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Leonardo Riquelme Corvalán Editado y mejorado por Gabriel Labraña Las Condes, Santiago, San Miguel, Machalí. Tierra de Bravos Una crónica personal sobre cómo un equipo de buenas personas alcanza la felicidad en un terreno hostil. Dedicado a las mías. Gracias por entender.

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Crónica de mi paso por el Club Deportivo Santa Fe de San Miguel.

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Leonardo Riquelme Corvalán

Editado y mejorado por Gabriel Labraña

Las Condes, Santiago, San Miguel, Machalí.

Tierra de Bravos

Una crónica personal sobre cómo un equipo de buenas

personas alcanza la felicidad en un terreno hostil.

Dedicado a las mías.

Gracias por entender.

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Mi cancha de tierra

Era un turno de noche, Gabriel Labraña tuiteaba y yo

escribía sobre los resultados de las elecciones de 2013. Entre

medio de algunas bromas típicas de una larga jornada

periodística, este semi flaco, semi desgarbado, con semi barba

rubia y de ojos claros me contó que él entrenaba un equipo de

San Miguel que se llamaba Santa Fe.

El club le hacía honor a esa calle de la histórica comuna

capitalina donde hace 40 años la dictadura militar había

asesinado a Miguel Enríquez, el líder del Movimiento de

Izquierda Revolucionario (MIR). Eso no me lo dijo él, sino

que lo averigüé más tarde.

La conversación fluía por GTalk. Por ahí me envió un video

de un gol que marcaban los de camiseta celeste en una cancha

de tierra.

- Es La Montura, me contó.

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Más que el nombre, me llamó la atención verlo saltar adentro

de la cancha de felicidad. Eran saltos cortos, con brazos

flectados y con manos empuñadas.

“Este hueón está loco”, pensé premonitoriamente. “Nadie que

tenga menos de 30 años puede ponerse así de contento afuera

de la cancha”, reflexioné. “Y nadie puede grabar un partido en

esas canchas”.

El diálogo fluyó. Me contó que filmaba para ver los defectos y

virtudes de sus entrenados y ver la mejor manera de

enfrentarlos. Era un Bielsa chico. El método del rosarino lo

trastornó, como a toda una generación de chilenos que gozó

con él en la Selección. Gabriel soñaba con aplicar en las peores

circunstancias los movimientos de su mentor y de Pep

Guardiola, del que me enviaba extractos de entrevistas a las

horas más inverosímiles.

Me anduvo contagiando con su locura. Le conté que yo

también jugaba, que me encantaba jugar en tierra, pero que

estaba medio viejo para esos trotes. Me preguntó por los

puestos en que me movía y quedamos en que cuando se

reanudara el torneo me invitaría para verme.

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Creo que el momento llegó en marzo. Me mandó un mensaje

avisándome que el Santa Fe jugaría un amistoso y que quería

probarme. La citación era a las 9.30… aunque el partido era

como a las 11.00. Ya era raro. Peor se puso cuando vi que

Gabriel tenía un ayudante técnico.

Todos vestían de celeste y yo llevaba una camiseta roja.

Éramos como 17. El más cercano a mi edad, 37 años, era el

Chino, que la verdad ni sé cuántos tiene. Por sus patas de gallo

podría suponer que se empina sobre la treintena. Y el resto

eran puros pendejos de unos 20 años.

La rutina inicial era chutear al arco. Creo que le pude pegar

como dos veces y le di horrible al balón. Imaginaba que el

resto pensaba: es viejo y malo. Cuando llegó el momento de la

formación, Gabriel mandó a los once titulares y a mí me

encomendó la tarea de grabar. Así pasé todo el primer tiempo.

Lo hice pésimo. No encuadré nunca y la pelota corría más

rápido que mi brazo y mi ojo. La cancha estaba pésima y me

llamaron la atención los buenos cruces del Juan, la salida

limpia del Chino, el manejo de pelota del Nicko, el quite de

Marco y la chasca del Jano.

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Al término de la primera etapa, el DT me ordenó ingresar.

Apenas troté, por lo que en la primera pelota que toqué sentí

un pinchazo, como si me hubieran lanzado una piedrecita en el

gemelo izquierdo. Me dolió, pero seguí jugando… por

dignidad. Pese a la dolencia creo que me enchufé rápido.

Marco y Chino me buscaron constantemente para salir

jugando. Al final empatamos.

Resulta que la lesión era de verdad. Estuve como un mes y

medio parado, en el intertanto aparecieron problemas

familiares y laborales, por lo que la ausencia fue larga. Cuando

ya pensaba que nadie se acordaba de mí, en el grupo de

Whatsapp que siempre leía, pero nunca intervenía por pudor,

Jano escribió: ¿Y alguien sabe si el Leo va a jugar? Gabriel, que

conocía mis complicaciones, dijo que estaba viéndolo.

Aprovechando el envión, intervine. Dije que sí, que lo haría

apenas pudiera. Balsamente, aparecí en el último amistoso

antes del comienzo del torneo.

Como tenía que ser, arranqué desde la banca, pero el segundo

tiempo entré, me prestaron una camiseta y creo que ganamos.

O si no ganamos, al menos jugamos bien. Desde ahí, Gabriel

siempre me consideró… la verdad es que siempre he pensado

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en que lo hizo más por solidaridad gremial o por inclusión

etaria que por razones futbolísticas. Me dio la 18.

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Cosas locas

Y así partió todo. En el Santa Fe viví probablemente los

mejores meses futbolísticos en décadas. Este período está lleno

de imágenes imborrables.

Ahí vi a gente volar… de las patadas que nos pegaban los

rivales, que no contentos con eso nos insultaban en el suelo,

nos pateaban en la cabeza y en las piernas y trataban de

levantarte aunque la camiseta se rajara, porque quedarse en el

suelo era de maricones, según nos decían.

- Oye, mañana hay que levantarse temprano para ir a trabajar,

le dije una vez a un rival que golpeó criminalmente a uno de

mis compañeros, creo que al Toto, una fiera por derecha, que

había que matar para que dejara de marcar.

- Yo también tengo que ir a trabajar mañana, fue la respuesta

que conseguí.

Estoy seguro que las patadas más espectaculares de mi vida las

veré ahí. En ese suelo pasarse a un rival y salir con balón

dominado era una ecuación que pocos podían resolver, porque

a punta de chuletas o codazos eras bajado.

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También hubo amenazas de muerte y agresiones a árbitros. Es

cierto, muchos lo hacían pésimo, pero me daba pena la falta de

respeto hacia adultos mayores que por unos pesos cumplían

una tarea ingrata, que nadie en su sano juicio querría hacer en

esas circunstancias. Hubo una fecha completa suspendida

porque la liga ya no encontraba jueces que desearan exponerse

a impartir justicia en La Montura.

Otra anécdota que jamás olvidaré fue el día en que nuestro

único balón salió del recinto y corrí a buscarlo. Había tres

mujeres sentadas a la sombra de un árbol, frente a un grifo

abierto en que jugaban cuatro mocosos. El calor era

insobornable y la pelota no estaba. Me negaron haberla visto

volar por su lado. Tuve que rogar como tres minutos para que

una cabra chica aceptara ir a buscarla a su casa, ubicada a una

cuadra del sitio en que había caído. La trajo chuteando, pero

cuando llegó a mi lado la lanzó lejos. Humillado y agradecido,

corrí tras ella, la tomé y volví a la cancha para que

reanudáramos el juego.

Otro hecho inaceptable en ese campo era la delación. Acusar a

un rival de alguna agresión que pasaba desapercibida por el

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árbitro era arriesgarse a las penas del infierno, porque las

amenazas estaban a flor de boca.

- Esta huevá es de hombres, maricón, se oía regularmente en

ese yermo.

La tierra tiene además ahí una fluctuación muy grande. Se

puede jugar en un lodazal o en la superficie más mata-rodillas

posible. Ahí controlar un balón era una proeza, porque o iba

saltando sobre piedras o se metía entre medio de las champas

de pasto que crecían libres y rebeldes, entre las que, además, se

escondía también la caca de los perros que se movían

plenipotenciarios por el lugar. Caer ahí era sinónimo de

quedar herido o cagado. Yo prefería siempre lo primero, pero

un par de veces me pasó lo segundo.

Jugar en La Montura era siempre una aventura impredecible.

Ahí podía ganarte el equipo más malo, podías vencer al mejor

y también podías caer víctima de una bala loca o interponerte

en la trayectoria entre una persona y una cuchilla.

De lo primero tuvimos un vaticinio. Nos alistábamos para

entrar a la cancha 3 cuando unos sonidos extraños emanaron

desde el oriente.

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- Son balazos, dije.

- No, están martillando en un techo, me respondió confiado el

Tata, un cabro del barrio que, imaginé, sabía de esos

menesteres.

Estaba por terminar el primer tiempo cuando los martillazos se

repitieron. Fueron justo en el momento en que recibí un pase y

alargué para que el Nicko enfrentara al arquero. De pronto, un

tipo de rojo y jockey cruzó la cancha raudo, mientras otro

detrás percutaba al aire y le gritaba:

- ¡Sé donde vive tu papá y lo voy a hacer cagar!

A esa altura íbamos empatando, así que algunos del Santa Fe

nos abalanzamos sobre el árbitro y le rogamos que no

suspendiera el partido, que no era necesario, que terminara

mejor la primera fracción y así daba tiempo para que llegaran

los pacos y resguardaran el lugar. Nos hizo caso y al cabo de

unos 15 a 20 minutos ya estábamos jugando de nuevo un

partido que en cualquier otro lado habría sido suspendido.

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Lo del acuchillado fue mucho menos vívido, porque nos

íbamos al descanso cuando vimos que un calvo barrigón que

estaba a un costado del arco norte de la cancha 1 se

desplomaba ensangrentado. Quien lo atacó corría en dirección

contraria. Al lugar entró rauda una camioneta y se llevó al

herido a la posta.

- Esa pelea fue por líos de afuera, nos contó hace poco Camilo,

que conocía a la víctima. Coincidentemente, el tipo a quien

defendió en su honorabilidad le propinó una patada horrible

en el último partido de la liga.

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Gente Linda

Eso fue el Santa Fe en mi vida. Jamás olvidaré los arribos

gélidos, en que el Tata y el Nicko eran los primeros en llegar y

trataban de calentar las mañanas con un ¿cigarrito?, antes de

empezar a chutear al arco o tirar centros por cerca de una

hora, a la espera de los rivales, el árbitro o el DT, que nos

exigía llegar a las 9.15 y él aparecía cerca de las 10.00, siempre

culpando a alguien de su retraso.

Las charlas técnicas estaban recargadas de tono épico, de gesta

y tensión. Cuando Gabriel hablaba, todos callaban, lo miraban

a los ojos y movían la cabeza, como si ese movimiento fuera

una garantía de que sus órdenes se cumplirían al pie de la letra

en la cancha. Muchas veces eso no pasaba y el profe se

indignaba.

Las arengas, algo que siempre encontré ridículo porque me

parecían un robo de las malas películas de deportes gringos,

acá cobraron sentido. Eran como una inspiración para salir

como guerreros a ganarle al rival y a la vida en los minutos

venideros… bueno, excepto la vez en que la hizo Mauri, el más

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grande del equipo pero, a la vez, tan intimidante como un oso

de peluche.

Partió excusándose con que tenía dificultades para expresarse y

remató como pudo:

- Cabros, hagan lo que ustedes saben, nos pidió. Menos mal

que nadie se lo tomó literal, porque de ser así yo esa mañana

habría terminado redactando alguna noticia.

En esa cancha viví siempre mucho y a concho, pero

difícilmente aprenderé más sobre la fidelidad que con el Tata y

el Guaje, dos relegados sempiternos a la banca, que con más o

menos rebeldía ante la decisión técnica estaban siempre

dispuestos a dar un abrazo y una palabra de apoyo al

compañero cuando las fuerzas flaqueaban o el rival se

engrandecía o lográbamos una victoria dura. Como el fútbol es

bello, ambos jugaron el último partido, que ganamos gracias a

un gol de barrida, con el último aliento, del Guaje. Los rivales

nos querían matar. Antes habían amenazado a un niño de 9

años, el Dylan, que esa mañana grababa nuestras jugadas, así

que tuvo que guardar la cámara y el gol no quedó registrado en

la memoria del equipo, pero de seguro está registrado en el

alma de todos quienes gritamos ese tanto con el alma. Así,

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gracias a Guaje, el más pequeño de todos, el Santa Fe terminó

el año a lo grande. Ahora, como buen vejete, ya me puedo ir a

mi sarcófago a descansar feliz y en paz.

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El Uno a Uno

Manque

Esta parte del relato comienza

con Manque, Rodrigo, un

arquero que tenía hambre de

fútbol… y parece que también

de completos y anticuchos.

Blanco como pantruca, alto,

grueso y de manos grandes,

destacó por su sobriedad en el

arco, pero por sobre todo por

su humildad, que se graficaba en aceptar sin chistar consejos

tales como: no te apures en sacar con el pie, da cuatro pasos y

pégale abajo al balón, usa el área, sale jugando por las bandas y

no la revientes. Tuvo tapadas maravillosas, como una reacción

de un segundo ante Esfuerzo que nos salvó de empatar un

partido que merecíamos ganar, pero sufrió con las

descolocadas que le hacían -en su afán de despejar- el Leo

Riquelme (que le marcó un gol y le causó un penal en contra) y

el Pablo Labraña.

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La zaga

Juan

Como defensor central, Juan

impresionó tanto por su silencio

como por la fiereza en la marca.

De contextura mediana, calvo y

de barba, era tan callado como

rudo cuando debía serlo. Y

otorgaba siempre una salida clara.

Los balones altos y con botes a

veces lo complicaron, pero entre

los del fondo era quien tenía la mayor sapiencia para alejarlos

lo más posible de su arco cuando la situación lo requería.

Como buen exponente del campo chileno, Juan fue un patrón,

pero no destiñó cuando le tocó salir de su feudo a cubrir otras

posiciones.

Mauri

El Mauricio compartió zaga en

parte importante del torneo. Es

un hombre que nació sin pierna

izquierda, que teme a usar al

igual que su metro ochenta y

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tantos y que tenía aversión por lanzar la pelota para afuera,

como enseñaron los uruguayos. Hasta en los peores momentos

tenía una sonrisa hacia sus compañeros y era muy veloz en los

cruces. Jugó más la primera rueda que la segunda y tuvo

momentos de alto rendimiento cuando se enfrentó a Esfuerzo

y Luis Martínez, dos partidos muy bravos.

Papo

Por izquierda estuvo siempre e

Papo, un cabro chico que jugó

en adulta con permiso de sus

papás y que parece que tiene

grandes dificultades para

desplazarse en micro, según

cuenta el mito que han echado

a correr sus propios familiares.

Apenas supera el metro 60,

pero las corrió todas y ganó todos los duelos por alto, porque

brincando parecía un saltamontes. Además, mostró un gran

manejo del tiempo y espacio, es moreno, algo chascón y su

cara es como la de Mampato… aunque su corazón se asimila

más bien al de Ogú. Pablo fue seguramente el más obediente

de toda la zaga. Su misión era taponear su lado y siempre lo

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logró. ¡Ah! Y no se recuerda que haya cruzado alguna vez la

mitad de la cancha, salvo por el penúltimo partido con Atlético

Sur, en que se pasó a todos y falló en la definición.

Chino

Por el otro lado casi

siempre brilló Esteban

González, el Chino. Casi,

porque en la recta final del

campeonato irresponsa-

blemente envistió con sus

piernas a un vehículo

cuando esperaba micro.

Con muletas y en reposo,

su ausencia fue difícil de

suplir, porque el Chino era un panzer defendiendo y daba una

salida clara, rápida y punzante cuando de atacar por su lado se

trataba. Este alero fue garantía de seguridad para el equipo,

aunque algunas veces se le soltó la cadena y guapeó más de la

cuenta a los rivales, ofreció soluciones en todos los puestos que

fue requerido.

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Gonzalo

En el fondo también

estaba Gonzalo, un

ingeniero que capi-

taneó durante gran

parte del año, pero

que por razones

laborales se marginó

por varias fechas.

Cuando regresó, el

grupo recuperó la su

locuacidad y capacidad de salir jugando a lo Elías Figueroa,

dribleando rivales, poniendo nerviosos a sus compañeros y

disfrutó con su choreza especial para agrandarse en las

situaciones más complejas, como en los partidos finales. Sin él,

probablemente las cosas habrían sido aún más difíciles. En el

lance final, puso hasta un ojo al servicio del equipo.

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Los volantes

Marco

Ya en el mediocampo, todo comenzaba con Marco. Es el

padrino de la Isidora, la niña cábala que siempre abrazaba una

figura de Cómo Entrenar a tu Dragón en La Montura y que

creía que el Santa Fe ganaba siempre. Si eso ocurría, era

porque justamente estaba su tío en cancha. Este barbudo fue

un león incansable que mordió a todos quienes intentaron

pasar por su lado, hasta a los más rudos, los más habladores,

los más corredores. Es que a Marquito había que matarlo para

agotarlo. Cuando no estaba, todos teníamos que trajinar más.

El DT dice que llegó al club canchereando como 10. Difícil de

creer en alguien que hizo de su sacrificio un sello en beneficio

del conjunto. Un crack.

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Jano

Como volante por derecha el

Jano se ganó la pulseada. Se

cuenta a modo de mito que el

Peláo llegó de lateral derecho,

fue transformado en

centrodelantero en otra época y

el perspicaz de Gabriel Labraña

notó que su mayor aporte podía

estar en el bloqueo y la salida sencilla. Sí, porque si algo

caracterizó la campaña de este ciclista fue su permanente juego

atinado, ductilidad y broma fácil. Pilar del grupo en momentos

difíciles. Eso sí, su marcada tendencia a abrir el balón privó al

18 de varios balones, je.

Fonchi

Por izquierda estuvo casi

siempre el Fonchi, quien

terminó convertido en el capitán

del equipo. Jugador de buen

porte, zurdo a rajatabla, de

rápida salida y con tendencia a

lanzar el balón cruzado, se

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animó mucho menos de lo que debía a llegar al arco rival,

dadas sus buenas condiciones para el puesto. De ceño

fruncido, él fue quien dentro de la cancha llamaba al orden

cuando debía. Si se decide a atacar todos los balones, será

buenísimo. Difícil de olvidar será su arenga final, basada en el

FIFA 2015 y en la cohesión y espíritu de lucha que tenía el

Santa Fe virtual que creó en el juego. Aseguró que en ese

mundo lúdico estos factores llegaban al 100%... tal como en la

vida real.

Tata

En el mediocampo también

estaba el Tata. Era de los

primeros en llegar, pese a

que sabía que en general no

era del once titular.

Chuteaba con rabia en el

calentamiento, se paraba al

borde de la cancha durante

los partidos, los vivía

intensamente, daba instruc-

ciones y aliento, pero también se enojaba y rebelaba ante la

decisión técnica que lo marginaba. Dos veces avisó su

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despedida. En una hasta se fue del grupo de Whatsapp. O lo

hizo después de negarse a ir a buscar un balón que pasó por su

lado cuando él caminaba con el bolso a cuestas. Y el plantel se

resintió con los partidos en que no fue a La Montura, porque

ahí en las mañanas los domingos eran familiares y el Tata era

una pieza muy importante para todo el grupo. Verlo llegar con

su hija siempre fue un agrado, al igual que mirar la manera en

que se entregaba hasta el final en cada pelota toda vez que

pudo ingresar al partido.

Leo

(Esto lo escribió Gabriel

Labraña).

Párrafo aparte para Leonardo, o

el 18. Convencido por Gabriel y

motivado por su tremendo amor

a la pelota y la tierra, este oriundo

de Machalí no escatimó

esfuerzos, se la jugó por asistir a

la cancha pese a los turnos y los

problemas que vestir la celeste le podía acarrear en su

matrimonio. De visión clara para manejar partidos, dar

circulación a la pelota, meter pases de gol y buenos remates

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desde fuera, entró de inmediato en el grupo, que al primer día

ya le hacía la típica broma que acompaña su nombre: "Ojalá

nunca te pille el Leo", dijo Jano en el primer amistoso de

Riquelme jugado en el Estadio Atacama de San Miguel. Su

elegante fútbol fue clave en un equipo que siempre tuvo en él

al creativo que todo cuadro que busca protagonizar exige:

calidad con la pelota, pero un tremendo corazón cuando esta

escasea.

Nacho

Para cerrar la zona de volantes estaba

Ignacio San Juan. Nacho parecía

dormir con lentes oscuros. Sólo se

los quitaba para jugar. Su cuidado

look no desentonaba en la cancha.

Casi nunca perdía la compostura…

casi, porque cuando la misión era

defender y tocar, él insistía en

conducir y habilitar al compañero

más lejano. Claro que cuando notaba

su error corría hacia atrás ofreciendo disculpas y correteaba

hasta lograr recuperar la pelota para empezar de nuevo. De

contención o por el costado, el campeonato le quedó debiendo

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un gol, pues estuvo cerca de batir a dos de los mejores porteros

del torneo: Rana con un cabezazo y Buda con un tiro

esquinado que solo Dios sabe por qué no entró.

La ofensiva

En el ataque las funciones eran bien claras. Gabriel pocas veces

varió su línea de tres delanteros, dos de ellos pegados a la

banda y uno por el centro.

Toto

Por derecha brilló Toto,

un taladro adentro y fuera

de la cancha. Sus historias

amorosas son casi tan

buenas y sufridas como

sus desbordes y atosigante

marcación. Este fornido

atacante podía tener

jornadas malas, pero por

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hostigamiento al rival jamás se quedó. De su cuerpo salieron

goles claves para el título. Y se alude al cuerpo y no a los pies

porque tuvo dos memorables: uno con el poto y otro con la

cara, lo que demuestra su valentía, espíritu de sacrificio y

enorme corazón de este buen mozo que tiene tanto pelo en el

cuerpo como un osito de peluche.

Pato

Por el medio corrió el gruñón del Pato. Sureño, alto, parecía

que siempre estaba enojado o que tenía una instrucción que

repartirle al resto. En realidad eran las dos cosas, pero eso fue

determinante para inculcar en cancha la disciplina táctica,

marca ofensiva y manejo de los tiempos del partido. ¡Cómo

olvidar el inicio del campeonato! Antes del partido separó a los

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delanteros y al volante ofensivo del resto del grupo y los tuvo

un par de minutos simulando el movimiento de flecha que

quería inculcar en la marca. Es que este osornino es un

goleador venido del básquetbol, pero que debe gozar más con

lo bien que juega al fútbol.

Nicko

Por la izquierda corría el

seguramente más talentoso

del grupo. Nicolás

Labraña es un cabro chico

chistoso, molestoso,

amurrado a veces,

desconfiado al principio,

afectivo al final, bueno pa’

la pelota, rápido, de

gambeta fácil y gran

ejecutante de tiros libres

desde todas las zonas de la cancha. En justicia, era lo correcto

que él los chuteara, porque gran parte de las faltas las sufrió su

cuerpo. Se le molestaba con que era demasiado amigo del

balón, pero como dijo el DT en el último partido, eso terminó

convertido en una caricatura, porque de sus pases nació gran

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parte de los goles de este campeonato. Sin él, el Santa Fe no

habría sido campeón. Eso se firma… pero se borra de

inmediato.

Camilo

Una larga lesión privó durante

parte importante del torneo al

otro talentoso del plantel.

Camilo es muy buen futbolista y

lo sabe, lo que a veces terminó

por perjudicarlo porque creía

demasiado en sus capacidades

para resolver las situaciones y

pecó en ocasiones de individualista. Su zurda es de prodigio y

los defensas nunca saben si con él hay que lanzarse o esperarlo,

porque puede gambetear por los dos perfiles. Sin embargo, su

carácter también le jugó malas pasadas y estuvo un par de

fechas fuera por una agresión, justo en la etapa en que el

equipo más lo necesitaba. Para suerte del Santa Fe, reapareció

y marcó uno de los goles clave de la campaña, un cabezazo

contra Esfuerzo cuando parecía que el partido se acababa con

un mezquino 1 a 1. Y para cerrar su gran campaña, cómo no

mencionar la gran jugada del gol del último partido, ante

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Palestino, cuando enfrentó al arquero solo y pateó hacia

adelante. Él asegura que dio un pase, aunque hay varios que

hasta hoy dudan, jeje.

Guaje

Y quien anotó ese gol fue el

símbolo de la campaña: Agustín.

El Guaje con suerte se empina

por sobre el metro 50, pero tiene

el corazón y espíritu de

compañerismo de un gigante.

Siempre estaba en desventaja

física con todos los rivales, pero

eso no lo amilanaba. Casi nunca

arrancó de titular y en muchos

partidos ni siquiera pisó el rectángulo, pero eso tampoco lo

desanimó. O quizás sí, su silencio puede que haya impedido

saber lo que pensaba o sentía. Pero cuando tuvo la

oportunidad, jamás dejó de correr. Así lo hizo al cierre de la

campaña, cuando marcó hasta sacar de quicio al jugador más

alto de la cancha, un central del estilo Taucare que entró con

ganas de agarrarse a patadas o insultos con quien fuera, sin

importar si era compañero o rival. En ese segundo tiempo ante

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Palestino, Guaje no le dio nunca paz y tuvo la confianza

suficiente como para acompañar la pelota enviada por Camilo.

Cuando se iba de la cancha, este pequeño centrodelantero

desafió el buen juicio y se barrió en una cancha llena de

piedras y marcó el gol que cerró este hermoso ciclo. Una

medalla acompaña su muslo desde entonces. Gracias, Guaje,

por tan bello ejemplo.

Dilan

Todos los equipos tienen una

mascota. Un día apareció el Dilan,

primo de Jano y no se fue más.

Cuando le daban permiso, este

pequeño que sueña con vestir la

celeste, apareció por la cancha para

hacer veces de ayudante de Gabriel,

camarógrafo y barra brava. Se

aprendió los nombres al primer

partido y siempre fue un amuleto en La Montura.

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Gabriel

Y para cerrar, el gestor de todo. El

Deportivo Santa Fe sería un equipo como

cualquier otro si no fuera por Gabriel

Labraña. El halago no es fortuito. Gabo

destinó más tiempo que nadie a pavimentar

este sueño. Apenas comenzaba la semana

se ponía a planificar el partido que venía.

No paraba de simular el encuentro del fin

de semana entrante con sus colaboradores

más cercanos ni dejaba de enviar mensajes

grupales o personales con ideas, peticiones

o análisis sobre lo que podría venir. O

textos que, creía, podían servir de

inspiración. Le daba lo mismo la hora. Y

cuando la pelota rodaba no paraba a dar

instrucciones, arengar, reclamar, putear ni

ordenar a lo que estaban tanto dentro como

fuera de la cancha, que invadía cuando le daba la gana. Su estilo

sacó de quicio a muchos rivales, entre los cuales varios lo odiaban.

Lo llamaban “Loco” como un insulto. Ingenuos, no sabían que

eso era un halago, porque aludía a su mentor y porque Gabriel es

un LOCO LINDO. Sí, con mayúsculas.