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LAS RAZONES DEL ENTUSIASMO.* HIPÓTESIS SOBRE LA ACTITUD DE LA OPINIÓN EUROPEA HACIA EL EZLN FERNANDO ESCALANTE GONZALBO El ensueño es la aspiración paralítica y desplumada que, sin- tiéndose incapaz de volar hacia la realización de las cosas, allá en el efectivo mundo, se contenta con imaginarlas dentro de sí. El ensueño es el hueco de la acción ausente. José Ortega y Gasset, Un rasgo de la vida alemana EN NUESTROS DÍAS, LA POLÍTICA ES ALGO QUE SUCEDE verdaderamente en los medios de comunicación, quiero decir: la consistencia, incluso el sig- nificado de un hecho cualquiera depende de los medios, en un complica- do juego de reflejos y deformaciones. Sería muy largo de explicar, pero también ocioso, porque cualquiera lo sabe. Ahora bien: eso no significa que los medios sean capaces de fabricar actitudes, conflictos, movimien- tos de ánimo con entera libertad; lo más interesante está ahí, en la corres- pondencia —problemática pero indudable— entre las formas del orden social y el orden imaginario de los medios. Dicho en pocas palabras, y un poco confusas, de eso tratan las pági- nas siguientes, que miran en particular las resonancias de la revuelta del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, en 1994. Decir que en lo fundamental el movimiento tuvo lugar en los medios o, de otro modo, que los medios y la opinión pública decidieron en mucho su evolución, es un lugar común. Lo que quiero es poner a discusión algunas ideas sobre la forma de dicho proceso; sobre la relación de la guerrilla con su público y, en particular, su público europeo. Con un comentario de Mauricio Tenorio. 512

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LAS RAZONES DEL ENTUSIASMO.* HIPÓTESIS SOBRE LA ACTITUD DE LA OPINIÓN EUROPEA HACIA E L EZLN

F E R N A N D O E S C A L A N T E G O N Z A L B O

El ensueño es la aspiración paralítica y desplumada que, sin­tiéndose incapaz de volar hacia la realización de las cosas, allá en el efectivo mundo, se contenta con imaginarlas dentro de sí. El ensueño es el hueco de la acción ausente.

J o s é O r t e g a y Gasset , Un rasgo de la vida alemana

E N NUESTROS DÍAS, LA POLÍTICA ES ALGO QUE SUCEDE verdaderamente en los medios de c o m u n i c a c i ó n , quiero decir : la consistencia, incluso el sig­ni f icado de u n hecho cualquiera depende de los medios, en u n complica­do j u e g o de reflejos y deformaciones. Sería muy largo de explicar, pero t a m b i é n ocioso, porque cualquiera lo sabe. A h o r a bien : eso no significa que los medios sean capaces de fabricar actitudes, conflictos, movimien­tos de á n i m o con entera libertad; lo más interesante está ahí, en la corres­p o n d e n c i a —problemática pero indudable— entre las formas del orden social y el orden imaginario de los medios.

D i c h o en pocas palabras, y u n poco confusas, de eso tratan las pági­nas siguientes, que m i r a n en particular las resonancias de la revuelta del Ejérc i to Zapatista de L i b e r a c i ó n N a c i o n a l en Chiapas , en 1994. D e c i r que en lo fundamental el movimiento tuvo lugar en los medios o, de otro modo, que los medios y la opinión pública decidieron en mucho su evolución, es u n lugar c o m ú n . L o que quiero es poner a discusión algunas ideas sobre la f o r m a de dicho proceso; sobre la re lación de la guerr i l la con su público y, en particular, su público europeo.

Con un comentario de Mauricio Tenorio.

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E n el plano militar, la revuelta fue insignificante; y s in embargo, des­de u n pr inc ipio d e s p e r t ó u n interés inusual en los periodistas, sobre todo extranjeros. Miles de c rónicas , series de reportajes y entrevistas, progra­m a s de televisión, lo convir t ieron en u n tema, más todavía: en u n punto de referencia para la opinión internacional . Para innumerables polít icos intelectuales, en los lugares más remotos, llegó a resultar indispensable hacerse u n a idea de lo que o c u r r í a en Chiapas , tener u n a opinión sobre el lo , para mantenerse en sintonía con su público.

N o sólo interés; la revuelta inspiraba también simpatía, entusiasmo. M u c h o más que ningún otro movimiento político de los últimos años. Desde luego, es difícil medir de algún modo esa simpatía, y mucho más conforme pasa el t iempo, pero la hubo; basta recordar las visitas de personalidades a l a zona del conflicto —Oliver Stone, Daniel le Mitterand, J o s é Saramago—, l a publ ic idad que se le dio, las manifestaciones de protesta contra el go­b i e r n o mexicano, los grupos de solidaridad con el E Z L N organizados en I tal ia , F r a n c i a , España .

Tengo la idea de que en eso, en el entusiasmo europeo, hay algo que explicar: algo que se sale de lo c o m ú n y cuyas causas no son obvias y no están del todo claras. Y tengo la idea de que las razones del entusiasmo fueron relativamente ajenas a lo que fue la revuelta en sí misma. Por eso prescindo, e n lo que sigue, de toda referencia a lo que efectivamente o c u r r i ó en Chiapas, y hablo sólo de sus repercusiones, de las reacciones a que dio lugar. Ha­blo, esto es, no de lo que pasó en Chiapas, sino en el á n i m o de los europeos.

I

E l hecho, la s impatía europea hacia el zapatismo, admite de entrada dos explicaciones muy simples, directas, que se h a n o ído c o n frecuencia . L a p r i m e r a : era u n a causa j u s t a y necesitada de apoyo; la o p i n i ó n internacio­n a l no hizo más que reaccionar c o n u n m í n i m o sentido humanitar io , po­n i é n d o s e de parte de los más débiles. Q u e a d e m á s tenían la r a z ó n . N o hay n i n g ú n misterio. L a otra expl icación es igualmente simple, sólo que de signo contrario . Consiste en suponer que, de b u e n a fe, con la mejor inten­c i ó n , el público europeo (y en alguna medida el del resto del m u n d o tam­bién) se dejó e n g a ñ a r ; la prensa ofreció u n a imagen distorsionada, par­c ial , escorada a favor de la guerr i l la , y de ahí salió lo d e m á s .

S o n ideas superficiales , también sesgadas; más exactamente: son ideas partidistas, porque decidirse por u n a de ellas i m p l i c a ya haber tomado u n a posic ión respecto al conflicto . L o curioso es que en lo sustantivo co­i n c i d e n , ambas s u p o n e n que no hay nada que explicar e n la r e a c c i ó n in-

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ternacional : que fue lógica, normal ís ima. Desorientada o manipulada se­g ú n unos, justa según los otros, pero entendible y perfectamente lógica , rac ional , casi mecánica .

Por mi parte, estoy convencido de que la dificultad es mayor. P a r a empezar, el mecanismo de la "conciencia humanitar ia" en sí mismo resul­ta p r o b l e m á t i c o . Pero además ocurre que no siempre funciona, y no siem­pre del mismo modo.

Pongamos algún orden. Miremos primero el problema de la informa­ción, la idea de que fuese manipulada, que fue la explicación preferida por el gobierno mexicano. L a tesis dice que los medios (por razones que no se aclaran) brindaron una información sistemáticamente favorable al alzamien­to, que tendía a exagerar los hechos y a presentarlos con u n tono sentimental, m e l o d r a m á t i c o : en todo, u n a información inexacta y tendenciosa. 1

Aceptemos, en aras del argumento, que hubiera algo de eso, que no se d i e r a n las noticias en u n tono neutro y no con toda la d o c u m e n t a c i ó n que se pudiera desear. 2 Sugerir que esa fuese la causa única o p r i n c i p a l del movimiento de simpatía resulta exagerado. C u a l q u i e r estudiante de mercadotecnia sabe que la plasticidad de la opinión es limitada y no se puede hacer con ella cualquier cosa. O sea: que parece más sensato supo­ner que los medios siguiesen las inclinaciones del público, que contaran las cosas que el público estaba deseoso de escuchar.

N o hay nada en ello que salga de lo habitual. L a prensa y la televisión, como resultado de la competencia, buscan las historias que inspiren ma­yor interés, buscan referirlas desde el punto de vista más aceptable para la generalidad; se inclinan hacia el sentimentalismo porque el público es sen­timental y necesita que las noticias tengan eso que se llama "interés hu­mano" : anécdotas conmovedoras, mucho más que cifras, estadísticas, cro­nologías. También procuran, con variaciones que son accidentales, que su punto de vista sea el del sentido c o m ú n del momento, sin estridencias.

E n d e r e z o el argumento. D e c i r que hubo información parcial , sesgada, maniquea , superf ic ia l y a n e c d ó t i c a , es sólo decir que hubo i n f o r m a c i ó n . D e la única m a n e r a que puede haberla, en lo que acontece a diez m i l ki lómetros de distancia, según la lógica de los medios de c o m u n i c a c i ó n . C o n otras palabras: incluso si tuviese u n fundamento en los hechos, inclu­so si fuese cierto, el argumento de la des información sería tr ivial .

1 Que el gobierno mexicano se empeñó en corregir, con una campaña de propaganda espectacular y, según lo que parece, contraproducente.

2 Hubo casos escandalosos; por ejemplo, la noticia de imaginarios bombardeos, en febrero de 1995, publicada en la primera plana de diarios europeos.

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Decía Valéry que hay que ser infinitamente tonto o infinitamente ig­n o r a n t e p a r a atreverse a tener u n a opinión sobre la mayoría de los proble­m a s que plantea la polí t ica . 3 C o n más razón —lo añauo yo— si se trata de la p o l í t i c a de otros países. N o obstante, el sistema de la c o m u n i c a c i ó n , tal c o m o hoy existe, requiere de esa tontería: que la gente se forme una opinión, q u e se preocupe, que compre el p e r i ó d i c o al día siguiente. Y eso se facili­ta c o n el aditamento del "interés h u m a n o " , p o n i e n d o a la vista situaciones q u e obligan a comprometer u n j u i c i o . Pero se hace así en todos los casos.

N o hay, hablando en general , mejor i n f o r m a c i ó n sobre otros asuntos n i m á s i m p a r c i a l n i más realista. Q u i e r o decir : no está ahí la diferencia, n o en que se difundiese u n a idea superf ic ia l , confusa y maniquea, no en la falta de información , sino en la m a n e r a como el público europeo reac­c i o n ó en ese caso, comparado con otros, con las guerri l las colombiana o argel ina , p o r ejemplo. L a hipótesis de la manipulac ión , concediendo todo lo que es razonable conceder, nos pone delante de u n problema, nos per­mite verlo, pero no sirve en absoluto para buscarle u n a solución.

L a otra explicación no es más convincente, porque no llega más lejos. A c e p t a n d o , a favor del argumento, que la rebelión estuviese justificada, eso n o dice por qué atrajo la a tención del modo que lo hizo, por qué inspiró u n a simpatía incomparablemente mayor que otras, con motivos de parecida j u s t i c i a . Por buenas o malas razones (se trata de averiguarlo, hasta donde se pueda) , la opinión internacional h a sido mucho más reticente con respecto a las guerri l las en Argelia, Palestina, Sr i L a n k a , Colombia , para no hablar de la violencia separatista de Ir landa, el País Vasco o C ó r c e g a . 4

M u c h a s otras causas hay que son justas y están necesitadas de apoyo; p a r a u n a m i r a d a humanitar ia consecuente, todas ellas m e r e c e r í a n parecida a t e n c i ó n . S i n ir más lejos, los indígenas que en Chiapas , a pocos kilóme­tros del EZLN, luchan por la tolerancia religiosa, la l ibertad de conciencia ; u n a causa j u s t a y sobre todo afín a las tradiciones europeas. T a m p o c o en ese caso h a habido la agi tación, la emocionada sol idaridad que hubo res­pecto al zapatismo.

Dicho en pocas palabras, la justicia de la rebelión no basta para explicar la actitud del público europeo, porque fue muy diferente a la que tuvo y tiene e n otros casos similares. N o fue u n movimiento incomparablemente másjus-

3 "On ne peut faire de politique sans se prononcer sur des questions que nul homme sensé ne peut dire qu'il connaise. Il faut être infiniment sot ou infiniment ignorant pour oser avoir un avis sur la plupart des problèmes que la politique pose", Paul Valéry, Regards sur le monde actuel, Paris, Gallimard, Colección Folio/Essais, num. 106, 1988, p. 52.

4 No digo que la reticencia sea injustificada, ni que los casos sean sustancialmente similares. Hay un hecho: la guerrilla chiapaneca le resultó simpática a un público que, en general, no es favorable a la violencia, sin más.

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to que cualquier otro y tampoco mucho mejor conocido, quiero decir: la gente no sabía con seguridad de qué se trataba, no tenía una imagen clara del conflicto, como para reconocer con mayor claridad la justicia que animaba a los guerrilleros. L o s intelectuales, periodistas, los políticos metidos a opinar sobre el tema, difícilmente iban más allá de los lugares comunes; eso sin hablar de los manifestantes ocasionales y los numerarios de los grupos de solidaridad.

L a simpatía no fue resultado de una evaluación racional y no formaba parte de ningún programa político. Fue sobre todo una c o n m o c i ó n senti­mental, por más que estuviese políticamente motivada. Y eso significa que obedecía más a las formas subjetivas de percepción, a la manera como fueron asimilados los hechos, y no tanto a los hechos en sí mismos. N i la rebelión fue algo insólito ni lo fue la actitud de los medios de comunicación; pero hubo al­go en el E Z L N que cautivó la imaginación europea. Eso es lo que me interesa mirar; y respecto a eso, las dos explicaciones inmediatas se quedan cortas.

II

Según la expresión de Nietzsche, una buena guerra hace sagrada casi cual­quier causa. E s una exageración sin duda, pero no un disparate; de hecho, la idea es mucho más seria de lo que querría reconocer nuestro sentido c o m ú n finisecular, civilizado y humanitario. L a guerra, incluso hoy, ejerce una fasci­nación difícil de explicar, difícil de situar si no es en las lindes de lo sagrado.

L a conciencia occidental de fines del siglo XX es bás icamente pacifis­ta. Vagamente pacifista. L a g u e r r a ha perdido buena parte de su prestigio y sobre todo su prestigio intelectual. Y no sólo la guerra , sino toda forma de violencia . E n parte como consecuencia de las atrocidades de la segun­da g u e r r a m u n d i a l , en parte por la amenaza del armamento nuclear, por la deriva inercial del l iberal ismo, pero también, hay que considerarlo si se piensa en E u r o p a , como resultado del bienestar.

M u c h o más que n i n g u n a otra cosa, la comodidad mili ta contra las vir tudes guerreras . H o y lo mismo que hace 20 siglos, en el I m p e r i o roma­no. E s u n efecto de la saciedad, de la satisfacción fácil e inmediata de necesidades, de la oferta de recursos placenteros; sobre todo, es conse­cuencia del orden social de que se requiere para producir la comodidad, esto es: de la extensión y rigor de los autocontroles que son necesarios en u n a sociedad compleja , de interdependencias densas e intr incadas . 3

5 El argumento, supongo que conocido, es de Norbert Elias, El proceso de la civilización, México, Fondo de Cultura Económica, 1987.

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E s o p u e d e decirse con razonable seguridad: los europeos no están b i e n dispuestos para hacer la guerra ellos mismos. 6 Tampoco la encuentran j u s t i f i c a b l e hablando en teoría y en t é r m i n o s generales. Y sin embargo, el i m p u l s o e n que se origina —del que h a dependido siempre la g u e r r a -s igue existiendo; no sólo u n impreciso deseo de des t rucc ión , como el que d e s c r i b i ó F r e u d , sino u n específico impulso hacia la guerra .

L a v i o l e n c i a más o menos azarosa, sin propósi to , la que resulta del malestar en la cultura, es bastante visible. E l impulso guerrero es otra cosa , u n a pas ión arcaica seguramente, como suponía A l a i n : se trata de probar , de m a n e r a pública y solemne, que se sabe morir . U n a pasión so­c i a l , la p a s i ó n de lo social llevada a su paroxismo:

Nul n'est à l'abri de cet enthousiasme prodigieux qui fait que l'on veut marcher sans savoir jusqu'où, à la suite d'une troupe bien disciplinée et résolue. [...] Cette parade n'a nullement besoin de raisons; elle se suffit à elle-même; elle s'affirme glorieusement. Il n'y a qu'un remède contre cette admiration totale, c'est d'être ailleurs. [...] Par ces caractères, je dis que la chose militaire est proprement esthétique. 7

Sucede ante cualquier ejército que marcha a la guerra , dondequiera que sea ( incluso habría que decir que para u n hombre civilizado, de hoy, es preferible que el ejército y la g u e r r a estén en otra parte) .

Insisto: el impulso hacia la g u e r r a permanece , subyacente a numero­sas actividades de sustitución que t ienen su origen remoto en el proceso p o r el c u a l los guerreros se hic ieron cortesanos. Puede verse en los depor­tes, en los juegos de competencia, hasta en la popular idad de las películas de tema bél ico ; pero también, en ese aspecto estét ico que subraya A l a i n , e n práct icas rituales más o menos secularizadas: desfiles, manifestaciones políticas, donde se deja ver la fuerza incontestable del n ú m e r o , donde la mult i tud se transfigura por una vocación de orden simple, inmediato.

L a soc iedad civil izada se h a privado, y cada vez más , de toda experien­c ia mil i tar directa y de u n a buena cantidad de rituales. N o necesita, inclu­so debe evitar las formas paroxíst icas de la pasión social , que le resultan

6 Es interesante la discusión del tema, en particular de la objeción de conciencia y su significación, en Rafael Sánchez Ferlosio, Campo de Marte, Madrid, Alianza Editorial, 1987.

7 Alain, Mars ou La guerre jugée, Paris, Gallimard, Colección Folio/Essais, num. 262, 1995, pp. 46-47. Improviso una traducción: "Nadie está a salvo de ese entusiasmo prodigio­so que hace que se quiera ir a donde sea, siguiendo a una tropa bien disciplinada y resuelta [...] Ese desfile no necesita razones, se basta a sí mismo, se afirma gloriosamente. No hay más que un remedio contra la admiración total, y es estar en otra parte. [...] Por esos rasgos digo que el hecho militar es propiamente estético".

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peligrosas, pero eso no obsta para que el hecho se viva como u n a carencia y hagan falta a l menos sucedáneos .

Acaso hay a lguna e x a g e r a c i ó n en la tesis clásica de Rene G i r a r d , en lo que se refiere al c a r á c t e r central, indispensable, de la p e r s e c u c i ó n como fundamento del orden; pero no es desdeñable la idea de que el "chivo ex­piatorio" cumple con u n a función social y moralmente út i l . 8 E s u n a idea afín, además , con las que vengo barajando. Resumo apresuradamente. L o s movimientos persecutorios son u n a manifestación extrema del poder de lo social, u n a f o r m a de par t ic ipación inmediata de ese poder en que se reúnen el r i tual , el impulso agresivo y la instauración de la Justicia ; son el arquetipo de la v iolencia fundadora . De eso se ha privado la civilización y su falta se resiente, se deja ver de varios modos.

L a mult i tud desatada hacia la persecuc ión de los malvados, los impu­ros, encuentra en su propia violencia u n a manifestac ión de la voluntad divina. N o por der ivación n i como excusa n i medio de rac ional ización: el hecho mismo de la v iolencia colectiva es experimentado como realización de la Just ic ia . Y eso es algo que los hombres civilizados (mientras lo si­guen siendo) sólo p u e d e n vivir de modo vicario , en la violencia de otros.

R e s u m o . L a pasión bélica permanece, oculta y deformada y negada, en las competencias deportivas y en los nuevos ritos seculares, también en las metamorfosis de la lógica persecutoria. Por eso atrae y seduce todavía la idea de la guerra , por eso ésta le confiere a cualquier causa u n aura de asun­to sagrado.

A h o r a bien , las guerras que no permiten tomar partido resultan incó­modas y decepcionantes, práct icamente inútiles para el propósito de revivir la violencia fundadora . L a s guerras en que los adversarios no se distinguen con nitidez desde lejos, aquellas en que la Just ic ia resulta i rreconocible no retienen la a t e n c i ó n porque son intranquil izadoras . 9 Piénsese, por ejem­plo, en las luchas de hutus y tutsis en R u a n d a y c ó m o han sido reducidas —a ojos de la opinión occidental— a la sola imagen de la dest rucc ión , la imagen de los refugiados, en particular (que, aparte de la escala, atrajeron mínima a t e n c i ó n e n el caso de C h i a p a s ) . O bien r e c u é r d e s e la oscilación del aprecio internacional de la f i g u r a de L a u r e n t R a b i l a , repentino de­m ó c r a t a , repentino liberador, repentino tirano. D i c h o groseramente, hace falta que haya buenos y malos porque, de otro modo, no cabría el desaho­go eficaz de la pasión bélica.

8 Véase Rene Girard, El chivo expiatorio, Barcelona, Anagrama, 1986. 9 Es necesario absolutamente que el mal exista; de otro modo, el ritual carecería de

sentido: "los perseguidores están convencidos de la legitimidad de su violencia; se conside­ran a sí mismos justicieros; necesitan, por tanto, víctimas culpables..." R. Girard, op. cit, p. 15.

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Si el argumento fuera válido, daría u n a p r i m e r a aproximación a lo que estoy buscando. E n ese plano, la revuelta de Chiapas ofreció una ocasión inmejorable para el desfogue vicario del impulso guerrero; estaba clarísi­m o a quién asistía la justicia, era posible participar de una violencia que m u y bien podría haber sido de la cólera divina. N o estaba en riesgo, por otra parte, ningún interés, ni siquiera el prestigio de ningún país europeo.

Pero había algo más . U n a guerr i l la siempre es atractiva, mucho más que u n gobierno, cualquiera que sea. C u a n d o dos Estados se hacen la gue­r r a allá lejos, por u n a frontera que nadie sabría ubicar en u n mapa, resul­ta difícil decidirse por uno de ellos; entre Perú y Ecuador , Venezuela y C o l o m b i a , la opinión internacional siempre escoge pedir la paz. C o n las guerr i l las es diferente.

E n p r i m e r lugar, se supone de antemano que u n a guerr i l la es la parte m á s débil, s in punto de c o m p a r a c i ó n . Revive la fantasía de D a v i d y Goliat . Y ése es u n hecho que por sí solo basta p a r a conmover el á n i m o funda­mentalmente compasivo de las sociedades occidentales . 1 0

Preferir la debil idad ha sido y sigue siendo u n a de las notas caracterís­ticas de la m o r a l europea (la de Estados U n i d o s es, a este respecto, sustan-cialmente distinta). M u c h o más y con mayor r a z ó n conforme las socieda­des se hacen m á s d e m o c r á t i c a s 1 1 y organizan su repertorio de valores a par t i r de lo que puede el "hombre c o m ú n " . N o obstante, en el caso especí­f i co de las guerr i l las de países bárbaros es u n a preferencia ambigua, por­que resulta inseparable de la conciencia de la super ior idad —económica , militar , d iplomática— de E u r o p a .

N o sólo eso. L a c o m p a s i ó n que i n s p i r a n los rebeldes, por su presunta debi l idad, está mezclada con ese residuo del á n i m o belicoso y con la pro­p e n s i ó n antiautoritaria típica de la cul tura de la protesta posterior a los a ñ o s sesenta. T a m b i é n es lógico : el ú l t imo momento heroico de E u r o p a fue el movimiento estudiantil , convertido por la nostalgia en arquetipo de la rebeldía .

Precisando, se trata de u n a a d m i r a c i ó n compasiva, la que conviene al h e r o í s m o inútil de las víctimas. Y que a f i n de cuentas tiene un efecto tranquil izador , porque c o n f i r m a lo que dice el sentido c o m ú n : la rebel ión es el ú l t imo recurso de los desposeídos , consecuencia extrema de la opre-

1 0 Es posible, por cierto, y lo anoto al margen, que en la compasión haya, como supo­nía Nietzsche, un fondo de autodesprecio: "El hombre de las 'ideas modernas', ese mono orgulloso, está inmensamente descontento consigo mismo: esto es seguro. Padece: y su va­nidad quiere que él sólo 'com-padezca'". Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza, 1986, p. 167.

1 1 Uso la expresión "sociedad democrática" en el sentido que le daba Tocqueville y que se refería al progresivo igualamiento de condiciones de vida en general.

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sión y la miseria . E n otras palabras, algo que no puede suceder en E u r o p a (el hecho de que el sentido c o m ú n se equivoque, que las insurrecciones no sean por regla general u n resultado de la pobreza, y que eso pueda saberlo cualquiera después de Tocqueville , sólo sirve p a r a subrayar la fun­c ión sedante de la creencia) .

A ú n hay otra r a z ó n para la simpatía, y es la imagen que se hace la opi­nión europea de los gobiernos de países atrasados. Autoritarios, corruptos, represivos, ineficaces, desordenados, facciosos, oligárquicos, rapaces: in­tolerables. L o cual significa que toda rebelión está justificada, dondequiera que no sea E u r o p a . L a mirada que jus t i f i ca la rebelión verifica lo que supone ese modelo esquemático de la t iranía "bananera" , y sirve para con­f i r m a r la diferencia de los gobiernos europeos. Puede que haya u n a dosis de culpabil idad, u n acento expiatorio en la m a n e r a de ver al Tercer Mun­do (volveremos a ello), pero entreverado de autocomplacencia.

Todo eso favorece a cualquier guerril la ; la de Chiapas tuvo u n elemento adicional , que explica mucho de su atractivo. E r a muy poco violenta. L o suficiente para servir a la pasión belicosa, pero sin herir la sensibilidad pacifista. L a resistencia palestina, la de los tamiles, las F A R C de Colombia o Sendero L u m i n o s o tienen u n lado que puede ser aterrador, como cualquier forma de violencia. E l E Z L N ofrecía, en cambio, una guerra que casi no lo era, con rifles de madera y conversaciones interminables desde la segunda semana. U n a guerra pacifista, cuya ambigüedad se correspondía muy ajus­tadamente con la ambigüedad de la conciencia europea . 1 2

L o s hombres civilizados experimentan el impulso hacia la guerra con culpa, con miedo, renegando de él a cada paso. L o que hubo en Chiapas, y de ahí buena parte de su capacidad de seducción, fue la ocasión para des­ahogar el impulso sin que eso aparejara u n a carga moral . Sin riesgo alguno.

III

P a r a explicar el entusiasmo hay que considerar el encanto de la violencia ; de otro modo, sería difícil entender nada. N o obstante, también es verdad que hace falta introducir matices de bastante entidad, que se refieren en general a lo que se puede l lamar la "nueva conciencia humanitar ia" .

E n lo que tiene de humanitaria , proviene de la m o r a l compasiva que conocemos y de la p r o g r e s i ó n lógica —aunque no siempre razonable— del

1 2 En la misma lógica del café descafeinado y el dulce sin azúcar, la guerra sin destruc­ción. Toda la pasión, pero sin culpa.

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i g u a l i t a r i s m o . 1 3 L o que tiene de nueva se lo debe casi todo a los medios de c o m u n i c a c i ó n que hacen visible, acercan cualquier catástrofe , donde sea que suceda. E s otra la forma de conmoverse cuando se tiene presente, de m a n e r a inmediata , la imagen de la miseria . H a y u n sentido de urgencia, u n apremio por atender a eso que está sucediendo a h o r a m i s m o y que está allí , a la vista.

Incluso el formato en el que no tienen más remedio que aparecer las i m á g e n e s contribuye a ese sentimiento de obligación; breves, rápidas, trá­gicas, desconectadas de casi todo, son moralmente transparentes: imáge­nes de la p u r a necesidad. U n niño muriendo de hambre , u n a mujer llo­r a n d o , u n campo de cadáveres . S in otra cosa que estorbe a la c o m p a s i ó n n i permita oponer reparos . 1 4

E l nuevo humanitar ismo tiene u n rasgo peculiar : se refiere básica­mente a lo que hasta hace poco se l lamaba el T e r c e r M u n d o . Se explica en u n a re tór ica que, sin abandonar del todo la idea de la culpa de Occidente , insiste cada vez más en la "obl igación" de la c o m u n i d a d internacional ; u n a obl igación indeterminada, pero que no se l imita a la ayuda material e n situaciones de desastre, n i mucho menos. A la o p i n i ó n humani tar ia le preocu pan también las libertades, la democracia , u n variado, variable e impreciso c a t á l o g o de Derechos H u m a n o s , en todo lo c u a l suelen ser por lo menos deficientes los gobiernos del Tercer M u n d o .

E s o tiene la consecuencia muy natural de que las presiones diplomáti­cas y las intervenciones militares puedan darse, si hace falta, nuevas for­mas de jus t i f i cac ión . L a conciencia humani tar ia es lo bastante selectiva (y lo bastante voluble) en sus preocupaciones polít icas p a r a no interferir en el orden de las cosas. Por eso supone Michael Ignat ieff que no es otra co­sa, sino el resurgimiento de la conciencia colonial : c o n su autocomplacen-cia y su idea de la responsabil idad c ivi l iza tor ia . 1 5

Ciertamente , esa parece ser su inclinación, pero lo que tiene de m á s interesante p a r a el tema que me ocupa es que m o d i f i c a la imagen del Ter­cer Mundo, en particular para la desarbolada izquierda europea. Hasta hace unos años, la expiación de la "culpa colonial" era u n motivo básico del

1 3 Algo que se antoja muy distinto referido por Nietzsche o por Habermas, pero que en todo caso parece indudable.

1 4 Sobre la relación entre los medios de comunicación y la conciencia humanitaria, Robert Rotberg y Thomas Weiss (eds.), From Massacres to Genocide. The Media, Public Policy and Humanitarian Crisis, Cambridge, The Brookings Institution/World Peace Foundation, 1996.

1 5 Es un libro agudo y a veces superficial, apresurado, sugerente, que vale la pena leer: Michael Ignatieff, The Warrior's Honor, Nueva York, Knopf, 1997.

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discurso progresista, que se traducía por u n a parte en u n exotismo vaga­mente contracultural, y por otra en u n doblez m o r a l muy característ ico, que exigía la aprobación incondicional de cualquier cosa que se hiciera en nombre de la descolonización 1 6 ( recuérdese , sólo por ejemplo, la admira­ción intensa de Sartre hacia las beligerantes vacuidades de Frantz F a n ó n ) .

H a n cambiado las cosas, algunos acentos por lo menos. E l recurso t e r a p é u t i c o del orientalismo es seguramente mayor, aunque también es u n orientalismo mucho más civilizado y occidental . Pero ya no hace falta aprobar a ojos ciegas la pol í t ica de c u a l q u i e r gobierno nac ional is ta , anticolonial , aparte de que la abstención parezca moralmente intolerable; la izquierda, incluso la más contestataria, puede estar a favor de u n a inter­vención militar para restablecer la decencia en Somalia , Ruanda, en B o s n i a o incluso en México .

Nuevamente , el caso de C h i a p a s se prestaba c o n especial f a c i l i d a d p a r a ejercitar la nueva conciencia h u m a n i t a r i a . E r a casi obligado tomar part ido en contra de u n gobierno nacional is ta y revolucionario , pero autori tario y corrupto , escasamente d e m o c r á t i c o ; c o n más r a z ó n p o r q u e era u n episodio de la úl t ima batalla contra el colonial ismo, que corres­ponde l i b r a r a los europeos, contra las élites europeizadas de las anti­guas c o l o n i a s . 1 7

E s fácil i ronizar sobre las contradicciones, ambigüedades e hipocre­sías del humanitar ismo. También es bastante inútil. L o que me interesa, como más duradero y fundamental , es que obedece a u n mecanismo psico­lógico en el que no se ha reparado mucho , u n a especie de c o m p e n s a c i ó n m o r a l para restaurar la autoestima: u n movimiento de l iberación, desha­cerse de las turbiedades de la vida cotidiana y recuperar la transparencia (así sea como simulacro) .

H a y u n a expl icac ión coyuntural muy razonable del nuevo humani ­tarismo, tal como lo vemos hoy. E s el f i n a l de la g u e r r a fría y el desencan­to del consumo, del "privatismo" generalizado de las dos décadas anterio­res; u n movimiento pendular, que conduce de regreso hacia los temas y

1 6 "El principio fundamental del mito [del Tercer Mundo] llama al apoyo y aprobación incondicional. El mundo no sólo está dividido en dos partes distintas, sino que también es valorado mediante patrones propios de cuentos de hadas. En este mundo hay los buenos y los malos; los primeros siempre se portan bien, mientras que los últimos se portan siempre mal." Agnes Heller, Anatomía de la izquierda occidental, Barcelona, Península, 1985, p. 98.

1 7 Los militantes zapatistas adoptaron la identidad de las víctimas con una soltura y una naturalidad que deberían mover a asombro. Recuerdo, sólo a título de ejemplo, una comitiva de jóvenes italianos que viajaron a Chiapas para proteger a los indígenas contra los previsibles abusos del gobierno mexicano; llevaban todos un vistoso delantal con la leyenda: "Todos somos indios de el mundo" (sic).

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actitudes de los sesenta . 1 8 U n argumento razonable y que muy probable­mente es verdad. Mi idea es que interviene también u n factor más gene­r a l , constante.

Me explico. Sería p r o b l e m á t i c o a estas alturas sostener que los hom­bres tengan algún impulso natural hacia el B i e n . A u n q u e p u d i e r a ser. E s m e n o s discutible que t ienen la necesidad de sentirse buenos: necesitan darse buenas razones para actuar, sentirse just if icados, saberse aprecia­dos, estar en la creencia de que obran bien. C u a l q u i e r a que sea la causa r e m o t a de ello —un soplo divino, la oculta presión de lo inconsciente, el resentimiento, la socialización secundaria— es u n hecho que para la inmensa m a y o r í a la autoestima tiene u n componente moral .

A h o r a bien: las condiciones normales de la v ida en u n a sociedad com­pleja hacen muy difícil, costoso, raro, el disfrute de esa sensación de ser b u e n o . D e m a n e r a inequívoca y transparente. Porque las situaciones son s iempre ambiguas, los intereses son demasiado obvios y mezquinos, siem­pre cabe la duda; en el mejor caso se puede procurar no hacer u n d a ñ o del iberado e innecesario . L a s fantasías heroicas, la devota exa l tac ión del compromiso —cualquier compromiso— dicen que no es suficiente.

L a sociedad m o d e r n a en su forma postrera hace p r á c t i c a m e n t e impo­sible cualquier n o c i ó n sustantiva de Justicia , y no por u n a deriva impensa­da de su funcionamiento, sino por la naturaleza m i s m a de sus rasgos más civil izados y propiamente modernos , los que la hacen más apreciable. L a s e c u l a r i z a c i ó n , el i n d i v i d u a l i s m o , la to lerancia , la e s t r u c t u r a p l u r a l i rreductible de todos sus ámbitos , niegan de raíz la idea de que haya u n a sola forma del B i e n . C u a n d o se piensa sobre la Justicia en t é r m i n o s actua­les, lo más a lo que puede llegarse es a la ambic ión de u n acuerdo sobre p r o c e d i m i e n t o s . 1 9

L a alternativa que queda, en busca de una idea m o r a l sustantiva, es u n m o d o de retraimiento narcisista, darle una significación si no trascen­dente, exclusiva a las necesidades personales , 2 0 o bien la exhibic ión más o menos teatral de u n compromiso público, extremo e incondic ionado (por cierto que lo p r i m e r o puede ser muy saludable y lo segundo muy útil: sólo digo que son síntomas también de otra cosa).

Por los rasgos que se conocen, de los que hemos venido hablando, la g u e r r i l l a de C h i a p a s b r i n d ó u n motivo propicio para encauzar esa necesi-

1 8 Sólo extiendo un poco la idea,, conocida, de Albert O . Hirschman, Interés privado y acción pública, México, Fondo de Cultura Económica, 1986.

1 9 Sobra decirlo: hasta ahí llegan John Rawls, Jürgen Habermas, etcétera. 2 0 Es el argumento, sumamente sugerente, de Christopher Lasch, The Culture of Narcissisrn.

American Life in an Age of Diminishing Expectations, Nueva York, W.W. Norton, 1991.

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d a d de sentirse bueno. Estaba lo bastante lejos para permitir posturas inequívocas e intransigentes, por completo desinteresadas. Cabía u n com­promiso radical y exaltado no a pesar de que fuese algo ajeno, sino precisa­mente porque lo era. L o cual quiere decir que la militancia tendría también entre sus ingredientes algo de exhibic ión narcisista e incluso de envidia , que tampoco sería nada nuevo . 2 1 Sólo que la lejanía de la guerri l la y el he­cho de que fuese aparentemente inofensiva facilitaban las cosas; en cual­quier caso, el movimiento de á n i m o es conocido:

Yo he visto —escribe Alian Bloom— jóvenes, y personas mayores también, que son buenos liberales demócratas, amantes de la paz y la delicadeza, enmude­cer de admiración hacia individuos que amenazaban o utilizaban la más te­rrible violencia por razones absolutamente nimias. Tienen la secreta sospe­cha de hallarse frente a hombres de verdadero compromiso, del que ellos mismos carecen. Y en la actualidad se cree que es el compromiso, no la ver­dad, lo que cuenta. 2 2

Porque el compromiso —lo a ñ a d o yo— representa ese mundo transpa­rente, donde cabe hacer el B i e n sin reparos n i contemplaciones.

U n a idea de María Zambrano : "Ningún pueblo viejo puede aferrarse a lo absoluto, que es siempre u n poco cosa de b á r b a r o s " . 2 3 Y sin embargo, es muy propia de pueblos viejos la nostalgia de la barbarie, por la posibili­d a d de creer, de ampararse en eso absoluto que sólo es posible en la sim­pl ic idad , en el orden bucól ico que había una vez, en Arcadia . E s u n tema muy conocido, que no necesita más que mencionarse . De Rousseau en adelante, la sociedad europea se ha dejado llevar de la fascinación por el m u n d o rústico, sencillo, que se imagina armonioso e inocente, y h a trata­do de creer, con fe de carbonero, en casi cualquier cosa.

N o es lugar para hacer u n inventario, ni hace falta tampoco; lo que sobra hoy son credos, causas just ísimas, motivos para la militancia o la de­v o c i ó n . D e l ecologismo a los ejercicios a e r ó b i c o s , el b u d i s m o zen, la b a l u m b a del esoterismo, hasta el fútbol o las nuevas sectas, var iedad de irredentismos y reivindicaciones de g é n e r o , edad o etnicidad. L o s hay muy

2 1 La explicación de Lasch es persuasiva: "Notwithstanding his occasional illusions of omnipotence, the narcissist depnds on others to validate his self-esteem. He cannot Uve without an audience." Lasch, op. cit., p. 10. Algo que según él interviene en la fabricación de mucho del radicalismo contemporáneo: "On the fringes of the radical movement, many tortured spirits actively sought a martyrdom made doubly attractive by the glamour of modern publicity", ibid., p. 84.

2 2 Alian Bloom, El cierre de la mente moderna, Barcelona, Plaza y janes, 1989, p. 230. 2 3 María Zambrano, Séneca, Madrid, Siruela, 1994, p. 79.

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ser ios y muy útiles, los hay decadentes, peligrosos, estúpidos, pero tienen e n c o m ú n el favorecer u n compromiso radicalmente emotivo.

S i rven para aliviar la incapacidad para sentir que resulta del exceso d e autocoacciones del orden civilizado, también como escape de la obli­g a c i ó n de razonar. F o r m a n , por decirlo de algún modo, islotes de irracio­n a l i d a d , manifestaciones de u n á n i m o que con cierta cautela podr ía lla­m a r s e religioso o cuasi-religioso. 2 4

V i e n e todo esto a cuento porque el caso de Chiapas tocaba varios de esos resortes emotivos, tendientes a la i r racional idad. U n o fundamental , d e l que no hemos hablado hasta ahora: el del indigenismo. E l hecho de que la masa de los combatientes zapatistas fuese de indígenas cautivó la i m a g i n a c i ó n de muchos; resultaba especialmente conmovedor y sobre todo p e r m i t í a hacer algo concreto, de consecuencias materiales, con la r e t ó r i c a d e l mul t i cul tura l i smo. 2 5

Sobre eso se ha dicho ya todo lo que hace falta y acaso algo más . Se trata de u n reflejo t ípicamente occidental, y bastante antiguo también, p o r el cual la idea de la igualdad de las culturas, la imposibi l idad de com­parar las o juzgarlas de cualquier modo, significa u n rechazo teatral de la civilización de Occidente. O t r a expres ión —dicho con u n lugar c o m ú n — del malestar en la cultura, que hace atractiva cualquier forma de exotismo. 2 6

(Abro u n paréntesis, mínimo. E s cierto que el batiburrillo multicultu-ral ista tiene sus riesgos, pero también es probable que se hayan exagerado. T i e n e razón Gel lner : " E l relativismo cognitivo es absurdo y el relativismo m o r a l es t r á g i c o " ; 2 7 no obstante, es raro que se llegue, en una cosa u otra, hasta las últimas consecuencias. E l rechazo de la civilización occidental implícito en el relativismo es, insisto, fundamentalmente teatral: inconsecuen­te; todo lo más —y ni siquiera eso— u n nihilismo fatigado y sentimental.)

2 4 La irracionalidad depende de la índole del compromiso, y no de la causa que se defienda. "[...] los hombres más perspicaces caen repentinamente en una conducta sin acumen, como de idiotas, tan pronto como la intelección requerida tropieza en ellos con una resistencia afectiva, pero también recuperan toda su inteligencia cuando ésta es venci­da", Sigmund Freud, "De guerra y muerte. Temas de actualidad", en Freud, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, vol. XIV, 1993, p. 289.

2 5 Tanto que esa reacción decidió en mucho el curso de las negociaciones de paz. Aten­to a los índices de popularidad, Rafael Guillen modificó el evanescente programa del E Z L N para convertirlo en un movimiento indigenista, que no era ni por asomo en las proclamas de enero de 1994.

2 6 Un tema antiguo, ya se sabe, por lo menos de 200 años. La sensualidad oriental, la pasión del Mediterráneo, la simplicidad natural de los indígenas americanos, son tópicos que hablan de las carencias que siente la sociedad moderna y no de otra cosa.

2 7 Ernest Gellner, "El venidero fin de milenio", en Gellner, Antropología y política. Evo­luciones en el bosque sagrado, Barcelona, Gedisa, 1997, p. 277.

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Desde luego, p o d r í a ser que todas las culturas en algún sentido fuesen iguales. L o malo es que eso sólo puede pensarse desde la cultura occiden­tal. D e donde resulta u n a p o r c i ó n del paternalismo que m a r c ó la re lac ión del público europeo c o n los indígenas de Chiapas , y que en otros casos no resulta tan practicable. C o n la m i s m a nostalgia, la misma conciencia rela­tivista, no se puede ofrecer el mismo amparo generoso y paternal a los in-tegristas islámicos, por ejemplo.

D i c h o con otras palabras: en C h i a p a s era posible ejercitarse sin riesgo en la tolerancia multiculturalista; más todavía, esa tolerancia (belicosamente antioccidental) era u n a m a n e r a de af i rmar la superior idad m o r a l de O c c i ­dente. L e viene a uno a la m e m o r i a la imagen de María Antonie ta vestida de pastorcilla, en los j a r d i n e s de Versalles, reviviendo toda la e m o c i ó n de la v i d a silvestre, natural . C o m o la de cualquier mujer del pueblo.

Seguramente hay en el fervoroso indigenismo de estos impensados herederos de María Antonieta , en sus expediciones por la selva, u n punto de h i p o c r e s í a , 2 8 pero no me parece de especial interés. N o eso sino la necesidad en que están los hombres civilizados, modernos , de l iberarse de la civilización para sentirse auténticos , y la dolorosa imposibi l idad de renunciar a sus comodidades . H a y allí, en esa tensión, u n inverosímil ho­j a l d r e de contradicciones del que proviene mucho de lo m á s atroz y de lo más absurdo de los úl t imos dos siglos. M u c h o que persiste todavía.

P A R A T E R M I N A R

Para una mirada superficial , apresurada, el episodio de Chiapas pudo haber sido tan sólo la o c a s i ó n para u n estridente "ps icodrama" de la izquierda europea. C r e o que su s ignif icación es mayor. Fue u n a r e a c c i ó n —cultural-mente ordenada— contra la indiferenciación y contra la insignif icancia , u n a salida en falso (y por eso más airada, exasperada) de las apor ías de la conciencia m o d e r n a .

Está , en p r i m e r lugar, para los miembros de la sociedad occidental desarrollada, la tendencia a la indiferenciación. U n proceso de orden prác­tico, material , que se refiere a la homogeneidad de las condiciones de

2 8 Los revolucionarios internacionalistas de otro tiempo, dice Agnes Heller, "arriesga­ban la vida y compartían el destino de aquellos con los que se identificaban [...] En la actualidad, la situación es muy distinta. Basta con pronunciar discursos o enviar apoyo emocional, a veces actuar como grupo de presión, o tratar de conseguir una declaración a favor de la supuesta 'causa revolucionaria' mientras se goza en casa de las comodidades occidentales que, por otro lado, tanto se desprecian". Heller, op. cit., p. 76.

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v i d a y sobre todo al aumento de complejidad, cuya consecuencia últ ima es l a r e d u c c i ó n de los individuos a unidades intercambiables. Pero tiene u n correlato cultural en el relativismo, la imposibi l idad de adherirse a u n a i d e a sustantiva de Justicia o discernir sin lugar a dudas el B i e n y el Mal .

E n segundo lugar, está la insignificancia de la retórica del nuevo huma­nitarismo, agnóstico y multicultural. Q u e debería servir para subsanar otras carencias , p a r a que el relativismo se experimentase como l iberación. Su­cede lo siguiente: las condiciones que se requieren para producir el bien­estar, condiciones de disciplina y organizac ión del trabajo y autocontrol, i m p i d e n que la nueva r e t ó r i c a tenga alguna consecuencia seria o se reali­ce del m o d o que sea.

L a r e a c c i ó n ante el E Z L N (del que, en serio, nunca se supo gran cosa) acusa la i n f l u e n c i a de ambos f e n ó m e n o s . E s , por u n lado, resultado de la n e c e s i d a d de hacer algo concreto y visible para confi rmar la validez del c o m p r o m i s o humanitario , algo que haga significativa la re tór ica . Por otro, u n intento de restablecer las formas más básicas de diferenciación: distin­g u i r lo bueno y lo malo (y estar de parte de los buenos) , distinguirlos a ellos (carentes, necesitados, imposibilitados de ser plenamente humanos) de nosotros (excesivos, universales) . Darle u n sentido al hecho de ser eu­ropeo y u n sentido muy concreto, quiero decir: conservar el prestigio, la dis t inción, la nobleza de espíritu que puede just i f icar otras diferencias m á s prosaicas . 2 9

Todo eso y la violencia . U n a paradój ica violencia pacifista y sin p r o p ó ­sito alcanzable, pero que permite revivir, vicariamente, la experiencia de la f u n d a c i ó n del orden. R e v i v i r la violencia terrible de la instauración de la Just ic ia —lo bueno y lo malo, nosotros y ellos— pero ya no como tragedia n i s iquiera como parodia, sino como ensoñac ión .

2 9 Una necesidad, dicho sea de paso, de cualquier grupo privilegiado, en el orden que sea, y que siempre requiere de comportamientos "nobles". Cito a Elias, hablando de la aristocracia europea en el inicio de la modernidad: "El deseo de conservación de su presti­gio estamental, la exigencia de 'distinguirse' como motivación de sus actos tenía primacía sobre la necesidad de riqueza o la acumulación de dinero". Elias, op. cit., p. 480.