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Alfonso Jesús Hernández Rodríguez José Luis Gómez Urdáñez Facultad de Letras y de la Educación Grado en Geografía e Historia 2015-2016 Título Director/es Facultad Titulación Departamento TRABAJO FIN DE GRADO Curso Académico Las reformas en la América Española en tiempos de Carlos III Autor/es

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Alfonso Jesús Hernández Rodríguez

José Luis Gómez Urdáñez

Facultad de Letras y de la Educación

Grado en Geografía e Historia

2015-2016

Título

Director/es

Facultad

Titulación

Departamento

TRABAJO FIN DE GRADO

Curso Académico

Las reformas en la América Española en tiempos deCarlos III

Autor/es

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© El autor© Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones,

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Las reformas en la América Española en tiempos de Carlos III, trabajo fin degrado

de Alfonso Jesús Hernández Rodríguez, dirigido por José Luis Gómez Urdáñez (publicadopor la Universidad de La Rioja), se difunde bajo una Licencia

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Trabajo de Fin de Grado

LAS REFORMAS EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA EN TIEMPOS DE

CARLOS III

Autor:

ALFONSO HERNÁNDEZ

Tutor/es:

Fdo.

Titulación:

Grado en Geografía e Historia [602G]

Facultad de Letras y de la Educación

AÑO ACADÉMICO: 2015/2016

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LAS REFORMAS EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA EN TIEMPOS DE

CARLOS III

REFORMS IN SPANISH AMERICA IN TIMES OF CHARLES III

Alfonso Hernández

Resumen

Durante el siglo XVIII, en especial durante la segunda mitad, coincidente en buena parte con el reinado de Carlos III, la Monarquía española aplicó en América las mayores reformas desde el siglo XVI. Dichas reformas modificaban el pacto con las élites criollas y la Iglesia, arrebatándoles poder de decisión, en favor del poder regio. En efecto, con ellas se produciría la transformación del estatus de la América española, de reinos de una misma Monarquía, a provincias, o incluso colonias, de acuerdo con el modelo anglosajón. Las ideas en cuanto a integración de los criollos en el sistema imperial resultaron infructuosas, no consumándose el estado-nación español bihemisférico. Tampoco la liberalización del comercio permitió a España desarrollar una industria como la inglesa y tomar las riendas de su monopolio indiano. A finales de la centuria, las ideas de Campomanes, Floridablanca, o Gálvez no se habían llevado a su máxima expresión, y aunque el imperio seguía intacto, la Corona se había malquistado, a pesar de beneficiarlas en ocasiones, con las oligarquías sobre las que se asentaba su poder en América, sentándose precedentes sin los cuales es imposible entender la emancipación posterior.

Palabras clave: Reformas carolinas, Carlos III, América, Campomanes, Floridablanca, Gálvez, criollos, comercio, estado-nación, manufacturas.

Abstract

During the eighteenth century, especially during its second half, largely coincident with the reign of Carlos III, the Spanish Monarchy applied in America the biggest reforms since the sixteenth century. These reforms modified the pact with the Creole elites and the Church, snatching power of decision in favor of royal power. Indeed, with them the transformation of the status of Spanish America, kingdoms of the same monarchy, to provinces, or even colonies, according to the Anglo-Saxon model, would be produced. The ideas regarding integration of the Creoles in the imperial system were unsuccessful, not consummating the bi-hemispheric Spanish nation-state. Neither trade liberalization allowed Spain to develop an industry like the English and take control of its Indian monopoly. At the end of the century, the ideas of Campomanes, Floridablanca, or Gálvez had not taken his best, and although the empire was still intact, the Crown had alienated, although benefit them sometimes, with the oligarchies on which their power was based in America, sitting precedents without which it is impossible to understand the subsequent emancipation.

Keywords: Carolines reforms, Charles III of Spain, America, Campomanes, Floridablanca, Gálvez, creoles, trade, nation-state, manufactures.

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ÍNDICE

-1. INTRODUCCIÓN………………………………………………………………3

-2. OBJETIVOS…………………………………………………………………….7

-3. ENFOQUE TEÓRICO Y METODOLÓGICO, Y JUSTIFICACIÓN………….9

-4. DESARROLLO………………………………………………………………...11

-4.1. LOS PRECEDENTES: LA REFORMA EN DISCUSIÓN……...11

-4.2. LOS ARTÍFICES DEL CAMBIO………………………………..15

-4.3. LA APLICACIÓN DE LA REFORMA………………………….19

-5. CONCLUSIÓN………………………………………………………………….25

-6. ANEXO………………………………………………………………………….29

-7. BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………...33

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LAS REFORMAS EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA EN TIEMPOS DE

CARLOS III

1. INTRODUCCIÓN

En este año 2016 se cumple el tricentenario del nacimiento de Carlos III. Durante las parcas celebraciones y actos conmemorativos en honor a su figura, es muy probable que se recuerden aspectos de su reinado como la Guerra de los Siete Años y su decisiva intervención en la independencia angloamericana; el motín de Esquilache; la expulsión de los jesuitas; la Real Pragmática de 19 de septiembre de 1783, tan beneficiosa para el pueblo gitano; su interés por convertir a Madrid, merced a notables obras urbanísticas, en una capital digna de la Monarquía; la creación de las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena; o incluso –en el lado negativo- el caso Olavide. La valoración del reinado, muy probablemente, continuará siendo, como desde hace décadas, tremendamente positiva, teniendo en cuenta de dónde se venía y lo que estaba por llegar1.

Sin embargo, es presumible que la mayoría de esos actos, tanto en España como en el extranjero, marginarán a un segundo plano, o incluso obviarán, la que quizás fue la mayor preocupación, motivo de ilusiones y desesperanzas, de guerras y paces, y en definitiva, de incontables desvelos, del monarca y sus secretarios: América. Entonces, en pleno siglo XVIII, tanto en la Península como en el resto de Europa, y por supuesto en América, se tenía conciencia de que de las dos columnas que constituían la Monarquía española, eran las Indias la parte más valiosa de la misma2. Eran las posesiones que permitían al rey de España ser la “lancilla” clave en el “balanceo” entre Francia y Gran Bretaña3 y acumular grandes riquezas, amén de la promesa de volver a poseer la hegemonía como en el pasado con los Austrias, pero, por encima de todo, eran una enorme responsabilidad.

El presente trabajo es, si hubiera que sintetizarlo en muy pocas palabras, un diálogo continuo entre las grandes mentes al servicio del tercer Borbón español, y la difícil realidad a la que se enfrentaban. La necesidad de defender las Indias de la rapacidad de las potencias extranjeras como fuese, de asegurar su utilidad para la prosperidad de la metrópoli, y a la larga, objetivo de toda una centuria, hacer al rey católico el monarca más grande de la Cristiandad. Para ello, la América española debía cambiar, y es por eso que durante el reinado de Carlos III se gestaron y ejecutaron las mayores reformas en los territorios indianos habidas desde el siglo XVI. El problema de fondo es entender qué fueron en realidad estas reformas, ya que pese a los continuos debates en las covachuelas del Palacio Real, en los palacios de la capital, de los numerosos arbitrios e informes, de las noticias que llegaban de la Ciudad de México o de Lima, éstas, jamás, supusieron un programa totalmente definido. Las ideas no siempre fueron 1 Allan J. Kuethe, “La crisis naval a finales del siglo XVIII”, en El Estado en guerra. Expediciones

navales españolas en el siglo XVIII, ed. María Baudot Monroy (Madrid: Ediciones Polifemo, 2014). 2 Recordemos la frase del barón de Montesquieu en El espíritu de las leyes “las Indias y España son dos poderes bajo un mismo amo; pero las Indias son el principal, mientras España es sólo accesoria”. En Pedro Pérez Herrero, “América colonial española (1698-1754)”, en Ministros de Fernando VI, coords. José M. Delgado Barrado y José L. Gómez Urdáñez (Córdoba: Universidad de Córdoba, 2002), 293. 3 José Luis Gómez Urdáñez, Fernando VI (Madrid: Arlanza Ediciones, 2001), 86.

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las mismas, como tampoco lo fueron sus artífices, ni las circunstancias que las rodeaban. Es por ello que el reformismo borbónico en América, sobre todo durante el reinado de Carlos III, tiene múltiples dimensiones: una reforma administrativa y fiscal racionalista que recuerda sensiblemente a la Nueva Planta en la Corona de Aragón, la creación de un mercado de libre comercio “cerrado” conformado por España y las Indias, una reforma militar, un plan regalista, o un proyecto de crear un estado-nación bajo la égida borbónica que cubriese ambos hemisferios.

Todas las dimensiones mencionadas, algunas no aludidas, o quizás sólo algunas de las citadas, son las reformas carolinas en Indias, según el criterio variadísimo de los historiadores. Desde muy pronto, por ejemplo, los historiadores hispanoamericanos que siguieron a las independencias y constitución de los estados liberales sintieron un gran interés por el siglo XVIII en sus patrias. El motivo es simple de entender, querían encontrar en esa centuria el poso de las nacionalidades conformadas en su contemporaneidad, creyendo que descubrirían el motivo de la ruptura posterior con la metrópoli. Ciertamente, pese a que hay algo de verdad en todo ello, la nueva historiografía ha echado por tierra muchas de sus valoraciones4.

Desde entonces, los estudios sobre el reformismo borbónico han partido de las más variadas escuelas y movimientos historiográficos. En España, hemos tenido a estudiosos de la talla del fallecido Gonzalo Anes, especializado en Historia económica pero con notables conocimientos americanistas, quien encontró un filón intelectual en unas reformas con una vertiente tan económica. Aunque procedente de un espectro ideológico diametralmente distinto, Mario Hernández Sánchez-Barba, muy marcado igualmente por la Escuela de los Annales, americanista, tuvo espacio para tratar en sus obras el tema que nos ocupa, aportando sugerentes visiones acerca del carácter de la reforma, remarcando su componente dialéctico, atlántico, estratégico y nacionalista, aspecto este último que aunque apoyado en fuentes, es imperativo tomar con la mayor precaución. La historiografía hispanoamericana también ha dado grandes pasos en pro de unos estudios más científicos. Es el caso del profesor peruano Ronald Escobedo, afincado durante mucho tiempo, eso sí, en España, y que, como experto en la fiscalidad indiana, resulta revelador y rompe con muchos prejuicios largo tiempo expresados, y me atrevería a decir, exaltados. Son estos sólo tres nombres panorámicos de una historiografía en español sobre el tema más amplia, pero que en general, hace un balance bastante positivo del carácter y resultados de las reformas.

La historiografía anglosajona también ha puesto un gran interés en este tema. Historiadores británicos de la talla de Fisher, Lynch, o Elliott se han acercado, con mayor o menos profundidad, a un reformismo considerado por éstos vital para comprender el colonialismo y el devenir de Hispanoamérica. Es digno de señalar que para algunos de estos autores la experiencia reformista no fue desde luego tan positiva ni para la Monarquía ni para los españoles americanos, representando la primera colisión grave entre los criollos y la lejana España. Al otro lado del Atlántico, en los EEUU, el interés por el mundo hispanoamericano se ha plasmado en estudios sobre el pasado de esa realidad, México y más allá, al otro lado del río Bravo. Resulta

4 Pérez Herrero, “América colonial española (1698-1754)”, 281.

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sobresaliente el libro de los Stein El apogeo del imperio5, que disecciona las dificultades y el fracaso de la Monarquía para convertir Nueva España en factor del desarrollo peninsular. Igualmente, los trabajos de los Kuethe y David J. Weber.6

Muchos de los investigadores ya aludidos se han visto influidos por una de las tendencias historiográficas más exitosas de los últimos cincuenta años: la Historia atlántica o atlantismo, que ha permitido ampliar el marco de estudio de las regiones o los estados-nación a una escala atlántica, con saludables consecuencias interpretativas7.

Pero, ¿qué nos puede aportar el estudio de las reformas borbónicas carolinas en América? Ante todo, comprender mejor la aplicación de un nuevo ordenamiento territorial, administrativo, judicial y militar del que no escapó, merced al regalismo, ni la Iglesia indiana. Sumergirnos en estimulantes debates, como si la nueva fiscalidad fue excesiva o simplemente aplicada con mayor celo que en el pasado. Un mejor conocimiento del periodo coincidente con la reforma nos permitirá, como viene ocurriendo en los últimos años, comprender hasta qué punto el libre comercio ayudó al desarrollo de los reinos de Indias, y si, en contrapartida, ello hizo o no realidad, y por qué motivos, la industrialización de la España peninsular. Si la extensión a los criollos del nuevo fuero militar carolino fue a largo plazo una medida lesiva para los intereses reales en América. Si en las mentes de los reformadores borbónicos estaba convertir, según el modelo británico, los reinos de Indias en meras “colonias”, o anidó en ellos, o al menos en algunos de ellos, la posibilidad de compatibilizarlo con la creación de un estado-nación centralizado bihemisférico. ¿Hubo algún tipo de filantropía en las reformas con objeto de mejorar la vida de los indios? Y finalmente, dada la evolución de los acontecimientos, por qué las reformas fracasaron, siendo fútiles a la hora de robustecer a la Monarquía en las décadas venideras. Es más, ¿ayudaron a desmembrar en mundo hispánico en los albores del siglo XIX? Obviamente, en el presente trabajo no nos proponemos responder a todas estas cuestiones, pero sí realizar algunas reflexiones acerca de algunas de ellas. Por todas estas razones, entendemos que es un tema a la altura de un Trabajo de Fin de Grado.

5 Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, El apogeo del imperio: España y Nueva España en la era de

Carlos III, 1759-1789 (Barcelona: Crítica, 2005). 6 Allan J. Kuethe y Kenneth J. Andrien, The Spanish Atlantic World in the Eighteenh Century: War and

the Bourbon Reforms, 1713-1796 (New York: Cambridge University Press, 2014). Y David. J. Weber, Bárbaros: Los españoles y sus salvajes en la era de la Ilustración (Barcelona: Crítica, 2007). 7 John H. Elliott, Haciendo Historia (Madrid: Taurus, 2012), 223.

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2. OBJETIVOS

El presente trabajo pretende, pues, hacer una síntesis interpretativa del reformismo carolino en América, pese a que un capítulo tratará algunos precedentes dieciochescos anteriores a 1759, necesarios para comprender mejor la trascendencia de la experiencia carlostercerista. Se marca como objetivos demostrar cómo los planes de reforma existieron antes del reinado de Carlos III, y cómo se pusieron al final en práctica como consecuencia de la crisis que para la Monarquía supuso la derrota frente a Gran Bretaña en la Guerra de los Siete Años. España necesitaba más ingresos con los que apuntalar un nuevo sistema defensivo en Indias, y de ahí todo el plan reformista sucesivo, que tendrá en la figura del intendente y en el libre comercio sus líneas maestras. Para ello, fueron necesarios una serie de afortunados cambios tanto de carácter como de personal en algunos órganos del incipiente Estado borbónico hispano: el Consejo de Castilla y el Consejo de Indias. Finalmente, se pretende realizar algunas reflexiones que permitan explicar por qué aunque las reformas permitieron fortalecer a la Monarquía Católica como nunca antes desde la primera mitad del XVII, fracasó en su intento de desarrollar la Península como lugar de especialización manufacturera con la que cubrir por sí sola las necesidades de las “colonias” americanas centradas en la producción de materias primas, rompiendo a la par el consenso con las élites criollas, marginadas de cualquier papel político y administrativo relevante a pesar de beneficiarlas enormemente desde una perspectiva económica, y ser incapaces de integrar, aun existiendo interesantes ideas en ese sentido, a los españoles americanos en el nuevo sistema imperial. Especialmente fatales para los intereses de los Borbón de Madrid serían la ampliación del fuero militar en relación con el criollismo por intereses económicos y militares, y algunas medidas regalistas que malquistaron al rey católico con el clero indiano. Estas decisiones, necesarias, e idóneas a finales del XVIII, serían fatídicamente claves en el momento de las Independencias.

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3. ENFOQUE TEÓRICO Y METODOLÓGICO, Y JUSTIFICACIÓN

El marco teórico que utiliza el presente trabajo ha sido ya expuesto al presentar los objetivos que pretende. Para realizar dicho estudio ha sido preciso el examen, análisis y crítica de una generosa bibliografía tomada como fuentes secundarias. Algunos de los autores, todos ellos especialistas de primer nivel, han sido citados en la introducción. En general, sus posiciones no se diferencian exponencialmente, empero, hay matices que en las próximas páginas esperamos logren transmitir una rica visión de conjunto. De todos modos, dado el carácter subjetivo de todas las obras de la bibliografía, en todas ellas había, una, o varias dimensiones del reformismo borbónico en América no lo suficientemente desarrolladas, y es precisamente por esa razón por la cual creemos este pequeño trabajo toma auténtico relieve.

En nuestra pretensión de globalidad sin descuidar aquellas precisiones regionales que podían enriquecer el subsiguiente análisis, aportamos fuentes primarias, algunas con un carácter más concreto sin duda, contemporáneas de los hechos históricos que aquí se narran, y a los que queremos dar una explicación lógica. Se trata de Theorica

y práctica de comercio y de marina de Jerónimo de Ustáriz, obra de 17248; Nuevo

sistema de gobierno para América, de José de Campillo y Cossío, publicada en 17439; Noticias secretas de América, de Jorge Juan y Antonio de Ulloa10, que no vio la luz hasta 1826 pese a ser documento de estado desde 1748. También, para obtener información de primera mano de Nueva España bajo el efecto de las reformas carolinas, el Ensayo Político sobre el reino de Nueva España, de 1811, escrito por Alexander von Humboldt11.

Por otra parte, si hay que ajustar el trabajo a algún método historiográfico, lo insertaríamos en el de la Historia total, dado que pese a que la sociedad y la economía no son protagonistas en nuestro discurso, si las hemos tenido en cuenta como soportes con los que fundamentar la política, que es la verdadera clave de bóveda de este proyecto. En este sentido, la forma de historiar del maestro J.H. Elliott ha sido muy inspiradora. En cuanto a la tendencia del mismo, el estudio se enmarca en dos grandes espacios, el mundo hispánico del siglo XVIII, y en especial, éste durante su segunda mitad. Pero dado que para muchos de los estadistas al servicio de los monarcas borbónicos Gran Bretaña era ejemplo a seguir en ultramar, y la tomaron como modelo a seguir a la hora de desarrollar un nuevo “pacto colonial”, estamos igualmente cómodos ubicando este TFG en el seno de la Historia atlántica.

8 Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico, http://bvpb.mcu.es/es/consulta/registro.cmd?id=411328 (consultada el 18 de abril de 2016). 9 Hathi Trust Digital Library, https://catalog.hathitrust.org/Record/009338720 (consultada el 19 de abril de 2016). 10 Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1826), en Noticias Secretas de América (Charleston: Nabu Press, 2011). 11 Internet Archive.org, https://archive.org/details/ensayopoliticos00arnagoog (consultada el 17 de abril de 2016).

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4. DESARROLLO

4.1. LOS PRECEDENTES: LA REFORMA EN DISCUSIÓN

¿Cómo eran las Indias españolas en la primera mitad del siglo XVIII? Es esta una pregunta para la cual los historiadores no tienen respuestas ni plena ni parcialmente satisfactorias. En lo que prácticamente todos los autores se ponen de acuerdo es en afirmar que desde el siglo XVII hasta bien entrado el XVIII, la autoridad real en América se vio seriamente mellada. Una razón, la venta de cargos por parte de la Corona, que necesitaba recursos inmediatos con los que sufragar sus empresas exteriores, aunque ello fuese a medio y largo plazo en perjuicio de la buena y eficaz administración. Poco a poco, estos puestos fueron comprados12, en considerable número, por los criollos, esto es, por los naturales, comprometiéndose, dados sus intereses en sus propias tierras, el buen gobierno, al menos desde el punto de vista de la metrópoli. De esta realidad dieron buen testimonio los contemporáneos, desde Michel-Jean Amelot en los albores de la centuria cargando contra los virreyes complacientes con esta situación (EN ANEXO TEXTO 1)13, hasta Jorge Juan y Antonio de Ulloa bien entrada ésta, quienes en Noticias Secretas de América detallaron de manera pormenorizada la corrupción y abusos de los corregidores en las Indias de la abundancia, en las que los indios eran la parte más débil en un asunto tan sensible como el de los repartimientos14.

La otra razón es la pérdida por parte de la España peninsular del control de los intercambios con las Indias. De sobra conocido es que a lo largo del XVII el comercio transatlántico estaba en manos de otras naciones, tanto en su forma legal, funcionando los comisionistas sevillanos y gaditanos como meros intermediarios en el mejor de los casos; como a través de las plazas ganadas en décadas anteriores en el Caribe, desde las que holandeses, ingleses, franceses e incluso daneses practicaban el comercio directo con los españoles americanos, con el beneplácito de las propias autoridades virreinales. A la llegada de Felipe V, que es monarca español precisamente por los afanes de su abuelo de participar en el monopolio de las Indias, la situación no sólo no se había subvertido favorablemente, sino que simplemente había cambiado de dueño. En efecto, se pasó de concesiones a los franceses importantes desde 1659, que se prolongan en 1702 con el asiento de negros de favor de la Compañía Francesa de Guinea, y se refuerzan en 1704 con la autorización para que los buques franceses puedan acceder al Pacífico español; al Tratado de Utrecht firmado con los ingleses, por el que se concedía el asiento de negros a la Compañía del Mar del Sur y el derecho

12 John Lynch hace un repaso por los cargos vendidos a criollos, y no criollos. Oficiales reales desde 1633, corregidores desde 1678, oidores a partir de 1687, y desde 1700, incluso el cargo de virrey. Desde ese momento, los intereses locales prevalecieron sobre los de la Monarquía, conchabándose las flamantes autoridades criollas y naturales. Consiguientemente, las remesas de metales preciosos percibidas por la Corona pudo disminuirse, a pesar de que es innegable que en este punto entran en juego otras dinámicas: como la necesidad de recursos para la autodefensa de los reinos de Indias, o el consumo de recursos internos. En John Lynch, La España del siglo XVIII (Barcelona: Crítica, 1991), 299. 13 Lynch, La España del siglo XVIII, 56-7. 14 John Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, en Historia de Iberoamérica II. Historia

moderna, coord. Manuel Lucena Salmoral (Madrid: Cátedra, 2008), 551-2.

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a comerciar legalmente con la América española a los ingleses mediante el envío anual de dos navíos de permiso de gran tonelaje15.

Naturalmente, el conjunto de estas dinámicas arruinaban, interrelacionadas, el dominio de la Monarquía, dejando sin sentido el régimen monopolístico español, basado en la carrera de Indias y en la celebración de ferias como las de Portobelo o Jalapa, mucho menos competitivo que el comercio de los rivales de España.

Para el pensamiento político y económico español de esos años, esta realidad suponía la total ruina de la Monarquía, pues sin la riqueza de América era insostenible cualquier tipo de empresa; hacía inservibles a las Indias; y aún más, a lo largo de la centuria, se fue tomando conciencia de que si los americanos no dependían de España para abastecerse, acabarían desvinculándose de ésta. Toma auténtica significación este problema cuando ningún escritor de la primera mitad del XVIII puso en tela de juicio el sistema de flotas y galeones16, a pesar de que se planteasen sugerentes propuestas17, como las de Macanaz, que básicamente adelanta de un plumazo todo el reformismo carolino18. El gran cambio de paradigma sólo se empezó a teorizar con fuerza con el que fue secretario de Hacienda, Marina, e Indias entre 1741 a 1743, José de Campillo y Cossío. En síntesis, articulaba mejor lo ya desarrollado por Macanaz19.

Ante tal cantidad de informes y arbitrios, ¿qué hicieron los gobiernos de Felipe V y Fernando VI? Sería injusto y una traición a la verdad pensar que los gobiernos españoles de este tiempo se mantuvieron inoperantes, pero el debate historiográfico empieza a girar en torno a si dichas medidas fueron trascendentales o no20. La mayor parte de los historiadores está de acuerdo en que, al menos, tanto las Indias, como España, ya crecían tanto demográfica como económicamente en la primera mitad de siglo, y el debate sobre si en el caso americano ello fue debido a las políticas de Alberoni, Patillo, Campillo o Ensenada, a la ampliación de los mercados a causa de los rivales europeos de España, a la demanda interna, o a un cúmulo de ambos, se antoja tan apasionante como arduo. No es el objetivo del presente trabajo dar una respuesta, aunque una parte de los historiadores suele utilizar esta hipótesis para desacreditar el carácter modernizador del reformismo carolino. En cualquier caso, después de todo lo expuesto, y por analogía a los progresos que el “ensenadismo” obtuvo durante el reinado de Fernando VI continuados por los gobiernos de Carlos III, está claro que a esta primera etapa, y a las directrices sentadas en la misma, hay que 15 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 535-6. 16 Gonzalo Anes y Álvarez de Castrillón, La Corona y la América del Siglo de las Luces (Madrid: Marcial Pons, 1994), 16. 17 Por escasez de espacio es imposible tratar como se merecen propuestas de la talla de los de Manuel de Lira, Jerónimo de Ustáriz, el marqués de Santa Cruz de Marcenado, Bernardo de Ulloa, o José del Campillo. Todas ellas tratadas en Anes, La Corona y la América del Siglo de las Luces, 16-25. 18 Melchor de Macanaz, en un artículo no publicado escrito en el temprano 1719 proponía ya el establecimiento de intendentes en América y la liberalización del comercio para todos los súbditos del rey. En Lynch, La España del siglo XVIII, 132. 19 Se desproveía de toda tesis mercantilista basada en la acumulación de metales preciosos, veía a las Indias como una fuente de materias primas y un mercado ignoto para las manufacturas españolas, acabar con las barreras comerciales y reducir las cargas fiscales, otorgar tierras a los indios para que pasasen de economías de subsistencia a otras monetizadas (cosa que estaba sucediendo ya), la aplicación del sistema de intendentes, la reducción del sistema de flotas y el monopolio gaditano, o incluso su abolición. En Lynch, La España del siglo XVIII, 133. 20 Pérez Herrero, “América colonial española (1698-1754)”, 288-92.

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tomarlas en cuenta. Quizás como consecuencia de la mala administración, pero también a modo de castigo político dados ciertos flirteos austracistas, entre 1701 y 1707 el Consejo de Indias perdió poder en favor de la Secretaría de Indias y Marina21. Racionaliza el sistema impositivo, tal y como aconsejaron en sus escritos Macanaz y Campillo. Merma el poder de un grupo de presión como era el de los comerciantes sevillanos al trasladar la Casa de Contratación de la ciudad hispalense a Cádiz en 1717. Se crean las compañías comerciales para llegar a aquellos lugares donde la influencia de las ferias no se hacía sentir, siendo célebre la Compañía Guipuzcoana de Caracas, e incluso se empiezan a hacer los primeros “experimentos” en cuando a organización territorial y administrativa se refiere, con ese prolongado “parto” que fue la creación del virreinato de Nueva Granada en dos actos: 1717 y 171922. Pero respecto a la venta de cargos a los criollos, con sus nocivos efectos para la justicia y administración del incipiente estado, al menos en lo que a Felipe V toca, los estudiosos no se ponen de acuerdo al valorar su política. Para Lynch, la venalidad continuó23, y resulta lógico teniendo en cuentas las empresas exteriores en las que se embarcó. Por el contrario, para Pedro Pérez Herrero, ya se hicieron progresos que Ensenada, en 1750, encauzaría. Aquí todas las fuentes se ponen de acuerdo.

Ensenada, “ministro del todo”, inicia la “reconquista de América” poniendo fin en 1750 a la venta de los puestos en las audiencias y corregimientos, haciéndose eco del informe de su amigo Jorge Juan y Antonio de Ulloa24. Pragmático empedernido, sigue las directrices de Macanaz y Campillo ", y continua impulsando el uso de navíos de registro, sueltos, al margen del anquilosado sistema de flotas y galeones25. Sin embargo, Ensenada es prueba fehaciente de que se estaba viviendo una etapa de transición en cuanto a la forma de entender la relación entre España y las Indias, al usar el Real Giro para comprar productos extranjeros que reexportaba a los reinos americanos. Jugada paradigmática de un mercantilismo “estatalizador” con el que convertía a Fernando VI en el mayor comerciante del país al tiempo que perjudicaba a unos comisionistas andaluces demasiado acostumbrados al fraude. La aspiración del riojano, con todo, siempre fue no depender del “caudal de Indias”26, mas, irónicamente, su celo en desalojar de Honduras y Campeche a los ingleses, en defensa del monopolio español, llevaría a su caída.

Estamos, en definitiva, ante cincuenta años de posiblemente gran crecimiento indiano, en el que las medidas desde la metrópoli, al menos en algunos casos, debieron tener algún efecto. Como hemos podido comprobar, las reformas, al menos sus líneas maestras, ya estaban planteadas, desde las intendencias a la liberalización comercial. Sin embargo, no fueron posibles debido a que las mentes de Madrid estaban ocupadas

21 El Consejo de Indias pierde a favor de la Secretaría de Marina e Indias todo lo concerniente a finanzas, guerra, comercio y navegación, provisiones de empleos y confirmaciones de encomiendas. Mantenía las competencias en todo lo relativo al gobierno municipal y las licencias para pasar a América. En Mario Hernández Sánchez-Barba, América española: Historia e identidad en un mundo nuevo (Madrid: Trébede, 2012), 22 Montserrat Gárate Ojanguren, La Real Compañía de Caracas (San Sebastián: Sociedad Guipuzcoana de Ediciones y Publicaciones, 1990). 23 Lynch, La España del siglo XVIII, 52. 24 Lynch, La España del siglo XVIII, 156. 25 Lynch, La España del siglo XVIII, 155. 26 Gómez Urdáñez, Fernando VI, 81.

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en la política exterior europea, las arcas regias llenas al menos durante el reinado de Fernando VI, la prudencia y el gradualismo en la reforma eran buenos compañeros ante advertencias como el motín de Caracas que le tocó sofocar a Ensenada, y las victorias españolas en la Guerra del Asiento habían llenado a los gobernantes borbónicos de una autocomplacencia que sería puesta a prueba muy pronto.27

27 Es de gran interés, Manuel Lucena Salmoral, Rivalidad colonial y equilibrio europeo, s XVII-XVIII (Madrid: Síntesis, 1999).

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4.2. LOS ARTÍFICES DEL CAMBIO

Hoy en día todos los especialistas se ponen de acuerdo al afirmar que fue la inapelable derrota de España en la Guerra de los Siete Años, en la que Carlos III se comprometió precisamente en defensa de su imperio en América lo que catalizó la nueva relación28 entre España y lo que habían sido los reinos de Indias29. Las reformas se podrían sintetizar, y ello es ilustrativo del crecimiento de América a lo largo de la centuria, en la sentencia de Carlos III “poner en sus debidos valores mis rentas reales30”. Ciertamente, su seguimiento puntual es mucho más difícil para el historiador. Parece ser que entre 1763 y 1764 se desarrollaron dos juntas, una compuesta por Grimaldi, Esquilache y Arriaga, centrada en cuestiones de índole militar, y que trazará la reforma en este ámbito; y otra, en la que presumiblemente se encontró Campomanes, a la que se le encargó proponer propuestas en materia comercial y de ingresos31.

Un estudio profundo de las fuentes nos lleva a pensar que la idea de que las condiciones de América habían de cambiar estaba profundamente enquistada en personalidades, sectores, e instituciones. En figuras procedentes de los círculos manteístas como Campomanes y Moñino32. Ambos, más jóvenes que Grimaldi o Arriaga, tenían la concepción de que era preciso crear un estado fuerte, que limitase el peso de la aristocracia, de la Iglesia, de los jesuitas, que reformase la universidad. Tenían, igualmente, unas ideas mucho más radicales sobre América. Todo ello en nombre del “bien común”. Se acoplaban perfectamente a las necesidades de Carlos III de mantener intacta su Monarquía, e iban de la mano, a su vez, de un cierto nacionalismo hispano totalmente novedoso, pues predicaba el estado-nación unificado, al cual todos los intereses debían subordinarse en nombre de ese bien común, personificado en la figura del monarca, enormemente amenazador de las particularidades, y que tarde o temprano, debía chocar con los reinos de Indias33. El ascenso de estos hombres, enemigos del privilegio, al poder, es fulgurante. Desde 1762 Campomanes es fiscal del Consejo de Castilla, que tras su reforma de ese mismo año, es el órgano supremo de orientación política del estado borbónico34, heredando en su seno atribuciones del decadente Consejo de Indias35. Campomanes logra tener a Moñino, futuro conde de Floridablanca, desde 1766, a su lado como fiscal, y el mismo logra alcanzar la presidencia del Consejo desde 1773. Muestra de que estas ideas tenían

28 Nueva relación que, paradójicamente, también se ajustó entre Gran Bretaña y sus colonias norteamericanas, y que John H. Elliott compara llegando a interesantes conclusiones en Imperios del

mundo atlántico: España y Gran Bretaña en América (1492-1830) (Madrid: Taurus, 2006). 29 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 537. 30 Lynch, La España del siglo XVIII, 308. 31 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 440. 32 No es ninguna coincidencia que manteístas fueran también otros personajes vinculados a la reforma americana, antiguos como Macanaz, y jóvenes, como José de Gálvez. En Hernández Sánchez-Barba, América española, 616. 33 El exponente ideológico por antonomasia de ello es el padre Benito Jerónimo Feijoo, quien llegó a afirmar “La patria (…) a quien debemos estimar sobre nuestros particulares intereses es aquel cuerpo de estado donde, debajo de un gobierno civil, estamos unidos bajo la coyunda de las mismas leyes. Así España es el objeto de amor del español”. En Elliott, Imperios del mundo atlántico, 453. 34 Hernández Sánchez-Barba, América española, 616. 35 Hernández Sánchez-Barba, América española, 592.

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un incuestionable apoyo regio es que se verían coronadas en 1776, cuando Moñino es nombrado Secretario de Estado36.

Que Campomanes es el culmen en cuanto a la teorización carolina de la reforma, al menos en su vertiente económica y comercial, queda patente en sus Apuntaciones de 177937. Escrito bajo postulados fisiocráticos, a partir de una fuerte crítica al modelo comercial seguido hasta el momento, expone propuestas racionales esperanzadoras. El nuevo modelo comercial debe ser beneficioso para la Real Hacienda y para la “nación española” en su conjunto. Deben ponerse los medios para que exista un pleno conocimiento de las necesidades comerciales de las distintas regiones americanas, para de este modo las manufacturas y recursos agrícolas españoles poder satisfacerlos. Como fisiócrata, concede escasa importancia a los metales preciosos, a los que atribuye la ruina de España. Según el modelo de Campomanes, había que instaurar el libre comercio (entre los puertos españoles y americanos), y abrogar los estancos portuarios, que sólo beneficiaban a los consulados de Cádiz, Lima, o México, beneficiando a sus mercaderes monopolistas. Tal y como habían hecho los británicos en sus colonias, cada región de la Monarquía debía especializarse en determinados recursos, queriendo con ello referirse a la necesidad de estimular las plantaciones. En síntesis, Campomanes no hace sino copiar y llevar a la perfección el modelo colonial inglés, basado en una metrópoli que vende sus excedentes (agrícolas y manufacturas) a sus colonias, que las consumen, y están especializadas en la producción de materias primas. El buen funcionamiento del sistema permitiría obtener una balanza comercial favorable. Campomanes creía firmemente que dicho modelo no era malicioso, y colmaría las necesidades tanto de la metrópoli como las de las Indias, al asegurar el desarrollo armonioso de la Monarquía en su conjunto38.

Pero Campomanes escribía sus Apuntaciones (FRAGMENTO EN ANEXO TEXTO II.) en 1779, en pleno proceso de independencia de las colonias angloamericanas de América del Norte. Antes ya había tenido oportunidad de contemplar peligrosos conatos de rebelión, tanto en las Trece Colonias como en la América española. Antes de teorizar con esmero la conjunción económica de la Península y América, había presentado junto con Moñino en un consejo extraordinario presidido por el conde de Aranda en calidad de presidente del Consejo de Castilla, el 5 de marzo de 1768, con motivo de los altercados provocados por la expulsión de los jesuitas, un dictamen para estrechar, recordando lo intentado por Olivares más de un siglo antes39, los lazos entre la España peninsular y las americanas40. Era en buena medida, una respuesta que debía satisfacer los agravios que desde 1750 empezaban a sufrir los americanos. Así, los criollos deberían ocupar, si bien no en los territorios donde eran naturales, pero sí en España, cargos eclesiásticos de importancia; establecer regimientos criollos en la Península; y, aquí los dos fiscales son más inventivos que 36Las ideas de Campomanes y Moñino se convierten en 1776 en santo y seña de la política exterior española. En Hernández Sánchez-Barba, América española, 617-8. 37 Hernández Sánchez-Barba, Las independencias americanas (1767-1878): Génesis de la

descolonización (Madrid: Universidad Francisco de Vitoria, 2009), 85-7. 38 Hernández Sánchez-Barba, Las independencias americanas, 88. 39 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 470-1. 40 En Hernández Sánchez-Barba, América española, 622; Elliot, Imperios del mundo atlántico, 471; Fernando Bellver Amaré, La creación de un mundo: Hispanoamérica (Madrid: Machado Libros, 2014), 309-10.

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realistas, que los criollos estudiasen en España (teniendo buenas universidades en América…). Los tres virreinatos americanos, junto con las Filipinas, deberían enviar a la metrópoli respectivos delegados permanentes que representasen a sus patrias en una Diputación junto con homónimos españoles peninsulares. Se pueden plantear muchos motivos por los cuales el proyecto de los fiscales fracasó: xenofobia por parte de ambos lados del Atlántico, choque de intereses ante la mentalidad colonialista española dieciochesca, escaso interés por parte de los criollos de trasladarse a Europa, etc. Sin embargo, el texto es el más fiel reflejo de la fracasada voluntad de ciertos círculos de dar una solución política a agravios como la falta de puestos de importancia de los criollos desde 1750; de suavizar el tránsito de los reinos americanos a una estado hispano unitario en ambos hemisferios; al apartar cualquier fantasma de que, tal y como opinaban españoles como Gálvez, las Indias fueran meras colonias, cosa que iba contra la tradición anterior y contra la mentalidad criolla, cuyo orgullo desde tiempos de la conquista no toleraba que peninsulares, a los que llegaban a entender como extranjeros, pudiesen mandarles y expoliarles. El componente más político de la reforma carolina jamás sería llevado a la práctica, y los gobiernos de Carlos III optarían por copiar sin más el modelo anglosajón metrópoli-colonias, cada vez más en cuestión. Curiosamente, Aranda, que recordemos, presidió la junta de 1768, en 1783, atemorizado como años antes, de que las Indias se desvinculasen de la Corona como consecuencia de la rebelión de Túpac Amaru, y ante los sucesos conmovedores de la revolución norteamericana, haciendo por ende gala de notables dotes oraculares, al predecir el peligro que para toda la Monarquía y en especial para Nueva España representarían los flamantes Estados Unidos, sugirió la perentoria independencia ordenada de los virreinatos conservando cierta ligazón con el monarca de España, que mantendría la preeminencia en el seno de la comunidad hispana41 . Nada de esto se hizo.

La reforma, por el contrario, seguiría los cauces anunciados por pensadores como Macanaz a principios de la centuria, y Campomanes y Moñino en la segunda mitad, aunque desprovista de su faceta más conciliadora. El encargado de, nunca mejor expresado, “poner en orden las rentas” y subordinar a las Indias al estatus de colonias sería un antaño joven y prometedor abogado de la camarilla de Esquilache42, también vinculado a Grimaldi, José de Gálvez43. Hijo de labradores hidalgos, estaba dotado de una gran inteligencia, que le llevó a la universidad. Por alguna razón, fijó su atención en los asuntos de las Indias. Seguramente leyó el informe de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, escribiendo a su vez un Informe sobre la decadencia de las Indias Españolas, cuyo título da buena cuenta acerca de sus impresiones acerca del funcionamiento de 41 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 535. Sobre Aranda y la independencia, Thomas E. Chávez, España y la independencia de Estados Unidos (Barcelona: Penguin Random House, 2015). Además de Rafael Olaechea “Aranda ante la independencia de los Estados Unidos”, Actas del Congreso de historia

de los Estados Unidos (Huelva: Universidad de La Rábida, 1976), 77. Juan Fernández Franco, “El gobierno español ante la independencia de los Estados Unidos. Gestión de Floridablanca”, Anales de

Historia Contemporánea, 8 (1990-91), 163-185. 42 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 447. 43 Lynch ha elaborado un retrato nada amable de José de Gálvez y Fajardo, probablemente motivado, y quizás deformado, por su uso de fuentes inglesas y francesas. Cuenta que en su visita a Nueva España sufría ataques coléricos e incluso había quienes aseguraban que estaba loco. Lo considera fanático, nacionalista español, y nepotista, algo por otro lado nada extraño en los comportamientos de los funcionarios en la Edad Moderna. En Lynch, La España del siglo XVIII, 314.

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éstas. Campomanes leyó el informe de Gálvez, y determinadas fuentes reiteran que el apoyo del fiscal fue decisivo en su nombramiento como Visitador General de Nueva España, donde se encontraría entre 1765 y 177144. La impresión que Gálvez dejó en la élite criolla de Nueva España debió ser horrible, al informar de que era necesario instaurar once intendencias, y acabar con las alcaldías mayores y los corregimientos, ocupadas por los criollos, raíz de su preeminencia social y de su capacidad para explotar a los indios45. Una muestra de cuán lejos había llegado la simbiosis entre las autoridades virreinales y las autoridades criollas es que el propio virrey Bucareli se enfrentó a Gálvez46, quien antes, había logrado la destitución del anterior, marqués de Croix. A su vuelta a la Península, Gálvez dibujó una estampa horrenda para Madrid, de corrupción e ineficacia virreinales.

Gálvez, después de ocupar otros cargos, sería nombrado en 1776 Secretario de Indias, separada, y esto es revelador, de la de Marina. La celeridad con la que se emprendieron muchos de los proyectos reformadores que a continuación repasaremos obliga a pensar que Gálvez, sin desmerecer su autonomía, fue una pieza del engranaje diseñado por cabezas como Campomanes, presidente por aquel entonces del Consejo de Castilla, y Floridablanca47, que entre 1776 y 1777 se asienta en la Secretaria de Estado. Es muy difícil dudar de la estrecha colaboración entre todos ellos amén de tantas “coincidencias”. Cuanto menos, la Monarquía, en 1776, año de gran significado, focaliza su atención en el Atlántico. La reforma estaba en su cénit.

44 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 470. 45 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 470. 46 No obstante, el proyecto de implementación del sistema de intendencias en Nueva España, gracias a la resistencia de Bucareli y a la presión de determinados sectores de Nueva España, se postergaría hasta la década de los ochenta. Una muestra de la enorme prudencia y gradualismo con el que se aplicó la reforma. En Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808), 561. 47 Hernández Sánchez-Barba, América española, 618.

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4.3. LA APLICACIÓN DE LA REFORMA

A principios de los 60, las reuniones de Grimaldi, Esquilache y Arriaga desembocaron en una reforma militar en la América española sin precedentes. El nuevo sistema, sobre el papel, además de en reforzar determinadas fortalezas, consistía en la creación de unidades fijas de voluntarios americanos comandadas por peninsulares, regimientos de peninsulares, y milicias americanas dirigidas por oficiales españoles48. La solución, ante la imposibilidad económica de crear un ejército de españoles peninsulares en América en la forma de los presidios norteafricanos, radicaba, así, en la profesionalización de los americanos, que serían los encargados de costear y defender el imperio de las Indias49. Lo cierto es que bajo estos postulados, y la aguda mente del conde de Ricla y Alejandro O´Really para el caso cubano (FRAGMENTO ILUSTRATIVO EN ANEXO TEXTO III.)50, escarmentados tras las estrepitosas caídas de Manila y La Habana en la guerra anterior, se aplicará la nueva reforma militar: un ejército real compuesto por soldados españoles peninsulares que, al contrario que en el pasado, estará presente siempre en las Indias, renovado mediante relevos periódicos. Regimientos fijos, de peninsulares especialmente, aclimatados desde antiguo al país, pues eran supervivientes del modelo militar anterior. Y las milicias que, imaginadas en Madrid compuestas mayoritariamente por criollos, pasarán a estar constituidas según criterios “raciales”: criollos, negros, pardos, indios… Todos al servicio del rey. Sin embargo, es necesario mencionar que, de esta forma, el modelo no era tractivo para los criollos, como demostró la capitanía general de Juan de Villalba en Nueva España, a la vez que la de Ricla en Cuba, llegado a México a finales de 176451. Para convertir en seductor el servicio en las milicias, fue necesario la extensión a éstas, plena a la oficialidad criolla, y parcial al resto del personal alistado, del fuero militar, por el que se sometían a la jurisdicción castrense las causas que afectaban a quien vistiera uniforme52. El uniforme, aunque cueste creerlo, convertía a los criollos que servían en las milicias en la aristocracia americana, en un proceso inverso a lo que ocurría en la Península. El fuero militar ayudaba a satisfacer parcialmente el deseo de los españoles americanos de honores, de promoción social, y en un proceso largo y complejo, se produjo una identificación entre el mando en las milicias, la presencia en los cabildos, y la élite virreinal53. En la década de los ochenta, con una nueva guerra europea, el antiguo modelo fue mutando, los regimientos de fijos fueron integrándose por americanos, y casi toda la oficialidad del

48 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 440. 49 Cada localidad donde se asentaba una unidad militar la costeaba mediante determinadas tasas, sobre las carnicerías o el aguardiente, por ejemplo. Los criollos, que servirían en activo en las unidades militares media jornada, también podían contribuir a su mantenimiento a través de préstamos y donativos. Julio Albi de la Cuesta, “El ejército de América”, en Historia militar de España. Tomo III

Edad Moderna. Vol. III. Los Borbones, coord. Carmen Iglesias, dirigida por Hugo O´Donnell (Madrid: Ministerio de Defensa, 2014), 244 y 247. 50 Albi de la Cuesta, “El ejército de América”, 240. 51 Elliott, Imperios del mundo atlántico, 441. 52 Albi de la Cuesta, “El ejército de América”, 245. 53 Albi de la Cuesta, “El ejército de América”, 247.

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ejército de América era criolla, a excepción, y a veces ni siquiera, de los más altos mandos54.

En relación con el plano militar, a la reforma del ejército de América se le une la que los especialistas denominan de los “núcleos estratégicos”, esto es, nuevas demarcaciones de índole político, administrativo y militar que tienen por fin apuntalar el dominio español en América, y que como su propio nombre indica, tienen un componente estratégico, fundamentalmente atlántico, muy importante. Tenemos la Comandancia General de las Provincias Internas del Norte de la Nueva España, cuya gestación comenzó a finales de los sesenta, con Gálvez como visitador, lo que nos da idea de con cuánta premeditación se elaboró la reforma. Pocos meses después de que éste se convirtiese en Secretario de Despacho de Indias, en 1776, se expide la Real Cédula que inaugura una demarcación que cubre Sinaloa-Sonora, Baja California, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Nuevo León, Cohauila y Texas, trazando un arco desde el Pacífico al Golfo de México, siendo su función defender la Nueva España de las ambiciones rusas y británicas en el Pacífico, y las anglosajonas en el Atlántico. Es reseñable que el comandante general, aunque deberá informar al virrey de Nueva España de sus disposiciones, se comunica directamente con Madrid a través de la “vía reservada”.

El mismo año, aunque resultante de una reflexión de décadas, se instaura el 8 de agosto el virreinato del Río de la Plata, aprovechando las operaciones militares contra Portugal en la Banda Oriental55. Con carácter definitivo desde 1777, tiene la misión de asegurar el dominio de la Monarquía sobre una zona hasta entonces bajo el lejano control del virrey del Perú, amenazada por británicos y portugueses y afectada por el contrabando. Se puede percibir la intención de, mediante un control regio más profundo, lograr una mayor concordancia producción-comercio en una zona de especialización de cueros, muy en el tono de lo predicado por Campomanes. Con capital en Buenos Aires, cubre las gobernaciones del Paraguay, Tucumán, Cuyo y la Audiencia de Charcas, actual Bolivia, asegurando la plata del Alto Perú para la circulación monetaria del nuevo virreinato.

Misma evolución sigue la Real Intendencia de Ejército y Hacienda de Caracas, surgida en 1776. Separada del virreinato de Nueva Granada, se extiende a lo largo de las provincias de Maracaibo, Venezuela, Cumaná, Guayana, Trinidad y Margarita. Allí el intendente al mando, que se comunica a través de la “vía reservada” con el Secretario de Indias, tiene las funciones que le van a caracterizar en todo el continente56. Como en el caso rioplatense, la identificación de la nueva autoridad y el deseo de la Corona de estimular la economía, esta vez de plantación, es total. Tendrá que lidiar con las viejas instituciones57. Estamos pues ante un nuevo modelo defensivo, pero también de

54 Según Elliott, a principios del siglo XIX, en vísperas de la emancipación, el 63,6% de la oficialidad del ejército de América era criolla. En Elliott, Imperios del mundo atlántico, 555. 55 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808), 560. 56 Fomenta la población, la agricultura y el comercio, el sistema impositivo, la administración de las rentas, máxima autoridad militar. En Hernández Sánchez-Barba, Las independencias americanas, 162. 57 El intendente, que trata de canalizar las aspiraciones económicas de los criollos (muchos de ellos enriquecidos hacendados gracias al cacao), mantiene una lucha continua contra la corrupta e ineficiente ya Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, símbolo del comercio estancado y mercantilista, a la que

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potenciación económica a través de la especialización de las regiones, y para ello control regio, dispuesto en la fachada atlántica casi en su totalidad. Los nuevos núcleos estratégicos, junto con la reforma militar, tendrán el éxito soñado por los estadistas de Madrid, y la prueba evidente es que Gran Bretaña no logró abrir brecha en todo lo que restaba de la centuria en la América española58.

El comercio se liberaliza, por otro lado, prudentemente desde 1765 a 177859, y con más entusiasmo en 1778, año en que Gálvez prepara el Reglamento para el Comercio libre, de cincuenta y cinco artículos, con un apéndice de aranceles que mostraba el valor oficial y los derechos de aduana de los productos españoles y extranjeros, extendiéndose a trece puertos peninsulares y veintidós americanos. La medida se completará años más tarde, en 1789, ya con Carlos IV, ampliándose el libre comercio para con Nueva España; y en 1796, concediéndose la reciprocidad a los comerciantes americanos para enviar sus productos en navíos propios60. El nuevo sistema, que coincide fielmente con el pensamiento de Campomanes, requiere ciertas matizaciones: englobaba sólo a una serie de puertos, quedando otros excluidos; en primera instancia no suponía el fin de las compañías comerciales61; quedaba terminalmente prohibido el tráfico entre los puertos americanos y los no españoles; muchos productos no españoles no podían exportarse desde la Península hasta América, y los que sí, debían pagar elevadísimos derechos de aduana; finalmente, los capitanes, barcos, y tripulaciones empeñados en el comercio atlántico debían ser súbditos del rey, esto es, españoles62. Para saber qué se debía comerciar, y qué se demandaba, gran preocupación de Campomanes, se crean los Consulados de Comercio, a partir de 179363, con cierta tardanza, ciertamente64. Son instituciones autónomas del Estado, integradas por hacendados, industriales, navieros, y comerciantes, que reunían los intereses comerciales de una ciudad o región, fomentando la riqueza pública. Junto con los cabildos, recuperados para la gobernanza cívica, se convirtieron en núcleos de la voz, muchas veces quejosa de los criollos, que los integraban junto a los españoles peninsulares.

En cuanto al sistema de intendencias, pese al poco espacio disponible, daremos unas pinceladas ilustrativas. El intendente es un funcionario asalariado, al contrario que el corregidor al que pretende sustituir, generalmente un militar, peninsular en el caso americano, con grandes competencias en materia fiscal, militar, judicial e incluso del patronato real. Es el instrumento definitivo para el plan fisiocrático y dinamizador de los fiscales del Consejo de Castilla. Su implantación, excepto en Venezuela, que se produce poco después del ascenso a la Secretaría de Indias por Gálvez, es

le quedan de existencia, contando el año de creación de la nueva demarcación, nueve años. En Hernández Sánchez-Barba, Las independencias americanas, 162. 58 Albi de la Cuesta, “El ejército de América”, 248-9. 59 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 557. 60 Hernández Sánchez-Barba, América española, 752. 61 Aunque en 1785, al disolverse la Compañía de Caracas, el libre comercio se extendió a Venezuela. En Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 558. 62 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808”, 558-9. 63 Hernández Sánchez-Barba, América española, 752. 64 Quizás a causa de la oposición a éstos de los consulados de Cádiz, México, o Lima, y de las compañías comerciales, que veían cómo se les escapaban sus privilegios monopolísticos. En Hernández Sánchez-Barba, 752.

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reveladoramente lenta65, lo cual nos habla ya de las resistencias de las élites americanas a un plan centralista, regalista, uniformador, “provincialista”, y dado el origen de los intendentes, colonialista y rupturista con la tradición66. Superintendentes, intendentes, regentes, virreyes, obispos… La lista de cargos creados por la Corona a finales del XVIII, y supervivientes del sistema previo es tan larga como compleja. Autores como Fisher67 o Ronald Escobedo68 parecen ponerse de acuerdo en que la implementación de las intendencias trató de erradicar honestamente la corrupción, reforzar la autoridad de la Corona, y mejorar la administración de la Justicia, sobre todo a favor de los indios. Resulta bastante claro que, pese a lo que autores americanistas de la talla de John Lynch asegurasen hace años que las reformas carolinas se limitaron a aplicar una auténtica extorsión fiscal69, los intendentes “sólo” aumentaron ostensiblemente la alcabala del cuatro al seis por ciento, mientras que se mantuvo “la potenciación de las rentas estancadas o la creación de nuevos impuestos, en la misma línea que había seguido la Hacienda indiana a lo largo de su historia70”. La mayor recaudación, para estos autores más “benevolentes” para con las consecuencias de la reforma, se debió al crecimiento económico, la liberalización, y el engrosamiento de la burocracia dedicada a recaudar los impuestos71. No obstante, en otros aspectos, la experiencia no fue tan positiva. En el papel moderador y protector de la Corona de los indígenas frente a la codicia de los poderosos no se vio reflejado en la prohibición de los repartimientos, que resultó ambivalente72, a pesar de que más allá de un espíritu filatrópico, a la Corona le interesaba que los indios se introdujesen en las economías capitalizadas. Tampoco, ante el conflicto entre la nueva institución de los intendentes, y las viejas (virreyes, audiencias), raíz de múltiples y a menudo estrafalarios conflictos. La falta de dinero sería igualmente un problema, y los subdelegados (funcionarios por debajo de los intendentes encargados de regir los municipios), al tener parcos sueldos, trataron de compensarlos mediante prácticas corruptas, una de ellas, el repartimiento que tan mala fama había dado a los corregidores. Finalmente, la reforma se hizo a costa de los

65 Recordemos las trabas impuestas por el virrey de Nueva España Bucareli. El sistema de intendencias se aplica en tres de los cuatro virreinatos: en el Río de la Plata en 1782; en el Perú en 1784, tras la derrota de la rebelión de Túpac Amaru; y en Nueva España en 1786. A la muerte de Carlos III, no obstante, la reforma está razonablemente encauzada. En Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 575-6. 66 El carácter modernizador, cuasi rupturista con el sistema jurídico del Antiguo Régimen del sistema de intendentes es una de las conclusiones de Rafael D. García Pérez, “El intendente ante la tradición jurídica indiana”, en Reformismo y sociedad en la América borbónica, coord. Pilar Latasa (Barañáin: EUNSA, 2003), 109. 67 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808”, 578. 68 Ronald Escobedo, “La política impositiva del reformismo borbónico”, 24. 69 Lynch, La España del siglo XVIII, 309. 70 Ronald Escobedo, “La política impositiva del reformismo borbónico”, 24. 71 Ello no es óbice para comprender por qué resultaron lesivas tanto para los criollos como para el pueblo. Para los criollos, porque muchos de ellos se dedicaban precisamente a la producción de tabaco, aguardiente o azúcar, productos que la Corona estancó o aumentó la tasa impositiva. El pueblo, en general, porque vio que se creaban algunos nuevos impuestos, y el mínimo aumento de la alcabala, ya le afectaba sensiblemente. He ahí la causa de las revueltas en la América española en la segunda mitad de la centuria. En Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 570. 72 Fisher hace una breve panorámica de los motivos de fondo por los cuales no se terminó de abolir los repartimientos, imperando en ellos tanto aviesos intereses de los comerciantes y la burocracia virreinal, como la creencia de que los indios no se habituarían a moverse en el seno del librecomercio. En cualquier caso, el solo intento antecede los comportamientos del estado-liberal Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 585-6.

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criollos, que perdieron el poder político y administrativo obtenido en los últimos cien años73. En el anexo aportamos algunos textos esclarecedores de esta dinámica (TEXTOS IV. Y V. DEL ANEXO).

73 Un dato muy ilustrativo: Entre 1730 y 1750, el 52 por ciento de los 102 funcionarios nombrados durante ese periodo para administrar las audiencias americanas eran criollos. Por el contrario, entre 1778 y 1808 sólo el 30 por ciento de los puestos estuvieron ocupados por americanos. En Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 574-5.

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5. CONCLUSIÓN

Valoraremos ahora las distintas dimensiones de la reforma, y sus consecuencias para el futuro de la América española. Desde el punto de vista militar, al que antes aludíamos, la reforma capitalizada por los núcleos estratégicos fue un auténtico éxito, cosa que quedó probada en las defensas contra los británicos de Puerto Rico en 179774 y Buenos Aires entre 1806 y 1807, en el que las unidades peninsulares destacaban por práctica su ausencia. América era capaz de defenderse sin la metrópoli.

Por el contrario, el empeño de convertir la Península en un centro de especialización manufacturera capaz de hacerse con el control de su monopolio indiano a través del libre comercio fue inútil, además de efímero75. Aumentaron las importaciones de América a España y las exportaciones de España a las Indias, y sin complicar nuestro análisis con la exposición de datos poco seguros, lo cierto es que el libre comercio fue aprovechado por los agricultores españoles, que exportaban sus excedentes de vino, licores y demás productos agrícolas, pero no tanto por los incipientes industriales españoles76. Probablemente, una de las razones sea el escaso volumen de capitales empleados por los hombres de negocios españoles en la industria ante la inexistencia, debido al desigual reparto de la propiedad agrícola, de una masa de población en cantidad necesaria y con el suficiente capital como para elevar su necesidad de demanda, y a la postre, incentivar las inversiones. Al final, la reforma de la Monarquía española implicaba muchísimos cambios, entre ellos una reforma agrícola que pese a ser propugnada por los arquitectos del cambio, no se llevó a cabo ni en la Península ni en América. Así las cosas, el libre comercio “cerrado” se convirtió en una tortura para los criollos, sobre todo en momentos de crisis como a finales de la centuria, cuando debían comprar de manera obligada los productos peninsulares (incluido en su precio los aranceles) menos competitivos que los extranjeros, y entre ellos los británicos. Una tónica que recorre el siglo, visible en el Motín de Caracas de 1750, y visible en los agravios enunciados por Bolívar (TEXTO VI. DEL ANEXO). Y al final, cuando a la Real Armada le fue imposible garantizar el comercio seguro atlántico, parte del criollismo, sobre todo de las nuevas zonas en desarrollo como el Río de la Plata y Venezuela, tuvieron que debatirse entre la lealtad a un monarca que no canalizaba sus aspiraciones de futuro o la ruptura.

Por otro lado, la integración de los criollos en el sistema imperial, propuesta por Campomanes y Moñino, que hubiera podido dulcificar los inconvenientes para los americanos de una reforma que, al final, pretendía hacer partícipes a éstos de la carga del sostenimiento de la Monarquía, se quedó en nada77. Desde luego, los peninsulares, por razones tanto políticas como económicas, no estaban dispuestos a compartir cargos 74 Albi de la Cuesta, “El ejército de América”, 248. 75 Sólo empezó a funcionar correctamente desde el final de la Guerra de Independencia angloamericana, interrumpiéndose al estallar en 1796 una nueva guerra contra Gran Bretaña. En Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808), 596. 76 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808), 597. 77 La escasez de espacio implica generalidades poco afortunadas. El espíritu integrador de Campomanes y Floridablanca, puede que forzado por la necesidad de recursos para contener el empuje napoleónico, pero visible y con consecuencias prácticas, luce con fuerza en el texto de la Junta Suprema Central de 1809. En Roberto Breña, El imperio de las circunstancias. Las independencias hispanoamericanas y la

revolución liberal española (Madrid: Marcial Pons, 2012), 31. La misma voluntad de reforma se encontraba en el dictamen de los fiscales de 1768.

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con los americanos, y su visión peyorativa de éstos se repite en una plétora de documentos (TEXTO VII. DEL ANEXO)78. Por su parte, los americanos, cada vez más resentidos por su exclusión de los cargos públicos, el encorsetamiento comercial, y la arrogancia peninsular, empezaban a adoptar a finales de siglo una conciencia bastante romántica y provinciana, que identificaba su patria con el territorio circunscrito a las viejas audiencias virreinales o a las nuevas demarcaciones de la reforma carolina. Sintomático es esa célebre anécdota acaecida a Humboldt en la Ciudad de México, muy habitual desde 1789, “no soy español, soy americano79. Para cambiar esa dinámica, de nada serviría ya que a principios del XIX, desaparecidos Floridablanca, Campomanes y Gálvez, los criollos volviesen a recuperar tímidamente el territorio cedido en los últimos cincuenta años80.

Con todo esto, no queremos infundir una falsa sensación de que todos los aspectos de la reforma fueron negativos o pura incompetencia. Fue la misma reforma que, aplicada por los intendentes, mejoró el alumbrado de las ciudades, su pavimentación y limpieza, que promovió el establecimiento de Sociedades de Amigos del País, dio nuevo impulso a los cabildos, o estimuló el establecimiento de centros de enseñanza. Sin embargo, a las taras anteriormente mencionadas que dan soporte a la crítica de la mano de historiadores como Elliott o Lynch, se unieron otras medidas que debilitaron profundamente el equilibrio Monarquía-elites americanas, inclinando la balanza del lado de las segundas. Nos referimos a un asunto con tanta proyección futura como el del fuero militar, sobre el que los especialistas todavía debaten si fue el causante (irónico legado de la Monarquía ilustrada) de la militarización, el pretorianismo y el caudillismo hispanoamericanos hasta la actualidad81. El fuero militar concedido a los criollos que servían en la milicia (y la costeaban), y controlaban los cabildos, permitía merced a sus nuevos privilegios hacer frente a la Justicia regia virreinal y atemperar el centralismo de los intendentes. Teniendo en cuenta que muchos de esos cabildos se encontraban en ambientes rurales, arroja una visión bastante distinta de la que una primera lectura de las reformas puede hacernos considerar. En algunos lugares, como Nueva España, los criollos, en dichas zonas rurales, controlaron el poder económico de siempre; el poder político marginal, pero a tener en cuenta, de los cabildos; el poder militar de las milicias; y tenían ahora una defensa jurídica que entorpecía el poder central. La consecuencia, a medio plazo, será que un oficial criollo del ejército real, Agustín de Iturbide, consumase la independencia de México.

Queda poco espacio para analizar las consecuencias del regalismo en la América española. La expulsión de los jesuitas, de la que nada hemos dicho, pero que se puede encuadrar dentro del reforzamiento del poder regio a costa de la Iglesia, provocaría, dada la profunda ligazón entre la Compañía y la sociedad americana, incluidos los criollos, los primeros motines y “mueras al rey” de la historia hispanoamericana. No es extraño pues que de las filas de un exiliado jesuita, Juan Pablo Viscardo, peruano,

78 Una carta del intendente Francisco de Viedma a Gálvez, citada por Lynch, La España del siglo XVIII, 302. 79 Hernández Sánchez-Barba, América española, 658. 80 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 581-2. 81 Este tema es tocado por Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 592-3; Albi de la Cuesta, “El ejército de América”, 247; Elliott, Imperios del mundo atlántico, 442.

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procediese el primer alegato a favor de la independencia82. La reducción del fuero eclesiástico no provocó grandes vacilaciones en cuanto su lealtad al monarca por parte del alto clero, pero sí por el bajo, que lo contemplaba como un atentado a sus privilegios, a la vez que concitaba al pueblo, que lo entendía como un ataque a la religión y no como un aumento del poder del Estado, contra las autoridades de la Monarquía. Algunos de estos curas jugarían un papel clave en la emancipación, siendo célebres Miguel Hidalgo y José María Morelos83.

Alfonso Hernández

82 En concreto, su obra Carta a los españoles americanos, poco conocida antes de las Independencias, pero leída y de gran inspiración para Francisco de Miranda. En Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 661. 83 Fisher, “Las colonias americanas (1700-1808)”, 583.

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6. ANEXO

Texto I. Capítulo 4.1

Las riquezas de Perú y México, aquellas inagotables fuentes de riqueza, se han perdido casi por completo para España. No sólo existen quejas contra los comerciantes franceses por arruinar el comercio de Cádiz y Sevilla, a pesar de las regulaciones de la corte francesa contra quienes infringen las normas establecidas, sino que siguen produciéndose, sin disminuir un ápice, los abusos de la administración de los virreyes. La avaricia y el pillaje no se castigan, las fortalezas y guarniciones se hallan en estado de abandono; todo parece presagiar una revolución fatal.

Hay que tomar decisiones para hacer regresar a los dos virreyes y para fijar algunos límites exactos a los beneficios de sus sucesores, de manera que tengan la posibilidad de enriquecerse sin dejar de cumplir con su deber. Reconozco que el expediente no bastará para refrenar su avaricia, pero no creo que pueda existir otra medida mejor, aunque se apunte a personas muy distinguidas por su firmeza y probidad. Tan difícil resulta encontrar entre los aristócratas una mente lo suficientemente fuerte como para resistir la influencia del ejemplo y el interés.

Carta de Amelot a Luis XIV (1709). Lynch, J., La España del siglo XVIII, 56-7 citando a William Coxe, Memoirs of the Kigs of Spain of the House of Bourbon I (Londres: 1815), 440.

Texto II. Capítulo 4.2

Los vasallos de S.M. en Indias, para amar a la matriz que es España, necesitan unir sus intereses, porque no pudiendo haber cariño a tanta distancia, sólo se puede promover este bien haciéndoles percibir la dulzura y participación de las utilidades, honores y gracias. ¿Cómo pueden amar a un gobierno a quien increpan imputándole que principalmente trata de sacar de allí ganancias y utilidades, y ninguna les promueve para que les hagan desear o amar a la nación, y que todos los que van de aquí no llevan otro fin que el de hacerse ricos a costa suya? No pudiendo mirarse ya aquellos países como una pura colonia, sino como provincias poderosas y considerables de la Monarquía española. Para prevenir, pues, el espíritu de independencia, no bastaría castigar a los autores de semejante pensamiento, porque ese revivirá eternamente mientras las sabias providencias del Gobierno no tomen un camino opuesto para quitarles semejante deseo.

(…) atraer a los americanos por causa de estudios a España formando un establecimiento lucido para este fin; tener algún Regimiento de los naturales de estos países dentro de la Península y guardar la política de enviar siempre españoles a Indias con los principales cargos, Obispados y Prebendas, y colocar en los equivalentes puestos en España a los criollos; y esto es lo que estrecharía la amistad y la unión y formaría un solo cuerpo de Nación, siendo los criollos que aquí hubiere otro tanto número de rehenes para retener aquellos países bajo el suave dominio de su Majestad.

Fragmentos del dictamen elaborado por los fiscales del Consejo de Castilla Pedro Rodríguez de Campomanes y José Moñino, para el consejo extraordinario presidido por el conde de Aranda, el 5 de marzo de 1768. En Hernández Sánchez-Barba, M., América española, 622; Elliott, J.H., Imperios del mundo atlántico, 471; Bellver Amaré, F., La creación de un mundo, 309-10.

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Texto III. Capítulo 4.3

Para mantener aquel dominio (Cuba), solo contemplo sus medios, uno muy costoso y casi imposible, que es el de mantener allí un ejército, para lo que no hay caudales, ni acaso gente; otro, el de socorrerlo con tropas auxiliares, este es poco seguro (…) el tercero es que me ofrece mayor confianza y se reduce a establecer milicias del país (…) la fuerza verdadera para frustrar la conquista de un país (consiste) en la que tenga o encierre en sí mismo el país.

Conde de Ricla, redactado en Madrid el 20 de enero de 1763, sobre la estrategia a seguir para defender las Indias, y más concretamente en este caso, la isla de Cuba. Obsérvese la confianza en los naturales del país tras la fidelidad de los cubanos a la Corona en el reciente asedio. Albi de la Cuesta, J., “El ejército de América”, 240.

Texto IV. Capítulo 4.3

Días ha reflexionábamos, no sin el mayor desconsuelo, que se habían hecho más raras que nunca las gracias y provisiones de Vuestra Majestad a favor de los españoles americanos, no sólo en la línea secular, sino en la eclesiástica, en que hasta aquí habíamos logrado atención.

Representación del cabildo de la Ciudad de México fechada a 2 de mayo de 1771 a Carlos III, redactada por uno de los oidores criollos de la audiencia, Antonio Joaquín de Rivadeneira y Barrientos, en protesta a la Corona por la falta de nombramientos de naturales del país en beneficio de españoles europeos. En Hernández Sánchez-Barba, M., América española, 659 y Elliott J.H., Imperios del mundo atlántico, 472-3.

Texto V. capítulo 4.3

Estábamos, como acabo de exponer, abstraídos y, digámoslo así, ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y administración del estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores, sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares, sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados, ni financistas y casi ni aun comerciantes; todo es contravención directa de nuestras instituciones.

Extracto de la Carta de Jamaica escrita por Simón Bolívar. Como se puede comprobar, la escasez de cargos de importancia ocupados por los criollos como consecuencia, en buena parte, de las reformas borbónicas, fue uno de los agravios esgrimidos por los “libertadores” para justificar la independencia. En Antonio Gutiérrez Escudero, “Simón Bolívar y la Carta de Jamaica”, Araucaria. Revista

Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades 24 (segundo semestre de 2010): 251-273.

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Texto VI. Conclusión

Los americanos, en el sistema español que está en vigor, y quizá con mayor fuerza que nunca, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples consumidores; y aún esta parte coartada con restricciones chocantes: tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el Rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias y provincias americanas, para que no se traten, entiendan, ni negocien; en fin, ¿quiere Vd. saber cuál es nuestro destino?, los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esa nación avarienta.

Otro extracto de la Carta de Jamaica. Se trata de un documento parcial, pero refleja a la perfección las quejas de una parte de los criollos contra el sistema español de libre comercio “cerrado” labrado a lo largo del XVIII y aplicado en la segunda mitad. En Antonio Gutiérrez Escudero, “Simón Bolívar y la Carta de Jamaica”, Araucaria.

Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades 24 (segundo semestre de 2010): 251-273.

Texto VII. Conclusión

Para estos establecimientos no convienen hijos de la tierra, porque es muy difícil sacarlos de aquella costumbre tan radicada aun en contravención de las más sagradas disposiciones; falta en aquellos aquel modo de pensar tan puro, sincero, e imparcial que hay en España, y aun estos mismos connaturalizados de algún tiempo en estos países llegan a habituarse en iguales, o peores costumbres. ¿Cómo es posible nombrar a un empleo tan distinguido como el de subdelegado a un hombre que se ignora quién es su padre?

Carta del intendente Francisco de Viedma a Gálvez, en Cochabamba, a 3 de noviembre de 1784. Un documento fantástico paradigmático de los sentimientos anticriollos de los burócratas y administradores peninsulares, al menos en cuanto a la disposición de los criollos en cargos administrativos, en este caso el de subdelegado. El texto está salpicado por un rasgo de la mentalidad xenófoba, arrogante y colonialista de los funcionarios españoles, que por supuesto, igualmente replicada por los criollos. En Lynch, J., La España del siglo XVIII, 302.

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