lapassade, georges - grupos. organizaciones e instituciones
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G E O R G E S L A P A 8 8 A D E
S E R I E R E N O V A C I N P E D A G G I C A
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G r u p o s
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G E O R G E S L A P A S S A D E
L a t r a n s i o r m a c l n d e i a i i r o c r a c i a
editorial
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Ttulo del original francs:
Groupes, organ isationes institutions
Bordas, Pars, 1974
Diseo de cubierta: Marc Valls
Tercera edicin, enero de 1999, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
7y
Editoria l Gedisa ,S.A.
Muntaner, 460, entlo., 1.'
Tel .201 60 00
08006 - Barcelona, Espaa
e-mail:
gedisa@gedisa .com
http.V/www.gedisa.com
ISBN: 84-74324)09-7
Depsito legal: B-4.179/1999
Impreso en Romany Valls
Verdaguer, 1. 087 86 Capellades (Ba rcelona)
Impreso en Espaa
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Queda prohibida la reproduccin total o parcial por cualquier me
dio de impresin, en forma idntica, extractada o modificada, en
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NDICE
Prefacio a la tercera edicin francesa 9
Prlogo de Juliette Favez-Boutonier
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Prefacio a la segunda edicin francesa . . . .
15
Introduccin
39
Captulo I- Las fases A , B y C 43
Captulo 11. Los grupos: Investigacin For
macin Intervencin . . . 69
Captulo III.
Las organizaciones y el problema d e
la burocracia 107
Captulo IV. Las instituciones y la prctica insti
tucional 213
Captulo V.
Dialctica de los grupos, de las or
ganizaciones y de las institucio nes . 24 9
Apndice
Uxico
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Bibliografa 325
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P RE F ACI O A LA T E RCE RA E DI CI N E N F RANCE S
Hacia 1963-1964, en momentos en que escriba este libro,
habamos desarrollado en torno del movimiento de grupos una
ideologa que luego hubo de hallar algn eco en el movi
miento de mayo de 1968; de modo especial, la ideologa de la
liberacin de la palabra. Pero hoy se trata antes bien, dentro
del nuevo movimiento de grupos, de incluir en el programa la
liberacin del cuerpo.
Esta nueva orientacin es, en conjunto, antipalabrista, an
tianaltica. Su horizonte poltico resulta bastante oscuro. Pero
es dable ver los vnculos del nuevo movimiento de grupos con
los movimientos de liberacin sexual e igualmente con prcticas
teraputicas mucho ms antiguas, como las del trance...
La ideologa microsociolgica y micropoltica de la dcada
del sesenta y del nmero de
Arguments
de 1962 sobre la
psicosociologa en sus relaciones con la poltica se ha vuelto
iflactual, y yo no asumo ya las tesis micropolticas desarrolladas
en el presente libro. Pienso, por el contrario, que el nuevo
movimiento de grupos de bioenerga, gestait, encuentro y ex
presin podra tener, dentro de un trmino ms o menos largo,
un efecto liberador anlogo a los efectos de la dinmica de
grupo de hace diez aos.
Hoy me hallo asimismo muy lejos del anlisis institucional
tal cual lo defina diez aos atrs. La tarea consiste en des
construir y reconstruir el concepto de
institucin.
Tan necesaria reconstruccin la exigen tambin los trabajos
desarrollados dentro del movimiento de la psicoterapia insti-
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tucional que ejercan influencia sobre nuestras primeras inves
tigaciones institucionales. As, recientemente, F. Tosquelles
declara (en Connexions n." 7) que no se debe confundir ins
titucin y establecimiento, es decir, la escuela o el hospital...
Estas observaciones permiten despejar por el momento una
ambigedad: ya no se definir el anlisis institucional en
situacin de intervencin por la referencia a establecimientos
clientes; no se trata de analizar esas instituciones. En una
palabra, tengo que retomar el problema por la base.'
El anlisis institucional ha entrado en un perodo de crisis,
y debemos buscar nuevas formas de intervencin.
La primera parte del libro, que trata de las fases A, B y C ,
est directamente inspirada en trabajos de Serge Mallet, en su
libro sobre la nueva clase obrera, en nuestras charlas y nuestra
amistad. Serge Mallet muri en un accidente automovilstico
en julio de 1973. Siempre, hasta el da de su muerte, se preo
cup por los problemas que aquejaban al movimiento obrero
en Fos; al mismo tiempo militaba en el movimiento occitano.
Dedico esta nueva edicin a su memoria.
Georges Lapassade
Pars ,
15 de mayo de 1974.
1.
Es lo que har en mi prximo libro.
Le dsir et Vinstitution.
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P R O L O G O
El estudio de pequeos grupos ha generado entre especia
listas de las ciencias humanas la gran esperanza de llegar a
descubrir leyes comunes y profundas que rigen tanto al indi
viduo como a la sociedad. De este modo finalizara un dilema
del que la psicologa y la sociologa de comienzos de siglo slo
podan salir merced a una eleccin arbitraria, ya que resultaba
tan imposible comprender al hombre sin el medio social que
le es indispensable como a la sociedad sin los seres humanos
que la constituyen.
Ahora bien, en el nivel del pequeo grupo las relaciones
interprofesionales aparecen vinculadas a las conductas de los
individuos y a interreacciones que el observador puede adver
tir con precisin. Y cuando el pequeo grupo es experimental
o casi experimental y est dirigido de acuerdo con diversos
modos de ejercicio de la autoridad o se encuentra artificial
mente liberado de toda tarea comn distinta de la de estar
juntos, se hace presente, en efecto, que aquello que sucede
no es una cosa cualquiera, puesto que todos toman conciencia
de la presencia de los dems dentro de un clima en el que se
capta en vivo el estrecho lazo de cada existencia con la del
prjimo. La experiencia del grupo otorga as un sentido nuevo
al Concete a ti mismo, que sigue siendo la ltima palabra
de toda sabidura y de toda cura psicolgica, pero que tambin
proporciona la prueba de que ese conocimiento para ser cabal,
debe tomar en cuenta lo que otros nos revelan acerca de noso-
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tros mismos, tanto por el papel que nos asignan como por el
que asumimos.
La experiencia as adquirida, por indiscutible que sea, plan
tea muchos problemas. La utilizacin que, aquellos a quienes
tenemos la costumbre de llamar psicosocilogos, hacen de los
efectos de la experiencia del grupo para diagnosticar las ten
siones que existen entre los miembros de ciertos pequeos
grupos naturales y para atenu arlas m ediante la facilitacin de a
toma de conciencia por los individuos del origen de esas ten
siones, ha llevado a pensar que, ms all de las aplicaciones
psicolgicas o psicoterpicas de tales tcnicas, hay posibles
consecuencias sociolgicas. Si el conocimiento de las leyes que
rigen la vida de los pequeos grupos le permite al psicosoci-
logo establecer en el equipo y la empresa un clima de coope
racin y buen entendimiento, reemplazando los conflictos de
autoridad o de avidez, por qu no se habran de utilizar los
mismos mtodos para poner fin a la lucha de clases y hasta
a la guerra? Este optimismo tal vez ingenuo, pero que podra
parecer cuando menos simptico, ha sido criticado por razones
ms polticas que cientficas, hasta el extremo de que la extra
polacin de las leyes de la vida de los pequeos grupos a las
sociedades humanas en su conjunto no slo se ha visto injus
tificada, sino adems acusada de tapar los designios inconfesos
de un poltica conservadora; peor an, la sospecha de tal ma
nera arrojada sobre el mtodo se ha extendido hasta las expe
riencias limitadas a los pequeos grupos. Los psicosocilogos
aparecen, as, como agentes de una sociedad que, para defender
instituciones caducas, organiza insidiosos y falaces artificios
destinados a convertir en sumisos a quienes se hallaban dis
puestos a sublevarse. En alguna medida, un opio psicolgico
que nada tiene que ver con la realidad social, a la que, an
tes que revelar, oculta.
Indiferente a esas posiciones extremas haba, no obstante
y la hay an, una psicologa social carente de toda razn
para renegar de los hechos hoy demasiado conocidos por mu
chas experiencias para que se los considere como artefactos
sin valor. Acaso haya que extraer ante todo una primera lec
cin de esas polmicas y preguntarse si en el seno de una
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sociedad, sea la que fuere, se puede crear un grupo siquiera
efmero, poseedor de una nueva-estructura, sin ver aparecer
en l, o alrededor de l, fenmenos que muestren que a ese
grupo no se le puede aislar del medio social ntegro y sobre
todo de las instituciones a las que pertenecen los individuos
que le componen. Sin dejar, pues, de reconocer el valor de
las leyes descubiertas por la dinmica de grupos, hemos de ob
servar que la confianza de los jefes de una institucin en la
que se ha formado un grupo experimental resulta necesaria
para que el grupo pueda continuar su experiencia. Y si la
evolucin de ste inquieta a las autoridades responsables o
pone en tela de juicio algunos aspectos de la institucin, es el
conjunto de la institucin quien va a verse reaccionar a la exis
tencia del grupo. Desde luego, es normal y deseable que las
instituciones evolucionen. Pero entre la evolucin y la revolu
cin la confusin es fcil, sobre todo si, como nos lo ensea
la psicologa, la resistencia al cambio es propia no slo de los
individuos, sino tambin de los grupos, y suscita reacciones de
defensa que suelen ser extremadamente vivas. De este modo
la psicosociologa, acusada por algunos de defende r a un a
sociedad conservadora, puede ser considerada por otros como
encubridora de peligrosos fermentos revolucionarios y artera
socavadora de la autoridad reconocida, de costumbres y tra
diciones. Habr quienes se sientan tentados de sacar la con
clusin de que hay, ms que una psicosociologa, psicosoci-
logos con sus opciones tericas y polticas personales. Pienso
que para darse cuenta de su error ha de bastarles leer este
libro de Georges Lapassade. Cierto es, en efecto, que, si el
autor toma a menudo posicin, los hechos objetivos de que
informa, tanto en el campo de la historia de las ideas como
en el plano de la experiencia concreta, no admiten ser trata
dos como si fueran puntos de vista subjetivos. Y porque he
asistido a la evolucin de su pensamiento s cuan respetuoso
es Georges Lapassade, de la objetividad de la informacin,
aun cuando aporta a la investigacin una pasin que trae con
sigo, ora el entusiasmo, ora, de cuerdo con los mecanismos
que recordbamos hace unos instantes, la protesta. Nadie olvida
de qu modo las discusiones que provoca, sin parecer buscarlas,
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se mantienen vivas y enriquecedoras a causa de su vasta cultura
y de la honestidad con que se empea en ellas sin la menor
reserva. No ha procurado tener alumnos, pero ha hecho es
cuela. El hallazgo de este filsofo comprometido ntegramente
en una activa investigacin ha signado espritus y suscitado
vocaciones cuyos efectos a largo plazo me es dado comprobar,
especialmente entre aquellos que exploran, tras l, los difciles
caminos de la pedagoga institucional. Por eso este libro no
necesita, ante un pblico realmente numeroso, otro introductor
que Lapassade mismo.
Con todo, se me ha proporcionado la ocasin de testimo
niar al autor de la presente obra mi estimacin por su trabajo
y de destacar el inters que presentan sus investigaciones sobre
la autogestin educativa, en particular para la psicologa y la
pedagoga. Yo no podra olvidar que su pensamiento se desa
rrolla con una profunda continuidad, puesto que los temas
encarados en su tesis relativa a la entrada en la vida se en
cuentran en este libro juntamente con esa crtica de las ilu
siones de la adultidad que no aceptamos, quiz, sin reservas,
pero que nos parece justificar nuestra certidumbre de que en
un mundo difcil y nunca acabado Georges Lapassade nos
reserva otros descubrimientos y no nos dite, hoy, su ltima
palabra.
Juliette Favez-Boutonier
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P RE F ACI O A LA S E GUNDA E DI CI N F RANCE S A
Este libro que trata de los grupos, las organizaciones y las
instituciones ha nacido de preocupaciones vinculadas, esencial
mente, a mi experiencia en materia de psicosociologa. Se trata
de un trabajo que me haba conducido a comprobar y demos
trar, mediante experiencias instituidas, que el origen y el sen
tido de lo que ocurre en los grupos humanos no es cosa que
se deba buscar tan slo en aquello que aparece en el nivel
visible de lo que se ha dado en llamar dinmica de grupo.
As hayan sido creados para la formacin de los hombres o para
la experimentacin e investigacin de las leyes, hay una
dimensin oculta, no analizada y, sin embargo, determinante:
la dimensin institucional. Propuse entonces (1963) denominar
anlisis institucional al procedimiento que apunta sacar a luz
ese nivel oculto de la vida de los grupos, as como su funcio
namiento.
El presente trabajo, elaborado a partir de una experiencia
pedoggica y psicosocilogica, me haba llevado, pues, a con
clusiones bastante aproximadas a las tesis desarrolladas por la
corriente de la psicoterapia institucional. De sta se ha retenido
el hecho de que los psicoterapeutas institucionalistas han mos
trado que la terapia de grupo practicada en colectividad de
hospital carece de efectos decisivos si no se toma en cuenta
la dimensin institucional de esa colectividad. Para tomarle en
cuenta, preciso es trabajar la institucin misma; hay que cuidar
esmeradamente la institucin. Es esta una advertencia dema
siado breve para decir con algn rigor qu son hoy por hoy los
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aportes decisivos de tales escuelas. Pero stos nos bastan para
indicar de qu manera investigadores y expertos se han visto
llevados en el curso de estos ltimos aos a establecer difini-
t ivamente que un grupo y por grupo entiendo tambin
una organizacin social se halla siempre sobredeterminado
por instituciones. Si se desea analizar lo que ocurre en un
grupo, ya sea ste natural o artificial, pedaggico o expe
rimental, hay que dmitir como hiptesis previa que el sentido
de lo que ocurre aqu y ahora en este grupo tiene estrecha
relacin con el conjunto del tejido institucional de nuestra
sociedad.
Existe, luego, una relacin de interdependencia entre los
conceptos de
grupo, organizacin
e
institucin,
as como entre
'.os niveles de la realidad social que estos conceptos querran
circunscribir.
Desde un punto de vista tpico, las nociones de grupo,
organizacin e institucin, que en el lenguaje corriente permi
ten designar a tres niveles del sistema social, pueden tambin
servir para determinar tres niveles del
anlisis institucional
(o socianlisis institucional).
El primer nivel es el del
grupo.
Definiremos, pues, el nivel
de la base y de la vida diaria. La unidad bsica es el taller,
la oficina, el aula. En este nivel se sita la prctica socioana-
ltica del anlisis y de la intervencin. En este nivel del sistema
social
ya hay institucin:
horarios, cadencias, normas de tra
bajo,
sistemas de control, estatutos y funciones cuya finalidad
consiste en mantener el orden y organizar el aprendizaje y la
produccin. En el taller, las normas del trabajo expresan di
rectamente, como dice Marx,
el gobierno del capital
dentro
de la empresa.
Lo que ocurre en esas unidades bsicas, en esos grupos
reales ^y tambin en los grupos artificiales reunidos en semi
narios de formacin, no tiene que ver, por tanto, con el mero
anlisis psicosociolgico, si por este trmino se entiende la
tentativa de reducir el sistema social a la suma de las interac
ciones que en ste se producen. Por el contrario, hay que decir,
con K urt Le w in, qu e el anlisis del cam po de grupo implica
el anlisis del campo social en su conjunto, o sea, que el
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anlisis de grupo slo es cierto si se basa en el anlisis insti
tucional. En la base de la sociedad las relaciones humanas se
rigen por instituciones: bajo la superficie de las relaciones
humanas (e inhumanas) estn las
relaciones de produccin,
de dominacin, de explotacin...
Todo el sistema institucional est ya all, entre nosotros,
aqu y ahora. Se halla en la disposicin material de sitios y
herramientas de trabajo, en horarios, programas, sistemas de
autoridad. En el taller y el aula est presente, aunque disimu
lado, el poder del Estado. Y en ese mismo nivel bsico hay
que situar a la familia, a la institucin de la afectividad y la
sexualidad, a la organizacin exogmica de los sexos, a la pri
mera divisin del trabajo, a la primera forma de la relacin
entre las edades, entre las generaciones. El grupo familiar cons
tituye el cimiento ms firme del orden social establecido, el
punto donde se efecta, como lo muestra Freud, la interiori
zacin de la represin, que prosigue en la escuela. Esa es la
base del sistema.
El segundo nivel es el de la
organizacin.
Es el nivel de
la fbrica en su totalidad, de la universidad, del estableci
miento administrativo. En el nivel de la organizacin, grupo
de grupos regidos asimismo por nuevas formas, se lleva a cabo
la mediacin entre la base (la sociedad civil) y el Estado.
Para nosotros se trata de un segundo nivel institucional: nivel
de los aparatos, de las retransmisiones, del envo de rdenes;
nivel de la organizacin burocrtica. En este caso vemos cmo
las instituciones ya adquieren formas jurdicas. Tal es, por
ejemplo, el nivel de la propiedad privada de los medios de
produccin.
El tercer nivel es el de la
institucin,
siempre que al tr
mino se le reserve su significacin habitual, que restringe su
empleo al nivel jurdico y poltico. Pero la sociologa clsica,
sobre todo de Durkheim aqu ya ha desbordado su significacin
restringida. Tanto para Durkheim como para los socilogos
que le sucedieron, las instituciones definen todo aquello que
est establecido, es decir, en otro lenguaje, el conjunto de lo
instituido.
El tercer nivel es, en realidad, el del
Estado,
que
hace la Ley, que da a las instituciones fuerza de ley. De donde
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se infiere que en esta sociedad que todava es la nuestra, lo
instituyeme
se halla del lado del Esta do , en la cum bre del
sistema.
En cambio, la base del sistema est instituida por la
cumbre, excepto en perodo de crisis revolucionaria. Cuando
se levanta la represin de la cumbre sobre la base, lo
institu
yen te
se revela en las unidades bsicas. El habla social queda
liberada. Se vuelve posible la
creatividad colectiva.
Por doquier
se inventan nuevas instituciones, que ya no son, o que no
llegan a serlo todava, instituciones dominantes, signadas por
la dominancia del Estado. Tal es el esquema a la vez anatmico
y dinmico del sistema aqu descrito con los trminos de gru
pos,
organizaciones e instituciones. Es un esquema general
que se debe poder aplicar al anlisis de todo sistema, a una
empresa, una iglesia, un banco, un hospital, una escuela. Dar
un nico ejemplo el de la escuela con el slo fin de
ilustrar todo aquello que ha podido parecer un tanto abstracto
en su generalidad.
La prctica pedaggica se establece en tres niveles. E
primero de stos es el de la
unidad pedaggica
de base. Es
el nivel escolar de la clase, de la prctica docente. En la
pedagoga tradicional domina el curso, la enseanza magistral.
Las reformas introducen trabajos dirigidos, ejercicios prcticos,
seminarios, sobre todo en la enseanza superior. Pero dentro
de estas nuevas disposiciones la relacin entre educadores y
educandos conserva su estructura de poder, basada en la disi
metra que opone el saber al no saber. Convengamos en
decir, provisionalmente, que es el nivel del grpo-maestros-
alumnos. De un modo general, as se lo capta, y no se ve
que en este grupo est aquello que ha sido instituido. No se
ve que la institucin determina radicalmente la relacin maes
tro-alumno, la relacin de formacin en su vivencia misma.
El segundo nivel es el del
establecimiento:
la escuela, el
liceo, la facultad universitaria. En el presente libro he denomi
nado a este sistema de las instituciones externas.
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Al establecimiento se le suele llamar institucin. (La
ley de orientacin define Instituciones Universitarias, que
son, precisamente, las universidades, deslindadas en Unidades
de Enseanza y de Investigacin. El trmino institucin ha
designado a veces, asimismo, establecimientos de enseanza.)
Este nivel es, ante todo, el de la
organizacin.
La estructura
de la administracin universitaria es, por tradicin, autoritaria,
bien porque la autoridad emana de una eleccin (los decanos
de las facultades), bien porque resulta de una designacin (el
director de liceo). Los educandos no participan (siempre dentro
de la frmula tradicional) en el poder administrativo; antes de
mayo del 68, las decisiones del decano slo eran controladas
en las facultades por sus iguales, e:j es, los profesores titu
lares de ctedras (en el Consejo de Facultad) y los maestros
de conferencias (en la Asamblea de Facultad). Aun restringido,
ese control de la decisin se hallaba adems limitado por el
hecho de que el decano estaba y est en relacin directa con
el poder central, al que representa dentro de la facultad, y
por ser juez nico de la gestin diaria del Establecimiento. Por
ltimo, no corresponde a las instituciones modificar por s
mismas sus estructuras; la reforma slo puede provenir del
Estado. Se ha visto ya, con la promulgacin de la Ley de
Orientacin, que decreta desde arriba la supuesta autonoma
de las universidades.
E l
Estado
tercer nivel define las normas generales de
la universidad (los concursos, las lneas generales de los pro
gramas, las nminas de aptitud para la enseanza superior).
Pero est ya directamente presente en el segundo nivel (aun
que no pueda nombrar a su representante, el decano), y est
tambin en el primer nivel, puesto que los profesores contro
lan la adquisicin de los conocimientos. Es visible que los
docentes, como entregan los diplomas, son los representantes
de la autoridad estatal en la unidad pedaggica bsica.
Esta descripcin slo es institucional en un nivel directa
mente sealable: el del poder, de la organizacin, de los con
troles. Pero tales criterios no agotan en modo alguno la lista
de las normas a las que debemos reconocer un carcter insti
tucional, y stas son las que definen, en el nivel del grupo-
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clase, los procedimientos de la enseanza, su ritual, su ins
talacin dentro del espacio pedaggico, la fijacin de los
horarios, las relaciones de formacin en su extrema comple
jidad, la total ignorancia del estudiante annimo en los anfi
teatros, hasta las relaciones personales y las direcciones de
trabajos, la institucin de los contenidos como si se tratara
de aquello que se debe retener para el da del examen, la
especificidad de la relacin pedaggica, el examen...
En el camino del anlisis institucional encontramos, nece
sanamente, el Estado clasista y, por esta mediacin, la estruc
tura de clase de una determinada formacin social. As, a
partir de un grupo sometido al anlisis deberamos hallar, de
llevar el anlisis todo lo lejos que podamos, el sistema de las
clases sociales y sus relaciones. All es donde nos conduca
hace un instante el ejemplo del sistema universitario. Hoy se
reconoce que la institucin universitaria es una institucin cla
sista. Pero por ello se entiende, y hay quienes se limitan a
este punto del anlisis, la segregacin social efectuada por la
escuela, por el sistema de los exmenes y los concursos, por
el lenguaje, por todo aquello que, a partir de la desigualdad
cultural, explica la desigualdad real, disimulada por una desi
gualdad formal, de los nios y los estudiantes situados ante el
sistema de enseanza. As es como se ha establecido que la
univ ersidad es, en efecto, una institucin clasista y no una
institucin neutral del Saber, abierta a todos, protegida de los
conflictos de clases, como parece estarlo la Ciencia.
Este anlisis no es falso, pero s incompleto. Adems hay
que mostrar que el sistema jerrquico de la universidad, tal
como se reproduce bajo el inmediato control del Estado, se
halla directamente ligado a la funcin de dominacin que se
le atribuye al Saber dentro de la divisin del trabajo. La es
cuela acostusmbra a los hombres a creer que el presunto
saber otorga un poder de dominacin y explotacin. El sis
tema "burocrtico y esto no es nuevo encuentra uno de
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sus fundamentos esenciales en los misterios del conocimiento.
Marx defina el examen como el bautismo burocrtico del
Saber. Y claro est que la posesin del Saber es el producto
de una iniciacin que nos ubica del lado de quienes dominan
una sociedad, o que al menos nos f>one a su servicio. En
resumen, la universidad es una institucin clasista precisamente
en la medida en que tiene la funcin de conservar las jerar
quas en nuestra sociedad. Hecha para reproducir los sistemas
de dominacin, ella misma es una
institucin dominante.
Ahora bien, el Estado clasista no se podra mantener si el
conjunto de las instituciones se derrumbara, como sucede en
toda crisis revolucionaria. Antes de mostrarlo, tenemos an
que destacar un aspecto de la teora de las instituciones.
Espontneamente se sita al sistema de las instituciones
en un nivel de la estructura social. De este modo, toda socio
loga tiende en nuestros das a distinguir la infraestructura y
la superestructura (en lenguaje marxista), o la base morfolgica
y los sistemas institucionales (en el lenguaje de la sociologa
surgida de Durkheim). Dentro de esta descripcin se pondra
a las instituciones en el nivel de la superestructura. Pero
es olvidar, por ejemplo, que las relaciones de produccin se
hallan instituidas.
Y sobre todo, si volvemos una vez ms al ejemplo del sis
tema universitario, rpidamente vemos que a esta institucin
slo se la puede comprender como un sitio en el que se cruzan
la instancia econmica (la universidad posee una funcin eco
nmica vinculada a la plaza dentro de la produccin), la
ins
tancia poltica
(ya hemos visto su relacin con el Estado) y la
instancia ideolgica
(hoy se sabe de qu manera la universidad
produce y difunde permanentemente ideologa, afirmando, casi
siempre, que sta es la Ciencia). Se puede generalizar el ejem
plo de la universidad y decir que una institucin no es un
nivel o una instancia de un modo de produccin o de una
formacin social. La institucin no es, para emplear el lenguaje
marxista, una superestructura. Lo que se encuentra en la su
perestructura de un sistema no es ms que el aspecto institu
cionalizado
de
la institucin. Es la ley, el cdigo, la regla
escrita. Es la constitucin. Se admitir que el sistema de las
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instituciones polticas, del juego poltico, de los partidos, no
se limita a su aspecto institucionalizado, registrado en leyes
escritas. Tambin est aquello que ha sido instituido, que no
es visible de un modo inmediato y que forma parte de la
institucin. Esto nos conduce a plantear como principio que
la institucin no es un nivel o una instancia de la formacin
social, sino un producto del cruce de los niveles o las instan
cias. Y este producto est sobredeterminado por el conjunto
del sistema a travs de la mediacin del Estado.
El Estado se forma en el origen de las grandes civilizacio
nes, no bien la produccin se organiza en gran escala. Al mis
mo tiempo aparece en os sistemas del despotismo oriental
la primera clase dominante. Despus, una civilizacin se libera
del Estado oriental: en la aurora griega de las sociedades occi
dentales, el Estado y la clase dominante dejan de coincidir en
un todo. La nueva clase dominante fundamenta ahora su do
minacin en la propiedad privada, y el Estado pasa a ser su
instrumento. En el curso de la historia occidental una
historia especfica, que rompi su nexo original con el modo
de produccin asitico las clases dominantes cambian al
mismo tiempo que los Estados. Pero la postura de la clase
dominante es siempre el control del aparato estatal.
Esto es particularmente claro en el paso de la sociedad
feudal a la sociedad burguesa. El Estado se establece entonces
en el compromiso de la lucha de clases, hasta el momento en
que se convierte, con el advenimiento de la Revolucin Fran
cesa, en lo que todava hoy es para nosotros: el Estado bur
gus.
Marx primeramente y luego Lenin han mostrado este
nacimiento y esta funcin del Estado, lugar de descifre del
modo de produccin. Para el movimiento revolucionario, esto
es determinante, hasta el extremo de que desde hace casi un
siglo el anlisis poltico y la accin slo alcanzan su verdadero
punto de legitimidad si el Estado, con su polica, su ejrcito
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y su burocracia, se presenta visiblemente como tema primero
de la crtica y como el elemento que se debe destruir.
Es cierto, en efecto, que la clave del cambio revolucionario
estriba en la destruccin del aparato estatal burgus. La socie
dad burguesa y capitalista slo dejar efectivamente de existir
cuando haya perdido la cabeza, cuando se la haya decapitado.
Un rey guillotinado: ese es el smbolo ms directo de una
revolucin. La revolucin no es, as, el golpe de Estado. Por
irrisin y mistificacin quienes se aseguran el poder por esta
va se proclaman, a veces, revolucionarios. Toda revolucin
popular es siempre un proceso que comienza a reemplazar al
Estado por una soberana polimorfa, por un nuevo sistema
institucional al que no sojuzgue ya la dominacin central y
en el que las instituciones de la Sociedad dejen de ser insti
tuciones dominantes. La conquista del aparato estatal ser
posible, escribe Gramsci, cuando los obreros y los campesinos
hayan formado un sistema de instituciones capaz de sustituir
al sistema actual.
Desde la entrada de la revolucin, nuevas instituciones,
suscitadas por el desarrollo mismo del proceso revolucionario,
prefiguran lo que puede llegar a ser la nueva sociedad. Las
instituciones de la revolucin son los clubes, las asociaciones
y, de un modo ms general, todo aquello que posibilita la
expresin y el ejercicio de la soberana colectiva. Ea los mo
mentos revolucionarios que conocemos para atenernos a los
ms
clsicos,
es decir , en el 89, en 1848, 1871 y 1917 vemos
surgir una y otra vez Asambleas Generales Permanentes que
expresan la liberacin de lo
instituyeme
en la sociedad, q ue
instituyen nuevas formas de vida social y que inventan de
manera colectiva mtodos de regulacin.
Al mismo tiempo se entabla rpidamente una lucha entre
la revolucin oficial y la revolucin dentro de la revolucin.
En T 79 0 se denuncia a la vez a los sostenedores de l an tiguo
rgimen y a la anarqua, a los izquierdistas y a los dere
chistas. En competencia con las instituciones revolucionarias,
en la nueva legalidad se construyen instituciones surgidas de
la Revolucin. Y es ya el reflujo. Con posterioridad a Trotsky,
a menudo se ha descrito esta dialctica interna del proceso
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revolucionario.
La revolucin permanente
debera significar que
la revolucin no podr en rigor producir nunca instituciones
acabadas, consumadas, sino, por el contrario,
instituir
lo
ins-
tituyente, hacer que la soberana colectiva no se aliene ya en
instituciones que nuevamente se autonomicen.
Las instituciones tienden a
estatizarse
en momentos mis
mos en que la revolucin comienza por abolir el Estado. Las
instituciones tienden a volverse autnomas y con ello, nue
vamente, dominantes, esto es, al servicio de la nueva clase
dominante. El proceso instituyente participa, pues, en la cons
truccin de la nueva clase. Las instituciones pasan a ser insti
tuciones de sta. Por cierto que mediante un proceso semejante
se constituye la nueva ideologa. En el 89, las ideas de libertad
e igualdad son compartidas por todos y tienen un alcance uni
versal. Pero en seguida la clase dominante las desnaturaliza
las recupera, y la l ibertad se convierte en
su
libertad.
Restricciones y adaptaciones encauzan en la
Declaracin de los
Derechos del Hombre,
desde los primeros textos, la subversin
ideolgica y logran que las mismas armas sirvan para ocultar
y a la vez justificar la nueva dominacin. Dentro mismo de la
ideologa revolucionaria se entabla una lucha en pro de la
des
viacin del sentido y para transformar un discurso verdadero
sobre la sociedad en ideologa dominante.
Desviacin de las instituciones, desviacin de las ideologas:
ambos movimientos, solidarios, son el producto de la crisis
revolucionaria. La ideologa y las instituciones se convierten
en nuevos diques, en nuevas formas de represin social. En
tonces el nuevo Estado se mantiene penetrando en la sociedad
por todos sus poros, habituando a sus subditos a la obediencia,
controlando la informacin, la moral pblica, los modos de
actuar y pensar, todo cuanto los socilogos durkheimianos,
idelogos servidores del Estado, denominaron precisamente, a
comienzos de siglo, instituciones. El anlisis institucional se
propone sacar a luz este doble juego institucional, esta lucha
entre aquello intituyente y esto instituido, remontar el Estado
a partir de las instituciones dominantes presentes en nuestra
experiencia, aqu y ahora.
La ideologa es un proceso de desconocimiento social. Pro-
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hbe el acceso a la verdad, al conocimiento efectivo de la so
ciedad. El anlisis de las ideologas y de las instituciones,
que son siempre sus soportes slo se puede emprender a
partir de una hiptesis sobre lo que no se ha dicho. Por
qu existe lo no dicho, por qu hay secreto en los grupos?
El anlisis sociolgico tradicional formula una hiptesis apa
rentemente parecida sobre el no saber en la sociedad. Es un
anlisis que supone, en efecto, que la gente no sabe qu es
ni qu hace cuando escucha la radio, cuando compra, cuando
vota, cuando juzga a la sociedad y el lugar que ocupa en sta.
La sociedad implica siempre por parte de sus miembros un
desconocimiento del sentido estructural de sus actos, de qu
determina sus elecciones, preferencias y rechazos, opiniones y
aspiraciones. Al sacar a luz los parmetros de la estructura
social, el socilogo muestra por qu se prefiere determinado
oficio, por qu se decide proseguir tal tipo de estudios. Mues
tra, al mismo tiempo, que ese anlisis no puede ser inmediato,
que los sujetos interrogados no pueden encontrar espontnea
mente qu los ha determinado. Es una crtica de las posibili
dades de una verdad espontneamente encontrada, pero no se
dice por qu se puede manifestar esa espontaneidad.
El anlisis institucional debe tratar de dar razn de ese
desconocimiento, no mediante una simple ignorancia de las
estructuras y los funcionamientos sociales, sino por un meca
nismo de represin colectivo. Formular la hiptesis de que
al sentido se reprime, de que no podemos decir ni aun pensar
lo verdadero, porque una represin social nos prohibe de
manera permanente el acceso a la verdad sobre nuestra situa
cin y sobre el conjunto del sistema. La constante represin
del habla social, aquello
no dicho
dentro de los grupos, pro
vendra as en ltimo anlisis, de la represin permanente del
sentido en nuestra sociedad, represin que encuentra su origen
en la dominacin mantenida por las clases dirigentes y por su
instrumento de opresin: el Estado, quien cumple su funcin
de ocultacin ideolgica a travs de las mediaciones institu
cionales que penetran por todas partes a la sociedad. El Estado
controla la educacin, la informacin y la cultura. Mantiene
lo no dicho suscitando por doquier en la prensa, en el in-
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tercambio de todos los das la autocensura, el juego de nor
mas que prohiben la verdadera comunicacin. La contraprueba
es la liberacin de la palabra dentro de la crisis revolucionaria
cuando se levanta la represin.
La Revolucin es el objeto central de la represin. Para
evitarla, las ideologas y las instituciones dominantes funcionan
y mantienen la adhesin colectiva a la dominacin, al mismo
tiempo que tratan de evitar el conflicto y la lucha que pudie
ran poner fin a la dominacin.
En ese conflicto el socilogo no es neutral. Su papel con
siste,
habitualmente, en fabricar ideologa, en llenar el silencio
de la sociedad con un discuro falso en torno de ste, en colmar
permanentemente el vaco de las significaciones sociales, en
producir significaciones para eliminar el sentido. Debido a
ello, la sociologa es un sntoma de la sociedad. Y por eso la
protesta de la Sociedad moderna implica la autoimpugnacin
de los socilogos.
Antes de la crisis de mayo, nuestras investigaciones insti
tucionales remataban en un callejn sin salida. Haca ya mucho
tiempo que buscbamos en vano superar desde adentro los
puntos de detenimiento de las ciencias sociales, en especial
de la psicosociologa de grupos, de las organizaciones y las
instituciones. Al mismo tiempo queramos desarrollar, con una
pequea minora de docentes, las tcnicas de la pedagoga ins
titucional y de la autogestin. La empresa, a la vez terica y
prctica, exiga la reconstruccin del concepto de
institucin.
Aun cuando muchos socilogos haban situado este concepto,
con posterioridad a Durkheim, en el centro de la teora socio
lgica, nosotros habamos descubierto, a partir de determinadas
prcticas psicosociolgicas y pedaggicas, la ocultacin funda
mental y permanente de la dimensin institucional en el
aqut-
ahora
de las relaciones de produccin, de formacin, de tra
tam iento. . .
Despus de un trabajoso redescubrimiento de la dimen
sin institucional en la prctica y el anlisis, algunos de no-
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sotros pensbamos que era posible transformar radicalmente la
educacin, el aula, la universidad y acaso hasta el Estado mer
ced al establecimiento subversivo de nuevas instituciones
dentro del grupo-clase, y ello a la luz de tentativas paralelas
de los psiquiatras institucionalistas, que inventan nuevas
instituciones teraputicas para las necesidades del tratamiento.
Pero progresivamente llegamos a descubrir que este proyecto
era profundamente utpico.
La crisis de mayo disip las ilusiones y las desinteligencias.
En adelante, la crisis de las instituciones pas a ser evidente
en todos los niveles de nuestro sistema social. Desde luego,
las instituciones universitarias siguen en pie, apenas reforma
das; pero es pura fachada. Detrs slo hay vaco: la regulacin
ha reemplazado a las tareas de aprendizaje. Se discute a todas
las finalidades, y no hay ya nadie que crea en la validez de
esta vieja institucin, que slo logra mantenerse gracias al
temor. Ya no se podr detener la toma de conciencia de todo
el mundo, educandos y hasta educadores; respecto de qu sig
nifican realmente las instituciones del saber, de la cultura y
del aprendizaje. Todo ha quedado al descubierto: relaciones
disimtricas entre docentes y alumnos, control de los conoci
mientos y colacin de ttulos y formas autoritarias de la de
signacin de docentes. Todo es puesto en tela de juicio por la
crisis. Y el detenimiento provisional de sta no ha dete
nido la disgregacin del sistema de enseanza.
Es una crisis desencadenada y animada por los jvenes.
A travs de su intervencin directa y decisiva en el desorden
poltico hemos verificado qu significa la institucin del adulto
y su funcin represiva. La integracin dentro del sistema de
la vida calificada de adulta, con sus normas, sus mitos, sus
privilegios y sus sojuzgamientos, constituye uno de los instru
mentos ms eficaces del control social, es decir, de la con
trarrevolucin permanente en nuestra sociedad. En el momento
de entrar en la vida, los jvenes descubren el horizonte de la
represin, que ha de ser el de toda su vida. Pero lo rechazan,
y con ello rechazan al sistema social ntegro. Pese a las dife
rencias de clase que opinen y separan a los estudiantes de los
obreros jvenes, la solidaridad institucional es causa de que
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la clase de la edad sirva de mediacin evidente en las fases
de progresivo desencadenamiento de las luchas. En nuestra
sociedad, el conflicto central no es el conflicto de las genera
ciones; es la lucha de clases. Pero el rechazo de la integracin
social por la generacin joven se vuelve o , mejor d icho,
es desde un primer momento un rechazo de la sociedad
clasista, descubierta y repelida a partir de una situacin ins
titucional especfica. En nuestra sociedad los jvenes se hallan
dominados. Pero de ellos y gracias a su rechazo puede advenir
un verdadero trastorno del sistema de formacin y encuadra-
miento de la juventud.
Por mediacin de los jvenes, la crisis de las instituciones
ha alcanzado a las organizaciones capitalistas de produccin,
pero tambin, y al mismo tiempo, a las organizaciones de la
clase obrera, cuya funcin institucional ha sido impugnada por
los trabajadores. Los obreros han rechazado las negociaciones
en la cumbre. Han entrado en la huelga sin previo aviso. Al
gunos, sobre todo los jvenes, han encontrado la eficacia de la
accin directa, de la transgresin de las normas ya instituidas.
La accin directa ha vuelto a ser una prctica subversiva cuya
eficacia se ha verificado. Esta crtica de las instituciones uni
versitarias, econmicas y sindicales mediante acciones directas,
mediante
actos
(huelga salvaje, ocupacin y autogestin como
forma de huelga activa), va infinitamente ms lejos que la cr
tica formulada habitualmente contra la burocratizacin de los
establecimientos y los aparatos. En la crtica tradicional los so
cilogos muestran las disfunciones burocrticas de las organi
zaciones, y los tericos polticos de la burocracia denuncian
la traicin de los dirigentes. En otro volumen hemos exa
minado ya estas crticas, hoy tan conocidas. Pero la crtica
activa va ms lejos an.
En la actualidad se critica en todas partes las regulaciones
institucionales fundamentales de nuestra sociedad. La funcir
integradora de las instituciones y el eludir o la disimulacin per
manente de los conflictos aparecen a la vista de todos. Lo
que se suele llamar crisis de civilizacin es fundamental
mente crisis de las instituciones que dan basamento y protegen
a la civilizacin, aseguran la difusin de sus mensajes, trans-
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miten las ideologas dominantes y resguardan la estabilidad y
el mantenimiento del orden. Detrs de este orden estn siem
pre las fuerzas de la represin. En una sociedad de desigualdad
y dominacin, las instituciones dominantes se hallan siempre
vinculadas, en mayor o menor grado, a la represin; ellas mis
mas son represivas. Ya lo subrayaba el socilogo Max Weber:
las instituciones no necesitan el consenso de los participantes
para existir; les basta con que se las articule sobre el poder
del Estado. Y se mantienen gracias a la amenaza.
Los acontecimientos de mayo fueron para nosotros, por pri
mera vez, una confirmacin y una refutacin de todo cuanto
habamos podido producir; por tanto, de este libro. Una con
firmacin, al parecer, si se considera la importancia que en el
curso de tales acontecimientos adquiri la ideologa de la din
mica de grupo, modificada, mediante la crtica de la burocracia,
por los primeros ensayos de autogestin pedaggica. Peto a^l
mismo tiempo el acontecimiento hubo de refutar, como ya
hemos dicho, la ilusin consistente en tomar demasiado en
serio el trabajo de educadores autogestores, de animadores so
ciales y de psicosocilogos de la intervencin. Bien decamos
que nuestro trabajo resultaba ambiguo, que la prctica de los
socioanalistas era reformista, aunque soliera presentar de una
manera filigranada la impugnacin informal en la base de la
sociedad y el nacimiento de una sociedad salvaje. No habamos
admitido suficientemente que el levantamiento de la represin
que deja en libertad a las posibilidades y las reivindicaciones
instituyentes en los grupos, al mismo tiempo que la verdadera
palabra social slo poda llegar merced a la directa interven
cin de los dominados en las escuelas, en las fbricas, en el
conjunto de la sociedad, y no por la intervencin de aquellos
a quienes su estatuto de formadores o de analistas
separados
sitan, generalmente, del lado de la represin.
Utopa, reformismo, ilusiones sobre las posibilidades de
la intervencin socioanaltica: esto se hizo evidente cuando la
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transformacin que pensbamos preparar con nuestra prctica
institucional lleg de otras partes, es decir, cuando otros abrie
ron la primera brecha. Nuestra protesta permaneca encerrada
en artculos, libros, seminarios, ghettos de idelogos y expertos,
nuestros colegas, que por otra parte, la trataban como una
aberracin, como un extravo, hasta el da en que los controles
institucionales saltaron al nivel de un poder al que nuestras
intervenciones jams podan alcanzar. Cuando estudiantes y
obreros pusieron en prctica la accin directa y la ocupacin
de los sitios instituciones del poder, la liberacin de la crea
tividad instituyente, aguardada en vano en Jos grupos de an
lisis,
invadi la vida diaria.
Hay, pues, que oponer la accin directa y revolucionaria
al anlisis institucional? Hay que renunciar a todo aquello
que propone este libro? No se puede, por el contrario, rein-
ventar el anlisis, admitiendo que su funcin es supletoria
mientras se halla separada y que el anlisis slo se realiza de
veras cuando la sociedad ntegra entra en anlisis y conduce
el anlisis? Si se procura a cualquier precio salvar el anlisis,
en todo caso hay que reexaminar la regla analtica fundamen
tal, importada del psicoanlisis y que opone el anlisis a la
accin, excluyendo el paso al acto dentro del trabajo analtico.
De qu puede servir una actividad socioanajtica de formacin
e intervencin si nada cambia realmente? Esta es la pregunta
que con mayor claridad se les plantea hoy a los analistas.
Ciertos psiclogos ya han respondido que una accin ana
ltica continua, pero progresiva y prudente, introduce en
la sociedad cambios que en un primer momento son imper
ceptibles, pero cuyo efecto acumulativo los vuelve eficaces a
largo trmino. Ahora bien, de qu tipo de cambio se quiere
hablar? Y en beneficio de quin? No implica esta descrip
cin, a lo sumo, una opcin reformista no analizada que es
el punto ciego del anlisis trasladada al anlisis social?
Y hay, adems, que continuar oponiendo, como hacen los
tericos de la intervencin prudente y controlada, el anlisis
a la accin salvaje? Hemos visto, por el contrario, que la
accin directa puede tener una
eficacia analtica
que va ms
lejos que nuestras intervenciones analticas. No es necesario,
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para lograr un anlisis social, ser un analista diplomado, reco
nocido, inmerso en el manejo del lenguaje esotrico de la pro
fesin. Un animador de tipo revolucionario puede ejercer en
la accin una funcin analtica reconocida, facilitar con sus
observaciones tanto como con sus acciones la revelacin de
las signifacaciones, mostrar las instituciones en su verdad y
obligarlas a decir qu son. Y, sobre todo, una prctica revo
lucionaria eficaz puede mostrar todos los niveles del sistema
institucional que hemos descrito en el presente libro.
En mayo redescubrimos, a la luz del acontecimiento, que
el Estado no es nada apenas deja de encontrar apoyo en las
instituciones dominantes,
y que stas slo se mantienen en pie
gracias al sostn del Estado y de su aparato de represin.
As, por ejemplo, cuando la institucin universitaria ya no
puede asegurar el orden interno de los establecimientos, la
polica estatal suple inmediatamente a todas las policas cul
turales desfallecientes.
El Estado mantiene a las instituciones merced al miedo de
los subditos. Al mismo tiempo, stas arraigan el Poder del
Estado y, con ello, de las clases dominantes en el conjunto de la
sociedad. Por lo dems, basta leer a Durkheim para compren
derlo. Pero esta comprensin era meramente terica y se en
caminaba, sobre todo, hacia cierta legitimacin. Durkheim era
un hombre de orden. Le gustaba lo instituido. El orden
institucional descrito por los socilogos pareca casi natural,
necesario, indispensable. Habamos olvidado a Marx.
La crisis general de las instituciones, la impugnacin institu
cional visible en todas partes desde los acontecimientos de
mayo y el regreso del orden instituido revelaron en la prctica
lo que algunas investigaciones ms tericas y ciertas experien
cias ms limitadas, como por ejemplo la autogestin, ya nos
haban dejado entrever. Unos cuantos ensayos experimentales
limitados a las dimensiones de los seminarios de formacin y
de las intervenciones socioanalticas sugeran ya que las socie
dades podran y deberan administrarse de acuerdo con mo
delos que fuesen rigurosamente lo contrario al funcionamiento
social habitual. Pero la percepcin experimental de esas posi
bilidades se vea rechazada por todo el aparato tcnico y con-
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ceptual de las ciencias sociales y de sus aplicaciones prcticas.
Bien fue visto cuando los primeros intentos de autogestin
pedaggica chocaron con la burocracia universitaria. Cinco aios
despus, la autogestin se convirti dentro de las facultades
ocupadas en el programa aceptado por todos... durante el mes
de la ocupacin Po r la misma poca se ensayaba la a utog estin
en las fbricas. 1 orden burocrtico se encontraba amenazado
por doquier.
Durante aquel mayo de 1968 rechazamos colectivamente la
prctica de las decisiones reservadas a instancias separadas y
protegidas as por el secreto de las deliberaciones. Redescubri
mos y experimentamos lo que significaba el regreso a la base,
no ya en el lenguaje burocrtico de la consulta o la eleccin,
sino como una prctica permanente, una prctica que sita
en la base el sitio nico de la soberana. As se rechaz la
institucin de la separacin en todos los niveles de la vida social
y poltica. De all, la alienacin de la soberana popular a un
pequeo nmero de elegidos dej de presentarse como una
evidencia, como una necesidad natural. Aprendimos a ver en
ello nada ms que una forma de organizacin caracterstica de
cierto tipo de sociedad. Marx muestra que la burguesa con
sidera contingentes y perecederas las instituciones del feuda
lismo, pero tiene a sus propias instituciones por naturales y
eternas. La entrada en la revolucin significa la impugnacin
activa de las instituciones corrientemente estimadas irreempla
zables. Todava no sabemos de qu modo se las puede exacta
mente reemplazar. Pero s sabemos, en cambio, que su
destruc
cin es el acto previo necesario para inventar otras instituciones.
Otra crtica, an ayer limitada a algunos pequeos grupos
experimentales, se ha generalizado; es la crtica del voto, en
cargado de decir la verdad sobre la voluntad de los grupos,
dando a conocer la orientacin de su mayora. Ya sabamos
que la mayora no es necesariamente democrtica. Pero el mo
vimiento de mayo revel an ms: una minora puede ser la
verdadera expresin de una mayora incierta, funcionar como
revelador analtico
y crear, merced a su prctica social, un
nuevo consenso. Tal es lo que sucede y lo que ya se ha pro
ducido en toda revolucin.
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En 1871, durante la Comuna de Pars, los parisienses in
ventaron una nueva vida y nuevas instituciones. Las viejas
instituciones estatales (el Estado burgus con su ejrcito, su
Ijoltica y su burocracia) haban sido provisionalmente abolidas
tlurante aquella primavera en que Pars era libre. La Comuna
era ya la participacin verdadera: a un tiempo, el gobierno
directo y la celebracin. Todas las significaciones econ
micas, polticas, ldicras de la participacin directa de
todos en la vida social se hallaban mezcladas en ese momento
de la Revolucin.
La entrada en la devolucin
(el grupo en fusin) siem
pre implica esa ruptura, esa falla en el sistema y ese despertar
de la invencin poltica colectiva. En 1789 es en el Contrato
Social en acto; la soberana de la Asamblea General institu-
yente; el deterioro del poder central (los departamentos se
administran por asambleas elegidas y sin representantes del
gobierno central). En clubes, iglesias, en mltiples lugares, la
gente se rene todos los das para impugnar al Poder. 1848 es
el despertar de la palabra colectiva en clubes y asambleas, y
para comprender el proceso revolucionario ello resulta mucho
ms significativo que las leyes sobre la organizacin del tra
bajo, los talleres, las reformas, la nueva constitucin. 1871, la
Comuna: tres meses ms de debates polticos en las nuevas
instituciones de la soberana. 1917, los soviets: el sistema
de la Asamblea General Permanente vuelve a encontrarse
nuevamente en fbricas, barcos y cuarteles. Todo aquello que
se descubre y redescubre cada vez es una nueva relacin
con la poltica, con el conjunto del sistema institucional: nuevas
formas, nuevas
instituciones
tamb in para la vida diaria. Y cuan
do esto se consuma, la Revolucin se suspende: en 1794, en
junio de 1848, en mayo de 1871, en 1918, a partir del
momento en que los Consejos comienzan a ceder su funcin
instituyente y su poder al nuevo Estado.
Sartre ha descrito esta soberana colectiva e instituyente
como momento del
grupo en fusin.
Ve en ella una expresin
de la Revolucin y tiende a presentarla en trminos bastante
prximos a los de la psicologa de multitudes, como si la
Revolucin efectiva estuviera detrs de ello y en la toma del
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poder, en el momento ideal del Estado. Para Sartre, el mo
mento
de la palabra social liberada por doquier, cuando todos
son oradores (segn la expresin de Montjoie, retomada en
Crtica de la razn dialctica),
significa, simplemente, a
revolucin. El habla social liberada es para l un significado,
no el significante revolucionario central. Adems, Sartre no
muestra que en ese momento del
grupo
(las Asambleas de la
soberana, los clubes, todos los concursos revolucionarios son,
en efecto, grupos en fusin) la
institucin
ya est ah, en su
condicin de movimiento de lo instituyente, ante todo, y luego
como movimiento que se efecta en nuevos grupos institu
cionales, y porque, en fin, la multitud en trance es asimismo
institucional. Sartre se aproxima sobremanera a los anlisis
psicosociolgicos, y de este modo se interpreta en el presente
libro, acentuando, incluso, este aspecto. En
Crtica de la razn
dialctica, el actor de la historia es el pueblo insurrecto. Pero
a la luz de la dinmica de grupo y de su utilizacin pedaggica,
habamos concedido esta funcin de revelacin social (que
Sartre otorga a la multitud en fusin) a un nuevo tipo de ani
mador. En lugar de querer utilizar a Sartre para salvar a los
psicosocilogos, habramos debido mostrar que la sociologa
de grupos y organizaciones no es ms que uno de los signos
desviados, deformados por la ideologa, del proyecto revolu
cionario, disimulado en el desorden del Estado, del sistema
de produccin, de la organizacin capitalista. La psicosociologa
anunciaba el proyecto vago an, muy mal formulado y en
cerrado en experiencias demasiado artificiales de una forma
nueva de la soberana popular, o, para decirlo con mayor exac
titud, de reencontrar y redescubrir sta. En una palabra, en
lugar de detenerse en los problemas de la regulacin y en
nuevas recetas, habra sido preferible analizar la impugnacin
institucional escondida en la experiencia de los grupos. El
movimiento de mayo desarroll esta impugnacin con una efi
cacia completamente distinta. En la crisis de mayo recupera
mos,
adems de la ideologa ya difundida en la experiencia
limitada de los seminarios, la prctica, sobre todo, del gobierno
directo: era la crtica actuante de modelos habitualmente re
cibidos de la delegacin de poder.
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Desde luego, aquellos grandes temas de mayo de 1968
el habla social liberada, la decisin colectiva, la crtica per
manente del poder que naca en los grupos, la bsqueda de la
verdadera comunicacin ya nos eran conocidos, y hasta fue
ron descritos en este libro, aqu mismo, a partir de ciertas
experiencias activas de la dinmica de los grupos. En algunas
publicaciones del 22 de marzo, como por ejemplo en Es slo
un comienzo,
encontramos trminos que habamos empleado,
pero esta vez para describir, no ya aquello que ocurre en un
seminario de psicosociologa, sino que ha sucedido en la calle.
Se ha dicho que todo el pas digamos, cuando menos,
Pars se haba vuelto por entonces un inmenso grupo de
base. Hay que extraer de all la conclusin de que los psi-
cosocilogos de grupos prepararon la crisis, o quiz proporcio
naron el lenguaje y la ideologa? No es cosa que se haya pro
bado.
Es cierto que en la experiencia de mayo y en textos
surgidos de ella se descubren esquemas y lenguaje que llevan
a recordar, no a laboratorios de la dinmica de grupos en
estricto sentido, sino a la ideologa que se haba difundido
en las experiencias pedaggicas de pequeos grupos. Pero
cuando esto se destaca hay tambin que hacer observar, rpi
damente, que esa liberacin del habla social se produjo en la
calle,
sin preceptores, sin consignas que instituyesen la expe
riencia. Luego, si se hallan semejanzas, es porque las dos si
tuaciones el Seminario y la Revolucin tienen por rasgo
comn el hecho de desenvolverse en cierto espacio libre, a
partir de un levantamiento de la represin.
La diferencia consiste en que el levantamiento de la re
presin es mucho ms limitado, mucho ms ambiguo, en la
prctica de seminarios. Si bien es cierto, como recientemente
se ha hecho observar, ' que el T. Group se ha visto influido
1.
Bernard M. Bass, The anarchist movement and the T-Group: some
possible lessons for organizational developpment, /. Appl. Behav. Set., 1967,
num. 2, pgs. 211-227, citado por Robert Pages en L'analyse psychosociologique
et le mouvement de mai 68,
Communications,
1969, num. 12, pgs.
46-53.
En el mismo artculo. R. Pages desarrolla un punto de vista cercano al nuestro:
. .sera ingenuo creer que la experiencia tcnica psicosocial vivida en medio
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por ciertas corrientes del pensamiento anarquista, los anima
dores de T. Groups no son, generalmente, anarquistas. Algu
nas aspiraciones de tipo anarquista se abren paso a pesar de
ellos dentro del espacio de relativa libertad implicado por la
experiencia. Son aspiraciones que encuentran, pues, en el len
guaje contemporneo determinadas formas de expresin que
hallamos en un movimiento en el que los anarquistas militantes
han desempeado un importante papel, al difundir una ideolo
ga a travs de una prctica. Pero hay que ir ms lejos. Esa
afirmacin de un pensamiento anarquista transformado que se
encuentra en experiencias al fin y al cabo tan diferentes como
un T. Group y una crisis de tipo revolucionario es el producto
mismo de la crisis. El T. Group instituye una situacin mi-
crosocial en la que cierto nmero de estructuras quedan arti
ficialmente abolidas; aqu aquello que ocurre se parece, en
efecto, a un momento naciente de la historia. De ah las seme
janzas.
La diferencia fundamental incumbe a la ausencia de precep
tores en el T. Group de la Revolucin. El detonante no es
ya el que los psicosocilogos denominan
intervencin;
es la
accin directa
como prctica revolucionaria. Estas dos prcticas
sociales la prctica de equipos de psicosocilogos interven
cionistas y la de movimientos revolucionarios no son identi-
ficables. La accin de psicosocilogos no directivos mantienen
una relacin pedaggica que es una relacin de poder. La accin
revolucionaria apunta, en cambio, a la abolicin de las diferen
cias,
simplemente a abrir la brecha^ que le perm ita a todo
grupo conducirse solo y analizarse sin el apoyo de anima-
estudiantil desde hace algunos aos haya podido desempear un papel pro
piamente causal. A lo sumo ha podido otorgar ciertas formas nuevas al actual
movimiento.
2. Decamos: Los tipos que estn en la manifestacin son capaces de
defenderse solos, y habamos decidido que el 10 de mayo no habra servido
de orden, a fin de que todos se metieran dentto. Dany se habla apostado
con dos compaeros en la esquina del bulevar Saint-JMichel y el bulevar
Saint-Germain, diciendo; Corten las cadenas. Nada de cadenas laterales. Que
la poblacin pueda entrar en la multitud... Todo el mundo se vuelve su pro
pio servicio de orden, etctera. En Mouvement du 22 mars,
Ce n'est qu'n
debut, continuoHs le combat,
Maspro, 1968, pg. 7.
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dores, que llevan a cabo, al mismo tiempo que el anlisis, el
servicio de orden en grupos de formacin.
He aqu un libro ambiguo.
La publicacin de una obra en estas condiciones, todava
inciertas, se justifica esencialmente por su capacidad de pro
vocacin ms an que por su funcin de informacin. En
trminos ms tranquilizadores, se ha de decir que un Ensayo
de este tipo, de intencin fundamentalmente crtica, se jus
tifica esencialmente en la medida en que puede provocar
cambios.
El porvenir dir si es esta una funcin que todava hoy se
le asigna, o si debemos considerar este libro y, sobre todo,
aquello que trata como la expresin de una etapa ya superada
en la historia de una crisis cuyos primeros comienzos apenas
conocemos.
Georges Lapassade.
Enero de 1970.
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I N T R O D U C C I N
La experiencia inmediata de la vida social se sita siempre
en grupos: la familia, el aula, los amigos. En el caso del tra
bajo,
el horizonte inmediato de la experiencia lo constituye
siempre grupos: es el equipo en la empresa, y el grupo sin
dical. Pero ya en estas organizaciones aparece, presto, un
elemento nuevo; se aprehende al grupo en un sistema institu
cional: la organizacin de la Empresa, de la Universidad. En
este nivel, la posibilidad de una accin directa sobre las deci
siones se aleja; de pronto tengo la sensacin de una impo
tencia, y me parece que las decisiones se toman a menudo en
otra parte, sin que se me consulte.
La experiencia prim ero vivida y luego reflexionada
de esta contradiccin les ha planteado a los hombres, hace
ya mucho, un problema que la historia no ha podido resolver.
No bien una sociedad se organiza y necesariamente debe
organizarse, los hombres dejan de participar en decisiones
esenciales y descubren que estn
separados
de los diferentes
sistemas de poder.
Esta separacin es, como dice Marx, el modo fundamental
de la existencia en la sociedad burguesa. Penetra en todas
las esferas de la existencia y hasta en la existencia privada.
Los pequeos grupos de la vida diaria se hallan sobredeter-
minados por la organizacin de la separacin, que alcanza su
ms alto grado en la moderna sociedad burocrtica.
Ello ha entraado reacciones. Primeramente fueron de tipo
poltico; en el siglo pasado algunos pensadores se sublevan
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contra el orden establecido y anuncian tiempos en los que los
hombres al fin podrn organizarse en grupos libres, con que
liberarn la espontaneidad creadora de conjuntos sociales. Des
pus,
a comienzos del presente siglo, el proyecto se encamina
por vas que parecen ms cientficas, pero que estn siempre
suscitadas por el progreso de la separacin en la nueva sociedad.
Los psicosocilogos de grupos y socilogos de la organi
zacin y la burocracia elaboran conceptos y tcnicas que tien
den, por caminos diversos, pero convergentes, a
tratar
las dis
funciones de la sociedad industrial en el nivel concreto y coti
diano de la existencia en comn.
Con todo, si miramos ms de cerca, descubrimos que esos
nuevos caminos y vas tienen por resultado real, no el abolir
la separacin, sino sencillamente el acomodarla, hacerla ms
soportable.
Las nuevas tcnicas de la buena comunicacin, de la coope
racin, del mando denominado democrtico facilitan la adap
tacin de las burocracias modernas a los cambios tcnicos y
sociales. Inauguran la entrada en un nuevo orden neoburocrti-
co , aun cuando parezcan apuntar ms lejos, en direccin de una
nueva sociedad controlada por todos sus miembros, que ven
dra a ser una sociedad de autogestin.
Este reformismo burocrtico se pone particularmente de
relieve en la incapacidad de los psiclogos del grupo para ma
nejar, as en la prctica como en la teora, el nivel institucional
dentro de los grupos. Es un problema que, aun siendo esen
cial, no ha sido explcitamente encarado. Todo ocurre como
si el psicosocilogo fuera, sin desearlo expresamente, el agente
de la modernizacin que le abre camino a una nueva burocracia.
No ser el psicosocilogo el nico que ejerza esa funcin.
Idelogos, jvenes dirigentes sindicalistas y cuadros jvenes
de empresas cumplen el mismo trabajo. La nueva clase obrera
prepara dirigentes para la sociedad neoburocrtica y supuesta
mente autoadmnistrada del porvenir,
El sistema de la verdadera autogestin es muy diferente.
Debera poner fin a la separacin entre dirigentes y ejecutantes,
entre gobernantes y gobernados.
Pero quin admite hoy la validez de este programa? Nos
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hemos acostumbrado desde la infancia a considerar estas rela
ciones como datos naturales y eternos de la existencia social.
El papel de la escuela resulta esencial para preparar al hombre
a aceptar la organizacin de la separacin.
Se comprende, as que haya que cambiar la escuela si se
desea verdaderamente cambiar la sociedad. La transformacin
de la escuela no es suficiente, claro est. Pero nada, en cam
bio,
puede cambiar si los hombres no aprenden desde la in
fancia a construir instituciones y a administrarlas. Este es el
origen de aquello que yo llamo autogestin pedaggica, que
apunta a modificar actitudes y comportamientos. Si el da de
maana se establecen nuevas estructuras que apunten a permitir
por fin la participacin de todos en las decisiones, es decir, la
autogestin social, de nada ha de servir si los hombres no han
aprendido ya a vivir en la nueva sociedad y a construirla
de
manera permanente,
a no fijar jams el movimiento histrico
en instituciones inmutables y separadas del acto instituyente.
As, la oposicin histrica entre el grupo en fusin,v
como dice Sartre, y las Instituciones llegara a su fin en un
mundo en el que los hombres estaran preparados para recha
zar la propiedad privada de la organizacin, que es el signo
distintivo de nuestra vida social y su fundamento ltimo.
Sidi Bou Said
Julio de 1966
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CAPITULO I
LAS FASES A, B y C
El descubrimiento de los problemas de grupos, organiza-
(iones e instituciones, las funciones de psicosocilogos y orga
nizadores consejos en empresas, y la definicin de empresas
i'omo organizaciones y no ya tan slo como instituciones eco
nmicas: tal el movimiento que comienza, a nuestro parecer,
a principios del siglo xx. En rigor, tiene sus precursores y se
modifica con la historia. Preciso es situar la era de los organi
zadores y el capitalismo de organizacin dentro del conjunto
lie un movimiento histrico.
I.A
FASE A
En el curso de una primera fase ^la fase A, para retomar
el modelo de Touraine, que es la de la sociedad industrial y
capitalista en el siglo xix, las organizaciones de trabajadores
se basan en oficios, y ello a pesar del gran desarrollo del tra
bajo parcelario. Obreros profesionales, polivalentes, organizan
sindicatos y desarrollan reivindicaciones de gestin directa (la
mina para los mineros). La ideologa anarco-sindicalista es
liostil a la accin en el nivel poltico, parlamentario. En esas
organizaciones no se plantea el problema de la burocracia. Pero
(I proletariado del siglo xix no se halla representado, en su
conjunto, por organizaciones de masas.
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En ese momento se elaboran las primeras doctrinas socio
lgicas y polticas de la nueva sociedad. Hay que recordar en
este punto las grandes corrientes que siguen dominando nuestro
pensamiento y que an hoy constituyen el marco de nuestra
accin y de nuestra reflexin.
En Fourier es dable ver al verdadero precursor de la psi-
cosociologa de los pequeos grupos y hasta de las tcnicas de
grupo. Esa es, al menos, la tesis que Robert Pages ha estable
cido a partir de un anlisis riguroso del movimiento furierista
considerado como portador de un proyecto de experimentacin
social y poltico en el nivel en que es actualmente posible una
experimentacin de ese tipo, o .sea, en el nivel de los pequeos
grupos y de las microorganizaciones sociales, ya que para
Fourier el grupo liega hasta la dimensin de una empresa.
Fourier es profundamente
directivo.
Propone el plan rigu
roso y sistemtico de una sociedad socialista en el que nada
se deja a la improvisacin, en cuanto al sistema. Los grupos
bsicos (de formacin, de produccin) se integran rigurosa
mente en un sistema institucional, que asegura su coordinacin
y sus intercambios.
Antes de Lewin y la dinmica de grupo, antes de los ciber
nticos sociales, Fourier quiso hacerse el Newton de una so
ciedad de pequeos grupos, analizar el orden o, mejor dicho,
el desorden de la naciente sociedad industrial con referencia
a un posible sistema de armona organizado cientficamen
te a partir de las pasiones del hombre y, de un modo ms
general, de su psicologa. Este sistema social de compleja in
teraccin es una interpsicologa que da su lugar a las nece
sidades, es una interpsicologa no represiva, no obstante la
subordinacin del sistema a los planes establecidos por Charles
Fourier. Es, desde luego, la ambicin sociocrtica, como
habr de decir Auguste Comte, el
Human Engeneering,
el psi-
cosocilogo- rey.
Acaradc) o anterior, aadamos que Ja
obra e Fourier est
plena de anticipaciones de aquello que un siglo despus pro
pondr la psicologa de grupos. Muestra, por ejemplo, que los
cambios pedaggicos y polticos son necesariamente solidarios;
la organizacin colectiva y colectivista de la sociedad es lo que
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habr de permitir una pedagoga de grupo, y dentro de los
grupos los mayores influyen sobre los ms jvenes y se enca
minan respectivamente a las funciones tiles, como consecuencia
del impulso que imprimen las tribus superiores, las de los
querubines y los serafines, que ya forman parte de la armona
activa.
Proudhon critic severamente la utopa furierista. Es
cribi: En mi opinin, una idea desventurada de la escuela
falansteriana consisti en haber credo que arrastrara al mundo
con tan slo permitrsele plantar su tienda y construir un
primer falansterio modelo. Se supona que un primer ensayo,
ms o menos exitoso, acarreara un segundo, y luego, paulati
namente, las poblaciones formaran un alud con las 37.000
comunas de Francia y un buen da se encontraran metamor-
foseadas en grupos de armona y falansterios. En poltica y
economa social, la epignesis, como dicen los fisilogos, es
un principio radicalmente falso. Para cambiar la constitucin
de un pueblo hay que actuar a la vez sobre el conjunto y sobre
cada parte del cuerpo p>oltico; nunca podramos recordarlo
demasiado.
Es una crtica que se anticipa a las que formulan hoy cier-
los socilogos a los psicosocilogos: se denuncia el error de
una revolucin por los grupos, la revolucin sociomtrica
de Moreno, el seminario lewiniano, y ello en nombre del
hecho previo necesario, que es el cambio social en su conjunto.
Pero cuando Proudhon reclama una soberana efectiva de las
masas trabajadoras, reinantes, gobernantes, da con los sis
temas de los grupos y cae a su vez bajo los golpes de las
crticas irnicas de Marx. Segn el socilogo Georges Gurvitch,
l'roudhon anuncia mejor que Marx la
autogestin social;
por
tanto, el sistema generalizado y descentralizado de grupos. Pero
para Marx todo esto slo representa en el caso de Proudhon
un andamiaje meramente abstracto y carente de fundamento.
\i\
pensamiento de los grupos es la miseria de la filosofa:
...as como del movimiento dialctico de las categoras sim-
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pies nace el grupo, as tambin del movimiento dialctico de
grupos nace la serie, y del movimiento dialctico de las series
nace el sistema ntegro. ... No se espante el lector ante esta
metafsica con todo su andamiaje de categoras, grupos, series
y sistemas.
Con Saint-Simon comienza una corriente tecnocrtica. Para
l hemos entrado, despus del siglo de las
revoluciones,
en el
siglo de la organizacin. Los problemas actuales de la organi
zacin hallan aqu su fuente; Saint-Simon anuncia el reemplazo
de los polticos por los administradores. En 1819 empieza
a publicar un peridico, L'Organisateur, que es el antepa
sado de las revistas modernas dedicadas a la gestin de las
empresas.
Auguste Comte prolonga en seguida esta doctrina cuando
define el papel de los socicratas, quc, sobre la base de la
naciente sociologa, podrn ayudar a los gerentes de la sociedad
industrial en la regulacin de sta.
Todo un aspecto de la sociologa y de la psicosociologa
intervencionista se halla directamente vinculado a estas doc
trinas de la tecnocracia y la sociocracia. Comte asigna a los
socicratas la misin de transformar los clubes revolucionarios
en lugares donde se analicen y traten los conflictos de la socie
dad industrial, donde el proletariado aprenda a
participar,
a
ocupar su sitio en la vida de la nueva sociedad.
Comte advierte en las doctrinas socialistas de su tiempo
cierta verdad: muestran a su manera que la humanidad, llegada
al fin a su estado adulto, entrada en la edad positiva, va muy
pronto a conocer la universal cooperacin. Toma nota de
una orientacin espontnea del proletariado hacia la socia
bilidad efectiva, que se pone de manifiesto, especialmente, en
el memorable apresuramiento de nuestra poblacin en formar
por todas partes clubes sin ningn estmulo especial y pese
a la ausencia de todo verdadero entusiasmo. Tales soa los
clubes revolucionarios y, ms cerca de nosotros, las asociacio
nes obreras.
Pero en la era positiva esos clubes debern perder su
funcin negativa y crtica, para integrarse al nuevo orden espi
ritual; ...entonces proporcionarn el principal punto de apoyo
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de la reorganizacin espiritual... En el fondo, el club est
sobre todo destinado a reemplazar provisionalmente a la iglesia,
o, mejor dicho, a preparar el nuevo templo. A tales clubes,
templos del futuro, se oponen las doctrinas socialistas de
sarrolladas por todos los perturbadores occidentales. El
positivismo adopta, pues, la misin de reemplazar la agitacin
por la cooperacin, y la poltica revolucionaria por la nueva
religin, cuyos sacerdotes han de ser los socilogos o, como con
tanta exactitud dice Auguste Comte, los socicratas. Su papel
consistir, pues, en educar al proletariado dentro de los pe
queos grupos que ste organiza espontneamente y en des
truir, al mismo tiempo, las peligrosas utopas sociales que
consisten en recurrir a los medios polticos all donde deben
prevalecer los medios morales.
Pero lo temible de esas utopas es, sobre todo, su hostili
dad para con la organizacin jerarquizada de la produccin y
de la sociedad: ...esta utopa no se opone menos a las leyes
sociolgicas, por el hecho de desconocer las constituciones na
turales de la industria moderna, de las que querra descartar
a jefes indispensables. Sin oficiales no hay ms ejrcito que
sin soldados; esta nocin elemental conviene tanto al orden
industrial como al orden militar... Ninguna gran operacin
sera posible si cada ejecuante debiera ser tambin administra
dor, o si la direccin estuviese vagamente confiada a una comu
nidad inerte e irresponsable, escribe Comte en su Discurso
sobre el conjunto del positivismo.
Marx piensa, por el contrario, que el problema no consiste
en organizar la sociedad capitalista, sino en trabajar en pro
de su desaparicin. Para l, el anlisis social no tiene la fina
lidad de dar fundamento a una accin sociocrtica, sino que
debe servir al proletariado en su lucha por destruir la sociedad
clasista y poner fin a la accin poltica. Los clubes deben
transformarse, no en seminarios de educacin, sino en parti
dos del proletariado, en partidos que puedan escoger el atajo
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de la lucha poltica para tomar el poder, para poner fin a la
separacin entre poder y sociedad.
Marx vio la importancia de la palabra social y de la dis
cusin de grupo: En cuanto a la victoria final de las propo
siciones enunciadas en el
Manifiesto,
Marx la esperaba nica
mente del desarrollo intelectual de la clase obrera, tal cual
deba necesariamente resultar ste de la accin comn y de la
discusin (Engels, ltimo prlogo al
Manifiesto comun ista).
Hoy tenemos que comprender la importancia que Marx y Engels
asignaron a la discusin, la autoformacin del proletariado, la
conciencia social y la crtica de las ideologas.
Pero en la obra de Marx no hay, ni puede haberlo dados
los fundamentos de sus anlisis, lugar para una teora posi
tiva de grupos y organizaciones. El autor del
Manifiesto
y de
El capital
muestra, por el contrario, que la sociedad industrial
y el reinado de la burguesa disuelven las relaciones humanas
en todas las esferas de la vida social. Sin embargo, debido a
esta necesaria disolucin, en la existencia social se cumple un
trabajo dialctico. As, el estallido mismo del grupo familiar
prepara una forma nueva, futura, de las formas destrozadas:
...tanto en la histo-ia como en la naturaleza, la podredumbre
es el laboratorio de la vida.
Los grupos de trabajo de los viejos oficios tambin han
estallado. la cooperacin ttulo de un captulo de
El
capital
en las empresas modernas implica slo una solida
ridad completamente mecnica y de yuxtaposicin; es el tra
bajo desmigajado, en el que cada cual efecta nicamente una
parte muy especializada en la preparacin de los objetos fabri
cados; los grupos no son ms que los productos de la divisin
del trabajo y de la concentracin industrial de los obreros en
fbricas-cuarteles. Pero la Comuna de Pars ya anuncia, segn
Marx, el
self government
de los trabajadores, la autogestin
obrera como base del futuro sistema social. La revolucin social
ha de restablecer, en un nivel superior, la verdadera coopera
cin. El hecho previo es, necesariamente, el trastorno absoluto