temor. Ya no se podr detener la toma de conciencia de todo

    el mundo, educandos y hasta educadores; respecto de qu sig

    nifican realmente las instituciones del saber, de la cultura y

    del aprendizaje. Todo ha quedado al descubierto: relaciones

    disimtricas entre docentes y alumnos, control de los conoci

    mientos y colacin de ttulos y formas autoritarias de la de

    signacin de docentes. Todo es puesto en tela de juicio por la

    crisis. Y el detenimiento provisional de sta no ha dete

    nido la disgregacin del sistema de enseanza.

    Es una crisis desencadenada y animada por los jvenes.

    A travs de su intervencin directa y decisiva en el desorden

    poltico hemos verificado qu significa la institucin del adulto

    y su funcin represiva. La integracin dentro del sistema de

    la vida calificada de adulta, con sus normas, sus mitos, sus

    privilegios y sus sojuzgamientos, constituye uno de los instru

    mentos ms eficaces del control social, es decir, de la con

    trarrevolucin permanente en nuestra sociedad. En el momento

    de entrar en la vida, los jvenes descubren el horizonte de la

    represin, que ha de ser el de toda su vida. Pero lo rechazan,

    y con ello rechazan al sistema social ntegro. Pese a las dife

    rencias de clase que opinen y separan a los estudiantes de los

    obreros jvenes, la solidaridad institucional es causa de que

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    la clase de la edad sirva de mediacin evidente en las fases

    de progresivo desencadenamiento de las luchas. En nuestra

    sociedad, el conflicto central no es el conflicto de las genera

    ciones; es la lucha de clases. Pero el rechazo de la integracin

    social por la generacin joven se vuelve o , mejor d icho,

    es desde un primer momento un rechazo de la sociedad

    clasista, descubierta y repelida a partir de una situacin ins

    titucional especfica. En nuestra sociedad los jvenes se hallan

    dominados. Pero de ellos y gracias a su rechazo puede advenir

    un verdadero trastorno del sistema de formacin y encuadra-

    miento de la juventud.

    Por mediacin de los jvenes, la crisis de las instituciones

    ha alcanzado a las organizaciones capitalistas de produccin,

    pero tambin, y al mismo tiempo, a las organizaciones de la

    clase obrera, cuya funcin institucional ha sido impugnada por

    los trabajadores. Los obreros han rechazado las negociaciones

    en la cumbre. Han entrado en la huelga sin previo aviso. Al

    gunos, sobre todo los jvenes, han encontrado la eficacia de la

    accin directa, de la transgresin de las normas ya instituidas.

    La accin directa ha vuelto a ser una prctica subversiva cuya

    eficacia se ha verificado. Esta crtica de las instituciones uni

    versitarias, econmicas y sindicales mediante acciones directas,

    mediante

    actos

    (huelga salvaje, ocupacin y autogestin como

    forma de huelga activa), va infinitamente ms lejos que la cr

    tica formulada habitualmente contra la burocratizacin de los

    establecimientos y los aparatos. En la crtica tradicional los so

    cilogos muestran las disfunciones burocrticas de las organi

    zaciones, y los tericos polticos de la burocracia denuncian

    la traicin de los dirigentes. En otro volumen hemos exa

    minado ya estas crticas, hoy tan conocidas. Pero la crtica

    activa va ms lejos an.

    En la actualidad se critica en todas partes las regulaciones

    institucionales fundamentales de nuestra sociedad. La funcir

    integradora de las instituciones y el eludir o la disimulacin per

    manente de los conflictos aparecen a la vista de todos. Lo

    que se suele llamar crisis de civilizacin es fundamental

    mente crisis de las instituciones que dan basamento y protegen

    a la civilizacin, aseguran la difusin de sus mensajes, trans-

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    miten las ideologas dominantes y resguardan la estabilidad y

    el mantenimiento del orden. Detrs de este orden estn siem

    pre las fuerzas de la represin. En una sociedad de desigualdad

    y dominacin, las instituciones dominantes se hallan siempre

    vinculadas, en mayor o menor grado, a la represin; ellas mis

    mas son represivas. Ya lo subrayaba el socilogo Max Weber:

    las instituciones no necesitan el consenso de los participantes

    para existir; les basta con que se las articule sobre el poder

    del Estado. Y se mantienen gracias a la amenaza.

    Los acontecimientos de mayo fueron para nosotros, por pri

    mera vez, una confirmacin y una refutacin de todo cuanto

    habamos podido producir; por tanto, de este libro. Una con

    firmacin, al parecer, si se considera la importancia que en el

    curso de tales acontecimientos adquiri la ideologa de la din

    mica de grupo, modificada, mediante la crtica de la burocracia,

    por los primeros ensayos de autogestin pedaggica. Peto a^l

    mismo tiempo el acontecimiento hubo de refutar, como ya

    hemos dicho, la ilusin consistente en tomar demasiado en

    serio el trabajo de educadores autogestores, de animadores so

    ciales y de psicosocilogos de la intervencin. Bien decamos

    que nuestro trabajo resultaba ambiguo, que la prctica de los

    socioanalistas era reformista, aunque soliera presentar de una

    manera filigranada la impugnacin informal en la base de la

    sociedad y el nacimiento de una sociedad salvaje. No habamos

    admitido suficientemente que el levantamiento de la represin

    que deja en libertad a las posibilidades y las reivindicaciones

    instituyentes en los grupos, al mismo tiempo que la verdadera

    palabra social slo poda llegar merced a la directa interven

    cin de los dominados en las escuelas, en las fbricas, en el

    conjunto de la sociedad, y no por la intervencin de aquellos

    a quienes su estatuto de formadores o de analistas

    separados

    sitan, generalmente, del lado de la represin.

    Utopa, reformismo, ilusiones sobre las posibilidades de

    la intervencin socioanaltica: esto se hizo evidente cuando la

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    transformacin que pensbamos preparar con nuestra prctica

    institucional lleg de otras partes, es decir, cuando otros abrie

    ron la primera brecha. Nuestra protesta permaneca encerrada

    en artculos, libros, seminarios, ghettos de idelogos y expertos,

    nuestros colegas, que por otra parte, la trataban como una

    aberracin, como un extravo, hasta el da en que los controles

    institucionales saltaron al nivel de un poder al que nuestras

    intervenciones jams podan alcanzar. Cuando estudiantes y

    obreros pusieron en prctica la accin directa y la ocupacin

    de los sitios instituciones del poder, la liberacin de la crea

    tividad instituyente, aguardada en vano en Jos grupos de an

    lisis,

    invadi la vida diaria.

    Hay, pues, que oponer la accin directa y revolucionaria

    al anlisis institucional? Hay que renunciar a todo aquello

    que propone este libro? No se puede, por el contrario, rein-

    ventar el anlisis, admitiendo que su funcin es supletoria

    mientras se halla separada y que el anlisis slo se realiza de

    veras cuando la sociedad ntegra entra en anlisis y conduce

    el anlisis? Si se procura a cualquier precio salvar el anlisis,

    en todo caso hay que reexaminar la regla analtica fundamen

    tal, importada del psicoanlisis y que opone el anlisis a la

    accin, excluyendo el paso al acto dentro del trabajo analtico.

    De qu puede servir una actividad socioanajtica de formacin

    e intervencin si nada cambia realmente? Esta es la pregunta

    que con mayor claridad se les plantea hoy a los analistas.

    Ciertos psiclogos ya han respondido que una accin ana

    ltica continua, pero progresiva y prudente, introduce en

    la sociedad cambios que en un primer momento son imper

    ceptibles, pero cuyo efecto acumulativo los vuelve eficaces a

    largo trmino. Ahora bien, de qu tipo de cambio se quiere

    hablar? Y en beneficio de quin? No implica esta descrip

    cin, a lo sumo, una opcin reformista no analizada que es

    el punto ciego del anlisis trasladada al anlisis social?

    Y hay, adems, que continuar oponiendo, como hacen los

    tericos de la intervencin prudente y controlada, el anlisis

    a la accin salvaje? Hemos visto, por el contrario, que la

    accin directa puede tener una

    eficacia analtica

    que va ms

    lejos que nuestras intervenciones analticas. No es necesario,

    30

  • 8/11/2019 Lapassade, Georges - Grupos. Organizaciones e Instituciones

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    para lograr un anlisis social, ser un analista diplomado, reco

    nocido, inmerso en el manejo del lenguaje esotrico de la pro

    fesin. Un animador de tipo revolucionario puede ejercer en

    la accin una funcin analtica reconocida, facilitar con sus

    observaciones tanto como con sus acciones la revelacin de

    las signifacaciones, mostrar las instituciones en su verdad y

    obligarlas a decir qu son. Y, sobre todo, una prctica revo

    lucionaria eficaz puede mostrar todos los niveles del sistema

    institucional que hemos descrito en el presente libro.

    En mayo redescubrimos, a la luz del acontecimiento, que

    el Estado no es nada apenas deja de encontrar apoyo en las

    instituciones dominantes,

    y que stas slo se mantienen en pie

    gracias al sostn del Estado y de su aparato de represin.

    As, por ejemplo, cuando la institucin universitaria ya no

    puede asegurar el orden interno de los establecimientos, la

    polica estatal suple inmediatamente a todas las policas cul

    turales desfallecientes.

    El Estado mantiene a las instituciones merced al miedo de

    los subditos. Al mismo tiempo, stas arraigan el Poder del

    Estado y, con ello, de las clases dominantes en el conjunto de la

    sociedad. Por lo dems, basta leer a Durkheim para compren

    derlo. Pero esta comprensin era meramente terica y se en

    caminaba, sobre todo, hacia cierta legitimacin. Durkheim era

    un hombre de orden. Le gustaba lo instituido. El orden

    institucional descrito por los socilogos pareca casi natural,

    necesario, indispensable. Habamos olvidado a Marx.

    La crisis general de las instituciones, la impugnacin institu

    cional visible en todas partes desde los acontecimientos de

    mayo y el regreso del orden instituido revelaron en la prctica

    lo que algunas investigaciones ms tericas y ciertas experien

    cias ms limitadas, como por ejemplo la autogestin, ya nos

    haban dejado entrever. Unos cuantos ensayos experimentales

    limitados a las dimensiones de los seminarios de formacin y

    de las intervenciones socioanalticas sugeran ya que las socie

    dades podran y deberan administrarse de acuerdo con mo

    delos que fuesen rigurosamente lo contrario al funcionamiento

    social habitual. Pero la percepcin experimental de esas posi

    bilidades se vea rechazada por todo el aparato tcnico y con-

    31

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    ceptual de las ciencias sociales y de sus aplicaciones prcticas.

    Bien fue visto cuando los primeros intentos de autogestin

    pedaggica chocaron con la burocracia universitaria. Cinco aios

    despus, la autogestin se convirti dentro de las facultades

    ocupadas en el programa aceptado por todos... durante el mes

    de la ocupacin Po r la misma poca se ensayaba la a utog estin

    en las fbricas. 1 orden burocrtico se encontraba amenazado

    por doquier.

    Durante aquel mayo de 1968 rechazamos colectivamente la

    prctica de las decisiones reservadas a instancias separadas y

    protegidas as por el secreto de las deliberaciones. Redescubri

    mos y experimentamos lo que significaba el regreso a la base,

    no ya en el lenguaje burocrtico de la consulta o la eleccin,

    sino como una prctica permanente, una prctica que sita

    en la base el sitio nico de la soberana. As se rechaz la

    institucin de la separacin en todos los niveles de la vida social

    y poltica. De all, la alienacin de la soberana popular a un

    pequeo nmero de elegidos dej de presentarse como una

    evidencia, como una necesidad natural. Aprendimos a ver en

    ello nada ms que una forma de organizacin caracterstica de

    cierto tipo de sociedad. Marx muestra que la burguesa con

    sidera contingentes y perecederas las instituciones del feuda

    lismo, pero tiene a sus propias instituciones por naturales y

    eternas. La entrada en la revolucin significa la impugnacin

    activa de las instituciones corrientemente estimadas irreempla

    zables. Todava no sabemos de qu modo se las puede exacta

    mente reemplazar. Pero s sabemos, en cambio, que su

    destruc

    cin es el acto previo necesario para inventar otras instituciones.

    Otra crtica, an ayer limitada a algunos pequeos grupos

    experimentales, se ha generalizado; es la crtica del voto, en

    cargado de decir la verdad sobre la voluntad de los grupos,

    dando a conocer la orientacin de su mayora. Ya sabamos

    que la mayora no es necesariamente democrtica. Pero el mo

    vimiento de mayo revel an ms: una minora puede ser la

    verdadera expresin de una mayora incierta, funcionar como

    revelador analtico

    y crear, merced a su prctica social, un

    nuevo consenso. Tal es lo que sucede y lo que ya se ha pro

    ducido en toda revolucin.

    32

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    En 1871, durante la Comuna de Pars, los parisienses in

    ventaron una nueva vida y nuevas instituciones. Las viejas

    instituciones estatales (el Estado burgus con su ejrcito, su

    Ijoltica y su burocracia) haban sido provisionalmente abolidas

    tlurante aquella primavera en que Pars era libre. La Comuna

    era ya la participacin verdadera: a un tiempo, el gobierno

    directo y la celebracin. Todas las significaciones econ

    micas, polticas, ldicras de la participacin directa de

    todos en la vida social se hallaban mezcladas en ese momento

    de la Revolucin.

    La entrada en la devolucin

    (el grupo en fusin) siem

    pre implica esa ruptura, esa falla en el sistema y ese despertar

    de la invencin poltica colectiva. En 1789 es en el Contrato

    Social en acto; la soberana de la Asamblea General institu-

    yente; el deterioro del poder central (los departamentos se

    administran por asambleas elegidas y sin representantes del

    gobierno central). En clubes, iglesias, en mltiples lugares, la

    gente se rene todos los das para impugnar al Poder. 1848 es

    el despertar de la palabra colectiva en clubes y asambleas, y

    para comprender el proceso revolucionario ello resulta mucho

    ms significativo que las leyes sobre la organizacin del tra

    bajo, los talleres, las reformas, la nueva constitucin. 1871, la

    Comuna: tres meses ms de debates polticos en las nuevas

    instituciones de la soberana. 1917, los soviets: el sistema

    de la Asamblea General Permanente vuelve a encontrarse

    nuevamente en fbricas, barcos y cuarteles. Todo aquello que

    se descubre y redescubre cada vez es una nueva relacin

    con la poltica, con el conjunto del sistema institucional: nuevas

    formas, nuevas

    instituciones

    tamb in para la vida diaria. Y cuan

    do esto se consuma, la Revolucin se suspende: en 1794, en

    junio de 1848, en mayo de 1871, en 1918, a partir del

    momento en que los Consejos comienzan a ceder su funcin

    instituyente y su poder al nuevo Estado.

    Sartre ha descrito esta soberana colectiva e instituyente

    como momento del

    grupo en fusin.

    Ve en ella una expresin

    de la Revolucin y tiende a presentarla en trminos bastante

    prximos a los de la psicologa de multitudes, como si la

    Revolucin efectiva estuviera detrs de ello y en la toma del

    33

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    poder, en el momento ideal del Estado. Para Sartre, el mo

    mento

    de la palabra social liberada por doquier, cuando todos

    son oradores (segn la expresin de Montjoie, retomada en

    Crtica de la razn dialctica),

    significa, simplemente, a

    revolucin. El habla social liberada es para l un significado,

    no el significante revolucionario central. Adems, Sartre no

    muestra que en ese momento del

    grupo

    (las Asambleas de la

    soberana, los clubes, todos los concursos revolucionarios son,

    en efecto, grupos en fusin) la

    institucin

    ya est ah, en su

    condicin de movimiento de lo instituyente, ante todo, y luego

    como movimiento que se efecta en nuevos grupos institu

    cionales, y porque, en fin, la multitud en trance es asimismo

    institucional. Sartre se aproxima sobremanera a los anlisis

    psicosociolgicos, y de este modo se interpreta en el presente

    libro, acentuando, incluso, este aspecto. En

    Crtica de la razn

    dialctica, el actor de la historia es el pueblo insurrecto. Pero

    a la luz de la dinmica de grupo y de su utilizacin pedaggica,

    habamos concedido esta funcin de revelacin social (que

    Sartre otorga a la multitud en fusin) a un nuevo tipo de ani

    mador. En lugar de querer utilizar a Sartre para salvar a los

    psicosocilogos, habramos debido mostrar que la sociologa

    de grupos y organizaciones no es ms que uno de los signos

    desviados, deformados por la ideologa, del proyecto revolu

    cionario, disimulado en el desorden del Estado, del sistema

    de produccin, de la organizacin capitalista. La psicosociologa

    anunciaba el proyecto vago an, muy mal formulado y en

    cerrado en experiencias demasiado artificiales de una forma

    nueva de la soberana popular, o, para decirlo con mayor exac

    titud, de reencontrar y redescubrir sta. En una palabra, en

    lugar de detenerse en los problemas de la regulacin y en

    nuevas recetas, habra sido preferible analizar la impugnacin

    institucional escondida en la experiencia de los grupos. El

    movimiento de mayo desarroll esta impugnacin con una efi

    cacia completamente distinta. En la crisis de mayo recupera

    mos,

    adems de la ideologa ya difundida en la experiencia

    limitada de los seminarios, la prctica, sobre todo, del gobierno

    directo: era la crtica actuante de modelos habitualmente re

    cibidos de la delegacin de poder.

    34

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    Desde luego, aquellos grandes temas de mayo de 1968

    el habla social liberada, la decisin colectiva, la crtica per

    manente del poder que naca en los grupos, la bsqueda de la

    verdadera comunicacin ya nos eran conocidos, y hasta fue

    ron descritos en este libro, aqu mismo, a partir de ciertas

    experiencias activas de la dinmica de los grupos. En algunas

    publicaciones del 22 de marzo, como por ejemplo en Es slo

    un comienzo,

    encontramos trminos que habamos empleado,

    pero esta vez para describir, no ya aquello que ocurre en un

    seminario de psicosociologa, sino que ha sucedido en la calle.

    Se ha dicho que todo el pas digamos, cuando menos,

    Pars se haba vuelto por entonces un inmenso grupo de

    base. Hay que extraer de all la conclusin de que los psi-

    cosocilogos de grupos prepararon la crisis, o quiz proporcio

    naron el lenguaje y la ideologa? No es cosa que se haya pro

    bado.

    Es cierto que en la experiencia de mayo y en textos

    surgidos de ella se descubren esquemas y lenguaje que llevan

    a recordar, no a laboratorios de la dinmica de grupos en

    estricto sentido, sino a la ideologa que se haba difundido

    en las experiencias pedaggicas de pequeos grupos. Pero

    cuando esto se destaca hay tambin que hacer observar, rpi

    damente, que esa liberacin del habla social se produjo en la

    calle,

    sin preceptores, sin consignas que instituyesen la expe

    riencia. Luego, si se hallan semejanzas, es porque las dos si

    tuaciones el Seminario y la Revolucin tienen por rasgo

    comn el hecho de desenvolverse en cierto espacio libre, a

    partir de un levantamiento de la represin.

    La diferencia consiste en que el levantamiento de la re

    presin es mucho ms limitado, mucho ms ambiguo, en la

    prctica de seminarios. Si bien es cierto, como recientemente

    se ha hecho observar, ' que el T. Group se ha visto influido

    1.

    Bernard M. Bass, The anarchist movement and the T-Group: some

    possible lessons for organizational developpment, /. Appl. Behav. Set., 1967,

    num. 2, pgs. 211-227, citado por Robert Pages en L'analyse psychosociologique

    et le mouvement de mai 68,

    Communications,

    1969, num. 12, pgs.

    46-53.

    En el mismo artculo. R. Pages desarrolla un punto de vista cercano al nuestro:

    . .sera ingenuo creer que la experiencia tcnica psicosocial vivida en medio

    35

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    por ciertas corrientes del pensamiento anarquista, los anima

    dores de T. Groups no son, generalmente, anarquistas. Algu

    nas aspiraciones de tipo anarquista se abren paso a pesar de

    ellos dentro del espacio de relativa libertad implicado por la

    experiencia. Son aspiraciones que encuentran, pues, en el len

    guaje contemporneo determinadas formas de expresin que

    hallamos en un movimiento en el que los anarquistas militantes

    han desempeado un importante papel, al difundir una ideolo

    ga a travs de una prctica. Pero hay que ir ms lejos. Esa

    afirmacin de un pensamiento anarquista transformado que se

    encuentra en experiencias al fin y al cabo tan diferentes como

    un T. Group y una crisis de tipo revolucionario es el producto

    mismo de la crisis. El T. Group instituye una situacin mi-

    crosocial en la que cierto nmero de estructuras quedan arti

    ficialmente abolidas; aqu aquello que ocurre se parece, en

    efecto, a un momento naciente de la historia. De ah las seme

    janzas.

    La diferencia fundamental incumbe a la ausencia de precep

    tores en el T. Group de la Revolucin. El detonante no es

    ya el que los psicosocilogos denominan

    intervencin;

    es la

    accin directa

    como prctica revolucionaria. Estas dos prcticas

    sociales la prctica de equipos de psicosocilogos interven

    cionistas y la de movimientos revolucionarios no son identi-

    ficables. La accin de psicosocilogos no directivos mantienen

    una relacin pedaggica que es una relacin de poder. La accin

    revolucionaria apunta, en cambio, a la abolicin de las diferen

    cias,

    simplemente a abrir la brecha^ que le perm ita a todo

    grupo conducirse solo y analizarse sin el apoyo de anima-

    estudiantil desde hace algunos aos haya podido desempear un papel pro

    piamente causal. A lo sumo ha podido otorgar ciertas formas nuevas al actual

    movimiento.

    2. Decamos: Los tipos que estn en la manifestacin son capaces de

    defenderse solos, y habamos decidido que el 10 de mayo no habra servido

    de orden, a fin de que todos se metieran dentto. Dany se habla apostado

    con dos compaeros en la esquina del bulevar Saint-JMichel y el bulevar

    Saint-Germain, diciendo; Corten las cadenas. Nada de cadenas laterales. Que

    la poblacin pueda entrar en la multitud... Todo el mundo se vuelve su pro

    pio servicio de orden, etctera. En Mouvement du 22 mars,

    Ce n'est qu'n

    debut, continuoHs le combat,

    Maspro, 1968, pg. 7.

    36

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    dores, que llevan a cabo, al mismo tiempo que el anlisis, el

    servicio de orden en grupos de formacin.

    He aqu un libro ambiguo.

    La publicacin de una obra en estas condiciones, todava

    inciertas, se justifica esencialmente por su capacidad de pro

    vocacin ms an que por su funcin de informacin. En

    trminos ms tranquilizadores, se ha de decir que un Ensayo

    de este tipo, de intencin fundamentalmente crtica, se jus

    tifica esencialmente en la medida en que puede provocar

    cambios.

    El porvenir dir si es esta una funcin que todava hoy se

    le asigna, o si debemos considerar este libro y, sobre todo,

    aquello que trata como la expresin de una etapa ya superada

    en la historia de una crisis cuyos primeros comienzos apenas

    conocemos.

    Georges Lapassade.

    Enero de 1970.

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    I N T R O D U C C I N

    La experiencia inmediata de la vida social se sita siempre

    en grupos: la familia, el aula, los amigos. En el caso del tra

    bajo,

    el horizonte inmediato de la experiencia lo constituye

    siempre grupos: es el equipo en la empresa, y el grupo sin

    dical. Pero ya en estas organizaciones aparece, presto, un

    elemento nuevo; se aprehende al grupo en un sistema institu

    cional: la organizacin de la Empresa, de la Universidad. En

    este nivel, la posibilidad de una accin directa sobre las deci

    siones se aleja; de pronto tengo la sensacin de una impo

    tencia, y me parece que las decisiones se toman a menudo en

    otra parte, sin que se me consulte.

    La experiencia prim ero vivida y luego reflexionada

    de esta contradiccin les ha planteado a los hombres, hace

    ya mucho, un problema que la historia no ha podido resolver.

    No bien una sociedad se organiza y necesariamente debe

    organizarse, los hombres dejan de participar en decisiones

    esenciales y descubren que estn

    separados

    de los diferentes

    sistemas de poder.

    Esta separacin es, como dice Marx, el modo fundamental

    de la existencia en la sociedad burguesa. Penetra en todas

    las esferas de la existencia y hasta en la existencia privada.

    Los pequeos grupos de la vida diaria se hallan sobredeter-

    minados por la organizacin de la separacin, que alcanza su

    ms alto grado en la moderna sociedad burocrtica.

    Ello ha entraado reacciones. Primeramente fueron de tipo

    poltico; en el siglo pasado algunos pensadores se sublevan

    39

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    contra el orden establecido y anuncian tiempos en los que los

    hombres al fin podrn organizarse en grupos libres, con que

    liberarn la espontaneidad creadora de conjuntos sociales. Des

    pus,

    a comienzos del presente siglo, el proyecto se encamina

    por vas que parecen ms cientficas, pero que estn siempre

    suscitadas por el progreso de la separacin en la nueva sociedad.

    Los psicosocilogos de grupos y socilogos de la organi

    zacin y la burocracia elaboran conceptos y tcnicas que tien

    den, por caminos diversos, pero convergentes, a

    tratar

    las dis

    funciones de la sociedad industrial en el nivel concreto y coti

    diano de la existencia en comn.

    Con todo, si miramos ms de cerca, descubrimos que esos

    nuevos caminos y vas tienen por resultado real, no el abolir

    la separacin, sino sencillamente el acomodarla, hacerla ms

    soportable.

    Las nuevas tcnicas de la buena comunicacin, de la coope

    racin, del mando denominado democrtico facilitan la adap

    tacin de las burocracias modernas a los cambios tcnicos y

    sociales. Inauguran la entrada en un nuevo orden neoburocrti-

    co , aun cuando parezcan apuntar ms lejos, en direccin de una

    nueva sociedad controlada por todos sus miembros, que ven

    dra a ser una sociedad de autogestin.

    Este reformismo burocrtico se pone particularmente de

    relieve en la incapacidad de los psiclogos del grupo para ma

    nejar, as en la prctica como en la teora, el nivel institucional

    dentro de los grupos. Es un problema que, aun siendo esen

    cial, no ha sido explcitamente encarado. Todo ocurre como

    si el psicosocilogo fuera, sin desearlo expresamente, el agente

    de la modernizacin que le abre camino a una nueva burocracia.

    No ser el psicosocilogo el nico que ejerza esa funcin.

    Idelogos, jvenes dirigentes sindicalistas y cuadros jvenes

    de empresas cumplen el mismo trabajo. La nueva clase obrera

    prepara dirigentes para la sociedad neoburocrtica y supuesta

    mente autoadmnistrada del porvenir,

    El sistema de la verdadera autogestin es muy diferente.

    Debera poner fin a la separacin entre dirigentes y ejecutantes,

    entre gobernantes y gobernados.

    Pero quin admite hoy la validez de este programa? Nos

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    hemos acostumbrado desde la infancia a considerar estas rela

    ciones como datos naturales y eternos de la existencia social.

    El papel de la escuela resulta esencial para preparar al hombre

    a aceptar la organizacin de la separacin.

    Se comprende, as que haya que cambiar la escuela si se

    desea verdaderamente cambiar la sociedad. La transformacin

    de la escuela no es suficiente, claro est. Pero nada, en cam

    bio,

    puede cambiar si los hombres no aprenden desde la in

    fancia a construir instituciones y a administrarlas. Este es el

    origen de aquello que yo llamo autogestin pedaggica, que

    apunta a modificar actitudes y comportamientos. Si el da de

    maana se establecen nuevas estructuras que apunten a permitir

    por fin la participacin de todos en las decisiones, es decir, la

    autogestin social, de nada ha de servir si los hombres no han

    aprendido ya a vivir en la nueva sociedad y a construirla

    de

    manera permanente,

    a no fijar jams el movimiento histrico

    en instituciones inmutables y separadas del acto instituyente.

    As, la oposicin histrica entre el grupo en fusin,v

    como dice Sartre, y las Instituciones llegara a su fin en un

    mundo en el que los hombres estaran preparados para recha

    zar la propiedad privada de la organizacin, que es el signo

    distintivo de nuestra vida social y su fundamento ltimo.

    Sidi Bou Said

    Julio de 1966

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    CAPITULO I

    LAS FASES A, B y C

    El descubrimiento de los problemas de grupos, organiza-

    (iones e instituciones, las funciones de psicosocilogos y orga

    nizadores consejos en empresas, y la definicin de empresas

    i'omo organizaciones y no ya tan slo como instituciones eco

    nmicas: tal el movimiento que comienza, a nuestro parecer,

    a principios del siglo xx. En rigor, tiene sus precursores y se

    modifica con la historia. Preciso es situar la era de los organi

    zadores y el capitalismo de organizacin dentro del conjunto

    lie un movimiento histrico.

    I.A

    FASE A

    En el curso de una primera fase ^la fase A, para retomar

    el modelo de Touraine, que es la de la sociedad industrial y

    capitalista en el siglo xix, las organizaciones de trabajadores

    se basan en oficios, y ello a pesar del gran desarrollo del tra

    bajo parcelario. Obreros profesionales, polivalentes, organizan

    sindicatos y desarrollan reivindicaciones de gestin directa (la

    mina para los mineros). La ideologa anarco-sindicalista es

    liostil a la accin en el nivel poltico, parlamentario. En esas

    organizaciones no se plantea el problema de la burocracia. Pero

    (I proletariado del siglo xix no se halla representado, en su

    conjunto, por organizaciones de masas.

    43

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    En ese momento se elaboran las primeras doctrinas socio

    lgicas y polticas de la nueva sociedad. Hay que recordar en

    este punto las grandes corrientes que siguen dominando nuestro

    pensamiento y que an hoy constituyen el marco de nuestra

    accin y de nuestra reflexin.

    En Fourier es dable ver al verdadero precursor de la psi-

    cosociologa de los pequeos grupos y hasta de las tcnicas de

    grupo. Esa es, al menos, la tesis que Robert Pages ha estable

    cido a partir de un anlisis riguroso del movimiento furierista

    considerado como portador de un proyecto de experimentacin

    social y poltico en el nivel en que es actualmente posible una

    experimentacin de ese tipo, o .sea, en el nivel de los pequeos

    grupos y de las microorganizaciones sociales, ya que para

    Fourier el grupo liega hasta la dimensin de una empresa.

    Fourier es profundamente

    directivo.

    Propone el plan rigu

    roso y sistemtico de una sociedad socialista en el que nada

    se deja a la improvisacin, en cuanto al sistema. Los grupos

    bsicos (de formacin, de produccin) se integran rigurosa

    mente en un sistema institucional, que asegura su coordinacin

    y sus intercambios.

    Antes de Lewin y la dinmica de grupo, antes de los ciber

    nticos sociales, Fourier quiso hacerse el Newton de una so

    ciedad de pequeos grupos, analizar el orden o, mejor dicho,

    el desorden de la naciente sociedad industrial con referencia

    a un posible sistema de armona organizado cientficamen

    te a partir de las pasiones del hombre y, de un modo ms

    general, de su psicologa. Este sistema social de compleja in

    teraccin es una interpsicologa que da su lugar a las nece

    sidades, es una interpsicologa no represiva, no obstante la

    subordinacin del sistema a los planes establecidos por Charles

    Fourier. Es, desde luego, la ambicin sociocrtica, como

    habr de decir Auguste Comte, el

    Human Engeneering,

    el psi-

    cosocilogo- rey.

    Acaradc) o anterior, aadamos que Ja

    obra e Fourier est

    plena de anticipaciones de aquello que un siglo despus pro

    pondr la psicologa de grupos. Muestra, por ejemplo, que los

    cambios pedaggicos y polticos son necesariamente solidarios;

    la organizacin colectiva y colectivista de la sociedad es lo que

    44

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    habr de permitir una pedagoga de grupo, y dentro de los

    grupos los mayores influyen sobre los ms jvenes y se enca

    minan respectivamente a las funciones tiles, como consecuencia

    del impulso que imprimen las tribus superiores, las de los

    querubines y los serafines, que ya forman parte de la armona

    activa.

    Proudhon critic severamente la utopa furierista. Es

    cribi: En mi opinin, una idea desventurada de la escuela

    falansteriana consisti en haber credo que arrastrara al mundo

    con tan slo permitrsele plantar su tienda y construir un

    primer falansterio modelo. Se supona que un primer ensayo,

    ms o menos exitoso, acarreara un segundo, y luego, paulati

    namente, las poblaciones formaran un alud con las 37.000

    comunas de Francia y un buen da se encontraran metamor-

    foseadas en grupos de armona y falansterios. En poltica y

    economa social, la epignesis, como dicen los fisilogos, es

    un principio radicalmente falso. Para cambiar la constitucin

    de un pueblo hay que actuar a la vez sobre el conjunto y sobre

    cada parte del cuerpo p>oltico; nunca podramos recordarlo

    demasiado.

    Es una crtica que se anticipa a las que formulan hoy cier-

    los socilogos a los psicosocilogos: se denuncia el error de

    una revolucin por los grupos, la revolucin sociomtrica

    de Moreno, el seminario lewiniano, y ello en nombre del

    hecho previo necesario, que es el cambio social en su conjunto.

    Pero cuando Proudhon reclama una soberana efectiva de las

    masas trabajadoras, reinantes, gobernantes, da con los sis

    temas de los grupos y cae a su vez bajo los golpes de las

    crticas irnicas de Marx. Segn el socilogo Georges Gurvitch,

    l'roudhon anuncia mejor que Marx la

    autogestin social;

    por

    tanto, el sistema generalizado y descentralizado de grupos. Pero

    para Marx todo esto slo representa en el caso de Proudhon

    un andamiaje meramente abstracto y carente de fundamento.

    \i\

    pensamiento de los grupos es la miseria de la filosofa:

    ...as como del movimiento dialctico de las categoras sim-

    4 5

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    pies nace el grupo, as tambin del movimiento dialctico de

    grupos nace la serie, y del movimiento dialctico de las series

    nace el sistema ntegro. ... No se espante el lector ante esta

    metafsica con todo su andamiaje de categoras, grupos, series

    y sistemas.

    Con Saint-Simon comienza una corriente tecnocrtica. Para

    l hemos entrado, despus del siglo de las

    revoluciones,

    en el

    siglo de la organizacin. Los problemas actuales de la organi

    zacin hallan aqu su fuente; Saint-Simon anuncia el reemplazo

    de los polticos por los administradores. En 1819 empieza

    a publicar un peridico, L'Organisateur, que es el antepa

    sado de las revistas modernas dedicadas a la gestin de las

    empresas.

    Auguste Comte prolonga en seguida esta doctrina cuando

    define el papel de los socicratas, quc, sobre la base de la

    naciente sociologa, podrn ayudar a los gerentes de la sociedad

    industrial en la regulacin de sta.

    Todo un aspecto de la sociologa y de la psicosociologa

    intervencionista se halla directamente vinculado a estas doc

    trinas de la tecnocracia y la sociocracia. Comte asigna a los

    socicratas la misin de transformar los clubes revolucionarios

    en lugares donde se analicen y traten los conflictos de la socie

    dad industrial, donde el proletariado aprenda a

    participar,

    a

    ocupar su sitio en la vida de la nueva sociedad.

    Comte advierte en las doctrinas socialistas de su tiempo

    cierta verdad: muestran a su manera que la humanidad, llegada

    al fin a su estado adulto, entrada en la edad positiva, va muy

    pronto a conocer la universal cooperacin. Toma nota de

    una orientacin espontnea del proletariado hacia la socia

    bilidad efectiva, que se pone de manifiesto, especialmente, en

    el memorable apresuramiento de nuestra poblacin en formar

    por todas partes clubes sin ningn estmulo especial y pese

    a la ausencia de todo verdadero entusiasmo. Tales soa los

    clubes revolucionarios y, ms cerca de nosotros, las asociacio

    nes obreras.

    Pero en la era positiva esos clubes debern perder su

    funcin negativa y crtica, para integrarse al nuevo orden espi

    ritual; ...entonces proporcionarn el principal punto de apoyo

    46

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    de la reorganizacin espiritual... En el fondo, el club est

    sobre todo destinado a reemplazar provisionalmente a la iglesia,

    o, mejor dicho, a preparar el nuevo templo. A tales clubes,

    templos del futuro, se oponen las doctrinas socialistas de

    sarrolladas por todos los perturbadores occidentales. El

    positivismo adopta, pues, la misin de reemplazar la agitacin

    por la cooperacin, y la poltica revolucionaria por la nueva

    religin, cuyos sacerdotes han de ser los socilogos o, como con

    tanta exactitud dice Auguste Comte, los socicratas. Su papel

    consistir, pues, en educar al proletariado dentro de los pe

    queos grupos que ste organiza espontneamente y en des

    truir, al mismo tiempo, las peligrosas utopas sociales que

    consisten en recurrir a los medios polticos all donde deben

    prevalecer los medios morales.

    Pero lo temible de esas utopas es, sobre todo, su hostili

    dad para con la organizacin jerarquizada de la produccin y

    de la sociedad: ...esta utopa no se opone menos a las leyes

    sociolgicas, por el hecho de desconocer las constituciones na

    turales de la industria moderna, de las que querra descartar

    a jefes indispensables. Sin oficiales no hay ms ejrcito que

    sin soldados; esta nocin elemental conviene tanto al orden

    industrial como al orden militar... Ninguna gran operacin

    sera posible si cada ejecuante debiera ser tambin administra

    dor, o si la direccin estuviese vagamente confiada a una comu

    nidad inerte e irresponsable, escribe Comte en su Discurso

    sobre el conjunto del positivismo.

    Marx piensa, por el contrario, que el problema no consiste

    en organizar la sociedad capitalista, sino en trabajar en pro

    de su desaparicin. Para l, el anlisis social no tiene la fina

    lidad de dar fundamento a una accin sociocrtica, sino que

    debe servir al proletariado en su lucha por destruir la sociedad

    clasista y poner fin a la accin poltica. Los clubes deben

    transformarse, no en seminarios de educacin, sino en parti

    dos del proletariado, en partidos que puedan escoger el atajo

    47

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    de la lucha poltica para tomar el poder, para poner fin a la

    separacin entre poder y sociedad.

    Marx vio la importancia de la palabra social y de la dis

    cusin de grupo: En cuanto a la victoria final de las propo

    siciones enunciadas en el

    Manifiesto,

    Marx la esperaba nica

    mente del desarrollo intelectual de la clase obrera, tal cual

    deba necesariamente resultar ste de la accin comn y de la

    discusin (Engels, ltimo prlogo al

    Manifiesto comun ista).

    Hoy tenemos que comprender la importancia que Marx y Engels

    asignaron a la discusin, la autoformacin del proletariado, la

    conciencia social y la crtica de las ideologas.

    Pero en la obra de Marx no hay, ni puede haberlo dados

    los fundamentos de sus anlisis, lugar para una teora posi

    tiva de grupos y organizaciones. El autor del

    Manifiesto

    y de

    El capital

    muestra, por el contrario, que la sociedad industrial

    y el reinado de la burguesa disuelven las relaciones humanas

    en todas las esferas de la vida social. Sin embargo, debido a

    esta necesaria disolucin, en la existencia social se cumple un

    trabajo dialctico. As, el estallido mismo del grupo familiar

    prepara una forma nueva, futura, de las formas destrozadas:

    ...tanto en la histo-ia como en la naturaleza, la podredumbre

    es el laboratorio de la vida.

    Los grupos de trabajo de los viejos oficios tambin han

    estallado. la cooperacin ttulo de un captulo de

    El

    capital

    en las empresas modernas implica slo una solida

    ridad completamente mecnica y de yuxtaposicin; es el tra

    bajo desmigajado, en el que cada cual efecta nicamente una

    parte muy especializada en la preparacin de los objetos fabri

    cados; los grupos no son ms que los productos de la divisin

    del trabajo y de la concentracin industrial de los obreros en

    fbricas-cuarteles. Pero la Comuna de Pars ya anuncia, segn

    Marx, el

    self government

    de los trabajadores, la autogestin

    obrera como base del futuro sistema social. La revolucin social

    ha de restablecer, en un nivel superior, la verdadera coopera

    cin. El hecho previo es, necesariamente, el trastorno absoluto