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LAS FUENTES DE LAS FUENTES DE LOS LIBROS DE EMBLEMAS: LOS FLORILEGIOS MEDIEVALES María José Muñoz Universidad Complutense Quiero ante todo señalar que esta colaboración va dedicada a la memoria de Ana María Aldama, quien con la pasión y el entusiasmo que la caracterizaban par- ticipó en diversos proyectos de investigación sobre los libros de emblemas latinos y en diversos congresos de la SEE. Pero además A. M. Aldama también trabajó durante años en una serie de proyectos dedicados al estudio de los florilegios latinos conservados en bibliotecas españolas, formando parte de un equipo de investigación de la Universidad Complutense. Por ello no he encontrado mejor forma de recordarla que reuniendo los dos temas a los que ella dedicó su atención con empeño e interés: el estudio de los florilegios y de la literatura emblemática. Y en este sentido quisiera llamar la atención sobre la línea de la Tradición Clásica que une los florilegios medievales con la literatura emblemática por mediación de los libros de loci communes como eslabón intermedio de la cadena, un aspecto que, aunque en ocasiones ha sido apuntado 1 , creo que no ha sido suficientemente valorado. Así, cabe hablar de los florilegios medievales como fuentes de las fuentes de los libros de emblemas; y de ahí el título de este trabajo. La falta de atención a la tradición medieval previa se debe fundamentalmente a que los manuscritos latinos que contienen extractos de diversos autores han sido tradicionalmente despreciados por la crítica al ser considerados, por una parte, testimonios secundarios y deficientes de los textos que trasmiten y, por otra, un género perteneciente a la llamada ‘literatura de préstamo, de plagio o de segunda mano’. En este punto cabe señalar, por otra parte, que el hecho de ser literatura secundaria es un primer rasgo compartido por el género medieval y los libros de lugares comunes e incluso por la literatura emblemática, pues, como bien señala B. Antón, «desde que, en 1548, Barthélemy Aneau (Bartholomaeus Anulus) agrupara bajo diferentes títulos (v.gr. virtudes, vicios, etc.) los emblemas que componían el Emblematum Liber de Alciato, los libros de emblemas acabaron transformándose en un surtido almacén de imágenes, anécdotas y motivos» 2 . A su vez, es ésta una relación que podríamos calificar como ‘de ida y vuelta’, si se tiene en cuenta que «las colecciones tituladas Loci communes o Antologia (1598) y Polyanthea nova (1604) de J. Langio —quien nunca escribió libros de emblemas— fueron elaboradas a partir de libros de emblemas, al tiempo que ofrecen abun- dante material a los emblematistas. Cuando Langio incluyó en las listas de lugares 1 Moss, 1966, pp. 24-50. 2 Antón, 2009, p. 195.Ver también: Moss, 2003, pp.1-16; Antón, 2004, p.137 y 2008, pp. 255-258.

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LAS FUENTES DE LAS FUENTES DE LOS LIBROS DE EMBLEMAS: LOS FLORILEGIOS MEDIEVALES

María José Muñoz Universidad Complutense

Quiero ante todo señalar que esta colaboración va dedicada a la memoria de Ana María Aldama, quien con la pasión y el entusiasmo que la caracterizaban par-ticipó en diversos proyectos de investigación sobre los libros de emblemas latinos y en diversos congresos de la SEE. Pero además A. M. Aldama también trabajó durante años en una serie de proyectos dedicados al estudio de los florilegios latinos conservados en bibliotecas españolas, formando parte de un equipo de investigación de la Universidad Complutense. Por ello no he encontrado mejor forma de recordarla que reuniendo los dos temas a los que ella dedicó su atención con empeño e interés: el estudio de los florilegios y de la literatura emblemática. Y en este sentido quisiera llamar la atención sobre la línea de la Tradición Clásica que une los florilegios medievales con la literatura emblemática por mediación de los libros de loci communes como eslabón intermedio de la cadena, un aspecto que, aunque en ocasiones ha sido apuntado1, creo que no ha sido suficientemente valorado. Así, cabe hablar de los florilegios medievales como fuentes de las fuentes de los libros de emblemas; y de ahí el título de este trabajo.

La falta de atención a la tradición medieval previa se debe fundamentalmente a que los manuscritos latinos que contienen extractos de diversos autores han sido tradicionalmente despreciados por la crítica al ser considerados, por una parte, testimonios secundarios y deficientes de los textos que trasmiten y, por otra, un género perteneciente a la llamada ‘literatura de préstamo, de plagio o de segunda mano’. En este punto cabe señalar, por otra parte, que el hecho de ser literatura secundaria es un primer rasgo compartido por el género medieval y los libros de lugares comunes e incluso por la literatura emblemática, pues, como bien señala B. Antón, «desde que, en 1548, Barthélemy Aneau (Bartholomaeus Anulus) agrupara bajo diferentes títulos (v.gr. virtudes, vicios, etc.) los emblemas que componían el Emblematum Liber de Alciato, los libros de emblemas acabaron transformándose en un surtido almacén de imágenes, anécdotas y motivos»2.

A su vez, es ésta una relación que podríamos calificar como ‘de ida y vuelta’, si se tiene en cuenta que «las colecciones tituladas Loci communes o Antologia (1598) y Polyanthea nova (1604) de J. Langio —quien nunca escribió libros de emblemas— fueron elaboradas a partir de libros de emblemas, al tiempo que ofrecen abun-dante material a los emblematistas. Cuando Langio incluyó en las listas de lugares

1 Moss, 1966, pp. 24-50.2 Antón, 2009, p. 195. Ver también: Moss, 2003, pp.1-16; Antón, 2004, p.137 y 2008, pp. 255-258.

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comunes, como última categoría, los «jeroglíficos y los emblemas», y quizá fue el primero en hacerlo, los convirtió ya en loci communes, pues al desprenderlos de sus componentes habituales (inscriptio, pictura, subscriptio) los redujo a un puro motto»3.

Por otra parte, es un uso bastante generalizado el que, al tratar sobre los ante-cedentes de estos géneros renacentistas, se apele como modelos previos a grandes obras de la Antigüedad como las Saturnales de Macrobio o las Noches Áticas de Gelio, cuando, sin embargo, entre la Antigüedad y los libros del Renacimiento existió una larga tradición, mucho más cercana y que es modelo inmediato sin solución de continuidad. De hecho, durante la Edad Media el género del florilegio tuvo una enorme difusión: son más de mil los mss. conservados en las bibliotecas europeas, según la apreciación de Munk Olsen, uno de los mayores especialistas en florilegios de autores clásicos a quien debemos el único catálogo existente de este tipo de testimonios hasta el s. XIII4. Y mucho más abundantes que los flori-legios de autores clásicos son los de autores cristianos5. Esos manuscritos, además, pocas veces son copias fieles y codices descripti, pues la tradición de los florilegios es abierta y dinámica —otra carecterística común con los libros de loci communis y los de emblemas—, de tal manera que, en los casos en que una compilación es trasmitida por varios manuscritos, prácticamente cada códice ofrece un ‘estado de texto’, eliminando autores y añadiendo otros, abreviando o ampliando los pasajes6. Nos encontramos así con que prácticamente cada manuscrito puede considerarse un original. De esos más de mil testimonios, muchos aún están por estudiar y precisamente en un intento por subsanar ese olvido —que aún ha sido mayor en el caso de los florilegios conservados en bibliotecas españolas—, un grupo de In-vestigación de la Universidad Complutense hemos abordado, como ya he señalado, desde el año 2000 el estudio de los conservados en España7.

Conviene también decir en esta presentación inicial que, aunque antología y florilegio son en la actualidad términos sinónimos —por ejemplo, el DRAE en la entrada ‘antología’ simplemente remite a la voz ‘florilegio’—, sin embargo, se crearon en momentos distintos y técnicamente es posible diferenciarlos8. Hay que tener en cuenta que el término florilegium no se encuentra en las fuentes antiguas ni medievales, sino que fue creado en tiempos del Renacimiento como correlato latino de ‘antología’ y en relación también con ‘poliantea’, naciendo a partir de entonces la confusión; en este sentido, resultan significativos los títulos de las obras de Langio ya mencionadas: Loci communes o Antologia y Polianthea Nova. Pero, pese a su evidente relación terminológica y a su uso común, al menos para la Edad Media ‘florilegio’ y ‘antología’ son producciones técnicamente distintas, que tienen en común el ofrecer una selección de textos, pero que, a su vez, se oponen, pues la antología está compuesta por piezas sueltas y autónomas, independientes entre

3 Antón, 2009, p.195, n.1.4 Munk Olsen, 1979 y 1980.5 Delhaye, 1964, col. 460. 6 Un detallado estudio sobre la naturaleza y características de los florilegios medievales puede verse

en Fernández de la Cuesta, 2008, pp. 17-67.7 Este trabajo se inscribe en el marco del proyecto «Los florilegios latinos conservados en España

IV» (Ref.: FFI2009-14489/FILO).8 Aldama –Muñoz, 2009, pp. 61-63.

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sí y presentadas respetando el texto original, es decir, sin manipulación, mientras que en el florilegio los extractos pierden la independencia, están interrelacionados y sufren diversos tipos de modificaciones para adaptarse al plan general de la obra. Es precisamente esta transformación del texto que se selecciona la que convierte al florilegio en una obra nueva y original con identidad propia, y la que convierte al compilador en autor, y no en un simple trasmisor de los textos previamente seleccionados.

En otro orden de cosas, estas múltiples y diferentes compilaciones han sido clasificadas según diferentes criterios. Sin entrar en detalles, atendiendo con un criterio cronológico a los autores seleccionados, se distingue entre florilegios de autores cristianos, de autores clásicos y florilegios ‘mixtos’, que pueden —y sue-len— incluir también autores medievales. Por otra parte, según el contenido de los textos, siguiendo un criterio temático, puede haber florilegios gramaticales, poéticos, retóricos, médicos, jurídicos, etc…; y, finalmente, con un criterio for-mal, suelen diferenciarse, entre otros casos de menor presencia, dos grupos prin-cipales: uno formado por los florilegios que organizan y presentan los extractos ‘en secciones de autor’ y otro formado por los llamados ‘florilegios temáticos’, que organizan los contenidos por capítulos de conceptos, loci o topoi. La presenta-ción de los extractos ‘en secciones de autor’ —sean solo de autores en prosa, solo de poesía o mixtos— es el principio más simple de organización, pues los pasajes se ofrecen en el mismo orden en el que se encuentran en las obras originales. Las dos compilaciones más amplias del siglo XII, el Florilegium Gallicum9 y el Florile-gium Angelicum10, son buen ejemplo de esta estructuración. Es reseñable que, por lo general, los extractos van encabezados por títulos que resumen el contenido y hacen una lectura, en la mayoría de los casos, de tono moral. Dichos títulos informan de la intención del compilador al hacer la selección y sirven de guía de lectura, aunque todavía no podemos hablar de una organización ni estructura-ción por conceptos temáticos.

Ahora bien, dentro de este tipo es posible advertir desde mediados del siglo XIII un nuevo avance, pues en colecciones como la titulada Flores paradysi11 se añade un índice de materias, en el que se incluye la referencia a los diversos ex-tractos. La aparición de estos índices, que supone el uso de los florilegios como instrumentos de trabajo intelectual12, ha de ser puesta en conexión, como señala B. Fernández de la Cuesta13, «con una fase concreta del desarrollo cultural de la Europa medieval. Se trata en concreto del momento en que, con el objetivo de facilitar la argumentación sobre determinadas cuestiones, en los ámbitos escolás-tico, universitario y pastoral, se siente la necesidad de superar una fase de lectura secuencial de los textos, para pasar a un tipo de lectura y de trabajo intelectual

9 De este amplio florilegio se han realizado ediciones parciales de un conjunto de textos: Burton, 1983; Fernández de la Cuesta, 2008; Gagnér, 1926; Hamacher, 1975; o bien de un autor u obra en concreto: Aldama, 2005, 2006; Callejas, 1998, 2009; Castro, 2006, 2009; Moreno, 2008; Muñoz, 2004, 2008, 2009.

10 Rouse, 1972.11 Falmagne, 2001.12 Hamesse, 1994.13 Fernández de la Cuesta, 2008, p. 41.

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basado en la posibilidad de consultar y manejar con facilidad pasajes con-cretos. La utilidad de estas formas de lectura no secuencial fue enorme y aportó un gran impulso al desarrollo de este tipo de instrumentos».

En el segundo grupo, los florile-gios temáticos organizan los capítu-los tópicos de formas variadas, bien en orden descendente de auctoritates, en orden lógico de conceptos o bien en orden alfabético. Desde que San Isidoro publicara las Sententiae, agru-padas por conceptos y que se pueden considerar el punto de partida de esta tradición, son muchos los florilegios de este tipo realizados ya desde el siglo VII hasta el fin de la época medieval, como el Liber scintillarum (s.VII), el Li-ber florum (1130), Flores paradysi (1ª ! s. XIII), Pharetra (1261), Manipulus florum (1306) o Floretum (1384-1396)14.

Un ejemplo de organización en orden descendente de auctoritates es el Liber Scintillarum (Fig. 1), uno de los florilegios más antiguos, que fue compilado por el monje Defensor de Ligugé15. Se conserva en alrededor de 360 manuscritos, que ofrecen muy diversas redacciones, y fue también objeto de diversas ediciones (por ejemplo, de 1544 a 1560 se editó en ocho ocasiones), lo cual da cuenta de su gran difusión e importancia. Puede considerarse, dentro del grupo de florilegios cristianos, un florilegio ascético, escrito para servir de guía en la displicina indivi-dual y en el que los extractos están agrupados en 81 capítulos con títulos de larga pervivencia en los libros de lugares comunes y de emblemas como los dedicados a vicios y virtudes: de pacientia, de umilitate, de invidia, de vana gloria, de avaritia, o de ebrietate; junto a éstos, hay capítulos que tratan de otros temas y situaciones de la vida como De servis et dominis, De rectoribus sive iudicibus, de medicis, etc. Además, se reserva para el final, con una disposición que bien pudiera decirse premeditada, el tema de brevitate huius vitae (cap. 80), siendo el titulado de leccionibus el que cierra toda la obra con una exhortación a la lectura como instrumento de sabiduría y acercamiento a Dios. Dentro de cada capítulo los extractos se presentan en orden descendente de la autoridad de sus fuentes: en primer lugar, los Evangelios, con la mayor autoridad, Dominus, presente en la fórmula introductoria: Dominus dicit in evangelio; viene después la auctoritas de los apóstoles empezando por la de S. Pedro, otros libros de la Biblia y después los Doctores de la Iglesia.

14 Rouse – Rouse, 1982.15 Rochais, 1956.

Fig. 1. Liber Scintillarum, Ms. 28 de la Bibliote-ca Pública del Estado de Tarragona, fol. 1v.

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Los florilegios temáticos pueden también estar ordenados por princi-pios lógicos con una jerarquía descen-dente de la materia, empezando con De Deo y pasando por capítulos sobre las personas de la Trinidad, la Virgen, ángeles, apóstoles, santos, la iglesia, y así sucesivamente. Se procede de este modo en florilegios como el Liber flo-rum y la Pharetra, que se conserva en alrededor de 200 manuscritos y que gozó también de diferentes ediciones.

A este tipo de compilaciones perte-nece el manuscrito 94 de la Biblioteca Pública del Estado de Tarragona, del si-glo XV (Fig. 2), uno de los códices que hemos incorporado al catálogo de flo-rilegios conservados en España y que presentaré brevemente por mostrar que aún queda mucho por hacer en el estudio de estos documentos. El códi-ce lleva por título: Flores philosophorum

et poetarum16 y, pese a que por el título se esperaría un florilegio ‘en secciones de autor’, se organiza en capítulos con un orden lógico, que en un primer examen se muestra como sistematizador de la teoría escolástica sobre la scientia practica, es decir, la moral. Procede del Monasterio de Santes Creus, una abadía cisterciense fundada en el año 1158 y cuya biblioteca fue adquiriendo importancia junto con la de Poblet, al tiempo que decaía el escriptorio de Santa María de Ripoll.

En el manuscrito los pasajes de muy diversos autores se organizan en 288 capítulos reseñados en un amplio índice. Es posible pensar, a falta de un estudio pormenorizado, que la estructura sobre la scientia practica atiende a la división tradicional de la moral en monástica (para el gobierno de uno mismo), econó-mica (de la familia) y política (de la ciudad). Trata en primer lugar de la moral individual y, dentro de ella, de los cuatro tipos de virtudes, comenzando por las cardinales: primero la prudencia y luego la justicia. La novedad es que recurre a la autoridad de los poetas, además de a la de los philosophos —que para la Edad Media son los prosistas— para apoyar la materia tratada, novedad que señala ex-plícitamente en el título. La selección termina con una serie de capítulos dedica-dos a la muerte (de comptemptu mortis, de bona morte appetenda, de compendio mortis, de equitate mortis…), a la fortuna (de fortuna, de ambiguetate fortune, de mutabilitate) y la vida eterna: de desiderio vite perpetue.

16 Puede verse el manuscrito digitalizado en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico: http://bvpb.mcu.es.

Fig. 2. Ms. 94 de la Biblioteca Pública del Estado de Tarragona, fol. 2r.

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Por lo general, cada capítulo se apo-ya en primer lugar en la auctoritas de un autor o de una obra para después rea-firmar la materia tratada con textos de otros autores, de manera que el com-pilador hace con una pertinente elec-ción que todos los textos cooperen para mostrar y demostrar la idea defendida en el título del capítulo. Un recurso, pues, y un método común al empleado después en los libros de lugares comu-nes y, en su caso, en los de emblemas.

Con todo, el tipo de florilegio temá-tico que más nos interesa como antece-dente de los libros de lugares comunes es el que organiza los conceptos por orden alfabético, siendo su represen-tante más eximio el Manipulus florum compilado en 1306 en la Sorbona por Tomás Hibérnico o de Irlanda; de esta obra se han censado hasta el momen-to en torno a 180 manuscritos17. Pero

en la heurística de los florilegios conservados en España Ana María Aldama, dedicada especialmente al estudio de este florilegio, localizó otros 17 códices no reseñados hasta el momento. Uno de ellos es incluso del s. XVII, el ms. 246 de la Biblioteca de Santa Cruz de Valladolid, al que A.M. Aldama estaba dedicando su atención en los últimos tiempos18.

El Manipulus florum está compuesto por unos seis mil excerpta de las obras de doctores y padres de la Iglesia griegos y latinos, de escritores medievales y de autores clásicos, sobre todo Cicerón, Séneca, Plinio el Joven y Macrobio, cuyo pensamiento se adapta a las creencias cristianas. Los extractos se organizan a través de categorías conceptuales, agrupadas bajo doscientas sesenta y seis entradas pre-sentadas en orden alfabético. La práctica totalidad de estas entradas es de contenido ético-moral, como puede verse en el comienzo del índice del manuscrito 19 de la Biblioteca Pública del Estado de Tarragona (Fig. 3), que comienza con Abstinentia en la A, Baptismus en la B y Caritas en la C19.

Tal y como señala Tomás de Irlanda en el prólogo, con esta obra se pretende proporcionar una selección de autoridades, organizada de tal forma que permitiera a los predicadores disponer con facilidad de materias para los sermones. Para ello, además del orden alfabético y el índice, introduce un nuevo recursos: el uso al final de cada capítulo de ‘referencias cruzadas’ que diríamos ahora, de llamadas a

17 Rouse, 1979.18 Aldama, 2008.19 El manuscrito está digitalizado en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico: http://bvpb.mcu.

es.

Fig. 3. Ms. 19 de la Biblioteca Pública del Estado de Tarragona, fol. 254v.

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otros capítulos relacionados con el tema tratado. Con la llegada de la imprenta el Manipulus Florum fue objeto de muy numerosas ediciones desde la editio princeps realizada en 1483 en Piacenza; así, entre 1550 y 1622 salieron a la luz treinta y dos ediciones, e incluso se editó a veces bajo un título distinto, como en el caso de la de Lyon de 1558: Flores omnium pene doctorum qui, cum in Teología, tum in Filosophia, hactenus claruerunt, sedulo collecti per Thomam Hibernicum, & alphabetico ordine digesti… Como puede verse en el índice de un ejemplar conservado en la Biblioteca Histó-rica de la Universidad Complutense (Fig. 4), pese al cambio de título es la misma obra con las mismas entradas, aunque lo que más interesa destacar es que dicho ín-dice lleva el epígrafe de Index locorum communium, que permite poner en relación al florilegio temático de Tomas de Hibernia con los libros de lugares comunes, como el titulado Lugares comunes de conceptos, dichos y sentencias en diuersas materias de Juan de Aranda, publicado en Madrid en 161320. Por la Tabla de lo que contiene este libro por el orden del A.B.C (Fig. 5) puede deducirse la coincidencia en el planteamiento de esta obra con el florilegio latino y verse cierta correspondencia en los temas, al ser común, por ejemplo, la presencia de abstinentia como primera entrada.

Más allá del texto fijado en las ediciones, el Manipulus siguió vivo y en cam-biante movimiento incluso hasta el siglo XVII, como lo demuestra la copia rea-lizada en el ms. 246 de Valladolid por Cristóbal García Guillén de Paz, quien fue Catedrático de Artes en Valladolid y Canónigo de Escritura y de Púlpito en Ciu-dad Rodrigo. El manuscrito ofrece un aspecto poco cuidado, que denota que ha

20 Reseñado por S. López Poza, 1990.

Fig. 4. Flores omnium pene doctorum…sedulo collecti per Thomam Hibernicum, Lyon, Rouillé, 1558

Fig. 5. Lugares comunes de conceptos, … de Juan de Aranda, Madrid, Iuan de la Cuesta, 1613.

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sido realizado para uso personal por un particular y no por un copista profesional. En la reproducción de los folios 19v-20r (Fig. 6) se puede observar la confusión y el desarreglo de la copia y las correcciones realizadas al final del título dedicado a Amor, al que seguía como ‘título 13’ Angelus que está tachado y que luego se volverá a copiar en el folio 20 verso y 21 recto.

En cada capítulo García Guillén de Paz realiza una selección abreviando los numerosos extractos del Manipulus florum original, pero, a su vez, introduce una novedosa aportación: completa cada capítulo con sentencias nuevas tomadas de poetas latinos21. Por ejemplo, al final de Amor cita un pasaje del libro IV de la Enei-da y otro de las Metamorfosis de Ovidio (Fig. 6).

He de terminar sin poder tratar sobre otros rasgos compartidos por florilegios, libros de lugares comunes y emblemas, como son el método de extractar las citas o su finalidad22; pero quería finalizar con la presentación del manuscrito 246 de Valladolid por ser el último códice al que A.M. Aldama prestó atención. Al deseo de proseguir su tarea con esta colaboración se une, además y por feliz casualidad, el que este testimonio es buena muestra de la cadena de la tradición que quería presentar, pues atestigua que una compilación del s. XIV seguía siendo en el siglo XVII un instrumento válido del trabajo intelectual, renovado y reescrito para uso personal, para la enseñanza o para la confección de sermones —como lo fueron los libros de lugares comunes— por un ‘humanista’ que fue catedrático de Artes y Canónigo de Escritura y de Púlpito.

21 Como Ausonio, Boecio, Catulo, Claudiano, Consolatio ad Liviam, Estacio, Horacio, Juvenal, Laus Pisonis, Lucano, Lucrecio, Manilio, Marcial, Maximiano Etrusco, Ovidio, Persio, Petronio, Plauto, Pro-percio, Séneca, Silio Itálico, Terencio, Tibulo, Valerio Flaco, Virgilio y el humanista Maffeo Vegio.

22 Sobre estos puntos puede verse Muñoz, 2011, passim.

Fig. 6. Ms. 246 de la Biblioteca de Santa Cruz de Valladolid, fols. 19v-20r.

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