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C H R I S D U - P O N D
L I C E N C I A P A R A
D U D A R
Descubre la fórmula de la confianza y controla tus dudas
Contenido
Introducción 5
La fórmula de la confianza 7
Veamos lo que significa cada una de las partes de esta ecuación 7
CAPÍTULO 1: Mi duda más grande 15
¿Hay algo más allá de la muerte? 17
Tipos de duda 20
Duda emocional 22
Duda volitiva 29
Duda intelectual 32
Resumen 33
CAPÍTULO 2: Comprender mis dudas: Autoevaluación 35
Autoevaluación 36
Interpretación de los resultados 39
CAPÍTULO 3: La fe del cristiano vs. la fe del ateo 41
Resumen 62
CAPÍTULO 4: La duda intelectual 65
¿Cómo sabemos si Jesús realmente resucitó? 69
Haciendo historia 71
Los hechos sobre la resurrección 72
Fundamento histórico 74
Hecho #1: Jesús murió por crucifixión 77
Hecho #2: Sus discípulos creyeron haber visto a Jesús después
de Su crucifixión 77
Hecho #3: La conversión de Pablo, el perseguidor de la Iglesia 78
Hecho #4: Santiago, el escéptico medio hermano de Jesús,
se hace cristiano 79
Hecho #5: La tumba de Jesús fue encontrada vacía 80
Conclusiones: ¿Qué implica esta evidencia? 85
CAPÍTULO 5: La duda emocional 91
La duda emocional debido al sufrimiento 92
La duda emocional debido a la mala teología 96
La duda emocional debido a la incertidumbre sobre el futuro 106
La duda emocional debido a los problemas fisiológicos
y psicológicos 112
La duda emocional debido a el silencio y a la «ausencia» de Dios 116
Conclusión 125
CAPÍTULO 6: La duda volitiva 127
Otras causas de duda volitiva 146
Dios y tu papel en la fe 149
CAPÍTULO 7: Dos modelos y ejemplos de fe 153
CAPÍTULO 8: La duda en la Iglesia: Una guía 167
Apéndice «A»: ¿Fue Jesús divino a pesar de que nunca dijo:
«Soy Dios»? 181
Una nota sobre las fuentes históricas 182
Metodología 184
Jesús recibe honores que solo se le deben a Dios 184
Jesús comparte atributos con Dios 188
Jesús comparte los nombres de Dios 189
Jesús comparte los actos de Dios 191
Jesús comparte el trono de Dios 195
Conclusión 199
Notas 201
Introducción
¿Cuál es tu primer recuerdo de cuando eras niño? ¿Tal
vez fue un 25 de diciembre cuando esperabas que
amaneciera para ver lo que recibirías por Navidad?
¿Posiblemente fue el día en que nació uno de tus hermanitos?
¿Será quizás un recuerdo doloroso, como la separación de tus
padres o cuando falleció tu primera mascota? Todos estos son
momentos que nos marcan y que es muy posible que nunca
olvidaremos.
Mi primer recuerdo tiene que ver con cangrejos o «jaibas»,
como se les llama en algunas regiones de México. Por fortuna,
contrario a lo que puedas pensar, no fue una experiencia dolo-
rosa. De hecho es uno de los mejores recuerdos que tengo junto
a mi padre. Por alguna razón que se me escapa de la mente,
mi papá me llevó a pescar «jaibas» en el Puerto de Veracruz,
México, con algún amigo de antaño.
Para pescar jaibas se necesita de una trampa; las hay de
muchos tipos, pero casi siempre son jaulas con una sola entrada.
Se necesita de un poco de carnada (pescado por lo general)
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y tiempo. Las trampas se dejan en el mar entre dos y cinco
metros de profundidad durante la noche, que es cuando las
jaibas están más activas. Cuando entran en las trampas para ali-
mentarse se les dificulta encontrar la salida, y así, cuando pasa
el pescador a recoger las trampas, no necesita hacer más que
tomar los especímenes de buen tamaño y liberar al resto.
Esa era la labor en la que nos encontrábamos aquel día
hace ya unos 40 años. Recuerdo que el pescador sacaba las
trampas con rapidez para evitar que las jaibas escaparan, y con-
forme las liberaba, las iba soltando en el fondo de la pequeña
barca de madera. Aún tengo en el alma el vívido recuerdo de
ver mis pequeños pies descalzos junto a las enormes jaibas
color olivo. Me es imposible olvidar el profundo temor que me
invadió al pensar que podría ser mordido por las enormes tena-
zas de alguno de estos animales.
Mi papá notó mi preocupación y recuerdo con absoluta
claridad lo que me dijo: «No tengas miedo, si no te mueves
las jaibas te dejarán tranquilo». Lo curioso es que no recuerdo
nada más de esa aventura con mi padre. No recuerdo cómo
llegué ahí, el barco, ni tampoco cuándo salimos. ¡No recuerdo
ni siquiera si nos las comimos! Pero lo que sí recuerdo muy
bien es que las palabras de mi padre me dieron una profunda
paz, y le creí. Aún hoy, después de tanto tiempo, recuerdo ese
sentimiento de tranquilidad al saber que mi papito estaba ahí
conmigo teniendo cuidado de mí, guiándome y alentándome.
¡Qué maravilloso sentimiento! Me sentía confiado, seguro y pro-
tegido. Yo tenía confianza plena en mi padre, confianza que
perdura hasta el día de hoy.
El tema central de este libro es el origen y la naturaleza
de lo que llamamos confianza: ¿de dónde nace? ¿Cómo se
pierde? ¿Es posible cultivarla y alimentarla? ¿Se puede recu-
perar una vez perdida? ¿Qué es la duda y cómo se relaciona
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con la confianza? Estas son las cuestiones que afrontaremos
con honestidad y profundidad en las siguientes páginas. Pero
no solo eso, también comprender la importancia de estas pre-
guntas y responderlas con la verdad tiene serias implicaciones
para nuestra vida y es posible que más allá de esta vida. Tal vez
pienses que estoy exagerando un poco, pero creo que estarás
de acuerdo conmigo al terminar el libro. Al menos, es mi deseo
que así sea.
La fórmula de la confianzaLes acabo de hablar de mi primer recuerdo de la infancia y del
sentimiento de paz que me infundió el tener a mi padre al lado
en un momento de inseguridad y peligro potencial. Ese senti-
miento se llama confianza. La confianza es el resultado de una
fórmula casi matemática (aunque soy ingeniero de profesión,
prometo que no habrá más matemáticas en todo el libro) que
se debe cumplir sistemáticamente y al pie de la letra. Tal vez
haya algunos otros factores menores, pero esta es la fórmula
principal:
Confianza = Conocimiento (íntimo) + ConsistenciaDuda
Veamos lo que significa cada una de las partes de esta ecuación:
Conocimiento. Esto es lo que sabemos con respecto a una
persona o situación en particular. Tener un conocimiento pro-
fundo, verdadero, abundante y correcto sobre una persona o
situación invariablemente aumentará o disminuirá nuestra con-
fianza. El ejemplo más sencillo es el de las relaciones familiares.
Si por ejemplo, sabes que tu padre te ama profundamente, ese
mismo conocimiento echa fuera cualquier miedo, a tal punto
L ICENC IA PARA DUDAR8
que te sentirás protegido y en paz bajo su cuidado. Pero lo
contrario también puede ser cierto: una mala experiencia con
un padre puede arruinar tal confianza, a veces, para siempre y
sin remedio. Si sabes que tu padre te abandonó a los dos años
para irse con otra mujer y que no te llama ni en tu cumpleaños,
entonces ese conocimiento disminuirá tu confianza en él de una
manera profunda.
Consistencia. De igual manera, la consistencia influye de
manera importante en la confianza. Usando el mismo ejemplo
del padre que no cumple con sus responsabilidades paternas,
supongamos que él intenta recuperar la confianza de sus hijos.
Él los reúne, pide perdón por los errores del pasado y promete
cambiar. Es muy posible que esto no sea suficiente para recupe-
rar la confianza por completo, pero si el papá comienza a cam-
biar y sostiene esos cambios positivos por un tiempo razonable,
entonces la confianza aumentará poco a poco con el paso de los
días. Es por eso que la consistencia afecta también a la confianza,
tanto de forma positiva como negativa. Un padre puede hacer
muchas promesas, pero al menos que sea consistente al cumplir-
las, la confianza no aumentará mucho y, por el contrario, puede
seguir disminuyendo.
Duda. ¡La famosa y problemática duda! Esta parte es la
más difícil de manejar y la que puede cambiarnos la fórmula
de la confianza ¡hasta de manera sorpresiva! Muchos piensan
que lo contrario de la confianza es la duda, sin embargo eso
es falso. Aunque es cierto que la duda puede disminuir nuestra
confianza, en realidad lo opuesto de la confianza es la descon-
fianza, no la duda.
Veamos otro ejemplo: Alicia ha llegado a la edad en que
empieza a buscar un buen hombre para casarse y formar una
familia. Al igual que para la mayoría de las mujeres, su prín-
cipe azul debe cumplir con una serie de requisitos: que sea
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comprensivo, amoroso, inteligente, de buena familia, traba-
jador, servicial, etc. ¿Cuál sería el mejor método para que tal
príncipe caiga en las garr… digo, para que tal príncipe llene la
minuciosa lista de requisitos de la joven? Supón también que tú
eres el «afortunado» padre de Alicia y que ella te pide consejo
sobre cómo abordar tan imponente tarea. ¿Crees que sería
buena idea decirle algo como esto?: «Mira, tú solo sal a la calle
y proponles matrimonio —al azar— a todos los hombres que se
te atraviesen. Cásate con el primero que acepte ser tu marido.
Tu solo ten la confianza de que será el hombre de tus sueños».
Tengo dos hijas, y de solo pensar que busquen marido
de esa forma, ¡me dan ganas de sacarme el hígado con una
cuchara! ¡Ninguna persona de mente sana y estable buscaría
pareja de esa forma! Creo que la respuesta es muy clara, pero
quizás te atreverías a preguntar, ¿por qué? Fácil. Apliquemos la
ecuación: en este caso, el potencial príncipe azul no tiene nues-
tra confianza precisamente porque no lo conocemos y tampoco
sabemos si su patrón de comportamiento lo hace un candidato
ideal para Alicia; es decir, no sabemos si es de forma consis-
tente bueno e idóneo para ella.
¿Pero qué tiene esto que ver con la duda? ¡Mucho! Supon-
gamos que Alicia lleva tres años de novia con el susodicho
príncipe azul. Supongamos también que han compartido todo
tipo de situaciones, incluyendo algunas de alto estrés: han ido
a acampar y les entró agua en la tienda de campaña, fueron a
pescar y Alicia le clavó el anzuelo en la nuca accidentalmente al
novio, sus familias se han conocido (incluyendo las suegras), se
han visto en situaciones comprometedoras y, a pesar de todo
esto, han decidido ponerle fecha a su boda. ¿Qué ha pasado
aquí? Sucede que el conocimiento de Alicia derivado de la con-
vivencia mutua, unido con una conducta consistente, han hecho
del príncipe azul «material de matrimonio».
L ICENC IA PARA DUDAR10
En lo personal, llevo más de 20 años de matrimonio y
mi boda fue uno de los momentos más felices de mi vida (no,
nadie me pagó por decir esto), y sin miedo a equivocarme,
creo que para mi esposa también lo fue, y la razón por la que
fue un momento «santo y feliz» como dijo el ministro, es por-
que ambos teníamos un alto grado de confianza en que sería-
mos muy felices; una confianza derivada del conocimiento y la
consistencia. Sin embargo, la confianza nunca llega al grado
de ser certeza absoluta. Es aquí donde entra el factor «duda».
La duda es entonces, un elemento de incertidumbre que
influye en la confianza. Siguiendo el ejemplo del matrimonio, se
podría pensar que a pesar de conocer a las personas, siempre
queda la duda: ¿habré escogido bien? ¿Qué tal si solo me puso
su mejor cara? ¿De verdad será su mamá tan amable? Este tipo
de dudas aplican a casi todos los ámbitos de nuestra vida, ya
que pocas cosas pueden ser probadas y demostradas con un
100 % de confianza (certeza absoluta). Pero esto no nos para-
liza del todo, e incluso la duda puede ser una fuerte motivación
para obtener conocimiento y reforzar nuestras creencias y des-
echarlas por ser falsas.
Ya que de los tres elementos de la fórmula de la confianza,
la duda es el elemento más complejo, es ahí donde pasaremos
la mayor parte de tiempo en nuestra reflexión. Pero antes de
pasar al tema de la duda, es necesario hacer una aclaración en
cuanto a la relación entre la fe y la confianza. ¡En realidad son
prácticamente la misma cosa!1
A través de los años me he topado con todo tipo de per-
sonas: creyentes, ateos, agnósticos, espirituales, mormones,
musulmanes, etc., que afirman que la fe es creer sin evidencia.
Esto es totalmente falso, al menos en el sentido en el que uti-
lizaré este término en todo el libro. Hablaremos más de esto
conforme avancemos en el tema. Por lo pronto, agreguemos
IN T RODUCC IÓN 11
otro concepto: para términos prácticos, de ahora en adelante
fe = confianza. Sustituyendo Fe en lugar de Confianza tenemos
entonces la fórmula de la fe:
Fe = Conocimiento (íntimo) + ConsistenciaDuda
Sabemos que en matemáticas, la división entre cero es ile-
gal (bueno, no te preocupes, si no lo sabías guardaré el secreto,
shhhh). De forma similar, la duda nunca será eliminada por com-
pleto2 hasta llegar a cero, pero lo deseable es que se acerque
lo más posible al cero. Nuestra meta, en cuanto a creencias y
relaciones, es llegar a tener lo que se conoce como una duda
razonable.
La duda razonable la utilizaremos con el mismo criterio
que se usa en los tribunales civilizados, inclusive para homici-
dios. La duda razonable es una medida de incertidumbre que no
nos frena a emitir un juicio a pesar de no tener una seguridad
absoluta. Notemos que si la duda toma un valor numérico de 1,
entonces esta no afecta en nada a la fe (la suma de conocimiento
y consistencia). Esto es a lo que en materia de leyes llaman la
duda razonable. Cuando en un juicio se revisa toda la evidencia
disponible, se le pide a un jurado deliberar y emitir un juicio que
no vaya «más allá» de la duda razonable. Es decir, no se le pide
al jurado que el veredicto cumpla con el estándar de certeza
absoluta, sino que admite un elemento de duda, pero esa duda
debe ser razonable.
Existe la posibilidad de que el jurado se haya equivocado al
ver la evidencia, pero la duda de que el asesino es culpable debe
de ser mínima o «razonable». Creo que ese es un buen estándar
para nuestras creencias y para brindarle nuestra confianza a una
persona, creencia o causa. ¿Es posible que el jurado se haya
equivocado? Sí, es posible, pero la meta es que el veredicto
L ICENC IA PARA DUDAR12
tenga pocas probabilidades de estar equivocado. Por otro lado,
es posible que la evidencia no sea suficiente, y así el jurado
decide que la duda es demasiado grande («no es razonable»)
y, por lo tanto, la evidencia se declara como insuficiente para
enjuiciar y declarar culpable al sospechoso. Aquí se presume
que la persona es inocente hasta que se pruebe su culpabili-
dad, y si la evidencia no pesa lo suficiente como para mover la
balanza al lado de «culpable», entonces el acusado se considera
«inocente» ante la ley. Así pues, en nuestra fórmula, tener un
valor de uno constituye una duda razonable. Si nuestra duda
crece, entonces la fe / confianza disminuye. Por el contrario,
una duda cercana a cero aumenta en gran medida nuestra fe.
Ahora, antes de proseguir, debo hacer una confesión.
Cuando hablamos de cuestiones de «fe», la religión es, por lo
general, lo primero que nos viene a la mente. Por eso comencé
usando el concepto sinónimo de «confianza». Mi deseo no es
el de confundir a mis amables lectores, sino de clarificar y sim-
plificar conceptos que nuestra sociedad ha manchado con el
paso del tiempo. Pero por otro lado, en lo personal, y en cues-
tión de religión, soy una persona que cree en la existencia de
Dios y en particular creo en la existencia del Dios de la Biblia.
Tal vez en este momento quieras decir: «¡Oh no, otro fanático
religioso con un libro de religión disfrazada de intelectualidad!
¡Qué desilusión!».
En realidad, ¡no! Este libro no es un tratado de cuestiones
religiosas, pero sí toca las interrogantes más importantes de
la vida en materia de «fe» que todos nos hemos hecho alguna
vez: ¿por qué existe el universo? ¿De dónde venimos? ¿Cuál
es el propósito de la vida? ¿Existen el bien y el mal? ¿Hay vida
después de la muerte? ¿Se puede saber si Dios existe?
Estas son las llamadas «preguntas del millón». Preguntas
que causan polémica y, sobre todo, duda en la humanidad, pero
IN T RODUCC IÓN 13
que también determinan muchas cosas en tu vida. Es aquí donde
el concepto de duda juega un papel muy importante. Creo que
es posible responder a estas preguntas de manera razonable
y al mismo tiempo minimizar la duda sobre tales cuestiones.
El problema es que cuando escuchamos la palabra «fe» por lo
general la relacionamos con «fe ciega» o «religiosidad», o «un
salto de fe», y es ahí donde yace el error. Ya mencioné que soy
una persona de fe, que creo en Dios y creo en la vida después
de la muerte. Lo que no he mencionado es que también soy
una persona de ciencia y razón. Tengo una naturaleza curiosa y
escéptica. Soy ingeniero en sistemas computacionales y utilizo
las ciencias aplicadas para ganarme el pan diario.
Al momento de escribir este libro, llevo más de 20 años
laborando en el área de la alta tecnología y de sistemas de
cómputo. Lo anterior no quita que creo también en la ciencia y
en la razón y, por lo tanto, creo también que la «fe» (entendida
como confianza) no está en oposición de ninguna manera con
la razón. Es mi convicción que uno puede ser una persona razo-
nable y una persona de fe al mismo tiempo. Todo esto, a pesar
de que haya un factor de duda en nuestra fe.
Es pues, el propósito de este libro, explorar la duda en
relación con la fe en Dios, y en las grandes cuestiones de la vida.
¿Quiere esto decir que si eres ateo, agnóstico o de otra creen-
cia, debes entonces cerrar el libro y pedir un rembolso? ¡Claro
que no! Todo lo contrario. Mi esperanza es que, al menos, pue-
das ver una perspectiva alterna a la tuya, que abras tu mente a
otras posibilidades, y que esta lectura pueda ser el inicio de una
conversación nueva en cuanto a otras formas de ver el mundo,
la vida y la muerte. Espero que puedas ver que la fe judeocris-
tiana nunca ha sido «fe ciega» como muchos creen, sino que es
una confianza razonable basada en la realidad objetiva y no solo
en una experiencia personal privada.
C A P Í T U L O 1
Mi duda más grande
Cuenta una historia muy muy antigua, que un hombre rico
de pronto vio que todo su oro se convertía en cenizas.
Su tristeza fue tan grande que dejó de comer y perdió
hasta la voluntad de vivir. Su único amigo, al visitarlo y conocer
la causa de su aflicción, le aconsejó: «Cuando eras rico acumu-
laste tus riquezas sin compartirlas y así, todo ese oro fue tan
inútil como las cenizas que te quedan. Ahora escucha mi con-
sejo: pon tapetes en el mercado del pueblo, deposita ahí las
cenizas en montoncitos y pretende comerciar con ellas». El hom-
bre rico así lo hizo. Cuando sus vecinos le preguntaron: «¿Por
qué es que vendes cenizas?», contestó: «Yo ofrezco lo único que
tengo para vender».
Después de un tiempo, una jovencita llamada Kisha
Gotami, huérfana y muy pobre, pasó por ahí, y viendo al hom-
bre rico exclamó: «Señor, ¿por qué amontona usted ese oro
para vender?». El rico respondió: «¿Podrías por favor pasarme
un puñado de ese oro?». Y así, Kisha Gotami tomó un puñado
de cenizas y he aquí ¡las cenizas se convirtieron de nuevo en oro
L ICENC IA PARA DUDAR16
puro! Considerando que Kisha Gotami tenía un don espiritual
para discernir el valor verdadero de las cosas, el hombre rico le
pidió que se casara con su hijo, pensando: Para muchos, el oro
no vale más que las cenizas, pero en manos de Kisha Gotami,
las cenizas valen oro.
Y así, Kisha Gotami se casó con el hijo del rico y tuvo un
hijo al que amaba más que a su propia vida. Tristemente, su hijo
murió muy joven. En su profunda aflicción, llevó en brazos a su
hijo a todos sus vecinos, pidiéndoles medicina, pero ellos solo
respondían: «Ha perdido la razón. El hijo está muerto». Casi ya
sin esperanza, Kisha Gotami fue en busca del hombre más sabio
de la región, implorando: «Señor y Maestro, dame la medicina
que cure a mi hijo». El sabio contestó: «Tráeme un puñado de
semillas de mostaza». Con un rayo de esperanza la mujer asin-
tió, mas el sabio agregó: «Ese puñado de mostaza debe venir de
un hogar donde nadie haya perdido a un padre, o madre, o her-
mano, o hermana, o hijo, o hija». Kisha Gotami así lo hizo, pero a
todo lugar al que iba le decían con pena y lástima: «Toma, aquí
están las semillas, los vivos son pocos, pero nuestros muertos
son muchos, no nos recuerdes más a los que nos han dejado».
Y así, la pobre Kisha Gotami no encontró hogar en donde no
hubiera sombra de muerte.
No pudiendo ya con la tristeza, se sentó a la orilla del
camino a llorar amargamente. Conforme anochecía, podía ver
las luces de la ciudad apagarse una por una y pensó: Al igual
que esas lucecillas, nuestras vidas se apagan tarde o temprano.
Kisha Gotami sepultó a su hijo, y luego volvió con el hombre
sabio, quien dijo: «La vida en este mundo es breve, difícil y
llena de dolor. No tenemos forma de evitar que mueran todos
aquellos que han nacido. Así como el fruto maduro está siem-
pre en peligro de caer, también el hombre que ha nacido está
siempre en peligro de morir. Así como la vasija hecha por el
MI DUDA MÁS GRANDE 17
alfarero termina rota, también la vida de los mortales deja de
ser. Jóvenes, viejos, torpes y sabios, todos caen bajo el poder
de la muerte. Todos son esclavos de la muerte; pues esta no
escucha ni los lamentos más amargos del corazón afligido de
una madre piadosa».
Aunque esta historia es ficticia, uno de los personajes es
histórico. Comentaré más de ella después; sin embargo, el relato
ilustra de forma bastante cruda la situación humana en cuanto
a la realidad de la muerte. No importa si tenemos el don de
crear oro a partir de cenizas, al final la muerte nos llega a todos.
Cuando pensamos en la muerte es común ser invadido por una
serie de preguntas que se pueden resumir en una enorme duda.
Esta fue por mucho tiempo mi duda más grande. La madre de
todas mis dudas:
¿Hay algo más allá de la muerte?¿Es esta vida como un juego de ajedrez en el que, cuando a tu
rey se le da «jaque mate», vuelve todo a la caja de madera por-
que ese juego terminó para siempre? ¿Habrá un Dios esperando
del otro lado o nada más dejamos de existir? La respuesta más
común es que no se sabe ni nadie lo sabe.
Yo no sé si crees en Dios o no, pero estoy seguro de que
te has hecho estas preguntas en algún momento de tu vida. Si
a la pregunta: ¿existe Dios?, has contestado con un «sí», enton-
ces eres un teísta; si has contestado con un «no», entonces
eres ateo, y si has contestado con un «no sé», entonces eres
agnóstico.
Las palabras teísmo y ateísmo tienen la misma raíz griega
theos que significa dios. También en el griego y en el espa-
ñol hay prefijos que alteran el significado de las palabras. Por
ejemplo, los prefijos a-, in- o im- hacen las veces de negación.
L ICENC IA PARA DUDAR18
Por otra parte, el sufijo -ismo se utiliza para designar un tipo
de ideología. Así pues, teísmo es la idea de que Dios existe.
Ateísmo es la negación del teísmo y, por lo tanto, gira alrededor
de la idea de que Dios no existe. Hoy existe un esfuerzo por
parte de algunos ateos de redefinir el significado de la palabra
ateísmo a algo así como «la falta de creencia en dios o dioses».
Pero esto no es más que un intento para evitar proveer eviden-
cia de la inexistencia de dios(es). Bajo esa misma definición,
¡mi perro, mis pericos, las tejas de mi casa y una roca en mi
jardín serían todos ateos! Algo absurdo. La definición correcta
y tradicional de «ateo» en la gran mayoría de los diccionarios
(incluyendo el de la Real Academia de la Lengua Española) es
alguien «que niega la existencia de cualquier dios». Esa es la
definición que usaremos a lo largo de este libro.
De manera similar, la palabra agnóstico proviene del griego
gnosis que significa saber o conocimiento. Cuando agregamos
el prefijo a- a esta palabra, leemos «agnosticismo», que signi-
fica no saber; en otras palabras, agnosticismo es un sistema de
creencias basado en la incertidumbre, es decir, «no sé si existe
un dios o no».
Por otra parte y para ser justo, yo entiendo que esto es
una gran simplificación ya que hay diferentes tipos de ateos,1
de teístas2 y de agnósticos,3 pero todos los seres humanos cae-
mos en alguna de estas tres grandes categorías, ya sea que nos
guste o no. Estas posiciones influyen de manera radical en cómo
vemos la vida y la muerte. El ateo cree lo que afirma el cono-
cido refrán: «Muerto el perro, se acabó la rabia». No hay Dios
ni dioses más allá de esta vida. El teísta o creyente cree que,
de alguna forma, la conciencia humana se conserva después de
la muerte física y que tal conciencia se reencuentra con Dios al
final del camino. Un agnóstico simplemente ignora cuál de los
dos, el ateo o el teísta, tendrá razón.
MI DUDA MÁS GRANDE 19
Sin embargo, «cómo» respondemos a la pregunta: ¿Dios
existe?, suele ser muy distinta para cada persona. Y ese «cómo»
es también el que determina el tipo o tipos de duda que uno
guarda, así como la magnitud o tamaño de tales dudas. Es
decir: todos tenemos una posición en cuando a la pregunta
sobre la existencia de Dios, pero también es cierto que todos
tenemos dudas de diferente tipo y tamaño con respecto a
tal posición. Tal vez tu «crees en Dios», pero esa creencia no
llega al 100 %. Cuando usas la fórmula de la fe-confianza, tal
vez llegues al 51 % de probabilidad de que Dios exista, pero
te queda todavía una enorme duda al respecto. Un agnóstico
estaría exactamente en el 50 %, y un ateo puede también estar
por ejemplo en un 75 % de seguridad de que Dios no existe,
pero le queda un porcentaje de duda que lo puede hacer pen-
sar que pueda estar equivocado. Y aquí llegamos a un punto
clave que debemos recordar:
«Es posible tener fe y tener dudas al mismo tiempo».
Recordemos al hombre que trajo su hijo a Jesús para que
lo curase y le dijo: «Si puedes, haz algo». Jesús le respondió:
«Todas las cosas son posibles para el que cree». El hombre con-
cluyó con una súplica: «Creo; ayúdame en mi incredulidad».4
Este hombre tenía confianza en Jesús y por eso le trajo a
su hijo, pero también tenía serias dudas. De hecho, todos noso-
tros tenemos fe y duda en distintas proporciones y de manera
simultánea. Ya sabemos también la relación entre la fe y la duda
según nuestra fórmula. Esto nos lleva al siguiente punto clave:
«Hay distintos tipos de duda y cada uno se debe tra-
tar de manera diferente».
L ICENC IA PARA DUDAR20
Tipos de dudaAl inicio del libro mencioné que hay pocas cosas que podemos
saber con seguridad. Antes de continuar, quisiera mencionar
otro momento de mi niñez cuando me di cuenta de algo en lo
que se puede confiar plenamente:
Tenía seis años de edad y me encontraba frente al televisor
en mi casa en México. Una caricatura consumía mi atención…
El Sr. Vitalis, su hijo adoptivo, Remi, y su perro blanco,
Capi, estaban en una situación desesperada porque necesita-
ban protección a medida que huían de París en medio de una
de las peores tormentas de nieve en la historia. Como eran una
compañía de teatro ambulante, tenían poco dinero y no podían
pagarse una habitación de hotel, por lo que se dirigieron a un
albergue público. Al menos esa era su intención. Lo malo fue
que las temperaturas bajaron con rapidez y el clima empeoró
cubriendo las calles con un manto de nieve que forzó a Vitalis y
Remi a resguardarse en las ruinas de un viejo granero sin techo.
Vitalis despertó violentamente por los ladridos de Capi y
se percató de que Remi estaba helado y al borde del desmayo.
En un valiente esfuerzo para salvar a su pequeño hijo, Vitalis
cavó bajo la nieve y encontró un poco de paja seca donde posó
a Remi junto a Capi. Él los cubrió a ambos con el calor de su
propio cuerpo. Mientras Remi dormía a salvo en la paja tibia,
la vida de Vitalis se desvanecía poco a poco ya que se estaba
enfrentando al frío para salvar la vida de su amado hijo.
Mientras miraba ese episodio de la serie Remi fue que
cobré conciencia de mi propia mortalidad: «Un día voy a morir.
Hoy fue el turno del Sr. Vitalis, pero algún día será mi turno».
Esta es la verdad: una de las pocas cosas de las que podemos
tener la mayor certeza es que nuestra vida llegará, tarde o tem-
prano, a su fin en esta tierra.
MI DUDA MÁS GRANDE 21
Voy a ser un poco más crudo, porque a veces creo que la
realidad de esta verdad se nos escapa. Cuando hice mis estu-
dios en la Universidad de Biola, llevé una clase llamada «Por
qué Dios Permite el Mal» con el doctor Clay Jones. Puede sonar
irónico, pero el doctor Jones se acababa de romper la pierna
la semana anterior a las clases, por lo que tuvo que impartir
su cátedra sentado con el pie entablillado, aunque eso no lo
detuvo para que comenzara las clases con una frase increible:
«Todos ustedes van a ver a todos sus seres queridos morir de
asesinato, accidente o enfermedad al menos que ustedes mis-
mos mueran por asesinato, accidente o enfermedad; así que…
tengan buen día».
Es fácil caer en la depresión al pensar en nuestra mortalidad,
pero creo que el doctor Jones tiene toda la razón. Por eso tanta
gente busca ahogar y olvidar su mortalidad en el alcohol, las dro-
gas, el dinero, el sexo o una combinación de todas las anteriores.
Tal vez te veas tentado(a) ahora mismo a cerrar el libro un rato
para correr a ver alguna comedia superficial que te levante los
ánimos, pero te ruego que me regales un momento más.
Mi interés no es de ser alarmista sino realista. La muerte
es una nube negra que nos agobia día a día, no importa cuál
sea tu religión o si eres ateo o agnóstico. La muerte es algo que
todos vamos a experimentar de forma inexorable. Entonces lo
que me gustaría hacer es una autoevaluación. Con respecto a la
existencia de Dios o de la vida más allá de esta vida, ¿en dónde
te encuentras? ¿En qué nivel de «duda» te encuentras cuando
te confrontas contra los distintos tipos de duda?
Como creyente en Dios, yo también experimento dudas de
todo tipo y no siempre tengo respuestas razonables; de hecho,
si soy honesto, aún no tengo respuestas para la mayoría de
mis interrogantes. Me sucede algo muy similar a lo que decía
C. S. Lewis:
L ICENC IA PARA DUDAR22
Ahora que soy cristiano me vienen estados de ánimo
en los que [el cristianismo] me parece muy impro-
bable. Pero cuando era ateo me venían estados de
ánimo en los que el cristianismo parecía terriblemente
probable. Esta confusión de estados de ánimo en tu
persona es inevitable. Por eso la fe es una virtud tan
necesaria: al menos que eduques a tus estados de
ánimo y los pongas «en su lugar», no llegarás a ser un
cristiano genuino. Ni siquiera serás un ateo genuino.
Serás una criatura que se tambalea y cuyas creencias
dependen del clima o de su sistema digestivo. Es por
eso que uno debe entrenarse en el hábito de la fe.5
C. S. Lewis (el gran pensador inglés conocido también
por sus historias para niños, Las crónicas de Narnia) fue ateo la
mayor parte de su vida, y sufrió períodos de duda, tanto siendo
ateo como cristiano. Y la duda, aunque siempre estará presente,
se puede minimizar. Pero para poder lidiar con la tremenda
complejidad de lo que es la duda, primero hay que entender
los distintos tipos de duda que existen. Volveremos al tema de
la muerte en el capítulo que trata con la duda racional. Por lo
pronto, veamos un resumen de los tres grupos principales de
duda: (1) duda emocional, (2) duda volitiva y (3) duda racional
o intelectual.
Duda emocionalLa duda emocional es el tipo de duda que se deriva de nues-
tros sentimientos. Este es posiblemente el tipo de duda más
común. A través de las redes sociales me llegó una imagen que
ilustra de manera muy cómica pero acertada, lo que es la duda
emocional: Una pareja joven recién casada está descansando en