leonel miranda - espiritualidad de la liturgia de las horas

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Escrito sobre la espiritualidad de la Liturgia de las Horas.

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Page 1: Leonel Miranda - Espiritualidad de La Liturgia de Las Horas

Colaboración de la Vicaría Episcopal de LiturgiaI. DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

P. Leonel Miranda Miranda

Una reflexión vivencial de la Liturgia de las Horas que ilumine e interprete, o reinterprete, nuestra espiritualidad sacerdotal tiene su punto de partida en la oración misma de Jesús. Pero reconoce también su punto de origen en la oración comunitaria de la Iglesia primitiva, dirigida por aquellos discípulos a los que Cristo enseñó a orar.

Con respecto al primer aspecto, sin poder detenernos, el Nuevo Testamento subraya tres ideas fundamentales: la primera es _que «Jesús nació en un pueblo que sabía orar». El mundo judío de oración en el que nació y vivió Jesús permite contemplar «la alabanza a Dios resonando en el corazón de Cristo con palabras humanas de adoración, propiciación e intercesión» (OGLH 3). Un segundo elemento que se constata es que Jesús era un hombre de oración: «Cuando vino para comunicar a los hombres la vida de Dios, el Verbo que procede del Padre como esplendor de su gloria, “el Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terreno aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales” »(OGLH 3; +SC 83).

En la misma oración de Cristo Sacerdote hallaremos, pues, la clave más profunda de la Liturgia de las Horas. La oración de Cristo l° introducen en la tierra y en la historia humana el indecible diálogo de amor trinitario que se produce en el cielo y en la eternidad; 2° asume la palabra humana y los gestos sociales como medio apto para la comunicación con Dios; 3° y establece la mediación única por la que la alabanza y la súplica del hombre llega derechamente al corazón de Dios. De la oración misma de Cristo viene, por tanto, toda la grandeza y eficacia de la oración de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Un recorrido resumido sobre la oración de Jesús no lo ofrece el mismo OGLH 4 . (ordo general de la liturgia de las horas).

Finalmente el tercer elemento es que Jesús se presentó como un Maestro que enseñó a orar a sus discípulos no sólamente con su testimonio personal, sino también con enseñanzas explícitas (Cf. Mt 6,5-6; Mc 12,38-40; Mt 15,8 par.; Mt 6,25-32; Lc 12,2230). Mt 6,7-8). (Lc 22,40; 6,28 par., Jn 11,41-42). Junto a la constatación de la oración de Jesús en el NT se constata la institución de la oración por parte de Jesús. Con frecuencia hemos oído hablar de la «institución» de los sacramentos por Jesús, en particular la Eucaristía. Pues bien, Jesús instituyó también la oración característica de sus discípulos, la oración de los hijos de Dios. De ahí que la oración litúrgica de la Iglesia es siempre «en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre» (SC 84). De una manera extraordinaria lo ha sintetizado San Agustín:

No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darles por cabeza a su Verbo, uniéndolos a él como miembros suyos, de forma que él es al mismo tiempo Dios uno con el Padre y hombre con el hombre. Y así... nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, ora en nosotros, y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, y es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces, y reconozcamos también su voz en nosotros» (Enarrat. in psa1m. 85,1: OGLH 7).

El cumplimiento del deseo del Señor estará determinado por el tiempo y el espacio: siendo precisamente la configuración de la estructura de la Liturgia de las Horas una manifestación de este deseo de la Iglesia de hacer cumplir el mandato del Señor.

1. Los primeros testimonios (ss. I-III)

Los documentos históricos de los primeros siglos cristianos ofrecen muy poca información sobre el Oficio Divino.

Conocernos la indicación de la Didajé VIII, 3 alusiva al rezo del Padrenuestro tres veces al día. Plinio el Joven, en una carta a Trajano (a. 112), habla de la reunión matinal que los cristianos celebran para cantar a Cristo como a un dios. San Clemente Romano (+c. 100) hace referencia a los tiempos y las horas establecidos para hacer lo que mandó el Señor: las oblaciones y los oficios sagrados (Ad Cor 40,1).

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En todo caso, sabemos que los primeros cristianos, a ciertas horas de la jornada, se reunían a orar, o se dedicaban a la oración en privado. Ya en los comienzos del siglo III hallamos noticias más concretas.

a ) Clemente de (+215).-Este autor es el primero en mencionar, junto a un oficio matutino, que parece comunitario, unas Horas de oración privada, tercia, sexta y nona, que equivalen a nuestras 9, 12 y 15 horas (tres Horas, separadas una de otra por tres horas). Y al sugerir el por qué de estos momentos, parece pensar más en la Epifanía del Señor -su manifestación- que en la Resurrección.

Puesto que el oriente significa el nacimiento del sol y allí comienza la luz que brota de las tinieblas, imagen de la ignorancia, el día representa el conocimiento de la verdad. Por eso, al salir el sol, se tienen las preces matinales... Algunos también dedican a la plegaria unas horas fijas determinadas, como tercia, sexta y nona, de forma que el gnóstico (=iniciado) puede orar durante toda su vida, en coloquio con Dios por medio de la plegaria. Ellos saben que esta triple división de las horas, que siempre son santificadas por la oración, recuerda a la Santa Trinidad» (Stromm 7,7).

b ) Tertuliano (+220).-Su valioso testimonio relaciona por primera vez las horas de tercia, sexta y nona con episodios de la Sagrada Escritura. Menciona la vigilia, y se refiere a las oraciones del comienzo del día y de la noche como a horas legitimae, es decir, establecidas, instituidas en la comunidad eclesial.

Respecto del tiempo, no has de considerar inútil la observancia de algunas horas más, a las que llamo comunes, que señalan los momentos en que se reparte el día: la tercia, la sexta y la nona, que en la Sagrada Escritura hallas destacadas con mayor solemnidad. En la hora de tercia fue infundido por primera vez el Espíritu Santo a los Apóstoles cuando estaban reunidos [Hch 2,15]. A la hora de sexta subió Pedro al terrado para orar el día que experimentó la visión de la universalidad de la comunidad en aquel lienzo [10,9]. A la hora de nona el mismo Pedro subía con Juan al templo cuando curó al paralítico [3,1]. De suyo no existe precepto alguno que mande observar estas horas; sin embargo, es bueno pensar que en la recomendación de orar se presupone una cierta urgencia, y que, como si fuera una ley, nos apartemos de los negocios y nos dediquemos de cuando en cuando a orar. Lo mismo hacía Daniel, según leemos [Dan 6.10], observando las normas de Israel; lo mismo debemos hacer nosotros, servidores del Dios Trino, a quien debemos adorar por lo menos tres veces al día: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Exceptuamos naturalmente las oraciones mandadas por la ley (legitimae) que, por encima de cualquier recomendación, debemos observar: al salir el sol y al caer la tarde» (De oratione 25). Por otra parte, «¿quién se habría de apartar en las celebraciones nocturnas, cuando las hay?» (De uxorem 2,4).

e) San Hipólito de Roma (+235).-En su preciosa obra, la Traditio Apostólica, este presbítero romano, amigo de la tradición de la Iglesia, recopila las principales normas o costumbres, para que los obispos, especialmente, las conozcan y fomenten. Leyendo los capítulos 25, 35 y 41, se ve que el autor conoce, como Tertuliano, seis Horas de oración: matutina, tercia, sexta, nona, vespertina y vigilar. Y es muy significativo el modo como entiende el significado de cada una en clave cristológica. El rezo de las Horas es un modo de unirse a la oración de Cristo, haciendo la memoria de su pasión y de su resurrección. Las Horas litúrgicas quedan así unidas profundamente ente al sacrificio eucarístico.

«Si te encuentras en casa, haz oración al llegar la hora tercia, y bendice al Señor. Si estás en otro lugar, ora en tu corazón en este momento a Dios, pues en esta hora fue contemplado Cristo clavado en el madero [Mc 15,25]... Ora igualmente al llegar la hora sexta. Cuando Cristo fue clavado en la cruz, el día se dividió en dos y sobrevinieron grandes tinieblas. Hay que orar en esta hora con oración intensa, imitando su voz [la de Jesús] que oraba, mientras la creación se ensombrecía a causa de la incredulidad de los judíos [Mt 27,45; Mc 15,33; Lc 23,44-45]... Hay que hacer también una gran plegaria y una gran bendición en la hora nona, para imitarla forma como el alma de los justos alaba a Dios. En esta hora, del costado abierto de Cristo brotó agua y sangre, iluminándose el día hasta las vísperas [Jn 19,33-37] (Trad. Ap. 41). De este modo, «todos vosotros que sois fieles, haciendo esto y acordándoos de ello, instruyéndoos mutuamente y dando buen ejemplo a los catecúmenos, no podréis ser tentados y no os perderéis, pues constantemente os acordáis de Cristo» (ib. 35).

c ) San Cipriano (+258).-Este gran Padre africano explica también la significación de las Horas aludiendo al ejemplo de los Apóstoles y a las horas de la pasión de Jesús. Refiriéndose a las horas de tercia, sexta y nona, considera que «la Trinidad es enumerada de forma perfecta por las tres ternas. Estos

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espacios de horas determinados por los adoradores de Dios espiritualmente, revelaban la invitación a la oración en tiempos establecidos y determinados (statutis et legitimis temporibus)» (De oratione dominica 34). En cuanto a las Horas matutina y vespertina, san Cipriano las relaciona explícitamente con la resurrección del Señor y con la imagen de Cristo, sol sin ocaso:

Por la mañana se debe orar, para celebrar con la plegaria la resurrección del Señor... Al ponerse el sol y terminar el día, de nuevo es necesario orar. Puesto que Cristo es el sol indeclinable y el día verdadero, al faltarnos la luz y el día naturales, oramos y pedimos que de nuevo la luz venga sobre nosotros. En realidad, pedimos que venga Cristo, portador de la luz eterna» (ib.).

Estos nos dan una idea bastante exacta de cómo la Iglesia primitiva vivió espiritualmente y entendió teológicamente el sentido de las Horas litúrgicas.

2. La riqueza espiritual de la recitación de los Salmos de los ss. IV-V.

Cesadas las persecuciones con el emperador Constantino, la Iglesia inicia una época nueva, en la que se organizan mejor las circunscripciones eclesiásticas, se desarrolla la catequesis, se celebran Concilios de gran importancia, y bajo la responsabilidad de los obispos se perfecciona notablemente la vida litúrgica. En estos siglos es cuando el Oficio Divino irá cobrando la madurez de su estructura propia. Son los años del monacato naciente, y por eso van a configurarse en la ordenación de la plegaria comunitaria por un lado el modo eclesial -catedral y parroquial-, y por otro lado el modo monástico, aunque finalmente el influjo de éste será decisivo.

En la formación del Oficio divino fue decisiva la valoración de los Salmos. San Ambrosio, San Agustín y San Hilario de Potiers dieron un gran impulso a la recitación y de los Salmos por parte de la comunidad.

Quisiera detenerme brevemente en el aporte que san Agustín dio a la Iglesia sobre la importancia de la recitación y meditación de los Salmos.

2.1 Los Salmos despiertan el sentido espiritual

La valoración de la Salmodia obedece, en primer lugar, a una cuestión de experiencia personal. Y en este punto tenemos un acontecimiento que nos cuenta en las Confesiones, al descubrir las impresiones recibidas con el canto de los Salmos, canto introducido por san Ambrosio en la Iglesia de Milán. Dice al respecto Agustín:

No me hartaba en aquellos días de considerar con admirable dulzura la magnificencia de tu plan para salvar al género humano. ¡Cuánto lloré con los himnos y cánticos tuyos, enternecido por las voces de vuestra Iglesia, que canta tan suavemente! Aquellas voces entraban en mis oídos, y tu verdad se derretía en mi corazón, y de allí se encendía el afecto de mi piedad, y fluían las lágrimas y me bañaba de gozo (Conf 9, 6).

Agustín confirma, en este texto que allí donde se cantan los Salmos en la Iglesia se logra un crecimiento en la vida interior. La experiencia en Milán lo marcó tan fuertemente que su vida transcurrió en una continua delectación en la recitación y oración Y meditación de los mismos. Al punto que su primer biógrafo cuenta que cuando Agustín estaba por morir, hizo transcribir los Salmos penitenciales, los cuales pidió que fueran pegados a la pared de modo que, desde su cama pudiera verlos, leerlos y así llorar ininterrumpidamente 1 ( POSIDIO, Vida de Agustín 31, 2.).

Al contacto con los salmos, Agustín se despertó a una vida ardiente, despegada de cualquier absolutización de lo terreno y anhelante de Dios. Esta experiencia de san Agustín era compartida también por San Juan Crisóstomo, quien en el comentario al Salmo 4 1 decía:

Nada eleva igualmente y en cierto modo aligera nuestra alma, liberándola de la tierra y desatándola de los lazos corporales, como el canto modulado y compuesto con armonía. Nuestra naturaleza de tal modo se deleita con la música y la poseía, que hasta los niños de pecho, cuando lloran o tienen algún sufrimiento, se alivian y duermen con ese alivio2 (ExPLIC. IN PSALM. 4 1, 1 PG 65, 156.).

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Para poder percibir estos frutos, Agustín nos aconseja que nos acomodemos al espíritu y a la letra:

Si el Salmo ora, oren ustedes; y, si gi Si el salmo ora, oren ustedes y si gime, giman; si se congratulan, tomen parte en su alegría; si espera, tengan también ustedes esperanza; si teme, participen en su temor. Pues todas las cosas que aquí están escritas, son un espejo para ustedes (Enarración al Salmo 30, 2, l).

2.2 La voz de Cristo en los Salmos

Sin embargo lo que da a los Salmos un sentido pleno, de gozo y curación es que en ellos resuena la voz de Cristo. La Iglesia interpretando Lc 24, 47: “Es necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”, hizo de Cristo el principio de armonía de ambos Testamentos. Ambrosio de Milán en el comentario al Salmo 33 decía:

En ambos Testamentos bebe a Cristo. Bebe a Cristo, que es la fuente de la vida. Bebe a Cristo, que es la corriente, cuyo ímpetu alegra la ciudad de Dios. Bebe a Cristo, pues es la paz. Bebe a Cristo, porque de su Cuerpo fluyen fuentes de agua viva (Ambrosio Enarración al Salmo 33: PL 14, 983s).

El sabor de los Salmos es ahora sabor a Cristo. En las voces de los Salmos, cuando cantan o gimen, o cuando se alegran en la esperanza, o cuando suspiran por algo que les acontece, oían los Padres de la Iglesia, las voces de Cristo, que querían fuesen muy familiares a sus fieles.

Sin embargo, este Cristo era entendido por Agustín de Hiposa como el Cristo total (Christus totus); y, así aunque al parecer es un hombre único el que habla a Dios, asume en sí el papel de un legado humano, que presenta a Dios la ofrenda de sus alabanzas y plegarias:

Son muchos miembros, reunidos bajo una sola cabeza, que es el mismo Salvador, y están enlazados por el vínculo de la caridad y de la paz; son, pues, un solo hombre, como ustedes lo saben por haberlo oído muchas veces. Y su voz como de un solo hombre resuena frecuentemente en los Salmos, y clama uno, como figurando a todos, porque todo son uno en uno (Agustín, Enarración a los Salmos 59, 1: PL 36, 866).

El anterior principio que formula Agustín sobre el Cristo total (Christus totus) permite afirmar que cada vez que proclamamos, escuchamos o cantamos un Salmo «apenas se oyen en los Salmos otras voces que las de Cristo o las de la Iglesia que en parte somos nosotros. Y así cuando oímos nuestras voces, hemos de reconocerlas no sin afecto; y tanto más nos deleitamos en ellas, cuanto más nos vemos allí» (Enarración a los Salmos 59, 1: PL 36, 713). En consecuencia, se requiere una gran sensibilidad para poder escuchar la voz del enfermo o del que ha sanado, que conocemos con rostro personal; o quizá de quien quiere agradecer a Dios por la vida o por la muerte; de quien vive en la prosperidad o de quien no tuvimos la posibilidad de tenderle la manos. En fin, en los Salmos Agustín quiere reconocer al hombre: al Dios hecho hombre y al hombre que se diviniza (Enarración a los Salmos 49).

Sin embargo, los Padres de la Iglesia no sólo encontraron en los Salmos una identidad entre la voz de Cristo y la voz de los cristianos; sino también descubrían al Mesías, portador de salvación que se interioriza en los sentimientos de los salmistas, que sufren, que lloran, que gritan, sin que la desesperación los arroje en el abismo de mayor delito. Por eso san Agustín ha dado un gran realce a la presencia del Mediador, que es Cristo, en los cánticos y alabanzas de Israel. En otras palabras, Cristo se ha hecho manjar suave y nutricio de tantas almas sedientas de redención y pureza.

De esta manera, en los Salmos aparece el Mediador en una experiencia constante de ayuda y salvación de comprensión y sanación; de solidaridad y elevación. La perfecta mediación de Cristo que descubrimos en los Salmos tiene su razón de ser en el misterio mismo de Cristo, el Dios que ha hecho suya la condición humana. En este sentido es célebre una comparación e identificación de la Persona del Mediador con dos instrumentos del culto hebreo: el salterio y la cítara. Significa el doble talante, divino y humano, del Mediador.

Al exponer las primeras palabras del Salmo 56: Levántate, gloria mía, levántate, salterio y cítara, discurre sobre la diferencia de ambos instrumentos de cuerda, para aplicarla a la persona de Jesús. El salterio tiene su caja de resonancia en la parte superior, la cítara en la inferior. Así en Cristo hay acciones y

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manifestaciones, cuya intensidad, resonancia y fuerza vienen de arriba, de la divina omnipotencia; pero hay también acciones que resuenan en la caja de la humanidad. Las dos naturalezas que hay en Cristo son a modo de cajas resonantes, que combinando notas altas y bajas, hacen una música de suavidad incomparable.

Suene el salterio, dice el santo: los ciegos reciban la luz, los sordos el oído, los paralíticos recobren sus movimientos, los cojos anden, los enfermos levántense de sus hechos, resurjan los muertos: tal es la música del salterio. Suene la cítara: Cristo tenga hambre, tenga sed, duerma, sea cogido prisionero, azotado, escarnecido, crucificado, sepultado... Estas dos clases de hechos llenan los Evangelios y se dan a conocer al género humano, porque los milagros y los padecimientos del Señor son el objeto de la predicación» (Enarración (le los Salmos 56, 16: PL 36, 677).

Lo que hace dulce la Salmodia es precisamente esta condición del Verbo humanado, donde por una parte nos identificamos nosotros y por otra se nos otorga la gracia que viene de Dios:

Difícil cosa es para ti saborear la dulzura de Dios, porque estaba demasiado alto y lejano, y tú estabas muy abajo, yaciendo en lo hondo. En este gran distanciamiento fue enviado el Mediador. Como hombre no podías medirte con Dios; pues Dios se hizo hombre; y pues como hombre podías codearte con un hombre, pero no con Dios, se hizo Mediador entre Dios y el hombre Cristo Jesús (1 Tim. 2, 5)... Dios se hizo hombre, para que siguiendo al hombre, cosa a tu alcance, llegases a Dios, que te era inalcanzable. Tal es el verdadero Mediador: de aquí le viene su dulzura. Pues ¿hay manjar más suave que el Pan de Ángeles? ¿Cómo no ha de ser suave el Señor, cuando el hombre ha comido Pan de Angeles? (77,25). Ángeles y hombres viven del mismo manjar: es la verdad, es la sabiduría, es la virtud de Dios... Para que el hombre comiese el Pan de los Ángeles, el Creador de los Ángeles se hizo hombre. Cantad, pues, salmos a su nombre, porque es suave. Si ustedes saborean lo dulce que es el Señor, cántenle; si les sabe bien lo que gusten, alábenle. Pues ¿quién es tan ingrato, que al buen cocinero, que le ofrece unos platos muy sabrosos, no le de la justa alabanza?

El mismo Agustín relaciona tres cosas vinculadas al Mediador: Testamento nuevo, hombre nuevo, cántico nuevo. De esta manera cantar los Salmos es novedad que la gracia de Cristo trae:

El cántico nuevo es fruto de la gracia del hombre nuevo, del Testamento nuevo. La diferencia entre ambos Testamentos es la que ponen el miedo y el amor. Los hombres antiguos llevaban el salterio, pero no cantaban: para el que canta es un placer, para el que teme, es un peso. No cumplían los mandatos por el gusto de ser santos, por el deleite de la pureza, de la templanza, de la caridad, sino por miedo al castigo; no llegó a cantar el cantar nuevo, hasta conseguir el gusto para ello. Hágase, pues, hombre nuevo, para entonar el canto nuevo (sermón 9, 5 PL 38, 81).

Tal es el cambio profundo realizado por Cristo, en el espíritu humano: le quitó el temor y le dio el amor. Por eso «el que pasa a Cristo, pasa del temor al amor: y comienza ya a poder con el amor lo que no podía con el miedo» (sermón 32, 3 PL 38, 199s). Se podría, ciertamente, ampliar este binomio que nos propone Agustín del amor-temor, a amor-obligación. Lo cierto del caso es que la mediación de Cristo manifestada en la Salmodia revela la libertad y gratuidad de la gracia de Dios que el Salmo comunica.

2.3 La gracia de Cristo y la recitación de los Salmos

Quisiera detenerme todavía un poco más en la relación que nos propone Agustín entre cantar los Salmos y recibir la gracia. Es decir, el canto no es solamente movido por la gracia sino que además nos comunica la gracia. Ya san Ambrosio había formulado maravillosamente esta verdad cuando dice: «Aunque toda la Escritura está respirando la gracia de Dios, pero principalmente es el dulce libro de los salmos (que lo hace)» (Comentario al Salmo 1: PL 14, 922).

2.3.1 Gracia como excitación

La meditación de los Salmos le ayudaron a Agustín a confirmar que el hombre sólo puede levantarse si es Dios quien lo excita o lo despierta. Los filósofos antiguos admitían cierta cualidad divina que elevaba a los hombres sobre las cosas mundanas. San Agustín emplea el verbo excitar, estimular, romper el sueño y la paz, inquietar, desasosegar, abrir los ojos. Con él designa la acción de Dios para adelantarse con su gracia a la salvación del hombre sumido en la somnolencia: "Luego no me levanté yo primero a Ti, sino

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Tú viniste a despertarme'' (Comentario a los Salmos 58, 19 PL 36, 704). Se puede decir que al recitar la Salmodia el hombre experimenta que Dios se nos adelanta en todo: "Para que fuera, para que sintieras, para que oyeras, para que consintieras, se adelantó a ti su misericordia. Se adelantó en todo" (Sermón 175, 5).

Esta gracia es ciertamente inicial, sin embargo, puede decirse que la presencia gratuita y libre de Dios nos excita y mueve continuamente por medio de los Salmos.

2.3.2 Gracia como liberación y sanación

Pero también por medio de ellos, el hombre se reconoce como un liberado gratuitamente por Dios. En la Salmodia se nos descubre el concepto de esclavitud del hombre y de la libertad que Cristo otorga. Se nos confronta no sólo con la esclavitud de la que Dios nos ha librado sino de las diferentes esclavitudes en las que el hombre ha caído o puede caer; pero también se nos pone ante nuestros ojos, la liberación que Dios mismo nos concede. De ahí que Agustín gustaba repetir que: «Nosotros primero debemos reconocer nuestra esclavitud, y luego nuestra liberación» (Comentario al Salmo 64, 1). La gracia trae la liberación de la tiranía del mal en sus múltiples manifestaciones.

El carácter liberador de los Salmos hace reconocer que el hombre debe recurrir permanentemente a Dios para ser sanado. Uno de los efectos del pecado original es la vulneración de la naturaleza humana, la cual, según Agustín, puede herirse a sí misma, enfermarse, pero no puede curarse:

Así como nosotros podemos descargar golpes y herir nuestra carne, pero para curarla acudimos al médico; y así como no está en nuestro poder curarnos, como lo está el herirnos, así el alma se basta para pecar, pero para sanar las lesiones que produce el pecado implora el socorro medicinal de Dios. Por eso dice en otro Salmo (40, 5): Yo dije, Señor, ten piedad de mí, sana mi alma, porque he pecado (sermón 20, 1).

Dios sana, o conduce los afectos del hombre, dilatando el deseo por Él. «Para cada enfermedad, la Escritura ofrece un remedio» (Comentario a los Salmos 36, 1, 3) decía el mismo Agustín en la homilía al Salmo 36. En las Escrituras encuentra, el hombre la medicina para orientar sus afectos sino en toda la vida de la Iglesia. La pasión desordenada del deseo, en Cristo cede a las pasiones orientadas, al deseo por Dios; la pasión del temor se orienta, para que nuestra conversión sea liberadora y a lo único que se le tema es no amar, a Dios, al hombre, a sí mismo; la tristeza será recta cuando es expresión de que el hombre no ha olvidado su destino trascendente y la alegría, que no se debe eliminar, debe ser orientada hacia los gozos verdaderos del Reino.

Dios orienta el deseo del hombre por medio de un amor personal de aquel que siendo Dios ha vivido la experiencia humana. Cristo nos purifica por los medios históricos que nos hacen libres. La oración de los Salmos es uno de ellos. Así como las pasiones desordenadas habían atado al hombre al mundo, así las pasiones orientadas, por la gracia conducen a la libertad (Comentario a los Salmos 83, 10). Realizando la sanación de los afectos, por la conversión, el cristiano se integra en la construcción de la Ciudad de Dios.

De esta manera, se enlaza la libertad y la sanidad: «La voluntad libre es tanto más libre cuanto más sana está y es tanto más sana cuanto más sometida vive y la misericordia y gracia de Dios» (Contr. Jul. 6, 5). Esta liberación y curación tiene dos aspectos: la remisión de los pecados y la infusión de la caridad: «Porque una cosa es el perdón de los pecados, y otra la caridad, que hace libre para obrar el bien. Y de ambos modos nos libera Cristo, porque por el perdón quita la iniquidad y va infundiendo la caridad» (Contra Jul. 1, 84).

2.3.3 Gracia como ayuda y luz

Dios no sólo se adelanta, sino acompaña también las buenas acciones con su ayuda. Es cierto que se adelanta para que sanemos; pero también ayuda al hombre para que consiga un desarrollo en todo lo que realiza personal como comunitariamente; "Él se adelanta para llamarnos, nos compaña para que vivamos siempre con El. Porque sin El nada podemos hacer. Ambas cosas se hallan escritas: Dios mío, tu misericordia se adelantará a mí (Sal 58,11); y también: Su misericordia me seguirá a lo largo de todos las días de mi vida (Sal 22,6)» (De naturaleza y gracia 31. 35). Se puede afirmar que la necesidad de un auxilio particular para que se logre la perseverancia en nuestros proyectos personales o comunitarios es

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un proceso que se realiza de la mano de Dios. De nuevo se constante que la recitación de los Salmos y cánticos permiten completar esta cercanía libre y gratuita de Dios para con cada uno de los hombres, sea para con quien entona un Salmo sea para con quien no puede hacerlo.

Según todo esto, la oración fortalece todo el organismo del hombre, sus facultades físicas., emocionales e intelectuales. Este acompañamiento es como luz, como fuerza interior. Para no vivir a oscuras hay que pedir a Dios el entendimiento y la luz; mejor todavía la luz nos es necesaria para conocer los caminos de la justicia. En términos generales, nada bueno se puede hacer sin la luz de Dios: "Nada bueno puedes obrar sin la luz de Dios y el fervor del Espíritu Santo. Nosotros, por nuestros pecados, somos tinieblas; pero Dios alumbra en nuestra oscuridad" (Comentario al Salmo 91, 8: PL 37, 1175).

Particularmente, la luz de Dios que se comunica en la recitación y meditación de los Salmos nos da la ciencia de tres cosas: la ciencia de la patria, la ciencia de camino y la ciencia de la vida, es decir la ciencia de Cristo, que es nuestra patria, nuestro camino y nuestra vida.

Como se supone nuestra mirada por una espiritualidad de la Salmodia no puede abarcar todos los elementos. Sin embargo, de todo lo dicho sí podríamos decir que la valoración espiritual que tuvieron los Salmos a partir de este siglo deseoso, en las luchas antiarrianas, a confesar la presencia de Cristo, Dios salvador del hombre y de la historia, comenzaron a tener sus repercusiones positivas en la liturgia.

Tan sólo para mencionar algunos lugares privilegiados, donde se cantan y leen los Salmos, diremos que en a) las catedrales se organizan las celebraciones de la mañana y de la tarde, es decir, las laudes y las vísperas. Eran acciones litúrgicas, presididas por el obispo o el presbítero, con asistencia del clero y con la participación de la comunidad local.

b) Las comunidades monásticas, que desde el unido buscaron la perfección evangélica en la dedicación de gran parte de la jornada a la plegaria; establecieron con detalle la distribución y el contenido de las Horas, dando así lugar a Oficios propios. En ellas suele darse una tendencia a ampliar el tiempo del Oficio Divino, aumentando sobre todo el número de los salmos.

El Oficio monástico, junto a las horas legítimas, las laudes y las vísperas, comprendía tercia, sexta y nona, a las que pronto se añadieron prima, completas y también las vigilias, como celebración nocturna cotidiana. La cuidadosa distribución del cursus de los salmos es quizá la aportación más original y variada. El Salterio completo, según los lugares, venía a rezarse en dos semanas, en una semana, o incluso en un día.

San Benito (480-547), en la Regula Monasteriorum, distribuye el Salterio en una semana, e introduce el uso de los himnos, provenientes de la liturgia ambrosiana. Su ordenación del Oficio, con la gran difusión de la Orden Benedictina por toda Europa, y dado que no pocos monjes fueron hechos obispos, influyó notablemente en la configuración del Oficio en las comunidades eclesiales. Este influjo traerá también consigo la obligatoriedad de celebrarlo por clérigos y por corporaciones al modo monástico. Téngase también en cuenta que del mismo Oficio monástico participaban una multitud de cristianos piadosos que, viviendo como verdaderos monjes, residían junto a los monasterios.

No podemos detenernos en toda la historia de la estructuración de la Liturgia de las horas; sin embargo, si existe un elemento muy valioso que recuperar que antes de la reformas del Emperador Carlomagno, la época carolingia, se puede afirmar que el Oficio Divino es la oración de la iglesia local, clero y pueblo; aún no ha nacido la recitación privada, ni se concibe la abreviación de las Horas. Cuando todavía no se ha generalizado la celebración diaria de la eucaristía -aunque en Témporas y Cuaresma, se celebraba los miércoles, viernes y sábados-, las horas del Oficio llenan los días feriales, con modos diversos según las distintas iglesias particulares.

En esta época es cuando en catedrales y monasterios el canto salmódico y la música litúrgica alcanzan altas cimas. Y es también entonces cuando se produce una gran creatividad de elementos no bíblicos del Oficio: antífonas, himnos, responsorios, colectas.

3. La privatización del Oficio (ss. X-XV)

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La celebración completa, diaria y solemne del Oficio, impuesta por la ley, carolingia a todas las iglesias, apenas era posible para el clero dedicado a la cura de almas, y a veces disperso por pueblos y aldeas. Por otra parte, el Oficio romano, originalmente tan sobrio y bello, se fue adornando más y más con la exuberancia de los influjos más de cortes palaciegas, hasta el punto de que su celebración solemne en coro requería siete libros diferentes. Todo esto trajo consigo, desde el siglo X, intentos diversos de reducir la extensión del Oficio, y de limitar la obligación de su celebración solemne y comunitaria.

Poco a poco el Oficio que era celebrado comunitaria y solemnemente en la iglesia; se abre paso a la práctica de sustituir la obligación coral por la recitación privada. Lo que en un principio fue excepción, se convierte en norma. El Oficio Divino va reduciéndose al rezo de monjes y clérigos. Y si todavía el pueblo cristiano asiste al Oficio de catedrales o colegiatas, lo hace ya en silencio y sin entender el latín. Es la época en que nacen las lenguas romances, y se desarrollan más y más las devociones populares extralitúrgicas. Nótese que el rosario (práctica, ¡por favor!, del todo laudable; novenas y oraciones privadas comienzan a abrirse paso hasta ocupar el lugar que tenían los Salmos y cánticos).

3.La Espiritualidad del Vaticano IILa historia del Oficio a traviesa un verdadero via crucis y desde los impulsos de Trenzo y de Pío X sin embargo, todas adolecen de una misma flaqueza: no pretenden devolver al Pueblo de Dios una plegaria que es suya por naturaleza. Corresponde al Concilio Vaticano II impulsar lo que va a ser la gran renovación de la Liturgia de las Horas3 ( Nos limitaremos a recordar algunas fechas importantes de este proceso. 1964, creación del Consilium creado para aplicar las decisiones litúrgicas conciliares. 1967, proyecto de Liturgia de las lloras presentado al I Sinodo de los Obispos. 1969, consulta al Episcopado universal. 1971, Ordenación general de la Liturgia de las horas, Constitución Apostólica Laudis canticum, promulgada por Pablo VI, y edición del primer volumen de las Horas. 1972, edición provisional española, y 1979, edición oficial).

He querido terminar con este aspecto de tipo histórico pues la espiritualidad del rezo de los Salmos no es una cuestión privada. Hemos visto la riqueza que encierra su oración y de esto no se puede privar ningún creyente. Es cierto que nosotros no la aprovechamos como se debe; pero esto es cuestión de revisar otros aspectos. Además, no olvidemos que el Señor mandó a sus discípulos orar siempre, y durante los primeros siglos fue el pueblo cristiano, presidido por sus pastores, el que asumió esta grandiosa misión sacerdotal. Posteriormente el Oficio Divino quedaría relegado al clero y a los monjes. Por eso puede calificarse de histórica la decisión del Concilio Vaticano II, que impulsa la elaboración de una Liturgia de las Horas, concebida como la oración del pueblo de Dios. Queda ahora el reto pastoral de que los laicos, privadamente o en comunidad, atendiendo a la orientación conciliar, santifiquen con la oración común litúrgica el comienzo y el fin del día. La indicación de la Iglesia es clara:

La oración de la comunidad cristiana deberá consistir, ante todo, en los Laudes de la mañana y las Vísperas: foméntese su celebración pública y comunitaria, sobre todo entre aquellos que hacen vida común. Recomiéndese incluso su recitación individual a los fieles que no tienen la posibilidad de tomar parte en la celebración común» (OGLH 40; +27; SC 100).

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:

1. ¿Estamos convencidos de que es necesario orar siempre y no desfallecer?

2. ¿Qué podemos aprender nosotros, a la distancia de tantos siglos, acerca de la interpretación de las horas de oración por los Santos Padres?

3. ¿Qué huella nos parece más marcada en nuestra celebración actual de la Liturgia de las Horas: la huella eclesial representada por el Oficio catedral, o la huella monástica? Qué encontramos de positivo en cada una?

3. ¿Consideramos un acierto o un retroceso la «privatización» del Oficio Divino?

II REFLEXIÓN LA LITURGIA DE LAS HORAS Y EL PRESBÍTERO

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P. Leonel Miranda M.

1. ¿Crisis en la oración de la Liturgia de las Horas?

Para esta segunda parte quisiera proponerles una reflexión muy breve sobre la Liturgia de las horas y la condición de nosotros como presbíteros. Se debe en este caso, partir de una constatación que es difícil de negar, incluso entre los más recientes ordenados presbíteros: el rezo de las Horas por parte de los ministros ordenados ha pasado por una grave crisis en los últimos años. Digo que entre los más recientes ordenados, pues si bien es cierto actualmente la espiritualidad sacerdotal ha recuperado en buena parte los grandes valores del Oficio Divino, muchos todavía tenemos recuerdos de las inestabilidades, que a la postre resultan positivas, de décadas anteriores.

No estará de más que señalemos brevemente cuáles fueron o son los factores que entran en juego en una crisis sobre el rezo de la Liturgia. Es cierto que se podría señalar que hay dificultades que provienen propiamente de la oración en sí misma, que están acentuadas fuertemente por una profunda secularización de los pensamientos y de las costumbres.

Sin embargo, las causas más importantes han de ser descubiertas en el cambio de mentalidad producido en la misma visión del ministerio. De la casuística escrupulosa en el rezo de las Horas, se pasó a ignorar su obligatoriedad, como si fuera una devoción opcional. Del juridicismo de la obligación del Oficio, con olvido de su fundamentación eclesial, se pasó a identificar eclesialidad de las Horas con su celebración comunitaria. De la piedad sacerdotal, o del pietismo a veces, se pasó a dejar toda práctica religiosa habitual, incluido el Oficio Divino, que es acción litúrgica. Del afán por cumplir con las Horas, aunque fuera rezándolas todas seguidas, se pasó a dejarlas por cualquier causa, alegando ocupaciones pastorales o no pastorales...

Podríamos replantearnos la misión de celebrar el Oficio Divino recordando algunos elementos que enunciábamos anteriormente.

Hemos ya indicado que en la Iglesia primitiva la oración común nace y se va organizando a partir de una profunda conciencia eclesial. Incluso se llegó a organizar la oración de la mañana y de la tarde, presidida por un presbítero, junto a la eucaristía del domingo, constituye el núcleo vital diario de las nacientes parroquias rurales.

Con el tiempo se dio una tendencia a privatizar la oración y a abreviar y a recitar a solas el Oficio Divino. Esto tomará fuerza entre los pastores que viven en parroquias rurales, y no sólo en ellas, o que debía desplazarse frecuentemente por su dedicación a la predicación. Por diversas razones (p. ej. tipos de espiritualidad) se acentúa en la espiritualidad sacerdotal una orientación intimista y subjetiva, que tiende a hacer de la misma Misa y de las Horas algo privado, aunque tenga un valor indudable de culto público. Así las cosas, el Oficio Divino, a poco que se debilite el espíritu de los ordenados, pasa necesariamente a ser para ellos una obligación más de la vida del clero.

Esta situación histórica nos sitúa ante un motivo de fondo: si en la genuina tradición cristiana el Oficio Divino es una acción de la Iglesia particular, aunque sea parroquial, se deduce que la recitación privada del mismo no surgió sino cuando el Oficio de las Iglesias hubo de asimilarse al Oficio monástico.

El sacerdote está obligado al Oficio divino no sólo por su ordenación sagrada, que pone en él una especial destinación al culto y a la intercesión, sino por su pertenencia a una Iglesia determinada.

La obligación de rezar todo el oficio Divino cada día nace de la vida monástica, dedicada fundamentalmente a la oración, y no al trabajo o al ministerio pastoral.

2. Una nueva perspectiva a partir del Vaticano II

Una interpretación de la espiritualidad de la Liturgia de las Horas que tenga presente la teología del Vaticano II que ha quedado plasmada en a) La constitución conciliar Sacrosanctum Concilium (4-12-1963); b) Laudis canticum (1-11-1970); c) La Ordenación General de la Liturgia de las Horas (2-2-1971); 4) De institutione liturgica in Seminariis (3-6-1979); 5) El Código de Derecho Canónico (25-1-1983).

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No me corresponde analizar estos documentos; pero, sí se puede deducir de ellos unas líneas que apenas enuncio sobre nuestra función orante en la Iglesia.

2.1 Líneas teológicas sobre la función orante del presbítero en la Iglesia

No haremos aquí sino presentar algunas reflexiones teológicas destinadas a suscitar profundizaciones más amplias de tan importante tema.

a) El presbítero, don de Cristo a la comunidad cristiana.

La Iglesia enseña que el ministerio sacerdotal del Nuevo Testamento hace sacramentalmente presente a Cristo, es decir, hace presente a Cristo, Cabeza de la comunidad, en el ejercicio de su obra de redención humana y de perfecta glorificación de Dios. Por eso, faltando la presencia y la acción del ministerio que se recibe por la imposición de manos y la oración, la Iglesia no puede estar plenamente segura de su fidelidad y de su visible continuidad. Esta representación sacramental de Cristo, precisamente representado en cuanto Cabeza de la comunidad, se realiza no sólamente en la Eucaristía y en otras funciones sacramentales y pastorales, sino también en la celebración, a solas o con el pueblo, de la Liturgia de las Horas. La oración presbiteral del Oficio Divino es siempre plegaria sacerdotal, oración realizada in persona Christi y en nombre de la Iglesia (in nomine Ecclesiae).

La voz del sacerdote que, con el pueblo o sin él, celebra las Horas, es voz de Cristo, es voz de la Iglesia entera, se visibilice o no ésta en la comunidad cristiana. La plenitud del signo litúrgico reclama en el Oficio Divino la presencia de la comunidad, que debe ser pastoralmente convocada y preparada. Y la asamblea litúrgica, para que sea verdadera manifestación de la Iglesia, no ha de ser como un cuerpo acéfalo, sino como un pueblo congregado y presidido por aquellos pastores establecidos por el Espíritu para hacer presente, es decir, para hacer visible y audible a Cristo.

b) El presbítero intercede en la Iglesia y por la Iglesia.

El ministerio sacerdotal del presbítero, en el aspecto litúrgico, no se limita a la eucaristía y los sacramentos, sino que ha de extenderse, en forma orante, a todas las horas del día:

Las alabanzas y la acción de gracias que dirigen a Dios en la celebración eucarística, los presbíteros las extienden a las diversas horas del día con el Oficio Divino, mediante el cual oran a Dios en nombre de la Iglesia y en favor de todo el pueblo a ellos encomendado, incluso en favor de todo el mundo» (PO 5).

Según esto es necesario poner de relieve los aspectos principales que están comprendidos en esta realidad de fe.

1.-La plegaria del sacerdote es «oficio» divino, es acción sagrada, servicio litúrgico, celebración de los divinos misterios, aunque cuando se realice individualmente por falta de pueblo. Ya a finales de la Edad Media se diversificaba en el clero el Officium Missae, la eucaristía, y el Officium Laudis, la Liturgia de las Horas. No es, pues, el rezo de las Horas solamente una ayuda espiritual para la vida del sacerdote: es un oficio suyo fundamental. En este sentido, no celebrar las Horas, significa no cumplir con nuestro oficio. Y cumple bien con su oficio el que lo celebra bien.

2.-El Oficio divino es ministerio del sacerdote. No son, pues, las Horas litúrgicas una ayuda espiritual optativa, una devoción particular y privada, que el sacerdote tomará en la medida en que le ayude; es un verdadero ministerio pastoral que al cumplirlo ejercita su misión de pastor. Se puede decir que un ministro que reza el Oficio cumple con su oficio pastoral.

3.-El sacerdote ora en nombre de la Iglesia, y esto en sentido no sólo jurídico, sino más aún teológico. En efecto, el Oficio Divino es «función sacerdotal» de Cristo que «se prolonga a través de su Iglesia, la cual sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo» (SC 83). El presbítero, en este sentido, no sólo ha de garantizar la validez de la oración común de la Iglesia, sino que ha de hacer lo que la Iglesia tiene que hacer, y que sin él no se haría. De este modo, el sacerdote ora el Oficio divino no sólo

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como individuo particular, sino como «hombre de iglesia». Ora, concretamente, como hombre de una Iglesia determinada, y en su oración ha de hallarse intencionalmente presente toda la Iglesia.

«A los ministros sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las Horas que cada uno de ellos habrá de celebrarla incluso cuando no participe el pueblo, con las adaptaciones necesarias al caso; pues la Iglesia los habilita para la Liturgia de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño que es función de toda la comunidad, y se mantenga así en la Iglesia sin interrupción la oración de Cristo» (OGLH 28; +PO 13).

Es desde esta perspectiva que se ubica la oración del ministro ordenado por toda la creación. En la ofrenda de la eucaristía, el presbítero y el pueblo recogen la voz de todo el cosmos: «por nuestra voz las demás criaturas», y procuran salvación «para todo el mundo» (Plegaria eucarística IV).

Queda un último aspecto que mencionar: ¿Cómo poder entender la obligatoriedad del rezo de la Liturgia de las Horas y las ocupaciones y dificultades de tipo pastoral? Esto sería un tema importante de de reflexión. Sin embargo quisiera, como punto final, hacer dos observaciones.

1) La obligación de celebrar el Oficio Divino es presentada en la OGLH 29 en términos mucho más positivos y matizados que en normas anteriores de la Iglesia. Reproducimos el texto, con algunas breves modificaciones introducidas tras la promulgación del Código de Derecho Canónico en 1983:

«La obligación de celebrar todos los días el curso íntegro de la Liturgia de las Horas vincula a los obispos, presbíteros y diáconos que aspiran al presbiterado que han recibido de la Iglesia (+17) el mandato de hacerlo (+Código, c.276/2,3; 1174/1) y, en cuanto sea posible, en los momentos del día que de veras correspondan. Ante todo, darán la importancia que les es debida a las Horas que vienen a constituir el núcleo de esta Liturgia, es decir, las Laudes de la mañana y las Vísperas; y se guardarán de omitirlas si no es por causa grave. Hagan con fidelidad el Oficio de lectura, que es principalmente una celebración litúrgica de la Palabra de Dios: cumplirán así cada día con el deber, que a ellos les atañe con particular razón, de acoger en sus propios corazones la Palabra de Dios, con lo que crecerán en la perfección de discípulos del Señor y saborearán más a fondo las insondables riquezas de Cristo. Para santificar mejor el día íntegro, tomarán también con sumo interés el recitar la Hora intermedia y las Completas, con que coronarán en su totalidad la "Obra de Dios" y se encomendarán a Dios antes de acostarse».

El texto nos puede ayudar mucho a entender en qué sentido puede vivirse la normativa del rezo, sobre todo en la línea de oración de las Laudes y las Vísperas. Además de esto, me parece que, si se fomenta la oración comunitaria de la Liturgia, recuérdese que cuando no había la Eucaristía diaria se hacía en comunidad la recitación de los Salmos, repito si se fomenta la oración comunitaria se permite que la comunidad y el mismo presbítero se vean enriquecido de la oración de la Iglesia, a pesar de que por “una causa grave”, él no puede presidirla ni siquiera orando a solas.

«Por consiguiente, la Iglesia nos da, casi nos impone —aunque siempre como Madre buena—dedicar tiempo a Dios, con las dos prácticas que forman parte de nuestros deberes: celebrar la santa misa y rezar el breviario. Pero más que recitar, hacerlo como escucha de la Palabra que el Señor nos ofrece en la liturgia de las Horas. Es preciso interiorizar esta Palabra, estar atentos a lo que el Señor nos dice con esta Palabra, escuchar luego los comentarios de los Padres de la Iglesia o también del Concilio, en la segunda lectura del Oficio de lectura, y orar con esta gran invocación que son los Salmos, a través de los cuales nos insertamos en la oración de todos los tiempos. Ora con nosotros el pueblo de la antigua Alianza, y nosotros oramos con él. Oramos con el Señor, que es el verdadero sujeto de los Salmos. Oramos con la Iglesia de todos los tiempos. Este tiempo dedicado a la liturgia de las Horas es tiempo precioso. La Iglesia nos da esta libertad, este espacio libre de vida con Dios, que es también vida para los demás.

Así, me parece importante ver que estas dos realidades, la santa misa, celebrada realmente en diálogo con Dios, y la liturgia de las Horas, son zonas de libertad, de vida interior, que la Iglesia nos da y que constituyen una riqueza para nosotros. Como he dicho, en ellas no sólo nos encontramos con la Iglesia de todos los tiempos, sino también con el Señor mismo, que nos habla y espera nuestra respuesta. Así aprendemos a orar, insertándonos en la oración de todos los tiempos y nos encontramos también con el pueblo» (Benedicto XVI, Respuestas sobre problemas de la vida sacerdotal, 31 de agosto 2006).