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Departamento de Reducción de la Pobreza y Equidad :: www.worldbank.org/inequalityinfocus :: Volumen 2, número 4 :: Enero de 2014 Las trampas para las aspiraciones: Cuando la pobreza ahoga la esperanza Svenja Flechtner Universidad de Flensburgo, Alemania E n su libro titulado Poor Economics (2012), Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo describen la experiencia de haber observado a unos escolares pobres en el Himalaya de India mientras rendían una prueba en la que se les hacían preguntas sobre un cuento ilustrado. Los investigadores observaron que uno de los niños se rehusó a rendir la prueba. La madre de este niño de 7 años intentó convencerlo de que participara, aunque ella misma no parecía muy optimista en el sentido de que el niño cambiaría de opinión o de que le fuera a ir bien en la prueba si lo hacía. Un campesino del lugar que conversó con los investigadores acerca del incidente comenzó diciendo: “Los niños de hogares como los nuestros…” (Banerjee y Duflo, 2012, 91), insinuando que no se podía esperar demasiado de los niños de familias pobres como las de su comunidad. En Alemania, los padres de bajos ingresos piensan lo mismo sobre la educación de sus hijos, lo cual sugiere que este fenómeno se produce tanto en los países más ricos como en los países pobres. En Alemania, cuando los alumnos terminan la enseñanza primaria, sus padres deben decidir si desean que continúen en la enseñanza secundaria. Una opción es completar 12 o 13 años de educación hasta obtener un título univer- sitario; la otra opción es completar 10 años de estudios orientados al desarrollo de habilidades técnico-profesionales. A menudo, los padres de estratos socioeconómicos más bajos aconsejan a sus hijos que elijan la vía más corta, simplemente porque nadie en la familia ha tenido más años de estudio. Muchos de estos padres de escasos recursos temen que una vía educativa más larga podría ser agobiante para sus hijos, incluso si estos han demostrado ser buenos alumnos. Los niños de hogares pobres que siguen estudios conducentes a un título universitario a menudo señalan que sus familias continúan dudando acerca de su educación incluso después de haber sido admitidos en la universidad. Los profesores, que pueden aconsejar a los padres sobre la opción educativa que van a elegir para sus hijos, suelen ser pesimistas acerca de las posibilidades de que los estudiantes provenientes de familias de migrantes puedan seguir estudios superiores. A menudo esto hace que los padres migrantes matriculen a sus hijos en el programa de educación técnica, que es más corto (El-Mafaalani, 2012). A veces, estas bajas aspiraciones pueden llevar a un rendimiento insufi- ciente, fenómeno que se denomina fracaso de las aspiraciones. Se produce una trampa para las aspiraciones cuando los fracasos de las aspiraciones contribuyen a la pobreza persistente y a tener aspiraciones constantemente bajas para el futuro, perpetuando así un ciclo negativo. Las creencias no son siempre racionales Ciertamente, la educación no es el único ámbito en el que las personas subestiman sus habilidades. El concepto de trampas para las aspiraciones también se puede aplicar al éxito profesional, a las oportunidades de negocios o a cualquier forma de movilización ascendente en que pudiera prevalecer una sensación de inferioridad. Alsop y otros (2006, 12) informan que “con frecuencia, las mujeres y los grupos minoritarios no invierten lo suficiente en su capital humano porque han sido criados para creer que no pueden hacer ciertas cosas que otros sí pueden hacer. [Ellos] internalizan su condición de personas de segunda clase en formas que los llevan a tomar decisiones que perpetúan su falta de empoderamiento”. En cambio, las personas más privilegiadas tienden a ser más optimistas, e incluso a exagerar acerca de sus capacidades. Tal como lo expresan Wilkinson y Pickett (2010, 40), “mientras más arriba esté una persona en la escala social, más la ayuda el mundo a mantener a raya las dudas que pueda tener sobre sí misma”. Las investigaciones de Stutzer (2004) confirman que las aspiraciones en materia de ingresos aumentan con el aumento de los niveles de ingreso. No obstante, la educación es un factor fundamental para la movilidad social. Las personas con mayores niveles de educación tienen más probabilidades de obtener mejores empleos y mayores ingresos. Además, suelen estar más informadas sobre temas como la atención de salud o los derechos políticos y civiles, lo que las lleva a tomar decisiones políticas o financieras mejor fundadas. Existe amplio consenso de que la educación © Dorte Verner Interior Paolo Verme analiza la situación de Egipto y de Estados Unidos para explicar la manera en que las percepciones populares sobre la desigualdad pueden ser muy distintas de la realidad. | Página 5. BANCO MUNDIAL LA DESIGUALDAD bajo LA LUPA Public Disclosure Authorized Public Disclosure Authorized Public Disclosure Authorized Public Disclosure Authorized Public Disclosure Authorized Public Disclosure Authorized Public Disclosure Authorized Public Disclosure Authorized

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Departamento de Reducción de la Pobreza y Equidad :: www.worldbank.org/inequalityinfocus :: Volumen 2, número 4 :: Enero de 2014

Las trampas para las aspiraciones: Cuando la pobreza ahoga la esperanzaSvenja FlechtnerUniversidad de Flensburgo, Alemania

En su libro titulado Poor Economics (2012), Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo describen la experiencia de haber observado a unos escolares pobres en el Himalaya de India mientras rendían una prueba en la que se les hacían preguntas sobre un cuento ilustrado. Los investigadores observaron que uno de los niños

se rehusó a rendir la prueba. La madre de este niño de 7 años intentó convencerlo de que participara, aunque ella misma no parecía muy optimista en el sentido de que el niño cambiaría de opinión o de que le fuera a ir bien en la prueba si lo hacía. Un campesino del lugar que conversó con los investigadores acerca del incidente comenzó diciendo: “Los niños de hogares como los nuestros…” (Banerjee y Duflo, 2012, 91), insinuando que no se podía esperar demasiado de los niños de familias pobres como las de su comunidad.

En Alemania, los padres de bajos ingresos piensan lo mismo sobre la educación de sus hijos, lo cual sugiere que este fenómeno se produce tanto en los países más ricos como en los países pobres. En Alemania, cuando los alumnos terminan la enseñanza primaria, sus padres deben decidir si desean que continúen en la enseñanza secundaria. Una opción es completar 12 o 13 años de educación hasta obtener un título univer-sitario; la otra opción es completar 10 años de estudios orientados al desarrollo de habilidades técnico-profesionales. A menudo, los padres de estratos socioeconómicos más bajos aconsejan a sus hijos que elijan la vía más corta, simplemente porque nadie en la familia ha tenido más años de estudio. Muchos de estos padres de escasos recursos temen que una vía educativa más larga podría ser agobiante para sus hijos, incluso si estos han demostrado ser buenos alumnos. Los niños de hogares pobres que siguen estudios conducentes a un título universitario a menudo señalan que sus familias continúan dudando acerca de su educación incluso después de haber sido admitidos en la universidad. Los profesores, que pueden aconsejar a los padres sobre la opción educativa que van a elegir para sus hijos, suelen ser pesimistas acerca de las posibilidades de que los estudiantes provenientes de familias de migrantes puedan seguir estudios superiores. A menudo esto hace que los padres migrantes matriculen a sus hijos en el programa de educación técnica, que es más corto (El-Mafaalani, 2012).

A veces, estas bajas aspiraciones pueden llevar a un rendimiento insufi-ciente, fenómeno que se denomina fracaso de las aspiraciones. Se produce una trampa para las aspiraciones cuando los fracasos de las aspiraciones contribuyen a la pobreza persistente y a tener aspiraciones constantemente bajas para el futuro, perpetuando así un ciclo negativo.

Las creencias no son siempre racionalesCiertamente, la educación no es el único ámbito en el que las personas

subestiman sus habilidades. El concepto de trampas para las aspiraciones también se puede aplicar al éxito profesional, a las oportunidades de negocios o a cualquier forma de movilización ascendente en que pudiera prevalecer una sensación de inferioridad. Alsop y otros (2006, 12) informan que “con frecuencia, las mujeres y los grupos minoritarios no invierten lo suficiente en su capital humano porque han sido criados para creer que no pueden hacer ciertas cosas que otros sí pueden hacer. [Ellos] internalizan su condición de personas de segunda clase en formas que los llevan a tomar decisiones que perpetúan su falta de empoderamiento”. En cambio, las personas más privilegiadas tienden a ser más optimistas, e incluso a exagerar acerca de sus capacidades. Tal como lo expresan Wilkinson y Pickett (2010, 40), “mientras más arriba esté una persona en la escala social, más la ayuda el mundo a mantener a raya las dudas que pueda tener sobre sí misma”. Las investigaciones de Stutzer (2004) confirman que las aspiraciones en materia de ingresos aumentan con el aumento de los niveles de ingreso.

No obstante, la educación es un factor fundamental para la movilidad social. Las personas con mayores niveles de educación tienen más probabilidades de obtener mejores empleos y mayores ingresos. Además, suelen estar más informadas sobre temas como la atención de salud o los derechos políticos y civiles, lo que las lleva a tomar decisiones políticas o financieras mejor fundadas. Existe amplio consenso de que la educación

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InteriorPaolo Verme analiza la situación de Egipto y de Estados Unidos para explicar la manera en que las percepciones populares sobre la desigualdad pueden ser muy distintas de la realidad. | Página 5.

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es una manera acertada en que las familias pueden aumentar su bienestar y mejorar sus perspectivas para el futuro.

Sin embargo, no todas las familias consideran que el sistema educacional sea un camino productivo para mejorar el futuro de sus hijos. A partir de datos de la República Dominicana, Jensen (2010) comprueba que la mayoría de los alumnos varones de octavo grado esperan menos beneficios de la enseñanza secundaria, a pesar de las pruebas en contrario. En consecuencia, la matrícula es más baja y, como es de prever, también lo es el rendimiento. En otras palabras, mientras menos beneficios esperan obtener los alumnos de su educación, menores son los beneficios que obtienen de ella. St-Hilaire (2002) investiga las percepciones acerca de los beneficios de la educación y las aspiraciones educacionales de los alumnos estadounidenses de origen mexicano de octavo y noveno grado en California. Aproximadamente el 90% de estos alumnos consideraba que la educación era la clave para salir adelante en Estados Unidos, pero solo el 75% creía que completaría estudios universitarios, y menos del 60% realmente los terminaba.

A pesar de las pruebas en contrario, muchas personas tienen bajas aspiraciones

Si existe consenso sobre el valor de la educación, ¿por qué no todos aspiran a lograr mayores niveles educacionales? Esta pregunta tiene varias respuestas. Una de ellas son las limitaciones financieras: los más pobres disponen de menos recursos para costear los gastos de matrícula, los materiales de estudio o los uniformes escolares. En muchos países, mientras menos recursos tiene una persona, más limitado es su acceso a préstamos para financiar una educación de calidad. Esto deja a las familias pobres sin los medios para costear la educación, especialmente en los niveles superiores. Ante esta realidad económica, es comprensible que un estudiante pobre no aspire a ser abogado si esa meta es poco realista por motivos financieros.

Otra respuesta posible es la falta de información. Banerjee y Duflo (2012) demuestran que la falta de información de los padres en materia educativa es un aspecto prevaleciente en los países en desarrollo. En el caso de los alumnos de octavo grado en la República Dominicana (Jenson, 2010), muchos estudiantes desconocían los beneficios de la educación. Como era de prever, estos alumnos cifraban muy pocas esperanzas en los méritos potenciales de su trayectoria educacional. Como control, el autor informó a un subconjunto de esos alumnos acerca del valor de tener una educación. Si bien estos alumnos reaccionaron en forma más positiva con respecto al valor de la educación, su rendimiento no fue considerablemente mejor que el de los estudiantes menos informados. Una explicación posible es que, a pesar de reconocer el valor de la educación en términos generales, los estudiantes no consideraban que esa información fuera pertinente para sus vidas. Esto muestra que la falta de información no puede explicar completamente las bajas aspiraciones de los alumnos pobres.

En años recientes ha surgido la idea de que las barreras sicológicas pueden contribuir a un rendimiento insuficiente. La psicología ha mostrado que, cuando las metas son poco ambiciosas, el rendimiento es menor (Locke y Latham, 2002). En este sentido, las aspiraciones más bajas y las metas menos ambiciosas pueden actuar como profecías autocumplidoras (Dalton y otros, 2013; Heifetz y Minelli, 2006). Investigaciones recientes realizadas en India han revelado que los padres que tienen mayores aspiraciones educacionales para sus hijos están dispuestos a pagar más por su educación (Galab y otros, 2013). Con una educación de mayor calidad y más larga, estos estudiantes tienen más probabilidades de lograr mayores ingresos. Por el contrario, es menos

probable que los padres que subestiman los beneficios de la educación fomenten la educación de sus hijos.

Es más probable que los pobres tengan bajas aspiraciones

Las trampas para las aspiraciones son particularmente nocivas para las personas que se encuentran en el extremo inferior de la escala socioeco-nómica. La pobreza y las desventajas sociales fomentan los bajos niveles de aspiración. Según Bandura (1977 y 1997), los niveles de aspiración pueden explicarse mediante dos dimensiones: la “autoeficacia” y el locus de control. La autoeficacia se refiere a la creencia de una persona acerca de su capacidad para realizar cierta tarea o lograr una meta determinada. En cambio, el locus de control se refiere a si las personas creen o no que pueden controlar los acontecimientos de sus vidas. Para tener aspira-ciones productivas, las personas deben sentir que son capaces y que tienen control sobre sus vidas. Su incredulidad acerca del control de sus vidas puede deberse a que están inmersas en una estructura socialmente inmóvil, como un sistema de castas rígido.

¿En qué momento se adquieren estas características? El antropólogo Arjun Appadurai (2004) ha llamado mucho la atención de los economistas por su respuesta a esta pregunta. Él sostiene que las personas que viven en condiciones de pobreza tienen menos oportu-nidades que otras de aprender sobre sus talentos, oportunidades y metas potenciales. En consecuencia, tienden a ser más pesimistas y aversas al riesgo. En efecto, el sociólogo alemán Steffen Schindler (2012) concluyó que la aversión al riesgo contribuía a que los estudiantes de condición socioeconómica más baja siguieran estudios superiores con menor frecuencia que sus pares de mejor situación socioeconómica. En otras palabras, los pobres tienen poca “capacidad para aspirar”. Schindler continúa diciendo que esta capacidad se debe aprender, proceso para el que se requieren recursos, tiempo y profesores o personas que sirvan de modelo de conducta. Todo esto suele ser más accesible para las familias acomodadas.

Otra explicación de por qué las personas más pobres podrían aspirar a metas más bajas puede derivarse del influyente trabajo del sociólogo francés Pierre Bourdieu. En su libro La Distinction (1979), el autor describe cómo el entorno social de una persona suele determinar sus intereses, gustos e ideas sobre la vida. Durante el proceso de sociali-zación, los niños aprenden lo que “los niños como ellos” normalmente creen y disfrutan (habitus, según la denominación de Bourdieu). Luego, los niños incorporan estas normas sociales en su propia vida. Así, la incorporación subconsciente de las normas sociales, aspiraciones y metas influye en sus carreras y otras decisiones de vida. Normalmente, las personas solo consideran ir en pos de las opciones que les son conocidas. Por ejemplo, si para una persona cursar estudios universitarios no es una opción habitual para “alguien como ella”, no considerará esa opción. Esta actitud refuerza la manera en que los niveles de aspiración y de vida se transmiten de una generación a otra. Dercon y Singh (2013) demuestran estas formas de transmisión con datos de Etiopía e India. En estos casos, los padres tienden a tener aspiraciones más altas para los niños que para las niñas. Con el tiempo, a medida que los hijos e hijas crecen, ellos también asimilan las aspiraciones de sus padres. En el estudio se concluye que, a la larga, los niveles educacionales de los niños y de las niñas reflejaban esas aspiraciones, y que los niños obtenían niveles de educación más altos que las niñas.

El trabajo de Bourdieu también sugiere que existe un nexo importante entre aspiraciones e identidad. Cuando alguien construye una opinión sobre lo que es posible para “una persona como ella”, toma en cuenta las experiencias y aspiraciones de sus pares (Ray, 2006). Como resultado,

La desigualdad bajo la lupa :: Enero de 2014 :: 3

quienes sirven de modelo de conducta pueden tener una gran influencia, tanto positiva como negativa, en las aspiraciones de la gente. Beaman y otros (2009) realizaron trabajos sobre el terreno en India que mostraron que la presencia de mujeres en puestos de liderazgo reducía el sesgo de género en las aspiraciones de los padres. Trang Nguyen (2008) investigó el efecto de los modelos de conducta en los niveles de aspiración en Madagascar. El autor realizó un experimento en el que un grupo de personas que habían recibido educación en forma exitosa compartieron sus experiencias con padres escépticos, a fin de mejorar la valorización que estos darían a la educación. En dicho estudio se concluyó que los padres tendían a verse influidos solamente si la “persona modelo” provenía de un estrato socioeconómico similar, en este caso, si era de origen pobre.

La desigualdad y las aspiraciones están relacionadasLos experimentos con modelos de conducta sugieren que existe una

relación entre la desigualdad y las aspiraciones. Debraj Ray (2006) ha investigado precisamente este nexo y concluye que, cuando la desigualdad es elevada, las oportunidades de interacción entre personas

acomodadas y menos acomodadas son menores. Esto contribuye a generar una sensación de distancia entre ambos grupos, y un sentimiento entre las personas pobres de que lo que consiguen los ricos es inalcanzable para ellos. En las sociedades desiguales, los pobres también tienen menos posibilidades de ser testigos de la toma de decisiones o de las mayores aspiraciones de los ricos. Como consecuencia, la capacidad de las personas pobres de tener aspiraciones se ve obstaculizada por su falta de conocimientos sobre cómo otros grupos viven, actúan y aprovechan las oportunidades. En una sociedad más igual sería más fácil para los grupos desfavorecidos observar el comportamiento de quienes gozan de una situación más acomodada.

La dinámica de la desigualdad y una escala social difícil de ascender pueden ahogar las aspiraciones de los grupos menos favorecidos. La famosa parábola del túnel de Albert O. Hirschman (1973) describe cómo los conductores de automóviles en un embotellamiento del tránsito se muestran optimistas cuando los que van en la pista del lado comienzan a avanzar, pero sienten cada vez más frustración cuando solo esas pistas siguen avanzando y ellos se quedan detenidos. A partir de esta parábola, Ray (2010) sostiene que el crecimiento económico combinado con un aumento de la desigualdad estimularía las aspiraciones siempre y cuando las personas que no se benefician de dicho crecimiento pudieran esperar poder beneficiarse pronto de él. Por ejemplo, en América Latina, los países con un crecimiento más inclusivo, es decir, que beneficia a todos los segmentos de la sociedad, registran niveles de aspiración más equilibrados en todos los grupos de ingreso que los países donde el crecimiento es menos inclusivo (Flechtner, 2013).

Las altas aspiraciones insatisfechas pueden generar tensiones sociales

En algunas situaciones en que las personas perciben que su entorno social no les permite utilizar sus capacidades, se genera frustración y descontento. Bandura (1977) sostiene que pueden producirse tensiones sociales cuando las personas se consideran altamente capaces (alta autoeficacia) pero sienten que tienen escaso control sobre los procesos sociales o políticos de su país. En otras palabras, la gente protesta o se rebela cuando ve que existen problemas en su sociedad o con su posición en ella y, al mismo tiempo, cree que la única manera de generar cambios es protestando contra el sistema establecido.

Este argumento puede arrojar algunas luces sobre los recientes disturbios políticos en Egipto, Brasil, Túnez, Chile y Turquía. En realidad, en estos países la desigualdad disminuyó en los años anteriores a las protestas, y los niveles de educación aumentaron (gráficos 1 y 2). La educación promueve la partici-pación política de un porcentaje cada vez mayor de la sociedad al crear mayor conciencia sobre los derechos y el sistema político. Campante y Chor (2012) investigan el rol de la educación en las protestas que se han extendido en el mundo árabe. Los autores sostienen que los mayores niveles de educación combinados con las elevadas tasas de desempleo contribuyeron al desasosiego. Sakbani (2011) subraya que Túnez, Egipto y Libia tienen una población muy joven con escasas oportunidades, particularmente para los egresados de la universidad. Esto significa que un mayor nivel de educación (y posiblemente aspira-ciones más altas), sumado al descontento con el statu quo de la sociedad, puede contribuir a las tensiones sociales.

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Gráfico 1 Coeficientes de Gini en cinco países con incidencia de protestas, 2000–10

Fuente: Banco Mundial (2013a).

Gráfico 2 Matrícula en la educación terciaria (porcentaje bruto) en cinco países con incidencia de protestas, 1981–2010

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Fuente: Banco Mundial (2013b).

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La importancia de continuar las investigaciones y las intervenciones en materia de políticas

Hacen falta muchas más investigaciones para comprender bien estas protestas y descubrir cómo los procesos psicológicos influyen en la toma de decisiones importantes desde el punto de vista económico y político. Como se ha señalado antes, es sabido que dichos procesos son sumamente importantes para la pobreza y la desigualdad, pero aún hay muy pocos análisis comparativos y conjuntos de datos relacionados con las aspiraciones de la gente. El proyecto de investigación Young Lives — International Study of Childhood Poverty es una de las pocas excepciones. Este estudio corrobora el supuesto de que la pobreza está relacionada con las bajas aspiraciones (Woodhead y otros, 2013). Las investigaciones futuras con tales datos encierran la promesa de arrojar más luces sobre la naturaleza y los efectos de las bajas aspiraciones.

No hay duda de que los responsables de las políticas pueden ayudar a combatir la pobreza elevando las aspiraciones de los pobres y evitando las trampas para dichas aspiraciones. Una forma de hacerlo es brindando a los niños desfavorecidos oportunidades de salir adelante en experiencias nuevas que representan un desafío. Un ejemplo es el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. La finalidad de este programa es que jóvenes desfavorecidos aprendan a tocar instrumentos musicales y actúen en conciertos. Las investigaciones indican que estas experiencias son sumamente positivas para los niños que participan en ellas pues elevan sus niveles de aspiración (Dalton y otros, 2013).

Esto no significa que la meta de los responsables de las políticas debiera limitarse a aumentar las aspiraciones de todos; más bien, las aspiraciones deberían estar bien fundadas y ser adecuadas a las necesidades específicas de cada persona. Por ejemplo, cursar estudios universitarios podría no ser la vía adecuada para una persona que preferiría trabajar en un oficio que requiera formación técnica y no un título universitario. Sin embargo, cuando determinados grupos sociales siempre aspiran a metas bajas, probablemente existe algún grado de sesgo que perpetúa una jerarquía socioeconómica desigual.

Maximillian Ashwill, redactor interno, contribuyó a este artículo.

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La desigualdad bajo la lupa :: Enero de 2014 :: 5

Paolo VermeEconomista senior, Banco Mundial

Una paradoja

Las percepciones populares de la desigualdad pueden ser muy diferentes de la realidad. Recientemente este ha sido el caso en dos países tan diferentes como Estados Unidos y Egipto. La desigualdad de ingresos en Estados Unidos no cambió antes y después de la crisis financiera mundial de 2007-09, pero

las percepciones de la desigualdad entre los ciudadanos estadounidenses cambiaron considerablemente. De la misma manera, la desigualdad de ingresos no cambió en Egipto durante la década que llevó a la revolución de 2011, pero las percepciones de la desigualdad de ingresos entre los ciudadanos egipcios cambiaron sustancialmente. A veces, los hechos reales y las percepciones de la desigualdad son divergentes, como si no existiera ninguna relación entre ambos. ¿Cómo se puede explicar esta brecha?

Para responder estas interrogantes, debemos entender mejor qué factores determinan la desigualdad de ingresos y las percepciones al respecto. Este artículo se basa en teorías formuladas en las ciencias sociales durante el último siglo, así como en pruebas científicas recientes sobre la desigualdad de ingresos y el descontento social. Los factores determinantes de la desigualdad y de las percepciones de esta se superponen en algún grado, pero no son los mismos. Esto es válido en la medida en que los hechos y las percepciones de la desigualdad transmiten dos conjuntos de información diferentes pero igualmente importantes sobre una sociedad. Un conjunto de información se refiere al bienestar absoluto de los ciudadanos en términos de ingresos. El otro se refiere al bienestar de los ciudadanos en relación con el bienestar de otros o con su propio bienestar en el pasado. Los dos ejemplos recientes de Estados Unidos y Egipto son ilustrativos.

Factores determinantes de la desigualdadPara simplificar los aspectos económicos, debemos considerar dos

mecanismos principales que determinan la desigualdad de ingresos: la “distribución” y la “redistribución”. Cada año, las economías producen cierta cantidad de riqueza, que normalmente se resume en el valor del producto interno bruto (PIB). El PIB anual es la suma de todos los productos y servicios generados por la economía de un país en el sector privado y el sector público en un año. Primero, las empresas distribuyen esta riqueza a las partes interesadas, a saber, sus trabajadores (sueldos), sus accionistas (dividendos), el Gobierno (impuestos y aportaciones sociales) y los bancos (ahorros e inversiones). Este es el mecanismo de “distribución”. Luego, la parte de esta riqueza que es administrada por el Gobierno (impuestos y aportaciones sociales) se redistribuye a los ciudadanos en la forma de gasto público (salud, educación, pensiones, etc.). Este es el mecanismo de “redistribución”, que es un subproducto del mecanismo de distribución y no genera nueva riqueza, sino que simplemente redistribuye la existente.

Es claro que ambos mecanismos pueden determinar la desigualdad de ingresos. Las decisiones que toman las empresas privadas con respecto a los sueldos, los dividendos y las inversiones pueden tener como resultado cambios importantes en la distribución del ingreso. De la misma manera, las decisiones de los Gobiernos con respecto a

La brecha entre los hechos reales y las percepciones de la desigualdad

los impuestos y el gasto social pueden tener el mismo efecto. También es evidente que el mecanismo de “distribución” puede tener un mayor impacto en la desigualdad simplemente porque se refiere a una porción más grande del total de la economía. Por otro lado, los recursos adminis-trados por el Gobierno a través del mecanismo de “redistribución” son solo una fracción del mecanismo de “distribución” y, por lo tanto, su influencia en la desigualdad de ingresos es menor. El contrato social entre capital, trabajadores, bancos y el Estado determina la distribución de la riqueza, mientras que las políticas impositivas y de gasto del Gobierno determinan su redistribución. Estos son los dos mecanismos que determinan la desigualdad de ingresos y están bastante claros para las ciencias económicas.

Lo que está menos claro es el nivel óptimo de desigualdad en una sociedad dada o, en términos más simples, qué niveles de desigualdad prefiere la gente. Para comprender mejor estas preferencias, formulé a varios grupos de estudiantes internacionales dos preguntas sencillas sobre la desigualdad de ingresos:

• ¿Desearías que la desigualdad de ingresos aumentara o disminuyera? • ¿Desearías que todos los ingresos fueran iguales?

Para la mayoría de las personas, pero no para todas, la respuesta a la primera pregunta es que desearían que la desigualdad de ingresos disminuyera, mientras que para la mayoría de las personas, pero no para todas, la respuesta a la segunda pregunta es que no desearían que todos los ingresos fueran iguales. Por lo tanto, es evidente que debe haber un nivel óptimo de desigualdad de ingresos entre el nivel actual de desigualdad y cero desigualdad. A esto se lo denomina nivel óptimo de desigualdad intrínseca. Al responder estalo preguntas, los estudiantes revelaron que tienen alguna idea de cuál debería ser este nivel óptimo. En consecuencia, si la desigualdad es mayor de lo que ellos creen que debería ser, estarán en desacuerdo con un mayor aumento de la desigualdad. En cambio, si la desigualdad es menor de lo que ellos estiman que debería ser, estarán de acuerdo con un aumento de la desigualdad. Las percepciones de las personas sobre la desigualdad tienen que ver con sus creencias personales y valores intrínsecos relacionados con la situación de desigualdad. Pero ¿quién determina esas creencias y valores?

Factores determinantes de las percepciones de la desigualdad

Para comenzar a entender los factores determinantes de las percep-ciones de la desigualdad, podemos preguntar en primer lugar por qué la gente estaría a favor o en contra de la desigualdad. Dos de las teorías más influyentes del siglo XX sobre las percepciones de la desigualdad llegan a conclusiones más bien opuestas. En su importante documento sobre la teoría del “efecto de túnel”, Hirschman y Rothschild (1973) sostienen que las personas podrían apreciar el aumento de la desigualdad porque ello indica una mejora general de las condiciones de vida:

“El efecto de túnel es eficaz, ya que los progresos de otras personas proporcionan información sobre un medio ambiente exterior más benigno; ser el receptáculo de esta información produce una enorme satisfacción, y esta satisfacción sobrepasa, o cuando menos detiene, la envidia. (546) ”… En esta eventualidad, el aumento de la desigualdad de ingresos

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a las personas, es lógico concluir que su tolerancia a la desigualdad también disminuye.

Entender el sistema de valor “ego” también ayuda a entender mejor cómo se forman las percepciones de la desigualdad. Teóricos de las revoluciones, como Karapetoff (1903) y Davies (1962), formularon sus propias teorías en torno a la idea de que el ritmo de cambio económico es fundamental para entender los cambios en el nivel de satisfacción de las personas. Estas teorías sugieren que una economía próspera y de crecimiento rápido que súbitamente experimenta una recesión corre mayor riesgo de tensiones sociales que una economía pobre cuyo crecimiento siempre ha sido lento. Las perturbaciones económicas, tanto positivas como negativas, son al menos tan importantes como el estado de la propia economía para entender las percepciones de la gente sobre esta última.

Combinar las conclusiones relacionadas con los sistemas “ego” y “alter” puede ser de gran ayuda para explicar los cambios en el nivel de satisfacción. Hirschman y Rothschild (1973), que propugnan una función positiva de la desigualdad en tiempos de crecimiento, muestran cómo la inmovilidad persistente del bienestar a lo largo del tiempo puede convertirse en un explosivo social ante un cambio en la sociedad. Al ampliar el espectro de análisis al pasado y al futuro, y a las relaciones con los demás, es posible encuadrar la teoría del efecto de túnel, la teoría de la privación relativa y las teorías sobre el cambio social en un marco coherente.

Las incongruencias entre los hechos reales y las percepciones

Estas teorías pueden ayudarnos a entender la evolución de las percepciones de la desigualdad que se observa actualmente en Estados Unidos y Egipto. Analicemos primero el caso de Estados Unidos. Hace apenas una década, la desigualdad como fenómeno social se ignoraba en gran medida en el discurso público y, ciertamente, la población en general no la percibía como una cuestión económica relevante. Alesina

no solo sería políticamente tolerable, sino también francamente deseable desde el punto de vista del bienestar social”. (548)

La teoría de la justicia social de Runciman (1966) llega a una conclusión muy diferente. Su teoría de la privación relativa cambia el foco de atención de los niveles de ingreso absolutos a los niveles de ingreso relativos. Se llega a este nivel de ingresos relativo cuando las personas se comparan con un grupo de pares:

“Sin embargo, a los efectos de abordar la privación relativa, las estimaciones que hace la gente de sus ingresos son, en todo caso, más importantes que sus ingresos efectivos”. (189)

Como muestra más tarde Yitzhaki (1979), la medición de la privación relativa corresponde a la medición de la desigualdad. En otras palabras, mientras Hirschman y Rothschild creen que los beneficios potenciales de la desigualdad de ingresos resultarán en su tolerancia por la sociedad, Runciman y Yitzhaki creen que el aumento de la desigualdad conduce invariablemente a una menor tolerancia.

¿Quién tiene la razón? Para responder esta pregunta tenemos que entender cómo han evolucionado las percepciones de la desigualdad de ingresos a lo largo del tiempo y en qué contexto. Para esto se necesita un profundo conocimiento de la historia, las expectativas de la gente para el futuro y su posición relativa en la sociedad. En este sentido, existe gran consenso en las ciencias sociales. Para determinar su propia posición relativa, las personas miran al pasado y lo comparan con el presente, o comparan su propia situación con la de otros miembros de la sociedad. Sobre la base de estas comparaciones, determinan sus expectativas para el futuro. Por un lado, si la economía de un país crece y se prevé que continuará creciendo en el futuro, y a las personas de todas las clases sociales les está yendo mejor, la tolerancia a la desigualdad es alta, y Hirschman y Rothschild (1973) tienen razón. Por otro lado, si la economía de un país no crece, o si ciertos segmentos de la población están en peor situación que otros, o se encuentran peor que en el pasado, la tolerancia a la desigualdad disminuye, y Runciman y Yitzhaki tienen razón.

Estas relaciones entre el pasado y el futuro, y entre la posición relativa de las personas en la sociedad, se resumen en el gráfico 1. Allí, el sistema “ego” se refiere al eje horizontal y está determinado por la forma en que las personas comparan su situación en el pasado con el presente y el futuro previsto. El sistema “alter” se refiere al eje vertical y está determinado por la manera en que las personas comparan su propia situación con la de otros, sean ricos o pobres.

En las ciencias sociales hay muchas teorías que ayudan a explicar mejor cómo funcionan los sistemas de valor “ego” y “alter”, y cómo contribuyen a las percepciones de la desigualdad. Por ejemplo, en el sistema “alter” ahora está muy bien establecida la función del ingreso relativo o de la pobreza en el nivel de satisfacción de las personas. Leibenstein (1962) fue tal vez el primero en formular una teoría en torno a la idea de que los individuos sacan provecho tanto de su ingreso absoluto como de su ingreso relativo, concepto que se describe como “comparación de Pareto de compromiso”. Este es un concepto que se exploró con mucho mayor detalle en la literatura de las ciencias sociales sobre la felicidad, que surgió inicialmente de la “paradoja de Easterlin” (Easterlin, 1974). Esta paradoja muestra cómo a medida que el ingreso per cápita de Estados Unidos aumentó durante el período de la posguerra, este no estuvo acompañado de un aumento proporcional de la felicidad. De hecho, en los modelos econométricos ahora es habitual utilizar juntos el ingreso absoluto y el ingreso relativo como factores que explican el nivel de satisfacción de las personas con su vida. En la mayor parte de esta literatura se concluye que, a igualdad de ingreso absoluto, el ingreso relativo es importante para explicar la felicidad (Verme, 2013). En consecuencia, si el aumento de la desigualdad hace menos felices

Gráfico 1 Sistema de evaluación de la felicidad/satisfacción personales

Fuente: Verme, 2010.

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y otros (2004), por ejemplo, observaban cómo en la década de 1990 los ciudadanos estadounidenses apreciaban mucho más la desigualdad que los ciudadanos europeos, teniendo en cuenta las diversas caracte-rísticas individuales y de los hogares. Durante las décadas de 1980 y de 1990, la desigualdad aumentó considerablemente en Estados Unidos, pero los ingresos también aumentaron en general. Esto ayuda a explicar la tolerancia de los estadounidenses a la desigualdad según la teoría de Hirschman y Rothschild (1973) y como lo demuestran Alesina y otros (2004). Pero cuando la crisis mundial golpeó a Estados Unidos y al mundo entero, las percepciones de la desigualdad cambiaron. Esto es lo que ocurriría según las teorías de Karapetoff (1903) y Davies (1962) y lo que demostraron los movimientos sociales Somos el 99% y Ocupa Wall Street.

De pronto, los políticos y economistas volvieron a poner el tema de la “desigualdad” en el primer plano en la sociedad estadounidense. En su libro The Price of Inequality, publicado en 2012, Joseph Stiglitz plantea de manera convincente que en los últimos 30 años la economía estadounidense ha estado “secuestrada” por el 1% superior de la distribución del ingreso, y que este fenómeno está restringiendo el crecimiento y comprometiendo la prosperidad en el futuro. En su columna del 15 de diciembre de 2013, Paul Krugman sostenía que “… desde una perspectiva de más largo plazo, el aumento de la desigualdad se convierte por un amplio margen en el factor más importante del rezago de los ingresos de la clase media”1. Los políticos han opinado en el debate. El presidente Obama declaró recientemente que la desigualdad de ingresos “… es el desafío central de nuestra época”2. Una declaración como esta de un presidente de Estados Unidos habría sido impensable apenas 10 años atrás. Sin embargo, según el Estudio de Ingresos de Luxemburgo, la desigualdad de ingresos en Estados Unidos, medida por el coeficiente de Gini, aumentó conside-rablemente entre 1979 y 2000 (de 0,30 a 0,38), pero se mantuvo más bien estable en la década de 2000 (cuadro 1)3. Se puede ver que, si bien los niveles de desigualdad no variaron mucho entre 2007 y 2010 (cuadro 1), el contexto económico y las percepciones de la desigualdad han cambiado notablemente.

Consideremos ahora el caso de Egipto. Este es otro país donde la desigualdad de ingresos, medida por el coeficiente de Gini, no sufrió variaciones durante la década que condujo a la revolución de 2011, ni después. Esto está bien documentado tanto en las estadísticas oficiales del Gobierno egipcio como en los estudios del Banco Mundial, que han demostrado la solidez de estas estadísticas (Banco Mundial, 2012; Hlasny y Verme, 2013). En efecto, el coeficiente de Gini correspon-diente a Egipto disminuyó levemente entre 2000 y 2011 (cuadro 1). Sin embargo, en absoluto contraste con estas cifras, el Banco Mundial (2014) comprobó que en Egipto el rechazo a la desigualdad ha aumentado

significativamente en la última década, como indican los participantes en la Encuesta Mundial de Valores, en la que se indaga sobre los cambios políticos y socioeconómicos. A pesar de la desigualdad persistentemente baja que existe en Egipto, la percepción popular es que la desigualdad es elevada, ha ido en aumento en la última década y ha contribuido a la revolución.

¿Cómo se puede explicar esta paradoja? Nuevamente, la teoría y los hechos relacionados con la economía egipcia pueden ser de ayuda. En primer lugar, Egipto experimentó un aumento considerable del PIB en la década previa a la revolución (5% anual en promedio), pero este crecimiento permaneció en gran medida en las empresas privadas y no benefició a los hogares. De hecho, los ingresos y gastos de los hogares en todos los grupos de ingreso habían disminuido levemente, por lo que la desigualdad no tuvo variaciones. Mientras los periódicos egipcios informaban sobre el crecimiento del ingreso, las familias egipcias no experimentaron dicho crecimiento en ningún sentido. La persistencia de este fenómeno probablemente ha convertido las altas expectativas acerca del futuro en una amarga frustración por el presente, lo que contribuye a la sospecha de que “otros” se estaban beneficiando del crecimiento logrado. En segundo lugar, las élites se apoderaron en gran medida de los procesos de liberalización y privatización emprendidos en la década de 1990, con escasa participación de la población general. Esto probablemente contribuyó a la sensación general de injusticia. En tercer lugar, el aumento del PIB en Egipto no ha estado acompañado de mayores oportunidades económicas, mejores servicios públicos o acceso a puestos de trabajo. Como ocurre en muchas otras economías emergentes, a pesar del crecimiento del PIB, la tasa de empleo no ha aumentado. Por último, estas transformaciones económicas ocurrieron durante un período en que la demografía en Egipto, especialmente una población juvenil más numerosa, y el acceso a la tecnología cambiaron considerablemente. La penetración de las redes sociales y de los teléfonos móviles de pronto facilitó y amplió las comparaciones interpersonales y a través de todo el país. Esto expuso a los egipcios a otras realidades y alteró la forma en que se ven a sí mismos. La combinación de estos factores ayuda a explicar la mayor aversión de la gente a la desigualdad, como se observa en la Encuesta Mundial de Valores.

ConclusiónLas realidades y las percepciones de la desigualdad están relacionadas,

pero a menudo son incongruentes. Las estadísticas sobre desigualdad contribuyen a generar estas percepciones, pero son solamente una pieza de un rompecabezas mucho más complejo, que debe entenderse en el contexto general del pasado, el presente y el futuro previsto, y de la posición relativa que tienen las personas en la sociedad. A estas alturas debería estar claro que las percepciones de la desigualdad no son una medida adecuada de la desigualdad de ingresos. Las realidades y las percepciones de la desigualdad no deberían entenderse como dos medidas de un mismo fenómeno. Las percepciones de la desigualdad se relacionan con la desigualdad de ingresos, pero transmiten un mensaje más amplio acerca del estado y la evolución de la economía, y de las injusticias económicas resultantes. Las percepciones de la desigualdad no deberían tomarse como indicadores de la desigualdad de ingresos, ni ser consideradas irrelevantes por las autoridades responsables de las políticas. Si estamos dispuestos a investigar la literatura de las ciencias sociales y aprender de la historia de las tensiones sociales, las percepciones de la desigualdad pasan a ser un instrumento muy válido para medir el grado de insatisfacción económica en una sociedad determinada.

2000 2004 2007 2010

Estados Unidos

0,367 0,372 0,378 0,373

2000 2005 2009 2011

Egipto 0,338 0,318 0,307 0,313

Cuadro 1 Coeficiente de Gini en Estados Unidos y Egipto

Fuentes: Estudio de Ingresos de Luxemburgo (EE. UU.) y Agencia Central de Movilización Pública y Estadística (Egipto).

La serie La desigualdad bajo la lupa tiene como objetivo orientar el debate público sobre la equidad, la desigualdad de oportunidades y la movilidad socioeconómica. Incluye artículos escritos por personal del Banco Mundial, así como investigadores y encargados de la formulación de políticas provenientes de la comunidad del desarrollo

en su conjunto. Las opiniones e interpretaciones expresadas en los artículos son las de sus autores y no reflejan necesariamente la opinión del Banco Mundial, de sus directores ejecutivos ni de los países que estos representan.

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Editor ejecutivo: Pedro OlintoEditor en jefe y redactor interno: Maximillian AshwillCorrección de textos y diseño: Mary Anne Mulligan

Personal de investigación: Fernanda Luchine Ishihara y Julie Barbet-Gros

Producción: Anna RevaDiseñadora de la página web: Maura K. LearyGerente sectorial: Christina Malmberg Calvo

Traducción: GSDTI

BANCO MUNDIAL

Departamento de Reducción de la Pobreza y EquidadRed sobre Reducción de la Pobreza y Gestión Económica (PREM)

Notas1 Krugman, Paul (15 de diciembre de 2013), “Why Inequality Matters”.

New York Times. <http://www.nytimes.com/2013/12/16/opinion/ krugman-why-inequality-matters.html?ref=paulkrugman&_r=0>.

2 Jackson, David (4 de diciembre de 2013), “Obama: Income inequality threatens American Dream”. <http://www.usatoday.com/story/news/politics/ 2013/12/04/obama-income-inequality-speech-center-for-american-progress/ 3867747/>.

3 Estudio de Ingresos de Luxemburgo. <http://www.lisdatacenter.org/lis-ikf-webapp/app/search-ikf-figures>.

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