limpiando y sembrando la tierra · 2016-05-18 · limpiando y sembrando la tierra lucha de...
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LIMPIANDO Y SEMBRANDO LA TIERRA
LUCHA DE CAMPESINOS NAHUAS EN LA HUASTECA1
Rafael Nava Vite2
La Huasteca ha sido escenario de diversas movilizaciones en la lucha por la
tierra. Esta situación se debe, en gran parte, al hecho de que la revolución
mexicana no produjo grandes cambios en la tenencia de la tierra (Rello 1986:
82) y tampoco la reforma agraria afectó las grandes extensiones de tierra en
manos de las haciendas. A esto se debe su existencia hasta finales de los años
sesenta.
En el periodo de la década de los setenta, en la Huasteca se desarrolló
un movimiento campesino que en su lucha por la tierra no dejó los cercos de
alambrado en el lugar que estaban. La construcción de la carretera México-
Tuxpan–Tampico que la puso en contacto con los principales centros
comerciales del país, contribuyó considerablemente al desarrollo de la
ganadería, sobre todo porque permitió que el ganado saliera con facilidad para
su venta. Durante este período hubo un crecimiento acelerado de la ganadería,
lo que trajo como consecuencia que los ganaderos presionaran a las
comunidades a fin de obtener más tierras, pues el negocio del ganado sólo
podía desarrollarse si se contaba con grandes extensiones. De esta manera,
durante este periodo, el problema de tenencia de la tierra se colocó en el
primer plano de la lucha en el campo.
El movimiento campesino que surge de manera espontánea y
desarticulada en distintas zonas de la región Huasteca, para principios de los
años ochenta adquiere fuerza y se transforma en organizaciones bien
estructuradas y con propuestas definidas. En su lucha, los campesinos
indígenas logran conquistar más de 25,000 hectáreas de tierras que estaban
en manos de los caciques de la región. En la lucha participaron más de 80,000
1 NAVA, Vite Rafael (2015), “Limpiando y sembrando la tierra: Lucha de campesinos nahuas en la
Huasteca” en Catharine Good Eshelman y Dominique Raby (Edit), Múltiples formas de ser nahuas.
Miradas antropológicas hacia representaciones, conceptos y prácticas, México, El Colegio de México,
pp. 249-267. 2 Profesor en la Universidad Veracruzana Intercultural. Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela
Nacional de Antropología e Historia (2012), es nahua originario de la Huasteca hidalguense.
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campesinos inconformes que vivían en graves condiciones de pobreza (Nava
2002: 5).
Uno de los puntos centrales de esta investigación, que fue desarrollado
más ampliamente en mi tesis de doctorado (Nava 2012), consiste en mostrar
que el éxito de las luchas campesinas indígenas nahuas no obedece
únicamente a las políticas agrarias promovidas por las instituciones federales y
estatales. Si bien es cierto que influyeron parcialmente en la tramitación o
legalización de las tierras, la lucha logró tener éxito debido a que los pueblos
contaron con una fuerte organización comunitaria preexistente que se sustentó
en los sistemas de cargos, las formas de organización del trabajo y fueron
movilizados gracias a la ayuda mutua y la vida ceremonial. Asimismo, este
trabajo tiene el propósito de dar a conocer cómo las comunidades nahuas de la
Huasteca han logrado sobrevivir de manera creativa a la explotación salvaje y a
la opresión ominosa que sufrieron por varias décadas.
A diferencia de otros trabajos relacionados con los movimientos
campesinos de la Huasteca, que hacen más hincapié en las fuerzas políticas
nacionales y que tratan de explicar su lucha indígena por medio de las
coyunturas externas y una ideología predominante procedente del exterior,
tales como las cambiantes condiciones económicas, políticas nacionales y la
acción de los partidos políticos, aquí explico el desarrollo del movimiento
campesino a partir de la experiencia que han vivido los propios actores de la
lucha social y brindo mayor atención a la cultura local que se hace evidente
mediante la ayuda mutua o “mano vuelta”, las formas de organización social y
las prácticas rituales.
Para comprender de mejor manera las dinámicas comunitarias y las
especificidades del movimiento campesino, me he apoyado fundamentalmente
en la investigación etnográfica. Asimismo, ha sido necesario analizar la lucha a
través de un enfoque antropológico e histórico (Good 2004; Broda 1995, 2001).
Dicho sea de paso, el hecho de partir de este criterio metodológico me ha
permitido identificar que, en la Huasteca, a pesar de la influencia de la colonia
se conservan formas de organización tradicionales, ya que en varias de las
fiestas que ahí se organizan, es posible identificar elementos que datan de la
época prehispánica. Lo anterior significa que en esta región ha habido una
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continuidad histórica y una reproducción de la cultura local, donde los nahuas
han desempeñado un papel sobresaliente como protagonistas de su propia
historia.
LA OPRESIÓN QUE EJERCIERON LAS HACIENDAS Y GANADEROS EN LOS
CAMPESINOS: UNA MEMORIA HISTÓRICA VIVA
En líneas anteriores se ha mencionado que, en la Huasteca, la revolución
mexicana no generó cambios trascendentes y significativos para sus
habitantes, relacionados con las grandes extensiones de tierra en manos de las
haciendas, así como tampoco la reforma agraria que encabezó el presidente
Lázaro Cárdenas. A esto se debe la pervivencia de las haciendas hasta finales
de los años sesenta.
Los dueños de las haciendas, en su afán de obtener más ganancias, por
muchas décadas ejercieron un control casi total en las tierras de la región
Huasteca; además, siempre procuraron sacar el mejor provecho de la fuerza de
trabajo de los peones, lo que los capataces conseguían, para que les labraran
sus tierras o realizaran trabajos pesados en las moliendas.
Cristóbal, campesino de la localidad de El Aguacate, Huautla, Hidalgo,
más conocido como Tlaitobal (“el tío Cristóbal”), comentó al respecto:
Antes no era así como ora... en el tiempo de las haciendas no era así. En esos tiempos
nos levantábamos temprano para ir a trabajar a la hacienda. A veces acarreábamos
agua en guajes desde el manantial donde está el árbol de sabino, hasta acá, para que
el tekojtli tomara agua fresca; nos hacíamos casi tres horas de camino de ida y vuelta.
En otras ocasiones íbamos a arrear las bestias en donde molían la caña,
acarreábamos leña para el horno del trapiche… siempre había mucho trabajo en esos
lugares donde molían la caña. Ellos casi siempre nos ocupaban dos o tres días a la
semana y no te podías escapar, porque si después te encontraban, seguramente que
ya no lo podrías contar. Cuando ya habíamos cumplido con los trabajos de la hacienda,
ya podíamos regresarnos a nuestras casas para limpiar nuestras pequeñas milpitas, en
donde teníamos sembrado nuestro maicito. Cuando cosechábamos, una parte se nos
quedaba a nosotros y la otra se la dábamos al tekojtli (Nava 1996: 122).
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Los hacendados y después los ganaderos de la región Huasteca,
lograron tener dominio pleno de las mejores tierras, sobre todo de aquellas que
contaban con suficiente agua para el ganado y que estuvieran ubicadas en las
llanuras, de esta manera obligaron a los indígenas a vivir como peones de los
grandes hacendados y a sobrevivir en la miseria. Los hacendados, en su deseo
de poseer más tierras a costa de los indígenas, usaron diferentes estrategias
para despojarlos, dejándoles para sembrar sólo aquellas donde el crecimiento
del maíz y el frijol se dificulta por los suelos erosionados y tepetatosos.
El ganado invadió los terrenos de las comunidades, lo que obligó a los
habitantes de las rancherías a vender sus parcelas a precios irrisorios y a
emplearse como peones subordinados de las haciendas y, en la mayoría de los
casos, a arrendar las tierras de las que fueron despojados, a cambio de que las
desmontaran y las regresaran convertidas en pastizales, listas para que el
ganado pudiera pastar.
Lucas Hernández, campesino de El Aguacate, Huautla, Hidalgo, señaló
que:
Don Manuel Medécigo tenía un vaquero que de veras era muy carajo; este señor se
llamaba Baldomero Castelán. Primero vivió abajo de la casa de Florencio y después se
pasó a vivir al potrero del rico. Recuerdo que este hombre no quería que los de El
Aguacate bajaran a pescar, pues pensaba que el arroyo y el río eran de su patrón.
Decía: “Cuidado y se atreven a pescar en el río, porque entonces sí les va a ir mal”.
Nadie podía pescar en el río, ni sacar leña ni cortar un árbol.
De veras que esos carajos siempre hicieron de las suyas, nada respetaban, no había
autoridad para ellos… siempre trataron de conseguir las mejores tierras, sobre todo
donde hubiera buenos manantiales o donde bajaran los arroyos o ríos…pos
necesitaban agua para el ganado (marzo, 1994).
Los abusos y la violencia que ejercían los hacendados y luego los
ganaderos de la región contra los campesinos era el pan de cada día. Ranulfo
Hernández, de la comunidad de El Mirador, Ixhuatlán de Madero, Veracruz,
comentó esta situación tan lamentable que vivían los campesinos de las
comunidades Ixhuatlán y Tlachichilco:
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En los años de René Monroy hubo mucho control; para empezar, en aquellos tiempos
no había carreteras, la gente bajaba de Tlachichilco y ellos tenían que pasar por los
terrenos donde dominaban los caciques… varios comerciantes fueron asesinados y
enterrados en cualquier parte del terreno, los metían hasta en los hoyos de un árbol,
así nomás, eran pistoleros que mataban y robaban, inclusive entraban a violar
muchachas… si le gustaba una muchacha, pues se la llevaban y se abusaba de los
compas… a veces hasta los formaba y los empezaba a cuartear…había muchas
injusticias (abril, 2011).
En la Huasteca, los campesinos indígenas no sólo han luchado por sus
tierras, sino también por su dignidad, acabando con creencias e ideas falsas
que extensamente habían difundido los caciques, como la de que los indios de
cotón, huarache y calzón de manta no podían entrar a las ciudades de Pachuca
o Xalapa y mucho menos a la ciudad de México para realizar algún trámite, ya
que en estas ciudades encarcelaban a las personas que llegaban vestidas así.
Los hacendados y caciques siempre difundieron entre los indígenas la idea de
que ellos eran “hombres de razón” y estos últimos eran los de “sin razón”,
haciéndoles creer que eran incapaces de valerse por sí mismos y de
comprender el mundo que les rodeaba.
Las autoridades municipales y los funcionarios de algunas instituciones
que operaban en la región eran controlados por los hacendados y caciques.
Mediante éstos, que servían como agentes, nombraban y quitaban autoridades
de las comunidades que no fueran de su agrado. Así, los jueces auxiliares de
las rancherías y los presidentes de bienes comunales fueron sometidos a
causa de los intereses mezquinos de los caciques (Ávila 1990: 16).
En varias comunidades de la región, los ganaderos se hacían
compadres de gente indígena, bautizando los hijos de éstos. De esta manera
aseguraban que los compadres se encargaran de contratar peones en la
comunidad para que desyerbaran sus potreros, contribuyeran en el cuidado del
ganado y mantuvieran informado a sus compadres de algunas problemáticas
que pudieran afectar sus intereses (Nava 2002: 49). En muchas de las
ocasiones, los ganaderos influyeron mucho en las elecciones de las
autoridades ejidales, tales como comisariados, jueces auxiliares y topiles, entre
otras. Algunas de éstas contribuyeron para que las prácticas culturales
comunitarias, como el sintokistli (siembra del maíz) y el elotlamanilistli (la
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ofrenda al elote) mermaran debido a que la mayoría de los campesinos no
contaba con tierras para sembrar maíz. Por otra parte, hacían amistades con
gente de las comunidades por medio del aguardiente, estos lazos de “amistad”
permitieron a los ganaderos ejercer cierto control político en las comunidades.
Acerca de estas estrategias de control, Tlaitobal comentó:
Esos años fueron muy difíciles. Los hacendados y los ganaderos siempre hacían lo
que ellos querían. Si algún tekiuaj, autoridad que era nombrada por la ranchería, no les
caía bien, no duraba mucho tiempo; lueguito lo quitaban y ponían a alguien cercano a
ellos, para que hiciera lo que ellos mandaran, y si el tekiuaj era apoyado por la gente
para que no renunciara a su cargo, lo amenazaban para que dejara su responsabilidad
de tekiuaj, o de plano lo mandaban a matar... Estas cosas ocurrían muy seguido en
diferentes comunidades de la región. Los ricos por dondequiera tenían amigos y
compadres. Éstos, por quedar bien con ellos, siempre les informaban de las cosas que
pasaban en las rancherías. Nadie podía hablar de un asunto que afectara a los ricos,
porque, si uno lo hacía, al día siguiente ya lo esperaban en el camino para que uno se
callara; a veces hasta amenazaban a la familia para que uno no dijera nada” (Nava
1996: 123).
Además de estas formas de dominación, instrumentaron otras como las
ejercidas por sacerdotes y jueces municipales que, en complicidad con los
caciques, usaron sus puestos para desinformar y engañar a los indígenas.
Todo esto iba en detrimento de la ya escasa economía del campesino y
contribuía a la desarticulación de las comunidades; sin embargo, a pesar de
esta situación, las comunidades no se desintegraron. Las distintas formas de
control hicieron que los hacendados y caciques bloquearan por todos lados
algún trámite agrario que los indígenas quisieran hacer. De esta forma, los
habitantes de las rancherías fueron aprendiendo que cualquier trámite o asunto
tratado en las cabeceras municipales era caso perdido (Ávila 1990: 16).
En el periodo de gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se
distribuyeron algunas tierras de las haciendas para las comunidades indígenas.
Por otra parte, aunque de manera mínima, hubo un reconocimiento de los
documentos que manifestaban que las comunidades eran las que tenían el
derecho legal de posesión de tierras acaparadas por las haciendas. Lo anterior
generó que algunas comunidades beneficiadas por el reparto agrario
terminaran con la dependencia que tenían con las haciendas. Sin embargo, la
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gran mayoría de los campesinos que no obtuvieron beneficios sustanciales de
esta reforma agraria, inició la tramitación legal de sus tierras que las
autoridades regionales y estatales de los siguientes periodos de gobierno
atendieron con muchas trabas. A decir verdad, en los siguientes años muchas
comunidades iban y venían por la telaraña burocrática que nunca les dio
respuesta a sus peticiones de recuperación de sus tierras.
Quince años después del período de gobierno cardenista se
manifestaron diversas luchas campesinas con el firme propósito de no seguir
pagando el impuesto de maíz a las haciendas. Asimismo, empezaron a surgir
protestas en contra de la imposición de autoridades en las comunidades por
parte de los presidentes municipales aliados o manipulados por los
hacendados. Según Agustín Ávila, en este periodo de los años cincuenta, los
barrios empezaron a separarse de las cabeceras municipales con la finalidad
de elegir jueces propios y romper con la práctica común de las haciendas y los
caciques, que consistía en imponerlos con la ayuda de las autoridades
municipales. Esta lucha fue muy corta, pues los grupos hegemónicos de la
región persiguieron sin tregua a las nuevas autoridades nombradas por las
comunidades. Todo nuevo nombramiento en las comunidades estaba expuesto
a la persecución por parte de los que controlaban las tierras (Ávila 1990: 18).
Este periodo de persecución hacia las autoridades indígenas lo describió
Tlaitobal de la siguiente manera:
Esos tiempos eran de miedo, a veces uno temblaba delante de estas gentes de mucho
dinero…no era extraño ver a un hombre con calzón de manta y camisa de manta
flotando ya sin vida en un río o caído a balazos en algún cañaveral, o en algún crucero
o tal vez entre los matorrales. Los hombres de dinero no se tentaban el corazón para
mandar golpear o matar a una nueva autoridad elegida por la comunidad. Debido a su
ambición de tener más de lo que tenían, no les importaba despojar a los indígenas de
sus tierritas; no les importaba dejar a las familias huérfanas de padre…Las
emboscadas, los desaparecidos, los encarcelados y los perseguidos no eran un asunto
de cuento, era algo que sucedía a cada rato en nuestras rancherías (febrero, 1994).
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A finales de los años cincuenta, en la Huasteca empezó a conformarse
una burguesía agraria con la descendencia de los hacendados que, además de
acaparar las mejores tierras, controlaba casi en su totalidad al poder político y
económico de la región, que incluía las presidencias municipales, las
diputaciones, los ministerios públicos, la comisión agraria mixta, la procuraduría
agraria, entre otros. Con el apoyo del ejecutivo federal y sus fuerzas armadas,
las haciendas fueron desplazadas por los nuevos caciques que tenían sed por
acaparar la tierra.
Para la década de los años setenta, los campesinos, cansados de vivir
en la miseria, de trabajar jornales de sol a sol y desgastados por el trajinar para
realizar todo trámite legal para intentar recuperar sus tierras, decidieron
lanzarse en una lucha agraria que de manera organizada los llevó a
conseguirlo.
DESCONTENTO CAMPESINO Y ESTALLIDO DE LA LUCHA POR LA TIERRA
En esa misma década, la Huasteca fue escenario de un gran estallido social
que llamó la atención a los aparatos de Estado de dominación, sobre todo
porque en su deseo de modernizar una región que ancestralmente había caído
en el olvido, sus proyectos de innovación chocaban con las estructuras de
producción, tenencia de la tierra y del poder que imperaba en la región.
Los principales factores del descontento de los campesinos y el estallido
de la lucha social, tenía sus causas en:
La indefinición de la tenencia de la tierra, imprecisión de límites, faltas de título de
propiedad (de lo que tradicionalmente se han aprovechado los terratenientes para
ensanchar sus propiedades), venta de parcelas ejidales, resoluciones no ejecutadas,
áreas invadidas, explosión demográfica, explosión excesiva de la mano de obra
campesina, discriminación y maltrato y condiciones miserables de la población
indígena, que es la mayoría de la región (Montoya 1996: 228).
Los campesinos, cansados de intentar obtener la solución de sus
problemas agrarios por la vía legal, de depositar su confianza en líderes
corruptos que obstaculizaban la gestoría legal de las tierras y fastidiados de
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pertenecer a una Confederación Nacional Campesina (CNC) que nunca tuvo la
capacidad para resolver sus problemas, empezaron a presionar a las
autoridades ocupando las tierras que legalmente les pertenecían e iniciaron
una lucha que poco a poco fue generalizándose en toda la región. En 1973
estalló la primera lucha por la tierra; en 1974 se consumaron 5 tomas de tierra,
23 en 1975, 52 en el año de 1976, 29 en enero de 1977; para finales de enero
de 1977 se habían realizado 127 tomas de tierra. El problema se agudizó ese
año pues fue cuando se produjeron 365 tomas de tierra (Montoya 1996: 229).
En los potreros y en las rancherías se escuchaba decir a la gente: “No
hay otro camino que seguir, o recuperamos nuestras tierras o nos morimos de
hambre con nuestros hijos”. En efecto, la situación era tan crítica que los
campesinos ya no estaban dispuestos a tolerar las atrocidades y el
acaparamiento de las tierras por parte de los caciques y terratenientes rapaces.
A partir de entonces, en distintas comunidades de la región empezaron a surgir
luchas aisladas que, con el paso del tiempo se transformaron en una verdadera
guerra campesina.
Acerca de estos distintos frentes de lucha existen cientos de anécdotas
que sólo los actores de las luchas sociales pueden describir con detalle por
medio de sus formas particulares de hacer y de reconstruir la historia.
Un caso que me parece importante destacar es la lucha que llevaron a
cabo los pobladores de la comunidad de Heberto Castillo, cuyo nombre fue
asignado en honor al gran luchador social originario de Ixhuatlán de Madero,
Veracruz. Dicha comunidad no es muy grande y se ubica a unos diez
kilómetros de la cabecera municipal de ese lugar. La mayor parte de su
población es hablante de la lengua náhuatl y se caracteriza por el impulso que
le han dado a la cultura local, tal como el respeto por “el costumbre”
relacionado con el cultivo del maíz.
Algunos habitantes de Heberto Castillo comentan que sus padres y
abuelos iniciaron la petición de tierras desde 1947, cuando se organizaron para
que se les dotaran parcelas de buena calidad para sembrar. Ya estaban muy
cansados de vivir en la miseria, de no contar con tierras fértiles, pues cuando
mucho tenían pedazos en laderas donde difícilmente podían obtener buenas
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cosechas, además de que se dificultaba sacar los productos por la carencia de
caminos y veredas.
Los campesinos recuerdan que desde los años cuarenta se unieron tres
comunidades: El Mirador, Cantollano y Plan de Encinal, con el firme propósito
de solicitar tierras para sus siembras. Ellos sabían que las grandes extensiones
de tierras que llegaban hasta la cabecera municipal de Ixhuatlán de Madero,
Veracruz, pertenecían a un solo dueño, Don Eulalio. Gracias a su insistencia
ante las autoridades agrarias por el reparto de las tierras, se otorgaron algunas
partes, si bien muy pequeñas, de ese gran terreno, pero quedaron las mejores
tierras al centro, por donde baja serpenteando el río Vinazco. Estas tierras
fértiles fueron acaparadas ilegalmente por diferentes propietarios que, con el
paso del tiempo, heredaron a sus familiares.
En la medida que las comunidades crecieron en población, las escasas
tierras que tenían ya no eran suficientes para sostener a las familias, por esta
razón, los campesinos nuevamente iniciaron la solicitud de más parcelas para
sus comunidades. Ante esta necesidad tan sentida, solicitaron algunos apoyos
a las autoridades agrarias y a las centrales campesinas; sin embargo, éstas
nunca pudieron resolver los problemas sobre la tenencia de la tierra. Arnulfo
Hernández señaló:
No vimos claro el apoyo de las autoridades del gobierno, siempre nos decían que iban
a atender nuestras solicitudes pero no hacían nada; además, los partidos de derecha y
las centrales del gobierno como la CNC, CCI y el Frente Cardenista, eran controlados
por los propios partidos de derecha, eran manipulados…todos los documentos que se
enviaban a través de los comités particulares, llegaban en las manos de los hijos de
caciques, los de la procuraduría agraria, por esa razón no nos resolvían nuestra
demanda de tierras…fue muy difícil, pero así fue…ellos controlaban casi todo tipo de
trámite (abril, 2011).
Ante estas actitudes de las autoridades agrarias y al saber que en otras
zonas de la Huasteca veracruzana y la hidalguense, los campesinos estaban
organizados de manera independiente de las instituciones oficiales, decidieron
acercarse a ellos para conocer su experiencia de lucha y así iniciaron sus
primeros encuentros organizativos con el Frente Democrático Oriental de
México “Emiliano Zapata” (FDOMEZ).
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Dos aspectos que distinguen a la comunidad son su unidad para
enfrentar los problemas y la ayuda mutua “mano vuelta” para realizar el tekitl
(trabajo) en el campo. Diego Hernández García, agente municipal de la
comunidad, comentó que si bien es cierto que la recuperación del predio
Tetzacual que estaba en manos del cacique René Monroy fue el 5 de abril de
1994, la localidad se fundó cuatro años después, el 20 de mayo de 1998, y se
ubicó en el predio de Tetzacual, con aproximadamente 40 familias que la
conformaron. Al respecto, Ranulfo Hernández comentó que:
Algunas familias que conformaron la comunidad de Heberto, venían originalmente de
Zolontla; sin embargo, por el problema de amenaza que habían tenido por parte del
cacique y sus pistoleros, se tuvieron que salir de Zolontla para buscar apoyo en
Cantollano. Estos compañeros que vivieron un tiempo en Cantollano, son los que
también pasaron a vivir en Heberto Castillo (abril, 2011).
En un primer momento todos se quedaron en una galera que
anteriormente era parte de la hacienda donde vivía el vaquero. Según Ranulfo:
En la galera de Heberto, allí se dormía la gente, allí descansaban, uno tenía que tener
cuidado con las víboras, porque en tiempos de calor las víboras salen…y por eso había
que tener cuidado. La gente estaba muy al tanto, hacíamos vigilancia día y noche, pero
como siempre hemos luchado juntos, se hacían comisiones para la vigilancia. Hasta
hoy se sigue conservando este tipo de vigilancia, esto también ha ayudado a no caer
tan fácil en manos del propio gobierno o de los pistoleros (abril, 2011).
Después se trazaron los solares, calles, se levantaron casas y al mismo
tiempo se tuvieron que realizar guardias a fin de no exponer a los pobladores
de estas tierras que estaban en lucha por un espacio donde vivir. El trabajo en
común (komuntekitl) fue clave en la construcción de la comunidad de Heberto
Castillo. Diego nos comentó:
Ax tihpiyayah tlali kampa titokaseh, yeka timotemachihkeh tikixwitekiseh ni tlali, wan
yeka namah nikani tiitztokeh, namah onka tlen tlakuaseh tokonewah… (mayo, 2011)
[No teníamos tierra donde sembrar, por eso decidimos limpiar estas tierras, y por eso
hoy estamos aquí, hoy nuestros hijos tienen para comer…]
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La comunidad de Heberto Castillo aun conserva una práctica ancestral
de la distribución de sus cosechas, el trabajo en común es un aspecto que los
caracteriza. Diego continuó diciendo: “Nikani nochi titekitih wan kemah tipixkah,
nochi nopa sintli parejo timoxelowah”, (Aquí todos trabajamos y cuando
cosechamos, todo el maíz nos distribuimos parejo). Al igual que en Heberto
Castillo, la mayoría de las comunidades nahuas luchó por recuperar las tierras
que les habían arrebatado a sus padres y abuelos, en donde el komuntekitl y la
ayuda mutua fueron aspectos clave para limpiar y sembrar las tierras.
“JALAMOS PAREJO Y LUCHANDO JUNTOS RECUPERAMOS NUESTRAS TIERRAS”:
VISIÓN DE LOS ACTORES LOCALES
Los elementos externos, tales como la crisis económica, las políticas
gubernamentales y las ideologías predominantes respecto a la necesidad de un
cambio del sistema de gobierno, propiciaron que los indígenas nahuas tomaran
conciencia de su condición social y exigieran la tierra de la que sus padres y
abuelos habían sido despojados por los ganaderos y caciques regionales. Sin
embargo, la fuerza del movimiento que dio éxito a la lucha fueron los lazos
comunitarios, tales como la ayuda mutua, que no sólo se dio en las
comunidades, sino que se fortaleció entre las diferentes comunidades de la
región. Al respecto, Lucas, de la comunidad de El Aguacate, nos comentó que:
En esta lucha no estábamos solos, cuando sabíamos que algo estaba por
suceder...como algo malo, luego bajan los de Vinazco, los de Tamoyon Segundo y los
de Chiliteco, nunca luchamos solitos, siempre estuvimos unidos y a veces a nosotros
nos tocaba ir a hacer guardia en otras comunidades. Las personas que les tocaba
comisión para apoyar a otras comunidades les teníamos que apoyar con la limpia de su
milpa, para que la hierba no matara al mateado, en esta lucha todos teníamos que jalar
parejo y aquí uno no se podía quejar, todos parejitos y cuando limpiamos el terreno que
tenía el rico, cada quien en su surco hasta salir al alambrado (marzo, 1994).
Para tomar las tierras, las comunidades no actuaron aisladamente o
separadas de las demás; al contrario, siempre se mantuvieron unidas y
organizadas, pues estaban conscientes de que se enfrentaban a los poderosos
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de la región y que en cualquier momento sus pistoleros, sus guardias blancas,
o incluso el ejército, podían llegar sorpresivamente.
Las comunidades tomaron medidas de precaución y seguridad. Se
organizaron comisiones de vigilancia y de autodefensa que se mantenían
alertas mientras los campesinos desyerbaban los potreros. Fue entonces
cuando se retomó la costumbre, ya casi olvidada, de tocar los cuernos y las
campanas para dar aviso a la población en caso de redada; el estallido
estruendoso de los cohetes de vara larga sirvió para anunciar algún suceso
importante en la comunidad.
Las avanzadas campesinas estaban a la orden de sus autoridades
comunitarias, se hallaban en las entradas principales de los poblados y por los
caminos espaciosos, para la seguridad de sus habitantes. Herminio, campesino
indígena originario de El Aguacate, así lo recordó:
Nunca pensé que todas las rancherías fuéramos a unirnos para tomar las tierras,
pero... al fin, con el apoyo de cuatro comunidades, logramos tomarlas. Antes de que le
entráramos a agarrar esas tierras, primero recibimos una invitación de la ranchería de
Tamoyón Segundo, pos ellos habían decidido tomar las tierras que estaban en manos
de don Desiderio Castillo. Después de cuatro días de trabajo con ellos, les dijimos que
ahora a ellos les correspondía apoyarnos en nuestra lucha. Llegado el día fijado, todos,
sin que nadie se quedara en casa, fuimos con nuestros machetes y azadones a limpiar
esas tierras… (mayo, 1994).
Con el estallido de este movimiento, las comunidades indígenas
empezaron a cobrar autonomía, los jueces y comisariados ejidales, que eran
impuestos por los caciques, fueron sustituidos y sancionados; los agentes de
los caciques ya no podían entrar a las comunidades con lujo de prepotencia,
como acostumbraban hacerlo.
Mientras se desarrollaba la lucha campesina, en varias comunidades
donde se celebraban encuentros campesinos o asambleas comunitarias, se
acompañaba de música ritual, danzas agrícolas y cantos en lengua náhuatl. “El
costumbre”, elotlamanilistli, el sintokistli, entre otros ritos agrícolas,
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Figura 1. Mujeres de Cacahuatengo descansan después de un duro trabajo en el ritual de
Chikomexochitl (fotografía de Rafael Nava Vite).
desempeñaron un papel importante para fortalecer la identidad de los
campesinos nahuas. Con el impulso de estas actividades recuperaron parte de
sus raíces culturales y evidenciaron las formas contrastantes en que actuaban
sus opresores. María Concepción, de la comunidad de El Aguacate, Huautla,
Hgo., más conocida como Piltonana Concha (abuelita Concha), comenta:
Sufrimos mucho pa’ que nuestros hijos sembraran las tierras que están cerca del rio,
pero nos pusimos contentas cuando esas tierritas empezaron a jilotear, de veras que se
dio bonito, las matitas eran gruesas y grandes, sentimos gusto ver cómo jiloteaba el
matiadito en toda la parte que da al rio de esas tierritas. En la primera cosecha hicimos
fiesta de elotlamanilistli y todos comimos elotes y xamiles. En Tamoyón Segunto desde
aquellos tiempos se hace una fiesta grande para recordar cómo fue que se limpiaron y
sembraron esas tierritas y es que nosotros seguimos el costumbre que cuando
preparamos nuestras semillitas pa’ la siembra, primero pedimos permiso a la tierra y
cuando pixcamos el maíz, damos agracias a la tierra y a Chikomexochitl, asina hemos
hecho siempre, asina nos enseñaron nuestros abuelos (mayo, 1994) (figura 1).
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Figura 2. Músicos en un ritual de Chikomexochitl (fotografía de Rafael Nava Vite).
En la localidad de Tamoyón Segundo del municipio de Huautla, en
memoria de su lucha por la tierra, año con año durante el mes de septiembre
realizan el ritual Chikomexochitl (siete flores del maíz), donde toda la
comunidad participa con gran cantidad de elotes para ofrendar y para recibir a
sus invitados, que proceden de diferentes comunidades aledañas. para
presenciar el ritual a Chikomexochitl. En este ritual, los campesinos de
Tamoyón Segundo proyectan toda una manera de pensar, fuertemente
cimentada en las condiciones materiales de existencia para conciliar su trabajo
con las fuerzas que animan la naturaleza (figura 2).
Con este ritual se agradece a la tierra, que para los nahuas significa más
que la proveedora de toda clase de alimentos que necesitamos para nuestra
existencia. Totlaltipak, que significa “nuestra tierra”, es el lugar donde vivimos y
en donde timoyolpakilismaka (damos alegría a nuestros corazones). Se
concibe a la tierra como una madre que alimenta y cuida a sus hijos para que
crezcan y sean fuertes y cuando sean grandes cuiden de ésta, para que
produzca sin tener mayores dificultades. Esta manera de concebir la tierra hace
264
Figura 3. Nahuas trabajando en la fiesta del elotlamanilistli (ofrenda del elote) (fotografía de
Rafael Nava Vite).
que los nahuas y otras culturas se sientan agradecidos por las semillas y los
frutos que las milpas producen. En un gesto de agradecimiento, las familias y
las comunidades se organizan para realizar ofrendas antes y después de haber
obtenido sus cosechas (figura 3).
La milpa, o como se dice en náhuatl, tomila (nuestra milpa) es el espacio
donde a partir del tekitl (trabajo) comienza la vida que alimenta a los nahuas;
en este lugar, las semillas mowitzmalotiah (germinan), koponih tlaltipak (brotan
de la tierra), kawanih (crecen) y dan sus primeros frutos o semillas (Nava
2008).
Con este ritual que llevan a cabo, muestran una continuidad cultural
milenaria basada en el cultivo del maíz. Los habitantes de Tamoyón Segundo
han guardado celosamente los saberes ancestrales que en un tiempo
recibieron como herencia de parte de los perseguidos, es decir, sus ancestros
nahuas.
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CONCLUSIONES
En la Huasteca, los campesinos nahuas, cansados de recibir salarios de
miseria en jornadas de sol a sol, decidieron recuperar las tierras de las que
habían sido despojados sus abuelos. Para esto, tuvieron que organizarse entre
varias comunidades para limpiar los grandes potreros que estaban en poder de
los ganaderos de la región; después esperaron los primeros aguaceros para
realizar la siembra de maíz.
Es importante mencionar que los primeros brotes del movimiento
campesino surgieron de manera dispersa, ya que las condiciones de opresión y
explotación que padecían los trabajadores del campo eran complejas y no se
expresaban de las mismas forma y magnitud en las distintas zonas de la región
Huasteca. Sin embargo, a medida que algunas comunidades fueron tomando la
iniciativa de recuperar las tierras que habían perdido, otras se les unieron
solidariamente a pesar de la fuerte represión que eran víctimas por parte de los
agentes caciquiles más temidos de la región, de esta manera, la lucha
campesina adquirió un carácter regional. Como ya se mencionó, la tierra fue la
demanda principal que fortaleció la unidad campesina para conformar un frente
común de lucha ante sus enemigos de clase. Los campesinos, cansados de
dar tantas vueltas en la maraña burocrática para solicitar legalmente la
ampliación de sus ejidos a través de la CNC y al darse cuentan de que dicha
organización había sido incapaz de resolver sus demandas, no tuvieron otro
camino que recuperarlas por medio de una lucha sin cuartel.
En mi propósito de comprender de mejor manera las dinámicas
comunitarias y el surgimiento y el desarrollo del movimiento campesino en la
Huasteca, fue de suma importancia estudiar la lucha campesina desde un
enfoque antropológico e histórico, toda vez que considero que la antropología y
la historia no pueden seguir como enfoques o disciplinas separadas, ya que el
análisis de las comunidades indígenas mesoamericanas exige que se les
aborde de una manera integral. Esto ha implicado unir la dimensión sincrónica
con la diacrónica y no aislar las partes del proceso social comunitario.
En el desarrollo de esta investigación me fueron de gran utilidad los
trabajos realizados por Catharine Good. Ella señala que las “formas
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particulares de entender la historia y transmitirla dentro de un grupo, pueden
llamarse historias propias” (Good y Alonso 2007: 9), mismas que inciden en el
desenlace de los acontecimientos actuales y futuros cuando los pueblos actúan
de acuerdo a ellas y su presencia facilita la transmisión de una cultura
diferenciada que contribuye a la construcción de una identidad propia que
funciona como campo de defensa para las culturas locales y la diversidad.
En México se han desarrollado varios movimientos campesinos que han
luchado por la tierra; sin embargo, pocos han logrado lo que se han planteado.
En este capítulo se ha explicado el éxito de la lucha campesina a partir de la
experiencia que han vivido los propios actores y se ha dado mayor importancia
a la cultura local y formas de organización comunitaria y/o regional, mismas
que dieron fuerza a la lucha de los pueblos. Sin restarle importancia a factores
externos como los cambios económicos y políticos nacionales, aquí sugiero
que el éxito de la lucha campesina en la Huasteca, en gran parte se debió a la
reproducción de las formas de organización ancestrales de las comunidades,
tales como el trabajo en común o (komontekitl), la ayuda mutua y la vida ritual
como medios para expresar las cosmovisiones y transmitir la memoria histórica
de las comunidades nahuas.
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