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Leyendas Urbanas “Los fantasmas del Maipo”

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Leyendas Urbanas

“Los fantasmas del Maipo”

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Los fantasmas del Maipo En 1943 durante el segundo incendio del Maipo, que le obligo a

cerrar 2 meses, esa tarde del 6 de septiembre se dice que Randazzi (Actor de reparto) se olvido su sueldo en su camarín, el estaba adentro cuando sucedió el incendio y fue por su sueldo y según lo que dicen el murió antes de alcanzar a llegar a su camarín y se dice que desde entonces ronda buscando ¿quién sabe qué? ¿Su sueldo? Desde entonces ronda en el Maipo.

En 1950 Un joven chileno llamado Luis Cáceres que en ese entonces rondaba los 25 años se decía que él era muy amigable, prolijo en su vestir y en la sala donde trabajaba en la sala de maquinistas. Él llegaba temprano saludaba a todos y ni bien terminaba se ponía a trabajar en el escenario, como no tenia familia el Maipo se hiso su segundo hogar cuando ya habían pasado más de 35 años trabajando en el Maipo, un día que no se sentía bien fue a visitar al doctor y un día volvió y no hablo con nadie hiso su trabajo y se colgó de una viga con una soga para evitar el dolor que le esperaba con esa enfermedad que no se afirma cual fue. Desde ese día ronda en el Maipo.

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El Primer Fantasma Para hablar del Primer Fantasma del Maipo, debemos

remontarnos a suceso luctuoso ocurrido allá por el año 1943, cuando el teatro sufrió el segundo incendio y que obligó a cerrar sus puertas por más de dos meses. Esa noche del 6 de setiembre, mientras todo el mundo corría hacia la calle, un actor de reparto de apellido Radizzani volvió a entrar al Teatro en llamas porque había olvidado en el camarín el sobre con su sueldo. Algo nada aconsejable si se compara el valor de una vida, con el del dinero que podría haber en ese sobre, tratándose de un actor de reparto, claro. Radizzani fue asfixiado por el humo y resultó la única victima del siniestro. Si esto no es un revés tremendo, que alguien me lo diga. Este desgraciado suceso, convirtió a Radizzani en el fantasma más antiguo del Maipo.

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El Segundo Fantasma Años después, allá por 1950, época en que todavía la gente pensaba que este era un

lugar mejor donde vivir, un joven chileno emigrado a nuestras tierras entró a trabajar en el Maipo como asistente de Maquinistas. Se llamaba Luis Cáceres y andaba por entonces en sus 25 años. Dicen los que saben y le conocieron, que nunca se vió persona tan atildada y prolija en su vestir dentro del personal del teatro. Prolijidad obsesiva que el joven Luis volcaba además en su tarea. Nunca la Sala de Maquinistas estuvo tan limpia y ordenada como en todos esos años en que silenciosamente, en forma más que puntual y eficiente Luis Cáceres llevaba a cabo su trabajo. Llegaba muy temprano, siempre de punta en blanco, saludaba en las oficinas al personal administrativo, en ese entonces en el Primer Piso, y luego se dedicaba sin pausa y sin prisa a poner todo en orden en el escenario. Y eso que no era personal efectivo. Su tarea era requerida cuando las producciones del momento exigían plantel extra , cosa que afortunadamente para la época y para Don Luis, sucedía bastante a menudo. No tenía familia alguna, y habitaba en cuarto de pensión en las cercanías del Maipo y ya había decidido que si algún día le correspondía alguna indemnización por la causa que fuere, la misma -en caso de que él no pudiese cobrarla-fuese donada al Sindicato de Maquinistas. Fueron pasando los años, y esa relación Maipo-Familia fué creciendo en Don Luis, que evidentemente había hecho de su querida sala un segundo hogar. Ya con 60 abriles en sus espaldas y más de 35 años de trabajo en el Teatro, un día no se sintió bien y tuvo que visitar al médico. Volvió de esa visita con un aire medio consternado y sólo dejó deslizar la inquietud de que "no había tenido buenas noticias". Durante los siguientes 15 días nadie notó nada especial. Don Luis siguió llegando temprano, realizando sus tareas con la misma prolija obsesión de toda la vida y solamente alguien reparó que ese sábado a la tarde de 1985, Don Luis había agregado al sempiterno conjunto sport de pantalón, camisa y saco, una elegante corbata haciendo juego. Subió como siempre al primer piso, saludó al personal de administración, se fué al escenario, arregló todo como siempre y a las seis de la tarde armó por última vez un nudo en una cuerda como sólo el sabía hacerlo y con esa misma cuerda de maquinista se colgó de una viga de hierro en los techos de su querido Teatro Maipo. Fué su manera de esquivar el doloroso destino que un cáncer terminal le tenía reservado para un futuro demasiado cercano. Si esto no es mérito suficiente para convertirse en el Segundo Fantasma del Maipo, que alguien me lo diga también.