las nuestras

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Selección final

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Las Nuestras1er Concurso de EnsayosSelección final2011

Edición al cuidado de Reyna Carranza

Diseño: Santiago Guerrero / www.santiagoguerrero.com.ar

Ilustraciones: Cecilia Berry / www.ceciliaberry.blogspot.com

La tipografía utilizada en el libro es Borges en sus variantes Blanca, Negra y Poema,

del diseñador cordobés Alejandro Lo Celso / www.pampatype.com

Coordinación de la edición: Mariú Biain

© De esta edición.

Secretaría de Cultura.

Gobierno de la Provincia de Córdoba, 2011

ISBN 978-987-25325-8-1

Impreso en Córdoba, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Las nuestras, mujeres que hicieron historia en Córdoba / Mónica Ambort;

Adela Leonor Boscarino; Mabel Brizuela; y otros. Edición literaria a cargo de

Reyna Carranza, con prólogo de Alejandra Vigo. - 1a ed. - Córdoba: Letras y

Bibliotecas de Córdoba, 2011.

312 p. ; 25x18 cm.

ISBN 978-987-25325-8-1

1. Ensayo Histórico. I. Boscarino, Adela Leonor II. Brizuela, Mabel III.

Carranza, Reyna, ed. lit. IV. Vigo, Alejandra, prolog. V. Título

CDD 982

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A U T O R I D A D E S :

Gobernador de la Provincia de CórdobaJuan Schiaretti

Vicegobernador de la Provincia de CórdobaHéctor Campana

Secretaria de Inclusión Social y de Equidad de GéneroAlejandra Vigo

Secretario de CulturaJosé Jaime García Vieyra

C OM I S I Ó N E J E C U TIVA :

Daniel SalzanoReyna Carranza

Hermana Teresa Riego Arq. Sara Gramática

Graciela RuizAlejandra Vigo

C OM IT É TÉ C N I CO :

Jaqueline VassalloAna Falú

Mariú Biain

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INDICE

PrólogoPor Alejandra Vigo

pág. 11

Ensayos ganadores----------------------------------------------------------------------------------------------------

LUISA MARTEL DE LOS RÍOSPor Adela Leonor María Boscarino

pág. 17----------------------------------------------------------------------------------------------------

MERCEDES ORGAZPor Cynthia S. Chimbo Mateos

pág. 37----------------------------------------------------------------------------------------------------

MARINA WAISMANPor Juana Lidia Bustamante

pág. 57----------------------------------------------------------------------------------------------------

LEONOR MARZANOPor Guillermina Delupi

pág. 77----------------------------------------------------------------------------------------------------

GLAUCE BALDOVÍNPor Bibiana Eguía

pág. 89----------------------------------------------------------------------------------------------------

Page 9: Las Nuestras

Menciones----------------------------------------------------------------------------------------------------

ANA PELEGRINPor Ana Tissera

pág. 109----------------------------------------------------------------------------------------------------

ANASTASIA FAVRE DE MERLOPor Laura Rosanna Rota

pág. 127----------------------------------------------------------------------------------------------------

BLANCA DEL PRADOPor Adriana Noemí Izquierdo

pág. 139----------------------------------------------------------------------------------------------------CATALINA DE MARÍA RODRÍGUEZ

Por Mónica Susana Moorepág. 159

----------------------------------------------------------------------------------------------------CECILIA GRIERSONPor Bibiana Fulchieri

pág. 185----------------------------------------------------------------------------------------------------

JOLIE LIBOISPor Mabel Brizuela

pág. 201----------------------------------------------------------------------------------------------------

LEONOR DE TEJEDAPor Ana Mónica González Fasani

pág. 219----------------------------------------------------------------------------------------------------

MALVINA ROSA QUIROGAPor Erica Viviana Krenn

pág. 239---------------------------------------------------------------------------------------------------

Page 10: Las Nuestras

----------------------------------------------------------------------------------------------------MAMA ANTULA

Por Liliana Noemí Villafañepág. 253

----------------------------------------------------------------------------------------------------MARÍA SALEME DE BURNICHÓN

Por Mónica Ambortpág. 273

----------------------------------------------------------------------------------------------------NOEMÍ LOZADA DE SOLLA

Por Alejandro Raúl Reynapág. 293

----------------------------------------------------------------------------------------------------

A modo de epílogoPor Reyna Carranza

pág. 307

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Prólogo

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L A S N U E S T R A S Mujeres que hicieron historia en Córdoba 11

La historia es la imperiosa necesidad que tenemos los seres humanos de comprender el pasado y por ende, lo que justifica la búsqueda de todo aquello que implique su reconstrucción. De manera opuesta, se define el olvido como el “descuido de una cosa que se debía tener presente”; descuido entendido como omisión o flojedad de no haberse hecho lo que debía hacerse.

Desde ese entendimiento y por obcecación personal –entre otras cosas– es que aparece Las Nuestras como un desafío para enfrentar al olvido, al oculta-miento y por qué no, a la flojedad de no haber hecho en su momento lo necesa-rio que nos obligase a pensar en las mujeres; en aquellas que hicieron historia en Córdoba, en quienes pusieron su impronta para hacer de este terruño, ade-más de su lugar en el mundo, también el nuestro. Y ese es el sentido inmediato de Las Nuestras, pero el primero y trascendental es el de ubicar en su justa di-mensión a la mujer como sujeto de derechos, a través –como en este caso– del reconocimiento de su protagonismo en los procesos históricos.

El proyecto Las Nuestras cobra vida, invitación mediante, de la decisión de aceptar llevarlo a cabo por parte de cabales y apreciables representantes de nuestra comunidad, quienes integraron la Comisión Ejecutiva acompañada de una Comisión Técnica de primer nivel. Desde ese momento, en periódicos en-cuentros fuimos cristalizando ideas que, entre miles, alumbraron inicialmente

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un concurso de ensayos abierto a mujeres y varones dispuestos a rastrear, e in-vestigar con entusiasmo, el protagonismo inédito de nuestras mujeres. En ese sentido, la presente edición convierte en logro el primer gran desafío.

En Las Nuestras, el pueblo cordobés a través del Gobierno de la Provincia, rinde un postergado homenaje a quienes fueron también protagonistas de la historia de esta provincia, realizando valiosos aportes para su desarrollo.

Haber comenzado este rescate en el año del Bicentenario, contribuirá a la visibilización de las mujeres que pisaron este suelo entre los siglos XVI y XX, y a promoverlas como patrimonio social cordobés.

Hoy presentamos las primeras dieciséis protagonistas que recobran vida en cada escrito que, más allá de la calidad literaria que terminó por definir la se-lección, determinó nuestro criterio de selección. Lo hicimos creyendo que esas mujeres generosas y tesoneras son las que abrirán paso a las demás.

Queremos que toda Córdoba las ame, las adopte y las proteja en la memoria. Que haga suya la poesía de Blanca del Prado; que retenga la imagen de Jolie Libois construida a partir de su voz; que reconozca a la primera priora, Leonor de Tejeda; que sueñe al ritmo de la Leo con la marca del tunga-tunga de nues-tra Leonor Marzano en su piano, escribiendo la historia del cuarteto; que se sorprenda con Mama Antula, quien siendo mujer recoge el estandarte de los jesuitas expulsados. Que Córdoba se inspire en la bella Luisa Martel de los Ríos, amada de su caballero Don Jerónimo Luis de Cabrera, que le ofrendó su corazón y la homenajeó levantando en estas tierras su ciudad andaluza.

Quizás Glauce Baldovin, figura mayor de la poesía cordobesa, refleje en estas palabras su propio estado de ánimo y sin habérselo propuesto exprese algo de lo que hablamos: “… así es la soledad. Me esfuma. Hablo y nadie me oye. Nadie me ve porque estoy envuelta en la soledad”.

Nuestras protagonistas son muchas más de las que presentamos en estas páginas; por allí quedan esperando la campeona Graciela del Río; la eterna niña Margarita enamorada del General Paz; Nenette, que oculta en “Pablo del Cerro” fue letra de una buena parte del repertorio yupanquiano; la india Casimira Tu-lián, o la cautiva Fermina Zárate, entre tantas y tantas que tuvieron en común –con las que en este libro aparecen– el don de la osadía desde lo simple y pro-fundo a la vez.

Poco conocemos y sabemos de todas ellas, de su participación en las luchas por la organización política de una Córdoba independiente, de su rol en la cons-

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trucción de una Córdoba cultural o científica; o que fueron pioneras de la revolu-ción educativa y constructoras de la organización social colectiva de la provincia.

Ellas nunca imaginaron que serían puntales de las mujeres que vendrían en eso de reconocer su propio valor. Por esto, Las Nuestras no solo nació para fortalecer el protagonismo de las mujeres, sino para apuntalar el gran desafío de recuperar el alma de una Córdoba que merece reconstruir su historia, enorgu-llecerse de su brillo productivo y cultural, como también de su presente social. Porque también es una conquista pendiente la recuperación de protagonistas femeninas para integrarlas a la memoria histórica provincial. Porque Las Nues-tras suma al esfuerzo colectivo en la noble tarea de disminuir desigualdades que nunca deseamos entre las mujeres y los hombres.

Y, sobre todo, porque son muchas las mujeres invisibilizadas que contribu-yeron a plasmar la identidad cultural de la Córdoba que nos enorgullece a todos.

Las Nuestras no concluye con este libro, sino que este es la piedra basal que nos permite poner en valor el protagonismo de las mujeres pero, fundamen-talmente, reafirmar la entidad de la mujer como sujeto histórico pleno de de-rechos. Seguramente le seguirán a esta otras publicaciones, con otras personas y nuevos hechos; rescataremos a más generadoras de cultura, a tantas líderes sociales y políticas, para que de este modo se vaya engrosando el patrimonio provincial. A partir de hoy, las primeras ‘nuestras’ podrán conocerse y recono-cerse en librerías y bibliotecas. Luego vendrá el museo, o centro cultural, espe-cialmente dedicado a las nuestras de ahora, de ayer y de siempre.

Desde el Gobierno de la Provincia deseamos felicitar a los autores de los en-sayos que, en bellas prosas, revivieron a nuestras mujeres dándole lustre a sus historias, y nos reafirmaron que este proyecto era la mejor inversión en pos de la recuperación de nuestra identidad. Y aunque quienes promovimos el proyec-to Las Nuestras tuvimos siempre el anhelo de esta realización, tanto los autores como sus presentes y futuros lectores, nos habrán permitido afirmar, de mane-ra contundente, que estamos en la marcha de una verdadera Córdoba con ellas.

Con el tiempo, con la objetividad que da la distancia, cuando en ausencia de pasiones sea posible escribir la historia que viene, el reconocimiento a la mujer habrá sido uno de los avances más importantes de la humanidad. Este libro es nuestro granito de arena.

Alejandra Vigo

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Por Adela Leonor María BoscarinoMe llamo Adela Leonor María Boscarino, nací un 12 de febrero en

la ciudad de Córdoba, pero me crié en Totoral hasta los seis años;

luego mis padres se mudaron a Argüello, donde vivo hasta hoy.

Me gusta viajar y soy apasionada por la lectura. Al estudiar Guía de

Turismo y más tarde Historia de Córdoba, en el PUAM-UNC, me

interesé por la vida de nuestro fundador y en especial por la de su

esposa: Luisa Martel de los Ríos.

[email protected]

Luisa Martel

de los Ríos

LUISA MARTEL DE LOS RÍOS

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LUISA MARTEL DE LOS RIOSLA FUNDADORA

“Luisa nació en Panamá, posiblemente en 1537, aunque natural de Córdo-ba”, declara en su testamento su hijo Pedro Luis, como escribe el Padre Lozano.

Hija de Gonzalo Martel de la Puente y Guzmán, nacido en Córdoba, Andalu-cía, Señor de Almonaster, Regidor de Panamá, Gobernador y Capitán de Tierra Firme, además de propietario rural y dedicado al comercio de lanas; y por parte de madre hija de Francisca Lasso de Mendoza de los Ríos1.

Luisa es descripta por los historiadores como: inteligente, decidida, esbelta, rubia, ojos verdes, de gran personalidad, capaz, fuerte, de carácter y tempera-mento activo. Sabía leer muy bien, pues cuando vivió en Lima, Perú, junto a sus padres, tuvo acceso a libros que llegaban de España. Su caligrafía, nos comenta Ferrari Rueda, era elegantísima y firmaba Luysa Martels2.

Era apenas una niña de catorce años, cuando sus padres, según lo acostum-brado, afirma Lozano, “maridaron a Luisa con el conquistador Capitán Sebas-tián Garcilaso de la Vega, que frisaba en cincuenta largas anualidades” 3.

Éste, con la ñusta o princesa inca, Isabel Chimpu Ocllo, nieta del último so-berano Inca, tenía un hijo bastardo apodado “el Inca”.

En efecto, en el año 1539, nació Gómez Suárez de Figueroa, que fue bautiza-do por su padre con nombres de algunos de sus antepasados.

Tiempo después, Sebastián de la Vega se ve obligado a abandonar a Isabel, a causa de la presión de las autoridades de la península, que exigían que los

1 LOZANO Pedro, Historia de la conquista del Paraguay…, Bs. Aires, 1873.

2 FERRARI RUEDA Rodolfo, Historia de Córdoba, Cba, Ed. Biffignandi, 1968

3 LOZANO Pedro, Historia de la conquista del Paraguay…, Bs. Aires, 1873.

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conquistadores españoles se casasen con damas nobles de España; reteniendo, no obstante, a su hijo de diez años y casándose finalmente con Luisa Martel de los Ríos y Mendoza. Este hecho convierte a Luisa en madrastra del famoso Inca Garcilaso de la Vega.

Nace luego Blanca de Sotomayor, hija del Capitán de la Vega y Luisa, pero muere muy pequeña. Mas tarde muere también el esposo de Luisa.

El Inca Garcilaso parte de Cuzco rumbo a España, en 1560, donde adopta el nombre con que pasó a la eternidad.

Luisa Martel de los Ríos, con tan solo 20 años debió soportar la muerte de su esposo, la de su pequeña hijita y la partida de su hijastro, con quien, se sabe, tuvo gran acercamiento, y quizás por tristeza, o el hecho de quedar tan sola, muy pronto Luisa se casó con Jerónimo Luis de Cabrera.

“En el año 1538, Cabrera pasó muy joven a la Indias como Alférez de la Real Armada, una década mas tarde alcanzó el rango de Maestre de Campo, aveci-nándose en Cuzco, donde hizo construir casa de dos pisos con escudo de armas sobre el portal” 4.

Dicha construcción aún existe, hoy convertido en Colegio de las Madres Sa-lesianas. El historiador Valiente de Moctezuma describe así la majestuosa casa de Cabrera, donde seguramente vivió con Luisa y sus hijos:

“Contenía todo cuanto era posible desear, las comodidades mas lujosas, los detalles mas significativos, sillones, tapices, alcatifas para cubrir los pavimentos, hermosa platería repujada, pomposos cielos de brocado, capilla con imágenes estofadas en oro…” 5.

Cabrera también acababa de llorar la muerte de su madre, María de Toledo, y de sus dos pequeños hermanos, Juan y Nicolasa, que venían de España a visitar a su hijo, “tan ventajosamente colocado en el Perú”. “A poco de salir, azotado por la tempestad, el navío naufragó en el paraje Arenas Gordas, el 8 de octubre de 1555, pereciendo María de Toledo ahogada con sus dos últimos hijos…” 6.

Pero la vida debía proseguir y los hijos comenzaron a llegar; así pronto nació

4 MARTINEZ VILLADA Luis, Los Cabrera, Córdoba, Ed. U.N.C., 1938.

5 MOCTEZUMA VALIENTE, J. L. de Cabrera, fundador…, en La Nación, 1942

6 MARTINEZ VILLADA Luis, Los Cabrera, Córdoba, Ed. U.N.C., 1938.

LUISA MARTEL DE LOS RÍOS

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en Cuzco el primer hijo de Luisa: Miguel Jerónimo Luis de Cabrera Martel, bau-tizado con el nombre de su abuelo paterno y de su padre.

Miguel Jerónimo se radicó en Córdoba después de la fundación, cumpliendo importantes comisiones en el Cabildo cordobés; en esta capital poseyó chacras y la casi totalidad de la manzana donde está situada en la actualidad la iglesia Santa Catalina, y fue primer Señor de la encomienda de Quilino, que perteneció a su padre. Para el año 1613 se ausentó al Perú, donde llegó a ser Juez de Na-turales del Cuzco, y donde se casó con Isabel de Morales, con quien tuvo cinco hijos7.

Al siguiente año, 1559, llegó al mundo el segundo hijo del matrimonio Ca-brera: Gonzalo Martel, a quien Luisa llamó igual que su padre: Gonzalo Martel, sin imaginar jamás que algún tiempo después sería otro ‘Gonzalo’ quien aca-baría con la vida de su esposo.

Gonzalo Martel nació en Cuzco y, con tan solo catorce años, fue luego vecino fundador de Córdoba junto a su padre. Más tarde, se desempeñó como Alcalde Ordinario y Alférez Real; tuvo solares en la manzana de la iglesia de Santa Cata-lina, y en la merced de La Lagunilla, donde nacen las aguas de la Cañada, entre otras propiedades.

Contrajo nupcias con María de Garay, hija del conquistador Juan de Garay, fundador de las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires, y de Jerónima Becerra; de esta manera se relacionan los integrantes de dos conquistadores.

Gonzalo se ausentó al Perú en 1596, desempeñó allí el cargo de Gobernador de Santa Cruz de la Sierra, sobresaliendo por su acción, pero encabezó luego una revolución de grandes proyecciones que le costo la vida. Fue degollado en La Plata (Chuquisaca), el 13 de marzo de 15998.

Luisa debió sentirse orgullosa de ser la abuela del hijo de Gonzalo: Jerónimo Luis de Cabrera, no solo por llevar el nombre de su abuelo, sino por su larga y brillante actuación, por la que fue llamado “el gobernador”. Se desposó con su prima hermana Isabel, hija del célebre Hernandarias, entrelazando así a los Cabrera con los Arias de Saavedra.

“Fue Gobernador del Tucumán y luego del Río de la Plata. Encabezó en 1622

7 FERRARI RUEDA Rodolfo, Historia de Córdoba, Cba., Ed. Biffignandi, 1968.

8 FERRARI RUEDA Rodolfo, Historia de Córdoba, Cba., Ed. Biffignandi, 1968.

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una grandiosa expedición a la “Tierra de los Césares”, y fue fundador junto con Torres de Vera y Aragón de la ciudad de “las Siete Corrientes”9.

Los hijos llegaban y Luisa comenzó a presentir que la vida junto a Jerónimo no sería nada fácil, ni quieta, los continuos traslados fundando ciudades, las constantes mudanzas, las nuevas experiencias, a veces muy duras, cargando a sus pequeños niños, pero a todo esto, con su personalidad fuerte y activa, le haría frente.

Jerónimo Luis de Cabrera vino de España a América acompañando a su her-mano por parte de padre: Pedro Luis de Cabrera y Figueroa.

En efecto, Don Miguel Jerónimo de Cabrera Zúñiga, se casó en primeras nupcias con Elena de Figueroa, naciendo de esta unión Pedro Luis. Pero tuvo un desliz amoroso con María de Toledo, que tal parece duró varios años y que, probablemente, al quedar ambos viudos se casaron. Del matrimonio entre Don Miguel y María de Toledo nacieron el futuro esposo de Luisa y cuatro hermanos más: Leonor de Zúñiga quien se casa con Rodrigo de Esquivel, abuelos éstos del conocido Rodrigo de Esquivel; Juan de Cabrera y Nicolasa de Zúñiga, falleci-dos, como vimos, en el naufragio junto a su madre; y Antonio Luis de Cabrera, quien con su segunda esposa, Catalina Dorante, tuvo cinco hijos, entre ellos Fé-lix Mendoza y Zúñiga, que se casó con Elvira Manrique de Lara, estableciéndose en La Rioja, Argentina, donde el apellido Cabrera tuvo dilatada sucesión.

Desde muy joven mostraría el esposo de Luisa su coraje y lealtad hacia la co-rona española, como la vez que: “…en Cuzco se levantó Francisco Girón, y salió con los hombres de su hermano, y dobló jornadas y fue comprando y mudan-do caballos a dar la nueva a los oidores de la Corte. Fue hasta Ica y trajo setenta hombres, y sirvió hasta que Girón fue muerto”10.

Fue en este valle de Ica, donde en 1563, Cabrera fundó la ciudad de Valverde y la sostuvo a su costa. Esto valió para que el virrey, Conde de Nieva, lo designara Corregidor y Justicia Mayor de las Charcas y Villa de Potosí.

El viaje de Cuzco a Valverde no debe haber sido, por cierto, nada placente-ro. Luisa debió usar su ingenio y habilidad, acomodando a sus dos pequeños

9 LEVILLIER Roberto, Nueva crónica de la conquista del Tuc., Madrid, 1926.10 MARTINEZ VILLADA Luis, Los Cabrera, Córdoba, Ed. U.N.C., 1938.

LUISA MARTEL DE LOS RÍOS

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hijos, para realizar entonces tan arriesgada travesía. Al llegar al valle no había nada, por lo que de inmediato Cabrera mandó levantar tiendas con lonas, para resguardarse unos cuantos días hasta construir casas; hizo reparar la antigua acequia de los incas, mandó sembrar todo lo necesario para alimentarse, hizo tallar por los indios: camas, armarios, mesas, sillas y un reclinatorio donde Lui-sa rezaría sus plegarias.

Con su gran fortaleza física y espiritual, ella debió soportar con entereza el cambio de haber vivido en Cuzco, prácticamente en un palacio, por la ciudad que acababa de fundar su esposo, viviendo en los comienzos prácticamente en la intemperie.

Es precisamente en Valverde donde nace, en 1567, el tercer hijo de Luisa, bautizado Pedro Luis, como su tío, en honor al hermano de Jerónimo.

Este hijo de Luisa tenía seis años cuando acompañó a su padre en la funda-ción de Córdoba; fue uno de los personajes mas importantes de la historia colo-nial, se desempeñó como Teniente Gobernador, Corregidor, Alguacil del Santo Oficio, Procurador, Alférez Real, entre otros; y segundo Señor de la encomienda de Quilino, donde administró un famoso viñedo de catorce mil plantas.

En 1591 adquirió la merced de Cavisacat, formando en ella la hacienda y obraje “San Esteban del Totoral, o Totoral Grande”, construyendo a la orilla del arroyo su vivienda, con capilla, acequia, molino, telar, carpintería y fragua, y mandó se les enseñara los oficios a nativos y negros. “Hizo del Totoral la parada obligada de todos los caminantes en aquella época, que encontraban allí el so-laz adecuado para su duro trajinar”11. Se casó con Catalina de Villarroel, hija de Diego de Villarroel, fundador de Tucumán, entroncándose otra vez los Cabrera con hijos de otro conquistador.

Pedro Luis le brindó a Luisa el amor de once nietos y deben haber sido éstos los que alegraron los últimos días de la abuela, ya que sólo este hijo es quien se radicó definitivamente en Córdoba.

Jerónimo Luis de Cabrera (nieto), hijo de Gonzalo Martel, describe a Pedro Luis, su tío, de acuerdo a la declaración de un testigo que se encontraba en Cór-doba, en el año 1621: “… un caballero muy viejo, con hábito de terciario fran-ciscano, que se llamaba Pedro Cabrera, con una barba muy larga y cana… tenía

11 MOYANO ALIAGA, La casa de la curtiduría, Instituto Iberoamericano, 1984.

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grandes casas y una campana a la puerta que tocaba para que forasteros fueran a comer a su mesa…”

Pedro Luis de Cabrera Martel falleció en esta provincia en 1636; sus restos, los de su esposa y los de la mayoría de los compañeros de Cabrera en la funda-ción de Córdoba, descansan en la iglesia de San Francisco, que al edificarse el actual convento fueron conservados12.

Uno de estos nietos de Luisa se llamó Manuel de Cabrera, quien fue enviado en 1626 a España, a seguir sus estudios. Este largo viaje presentó un sinfín de inconvenientes, al punto que, llegando a Lisboa estuvo a punto de hundirse la nave; por ello, Manuel “hizo voto, si escapaba, de entrar a la Compañía de Jesús”, y el 2 de diciembre de 1638 “hizo donación de todos sus bienes a favor de la Compañía en Córdoba, con la condición que todo sea destinado para una iglesia nueva que se ha de levantar…”.

Dice al respecto un decreto nacional del año 1940: “… el templo levantado por el jesuita cordobés Don Manuel de Cabrera, quien quiso costear a su pueblo natal de un templo que acreditase dos amores muy fuertes, su amor a la Com-pañía de Jesús y su amor al terruño, a Córdoba”13.

Estando en Valverde, Jerónimo Luis de Cabrera recibe la orden de trasladar-se a Potosí en calidad de Regidor, para solucionar los graves conflictos que allí existían. Este nuevo nombramiento significaba un nuevo traslado con sus pe-queños hijos y todo lo que esto traía aparejado, si tenemos en cuenta, además, que Luisa había dado a luz a sus dos pequeñas niñas: Petronila y Francisca.

Petronila de la Cerda Cabrera Martel, la cuarta hija de Luisa, fue vecina de Santiago del Estero, donde contrajo matrimonio con Pedro de Villarroel, hijo también del fundador de Tucumán; no olvidemos que su hermano Pedro Luis se había casado con una hija de este fundador, quizás al mismo tiempo. Luego de traer al mundo nueve hijos y enviudar, esta mujer de ánimo tan diligente y resuelto, al igual que Luisa, su madre, se arraigó definitivamente en Córdoba, donde murió en 163014.

12 ARGAÑARAZ Abraham, Crónica del conv.de San Franc.de Cba, Bs. As, 1888.

13 ARENAS LUQUE F., El fundador de Cba, J. L. de Cabrera, Bs. As., 1939.

14 MARTINEZ VILLADA Luis, Los Cabrera, Córdoba, Ed. U.N.C., 1938.

LUISA MARTEL DE LOS RÍOS

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Nace luego la última hija de Luisa, a quien bautiza con el nombre de su ma-dre: Francisca Martel de los Ríos; ésta contrae enlace con Gonzalo de Soria y Osorio, descendiente de Damián Osorio, que llegó a Córdoba con Cabrera. Da-mián defendió, más tarde, con gran firmeza los bienes de Luisa; Francisca ave-cindó con su esposo en La Plata (Chuquisaca), teniendo sólo una hija 15.

Al nombrar a los hijos de Luisa, vemos como algunos figuran con el apellido paterno, de ella, de sus abuelos, o de la casa que sucedían, costumbre muy co-mún en aquellos tiempos, en que se solía adoptar el nombre de los antecesores más remotos16.

El viaje a Potosí sería largo y duro, pero Luisa con su fortaleza y determina-ción, acomodó a sus pequeñas hijitas y a Pedro Luis, de tan solo tres añitos, en canastos que iban a lomo de mula guiadas por sus fieles nanas. Mientras que los dos varoncitos mayores estaban en edad de viajar sobre mansos caballos, animales a los que Luisa y su esposo eran muy afectos. Según la tradición, fue Cabrera quien introdujo al actual territorio argentino el caballo peruano.

Totalmente distinta a Valverde, Potosí era una villa imperial, en cuyas calles se mezclaban personajes importantes ataviados con ropas finas, mercaderes, comerciantes, y también prostitutas, mineros y aventureros. Pero en Potosí se trataba cruelmente a los nativos y a los negros, obligados a excavar día y noche las minas de plata.

En el año 1571, el virrey Francisco de Toledo, nombra a Jerónimo Luis de Cabrera “Gobernador de la Provincia del Tucumán, Juries y Diaguitas”, por ser Cabrera “hombre de noble casta y buena opinión en este Reyno…”. Dicho nom-bramiento expresa ”poblar una ciudad en el valle de Salta, de camino y como entrare a la gobernación…”; pero además lo facultaba para que “dentro de las provincias de Tucumán, Juríes y Diaguitas, y en la parte y lugar que ‘le pareciere que conviene’, pueda poblar y fundar un pueblo…”17

Cabrera, cumpliendo las órdenes del virrey, emprende el camino hacia La Plata (Chuquisaca), pensando sin duda en lo arriesgado de la próxima expe-

15 Ibídem

16 FERRARI RUEDA R., Historia de Córdoba, Cba, Ed. Biffignandi, 1968

17 BERBERIAN E., Crónicas del Tucumán, siglo XVI, Buenos Aires, 1987

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dición, y así se lo expresa a Luisa, sugiriendo que ella y los niños regresaran a Cuzco.

Pero Luisa, firme y decidida, resuelve acompañarlo. Esta mujer valiente, adelantada para la época, rompiendo con las costumbres excluyentes que las enmarcaban, impuso su parecer, siendo luego principal protagonista de la his-toria local de Córdoba.

Sería, finalmente, Miguel Jerónimo, el hijo mayor, quien partiría a Cuzco con las niñas y sus nanas, custodiados por un ejército dispuesto por Cabrera.

Poco después, Cabrera nombra a Lorenzo Suárez de Figueroa -primo del vi-rrey Toledo, y sobrino de la primera esposa de su padre-, como su Alférez Real. También integra la expedición Hernán Mejía Mirabal, quien en cada oportuni-dad regresa a Santiago del Estero a visitar a María Mancho, la aborigen madre de sus hijos, motivo por el que es muy respetado por las tribus de la región. Leo-nor, una de las hijas de la pareja, luego esposa de Tristán de Tejeda, es una de las primeras mujeres españolas que, junto a Luisa, pisarían luego suelo cordobés.

Aclaremos, no obstante, que más tarde y de acuerdo a las leyes de España, Hernán Mejía Mirabal contrae matrimonio con la noble española Isabel Salazar.

No debemos confundir a Hernán Mejía Mirabal con Andrés Mejía, quien también formaba parte de la expedición de Cabrera, y que fuera más tarde su yerno, pues casó en 1591 con Elena, su hija natural. Quizás por ello es el respeto demostrado por Cabrera hacia los nativos, ya que la sangre de su hija era parte de ellos; “haré notar -nos dice el historiador Martínez Villada- que el fundador puso a su hija natural el nombre de la primera mujer de su padre y que ninguno de sus hijos, o nietos legítimos, usó el apellido Toledo de su abuela materna” 18.

El largo camino a Santiago del Estero duró seis meses; se realizó por difíci-les senderos, bajo el riesgo permanente de ataques de tribus nativas, sufriendo además un calor insoportable durante el día y fríos muy intensos durante la noche, sin contar el acecho constante de animales salvajes y alimañas.

En la expedición venían, además de Luisa, otras esposas de conquistadores, entre ellas, como dije, Leonor, que estaba embarazada, por lo que al año siguien-te, 1574, nacería en Córdoba la primera cordobecita: Leonor de Tejeda, fundado-

18 MARTINEZ VILLADA Luis, Los Cabrera, Córdoba, Ed. U. N. C., 1938.

LUISA MARTEL DE LOS RÍOS

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ra en 1613 del primer Convento de Monjas, no solo de Córdoba, sino también de la provincia del Paraguay.

Esta fecunda pareja, entre sus siete hijos, fueron padres también de Juan de Tejeda, fundador en 1628, con la ayuda de su hermana Leonor, de otro conven-to, hoy Museo Juan de Tejeda. Vale la pena recordar que éste fue padre de Luis José de Tejeda, primer poeta cordobés y argentino.

Cabrera asumió el mando de Gobernador el 19 de Julio de 1572, en Santiago del Estero. En este pequeño asentamiento de no más de cincuenta casas de ado-be y paja, comenzó de inmediato con los preparativos, ya que era su objetivo: “extender la expedición al sur buscando una salida al mar”, por lo que envió a su hombre de confianza, Suárez de Figueroa, junto a otros hombres, a reconocer el lugar. Figueroa partió con cuarenta y ocho soldados y el padre mercedario Luis de Valderrama, verificando que los comechingones eran muy dados a can-tar y bailar y “así se sujetaban como a corderos”, que hablaban más de nueve lenguas distintas y que eran barbados como los españoles.

Además, la región era apropiada para poblar, por la fertilidad del suelo, el clima benigno y la posición estratégica. En tanto, Cabrera manda construir cua-renta carretas: “que irían cargadas con alimentos, vestidos, pertrechos, herra-mientas de labranza, armas; caballos, vacas, ovejas, cabras, puercos, etc.” 19.

Al regreso de Suárez de Figueroa, con noticias tan alentadoras, decide Cabrera continuar camino y levantar una ciudad en la tierra de los comechingones.

Por fin, llega el día que junto a Cabrera parten una centena de hombres, pro-metiéndole a Luisa, antes de partir, que mandaría por ella y que una vez asen-tados en el nuevo sitio, fundaría una ciudad en su honor, llamándola con el nombre del lugar de nacimiento de sus padres en España, y que el escudo de la misma tendría los “ríos” de su nombre 20.

Cabrera arriba a las costas del río Suquía, como era llamado por los nativos, el 24 de Junio, y lo llama San Juan, por ser ese el día que se conmemora el Santo, y el 6 de Julio de 1573 funda la nueva ciudad, bautizándola Córdoba, tal como se lo prometiera a Luisa.

19 ARENAS LUQUE, El fundador de Cba, J. L. de Cabrera, Bs. Aires, 1939

20 BISCHOFF Efraín, Historia de Córdoba, Buenos Aires, Ed. Plus Ultra, 1985.

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Le acompañaban aquel frío, pero memorable día, además de sus hijos Gon-zalo y Pedro Luis, el escribano Francisco de Torres, Lorenzo Suárez de Figueroa, los veteranos del Tucumán, entre otros: Hernán Mejía Mirabal, Blas de Rosales, Juan de Ludueña y Miguel de Ardiles; y los que venían desde Perú: Tristán de Te-jeda, Alonso de la Cámara, Damián Osorio, etc; “… llegaba Cabrera con un cente-nar de soldados y un grupo de vecinos de Santiago, acompañándolos Francisco Pérez de Herrera, ”cura de españoles y naturales”, agregado también al séquito el mercedario Luis de Valderrama 21.

Luego, cumpliendo la otra promesa hecha a Luisa, mandó dibujar el escudo de la ciudad, donde figuran los ríos Primero y Segundo, los “ríos” de su nom-bre, distintivos heráldicos de la familia de su esposa.

Erigió luego el rollo y picota, distribuyó solares a los conquistadores, y el del Cabildo y la Iglesia, a la que puso bajo la advocación de la Peña de Francia, pues Cabrera traía desde Cuzco una pequeña efigie de la citada virgen, que presidió durante doscientos años el altar principal de la Iglesia Mayor de Córdoba.

Nuestra Señora de la Peña es morochita, por lo que también fue amada y venerada por los nativos, quienes la llamaban Mama Copacabana 22.

Más tarde, con cuarenta hombres, Cabrera reanuda la marcha, “a fin de des-cubrir un puerto que abriese una ruta marítima directa hacia los reinos de Espa-ña”, y así alcanza el río Paraná a la altura del fortín Sancti Spiritus, que levantara Sebastián Gaboto, y funda el puerto San Luis de Córdoba, el 18 de septiembre de 1573.

Dos días después, se encuentra con más de dos mil indios timbúes próxi-mos a atacar a Juan de Garay, luego su consuegro, quien también venía a insta-lar un puerto. La llegada de Cabrera y sus hombres salva la vida de Garay y los suyos; inmediatamente ambos entran en contacto y pronto estalla la disputa por el derecho de las tierras, hasta que finalmente Cabrera decide regresar a Cór-doba, donde más tarde se entera de que Felipe II ha favorecido a Garay con las mismas.

De regreso en Córdoba, y una vez levantado el fuerte, Cabrera envía por Lui-sa. Esta, siempre dispuesta, ya estaba muy ocupada organizando las cargar en

21 CABRERA Pablo, Ensayo histórico sobre la fundación de Cba, Cba, 1920.

22 CABRERA Pablo, La virgen de Cabrera, patrona de Cba, Cba, 1958.

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las carretas, grandes baúles con alimentos, ropa, y todo tipo de utensilios para tan largo viaje, teniendo en cuenta la presencia de mujeres y niños que estaban a su cargo.

Para enero de 1574, Luisa, con sus treinta y seis años, estaba por fin en su ciudad, en Córdoba. La Córdoba que su esposo había fundado en su honor.

Una vez acomodada, manda buscar a sus dos pequeñas niñas, Petronila y Francisca, que llegaron junto al hermano mayor, Miguel Jerónimo. Y ahora sí, la felicidad de Luisa es completa, infinita, por fin toda la familia está junta, instala-da en la flamante ciudad-aldea.

Pero la alegría no dura mucho. El 16 de marzo se presenta en el fuerte Gonza-lo Abreu de Figueroa, el nuevo gobernador que, según Orden Real, viene a reem-plazar a Cabrera; éste, que salía de la cama tras una “sangría”, recibe con mucha cordialidad al recién llegado y su comitiva. Pero en ese instante, Gonzalo, que ya tiene quince años, y que porta el estandarte Real, es increpado por un hombre de Abreu que le arrebata el estandarte y arrastra por el suelo al hijo de Cabrera. Acto seguido al incidente, Abreu le responde a Cabrera con desprecio hacia su persona, leyéndole los cargos que existían en su contra: “usurpación del título de gobernador y traición al rey”, y lo toma prisionero. Al día siguiente lo manda encadenar como un criminal y así es llevado a Santiago del Estero.

Este Abreu de Figueroa, como dijimos, era sobrino de la primera esposa del padre de Cabrera, quien fuera desplazada por María de Toledo, para más judía, perseguidos entonces por la Inquisición.

Las relaciones de Miguel Jerónimo Cabrera con María de Toledo, nos dice el historiador Raúl Molina, debieron ser el escándalo de Sevilla y dejaron odios de familias que vinieron a expresarse dramáticamente en el Tucumán 23.

Mientras que el Padre Lozano escribe: “… aquellas actitudes y frases des-pectivas muestran la profunda inquina y prejuicio malevolente de que estaba imbuido contra su antecesor…” 24.

Lo cierto es que Abreu, llamándolo traidor, despojó a Cabrera de sus bienes, apropiándose prácticamente de todos, y luego de varias horas de tormento, lo sentenció a morir con “garrote vil”, el 17 de agosto de 1574.

23 MOLINA Raúl, Historia Argentina, Buenos Aires, Ed. Plaza y Janet, 1968.

24 LOZANO Pedro, Historia de la conquista del Paraguay…, Bs. As., 1873.

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“… hasta en la forma de matarlo mostró su saña: Cabrera por el fuero de los caballeros no podía recibir garrote, sino que debía ser degollado de frente” 25

Luisa y su calvario

Fallecido Cabrera, comienza el protagonismo de Luisa Martel de los Ríos. Su individualización, su incidencia, su aporte, modificaron en parte el proceso social de la época, acudiendo en persona, más allá de los condicionamientos de género, hasta la misma Corte del Rey, a fin de limpiar el nombre de su esposo, y su valiente actuación deja una profunda huella en el largo proceso histórico.

Desolada y sin comprender aún lo sucedido, viaja junto a sus cinco hijos a Santiago del Estero. Imaginemos que sentiría regresando al lugar del que había salido plena de esperanzas. Pregunta allí por el paradero de Jerónimo, esperan-do quizás el perdón de Abreu de Figueroa; pero no fue así, la primera novedad fue que el virrey se habría negado ayudar a Cabrera.

Escribe Groussac al respecto: “… fue el alma de barro del virrey Toledo la que urdió, por intermedio de Abreu, la eliminación de Cabrera, quien le había des-obedecido al no poblar el valle de Salta, a fin de repartirse los indios y territorios con sus allegados…” 26.

Luisa, se dirige más tarde a La Plata, en búsqueda de explicaciones, así para

el verano de 1575, la recibe el padre Luis de Valderrama, el mismo que estuviera con Cabrera en la fundación de Córdoba, quien la aloja en su casa junto con sus hijos. Éstos, a pesar de su corta edad, actúan como verdaderos hombres para salvar el honor y el nombre de su padre. Miguel Jerónimo viaja al Cuzco a de-fender los pocos bienes que aún les quedaban; Gonzalo se traslada a Lima para averiguar la razón del silencio del virrey Toledo, silencio que precipitó el triste final de su padre. Y Pedro Luis, en tanto, se queda en La Plata junto a su madre y sus pequeñas hermanitas, solicitando entrevistas, a pesar de sus escasos ocho

25 MARTINEZ VILLADA Luis, Los Cabrera, Córdoba, Ed. U.N.C., 1938.

26 GROUSSAC Pablo, Ensayo histórico sobre el Tucumán…, Bs. Aires, 1884.

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años, a cada integrante de la Real Audiencia.Tiempo después, como resultado a tantas gestiones, recibe Luisa noticias del

virrey Toledo, y se entera que el rey Felipe II ratificaba a Cabrera como Goberna-dor y ofrecía, para compensar semejante desgracia, el gobierno del Tucumán.

Quizás por ello, como afirma Enrique Gandia: “estaría Luisa complicada en una revolución de grandes proyecciones”, encabezada por los clérigos Martín Zambrana y Diego de Vargas, que estalló en 1578, donde los revolucionarios se apoderarían de Cuzco y Potosí, entrarían al Tucumán y dominarían el Paraguay. Pero esta revolución fue rápidamente sofocada por el virrey Toledo, los clérigos fueron ejecutados, mientras que Luisa, que al parecer estaba en Córdoba, no fue pasible de sanción. El propósito de ésta, según Gandia, era “vengar la muerte de su marido y poner al frente de la gobernación del Tucumán, una vez muerto Abreu, a Gonzalo, uno de sus hijos”

Enrique de Gandia llama a Luisa: “la primera mujer revolucionaria de Amé-rica”, basado en su participación en las lides de aquellos siglos lejanos, cuando secundó a su hijo… ¡fundadora de la ciudad de Córdoba, Argentina!” 27.

Quiero hacer un alto en mi trabajo para echar luz a este aspecto poco cono-cido de la vida de Luisa Martel de los Ríos. Vemos como esta fuerte mujer indig-nada aún por la muerte de su esposo, a pesar de los cuatro años transcurridos, se involucra en un hecho impensable, quizás, para otra mujer de su época; sin duda que este accionar, descorre el velo de invisibilidad en que estuvo, durante muchos años, sumergida ‘la mujer’.

Dijimos que el cargo de Gobernador había sido ratificado, pero faltaba lim-piar el honor de su esposo, que a pesar de los trámites realizados nada se logra-ba, entonces Luisa debió pensar que sólo la presencia de un hombre la ayudaría. Recordemos lo dura que era la sociedad de aquellos días en lo referente a los condicionamientos sociales restrictivos para su género. Es así que en 1579 Luisa contrae matrimonio con el Capitán Juan Rodríguez de Villafuerte, “más que por afecto, por la necesidad que le atendiera sus intereses y para que le ayudara a reivindicar el nombre de su anterior esposo…” 28, opina Ferrari Rueda.

27 GANDIA Enrique, Historia de la conquista…, Bs. Aires, Ed. García, 1932

28 FERRARI RUEDA Rodolfo, Historia de Córdoba, Cba, Ed. Biffignandi, 1968.

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De esta manera, el nuevo marido de Luisa se convierte en el tutor de la fa-milia. Como sabemos, Abreu de Figueroa había confiscado todos los bienes de Cabrera, y sólo una vez terminado su gobierno podría Luisa disponer de los mismos, sin embargo, su esposo viaja a España a efectuar el reclamo correspon-diente.

Luisa queda nuevamente sola con sus hijos, a los que hay que alimentar, razón por la que, temperamental como siempre, se presenta ante el Alcalde so-licitándole “autorización” para realizar ciertas operaciones comerciales, la que le es concedida en recuerdo de Cabrera; entonces, con su conocida habilidad comienza a comerciar en el pueblo, con ganado, semillas, granos, etc.

“Señora de ánimo esforzado, apodera a Pedro Osorio para cobrar lo que le debían a su marido; a Gonzalo Osorio, su yerno, a cobrar los bienes que heredó de su hijita por la muerte de sus padres y los de María de Toledo” 29.

Luisa transitó por la vida en el siglo XVI, pero lo hizo como si fuera de otro tiempo; su inteligencia, su educación, sus ideas, su cultura, su trabajo, sobresa-lieron en la dinámica social de su época.

En tanto, en abril de 1580, Hernando de Lerma y sus hombres llegan a San-tiago del Estero; pronto se dirige a la casa de Abreu, donde Lerma en persona a punta de pistola lo toma prisionero, mandando que lo engrillen y encierren en un calabozo. Pero no contento con esto, al otro día ordena que lo lleven al chiquero de un vecino, quien en recuerdo del sufrimiento de Cabrera, obedece con gusto.

Lerma se retira luego a Tucumán, dejando a Abreu de Figueroa en esta es-pantosa situación, rodeado de suciedad y cerdos amenazantes.

Tras diez largos meses, Lerma regresa y decide darle muerte, lo hace colgar por las muñecas, colocando peso en sus piernas; y así permanece Abreu durante tres días, hasta su muerte, el segundo mes del año 1581 30.

Mas tarde, regresa el esposo de Luisa, quien pone mil pretextos a la hora de rendirle cuentas a ésta, por el rédito de la siembra realizada en Valverde, en

29 MARTINEZ VILLADA Luis, Los Cabrera, Córdoba, Ed. U.N.C., 1938.

30 GANDIA Enrique, Historia de la conquista…, Bs. Aires, Ed. García, 1932.

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Cuzco, y el resultado de sus gestiones en España. “El aludido Rodríguez Villafuerte, personaje de procederes incorrectos, mal-

gastó sus bienes y en 1581 se ausentó de Córdoba, con el pretexto de arreglar asuntos de la sucesión, a donde no regresó más, abandonándola…” 31.

Pero Luisa, mas allá de bajar los brazos, sigue luchando; así en febrero de 1581, junto a su hijo Gonzalo construye un molino, “en la banda Norte del río, frente al asiento de la ciudad…, en la parte oriental del rincón formado por el río…el estanque de Gonzalo Martel estuvo próximo al ángulo N.E. de la traza urbana, hoy calle Lima esquina Santiago del Estero” 32, continuando además con sus negocios de hacienda; y frente al desleal accionar de su esposo se pre-senta ante el Alcalde, para que éste revoque el poder que ella había firmado a favor de Rodríguez Villafuerte; mientras que en su cabeza rondan extraños pensamientos…

Estos, no eran otros que presentarse en persona ante el rey a defender el nombre y la honra de Jerónimo Luis de Cabrera y los bienes familiares.

Finalmente, Luisa parte en un bergantín desde El Callao rumbo a Sevilla; allí la espera su hermano Antonio Martel, quien tiene amigos en la Corte con fuerte influencia sobre el rey Felipe II, por lo que pronto se traslada a Madrid junto a su hermano.

Así, dolorida por el crimen y enorme agravio que se había inferido a su ma-rido -nos comenta Arenas Luque-, “… tuvo ánimo… y emprendiendo viril es-fuerzo… pasó en persona a la Corte y postrada a los pies del Rey Felipe II, abogó por el difunto, presentando probanzas de inocencia…” 33, y agrega: “levantada la culpa imputada, le restituyó también su fama”.

Luego de cumplir con éxito su objetivo, decide Luisa volver a América; llega al puerto de El Callao y con su acostumbrada fortaleza emprende el duro cami-no de regreso. Y en 1587 ya se encontraba Luisa en Córdoba, ¡la Córdoba que Cabrera fundara en su nombre!, allí estaba Suárez de Figueroa, el hombre que prometiera a aquél proteger la ciudad hasta su regreso, allí estaba, cuidando el lugar que Cabrera había elegido para ella.

31 FERRARI RUEDA Rodolfo, Historia de Córdoba, Cba, Ed. Biffignandi, 1968

32 LUQUE COLOMBRES, Ubic. y sitio de la fund. de Cba, Americanistas,1954

33 ARENA LUQUE F., El fundador de Córdoba, J. L. de Cabrera, Bs. As., 1939

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Cuando Luisa llega, la ciudad ya no era la de antes, ya se había mudado al actual emplazamiento, contaba ahora con setenta casas; ya estaba en pie la pre-caria iglesia de los franciscanos, negocios, nuevas acequias de agua, fábricas de ladrillos y tejas que reemplazaron las viejas construcciones de barro y paja.

Años después, le comunican a Luisa la muerte de Rodríguez Villafuerte en una pelea callejera en las afueras de Potosí, quedando así viuda por tercera vez.

Luisa debe haber vivido, además, la alegría de la llegada de los jesuitas, en 1599, sin imaginar que luego uno de sus nietos sería parte de ellos, pero tam-bién debió llorar la muerte de su hijo Gonzalo, ocurrida el 13 de Marzo de ése año.

No se sabe mucho del final de Luisa, algunos autores opinan que regresó al Cuzco, otros, que como era habitual terminó sus años en un convento, y que murió cerca de los 80 años. En tanto, Ferrari Rueda, escribe: “en 1603, aquélla ya había fallecido” 34; mientras que Arenas Luque, coincide en la fecha y dice: “La vida de Doña Luisa se puede seguir hasta 1603, lo que le ocurrió a su hijo, el más osado de ellos, Gonzalo Martel, no la sostuvo más. Aquella amargura tal vez la llevó al sepulcro. Se ignora la fecha y lugar donde falleció” 35.

Conclusión

Decidí rescatar la figura de Luisa Martel de los Ríos por ser una de las pocas, que en momento de arcabuces, hombres rudos, pleitos y vejaciones, intentó con su fuerte presencia, descorrer el velo de invisibilidad que rodeaba entonces a la mujer y escapar así de las absurdas condiciones que imponía la sociedad ha-cia su género; en especial, lo que significó su determinación en la incipiente so-ciedad cordobesa del siglo XVI, donde su accionar y trabajo incansables dejaron una huella que la convirtió en la ‘protagonista’ de la historia local de Córdoba.

34 FERRARI RUEDA Rodolfo, Historia de Córdoba, Cba, Ed. Biffignandi,1968

35 ARENAS LUQUE F, El fundador de Córdoba, J. L. de Cabrera, Bs. As,1939

LUISA MARTEL DE LOS RÍOS

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LUISA MARTEL DE LOS RÍOS

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Por Cynthia S. Chimbo MateosNací en Cruz del Eje. Soy abogada y notaria egresada de la Univer-

sidad Nacional de Córdoba. Ejerzo en Córdoba capital, estoy finali-

zando la especialización en derechos notariales en la Universidad

Notarial Argentina, delegación Córdoba. Aquí descubrí a Mercedes

Orgaz, al realizar una investigación sobre las mujeres, como trabajo

final de historia, a cargo del Dr. Carlos Ighina. Mercedes me impactó

profundamente, desde entonces mi sueño es que ocupe un lugar en

la historia de Córdoba.

[email protected]

Mercedes Orgaz

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MERCEDES ORGAZLA PRIMERA ESCRIBANA DE CÓRDOBA

Introducción

Entre las mujeres que hicieron historia en Córdoba, indudablemente se encuentra Mercedes Orgaz, perdida en los laberintos indefinidos del tiempo, como un recuerdo tenue, de aquellos que alguna vez escucharon hablar de esta notable mujer, que en el año 1923 se convirtió en la primera notaria universita-ria de Córdoba, y la primera mujer egresada de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. Toda una precursora para la época. En la sociedad de entonces no estaba legitimado tener este tipo de in-quietudes, propias de los hombres. Mercedes fue paciente, sorteo obstáculos, y enfrentó las rígidas estructuras que se imponían a la condición de mujer.

Su conquista tiene un aporte significativo en esta ciudad, ya que después de esta precursora le siguieron muchas, en diferentes áreas, todas dispuestas a trascender los roles inicialmente impuestos, de la maternidad y el cuidado de la familia, para ocupar un merecido espacio en la vida política y en las profesiones más diversas.

Mercedes Orgaz inicia en Córdoba una nueva etapa, que tendrá a las mujeres profesionales como protagonistas. La voluntad y el instinto de superación, son

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los rasgos característicos de su personalidad, en tiempos difíciles, en los que acceder a los estudios universitarios no era lo usual en la vida de una mujer, y para hacerlo, además de voluntad para el estudio, había que tener templanza para enfrentarse a los prejuicios de la época.

Al investigar acerca de su vida, me sorprende lo poco que se conoce de ella, hoy, en la era del acceso, esta maravillosa mujer está ausente. Propongo recorrer su vida, rescatarla del olvido y darle el lugar que merece en la historia de Cór-doba.

La situación de la mujer en Argentina, antes del nacimiento de Mercedes Orgaz

El contexto histórico en Argentina, que precede al nacimiento de Mercedes, en el año 1893, tiene que ver con una mínima participación de la mujer en la sociedad de aquellos tiempos. En las primeras décadas del siglo XIX, la educa-ción de las mujeres era escasa, había apenas algunos establecimientos donde se podía aprender a leer y escribir, uno de ellos era la Sociedad de Beneficencia, que contaba con algunas preceptoras y también institutrices, en su gran mayo-ría extranjeras, que enseñaban a las hijas de las familias importantes el idioma francés 1. La lectura se hacia dentro del ámbito familiar, después de la hora de la cena, por lo que se puede decir que hubo algunos avances, pero sólo en los sectores de elite. Las niñas no pudientes, apenas eran alcanzadas por la alfa-betización, y en estos casos la formación que recibían se limitaba a las labores manuales, aprender a coser, bordar, crochet 2.

Se ha sostenido que una de las primeras escrituras femeninas locales, con ánimo literario, se debe a las carmelitas de Córdoba, que dedicaron un conjunto de poemas a un obispo muerto a inicios del siglo XIX 3.

El código moral imponía que las mujeres fueran acompañadas a cualquier

1 BARRANCOS Dora, Mujeres en la Sociedad Argentina, Una historia de cinco siglos, 2007, Bue-

nos Aires, Sudamérica ediciones, Pág. 91.

2 BARRANCOS Dora, “Ob. cit.”, Pág. 92.

3 BARRANCOS Dora, “Ob. cit.”, Pág. 38.

MERCEDES ORGAZ

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lugar público por las llamadas “chaperonas”, que eran otras mujeres, criados o criadas, o algún hombre de la familia, como una garantía de moral y buen com-portamiento. Esta costumbre perduró hasta entrado el siglo XX 4.

En Buenos Aires, algunas mujeres habían comenzado a desarrollarse en la actividad de costureras y modistas, a propósito de los encargos realizados por las mujeres de mayor poder adquisitivo, que seguían los dictados de la moda, abandonando los atuendos sencillos; se imponían los estilos de la costura fran-cesa. Fue evidente que, a partir de la vestimenta, se podía determinar el grupo social de pertenencia de las mujeres de la época; así, el censo de 1895 contó con más de 8.000 modistas 5. Las mujeres de los sectores populares debían confor-marse con la imitación de la alta costura. Córdoba, en sus clubes y asociaciones, no escapó a la belle époque, y las familias más tradicionales hacían gala de su ostentación. A las carreras de caballos, lugar de fiesta y exhibición, sólo asistían hombres y mujeres de élite 6.

Si bien, en las ultimas décadas del siglo XIX, ya se había gestado el movi-miento feminista, con influencias en todo el mundo, en Argentina el verdade-ro cambio en la vida de las mujeres, fue realizado por Domingo Faustino Sar-miento, quien establece la educación elemental, para beneficiar tanto a varones como mujeres, y esto introduce, sin lugar a dudas, un verdadero elemento de equilibrio entre ambos sexos, y una gran oportunidad que las mujeres saben aprovechar para comenzar a instruirse, conquistar espacios y salir del someti-miento paternal, o conyugal, en el que se encontraban, para plantearse nuevas posibilidades y prepararse desde la educación para un nuevo siglo que la tendrá como protagonistas.

Sarmiento manifestó una incuestionable inclinación por el derecho de las mujeres a la educación, y con este aporte eleva la condición de las mujeres priva-das de educación, y marca de esta manera una gran diferencia, motivado quizás por sus continuos viajes a Estados Unidos, que le otorgaron una visión adelan-tada en materia de ciertos derechos femeninos, o quizás, haya influido el pro-fundo sentimiento de amor y reconocimiento que sentía por su propia madre.

4 BARRANCOS Dora, “Ob. cit.”, Pág. 71.

5 BARRANCOS Dora, “Ob. cit.”, Pág. 97.

6 BARRANCOS Dora, “Ob. cit.”, Pág. 96 y ss.

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“Una madre consagrada al telar para pagar las deudas” 7. Otro hecho trascendente en la historia Argentina, ocurrido antes del naci-

miento de Mercedes Orgaz, lo constituye la sanción del Código Civil, en el año 1869, para regir a partir del 1 de enero de 18718. Se establecía la incapacidad relativa de hecho de la mujer casada, colocándola bajo la tutela del marido. Se aducía a favor de este sistema razones vinculadas con la unidad familiar y la solidez del matrimonio 9. La mujer casada estaba bajo la representación legal del marido, no podía testificar, ni iniciar juicio, quedaba separada de la admi-nistración de sus bienes, fueran propios o adquiridos durante el matrimonio, no podía celebrar contrato alguno, entre los cuales, naturalmente, figuraba el de trabajo, tampoco tenia derecho a educarse sin el consentimiento del marido 10. Sin embargo, debe reconocérsele a Vélez Sarsfield, la protección que otorgó a las mujeres, al establecer el derecho de los cónyuges a los bienes gananciales y esto es, sin dudas, un gran avance. Los bienes gananciales fueron un recurso con los que pudieron contar las mujeres cuando se separaban. Quizás el hecho de que Aurelia, su hija y gran colaboradora suya, hubiera atravesado esta experiencia, lo hizo más astuto en este punto 11.

En la ciudad de Córdoba, ya se cuenta con la oficina de Registro Civil, desde el año 1884, y una escuela normal para la formación docente, a partir del año 1885, y esto significa un salto cualitativo para la provincia, máxime si conside-ramos que el analfabetismo supera ampliamente el 50% de la población, en esta época 12.

La infancia de Mercedes

Mercedes Ramona Orgaz nace el 21 de marzo de 1893, a las ocho de la noche,

7 LANATA Jorge, Argentinos, tomo I, 2002, Buenos Aires, Editorial B ediciones, Pág. 293.

8 Código Civil de la Republica Argentina, 1993, Buenos Aires, Ed. Zavalía, Pág. 5.

9 BORDA, Guillermo A., “Manual de Derecho de Familia”, 1993, Buenos Aires, Ed. Perrot, Pág. 143.

10 BORDA, Guillermo A., “Ob. cit.”, Pág. 144.

11 BARRANCOS Dora, “Ob. cit.”, Pág. 102.

12 LA VOZ DEL INTERIOR, Suplemento Diario de la Historia, 25 de mayo de 2010, Pág. 7.

MERCEDES ORGAZ

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en Villa de San Pedro (Traslasierra). Es la primera hija mujer del matrimonio compuesto por Eleodoro Orgaz y Mercedes Ahumada, quienes viviendo en la ciudad de Córdoba se trasladan a Villa de San Pedro con motivo de este tercer parto, buscando seguramente la compañía y colaboración de la madre de Mer-cedes Ahumada, que residía en este lugar.

Su nacimiento se denuncia en Villa Dolores y recibe las aguas bautismales en San Pedro, de manos del cura y vicario José Domingo Martínez 13. Poco des-pués, la pequeña Mercedes regresa a la ciudad de Córdoba, donde vive su niñez.

Córdoba por ese entonces era una población pequeña transitada por carros y jardineras. La familia Orgaz fue la típica familia cordobesa de fines del siglo XIX y principios del siglo pasado 14. Su madre fue una mujer de extraordinario temple, una visionaria, siempre atenta a las necesidades de sus hijos, tal como la describe Ighina: “Doña Mercedes Ahumada había cursado solamente hasta ter-cer grado, allá en San Pedro, pero era una mujer de ponderable sentido común, de gran inteligencia natural y de un medido equilibrio emocional, suficiente como para llevar el peso hogareño, en un tiempo en el que el varón se distinguía por una vida de relación externa al ámbito doméstico, delegando en la mujer el cúmulo de responsabilidades educativas de los hijos” 15.

Su padre, Eleodoro Orgaz, era una persona de carácter fuerte; agrimensor, que trabajaba en el sector público, en una oficina que después seria Catastro, y podía ser lo que en aquella época se conocía como “hombre de club”, aficio-nado a las extendidas conversaciones entre amigos. Cumplía con el rol de buen “padre de familia”, celoso del bienestar del grupo a su cargo, pero desligado de la problemática diaria 16. La casa de los Orgaz, se encontraba, como relata el her-mano de Mercedes, Jorge Orgaz: “En la esquina de Caseros al 804, al frente, en diagonal a la iglesia y colegio Santo Tomás, edificios en construcción... Caseros era la ultima calle del sur urbano, la frontera entre la ciudad y el suburbio, que a la altura de la casa se abría al campo inmediato y silvestre, prolongándose en

13 IGHINA Carlos A, “Mercedes Orgaz, Primera Notaria Universitaria de Córdoba”, en: Revista Nota-

rial de Córdoba Nº 71, 1996, Córdoba, Ed. Colegio de Escribanos de la Provincia de Córdoba, Pág. 44.

14 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 47.

15 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 47.

16 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 47.

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los altos y barrancas en que se asentaba La Bomba, La Cruz y El Observatorio, caseríos primitivos renombrados por sus pendencias, pavores y leyendas” 17.

Mercedes, desde muy pequeña secundó a la madre en la educación de los menores, al punto de que todos sus hermanos tenían por ella una entrañable devoción. En el organigrama domestico, concebido por la inteligencia de la madre, los mayores se responsabilizaban de los menores, según las funciones asignadas 18. La pedagogía utilizada por doña Mercedes Ahumada, se aproxima a la aplicación del sistema lancasteriano 19. Rivadavia, fue el que introdujo este sistema al país y permitía a los pupilos más adelantados orientar a los de las clases iniciales 20.

Jardineras, carros y coches de plaza transitaban por frente a la casa de los Or-gaz; así como el aguatero, que pasaba llevando el precioso liquido y el lechero con la vaca, que se detenía a la puerta de la casa para que Mercedes, o sus hermanos, recibiesen la leche de cada día 21. Los automóviles recién aparecerán en 1905.

El mundo infantil de Mercedes, se desarrollaba en una ciudad segura, en la que el barrio constituía un lugar propicio para forjar amistades, compartir momentos de juegos y alegrías, como lo describe su hermano Jorge: “de la esquina y cuadra, correspondiente a casa, hicimos los chicos y muchachos amistades por el ocio y la intemperie, la plaza de nuestros juegos, a cuales juegos no jugábamos siendo, tal cual fuimos, chicos y muchachos con salud, con imaginación, y sin juguetes” 22. Relata también cuando llegada la época de carnaval en la cuadra, se daba “el desenfrenado jugar con agua, con jarros, tachos, palanganas y baldes” 23.

Córdoba capital, tiene un desarrollo industrial y comercial notable: fabricas de calzado, producción minera, industria alimentaría, molinos harineros. Y no menos notable es su desarrollo urbano: monumentos, edificios, como el Obser-vatorio Astronómico, el Teatro Rivera Indarte, la matriz del Banco de Córdoba,

17 ORGAZ, Jorge, “Memorias de una ciudad chica”, 1974, Córdoba, Olocco Ediciones, Págs. 9 y 10.

18 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 48.

19 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 48.

20 BARRANCOS Dora, “ob. cit.”, Pág. 87.

21 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 50.

22 ORGAZ, Jorge, “Ob. cit.”, Pág. 10.

23 ORGAZ, Jorge, “Ob. cit.”, Pág. 12.

MERCEDES ORGAZ

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los salones del Club Social, la luz eléctrica, todo contribuye a su grandeza. Pero, a pocas cuadras del centro, los rancheríos y la miseria brindan un espectáculo desolador. Desocupados por doquier y ocupados sin derechos, que se manifes-taban a través de huelgas, casi permanentes, en disidencia con la parte selecta de la sociedad que maneja la política 24.

Los Orgaz están pendientes de la educación de sus hijos, como rememora uno de ellos, Jorge, cuando llegaba del colegio al hogar, “aquí la madre que pre-gunta y pregunta cosas referentes a la escuela, a mi comportamiento, a los debe-res del día siguiente, más tarde el padre, los hermanos que también preguntan a medida que llegan, todos advierten y aconsejan a propósito de la importancia de aprovechar la enseñanza, de estudiar y merecer las mejores notas 25.

A no más de media cuadra de la casa de los Orgaz se hallaba la puerta de in-greso al Colegio Amparo de Maria, ubicado en la calle Caseros 730; en el sector aún había pocas viviendas, pero las que se encontraban en este lugar contaban con patios poblados de higueras, naranjos y otros árboles de generosa sombra 26.

A este Instituto fue enviada Mercedes Orgaz, para realizar su formación pri-maria y termina su educación básica con excelentes calificaciones 27. Finalizada su educación primaria deberá esperar muchos años para volver a ingresar a un claustro de estudio, pero en su interior ya había empezado ha gestarse un sue-ño, difícil de lograr en esta época, pero no imposible para esta extraordinaria mujer. Por el momento, deberá conformarse con ser solamente un testigo silen-cioso de los progresos y logros intelectuales de sus hermanos.

Su adolescencia

Bajo la tutela amorosa de su madre fueron creciendo los ocho hermanos. Todos tuvieron responsabilidad de pequeños. Mercedes trabajó siempre en la

24 LA VOZ DEL INTERIOR, suplemento Diario de la Historia, 1 de junio de 2010, Pág. 7.

25 ORGAZ, Jorge, “Ob. cit.”, Pág. 16.

26 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 51.

27 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 52.

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casa, ayudando y apoyando a su madre 28.En esta época, gran parte de la vida social de los más jóvenes se hacía en la

plaza, a la salida de misa, como relata Jorge Orgaz, “es un lugar de reunión, los domingos en la Plaza San Martín, a la salida de misa de doce” 29.

Los hermanos mayores, Raúl, Arturo y Alfredo, se emplearon en Tribunales no bien estuvieron en condiciones de hacerlo. Jorge, a los 15 años, comenzó a escribir en La Voz del Interior, redactando las noticias sociales 30.

Su hermano Arturo, junto con los muchachos del barrio funda, en 1905, bajo la sombra de un algarrobo, un club de fútbol, casi infantil, cuyo nombre está inspirado en el General Manuel Belgrano. Es el Club Atlético Belgrano, y su pri-mer presidente fue Arturo Orgaz, de tan solo 14 años 31. En la actualidad, este club, es un verdadero emblema deportivo en la ciudad de Córdoba.

En el año 1913, teniendo Mercedes 20 años ve partir a su hermano Raúl rumbo a Europa, para asistir a la Sorbona. La explosión de la primera guerra mundial sorprende a Raúl en el viejo mundo, y en la casa de los Orgaz no habrá quietud hasta el día de la certeza de su llegada al puerto de Buenos Aires 32.

La primera Guerra Mundial genera el ingreso al país de millares de inmi-grantes, que buscan mejores condiciones de vida, este fenómeno potenció el desarrollo poblacional de las urbes portuarias, y esa demografía popular cons-tituyó el escenario de propagación de las doctrinas sociales que abogaron por los derechos del proletariado y también de las mujeres 33.

Los hermanos Orgaz, son el eje de la vida familiar, sus amistades vinculadas con el ámbito intelectual y cultural, como Arturo Capdevila 34, forman parte de la vida cotidiana de esta familia. Las charlas y debates acerca de la vida univer-sitaria despiertan en Mercedes el interés académico y el sueño de alcanzar una formación universitaria. En su hogar contó con el incondicional apoyo de su

28 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 53.

29 ORGAZ, Jorge, “Ob. cit.”, Pág. 30.

30 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 53.

31 es.Wikipedia.org/Wiki/Club_Atlético_Belgrano. Fecha del último ingreso 20/08/10.

32 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 53.

33 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 121.

34 ORGAZ, Jorge, “Ob. cit.”, Pág. 18.

MERCEDES ORGAZ

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madre, y la cariñosa contención de sus hermanos, que la tenían al tanto del de-venir de la vida universitaria.

En la ciudad de Córdoba siguen las grandes construcciones edilicias: el mo-numental Palacio de Justicia, el Colegio Nacional Deán Funes, el Liceo de Seño-ritas, el General Belgrano, la Escuela Nocturna de Artes Aplicadas a los Oficios. Se suma a este entorno el ambiente cultural que se ha generado por filósofos y artistas. José Malanca, Octavio Pinto y el maestro Carlos Camilloni, exponen sus obras en el Museo Provincial de Bellas Artes, hoy Museo Emilio Caraffa, mien-tras una gran concurrencia escucha las conferencias del socialista Juan B. Justo y del filosofo español, José Ortega y Gasset. También hay nuevas diversiones en la ciudad, que provocan alboroto por un lado y muchas críticas por el otro, son las casas de baile, denominadas cabaret. Toda una provocación para las familias tradicionales de Córdoba 35.

La Reforma Universitaria, de 1918, sorprende a Mercedes en el ámbito do-méstico, pero está informada al detalle acerca de cada uno de los sucesos. Su hermano Arturo apoya decididamente al movimiento estudiantil, y adquiere re-levancia pública entre la juventud estudiantil de Córdoba, tanto que los líderes de la Reforma reconocen su participación, tal como consta en el diario La Voz del Interior 36.

Estimulada por este entorno, Mercedes desea profundamente continuar con sus estudios, y comprende la importancia de concretar este sueño en su vida: al principio sólo formará parte de un anhelo silencioso que, al conocerse, será un tema de debate en el seno de su familia. En la sociedad cordobesa, la mujer todavía no cuenta con las mismas posibilidades que el hombre.

El inicio de un sueño

En una primera instancia, Mercedes planteó en el seno de su familia la po-sibilidad de estudiar medicina, acorde con su sensibilidad hacia el prójimo y con el ejercicio de la solidaridad, que en el seno hogareño y en el ámbito de sus

35 LA VOZ DEL INTERIOR, suplemento Diario de la Historia, 8 de junio de 2010, Pág. 7.

36 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 54.

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relaciones la habían distinguido, pero no encontró el apoyo de sus hermanos, quienes a pesar de tener espíritus liberales y reformistas, no eran ajenos a las nociones restrictivas, acerca de las mujeres, imperantes en la sociedad de la épo-ca 37. Jorge Orgaz reconoce la modalidad provinciana, la rigidez de los valores y las costumbres, reinantes en estos tiempos 38. Pero esta negativa no desanima a Mercedes, por el contrario, consolida aún más su firme propósito de alcanzar una educación universitaria.

Sus hermanas menores, Haydée y Dora, habían optado por las actividades propias de la señoritas de aquella época: el estudio del piano, la costura, y las manualidades 39, pero Mercedes, dueña de una fuerza espiritual única, logra amorosamente vencer la resistencia familiar y, con ello, da el primer paso hacia la concreción de su gran sueño, ingresar en la Universidad Nacional de Córdoba. Esta conquista le cambiará su vida para siempre y le dará un lugar en la historia de Córdoba.

Cabe señalar, que en el resto del mundo, pasada la década de 1870, todavía eran escasas las instituciones que abrían sus puertas a las mujeres. Las presti-giosas Universidades de Oxford y Cambridge, recién por entonces las admitie-ron. Lo hacían en ambientes separados de los varones y al finalizar sus estudios tuvieron enormes dificultades en conseguir el reconocimiento de sus gradua-ciones; esta cuestión se resolvió recién al finalizar la segunda guerra mundial. En América Latina, las mujeres fueron admitidas en las carreras universitarias entre 1880 y 1890 40.

En la Argentina, la educación primaria obligatoria y el gran número de adep-tas que captó el magisterio, favorecieron la idea de una educación universitaria para las mujeres.

Las rígidas estructuras de las universidades no cedieron fácilmente a la idea de que ellas ingresaran en las casas de altos estudios; en este tiempo había que tener tenacidad y coraje, para arriesgarse en semejante empresa. Además, se de-bía afrontar con estoicismo a la sociedad de entonces, que consideraba “desco-

37 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 55.

38 ORGAZ, Jorge, “Ob. cit.”, Pág. 30.

39 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 56.

40 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 118.

MERCEDES ORGAZ

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cadas” 41 a las alumnas universitarias; había mucha resistencia al avance inte-lectual de la mujer.

En la década de 1880, la Universidad de Buenos Aires es la primera en abrir sus puertas a las mujeres; allí comenzaron a surgir las adelantadas en iniciar una carrera universitaria superior. La primera fue Elida Passo, que se graduó en el año 1885 de farmacéutica. Al finalizar esta carrera, quiso matricularse en medicina y se le negó la inscripción; la institución alegó las adversidades que generaría compartir el aprendizaje con varones, por lo que debió sortear un li-tigio con la Facultad de Medicina 42. La segunda en egresar de esta Universidad, fue Cecilia Grierson, en medicina, en el año 1889, y la circunstancia de que ya se hubiera planteado un recurso en la justicia, le permitió matricularse sin mayo-res obstáculos. La tercera egresada, también en medicina, fue Elvira Rawson, en el año 1892 43.

En Córdoba, las primeras egresadas de la Universidad Nacional de Córdoba, son Ángela Sertini, en 1884 44, y Clementina Álvarez en 1887 45, como parteras. Las sigue Margarita Zatkin, que egresa en 1905 como farmacéutica 46 y en 1909 como médica 47.

A medida que las mujeres alcanzaron mayor educación comienzan a recla-mar la igualdad jurídica.

En la Argentina de principios del siglo XX, ya han surgido las primeras femi-nistas, entre otras, Cecilia Grierson, Elvira Rawson, Julieta Lanteri, y Alicia Mo-reau, que reivindican los derechos de las mujeres y proponen reformas sociales, educativas y políticas 48. Sin embargo, la sociedad es todavía pacata y controla-dora de la moral privada y publica de la mujer, que debía observar una conducta

41 ROSETTI, Alfredo C., citado por IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 57.

42 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 119.

43 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 119.

44 Archivo General Histórico- UNC- Libro de Grado II- Folio 198.

45 Archivo General Histórico- UNC- Libro de Grado II- Folio 210.

46 Archivo General Histórico- UNC- Libro de Grado III- Folio 142.

47 Archivo General Histórico- UNC- Libro de Grado III- Folio 175.

48 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 132-133.

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impoluta, había que “darse su lugar” 49. Así estamos en el año 1919, Mercedes Orgaz tiene 26 años, y decide iniciar

sus estudios secundarios; su meta final es el ingreso en la Universidad; para ello cuenta con una formación intelectual, más que suficiente, para emprender este desafió casi inédito para las mujeres de la época 50.

El cambio social de la mujer comienza a reflejarse también en la moda, se abandona el estricto largo, el peinado en rodete y el uso de incómodos sombre-ros. Surge la pollera corta y el cabello cortado a la “garzon”; es el signo inequí-voco de evolución 51.

La mujer, dentro de la sociedad argentina inicia un proceso de emancipación civil y política, que no tiene retorno. En este contexto, Manuel Lucero, el rector de la Casa de Trejo durante los años 1874 a 1878 52, de mentalidad progresista y liberal, permitió el ingreso de la mujer en estos claustros de estudio, lo que generó la sorpresa de la casta conservadora y le valió el apodo del “Lutero cordo-bés” 53, en alusión a Martín Lutero, reformista religioso del siglo XVI.

Sus estudios

El 22 de octubre de 1919, Mercedes inicia sus estudios secundarios 54. El pri-mer año solicita permiso para rendir libre, en el Colegio Nacional de Monserrat; el segundo año lo cursa como alumna regular, en el Liceo Cultural, un instituto privado incorporado al Monserrat, nacido de un proyecto del padre Luis Feliú, sacerdote jesuita, para facilitar la educación de la mujer; aprueba libre todas las asignaturas de tercer año, en el Colegio Nacional de Monserrat; cursa como alumna regular el cuarto año y aprueba como libre todas las materias de quinto

49 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 149.

50 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 57.

51 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 150.

52 Archivo General Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba.

53 www.histedbr.fge.unicamp.br- ultima fecha de ingreso 21/07/10.

54 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 58.

MERCEDES ORGAZ

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año 55. En dos años y dos meses, finaliza la educación secundaria; para lograrlo, se dedica sin descanso al estudio, con voluntad y constancia; su sueño, la uni-versidad, es el motor que impulsa sus días y alimenta sus anhelos de alcanzarlo. En este tiempo, el estudio ocupa totalmente sus jornadas.

El 7 de agosto de 1922 solicita la matricula para cursar sus estudios en la Escuela de Notariado, y pasa a ser una de las primeras mujeres en ingresar a la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, junto a ella también se encuentra, Zoe Bialet Laprida, luego también escribana, y Elisa Ferreyra Videla, la primera abogada 56.

Mercedes cursó libre todas las asignaturas, excepto Práctica Notarial, que fue la última materia, rendida el 7 de diciembre de 1923, con nota sobresaliente 57. En cuanto a las razones que llevaron a Mercedes a cursar libre la carrera de nota-riado, me inclino por suponer que primaron sus ansias por llegar a la meta, ya que finaliza sus estudios en catorce meses sobre un plan de estudio destinado a durar tres años, más que presumir un clima hostil dentro de la facultad por su condición de mujer, ya que a esta altura de su vida, Mercedes ya ha demostrado plenamente que no hay género cuando de estudio se trata.

El 13 de diciembre de 1923, el entonces rector de la Universidad, doctor Er-nesto Romagosa, ante la presencia orgullosa de su familia, le hace entrega del título de notaria 58. Este acontecimiento convierte a Mercedes Orgaz en la pri-mera egresada de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba 59, pues la primera abogada, Elisa Ferreyra Videla, egresaría el 23 de agosto de 1926 60.

Así, Mercedes cumple su sueño embargada por una profunda emoción, mientras que en su interior sabe que esta conquista intelectual la acompañará para siempre, hasta el ultimo de sus días.

En la época en que Mercedes Orgaz obtiene su titulo de notaria, para el Códi-

55 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 58-59.

56 Archivo General Histórico- UNC- Libro de Grado VI- Folio 369.

57 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 61.

58 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 62.

59 Archivo General Histórico- UNC- Libro de Grado VI- Folio 244.

60 Archivo General Histórico- UNC- Libro de Grado VI- Folio 369.

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go Civil la mujer seguía siendo incapaz relativa de hecho. Recién en el año 1926, con la sanción de Ley 11.357 61, se realiza una reforma que modifica la situación de la mujer y se obtiene un avance hacia la capacidad jurídica plena.

El trabajo femenino, fuera del ámbito hogareño, todavía carece de legitimi-dad en la sociedad argentina, la única excepción es el magisterio 62.

La primera notaria

Mercedes sienta un verdadero precedente, prácticamente no difundido en la historia de Córdoba, que la convierte en un auténtico baluarte; fuente de inspi-ración para muchas mujeres, que aún en la adversidad pueden lograr sus sue-ños, por muy lejanos que parezcan.

Ya recibida de notaria, no hubo inconvenientes en que iniciara su práctica no-tarial en la escribanía de su vecino de entonces, el prestigioso don Nicolás Agüero, titular del registro Nº 56, con quien la familia tenía un trato muy cordial 63.

Allí, además de iniciar sus primeras tareas como escribana, conoce más pro-fundamente a su vecino, Pedro Agüero Lahore, hijo del titular del registro, quien colaboraba con su padre 64. Así, llega el amor a su vida, en el trato diario del trabajo descubre las primeras señales del enamoramiento, y para su dicha sus sentimientos son recíprocos en Pedro, los dos se quieren y terminan casándose.

El 22 de mayo de 1925 es aceptada como escribana adscripta del registro Nº 56 65, esto configura un importante progreso profesional en su carrera de nota-ria. Mercedes, fiel a su naturaleza de superación, no tardará mucho tiempo en convertirse en titular de un registro notarial.

El 7 de mayo de 1931 asume como titular del registro notarial Nº 178, de Córdoba Capital, y se instala en la segunda cuadra de la calle Deán Funes, en-tre Rivera Indarte y Avenida Vélez Sarsfield, en un edificio situado en diagonal

61 BORDA Guillermo A., “Ob. cit.”, Pág. 144.

62 BARRANCOS Dora, “Ob.cit.”, Pág. 119.

63 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 63.

64 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 63.

65 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 63.

MERCEDES ORGAZ

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respecto de la Legislatura de la Provincia, donde actualmente existe un negocio de librería. Su marido, siempre incondicional a su lado, la acompaña en este cambio 66.

Este es el comienzo de un nuevo camino que, hasta el momento, no había sido transitado por mujeres, logrando instalarse en una profesión exclusiva de hombres, y así se legitima esta función para sus congéneres, que se convertirá con el tiempo en una opción a la hora de escoger una carrera.

Mercedes Orgaz desempeñó su función de notaria desde su adscripción has-ta su retiro, durante veintinueve años 67. Se distinguió dentro del Colegio de Escribanos de esta Provincia: fue elegida vocal tesorera en el año 1943 68, con-virtiéndose en la primera mujer que asume responsabilidades directivas dentro de esa institución; a partir de este momento las mujeres escribanas comienzan a tener una mayor intervención dentro del colegio, desarrollando diferentes ta-reas y colaborando activamente.

Quienes la conocieron, coinciden en describirla como una mujer alta, casi ma-jestuosa, de aspecto serio, y como rasgos de su personalidad sobresalen su vo-cación estudiosa, la solidaridad y la cordialidad, como actitudes no calculadas 69.

Esta maravillosa mujer muere a los setenta y seis años, el 22 de diciembre de 1969.

Conclusiones

Mercedes Orgaz fue una mujer notable; su vida no figura en los libros de historia, ni ha tenido el reconocimiento que se merece. Mi intención es hacerla visible en la historia de Córdoba, no sólo por el mérito de ser la primera egre-sada de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, sino por la trascendencia de lograrlo en 1923, teniendo en cuenta que en esos tiempos, además de voluntad para el estudio, se requería de valentía para enfrentar las suspicacias de la época.

66 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 64.

67 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 65.

68 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 66.

69 IGHINA Carlos A, “Trabajo citado”, Pág. 70.

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Con su arrojo ha contribuido al proceso histórico de la incorporación de la mu-jer en la universidad, en esta querida ciudad que se distingue, entre otras cosas, por ser la “docta”.

En la época en que Mercedes decidió alcanzar un título universitario, eran muchas las mujeres que todavía debían conformarse con cumplir solamente la educación primaria; para la mayoría, el matrimonio era una alternativa que se-guían a muy temprana edad. Córdoba era aún una ciudad pequeña, una especie de aldea grande, donde casi todas las familias se conocían, y esto facilitaba, de alguna manera, estar al tanto de la vida del otro. Los cánones de conducta im-puestos a la mujer eran estrictos. Y ella creció en el seno de una familia nume-rosa, admiraba a sus hermanos por sus logros intelectuales, y durante muchos años sonó en silencio con la posibilidad de estudiar. La familia, en un primer momento no apoyó su iniciativa; era osado para una señorita de la época pre-tender ingresar en un ambiente exclusivo de hombres, sin embargo, termina-ron avalando su sueño.

Su fuerte convicción, muy respetada dentro del seno de su hogar, afirma la certeza de que ese emprendimiento académico sería bueno para ella. Pero lo que la familia Orgaz no pudo prever es que, además de ser estimulante para Mercedes, lo sería también para aquellas mujeres que conocieran su historia.

Espero, Mercedes, poder rescatarte del olvido.

MERCEDES ORGAZ

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Bibliografía:

BARRANCOS Dora, 2007, Mujeres en la Sociedad Argentina, Una historia de cinco siglos, Buenos Aires,

Sudamérica ediciones.

BORDA Guillermo A., 1993, Manual de Derecho de Familia, Buenos Aires, Perrot editorial.

IGHINA Carlos A., 1996, “Mercedes Orgaz, Primera Notaria Universitaria de Córdoba”, en: Revista

Notarial de Córdoba Nº 71.

LANATA Jorge, 2002, Argentinos, tomo I, Editorial B ediciones, Buenos Aires.

LA VOZ DEL INTERIOR, Suplemento Diario de Historia, 25 de mayo de 2010.

LA VOZ DEL INTERIOR, suplemento Diario de Historia, 1 de junio de 2010.

LA VOZ DEL INTERIOR, suplemento Diario de Historia, 8 de junio de 2010.

ORGAZ, Jorge, “Memorias de una ciudad chica”, 1974, Córdoba, Olocco Ediciones.

Sitios de Internet consultados:

www.histedbr.fge.unicamp.br- ultima fecha de ingreso 21/07/10.

es.Wikipedia.org/Wiki/Club_Atlético_Belgrano. Fecha del último ingreso 20/08/10.

Fuentes:

ARCHIVO GENERAL HISTÓRICO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA.

COLEGIO DE ESCRIBANOS DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA.

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MERCEDES ORGAZ

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Marina Waisman

Por Juana Lidia Bustamante Arquitecta (UNC, 1974). Especialista en Historia de la Arquitectura

y Preservación del Patrimonio Urbano Arquitectónico (UCC, 1978),

Doctorando del Doctorado en Urbanismo de la Universidad Politéc-

nica de Cataluña, España (UPC, 2010). Profesora con dedicación

exclusiva e investigadora en la Facultad de Arquitectura

de la UNC. Como investigadora ha participado, codirigido y

dirigido numerosos programas y proyectos de investigación

desde 1994 hasta la fecha. Es Directora del Centro de Formación

de Investigadores Marina Waisman de la Facultad de Arquitectura,

Urbanismo y Diseño de la Universidad Nacional de Córdoba.

[email protected]

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MARINA WAISMANEL INTERIOR DE UNA HISTORIA

A modo de introducción

“El Interior de una Historia”, ¿por qué este título? Porque detrás del mismo hay no sólo un homenaje a un texto, sino también la convicción de que un pe-ríodo histórico puede abordarse a partir de un relato interno que lo habita.

Toda historia tiene un relato interno. Dar cuenta de la historia de la cultura arquitectónica que constituyó la modernidad cordobesa, entre 1940 y 1970, im-plica adentrarse en una doble interioridad, de espacio y de tiempo.

En tanto espacio, implica ubicarnos en una encrucijada interior, en esa situa-ción de frontera a la que aludía Aricó cuando afirmaba: “En los confines geográ-ficos de las áreas de modernización, la ciudad tuvo un ojo dirigido al centro, a una Europa de la que cuestionó sus pretensiones de universalidad. Pero el otro dilataba sus pupilas a una periferia latinoamericana de la que, en cierto modo, se sentía parte. De espaldas a un espacio rural que la inmigración transformaba vertiginosamente, Córdoba la Docta formaba las élites intelectuales de un vasto territorio que la convirtió en su centro. Punto de cruce entre tantas tradiciones y realidades distintas y autónomas, Córdoba creció y se desarrolló en el tiempo americano como un centro de cultura proclive a conquistar una hegemonía pro-

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pia…” (Aricó, 1989:11).En tanto tiempo, implica una historia reciente, con las huellas de una mate-

rialidad presente y las tramas entrecruzadas de ideas y sujetos, vigentes en una urdimbre de cruces y de debates en torno a la construcción de la ciudad. En ese espacio dilatado de América, de Argentina, de Córdoba, y ese tiempo acelerado de grandes cambios en el que se formó la ciudad industrialista de los años 50, emerge la figura de la arquitecta Marina Waisman, historiadora y crítica, pro-funda conocedora de la arquitectura latinoamericana, docente hasta el final de sus días, maestra de arquitectos, constructora de cultura y, por sobre todo, mu-jer comprometida con su tiempo.

Valga como advertencia metodológica, como declaración de nuestro propio interior, que ésta se trata de una historia vivida, por tramos compartida y, por lo tanto, este texto indefectiblemente recorta, selecciona y subraya algunos hechos dejando en sombra otros.

Marina Waisman es una figura que condensa la cultura arquitectónica en momentos en que se registraron profundas transformaciones en la economía y la sociedad argentina, gravitando en el campo de la arquitectura antes y después del período que los estudios culturales han denominado “la larga década del sesenta“.

A modo de esbozo biográfico intentaremos configurar una narración, apun-tar algunas conexiones entre la historia material de la ciudad, las ideas de Mari-na y los hechos de su vida; una narración que incluye profundos cambios en la enseñanza de la arquitectura, promoción de nuevas instituciones, reconceptua-lización del patrimonio y su defensa; transformaciones a las que contribuyó y que perduran hasta el presente, a veces como concreciones y otras como ideas-fuerza en nuestro imaginario social.

La Córdoba industrialista

Marina Kitroser de Waisman, única mujer de la promoción 1944, recibe su título un año más tarde en la Escuela de Arquitectura, por entonces dependiente de la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba. Solo dos mujeres habían egresado la Escuela antes que ella.

Egresa como arquitecta en un momento en que la ciudad crece acelerada-

MARINA WAISMAN

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mente al calor de un nuevo perfil productivo de Córdoba. El repliegue de las economías europeas y el cierre de mercados para la producción argentina, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, llevaron a una política orientada al autoabastecimiento. En el proceso de industrialización por sustitución de im-portaciones, seguido como modelo por distintos países latinoamericanos, las grandes ciudades recibieron el impacto de estos cambios a partir de la instala-ción de nuevas industrias y la mayor concentración de población. Es la etapa del proceso de urbanización latinoamericano a la que distintos autores coinciden en denominar como la etapa de la “ciudad masificada” (Romero, 1976; Yujno-vsky, 1973; Fernández, 1998).

En una primera fase las actividades estaban orientadas a la producción de manufacturas, posteriormente, con la introducción de capitales extranjeros, se dio una fase industrial más intensiva y con mayor utilización de tecnología de avanzada (Murmis-Portantiero, 1971; Brennan, 1996). En Córdoba este crecien-te proceso de autonomía tecnológica significó un salto de calidad en la produc-ción local. La Fábrica Militar de Aviones y toda su compleja red de industrias proveedoras, configuraron un mapa en el que confluyeron políticas de desarro-llo, así como inversiones estatales y privadas.

Estas innovaciones afectaron no sólo el ámbito fabril sino que transforma-ron la estructura económica y demográfica de la ciudad. Como señala Agulla: “…la instalación de una potente industria metalúrgica bajo la forma de una gran inversión de capitales y el aumento de su población bajo la forma de una eclosión demográfica. Estos dos hechos, a su vez, aparecen como innovaciones en la estructura social existente y vigente en la ciudad de Córdoba hacia el año 1948”. (Agulla, 1963: 106). Así, comenzó a conformarse un nuevo modo socio-cultural de matriz laboral industrialista que contrastó y tensionó la estructura económica agraria heredada y el tradicionalismo social consecuente. Desde la mirada sociológica la Ciudad de Córdoba presentaba una estratificación com-pleja y sumamente móvil cuando no inestable; inestabilidad determinada “…por la presencia, conjunta y superpuesta, de distintas estructuras, que a veces se presentan como conflictivas”. (Agulla, 1963:108).

Lo cierto es que en la coexistencia de estructuras e instituciones tradiciona-les y modernas, y de estructuras e instituciones de transición, se hacía imperio-sa la preparación de técnicos “…como reclamo de la nueva economía industrial. Esta preparación formal se está dando a distintos niveles en escuelas industria-

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les de reciente creación y en Facultades de la Universidad también de reciente creación”. (Agulla, 1963:129).

La vieja Escuela y los primeros modernos

En este contexto, ¿qué sucedía en el interior de la vieja Escuela de Arquitec-tura? ¿Cuál era el perfil de aquella educación? Corría el año 1937 cuando se in-augura el Palacio de Justicia, su autor, Salvador Godoy, estaba a cargo de la vieja Escuela de Arquitectura. Fue el único profesor desde 1929 de los cinco cursos de Composición Arquitectónica y, asociado con José Hortal -arquitecto graduado en la Universidad de Buenos Aires- obtuvo por concurso el encargo de realizar el Palacio de Justicia frente al Paseo Sobremonte. Ese edificio de perfecta simetría y manejo de los órdenes clásicos permite dar una idea de la formación de los arquitectos locales en esta época. (Rébora, 1991)

El Plan de estudios de la Escuela de Arquitectura tenía una marcada línea academicista según los criterios fundados en la Escuela de Bellas Artes de París. Si bien una nueva arquitectura derivada del Movimiento Moderno ya tenía pre-sencia en el contexto argentino desde las primeras décadas del siglo XX, la ense-ñanza oficial todavía respondía a modelos derivados del neo-clasicismo Beaux Arts. En el país Virasoro o Alberto Prebisch, autor del emblemático Obelisco, fueron perfilando una lucha anti-decorativa y anti-academicista, a favor de la arquitectura moderna, particularmente a partir de las polémicas difundidas en la Revista de Arquitectura.

En Córdoba hacían arquitectura moderna dos egresados de la Escuela de Ar-quitectura, los arquitectos Revuelta y Juárez Cáceres, y un egresado de la Univer-sidad de Michigan, el arquitecto Jaime Roca.

Miguel Revuelta es autor del Gimnasio Provincial (1936) mientras que Juá-rez Cáceres, quien proyectó la Escuela Sarmiento (1939), fue una figura clave como profesional de la Dirección de Arquitectura, en el amplio plan de obras del gobierno provincial del Dr. Amadeo Sabattini. (Bustamante, 1988).

En la actividad privada la nueva arquitectura se había manifestado ya en la obra de Roca, primero en su propia vivienda (1934/35) ubicada en la Av. Poeta Lugones 494; y luego en la casa Allende (1935/39) ubicada en Sucre 151; aso-ciado con Vilar realizó el edificio Sudamérica en Av. Colón 76. En estos casos,

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se trató de una práctica profesional basada en el lenguaje de la Arquitectura Moderna. Esta nueva arquitectura, como síntesis de las nuevas experimenta-ciones y desarrollos, principalmente europeos, de las décadas de 1920 y 1930, fue caracterizada como racionalista por autores como Zevi quien la interpretó como una corriente que favoreció las formas puras bajo la influencia del cubis-mo (Zevi,1957); más tarde la historiografía adoptó el nombre de Movimiento Moderno para distintas experiencias proyectuales que tenían directa relación con los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) y su prédi-ca de una arquitectura racional. Con su apelación a la producción industrial, al planeamiento urbano y a la división de la ciudad en funciones, la Arquitectura Moderna tuvo la ilusión de que podía ser capaz de modificar la ley y la autori-dad, a partir de la persuasión que impondrían sus “planos imperativos y con-vincentes” (Bénevolo, 1974: 515).

El paso de Escuela a Facultad

A fines de los 40 la extensión de la Ciudad comienza a superar, en algunas zonas, los límites de los 24 Km de lado, trazado por la jurisdicción municipal. La población pasa de los 386.828 habitantes, en 1947, a 586.015, en 1960, ma-nifestando un desarrollo explosivo y una expansión incontrolada de la planta urbana, empezando a reconocerse la necesidad de los estudios sobre la ciudad y su planificación. La disciplina no estaba incluida en la educación académica, en consecuencia no había profesionales, o técnicos formados, y se carecía de una información de base para el análisis de los problemas de la ciudad.

En este marco, el entonces Decano de la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales, el Ingeniero Civil y Arquitecto Ángel Lo Celso, contrata a Ernesto La Padula -doctor en arquitectura de la Universidad de Roma y con una basta expe-riencia como proyectista y urbanista-, para dictar en la Escuela de Arquitectura los cursos de urbanismo, paralelos a las Cátedras de Composición Arquitectó-nica. (Bustamante-Rainero, 1988).

Paralelamente, el Consejo de la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Natura-les lo autoriza a designar una comisión de cinco miembros que se encargaría de proyectar y estructurar el funcionamiento de la nueva Facultad de Arquitectura. La gestión se inicia en 1948 y acompañan a Lo Celso -como presidente de la

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comisión- los arquitectos Miguel Revuelta, Eduardo Ciceri, Primo Arnoletto y Miguel Arrambide.

El plan de estudios de la Escuela tenía la estructura general de las Écoles de Beaux Arts o Escuelas de Bellas Artes. En las prácticas de taller se aplicaba el diseño de elementos aislados de arquitectura en los que primaba la representa-ción y el dibujo. Asignaturas como Dibujo de Ornato, Dibujo de Figura y Paisaje, se alternaban en la enseñanza con los cursos de Composición Arquitectónica. Miguel Revuelta dirá: “Componer, en Arquitectura, es crear una unidad espacial lo más bella y original posible (…) En nuestra Exposición podremos observar los trabajos de composición arquitectónica, sin duda la materia más importante de la carrera, escalonados del primero al sexto curso (…) También veremos los trabajos de los cursos de dibujo de ornato, de figura, paisaje y de modelo vivo tratados con distintas técnicas”. (Revuelta, 1951:92).

En su discurso, Revuelta da cuenta de los cambios que se están produciendo con la creación de nuevos cursos como el de Urbanismo y aboga por la creación de la nueva Facultad. Para entonces, la enseñanza todavía se desenvolvía mayor-mente alrededor del relevamiento, la comparación, o superposición de órdenes clásicos.

Marina Waisman y el giro en la enseñanza

En ese momento Marina Waisman, Adjunta-asistente de la cátedra de His-toria de la Arquitectura II, produjo un giro. Convocó a los primeros cursos para adscriptos, a los que se incorporaron estudiantes, y comenzó a difundir las con-cepciones arquitectónicas y urbanísticas del Movimiento Moderno. Al mismo tiempo que se traducían en el país numerosos textos de historia de la arquitec-tura y el urbanismo, Marina inicia en 1949 la publicación de diversos artículos -lo hará durante una década- en “Nuestra Arquitectura”, una revista muy influ-yente en la difusión de las primeras experiencias de la arquitectura moderna en Argentina.

Con intereses plurales en el campo artístico y cultural, y una activa participa-ción en la Escuela de Artes de la UNC en la que fue Profesora Titular de Historia del Arte Contemporáneo, desde 1963 a 1968, e Introducción Cultural al Estudio del Arte, desde 1962 a 1973, Marina va reposicionando el sentido de la enseñan-

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za de la historia de la arquitectura. Fiel a la consiga: “el primer documento es la obra”(…) “la obra misma, su partido general, por así decir, es el que indica en una primera aproximación el rumbo a seguir en la investigación…”, seguido luego de “los datos del problema arquitectónico -funcionales, técnicos, econó-micos, urbanísticos-; los croquis, dibujos y distintas versiones del proyecto; las teorías y los escritos del arquitecto; su ubicación histórico-cultural”.( Waisman, 1967:33).

Reconoce en las fuentes de este giro la valoración del espacio arquitectónico que había hecho ya Pevsner en el prólogo de su “Esquema de la Arquitectura Europea”, pero por sobre todo la influencia del pensamiento estético derivado de Croce, que comenzó a sentirse en las Facultades de Arquitectura del país cer-ca de 1950, primero a través de las conferencias, clases y publicaciones de Enrico Tedeschi, luego con el impacto producido por los libros y la visita de Bruno Zevi a Buenos Aires.( Waisman, 1967).

Creada la Facultad de Arquitectura de la UNC en 1954, un nuevo plan de estudios manifestó los reclamos de una arquitectura que se había extendido ya entre los primeros arquitectos modernos. La Teoría de la Arquitectura formula-da por Tedeschi se incorporó como una nueva asignatura en el plan de estudios de 1956, en el marco de una intensa actividad tendiente a la actualización de programas y contenidos de la reciente Facultad. Al abandonarse el diseño según tipos arquitectónicos consagrados, la arquitectura inauguró una nueva libertad de expresión, pero que ahora tenía en cuenta las posibilidades tecnológicas y constructivas de su realización material y la economía de recursos como com-ponente ético de los profesores y de la profesión.

El funcionalismo que caracterizó al Plan de Estudios de 1956 provocó una transformación rotunda en el enfoque con que se encaró la enseñanza. Acorde con las nuevas posturas modernas, cambió la historia descriptiva y enumerati-va de los hechos, los monumentos y los estilos; el dibujo de ornato y de figura fue reemplazado por la perspectiva y el croquis. Las principales líneas del nuevo plan de estudios se concretaron en el interés por articular la arquitectura con la realidad social y por una fuerte preparación humanística general que se impar-tía desde asignaturas como Teoría de la Arquitectura, o desde el área de Histo-ria, en la que Marina fue Profesora Titular de Integración Cultural, desde 1959 a 1973, y de Historia de la Arquitectura Contemporánea, desde 1961 a 1973. (Texto Ordenado Plan 1986,2006).

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Las Jornadas Docentes de Tucumán: el origen del IDEHA

Si bien Marina inicia su carrera docente en 1947, como Profesora Adjunta-asistente en nuestra Universidad Nacional, más tarde concursará los cargos de Profesora Titular de Historia de La Arquitectura I y II en la Facultad de Arqui-tectura de la Universidad Nacional de Tucumán, en la que se desempeña des-de 1956 a 1959: Esa facultad surgió de la estructura del mítico Instituto de Ar-quitectura y Urbanismo y en su etapa más sobresaliente -durante el rectorado del Dr. Horacio Descole (1946/52)-, se propusieron importantes innovaciones pedagógicas y constructivas, integrando un alto número de destacados arqui-tectos locales y extranjeros. El programa de renovación de la Universidad de Tu-cumán y los principios de aquel Instituto (Investigar, Proyectar y Construir), se vincularon a la realización del vasto proyecto para el Campus de la Universidad de Tucumán en el Cerro San Javier que congregó a algunos de los mejores arqui-tectos de la época.(Nuestra Arquitectura nº9,1950). En esa provincia el Instituto de Historia de la Arquitectura, realiza en abril de 1957 el Primer Congreso de Docentes de Historia.

Preocupados por la enseñanza y la formación en el área de historia será el lugar de choque de opiniones en torno a “…la unidad en la enseñanza y la for-mación del arquitecto, para lo cual debe evitarse la cristalización de los distintos grupos de materias afines en comportamientos estancos, desvinculados entre sí”. De igual modo, se debate la necesidad de “...llegar a una vinculación de tipo más general y permanente que se refiera, por una parte, al conocimiento y crí-tica de los proyectos de arquitectura por parte de los docentes de Historia y, por otro lado, a una influencia de tipo metodológico en el desarrollo de otras disciplinas” (Waisman, 1957: 35/36).

Redactora de las conclusiones de aquel Congreso, Marina recuerda varios temas básicos para la historia de la arquitectura derivados del debate: el énfa-sis puesto en el estudio de la obra; la valorización del espacio; la unidad de la obra; la identidad historia-crítica. Y, sobre todo, la preocupación porque en las escuelas argentinas en particular “la arquitectura moderna se integraba, como un estilo más, al sistema vigente”; es decir, la aceptación de la arquitectura mo-derna no significaba en principio la transformación de los métodos de ense-ñanza. Resuena, como en sordina, la requisitoria de Zevi acerca de la necesidad de vincular las lecciones de historia a los cursos de diseño arquitectónico y ur-

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banístico (Zevi, 1957). Sobre esas bases dice más tarde: “surgiría una nueva fun-damentación para la enseñanza de la historia de la arquitectura: la historia de la arquitectura tendrá como función básica la formación de la conciencia crítica del futuro arquitecto” (Waisman, 1967:24).

Aun con diferencias de enfoques, los Decanos y Profesores presentes en el Encuentro de Tucumán, gestaron la idea de constituir un Instituto formado por la mayoría de las Escuelas o Facultades de Arquitectura del interior del país. Esta reunión fue asimismo el origen del Instituto Interuniversitario de Especializa-ción en Historia de la Arquitectura (IIDEHA). Si la visita de Zevi a Buenos Aires había sacudido fuertemente a los estudiosos de la Historia de la Arquitectura, mayor fue el impacto de los eventos que organizó el Instituto que tenía su sede en Córdoba, en la Facultad creada recientemente, contando con Marina en la dirección, organización y coordinación de las actividades académicas.

En los Seminarios del IIDEHA, que se extendieron entre 1959 y 1970, diser-taron relevantes especialistas mundiales, entre otros, Sir. Nikolaus Pevsner, Car-lo Giulo Argan, Vicent Scully, Reyner Banham y Umberto Eco. A las disertacio-nes asistieron los docentes de las universidades-miembro. Hernández Larguía recuerda: “...motor incuestionable del instituto que nos permitió -a los jóvenes historiadores de la arquitectura- participar de esa experiencia cardinal de la uni-versidad pública argentina, hoy inimaginable, en que los docentes de distintas facultades del país pudieran completar su formación asistiendo, todos los años y en más de diez oportunidades, a seminarios dictados por las entonces primeras figuras internacionales en la disciplina”. (Dana 39/40, 1998: 26).

Los nueve boletines publicados por el Instituto dan cuenta del trabajo de preparación de cada uno de los seminarios. El año de 1960 es el de Pevsner, 1961 el de Argan; y así, textos, traducciones y conclusiones ilustran particular-mente bien el modo de ver la Historia de la Arquitectura, el grado de actuali-zación y los niveles de reflexión alcanzados. Acerca del trabajo sistemático de preparación, decía Mario Vallejo -colaborador del Instituto-: “Entrábamos al local del Instituto. En un pequeño espacio se apilaban los libros, los boletines, las traducciones y las cartas: Argan, Pevsner, Banham, Scully, Eco. Marina lee, toma nota y hace gestiones, escribe al Fondo de las Artes, a las otras facultades. A principio de los 60 seleccionamos trabajos de los alumnos de Historia III, arquitectura de la ciudad, dibujos de Alta Gracia y Santa Catalina para una Guía

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que serviría a los visitantes en la III Conferencia de Facultades Latinoamericanas de Arquitectura. El encuentro es en Alta Gracia”.

El resultado de aquel trabajo es una Guía editada por la Facultad de Arquitec-tura de Córdoba, titulada “10 recorridos por Córdoba a través de su arquitectu-ra”. Con una selección cuidadosa que indica el acceso a las obras coloniales más relevantes de la Provincia, la Guía se concentra en la ciudad y en las obras de mayor interés arquitectónico, incluida la producción de los jóvenes egresados de la recién creada Facultad de Arquitectura. Es llamativo que sea una guía de Córdoba la primera publicación de Marina en el año 1964; realizará otra, algo más de treinta años después, y siempre Córdoba bajo ese concepto que sostiene que “sólo se ama lo que se conoce” (Waisman-Bustamante-Ceballos, 1997).

Los años setenta, los textos y el patrimonio

A finales de los años sesenta, la Facultad de Arquitectura acusó la crisis po-lítico-institucional que atravesaba el país. Llegado 1970 Córdoba es una caja de resonancia de la actividad política, estudiantil y gremial y aún de las lejanas consignas “la imaginación al poder”. Como en otras unidades académicas de la UNC, se cuestionó el contenido de la enseñanza y una serie de cambios condu-jeron a una mayor integración de los conocimientos impartidos en las distintas áreas, dentro del Taller de Proyectos, todas confluyen en el Taller de Síntesis: el Taller Total. Los docentes, conjuntamente con los alumnos, participaron en el proceso completo del curso, desde la programación, el análisis, la búsqueda de partido, hasta el desarrollo y la evaluación. Pero en este verdadero campo de fuerzas, el área más cuestionada fue la de historia. Marina al repasar esa época sostenía que: “La forma era también palabra peligrosa, y en los trabajos estu-diantiles debía evaluarse el proceso de diseño, nunca el producto de ese proce-so. Cualquier objeto terminado era sospechoso. Flexibilidad y cambio eran las metas, participación era la base del proceso” (Dana 39/40, 1998: 127).

Frente a esta realidad, luego de varias notas intentando integrarse al Taller, Marina comienza a escribir -entre 1971 y 1972- “La Estructura Histórica del En-torno”, texto en el que trabaja sobre tipos o estilos de las obras arquitectónicas: “Había que asumir la desconfianza hacia la forma, no para rechazarla, sino para reconocer el papel de los demás elementos de la arquitectura y establecer una

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relación concreta entre ellos. Un despiece de esos elementos y su organización en series tipológicas, permitiría ir y venir libremente en la historia descubrien-do sus distintos tiempos de desarrollo, así como las relaciones que los unen entre sí y con la sociedad”. (Dana 39/40, 1998: 128).

El concepto de estructura fue la base de una construcción que procuraba en-samblar las partes y “hacer comprensible este magma en que parecía haberse convertido la cultura arquitectónica”. En los años siguientes la historia se había instalado de nuevo en el escenario, pero todavía existía el desafío posible de tomar conciencia no sólo del propio tiempo, sino del propio espacio.

Alejada de la Universidad Nacional, Marina se propone crear un centro de es-tudios históricos y la Universidad Católica de Córdoba (UCC) le brinda el marco legal y un apoyo total. En este otro ámbito de Especialización -como lo fue en su momento el IIDEHA- profundiza los mecanismos de la producción historiográ-fica. Entre 1975 y 1978 circularon en las lecciones de postgrado el arte y la arqui-tectura de las vanguardias, en un verdadero contrapunto entre la Historiografía Arquitectónica, que ella misma dictaba, y la Morfología del Paisaje que dictaba Naselli. Nicolini invitó a recorrer la geografía del país y de Latinoamérica mien-tras otro destacado docente, Bulgheroni, enseñó esa gran lección de paisaje que es el Paseo Sobremonte. Son incontables los aportes de más de treinta materias y expertos que, durante dos años de enseñanza en esos cursos de graduados, consolidaron el grupo de los primeros egresados de una carrera que fue la pri-mera en su género en el país.

El progresivo interés por la arquitectura latinoamericana y la preservación del patrimonio, quedaron ejemplificados en los cursos de Historiografía Arqui-tectónica que dictó Marina; cursos que fueron articulándose cada vez más en torno a puntos de vista locales. A la par, en los años que vendrán, empezaron a demolerse importantes ejemplos de arquitectura en el área central y en los barrios tradicionales de la ciudad. La confitería Maluf se encontraba en nego-ciaciones para su demolición; la casa de Garzón Maceda en Entre Ríos 40 en estado de total abandono; el Municipio la convocó para su puesta en valor con destino a Museo de la Ciudad (1981/83) y encargó al Instituto que ella dirigía el relevamiento y categorización del Patrimonio Arquitectónico y urbano de la Ciudad. Se realizó un convenio entre el Instituto de Historia y Preservación del Patrimonio de UCC y la Municipalidad de Córdoba, a partir del cual un equipo del Instituto, dirigido por Marina, realizó el Inventario del Patrimonio Arqui-

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tectónico y Urbanístico estableciendo categorías y niveles de protección, dando sustento a la Ordenanza 8248 de 1986 de protección.

Marina adelantó los instrumentos para analizar la ciudad cuyo crecimiento presionaba sobre el área central y acuña las definiciones de “Centros históricos no consolidados” y de “Patrimonio modesto”; toda una caracterización para aquellas ciudades donde los monumentos se entrelazan con una arquitectura que acompaña, contiene armoniosamente y da coherencia.

Mientras tanto, el debate sobre el destino del patrimonio de nuestra ciudad continuó; y hay un destino que no sólo asombra, sino que enoja. Una escuela, vaciada de su función original, pasó a convertirse en un centro comercial y se abren dos puertas de conexión entre el Teatro del Libertador y el nuevo em-prendimiento: “Próximamente seremos la sala mayor del shopping”, dicen los técnicos del teatro (La Voz, 1995). Otras voces de reclamo se levantaron, Marina no obtuvo un espacio suficiente en los medios para la cantidad de notas que escribió, pero es significativo lo que produjo un artículo apenas publicado en el diario La Voz del Interior. Marina ironizó sobre los platos de comida que se servirían en los palcos bajo la batuta del maestro Ferreyra, la noticia llegó lejos y el estudio responsable tembló: “Cierren esas puertas -ordenan- que aquí en Buenos Aires nos incineran”, un verdadero cimbronazo en la “reina del Plata”, y no puede dejar de pensarse en medio de tantos campos de fuerza en juego, cuánto capital simbólico acumulado en una mujer del interior.

En la disciplina, a la vez, se acrecienta la importancia del grupo de arquitec-tos y críticos latinoamericanos en los Seminarios de Arquitectura Latinoameri-cana (SAL), en los que Marina participó activamente. Se suceden numerosos ar-tículos a lo largo de más de una década y el resultado final es el libro “El interior de la historia” escrito entre 1987 y 1988, el que inspira el título de este ensayo.

Poco después, en Mendoza, se produjo un encuentro memorable con una entrañable amiga -la historiadora Miryan Waisber- y un recuento de los cam-bios producidos en la historia en general y en la historia de la arquitectura en particular: La historia de las comunidades y no ya la historia de los grandes héroes, frente a la descolonización de nuestra propia historia, el patrimonio ur-bano no monumental y la importancia del tejido urbano (Waisman, 1992).

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A modo de conclusiones

La producción de Marina se caracteriza por esa gran apertura para incorpo-rar las transformaciones en el campo profesional e historiográfico, cotejando la arquitectura latinoamericana con el desarrollo de movimientos análogos en lo político, social y cultural. Reconoció los signos en esta realidad americana -que presenta rasgos compartidos con ciudades de distintas latitudes- intentó com-prender su significado y, como siempre, desde una voluntad propositiva, trazó cursos de acción posibles frente al estallido urbano proponiendo “transformar-lo en una nueva forma de organización”, rediseñando “los propios objetivos en armonía con las tendencias de la ciudad” (Waisman, 1994).

Pensando siempre en una ciudad singular, desplegará los temas de la topo-grafía y el lugar en “La arquitectura descentrada”. Son los elementos estables, las referencias constantes y las organizaciones espaciales más significativas las que construyen la ciudad. El lugar, los viejos edificios -como continuum de tiempo-, las huellas del sitio y las del construir, están presentes como memoria morfológica, o como “persistencia de ciertas organizaciones del espacio” (Wais-man, 1995: 51).

El tema del descentramiento, de la pérdida de un centro de referencia que aparece en el pensamiento contemporáneo, y que se extiende a la fragmenta-ción en las formas de ocupación de la ciudad y el territorio, la llevaron a reflexio-nar sobre el fenómeno de la implantación periférica de los centros de compras o de los nuevos conjuntos “amurallados” de vivienda, y el impacto que esta situación conlleva para la “vitalidad urbana” y el centro urbano tradicional. A propósito de este fenómeno, Marina Waisman señaló: “Las razones de estas modificaciones que se dan en el espacio urbano son específicas de cada cultura -nuevos modos de producción, de comercialización, el fenómeno de la violen-cia, etc.- pero todas tienen en común una mutación del sentido de la vida ciuda-dana” (La Voz, 1997).

Cada uno de sus libros de reflexiones sobre la arquitectura ha sido una res-puesta a una situación histórica concreta entendiendo la arquitectura como un hecho cultural, nunca aislado en el tiempo y en el espacio, ni tampoco un fenó-meno meramente visual o técnico o social o individual. (Waisman, 1968).

Una posición de construir y dar respuesta a la problemática de la cultura la llevaba a analizar los problemas historiográficos desde un punto de vista ame-

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ricano, con la finalidad de entender mejor la propia ubicación en el propio espa-cio; pero a su vez, la historia debía eliminar toda distancia a fin de colocar al su-jeto en el centro del problema, comprometiendo a la arquitectura en el estudio del pasado desde las urgencias del tiempo presente y de los proyectos urbanos futuros (Waisman, 1998).

Marina es una mujer latinoamericana de la crítica, una mujer doblemente ubicada “entre culturas”, quien desde una capital provinciana proyectó su co-nocimiento al mundo, encontrándose con los acelerados cambios de nuestro tiempo y la conquista de lugares más amplios de acción. Desde el universo de sus lecturas, desde los vínculos con otras prácticas artísticas, o desde el contacto con figuras relevantes del pensamiento construyó redes, interlocuciones con el panorama internacional, demostrando que no hay una simple polaridad norte-sur cuando de mapas culturales se trata.

Si bien el momento de quiebre lingüístico y técnico que significó la incorpo-ración de la Arquitectura Moderna ha sido revisado en torno a algunas figuras de destacada actuación en la ciudad de Buenos Aires, son muchas menos las investigaciones que abordan la actuación de otras figuras que promovieron los nuevos principios y lenguajes y formaron escuela en el interior. En este senti-do la labor de Marina Waisman -primero en la vieja Escuela de Arquitectura cuando todavía a su apellido Waisman le antecedía el de Kitroser, y luego en la Facultad de Arquitectura donde será simplemente “la Waisman”-, es una figura central en la construcción de espacios de formación profesional que propicia-ron la discusión y actualización de saberes, y de técnicas, con una influencia di-recta en las transformaciones urbano-arquitectónicas de la ciudad de Córdoba.

Desde su particularidad, como americana, no fueron pocos los interrogantes que se le plantearon, ni fácil la época que le tocó vivir; aún así, en base a sabi-duría y talento se abrió camino trabajosamente en una ciudad que como bien dijo: “es un fenómeno complejo que se debate entre antiguas contradicciones: impulsada hacia el cambio y anclada en la tradición, creciendo desmesurada-mente y luchando por mantener su escala, llena de vitalidad y ahogada en su situación de provincianismo, vive a saltos, desigualmente, difícilmente” (Wais-man,1970:69).

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Biografía

WAISMAN, Marina (Buenos Aires, 1920- Córdoba, 1997)

Arquitecta, egresa de la Universidad Nacional de Córdoba en 1945. Docente e investigadora desde 1947

en la Escuela de Arquitectura- luego Facultad-, y en la Escuela de Artes de la UNC; en las Facultades de

Arquitectura de las Universidades de Tucumán y Católica de Córdoba. Centró su labor en el estudio

de la arquitectura moderna, la historiografía y la crítica arquitectónica. Publicó en la revista “Nuestra

Arquitectura” (1949-1959) y numerosos artículos especialmente sobre Argentina y Latinoamérica, en

revistas extranjeras como “Casabellla”, “Domus”, “Lotus”, “Spazio e Societá”, “Zodiac” y “Arquitectura

Viva”. Autora de La estructura histórica del entorno -1972, 1977, 1982-, El interior de la historia, 1990

y La arquitectura descentrada, 1995; coordinó la publicación de Documentos para una Historia de la

Arquitectura Argentina. Ejerció la Secretaría y la Dirección del IIDEHA -Instituto Interuniversitario de

Especialización en Historia de la Arquitectura-, participando en las actividades académicas de los Se-

minarios entre 1959 y 1970. Fundó y dirigió el Instituto de Historia y Preservación del Patrimonio de

la Universidad Católica de Córdoba (1974-1997), y el Taller de Crítica, luego Centro de Formación de

Investigadores en Historia y Crítica de la Arquitectura, en la Universidad Nacional de Córdoba (1993-

1997). Fue miembro fundador, en 1978, del Instituto Argentino de Investigaciones de Historia de la

Arquitectura y el Urbanismo que presidió (1980-82); Directora de “Summa historia”; de la serie “Sum-

marios” -editada por “Summa”-, y “Cuadernos” editada por “Escala” (Colombia). Recibió numerosos

premios por su labor. Miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes de la Argentina, Profesora

Plenaria de la Universidad de Belgrano, declarada Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Cór-

doba, en 1991, recibió el Premio América a la labor crítica, conferido en el Seminario de Arquitectura

Latinoamericana III en Colombia, 1987; el Homenaje de los historiadores de Arquitectura en el III Con-

greso Latinoamericano de Cultura Arquitectónica y Urbanística, en Salta en 1993, y en 1994 el Premio

Jerónimo Luis de Cabrera, concedido por la Municipalidad de Córdoba a sus ciudadanos destacados.

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MARINA WAISMAN

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Por Guillermina Delupi Nació en San Luis en 1975, vive en Córdoba desde hace 17 años.

Actualmente trabaja como editora en un diario digital de negocios.

Leonor Marzano es una de las protagonistas de Las Nuestras pues el

material disponible para quien quiera adentrarse en los orígenes del

cuarteto -género musical representativo de Córdoba- es casi nulo.

En un ambiente signado por bandas masculinas, la “Leo” merecía

su lugar en la historia.

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Leonor Marzano

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LEONOR MARZANO, LA CREADORA DEL “TUNGA-TUNGA”

“Oigan señores yo les quiero así contar / Con muchísima emoción dónde na-ció mi canto / Chispa, tonada, piano, bajo y acordeón / Así tocaba Leonor ritmo de cuartetazo…”. (Rodrigo)

Pocas cosas identifican o definen tanto a un pueblo como su música; y si hay algo con que se la identifica a Córdoba es con el cuarteto, género musical que con su cadencia tropical y pegadiza -amado en sus inicios por la clase trabajado-ra, y odiado por la clase media y alta- atraviesa en nuestros días a todas las clases sociales sin distinción.

Nacido en la década del cuarenta en las zonas rurales y en las periferias de la ciudad, fue una mujer la encargada de imprimir el ritmo de cuarteto a las or-questas que, por ese entonces, basaban sus presentaciones en los pasodobles, tarantelas, chamamé y valses.

Leonor Marzano fue conocida de muchas maneras durante los veinticinco años que duró su carrera artística: “la señora que toca el piano”, “la Leo”, “la mujer del piano saltarín”, y se popularizó -tras su muerte- como la creadora del “tunga-tunga”.

Fue música, compositora, esposa y madre, pero fundamentalmente fue la musa inspiradora de las bandas de cuarteto que se sucedieron luego y que en la actualidad no paran de crecer.

Fue, además, nuestra. Y quedará grabada para siempre en la historia como la creadora de este estilo tan característico y tan cordobés: el ritmo del cuartetazo.

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La pequeña Leonor

Leonor Marzano nace en Santa Fe el 24 de octubre de 1925, y ya desde tem-prana edad comienzan a sobresalir en ella sus cualidades musicales.

Huérfana de madre desde muy corta edad (Leonor Nélida fallece cuando su hija tiene apenas nueve años), es su padre, Augusto Fernando Marzano, quien se hace cargo enteramente de la crianza de Leonor, su única hija.

Augusto Marzano tocaba por ese entonces el contrabajo en la Orquesta Ca-racterística Los Bohemios, pero el trabajo que le permite llevar adelante a su pequeña familia es el de jefe en el Ferrocarril Manuel Belgrano.

Por ese tiempo se empezaba a instalar en la Argentina la red ferroviaria más grande del mundo, que llegó a tener 47.000 kilómetros de rieles, y que aún hoy sigue siendo la red más grande de América Latina.

Es justamente por su trabajo de ferroviario que Marzano y su hija se ven obligados a trasladarse por distintos lugares del país.

Pero el ir de un lado a otro no es vida para la pequeña Leonor; es entonces que Augusto Marzano decide pedir el traslado permanente a Córdoba, ciudad donde finalmente se radican y de la que ya no se irán jamás. La familia Marzano vivió toda su vida en una casa ubicada en la calle Jujuy, entre Santa Rosa y Ave-nida Colón, a media cuadra del histórico bar Gente.

Por esos años la ciudad de Córdoba ha cambiado bastante su fisonomía en relación al siglo anterior y ya cuenta con avenidas, diagonales y plazas. A Güe-mes, Alberdi, General Paz y San Vicente se le empiezan a sumar otros barrios, como Alta y Nueva Córdoba. Con la creación de la Fábrica Militar de aviones, en 1927, se ha abierto en la provincia una nueva etapa, la industrial, que trae como consecuencia un desplazamiento de habitantes desde las periferias hacia el cen-tro de la ciudad, por lo que se empiezan a poblar cada vez más barrios.

La pequeña Leonor, que viene dando conciertos desde los diez años en San-ta Fe, a la par que estudia en conservatorios de música, sigue cultivando en Cór-doba su avidez por encontrar tonos y acordes nuevos, al cuidado de una niñera que se hace cargo de ella durante las jornadas laborales de su padre.

Cada tarde, cuando Augusto regresa del ferrocarril, pasa horas enteras senta-do al lado de su hija tocando la flauta, acompañado de Leonor al piano.

LEONOR MARZANO

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Nace un nuevo ritmo al compás del piano “saltarín”

En una de esas tardes, Leonor, que ya cuenta con once años de edad, le pide a su padre los tonos bajos que él hace en el contrabajo. Sentada frente al piano se propone imitar el instrumento de su padre y, con la mano izquierda sobre el teclado, prescinde de los dedos índice, mayor y pulgar para tocar.

En busca de un vecino que le ayude sumando otro instrumento, un ban-doneón, ensaya los acordes obtenidos y se da cuenta que el resultado es una música muy bailable y pegadiza. Cuando su padre vuelve de trabajar, Leonor le muestra el nuevo ritmo logrado con su mano izquierda.

El 4 de junio de 1943 Augusto decide hablar con Los Bohemios para de-jar la banda y emprender un nuevo grupo musical, al que él mismo bautiza El Cuarteto Característico La Leo, en honor a su hija y al nuevo ritmo “saltarín” de su piano. Este ritmo pegadizo que la Leo hacía con su mano izquierda en el teclado, es actualmente conocido como “tunga-tunga”, pero no fue sino hasta después de la muerte de Leonor que se lo bautizó con ese nombre.

Con sólo dos instrumentos, la Leo al piano y Augusto en el contrabajo, hay que salir a reclutar al resto del grupo que los acompañará.

Es cuando aparece en escena Miguel Gelfo, que ya toca el acordeón en su propia orquesta y que trabaja en el taller mecánico al que Augusto suele llevar su auto. Tras algunas resistencias iniciales -que se esfuman luego de conocer a la hija de Augusto en el primer ensayo-, Miguel se suma al Cuarteto Caracterís-tico La Leo.

Con el nacimiento de esta nueva orquesta musical, nace también el romance entre Miguel y Leonor, que culmina con el casamiento de ambos en 1945, y fru-to del cual nacen sus dos hijos: Marta (13 de marzo de 1948), y Eduardo Gelfo (27 de enero de 1950).

Poco después, se incorpora un cuarto integrante al cuarteto, José María Sal-vador Saracho, que toca el violín, y así inician las primeras presentaciones en cumpleaños, con repertorios de entre diez y quince temas, por los que solo co-bran, literalmente, el sandwich y la coca.

Por ese entonces son muy comunes las fiestas rurales, en casas de familia, donde los grupos van a presentar sus shows musicales; pero el Cuarteto Carac-terístico La Leo ya se ha convertido en un atractivo particular: todos quieren ver a “la señora que toca el piano”.

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Llega el primer disco, el segundo, y más

En pleno apogeo de las radicaciones fabriles, Córdoba acusa una profunda transformación. En 1947 la provincia ya tiene una población de 1.500.000 habi-tantes, de los cuales el 25% vive en la capital cordobesa. Y es a causa de estas ra-dicaciones de fábricas que familias enteras se mudan a la ciudad, convirtiéndola en la urbe más habitada después de Buenos Aires.

Corre el año 1948 y el Cuarteto Característico La Leo ya es reconocido y soli-citado por cuanta fiesta se hace en las zonas rurales.

Pero Leonor no solamente ha impregnado de un nuevo ritmo al cuarteto, sino que además toca a los clásicos de manera tan magistral que ya nadie duda del talento artístico de la hija de Marzano.

Es en una de esas fiestas que, al término de un pequeño concierto de Franz Schubert, un inglés muy bien vestido se acerca a Augusto y les ofrece grabar un disco.

Al primer disco de pasta lo graban en Rosario, con la compañía Disco Trío, que de un lado tiene un vals y al dorso un pasodoble. Pero las cosas por ese entonces no son tan fáciles y la discográfica le obliga al Cuarteto a comprar dos-cientos discos.

Veinte días más tarde, el Cuarteto es invitado a tocar en una fiesta y esa no-che no sólo vende todos los discos que tiene, sino que mucha gente del público se queda sin su ejemplar.

Así llega el segundo disco, con la misma compañía pero bajo condiciones más favorables para el grupo, y Augusto deja su trabajo en el Ferrocarril para dedicarse a vender discos en pueblitos del interior cordobés.

Si bien por esos años ya hay radio (LV2, pionera en Córdoba, nace en 1927, conocida en sus inicios como Radio Central), pero lo cierto es que los discos de la época encuentran mayor difusión en las calesitas de los pueblos, ya que sue-nan durante todo el día, y gran parte de la noche, sin parar.

Cuando el grupo comienza a gozar de cierta popularidad, fundamentalmen-te en las zonas del interior, se inician en Córdoba -el 16 de septiembre de 1955-, una serie de levantamientos sociales y militares que culminarán con la renuncia del presidente Juan Domingo Perón tres días más tarde.

Estos enfrentamientos, entre militares sublevados y tropas leales, tienen lu-gar en Alta Córdoba, en zonas aledañas a la estación del Ferrocarril Belgrano, y

LEONOR MARZANO

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hay tiroteos frente al Cabildo Histórico y otros incidentes en puntos clave de la ciudad, y que son los que dan origen a la Revolución Libertadora que derroca a Perón.

Un año más tarde y pasada la algidez del golpe de estado del año ’55, con el ge-neral Pedro Eugenio Aramburu en el gobierno, dictadura que durará hasta mayo de 1958, el cuarteto tiene tal cantidad de discos vendidos que la CBS Columbia posa sus ojos sobre éste y le ofrece grabar un long play en Buenos Aires.

A ese nuevo disco le siguen dos, o tres, long play por año, que se agotan apenas aparecidos.

Además de tocar el piano y ser una excelente música, la Leo fue una gran compositora; ella misma escribió muchas de las canciones del grupo. Con le-tras muy simples y un ritmo muy popular y pegadizo, a lo largo de su carrera Leonor Marzano graba con El Cuarteto Característico La Leo más de ciento cin-cuenta discos.

Conquistado el interior, la Leo va por la ciudad

Sin muchas bandas que compitan con el cuarteto por ese entonces, la Leo pasa días enteros arriba del colectivo que la traslada -junto a sus músicos- por distintos pueblos del interior. Los viajes son realizados en condiciones muy precarias y ella es la única mujer del grupo, aún así la felicidad la embarga en cada presentación, en cada pueblo, bajo cada tinglado y sobre cada piso de tie-rra que el público revuelve con sus pasos, al ritmo del piano de Leonor.

Pero a pesar de todo, todavía no puede hacer pie en la ciudad de Córdoba, que crece a pasos agigantados: ya para el año 1963 casi el cincuenta por ciento de los trabajadores fabriles son de la industria automotriz, lo que genera un importante proceso de urbanización en la ciudad, que ya venía en aumento desde la década anterior.

Esta inmigración se distribuye principalmente en la zona sur del ejido, lo que da origen a nuevos barrios y trae como consecuencia directa un auge mayor en los clubes bailables.

Amada por igual por hombres y mujeres (sólo en una ocasión tiene un con-flicto con la Comisión de Damas de Santa Rosa del Conlara, que le impide reali-zar uno de los bailes que la había contratado), la Leo no para de crecer.

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Mientras tanto, los discos se suceden unos a otros y se transforman en la vía para desembarcar con su música en la ciudad. Llegan primero a las orillas de Córdoba y finalmente copan los clubes barriales, en los que miles de mujeres hacen cola para verla tocar su piano “saltarín”.

El Cuarteto La Leo no tiene cantor sino hasta el año 1947. Hasta entonces solamente cuenta con un speaker que anuncia al Cuarteto. Y es este speaker, o presentador, José Sosa Mendieta, quien por primera vez le pone voz al grupo.

Más tarde, en 1965, es remplazado por Carlos “pueblo” Rolán. En el año 1961 muere Augusto Marzano y es Miguel Gelfo quien se hace

cargo del Cuarteto.

La Leo deja el Cuarteto Característico

En el año 1968 la Leo ya ha transitado con el cuarteto veinticinco años de historia: innumerables pueblos recorridos en colectivos sin calefacción, ni co-modidades de ningún tipo, miles de bailes hechos y cientos de discos grabados, y casi una veintena de discos de oro obtenidos.

Paralelamente, ha sido esposa y madre de dos hijos; y finalmente su hija Marta la ha convertido en abuela dando a luz a Martín.

La edad se hace notar y el cansancio no tarda en aparecer. Empieza entonces a retirarse de las giras, lo que le supone al grupo los primeros conflictos: las contrataciones al Cuarteto son con la Leo; si ella no toca, no quieren al grupo.

Ya con Leonor fuera del escenario, el Cuarteto se reinventa; por ese entonces, con sólo 19 años de edad, Eduardo Gelfo (hijo de Leo y Miguel) se incorpora al grupo.

Un año más tarde se produce en Córdoba un hecho histórico: el 29 de mayo de 1969 empieza con un paro activo (en oposición al paro matero) el Cordo-bazo. Protagonizado por estudiantes y trabajadores, este levantamiento tiene un claro sentido antidictatorial, al que se suma toda la población y tras el que sobreviene una década muy turbulenta, tanto en esta provincia como en el resto del país, que alcanza también al ambiente musical.

Aún así, La Leo ha sido la responsable de dejar plantadas sobre suelo bien firme las raíces del cuarteto en Córdoba, donde empiezan a cobrar mayor prota-gonismo bandas como El Cuarteto Juvenil Berna, o El Cuarteto de Oro.

LEONOR MARZANO

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El último show

En 1985, La Leo graba con León Gieco, Caballo Bayo, en el marco del proyecto De Ushuaia a la Quiaca que el artista realiza junto a Gustavo Santaolalla y con el que recorren el país de una punta a la otra, grabando casi cien horas de material musical que luego es editado en distintos álbumes.

Leonor Marzano muere el 12 de enero de 1991. Un año antes, el 18 de febrero de 1990, había muerto su esposo.

Paradójicamente, Leonor no deja herederas femeninas en este género mu-sical. Pero su música no se va con ella. Su huella -ese camino abierto con tanto esfuerzo décadas atrás-, ha calado hondo en esta ciudad, dándole vida a las más de cincuenta bandas de cuarteto que hoy le imprimen su ritmo a los bailes que recorren -de jueves a domingos- los clubes de la ciudad y del interior cordobés.

Rescatar su memoria es redimir el presente de una música que nos pertene-ce. Es homenajear el esfuerzo y la pasión musical de una mujer que ha hecho historia en un estilo hasta ese entonces desconocido. Es rescatar las raíces de un género musical que resalta por su alegría y sus letras, y que tiene -donde quiera que sea escuchado- la impronta de La Docta, el sello cordobés.

Su piano “saltarín” se encuentra hoy en el Cabildo Histórico de la ciudad de Córdoba.

“El pibe Berna, Carlos “pueblo” Rolán / Y el Cuarteto de Oro / Le dieron música, alegría a mi ciudad / Soy de la universidad de la alegría y el canto”.(Rodrigo)

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Fuentes consultadas:

EDUARDO GELFO (hijo de Leonor Marzano).

DE USHUAIA A LA QUIACA (autores: León Gieco, Gustavo Santaolalla y Claudio Kleiman).

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www.welcomeargentina.com/cordoba/historia.html

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es.wikipedia.org/wiki/Revolución_Libertadora_(Argentina)

www.tunga-tunga.com.ar

LEONOR MARZANO

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Por Bibiana Eguía (1965) Licenciada en Letras Modernas, docente del Seminario

de Lectura de Autores de Córdoba, de la Escuela de Letras,

Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. Investigadora. Obtuvo

el Premio “Luis de Tejeda” (2001) por su ensayo Nuestra

Babilonia. Sobre la representación del paisaje de Córdoba. En

1994, publicó el Index Bibliográfico de Autores de Córdoba.

Década del ‘80, bajo el sello de la Editorial Argos. Integra junto a

Julio Castellanos, el comité editor de la publicación “Confines de la

Mirada, un espacio para la literatura de Córdoba”, que ya lleva cinco

números publicados.

[email protected]

Glauce Baldovin

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GLAUCE BALDOVIN, POETA:UNA MADRE Y SU REVOLUCIÓN EN CLAVE LIRICA

Esbozo biográfico de una escritora cordobesa

De Glauce Baldovin se conocen pocos datos. Nació a fines de noviembre de 1928 en Río IV, en el seno de una familia de origen italiano. Vivió la mayor parte de su vida en la ciudad de Córdoba. Integró el Consejo de Redacción de la revista cultural “Mediterránea”, publicada en Córdoba entre 1952 y 1958, y como codi-rectora de la revista “Vertical”, entre 1951 y 1957. Fue amiga del escritor, poeta y pintor Romilio Ribero, autor del recordado Tema del deslindado y del Libro de Bodas, plantas y amuletos.

El reducido número de datos biográficos se contrapone al enorme cariño con el que la recuerda la gente, en muchos casos por haber sido “maestra” en escritura literaria y promotora de textos importantes de autores (cordobeses) que hoy mantienen la creación como instancia inherente a sus vidas y profesio-nes. Por mencionar algunos nombres, Eugenia Cabral, actual Presidente de la Sociedad de Escritores de Argentina, Susana Arévalo, Livia Hidalgo, César Var-

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gas, Hernán Jaeggi 1, María Teresa Andruetto, Raúl Dorra y el actual albacea de su obra, Julio Castellanos.

Siguiendo los pasos de su padre, fue militante del Partido Comunista, y a mediados de la década del ’70, fue testigo del secuestro de su hijo Sergio (que es “desaparecido”). En esa época, su casa es allanada. Decía haber perdido allí un certificado que reconocía un poemario titulado La militancia como premiado por el Concurso “Casa de las Américas”, logro que no consta en los archivos de los organizadores del Premio, aunque sí es posible que haya sido elegida fina-lista, o seleccionada entre ellos, en virtud de lo cual, se le hubiera notificado el hecho, sin llegar a alcanzar el logro definitivo.

Algunos testimonios dan cuenta de que escribía desde muy joven, aunque esos textos están dispersos en revistas de escasa difusión y/o resultan muy di-fíciles de conseguir por estos años. Sí, hay una idea generalizada que cuenta que sus inicios en la escritura se inician a raíz de una dolencia corporal, que la mantuvo en cama a fines de la década del ’70. A mediados de la década del 80, comienza a editar sus poemarios.

Víctima del dolor por la pérdida de su hijo y de la enfermedad, falleció en 1995 en Córdoba.

Si se cuenta con lo pequeño de los círculos de lectores a donde llegaron los libros de Glauce, más la escasísima promoción que recibían las producciones literarias, (aún las de envergadura y calidad, como en el caso de su obra) y a ello se suma el paso del tiempo para cubrir su ausencia, corremos como cordobeses, el peligro de olvidarla. Y su obra vale. Los cordobeses merecemos recuperar sus textos, y mantener la memora de Glauce en el ámbito de los nombres importan-tes de nuestra cultura.

Generalidades sobre su obra

Glauce realizó sus libros ajena a un orden, o sin interés de dar indicación de cronología u orden. Ella escribía poemas que se iban completando, corrigien-do, ampliando, profundizando, abriendo nuevos caminos, líneas y sentidos. La

1 Estos escritores fueron integrantes del grupo “Raíz y Palabra”.

GLAUCE BALDOVIN

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poeta parece haber planteado cada unidad a posterioridad, bajo un título que actuaba a modo de cedazo. Esto significa, para quien accede a estos textos, que la lectura de sus poemas es una experiencia de apertura hacia un panorama que, aunque parezca concluir, se sigue conociendo a través de los siguientes libros. Esto, en base a una propuesta narrativa que presenta como núcleo argumental, la historia de una mujer marcada por la soledad, que vive en nuestra ciudad en el transcurso de la década del ’80 o principios de los ’90, con todo lo que ello implica social, política e históricamente.

Algunos textos van a destacar la ideología de la autora, otros, la vivencia co-tidiana de una mujer sencilla en su casa; otros, la dolorosa ausencia del hijo; en otros, se ofrece una mirada hacia la circunstancia histórica y social de esta pérdi-da; en otros, la construcción de la identidad de esta mujer a partir de los sucesi-vos despojamientos y partidas; en otro, el universo (literario) que le da amparo para configurar su dolor a través de imágenes que ella descubre en diferentes escritores, y que la alcanzan a modo de abrazo solidario para dar contención a una experiencia inenarrable. Retomaremos este asunto más adelante.

El único dato respecto del orden de escritura de los textos de Glauce, es el que ofrece el responsable de las ediciones y albacea de la obra, Julio Castellanos, quien afirma 2 que los libros de la autora son publicados respetando el orden de su realización. Pero, lo señalado no se contradice con el hecho de que la misma autora pudiera haber agregado nuevos textos a poemarios concluidos, en virtud a la distancia que había entre el momento de composición y el de la edición.

Es muy importante tener en cuenta, entonces, que en los comienzos, para Glauce, la instancia de la publicación pareciera generar la “definición” del libro. No existiría, previo a la posibilidad de editar, una unidad clausurada sino muy por el contrario, el libro aparentaría ser siempre un futuro, una entidad en aper-tura. Es decir, ante la edición inminente, se integrarían los textos que acompa-ñan a un núcleo fundamental. Hasta entonces, en la poeta pervive la búsqueda, los asedios, las tentativas, las tensiones, las elaboraciones, las agrupaciones, las

2 En entrevista informal con el escritor.

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construcciones y los intereses que significan la escritura 3. Ello explicaría la uni-dad de esta escritura, desde miradas confluyentes, ya que cada libro actualiza alguna arista especial de un texto único.

El hecho justifica, por demás, en alguna medida, la “no-presencia” de la es-critora en el ámbito editorial. Su creación tiene un ritmo distinto al que pudiera originar un texto (un libro) concebido previamente a su escritura, aunque tam-bién es legítimo pensar que la escritora podría haber buscado como amparo esta no presencia social y cultural, a los fines de lograr un espacio de creación más libre de presiones –y vale recordar las muchas presiones que efectivamente actuaron sobre su vida, pensemos sólo en el orden político-. En cualquiera de los casos, la edición, pareciera no haber apurado a la escritora.

En el año 1987 aparece publicado Poemas integrado por el Libro de Lucía, El fuego y El combatiente 4. Luego, gracias al Fondo Estímulo para Editoriales y Au-tores de Córdoba, aparecen sus siguientes poemarios: En 1989, el Libro de la sole-dad, que se publica nuevamente en 1995 acompañado esta vez por Nuestra casa en el Tercer Mundo. Antes de eso, había sido editado De los poetas en 1991, el Libro del amor en 1993 y al año siguiente, Con los gatos, el silencio. Sus Poemas crueles, poemario integrado por El ángel aherrojado y De la violencia, el terror y el despojo, ven la luz en 1996 y constituye el primer libro post-mortem. El Libro de Isidro / Libro de María se da a conocer en 1997 y, en 1999, Yo, Seclaud. En el año 2007 se ha presentado El rostro en la mano y el año pasado, apareció un poemario doble: Huésped en su laberinto y Promesa postergada.

En las publicaciones más recientes se advierte un cambio en la poética de la escritora, evidenciado principalmente, en la disminución del espacio concedido a la narración, para dejar más lugar a la construcción identitaria del personaje.

Propuesta de organización

3 Ello no se contrapone al hecho de que al morir Glauce, quedaron numerosos libros sin editar,

con títulos reconocidos por ella. Lo que aquí se sostiene es que el texto definitivo –en cuanto al

número de poemas que lo componen- se concluía por causa de la edición.

4 Este es el nuevo nombre de su poemario “La militancia”, según alude Lila Perrén de Velasco en

el texto de presentación de Poemas.

GLAUCE BALDOVIN

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El esbozo de clasificación que se expone a continuación, pretende facilitar el acceso al universo poético de la autora con el fin de presentar sus distintas inquietudes y tendencias, sin decir que las líneas líricas sean absolutas, o se den con pureza. Por el contrario, esta tentativa propone recuperar una obra que es “total” y no “unitaria”.

Como decíamos, cada uno de sus libros, se plantea como facetas que permi-ten una mirada singular sobre un caso que aparece como una constante en los textos. Cada una de las tres líneas, van abrevando de ellas mismas, son a la vez, fuente y sed de nuevas creaciones.

Se podrían agrupar los libros, sin indicar ninguna preeminencia, de acuer-do a tres líneas temáticas: Una primera, a denominar Poesía de la Intimidad, la segunda línea, Poesía de la Militancia y por último, Poesía de Exploración Escrituraria.

Se llama Poesía de la Intimidad a aquel conjunto de textos de Glauce que presentan el universo de las vivencias personales, la cotidianeidad, su mundo interior, del mundo de los afectos cercanos, de las alegrías y de los dolores que acucian un alma de mujer y que tienen lugar de realización en el ámbito de lo doméstico. Aquí se incluye, además, la historia personal como condición de op-ciones y realizaciones, que se mueven desde el presente para atender al pasado y o al futuro. Participan de esta línea el Libro de Lucía, Libro de la Soledad, Con los gatos el silencio, Nuestra casa en el Tercer Mundo, Libro de María/ Libro de Isidro. Y a ella hay que atender, para comprender aquí, los últimos tres poemarios de publicación reciente.

La Poesía de la Militancia corresponde a una escritura comprometida polí-ticamente con un programa colectivo, tal como lo sugiere la denominación. Se entiende “militancia” en el sentido de participación en la historia social, colecti-va e individual, con un sentido más amplio al de afiliación partidaria. No es una poesía embanderada sino que en ella se desarrolla un concepto de existencia a modo de vivencia histórica comprometida con el hombre. La poeta puede refe-rir, sin necesidad de aludir ni nombrar el espacio donde se conjugan las creen-cias personales con relación a la historia nacional. Glauce descubre a la poesía como un lugar de resistencia contra el olvido, como espacio privilegiado para

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afincar la memoria, y allí se ubica como “Señora del fuego” 5. Aquí se ubicarían libros como El combatiente, los Poemas crueles y De los poetas.

La autora expone sobre su propia ideología política 6 e inscribe su obra en el momento histórico al que corresponde, esto es, fines de la década del ‘70 y los ‘80, época en la cual ella pierde a su hijo. Con una mirada profundamente humana, descubre a una Latinoamérica desgarrada a través de los siglos, y ello la mueve a dar testimonio. Allí se alude al dolor que se vive, la injusticia, la in-tolerancia, el abuso, la violencia y especialmente, al silenciamiento que somete a todos sus habitantes.

Por último, en la última línea de su obra, denominada como de Exploración Poética, se ubicarían algunos poemarios tales como Libro del amor, Yo, Seclaud y El fuego, etc., donde la poeta investiga o profundiza sobre un tema desde dife-rentes ángulos literarios de acceso (procedimientos escriturarios, figuras lite-rarias, miradas, etc.) para elaborar la significación. Por ejemplo, en Yo, Seclaud plantea el dolor de una madre despojada de su hijo. La novedad que presenta está en la forma de su enunciado, similar al del versículo bíblico, con recursos y alusiones de la poesía náhuatl. A su vez, en la construcción de la madre, se descubre la alegoría mítica del continente americano: América es la madre des-pojada de sus hijos, víctima de luchas históricas intemporales, que eleva su voz para reclamar por justicia y solidaridad.

Un libro que también puede incluirse en esta línea, es De los poetas. La autora utiliza el procedimiento de integrar a su discurso propio, citas explícitas –in-cluidas en cursiva para ser destacadas- de poetas de todas las épocas. Así sostie-ne una polifonía de voces (con mayoría de autores latinoamericanos) y genera un gran encuentro de ideas, que resulta una especie de credo ideológico y esté-tico personal, sostenido solidariamente desde la compañía. Cada poema lleva por título el nombre del autor cuya cita es introducida y, en mérito del hecho, el acto de “nombrar” se destaca como “el acontecimiento” de una convocatoria en

5 Esta denominación se encuentra en “El fuego” en el primer verso del Poema I, p41. Luego

amplía en el Poema V: Quien dudare de la transformación del fuego en poesía que penetre /en

la savia de los helechos (v1-2 p46)

6 Glauce sostenía en armonía, los ideales comunistas y la fe cristianas, que tuvo su manifesta-

ción más impor-tante por aquellos años, en la llamada Teología de la Liberación.

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la que se encuentran Eurípides, Jorge Luis Borges, Dante Alighieri, John Keats, Saint John Perse, Ernesto Cardenal, Vicente Huidobro, Alejo Carpentier, Raúl Dorra, Romilio Ribero, Haroldo Conti y Olga Orozco, y muchos más.

El motivo de tanta referencia es que a través de la alusión que fija el poema, se sostiene la resistencia al olvido. Hay que recordar porque los nombres eran negados, un programa a favor del olvido. Por este medio, su hijo “desapareci-do”, tal como muchos otros, desde el poema, puede recuperar su nombre, su palabra y su muerte.

Poesía, revolución y maternidad. Algunas claves de interpretación

La anécdota, ya aludida, que incluyen los poemas de Glauce, anécdota que es reiterada y propuesta bajo distintas miradas en los diferentes libros, es la de una mujer sola, ocupante solitaria de una casa, en la ciudad (la mayoría de los casos). El personaje se inicia en el Libro de Lucía, primer poemario de Poemas, y allí describe y desarrolla una tensión que se va completando y complejizando sostenidamente en dos libros que podrían reconocerse como su continuidad: El Libro de la soledad, y Nuestra casa en el Tercer Mundo 7.

Glauce Baldovin evoca en aquel primer libro (el Libro de Lucía), algo de la his-toria de sus antepasados inmigrantes trabajadores de la pampa gringa, para ini-ciar la configuración del personaje de la mujer –tía abuela de la autora-. El texto plantea la reflexión íntima de un personaje femenino con nombre y apellido: Lucía Bertello, una madre con el hijo muerto en circunstancia violenta. Traba-jadora campesina, padece la injusticia del orden económico que no le permite salir de la pobreza. La sumatoria de carencias y despojamientos, la ausencia de los afectos: la familia en Italia, madre, marido e hijo muertos, la imposibilidad de regresar a la patria familiar y las difíciles condiciones materiales para proyec-tarse en el nuevo medio, el fracaso de los sueños, además de someter al padre al alcoholismo, promueven en la mujer la vivencia de la soledad como su único amparo, y condena.

7 Las citas que se realizan de estas obras, corresponden a la edición conjunta de ambos textos en

un solo volumen, llevada a cabo por la editorial Argos en el año 1995.

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La soledad poéticamente centrará toda la experiencia del Yo. Lucía, al visitar a sus muertos en el cementerio la identifica con la Muerte: “Abro el pórtico y penetro en la soledad” –expresa en el Poema VII (p17). La aridez señalada como propia de la experiencia, se revierte en fertilidad, cuando el Yo puede re-crearse, descubrirse como testigo silenciado.

….. así es la soledad.(../..)Me esfuma.Hablo y nadie me oyeNadie me ve porque estoy envuelta en la soledad. (v 1 y 10-12 VI Libro de Lucía p16)

Se considera que el Libro de la soledad, fue escrito con posterioridad al Libro de Lucía, ya que hay una continuidad entre ambos textos, observada en la reitera-ción de tópicos. La atmósfera de encierro, oscuridad, clausura –cierre del primer poemario- dan fundamento a la afirmación. El Libro de la soledad se abre con el personaje urbano socialmente recluido, una mujer sin nombre y en su casa, en estado de clausura, con un presente terror y un pasado no enunciado.

El poemario plantea un diálogo sostenido entre un sujeto, un ama de casa, y una entidad a quien ella llama “su” soledad (la nombra como “Soledad”) 8. Vivencias comunes y urbanas en el marco de una casa, en una ciudad con calles donde predomina la violencia y la muerte. Los espacios abiertos y luminosos son evitados, y dominan las horas del atardecer y la noche.

Nuestra casa en el Tercer Mundo, a su vez, continúa la propuesta de base del Libro de la soledad. Se suma la presencia de la Magia y la dupla hogareña se convierte en trinidad. El nuevo personaje es un espíritu juvenil, que ayudará a superar en la Mujer, la oscuridad y el miedo. Se observa una importante señal de apertura hacia lo social y renace esperanza en un nuevo tiempo, profundi-

8 En esta escritura, se introduce una ruptura que permitiría inscribir este texto como de género

fantástico

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zando el vínculo desde la fantasía 9. Se afirman la creación y la creatividad como pilares de la vivencia cotidiana.

La alusión al “Tercer Mundo”, conlleva marcas ideológicas precisas con las cua-les la autora podría aludir, a través del título, no sólo a una mirada crítica de las teo-rías económicas –que en virtud de las cuales se caracteriza su lugar como aquel-.

Donde ya no tenemos derecho ni a ser explotadosNi a reproducirnosSólo a morir lentamente de agoníaDe forzado deslindePor descarte (v14-18 II Nuestra casa en el Tercer Mundo p33)

Aunque además, propondría la instauración de un nuevo orden superador, el de la imaginación, en la posibilidad de apertura a un nuevo proyecto de vida, trazado desde el camino marcado por el ejemplo del hijo. La Mujer es ahora re-conocida como madre, en un espacio creador desde la actividad de la lectura. Se recupera el poder de la palabra para ejercerlo radicalmente (esto significa leer) y así crear el nuevo mundo, el nuevo orden. Se recuperan también los libros 10, y entre los libros, el diccionario, matriz de los vocablos. El diccionario, viene a convocar la reunión de todas las palabras, de todos los nombres, no sólo de aquellos que habían estado silenciados. Desde él, hay un retorno a la realidad.

La Magia hace la ofrenda de dos libros: el Documento sobre la Teología de la Liberación (en el Poema IX) y el Pequeño Larousse Ilustrado (Poema XVIII)- y con ellos, vuelve la memoria. Allí, la Mujer recupera su propia historia, pasado y pre-

9 El poema XXI (p52) es una definición de la soledad con palabras de Marguerite Yourcenar. “Yo no

creo como ellos creen, no vivo como ellos viven, / no amo como ellos aman…” Esto es, una soledad

por marginación. La mujer provoca que en el hecho pierda el peso que la estigmatiza al transformarla

en una opción personal, pero, se advierte una profundización en el sentido de lo irreal.

10 Hay que recordar que más allá de la actitud simbólica que hay aquí presente, los libros fueron

censurados y en algunos casos, quemados durante el proceso militar.

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sente, para hacerse nuevamente a partir de la palabra solidaria: Comprendo 11 su mensaje / Llevarlo a la poesía hacerlo de todos / salvarnos / Solidariamente salvarnos. (v23-25 IX Nuestra casa en el Tercer Mundo p40) Ésa será la siembra que encarará como desafío, un llamado a la salvación social que tiene en el poe-ma su lugar de resistencia.

La clave más importante es De los Poetas

Este libro fue publicado en Córdoba durante el año 1991. Los treinta y nueve poemas que lo componen se integran en dos partes de extensión similar: Una, titulada: En el volcán; y la siguiente: Ni olvido ni perdón, lema de la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo. El detalle es manifestación del avance en el proceso de recuperar la identidad, personal y colectiva desde el discurso. Esto es, manifestar expresamente la adhesión a causas sociales determinadas y pre-cisas. Una de las más importantes, la causa de las madres en su lucha por los “desaparecidos”.

Las ilustraciones del único libro con imágenes, tienen la autoría de Carlos Alonso, cuya hija, Paloma, corrió la misma suerte que Sergio, el hijo de Glauce. Todas las imágenes expresan mucha violencia, excepto el retrato de Paloma 12 -en la página 61- bella, joven de ojos claros y soñadores, cabellos sueltos. Los dos jóvenes mencionados, encabezan la dedicatoria del poemario, un listado de diecinueve personas desaparecidas y muertas durante la dictadura militar, entre los que se ubican además, poetas, periodistas, escritores, amigos y conocidos de Glauce: “A TODOS” –en mayúscula sostenida- dice al concluir la dedicatoria.

Como se ha expuesto, en este poemario no hay narración, sino que cada poema es un cuadro que tiene como base la situación de una madre sola, que expresamente alude a la búsqueda de su hijo desaparecido. Hay cinco textos

11 Desde el diccionario se fundamenta la posibilidad de acción. En el Libro de la soledad, el

personaje advertía con extrañeza a “los rostros desfilan alrededor del lecho/ hablan en idioma

incomprensible” (v7-8 Poema IX p18) mientras que aquí hay disponibilidad para entender y

hacerse entender. La madre puede ponerse en acción desde la aventura de la palabra.

12 No tengo la certeza de que lo sea, pero considero muy factible esta posibilidad.

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donde la enunciación está sostenida por un personaje masculino, prisionero y torturado, que permite identificárselo como a ese hijo ausente, aunque no se den nombres. Sin embargo, el poemario es “De los poetas” porque a través de ellos es como la poeta logra construir la “desaparición” del hijo.

En la primera parte, titulada En el volcán, los textos que se integran remiten a las obras de autores universales de la literatura: Dante Alighieri, Gustavo Adolfo Bécquer, Eurípides, José Martí, Li Ching Chao, Saint John Perse y Rainer María Rilke, entre otros; y los argentinos Jorge Luis Borges y Olga Orozco. En la se-gunda, los autores reunidos son casi en su totalidad, contemporáneos, latinoa-mericanos –muchos con la característica de serlo como “bandera”, tal el caso de Ernesto Cardenal, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Pablo Neruda, Eduardo Galeano, Mario Benedetti o Juan Gelman- . Entre las menciones hay algunas víctimas de persecuciones políticas, e inclusive, algunos “desapareci-dos” como Haroldo Conti; y/o amigos cercanos a la poeta: Romilio Ribero, Livia Hidalgo y Raúl Dorra.

El texto en su integralidad, además de construir desde los discursos litera-rios y sociales, la expresión lírica para significar un “desaparecido”, reflexiona sobre el alcance de la escritura. Se ratifica la poesía como testigo de los aconte-cimientos con la cita de Roque Dalton:

“Poesía perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras.” (v20-22 “Roque Dalton” De los poetas p76).

Esto es revelar el planteo de que la poesía excede lo escrito. Y aún más, es una demanda a que la escritura poética no se encapsule en creaciones anodinas o banales. La realidad convoca a la poesía, y es la poesía, la que puede tornarse más concreta y cercana que la realidad misma, en tanto a través de ella se alude y sostiene la resistencia silenciada de un continente.

Glauce, la madre

Para concluir, resta aludir sobre la identidad del personaje de estos poema-

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rios, más allá de que la protagonista de estos textos tenga mucha similitud, o puntos de contacto con la autora. El hecho concreto queda fuera de la ficción, y tal vez merecería una investigación más profunda con recursos provistos por lo que la teoría literaria reconoce como la autoficción.

Como ya se ha expuesto, el personaje que aparece es siempre una mujer adulta, cuya soledad se produce porque alguien cercano a sus afectos, está au-sente. En algunos textos, es el Amado, aunque en la mayoría, se trata del Hijo. Esta soledad, entonces, remite al dolor de la madre por el hijo perdido. En Nues-tra casa en el Tercer Mundo lo aclara expresamente:

Es una carta de nuestro13 hijo secuestradoFechada en abril del setentaicinco en las CataratasDonde me dice“aquí todo es luz verdor quisiera ser una pantera alada” (v11-14 IX Nuestra casa en el Tercer Mundo p40)

Así se radica el proyecto de alcanzar su propia identidad por medio de la asociación con la acción del hijo. No es suficiente con manifestarse mujer, sino que precisa construirse como madre. En este camino asociado, su maternidad es convocada a experimentarse como generación de las ideas:

Y una antigua madreselva que me trepaEnciende aquel pubis granateLos pezones húmedos de lecheLas ideas (v13-16 XXIV Nuestra casa en el Tercer Mundo p 55)

Revelar su maternidad consolida la dimensión existencial del Yo, a través de una identidad que se descubre y que se construye, para acompañar la entrega del hijo. Por eso, cuando alude a la dirección (domicilio real de la autora) de su casa, dice:

13 No se aclara en el texto, a quién se involucra cuando el sujeto postula el adjetivo posesivo

“nuestro” aplicado tanto a “hijo” como a “casa”.

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Pasaje Penna Villa Páez Córdoba ArgentinaAmérica del Sur Tercer Mundo. (v10-11 II Nuestra casa en el Tercer Mundo p33)

El detalle, más que ubicar al lector en el plano urbano, busca acercar ese “Pasaje Penna” –de sonido similar a “pena”, dolor-; con el Vía Crucis, oración que rememora el camino de Jesús crucificado hacia el calvario. Entonces, para acabar la representación, toma la imagen de aquella Madre, bajo la advocación de María, Madre de Cristo. La Dolorosa tiene su cristalización en el Siglo XIII en una composición anónima llamada Stabat Mater, donde se alude a siete dolores (suma del sufrimiento) en la figura de siete espadas, y que remiten a las pala-bras del anciano Simeón frente al templo: “Y a ti, una espada te atravesará el co-razón” (Lc.2.35), espada que también traspasa el corazón de esta madre actual. El hecho que se propone la escritora, es la elaboración de una construcción pa-ralela similar a la religiosa. Por eso, en el Libro de la Soledad, el personaje central fundamenta su misión en la asociación con el sufrimiento del hijo, para afirmar:

Hoy me levanté cansada.Agobiada por el peso de una cruz de acero de quebracho.Depositaria de toda la angustiade todos los fracasos. (v4-7 VI Libro de la soledad p15)

Luego, en el Poema XVII de Nuestra casa en el Tercer Mundo se reconoce un nuevo posicionamiento –ya no desde la crucifixión sino desde la resurrección- para sostener “la palabra HERMANO 14/ como sacramento y espada.”(p49).

Conclusión

El hecho de construir Glauce la identidad de un personaje “madre”, tal vez

14 Escrita en mayúscula sostenida en el original.

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fortalezca la mirada vigente de Eugenia Cabral para reconocer en Glauce, desde una antología de textos líricos de Córdoba de la década del ’80, a la “madre” de la generación de los poetas de Córdoba de la década del ’80. Es decir, adhiere a la propuesta de la escritora, desde una mirada exterior a los textos, porque “ella nos dio lecciones de poesía y de vida” 15. Lecciones que integran profundamente poesía y vida, palabra y existencia, tal como se enlazan en las obras de Glauce. Tal vez por ello, pocos detalles podemos exponer sobre la vida de la autora, aun-que sí, nos gusta compartir con orgullo cordobés sobre su producción, porque los libros nos retornan a ella.

Con ese ánimo, intentamos destacar a Glauce Baldovin, desde su condición de escritora y poeta, como a una de “las nuestras”, antes de que la memoria frágil esconda a más testigos de su obra y que, sin notarlo, nos permitamos olvidarla. Tal vez, si dejamos a Glauce sin reconocimiento, adherimos de alguna manera, a una opción de silencio y reclusión, opción a la que, en algún momen-to, adhirió la misma escritora. Pero hay que advertir que el hecho no fue promo-vido por ella por propia voluntad. Su elección más importante fue convocar al hombre a través de la palabra, y así, rechazó de plano el silencio. La poesía no es un secreto solitario. Glauce lo demuestra con solidez.

Por otro lado, si nosotros, cordobeses, mantenemos su voz en el secreto, ten-dríamos que reflexionar sobre lo que involucra la decisión. Restringir el espacio a esta voz: ¿no sería poner bloques a la construcción de una sociedad plural, pluralista, tal como la queremos, donde el valor se inscribe en el concierto de ideales, para lograr entre todos la consolidación de una sociedad más humana, justa y fraterna? Así lo quería Glauce, y por eso, es aún más rico su mensaje poético.

15 Cabral, Eugenia en el “Prólogo” de Poesía actual de Córdoba. Los años ’80, página 15.

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Bibliografía de Glauce Baldovin publicada hasta la fecha:

(1978) Poemas, Córdoba, Alción.

(1989) Libro de la soledad, Córdoba, Argos.

(1991) De los poetas, Córdoba, Argos.

(1993) Con los gatos, el silencio, Córdoba, Argos.

(1993b) Libro del amor, Córdoba, Argos.

(1995) Libro de la soledad/ Nuestra casa en el Tercer Mundo, Córdoba, Argos.

(1995b) Poemas crueles, Córdoba, Argos.

(1997) Libro de María – Libro de Isidro, Córdoba, Argos.

(1999) Yo, Seclaud, Córdoba, Argos.

(2005) El rostro en la mano, Córdoba, Argos.

(2009) Huésped en el laberinto /Promesa postergada, Córdoba, Argos.

Bibliografía de consulta:

ASTRADA, Etelvina -editora- (1978): Poesía política y combativa argentina. Madrid, Zero XYZ.

CABRAL, Eugenia: Cap. “Glauce Baldovin: La Revolución que no fue” en A.A.V.V.(2005): Ciclo de home-

naje a escritores de Córdoba: Glauce Baldovin, Jorge Barón Biza, Arnaldo Bordón, José Caribaux, Marcelo

Masola y Marcelo Torelli. Córdoba, Emcor, p. 9-18

CABRAL, Eugenia (1988): Poesía actual de Córdoba. Los años 80. Córdoba, Mediterránea.

PARFENIUK, Aldo (1997): Conversaciones. Córdoba, Argos, 1997.

PARFENIUK, A., DALMAGRO, C. Y MUSE, C. (1994): Mujeres poetas de Córdoba (1970-1990) Córdoba,

Alción.

PERRÉN DE VELASCO, Lila: (1994): Parición de nombradía, Córdoba, Argos.

RENNELLA, Patricia: “Género y cotidianidad en la poesía de Glauce Baldovin” (pgs. 175-184) en BORIA,

Adriana y DALMASSO, María Teresa (2006): “IV Jornadas de Discurso Social y Construcción de Identi-

dades. Mujer y género 2006”. Programa de Discurso Social, CEA, UNC. Córdoba.

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Las menciones

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Por Ana TisseraRealizó estudios literarios en Córdoba, en México y en España. Entre

1980 y 1987 se desempeñó como docente en la Universidad Autóno-

ma del Estado de México. Actualmente trabaja en la Universidad Nacio-

nal de Córdoba. Su trayecto en la investigación tiene dos direcciones:

las representaciones del lenguaje y la historiografía literaria. Muchas

de sus páginas crecieron en Icho Cruz, en la casa de Ana Pelegrin.

[email protected]

Ana Pelegrin

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ANA PELEGRINPLIEGOS Y CORDELES

Escribo para acercarme a una persona que dejó profundas huellas en la cul-tura de Córdoba en los años ‘60: Ana Pelegrin. Su nombre circula hoy entre los pocos que la vimos actuar y entre los muchos que leen sus libros de literatura infantil. De un cuerpo particularmente ligero salía una voz contundente, inusi-tadamente propia. Tenía el don del lazarillo y la alforja del trovador. Teatro y tradiciones orales fueron el eje de una vida profesional que comenzó en Córdo-ba, se desarrolló en España, y permaneció, de una manera u otra, en esta tierra: “Sigo esperando lo cada vez más lejano, regresar a plantar a Icho por estas fe-chas… a las tardes con amigos, al río y a la estrella del sur” 1.

Nacida en Jujuy en 1938, vivió en Córdoba desde los seis años. Murió el 11 de septiembre del año 2008, en Madrid, sitio al que se dirigió en 1969. Las pá-ginas de Internet se poblaron entonces de información sobre su obra. La aca-demia española rindió merecidos homenajes a su labor como arqueóloga de la oralidad, como guardiana de las tradiciones populares. Uno de ellos se realizó

1 Carta personal de Ana Pelegrin a Ana Tissera.

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en octubre del 2009, en el Museo Larreta de Buenos Aires, dentro de un progra-ma conmemorativo de la obra del exilio republicano español en Argentina.

En Córdoba, sin embargo, se dijo poco. Congoja familiar, dolor de amigos. Evocamos su maravilloso aire de juglar trepado a la escalera del Museo Marqués de Sobremonte, volvimos respetuosamente a sus libros. Había, no obstante, un aquí y un allá que no terminábamos de hilvanar. Por eso, en nombre de lo que no dijimos, me atrevo a formular dos preguntas: ¿Qué Córdoba soñabas, Ana Pelegrin? ¿Qué Córdoba te sueña? He buscado respuestas en el relato de quie-nes la conocieron, o de quienes, de una manera u otra, participaron de sus días.

El juglar

Córdoba “la docta”. El epíteto no es gratuito. Ciudad de universitarios, de políticos, ciudad letrada que en los años ‘50 conservaba aún el valor de las cos-tumbres hispanas y se acoplaba con reservas al ritmo de la modernidad. La sombra de los cabecitas negras no parecía afectar la solidez de sus pilares edu-cativos, basados en gran medida en el desarrollo de las capacidades oratorias; los hombres se iniciaban en un circuito profesional que comenzaba en el Cole-gio Montserrat y continuaba en el desempeño de cargos públicos; las mujeres asistían a colegios de monjas y, desde temprana edad, tomaban clases de piano y declamación. Este hábito permitía acceder al vivencial conocimiento de los grandes poetas del mundo hispano y, a la vez, afinaba los modales de la natu-raleza femenina.

La academia de recitado más concurrida de Córdoba fue la que mantuvo, a lo largo de casi 30 años, la señora Justa Gómez Molina de Elía 2. Por su casa de Alta Córdoba circularon niñas, adolescentes y jóvenes que encontraron en el verso no sólo un modo de canalizar aptitudes expresivas sino también, debe decirse, una práctica de reconocimiento social. En fin, lo que en nuestros días es el valor corporal, era entonces el valor del teclado y la poesía. El arte de combi-nar los sonidos y el arte de combinar las palabras diseñaban el marco espiritual

2 Conversaciones con María Eugenia Laguinge, Jorge Pelegrin, con mi madre Ñata Bracamonte y

con mi tía Beba Bracamonte.

ANA PELEGRIN

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de las señoritas cordobesas. Más allá de los lugares comunes, que sin duda abundaron en la enseñanza de Doña Justa, Ana descubrió allí su talento para recrear poemas. Al poco tiempo de iniciada la formación, a los 12 años, ante una nutrida concurrencia, ofreció un primer recital en el elegante salón de su casa de calle Roque Sáenz Peña. En la foto, observamos, aparece acompañada por un pianista.

Un segundo contacto con el mundo de la poesía se dio a través de Lila Pe-

rrén de Velasco, su profesora en el Colegio 25 de Mayo de las hermanas Es-colapias, con quien mantuvo estrecha amistad hasta el final de sus días. Ana ilustró con recitado de poemas las conferencias que Lila impartió sobre Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral y García Lorca. Pronto los roles se invirtieron: Lila introducía el recital y Ana era la protagonista. Una tarde con quince poetas españoles, incluyó, entre otros, versos de Jorge Manrique, el Arcipreste de Hita, el Cid Campeador. Las actuaciones fueron auspiciadas por el Instituto de Cultu-ra Hispánica, y por la recién inaugurada Radio Nacional Córdoba, entidades que nucleaban gran parte de la actividad cultural de esta ciudad 3.

Becada por el Instituto de Cultura Hispánica viajó a España en el año 1959.

El testimonio de Susana Chas evoca esa experiencia:

Vivíamos en la misma Residencia. Ana era una líder nata, todas gi-rábamos a su alrededor. Jamás había oído recitar como ella lo hacía, con tanta gracia y sensibilidad; llorábamos al escuchar La muñeca de trapo de Arturo Capdevila, o cuando interpretaba a la abuela loca de La casa de Bernarda Alba de García Lorca, junto a Josefina Ramón Casas, en una época en la que las obras de Lorca eran censuradas en España.

Recorrimos toda la península siguiendo las huellas del Quijote, de la Historia del arte. Ella programaba los viajes, nos entusiasmaba. Fuimos

3 Entrevista personal con Lila Perrén de Velasco. El Instituto Argentino de Cultura Hispánica

tuvo sede en Córdoba desde el 2 de diciembre del año 1950. Se proponía estudiar y difundir los

ideales de la hispanidad, y fomentar vínculos culturales entre todos los países de habla hispana.

Radio Nacional Córdoba fue creada en el año 1957.

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a las Cuevas de Luis Candela. Bailamos folklore en una plaza de toros de Castellón de la Plana, vestidas de paisanas. Disfrutamos las fallas de Valencia, la Semana Santa en Córdoba, las Ferias en Sevilla. Ana recitó en Granada un poema de Manuel Machado, hermano de Antonio, sobre Andalucía. De Algueciras cruzamos aTánger, donde, con recelo, subimos a los camellos. En el verano llegamos hasta la Costa Brava. Bailamos sar-danas frente a la Catedral de Barcelona. Tenía el don de comunicarse con todo tipo de gente. Encantaba su humor, su fina ironía, su risa ma-ravillosa. Por su iniciativa y la de una talentosa mendocina, Gloria Vi-dela, frecuentamos a Don Ramón Menéndez Pidal, Pedro Laín Entralgo, Dámaso Alonso, García Nieto, Carlos Bousoño, Torrente Ballester. Ana trabó amistad con Fernando Fernán Gómez 4.

El relato es ilustrativo, porque habla de la ávida personalidad de Ana, y por-

que describe los caminos de entendimiento que la llevaron a sustanciarse con la cultura española. Lo cierto es que en estos años se definieron dos rumbos que la acompañarían a lo largo de toda su vida: la literatura infantil, especialidad que estudió junto a Carmen Bravo Villasante 5, y el teatro, carrera que cursó en la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. El grupo de teatro Los Juglares le permitió, por primera vez, integrar las posibilidades expresivas del cuerpo y la palabra; actuó con ellos en el año 1960, en Madrid, Alicante, Zarago-za, Toledo, Bruselas, Ámsterdam.

A su regreso, en el marco de iniciativas promovidas por María Luisa Cresta de Leguizamón, Ana Pelegrin dictó un renovado curso sobre Poesía y Teatro infantil, de un año de duración, a partir del cual, con la colaboración de Ernesto Heredia y el auspicio del Consejo General de Educación de Córdoba, se creó

4 Conversación con Susana Chas.

5 Carmen Bravo Villasante fue quien recuperó el archivo más completo de la literatura infantil

escrita en lengua hispana. Su Antología de la Literatura Infantil Española tiene tres tomos. La

edición de bolsillo data del año 1973, Libro Joven de Bolsillo, Doncel, Madrid. La obra incluye el

folklore transmitido por tradición oral, fábulas, leyendas, poesías, obras de teatro y cuentos de

grandes autores que han escrito para niños.

ANA PELEGRIN

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en 1962 el Seminario de Teatro Infantil. Literatura Infantil y Expresión Poética fueron las asignaturas básicas. Los asistentes a este Seminario –María Rosa Fin-chelmann, Ana Colatarci, Aída Horvath, Marta Torres, Lidia Formiga de Tosco, Lilia Lardone– formaron junto a Ana un grupo de investigación cuyo objetivo era rescatar historias que pudieran enriquecer el patrimonio de la materia. Se programaron incluso “misiones educativas”, plan que preveía la difusión de los resultados en zonas del interior 6. Esta experiencia fue el antecedente inmediato de la Escuela Superior de Teatro Roberto Arlt 7. El Seminario organizó la primera exposición del libro infanto juvenil en el Palacio Municipal en el año 1965 8.

Los años ‘60 consagraron definitivamente la formación lírico dramática de Ana. Bajo la dirección de María Escudero, docente de la Escuela de Teatro de la Universidad Nacional de Córdoba, protagonizó en el año 1964, en el Salón Gutiérrez y Aguad, Crónicas de la Antigua y Nueva América; la música estuvo a cargo de Horacio Vaggione 9. Por entonces, y hasta 1968, se desempeñó como Coordinadora del Departamento de Teatro de la Escuela de Artes de la UNC, sitio en el que, además, ejerció la docencia.

La obra que la consagró como actriz, también dirigida por María Escudero, fue 2 Cervanterías 2. La pieza recreaba textos juglarescos de la tradición española, in-cluía títeres e intervenciones musicales; fue representada, entre 1966 y 1967, en el Museo Marqués de Sobremonte de Córdoba, en Río Cuarto, en el Museo Enrique Larreta de Buenos Aires, en Necochea, y en el Teatro Mitre de Jujuy. Le siguió Mo-

6 Conversación con Ana Colatarci.

7 La primera etapa de la Escuela de Teatro Roberto Arlt (1961-1968), corresponde al Seminario

de Teatro Infantil que dirigieron Ana Pelegrin y Ernesto Heredia (Res. 215 /1, Consejo de Educa-

ción). El objetivo de este curso no era la formación de actores sino proporcionar conocimientos

y técnicas acerca del hecho teatral y del juego dramático para la educación integral del niño.

8 Datos tomados de Marta Torres de Olmos, “Apuntes sobre la Literatura Infantil en Córdoba”,

Catálogo de Autores y Música Infantil de Córdoba, Argentina, octubre, 2003. Internet.

9 La misma obra, junto a Poesía en escena, fue llevada en noviembre de 1965 al Instituto de

Cultura Hispánica y al Ateneo de Madrid.

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jigangas 10, obra humorística que conjugaba personajes de distintas obras; por ella obtuvo, en 1968, el Premio Trinidad Guevara SRT –Servicios de Radio y Tele-visión de la Universidad Nacional de Córdoba– al mejor espectáculo y a la mejor actuación femenina 11. Fue representada, con Raúl Fraire, en el Museo Marqués de Sobremonte y en el Museo Enrique Larreta de Buenos Aires.

A partir de entonces el centro de sus actividades fue España; el arte del cuer-po y el arte de la voz se encauzaron hacia la tarea educativa. En 1975 colaboró en la fundación de un organismo, Acción Educativa (Asociación de Educadores y Profesores de Madrid, Ministerio de Educación), dentro del cual se ocupó de informar lo relativo a talleres, publicaciones y jornadas sobre literatura infantil 12. Continuó al mismo tiempo la labor docente en la Facultad de la Actividad Física y el Deporte de la Universidad Politécnica de Madrid. Coordinó allí, entre otros, el Seminario de Formación de Expertos en Literatura Infantil y Juvenil, y el Seminario permanente de Expresión Corporal y Creatividad. Esta última actividad le permitió acercarse al valor de la danza, la coreografía, y la llevó a es-tudiar una nueva disciplina, la Educación Física 13. Posteriormente dirigió varios

10 La mojiganga, también llamada mascarada, es una fiesta pública que se hace con varios

disfraces ridículos, en especial, figuras de animales. En el teatro español el nombre se aplica a

obrillas risueñas, breves, que introducen personajes esperpénticos.

11 El Premio Trinidad Guevara se instituyó en honor a la actriz uruguaya Trinidad Ladrón de

Guevara, nacida en 1798 en Uruguay. Vivió en Buenos Aires desde 1817, donde, por sus extraor-

dinarias dotes expresivas -hermosa voz, dicción perfecta, naturalidad- lideró la Compañía del

Teatro Coliseo de Buenos Aires. Madre soltera reiteradas veces, fue injuriada por sus irreveren-

cias. Murió en 1875 en Buenos Aires.

12 Este organismo mantiene, desde 1979, un boletín informativo que publica estudios críticos

sobre literatura infantil. Es un cuadernillo maravillosamente ilustrado. Cito algunos de los tra-

bajos incluidos en el número 13 (1981): Ramón Gago y otros, “Congreso de literatura Infantil en

Praga”; Pedro Ruiz, “Días de contar y cantar”; Ana Pelegrin, “Sobre poesía infantil”.

13 Fue licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba,1965; licenciada en Educa-

ción Física, Universidad Central de Barcelona, 1990; doctora en Filología Española, Universidad

Complutense de Madrid, 1992.

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espectáculos de baile 14. Lindor Bresan, miembro del grupo Libre Teatro Libre de Córdoba, quien llegó

a España exiliado en el año 1975, recuerda que Ana gozaba allí de mucho pres-tigio; era respetada, aceptada por el carácter innovador de sus propuestas que incluían literatura infantil, expresión corporal y psicología educativa. En el año 1978 trabajaron juntos en un proyecto, El teatro como instrumento de educación en EGB e Institutos, promovido por el Ayuntamiento de GETAFE, zona obrera de Madrid. La idea era transmitir inquietudes a través del teatro, llegar al lugar de origen de los asistentes, a las fábricas, a los barrios; el impulso había sido dado por las Casas de la Cultura recientemente creadas por el PSOE 15. La continuidad de esta tarea hizo a Ana merecedora del Premio ASSITEJ en el año 2005 16.

Pliegos

Córdoba la honró, la honra leyendo sus libros. Tengo conmigo una serie de ellos que podrían ser agrupados en dos tipos: didácticos y conceptuales 17. Entre los didácticos incluyo una publicación conjunta de Ana Pelegrin con María Rosa Finchelman, 6 obras para teatro infantil 18, resultado de un Seminario impartido en la Escuela Superior de Magisterio, tras el cual se pidió a los alumnos que, en base a un material dado –poesías, cuentos, canciones–, construyeran una obra de teatro. En el libro constan las obras seleccionadas, las que, tras sucesivas etapas de mejoramiento, fueron luego representadas ante niños del Departamento de Aplicación y de la Escuela Maternal de ese centro educacional.

Incluyo también la serie Los Picotes, libros de lectura escritos para los seis años de la Educación General Básica de España. Contemplan estos textos ejerci-cios breves para los alumnos, historias que hablan tanto por la elocuencia de sus

14 Años 2000, 2001, junto a Eduardo Castro, Grupo Corps, Madrid en danza, de Pendiente un

hilo, Diseñando Europa en positivo, Pozuelo de Alarcón, Madrid.

15 Entrevista personal con Lindor Bresan.

16 Asociación de Teatro para la Infancia y la Juventud de España.

17 Los libros me fueron facilitados por Susana Pelegrin, María Eugenia Laguinge y Ana Colatarci.

18 Secretaría Ministerio de Educación y Cultura, Centro Educacional de Córdoba, 1969.

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ilustraciones –asombrosamente bellas–, como por el núcleo narrativo de cada secuencia; y contemplan, de igual modo, escuetas guías de trabajo para que el profesor organice la actividad aulo-lúdica, indicando “ejercicios de eclosión”, “improvisaciones libres”, la “posición de los dedos para manejar títeres” 19.

Nada más lejos de Ana que las consignas verticales. Su movimiento va de abajo hacia arriba, de la vivencia al pensamiento teórico. Sin embargo, tras las palabras que introducen La aventura de oír (1981) y Cada cual atiende su juego (1984), sus obras más conocidas, leemos algunas ideas que podrían conside-rarse la base conceptual de su trabajo 20. El prólogo a La aventura de oír defiende el entorno creativo-emocional de la tradición oral frente a la amenaza de la cul-tura electrónica que acrecienta la pasividad del niño. Propone, para combatirla, ensamblar en un solo ritmo la lectura del ayer con la vida cotidiana. El ejercicio convoca la voz de madre, la memoria de abuela, del vecino, a todos aquellos que puedan enriquecer el ritmo afectivo del conocimiento. Villancicos, cancioneros, romances, historias consagradas y relatos menores ocupan hoy el lugar de los pliegos de cordel, escritos enrollados dentro de una caña colgada de un cordel que antiguamente se vendían en las ferias.

El libro es considerado material bibliográfico ineludible en la tarea de formar formadores, maestros. Válido es por ello el testimonio de Gabriela Gay, docente del Instituto Superior Carlos Leguizamón de la Provincia de Córdoba:

El hilo de la memoria es un lugar común en todo taller literario. La originalidad de la obra de Ana Pelegrin está en la manera de armar la propuesta. Enseña a escuchar, a valorar el pequeño relato de los pueblos, el tono, la modalidad de la voz que cuenta. Da pie para bucear las rela-ciones previas con la palabra y el relato, permite hilvanar puentes entre el pasado y el presente, entre la memoria colectiva y la propia, explica el

19 Algunos de ellos son: Juguemos con los Picotes, Edelvives, EGB 1°, Luis Vives, Zaragoza, 1971,

ilustraciones de Horacio Elena. Los picotes y el gallo de la veleta, expresión dinámica, teatro

taller, Edelvives, EGB 3, Zaragoza, 1973.

20 La aventura de oír, Cincel, Madrid, 1982; Cada cual atiende su juego, Cincel, Madrid, 1984.

ANA PELEGRIN

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proceso de tradicionalización 21.

Un segundo nudo conceptual encontramos en Cada cual atiende su juego. Se trata de un libro sensual pues, por los caminos de “Don Pirulero”, despiertan todos los sentidos y sentires: cantamos, reímos, gesticulamos, compartimos, estamos. “Ver, oír, moverme desde el juego, materia poética” 22. Cada capítulo es un fragmento, un bloque, una piedra redonda, lisa, un canto rodado que a veces se esconde y otras es rescatado. Recurrencias, elegías de la infancia. “Revelador nexo: infancia-juego-poesía, espejo en el que me reconozco y crezco” 23.

El juego, como la tradición, es también pliego. Pero no de papel sino gesto saboreado, masticado por el coloquio, la interpelación, por el hábito de convite y desafío 24. Lo importante no es el juguete sino el juego, no la experiencia sino la creación, no el deber sino el placer. Lo importante es que el mundo adulto sea amigo del mundo infantil.

Cordeles

Inicié estas páginas preguntándome cuáles fueron tus sueños, quiénes te sueñan hoy en Córdoba Ana Pelegrin. Encontré respuestas en tu temprana in-cursión al mundo del teatro poético y en una vocación paralela, tan fuerte y de-finida como la anterior, la literatura infantil. Huellas luminosas quedaron en las tablas; huellas claras en tus libros. Unas y otras coincidieron en el empeño que pusiste para que el arte fuera una tarea redentora, una misión educativa.

La misión exigía ordenamiento de valores, búsqueda de material y elec-

21 Entrevista personal con Gabriela Gay.

22 Ana Pelegrin, Introducción a Cada cual atiende su juego, Cincel, Madrid, 1984.

23 Ana Pelegrin, Cada cual atiende su juego, p. 8.

24 El hábito, dice Walter Benjamin, entra en la vida como juego. “Formas irreconocibles, petrifi-

cadas de nuestra primera dicha, de nuestro primer horror, eso son los hábitos… Para cada hom-

bre existe una imagen cuya contemplación le hace olvidarse del mundo entero: ¿Cuántos no la

encontrarán en una vieja caja de juguetes?” (Reflexiones sobre niños, juguetes, libros infantiles,

jóvenes y educación, Nueva Visión, Buenos Aires 1974, p. 79).

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ción de los medios apropiados para su difusión. Tu mirada axiológica indagó el asombro en la mitología, en los ritos medievales, en los hábitos y creencias del mundo contemporáneo; tu mirada arqueológica sumó a la literatura consa-grada el color de la sabiduría popular. Esta suerte de universalidad literaria te permitió trascender las barreras de la nacionalidad y superar, a través del arte, las limitaciones políticas que por entonces vivían España y Argentina 25. Este minucioso registro tomó forma gracias al empeño que pusiste en lograr dos medios operativos: el apoyo de las vías institucionales y el cuidado, con elegidas ilustraciones, en la impresión de tu obra 26.

Pregunté también quiénes te sueñan. Pareciera que en el mundo del teatro

cordobés tu estampa de juglar se detuvo, gloriosamente sin duda, en los años ‘60. Al poco tiempo, en los ‘70, el teatro clásico fue desplazado por la emergen-cia revolucionaria de la creación colectiva y el teatro libre. La tradición hispana pasó entonces a un segundo plano 27. El cambio de rumbo coincidió con tu de-dicación casi exclusiva a la tarea docente en España, donde, con nuevos actores, reformulaste la intención dramático-educativa 28.

En la memoria de tus amigos no hubo, en vez, variables. Lo dicen estas lí-neas, hondamente sentidas:

Intentar el poema que el corazón palpita

25 Me refiero al prolongado periodo franquista, 1939-1973, y a los sucesivos gobiernos que

gobernaron Argentina desde 1966 hasta 1983.

26 Sin ellas, sin el vuelo de esas imágenes -animales humanizados, diálogos sugeridos, figuras

de todos los tiempos, fotografías- la tarea hubiera quedado inconclusa.

27 El valioso estudio de José Luis Arce, “El teatro en Córdoba antes del golpe militar del 76:

algunas consideraciones sobre los 60, los 70 y los 80” (Territorio Teatral en Córdoba, Internet),

alude a un enfrentamiento entre la visión conservadora de la filofranquista Josefina Ramón

Casas, amiga de Ana, y la destacada escuela revolucionaria que, en materia teatral, abrió el actor

Carlos Giménez, exiliado luego en Venezuela. Opone el teatro de “cenáculo” al teatro callejero,

hispanización a latinoamerización. La visión resulta un tanto esquemática si pensamos que el

gran éxito de Giménez fue la subversiva puesta de la Comedia Cordobesa en Fuenteovejuna.

28 Véase el testimonio de Lindor Bresan.

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de eso se trata.Decir aquello que en los relatosse nos  embarullaba como una madejaalegre sobre la mesaen la que todos se saciaban.Las palabras recreándose en el solde Frigilianay la ternura lúcida en las tardesde la calle Linneo Nunca te gustaron las despedidas (lo sé y lo siento)porque tu vida era siempre presente -cualidad divina-Por eso ahora que la muerte-ese huésped inoportuno-ha puesto su morada en tus arteriasparece mentira. No es cierto que estás muerta,ya sé lo dice el obituario,pero no es cierto.Vives.Vives ¡y tanto!en el asombro absortofrente a la Alhambray en el pan sobre el mantely en las palabras y el humor sazonándolo todoy en la sonrisa triste en la miraday en todo lo que ya no es pero siempre será. Es verdad, los datos afirman que has muerto.Pero los dos sabemos que no es cierto.            Rafael Velasco SJ, setiembre de 2008 

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LA FLOR DE LAS MARAVILLAS. A Ana Pelegrin. In memoriam  escojo al azar, al azar escojouna página cualquiera, monjita a la fuerza, dicen por ahíy me topo con una tarde de verano o de inviernoen que me sacaron a paseo, en andrajos y a la rastray al dar vuelta a la esquina de un murallón alucinantehabía un convento abierto, donde me metí a la boca del sediento va a parar la fuentey para el ávido juglarel retablo erige su función hasta que el ataúd estallaentre palos de ciegos caminantes

¿cómo saberlo?¿cómo imaginarlo siquiera?de bruces caíste en paternales trampas de colegios y monasterioscuando cursabas, junto a mi hermana, los estudios de la adolescenciaentre monjas con olor a monjesentre curas con olor a monjas e imborrables actos de presencia  no había investigación de retahílas por ese entoncesni de romances, ni el Menéndez Pidal estaba a la vistay menos todavía tu acción educativa pero ya existía el simple amor a las palabras en su rojo carmesíel juego de decires en las veleidades de los dioses y la cesación del lenguaje en el juego enamorado  retruécanos, cervantinas ,licencias y recreosvendrían al compás del desconcierto de tu vientre hijo próximo y lejano como toda maravillacarne y entraña, carne de la carne extraña,mientras el viejo Bruegel se esmeraba

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en sus rondas de niños y en sus triunfos de muerte  con modestia empecinada me ayudaste a comprenderque también detrás del fin están los juegos los duendes perdidos de tu tierra natal (donde esto escribo) los derviches y las gratuitas caravanas de los narradores de cuentos o el repelón, los caballicos de la corte o cualquier maniobra donde caemos al suelo del derecho y del revés así caí por tu casa de Frigiliana, a tientas y en préstamopara contemplar desde allí un mar de seda envolviendo a Nerjasintiendo bajo los pies el temblor de fósiles fenicios, sin entenderpor qué tus ojos ancestrales entreveían a Humahuaca en ese pueblo blancogarabatos de cierta chispa de inmensidad en bares y callejuelas sintiendo, al igual que tú, la fuerza viva del desplazamiento ahora escojo al azar alguna palabra de tu dedicatoria la encrucijada de los caminos, la crisis de la cápsula de Glissonlos polvorientos senderos del viento y de ninguna parteel hueso de alguna tímida poesía, sibilante que atravesando rondas, romanceros y murmulloshoradó el esquivo silencio de tu propio cuerpo.

Miguel Espejo, San Salvador de Jujuy, 28 de septiembre-13 de octubre, 2008 

DE ICHO CRUZ I

Aquí hace añosuna niña llamada Ana dejó felicidad por los rincones.

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Yo sé, yo sé que esa muchacha pasó por aquí.Si ella no hubiera mirado esta agua dorada con mica de platanada tendría esos colores.Tampoco el sol que quita el aire.El aire que entra a torrentes.

Estamos tan vivas, Ana.

II

Las sierras.Icho Cruz, cruz de paja. La lluvia, Ana, no cae. Cuelga. Roza árboles y estos humedecensacuden dedoscomo si fuéramos ropa para planchar.

Aquellos pollerines almidonados de los quince años.

III

Bajo las uvas ya oscurastus señascon los dedos de la mano izquierda.Cada una anuda con la otralos hilos que hay que anudar.

IV

Anoche había millones de estrellas que se reflejaban en pocas luciérnagas. Ya vendránya vendrán a encender el pasto.

Ese cielo sin estrellas, dijiste al hablar de Europa.Y yo me asombré.Icho Cruz arrebató todas las estrellas. Las desparramó.

ANA PELEGRIN

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Uvas sobre el mantel.Alguien ha tirado los buzios.Alguien hace infinitos millones de añoslos está leyendo. Laura Devetach

Hace unos años me pediste que fuera el ama lorquiana de tu espacio: “Cuida la higuera que plantó mi padre”, “El bosquecito no se toca, lo veo en una foto que tengo en mi escritorio”, “Anoche soñé con la crecida del río en Icho Cruz y no termino de maravillarme del enjambre de imágenes y símbolos que ha de-jado ese periodo de mi vida en esa tierra. Ayer los árboles… mi padre labrador los podaba en otoño o invierno; si hay que deshacerse de una rama peligrosa se hace, al igual que las ramas de pino del vecindario sobre la alambrada”. Aprendí, Ana, a ver la casa a través de tus ojos. A penetrar los yuyos que sacaba y a entre-garme al fuego en las noches de invierno.

Guarda mi gratitud por estos años. Yo guardo tu exquisita presencia. Ana Tissera, Icho Cruz,

octubre, 2008-2010

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ANA PELEGRIN

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Por Laura Rosanna RotaNació en Mina Clavero el 14 de octubre de 1962 y vivió allí hasta los 38

años; es docente. Actualmente reside en Córdoba capital. Desde los 5

años se interesó en la historia de Anastasia cuando su madre le explicó

de quién era el busto que se encuentra en la plazoleta Merlo. Hoy es-

cribe la historia del primer pastor evangélico de Mina Clavero.

[email protected]

Anastasia

Favre de Merlo

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ANASTASIA FAVRE DE MERLOSU SIGNIFICATIVA OBRA COMO PRECURSORADEL TURISMO EN TRASLASIERRA

Este ensayo está destinado a la difusión de la obra de una mujer sencilla, hu-milde, casi desconocida, perdida entre la bruma del pasado, que con su trabajo constante fue precursora de la actividad turística en el hoy tan popular valle de Traslasierra, desde el lugar en el que eligió vivir, Mina Clavero.

Muchas veces se tiende a reconocer como figuras preclaras a personas que por su carácter, posición social, o preferencias, se han hecho conocidas y reco-nocidas en su labor política, económica, literaria, musical, etc.; no es éste el caso. Hoy quiero dar a conocer y reconocer a esta huérfana, transerrana por adopción, que afrontando todas las adversidades que la esperaban, se atrevió a aceptar el reto que le aconsejara asumir el Cura Brochero e instalar el primer hospedaje y casa de comidas, y que sería quien iniciara un camino de servicio para el visitan-te, que continuaría hasta nuestros días de la mano de todo un pueblo.

Hoy, casi todo el valle de Traslasierra se dedica al servicio turístico. Esto se debe en gran parte a la incansable labor que desarrolló durante toda su vida esta mujer ejemplar, paradigma de humildad, respeto, constancia y arduo trabajo.

En primer lugar daré a conocer quién era Anastasia Favre de Merlo, luego su obra, sus valores de vida, su amor por Mina Clavero y, por último, una anécdota sobre su carácter y fe.

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¿Quién era Doña Anastasia?

Nacida en Gualeguaychú, Entre Ríos, en 1859, se trasladó con su familia a Río Cuarto en 1862, y realizó su educación primaria en el Colegio del Huerto en la capital cordobesa. En 1875 sus padres se trasladaron a Villa del Tránsito (hoy Villa Cura Brochero), donde estos murieron; aparece así lo que fue quizá la pri-mera adversidad severa que le sería necesario sobrellevar y superar. Era menor de edad y estaba sola, por lo que quedó al cuidado del Cura Brochero, que ya tenía su colegio de niñas, donde Anastasia continuó su educación en “tareas del hogar”. Fue también el sacerdote quien le aconsejó casarse con su colaborador, don Manuel Merlo, y poner una casa de comidas y hospedaje en el paraje cono-cido como Mina Clavero. Creyendo prudente el consejo de Brochero, la flamante pareja se trasladó al pueblo vecino y en 1887 ya vivían en una pequeña casa en la que llovía tanto adentro como afuera y que carecía de las comodidades propias de la época.

Ella era “blanca y robusta, sus ojos de color verde oscuro tenían la llama de la decisión y de la inteligencia, y en su frente y sus rasgos fisonómicos se dibu-jaban las características de la voluntad y de la fuerza”. al decir de Jorge Guerrero.

Anastasia y el primer hotel

En aquellos años, los visitantes que llegaban atraídos por la belleza e inci-piente renombre del lugar, debían recurrir a la buena voluntad de los poblado-res para que les permitiera alojarse en las casas de familia.

Uno de estos visitantes era el hoy ilustre Dr. Joaquín V. González, quien atraído por la bondad de las aguas del Río Mina Clavero venía a veranear acom-pañado de otros jóvenes riojanos, estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba. Cierta vez, no teniendo lugar en casas de familia, ni hospedaje, levan-taron una carpa a la vera del río bajo la sombra de unos algarrobos. A su reque-rimiento, los pobladores les llevaban cabritos, pollos, leche, brevas, con las que se alimentaban y, siendo ese un verano muy lluvioso, se hacía particularmente difícil pasar las vacaciones en una carpa. Precisamente aquellos veraneantes, tan castigados por las lluvias, van a reafirmar en doña Anastasia la idea de ampliar sus actividades y transformar su casa de comidas en una casa de huéspedes, en

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la que creyó estaba su porvenir.Pero ¿cómo es posible que a pesar de las lluvias ellos decidieran quedarse

en el lugar? ¿Qué hacía que, a pesar de las dificultades y falta de comodidades, la gente volviera verano tras verano a Mina Clavero? Se podría decir que a causa del clima, el agua del río, la calidez de su gente, la paz y tranquilidad que se res-pira en el aire, pero a ciencia cierta no lo sabemos. Y ¿qué hacía que las personas que iban a “veranear” a Mina Clavero no sólo quisieran volver, sino quedarse a vivir allí? Tampoco podemos saberlo.

Lo que sí sabemos es que los que nacimos allí podremos vivir toda una vida en otro lugar, pero siempre seremos de Mina Clavero, y también podemos con-jeturar que ese amor a nuestro terruño fue heredado de personas como doña Anastasia, que llevaban hondo, muy hondo en su corazón un amor con fuertes raíces de arraigo, por ese paraje bendecido por la mano de Dios y la obra de mu-chos hombres, entre los que se cuentan como pionera a esta mujer.

Ya en el verano de 1889 estaba funcionando la casa de huéspedes de los Merlo. Así, a una habitación se le iba anexando otra, y otra, y cada vez se extendía

más este hospedaje creciendo en paralelo con la fama de la localidad y el renom-bre que adquiría su dueña, al punto tal que se construyó un anexo al frente, con las comodidades requeridas por los paseantes, y la familiaridad que le daban sus galerías y patios con plantas, donde se sentían “como en casa” en una at-mósfera de paz y tranquilidad.

Una vida de servicio al visitante

¿Quién sabe cuántas penurias y angustias habrá tenido que padecer esta sencilla señora? ¿Cuántas lágrimas habrá derramado en soledad?

A pesar de haber perdido a su compañero al quedar viuda, otra adversidad que debió sobrellevar Anastasia, no cejó en su empeño y siguió trabajando con tesón para engrandecer al pueblo.

Cada año se preparaba para mejorar el servicio que brindaba a los visitantes, quienes desde agosto comenzaban a escribirle solicitando una reserva de habi-tación para el verano; cartas a las que ella contestaba personalmente, y a pesar de que en aquella época ya tenía alguna “competencia” de otros hospedajes, era el Hotel Merlo el primero en tener la reserva completa.

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Presidentes, gobernadores, políticos y escritores de renombre, militares, em-presarios, educadores e investigadores formaban parte de la selecta clientela del Hotel Merlo que, desde noviembre hasta abril, disfrutaban de la hospitalidad y el buen servicio que la dueña les brindaba, estando siempre presente en la mesa una jarra de agua del río, a la que ya desde tiempos remotos se le atribuían poderes curativos, y que la dueña mandaba recoger antes del amanecer. Entre los personajes célebres que disfrutaron de la cordial hospitalidad, don de gente, y buen servicio que brindaba doña Anastasia, se encuentran Ramón J. Cárcano, Miguel Juárez Celman, Joaquín V. González, Julio A. Roca, Monseñor D’Andrea, Leopoldo Lugones, Berta Singermann, Belisario Roldán, Arturo Capdevila, Gui-llermo Battaglia, y el Perito Moreno, entre otros.

Doña Anastasia y la solidaridad bien entendida

Otra de las virtudes que se le atribuyen a doña Anastasia es su generosidad, que no tenía igual: las cuentas que presentaba a sus huéspedes, por lo general, estaban mal sumadas a favor del cliente, sobre todo si éstos habían llegado para hacer las famosas “curas de aguas”, para sí mismos, o para algún integrante de su familia; o, si se trataba de huéspedes de paso, era frecuente que se rehu-sara a cobrar; y si se trataba de vendedores que bajaban de los cerros siempre encontraban un lugar en la mesa de doña Anastasia. Se dice que entre veinte y cincuenta serranos recibían un plato de comida a diario en la parte de atrás de la cocina del hotel, porque eran trabajadores, aportando de esta manera su granito de arena para inculcar el amor al trabajo, la dignidad que da a la persona “ganar-se el pan con el sudor de su frente”, aún en los más pequeños. Será por eso que hasta la fecha no hay niños que salgan a mendigar, ni “chicos de la calle” en la localidad, que en el verano se enorgullecen de ayudar a sus familias vendiendo pastelitos, tabletas, alfajores, y toda una suerte de baratijas como recuerdo. Y que su ganancia, explican, servirá para comprar útiles para el colegio, o ropa para el invierno cuando el trabajo escasea.

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Doña Anastasia y el río

Doña Anastasia, conociendo que al río Mina Clavero ya en 1700 se lo con-sideraba con propiedades curativas, quiso saber si la ciencia corroboraba estas propiedades y le encargó el estudio al ingeniero Gregorio Pritluzki, veraneante y amigo, que realizó el estudio con el doctor en Química, Hércules Corti, del Ministerio de Agricultura de la Nación, quienes corroboraron sus beneficios. Habiéndose conocido las propiedades medicinales del Río Mina Clavero, sobre todo para enfermedades del tracto intestinal y urinario (agua tipo Evian, con propiedades hipominerales), ya por el 1900, doctores, especialistas de servicios de gastroenterología de clínicas de Buenos Aires, enviaban a sus pacientes a ha-cer una “cura de aguas” (sic. Jorge Guerrero).

Si bien no era conocida como “curandera”, se sabe de algunos casos de en-fermos que eran enviados a Mina Clavero para ser “tratados” por Doña Anasta-sia, tal era la confianza de todos en la sapiencia y buen criterio de esta mujer. Es conocido el caso del general Luis Dellepiane, ministro de guerra del presidente Yrigoyen, quien hallándose desahuciado por los médicos, recuperó la salud gra-cias a los cuidados de doña Anastasia y a las bondades del agua del río, después de que se le hubiera diagnosticado un principio de envenenamiento. Llegó a Mina Clavero en camilla y se fue caminando.

Otra muestra de su generosidad y deseo de progreso, es la donación de un terreno donde, en 1916, se construyó la estafeta de correo.

Muchas son las anécdotas que perduran en la memoria popular acerca del carácter, bondad y entrega de esta señora de Traslasierra.

Anastasia: carácter y fe

Se cuenta que habiendo tenido un altercado con su mentor y cura párro-co Brochero, hasta dejaron de saludarse y que en ocasión de estar enferma, al borde de la muerte, la señora decidió mandar a buscar a otro sacerdote, hecho que dolió profundamente al cura. Pero una vez recuperada, se reencontraron en la iglesia y entablaron un diálogo muy gracioso, lo que los llevó a olvidar viejas rencillas. Esta anécdota muestra el carácter de esa mujer que era capaz de defender sus convicciones, aún enfrentándose a su protector y amigo, pero sin

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guardar ningún rencor, olvidar sus problemas y restaurar la relación. Profundamente religiosa, no olvidaba cumplir sus promesas, al punto tal

que después de curarse de una grave enfermedad solía recorrer las calles rezan-do el rosario acompañada de criadas, aún a riesgo de burlas y chascarrillos. Esta anécdota es reflejada bellamente en el “Romancillo de doña Anastasia y el cura”, de Arturo Capdevila.

Epílogo

Esta sencilla mujer, que pese a las limitaciones de género que se vivían en su época, supo enfrentar desafíos, superar adversidades y llevar una vida digna de elogio. No se embarcó en grandes empresas, no buscó la fama, ni pretendió ser admirada y conocida, sino brindar el mejor servicio al visitante de Mina Clavero, que fue su mayor ambición y orgullo.

Sin embargo, “ella era una mujer preparada, de amplia cultura, que podía resolver pleitos, aconsejar a matrimonios en desavenencia, impulsar adelantos edilicios, ejercer como maestra, preparar niños para su primera comunión y cultivar amistad con grandes personajes de la política y la cultura de su época. Su corazón bondadoso sabía disimular muchas miserias, ejercitando la bondad con todos, sean ricos o pobres, ya que nunca supo aborrecer” (sic Jorge Gue-rrero). Así transcurrió su vida, plena de actividades, y a lo largo de más de cin-cuenta temporadas brindó su calidez y servicio a quienes lo solicitaban, siendo precursora del progreso, prestigio y renombre con que hoy cuenta su querido Mina Clavero, poniendo en pie no sólo a su pueblo, sino a todo el valle, hoy reconocido destino turístico, tanto nacional como internacional.

Ya anciana y muy enferma, hasta el último día de sus ochenta y siete años, dejó una vida puesta al servicio del turismo. Falleció el 11 de octubre de 1946.

Mucho tiempo ha pasado, sin embargo, integrantes del Centro de Comercio no olvidan la obra señera de doña Anastasia, y teniendo en cuenta que Mina Clavero no tiene fecha fundacional, propusieron que se declare el día 11 de oc-tubre como Día de Mina Clavero, en homenaje a Anastasia Favre de Merlo, dán-dole el título de fundadora espiritual de la localidad.

Cada año en esa fecha se la recuerda con la apertura de la temporada turística.Como puede verse, no elegí para este reconocimiento a una mujer que haya

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aparecido en la portada de diarios y revistas, tampoco a aquellas que por su accionar público brillan, con justicia, con brillo propio. Quise homenajear a esta mujer que desde su sencillez, coraje y gran corazón, hizo conocer no sólo a su querido pueblo, sino a toda una zona de nuestra provincia, inculcando en sus pobladores el deseo de servicio y la calidez para atender a los visitantes, el amor al trabajo y la solidaridad, haciendo que un ignoto pueblo de las serranías cor-dobesas sea hoy reconocido, y valorado, como un lugar ideal para el descanso y el esparcimiento.

Como mujer quise hacer conocer la obra de esta digna congénere que nunca deseó, ni esperó, reconocimientos, premios ni homenajes, y que sin embargo es, a mi juicio, gran merecedora de ese honor.

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Agradecimientos

Quiero expresar mi eterna gratitud a don Jorge Guerrero, ilustre hombre de Traslasierra, quien con

un enorme corazón pone a disposición de todos sus conocimientos y vivencias de la historia de Mina

Clavero y todo el valle. Con profundo respeto te digo: ¡Gracias, Jorge!

Bibliografía digital

www.jorgeguerreromilacnavira.blogspot.com - Apuntes para la historia de Mina Clavero. Fecha de úl-

tima consulta: 19/08/2010.

ANASTASIA FAVRE DE MERLO

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Por Adriana Noemí IzquierdoNací en Córdoba un 11 de agosto de 1956. Las veredas de barrio

General Paz me vieron jugar y crecer y no pierdo la costumbre de 

volver a él pues mi casa materna sigue en pie. La ciudad albergó mis

sueños y concreciones: mis estudios, mi matrimonio, el nacimiento

de mis tres hijos y mi relación con Ana María Malanca de Arisi en los

diez años de docencia compartida. Su amistad me acercó a la obra de

su madre, la poeta Blanca del Prado. Desde hace veinte años fijé resi-

dencia en Rosario, provincia de Santa Fe, donde continúo ejerciendo

la docencia y de vez en cuando insisto en esbozar algunos escritos.

[email protected]

Blanca del Prado

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BLANCA DEL PRADOPALABRA QUE ENCIENDE EL VIENTO

Fundamentación

¿Qué significa ser poeta en Córdoba a principios del siglo XX? ¿Qué significa ser mujer y artista en un contexto que oscila entre Perú y Argentina, entre Are-quipa y Córdoba?

Significa pensar a Blanca del Prado desde el género en la sensible belleza de su producción, y en el arte como compromiso social, camino que recorre toma-da de la mano de su esposo, el pintor José Malanca, no sólo compañero de vida, sino difusor de las ideas reformistas que marcan nuestra historia universitaria, y a las que esta mujer adhiere desde el contacto temprano y profundo con la realidad latinoamericana.

Pensar también el porqué de la invisibilidad de una exquisita poeta, conoci-da y reconocida en el Perú, pese a caminar esta Córdoba desde los 27 años, for-mar su familia y reposar finalmente en ella. A la luz de su trayectoria y produc-ción tal vez la indiferencia académica sea un honor; pero ha llegado el tiempo de hacer visible su presencia en su patria de adopción.

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El sol se estrella y rueda por la calle Juan Rodríguez. Es primavera, pero el astro implacablemente se empeña en anunciar un estío bochornoso, al mejor estilo cordobés.

En la vereda, frente a la puerta de la casona de barrio San Vicente, el tapial bajo descubre un jardín pletórico con el perfume penetrante de la tierra recién regada y una galería típica del siglo XIX. Traspasarlos es adentrarse en un mun-do en el que Córdoba se desborda en la Latinoamérica profunda. O es Latinoa-mérica la que se hace voz en la palabra poética de Blanca del Prado, latiendo en rítmico compás con la cromática paleta de don José.

El taller del primer piso deja entrar por sus amplios ventanales la claridad celosa del color y la poesía. Es un espacio que invita a recorrer la obra de esta mujer que caminó la Córdoba que anunciaba el siglo XX, irradiando luz poética a la obra pictórica de José Malanca, en el San Vicente de 1930.

Blanca del Prado Chávez, de ella se trata. Descendiente de un virrey de Perú, su vida se inicia en Arequipa, el 19 de noviembre de 1903 y su árbol genealó-gico comienza a explicarnos el espíritu que la animará en todos sus actos. Su abuelo, Eliodoro del Prado, escritor, poeta y dramaturgo, fue educado en Pa-ris y con los ideales de la época formó al padre de Blanca en el espíritu liberal. Eliodoro (hijo), obtuvo el título de abogado y se constituyó en defensor de los campesinos en el Perú 1. Blanca crece en ese dialogismo entre Europa y las raíces ancestrales amerindias; conoce ese mundo porque desde niña acompañará a su padre en su recorrido por los parajes peruanos, en las visitas que realizará como abogado defensor de los derechos campesinos. Se nutre de una realidad que a principios del siglo XX para las mujeres se muestra más sola y con ideales que se manifestan como precursores en las luchas por la tierra y la integración.

Irrumpe con firmeza y sensibilidad en la joven la tarea que será parte de su cotidianeidad: la niñez se vuelca en la escritura con las reminiscencias en que el caminar quebradas resulta habitual. Quedan registradas en Caima, su primer libro de prosa poética que toma su nombre del pequeño pueblo de los alrede-dores arequipeños:

1 Eliodoro M. del Prado (hijo) fue también escritor y político, prefecto, dos veces alcalde de la

ciudad y senador por Arequipa. Fundador, además, de la Facultad de Derecho de la Universidad

de San Agustín de Arequipa.

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Huertos, flores asomadas en las tapias para mirar los caminos; su Norte: una virgen con veinte faldas; su oración: una plaza con sol, con flores y con caminitos de sillar 2…

El quehacer diario, la mirada hacia esa mujer con el atavío típico, el paisaje y un Niño que nace, porque es diciembre, en la casa de todos junto al llanto de los chicos, a los perros, a las pajas de los corrales

maravillosamente Dios, maravillosamente Niño, en una parte mejor que todo, tal vez atrás de la iglesia… por los campos puros, por los campos abiertos como para recibir el infinito…¡Campos por donde las campanas se van al cielo!

Comienza a reconocer desde sus primeros escritos a la mujer y al hombre debatiéndose en un medio hostil, con las luchas por el pan en una naturaleza a veces no muy pródiga y con mayores olvidos humanos. Se abre paso la voz de los que no pueden hacer escuchar la suya.

En ese paisaje, Blanca no descuida a la mujer que lo habita; su palabra se hace eco en la callada quietud de quienes padecen en silencio, en la cotidianeidad de su tarea. El desamparo hace huella en La inquietud de Juan, texto integrante de ese primer libro:

No tenía madre, descalza, junto al perro y los repollos, crecía en la ternura inconclusa de otra mujer y bajo el azul abierto a todo. […] Los trigos veían que era bella y se alzaban a Dios por sus trenzas negras. El perro le agitaba su cariño en la cola.

Difícil tarea para una mujer la de abrirse paso en un contexto netamente masculino y excluyente. Blanca se dedica a la poesía y su compromiso no es ajeno a la situación política de su tiempo. Su hermana Alicia no escapa a esta formación paterna: es la precursora del voto femenino en el Perú3.

2 Los sillares son las típicas construcciones arequipeñas.

3 Datos familiares aportados por Ana María Malanca de Arisi, una de las hijas de Blanca.

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Resulta imprescindible la mirada retrospectiva para situarnos más preci-samente en Lima, cuyos salones la tuvieron como protagonista. En ese entorno conoce al artista cordobés José Malanca, descubridor de la América Andina a tra-vés de su cromática paleta paisajista. La vinculación del pintor con José Carlos Mariátegui permite la confluencia mutua en los salones culturales limeños. Una mujer poeta frecuenta esas veladas artísticas, en un espacio y un tiempo redu-cido al ámbito masculino. Córdoba se acerca a Mariátegui; lo hace en las ideas de José Malanca, quien difunde en Perú los ideales y las banderas de la Reforma Universitaria de 1918, movimiento de la igualdad y la equidad educativa, de la socialización del conocimiento. Como no podía ser de otra manera, la visión progresista y socialmente comprometida de José Malanca deslumbra a una jo-ven Blanca del Prado, que suma a la atracción física el compromiso de la acción. Contra todo preconcepto acepta la invitación del pintor a visitar Argentina, más precisamente su ciudad natal, Córdoba. A partir de aquí la espera una vida en común y un nuevo lugar de residencia. Corre 1929.

La historiadora Rosa Dolly Tampieri de Ghirardi (1994) relata el encuentro:

“Malanca conoce a la que sería su esposa en el mismo Perú. Este país le ha-bía subyugado y realizó en Lima una exposición. Blanca del Prado asistió a esa muestra acompañada de su novio, un poeta limeño. Así se conocieron. Blanca quedó encantada, no sólo con los cuadros, sino también con el pintor. Los mis-mos sentimientos embargaron a éste. Viaja luego a estados Unidos y, al regre-sar nuevamente a Lima, un amigo le aconseja llegarse hasta Santiago de Chile, donde se hallaba la encantadora poetisa con su hermana. Más tarde retorna a Córdoba y será desde acá donde le escribe pidiéndola en matrimonio. Blanca acepta y cruza la cordillera en tren para encontrarse con su amado. Todo es real-mente novelesco. Finalmente se casan y se radican en el Barrio San Vicente de la ciudad de Córdoba, donde viven con los padres del pintor compartiendo una vida austera y modesta”4.

4 La historiadora cita como fuente a Alicia Malanca, en una entrevista que tuvo oportunidad de

realizar y en la que la hija del pintor relata la vida de sus padres, si bien su trabajo versa sobre la

obra pictórica de José Malanca.

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Osadía impensada para la época, Blanca se lanza sola en viaje a nuestro país para contraer matrimonio civil con quien cautivó su corazón, y se convertirá en compañero de vida hasta el fallecimiento del pintor en 1967 5.

Anterior a la decisión del corazón, Blanca ya era conocida en el Perú como incipiente y novel voz femenina. Los inicios de su producción se remontan a la presencia en Lima del Grupo Orkopata, una de las agrupaciones literarias más representativas de la vanguardia literaria latinoamericana en los años 20, cuyo representante, el escritor Gamaliel Churata 6, mantenía relación epistolar con Malanca. Sus primeras publicaciones son firmadas como Blanca de Assis.

Pero será la revista Amauta fundada por Mariátegui en 1926, la que se tor-nará un referente indispensable para la iniciación de la producción poética de Blanca del Prado, puesto que en esa publicación confluye la vanguardia latinoa-mericana de la primera mitad del siglo XX. Esta información es corroborada por el profesor Sergio Raúl Díaz, cordobés estudioso del Amauta e investigador de la vida y obra de Malanca 7.

Imposible descuidar el referente peruano para entender el pensamiento que alienta a Blanca. Amauta no es sólo una publicación, es un movimiento ideoló-gico, político y cultural, integrado por intelectuales que rescatan el indigenismo e intentan incorporar elementos de la tradición andina en el arte y la cultura. Conforma un grupo de avanzada para la transformación del rol de la mujer peruana; por primera vez las poetas, escritoras, artistas y militantes políticas pudieron pronunciarse en ese ámbito sin temor a la exclusión social. El trabajo intelectual de las mujeres, como lo revela Sara Guardia (2007) 8, pudo ser leído abriendo caminos en los campos del derecho, la política, la economía, la so-ciedad y la cultura, “son mujeres que no piden permiso para ser escuchadas, proclaman su derecho a ser escuchadas. Cambian el suave vals por el charleston, se cortan los cabellos y se despojan de sus largos trajes”. El propio José Carlos

5 Como dato ilustrativo, son testigos de casamiento los señores Mateo Seguí y Guillermo Ahumada.

6 Pseudónimo de Arturo Peralta (1987-1969) componente de la vanguardia peruana.

7 Como dato ilustrativo, resulta interesante citar su trabajo “Un pincel en el tumulto”, publica-

do en la revista Umbrales, Nº 8, escrito en el que Sergio Díaz rescata los ideales de José Malanca y

su adhesión a la Reforma Universitaria de 1918.

8 En su trabajo “Amauta y la escritura femenina del los años 20”. Ver bibliografía.

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Mariátegui, fundador del movimiento, escribe entonces que la poesía envejeci-da en el hombre, renace rejuvenecida en la mujer.

Así se incorpora la presencia poética de Blanca a las voces más renombradas de nuestra América: los escritos de Alicia del Prado, de Griselda Zani, María Ele-na Muñoz, Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, entre otras, sin olvidar a su gran amiga: Juana de Ibarbourou 9.

Recordemos, además, que la década del 20 está marcada por las secuelas de la primera guerra mundial y el triunfo de la Revolución Rusa de 1917. Con Amauta surge una nueva conciencia nacionalista y el impulso de renovación incluía vanguardias como el surrealismo, tal como lo señala Sara Guardia 10.

Las imbricaciones y anclajes de ambos artistas, Blanca y José, comienzan en estos encuentros en los salones limeños y se prolongan en una vida comparti-da, tal como menciona la publicación de Jesús Cabel en el diario El Peruano 11.

Este proceso de transculturación se profundiza en el período 1933-1969, en el que la poeta se instala en la casona de San Vicente. En Blanca del Prado ofi-cia la magia del pincel y en su palabra surge no sólo el manejo estético de la que es hábil labradora, sino también las experiencias emocionales, fuente de un proceso interno creador. De allí en más no puede entenderse su producción sino en vinculación con José Malanca, cuya trayectoria se hace a partir de aquí más intensa, en un viajar más pausado que vuelca “en centenares de cuadros, convirtiéndose en uno de los más grandes exponentes del arte argentino” 12. Su palabra poética logra anclar en la Córdoba de 1930 y en la sencillez paisajística de la obra de un pintor capaz de construir poesía con el pincel y en quien su

9 Lo consigna Rosa Tampieri (op.cit.). Esta amistad se menciona cuando hace referencia a La

Estancita, propiedad de Malanca en las serranías cordobesas, lugar de confluencia de amigos,

poetas, artistas e intelectuales.

10 Op.cit.

11 Artículo publicado el 25 de septiembre de 2001. Ver bibliografía.

12 En La Voz del Interior, Cultura: Artes visuales, 24 de julio de 2008. Artículo que lleva por títu-

lo “El descubrimiento de América”, relacionado con la visión pictórica de Malanca a partir de su

acercamiento a Perú y en vistas a la exposición que se inauguraría la semana siguiente, en la que

se destacó la gigantografía de la poesía “José Américo” de la que se hará referencia en páginas

siguientes. El motivo: la celebración de los 100 años del Consulado de Perú en Córdoba.

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influencia es ya decisiva.Amauta se había encargado de recoger los poemas y relatos bajo el título de

Caima, con ilustraciones de Camilo Blas y Julia Codesido, pintora de la escuela de José Sabogal, en esa primera edición. Es importante difundirlos en Argenti-na. En nuestro país el diseño de Caima estará a cargo de José Malanca y será una publicación de autor en 1938, llevada a cabo en una imprenta de la ciudad de Buenos Aires. Una vez más, la poesía de Blanca del Prado confluye hacia la pin-tura de José Malanca, o es el arte pictórico el que va en su búsqueda, como una compleja actividad en la que cada verso suma las inmensas reservas del dibujo y el color que reproduce el paisaje americano.

Entre 1932 y 1936, José Malanca expone sus pinturas acompañadas por los poemas de su esposa, en Buenos Aires, Córdoba, La Plata y Rosario; nuevas ex-posiciones que unen el pincel y la palabra en un paisaje común se suman entre 1944 y 1950 y en el período de 1954 a 1964 en diferentes ciudades del país.

Paisajes serranos, norteños, una visión casi religiosa del altiplano se con-jugan con la estructura por la que opta Blanca y de la que es hábil y exquisita cultivadora: la prosa poética. En el manejo del lenguaje se infiere el significado implícito y explícito, un proceso estético creador que lo determina, explicadas en una construcción unitaria desde la cultura y el contexto. Su poesía intimista ingresa en la literatura transcultural (Rama, 1982) aplicada a la palabra poética que guarda en sus versos la lengua autóctona y marca un espacio nacional que se desborda en otro espacio de adopción. La escritura, escurridiza, sortea los límites, los rescata y los aúna en un proceso de producción que integra otro universo cultural: el pictórico.

En Yanahuara, texto obrante en Caima, la pluralidad lingüística forma parte de una integración creativa que tiene como origen y desarrollo la palabra poé-tica. Su identidad quechua-hablante marca el español de su poesía con una lec-tura arraigada en las expresiones originarias de los pueblos latinoamericanos:

[…] mi sombrero huachano volando por el corredor ancho que da a la cha-cra, buscando mis rizos: una carrera en el aliento del alba, pisando botones de oro y estoy en el pucquio, ayudando a sacar agua de los ccoros que se la llevan toda la mañana y ella se da, para todos, infatigable […] voy al río, al sitio de las lavanderas que suenan las ropas enjabonadas en las piedras bri-llantes y en sus palabras que calcan la vida de la Juana, desde la raíz, más

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profundamente que si ccalcharan el maíz. Me descalzo, dejo los zapatos en una orilla y chimbo gozosa de ver cómo mis piernas no tienen formas en el agua clara y cómo espanto los occollos, mientras los tanccas y los jilgueros, picotean lo que no tiene forma sobre el agua… 13

Permanecer en el corpus sólo desde el espacio lingüístico es acotarlo. Se ge-nera un dialogismo que busca hegemonía, porque la poesía de Blanca del Pra-do se enquista en raíces ancestrales amerindias fijadas, indefectiblemente, por la etnicidad de su lenguaje. Walter Mignolo (2005) considera que se debe aceptar la localización geocultural como elemento de unión entre agentes humanos de forma complementaria. La poesía de Blanca del Prado transmite la riqueza del mundo andino de la manera en que lo hace José Malanca con su pincel y que ella asume como conocedora de las luchas campesinas. Por eso su voz se torna áspera en Tingo, pero sólo al comienzo, porque la presencia del paisaje la suaviza:

Militares, cantinas, pianolas y así el aire un poco profanado destroza la soledad de todos los sitios, y el agua que alardea de abundancia y rumor, es pedante y hasta habla en inglés -no la entiendo-. [...] Sin embargo, hay pureza en los patos, hay candorosidad en el lago; hay maravilla en los ár-boles; hay un sol elegante en la alameda y hay campo, ingenuidad, gracia al otro lado del río...

Ahondar en el porqué de su dureza tal vez encuentre respuesta en su com-promiso de vida. Blanca formará parte de un grupo de mujeres que militará en contra de la guerra del Chaco que desangró a dos países pobres como Bolivia y Paraguay, en disputa por unos yacimientos petrolíferos inexistentes entre 1932 y 1935. Se comprometerá, además, con movimientos opositores de la guerra civil española y según comenta Hugo Arrascaeta, sin formar parte de un grupo

13 El libro se cierra con un “Léxico de palabras arequipeñas o quechuas”, indispensable para la

completa interpretación de los textos.

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o de otro, realizará una cruzada a favor de los niños de todo el mundo 14. Tanto compromiso no la hacen menos mujer: se enciende en ella el senti-

miento maternal y la ternura se derrama en sus escritos y encuentra su climax en el poema Estoy completa, poema del que Enrique Mallea en un juicio críti-co sobre Caima, obra que lo contiene, describirá como sensibilidad ascendente hasta el momento vibrante, apasionado, sensual:

Te amo con todos los amores y mi juventud es santa y diabólica en tus manos. […]Yo broto del latido de tus venas y del canto de tus pensamientos y así soy mujer que acuna y mujer que goza.

La ternura no puede menos que valerse de diminutivos en El camino de nues-tro beso y la maternidad la embarga:

Por el camino de nuestro beso, se urbaniza de pájaros esta casita nuestra.Zorzal, zorzalito, te voy a contar: voy a tener un niño para arrullar.

Los últimos poemas de Caima cambian su tono, se transforman dulcemente en Abrazándote, Mi niña, Poema y el que cierra la obra: Hija. Todos cantos a la ale-gría del don divino de la maternidad y al amor de su esposo. La casa se va poblan-do y la vida familiar se ilumina con tres niñas: Alicia y las gemelas Ana y Carmen.

Una voz que se suma al decir de Jorge Cornejo Polar 15, por su aproximación a Caima en la recreación casi religiosa del paisaje natal, surge en 1938, cuando publica en Córdoba Los días de sol, conjunto de poemas en los que se hace visible la evocación nostálgica de su querida Arequipa, en la recreación de personajes

14 Conferencia homenaje en el día del escritor, 13 de junio de 2005, citado por el Cónsul Ge-

neral de Perú en “Homenaje a la poetisa Blanca del Prado de Malanca”, realizado en Biblioteca

Córdoba el 18 de noviembre de 2005.

15 Jorge Cornejo Polar lamenta en un artículo del Expreso de Lima, fechado el 20 de junio de

2004, el olvido de la poetisa cuya obra en el Perú es piedra angular, dado que los 100 años de su

nacimiento no tuvieron homenajes ni ceremonias. Explica el olvido por su vida transcurrida en

Córdoba pero no lo justifica por la sensibilidad de su obra.

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y circunstancias, en el que inesperadamente aparece un canto a los muertos de la guerra civil española:

Qué silencio tan alto se ha formado en mis palabras, porque no existe un nombre que fulmine el pesar de España. Es el silencio de los miles de muertos en España. 16

El año 1946 traerá entre sus manos un nuevo trabajo: En todos los olvidos, con-junto de prosas poéticas estructuradas en tres partes, compuestas entre 1941 y 1943. Dedicado a su padre y a su hermano Luis, ambos fallecidos, contiene un epígrafe de Lope de Vega, señera muestra de dolor contenido: Si pienso en la mortal tristeza que tuve y tengo, y que el dolor dilata, iguales son, o la presente crece. El libro presenta una mirada particular sobre el mundo natural, casi má-gico. El tiempo como tema aparece con fuerza en estos escritos, la ausencia lo trasciende, puede decirlo en Jardines de nostalgias:

Desde jardines de nostalgias persiste una corriente sin tregua en un sentido azul de luceros y ausencias.[…]Y escucho el contorno del tiempo en una historia de latidos vegetales que resume mi corazón invadido de palabras antiguas.

O disculpar al tiempo y justificar tanta lejanía, tanto extrañamiento en Es la distancia:

Ya no es el tiempo, es sólo la distancia.Esa distancia sin contorno que circula rodeando mi corazón como un cielo perdido.[…]

La memoria se ahonda y se puebla de nombres y de sueños otorgando luz y esperanza a su presente:

16 Citado por Jorge Cornejo Polar en el artículo mencionado.

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“Todo se cumplirá sin persuasiones en esta amatista solitaria de mi sueño”, escri-birá como verso final de No diré nada ahora, o en Sin esas siemprevivas en trans-cripción completa:

Sin esas siemprevivas de mis sueños, me invade una orfandad de albas y de cielos.Sin ese cofre de milagros no alcanzo el talismán de rosas que circunda la infancia en un país de estampa y campanarios.Sin ese signo de cristal luminoso no llega a la esperanza y a la fe.

Una última aclaración final no descuida su amor constante:

Y cierro este libro en permanente admiración a JOSÉ MALANCA, mi compañero.

Fechado en pie de imprenta el día 19 de noviembre de 1946, En todos los olvi-dos fue una publicación de autor realizada en Córdoba, en los ya desaparecidos Talleres Gráficos de la Editorial Litvack, referente importante para los empren-dimientos culturales de la época, ubicada en la calle Saavedra Norte al 436, hoy Ovidio Lagos, en Barrio General Paz.

Su voz se hará tan dolida en sus últimos poemas, especialmente en José Amé-rico, cuando pierde a ese compañero que le señala los cuatro puntos cardinales de esta América instalados en su propio corazón,

Y la América en tu corazón con todos sus caminos, sus ríos, sus lagos y sus cumbres, sus indios y sus gauchos, sus vidas y sus muertes [...] y su tierra inmensa, nueva y profunda en posibilidades para el reclamo de justicia. / América en tu corazón, en tus pinceles, en tu nombre, en tu sangre, en tu vida.

No puede más que asilarse en el recuerdo en ese febrero de 1968 en el que avanza la pena.

Blanca se resiste a la ausencia y el azul teñirá su poesía como hasta sólo tres meses atrás teñía la cromática paleta de Malanca. En Yo no quiero mirar la prima-

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vera el tono elegíaco es el empleado para dar forma poética a la desolación que la invade:

mirar siquiera la paloma llevando esos cielos azules en el pico. [...] El azul está deshabitado de ángeles...

La elegía se hace oscuridad en Todo está en sombra en el que la tristeza la anu-da quitándole voz, manos, serranía, congregando su “pena como una pesadilla” y consumiéndose en “una zona donde crecen sollozos subterráneos”.

Todo está en sombra sin su vida, sin ese abierto mar de sangre latina que amaba continentes y viejas cordilleras y esperanzas humanas y justicia y caminos...

La poesía de su final es elegíaca, desde ese primer poema de septiembre de 1967, Yo no quiero mirar la primavera, hasta su último escrito el 27 de marzo de 1969, Tus ásperas manos, la tristeza la abruma y su fuerza poética se concentra en un paisaje silencioso en el que se funden y confunden palabra y paleta.

Se trata de un proceso de producción literaria en la que se cruzan dos univer-sos socio-culturales y cuyo efecto es una manera especial de percibir el mundo y el hombre, instalada en una dimensión discursivo-simbólica portadora de un tiempo, un espacio, un ritmo y una alteridad. El espacio de Blanca del Prado es más relacional que autosuficiente; su subjetividad se complejiza, se dispersa y multiplica; como expresa Antonio Cornejo Polar (1994), “el desborde de los sentimientos jamás deja exhausta la fuente interior de la que surge”.

Las coincidencias socioculturales de Blanca del Prado y José Malanca se cons-truyen similares en dos planos artísticos. La naturaleza de las obras producidas coexiste en una organización sensible de signo lingüístico y signo pictórico, en el compartir de un universo cotidiano. Es un accionar estético solidario con el contexto, observador de un marco que construye y niega toda discriminación articulando las identidades en torno a una percepción mancomunada de poesía y color, fundamentalmente anclada en el amor.

Blanca del Prado se ubica en un lugar preferencial dentro de las letras, te-niendo en cuenta su condición de mujer en la sociedad de su tiempo. Su len-guaje se tensiona entre lo cotidiano, la memoria, las ausencias y el dolor; mujer que lucha, mujer que ama y que extraña, mujer que es madre y se puebla de

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ternura. Los enunciados poéticos de Blanca del Prado constituyen un particular nexo de significado en una activación semántica de otro objeto artístico: el pic-tórico porque la admiración y el amor la completan. La dualidad plantea la im-posibilidad de cercar y vallar el pensamiento poético en cualquier circunstancia y se presenta con la sensibilidad de una lectura construida desde la dualidad del objeto, en una construcción dialógica.

Si algo tienen en común Blanca del Prado y José Malanca es la mirada uni-ficada a un mismo paisaje y confrontada al paradigma universalizador que re-huye de la dependencia y la imitación. Lo que queda silenciado resurge en una dialéctica que permite anclarnos en una identidad superadora de los límites de la ciudad -de nacimiento para don José, de adopción para Blanca-, al integrarla al mundo y especialmente a la Latinoamérica tan querida. La relación dialéctica evoluciona hacia dos campos del arte y la cultura; la literatura se conforma en un método de acercamiento que la poesía de Blanca del Prado estructura desde la temporalidad del lenguaje.

Las palabras niñas rompen los años y desde ese Canto de Caíma,

se toman de la mano haciendo ronda a mi pueblo; palabras que salen de mis ojos, camino a la voz de mi padre,

llegan para instalarse treinta y cinco años después en la pena silenciosa que busca el latido de José Américo, como quien espera la última palabra que

crece fuerte y segura sin sonido, pero plena de luz y de caminos... (Mi silencio).

Su voz se silencia en esta Córdoba de adopción cuando corre el año 1979. El barrio San Vicente se ha quedado vacío, sin su pintor y sin su poeta, pero con la clara luminosidad de una vida proyectada en trabajo y compromiso. Blanca llegó a estos lugares y se quedó por amor, fue el amor lo que la movilizó en cada una de sus creaciones, el que la hizo la gran compañera y la poeta sensible.

Salgo nuevamente a la calle. El sol se está ocultando y la puerta se cierra tras de mí. No puedo dejar de darme vuelta y mirar la ventana del taller. Su palabra aquerenciada en mi Córdoba se torna premonitoria y enciende el viento que me

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rodea en un impulso abierto a la esperanza 17.

17 Del texto ¿Qué palabra? obrante en En todos los olvidos.

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Agradecimientos

A Ana María Malanca por poner a mi disposición las obras de su madre, hoy inexistentes en las librerías,

sin las cuales hubiera sido imposible iniciar un trabajo de investigación.

A ella y a su esposo, Prof. José Luis Arisi, por el tiempo y la charla en una tarde plena.

Al Prof. Sergio Raúl Díaz, por la generosidad de su ofrecimiento.

A mi amiga, Prof. Silvia Inés González, conocedora de mis sueños y búsquedas, por haberme acercado

a Las Nuestras.

Fuentes

Referencias orales de la prof. Ana Malanca.

DEL PRADO, B. (1933) Caíma. Poemas. Buenos Aires: Porter Hnos.

DEL PRADO, B. (1946) En todos los olvidos. Córdoba: Litvak

DEL PRADO, B. (1967-1969) Poemas inéditos.

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culo de Jorge Cornejo Polar: Blanca del Prado una figura olvidada. (2004) Último ingreso: 02/08/2010.

http://pintores.utrbandaancha.net/Malanca.html Último ingreso: 27/07/2010

http://vsites.unb.br/ih/his/gefem/labrys11/peru/sara1.htm. Aquí hallamos el estudio de Sara Guardia,

Amauta y la escritura femenina de los años 20. Último ingreso: 10/07/2010

http://elportalsanvicente.blogspot.com/2009/04/normal-0-21-false-false-false.htm consta como fuen-

te el comentario del Lic. Hugo Arrascaeta, publicado el 28 de abril de 2009. Último ingreso: 02/08/2010.

BLANCA DEL PRADO

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Por Mónica Susana MooreNació en Córdoba en 1967. Casada y madre de tres hijos, obtuvo el

título de Licenciada en Ciencias Religiosas en la UCC con un trabajo

final sobre Madre Catalina, en el que se basa el presente ensayo. Es

Exalumna del Colegio de las Esclavas del Corazón de Jesús, donde

actualmente se forman dos de sus hijos. Sus profundos vínculos

con el Instituto le permitieron aproximarse al inquietante testimo-

nio de vida de su Fundadora.

[email protected]

Catalina

de María

Rodríguez

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CATALINA DE MARÍA RODRÍGUEZENTRE LA SUMISIÓN Y EL ATREVIMIENTO

Introducción

La vida de Madre Catalina de María Rodríguez (1823-1896), fundadora del Instituto de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, es de esas historias que merecen ser contadas y que poseen la fuerza de las personas y las obras que permanecen vivas en el tiempo.

Mucho se ha escrito ya sobre ella, pues es una figura de indiscutible im-portancia en la historia social y eclesiástica de Córdoba, no sólo por la obra que alcanzó a concretar, sino por el ejemplo que dejó al animarse a transitar, con inquebrantable esperanza, un camino plagado de dificultades.

En este recorrido por su vida quiero compartir algunos aspectos en los que me detuve en el año 2008 en mi trabajo final de Licenciatura en Ciencias Religio-sas en la Universidad Católica de Córdoba, titulado: Amor de Dios y sufrimiento humano en la vida y espiritualidad de Catalina de María Rodríguez (Fundadora de las Esclavas del Corazón de Jesús).

En contacto con sus escritos, me llamaron la atención muchas expresiones referidas al sufrimiento que, sin un marco suficiente que las ubique en el ám-bito sociocultural y eclesial en que son pronunciadas, resultan hoy muy duras

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y difíciles de comprender. Esto me abocó a la tarea de escribir su biografía con-textualizada para apreciarla con justicia y valorarla desde una perspectiva ade-cuada. También me propuse, para comprender el alcance de esa visión del sufri-miento, clarificar las características de la educación que Catalina recibió, tanto en el plano intelectual como religioso, abordando especialmente los libros de espiritualidad que la nutrieron y configuraron su talante.

En esa reconstrucción fue emergiendo con fuerza una dimensión que logró también suscitar profundos interrogantes: su extremo sentido de obediencia a los sacerdotes, que la llevó a tomar heroicas decisiones, bastante desconcer-tantes para nuestros tiempos. Una sumisión que, por otra parte, no le impidió transitar caminos novedosos, a pesar de los múltiples condicionamientos que su entorno le imponía por su condición de mujer.

Es justamente esa “paradoja” la que quiero resaltar; toda una lección de vida para los que “peregrinamos” en busca del sentido más profundo de nuestra existencia en el mundo.

Infancia y juventud

Hija de Hilario Rodríguez Orduña y Catalina Montenegro, Madre Catalina nació el 27 de noviembre de 1823 y el mismo día fue bautizada con el nombre de Josefa Saturnina.

La Córdoba que la vio nacer era una sociedad que seguía percibiéndose a sí misma como colonial y, por lo tanto, tenía en la base misma de su estructura a la religión católica como factor de unión y estabilidad. Era una sociedad es-tratificada en clases bien diferenciadas; entre los elementos preponderantes se formaban fuertes personalidades y núcleos familiares muy unidos. Precisamen-te los Rodríguez, que llegaron a Córdoba a través del bisabuelo de Saturnina, don José Rodríguez, esposo de doña Felipa Catalina Ladrón de Guevara, hija del capitán cordobés Juan Ladrón de Guevara y de doña María Ferreira y Cabrera, cuarta nieta del fundador, fue una de esas prestigiosas familias distinguidas por su posición y fortuna, y por los altos cargos civiles y eclesiásticos que tuvieron sus miembros.

A los tres años de edad Saturnina quedó huérfana de madre y seis años más tarde perdió también a su padre, quedando ella y sus tres hermanas a cargo

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de las tías paternas. Será muy especial el vínculo con quien asumió su primera crianza, Eustaquia del Signo (“Mamita Eustaquia”), hija adoptiva de los Orduña.

Si en el ambiente familiar reinaban la piedad y la paz, en el ámbito político eran tiempos sumamente conflictivos: unitarios y federales ensangrentaban el escenario nacional. Córdoba también protagonizaba estos difíciles procesos, pero manifestando siempre sus características propias y distintivas de una so-ciedad tradicional y fervientemente católica; en ese contexto se comprende la trascendencia del regreso de los jesuitas en 1839, época en que Saturnina tomó contacto con esta Orden. En 1840, a los diecisiete años de edad, hizo por primera vez los Ejercicios Espirituales, experiencia que dejó una impronta imborrable en su vida: descubrió la importancia de la dirección espiritual, se despertó en ella la vocación religiosa, la espiritualidad ignaciana será en adelante medular en su religiosidad, y la atención de los Ejercicios Espirituales, su apostolado favorito.

Sorprende que en este ámbito cordobés, casi monástico, la clara inclinación a la vida religiosa de Saturnina no se concrete en su juventud; es que no se ha-llaba identificada con la vida religiosa contemplativa, la única que existía en Córdoba en ese entonces, pues sólo estaban las Carmelitas y las Catalinas. Este “tomarse su tiempo” habla ya de un espíritu original, en un contexto en el que para las mujeres estaba muy definido el programa que debían seguir sus vidas, presentado básicamente en dos alternativas: el convento, o el matrimonio.

Durante esos años silenciosos de su vida, Saturnina contó con la dirección espiritual de los Padres de la Compañía, hasta que por orden de Rosas, que no toleró la libertad con que los jesuitas se posicionaban ante sus exigencias, fue-ron expulsados de Córdoba en 1848. Saturnina se puso entonces bajo la guía del Pbro. don Tiburcio López, Capellán del Pilar, sacerdote que será decisivo en el curso de los acontecimientos.

En 1851, un amigo de la familia Orduña, el Coronel Manuel Antonio de Zava-lía, viudo y con dos hijos pequeños (Benito de nueve años y Deidamia de seis), se presentó como un firme pretendiente de Saturnina, pero ella, para liberarse de su instancia y encontrar reposo y retiro, pidió ser admitida, a pesar de tener 28 años, en el Colegio de Niñas Educandas de Santa Teresa de Jesús.

Esto no desalentó a Zavalía, quien a los pocos días inscribió en ese mismo establecimiento a Deidamia; de esta manera, con el pretexto de visitar a su hija podía encontrarse con Saturnina, lo cual no es mera suposición: al día siguiente que Saturnina abandonó el lugar, después de seis meses de internado, Zavalía

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retiraba a Deidamia.Pero no acabaron allí el ingenio y la tenacidad de Zavalía. Recurrió al confe-

sor de Saturnina, Tiburcio López, para que convenciera a la joven “tan modes-tita que vivía en la casa de las señoras Orduña”, y el sacerdote hizo pesar en la conciencia de Saturnina la salvación del alma del militar, que había amenazado con quitarse la vida si no lograba su objetivo.

Movida por su sentido de obediencia a la voluntad de Dios expresada en su guía espiritual y por su celo por la salvación de las almas, Saturnina dio final-mente su consentimiento.

Esta autoridad moral ejercida por un confesor, que volverá a hacerse pre-sente más tarde, especialmente en la figura de David Luque, puede también ex-plicarse desde un catolicismo que, sobre todo a partir del siglo XVIII, estuvo fuertemente marcado por la recepción de la reforma del Concilio de Trento, que reforzó la importancia de la autoridad eclesiástica frente a las tendencias demo-cráticas del protestantismo. Éste planteaba no pocos problemas en las concien-cias por lo que la labor sacerdotal puso énfasis en la atención personalizada de la confesión, tarea que estaba estrictamente pautada por numerosos libros de dirección espiritual y manuales para confesores provistos de la más profusa y detallada casuística.

Desde estas acentuaciones puede comprenderse que Saturnina, en un in-cuestionable acto de obediencia al confesor, aún sabiendo que sacrificaba su vo-cación a la vida religiosa, su más alto ideal, reconociera allí la voluntad de Dios.

El matrimonio

Saturnina contrajo matrimonio con el Coronel Zavalía en 1852. Benito y Dei-damia llegaron a quererla como a su verdadera madre. Benito obtuvo el títu-lo de licenciado en Derecho Civil, que lo habilitaba para ejercer la profesión de escribano; Deidamia recibió la educación hogareña propia de la época y más adelante ayudará a su madrastra a servir en los Ejercicios.

El matrimonio permitió a Saturnina ejercer su maternidad con los hijos de Zavalía, pues sólo pudo concebir a una niña que murió antes de nacer, ponien-do en grave peligro su propia vida: no le fue ajena la dura realidad de las mujeres de su tiempo en lo que respecta al parto.

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Tampoco desconoció Saturnina la convulsionada vida de las esposas de mi-litares. A partir del triunfo de Urquiza sobre Rosas en Caseros, Buenos Aires y el resto de las provincias (la Confederación Argentina) quedaron enfrentadas. En Córdoba también se formaron grupos: los antiguos federales, defensores de la Confederación, entre los que estaba Zavalía, y los de ideas de avanzada liberal, dispuestos a apoyar a Buenos Aires. Durante esos años Zavalía llegó a ser nom-brado coronel efectivo del Ejército Nacional.

Saturnina participó activamente en la sociedad de su tiempo: integró el grupo de damas fundadoras de la Sociedad de Beneficencia y trabajó además por el re-greso de los jesuitas aprovechando que en ese entonces su primo, Santiago Der-qui, era ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública del presidente Urquiza.

En 1860, año en que Derqui fue elegido presidente, Zavalía y su esposa se establecieron durante dos años en Paraná, capital de la Confederación. Allí ayu-dó Saturnina a un sacerdote con el que ella se confesaba, que estaba afiliado a la masonería: costeó la llegada de un jesuita a Paraná para que lo confesara y reci-biera su pública retractación. La acción de las logias masónicas en la Argentina tendió, en general, a la secularización de la sociedad en detrimento de la gravita-ción social de la Iglesia, lo que contrariaba los designios del papado y daba lugar a encendidos conflictos. Fueron innumerables las encíclicas y pastorales que las condenaron y las polémicas en los periódicos eran constantes; puede entender-se así la gravedad de la afiliación de un sacerdote a estas asociaciones y por qué esto afligió a Saturnina, que tenía tan alto concepto de la investidura sacerdotal.

En el interior del país surgieron nuevos conflictos y Mitre venció en Pavón a los ejércitos de la Confederación Argentina; como consecuencia Derqui presen-tó su renuncia en 1861. Ante la nueva situación política, el matrimonio regresó a Córdoba, donde se habían agudizado las divisiones entre los partidarios de Buenos Aires y los federales.

Por ese tiempo Saturnina tomó por director espiritual al Pbro. Dr. David Lu-que, probablemente en 1864, año en que Pío IX lanzaba el Syllabus, documento de trascendental importancia en el que la Iglesia condenaba los errores de la modernidad.

Por su parte Zavalía, abandonada su carrera militar, dedicó los últimos años de su vida a regularizar cuestiones legales y a reacondicionar una propiedad en El Tío, Departamento de San Justo, donde murió en 1865.

Los trece años de matrimonio con Zavalía significaron para Saturnina un

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aceptar la voluntad de Dios. Si bien ella misma en sus Memorias reconoce que, estando casada, no dejó de mirar con envidia a las que gozaban del bien de la vida religiosa, numerosos testimonios dan cuenta de que asumió con entereza y generosidad su rol de esposa y madre, y que con su paciencia y dulzura logró suavizar la extravagante personalidad de su esposo. Pero ese camino transitado llegaba a su fin. Todo se había cumplido y se abría un nuevo camino. Se la escu-chó decir: “He perdido el ser que más amaba después de Dios; ahora soy libre de seguir mi vocación”.

El camino a la Fundación

En una vida de recogimiento y piedad aún más intensos, Saturnina siguió acompañada por Benito y Deidamia. El P. David Luque la guiaba para llevar ade-lante una vida de oración organizada que le permitió a Saturnina redescubrir muy claramente su aspiración a la vida religiosa, pero su débil salud y su con-dición de viuda eran, según el sacerdote, obstáculos insalvables, al menos para ingresar en los conventos de Córdoba, por lo que solicitó lugar en las Catalinas de Buenos Aires, aunque no con gran entusiasmo por ser éstas contemplativas.

Hasta que el 15 de septiembre de 1865 vino a marcar el punto de partida de su gran obra. En la iglesia de las Catalinas de Córdoba, ante el Santísimo expues-to, “le vino al pensamiento que tenía un terreno bastante grande en el que se podía edificar una casa de Ejercicios y formar una nueva comunidad de señoras que estuviesen al servicio de ella”. Observantes de las Reglas del Instituto de San Ignacio, enseñarían la doctrina los domingos a las niñas y asilarían a esas mujeres que se llevaban a los Ejercicios casi por la fuerza y después de conclui-dos éstos no se sabía qué hacer con ellas; pensaba que así “se moralizarían y aprenderían a trabajar”.

Esta idea fue creciendo e intensificándose en su imaginación con el correr de los días y se la confió a su hermana Estaurófila y al P. Luque, quien le pidió que lo tuviera al tanto de todo lo que se le ocurriese al respecto. Esto fue tomado por Saturnina como una aprobación; desde ese momento el proyecto fue su “sueño dorado” y habría de luchar por llevarlo a cabo durante siete años.

Una primera posibilidad de crear la nueva congregación se presentó en el Sr. Mariano González, un compañero en el apostolado de los Ejercicios, que le

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confió su deseo de costear una casa de Ejercicios Espirituales. El P. Luque los respaldó y señaló la necesidad de buscar socias, tarea que Saturnina descansó sobre todo en los confesores.

Fueron meses llenos de satisfacciones y estímulos para la obra: los jesuitas, principalmente el P. Joaquín María Suárez, la impulsaban con su entusiasmo; se reunieron varias socias y alcanzaron del Obispo Ramírez de Arellano el permiso para la recolección de limosnas y la aprobación de la fundación el 15 de enero de 1867.

Pero muy pronto comenzaron las dificultades: el terreno elegido era inade-cuado; las colectas no dieron el resultado esperado; un viaje de Saturnina a Bue-nos Aires y Montevideo para reunir fondos se vio impedido debido a la guerra con el Paraguay; el P. Suárez, que le exigió no desistir aunque viniesen desgra-cias, fue trasladado a Europa. A todo esto se sumó el fallecimiento de una socia, Genoveva La Torre.

También el cólera la tocó muy de cerca: murieron víctimas de la peste su cuñado José Martín López, Mariano González y dos socias.

En los comienzos de 1868 Saturnina contaba sólo con una compañera: Ra-mona Martínez. Con ella y la Sra. Indalecia Paz, viuda de Mariano González, continuaron con la atención de los Ejercicios en la nueva casa, y con la intención de instalarse allí, acudieron al obispo para su aprobación pero fueron muy mal recibidas.

Al poco tiempo, Indalecia decidió apartarse del grupo, por lo que Saturnina se vio obligada a volver definitivamente a su propia casa, donde debió enfrentar la pérdida de Benito, su hijastro, que a los 26 años de edad moría por una afec-ción pulmonar. Por su parte, Deidamia permanecerá junto a ella, más por gusto que por necesidad, hasta la fecha de la fundación, como habían acordado.

En cuanto al proyecto, la total soledad logró imponerse. Su única socia pidió lo que le pertenecía, pues ya no confiaba en que la obra se realizara; los jesui-tas que más la alentaban fueron trasladados y hasta un pariente de una socia fallecida se presentó ante el obispo reclamando lo que aquélla había invertido. Este juicio, si bien terminó favorablemente, fue un difícil trance por las ofensas recibidas del demandante, que la acusó ante el obispo de retener bienes y no realizar nada.

Si las circunstancias eran adversas más lo era la actitud del P. David Luque, que sólo le transmitía desesperanza y le recomendaba que devolviera todo lo

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ajeno y se pusiera a la escucha de lo que Dios realmente quería de ella. Sólo en-contró aliento, durante 1869, en los jesuitas recién llegados, sobre todo en los padres José Guarda y Cayetano Carlucci; éste recomendaba la obra aún en el púl-pito y recolectaba limosnas por medio de sus confesadas. Pero al ser trasladado el P. Guarda a Buenos Aires el proyecto quedó como olvidado.

Las dificultades llegaron a su cima en 1870 y 1871. Lo que más la mortificaba era su relación con el P. Luque de quien recibía muchas veces humillaciones, desconfianza y hasta desprecio por el proyecto, incluso la sometía a situaciones incómodas en público, levantándole el tono de voz y dejándola sola en el con-fesonario a la vista de los demás. Esto repercutía hondamente en su espíritu de-bido a su total sometimiento a su director espiritual y porque, a pesar de todo, siempre veía en él a la persona elegida por Dios para dirigir la obra; no contar con su aprobación la amargaba hasta la locura, tal como ella misma lo expresa en sus Memorias.

El proceder del P. Luque puede explicarse si se tiene en cuenta el espíritu de la Iglesia del siglo XIX, tan reaccionaria contra las libertades de la modernidad, a las que opuso propuestas fuertemente ascéticas, insistentes en los valores de la mortificación, las humillaciones, la lucha contra los propios impulsos. Segura-mente el P. Luque, con esta “metodología”, procuraba “sacar buena y fuerte” a Saturnina, para lo cual debía hacerla pasar por estas pruebas. Saturnina misma parecía comprender de algún modo esto, y si podía perseverar en la búsqueda confiada de tan áspero sacerdote, es porque se aferraba, como ella cuenta en sus apuntes autobiográficos, a una reglita que él mismo le había dado: “Hacer todo lo que repugnase a la naturaleza”.

Aunque provista de motivaciones muy profundas y una inquebrantable fe para sobrellevar los contratiempos, todo el entorno se volvía difícil porque mu-chos captaban las reacciones del sacerdote y comenzaban a retirarse, a cambiar de actitud, incluso su hermana Estaurófila con quien ya no podía desahogarse; hasta algunos contribuyentes exigieron la devolución de sus donaciones. Si no la avalaba el sacerdote era impensable, en esa sociedad, que los demás mirasen como “cosa seria” su emprendimiento. Fueron años de muchos sufrimientos que se volvían aún más intensos durante las enfermedades, que tampoco le faltaron.

Pero en enero de 1872, debiendo ausentarse el P. Luque para acompañar al obispo en una misión, recomendó a Saturnina confesarse con el nuevo Superior de la Compañía, el P. José María Bustamante. Este sacerdote, que tenía fama de

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excelente director de almas, será clave en la vida de Saturnina y en la historia del Instituto. Al confiarle ella sus penas y dudas, Bustamante puso en oración el asunto y su apreciación fue que “no se honraba a Dios aplazando más tiempo la obra”.

Bustamante y Luque tuvieron una entrevista y acordaron que había que reu-nir socias y elevar una nueva petición al obispo para instalar la comunidad en alguna casa particular.

El impulso final estaba dado y Saturnina pudo poner sus bienes al servicio del proyecto y vendió la estancia que fuera de su esposo. Pero seguía siendo una traba la actitud del P. Luque que, con sus desplantes y desprecios, probaba la humildad de Saturnina, y seguía como al margen de la obra, lo cual desalen-taba a muchos, dificultaba la convocatoria de socias y generaba entre la gente comentarios desacreditantes hacia la fundación.

Pero, finalmente, habiéndose reunido cinco socias, el pedido al obispo tuvo éxito el 9 de septiembre de 1872, y fue nombrado director el P. David Luque, que por aquel tiempo había aceptado serlo.

La Fundación y el Instituto bajo la dirección de David Luque

El 29 de septiembre de 1872, con la iniciación de Ejercicios Espirituales pre-dicados por el P. Bustamante, nacía la primera congregación religiosa de origen argentino.

A Saturnina le confiaron el oficio de sacristana, tarea que aceptó con sincera satisfacción mostrando la real dimensión de su humildad, mientras que como rectora de la casa fue nombrada Estaurófila Moncada.

Durante los primeros ocho meses se instalaron en una casa pobre; Saturnina recibió para sí la habitación más incómoda, muy húmeda y extremadamente caliente. A pesar de las condiciones de la vivienda acogieron a dos “agraciadas”, niñas pobres y huérfanas a las que “por gracia” se les proporcionaba asilo y ayuda.

Tanto el P. Luque como el P. Bustamante trabajaron por la organización y la formación espiritual del naciente instituto. Este último aspecto estuvo a car-go especialmente del P. Bustamante que además les dio unas primeras reglas, mientras se elaboraban las Reglas y Constituciones, por las que pudieron prac-

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ticar vida religiosa aunque sin vestir hábito, sino vestidos modestos.Cuando lograron trasladarse a una casa quinta más cómoda, donde estuvie-

ron casi dos años, ya eran ocho hermanas y pudieron aceptar más huérfanas po-bres, pero igualmente el obispo negó el permiso de portar hábito religioso (que obtuvieron recién en 1874), debido a que la casa no estaba aún afianzada. Las hermanas lamentaron mucho esta negativa porque consideraban que el hábito influiría mucho en el espíritu e infundiría mayor respeto de parte de la gente; de todas maneras, sin contrariar al obispo, comenzaron a usar un uniforme ne-gro con un escudo cuya inscripción era: “Esclava del Corazón de Jesús – Amor y Desagravio”. Esta inquietud por la aceptación social de la institución, a la que contribuía la vestimenta, era propia de la época; las asociaciones debían ganarse su legitimidad sometiéndose a un alto grado de exposición pública.

Con el voto unánime de las ocho hermanas, Saturnina fue nombrada recto-ra en 1873, y desde entonces hasta su muerte gobernará el Instituto, primero como rectora y luego como provinciala, pero con atribuciones de superiora ge-neral. Al frente de la obra veló, sobre todo, por la formación del espíritu religioso de la comunidad, llamando su atención su tino en el gobierno y su sentido de la vida religiosa; no obstante, era totalmente obediente a los sacerdotes y ante cualquier duda los consultaba como una niña, sobre todo al P. Luque a quien la autoridad eclesiástica había reconocido como verdadero Superior.

A mediados de 1874 comenzó la construcción de la residencia definitiva en el “Pueblo General Paz”, en un terreno donado por el fundador del barrio e ini-ciador de su trazado, don Augusto López. Allí se establecerá la casa y junto a ella la Capilla, primer templo en Argentina dedicado al Corazón de Jesús.

En 1875, el P. Luque entregó a la rectora la lista de los nombres que en vida religiosa tendrían en adelante las hermanas. Saturnina recibió el nombre de Ca-talina de María. Ese mismo año se realizó el traslado a la casa definitiva.

También en 1875 se obtuvo la primera aprobación diocesana de las Cons-tituciones, que no eran sino las de San Ignacio, apropiadas para una congrega-ción femenina; así pudieron las hermanas emitir sus votos religiosos el 8 de diciembre en una gran ceremonia que completaba la constitución de la nueva familia religiosa.

El P. Luque, desde 1872 hasta su muerte, ocurrida en 1892, estuvo a cargo de la dirección del Instituto, que fue asumiendo principalmente obras educaciona-les y el servicio de los Ejercicios Espirituales. Durante esos veinte años, Madre

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Catalina fue totalmente sumisa al sacerdote; su accionar siempre se encuadraba en los márgenes que éste le marcaba. Si el director estaba ausente recurría al P. Bustamante, y si éste a su vez no estaba pedía el parecer del jesuita que estuviera en su lugar.

Como rectora, Madre Catalina asumió con mucha responsabilidad la misión de velar por el estricto cumplimiento de las Reglas, tan necesario en una comu-nidad que recién se estaba formando. Esta preocupación por la observancia fue permanente y era en lo que más insistía a la hora de exhortar, corregir y evaluar situaciones particulares.

El prestigio de la congregación iba creciendo y comenzó su expansión en 1880, año clave en la historia argentina que abrió todo un período de política liberal. Especialmente varias reformas del régimen institucional (la creación del Registro Civil, la ley de Matrimonio Civil y la ley 1420 de Educación común) dividieron a la sociedad argentina en católicos y liberales, conflicto que en Cór-doba tuvo particular intensidad.

En esos tiempos convulsionados, con una escasa diferencia de años, se lle-varon a cabo diez fundaciones. La primera y la más intrépida fue en Villa del Tránsito, Córdoba, en 1880, a pedido del cura párroco José Gabriel Brochero. Afrontaron también la creación del Taller de la Sagrada Familia en Córdoba (1882-1889), las fundaciones en Santiago del Estero, Rivadavia (Mendoza) y San Juan en 1886, en Salta en 1887, en Santa Fe y Tucumán en 1889, en Men-doza en 1890 y en La Rioja en 1891. Todo esto significó una intensa labor en la preparación de las hermanas, múltiples y complejas decisiones y una necesidad cada vez mayor de comunicación entre las nuevas comunidades y la casa madre, residencia habitual de Madre Catalina.

El P. Bustamante, mientras asumía la dirección del Taller de la Sagrada Fami-lia, maduró la idea de formar una nueva congregación religiosa que respondiera a la necesidad de formar maestras católicas para contrarrestar la acción de las escuelas normales. Así nacieron las Hermanas Adoratrices en 1885, que tienen su templo y su escuela en la calle Rosario de Santa Fe en el centro de la ciudad de Córdoba. Para formar a las nuevas religiosas el P. Bustamante solicitó por un tiempo la presencia de tres Esclavas, pero una de ellas, Brígida Barbosa, que había cumplido el rol de maestra de novicias, pidió ser traspasada al nuevo Ins-tituto. No sin dolor debió desprenderse Madre Catalina de esta hija espiritual.

Solamente en pocas oportunidades Madre Catalina pudo acompañar a las

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hermanas fundadoras, pero en la medida en que su salud se lo permitía procu-raba visitar las comunidades, aunque con gran sacrificio físico. Por eso fueron las cartas el medio más utilizado para estar presente en cada casa; a través de ellas hacía llegar su consuelo, sus exhortaciones espirituales y sus indicaciones ante múltiples problemas tanto espirituales como domésticos.

En estos veinte años abrumadoramente activos, Madre Catalina fue obe-diente al director, la persona a quien ella siempre consideró el líder elegido por Dios para guiar la congregación, por eso la muerte del P. Luque el 11 de agosto de 1892 fue sentida, sin dudas, como una gran pérdida para las Esclavas, pero ponía al frente de todo a su verdadera fundadora.

Madre Catalina al frente del Instituto

Aunque muy acostumbrada a caminar bajo la dirección del P. Luque y con su salud quebrantada, Madre Catalina asumió el gobierno del Instituto los últi-mos cuatro años de su vida con un espíritu fortalecido, y mantuvo el dinamis-mo con que la congregación iba progresando.

Ante todo buscó afianzar la obra en el ámbito civil y logró la personería ju-rídica del instituto el 21 de diciembre de 1892. Motivo de gran preocupación y temores era también la aprobación pontificia de las Constituciones, que regre-saron de Roma con algunas correcciones por lo que debían enviarse de nuevo. Este procedimiento era un camino desconocido, no recorrido aún por ninguna congregación nacida en Argentina posterior a las Esclavas. Aconsejada por el P. Cherta de la Compañía de Jesús y otras personas, Madre Catalina decidió viajar a Roma para ser mejor informada y acelerar el trámite. Formó parte, por ello, de la peregrinación argentina que viajó a Roma con motivo del Jubileo de León XIII; el 19 de enero de 1893 partió de Buenos Aires en el vapor “Duchessa di Genova”.

El regreso a Córdoba puso a Madre Catalina ante un año de intensa actividad marcado especialmente por la fundación en Buenos Aires, donde estuvo ella misma durante un mes realizando las primeras gestiones. En este emprendi-miento, Madre Catalina sufrió en carne propia la rivalidad entre la Capital y las provincias; vivió de cerca el menosprecio del orgullo capitalino ante una insti-tución que venía del interior. Estas dificultades no pudieron con el temple de Madre Catalina que sabía muy bien que una fundación en la Capital era decisiva

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para el afianzamiento del Instituto, lo cual se concretó el 29 de junio de 1893.Infatigable y enérgica, a pesar de su edad y débil salud, viajó a Santa Fe para

asistir a la instalación de un asilo; visitó las casas de Santiago del Estero, Salta y Tucumán. También visitó Buenos Aires, la fundación que más la preocupaba, y las comunidades de San Juan y Mendoza; y además, el 15 de marzo de 1895 se realizó la fundación en San Luis, la última durante su vida.

La preocupación de Madre Catalina por todas las comunidades fue cons-tante durante su gobierno, y la correspondencia se intensificó notablemente: de un total de 1.681 cartas que se conservan en el Archivo de la Congregación, 1.383 corresponden a este período. Si bien las escribía su secretaria y ella hacía agregados al final y las firmaba, el epistolario refleja un colosal esfuerzo de co-municación con las hermanas. Con más libertad luego de la muerte del P. Luque pero con total sometimiento a las Reglas, ejerció una gran autoridad moral, con la que procuró llegar a todas las situaciones con prudencia y solicitud maternal.

La Casa Madre fue la sede de su gobierno (barrio General Paz, calle David Lu-que); allí velaba personalmente por la formación de las novicias y su presencia hacía de ese lugar un verdadero centro espiritual en el que todas las hermanas querían estar. También dejó su impronta en la Casa Madre el que fue su capellán durante 12 años (1884-1896), el rector de la Iglesia del Pilar y prestigioso inves-tigador, Dr. Pablo Cabrera.

En 1895, decaídas sus fuerzas, ya no pudo visitar las casas, por lo que se va-lió de visitadoras, y dejó sus funciones de rectora de la Casa Madre para poder continuar como Madre General de la Congregación, carga que asumió hasta el último día de su vida, el 5 de abril de 1896.

En el atardecer de ese Domingo de Pascua, Madre Catalina hacía la entrega final de su vida y dejaba a sus hijas la inolvidable exhortación que hoy se lee en la urna de sus restos: “Les recomiendo la paz, la obediencia y la santa caridad”.

Reflexión final En la vida de Madre Catalina el sufrimiento fue una presencia constante, ob-

jetivamente importante, de una densidad innegable. La muerte la tocó de cerca, sobre todo en su temprana orfandad, y numerosas dificultades, hasta llegar a la soledad extrema que enloquece, fueron tejiendo la trama de su vida.

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Impresionan especialmente aquellos sufrimientos que la conmovieron en las fibras más íntimas de su vocación y que la muestran formada según los pen-samientos y el sentir de la Iglesia de su tiempo. ¿Quién no se siente impactado al verla tremendamente despojada en la obediencia a su confesor? ¿Quién no se siente interpelado por su obstinada confianza en el sacerdote que más la humi-lla y mortifica?

Madre Catalina había cultivado una espiritualidad que le daba la certeza del amor de Dios en todas las instancias de la vida, incluso más particularmente en las dolorosas, y que estaba sólidamente construida en la innegociable sumisión a la autoridad del Creador, a quien nada de lo que acontece se le escapa de su querer; en el sentido obediencial de la fe capaz de reconocer al mismo Dios en la persona del sacerdote; en la marcada acentuación del valor del sufrimiento como el camino más meritorio y seguro para llegar a Dios. Estas convicciones lograban proporcionar un marco doctrinal englobante y una firme plataforma para sobrellevar con entereza y amor todas las contradicciones.

En sus escritos, Madre Catalina manifiesta plena adhesión a este bagaje doc-trinal que le proporcionaba la espiritualidad de su época, no obstante, pueden percibirse notas originales. Por ejemplo, resalta el valor del sufrimiento pero se advierte la ausencia de expresiones marcadamente negativas respecto al cuerpo, tan comunes en los capítulos que se ocupan de las mortificaciones exteriores en las obras que ella conocía. En Madre Catalina hay más bien una constante preocupación por resaltar el valor de las mortificaciones interiores de la obe-diencia y la humildad, y una reiterada preocupación por la salud de las herma-nas, por lo que reprende a aquellas que se exceden en las penitencias corporales.

Pero es especialmente en sus opciones donde quiero detenerme y a las que hemos podido asomarnos en este sencillo itinerario por su vida. Madre Catalina es hija de su tiempo y muchas de sus decisiones deben entenderse desde ese contexto. Se coloca en el esquema patriarcal de su cultura y para ella es impen-sable dar un paso sin el aval de su director espiritual. Acepta y hasta prefiere el sufrimiento porque lo asume como camino seguro para unirse a Dios. Para comprenderla tenemos que ubicarnos en su época y abordarla desde esa “ló-gica”, pero también tenemos que ir más allá de su época porque ella misma se animó a vencer esos límites con perseverancia y sorprendente atrevimiento, para llegar a aquel espacio que socialmente no le era concedido pero que garan-tizaba el despliegue pleno de su vocación más profunda.

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Sí, la palabra clave es “vocación”. Supo sentir la “voz” que llama desde lo más profundo, la advirtió desde pequeña, pero no estaban dadas las condicio-nes para llevarla a cabo. Conventos había, pero no que la interpretaran, y en me-dio de esa búsqueda que merecía su tiempo de maduración y clarificación, fue sustraída a una realidad impensada y fuera de todos sus planes: el matrimonio. Sólo desde las concepciones de su época podemos comprenderla y “soportar” su extremo desprendimiento de sus ideales, ensalzados aún más por un sen-tido muy marcado en aquel tiempo de la superioridad de la vida religiosa por sobre la de los seglares. Reconociendo allí el querer de Dios se entregó y amó, sin saber que su deseo más hondo, genuino y jamás silenciado, iba a hacerse realidad en el futuro.

Por eso la otra palabra clave es “deseo”. Aún rodeada y moldeada por una espiritualidad que insistía en la necesidad de negar la propia voluntad y hacer todo lo que repugnase a su naturaleza, se atrevió a desear, a soñar, a pretender, a confiar en un proyecto amurallado por impedimentos que, en la sociedad de su tiempo, eran casi insalvables. Instruida en una espiritualidad que bien podía llevarla a la aceptación resignada de los sufrimientos, no abandonó su ilusión. Si en sus escritos se mostró identificada con esa espiritualidad, en sus luchas por la fundación del Instituto mostró que estaba por encima de ella, enseñán-donos la perdurable lección que ninguna formación es determinante en el ca-mino de la libertad de cada persona.

Aspirar a la vida religiosa siendo ya mayor, viuda y con una salud débil era prácticamente una utopía; con todos esos obstáculos dar curso a la idea de ge-nerar algo nuevo, una locura; persistir en ella a pesar de tantos inconvenientes, sobre todo el descrédito de su director espiritual, un novedoso coraje; seguir adelante apostando a un deseo que bien podía ser un capricho, un engañoso delirio, o una egoísta inclinación de su naturaleza, señal de esperanza contra toda esperanza y una sobrenatural capacidad para sostener lo que se intuye como venido de Dios.

A Madre Catalina se la aprecia desde su época, pero también “a pesar de su época”, porque las herramientas que le proporcionaba una espiritualidad tan insistente en el valor positivo del sufrimiento le sirvieron de motor, de estímulo constante en la lucha, pero esas mismas herramientas, sin la claridad que sólo da la desinteresada búsqueda de la auténtica vocación, podían llevarla a silen-ciar el clamor de sus inquietudes ante tantos frenos que la sociedad de su tiem-

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po le imponían, sobre todo no contar con el respaldo de la figura sacerdotal. Madre Catalina supo, con una “espiritualidad establecida” instaurar lo nue-

vo, lo que le estaba vedado por una sociedad que reducía las alternativas de las mujeres a muy pocas y estandarizadas opciones.

Es fundadora no sólo de un instituto religioso, sino de un camino esperan-zador que invita a todos a la comprometida decisión de ser fieles a nuestras fibras más íntimas, aún en medio de contradicciones, contratiempos e impo-siciones. Desde el testimonio de su vida, desplegada entre la sumisión y el atrevimiento, Madre Catalina sigue hoy estimulándonos en nuestras luchas y búsquedas, y nos recuerda que las dificultades y los imprevistos… no tienen la última palabra.

CATALINA DE MARÍA RODRÍGUEZ

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Por Bibiana FulchieriNació en 1959 en Rio Cuarto, dónde estudió Ciencias de la Comu-

nicación egresando con el título de Técnica en Comunicación por

Imágenes. Desde 1980 se desempeña profesionalmente como fotógrafa

y periodista free-lance, habiendo sido docente de la UNC y varias

instituciones privadas de la ciudad de Córdoba. Su formación se

completa en diversas residencias y seminarios internacionales, el más

significativo fue el realizado con Sebastián Salgado y miembros de la

Agencia “Magnum”. Realizó más de 40 muestras fotográficas en el país

y el extranjero y obtuvo 20 premios en diversos concursos. Fue becaria

del Fondo Nacional de las Artes. Sus fotografías figuran en libros de an-

tología fotográfica y otras temáticas, colecciones particulares y museos.

[email protected]

Cecilia Grierson

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DOCTORA CECILIA GRIERSON (1859-1934)RES NON VERBA (HECHOS NO PALABRAS)

Los dos primeros documentos hallados para este trabajo remiten a su final; uno cuenta su partida de Los Cocos para morir en Buenos Aires:

“Corría el año 1933. Mes de septiembre, hermoso como eran entonces los meses de la primavera en las sierras. Aquel día era especial, inolvidable.

La maestra había recomendado llevar flores, muchas flores para que cada niño tuviera un ramo. Y además, asistir aseados como nunca, peinados, el guardapolvo bien planchado, el calzado lustrado o, en su defecto, alpargatas nuevas…

En ese día, tan especial, teníamos que despedir a la doctora. Sí, la doctora se iba de Los Cocos y nosotros, niños, no podíamos calcular lo que los mayores preveían: tal vez fuera la última vez que despedían a la homenajeada, esa mara-villosa mujer que cuando llegaba lo iluminaba todo. Ningún hombre del pue-blo dejaba de hablar con el mayor respeto de la doctora y ¡sombrero en mano cuando se encontraba con ella en la calle!

Han pasado muchos años. Pero lo que nos emociona en la vida, alegre o triste, no se borra jamás de nuestra mente; y nosotros, los que tuvimos la dicha de despedir y ver por última vez a la gran señora, llevaremos el recuerdo hasta la tumba.

Serían aproximadamente las once de la mañana cuando, ya reunidos los ni-

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ños de los cuatro grados que se enseñaban entonces en la escuela, hicimos una formación insólita: ¡En la calle, de ambos lados y hasta la ruta!

Todos con sendos ramos de flores y las recomendaciones de la maestra: ¡Cuidado cómo tiran las flores! ¡No las tiren como se tiran las piedras, sino así y así… y nos indicaba con ademanes la manera delicada de arrojarlas. Porque el coche que conduciría a la viajera marcharía lentamente y al pasar frente a noso-tros, le tiraríamos las flores.

Y llegó el momento de emoción, inolvidable.Estaba yo lejos, casi al terminar la calle que desemboca en la ruta… Y ya

viene el coche y cientos de manos que se alargan unas tras de otras, arrojan-do con infinita ternura las multicolores flores, las infantiles voces diciendo, ¡adiós!, ¡adiós! Y ya está cerca de mí y la veo, viejita, secándose las lágrimas con el pañuelito blanco y arrojo mis flores y le digo!, ¡adiós!, ¡adiós!, doctora Cecilia Grierson, adiós…”.

El otro documento es un listado exhaustivo, tres páginas de puño y letra, de los trabajos que hizo durante cincuenta años. Un historial que le genera esta amarga reflexión: “Sintiéndome decaer pensé en acogerme a los beneficios de la jubilación ordinaria… Eso sí, nunca me había ocupado de que el puesto fuese rentado o no; de si era Municipal, Provincial o Nacional la repartición en que servía… Según la ley no pudo computárseme sino veintidós años de servicio con sueldos. Había principiado demasiado joven y había trabajado demasiado “ad honorem” y por lo tanto quedaba excluida del amparo que la Nación Argen-tina da a sus servidores… Los hechos todos “ad honorem” me han perjudicado enormemente puesto que en nuestro país no se computan los servicios no re-munerados”.

Las dificultades de Cecilia Grierson alcanzan para mostrar su perfil de pione-ra. Pero en este trabajo subscribiremos la tesis de la investigadora Susana Gar-cía, destacando los logros antes que las abyecciones, de esta self made woman que “con sus faldas profanó el sacrosanto recinto de las ciencias” y de la política: “Por lo general las historias centradas en las precursoras enfatizan en las barre-ras y obstáculos que encontraron esas mujeres, pero, en cambio, ofrecen poca información acerca de las prácticas científicas concretas en las que participaron, los cambios operados en la organización social e institucional del trabajo y los factores -familiares, sociales, económicos, educativos, personales- que permi-tieron la presencia femenina”.

CECILIA GRIERSON

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Res non verba

Enunciaremos sintéticamente una cronología biográfica de quien tenía como lema de “ex libris”:“Res non verba” y según crónicas de la época: “aventó tanto grano a lo largo de toda su vida”.

Nacida en Buenos Aires (22 de noviembre de 1859), antes de los cuatro años aprendió a escribir y a leer en castellano y en inglés; a los12, al quedar huérfana de padre, se empleó como institutriz; con 14 era maestra rural de hecho junto a su madre en Entre Ríos. Fue sobresaliente entre las primeras diez alumnas de la Escuela Normal de Maestras en Buenos Aires, donde fundó, en plena adolescen-cia, la biblioteca El Estímulo Argentino.

En 1878, el Director General de Escuelas Domingo Faustino Sarmiento, le ofreció dar clases en una escuela de varones, pero sus dieciocho años fueron óbice y le asignaron una mixta en una parroquia de San Cristóbal. En 1880 el Estado adeuda nueve meses de sueldo a los maestros y ella era sostén del hogar (madre y cinco hermanos). Esto, y la muerte de Amelia Köenig, su íntima amiga, le despertaron la vocación por la medicina; en 1882 después de aprobar latín y hacer engorrosos trámites entró a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires. En 1885 fue ayudante alumna de Histología Patoló-gica y Micrografía, practicante de vacuna; en 1886, siendo aún estudiante fue una de las principales luchadoras contra la epidemia de cólera en el Hospital Muñiz (esto la convierte en pionera al propiciar el higienismo como cuestión de Estado) y fundó en el Círculo Médico la Primera Escuela de Enfermeras de Sudamérica.

El 1889 se convirtió en la primera médica cirujana del país, la primera en Argentina con la tesis “Histero-ovariotomías en Hospital Rivadavia 1883-89”, que defendió ante el doctor González Catán. En 1892 fundó la Sociedad Argen-tina de Primeros Auxilios y publicó “Primeros auxilios en caso de accidentes y prevención en enfermedades infecciosas” y “Guía de la enfermera”. Instaló su consultorio en el centro de Buenos Aires (accedimos a un aviso donde anuncia-ba que atendía martes, jueves y sábados de 8 a 9 a.m.).

En innumerables citas constan sus servicios gratuitos en obras de caridad. Secretaria del Patronato de la Infancia, inspectora de asilo nocturno, examina-dora de parteras, miembro activo de la Cruz Roja (donde hizo poner sirenas en las ambulancias, que hasta entonces sólo usaban los bomberos), inspectora de

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Madres Desamparadas, vocal y examinadora de la Comisión de Sordomudos. Colabora con las mujeres del Partido Socialista en las luchas para la modifica-ción del Código Civil, educación, sufragio femenino, etc.

Publicó en 1897 el libro “Masaje práctico” (récord de venta editorial: 20.000 ejemplares) a beneficio de la Asociación de Enfermeras y Masajistas que cons-tituyó.

En 1899 representó a Argentina en el Consejo Internacional de Mujeres en Londres, del que fue vicepresidenta y donde se comprometió a crear la filial en Argentina. Así fundó, en 1900, el Consejo Nacional de Mujeres, del que la expul-saron por ´feminista liberal´, propiciadora del laicismo. Presentó al Congreso de la Nación proyecto de leyes sobre: protección a la maternidad (1903); sani-dad y asistencia social (1906); jubilación y magisterio (1907); prevención de la delincuencia juvenil y reeducación (1915); igualdad de derechos civiles para la mujer (1919); descanso dominical (1921); supresión de trabas al trabajo feme-nino y seguro a la maternidad (1922).

De Europa también trajo novedosos tratamientos para ciegos. En 1901 fun-dó la Asociación Obstétrica Nacional (y la Revista de Obstetricia). Logró en 1903 incorporar en la Facultad de Medicina el estudio de la Kinesiología. Estableció un consultorio-escuela psicopedagógica donde introdujo el método hipno-pe-dagógico. Fue profesora de Ciencias en el Liceo de Señoritas y creó las cátedras de Puericultura y Primeros Auxilios.

Éstas fueron algunas de las actividades que realizó, en una Argentina que según explicaba mordaz el periodista Soiza Reilly, le reservaba otro destino a las mujeres: “Si no era muñequita de salón, era sin duda, esclava de la cocina, a veces mártir de la escoba, pero siempre sagrada vestal de fuego para el mate”.

“He sido altamente inmoral”

Un día, en 1910, Cecilia Grierson asistió a la conferencia del profesor Altami-ra, que exponía sobre los riesgos de abusar del trabajo: “Es un error, un atentado contra sí mismo, una inmoralidad, el trabajar con exceso…”. Ante tamaña frase, Grierson retrucó: “Confieso que desde este punto de vista he sido altamente inmoral”.

Las referencias al trabajo serían innumerables en la vida de Cecilia Grierson:

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“Mi vida fue un enorme trabajo”, dijo rotunda en un reportaje a Soiza Reilly para Caras y Caretas, atribulado por la enorme cantidad de instituciones y car-gos que la tuvieron como ´fundante´; era la estrategia de quien aprovechaba la oportunidad en espacios nuevos porque le estaban negados los cargos jerárqui-cos en universidades, hospitales, ministerios. Como explica Susana García en su trabajo sobre las científicas argentina, “aunque se presentaron y apelaron para acceder a adscripciones y acceso como profesoras suplentes en las universida-des, esto les fue denegado hasta la década de 1920... La ´naturaleza femenina´ y cierta división sexual de las tareas operaron como mecanismos no explícitos en la asignación de labores”.

Hubo siempre en el camino de la doctora Grierson un techo de cristal, frente al cual doblegaba esfuerzos y perseveraba con una obstinación casi fanática. Se-gún Loncarica Kohn, el “precio” de su condición por ser: “Pionera como mujer al optar por la carrera médica y pionera como médica al elegir disciplinas no tra-dicionales dentro la medicina”. Aunque fue la primera cirujana, Cecilia Grierson sólo pudo trabajar de ayudanta en una cesárea.

“Yo era el único médico de las alumnas del Instituto Nacional de Sordomu-dos; durante muchos años desempeñé el cargo gratuitamente, porque en el pre-supuesto no había ninguna partida destinada a ese objeto. Por varios años fui la médica de esas pobres muchachas sordomudas sin percibir ni siquiera un centavo”, le explicó al periodista Soiza Reilly, quien no podía entender por qué la médica no se jubiló como cirujana.

¿Pero al fin, el cargo fue incluido en el presupuesto? -repregunta el periodis-ta-. “Naturalmente, sólo que cuando el Gobierno resolvió rentarlo el puesto le fue dado a un colega varón”.

Una frase de Grierson condensa su desazón cuando en 1913 empieza el de-rrotero burocrático por la constancia de sus servicios en el Estado: “Ésta es mi corona fúnebre en vida”.

Resultan paradojales entonces sus declaraciones: “Quiero decir lo que siento y que ello sirva de aliento a las que vendrán después. Las dificultades que he encontrado en mi carrera han sido menos de las que esperaba; sólo palabras de gratitud tengo para mis maestros, mis condiscípulos y amigos; todos y cada uno, manteniendo atenciones delicadas que solo un hermano puede prodigar”.

Atribuyéndose la responsabilidad de tantos avatares: “Muchas de las dificul-tades que tuve que vencer se debieron a defectos de mi carácter. Obré siempre

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con una franqueza absoluta. Fui impaciente e impulsiva; tan exigente con los demás como conmigo misma e independiente, con una mezcla de timidez que, a veces, fue erróneamente interpretada, pues se la consideró orgullo…”.

Residencia en Los Cocos

Con su magra jubilación de maestra, en 1927 se retira a vivir a Los Cocos, sie-rras de Córdoba, adonde veraneaba con su familia en el Hotel Los Quebrachos; lugar que en tiempos de su infancia le había llenado de chicharras el alma.

Decidimos entonces viajar a Los Cocos para recorrer los sitios de los últimos años de la primera médica argentina y segunda de Sudamérica (la primera fue la chilena Eloísa Díaz Insunza, graduada dos años antes).

Digamos que congratula que la avenida principal de Los Cocos se llame ́ Dra. Cecilia Grierson´. El mismo nombre de la Escuela 189, inaugurada en 1924, en una propiedad que donara la doctora, ubicada al lado de su casa.

“Mire, yo le saco todo lo que tengo en el armario y usted revise tranquila, creo que hay cosas muy interesantes, este año quisiera de una vez por todas ha-cer una exposición o un museíto para que todos puedan compartir este tesoro”, nos dijo la directora, Mariana Reyna.

Nos muestra un magnífico óleo con la figura de Grierson peinando canas, que hizo poner en una de las paredes de la escuela. Y su cofia: “Con ésta atendía en un servicio público de urología“, agrega la directora y entusiasmada de mos-trarlo por primera vez, ofrece un cajón lleno de escritos, tarjetas de salutación, cartas del Consejo Nacional de Educación, pedidos de presupuestos para adqui-rir telares, máquinas y diversos enseres con los que instruía a las niñas que iban a la escuela. “Sí, claro -explica- esto lo compraban con dinero de la cooperadora que había fundado la doctora, porque en un anexo de la escuela había creado un centro cultural en donde se enseñaba: dibujo, música (donó su propio piano que está en el Salón de Actos), primeros auxilios, tejido, alfarería, agricultura, deportes, era lo que ella llamaba una Escuela Técnica del Hogar. Aquí está la placa de bronce…”.

Entre los amarillos documentos enternece un talonario de rifas de Grierson de julio de 1930 (con algunos números sin vender) que anunciaba el sorteo de un “Cochecito Tonneau”. También pudimos leer un acta de fundación de la Biblioteca Circulante (obviamente impulsada por la doctora) donde se aclaraba

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que “la Biblioteca Circulante no ofrecerá peligro para la salud de los lectores puesto que continuamente se desinfectará el local y los útiles. Cuota mensual: 0,20 centavos y veraneantes: 1 peso”.

En 2009 se cumplieron 150 años del nacimiento de Cecilia Grierson, 120 del título de médica y 110 de su participación en el Congreso Internacional de Mujeres de Londres. “¡Pero claro! -dijo Mariana Reyna- desde esta escuela es-tamos preparando un proyecto revalorizando la obra de ella. Trabajaremos con los niños de todos los niveles, con los más pequeños induciendo a que se ex-presen gráficamente, otros más grandecitos podrán elaborar investigaciones y recopilar pasajes de su vida y así llegar a un producto final en donde hagamos dramatizaciones con todo lo elaborado, aspirando a poder difundirlo por todos los medios que tengamos a nuestro alcance.

Otra cosa muy necesaria es que, a través de Grierson, implementaremos el estudio del concepto de género y así en cierta manera reivindicamos a la mujer en la historia”.

Casas con alma

Siempre con Mariana Reyna partimos hacia la residencia de los últimos años de Cecilia Grierson. “Este es un coco, tala, chañar, aguaribay -y así enumera las especies que rodean a su escuela, y acota-. ¿Sabe que la única condición que puso Grierson para donar todo esto fue que nunca cortaran los árboles?”

En la casa nos recibió una de sus herederas: la sobrina nieta Cecilia Blan-chard Grierson (una de las cuatro Cecilias de la familia) siente la obligación de ser sincera. Y advierte: “Mire, la verdad es que en mi familia se respeta y se siente orgullo por la doctora Cecilia, pero no se hablaba demasiado de ella, o tal vez si mi madre lo hacía yo no prestaba la suficiente atención, y no creo que a ustedes les interese que repita lo que los libros dicen, ¿no?”.

Lo que los libros dicen a veces tienen dudoso tufillo, como que se travestía para asistir a clases, pero después de ver las múltiples fotografías a las que acce-dimos, llegamos a la conclusión que Grierson jamás hubiera podido disimular sus pechos prominentes y corpulentas redondeces de matrona.

Sí se coincide en que Cecilia Grierson nació un 22 de noviembre de 1859 (hija mayor entre cinco hermanos), en Buenos Aires, pero por cuestiones labo-

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rales de su padre (arrendador de campos), John Parish Grierson, se radicaron primero en Uruguay y después en Entre Ríos por los mismos motivos. Provenía de una familia pionera de inmigrantes irlandeses y escoceses llegados al país en 1825 (posiblemente huyendo de las hambrunas y persecuciones político-religiosas de la corona británica).

Su madre se llamaba Juana Duffy. Era maestra en su campo y junto a la pe-queña Cecilia libraron a muchísimos campesinos y a sus hijos del analfabetis-mo y de oprobiosas enfermedades de la pobreza.

“Dicen que la doctora Cecilia tenía un amor innato por la docencia -acota Cecilia Blanchard-, era siempre maestra en sus juegos; otra cosa que se contaba era que tenía un amor enorme también por la naturaleza y casi nadie sabe que fue una de las primeras colaboradoras de la Asociación Ornitológica del Plata. Todos estos árboles que están aquí viven por ella; una vez vino un jardinero a decirnos que había que sacar los molles para poner ‘árboles finos’, ¡jamás los tocaríamos! ¿Quieren recorrer el lugar? En la casa casi todo está como entonces: “Ella era una muy buena anfitriona, tanto que vivía aquí en ‘El Espinillo’, pero fue haciendo pequeñas casitas: ‘La Chilca’, ‘El Piquillín’ y ‘El Chañar’, para ofrecerles comodidades a sus muchísimos huéspedes: artistas, docentes, médicos, intelec-tuales. Con algunos, como el pintor Botti, también actuaba de mecenas. En los veranos los divertía organizándoles cabalgatas y excursiones por las sierras”.

Llegamos al frente de un galpón y fue inevitable preguntar por el mítico auto de la doctora Grierson (uno de los únicos en Los Cocos, con el cual, trepando las sierras, asistía urgencias). “¡Por supuesto que conservamos el auto! Yo no lo uso, pero mi hermano se pasea con él cuando viene”, cuenta Blanchard. Como quien devela un misterio guardado bajo siete llaves, lo muestra, y ante nues-tro ruego, posa en el parque para las fotos. “Es un Oakland americano modelo 1929 (patente 215) y la verdad es que ella no manejaba, prefería llamar a don Domingo su chofer”, dice con orgullo. Ante el ruido del motor, el casero aparece prestamente. Cecilia Blanchard aprovecha para agradecerle el gesto y decirnos: “Siempre todo esto estuvo extremadamente custodiado con celo, los que pasa-ron tuvieron devoción por la memoria de la doctora”.

Cuando la entrevista se está por terminar, súbitamente la anfitriona dice: “Esperen… tengo algo que les puede interesar mucho”, y vuelve feliz con una caja repleta de álbumes y un cuadro donde se la ve junto a las feministas del cé-lebre Congreso Internacional de Mujeres de 1899. El encuentro se hizo en Lon-

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dres en homenaje a Mary Wollstonecraft, la madre del feminismo, autora en el siglo XVIII del libro La reivindicación de los derechos de la mujer. “Hizo muchas cosas Cecilia Grierson, pero a mí lo que más me emociona es lo que batalló por su género y los temas sociales! Se adelantó cien años a su época!”.

Antes de partir

Paradojas de la vida, eso que Cecilia Grierson llamaba ´malestar y cansan-cio´ era en realidad cáncer de útero, una de las enfermedades que más conocía, ya por ser la temática de su tesis doctoral, ya por trajinar a destajo las salas de mujeres de casi todo hospital porteño. Sabiendo que le quedaba poco tiempo, antes de dejar Los Cocos, organizó cursos de artes y oficios, atendió en domi-cilio a los sin recursos (muchos ´Cecilios´ en Los Cocos y Capilla del Monte lo testimonian), fundó el Club de Fútbol Santa Teresita, fomentó el ahorro escolar regalando libretas con pequeños depósitos, creó una comisión de fomento pro-municipalidad a través de la cual se lograron obras fundamentales en caminos, riegos, electricidad, para beneficio de Los Cocos y la región, desde La Falda hasta Capilla del Monte. Animaba tertulias y daba conferencias en ‘La Loma’, promo-vía la Biblioteca Ambulante y donó la copa de leche a los niños de edad escolar. Siguió relacionada con todas las instituciones que había creado en Buenos Aires como lo muestra su abundante epistolario.

En la primavera de 1933 ya no podía llegar al jardín de ‘El Espinillo’. Su ami-go, el doctor Oscar Copello, le sugirió que volviera a Buenos Aires para aliviar sus dolores.

El 10 de abril de 1934 Cecilia Grierson murió en Capital Federal, adonde fue sepultada junto a los suyos en el Cementerio Británico.

Archivo y tierras prohibidas

La familia Blanchard donó su archivo a la Universidad de San Andrés en Bue-nos Aires. Para acceder al mismo debimos solicitar turno y durante tres días consultamos los documentos y entrevistamos a Silvana Piga, la encargada de clasificarlo. “La donación llegó en tres cajas tipo baúl y sin organización. Lo pri-

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mero que hice fue estudiar su vida y leer absolutamente todo lo legado; des-pués de clasificar uno por uno los papeles organizamos el material en grupos temáticos en nueve cajas: correspondencia, copiador de cartas, certificados de inscripción y matrículas, conferencias, historia laboral-jubilación, biografías y autobiografías, recortes de diarios y revistas, folletos y publicaciones, fotogra-fías, libros, medallas y títulos.

“Lo primero que sentí al estudiar su archivo es que ella tenía noción de pos-teridad y absoluta conciencia de que era un “día D” dentro de la historia. No me resultaron extraños sus incesantes “autopromociones” en manuscrito que enviaba a los diarios, sobre todo porque la mayoría iban al The Standard que era leído por su comunidad, y en la época (1883) era muy común publicar cosas como: “La srta. Cecilia Grierson anuncia que da inicio a sus estudios en la Facul-tad de Medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires”.

“De todos modos, sentí que era un archivo con “limpiado previo” al que le faltaba toda la vida personal, íntima, afectiva, a tal punto que me impresionó todo lo mucho de lo que no hablaba”.

Uno de los hallazgos durante la visita fueron las cartas entre Asunción Ta-borda de Gómez Mayorga (la primera biógrafa de Cecilia Grierson) y Catalina Grierson Blanchard, a quien la escritora enviaba desde México los capítulos de su obra. Los originales eran sometidos a una rigurosa censura que la biógrafa acataba estrictamente. He aquí una de esas cartas:

“…Como el sentimiento amoroso que se presentaba a los veinte años era un ´presentimiento mío´, también lo borré, aunque me gustaría encon-trar algo semejante con que poner esa nota de ternura en un corazón que sabía amar y era valiente para renunciar por deber a ese amor, si las circunstancias se lo pedían. Se dice mucho sobre su “mente masculina”; su indumentaria sencilla; sus amistades femeninas y sobre todo la seve-ridad de su gran talento. Pero es difícil que una mujer de su atractivo, delicadeza, femineidad, no haya sentido el amor, aunque éste la rozara solamente como las alas de los ángeles.“No quité el episodio de su pretendiente de los quince años, porque ha sido radiado.“Nada de lo que he escrito lleva otro fin que el de enaltecer su ilustre fi-gura”.

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Más recientemente, la cineasta Silvina Chagüe, directora de “Tierras prohibi-das” (2008), nos contó:

“Cecilia Grierson es, entre muchísimas otras cosas más importantes, una calle que recorre un barrio cercano a mi casa… Pero ella llamó mi aten-ción, no tengo una explicación para eso. Sabía, como muchos sabemos, que era la primera médica argentina, nada más. Me dieron ganas de investigar con ánimo de comprobar si en su vida había material para contar una historia. Encontré dos o tres biografías rimbombantes, elo-gios póstumos para compensar el extraordinario camino de obstáculos que recorrió, en gran medida sólo y exclusivamente por su condición de mujer, ya que su desempeño era impecable.“Admito que me molestó un poco cuando le descubrí tanto esmero por destacarse, por hacerse conocer. Mandaba sus propias noticias a los diarios, se ´hacía la prensa´, fue construyéndose a sí misma. Para dar relevancia a lo que hacía necesitó darse relevancia, una estrategia inteli-gente que no la salvó de caer en el olvido.“Tenía una mirada maternal hacia la mujer, propia del feminismo de esa época. Las médicas a las que entrevisté me confirmaron que la lucha por encontrar un lugar todavía está vigente, tan vigente que a veces sor-prende. Intenté que “Tierras prohibidas” fuera un contrapunto entre la historia de aquella primera mujer recibida y la de muchas mujeres que como médicas, o enfermeras, trabajan en el sistema de salud.“Una película, como cualquier relato, es una mirada parcial y fragmen-taria. Sólo el espectador/a puede completarla”.Como colofón, dos frases de Grierson que se citan textuales en el filme: ‘Al final lo único que te acompaña es la conciencia”, y “Afuera ni una sola lágrima”.

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Fuentes bibliográficas:

ASUNCIÓN TABOADA, Vida y obra de Cecilia Grierson. Triada. Buenos Aires, 1993.

LILY SOSA DE NEWTON, Diccionario biográfico de mujeres argentinas. Pus Ultra, 1986.

ALFREDO LONCARICA KOHN, Cecilia Grierson, vida y obra de la primera médica Argentina. Stilograf, 1976.

DORA BARRANCOS, Mujeres en la Sociedad Argentina, una historia de cinco siglos. Sudamericana, 2007.

SUSANA GARCÍA, Ni solas ni resignadas. La participación femenina en las actividades científico académicas

de la Argentina en los inicios del Siglo XX. Tesis Postdoctoral. Archivo Histórico La Plata.

MARÍA DEL CARMEN FEIJOO, “Las Luchas Feministas” en Revista Todo es Historia. Número 128. Buenos

Aires, 1978.

J. G. P. La Prensa.1990

ADRIANA ÁLVAREZ, Resignificando los conceptos de la higiene. Universidad Nacional Mar del Plata, 1999.

Archivo de la Universidad de San Andrés.

Archivo Escuela 189 Cecilia Grierson, Los Cocos, marzo 2009.

Web Revista Argentina de Cancerología, 2010.

Web Fundación Cecilia Grierson, 2010.

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Por Mabel Brizuela(1946) Doctora en Letras Modernas. Docente e investigadora de

la Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. Ex Directora del

Seminario de Teatro “Jolie Libois”. Ha publicado libros y artículos

en revistas especializadas sobre teatro iberoamericano contemporá-

neo y también sobre el teatro de Córdoba. Ha recibido los Premios

“Armando Discépolo” a la Investigación Teatral, Fac. Filosofía y

Letras (UBA)  y “Cabeza de Toro” a la trayectoria, Centro Cultural

España Córdoba.

[email protected]

Jolie Libois

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JOLIE LIBOISESCENAS DE LA MEMORIA

El relato de la vida de un artista siempre ilumina zonas oscuras y descono-cidas, no solo de su periplo, o travesía personal, sino de la realidad misma, esa intersección de tiempo y espacio en la que transcurrieron. El teatro, marco, re-gistro y expresión de la vida, la manifiesta, entre rupturas y continuidades, del modo más directo y contundente, mediante una donación total del artista en la escena, donde pone en acción su propia voz, su cuerpo, sus emociones. Dona-ción de todo el bagaje existencial de un sujeto para construir a otros, similares o diferentes, pero nunca iguales.

Vida y teatro son en Jolie Libois (Córdoba, 12 de julio de 1931 - 24 de enero de 1977) una misma pasión, un solo anhelo, una única manera de “ser en el mundo”. La imagen de Jolie fue construyéndose a sí misma desde una voz, que singularizó una década del radioteatro de Córdoba, a una presencia escénica impactante, por otra larga década del teatro cordobés, con proyección nacional, hasta visibilizar su impronta creadora más genuina en la conjunción de compe-tencia y experiencia, de actriz y maestra, de figura y genio.

De los años ‘50 a los ‘70, la radio, el teatro y la televisión de Córdoba -tal vez en su etapa más floreciente- tuvieron en ella la imagen acabada del talento y el talante dramáticos: voz, sugestión, matices, gesto, máscara, apostura, ductilidad,

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garra, presencia, son palabras repetidas en las elogiosas críticas o comentarios a sus trabajos, cuidados hasta el detalle. Y esto basta para construir una perso-nalidad intensa y fulgurante, una artista total, tan brillante como rigurosa. Dan cuenta de ello las citas de la documentación periodística. Sin embargo, detrás de la estrella asoma la maestra, la propulsora incansable, líder y guía de un pro-yecto que sólo ella pudo concretar: el Seminario de Teatro. La obra que la tuvo como autora, protagonista y directora y que hoy la prolonga con su nombre.

La vida de un artista merece ser contada y cuando, además, el arte se proyec-ta en servicio, en testimonio, en magisterio, el relato se transforma en acción, la novela en teatro, puro, incesante, continuo.

Voz

Era un tiempo en que la ciudad no nos parecía tan gigantesca (…) La televisión aún no se había instalado entre nosotros (…) Nosotros tenía-mos la radio. Y a través de ella podíamos (…) penetrar en ese mundo de voces que sabían hacernos cómplices de los estados de ánimo que ellas expresaban. (…) Una de esas voces, la más importante, tenía un nombre que ayudaba a prolongar los juegos misteriosos que se proponían desde la radio: Jolie Libois. A través de su voz, la Libois recreaba para el oyente las más diversas criaturas, para que aquél, transitando el libre camino de su imaginación, las convirtiera en seres de carne y hueso.

Estas palabras iniciaban una entrevista (La Voz del Interior, 20/04/1972: 8) a Jolie Libois, dueña de la voz que rememora la nota. Y, ya por entonces, dueña también de una trayectoria brillante en radio, teatro y televisión, que inicia en LV3 Radio Córdoba, muy joven, a punto de terminar sus estudios secundarios en la Escuela Normal “Alejandro Carbó”, como ella misma cuenta:

Un día decidí ir a la radio (LV3) y les dije que no me gustaba cómo tra-bajaban. Entonces me preguntaron: “¿Usted lo haría mejor?”. Dije que sí, con toda esa audacia e inconsciencia que dan los diecisiete años. Al día siguiente hice una prueba y comencé a trabajar. La certeza de que eso era

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lo que me entusiasmaba surgió después.

Los primeros años de su carrera fueron absorbidos por la radio (Córdoba, julio de 1965), desde 1949, cuando integraba la Compañía de Salvador Patamia. La propia Jolie relata sus comienzos en la década del 50: “Cuando yo empecé a trabajar en la radio lo hice con papeles importantes. Llegó Domingo Remo y encabecé compañía. Pasé al “Radioteatro del Hogar”. En fin, una larga tra-yectoria que me dio una popularidad que yo no buscaba” (La Voz del Interior, 20/04/1972: 8). Por estos años, como era costumbre, los elencos hacían presen-taciones en teatros de la capital y del interior y se la anunciaba, junto a Carlos Castillo, como “la pareja estelar del radioteatro del hogar”.

Tiempo después, ya en LW1 Radio Universidad, fue directora de los radio-teatros y, posteriormente, jefa del departamento de Radioteatro, donde realizó importantes ciclos de teatro unitario con el auspicio del Departamento Cultural (Córdoba, julio de 1965). Era tal su popularidad que llegó a tener su propio Club de Admiradores y, en 1956, recibió el Premio a la Mejor Actriz del Interior. Una foto de Los Principios (3/08/1956), la muestra junto a Amelia Bence y otros ar-tistas, en Buenos Aires, durante la recepción del premio instituido por el Club de Cazadores de Autógrafos del interior del país que, en la misma ocasión, dis-tinguió a Tita Merello como la Mejor Actriz Argentina.

La prensa registra todas sus actividades, día a día aparece alguna nota o apostilla como ésta del diario Meridiano (5/06/1958): “Termina su actuación de junio en LW1 Radio Universidad de Córdoba en horario de las 16 horas Yoli Libois con Tres destinos (…) La sugestiva voz de contralto de Yoli se lució en forma y sus galanes Barbero y Lozano, correctos (…)”. Por entonces, como pue-de verse, su nombre artístico coincidía con el diminutivo de Yolanda (se llama-ba Yolanda Teresa) con el que se la nombraba familiarmente. Más adelante Yoli se convertirá en Jolie, a tono con su apellido afrancesado (al original, Liboi, de origen italiano, le había agregado la s final). La actriz vivía con entusiasmo su fama pero también con la responsabilidad de quien conoce muy bien su tarea:

La concepción de un programa radial exige un profundo estudio de los diversos recursos técnicos que caracterizan a esa actividad. Grandes ac-tores fracasaron en ese intento, sin poder rescatar nada de su experien-cia radial. Además, nunca se debe subestimar al público. Recuerdo que,

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cuando trabajábamos con las adaptaciones sobre la vida de mujeres fa-mosas, como en el caso de “Juana de Arco”, por ejemplo, llegué a recibir de parte del público tantas cartas, como el más famoso de los disc-jockeys de ese entonces (La Voz del Interior, 20/04/1972: 8).

Sin embargo, sus afanes trascendían el mundo artístico y popular del ra-dioteatro en busca de un respaldo laboral y legal para quienes desarrollaban la actividad. Con esa convicción participa en la conformación de la Asociación Cordobesa de Actores con el “objetivo de luchar por los inalienables derechos del trabajador de radio y teatro de nuestro medio, hasta la fecha totalmente des-amparado”, tal como lo consigna la prensa local el 26 de junio de 1958.

En los ’60, Jolie Libois es una de las más destacadas y reconocidas figuras del radioteatro cordobés. La prensa elogia su ciclo que se transmite diariamente por LW1 Radio Universidad -al principio en el horario de las 10.30 (comparte grilla con Oscar Casco / Olga Vilmar a las 14 y Julia Sandoval / Eduardo Rudy a las 16), más adelante, también en el horario de las 16- y considera que Jolie “ha supe-rado la etapa ‘provinciana’ para tomar las características de un espacio radiotea-tral mayor de edad. (…) Se seleccionan cuidadosamente las obras a interpretar. (…) Actualmente Jolie Libois interpreta la versión radiofónica de ‘El Cid’, de la película del mismo nombre, dirigiendo la puesta en micrófono la propia actriz (…) con un calificado elenco encabezado por Fernando Lozano. En LW1 Radio Universidad, a las 16 hs.” (“Platea del Aire”, Diario Córdoba).

A pesar del éxito obtenido, la radio es solo un primer paso en una carrera artística que prometía etapas más relevantes todavía.

Dominio de la escena

El tiempo siguió y la mujer de la voz continuó estudiando y trabajando. Así llegó el teatro. Y después de diversas experiencias, el ingreso a la Co-media Cordobesa (La Voz del Interior, 20/04/1972: 8).

Al teatro llega por 1957 con el protagónico de Del brazo y por la calle, de Ar-mando Moock, con Adolfo Uhart, actor y director del Teatro Independiente Brú-jula, compañía con la que protagonizó otras obras, como Delito en la isla de las

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cabras, de Ugo Betti, en 1959 (Córdoba, julio de 1965). Sin embargo, más allá de estos antecedentes, ella considera que su carrera teatral se inicia con la Comedia Cordobesa, a partir de 1961, cuando realiza el Curso intensivo de verano del Seminario de Arte Dramático, dirigido por la Sra. Adelaida de Castagnino. Entre los participantes estaban, además de Jolie Libois, Azucena Carmona, Graciela Malvit, José Salas, Hugo Espinosa, todos nombres destacados del teatro cordo-bés, con los que se conformaría un nuevo elenco para la Comedia, luego de la renuncia de Eugenio Filipelli, su creador y primer director. El curso tuvo como cierre la puesta en escena de La zapatera prodigiosa de García Lorca, en marzo de 1961. En abril, para el estreno de El trigo es de Dios, con dirección del propio au-tor, Juan Oscar Ponferrada, “los integrantes de la Comedia Cordobesa estudian bajo la dirección, en la parte dramática, de Adelaida Hernández de Castagni-no, en foniatría la Sra Lila de Farias, y en rítmica Lía Sirouyan” (Los Principios, 27/04/1961: 6).

Numancia de Cervantes, en versión de Rafael Alberti, el segundo estreno del año, dirigido por Jorge Petraglia, fue una de las puestas más recordadas y aplau-didas del elenco oficial, con la que se presentan en Buenos Aires, donde la crítica del diario La Nación (19/08/1961: 10) señala la labor de Jolie Libois en el papel de España, “entre las más destacadas”. También en 1961 integra el elenco de El jardín de los cerezos de Chejov, que se repone en 1962, con “las críticas más lauda-torias de los especialistas” (La Voz del Interior, 11/05/1962: 9). Ese mismo año avala por concurso su pertenencia a la Comedia Cordobesa y el Diario Córdoba le otorga el Premio a la Actriz más Popular, “recibiendo menciones honoríficas de otros órganos de prensa” (Córdoba, julio de 1965).

Barranca abajo de Florencio Sánchez, Edipo rey en versión de J. Cocteau, y Antígona de Sófocles, en versión de J. Anouilh, fueron otros de los estrenos de 1962, dirigidos por Jorge Petraglia. La última obra, con el protagónico de Jo-lie, fue la primera presentación de la Comedia Cordobesa en la televisión local (Los Principios, 26/08/1962: 16), que había iniciado sus transmisiones en los comienzos de los 60:

LV80 Canal 10, Televisora Universidad de Córdoba, presentó un ciclo de teatro por vez primera en sus estudios. En esa oportunidad, se dio una versión de “Antígona” de Sófocles, interpretada por Jolie Libois, Leal Rey, Juan Carlos Marlé y Fernando Lozano. La dirección escénica estuvo a

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cargo de Jorge Petraglia, sobre una escenografía especialmente diseñada por Leal Rey. La dirección del programa, cámara, iluminación y en gene-ral el rubro técnico que posibilitó la televisación de Antígona, correspon-dió al personal estable de Canal 10.

Por su parte, el diario Córdoba (“Platea del aire”, 27/08/62) comenta: “La in-terpretación estuvo a cargo de Jolie Libois como Antígona, muy buena actriz, ya dijimos que es uno de los mejores valores de nuestro medio. Tiene una máscara estupenda y fotografía muy bien en TV”. En 1963 cuando Francisco Petrone diri-ge a la Comedia Cordobesa en Un guapo del 900, de S. Eichelbaum, Jolie y Alfredo Duarte interpretan los roles protagónicos de Natividad y Ecuménico López. Al año siguiente, en 1964, la actriz renuncia a la Comedia, y se dedica de lleno a la culminación de sus estudios de la Licenciatura en Letras Modernas, en la Uni-versidad Nacional de Córdoba y funda, con Juan Aznar Campos, el Teatro de Bolsillo. El 13 de agosto de 1965 inician las actividades en el subsuelo de Avda. Colón 350, con esta intención manifiesta, en palabras de la actriz: “Queremos hacer teatro de repertorio, con espectáculos que tengan continuidad” (Córdoba, julio de 1965). El mismo diario, en su edición del 12 de agosto de 1965 anuncia el nuevo proyecto:

“Teatro de Bolsillo” es la concreción del esfuerzo de un grupo de artistas cordobeses que sienten la necesidad de expresarse libremente y cobrará forma definitiva mañana con el estreno de Lo que no sabes de Silvio Gio-vaninetti. Al interés de la obra se suman, como aval artístico, nombres ampliamente conocidos en nuestro medio. Jolie Libois, primera figura de radio, teatro y televisión, encabeza el elenco, acompañada de Igna-cio Méndez Soto e Isidoro Hocsman. La dirección general está a cargo de Juan Aznar Campos, quien de esta manera vuelve al teatro después de una amplia y meritoria labor en nuestro ambiente cultural.

A fines de ese mismo año estrena La mujerzuela respetuosa de J.P. Sartre, obra

con la que cumplirá las 100 funciones, lo que habla de la excelente acogida del público, y también de la crítica (Córdoba, 16/11/1965):

La interpretación de la protagonista de La mujerzuela respetuosa estuvo

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a cargo de la primera actriz Jolie Libois que hace una verdadera creación de su personaje, Lizzy, dándole y dotándole de los matices requeridos. En algunos momentos la pieza es ella. Dominio de la escena, voz, garra. Indudablemente que Jolie Libois es una estupenda actriz. Lo demuestra una vez más.

Promediando los ‘60 vuelve a la televisión con el ciclo “La chica pop” en “Los super domingos” de Canal 10, y continúa con éxito en la radio y en el Teatro de Bolsillo donde cumple doble función los fines de semana con La mujerzuela respe-tuosa de Sartre y La novia, monólogo del autor español Ruiz de la Fuente. Realiza también, por esos años, un ciclo escrito y dirigido por Juan Aznar Campos, “Una mujer en crisis”, capítulos unitarios cada uno titulado con el nombre de una mu-jer. “Platea del Aire” (Diario Córdoba) destaca como lo mejor del ciclo “la actua-ción de Joly Libois con una máscara y un talento dramáticos realmente notables”. Jolie, tiempo después, va a lamentar, en una entrevista, que la televisión “no sea fuente de trabajo para la gente de Córdoba”.

En marzo de 1967 regresa a la Comedia Cordobesa, tras un nuevo concurso en el que obtiene la más alta calificación entre las actrices, y comienza a transi-tar la que creemos su etapa más brillante con el reconocimiento unánime de crítica y público, avalado y legitimado por importantes premios. Ese año integra el elenco de Esta noche se improvisa de Pirandello, dirigida por Jorge Petraglia y Las de Barranco de Gregorio de Laferrere, con dirección de Santángelo. Al año siguiente, 1968, su interpretación en Corazón de Tango de Juan Carlos Ghiano, con dirección de Lisandro Selva, le valió el Premio Trinidad Guevara a la Mejor Actriz.

En La Loca de Chaillot de Girardoux, dirigida por Santángelo, en 1969, hizo “un trabajo para recordar (con) una presencia escénica increíble” (Eddy Ca-rranza, 2009) que Luis Mazas (Córdoba, 2/09/1969), destaca: “Por fortuna, Jolie Libois logra, mediante su apostura de actriz, matices conmovedores, más allá del texto. Voz, ademanes, expresión, nos colocan ante uno de los trabajos más logrados por esta intérprete”.

En 1970, el Diario Córdoba le concede el Premio a la Mejor Actriz por su composición actoral en Así es la vida de Malfatti y de las Llanderas, la segunda puesta de Santángelo, en 1969. El jurado (integrado por Luis Mazas, el Arq. Ro-dolfo Gallardo y el Prof. Alberto Díaz Bagú) destacó “su total compenetración a

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través de un personaje que pone de relieve excepcionales y sutiles condiciones interpretativas y una ductilidad notable dentro del panorama escénico del país” (Córdoba, 3/04/1970: 7). A propósito de esta obra rescatamos una anécdota de Kantuka Fernández (2010): de gira por el interior de la provincia, Kantuka debió “hacer un toro”, como se dice en la jerga teatral a un reemplazo inesperado. En una escena del tercer acto, una de las hijas regresa a la casa paterna, después de larga ausencia, camina en silencio alrededor de la mesa familiar (signo rele-vante de la obra) y luego dice: “Qué cambiado que está todo”. Los nervios del momento traicionaron a la actriz con una laguna que Jolie advierte en escena y, en segundos, improvisa el pie de texto: “¿Cómo encontrás todo, Totita?”. Lo que puede parecer uno de tantos relatos del rico anecdotario teatral, destaca la calidad humana y artística de Jolie Libois, quien no solo ayuda a su compañera a salir del paso, sino que lo hace en el tono y el gesto justos para no romper el clima de la escena. No sólo da el pie para seguir adelante con el texto, sino que no permite quebrar una atmósfera, lo que habla de su entrega total en escena.

El teatro es, sobre todo, labor de equipo, y una representación se enriquece con el aporte de todos. Esto lo sabía muy bien Jolie que, más allá de su lucida trayectoria, se sentía una pieza más del engranaje escénico, cualquiera sea el papel que le tocara en suerte. Ella misma lo comenta a propósito de un papel se-cundario en Los Mirasoles de Sánchez Gardel (La Voz del Interior, 20/04/1972: 8):

“En Los Mirasoles, por ejemplo, volviendo a aquello de los papeles prota-gónicos, hacía un personaje que decía dos palabras. Yo una vez me dije que, con tal de hacer teatro, no me importaba que tuviese que barrer el piso. En ese aspecto, Los Mirasoles fue una prueba y la pasé”.

Estamos, sin dudas, en su etapa de plenitud escénica. En dos años, ha lo-grado los premios más importantes que se conceden a la actividad teatral de Córdoba en el rubro Mejor Actriz: el Trinidad Guevara de los SRT de la Universi-dad Nacional de Córdoba y el Diario Córdoba. La crítica celebra cada una de sus apariciones en escena como la más lograda de su carrera, y la excelencia actoral de Jolie continúa en ascenso.

Cuando protagoniza Narcisa Garay, mujer para llorar, de Juan Carlos Ghia-no, en abril de 1970, dirigida por Cristóbal Arnold, el aplauso es unánime. Para Luis Mazas (Córdoba, 14/04/1970) “Jolie Libois, una Narcisa vital, comprometi-

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da, orgullosa, obsesiva, tierna, cruel, permite a la actriz recorrer gamas diversas logrando una ajustadísima composición, trabajada hasta el detalle”, en tanto Los Principios (21/4/1970) apunta: “Tal vez convenga puntualizar el elogio en quien dio altitud a Narcisa, la actriz Jolie Libois, que logró uno de los mejores trabajos de su carrera artística, una composición de apasionada línea, impreg-nada de orgullosos arranques y de ramalazos trágicamente grotescos”. También fue muy celebrada su composición de Mari Gaila en Divinas Palabras, de Valle Inclán, dirigida por Juan Aznar Campos, en una puesta inolvidable en el patio del Colegio Monserrat. En julio de 1974 José Luis Michelotti dirige al cuerpo oficial en Bodas de Sangre, de Federico García Lorca y el director (2009) destaca “el protagonismo de Jolie Libois, en el personaje de la madre quien, además de su talento, puso lo mejor de sí para concretar este proyecto”. Otro rasgo de su compromiso escénico total, no solo con su personaje sino con todo lo que involucra una puesta en escena.

En 1975 regresa Jorge Petraglia como director de la Comedia Cordobesa con Seis personajes en busca de autor de Pirandello, obra que alcanza un alto nivel en la composición actoral y escénica del elenco (La Voz del Interior, 5/8/1975: 11), con un elogio particular para Jolie en la que sería su última presentación con la Comedia Cordobesa: “Tanto los encargados de protagonizar a los personajes de la comedia por hacer, como los intérpretes de los integrantes de la compañía teatral cumplen lograda y armoniosa labor. Jolie Libois en una hijastra que, sin lugar a dudas contaría con la aprobación del propio Pirandello”.

Jolie Libois tuvo una brillante carrera artística por mérito propio y pudo al-canzar fama nacional si hubiese atendido a los requerimientos de Buenos Aires, que fueron muchos. Sin embargo, se mantuvo en su lugar, convencida de que, en Córdoba, debía cumplir su misión (La Voz del Interior, 20/04/1972: 8):

(…) pienso que mi lugar está acá. Es absurdo pensar en Buenos Aires sólo en términos de fama y dinero. Debemos completar la tarea que desarro-llamos en nuestro medio. Yo elegí éste. Si bien fui primera actriz en Radio Argentina, salí en Radiolandia y tuve importantes ofrecimientos para quedarme, esa no era mi meta. Nunca lo fue, desde el principio.

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Completar la tarea

En la década del ‘50 varios intentos por crear en Córdoba un seminario de teatro orientado hacia la formación de actores, fueron interrumpidos por cues-tiones políticas o problemas presupuestarios. Promediando los ‘60, Jolie Libois hace suyo el proyecto y se dispone a consolidarlo, multiplicando acciones y gestiones que la tuvieron por afanosa y constante propulsora. Era, ya por en-tonces, una estrella del firmamento artístico cordobés, transitaba el momento más fulgurante de su carrera, pero su mirada estaba puesta en otro sitio: dotar a Córdoba de una escuela de teatro que, a su vez, sirva de semillero para nutrir el elenco de la Comedia Cordobesa. Se encarga de todo, sin dejar un solo flanco vacío. Lleva adelante los trámites administrativos y burocráticos y pone en mar-cha la actividad docente, en marzo de 1968, con un Curso de Iniciación Teatral que dicta para cumplir con “una etapa en la formación de técnicos teatrales”, además de “planificar y facilitar la creación de la Escuela de Arte Escénico de la Dirección General de Cultura de la Provincia” (La Voz del Interior, 9/10/1968).

El 14 de noviembre, a propósito de una lectura de Doña Rosita la soltera de García Lorca, por parte de los alumnos, la prensa comenta: “dirige este curso una actriz de larga y prestigiosa trayectoria, Jolie Libois, primera figura de la Comedia Cordobesa y que ahora, por medio de la docencia se integra a los que recién se inician en esta actividad”. El curso, exitoso, finaliza con la presentación (29 de noviembre de 1968, en la Sala Luis de Tejeda), de Un sombrero lleno de llu-via, comedia en tres actos de Michael Gazzo, dirigida por Jolie. Convoca a docen-tes de reconocida trayectoria en cada área, como los profesores Ernesto Heredia (Pantomima), Beatriz Salazar (Expresión Corporal), Alicia Maggi (Foniatría), en-tre otros, y diseña un plan de estudios orientado a la formación actoral integral del actor (voz, cuerpo, actuación). Busca el espacio adecuado para el funciona-miento del Seminario en el ámbito del entonces Teatro Rivera Indarte. Aún se conserva una nota manuscrita de Jolie a Sara Burgos, Secretaria General de la Dirección de Actividades Artísticas, con este pedido: “Sarita, hay un lugar en la terraza que no ocupa nadie, es amplio y tranquilo. Ahí podría funcionar muy bien el seminario. ¡Decime que sí! Jolie”. Al pie, el sí subrayado de Sara Burgos la habilita para ocupar el lugar que luego se transformaría en la improvisada aula taller, en la terraza del teatro, a la que, por su forma rectangular, se le decía “el tranvía”, dispuesta para las asignaturas técnicas. Llama a inscripciones en fe-

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brero de 1969 y las clases comienzan en junio en los amplios pasillos del cuarto piso del Teatro Rivera Indarte (que, por su forma redondeada, se denominaban “panzas”), donde una pequeña habitación servía de dirección y secretaría.

No olvida los objetivos de creación del seminario como “semillero” de la Co-media Cordobesa y, ese mismo año, los alumnos participan de la puesta de La loca de Chaillot, de Giraudoux (La Voz del Interior, 13/9/1969: 1): “El elenco de la Comedia cuenta con el aporte de conocidas figuras de la escena local, colabo-rando además en esta ocasión, alumnos del “Seminario de Arte Dramático de la Dirección de Cultura Artística de la Provincia”, denominación ésta con la que se conoce oficialmente al seminario. A fines de 1969, en una nota sobre la “intensa actividad artística” del Teatro Rivera Indarte, el diario Córdoba (19/12/1969: 7) comenta:

En otro lugar del teatro, un grupo bullicioso de jóvenes, rodea a Jolie Libois, la actriz cordobesa que, a sus actividades interpretativas, une la tarea docente. Son alrededor de setenta alumnos los que integran el Se-minario de Arte Dramático que actualmente dirige, y que escuchan con atención las indicaciones de “su profesora” que ha reunido a través del tiempo el talento con la experiencia.

Meses después, La Voz del Interior (21/3/1970: 15) anuncia la iniciación del curso 1970:

Con un sencillo acto que se llevó a cabo en la sala Luis de Tejeda, se ini-ciaron las actividades del presente año del Seminario de Arte Dramático, dependiente de la Dirección General de Cultura Artística de la Provin-cia. Hablaron en la oportunidad, el profesor Juan Luis Hogan, director general de Cultura Artística de la Provincia y la profesora Jolie Libois, directora de dicho Seminario. Asistieron alumnos y público en general.

Como vemos, la prensa acompañó el crecimiento del Seminario, en con-vocatoria y nivel, informando sobre las distintas actividades, en particular los Trabajos Prácticos. En todos los casos se lo menciona unido sustancialmente al nombre de la actriz y directora. El Seminario es Jolie y, tras ella, con ella, un cuerpo docente de excelencia integrado por Juan Aznar Campos y Mario Mez-

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zacapo quienes, junto a Jolie, impartían Práctica Escénica, Mady Dietry (Práctica Coral), Carlota Beitía y Rafael Reyeros (Escenografía), Carlos Heredia (Ilumina-ción), Juan Carlos Gianuzzi (Maquillaje), N. Cena (Gimnasia Rítmica Expresiva), R. Jaime Cortés (Pedagogía), entre otros. El plan de estudios, de cuatro años de duración, giraba en torno a un eje central conformado por Práctica Escénica, Ex-presión Corporal y Foniatría y Dicción, con otras asignaturas teóricas (Historia del Teatro) y técnicas (Escenografía y Vestuario, Maquillaje, Iluminación) que complementaban y completaban la formación actoral integral e interdisciplina-ria. Cuando el Seminario transitaba su cuarto año, el diario Córdoba (3/07/1972) titula “El Seminario de Teatro. Proyección de una tarea” esta nota que sirve de síntesis del camino recorrido hasta entonces:

La proyección de una tarea se mide, habitualmente, por sus resultados. Cuando aquella tiene que ver con la vida cultural de una comunidad, la responsabilidad es mucho mayor. De allí que sean importantes, posi-tivas, las tareas que se cumplen en el Seminario de Teatro del Departa-mento de Arte Dramático de la Dirección de Actividades Artísticas. Desde hace varios años, casi sin trascender a la opinión pública, allí se trabaja, se investiga, se transita un empirismo fundamental: acceder a las posibi-lidades del teatro, bucear en su realidad y contorno. Dirige el Seminario una actriz de vasta y fecunda trayectoria en Córdoba, Jolie Libois. (…) El último fin de semana, los estudiantes del Seminario -de IV año con algunos de otros cursos- ofrecieron en público un trabajo práctico. En el mismo se desglosaron escenas de “La Mandrágora” de Nicolás Maquia-velo. (…) Menester es decir que, en líneas generales, la interpretación de los personajes de “La Mandrágora” demostraron que quienes participan del seminario de Arte Dramático han recibido las armas necesarias para acceder a tareas de magnitud. Si este trabajo práctico puede tomarse como la resultante de la labor, la misma es absolutamente positiva. Al menos se proyecta hacia el futuro de nuestro teatro tan necesitado de gente nueva, con inquietudes, pero que avalen éstas con el aprendizaje, la investigación y el trabajo.

El acto de entrega de certificados a la primera promoción del Seminario se realizó en el Foyer del Teatro Rivera Indarte, en el Día Mundial del Teatro, el 27

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de marzo de 1973. La nota de prensa informaba que presidió el acto la Directora de Actividades Artísticas de la Provincia, Sra. de Rezzano, junto a “quien es, en verdad, la capacitada y entusiasta propulsora de ese Seminario y su actual con-ductora, la actriz Jolie Libois”.

Con el tiempo, el elenco de profesores fue creciendo, y se agregaron Eddy Carranza (Práctica Escénica), Nelly Astori, egresada de la primera promoción (Maquillaje), Francisco Sarmiento (Iluminación), Alfredo Fidani (Práctica Escé-nica), Aldo Reda (Historia del Teatro Universal) y Mabel Brizuela (Historia del Teatro Argentino y Análisis de Texto), entre otros.

Jolie Libois condujo el Seminario hasta 1976, cuando la enfermedad minaba sus fuerzas físicas, pero no su energía y voluntad. En el acto de fin de año se despidió aquella tarde de diciembre de 1976 con un “Hasta el año que viene, si el Señor no se distrae”. Se fue de gira el 24 de enero de 1977.

El Seminario que ahora se nombra con su nombre, recibió en herencia su decidida impronta y, al cabo de 40 años, no interrumpió su tarea, más allá de los obstáculos que aparecieron en el camino, de los anuncios de cierre y de un recorrido itinerante y hasta errático por falta de espacio propio. Salió fortaleci-do siempre hasta legitimar su presencia en el campo de la formación actoral en Córdoba. Desde 1995 funciona en el primer piso del Teatro Real y, hasta hoy, cumple con el viejo mandato de nutrir los cuerpos artísticos de la provincia (Comedia Cordobesa, Comedia Infanto Juvenil y Teatro de Títeres) y también, los elencos de tantos grupos independientes, muchos de ellos surgidos de sus aulas.

Para todos los que pasaron, y pasarán, por el Seminario de Teatro Jolie Li-bois, el impulso, el ánimo y el aliento de la actriz fundadora resisten el paso del tiempo y continúan vivos y fértiles, como este consejo suyo a los jóvenes:

Les diría que realicen su propia experiencia, tratando de ser muy hones-tos y auténticos consigo mismos. (La Voz del Interior, 20/04/1972: 8).

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Bibliografía y fuentes

BRIZUELA, M. (2007) “Seminario de Teatro Jolie Libois” en Teatro Real. 80 Años. Córdoba, Romero

Victorica.

BRIZUELA, M. (2009) Una Comedia en cinco actos. Córdoba, Teatro Real.

Diarios Córdoba, La Voz del Interior, Los Principios, Meridiano. Archivo familiar

María Teresa Galdi Liboi.

Entrevistas (2009) Beatriz Angelotti, (2010) Kantuka Fernández.

Programas de mano. Archivo familiar. María Teresa Galdi Liboi.

Nota: Debido a que se ha trabajado con recortes de material periodístico que, en algunos casos, no cuen-

tan con datos precisos de fecha y página, por consiguiente las citas de esos documentos periodísticos

en el presente trabajo no consignan esas referencias.

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Por Ana Mónica González FasaniLicenciada y profesora en Historia por la Universidad Nacional del

Sur, Bahía Blanca. Obtuvo el grado de magister en Historia Colonial

por la Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Actualmente se

desempeña como docente investigador en Bahía Blanca. Su tema de

interés y estudio es la religiosidad conventual femenina.

[email protected]

Leonor de Tejeda

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PIEDAD Y VELOS EN CÓRDOBA DEL TUCUMÁN A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVII: EL EJEMPLO DE LEONOR DE TEJEDA

Córdoba del Tucumán, la ciudad amada por su fundador, Jerónimo Luis de Cabrera, y también la favorita de muchos, se fundó el 6 de julio de 1573 al servi-cio de Dios, la Corona —en cuyo nombre se realizaban todas las hazañas—, y en beneficio de los españoles. Justamente allí, en esas tierras de azuladas serranías, es donde nace doña Leonor de Tejeda.

Corteja a la ciudad un río “que los indios llaman de Suquía y el dicho señor Gobernador le ha nombrado de San Juan por llegar a él en su día”, y cercana a la misma hay multitud de sierras en donde habitaban una serie de “provin-cias” indígenas identificadas como los tabas, escaloñitas y amanaes, entre otros, nombres hoy extraños que dejan una vaga nostalgia de cosas perdidas que nos pertenecen.

Ciudad activa, de campanarios y guitarras, de sierras con olor a yuyos, de no-ches claras y cielos estrellados, fue la ruta obligada entre los dos polos económi-cos: Potosí y Buenos Aires. Sus primeros habitantes formaron parte de la hueste que acompañó al entonces corregidor de Potosí, Jerónimo Luis de Cabrera.

Primeramente, hay que entender lo que suponía llevar a cabo este tipo de emprendimientos ya que, luego de ser designado por el rey o el virrey, la or-ganización de la empresa quedaba librada a la iniciativa de los capitanes, a sus

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cualidades y al accionar de su hueste, de la misma manera que el costo recaía en su peculio y en el de aquellos que deseaban participar.

En segundo lugar, hay que resaltar el carácter voluntario y abierto de la hues-te. Cada hombre que se incorporaba se convertía de hecho en socio del capitán y de sus compañeros, a pérdidas y ganancias.

En las huestes se encontraban pocos españoles peninsulares; los soldados eran mayormente militares provenientes del Perú y de Chile, españoles ya “in-dianos” muchos de ellos, con una larga y fecunda residencia en América. A estos se les sumaban los criollos, mestizos, indios aliados y negros esclavos o libertos.

Frente a esta heterogénea humanidad, la autoridad de su capitán descansa-ba en el prestigio que hubiera adquirido y en la confianza que infundía en sus subordinados. En el caso que nos ocupa —don Jerónimo de Cabrera— quien fuera nombrado por el virrey Toledo “Gobernador, Capitán General y Justicia Mayor de todas las dichas provincias del Tucumán, Juríes y Diaguitas”, era hom-bre conocido por planificar bien su empresa. Por lo demás, reunía a una buena cantidad de veteranos de la conquista en general, y del Tucumán en particular.

A principios de 1574, los indígenas fueron trasladados a varias leguas de distancia y el sitio destinado para emplazar a la población finalmente pudo ser ocupado. Cabrera mandó entonces a don Hernán Mejía Mirabal en busca de su esposa, doña Luisa Martel de los Ríos, una “criolla de esclarecidos linajes”; ejemplo seguido por otros pobladores, quienes enviaron por las suyas a Santia-go, Talavera, San Miguel de Tucumán, o el Alto Perú.

Poco a poco, la ciudad comenzó a tomar forma. De la traza de 70 manzanas, una fue reservada para plaza, una para edificios públicos –iglesia y cabildo–, una para convento de monjas, una para el hospital y dos para mesones y propios de la ciudad. Es decir, quedaron 59 manzanas que se dividieron en 236 solares, los que fueron repartidos entre los vecinos.

Luque Colombres, en su minuciosa obra sobre la propiedad urbana en los siglos XVI y XVII, detalla el nombre de los pobladores y las manzanas en que se afincaron. De particular interés para nuestro estudio resulta el dato de que don Tristán de Tejeda recibió un cuarto de la manzana contigua al Cabildo y la Iglesia Mayor.

Tristán de Tejeda, sobrino nieto de Teresa de Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Jesús, había nacido en Castilla la Vieja, en la ciudad de Deza y, apenas cumplidos los dieciocho años, se trasladó a las Indias. Participó en

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varias expediciones para, finalmente, asistir a la fundación de Córdoba. Enco-mendero de Soto, dueño de las estancias de Guamacha, Anisacate y Soto, con obraje de paños, y de chacras, cuadras y solares, ejerció a la vez todos los cargos que en esa época implicaban funciones públicas: regidor, alcalde, tesorero de la Real Hacienda y teniente de gobernador.

Tan importante trayectoria militar y civil fue acompañada con un casamien-to acomodado, ya que contrajo nupcias con doña Leonor Mejía Mirabal, hija de Hernán Mejía Mirabal, noble hidalgo y fundador, y de María, india juri. Así se fueron tejiendo las redes familiares, fundadas en estrategias matrimoniales que sustentaban importantes relaciones económicas y se proyectaban en un fuerte poder político. De esta unión nacieron varios hijos e hijas: Leonor, Juan, María, Tristán, Sebastián, Hernando y Clara.

La casa debió ser grande, como toda casa de conquistador en una ciudad que comenzaba a ser próspera. Hay constancia de que hacia 1610 Córdoba contaba con casas de ladrillo, diques y acequias. Poseía tres molinos hidráulicos y harina suficiente para exportar a Brasil. De los obrajes indígenas salían sobrecamas, alpargatas, mantas, sábanas, medias, pabilos para velas, etc. que surtían a Santa Fe y Buenos Aires.

Junto al comercio comienza a dibujarse la vida religiosa y cultural de la ciu-dad. Instalada desde 1575, la orden franciscana conservaba el entusiasmo mi-sionero y carismático de su fundador. A poco de llegar establecieron el conven-to de San Jorge, con una pequeña y modesta capilla, hasta que años después levantaron la ermita dedicada a los santos Tiburcio y Valeriano, a quienes los vecinos decidieron peticionar para que protegieran a la ciudad de las plagas que permanentemente arruinaban las sementeras. Con el tiempo, fueron llegando otras órdenes regulares. Mercedarios y dominicos lo hacen tempranamente; fi-nalmente, cerrando el siglo, arribó la Compañía de Jesús. Las órdenes tenían como finalidad ocuparse de la catequización de los naturales, aunque también realizaban tareas de atención espiritual, educativas y asistenciales en la pobla-ción hispano-criolla.

A fin de preparar sacerdotes que se ocuparan de las necesidades espiritua-les, por iniciativa del obispo Trejo y Sanabria y bajo la dirección de los jesuitas, se fundó un seminario conciliar con el nombre de Colegio Convictorio de San Francisco Javier. A instancias del mismo obispo se erige en 1615 la Universidad, y en ella se hizo sentir con mucha fuerza la influencia jesuita.

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Sin embargo, no debe perderse de vista que Córdoba no dejaba de ser para ese entonces una ciudad de frontera y en formación, en la que la jerarquía alcan-zada y la prepotencia imponían las condiciones; asimismo, las armas ejercían su influencia en todos los sectores sociales. Era una sociedad violenta, apenas contenida por el Estado, la Iglesia y los sectores más influyentes, aunque estos últimos también estaban imbuidos por aquélla.

Reyertas y pendencias se encontraban a la orden del día. Un ejemplo de ello: en 1608 Tristán de Tejeda y Alonso de la Cámara se obligan a pagar 10.000 pesos de fianza por la libertad de Pedro Luis de Cabrera, que estaba preso por haber herido a Diego Rodríguez de Ruesgas.

Así, dada la situación, era imperiosa la necesidad de un clero que instruyese y encaminase las conciencias. La llegada de los jesuitas a la ciudad y la posterior fundación, en 1604, de la Provincia religiosa —que abarcaba Chile, el Tucumán, Paraguay y el Río de la Plata— significó el inicio de una campaña de morali-zación social que apuntó a la reforma espiritual y al disciplinamiento de los grupos dirigentes de la sociedad local. El padre Diego de Torres en una carta en 1609 registró lo siguiente: “En lo referente a las señoras, es de observar que casi todas se confiesan con los nuestros […] Al principio hubo poco entusiasmo por la confesión: el confesarse al año dos o tres veces era mucho, y sólo Dios sabe qué clase de confesiones eran ésas. Pero después del establecimiento definitivo de la Compañía comenzó a mejorarse en la frecuencia de los santos sacramen-tos, tanto que muchas personas de la alta sociedad ya se distinguen por su afán de confesarse, las unas dos veces al mes, otras cada ocho días”. El mismo padre Torres dijo sobre las mujeres que “casi todas aquéllas que acuden a nuestras iglesias y tienen trato con nuestros padres como directores espirituales, tratan como empleadas a las criadas indias que tienen para el servicio doméstico y no como antes, a manera de esclavas. Les hablan con respeto […] poniendo las mismas dueñas manos a la obra para satisfacerlas así por los anteriores mal-tratamientos. Las grandes señoras parecen trocadas en criadas de sus criadas”.

Los jesuitas del Tucumán tuvieron un gran interés en la fundación y forma-ción de un monasterio de monjas para las hijas de los conquistadores. De he-cho, hacia 1607 habían proyectado una primera fundación con monjas traídas de Chile.

Seguramente, muchas villas de una entidad determinada y/o aquellas loca-lidades cuyas oligarquías habían ido creciendo en poder y notoriedad, acaricia-

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ron en algún momento de su historia el poder albergar en sus términos algún convento. Es innegable que la presencia conventual aportaba prestigio y repu-tación a las ciudades. Además, las familias capitulares que ejercían el patronato sobre el convento se apropiaban de alguno de los espacios sagrados de la iglesia conventual, el que podía ser destinado directamente para el beneficio particular de la familia. Por ejemplo, la escritura fundacional podía determinar que los patronos, sus mujeres e hijos, fuesen enterrados en la capilla del convento. Asi-mismo, podía dársele cualquier otro destino y uso, al servicio también de la cimentación de la posición sociopolítica de los integrantes del gobierno local y de su entorno relacional.

En noviembre de ese mismo año de 1609, el capitán Luis de Abreu de Albor-noz manifestó que su hermana, doña Jerónima de Abreu, viuda de Gaspar Díaz Caballero, con la anuencia del obispo y el apoyo de su hijo Pedro Arballo de Bus-tamante, había resuelto fundar en Córdoba un monasterio de monjas profesas bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción, o de Santa Clara, para lo cual donó 6.010 pesos en distintos bienes muebles e inmuebles a entregar una vez que dicho monasterio se hubiese fundado y su hermana tomara el hábito como religiosa. Es por ello que solicitó al cabildo el correspondiente permiso y, a la vez, que este ejerciera el patronazgo de dicho convento, lo que implicaría el apoyo económico en el logro de las limosnas entre los vecinos. El ayuntamiento de Córdoba no dudó un instante en otorgar el permiso y se mostró en todo de acuerdo con la solicitud.

Se llamó a cabildo abierto para presentar el proyecto. En esa ocasión se de-terminó que el mejor lugar sería la casa donde vivía Juan Bernal de Mercado, solar que había sido de Bartolomé García, “por estar en medio de la ciudad y ser la parte más conveniente así para el amparo y abrigo de las religiosas […] como por la comodidad de los habitantes de aquel barrio de donde están distantes los demás conventos”. Sin embargo, la propuesta quedó sin efecto. Abría que aguardar tan solo unos pocos años para que el anhelo se hiciera realidad.

Entre las señoras acaudaladas que acudían a confesarse en la Compañía con el padre Darío, se encontraba Leonor de Tejeda. La joven, que había nacido en Tucumán, acababa de casarse con el general Manuel de Fonseca Contreras, ve-cino encomendero, natural de Torreiglesia, Segovia. Se trataba de un hombre acaudalado, caritativo, de reputación y prestigio, que había sido alcalde ordina-rio de la ciudad en los años 1602 y 1611. De él dice el padre Lozano en su His-

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toria del Paraguay: “Era Fonseca sujeto muy hacendado, de subidos méritos en la conquista y de los principales de esta república, donde obtuvo los primeros honores que caían muy bien sobre su nobleza, porte cristiano y prendas natu-rales”. Dueño de muchos bienes y de una nutrida biblioteca, había heredado en Torreiglesia importantes fincas de su abuela doña Beatriz de Mercado.

La dote de Leonor también había sido atrayente: “doce mil pesos de plata corriente de a ocho reales el peso, en ajuar, plata labrada, preseas y monedas”, según consta en la documentación de 1598. La vivienda construida por don Ma-nuel Fonseca abarcaba una manzana completa, estaba cercada por tres tapias en alto y era de “muy buenos edificios altos y bajos, cubiertos de teja, de las mejo-res viviendas de la ciudad, primera agua de la acequia principal; y los tres solares restantes de muy buena huerta, abundante de todas frutas, con un pedazo de viña en ellas, todo lo cual, a menos precio vale siete mil pesos”, según cita Luque Colombres en el trabajo mencionado. Se cuenta que el matrimonio era muy piadoso. En su casa “tenía un oratorio con su altar y frontal alhajado con una imagen de Nuestra Señora, de Santa Catalina de Siena y del Niño Jesús al óleo; un retablo pequeño de Nuestra Señora, también al óleo, otro de Nuestra Señora del Rosario, un Cristo crucificado al óleo, dos cruces de reliquias, un Agnus Dei, una cruz de oro y cuatro sortijas”.

Las habitaciones principales estaban adornadas con “una tapicería de Flan-des, que son cuatro paños de corte, una colgadura de tafetán en nueve piezas, una cama dorada en pabellón de la India, manga de tela y cortinas de tafetán morado guarnecido de seda, un escritorio de Alemania con su peana, seis coji-nes de terciopelo de China de colores y dos alfombras, etc.”.

El matrimonio Fonseca comenzó a meditar la idea de fundar un monasterio para hijas y nietas de conquistadores. Leonor, que no tenía hijos propios puesto que su único hijo había muerto a los dos años de edad, ya había abierto su hogar para la educación de niñas en Córdoba. En la crónica manuscrita del monasterio puede leerse que “era la maestra que las enseñaba, y ellas las discípulas que aprendían, y todas se ejercitaban en virtudes cristianas”, con notable “ejemplo de la ciudad”. A su vez, Fonseca se dedicó a construir un espacioso edificio que pudiera servir como convento. A quienes le preguntaban la razón, con insupe-rable lógica respondía estar “edificando un convento para mi mujer”. La larga enfermedad que afectó y mermó las fuerzas de su marido, así como los conse-jos del provincial de los jesuitas, el padre Diego de Torres Bollo, motivaron que

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doña Leonor, inmediatamente después de la muerte de su esposo —acontecida el 22 de diciembre de 1612— pidiera la ayuda del obispo Hernando de Trejo y Sanabria para fundar un convento de hermanas de la Orden Dominica. Trejo y Sanabria fue a Córdoba y con entusiasmo aprobó el proyecto. Sin pérdida de tiempo se construyó la iglesia conventual y se acondicionó la casa.

Con la anuencia del cabildo local, del obispo y del Rey —que mediante una real cédula expedida en marzo de 1613 autorizaba la fundación— se dio inicio al monasterio de Santa Catalina de Siena, advocación elegida por la fundadora. Felipe III accedió casi de inmediato, señalando “la grande necesidad que hay en esas provincias de un convento donde se puedan recoger muchas doncellas hijas y nietas de descubridores y pobladores, que por no poder suceder en las encomiendas de indios de sus padres, quedan pobres, y no tienen las dotes que han menester para casarse por estar introducido el darse grandes dotes”.

A fin de evitar la precariedad en su fundación y, sobre todo, para que el mo-nasterio pudiera cumplir con sus fines —la oración y la clausura— doña Leo-nor de Tejeda previno la dotación económica del mismo con cuantiosos bienes: su casa en el centro de la ciudad con cuatro solares, tres de ellos ocupados con viñas, huertas y una acequia; un molino, y otra manzana en la traza de la ciudad con huertas; una estancia llamada Guamacha y dos más, una en Calamuchita y otra denominada Macha ubicada doce leguas al norte, con abundante ganado. A estos bienes se sumaban esclavos, vajilla, tapices, lámparas, retablos y todo el ajuar de su casa.

Buscáronse “con diligencia —dice la Historia anónima del monasterio— las reglas de Santa Catalina de Siena”, y no las hallaron “en toda la provincia”. Es preciso aclarar aquí que dichas reglas no existían puesto que Catalina de Siena nunca redactó regla alguna. El obispo entonces, siguiendo el dictamen del pa-dre Diego de Torres, decidió adaptarles provisoriamente las de Santa Teresa de Jesús. En la relación que años después envió a la Sagrada Congregación del Con-cilio el obispo Cortázar, sucesor de Trejo, se especificaba que sólo “en tres o cua-tro asuntos, imposibles de observar por las circunstancias locales, fue menester otorgar dispensa”. En lo demás se mantuvo sin variantes la regla teresiana.

Ultimados los preparativos, el obispo Trejo dio el hábito a las novicias, que fueron dieciséis: catorce doncellas y dos viudas, entre ellas doña Leonor, recibi-da como priora. El dominico fray Luis de Tejeda, sobrino de la fundadora, des-cribió los actos: “hacia dos de julio de el año de mil y seiscientos y catorce, día

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de la Visitación de Nuestra Señora, acompañado de su clero y religiosos de las Órdenes, fue [el Obispo] a la iglesia del nuevo convento, que eran las mismas casas de la fundadora, donde solemnemente colocó el Santísimo Sacramento, y después de una grave, tierna y fervorosa plática, con que animó a la fundadora y a las que en su compañía y a su ejemplo iban a ser las primeras plantas de aquel espiritual paraíso, les dio el hábito y entregó la regla manuscrita, exhortándolas a la puntual observancia de ella”.

Cuenta la crónica guardada por el convento que “a los padres de las novicias corría hilo a hilo las lágrimas” y que hasta el obispo “se derretía en llanto por parte principal que tenía en obra tan santa […] Al fin, desahogado el corazón e suspiros y lágrimas, se pudo entonar el Te Deum”.

Para entonces se aprestaban a entrar tres novicias del Perú, y habían ingre-sado ya otras tres de Santiago de Chile, por cuanto —comentaba el padre Diego de Torres— “este convento es el único donde pueden refugiarse vírgenes para consagrarse a Dios en una redondez de setecientas leguas”.

Precisamente, el obispo ordena que los sacerdotes de la Compañía de Jesús sean sus confesores y que les hagan “una plática de comunidad cada semana”, siendo “sus reglas las de las Carmelitas descalzas casi en su totalidad, consis-tiendo en la frecuente meditación y en la más estricta clausura; no teniendo ellas cosa propia, sino todo en común”. Poco tiempo después el padre Torres informa que “ya se distinguen algunas de esas monjas por su desprecio del mundo y por su desprendimiento de parientes y amigos”, en consonancia con los criterios imperantes. Sin embargo, la muerte de Trejo y la enemistad entre su sucesor, Julián de Cortázar, y los jesuitas, provocaron el alejamiento de estos últimos de la dirección espiritual de las monjas.

Así las cosas, el convento va ganando fama e influencia dentro de la sociedad mediterránea al despertar vocaciones intensas aún entre las indias, “ya que tam-bién ellas son destinadas para el cielo”.

El ejemplo, con ser excepcional, no deja de tener importancia para conocer la época. Una indígena de buena familia, catequizada y confesada por los jesuitas, se relaciona con una buena señora española que le enseña labores y bordados; cuando ella decide entrar de monja, la india la quiere seguir. Tras obtener el per-miso de sus padres para entrar en el convento, se monta todo un espectáculo al más puro estilo barroco y jesuítico.

El día señalado se reúne a todos los indios en la iglesia de la Compañía. Desde

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allí, según relata el padre Torres, “llevaron a la virgen aspirante de monja, bien vestida con el traje acostumbrado a las indias, en solemne procesión por toda la ciudad del convento, con gran regocijo también de los españoles que concu-rrieron en masa a contemplar este espectáculo. Llevaban el hábito de monja dos niños españoles en bandejas de plata. Era indescriptible el entusiasmo de toda la ciudad por cosa tan inaudita. El vicario general esperaba revestido de orna-mentos sagrados en la puerta de la iglesia conventual a esta pobre india, no de otra manera, sino como si hubiera sido una de las principales damas europeas. Le seguirán otras, si sigue Dios bendiciendo a este convento como esperamos”. Y termina atribuyendo esto al “empeño de los nuestros en levantar el espíritu religioso de las indígenas”, lo cual fue cierto.

Modesta como era, apenas cuarenta años después de fundada, la ciudad po-día exhibir una rica vida conventual, monástica y académica que le daba una nota peculiar a su sociedad y una fama singular en estas latitudes.

Sabido es que los espíritus píos se contagian, por ello a principios de la dé-cada de 1620 profesó en el convento de Santa Catalina la hermana Clara de la Encarnación, en el siglo Clara de Tejeda, hermana de doña Leonor. Sin embargo, la joven tenía el propósito de fundar otro monasterio: el de Recoletas Domi-nicas de Nuestra Señora de la Encarnación, conocido como de Santa Clara. En 1622 obtuvo del cabildo una cuadra en merced en una zona despoblada de la ciudad. Bajo el patronazgo del licenciado Luis del Peso, su cuñado, comenzaron las obras que, por falta de las licencias correspondientes, debieron ser interrum-pidas indefinidamente. Varios años después, tanto esta propiedad como el solar que se había adquirido, pasaron a ser heredadas por el monasterio de Santa Catalina.

Definitivamente, los primeros tiempos de una fundación conllevan mucho entusiasmo y fe en la obra realizada. A un año de erigido el monasterio, el 29 de septiembre de 1614, doña Leonor y cuatro de sus compañeras profesaron, y las que no lo hicieron fue porque “no tuvieron edad suficiente para la poder hacer”, cuenta la crónica del monasterio. Preciso es comentar aquí que la edad regla-mentaria para ingresar al monasterio era de dieciseis años; además, se exigía un año de probación: el noviciado, transcurrido el cual se observaba si la joven tenía o no condiciones para la vida conventual, que no era nada fácil.

La vida dentro del convento, ya lo decía Santa Teresa, era una vida de priva-ciones: silencio, contemplación, camas sin colchón y un régimen alimenticio

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con ayunos frecuentes. En Caminos de Perfección, le dice a sus amadas monjas: “Créanme en esto y si no, el tiempo les doy por testigo. Porque el estilo que pretendemos llevar es no sólo de ser monjas, sino ermitañas y así se desasen de todo lo criado, y a quien el Señor ha escogido para aquí, particularmente veo la hace esta merced”.

Ellas eran las “niñas de los ojos de Dios”, escribían los obispos que visitaban el convento. La población en general quería a sus monjas, las conocía, las ima-ginaba detrás de los gruesos muros, visitaba su iglesia y la consideraba como algo suyo. Las conversaciones a través del torno eran frecuentes. Los rostros se perdían pero no sus voces. Allí acudían parientes y amigos a pedir oración en sus necesidades, o a encargar tal o cual dulce especial.

Como en otros conventos de España y del Nuevo Mundo, las Catalinas pron-to se rodearon de niñas a las que daban educación y formaban en la doctrina cristiana. Aunque permanecían fuera de la clausura, algunas anhelaban abrazar la profesión y no fue excepcional que más de una se quedara en el convento como novicia.

Una de las disposiciones que doña Leonor tomó al momento de entrar en religión fue, como hemos dicho anteriormente, testar a favor del convento sus cuantiosos bienes. Además, dispuso que el hábito que debían vestir las monjas fuera de sayal blanco con manto y velo negros; que su padre y marido fueran en-terrados en la capilla mayor de la iglesia del convento, y que pudieran ingresar cinco mujeres designadas por ella, sin pagar la dote.

La dote, es decir el dinero que se entregaba al convento en el momento de la profesión, y que servía para su manutención, fue fijada en 1.500 pesos para las monjas de velo negro, y 500 para las de velo blanco. Las dotes debían entregar-se en efectivo, pero también se dieron casos en que se recibieron en “moneda de la tierra”. Don Diego Nuñez, por ejemplo, dio a la procuradora durante el noviciado de su sobrina, cincuenta carneros, cada uno a seis reales, más diver-sos géneros de tela (ruan, gasa para velo negro, picote blanco, lienzo, servillos, etc.) y dinero (seis pesos). Así también don Domingo Gómez dio al monasterio treinta pesos en reales el día que su hija tomó el hábito. Además, en los meses siguientes entregó a las monjas dos arrobas de algodón a cinco pesos la arroba, una fanega y media y cuatro almudes de maíz a siete reales el almud; en los años siguientes completó con dos arrobas más de algodón y una fanega y media de frijoles a diez pesos la fanega. También podía darse el caso de que se recibiera

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algún documento de crédito, como por ejemplo: un censo impuesto sobre algu-nos bienes del donante, o algún inmueble.

Además de la dote, se recibía para el pago del ajuar, sin cama y hábitos, otros doscientos pesos y, para el año de noviciado, setenta y cinco pesos. Anterior-mente se mencionó la existencia de velos de dos colores: negro y blanco, que pagaban dotes diferentes. Las de velo negro se preparaban fundamentalmente para el rezo del Oficio Divino, que se realizaba en latín. Eran monjas contempla-tivas cuya principal tarea consistía en lograr la unión con Dios por medio de la oración mental y vocal. También tenían momentos dedicados a su formación espiritual, que llevaban a cabo mediante la lectura. Realizaban, además, los más diversos oficios, ocupándose de la dirección del monasterio, la formación de las novicias, la contabilidad de todas las entradas y gastos, la conducción del rezo, la organización de las lecturas y todos los actos litúrgicos, el control de lo que ocurría en los locutorios y los tornos, y las compras para la despensa, la ropería y la sacristía.

Las de velo blanco no tenían acceso al rezo del Oficio Divino en latín, sino que debían rezar un determinado número de Avemarías y Padrenuestros en las distintas horas canónicas. Tenían la obligación de asistir diariamente a misa y debían ocupar el resto del tiempo en tareas manuales como cocinar, lavar la ropa y limpiar las dependencias monásticas. Llevaban a cabo estas tareas en per-sona, o bien dirigían a las donadas, o criadas, para que las realizaran.

Lamentablemente, a poco de nacido el convento, no faltaron las voces dis-cordantes y el asunto de las reglas teresianas que recibieron en un principio fue fuente de graves disturbios durante años, lo que llevó a casi cerrar el convento. Todo el mundo en Córdoba y en sus alrededores participó, hasta el punto de irse a las manos, en la apasionante disputa sobre la legitimidad de las “Catalinas”, y si el monasterio debía o no cerrar sus puertas. Las pobres eran acusadas de falsedad, ya que se decía que no eran monjas por no pertenecer a ninguna orden religiosa aprobada. Fueron tiempos de muchas divisiones y tensiones internas. La incertidumbre observada en el claustro llevó al recién llegado obispo fray To-más de Torres a notificar al rey que había en la ciudad de Córdoba “un convento de religiosas que ni sabían si era del Orden de Santa Catalina de Siena, o de la madre Teresa de Jesús, y dividido en el culto de las dos Santas. Unas seguían a la una, y otras a la otra”. Finalmente, gracias a la intervención del papa Urbano VIII, en 1625, se suspendió la regla que hasta entonces habían observado y pudieron

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profesar según la regla de Santo Domingo.El regocijo transpuso los muros del claustro y alcanzó a toda la población.

El hecho se conmemoró con una procesión solemne realizada desde la iglesia parroquial hasta el convento. Allí se hicieron presentes las restantes órdenes —franciscanos, dominicos, jesuitas y mercedarios—, además del clero secular y las autoridades del Cabildo. Hubo misa pontifical y un sermón en el que se proclamó la bula.

El segundo convento femenino en Córdoba también tuvo como protago-nista a la familia Tejeda y Mirabal, esta vez a don Juan. Este se había casado con Ana María Guzmán, la única hija de don Pablo de Guzmán, general, caballero hidalgo. De este matrimonio nacieron: Luis José de Tejeda, Gregorio de Tejeda, María Magdalena de Tejeda y Alejandra de Guzmán.

El deseo de don Juan, según consta en la escritura de fundación del monaste-rio de San José, había sido el de fundar un hospital con el mismo nombre, e invitar a los hermanos hospitalarios de San Juan de Dios a administrarlo. Las tratativas se pusieron en marcha alrededor del año 1619, pero nunca cristalizaron.

Poco tiempo después estaban los Tejeda descansando en su estancia de Soto cuando la hija menor, María Magdalena, “la más querida”, que tenía apenas unos doce años de edad, sufrió un ataque muy agudo con fiebre muy alta. Du-rante seis días no hallaron qué hacer y decidieron darle la extremaunción, “pu-siéronle sobre la mano la candela del buen morir y a la cabecera el hábito con que la habían de amortajar y esperaban que, a cada instante, rindiese el alma”. Su padre, desesperado, aunque nunca había sido devoto de Santa Teresa, en de-terminado momento la ofreció “por monja de su Santa Religión”, y prometió fundarle un monasterio si “alcanzaba con su intercesión que nuestro Señor le concediese salud y vida”. Seguida cuenta puso sobre el corazón exánime de la niña una imagen de Santa Teresa de Jesús y al punto la vida volvió al cuerpo de la joven. Entonces, en presencia de muchas personas que allí estaban dijo: “No lloréis, que no me tengo que morir, y tengo de ser monja de Santa Teresa”.

Con su hija recuperada el padre olvidó su promesa y planificó casarla. Sin embargo, una vez más la hija volvió a enfermarse y el mal la atacó con más gra-vedad. Nuevamente, don Juan, lleno de remordimientos pero con más fe, pidió la intercesión del cielo y exclamó: “¡Haya expirado, enhorabuena, que amorta-jada y de la sepultura me la ha de sacar Santa Teresa! ¡Que yo he de edificar su monasterio y ha de ser infaliblemente monja suya!”.

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Una vez más María Magdalena sanó y desde entonces vistió el hábito carme-lita. También su hermana Alejandra, que aspiraba a la clausura, hizo promesa formal de ingresar una vez que se fundase el monasterio.

Fue el deseo de su suegro entregarle la imagen de Santa Teresa, adquirida en España, para que la colocara en el templo del nuevo monasterio. Los prepa-rativos comenzaron de inmediato. Aprobada la fundación por el Obispo, por el gobernador y el Ayuntamiento, se comenzaron las obras. El 7 de mayo de 1628 el obispo fray Tomás de Torres inauguró la nueva casa, como lo cuentan las crónicas del monasterio: “Hoy domingo, como en las nueve del día […] el dicho señor Ilustrísimo en persona llegó a la puerta reglar del convento de San-ta Catalina de Siena, y mandó saliesen la madre Catalina de Siena, fundadora del convento, y la madre Catalina de Santo Domingo y la madre Mariana de la Cruz, las cuales obedeciendo el mandato […] salieron con acompañamiento de Su Señoría y de la Justicia mayor, Cabildo y Regimiento y entraron en la iglesia de dicho convento, de donde, uniéndose las que habían de ser recibidas, [agrega fray Luis], con gran solemnidad, con velas encendidas en las manos, fueron lle-vadas en procesión, con todo el concurso de gente y comunidades de religiosos, a la iglesia matriz de esta dicha ciudad, de donde salió el Santísimo Sacramento, debajo de palio, en manos del maestro Juan de Puelles y Aguirre, cura de esta dicha ciudad”.

¡Preciosa fiesta en la ciudad! Una vez más con regocijo la población veía pa-sar a sus jóvenes doncellas decididas a convertirse en las esposas de Jesucristo. Traspasar el “umbral de la puerta reglar” significaba abandonar definitivamen-te el mundo, el siglo. Por ello el ingreso de la postulante era acompañado de una cantidad de ritos tendientes a remarcar la obligación de desprenderse del mundo: el corte de cabello, el cambio de sus ropas mundanas por el hábito de novicias, el abandono de joyas, adornos y afeites, la separación de su familia, la pérdida de su nombre, el olvido de toda jerarquía para asumir su nueva condi-ción que, de ahí en más, estaría regida exclusivamente por la obediencia a Dios y a la jerarquía eclesiástica.

La estatua de Santa Catalina de Siena fue llevada en andas hasta las puertas del convento, donde aguardaba en andas también, la de Santa Teresa. Ambas en el altar mayor, con las madres y postulantes a sus pies, presidieron la ceremonia.

Desde su cama de enfermo, don Juan pudo ver toda la ceremonia a través de una ventanita que daba a la iglesia, por la que también recibía misa todas las

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mañanas. Tres meses después murió y su mujer, doña Ana María, decidió entrar en religión y dio como dote el resto del inmueble. Pocos años después el con-vento recibiría varias flores de un mismo rosal: la madre, dos hijas y tres nietas.

La madre Catalina de Siena, en el siglo conocida como Leonor de Tejeda, emprendió junto a dos de sus compañeras la tarea de gobernar y organizar el nuevo monasterio. Fue su priora hasta el año 1637 y juntamente con Mariana de la Cruz se desempeñó varias veces como maestra de novicias. Esta última, sor Mariana, ocupó el priorato en 1641.

No ha de haber sido fácil para Leonor dejar la primera casa, aquella de su primer amor, para servir a las hermanas teresas por casi diez largos años, sin embargo la obediencia a Dios y al obispo primó en todo momento. Durante todo ese tiempo y hasta 1637 no regresó nunca a su convento anterior ni volvió a ver a sus hermanas.

La última noticia que se tuvo de ella data del 31 de enero de 1640, cuando se anotó su inasistencia a capítulo debido a una enfermedad que la tenía postrada. Debió haber fallecido en aquel momento, aunque se desconocen el día y las cir-cunstancias exactas “por estar truncos los manuscritos antiguos”, en palabras del padre Cayetano Bruno. Leonor de Tejeda tendría por entonces unos sesenta años y veintisiete de vida consagrada.

El Creador le negó hijos propios quizás porque le confió otra meta, la de entregarse a sus hijas espirituales: Catalinas y Teresas. De buena cuna, esta mu-jer notable fue de las primeras educadoras que atesoró la ciudad. Tanto en su casa, como en el claustro, nunca descuidó la tarea de formar mejores mujeres y siervas de Dios.

Justificación de la elección:

Debido a mi trabajo me he acercado a la ciudad de Córdoba. Su pujante vida cultural y su profunda vitalidad religiosa marcan una notable diferencia con otras ciudades de provincia.

Dentro de las familias fundadoras, que más se han destacado por su obrar piadoso, se encuentra la familia Tejeda y Mirabal. A dos de los hijos de Tristán de Tejeda se deben las dos fundaciones de conventos femeninos que hoy per-sisten, sin contar una tercera iniciativa por parte de su otra hija, Clara, que no

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llegó a cristalizarse.Me he sentido atraída por la figura de doña Leonor por ser una mujer que

vivió intensamente las pautas sociales de su época, y aún por ello se destacó. Su acción de renunciar al mundo y dotar con sus propios bienes a una comunidad monástica, no era extraña al comportamiento social que se esperaba de una se-ñora de su rango en la sociedad hispánica de la época de los Austrias, pero no por ello deja de resultar extraordinaria.

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Fuentes

AAC, Catalinas, Rollo 1, Historia del Monasterio Sienense de la Ciudad de Córdoba en la Provincia del

Tucumán.

AAC, Catalinas, Rollo 5, Real Cédula expedida sobre la fundación de este Monasterio por nuestro Catho-

lico Monarcha que fue el año de 1613, mandando se le remitiese la Relación que en ella se expresa, por

el Illo. Sr. Obispo que no fue de esta Provincia Don Fray Hernando Mexía del Orden de Predicadores

procurador.

AAC, Leg. 59, T. 1, Historia del Monasterio de Santa Teresa. 1637, Copia de la escritura de fundación del

monasterio de Santa Teresa.

LEVILLER, R., Papeles eclesiásticos del Tucumán, Documentos originales del Archivo de Indias, vol. II,

Madrid, Imprenta de Juan Puello, 1926.

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Por Erica Viviana KrennNací el 9 de octubre de 1964 en Córdoba, Argentina. Soy Licenciada en

Comunicación Social y ejerzo como profesora de Lengua Castellana

en el I.P.E.M. 134 “Regino Maders”, el I.P.E.M. 333 “Julio Salusso”

y trabajé en el I.P.E.M. 301 “Malvina Rosa Quiroga”, a quien quise

destacar en este concurso de ensayos por su trayectoria y calidad lite-

raria. He participado en varios concursos nacionales e internacionales,

obteniendo dos premios además de la mención de esta ocasión.

[email protected]

Malvina Rosa

Quiroga

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MALVINA ROSA QUIROGAEL TRÉBOL DE CUATRO HOJAS

Cuando me planteé sobre quién escribir entre las opciones posibles, lo pri-mero que me pregunté fue, ¿por qué debía elegir a Malvina Rosa Quiroga? Y no vino ni una sola respuesta a mi mente. Fue por eso que dudé sobre cuál era la motivación que me acercaba a ella: ¿Por su gran calidad de poetisa? O porque sus valores personales rebasaron los contornos de su figura y se convirtieron en miles de papeles garabateados con tinta de inspiración, esparcidos después como agua que cae en una inmensa fuente, de la que bebieron muchos otros poetas. O porque como mujer, me inspiraba el intentar realizar una fundamen-tación adecuada para rescatar, más allá de su envergadura literaria, su condición femenina, tan oculta tras las líneas de sus escritos.

Pero ante esos interrogantes surgidos, lo certero fue no pretender realizar un análisis convincente o persuasivo de lo que en su vida profesional logró, sino que a partir de hechos destacados ir observando la trayectoria que la llevó a ocupar el lugar que alcanzó y, fundamentalmente, ahondar en su sentir y cómo ello fue sutilmente incorporado en sus escritos. Mujer, docente y formadora en todos los sentidos. Será muy importante entonces, lo que hay de ella para desta-car y sobre todo el ir más allá de una simple biografía para rescatarla.

Nacida en Villa Dolores, provincia de Córdoba, el 2 de enero de 1900, cursó

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sus estudios en la Escuela Dalmacio Vélez Sarsfield de aquella localidad y luego se graduó como Maestra Normal en el año 1922. Se dedicó al magisterio pero continuó su vocación por el estudio consiguiendo, ya desde ese momento, pa-sar a la historia por ser la primera egresada, y mujer, de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. Comienza a abrirse de esa forma un camino que ni ella misma, quizás, llegó a imaginar que se forjaría para su destino profesional y personal.

Posteriormente a haberse graduado continuó con estudios de latín, griego e italiano, como así también los que tenían que ver con lo relacionado con la pe-dagogía del lenguaje. Todo lo vinculado al tema de la lengua forjaba en Malvina una pasión que la envolvía y la llevaba a seguir profundizando en esos conoci-mientos, a la vez que le enriquecía su producción literaria con una calidad que se verá reflejada posteriormente en la totalidad de su obra.

Poética y profesionalmente se vinculó con grandes literatos: con el Dr. Arturo Capdevila, el Sr. Juan Mantovani y con Leopoldo Lugones, entre otros, quienes siempre distinguían y resaltaban la inspiración de la que esta mujer de carácter sencillo pero firme gozaba, como así también destacaban el misticismo que en-volvía los temas sobre los que profundizaba en sus poesías.

La Dra. Elba Torres de Peralta, docente y estudiosa de las letras, en su tesis para la Universidad del sur de California con un trabajo que realizó sobre Mal-vina Rosa Quiroga, la definió a la perfección con una sola palabra: “maestra” 1. Esa misma que implica entrega, renuncias, horas de dedicación a los niños y jóvenes sobre quienes ejercía una admiración total. Ser maestra es por sí mismo un arte en el que hay que tener una sutil sensibilidad para anidar en las almas de los educandos, los conocimientos que se regalan con sumo cuidado y de-dicación. Ser maestra es permitir que los alumnos desplieguen las alas con las que se les enseña a volar, por más que en su vuelo lleguen más alto de quien les enseñó. Y eso fue lo que Malvina trató de obtener.

Amante de llegar a encontrar la esencia misma de las cosas, fue su espíritu, un poco agitado y travieso, quien la hizo redactar las poesías más sensibles que acumulaba en su interior. A pesar de haber escrito prosa, encontró en los versos la mejor manera de sacar la riqueza que tenía encerrada en su alma y ello resultó

1 “La temática de Malvina Rosa Quiroga”, Elba Torres de Peralta, pág. 13.

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ser su desahogo, provocándole una satisfacción personal que no había encon-trado en otras formas de expresiones por las que había incursionado.

Quien lee los versos de Malvina, no puede luego de ello dejar de internarse en un río de pasiones, sentimientos, espiritualidad y sensaciones que lo llevará a recorrer un universo inesperado, desde sus primeros poemas juveniles hasta los trazados en la madurez, embriagada por la vida que recorrió. Todas las vi-vencias anidaron en su alma y la nutrieron para el vuelo inspirador que resultó la realización poética en su vida. Cada tema, cada fragmento rescata o valora una singular visión del universo y de la vida que es única.

En el poema Ternura, Malvina despoja una faceta no resaltada en algún otro de sus escritos y desnuda ante el papel los sentimientos que mantuvo ocultos por ese vientre que jamás sintió los latidos de la vida anidando en su interior:

“Se me resbala el niño en las rodillas,ése que no nació ni fue engendrado;pero que me habla desde el fondo mismodel Ser, y del No ser, y de la Nada.

Pero estabas en flor en los manzanosy en todos los regazos te acunabas.Flotabas como niebla en las mañanasgélidas y brumosas del invierno.Te besaban las rosas del ocasoy huías como sombra en las auroraspara no traicionar tu rostro pálido, cuajado de azucenas en la espera.Solitarios jardines te aguardaban para que nadie fuera a recobrarte.Para arrullar tu noche sin estrellasse abrían mil regazos en la tarde.Pero nada ni nadie rescatabatu sollozo de niño no engendrado,niño que estás en flores deshojadas;estambres y pistilos desahuciados.

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Se me resbala el niño en las rodillas,ése que no nació ni fue engendrado” 2

Esa sinceridad con que se confiesa, ante el desconsuelo que había ocultado en su interior por el hecho de no haber sido madre, tornan aquellas palabras que volcara al papel como materias inconclusas, en propiciadoras y desencade-nantes partes de un proceso liberador de su propia alma.

¿Cuánto tuvo que ver esa necesidad escondida con la pasión volcada a la creación literaria? Aunque explícitamente en ninguna entrevista ni poema hace referencia a ello, se pueden descubrir entre sus líneas esos temas pendientes que tiene que ver con las creencias, el amor y la maternidad principalmente. Los poemas de Malvina varían desde la felicidad a la angustia y a la tristeza, según las vivencias atravesadas en sus diferentes etapas creativas.

Embebida de la formación que recibió en el internado de las Hermanas Es-clavas, cultivó para sí los valores y sentimientos que luego expresará y tratará de inculcar a sus alumnos por medio de la enseñanza, como así también conquis-tar a través de sus poesías a los lectores que, una vez que llegaban a ella y cono-cían sus exquisitas obras se tornaban en admiradores incondicionales de esta mujer. En aquel lugar recibió no sólo educación, sino la enseñanza del respeto y cuidado por el paisaje que la rodeaba, tema que fue recurrente y que actuó como musa en muchas de sus obras,

Cultivó en cada una de sus producciones la llama de la fina y cuidada com-posición, del arte como expresión que eleva, de la calidad indiscutida de sus ver-sos y prefirió calmar sus angustias con las bellas líneas que componía sobre sus vivencias: los atesorados recuerdos de su niñez en Traslasierras y ese amor por la naturaleza; su feminidad expandiéndose en los mozos años juveniles, con los perfumes de la pasión dándole vueltas y ya en la senectud, las posteriores vivencias acaparadas dejaron plasmados unos versos que buscaban la quietud de su espíritu maduro.

Luego de resaltados algunos aspectos personales de Malvina Rosa Quiroga, un nuevo desafío se me presenta al pensar un título para este ensayo. Para mi asombro surgió mucho más rápido de lo esperado: “Trébol de cuatro hojas”.

2 Devocionario de la Estrella, Malvina Rosa Quiroga, 1980.

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¿Por qué? Se sabe que el trébol es una pequeña hierba de tres hojas y que en ra-ras ocasiones es posible encontrar alguno que, de manera sorprendente, posea cuatro. Esto, según el pensamiento colectivo, augura buena suerte para aquella persona que lo hubiese hallado y más, si esto lo hubiera hecho de manera ines-perada o casual.

Fue a partir de ese pensamiento que decidí no sólo utilizar este título, sino relacionar la persona de Malvina con un trébol de estas últimas características: Si ante la creencia popular cada hoja tiene una representación o significado par-ticular de algo, podía muy bien encontrarlo y vincularlo con la personalidad de esta mujer destacable, ya que hay correlación entre el significado atribuido a cada una y los diferentes rasgos que aparecen en la escritura y en la vida de la poeta:

• Una significa la esperanza: Malvina fue una persona que siempre creyó en la juventud; en los valores que cultivados desde diversos ámbitos harían que las riquezas de esas almas juveniles colmaran de esperanzas a quienes los rodea-ran. Amante del arte de enseñar, trató de inspirar a sus alumnos el placer por la poesía. Por otra parte, infundía una particular filosofía en sus letras, capaz de relacionar diferentes cuestiones pero siempre haciéndolo con un sentido total-mente positivo del asunto sobre el que escribiera o hablara, como por ejemplo: la expresión metafórica con que describió sobre cómo lo añejo puede recibir insuflado un aire de esperanza que lo haga seguir con ganas de vivir, en el poe-ma Filosofías:

(…) “En el jardín sus nieves otoñalesdeshoja el jazminero…y un duende entre las flores le susurra:¡La vida es sueño!” 3

• Otra, la fe: Los versos de Malvina tienen al tema de la religión como fuente

de fe, de amparo y de protección, las que fueron acrecentándose con el correr de los años conjuntamente al de la esperanza. La fe implicaba para Malvina un ca-ble que la mantenía unida entre el mundo terrenal en el que vivía y el universo

3 Estrella y soledad, Malvina Rosa Quiroga, Córdoba: Imprenta de la Universidad, 1949.

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espiritual en el cual se sumergía para poder atrapar la inspiración. Es destacable señalar su recuerdo por el internado de las Hermanas, que la impregnó de ese amor y espíritu religioso.

La poetisa toma símbolos de religiosidad y los traslada a sus producciones como por ejemplo podemos citar el ángel, el cielo, el color blanco, los lirios, las plegarias, para manifestar sus propias convicciones y expresarlas de manera retórica embelleciendo su lenguaje cuidado. Así escribió:

“Mi infancia: un moño blanco,una rosa, unas alas;la madre como un ángel,y Dios; ¡Niño de Praga!(…)Blancuras en la nocheblancuras en la almohaday la oración –a veces–tibia como una lágrima, porque el Jesús del cielo–en una hermosa lámina–por el costado abiertolucía flor de grana. (…)” 4

• La tercera, el amor: Malvina toma las distintas dimensiones de ese senti-miento pero desde una perspectiva que hace sublime al espíritu que lo expe-rimenta. Un amor que le fue esquivo, huidizo y del que no habla de manera directa en ningún momento en su obra. Su vida privada la mantuvo siempre sumamente cuidada y reservada para sí, aunque entre líneas dejó escurrir algu-nas manifestaciones acerca de ello, de manera inconsciente, o deliberadamente expresada de esa forma. La sensualidad exteriorizada en sus versos posee una sutileza total para hablar sobre el amor y, fundamentalmente, sobre la ausencia del mismo, que experimentó y que traduce en Flor de ceniza:

4 Autobiografía, Malvina Rosa Quiroga.

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(…) “Soñar con el amor y estar dormidaa su reclamo, sueño desvelado,y estrujar en los labios la palabrapara no descubrir el nombre amado. (…)Estoy en soledad ¡alba en cenizas!y desangrado corazón sin fruto,pero es en vano porque yo te siento,amor, más grande mientras más oculto. (…)” 5

Malvina no habla directamente sobre sus necesidades de afecto, ya que ella decidió abastecerse de lo que necesitaba con la docencia y su pasión literaria, dejando en claro que estos dos aspectos la hacían inmensamente feliz.

También podemos advertir que vuelve a encontrarse en sus poemas una co-nexión entre la propia realidad vivida y ese universo en donde aquella carencia afectiva, entendida fundamentalmente como la no concreción del matrimonio y de los hijos, encontrara un espacio en el cual materializarse:

(…) “En este dedo que no tuvo joyas,ni la áurea alianza que selló el afecto,luce cual solitario de aguas verdescon mágicos afectos” (…) 6

• Y la última, la suerte: Si se asocia la suerte con la creencia usual de que ello implica circunstancias favorables, o afortunadas, puedo razonar que Malvina no habla específicamente de esta situación en forma expresa en sus poemas, sino que deja, como siempre, entrever la ventura que ha tenido por todas las situaciones que logró vivir. Ella tuvo la fortuna de poder ejercer y vivir de sus pasiones: la enseñanza y la poesía. En diferentes reportajes hace hincapié a ese placer que le dieron: primero los niños, cuando ejercía como maestra y luego los jóvenes en la universidad. Con eso reconocía que pudo imprimir en cada uno

5 Flor de Ceniza, Malvina Rosa Quiroga.

6 Luciérnaga, Malvina Rosa Quiroga.

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de los niveles en los que ejerció, una marca propia e inolvidable. Mujer que, con sus valores bien cimentados y totalmente convencida de que a través de un libro se puede acceder a un universo inesperado, llegó a realizar esas actividades que le permitieron conseguir lugares totalmente destacados dentro de los ámbitos donde pudo desarrollarse y ejercer la libertad para la creación.

Luego de recorrer este camino de comparación entre Malvina y el título ele-gido, llegan como un soplido a mis oídos sus versos para transportarme y saber qué otros aspectos distinguir:

“Soñar con el amor y estar dormidaa su reclamo, sueño desvelado;y estrujar en los labios la palabrapara no descubrir el nombre amado (…)” 7

Me detengo en este instante para quedarme con esas profundas palabras que me impulsan a rescatar, en esa ausencia del brazo compañero, o los retoños que nunca la acompañaron, la simpleza y magnitud de la hija de esta tierra que fue relevante para las letras de nuestra provincia y que tras un velo imaginario en sus escritos, parece que hubiera querido dejar plasmados los sentimientos que acunó ocultamente.

Falleció en la ciudad de Córdoba el 29 de julio de 1989 y sus restos fueron sepultados en el cementerio de Villa Dolores, ciudad que la vio nacer y a la que le dedicó el Soneto a Villa Dolores:

“Necesitaba verte en primavera,¡Oh, tierra de la rosa y del verano!envuelta en el embrujo soberanode la luz de tu cielo en la alta esfera.

Necesitaba el ritmo y la manerade tu pulso telúrico en mi manopara saber ¡oh, tierra del verano!

7 Flor de Ceniza, Malvina Rosa Quiroga, Ediciones Presencia Córdoba, 1948.

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por qué brota la rosa en mi quimera.

Y al descifrar, como de oculta ciencia,este impulso secreto: sol y nieve,ansia de luz y ensueño desvelado,supe que estaba en ti toda la esenciade mi oscura raíz, en tierra leve, y de este amor, en lirios transformado”

En el Museo Brocheriano, se encuentra un espacio dedicado a Malvina y en Córdoba el IPEM Nº 301 de la ciudad Capital lleva su nombre, intentando res-catar los valores y actividades que la hicieron destacar en el ámbito de la cultura y el arte.

Malvina Rosa Quiroga, hasta aquí llego en mi búsqueda. Recorrí tu poesía, tu inspiración, tus visiones estampadas sutilmente en cada uno de tus versos. Me inmiscuí y traté de desentrañar algunos de tus secretos guardados entre medio de tus hojas, algunos envueltos en apenados reclamos a la vida, otros cargados de pasión y esperanza. Bebí de esos poemas que alimentan el espíritu y que mágicamente no me permitirán escapar de tus embrujos.

Malvina Rosa Quiroga, poetisa a la que perfectamente no me cabe otra ma-nera de definirla que como un “trébol de cuatro hojas”.

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Bibliografía

“Flor de Ceniza” Malvina Rosa Quiroga. Ediciones Presencia. Córdoba. 1948

“Música y humo” Malvina Rosa Quiroga. Imprenta de la Universidad de Córdoba. 1951

“Arcángeles ciegos” Malvina Rosa Quiroga. Imprenta de la Universidad de Córdoba. 1965

“Mis rosas pálidas” Malvina Rosa Quiroga. Imprenta de la Universidad de Córdoba. 1925

“Estrella y soledad” Malvina Rosa Quiroga. Imprenta de la Universidad de Córdoba. 1949

“Malvina Rosa Quiroga” Julio Alberto Ávalos. Imprenta Argentina de Córdoba. 1942.

“La temática de Malvina Rosa Quiroga” Elba Torres de Peralta. Gobierno de la Provincia de Córdoba.

Secretaría Ministerio de Educación y Cultura. Subsecretaría de Cultura. Establecimiento Gráfico La doc-

ta. 1970

Notas, reportajes y artículos varios, obrantes en la biblioteca del IPEM 301 “Malvina Rosa Quiroga.

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Por Liliana Noemí VillafañeAbogada. Docente universitaria. Representante Legal del Centro

Educativo “Catalina C. de Visca”, Sociedad Hijas del Divino Salvador,

Oliva, Córdoba. Esta última actividad me permitió conocer y ad-

mirar la vida y obra de María Antonia de San José, Madre Fundadora

de la nombrada congregación cuyo ideario se nutre de la espirituali-

dad de “Mama Antula” y orienta las actividades de la Institución.

[email protected]

Mama Antula

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MARÍA ANTONIA DE SAN JOSÉ, MAMA ANTULA. MUJER PIADOSA POR SU VIRTUD, MUJER DE ESPÍRITU POR SU FERVOR

Introducción La obra de María Antonia de San José es posible apreciarla en un abanico de

dimensiones.Una mujer que, en base a fuertes convicciones, luchó por sus ideales enfren-

tando en estas tierras incluso a las máximas autoridades, y gracias a su insisten-cia y perseverancia logró apoyo a su obra.

Una mujer que, en total soledad, luchó para cubrir el vacío espiritual gene-rado a partir de la expulsión de los jesuitas por medio de los Ejercicios Espiri-tuales Ignacianos.

Una mujer que, enfrentando las inclemencias del tiempo y los peligros de las grandes distancias, las recorrió con escasa compañía, descalza y ayudada con una cruz de madera para caminar.

Una mujer que logró reunir en comunión, bajo un mismo techo, a las seño-ras y caballeros de la alta sociedad junto a sirvientes, esclavos y prostitutas.

Una mujer cuya obra trascendió a otras naciones logrando la admiración de to-dos, pero especialmente de los hombres eruditos y religiosos a partir del siglo XVIII.

Una mujer que luchó contra la adversidad y dio inicio a una gran obra que

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no sin dificultades, continúa desarrollándose en nuestra época.En este breve ensayo se intentará destacar la labor que realizó en Córdoba en

el período 1777-1779, apenas una muestra de la historia de una mujer que es ejemplo aún para los que no compartan el contenido de su tarea evangelizado-ra, y el cumplimiento de la gran misión que emergía de su corazón.

Notas biográficas 1

María Antonia de Paz y Figueroa nació en Silípica, Santiago del Estero, en el año 1730. A los 15 años, siendo una bella joven, se puso bajo la dirección de los padres jesuitas como beata2 y tomó el nombre de María Antonia de San José. Los santiagueños la apodaron Madre Antula 3, o Mama Antula y todos, en gene-ral, la llamaron la Beata.

Descubre en los Ejercicios Espirituales la labor a la cual debe consagrarse y decide salir descalza, vestida con túnica negra y con una cruz de madera en la mano, para invitar a la gente a participar de los mismos, de casa en casa en su lugar natal.

Luego decide iniciar un largo camino. Trepa por la Sierra de Ancasti y baja al Valle de Catamarca, luego a La Rioja y Salta, Tucumán, Córdoba, siendo su destino final, Buenos Aires.

1 Las notas biográficas han sido extraídas de “Una mujer relevante de la Iglesia Rioplatense: María

Antonia de Paz y Figueroa”, Colección Los Aventureros de Dios, Producciones Cruz del Sur, 1994.

2 “Vivían en una “comunidad de jóvenes que no tenían institutos fijo. Sin votos ni clausura,

servían a Dios con la más edificante regularidad en la práctica de todas las virtudes cristianas

y bajo la dirección espiritual de los padres de la Compañía de Jesús. Renunciaban a su nombre

de familia y tomaban el de algún santo” (Olga María Wroblewski, “María Antonia de la Paz y

Figueroa”, Fundación Santa Ana, La Plata, 2006, pág. 9).

3 Este apelativo cariñoso dado a la Sierva de Dios, forma diminutiva de Antonia (declaracio-

nes de testigos obrantes en “Bonaerensis, Beatrificationis et Canonizationis Servae Dei Mariae

Antoniae A.S. Joseph (1730 – 1799)”, Positio Super Vita, Virtutibus et Fama Sanctitatis, Roma,

Tipografría Nova Res SRL, 2007.

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Cuando llegaba a un lugar, acordaba con el sacerdote la realización de los ejercicios espirituales y luego salía a invitar a las familias -sin distinción algu-na- a participar en ellos y a pedir limosnas que cargaba en un carro, que luego se transformaban en alimentos para los concurrentes, o las distribuía entre los necesitados.

Se dirige a Buenos Aires, pasando por Córdoba. El recorrido es a pie, a través de desiertos y evangelizando durante su trayecto. No viajaba en caravanas, ni era protegida por hombres armados. Mientras realiza su marcha no son pocas las personas que intentan hacerla desistir ante los tantos peligros que se presenta-ban durante las travesías: inclemencias climáticas, animales salvajes, jaguares, chanchos del monte, además de las incursiones indígenas.

Llega a Córdoba en 1777 y permanece durante dos años. Allí organiza 60 tan-das de Ejercicios a las que asisten un promedio de 200 a 300 personas. Conoce a Ambrosio Funes, con quien iniciará una larga amistad.

Socialmente, la familia Funes era una de las principales de la época. Ambro-sio, hermano del Deán, mantenía vinculaciones con los jesuitas desterrados y tuvo una destacada actuación en los tiempos de la Revolución.

Con la colaboración de Ambrosio Funes, María Antonia inicia los Ejercicios en Córdoba en la antigua casa que los jesuitas tenían habilitada para esas fun-ciones.

El paso siguiente será Buenos Aires. Debe caminar 800 kilómetros.Llega a Buenos Aires en septiembre de 1779, se aloja en casa de una fami-

lia santiagueña y solicita una entrevista al obispo Sebastián de Malvar y Pinto, quien no la recibió durante un año. Ante la insistencia de Madre Antula, le con-cede los permisos para realizar los Ejercicios Espirituales.

Sin embargo, el Virrey Vértiz –cuyos poderes sobre el terreno religioso eran amplios– le niega a María Antonia la autorización, pero la beata le da la espalda y se retira ignorando la disposición real.

Los primeros ejercicios espirituales en Buenos Aires se realizan en agosto de 1780, para 20 personas. Nada comparado con los anteriores. Pero a partir de la tercera convocatoria la situación cambia, lo que lleva a María Antonia a expresar:

“La gente se tira sobre esteras, colchas y colchones. Es necesario que su Divina Majestad y mi señora de Dolores me provean de habitación co-rrespondiente a la multitud de almas que anhelan nutrirse con el maná

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que adquieren mediante las sabias cristianas reglas que nos prescribió San Ignacio. El alimento lo da Dios muy sobrante, excesivo y sazonado, con que logro complacer a todas las que participan, quien a más de esta dicha que logro no rehúsan mezclarse las señoras principales con las po-brecitas domésticas, negras y pardo que admito con ellas… a los ejercicios concurren numerosas personas. Hubo tandas de doscientas personas, y la Providencia fue tan generosa que diariamente sobraba para proveer comida a los presos de la cárcel y alimentar a los mendigos que concu-rrían a la casa” 4. En cuatro años fueron más de 15.000 personas las que participaron.

María Antonia restableció después de diecinueve años la Fiesta de San Igna-cio que había sido vedada por las disposiciones reales.

Se traslada a Uruguay. Su primer destino es Colonia del Sacramento. Luego pasa a Montevideo donde realiza ejercicios en los que participan tandas de 500 personas.

A pedido del obispo de Buenos Aires, regresa a esta ciudad y reúne en torno suyo a un grupo de mujeres que colaboran en la atención de la Casa, sirven la comida a los ejercitantes, instruyen a las mujeres que ingresan voluntariamen-te, o a las reclusas que vienen por orden del juez, les enseñan las primeras letras, doctrina cristiana y labores.

Recibe la donación de tres parcelas de terreno contiguas, una de ellas aporta-da por los padres de Manuel Alberti, sacerdote éste que años después integrará la Junta de Mayo, y se inicia la construcción de una Casa para Ejercicios 5, un Beaterio para mujeres y una casa anexa, que servirá de refugio para las prostitu-tas. La obra la realiza con las donaciones y aportes que solicita puerta a puerta, a amigos, a entes privados e inclusive al virrey.

Estas actividades la convierten en un personaje de la ciudad virreinal; su obra trasciende las fronteras por la correspondencia que María Antonia man-tiene con los jesuitas desterrados y con las cartas que sobre su persona envía

4 “Una mujer relevante de la Iglesia rioplatense, María Antonia de Paz y Figueroa”, Colección Los

Aventureros de Dios, pág. 19.

5 Hoy ubicada Av. Independencia Nº 1190 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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Ambrosio Funes.Las cartas remitidas a los jesuitas en Roma son traducidas al latín, francés,

inglés y alemán y son enviadas a distintos lugares, en particular a Rusia Blanca donde la Compa-ñía de Jesús se encuentra en todo su vigor, y al monasterio de Saint-Denis de Paris.

El interés despertado por la obra de María Antonia alienta a los jesuitas a redactar un esbozo biográfico de María Antonia, titulando el trabajo “El estan-darte de la mujer fuerte”, que se edita en 1791.

Son innumerables los hechos prodigiosos y visiones providenciales atri-buidas a María Antonia y acreditados ante las autoridades del Vaticano en el proceso de beatificación que se encuentra en pleno desarrollo al tiempo de esta presentación 6.

Algunos de ellos son los referidos a la multiplicación de los alimentos ante las necesidades que surgían durante la realización de los Ejercicios Espirituales; las visitas a los enfermos “haciendo oración por ellos, recobrando muchos la sa-lud”, o el consuelo que brinda a los afligidos, a los presos de la cárcel, habiendo logrado salvar a uno de la ejecución por ser inocente; anuncia el restablecimien-to de la Compañía de Jesús que se verificó 14 años después de su muerte; prevé y anuncia las invasiones inglesas que acaecieron luego de su fallecimiento 7.

El 6 de marzo de 1799, presa de una gran fiebre, se acuesta en su tarima de madera, que hacía las veces de cama, y al día siguiente fallece en los brazos de Margarita Melgarejo de Moreno.

Sus restos son sepultados en la Iglesia de la Piedad, en una ceremonia muy humilde y austera, tal como lo había solicitado en su testamento. Pero Buenos Aires quiere rendirle un homenaje público y ello ocurre el 12 de julio de 1799 en la Iglesia de Santo Domingo, con asistencia de autoridades y pueblo. En esta oportunidad, Fray Julián Perdriel lee la oración fúnebre que constituye un ver-dadero documento que sintetiza la vida de Madre Antula y aún hoy es fuente de información.

El corazón de la Madre Antula sigue palpitando en la Santa Casa de Ejercicios

6 Según información que surge de “Positio”, ob. cit.

7 Mons. Marcos Ezcurra, Biografía de María Antonia de San José, “Construir una Casa…”, Edit.

Edigraf, 1980, Capítulo XI, pág. 68.

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Espirituales, el edificio más antiguo de Buenos Aires, que atesora viejos recuer-dos en forma de imágenes, muros, puertas y ventanas, constituye el patrimonio vivo de la historia argentina y representa también el legado de una mujer que fue pionera de la evangelización argentina.

En 1905 los obispos argentinos elevaron una petición a la Santa Sede para obtener la introducción de la causa de beatificación de María Antonia, en la cual el 1 de julio de 2010, año del Bicentenario de Nuestra Patria, “il Santo Padre Benedetto XVI ha ricevuto in Udienza privata Sua Eccellenza Reverendissima Mons. Angelo Amato, S.D.B., Prefecto Della Congregazione delle Cause dei San-ti. Nel corso dell`Udienza il Sommo Pontefice ha autorizzato la Congregazione a promulgare i Decreti riguardanti: - le virtù eroiche della Serva di Dio Maria An-tonia di San Giuseppe (al secolo: María Antonia de Paz y Figueroa), Fondatrice del Beaterio degli Esercizi di Buenos Aires; nata a Silípica o a Santiago del Estero (Argentina) nel 1730 e morta a Buenos Aires il 7 marzo 1799”.

María Antonia de San José en Córdoba (siglo XVIII)

Una aldea rodeada de profundas e irregulares barrancas, regadas por las aguas del Río Suquía y un cerco de monte tupido, amenizaban con las cons-trucciones de adobe y piedra que se ubicaban en las cercanías de la plaza mayor.

Las Iglesias, construidas con piedras, ladrillos y tejas, le daban un toque especial que resaltaban sus características, no sólo arquitectónicas sino que de-notaban los inte-reses de sus habitantes.

La ubicación territorial de Córdoba brindaba la auspiciosa posibilidad de que sus habitantes generaran relaciones comerciales con otras regiones veci-nas, como así también desarrollaban la actividad cultural muy ligada a la vida universitaria generada en la hoy Universidad Nacional de Córdoba. Todo ello bajo la estricta vigilancia y autoridad del Cabildo, institución protagonista de los grandes hechos de nuestra historia.

Un siglo antes del período que nos ocupa, don Ángel de Peredo ilustraría a la Reina de España desde Jujuy: “La ciudad de Córdoba es la más populosa y de más lustre de todas estas provincias, por adornarla las cabezas de las religiones de Santo Domingo, San Francisco y la Merced y un suntuosísimo colegio de la

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Compañía de Jesús con Universidad…” 8.Hoy, con solo transitar las calles de nuestra Córdoba, es posible admirar la

gran obra de los jesuitas, quienes “trabajaron con extraordinaria capacidad e in-fluencia en las regiones del Tucumán, quienes se lanzaron a una tarea impresio-nante, no sólo en lo espiritual sino también en lo material. Mientras edificaban capillas creaban centros de colonización en Santa Catalina, Jesús María y Alta Gracia, verdaderos modelos de organización. El templo jesuítico en la ciudad capital es el que de más antiguo subsiste… la bóveda es la quilla de un navío boca abajo, como que Felipe Lemer, su constructor, había trabajado en astille-ros de Europa. Gran proyección tuvieron esos sacerdotes en lo educacional y cultural, puesto que en 1610 fundaron el Colegio Máximo. Dio las bases a la actual Universidad Nacional… El Colegio de Nuestra Señora de Monserrat, fun-dado (1687) por el clérigo doctor Ignacio Duarte y Quirós, también recibió de los jesuitas gran impulso. Ambos institutos han tenido singular gravitación en la vida intelectual de Córdoba y del país” 9.

Sin embargo, esta gran obra generaba resistencia en ciertos sectores y su organización era considerada como una “amenaza” al poder real. Ello llevó a Carlos III a dictar la Cédula Real fechada en febrero de 1767, que argumentando insubordinación e intranquilidad en el pueblo, expulsó a los jesuitas de las co-marcas americanas. Los sacerdotes de esta orden fueron detenidos y trasladados en carreta hacia Buenos Aires.

Cumplida la orden real en estos territorios, fueron escasas las voces que se alzaron en defensa de los jesuitas. El poder de la realeza, quizás, aplacó o silen-ció el sentimiento de hombres y mujeres a pesar de la obra extraordinaria de estos sacerdotes, a quienes, según los dichos del Deán Funes, habían “confiado la educación de sus hijos, hallaba en sus consejos el acierto de sus dudas y en sus larguezas, el alivio de sus necesidades…” 10.

La prosperidad alcanzada en todos los órdenes por la labor de los jesuitas se derrumbó. Quedaron abandonadas las construcciones realizadas, se instaló el malestar en los claustros de estudio, se generaron violentos movimientos

8 Efraín U. Bischoff, “Historia de Córdoba”, Tomo 2, Editorial Plus Ultra, 1995, pág. 58.

9 Efraín Bischoff, ob.cit., pág.85.

10 Efraín Bischoff, ob.cit. pág. 94.

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estudiantiles, la imprenta –construida por ellos– en desuso en uno de los tan-tos sótanos del Colegio Monserrat, la desolación de los esclavos y de quienes aprendieron gracias a la enseñanza de los sacerdotes un oficio para llevar el sus-tento de su familia, los hijos sin educación, los padres desorientados, los fieles apenados…

Cuando el Rey Carlos III adopta la decisión de expulsar a los jesuitas, María Antonia de San José, también conocida como la Beata Antula o Mama Antula, tenía treinta y siete años y vivía en Santiago del Estero.

Esta incomprendida decisión de la monarquía que gobernaba estas tierras, generó en María Antonia el deseo de continuar la obra jesuita reinstaurando los Ejercicios Espirituales 11 y difundiendo su devoción a San Ignacio de Loyola que promulgaba desde los quince años, bajo la guía espiritual del padre Gaspar Juárez.

Resulta difícil imaginar en esa época a una mujer que, vestida humildemen-te con una túnica negra, confesara su fidelidad y saliera en defensa de la obra de los jesuitas, cuando los pobladores no se atrevían a nombrarlos y utilizaban la expresión “expatriados”, para referirse a ellos.

Esta mujer, de cuyo cuello colgaba la imagen del Niño Jesús al que llamaba “Manuelito”, descalza y con una gran cruz de madera en la mano, invitaba a todos –sin realizar diferencia alguna– a participar de los ejercicios espirituales a la vez que consolaba a los desesperanzados, asistía a los enfermos, acercaba alimentos a los hambrientos, visitaba los presos, recogía a las prostitutas.

Con su entrega y devoción, recorrió evangelizando las poblaciones de San-tiago del Estero, para luego acudir a Catamarca, Jujuy, Salta, Tucumán, La Rioja, Córdoba, Buenos Aires y Montevideo.

María Antonia de San José transitaba los desolados caminos junto a dos compañeras y un peón, desafiando los peligros que implicaban esas largas tra-vesías. Llevaban un carrito y mulas para trasladar la carga.

11 “Los Ejercicios Espirituales son prácticas piadosas iniciadas por San Ignacio de Loyola, en las

cuales los participantes viven en un lugar cerrado durante varios días, y escuchan una serie de

charlas que sirven de base para que los ejercitantes reflexionen y mediten, y apliquen los prin-

cipios cristianos a su vida personal” (“Una mujer relevante de la Iglesia Rioplatense, María Anto-

nia de Paz y Figueroa”, Colección Los Aventureros de Dios, Ediciones del Encuentro, pág.10).

MAMA ANTULA

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“Yo no doy ningún paso en estas empresas –decía María Antonia–, antes de haber comprendido bien si es una orden de Dios, que parece entonces conducirme por la mano, aun cuando no pueda decirles como se hace…” 12

María Antonia de San José, Madre Antula, llega a Córdoba en 1777 con el propósito de continuar la obra espiritual de los jesuitas, o expatriados, a tra-vés de los ejercicios espirituales. Arriba a una “ciudad grande y muy civilizada con muchos colegios y estudios universitarios donde los Padres de la Compañía habían tenido grandes establecimientos y casas en la campaña, entonces en ma-nos ajenas, o en un triste abandono y desolación. Quería ir allí a levantar si era posible esas ruinas, a reparar los daños que su ausencia causaba en las almas que habían dirigido, a renovar el cultivo de las virtudes cristianas y la piedad que ellos habían hecho florecer” 13.

Encontrándose en Córdoba, escribe al virrey Juan José Vértiz, el 6 de agosto, expresando:

“Ha de saber Vuestra Excelencia, que desde el mismo año que fueron ex-pulsados los padres jesuitas, viendo yo la falta de ministros evangélicos y de doctrina que había, y de medios para promoverla, me dediqué a dejar mi retiro y salir (aunque mujer y ruin), pero confiada en la divina Provi-dencia por las jurisdicciones y partidos con venia de los señores obispos… a colectar limosnas para mantener los santos Ejercicios Espirituales del glorioso San Ignacio de Loyola…” 14.

La autorización para la realización de Ejercicios Espirituales es brindada por el Sr. obispo Manuel Moscoso, “…pero no empezaron allí los Ejercicios sin ven-cer antes grandes dificultades y contradicciones que se opusieron a su empresa, calificada por algunos de locura, y por algunos otros de ridiculez. Sin embargo,

12 “Una mujer relevante de la Iglesia Rioplatense, María Antonia de Paz y Figueroa”, ob.cit., pág. 13.

13 Mons. Marcos Ezcurra, biografía de María Antonia de San José, “Construir una casa…”,

Edigraf, 1980, pág. 39.

14 Olga María Wroblewki, “María Antonia de la Paz y Figueroa”, Fundación Santa Ana, La Plata,

2006, pág. 12.

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entablada allí esta santa práctica, produjo los frutos de salud eterna que en to-das partes; y la Beata logró ver fundada en Córdoba, establemente, la casa que siguió sirviendo para el mismo fin, aún después de su muerte” 15.

Como bien se advierte de la correspondencia de la beata y de la cita biblio-gráfica realizada, en Córdoba no fue bien recibida, generando en algunos secto-res oposición, desconfianza y resistencia 16.

Se relaciona con Ambrosio Funes 17 quien mantenía vinculaciones con los jesuitas y le prestó un invalorable apoyo en la realización de los Ejercicios Espi-rituales contando con la colaboración de ilustres sacerdotes que brindaban las charlas a los asistentes.

En la correspondencia mantenida con Ambrosio Funes, la Madre Antula des-cribe su experiencia en “la Docta”, especialmente en una carta fechada el 10 de diciembre de 1784, cuyo original estaba en manos de José Ignacio Olmedo, presidente del Centro San Ignacio de Loyola:

“… Cuando llegué a Córdoba, nunca premedité estar tanto tiempo, y sa-liendo por las Sierras a buscar Providencia con qué sostener la obra, que al parecer ofrecía por esta causa menos subsistencia; con todo me acome-tían unos temores grandes de dejar de continuar allí, porque quizá no fuese voluntad de Dios. En fin, creo que cuando lo fue, me conduje para ésta, y si tantas dificultades experimenté en nueve meses, con repetidas repulsas, y, cuanto cabía en lo humano, podía abandonar la solicitud; no obstante, conceptuando que Su Majestad me había conducido para los fines de su Providencia, insistí, como de hecho parece que eso me convenía para lograr o poner en ejecución lo que Dios quería. Ya establecida, ¡qué medios, y qué caminos tan admirables no ha franqueado! Que si bien

15 “La Beata de los Ejercicios”, recopilación realizada por el P. Justo Beguiriztain, S.J., 2da.

Edición ampliada y corregida, Buenos Aires, 1933, pág. 20.

16 Información que surge de “El estandarte de la Mujer fuerte”, publicado en su misma época y

la Noticia del año 1863. Cita N 33 en Biografía de María Antonia de San José, ob. cit., pág. 45.

17 Don Ambrosio Funes fue alcalde de Primer voto por cédula real y ulteriormente síndico procura-

dor de la ciudad de Córdoba en la época colonial. Luego fue nombrado gobernador de la provincia de

Córdoba por el histórico Congreso de Tucumán. (“La Beata de los Ejercicios”, ob. cit., pág. 29).

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fijásemos la consideración, puede ser, que jamás vistos…” 18.

Desde hace tiempo atrás, y de manera más intensa a partir del presente si-glo, nos atrevemos a debatir, a consensuar y a discernir acerca de la no discrimi-nación 19 en su amplio espectro, y que la garantía constitucional de la igualdad no se convierta en letra muerta de nuestra Carta Magna.

En Córdoba, en el periodo 1777-1779, una mujer se pronunció en defensa de los desterrados por el Rey Carlos III, cuando ni siquiera los poderosos se atrevían a ello. ¡Qué fortaleza y valentía!

Una mujer que logró que sectores de la alta sociedad y sus esclavos, o sir-vientes, convivieran y compartieran el mismo techo, la misma mesa y se unie-ran en comunión en los Ejercicios Espirituales.

Toda una obra cuyo valor humano es difícil dimensionar hoy, pero más aún imaginar en el tiempo histórico que nos ocupa.

El historiador Efraín U. Bischoff, al referirse a la introducción de negros, la existencia de mestizos (cruzas entre español – indio – negro) expresa que “… la discriminación fue practicada tajantemente por el blanco, debiendo los mestizos, como hemos puntualizado, hasta llegar a poseer capillas separadas y cofradías donde en ciertas circunstancias mezcláronse con los negros… El en-frentamiento del blanco con el negro era muy visible. Aquel de ninguna ma-nera aceptaba el acercamiento, como no fuera para el aprovechamiento de ese material humano… El empadronamiento de 1779 indica en ciudad y campaña, 17.340 españoles, 5.482 indios, 14.892 negros, mulatos, etcétera, libres, y 6.338 negros, mulatos, esclavos…” 20.

Una mujer que en una circunstancia histórica tan difícil, buscaba “a los hom-bres rudos e ignorantes del campo, a las mujeres del pueblo y de servicio, para instruirlos y morigerarlos, a los caballeros ricos y señoras principales, para re-cordarles sus deberes y las ternas verdades en medio del fausto y los goces de la vida; a los presos, para consolarlos en sus mazmorras y regenerarlos para el

18 “La Beata de los Ejercicios”, ob.cit., pág. 93.

19 Discriminar: “Dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales,

religiosos, políticos, etc.”, Gran Enciclopedia Universal Espasa Calpe, Clarín, Tomo 13, pág. 3792.

20 Efraín Bischoff, ob.cit., pág. 75-76.

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bien; a las mujeres extraviadas, para volverlas al sendero del honor y la religión; a los bandidos y todos los pecadores, para convertirlos…” 21.

La desolación que encontró la Madre Antula al llegar a Córdoba, la oposición y desconfianza en algunos sectores recibió el consuelo de Dios a través de una visión maravillosa, que hoy la humanidad puede disfrutar, respecto a la restau-ración de la Compañía de Jesús:

“Viendo sus iglesias desiertas, sus casas abandonadas, sus muebles es-parcidos o destrozados por todas partes, volvió de nuevo a afligirse y a sentir una profunda conmoción. “¿Qué es de aquella antigua Jerusalén tan gloriosa? –exclamaba–; ¿qué se han hecho sus hijos, mis hermanos? ¿Qué es de su antiguo decoro y esplendor? ¡Ay! ¡quedo yo sola e indigna, pobre y desvalida, para representarla! ¿No volverán algún día los tristes desterrados?”.

El Señor misericordioso, para consolarla, le envió una visión, que fue una profecía que ella siempre repitió hasta su muerte. Vio las iglesias de la Compa-ñía con las luces apagadas, desiertas y en tinieblas, a manera de un gran navío flotando sobre un mar proceloso. En esta congoja vio surgir en el fondo una pe-queña luz como un candil, y un ángel bajando del cielo, tomó de allí una chispa y empezó a encender todas las luces, iluminándose de nuevo una gran alegría y renovándose las sagradas funciones. En esta esperanza vivió la Madre María Antonia y todos los meses, el día 19, hacía celebrar una Misa a su patrono San José, por el establecimiento de la Compañía de Jesús…” 22.

En Córdoba, María Antonia de San José organizó 60 tandas de ejercicios espi-rituales a los que asistieron un promedio de 200 a 300 personas, sin distinción alguna de clases.

En 1779 parte hacia Buenos Aires y luego de una gran obra que trasciende a

21 Mons. Marcos Ezcurra, ob.cit., pág. 81.

22 Mons. Marcos Ezcurra, ob.cit., pág. 44. Nota 37: “Esta visión se halla consignada así en las

vidas escritas en Europa, lo mismo que el dato respecto a mandar decir la Misa el 19 de cada mes

por su retorno. María Antonia falleció el 7 de marzo de 1799 y los jesuitas fueron restablecidos

en 1814, por bula del Papa Pío VII”.

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la fecha, muere en la Santa Casa de Ejercicios –por ella fundada–, en la Celda Nº 8, el 7 de marzo de 1799 23, en los brazos de la cordobesa Margarita Melgarejo y Dávila que la había acompañado desde su paso por Córdoba y le confía la conti-nuación de su obra, designándola su sucesora, circunstancia ésta que surge del Testamento de María Antonia 24.

El reconocimiento y la síntesis de la obra de esta gran mujer, es posible en-contrarlos en la Oración Fúnebre 25 pronunciada por el R.P. Fray Julián Perdriel, prior del Convento de Predicadores de Buenos Aires, en las solemnes exequias que se celebraron en la Iglesia de Santo Domingo, el 12 de julio de 1799, por el alma de María Antonia de San José: 26

“… el día siete de marzo, y de un solo golpe, nos arrebató con violencia aquella mujer fuerte, superior a su sexo, émula y aún vencedora del va-ronil, rara y singular…“¡Murió la Madre!, Dios le pague su caridad,“¡Mujer Santa!, dirá reflexivo el hombre de negocios. Por ella ordené yo las cuentas, que temblando han rendido, aún los justos, al acreedor eterno,“¡Mujer útil!, dirá la dama de placeres, donde yo advertí que los compra-ba al caro precio de llamas sin fin,

23 Funda la Casa de Ejercicios Espirituales (Av. Independencia 1166, Ciudad Autónoma de

Buenos Aires) y crea un beaterio de mujeres al servicio de su obra que con el tiempo se ha trans-

formado en la Congregación Religiosa “Sociedad Hijas del Divino Salvador”, que custodiando

y cultivando la memoria de la Madre María Antonia, han mantenido vivo el edificio y la labor

evangelizadora, como uno de los signos más elocuentes de lo que ha sembrado esa mujer fuerte

y llena de coraje evangélico (Mon. Guillermo Javier Karcher, colaborador externo en la Causa de

beatificación y canonización de la Sierva de Dios María Antonia de San José, Roma, 7 de agosto

de 2008, agregado como Prólogo en Biografía de María Antonia de San José, ob.cit.).

24 Mons. Marcos Ezcurra, ob.cit., pág. 133.

25 El 26 de septiembre de 1913, se trasladaron los restos de María Antonia de San José al nuevo

sepulcro en la Iglesia de La Piedad., Buenos Aires. En esa oportunidad encontraron junto a ellos

un frasco de cristal en el cual se hallaba un ejemplar de la oración fúnebre del Padre Perdriel

(Mons. Ezcurra, ob.cit., pág. 142).

26 Mons. Marcos Ezcurra, ob.cit., págs. 162/165.

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“¡Mujer penitente!, dirá la doncella, donde yo me desenredé de unos la-zos que me arrebataban a la perdición,“¡Mujer virtuosa!, dirá el joven aturdido, donde yo recordé el sueño de los vicios, y conocí que mi locura había llegado hasta el extremo de creer-me seguro en la orilla misma del precipicio,“¡Mujer celosa de la salvación de sus hermanos!, dirá la devota espiri-tual, a sus cercanías,“¡Mujer abstraída y escondida en Dios! Murió la madre beata, exclama-rán los párrocos, los confesores, los sacerdotes… Ella, que aliviaba nues-tra carga, atraía nuestras ovejas…“Murió la madre beata, dirán los magistrados y santas iglesias, los cleros y sus prelados, el negociante y el artesano, el noble y el plebeyo, el grande y el pequeño…“¡Mujer necesaria! Murió la madre beata, gritará un clamor triste desde la desembocadura del Río de la Plata, hasta la garganta de los Andes, y en concepto general, que raras veces engaña, ejecutará a la lengua para que pronuncie, que se llevó Dios una mujer heroica, que arrebató la ad-miración más reflexiva,“Madre Antula, mujer piadosa por su virtud, mujer de espíritu por su fervor, útil por sus empresas, necesaria por su rara constancia en ejecu-tarlas, apostólica por su celo de la salvación de las almas…”

La presencia histórica de esta mujer es a todas luces relevante y elocuente. Sus virtudes, un digno ejemplo para admirar e imitar.

Epílogo

El esfuerzo, la perseverancia, entrega y generosidad de María Antonia de San José se encuentran presentes en nuestros días.

Las religiosas que la sucedieron constituyen hoy la llamada “Sociedad Hijas del Divino Salvador”, cuya sede central es la Santa Casa de Ejercicios, que fuera declarada Monumento Histórico Nacional, en el año 1942, por el presidente Dr. Ramón S. Castillo.

Su labor, cumpliendo la voluntad de Madre Antula, se centra en la tarea edu-

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cativa, evangelizadora y misionera, promoviendo –además– los Ejercicios Espi-rituales según el método de San Ignacio de Loyola y se desarrolla en Córdoba, provincia de Buenos Aires y Uruguay.

En Córdoba, el carisma de María Antonia de San José está presente en los Proyectos Institucionales de los Centros Educativos: “Sor María Antonia de Paz y Figueroa” en Barrio Yofre, Córdoba y “Catalina Caviglia de Visca”, en la ciudad de Oliva, ambos bajo la dirección de la Sociedad Hijas del Divino Salvador, y en la Casa de Ejercicios Espirituales “Madre de la Iglesia” en Villa Tortosa, Unqui-llo, donde durante todo el año concurren niños, jóvenes y adultos a realizar esta experiencia de encuentro con Dios.

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Bibliografía

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EFRAÍN U. BISCHOFF, “Historia de Córdoba”, Colección: Historia de Nuestras Provincias, Tomo 2, Edi-

torial Plus Ultra, 1995.

MONS. MARCOS EZCURRA, glosa del R.P. Justo Beguiriztain S.J., “Construir una casa…”, Biografía de

María Antonia de San José, Edigraf, 1980.

OLGA MARÍA WROBLEWSKI, “Maria Antonia de la Paz y Figueroa”, Fundación Santa Anta, La Plata, 2006.

Colección Los Aventureros de Dios, “Una mujer relevante de la Iglesia rioplatense María Antonia de Paz

y Figueroa”, Ediciones del Encuentro.

“Bonaerensis, Beatrificationis et Canonizationis Servae Dei Mariae Antoniae A.S. Joseph(1730-1799),

POSITIO, Super Vita, Virtutibus Et Fama Sanctitatis”, Roma, Tipografía Nova Res S.R.L., 2007.

MAMA ANTULA

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Por Mónica Ambort Ha trabajado en los diarios Puntal de Río Cuarto, Clarín de

Buenos Aires, La Voz del Interior y Página 12 Córdoba. Fue

directora de la revista Umbrales, y entrevistadora de Survivors

of the Shoah Visual History Foundation. Es autora de los libros

Juan Filloy, el escritor escondido y Córdoba, historias de amor, de locura y

de muerte; y coautora de Lapa 3142, viaje sin regreso. Ha

recibido premios por sus trabajos sobre la desaparición de

estudiantes del Colegio Manuel Belgrano, los chicos con cáncer,

el celibato en la curia cordobesa, la inundación de Santa Fe y el

diario cooperativo Comercio y Justicia. Da clases en la Escuela

de Ciencias de la Información (UNC) y vive en Mendiolaza. Con

este trabajo quiere destacar la entrega de María Saleme a la edu-

cación pública y su resistencia a la dictadura militar de 1976.

[email protected]

María Saleme

de Burnichón

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MARÍA SALEME DE BURNICHÓN (1919-2003)EDUCAR PARA LA LIBERTAD

Su primera medida al asumir la dirección, fue abrir las puertas de la escuela de par en par. Hasta entonces, sólo podía hacerse con una autorización escrita: en Argentina gobernaban los militares que en 1955 derrocaron al peronismo, y en las aulas se sentía con rigor la autoridad incuestionable de docentes y directivos 1.

Pequeña, de gestos breves y voz pausada, cuando estuvo al frente de la Es-cuela Normal Agustín Garzón Agulla, una de las más prestigiosas de Córdoba, introdujo además el trabajo en grupo y las pruebas a libro abierto… Mientras los chicos respondían sus consignas, María Saleme de Burnichón se marchaba a caminar por los pasillos del tradicional edificio de barrio General Paz, con-fianza que para estudiantes acostumbrados a ser marcados de cerca, resultaba la mayor exigencia. Además, les proponía que se evaluaran ellos mismos: contra todos los pronósticos, los chicos no eran para nada dadivosos 2.

1 Discurso de Alicia Carranza. Homenaje a María Saleme en el patio de la Facultad de Filoso-

fía, frente al Centro de Investigaciones, el 23 de marzo de 2004. Revista número 3 del Centro.

Noviembre de 2004.

2 Entrevista de Eduardo Remedi y Justa Ezpeleta a María Saleme, en México, en 1997. Decires.

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Mucho antes de que las demandas de grandes cambios sacudieran los claus-tros de todos los niveles en la segunda mitad del siglo XX, María Saleme pre-tendía alumnos libres. Que en vez de repetir lo que decían los libros, pudieran plantearse preguntas y discurrir en busca de sus propias respuestas.

Así lo hizo durante más de sesenta años. Auxiliar de cátedra, alfabetizadora de indios y trabajadores, tallerista, directora de escuela, docente superior, ase-sora pedagógica. Conferencista, investigadora, decana… En la década del ‘40, cuando comenzó a trabajar en su Tucumán natal. En México, al que recaló por primera vez durante la dictadura de Onganía. Dentro de la Universidad Nacional de Córdoba, en cuya Facultad de Arquitectura participó de una experiencia casi revolucionaria que incorporó las ciencias sociales a la mirada sobre el hábitat humano. Y en la Facultad de Filosofía de la que fue su primera decana a fines de los ‘80, donde creó un centro de investigaciones reconocido por su seriedad académica y su compromiso extramuros.

En los años ‘30 fue discípula de una de las pedagogas que innovó la educa-ción en Argentina y en los ‘40, de grandes maestros del pensamiento marxista como Silvio Frondizi y Rodolfo Mondolfo.

Gobiernos de distinto pelo la castigaron por sus posiciones políticas. Perdió su lugar en las aulas una y otra vez, y fue víctima de uno de los crímenes más impíos de la última dictadura militar. En 1976, apenas se instaló el golpe que derrocó a Isabel Martínez de Perón, un comando militar secuestró a casi toda su familia, dinamitó la casa donde vivían, y fusiló a su marido, el editor Alberto Burnichón.

Diezmados sus más caros afectos, la educadora se autoexilió en Buenos Aires. De la mano de una monja francesa, luego secuestrada, se sumó al Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos, y casi en la clandestinidad creó los primeros talleres para que los hijos de desaparecidos pudieran seguir estudiando.

Sin tintura ni maquillaje y ropas siempre austeras, trabajó casi hasta su muerte en 2003, cuando tenía más de 80 años. Desatendiendo las recomenda-ciones familiares aceptaba invitaciones de distintos lugares del país, y aun mu-cho después de jubilarse siguió yendo a su oficina en la ciudad universitaria.

Madre de cuatro hijos, María Saleme fue formadora de varias generaciones de educadoras y educadores. Le gustaba decir que aprendía mucho de sus es-tudiantes y cuando apenas se lo tenía en cuenta, insistía en el contexto de los alumnos. Que para enseñarles se atendieran sus necesidades, decía. Su historia.

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Sus saberes previos. Lamentaba la profesora que la escuela no fuera un lugar donde se cultive la

alegría. Cual Sócrates, sus discípulos la recuerdan como una maestra que los condujo a la interrogación permanente, a la escucha de la palabra del otro. Y que entendió la educación como un gesto de solidaridad con los excluidos 3.

Investigar entre todos

La Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Cór-doba resultó, diez años después del golpe de 1976, el último destino institu-cional de María Saleme de Burnichón. Recién entonces terminó la persecución política que le marcara las huellas durante más de cuarenta años. Buena parte de sus experiencias educativas se desarrollaron en itinerarios de expatriada.

En la década del ‘40 debió terminar sus estudios en la Universidad Nacional de Tucumán rindiendo libre porque no le daban el certificado de buena conduc-ta después de que, como delegada ante la Federación de Estudiantes, se sumara a una huelga de apoyo a un numeroso grupo de docentes expulsados en el pri-mer gobierno peronista.

Poco después, por negarse al luto impuesto tras la muerte de Evita en 1952, perdió su cargo en una escuela secundaria. Entonces dejó Tucumán definiti-vamente y luego de unos años en Buenos Aires se instaló en Córdoba. Aquí, la dictadura de Juan Carlos Onganía la dejó otra vez sin trabajo a fines de los ’60, y durante el gobierno de Isabel Perón la echaron nuevamente de la universidad, unos meses antes de que los militares que derrocaron ese gobierno asesinaran a su esposo.

En 1987, cuando ya hacía cuatro años que la dictadura había terminado, de-bió amenazar con un escándalo para ser reincorporada a la Universidad Nacio-nal de Córdoba 4 donde con el apoyo entusiasta de todos los claustros, resultó la primera mujer que ocupó el decanato de Filosofía y Humanidades. Tenía cerca de setenta años.

Una de sus principales criaturas durante esa última etapa en la Casa de Trejo

3 Alicia Carranza, entrevistada para este trabajo.

4 Entrevista citada de Eduardo Remedi y Justa Ezpeleta.

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fue el Centro de Investigaciones que ahora lleva su nombre, en el que reunió numerosos espacios de producción científica que trabajaban dándose la espal-da. Ese centro fue una respuesta de María Saleme a la compartimentación de saberes, a la hiperespecialización pretendida por la ideología neoliberal de los ‘90, que la exasperaba.

La decana lamentaba el aislamiento entre distintas áreas; que cada facultad se arremolinara alrededor de su propio saber, o de su propia búsqueda y no le hicie-ra caso a nadie: “Incluso los estudiantes no se comunican entre ellos”, se quejaba.

Con una marcada preocupación por las urgencias sociales, a los problemas se los comenzó a mirar entonces desde distintas disciplinas. “Una combina-ción entre rigor investigativo y compromiso con lo social”, explica el director Claudio Díaz, para quien, a pesar de algunas resistencias iniciales que generó el nuevo centro de investigaciones, en la Facultad de Filosofía, María Saleme es uno de los pocos referentes indiscutidos.

En vínculo estrecho con las organizaciones sociales, la marginalidad, los de-rechos humanos, la ciudadanía y los recursos naturales son algunas de las in-quietudes que en el Centro mantienen vivo el espíritu de su fundadora. Siempre sostuvo que además de conocer la realidad, desde la educación se debía inter-venir en ella.

A Saleme no la entusiasmaba la carrera desbocada por los paper de investi-gación y los posgrados a la que fueron lanzados los docentes universitarios en el gobierno de Carlos Menem.

Es por lo que más la admira su amiga desde los tiempos del Taller Total, la abogada Elsa Chanaguir. Porque decía que era una zanahoria puesta delante de los docentes para obligarlos a correr sin mirar a su alrededor. “Sostenía que ser maestro era trabajar con los que más necesitaban. Ver cómo trabajar con la gente”, dice Chanaguir, y agrega: “Tenemos mucha admiración por la Negra. Por su ética a ultranza. Jamás iba a ceder sus principios. En Filosofía recibía a sus alumnos hasta no sé qué hora. Cuando uno habla de referentes éticos, de los que quedan pocos en la universidad, habla de ella. Todos la admiraban”.

Saleme descreía del científico aislado en los claustros. Consideraba insosla-yable la relación con la sociedad. “Comunicar la universidad no es bajarle nivel. Es obligarla a escuchar…”, sostenía. Un perfil por el que algunos no le recono-cían suficiente mérito académico.

“Me parece que en ciertos grupos, un académico no tradicional, que no pu-

MARÍA SALEME DE BURNICHÓN

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blica, genera resistencias. Tal vez por eso, al rendirle homenaje, la universidad le dio el título de profesor consulto, y no el emérito, el máximo reconocimiento que se le da a un docente”, aventura Alicia Carranza, discípula de Saleme y com-pañera de trabajo hasta los últimos días.

Aprendiendo con los arquitectos

Veinte años antes de ser decana de Filosofía, María Saleme coordinó el equi-po de educadoras que en el Taller Total ayudó a pensar la arquitectura más allá de la belleza de las líneas.

Hasta fines de los ‘50 la formación de los arquitectos, cuya facultad recién se desprendía de Ingeniería, estaba limitada a las técnicas del diseño y la cons-trucción.

Pero en plena década del ‘60, junto con los Beatles, la píldora anticonceptiva y el cuestionamiento a valores tradicionales como la familia y la propiedad, en la Facultad de Arquitectura de Córdoba los estudiantes comenzaron a cuestio-narse la función social de su profesión 5.

En la dictadura de Onganía, después que la noche de los bastones largos ahuyentara a cientos de docentes de la Universidad de Buenos Aires, y al ritmo de la ola revolucionaria que recorría las universidades del mundo, la facultad cordobesa se convirtió en una caldera de debates.

“Queríamos una arquitectura que pensara en la gente. Un pensamiento que también discutían otros estudiantes de toda Sudamérica”, cuenta Benjamín El-kin, referente indiscutido del Taller, al recordar las reuniones interminables, de días corridos, donde todo se discutía.

En el Taller Total el hábitat ya no era un problema exclusivo de arquitectos. Para dar una respuesta integral a las necesidades sociales se sumaban antropó-logos, abogados, profesionales de la salud.

La nueva mirada interdisciplinar necesitaba además un modo distinto de enseñar. Así se incorporó María Saleme de Burnichón con su equipo al Taller Total. La profesora había participado de la fundación de la Escuela de Educación

5 Taller Total, de Benjamín Elkin, Ferreyra Editor.

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en la Facultad de Filosofía y Humanidades donde a la luz del pensamiento fran-cés, crítico de la enseñanza tradicional a la que acusaban de reproducir los va-lores de una sociedad reacia al cambio, prohijó una generación de educadores.

“Cuando la fueron a buscar, María echó mano a sus mejores alumnos, gente que hoy tendrá 65, 68 años… Fueron increíbles. Empezaron a preguntarnos qué hacíamos en la profesión, qué enseñábamos”, recuerda Elsa Chanaguir, activa participante de la movida de Arquitectura.

El arquitecto Benjamín Elkin subraya la imagen. “Estábamos en el decana-to. Podía entrar cualquiera. La Negra pregunta entonces ´para quién enseñan ustedes´. Nos quedamos mudos. ´Para la sociedad´, dijimos al rato, y a partir de entonces comenzaron las preguntas… Las pedagogas nos enseñaron cómo enseñar”.

Al recordar años después la experiencia, Saleme comentó que mientras en el país se desarrollaba una arquitectura de alto vuelo, capaz de obras públicas extraordinarias, cuando los estudiantes iban a las villas, o a los barrios más po-bres, descubrían la precariedad de la vivienda, la ausencia de paisaje. Frente a ta-maña contradicción, se propuso que los jóvenes salieran de la universidad para conocer las necesidades de la gente; que fueran a las obras a aprender del maes-tro mayor antes que a dirigir. Aunque debilitado por sus desmesuras terminó abruptamente, el Taller generó una movilización extraordinaria que alcanzó a varias facultades.

“Había cátedras feudo, y por eso algunos docentes se resistieron, pero tam-bién hubo un desfasaje”, recordó Saleme de Burnichón. La discusión política y social se agigantó hasta minimizar la formación técnica, carencia que muchos estudiantes sentían al final de su carrera, desarmados frente a las demandas profesionales. Tenían una sólida formación en ciencias sociales, una gran “au-tonomía de vuelo”, pero flaqueaban en el quehacer específico 6.

Más allá de sus ambiciosas premisas y los exabruptos sobre los que cabal-garon muchos de sus detractores, el Taller Total fue un hito libertario en el que María Saleme y el equipo de pedagogas que la acompañaba ayudaron a cons-truir un modo de mirar la arquitectura que la hizo más humana y solidaria. El taller se instaló en un momento en que el diálogo entre “sectores culturales

6 Entrevista de Nora Lamfri a María Saleme. Decires.

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distintos era posible”, sostenía la docente. Junto con Ciencias de la Información, Psicología y Trabajo Social, la Facultad

de Arquitectura fue una de las más perseguidas a partir de 1975, en vísperas del golpe militar.

La filosofía de la gente común

Las monjas pensaban que iba a seguir sus pasos. Que esa niña obediente por cuyos méritos le dejaban tocar el bastón de mando del general Manuel Belgra-no, elegiría los hábitos. Pero cuando la pequeña María Esther llegó a la secun-daria en la Escuela Sarmiento que dependía de la universidad, rápidamente se politizó.

Hija menor de una familia de siete hermanos, María Saleme nació en Tucu-mán el 15 de septiembre de 1919. En Marcos Paz, cerca de Yerbabuena, al pie del Aconquija. Su padre, un libanés que hablaba francés, murió cuando ella recién había cumplido ocho años, y su madre, cuando tenía 15. En ese ambiente semi rural adonde hizo la escuela primaria, porque la economía familiar no daba para enviarla más lejos, María aprendió una cara desconocida del mundo, disonante con la idea de progreso que se le atribuía a la educación en su círculo familiar. Qué podía importarles la escuela a los humildes trabajadores de la zona, si los hijos tendrían la misma vida que los padres, padres que a su vez habían repeti-do la suerte de sus propios padres.

La futura maestra terminó de comprenderlo a los diecisiete años, cuando candorosa, siendo aún estudiante secundaria, quiso alfabetizar a los lugareños. Supo ahí que lo aprendido en la escuela poco le servía para la misión, pero ade-más, que esa gente aparentemente inculta y desinteresada del aprendizaje que ella les proponía, tenía su propio bagaje de conocimientos y sabiduría. Como la nana que la crió: considerándolo cosa de ricos, la mujer se negó a leer y escribir, y años más tarde dejó la casa de los Saleme dolida porque los familiares de Ma-ría no querían a “la Evita”.

María Saleme comenzó ahí a ser la docente iconoclasta que sería el resto de su vida. Pensaba que el origen de esa elección estaba en la mixtura de niña de clase media venida a menos, y su contacto con los hijos de los quinteros, los jardineros y otros trabajadores. Que su rechazo a los modos tradicionales de la

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enseñanza se había iniciado en esa relación temprana con su nana y gentes de sectores sociales tan distintos al suyo.

Su formación quedó marcada definitivamente en la universidad, adonde es-tudió filosofía y didáctica bajo el ala de grandes maestros como Silvio Frondizi, un marxista díscolo, y el italiano Rodolfo Mondolfo, filósofo judío experto en marxismo y filosofía griega que había llegado al país perseguido por los nazis.

Del primero aprendió el desprejuicio: ateo militante, el hermano del futu-ro presidente no tenía empacho en enseñar filosofía antigua haciendo leer la Biblia. Y de Mondolfo incorporó la interrogación socrática. Como ayudante de cátedra, Saleme fue una testigo privilegiada de las preguntas y repreguntas con-que el filósofo italiano la sorprendía, obligándola a desarrollar criterios propios, a confiar en sus reflexiones. En esa época adquirió el hábito de pensar que más allá de todo problema siempre hay un problema mayor.

La joven María ya se había familiarizado en la secundaria con las novedades de Clotilde Alfonso Doñate, pionera en aplicar los principios de la italiana María Montessori: una pedagogía de la responsabilidad y la autoformación pensada fundamentalmente para incluir a niños de los sectores de riesgo. La profesora Alfonso Doñate sembró una duda que guiaría los pasos de María Saleme por la docencia: la obligó a preguntarse si quería ser una maestra de pedagogía, o una maestra pedagógica. María se impuso la voluntad de ser una maestra pedagógica.

Crueldad sin límites

La hija mayor del matrimonio militaba en el peronismo revolucionario. Ellos eran reconocidos por su pensamiento de izquierda, por su participación en la movida universitaria y cultural que a fines de los ‘60, al calor del mayo francés y el cordobazo, aceleró los corazones de miles de jóvenes.

Con su trabajo de editor, Alberto Burnichón alentaba la divulgación de crea-dores ignotos, negados de los circuitos comerciales: tarea minuciosa con la que

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se había ganado la simpatía del progresismo cultural del país 7. Antes fue ven-dedor de libros, y cuando conoció a su futura esposa en Tucumán, hacía títeres en el teatro universitario. Había aprendido el oficio con Javier Villafañe, prócer de los titiriteros argentinos y militante del Partido Comunista.

En 1976 los Burnichón Saleme vivían en Córdoba, con David, el menor de sus cuatro hijos que tenía diecisiete años, en una casa alquilada de Villa Rivera Indarte. A media cuadra de la avenida Nores Boderau.

El padre y la mayor de las hijas, Soledad, se preparaban para viajar a Tucu-mán adonde se casaría Maorí, la hija menor. Partirían el 23 de marzo al final del día, en el Fiat 128 del editor. Pero a último momento la salida se postergó para la mañana siguiente, demora que transformó para siempre la vida de los Burnichón.

Un comando militar que se desplazaba en coches del ejército, según recuer-da con nitidez Soledad, arrasó a medianoche con la familia, incluida una nuera embarazada que estaba en la casa con sus dos pequeños hijos.

Mientras las mujeres fueron liberadas poco después en un descampado de las cercanías, a Burnichón y a David los condujeron al Campo de la Rivera, según la reconstrucción del itinerario que pudo hacer el joven. A último momento, un llamado de uno de los secuestradores impidió que a María Saleme la subieran al vehículo donde se llevaron a su marido.

En cambio, el hogar familiar fue desintegrado con una carga de dinamita, y el auto en que debían viajar al casamiento ardió entre los restos de la construc-ción. Tiempo después supieron que un militar había comprado la propiedad destruida.

Al hijo menor lo liberaron enseguida, pero a Burnichón lo fusilaron y arrojaron su cuerpo a un aljibe de Mendiolaza, donde, dijo el parte oficial que publicaron los diarios, había funcionado una cárcel del Ejército Revolucionario del Pueblo.

El editor tenía cincuenta y ocho años. Su mujer, cincuenta y seis.Como homenaje, María Saleme impulsó en 1996 el Premio Alberto Burni-

chón que cada año, en el contexto de la Feria del Libro de Córdoba, se entrega al

7 Semblanza escrita por Franco Rizzi, en la revista Deodoro, de la Universidad Nacional de

Córdoba y entrevista de Sergio Di Nucci en Página 12 a Juan José Hernández, donde menciona a

Alberto Burnichón.

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libro local mejor editado.Casi cuarenta años después, los hijos mayores del antiguo librero dicen fren-

te a una taza de café, que tal vez el crimen de su padre haya querido ser una advertencia: una muerte brutal, exhibida con jactancia apenas dado el golpe, sembraría el terror. Silenciaría las voces más sonoras de la cultura nacional.

“Ninguno de nosotros se animó a ir al velorio. La gente tenía terror. Me con-taron que ella estaba solita, parada al lado del cajón de su marido. Pero nunca hablamos de eso. Era hermética en sus sentimientos. Nunca hablaba de sí mis-ma. Jamás”, cuenta Alicia Carranza.

Ni los hijos pudieron estar. En el cementerio de Villa Allende adonde se hizo el sepelio, la acompañaron tres amigos incondicionales, y una antigua niñera de la familia.

Difícil saber qué temores, qué oscuras tempestades, qué desamparo, ocupa-ron los días siguientes de la compañera de Burnichón. Los hijos mayores sólo recuerdan su gran preocupación por David. Para protegerlo lo hizo viajar a Tu-cumán, y al poco tiempo ella partió a Buenos Aires.

Urgida por sobrevivir realizó allá diversos trabajos ajenos a su profesión y al tiempo ingresó al Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos gracias a la gestión de la monja francesa Alice Dumont, que después hiciera desaparecer el capitán Alfredo Astiz. Ordenando en su nuevo puesto las denuncias de perso-nas desaparecidas, María Saleme vio cómo crecía el número de niños que tras el secuestro de sus padres quedaba a la intemperie; su vida cotidiana desintegra-da, excluidos de la escuela.

Maestra aun en tan terribles circunstancias, preocupada por mitigar el daño de esos chicos, creó talleres. Para distraer a la represión los llamó Talleres de Apoyo Escolar, que desafiando los peligros funcionaron durante nueve años en varios lugares del Gran Buenos Aires, en Rosario, Córdoba y Tucumán.

La angustiaba que esos niños desconocieran la verdad. Con el deseo de pro-tegerlos, los abuelos, los familiares a cuyo cuidado quedaban después del se-cuestro de los padres, escondían el crimen con historias fantásticas de viajes inexistentes. Bloqueados por una ausencia inexplicable, los chicos tenían episo-dios de desmemoria, y hasta de ceguera. De tartamudeo y asma. Por más que se esforzara, la profesora Saleme no podía avanzar con sus programas. Entonces, fiel a su manera de entender la docencia, antes que en el afán por los contenidos curriculares, reparó en la necesidad de esos alumnos. Pensaba que el pedagogo

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debe estar abierto. Tener en cuenta que el alumno no es fijo; que es un alumno en situación.

Su primer desafío fue desbloquearlos. Debían conocer la verdad. Saber qué se les ocultaba: sinceramiento al que

muchos familiares se oponían aun cuando los hijos de desaparecidos iban de-jando de ser niños.

La herencia

Al hablar ante la Cámara de Diputados de la provincia de Córdoba casi veinte años después del golpe, la educadora advirtió que los tiempos de plomo toda-vía sobrevolaban. “Si miramos bien, entenderemos que aquellos días fueron nada más que un puente montado sobre miles de vidas, para posibilitar estos años de entrega”, dijo a los legisladores en 1996 8. Un puente que con el consen-so de “ocultadores medios de comunicación”, se había construido para “unir situaciones humillantes generadas por un proyecto económico”. La pedagoga atribuyó buena parte de las dificultades para pensar una escuela nueva a los esquemas mentales consolidados durante la dictadura del ‘76, y reclamó que se buscara a los responsables.

Mientras el Estado se achicaba desentendiéndose de sus obligaciones histó-ricas, a contrapelo del lugar común generalizado, Saleme defendía la educación pública y desnudaba los intereses comerciales de las leyes que en esos años im-pulsaban los gobiernos para modernizarla.

Sin desconocer algún mérito en ese afán modernizador, denunció que el ob-jetivo básico era responder al mercado y subrayó lo contradictorio de que los empresarios, un sector enriquecido aceleradamente mientras aumentaban los desocupados, se interesara en la educación.

En el país del uno al uno y la enajenación de los recursos naturales, la do-cente reclamaba que se dejaran de ocultar los compromisos internacionales res-ponsables de la pobreza, y ante la violencia escolar que ya ocupaba los titulares

8 Discurso de María Saleme ante la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputa-

dos de la Provincia de Córdoba, en 1996, a veinte años del golpe militar. Recopilado en Decires.

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de los medios de comunicación, calificaba de difícil y peligrosa la labor del do-cente. Una violencia, una agresión, decía, que no siempre es del chico, sino del sistema. Y denunciaba la violencia de bajarle el sueldo a los docentes y en vez de formarlos, obligarlos a actualizarse, limitándolos a contener a los alumnos.

En paralelo con sus críticas al neoliberalismo, Saleme vislumbró una crisis educativa más profunda que la coyuntural. No exclusiva de la educación, sino del sujeto. De no advertirla, los pedagogos seguirían creyendo que la solución debía llegar de la mano de un cambio de contenidos, de planes; de una moder-nización de las escuelas.

Antes que en la cara, hay que pensar en el cerebro de la crisis, pedía, y para ello, empezar por la persona. Por uno mismo. Descentrarse, señalaba invocando a Piaget. Intervenir sobre uno, “pero no a escondidas y a solas, sino animándose a hacerlo con el otro”.

Gozosa de la naturaleza y de las largas caminatas, tenía un respeto especial por los educadores del campo, esa raza de docentes que “toma contacto con una realidad tan fuerte y fuera de su formación”. Contra la imagen bucólica del pai-saje rural de algunas crónicas y discursos ministeriales, subrayaba que junto al campo y los árboles, estaba la situación económica, la falta de tierra, la erosión, el devastamiento de la tala… Y anticipándose a los daños que la sojización le haría al suelo, denunció la violencia contra el equilibrio agrario: el desmante-lamiento de las riquezas forestales, minerales y la fauna, cuyo corolario sería la desertización que condena a los jóvenes de familias campesinas al éxodo y a la incertidumbre sobre su futuro. “La pobreza no es casual”, subrayaba en 1995 durante un encuentro con docentes rurales. María Saleme cuestionaba la edu-cación de la ignorancia: que enseña qué hechos sucedieron y cómo, pero no por qué, ni para beneficio de quiénes.

La sensibilidad por el campo que inauguró durante su infancia casi rural, se había profundizado en México donde estuvo muy cerca de los campesinos a cuyos hijos daba clases. Y en Salta y en los Valles Calchaquíes. Aquí vio, durante una campaña de alfabetización en 1974, cuán lejos suelen estar de los destinata-rios los contenidos educativos que se piensan en las oficinas gubernamentales. Nada tenían que ver las cartillas de educación permanente redactadas en correc-to español en Buenos Aires, con el lenguaje de los argentinos del norte. Lo supo cuando un maestro indio de Yruya le enseñó el chiriguano. La lengua aborigen la remitió a un mundo muy distinto del oficial.

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El colchón de la alegría

María Saleme trabajó hasta sus últimos días. Silenciosa, llegaba casi a diario a la Facultad de Filosofía, a una pequeña oficina, y tomando el mate que ella misma se hacía alternaba sus diálogos con prolongados momentos de intros-pección y escritura. A veces a mano, otras en una vieja Remington 9.

A pesar de sus años también viajaba, y no faltaba a actos políticos y reunio-nes militantes.

Cuando su hija Soledad le recriminaba los esfuerzos, se defendía diciendo que durante la última dictadura militar el país perdió muchos de sus mejores jóvenes. Alumnos, amigos, cuya ausencia había dejado un trabajo pendiente que era necesario continuar. Lo vivía como un mandato.

Pudiendo hacerlo en avión, iba de una provincia a otra en colectivo y si su salud le imponía restricciones, aprovechaba la ausencia de sus hijos para des-obedecerlos y escaparse, también en ómnibus, a la ciudad universitaria. Aun cuando ya no tenía obligación de hacerlo, integraba tribunales de concursos, y nunca dejó de votar.

Vivía en una casita en Argüello, a metros de su hija. Tuvo doce nietos y dieciocho bisnietos. Un familión donde siempre había

un cumpleaños u otro motivo para reunirse. Moro, el mayor de la prole, dice que fue teniendo hijos, como los Burnichón Saleme sobrellevaron el asesinato del padre. María, haciendo sin parar, dice su hija Soledad.

Murió a los ochenta y tres años, el 21 de noviembre de 2003, después de un infarto cerebral.

Firme e inquebrantable en sus convicciones, Saleme advertía el desafío de los chicos posmodernos, que ya no leen ni se expresan como los de generacio-nes anteriores. “No quiero decir que enseñemos con tiras cómicas, pero hay que tener en cuenta estos elementos”, señalaba al hablar de los nuevos medios de comunicación instalados con fuerza en la vida cotidiana 10.

9 Semblanza incluida en la revista del Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y

Humanidades editada en homenaje a María Saleme, en el primer aniversario de su muerte.

10 Entrevista de La Voz del Interior con María Saleme, el 15 de enero de 1989. Decires.

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Un aggiornamiento que parecía a contramano de su imagen austera, como cuando abrió las puertas de la Escuela Garzón Agulla, hace más de medio siglo. En plena adolescencia, muchas de las alumnas que definieron allí su vocación, vivían contradictoriamente la admiración que les despertaba y su aparente se-veridad.

“Nosotras, con esa cosa frívola, la coquetería de los catorce años, veíamos su figura sobria, siempre con la cara lavada, con una ruana o una capa, el pelo blanco. Tanto conocimiento, tanto saber… Nos producía una cosa interna tre-menda”, confía Alicia Carranza al recordar esos tiempos.

Por eso fue una sorpresa que la gestión de la nueva directora resultara una bisagra que dejó atrás años de autoritarismo. En ese clima nació una relación entrañable. Un grupo importante de jóvenes del Agulla la siguió a la universi-dad, y a pesar del respeto que les inspiraba siempre la sintieron una más. Los conciliábulos académicos continuaban en su casa de Argüello, adonde alrede-dor de una gran mesa, entre mate y mate, charlaban de todo mientras la profe-sora lidiaba con sus hijos. Tanta era la confianza, que hasta la ayudaban con las compras del supermercado que ella hacía a bordo de un Citroën.

“Tenía la virtud de permitir un acercamiento muy cálido, aunque al mismo tiempo distante. Siempre la tuteamos. Pero era muy silenciosa con lo suyo. Le disgustaba muchísimo que habláramos de ella. Se ponía muy molesta”, cuenta su discípula, segura de que Saleme fue una maestra con mayúsculas.

“Hizo escuela. Hoy se dice que debe partirse de la palabra del sujeto, que es necesario escuchar; que el sujeto es en su contexto, en sus expectativas de ser humano. Lo que se llama ‘cuidado de las trayectorias educativas’. Sin ese título, María hablaba de eso en los años ‘50”, agrega Carranza.

Luchadora a ultranza por la educación pública, la maestra Saleme conside-raba imprescindible que un Estado que se pretende democrático la defienda. Creía que es la única manera de ponerle coto a las élites 11.

También lamentaba la falta de alegría en las escuelas. Una herencia de los españoles, aventuraba, y de un sistema educativo donde se castiga lo que no es correcto, pulcro y bien visto; que limita la libertad de expresarse; que dice cómo comportarse; qué se puede decir; cómo se contesta. “Vas a un grado y ¿cuáles

11 Entrevista de La Voz del Interior con María Saleme, el 11 de septiembre de 1996. Decires.

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son las normas?: que uno se pare cuando entra la directora y no se pare cuando entra el portero”, se quejaba.

Una escuela que confunde orden con aprendizaje y desorden con caos. Que no puede contrarrestar los efectos de la televisión porque no comprendió su encanto: que a diferencia de la escuela, la tevé premia y no castiga.

“En la escuela no se cultiva la alegría. Tal vez si se lo hiciera, los chicos de las zonas marginales soportarían con más entereza los golpes de la vida”, aconse-jaba María Saleme de Burnichón. Defender la alegría, como decía Benedetti 12.

12 Del poema ´Defensa de la alegría´, del uruguayo Mario Benedetti.

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Fuentes bibliográficas, académicas y periodísticas ALONSO, Carlos. ´No imaginábamos cómo iban a cambiar nuestras vidas´. Revista Ñ, número 129, 18

de marzo de 2006. Diario Clarín. Buenos Aires. Artículo incluido en ´Mendiolaza. Tierra de caballos y

tesoros´, de la colección ´Historias populares cordobesas´ del Gobierno de la Provincia de la Provincia

de Córdoba. Córdoba, 2006.

CENTRO de INVESTIGACIONES de la FACULTAD de FILOSOFÍA y HUMANIDADES (CIFFyH). Universi-

dad Nacional de Córdoba. ´Derechos humanos: memoria y olvido´. Publicación periódica. Número 3.

Noviembre, 2004. Edición homenaje a María Saleme de Burnichón.

DI NUCCI, Sergio. ´La reverencia mata´. Radar Libros. Página 12. Buenos Aires. 24 de agosto de 2003.

ELKIN, Benjamín. ´Taller Total. Una experiencia educativa democrática en la Universidad Nacional de

Córdoba´. Ferreyra Editor. Córdoba, 2000.

RIZZI, Franco. ´A. Burnichón, editor. Casilla de correo 649. Córdoba. República Argentina´. En ´Deodoro, ga-

ceta de crítica y cultura´. Editorial de la Universidad Nacional de Córdoba. N° 2. Córdoba. Octubre de 2010.

SALEME de BURNICHÓN, María. ´Decires´. Narvaja Editor, 2° edición. Córdoba, 2009.

SINDICATO UNIFICADO de TRABAJADORES de la EDUCACIÓN de la PROVINCIA de BUENOS AIRES.

´Enseñar es aprender a escuchar´. Entrevista a María Saleme. Revista ´La educación en nuestras ma-

nos´, n° 23. Buenos Aires, septiembre 2005. En www.ffyh.unc.edu.ar/alfilo/alfilo-6/adjuntos. El 7 de

septiembre de 2010.

TABORDA VARELA, Juan Cruz. ´Yo conozco el revés de la medalla´. Entrevista a María Saleme para la re-

vista Matices. Córdoba, agosto de 2000. En www.juancruztv.blogspot.com, el 7 de septiembre de 2010.

Fuentes personales Entrevistas de Mónica Ambort

BURNICHÓN SALEME, Moro. Hijo mayor de María Saleme. Entrevista. Villa Allende, Córdoba, 7 de sep-

tiembre de 2010.

BURNICHÓN SALEME, Soledad. Hija mayor de María Saleme. Es educadora. Entrevista. Villa Allende,

Córdoba, 7 de septiembre de 2010.

CARRANZA, Alicia. Licenciada en Educación. Docente en la Escuela de Educación de la Universidad Na-

cional de Córdoba. Delegada de la UNC en el Consejo Provincial de Políticas Educativas. Entrevista. Cór-

doba, 2 de septiembre de 2010.

CHANAGUIR, Elsa. Abogada. Docente en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Cór-

doba, desde los tiempos del Taller Total. Entrevista. Córdoba, 13 de septiembre de 2010.

DÍAZ, Claudio. Licenciado en Filosofía. Director del Centro de Investigaciones María Saleme de Bur-

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nichón, de la Facultad de Filosofía y Humanidades (CFFyH) de la Universidad Nacional de Córdoba.

Entrevista telefónica. Córdoba, septiembre de 2010.

ELKIN, Benjamín. Arquitecto. Docente de la Facultad de Arquitectura desde los tiempos del Taller Total.

Autor de un libro sobre el Taller Total (ver bibliografía). Entrevista. Córdoba, 13 de septiembre de 2010.

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Por Alejandro Raúl Reyna60 años, casado con tres hijos. Vivo en Alta Gracia hace 37 años.

Amante de la historia, sobre todo la de mi ciudad de residencia.

Miembro fundador del Centro Municipal de Estudios Históricos.

Amé mucho a la mujer que fue mi suegra, admiré su obra y su

entrega al sueño de hacer de la Estancia Jesuítica, su casa, un museo

para que sea la casa de todos.

[email protected]

Noemí Lozada

de Solla

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NOEMÍ LOZADA DE SOLLAPROTECTORA DE NUESTRO PATRIMONIO

Alta Gracia, ciudad histórica, ubicada en las puertas del valle que los come-chingones llamaban Paravachasca. El conquistador, el jesuita, el negro esclavo, hasta un virrey la habitaron, luego llegaron muchos más que también enrique-cieron la historia grande de esta ciudad. Personas que hasta fines del siglo pa-sado estuvieron llamadas a proyectarse en el tiempo. Noemí Lozada de Solla es una de ellas.

El destino quiso que formara parte de la familia que fuera la última dueña del casco de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia. Destino que marcaría su vida para siempre. Su bisabuelo, Telésforo, fue sobrino político y heredero de José Manuel Solares, el último dueño de la estancia y a quien, en su testamento, le ordenaba la donación de los terrenos a los pobres de notoria honradez para la fundación de una villa; villa que con el tiempo llegaría a ser la Alta Gracia que conocemos hoy.

Recién habían pasado una veintena de años del tumultuoso siglo XX, cuan-

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do el matrimonio formado por Alberto Lozada y María del Carmen Barraco, el 28 de febrero de 1921 sentía nuevamente el llanto de un bebé. Había nacido la segunda de sus cinco hijos, a quien bautizaron con los nombres de Noemí Ma-ría Concepción, que fue conocida por el cariñoso apodo de Mimí, por lo que así la llamaré de aquí en adelante.

Ella fue quien se encargó de dar a conocer al mundo la trascendencia de su legado histórico, que puso de manifiesto en la organización de un museo y en haber presentado y conseguido que la Manzana Jesuítica de la ciudad de Córdo-ba, junto con las Estancias de la Compañía de Jesús en la provincia de Córdoba, fueran declaradas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, hecho que ha logrado atraer a visitantes desde todos los puntos del planeta.

Su infancia fue la de una niña que se diferenciaba de las demás por el hecho de que sus primeros pasos, sus juegos, sus travesuras, su primera educación, transcurrieron dentro de un entorno que respiraba historia, lo que hizo de a poco crecer en ella su vocación y compromiso por hacer conocer sus raíces, que son las raíces de su pueblo.

Sus estudios primarios los realizó en la escuela “José Manuel Solares” de su ciudad, los secundarios en el Instituto “Alejandro Carbó” de Córdoba. Su vocación de servicio a los demás la llevaron a estudiar magisterio en la Escuela Normal Superior “José de San Martín” de Santa Fe, donde residió en la casa de una tía, Angélica, a quien la unió un cariño muy especial y a la que consideró como su segunda madre.

Ya recibida de maestra volvió a Alta Gracia, donde hizo su primera experien-cia en el Instituto Nuestra Señora de la Misericordia, y pasó al poco tiempo a desempeñarse en la Escuela Nacional Nº 333, actualmente llamada “Coman-dante Espora”, labor que realizó durante veinticinco años hasta que solicitó su jubilación anticipada para dedicarse de lleno a la que fue su gran vocación: hacer de su casa el gran museo que es hoy.

Pero no quiero adelantarme en el tiempo.El hogar de sus padres siempre había estado abierto a todos los que quisie-

ran entrar a conocerlo. Ella había visto caminando y recorriendo sus galerías al rey Leopoldo de Bélgica y años más tarde a su hijo, el rey Balduino, junto a su esposa la reina Fabiola; al presidente de Italia, Giovanni Gronchi; al presidente argentino Marcelo T. de Alvear; al escritor Enrique Larreta, al músico Manuel de Falla y al Dr. Luis Agote; a los obispos Mons. Ramón José Castellano y Mons.

NOEMÍ LOZADA DE SOLLA

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Fermín Lafitte; al niño Ernesto Guevara, al pintor Andrés Piñero, y también mu-chos otros desconocidos paseantes, que entraban pensando que era un lugar de acceso público.

Cuando el gobierno declaró Monumento Histórico Nacional al complejo jesuítico altagraciense, en el año 1941, ella apoyó la idea. Este hecho, junto a la idea y deseo de su madre, de que todo el establecimiento tenía que volver a sus legítimos dueños, o ser patrimonio de todos, fueron marcando la vida de esta, por entonces, joven veinteañera, inquieta por naturaleza y apasionada en su accionar.

Un sueño que iba a demorar sesenta años en cumplirse comenzaba a nacer en Mimí sin que ella lo supiese.

Fue en esa época cuando apareció en su vida Gregorio Augusto Solla, quien había venido desde Río Cuarto a trabajar en Obras Sanitarias de la Nación, lla-mado a ser su compañero a través de los años. En los recuerdos familiares se cuenta que él, cuando la vio por primera vez, le dijo a un amigo: “Con esa mujer me voy a casar”. Y así fue, se casaron un 3 de febrero de 1945, y formaron una familia en donde los valores cristianos fueron los pilares fundamentales en la educación de los tres hijos que la vida les dio: Alberto Augusto, Carlos Enrique y María Esther.

La vida le dio una de sus grandes tristezas al poco tiempo, en 1955: a causa de un accidente fallece su padre, y tres años más tarde, su madre. Este último acontecimiento haría que la casa paterna se cerrara y así se mantuviera por el período de diez años, abriéndose solamente para celebrar alguna fiesta familiar importante.

Es en el transcurso de esos años donde comienza definitivamente el accionar que la destacó. Es cuando gracias a la generosidad de quien habiendo heredado de sus antepasados un valioso patrimonio, trabajó sin descanso para ponerlo al alcance de todos.

“Se dieron muchas discusiones con mis hermanos porque uno quería que se transformara en una sucursal de la biblioteca mayor, otro en un ho-tel, otro en un restaurante y yo en un museo. Convencí a mi hermana y comenzó el trámite para que el gobierno expropiara”, dicho en sus propias palabras.

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La expropiación se concretó en 1968. El Tribunal de Tasaciones de la Nación al referirse al monumento reconoce que “la familia Lozada se ha molestado en conservarlo y mantenerlo en las mejores condiciones posibles; y tan es así que, a una de las herederas, por el interés que ha demostrado después de la expropia-ción la Secretaría de Cultura la ha nombrado tenedora del bien”.

En efecto, el 17 de diciembre de 1968, Mimí es nombrada por la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, como “Custodia Ex-clusiva de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia, con carácter de ad honorem”.

Tres años más tarde, por resolución 170/71 emanada del Ministerio de Cul-tura y Educación de la Nación, recibió la designación como Directora Fundadora del que pasó a llamarse Museo de la Casa del Virrey Liniers, pasando a ser así la primera mujer directora de un museo histórico nacional.

Los trabajos que bajo su dirección se hicieron para organizar el nuevo Mu-seo, fueron precedidos por una exhaustiva investigación arqueológica: se res-tauró el edificio y se organizaron sistemas de identificación, adquisición y docu-mentación de colecciones, proceso científico sobre un bien cultural que no era habitual en la época y aún hoy se cita como modelo de intervención. Adecuarse al uso de “casa-museo”, sin perder su autenticidad fue todo un desafío para Mimí, desafío que se resolvió mediante el respeto al edificio jesuita, a la so-ciedad en la que se insertó, todo en el marco de un procedimiento científico y técnico claro y documentado.

Su condición de mujer jugó a favor de la puesta en valor del patrimonio. La residencia, su casa, se transformó en museo, y allí donde lo privado se hizo público, logró conservar esa característica evocadora del interior de una morada.

Desempeñó sus funciones de manera meticulosa y apasionada a la vez, ad-ministrando la institución con la misma solicitud que recibió de su familia y que supo transmitir a la suya. Su capacidad de hacer combinar rigurosidad en la investigación, flexibilidad en la gestión y sensibilidad para poner en valor el patrimonio dio como resultado un museo que es uno de los polos de desarrollo de toda la región de Alta Gracia.

En 1977, cuando el Museo abrió sus primeras salas, ya contaba con el apoyo de una Comisión de Amigos, que ella fundó y que se sumó al tejido de su histo-ria. También en esto se reflejó la vanguardia de su gestión.

“Viví en esta casa desde que nací”, comentaba en un reportaje que

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le hicieron. “Mis padres compartían la propiedad con otro heredero y aquí formaron su hogar. Mis recuerdos me llevan a los juegos infantiles con otros chicos de la familia, recorriendo todos los pasillos y rincones de esta casa. Me parecía normal vivir en una casa tan grande y atípica como esta; no me daba cuenta que me imponía un estilo de vida especial. Yo creo que nunca jugué con muñecas, sino con los grosores y espacios de esta construcción. Mi madre tenía amueblada esta casa tal cual como la encontró al casarse, vestida por quienes vivieron acá, generación tras generación. Los muebles pertenecieron a mis padres, a mis abuelos, quién sabe quién los puso en esta casa. Inclusive hay algunos que se exhiben como piezas de museo por pertenecer a la casa desde sus orígenes”.

Su casa nunca fue uno más de los museos nacionales.No habían transcurrido diez años de la inauguración, en septiembre de 1986,

cuando recibe el primer premio en el Concurso Nacional: “El Museo más activo del país”, organizado por la Dirección Nacional de Museos de la Secretaría de Cultura de la Nación, en el que participaron 517 museos argentinos.

En un reportaje para el diario La voz del interior, del 23 de noviembre de 1986, le preguntaron: “¿Cuánto tiempo le lleva la tarea de dirigir el museo?”, Mimí respondió:

“Qué suerte que no está mi marido acá, porque si no te diría “todo el día”. De noche sueño con el museo, y por ahí prendo la luz y anoto algo que no me quiero olvidar, así que si te digo las 24 horas del día, todavía le debe faltar un poco. Pero te digo una cosa: lo hago con tanto gusto, tanto cari-ño y tanto orgullo, que no me es tarea, aunque me lleve mucho tiempo”.

Casi dos años más tarde, en mayo de 1988, es nombrada vocal titular de la Comisión Directiva del Comité Argentino del Consejo Internacional de Museos, convirtiéndose en el único miembro del interior del país con ese nombramiento por dos períodos consecutivos, entre 1988 y 1994. El 22 de junio de ese mismo año, 1988, recibió de la Fundación Alicia Moreau de Justo el premio “Recono-cimiento a una actitud de vida”, otorgado por la Comisión del Reconocimiento en el Año de su Fundación.

Ya en el año 1980, había representado a nuestro país, designada por la Co-

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misión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, en el Segundo Curso Regional de Museología para Directores de Museos, dictado por el Centro de Conservación, Restauración y Museología de Bogotá, Colombia.

Los premios y distinciones se fueron sucediendo uno tras otro:-Premio “El Mangrullo del Alba”, por sus brillantes condiciones éticas, pro-

fesionales y estéticas. Alta Gracia, septiembre de 1994.-Diploma de Honor otorgado por el Museo de la Casa Histórica de la In-

dependencia Nacional “en gratitud y reconocimiento por su valiosa amistad y colaboración de años a esta Institución, por su afecto y valioso consejo y aseso-ramiento”. Tucumán, diciembre de 1994.

-Mención del Consejo de la Cultura del Arzobispado de Córdoba, por Des-centralización Cultural en Historia, en junio de 1996.

-Premio “Orden del Comechingón”, dado por el Rotary Club, por su tesone-ra labor preservando la historia de Alta Gracia, noviembre de 1996.

-Fue declarada Ciudadana Ilustre de Alta Gracia en junio de 1997, “por la no-table labor desempeñada en pos de la conservación y rescate de las piezas que conforman el Patrimonio Histórico de nuestra ciudad, como lo son las cons-trucciones jesuíticas del siglo XVII y XVIII…”

-En 1998, Premio “Paravachasca”, como Presidente de la Comisión del Pro-yecto “El Camino de las Estancias”, a ser presentado ante la UNESCO para decla-rar la Manzana Jesuítica de la ciudad de Córdoba, y las Estancias de la Compañía de Jesús en la Provincia de Córdoba, Patrimonio de la Humanidad.

-Fue en marzo de 1999, cuando Mimí recibió uno de los reconocimientos que más la llenó de orgullo. Álvaro Restrepo, Prepósito Provincial de la Compa-ñía de Jesús en Argentina, le hace entrega de la Carta de Hermandad en gratitud a su defensa de los valores espirituales, que son el verdadero sustento del patri-monio jesuítico.

-En el año 2000 llegaron: en agosto, premio “Bamba” a los pioneros de Alta Gracia, entregado por la Agencia Córdoba Turismo; en octubre, premio “En re-conocimiento a su capacidad, grandeza de espíritu y vocación de servicio”, dado por la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Presidencia de la Nación; en noviembre, Medalla de Oro “Estancias Jesuíticas, Patrimonio de la Humani-dad”, otorgada por el entonces gobernador de la provincia de Córdoba, Dr. José Manuel de la Sota; y en diciembre, Homenaje de Civilitas, por haber impulsado desde el comienzo la declaración de la Manzana y las Estancia Jesuíticas como

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Patrimonio de la Humanidad, dado por la Legislatura de Córdoba. Culminó ese año con la entrega de una Plaqueta del Ministerio de Educación de la Nación, en reconocimiento del Gobierno Nacional por la iniciativa y empeño manifestado ante la Comisión de la UNESCO en la incorporación del Proyecto “El Camino de las Estancias”, como Patrimonio Mundial de la Humanidad.

A pesar de todos estos premios y distinciones, su humildad la hacía decir, sin falsa modestia, que no era merecedora de tanto halago, que todo lo hacía con amor y por amor a la tarea desempeñada.

El Proyecto “El Camino de las Estancias” marcó un hito en la actividad pú-blica de esta ejemplar mujer que, aunque siguió trabajando, ya jubilada, como presidenta de la Asociación de Amigos del que ella llamaba “Mi casa” o “La casa histórica”, fue lo que la proyectó en el reconocimiento de su ciudad, su provin-cia y su país.

Todo comenzó allá por 1996, cuando Mimí, siendo todavía directora del Museo, se reunió con dos amigos, Mario Borio y Lucille Barnes, para hablar de la importancia que había tenido su inscripción en la Lista de Patrimonio de la Humanidad para las Ruinas Jesuíticas Guaraníes, cómo habían aumentado los visitantes a estos sitios, y cómo se había construido una infraestructura para protegerlos. Pensaron en cómo un emprendimiento de este tipo podría favore-cer a los establecimientos jesuíticos cordobeses.

Se dieron cuenta del valor de autenticidad de las Estancias cordobesas, casi todas en un buen estado de conservación a diferencia de las Misiones, todas en estado de ruina. Fue entonces cuando surgió la idea en Mimí, que se convirtió en Proyecto más tarde, de proponer la inclusión en la Lista del Patrimonio Cul-tural de la Humanidad a las Estancias Jesuíticas y la Manzana de la Compañía de Jesús de Córdoba, que habían conformado una red social, cultural y económica de relevancia regional y nacional, integrándolas en un circuito cultural que de-nominaron “El Camino de las Estancias”.

Mimí, Mario y Lucille pusieron manos a la obra. No fue fácil. Lo primero que hicieron fue conseguir de la Secretaría de Cultura de la Na-

ción, las especificaciones de todos los datos y materiales necesarios que debían remitirse para hacer la presentación pertinente, tarea realizada por Mimí. En tanto Lucille y Mario, en Buenos Aires presentaron la idea en distintas institu-ciones y organizaciones, entre ellas, la delegación de la UNESCO y en la Comi-sión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos.

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Golpearon muchas puertas. Los trataron de locos, que su idea era un her-moso sueño, que era una utopía, que a cuál organización representaban, y las puertas se les iban cerrando.

Mimí nunca perdió la fe en el proyecto, jamás se desanimó. Al contrario, es-taba convencida de que tenían que seguir adelante y que, mientras avanzaran, de a poco se iban a ir consiguiendo las cosas. Su experiencia al frente del museo histórico, uno de los más visitados del país, y su reconocido prestigio, fueron la mejor carta de presentación.

Ante la sugerencia que les hicieran, a través de la Comisión Argentina de Cooperación con la UNESCO, de que fuera una organización no gubernamental la que realice la presentación, conformaron la Asociación de Amigos del Museo de Alta Gracia, la que se llamó Comisión del Proyecto, que ella presidió, con la Vicepresidencia de Mario Borio y la Secretaría General a cargo de Lucille Barnes.

Para difundir el proyecto, Mimí presentó la ponencia en los primeros días del mes de agosto de 1997, en el “Primer Encuentro del Mercosur sobre Patri-monio Jesuítico”, organizado por el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (CICOP), que se realizó en Buenos Aires, en la Manzana de las Luces, con el auspicio de la UNESCO y del ICOMOS (International Council on Monuments and Sites) de Argentina. Fue todo un éxito, la gente se pregunta-ba “¿Dónde encontraron todo esto?”. Sobre todo los asistentes extranjeros que querían saber dónde se hallaban y qué eran las estancias jesuíticas. Todos que-daron asombrados.

Empezaron a llegar las adhesiones. Adolfo Bioy Casares; Adolfo Pérez Esqui-vel; Fernando de la Rúa, en ese entonces presidente de la Nación; padre Peter-Hans Kolvenbach, S.J., General de la Orden de los Jesuitas en todo el mundo; el vicegobernador de la provincia de Córdoba en ese momento, Luis Molinari Romero, y de quien luego sería gobernador, Dr. José Manuel de la Sota; el Pro-vincial de la orden jesuítica de Argentina, que en aquel tiempo era el padre Ig-nacio García Mata; Félix Luna; Leopoldo Moreau y Federico Storani, entre otros.

Del extranjero apoyaron el proyecto la Universidad de Pensilvania, el Centro Internacional de Conservación Arquitectónica a través de su presidente el Arq. Joseph Rykwert, el director del Institutum Historicum Societatis Iesu, Padre Martín Morales, desde Roma; y de Francia, la Directora Nacional de Patrimonio, Christiane Schmuckle-Mollard.

La lista era interminable. El CICOP fue una de las primeras organizaciones

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no gubernamentales que no solamente se entusiasmó con la idea, sino que los asesoró para que este proyecto llegara a tener un buen fin.

En Alta Gracia y Córdoba, con el personal del Museo y gente que se ofreció como colaboradora, se juntaron más de 12.000 firmas de personas que adhirie-ron al proyecto.

El apoyo multitudinario de personas e instituciones de relevancia en la cul-tura y la política, fue un argumento rotundo, incuestionable y contundente.

Mimí, según dice Mario Borio, festejaba cada logro como un gol de la selección.Fue una tarea monumental. Mario y Lucille trabajaban en Buenos Aires y

Mimí hacía lo suyo desde Alta Gracia. Ella pasó durante todo este tiempo por uno de los períodos más críticos de su existencia, ya que en menos de dos años, entre noviembre de 1996 y agosto de 1998, fallecieron Carlos, el segundo de sus hijos, su esposo y compañero Gregorio, a lo que se sumó el hecho de dejar la dirección del Museo al tener que jubilarse. Su fortaleza, tesón, y sentido positivo para enfrentar la vida la ayudaron a superar esa etapa entregándose de lleno a concluir la que fue la obra más importante de su vida.

El patrocinio de la empresa Telefónica de Argentina hizo posible la contrata-ción de todos los especialistas que trabajaron en el Proyecto, inclusive del pasaje de quien llevó las carpetas a París, para entregarlas en la oficina de la UNESCO a los efectos de su evaluación, y para que se determinara si “El Camino de las Estancias” reunía las condiciones como para ser declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad.

El dossier definitivo, tres cajas que pesaban veintiséis kilos, fue entregado en las oficinas de la UNESCO, en Francia, la última semana de junio de 1999.

El conjunto de la Manzana Jesuítica de Córdoba y las Estancias de la Compa-ñía de Jesús en la provincia fueron inscriptas en la Lista del Patrimonio Mundial bajo el Nº 995, en la 24º Reunión del Comité del Patrimonio Mundial realizado en Cairns, Australia, y reconocidas como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, el 2 de diciembre de 2000.

Un sueño había comenzado allá por el año 1941, con la declaratoria de su casa como Monumento Histórico. Un sueño que Mimí esperaba sea entendido como la oportunidad de elegir un modo de vida pleno, satisfactorio y valioso, en el que pudiera florecer la existencia humana en todas sus formas e integri-dad, tal como lo pensaron los jesuitas hace más de 400 años. Ese sueño había llegado a su fin. La herencia recibida de sus antepasados estaba ya al alcance de

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todos. Entendió, entonces, que era tiempo de hacerse a un costado, de dejarles el legado a los que la seguían, aunque siguió luchando por “su casa”, “su museo”.

El 30 de abril de 2006, en un acontecimiento histórico para Alta Gracia, los descendientes del primer Lozada que llegó a estas tierras, alrededor de 840 per-sonas, se reunieron en un gran encuentro familiar, rindiéndole un emotivo ho-menaje. Y en noviembre de 2008, su querida Asociación de Amigos, le hizo el suyo con la publicación de su biografía: “El Museo, mi casa. Noemí Lozada de Solla, la creadora”, cuya autora es la escritora Mabel Pagano, ganadora, entre otros, por dos veces consecutivas del Premio Fondo Nacional de las Artes, ade-más del Premio Editorial Atlántida, Premio Fortabat y Premio Emecé, contán-dose entre sus obras una dedicada a Luisa Martel de los Ríos, esposa de don Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de la ciudad de Córdoba.

Mimí… Una mujer que vivió, gozó y sufrió como todos los seres humanos, pero di-

ferente porque fue la heredera de un legado del que no quiso desentenderse. Una mujer que, escondiendo lágrimas y desilusiones, enfrentó, empeñosa

y decidida, su destino, y lo cumplió venciendo todos los obstáculos que se le presentaron.

Una mujer que llegó entera a la meta que se había propuesto y que parecía inalcanzable para muchos.

Una mujer que tomó la posta de los padres jesuitas, llegados a América en un día lejano del siglo XVI, convencida de que valía la pena preservar los bienes espirituales que simbolizan la cultura y la fe, entendiendo que su heredad era su deber, no su beneficio.

Una mujer que se hizo cargo de la Historia, de los Siglos, de ese ejemplo de progreso, de construcción, de justicia, de amor, que hizo suyo para dedicarle su vida.

Una mujer a quien sólo el paso de los años logró llevar quietud a su espíritu.Una mujer que pasó y dejó huellas en su andar.Noemí Lozada de Solla, una mujer a quien la muerte no nos robó aquel 21 de

enero de 2009, sino que, por el contrario, nos guardó e inmortalizó en el recuerdo.

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Fuentes bibliográficas

PAGANO, MABEL. “El Museo, mi casa. Noemí Lozada de Solla, la creadora”. 2008. Córdoba. Ediciones

del Boulevard.

PAGE, CARLOS. “El Camino de las Estancias”. 3ra. Edición. 2002. Alta Gracia. Comisión del Proyecto.

AVANZI, MARÍA ISABEL. “III Jornadas de Historia de los Pueblos de Paravachasca, Calamuchita y Xa-

naes”, Pág. 111: “Pasa y deja huellas al andar, Noemí Lozada de Solla”, 2003. Editado por el Museo

Nacional de la Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers.

Archivos varios del autor.

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A modo de epílogo

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Que no es un epílogo, porque la historia recién comienza; y este libro se convertirá, sin duda, en el estímulo necesario para que sigamos rescatando del olvido a tantas otras mujeres valiosas que aún falta agregar a la lista; mujeres cuyo paso por esta tierra ayudaron a que Córdoba sea lo que es hoy, en el mejor de sus aspectos.

Cuando a comienzos del año pasado, atraída por la idea, acepté la invitación para integrar la Comisión que llevaría adelante el Programa Las Nuestras, nunca imaginé que enfrentaría una tarea de las más gratificantes que he emprendido, tanto por la encomiable labor a realizar, como por el grupo humano que con-cretó el proyecto, y el lugar de excepción donde nos reuníamos: el locutorio del Monasterio de Las Teresas. Oportunidad de privilegio que me permitió retro-ceder los siglos caminando esa casa que, como un milagro de paz y armonía, desmiente el estallido de la ciudad que la rodea: centinela de piedra encargado de custodiar nuestras raíces. Nada es casual. En el mismo corazón de nuestra historia, nos reuníamos para recobrar del olvido a aquellas que, casualmente, habían hecho la historia de Córdoba.

Una vez por semana a lo largo de varios meses, la hermana carmelita, Teresa Riego, ofició de anfitriona, y en torno a su mesa –siempre provista de sabroso

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café y galletas- fuimos concretando la idea. El ambiente era propicio y, al tiempo que estrechamos vínculos, con el apoyo y la voluntad incansable de la señora Alejandra Vigo, el proyecto fue cobrando vida: las bases del concurso, las fechas, la forma en que se haría la convocatoria, su difusión a través de los medios y, lo más importante, el destino que se le daría al resultado del concurso. También las dudas, el choque de opiniones, o las intervenciones siempre acertadas de Graciela Ruiz, Jaqueline Vassallo, Sara Gramática, Ana Falú, o de Daniel Salzano, el único varón del grupo ejecutivo, “el nuestro”, como empezamos a llamarlo.

Cuando el concurso ganó la calle, si bien teníamos fe en que la propuesta era más que enjundiosa, nunca sospechamos tamaña respuesta.

Siempre concreta y expeditiva, Mariú Biain en su rol técnico, un buen día anunció que habían comenzado a llegar ensayos, y que el primero venía firma-do por un hombre, y la mujer elegida, Aurelia Vélez, estratega política que armó la campaña electoral que llevó a Sarmiento a la presidencia de la Nación ; hija del creador de nuestro Código.

Le siguió una avalancha, hasta completar setenta. A veces, yo cerraba los ojos, y veía avanzar esa procesión de mujeres entrando por fin al territorio de la me-moria, nimbadas de una luz que nunca perdieron, pero que era necesario volver a nombrarlas para que la hazaña de sus vidas, el sacrificio, y las adversidades que tuvieron que sortear para concretar sus ideales, vuelvan a tener el valor y la fuerza del ejemplo, verdadero desafío a los tiempos que corren.

No por conocidas fueron olvidadas las que ya ocupan un sitio destacado en nuestra historia. Y así reaparecieron Leonor de Tejeda, la Madre Tránsito Ca-banillas, Marina Waisman, Glauce Baldovin, o Luisa Martel de los Ríos, como también la Madre Catalina de María Rodríguez, fundadora del Instituto de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, primera orden religiosa en Argentina dedicada a la enseñanza, y a quien le falta hacer un solo milagro más para que el Vaticano la beatifique. Y también Leonor Marzano, la auténtica creadora de ese ritmo que se hizo carne en los cordobeses, el cuarteto que nos identifica tanto como la Casa de Trejo. Y Mama Antula, la beata que se lanzó sola a los caminos, descalza, vestida con túnica negra, colgada al cuello la imagen del Niño Jesús al que llamaba “Manuelito”, para continuar con la obra iniciada por los jesuitas: los Ejercicios Espirituales.

Todas ellas y las que le siguen, rompieron el molde para elegir un destino que no era el propio de la mujer en su tiempo, como bien lo graficó el periodista

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Soiza Reilly: “Si no era muñequita de salón, era sin duda, esclava de la cocina, a veces mártir de la escoba, pero siempre sagrada vestal de fuego para el mate”.

Tampoco podían faltar: Cecilia Grierson, primera médica argentina y segun-da de Sudamérica, pionera también como especialista, al elegir disciplinas no tradicionales dentro de la medicina; María Saleme de Bournichón, maestra de maestros, paladín de la ética, víctima de uno de los crímenes más aberrantes de la última dictadura; Malvina Rosa Quiroga, gran poeta, docente y formadora en todos los sentidos; o Blanca del Prado, cordobesa por adopción, poeta recono-cida en Perú, su tierra de origen, pero casi ignorada por estas latitudes; y menos aún ese juglar cargado de talento como lo fue Ana Pelegrin, o Jolie Libois, la fundadora de nuestro Seminario de Teatro.

Mujeres que no pidieron permiso para ser escuchadas; mujeres que se atre-vieron a decir: “Al final, lo único que te acompaña es la conciencia”, o esa otra frase que habla de la entereza de un espíritu: “Afuera ni una sola lágrima”. Bata-lladoras como Noemí Lozada de Solla, dueña de la idea de incluir en la Lista del Patrimonio Cultural de la Humanidad a las Estancias Jesuíticas y la Manzana de la Compañia de Jesús, además de haber sido la primera directora de un Museo Histórico Nacional, la casa de sus ancestros, el Museo de Alta Gracia.

Pero, lamentablemente, había que elegir, y volver a elegir para obtener los primeros premios y las menciones, material con que se editaría este libro. En esa decisión fueron definitorios los contextos sociales y políticos en los cuales esas vidas transcurrieron. Pero la totalidad de los ensayos recibidos se editarán en un único libro que pronto estará a disposición del público. Allí podrán encontrar a las esposas abnegadas, como lo fueron Margarita Weild de Paz y Juliana Maure de Bustos; a Adelia María Harilaos de Olmos, Albina Bimbi de Merciadri, madre de otra gran mujer como es María Teresa Merciadri de Morini; a Ana Volterrani de Muzi, Angela Carranza, Matilde Beltrán Posse de Torres, fundadora en Cór-doba del Cottolengo Don Orione; Beatríz Mangini de Gallardo, Carlota Acha-val de Tagle, Casimira Tulián, la corajuda “partera” de Traslasierra; encontrarán también a Clara Romero, Catalina Rodríguez, Claudina Revol de Juárez, Fermina Zárate, Graciela del Río, famosa deportista y benefactora de pobres y desampa-rados; a Madre Sacramento, Margarita Avanzato, María Brian de Moyano, María del Carmen García de Guidoni, Gloria López Díaz, María Livia Vázquez, María Luisa Méndez López de Seppi, Miriam Stefford, Nenette, la gran compositora que fuera esposa de Atahualpa Yupanqui; Reyna Aruedy de Maghini, Rosa Ferre-

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yra de Roca la reconocida pintora; a Rosalía Soneira y a Trinidad Moreno.A todas ellas, sin excepción, las animó una fe inquebrantable en sus propósi-

tos; algunas, antes de morir, tuvieron conciencia de la trascendencia de su obra; otras, abandonaron este mundo sin saber del profundo legado que dejaban para las generaciones venideras. Y aquí están: mujeres luminosas sobrevolando otra vez la Córdoba que tanto amaron, que les dio identidad, inspiración, cora-je, y que hoy, gracias a ustedes, nos devuelven una sonrisa desde el más allá, a cambio de este modesto pero justo reconocimiento.

Resta dar las gracias a todas y todos los que participaron en el Concurso; gracias por los importantes trabajos presentados, por el esfuerzo de viajar hasta los lugares donde los llevó el rastreo inevitable de tanta memoria. Y agradecida yo también por haber tenido la oportunidad de participar en Las Nuestras.

Reyna Carranza

Córdoba, febrero de 2011

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Esta edición consta de 1.500 ejemplares

y fue impresa en la ciudad de Córdoba

en los talleres de Gente de Gráfica

Río Negro 760 - Tel: 4866148

www.gentedegrafica.com

en el mes de febrero de 2011.