+letras - número 3

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Revista independiente Nº3 revistamasletras.tumblr.com Portada: Marian Vielva +letras

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Revista independiente.

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Page 1: +Letras - Número 3

Revista independiente

Nº3

revistamasletras.tumblr.com

Portada: Marian Vielva

+letras

Page 2: +Letras - Número 3

Queremos agradeceros todo vuestro apoyo en esta aventura que tenemos por delante.

¡Muchas gracias por ser una parte de ésto y un enorme abrazo!

- Equipo +Letras

¡Gracias!

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revistamasletras.tumblr.com

ProsaAlberto Martínez .... 4

CuentoIgnacio Castellanos .... 6

RelatoCarmen Tomás .... 17

Laura Gijón .... 20Elena G. Reyes .... 21

Baal Fausto ... 25

IlustraciónMauro Hernández .... 10

CómicManuel Barbón .... 11

María Alea .... 13

PoesíaLaura Lobeiras Muñiz .... 34

Myriam Soledad .... 36Ángel Torezano .... 41

Cristina Escriche .... 43

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4

Sandman es un personaje legendario del folclore tradicional del norte de Europa; uno de los muchos habitantes nocturnos de relato infantil, experto en el manejo del sigilo y servidor de una mágica pre-

vención contra los malos sueños y las pesadillas.

Sus cualidades parafísicas le permiten adentrarse en los dormitorios de nuestros desprevenidos in-fantes, esparciendo sobre sus ojos una suerte de arenas mágicas que inducen al buen dormir y las fantasías oníricas. Básicamente, se trata de un amable personajillo al que recurrir cuando los niños deciden no dormirse a la hora convenida por sus mayores, con el alentador mensaje de una visita del tierno y divertido Sandman.

por Alberto Martínez de Noviembre Nocturno

Los Mejores Cortometrajes animados de Terror. Hoy: “Sandman” de E.T.A. Hoffman y Paul Berry

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Las legañas cristalinas, por ejemplo, suelen ser prueba evidente de su paso por las estancias de nuestros pequeños.

No obstante, como sucedía con la mayor parte de los cuentos tradicionales,especialmente en el me-dievo; cada familia manejaba su propia versión, transmitida y transmutada de generación en ge-neración en un intento, no siempre fructuoso, de calmar a los niños más traviesos antes de la hora del sueño.

Sin embargo, en el caso de Ernst Theordor Ama-deus Hoffman (E.T.A. Hoffmann), la versión de esta historia merece una mención aparte. El rela-to “El Hombre de Arena” (Der Sandman) escrito en 1816, y publicado por primera vez en el recpila-torio “Die Nachtstücke” (algo así como “Fragmen-tos de la Noche”)incluye un giro en la leyenda de Sandman que resulta ciertamente aterrador. En esta narración, el protagonista recuerda una ver-sión relatada por su nodriza, en la que Sandman, en lugar de alentar el sueño con reconfortantes

fantasías, se convierte en amenaza de nuestro mal comportamiento... Si el niño no se duerme, Sand-man utilizará su arena para arrebatarle los ojos, y transportarlos después hasta la remota luna, donde aguardan sus hambrientas crías deseosas de alimentarse...

De este modo, Sandman se convierte en uno de tantos personajes de la cultura popular, que transforma su bondadosa invitación al buen com-portamiento, en aterradora amenaza de castigo a los niños malos.

Y así debió ser como llegó esta historia al fantás-tico animador de Stop-Motion Paul Berry (Pesa-dilla Antes de Navidad; James y el Melocotón Gi-gante) que la adaptó en un magistral cortometraje de animación nominado al Oscar en 1991.

No duden en visionarlo, es posible que su concep-to de otros amables personajes del folclore pueda sufrir una aterradora reversión en sus pervertidas mentes...

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Era la última cerveza en la nevera. Asunto pelia-gudo. Igualmente me la ventilé en pocos tragos. Encendí la radio y sintonicé un canal de música clásica. Desconocía si fuera llovía o era de día. Tampoco me importaba. Solo sabía con certeza, que era sábado, y mi camello habitual se había ausentado por todo el fin de semana con una fu-lana nueva.Solo tenía cerveza en la nevera, y ahora ni eso.

Decidí reunir fuerzas bajo la tenaz pereza. Cogí un cinturón para el pantalón caído, y salí por la puerta con intención de buscar material en el su-permercado. Algo encontraría con lo que poder resistir todo el fin de semana.

En las escaleras me tropecé con mi vecina sin su pareja salta dientes habitual. Aferraba con miedo

por Ignacio Castellanos

Un polvo a media noche

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su bolso grande de tela. Me saludó levemente con la cabeza y se escabulló hacia el interior de su apartamento. Siempre me pareció demasiado de-licada y atractiva para un lugar tan sórdido, como lo era aquél deprimente bloque de apartamentu-chos. Por norma general, esquivaba mi mirada. Mejor haría en huir muy lejos, o mejor aún, que matara a su pareja mientras dormía. Así no vol-vería a verla con moretones en la cara. Lo cierto es que me importaba una mierda si le pegaban o follaban. Supongo que soy una persona de lo más vulgar y detestable. Perfecto para un deprimente bloque de apartamentuchos. En aquellos días te-nía bastante con mantenerme en píe sin babear.

Al volver del supermercado, la luz del sol y el so-nido de los coches se me hacían insoportables. No podía dejar de maldecir a mi camello y sus putas por no estar en mi covacha. Bastante odiosos eran ya de por sí los recuerdos, como para tener que afrontarlos sin combustible para olvidarlos.

Me siento en el sofá. Suena el teléfono. Lo cojo.

––¿Estás ahí? Se que estás ahí.

Su voz me suena. Es la de una mujer. Sin duda ebria.

––Eres un mierdas y siempre lo serás ¿Sabes cuál es tú problema? No eres capaz de comuni-carte ¿Estás ahí? Dios, típico de ti. Seguro que te estás jodiendo a alguien y te pone oírme.

La escucho. No le falta razón. Al menos en lo pri-mero.

––Oye…deberíamos vernos…hablar de todo esto.

¿Hablar de qué? Odio discutir. Nunca le encontré el menor sentido. Cuelgo el teléfono. Dejo las la-tas en el suelo. Pongo la radio. Comienzo a tragar. Me duermo. El teléfono me despierta. Lo cojo. Al otro lado sollozos. Lo vuelvo a colgar.

Miro por la ventana. Es de noche. Finas gotas de lluvia caen contra la ventana. Abajo un grupo de borrachos discuten frente a un antro. Eso me hace recordar que aún me queda cerveza. La radio si-gue sonando. Me agacho a coger una lata. Oigo la puerta de los vecinos abrirse. Me acerco a la mirilla y veo como el gilipollas salta dientes se larga con una maleta pequeña. Un escalofrío me recorre el cuello, pero se me pasa al ver a la joven mártir tras la puerta entreabierta de su aparta-mento, para luego cerrarla furtivamente, cadena incluida.

Suspiro. Vuelvo a mi sofá. Oigo gritos en la ca-lle. Unos borrachos se golpean mientras los cerdos del corral los animan. Bajo la persiana. Cojo un libro. Paso página. Sigo pasando una hoja tras hoja. Pero las horas no transcurren como las pá-ginas.

Solo me queda una cerveza. Alguien golpea con insistencia a la puerta. Arrastro los pies hacia ella. No miro por la mirilla. La abro. Una joven en zapatillas entra. Se gira y me abraza. Comien-za a llorar. La aparto unos centímetros. Tardo unos segundos en darme cuenta de que es la veci-na. Busca mi boca.

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Supongo que alguien con su trayectoria vital, es-tará llena de traumas, miedo a la soledad, depen-dencia emocional y a saber cuanta mierda más. Pero joder, quien no tiene traumas y locuras la-tentes bajo la carcasa. Vamos a la cama. No me importa el por qué ni el como. Es joven y mi cuerpo solo desea drogarse ya sea con alcohol o sexo. Lo mismo me da. No tarda en desnudarse. Soy consciente de mi torpeza. Es suave. Me excito al ver que ella también lo está. Llego al clímax. Creo que ella también. Aunque no me importa. No demasiado.

La habitación huele a sexo y muy poco a amor. Desnudos miramos al techo. Pletórico, cual re-velación mística, recuerdo que me queda algo de vino. Aún desnudo, me levanto y lo traigo junto con dos vasos. Ella se lo llena hasta arriba.

––¿Enciendo la televisión? ––le pregunto.

Asiente con la cabeza mientras se bebe el vino a grandes sorbos. Dan una película en blanco y ne-gro. Todavía es de noche. Apenas nos miramos. Pero es agradable. No nos decimos nada. Solo mi-ramos al televisor con el vino de por medio. Nada me cuestiono. ¿Para qué? Comienza a entrar luz por las rendijas de la persiana. La película está a punto de terminar. Ella deja de beber y me mira. Yo le beso los pechos y sigo bajando. Ella se deja llevar. Suena el teléfono de nuevo. Quizás ahora la borracha de al otro lado del teléfono tenga ra-zón también en su segunda acusación. Pero pre-fiero concentrarme en hacer olvidar a mi invita-da toda la basura del mundo, incluido a mí.

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por Mauro Hernández

Grafito. DIN A4.

El Peregrino gris

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por Manuel Barbón

Jen #6

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por Manuel Barbón

Jen #7

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La camaradería sigue presente, con-fiaste en ellos desde el principio, así fue, te la jugaste. En el pasado, muer-tos disfrazados de vivo utilizaron esa franqueza para derribarte, por unas

horas, nunca más de un día. Prometiste ser cauta, ofrecer una máscara, nadie intenta golpear a una máscara, de hecho a los verdugos les encantan las máscaras, son sus aliadas. Volviste a mostrar las cartas, a cometer el mismo error, esta vez con la gente adecuada. Y ahí estás tú, con otros que como tú han sufrido, horrores han sufrido. Los pobres son tan tontos, se ilusionan por nada, in-capaces de ver que deben protegerse, pensar en sí mismos, mentir, usar a los demás y abandonarlos después a su suerte. No entendieron nada, míralos

qué felices, expuestos de cuerpo entero, como los muy jodidos siempre se levantan, ya pueden re-ventarles la autoestima que indefectiblemente se levantan. Sin ir más lejos, Cabiria, la protagonis-ta de la película Las noches de Cabiria, tras haber sido estafada por el amor de su vida, escucha un poco de música sonríe y se levanta. Tus compañe-ros actúan igual, van al cine o al teatro, leen un libro, observan un paisaje, incluso les puede dar por organizar un viaje y se levantan.

Bien, pues en esas estáis, cenando para celebrar que en pocas horas partís de viaje, a la Luna, sí, sí, a la Luna, ilusionados, muy ilusionados, no tenéis remedio, sois todos unos tontos de remate. Las risas, las palabras, brotan de vuestros labios,

por Carmen Tomás

Como la cigarra

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fluyen, componen coros, forman carcajadas, os explotan en la cara. Bebéis vino, un buen caldo de vino tinto riega los manjares con que os es-táis atiborrando, se os desata aún más la lengua. Con su voz de escenario Andrés recita un poema, pones freno a tus disparates, quieres escucharlo. Decidido, canta una canción de Sabina, Violeta lo desaprueba, Sabina le parece un fantasma por presumir de harén, Andrés te dice al oído- acaba de soltarme que la tengo pequeña- le consuelas - está luchando contra sus sentimientos, aún anda en la fase de negación- te mira de reojo - sí, segu-ro que es eso ¿sabes? ahora podríamos estar todos desnudos en la misma cama y ni intentaríamos tocarnos-. Es el momento más álgido, Àngels te llama:- Carmen, Carmen- cuesta bajar de la nube, Àngels nunca se sube a la nube, ella es de campo, de tierra, es práctica, lleva el ancla a todas par-tes, -Carmen ¿le has dicho a tu hija lo mucho que la quieres antes de salir de casa?-, - no recuerdo ¿por qué?- responde- este viaje es arriesgado, los vuelos interplanetarios están en pañales, somos pioneros, quizás no volvamos, quizás ni siquiera consigamos llegar-. Aterrizas de golpe, extraes del bolso el pasaje para el cohete, dudas, en ese mo-mento Andrés entona Non, je ne regrette rien de Edith Piaf, aprietas el billete, sonríes, te levantas y le tomas el relevo con otra vieja canción:

“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando. Gra-cias doy a la desgracia y a la mano con puñal, por-que me mató tan mal, y seguí cantando…”

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Caminas acariciada por una brisa que te eriza la piel. El globo solar, un tanto desmesurado, cuelga del aire, invita a la alegría, te dejas llevar. Paseas, paseas en cueros refrescada por el ir y venir de

olas pequeñitas como los granos de arena que res-balan juguetones entre los dedos de tus pies. Des-de que puedes recordar, los momentos de paz han sido tan efímeros, este dura demasiado. Ahí está, no se ha hecho esperar, la amenaza ha tomado forma de toro bravo, sabes que embestirá, inten-tas correr, una repentina parálisis te lo impide, ha llegado la hora, lo anuncia hasta la tormenta recién aparecida. La bestia agacha la cabeza, con la pata delantera golpea la playa, tranquila, si no has despertado es porque aún queda esperan-za, en efecto, ha venido alguien a salvarte, nada menos que un ángel o un arcángel, ves a saber, el caso es que un superhombre con bucles dorados se ha materializado para salvarte. El adonis no te mira, tampoco lo esperas, está claramente fuera de tu alcance, gracias a esa imagen consigues ol-vidar por completo al mastodonte, vuelve a lucir el sol, sus rayos son espejos donde los rizos del querubín se esponjan y brillan, no puedes quitar la vista de esos rizos. Tú héroe es un tipo serio,

por Carmen Tomás

Los sueños sueños son

no está para tonterías, indiferente a su belleza, al placer que provoca, concentra la atención en librarte del toro, de la bestia, del mal, no puedes aplaudirle, ni llamarle guapo como quisieras, si-gues paralizada. Del curioso taparrabos con que se cubre saca una espada, azul como el cielo, como el mar, como los ojos de tu madre, como el aire que se vuelve respirable, la empuña y sin titubeos le rebana la cabeza dejando un charco de sangre que bien pudiera ser negra. Esto ya no te gusta, sientes arcadas, pobre animal, tan hermoso, aun-que no hubiese dudado en ensartarte no deja de ser su instinto de bestia poderosa. Ese cuello, esos cuernos, el angelarcangel se ha pasado pero esto es un sueño y él actúa por cuenta propia. Agarra la cabeza del toro, la desliza dejando un reguero de sangre, finalmente deposita la ofrenda a tus pies, recuperas la movilidad y te dispones por fin a besarle, frena tus labios con sus manos de atleta, no ha terminado, se unta el cuerpo con el líquido rojo que no ha cesado de manar y te invita por señas, o es muy primitivo o no habla tu idioma, a que le imites, ahora sí, no queda otra que des-pertar.

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De repente me he visto en medio de ca-jas y cajas de libros para ordenar en los estantes del piso nuevo. La gata salta entre ellos, se esconde bajo las baldas medio llenas y mira desde la

calidez del rincón oscuro cómo me vuelvo codicio-sa. Quiero tocar cada página, quiero mirar dentro del armario y ver todo ahí, dispuesto para mí.

Pero el atlas no cabe. Siempre ocurre lo mismo. Una edición enorme y pesada que coleccioné por fascículos a pricipios de los 90, no sé por qué. Páginas y más páginas de carreteras de España. Odio este atlas y sin embargo, llevo acarreándolo, mudanza tras mudanza desde hace 25 años. Así que me decido y lo guardo en una caja de cartón para dejarlo en la calle, libre y a disposición de otra que lo aprecie más que yo.

Me gusta liberar libros. Los dejo en la plazuela o en el paseo del Muro con una nota. Cuando me voy la gente se acerca temerosa de que la cultura les explote en la cara. Me primo dice que es poesía.

Creo que además del atlas voy a bajar el jarrón azul con forma de ánfora dionisíaca y escena pas-toril. Fue un premio de redacción. Cuando tenía 11 años mi padre me obligó literalmente a presen-

tarme a un consurso de redacción organizado con motivo de las fiestas de Riaño, donde veraneába-mos antes de que el embalse se lo tragara todo. Es-tábamos de vacaciones y yo no quería escribir un cuento así que hice una “cover” muy bien trabaja-da de una historia sobre una guitarra que me ha-bía leído Sor Carmen en el colegio. Era un cuento de lo más gilipollas pero gané... supongo que no se presentaría nadie más. El día de comienzo de las fiestas, antes de la verbena, ahí estaba yo, con un señor de la comisión organizadora, en el escena-rio, esperando mi premio. El jarrón.

Nos pasamos la vida acumulando objetos prescin-dibles que son un lastre. Nos obligan a vincular espacio tejido ojo corazón. Nos obligan a caminar demasiado lento.

He dejado la caja con el atlas, cuatro libros de bolsillo, el premio de redacción y unas gafas con monturas al aire que ya no uso, en la esquina de la calle peatonal, junto al jardincito. Cuando ya me iba un tipo me ha preguntado a voces si los libros eran míos. “Sí, pero los he liberado” - res-pondo. “Ah...y yo puedo coger uno si quiero?” . “ Puedes coger los que quieras”- afirmo mientras abro el paraguas. Parece que va a llover.

por Laura Gijón

14 de abril

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Yo cantaré a Jehová,cantaré salmos a Jehová, el Dios de Israel.

La madre de Sísara se asoma a la ventana,y por entre las celosías dice a voces:“¿Por qué tarda su carro en venir?

Jael miraba con furor a Sísara. Lo miraba des-bordada, con pasión y odio al mismo tiempo. Aca-rició su mejilla a sabiendas de que ese movimien-to la llevaría al arrepentimiento más tarde. Dejó que sus labios arrugados besaran sus pómulos, su boca, su barbilla, sintió el calor de la boca del hombre en el cuello. Sintió el aroma de su derro-ta. Apabullándola. Arrebatándole sus fuerzas y capacidad de pensar. Pudor, vacío, plenitud. No entendía aquello que había agitado cada uno de sus nervios. Sintió la lengua del hombre bordear, merodear, recorrer, resbalar por su clavícula. Un escalofrío. Repudio. Asco. Deseo de seguir y no parar. No debía cejar, había un decreto divino

que seguir. Estaba incómoda. Aquellos labios, a punto de descender hacia su pecho, le hicieron sentir un estremecimiento. Aquello no podía ser. Lo separó de golpe y, para no despertar enojo, le besó los labios. “Dame agua”, le dijo el hombre. Y ella, lo atrajo hasta su tienda para darle agua. Cuando ésta sostenía la jarra de agua, él se aba-lanzó sobre ella, la agarró por la cintura con sus enormes manos. Apretó.

hasta que yo, Débora, me levanté,me levanté como madre en Israel.

Desgarró las telas que cubrían sus senos y se lan-zó descontroladamente. Besó una y otra vez los pechos de la mujer. Succionó hasta que alcanzó a beber la leche que brotó sin más explicación que la de una fuerza superior.

Aquella leche no era leche materna. Había sur-gido de las entrañas de Jael; del deseo y odio in-fundidos por Sísara; de la redención y justicia de Débora. El hombre cayó adormecido y Jael apro-

por Elena G. Reyes

Devorada

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vechó para clavarle una estaca a Sísara.Bendita sea entre las mujeres Jael,mujer de Heber, el ceneo.

A las puertas de la tienda se encontraba Barac. Testigo del poder de Dios. Jael lo hizo llamar y, al entrar, encontró la escena: Jael mostrando despreocupadamente los senos, de los que aún ma-naba la leche responsable de la victoria de Barac; y la sangre de la derrota de Sísara derramada por toda la tierra de Israel.

Cayó encorvado a sus pies, quedó tendido;a sus pies cayó encorvado;donde se encorvó, allí cayó muerto. (Jueces, 5)

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por Marlene

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Las decisiones del día a día aumentan las contingencias de alcanzar el obje-to deseado. Nada sucede al azar. Que Nadia durmiera aquella noche con Arturo no fue azar. Fue el resultado

de una cadena de elecciones. De ella. De él. Deci-de bien y acertarás. Erra en la decisión y la pro-babilidad de desencaminarte aumentará.

Nadia subió al tren como otro día cualquiera. Eligió su asiento cautelosamente. Como otro día cualquiera. La decisión de sentarse frente a Artu-ro no fue casualidad. Arturo estaba dibujando en su tableta. Ella amaba dibujar. Y leer.

Se sentó frente a Arturo y cruzaron miradas. Una llamarada de sensaciones inundó el cuerpo de Nadia. La mirada de Arturo era brillante. Em-baucadora. Desprendía vida. Ella se sentó sobre el asiento y procedió a quitarse la chaqueta. Él no apartaba los ojos de ella. Tampoco, ella, de él. La decisión se había tomado. Decidieron mirarse y

contemplarse mientras él dibujaba, mientras ella leía. Pensaban. Cruzaban miradas. Cada nuevo encuentro suponía un despertar interno intenso en ambos. Una parada y otra, y otra, y un libro que se cae. Él se lanza a cogerlo, ella también y otra nueva erupción de estremecimientos. Habían decidido mirarse. Observarse. ¿Retarse? Final-mente, él abandonó el vagón pero olvidó su tarjeta que, aparentemente, había dejado- ¿olvidada?- en su asiento. Por favor, asegúrese de que se lleva to-das sus pertenencias antes de abandonar el tren. Ella llegó a su destino. Cogió todas sus pertenen-cias consigo. Cogió la tarjeta.

¿Arriesgarse a pasar vergüenza o arrepentirse toda su vida? Eligió escribir un correo al chico bajo el asunto de ‘Tarjeta perdida’. No se arriesga-ba ni a pasar vergüenza ni a arrepentirse de lo no hecho. Aquel día, Arturo y Nadia compartieron más que vagón de tren. Error o acierto o un nuevo paso que les llevaría a multiplicar las contingen-cias para alcanzar sus metas.

por Elena G. Reyes

A veces se acierta

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“El olor a humo ácido y aliento del caballoMe acerco a una muerte segura”

Harris

I

A un recuerdo el por qué demonios qui-se pasar por aquel pueblo maldito, aun recuerdo como llegué después de lo que me parecieron años enteros... recuerdo el día, la hora, la fecha... y

el motivo...

Recorría la República montado en mi Iron Horse 78, clásica motocicleta de Harley Davidson, me podrás imaginar en aquellos años salvajes, chaqueta de piel, Jeans ajustados de mezclilla roída azul, mi melena al aire, botas de corte militar, playera negra con el logo de mi gru-po favorito... Iron Maiden... por cierto, Walkman al cinto escuchando repetitivamente el disco mas

actual de mi banda, The Number of the Beast... Me detuve a cargar gasolina en una abandonada autopista de Jalisco, el año, bueno, ya que insistes era 1984, si, hace algunos ayeres, me encendí un cigarrillo sin filtro cuando entré a la tienda que estaba junto a la gasolinera mientras llenaban el tanque de mi bebé, al parecer, era demasiado rural aquella autopista, aunque pensándolo bien, la republica en general era demasiado rural en aquel año... estoy hablando de provincia... mien-tras observaba un escaparate de cassettes y decidía entre comprar un simple sándwich “para llevar” o preguntar por algún “restaurante” en las cerca-nías, contemplé a un par de arrieros que se bebían unas lulús dentro de la sombra que proyectaba la tienda.

–Pos si, Melitón decedió pasar por Tecolotlán... el muy baboso se creé que Diosito no estaba mirando la tarugada que hacia de pasar por aquel pueblo que su mercé maldijo hacia tantos añales...

por Baal Fausto Aramizaél Kurioz

Dedicado Cariñosamente a Laudáno y el equipo de Noviembre NocturnoPor su labor en pro de las letras y el arte subterráneo.

Larga vida a la Fantasía

La tierra donde no vivía nadie

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–Pobre Melitón, mesmito ayer me estaba acor-dando del, ¿Crees que vuelva?

–Sólo el de arriba lo sabe si le da mercé o no... Miré divertido la conversación, aunque una parte de mi me picó la cresta de ir y preguntarles donde estaba el mentado Tecolotlán ese... nada mas por pura curiosidad morbosa...

–Disculpen, ¿Podrían decirme donde esta el pue-blo más próximo? –Decidí meterme de golpe en la plática.

Uno de ellos me miró con cierto recelo, al parecer no le latió mi forma de vestir, de hablar o quizás solo no le caían bien los “De la ciudá” como nos llamaban por ahí. –Pos verá usted... –Dijo el que menos importancia prestó a mi indumentaria. –Allá detracito de esas lomas pelonas, por onde se alcanza a ver la man-chita de carretera, está el pueblo de San Jacinto de los Laureles, ahí puedes tú encontrar fondas y casas de huéspedes, de a tostón la noche, queda como a cuatro horas de aquí en “astromovil”, si te vas caminando pué que un poquito más...

–Y pegó la carcajada la cual yo correspondí con una sonrisa – ese es el mas cercano... –Por allá –Dije. –Alcanzo a ver unas casas... ¿Ese no es un pueblo? Los dos arrieros se persignaron. Pareciese que

los bueyes que llevaban cargados de leña también comprendieron lo que había dicho pues comen-zaron a incomodarse, uno de los arrieros (el más hosco) salió para calmar a las bestias, mientras el otro con gesto más de conmiseración que de repro-che me dijo temblorosamente.

–Su mercé por dios que no quere pasar una no-che en ese lugar maldito de Dios... no quere... ese lugar se nombra (O se nombraba) Tecolotlán, y nadie ha pasado una noche allí a menos que quera amanecer bien tirante... –¿Tirante? –Dejunto, pues... –Ah, ya, ¿Por qué? –Pos allí vive el demonche... Intuí que se quiso referir al diablo... –¿Por qué dice eso? –Dije interesado por la posi-ble ocasión de escuchar un buen relato relaciona-do con el pasado de México... a pesar de todo, me encantan los relatos de terror relacionados con le-yendas arrieras y de pueblitos fantasmas, me apa-sionaba demasiado poder ver, oír una de primera voz, y por fin encontraba un verdadero pueblo en-cantado, el cual podía ver en el horizonte.

Yo no me caracterizo por ser de mentalidad de-masiado fantasiosa, no, pero a pesar de que no creía una palabra, no podía dejar de advertir que

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una extraña sombra se posaba sobre el pueblo, una sombra indefinida, como la de una nube pasajera, aunque, claro, el cielo estaba despejado y azul... –Es un relato triste, joven... y usté tendrá prisa... –No... Sólo déjeme ir por mi bebé a la gasolinera y estaré con usted... claro, si no interrumpo dema-siado... –Vaya su mercé... aquí le’spero, sólo le contaré la historia con una condición... –¿Cuál? –Que no vaya a pasar por allí más que de rápido... que no se detenga por nada hasta haber llegado a San Jacinto... Sonreí de la candidez de aquella gente tan simple. –Ok... Cuando regresé montado en mi motocicleta, los dos arrieros estaban sentados uno junto al otro en una banca dentro de la tienda, yo sólo acomodé mi moto frente a la banca y me acomodé lo mejor que pude para escucharles. –Güeno... su mercé disculpará las apuraciones para contarle, así que... ... Y dio comienzo al siguiente relato.

II

A mi entender, la idea fue la siguiente, hace mu-chísimos años, en ese pueblo llamado Tecolotlán, había muchos habitantes, habitantes buenos, ha-biendo de todo, desde agricultores, ejidatarios, ganaderos, en fin, todo tipo de gente que llena un pueblo decente.Y como en todo, había una iglesia, la Iglesia Ma-yor de Tecolotlán, por lo que pude intuir, ese lu-gar debió haber sido importante en sus años, pues supuestamente hacían peregrinaciones desde lu-gares muy remotos para venerar al santo de ahí, el santo Señor del Sepulcro...

Según me comentó el arriero, el Señor del Se-pulcro era una imagen demasiado milagrosa, se le llegaba a atribuir el don hasta de resucitar muertos... según se cuenta, nadie le había pedido ese favor, ya que la gente creía que cuando Dios mandaba traer a uno, era porque así era, no se de-bía cuestionar, ni retar, ni mucho menos impedir dicho viaje...

Ah, pero como en todo el mundo, hubo uno que intentó, que intentó realizarlo... El difunto Remigio García y Torrado...

Según la historia, ese sujeto junto con su compa-dre, Heriberto Rico Salgado, hicieron un trato, un trato demasiado morboso que se me antojó emular a mi llegada al DF con mi compañero de juerga Martín.

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Ese trato era el siguiente: “Cuando uno de los dos muera... regresará a este mundo para contarle al otro como es el otro mundo” el trato fue firmado con sangre en la Noche de San Juan frente a un mítico Ahuehuéte que aún perdura...

Y como era de esperarse, la muerte llegó como co-sechador nocturno en medio de la negrura inme-morial de la Noche Sin Fin... el que se fue prime-ro fue Heriberto... Remigio esperó poco que su compadre regresara del mundo sepulcral a visitarlo... claro... que poco tiempo siempre es demasiado para una espera tan ansiosa como la que vivía nuestro héroe. Acosado sin parar día y noche, no podía ni pro-bar bocado a gusto, en ningún lugar podía estar en paz sin sentir que una mirada torva se posa-ba sobre él... claro... era la mirada recelosa de la muerte... Y al tercer día... ocurrió... Unos arañazos en la enorme finca del terrate-niente despertaron a toda la servidumbre que el desdichado viejo tenia como toda su compañía, unos gritos infernales que al parecer provenían de las mismas entrañas del infierno... y el viento soplaba con fuerza... –He regresado... he venido a platicarle como está el asunto por allá en el infierno que es a donde nos iremos, compadre, abra la puerta... he veni-do pa’ platicarle... y lueguito mismo me lo llevo conmigo!!!

El viejo aterrado atrancó la puerta de su cuarto a piedra y lodo, los desdichados criados salieron a ver quien era... y jamás... jamás fueron vueltos a ver... La voz infernal se acalló cuando dos muchachos arrieros comenzaron a gritar y a orar a grito en cuello, al momento que la voz de ellos se perdía en la negrura del silencio, una carcajada famélica se dejó oír por todo el pueblo. Al día siguiente, el asustado Remigio se dirigió a la capilla principal para rogarle al Señor del Sepulcro que regresara a Heriberto al susodicho (irónico, ¿cierto?) y que el hechizo lanzado en la noche de San Juan no surtiera más efecto... El cura lo escuchó atento cuando Remigio le con-taba lo del pacto. –No hay mucho que hacer, hijo mío... sólo confiar en el Señor... encomiéndate a su divina gracia y todo irá bien... Y así lo hizo, pasaron tres noches cuando escu-chó nuevamente los arañazos en la puerta... los gritos... –Ora si no se salva, Sal ya Compadre, te voy a lle-var aunque me tome toda la pinche eternidá... Poco a poco Remigio se dio cuenta de algo, Heri-berto no podía entrar a su casa... por algún motivo no podía entrar... ¿Cuál seria ese motivo?

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Pensó, intentó pensar, pero los gritos de afuera no lo dejaban... Unos pasos resonaron en la calle... Luego una voz de hombre que lanzaba una expre-sión de sorpresa.

La misma voz en un grito de terror...... Y el silencio...

Heriberto venia a este mundo por almas... no era necesario que fuese la que él venía a buscar... solo un alma, cobrando un alma por noche... sería su-ficiente... pero lo que él esperaba para liberarse del maleficio era llevarse el alma de Remigio... Remigio al día siguiente salió de la casa para descubrir que aquello que evitaba que Heriberto entrara en su hogar era una cruz levantada sobre el arco de la entrada a la finca, la Santa Cruz de Caravaca.

No tenia idea yo de lo que seria esa cruz ni qué propiedades, sólo intuí que sería un poderoso ta-lismán contra dicho espectro, por labios del arrie-ro supe que era un efectivo protector contra el mal.

Mandó hacerse una cruz de Caravaca en plata pura para llevarla siempre al cuello, así, trans-currió el tiempo, durante el cual, la población fue diezmada por lo que algunos estudiosos venidos de la capital llamarían como “La plaga de los mil días”.

Nótese que fue en ese lapso de tiempo en el cual la población de ser numerosa decreció dramática-mente, hasta que el cansado terrateniente decidió largarse con rumbo desconocido, los que quedaron poco a poco se fueron de ese lugar maldito.

Y se dice que el alma en pena de Heriberto aun sigue buscando a Remigio por las calles vacías, oscuras y malditas de Tecolotlán, gritando mal-diciones y llevándose al infierno a cuanta alma puede... Ahí terminó el relato, los viejos arrieros se levan-taron y tomando a sus animales echaron a andar en dirección contraria a donde quedaba aquel pueblo del infierno.

Obviamente quedé muy impresionado por el re-lato, (no de miedo, debo confesarlo) quería ex-perimentar el terror en su estado más puro, así que arrancando mi Iron Horse eché carrera hacia donde me dijeron que quedaba Tecolotlán.

III

Cuando llegué a una plazuela oscura, fría y de-sierta, tuve la certeza de que estaba en ese pueblo maldito del que recién había escuchado la histo-ria, me extrañaba que en efecto no hubiera ni una sola alma, ni la de un perro.

Pero llevaba mis Walkman, mi moto y mi cajeti-lla de cigarrillos “especiales” y la mejor arma de todas... mi falta de miedo...

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Quedaba aun luz de día cuando llegué, intenté imaginarme el pueblo en sus mejores días, lleno de gente, de ese olor a día de mercado en provin-cia, ha, hubiera sido hermoso pasearme en dicho pueblo en un día mejor que ese...

En fin, ese día había ido para ver a un alma que posiblemente de verme y yo de verla, me llevaría derechito pa’l infierno utilizando las palabras que había oído de aquellos arrieros.

Como tenia físico ejercitado, escalé en uno de los faroles para checar si aun tenia petróleo, sorpren-dentemente sí, utilizando mi encendedor logré prender unos cuantos para poder iluminarme bien durante la noche, después me arrepentiría de hacerlo.

Estaba recostado sobre mi moto, miré mi reloj de pulsera, eran casi las once de la noche y no había ningún espectro salido del infierno, una hermosa luna llena me miraba desde el cielo, prendí uno de mis cigarrillos, cuando lo terminara, dormi-ría...

La moto estaba aparcada en lo que supuse era la plaza principal, yo estaba recostado sobre ella, cuando tiré la colilla de mi cigarro me recosté para dormitar hasta que el sol saliera, los faroles brillaban bien a pesar de los años que llevarían sin ser encendidos, hasta que escuché aquellos so-nidos infernales... No, no escuché gritos infernales, como lo decía la leyenda, eran otra clase de sonidos, como pa-

sos, pasos tímidos de ser oídos, pero pasos a fin de cuentas...Miré en torno a mi, me quité las gafas que lleva-ba puestas, y me quedé absorto mirando, los pa-sos giraban en torno a mi, bajo la luz de la luna pude ver siluetas, siluetas fantasmales de mujeres de años olvidados, las cuales llevaban al hombro pesados cantaros de barro para llevar agua, una imagen como esta por lo general no infunde mie-do, pero me lo infundió, puesto que cuando una de aquellas criaturas pasó cerca de la luz de uno de los faroles que encendí, pudo hacerme notar un vestido largo, negro y carcomido por los años, una mano esquelética (en todo el sentido de la palabra) jaló aquel pedazo de tela que se había ido hacia la luz, los ojos de aquellos seres, ¡¡Dios!! Eran al parecer cuencas vacías únicamente llenas de un extraño fulgor rojo...

Mirando más despacio y aterrorizadamente, noté varias siluetas de hombres jalando caballos cada-véricos, por la poca luz sólo pude notar que algu-nos de aquellos arrieros de ultratumba eran esque-letos, otros al parecer cadáveres en pleno proceso de putrefacción, fue entonces quizás cuando lancé el primer alarido de terror de toda mi vida...

Quise subirme a mi moto, quise arrancar a toda carrera y escapar... a toda prisa... a donde fuera... a cualquier parte lejos de aquella pesadilla... pero no podía... mis manos y pies estaban acalambra-dos por el terror más puro...

Fue cuando sentí una mano tocándome el hom-bro.

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Lancé un chillido y con todas mis fuerzas lancé un codazo contra quien me había tocado, un ge-mido ahogado me convenció de que fuera quien fuera había sentido mi golpe...

Me giré y no era uno de aquellos seres de pasarela de horror.Era un hombre, pequeño, rechoncho, por su facha un arriero común.

Con voz ahogada por el miedo y el dolor el sujeto comenzó a balbucir...

–Vine porque hay luz aquí... ellos no les gusta la luz... pero por su madrecita santa, joven, ¡¡Díga-me que usté no es una mala figuración!! ¡¡¡Dígame que usté es de este mundo y no del otro!!!

De inmediato recordé el nombre que los arrieros dijeran a mediodía, antes de que yo los interrum-piera. –¿Es usted Melitón?

–Sí, señor... así mesmo me llamo... por favor... dí-game usté que no es un espanto...

–No, no lo soy... por desgracia no...

–¡¡Bendito sea el señor de Tula!! ¡¡Vamonos de aquí, señor!!

–Sí... pero... ¿Por donde?

–Pa’ onde sea...

–Está bien, Melitón, súbete... nos vamos de este infierno.

Me gustó sentir otra alma viviente cerca de mí, como dicen por ahí, el miedo se reparte cuando hay más de uno. Tuve el valor de encender el mo-tor de mi moto, el aterrado arriero se trepó como pudo y echamos a correr como alma que lleva el diablo.

Cuando atropellé a una de aquellas figuras feme-ninas noté que soltaba el cántaro de barro que lle-vaba y que de él salía una bandada de murciélagos que comenzaron a volar tras la moto.

–Agárrate fuerte... voy a meterle tercera... Y no escuché lo que dijo, sólo meneó la cabeza en forma afirmativa, el acelerador rugió como tigre a punto de atacar y el motor nos lanzó a 105 km/h.

Fue cuando escuché el grito de Melitón, lo sen-tí soltarse de mis espaldas y supuse que se había caído de la moto... su grito fue largo, pero no cho-có contra el piso como yo esperaba, sino que se remontó hacia arriba, como si lo hubiera jalado una mano poderosa hacia el cielo estrellado de aquella noche de pesadilla.

No quise voltear... sólo quise meterle más veloci-dad a la moto.

–Vamos, perrísima, no me dejes... dale más, nena, dale mas... –Decía entre dientes.

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Y como si me entendiera la velocidad subía, pero una sensación terrible se acercaba a mí, sentía que algo corría a mis espaldas, y a pesar de que iba a una considerable velocidad lo sentía pegado al escape de la moto...

Sentí un terrible empujón en mi espalda, la moto se levantó haciendo un caballo de acero sin yo quererlo, intenté meter el freno, pero la excesiva velocidad me lo impidió de golpe... poco a poco la llanta delantera comenzó a caer, y yo caí con ella.

Motocicleta y jinete fuimos a dar al piso enzaca-tado, unos raspones por aquí y uno que otro golpe por allá sorprendentemente, pero nada más... la experiencia de muchas caídas me había hecho so-brevivir en esa ocasión, pero preferí haber muerto luego de ver que mi perseguidor era un ente infer-nal que se acercaba a pasos tranquilos, un par de alas como de murciélago se plegaron y se pegaron a su cuerpo, unos ojos rojos y cabello enmarañado señalaban al ser de pesadilla que me había tirado de la moto. –Al fin... hijo de puerca... al fin te vuelvo a en-contrar... setenta años... setenta años estuve espe-rando que volvieras... y por fin volvistes... nomás pa’ conocer tu destino... –Dijo la voz sepulcral de aquel ser. –Y yo no sé de qué me está hablando... y-yo no lo conozco... soy de fuera... d-del DF...

–No... Tu eres el rastrero de mi compadre Remi-gio... volviste... con otro cuerpo, con otra cara,

pero la misma alma perdida que tenias en tu otra vida... –N-no... Me llamo Leonardo... Leonardo Jimé-nez... –Tal vez ahora así te nombres... pero tu alma tie-ne otro nombre tatuado... el de Remigio García y Torrado... y orita mismito te voy a llevar a tu morada eterna... EL INFIERNO...

El ente me tomó por el cuello de la chaqueta y de un tirón la rasgó junto con mi camiseta mostran-do mi pecho desnudo a la luz de la luna, cuando un resplandor brotó de mi pecho, el ser retrocedió cubriéndose los ojos.

–Maldito perro... ni en tu otra vida dejaste de usar ese méndigo talismán... –Dijo Horrorizado.

Llevé las manos a mi pecho y toqué la cruz que llevaba al pecho, la cruz roquera que mi novia me había regalado cuando cumplimos 6 meses de novios, la llevaba puesta porque según ella era la cruz que representaba la vida roquera, libre y des-preocupada.

Ahora conocía bien aquella cruz, era la Santa Cruz de Caravaca... supe entonces que no había sido la casualidad la que me había llevado hasta ese lugar, así como no había sido la casualidad la que me había hecho portar aquella cruz que yo suponía símbolo de rebeldía, ahora lo sabia todo...

Sin dar tiempo de que se recuperara, corrí hacia

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donde estaba la motocicleta y haciendo sobrehu-mano esfuerzo logré hacerla arrancar, dejando una polvareda en aquel lugar infernal me lancé casi volando lejos de aquella pesadilla.

A mis espaldas oía los gritos de aquel ser que se había quedado con las ganas de llevarme...

IV

A eso de las cuatro de la mañana llegué a San Jacinto, un policía de guardia me encontró ten-dido sobre la moto intentando hacerla arrancar, el mismo notó que el tanque estaba vacío... y que yo a pesar de todo continuaba balbuceando con lágrimas en los ojos y el rostro desencajado por el terror.

–Vamos, nena, no me dejes, arranca, ¿No ves que viene atrás de nosotros? ¿No ves que me quiere lle-var?

Me llevaron a la delegación, luego fui revisado por un médico que me diagnosticó principios de hipotermia y alteración nerviosa, la gente de ese pueblo fue muy buena conmigo, les relaté lo que había vivido y me compadecieron, me dejaron una habitación en la mejor pensión que tenía y todos los días tenia caldo de pollo en la comida y chocolate caliente en la merienda, lo admito, nunca conocí mejor gente que en ese pueblecito pintoresco...

Regreso cada año a vacacionar a dicho pueblo,

los que me conocen me quieren y me respetan al igual que yo a ellos... aun tengo a mi bebé, la arre-glé pues estaba muy maltratada después de esa pesadilla, y la cruz de Caravaca... bueno... creo que aun puedes mirarla en mi pecho... por si las moscas también me la tatué en la espalda, aunque tiemblo de sólo recordar aquel pueblo encajado en la sierra muerta llamado Tecolotlán... el pueblo del Infierno...

Asocio entre paréntesis mi experiencia vivida con una rola de mi grupo favorito, la rola The Throo-per... en la cual hay una parte que dice: “El olor a humo ácido y aliento del caballo. Me acerco a una muerte segura” creo que debí ponerle atención... y creo que nunca debí haberme ido a parar a seme-jante lugar de pesadilla... Tecolotlán aun existe y sigue abandonado...

Cuando en la empresa constructora en la que tra-bajo como ingeniero civil me dijeron que me die-ra una vuelta por allá (puesto que queda cerca de donde voy a vacacionar) creo que no pude evitar la sensación de mandarlos al diablo, pero rien-do nerviosamente tuve que admitir que no podía porque era un lugar inapto para ser habitado por nadie (que no sean los espectros, claro está).

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Por Laura Lobeiras Muñiz

Tengo una pena clavada en el alma que sonríe cuando me miras,

tengo las ganas y me faltan las fuerzas para arrancarla

¡Qué este vacío medio lleno se quede en mis entrañas!

Tengo noches coloradas y añoranzas de nada,

cuentos mañaneros y tardes perfumadas,

tengo y no tengo una espalda soleada,

un hueco en la mejilla y la miel embotellada;

Por tener, tengo cartas con alas,

Tengo y no tengo

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una sola cuchara, tieso el cogote

y cuentos de hadas.

Con tu embargo, no tengo nada

sin embargo, te tengo…

Así como se tienen los sueños,

así como se posa la mariposa en tu pecho,

así sin pretender más ni esperar menos,

sin querer la luna, ni tocar las estrellas

pronunciando tu nombre sin que te tiemblen las piernas.

Olvidándome de todo y acordándome de ti,

así, así si te tengo.

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Por Myriam Soledad Trigueros

Cada pentagrama

un nuevo compás.

Sobre partituras informes,

se derrama

la bilis,

desafinado enemigo,

iracundo,

como un toque de timbales:

imprevisto.

Sin orden ni concierto,

a destiempo,

un da capo infinito.

Un desconcierto.

Disonancia

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Un despropósito.

No surge a propósito

pero ahí está ,

como una alteración inesperada

en una escala de la menor.

Un comienzo vano

pues no hay final posible.

Un canon

inconcluso e inacabado.

Una cuerda rota.

Imprevisible.

Tensión

y notas diluidas –rrrploooop-

en esta maraña vital

y sinfónica.

Temo

que el mástil ceda

a la presión

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pero seguimos leyendo.

Clave de Sol

(con nubes de tormenta)

Me gusta pensar que

los reguladores

son los paraguas resbaladizos

de la felicidad:

se abren, se cierran…

diluyen el sonido,

el contenido

y el descontento.

Y sin aliento

seguir soplando el instrumento

del que fluyen las musas

convertidas en carne de fusa.

Difunde la esperanza

de que cambie el tono

o el ritmo

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antes de que acabe la pieza

y nos deje inconclusos

como la octava de Schubert

o Beethoven.

Y que paradójico

que siempre sea la octava,

eso es, siete más uno.

Vuelta a empezar.

Nunca silencio.

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Por Ángel Torezano

Es más rápido que el viento.

No teme a la oscuridad.

Doloroso es su tormento,

fuego de la adversidad.

Es la espada de los cielos

que en dos parte la fría noche,

blanca cual gélidos hielos,

de poder puro derroche.

Cada estrella se enmudece

ante su magnificencia;

todo el mundo palidece

cuando se haya en su presencia.

Espada de los cielos (adivinanza)

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42

Respuesta:

El rayo

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Por Cristina Escriche

Dedicado a Ignacio Castellanos

Poeta,

Enséñame la senda

Verde liberada

De temores y cadenas

En que danzan los pies

Del viajero derrotado.

Pues beber quiero

Del dulce hidromiel

En jarras de juventud

Y fuentes de lujuria;

Descansar en

Prados eternos

Mis ojos cansados;

Y dormir a la luna

Quiero sendas verdes

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Olvidando girones

De plata aún prendidos

A mi alma.

Arráncalos;

Y arranca de mí

Esta pena

Con tus palabras

Veraces y tu lengua

Cínica.

Sean las musas

Favorables a tu

Pluma y a mi

Causa.

Llévate de mí

La falsa esperanza

Que tantas veces

Hice pedazos;

Y la consciencia

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De recuerdos implantados

En sábanas que jamás

Dieron cobijo a nadie.

Emborráchame

De música de laúd

Y arpa;

Del rugido del viento

Y del bramido de las olas.

Que ellas se lleven

Los restos de la sal

Que erosiona mi rostro.

Que bañen mi cuerpo

En espuma de deseo

Y penetren mi inocencia,

¡Que tomen de mí

Cuanto gusten!

Pues ahora, Poeta,

No me debo más

Que a un amante:

La tristeza.

Page 46: +Letras - Número 3

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