llegó la tía, y damián

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1 10. Llegó la tía, y Damián A la tía, la habían esperado todo el invierno. Con su particular andar llegó emergente en primavera: radiante, festiva, con los mejores colores y ese sabor chévere que todos aman de ella. Besó a sus parientes, les regaló el más cálido saludo y los homenajeó con regalos especiales. Había obsequios para todos y de todos los gustos. La tía le había dado mucha felicidad a la familia en los años ’70, hasta que tuvo que irse. Un viaje que ella prefirió llamarlo “experiencia hippie”. Tuvo la suerte de rozarse con la movida de San Francisco. Luego anduvo por El Bolsón, donde conoció a sus mejores amigos, un luminoso grupo de artistas. Allí se vinculó con quien compartiría parte de su vida en pareja, “con códigos, sin papeles”. Con sus pinturas al óleo grababa todo lo que allí experimentaban. Pasados los dos años de alegría, supo cómo canalizar el sabor de la risa al resto de los suyos y regresó. Ni la entendieron ni la aceptaron, aún así quiso darles un poco de todo su conocimiento, con ingenio y sabiduría, hasta que decidió apartarse un poco. Suele pasar en las mejores familias y esta no es de las mejores”, repetía a veces para no parar de reírse por un largo tiempo. Con paciencia, algunos de sus parientes se vieron reflejados en los relatos que les enviaba a través de cartas que reflejaban sus travesías en los viajes por Bangkok, Kingston, Nueva Delhi e Islamabad; sus experiencias con gurúes, misticismo, mandalas y mantras. La simpleza que proponía se respaldaba en sus acciones. Su capacidad de análisis la posicionaba en un lugar de enfoque distinto desde donde se tomaba su tiempo para contestar sobre algo, o resolverlo. A la tía la esperaban hacía mucho tiempo porque había prometido prosperidad para la familia. Los que habían cuestionado sus revinches, que para ella solo denotaban una toma de posición y decisiones distintas de las que hace el rebaño”, y reprobado su prolongada ausencia, necesaria en ella para crecer y desarrollarse, ahora la recibirían gustosos. Los años los habían aplacado. Ella sabía que el tiempo cerraba cicatrices, que las marcas seguían muchas veces visibles, pero ella no era rencorosa. Sus encantos, que antes eran vistos como

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Lo que más me impresionó de este cuento es su simpleza. Jugaste con algo tan simple que no es tan simple: un común regreso a casa de una persona no tan común. Es tierno, dulce y volado. Hace a un lector completamente partícipe de la historia porque puede ser cualquier familia y no imaginarte nuevamente esa familia cuadrada, sino esa familia normal que quiere comprender -y a la larga comprende- que somos naturalmente diferentes. /Neyda Pitt -Editora-.

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10.

Llegó la tía, y Damián

A la tía, la habían esperado todo el invierno. Con su particular andar llegó

emergente en primavera: radiante, festiva, con los mejores colores y ese sabor chévere que todos aman de ella. Besó a sus parientes, les regaló el más cálido saludo y los homenajeó con regalos especiales. Había obsequios para todos y de todos los gustos. La tía le había dado mucha felicidad a la familia en los años ’70, hasta que tuvo que irse. Un viaje que ella prefirió llamarlo “experiencia hippie”. Tuvo la suerte de rozarse con la movida de San Francisco. Luego anduvo por El Bolsón, donde conoció a sus mejores amigos, un luminoso grupo de artistas. Allí se vinculó con quien compartiría parte de su vida en pareja, “con códigos, sin papeles”. Con sus pinturas al óleo grababa todo lo que allí experimentaban.

Pasados los dos años de alegría, supo cómo canalizar el sabor de la risa al resto de los suyos y regresó. Ni la entendieron ni la aceptaron, aún así quiso darles un poco de todo su conocimiento, con ingenio y sabiduría, hasta que decidió apartarse un poco. “Suele pasar en las mejores familias y esta no es de las mejores”, repetía a veces para no parar de reírse por un largo tiempo. Con paciencia, algunos de sus parientes se vieron reflejados en los relatos que les enviaba a través de cartas que reflejaban sus travesías en los viajes por Bangkok, Kingston, Nueva Delhi e Islamabad; sus experiencias con gurúes, misticismo, mandalas y mantras. La simpleza que proponía se respaldaba en sus acciones. Su capacidad de análisis la posicionaba en un lugar de enfoque distinto desde donde se tomaba su tiempo para contestar sobre algo, o resolverlo.

A la tía la esperaban hacía mucho tiempo porque había prometido prosperidad para la familia. Los que habían cuestionado sus revinches, que para ella solo denotaban una toma de posición y decisiones “distintas de las que hace el rebaño”, y reprobado su prolongada ausencia, necesaria en ella para crecer y desarrollarse, ahora la recibirían gustosos. Los años los habían aplacado. Ella sabía que el tiempo cerraba cicatrices, que las marcas seguían muchas veces visibles, pero ella no era rencorosa. Sus encantos, que antes eran vistos como

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histrionismo puro, eran destellos de su etapa hippie y esta vez veían todo de manera más comprensiva. La tía no se había aggiornado a los tiempos modernos, los tiempos habían aggiornado a su familia y, por ende, se aggiornaron a ella.

Al entrar, saludó a cada uno con un beso, con abrazos en algunos casos. Cada beso fue particular, cada uno lo recibió a su modo. Era cuestión de animarse, de aflojarse una vez que el contacto les permitió ser un poco más reales. Llegó el té, de diversos sabores, que la tía había comprado en India, en Thailandia, en Pakistán. Macitas marmoladas y abundante brownie del bueno. Comenzaron a regalarse risas, la música de Ravi Shankar y Yoko Ono los aflojó -Kiss, kiss, kiss, les cantó-, los semicírculos del pasado se hicieron círculos que, aunque esfumados, auspiciaron una nueva era en la familia. O por lo menos todos lo sentían así.

La ronda que formaron fue como si una capitulación de pipa de la paz llegara para imponerse. Lo no dicho nunca más sería dicho. Los miembros de la familia que más la habían censurado comprendieron que sus observaciones fueron el resultado de sus propias inseguridades. La tía confirmó también que la distancia y el tiempo bajan los decibeles y que, lamentablemente, el tiempo robado jamás es recuperado, pero que se podían aprovechar muy bien el que ahora estaban ganando. La tía supo, apenas entró, que podía ser feliz y los demás reencontrarse con sus propias alegrías. El vínculo, el compartir, el diálogo, aunque por momentos se tornaban risueños y un tanto dispares, los acercó; les dio un motivo más para querer repetirlo. La tía encontró un refugio como el que encuentran los osos para hibernar o los monos para reposar en las alturas de los árboles, recostados en grandes hojas verdes. La semilla que plantó sabía que en su próxima visita daría los mejores frutos y que tal vez la animarían a quedarse cerca. Ya estaba cansada de viajar. Solía repetirse que tantos vuelos le habían devorado las neuronas. Ahora quería permanecer allí. La germinación que vio meses después le gustó tanto que le propuso a su hijo, a quien había adoptado hacía casi veinticinco años cuando colaboraba con los Médicos del Mundo, que dejara su lugar de residencia en May Pen, en el centro de Jamaica. No resultaba tan fácil para Damián, que trabajaba como voluntario en Port-Au-Prince, en Haití, que se animara a acompañarla en el regreso a su tierra.

Debajo de un árbol desteñido por el horror post-huracán, Damián se recostó boja abajo, sacó su netbook y le mandó un mail a su madre.

–Madre, me acerqué a la fiesta del mundo, me puse mi traje de fiesta cuando llegué. Estaban cerrando las puertas. Apagaban las últimas luces: ya no había fiesta. Un olor de perfumes gastados flotaba en la noche desierta. Me fui por la vida y andando he oído palabras dispersas, quien decía palabras muy altas, quien decía palabras muy cuerdas. He oído palabras... Las cosas… no supe lo que eran. Había unos libros en donde estaba sepultada la ciencia. Hojeando cien libros

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estuve mil noches eternas. Menos luz en los ojos, las manos un poco más viejas. ¡Eso es todo!... y el alma en el fondo, acaso más triste, más sola y más buena. Me contaron del árbol que canta; ya no canta. Me contaron del ave que habla; nadie pudo encontrarla jamás. Me acerqué a la fiesta del mundo. Las luces se apagaban ya.

Damián solía escribir de un modo peculiar “mezquino al caudal interpretativo de la gente, sí, madre”. Sin embargo ella lo entendía.

–Determinaciones, alguien las toma de vez en cuando. -le contestó ella en un escueto correo electrónico. Y esta vez, Damián, con furia en sus ojos, la impotencia que le daba decidir entre emprender un rumbo nuevo o permanecer en la azotada isla, socorriendo a las familias que rozan la desnutrición y son proclives a continuas enfermedades oportunistas, pudo abrirse un poco más y decidir.

–Madre, siento, pienso y soy. En la humana comprensión, con majestuosidad grave, muda, hay dudas germinando, cada uno puede interpretar la suya. Las cosas son y no son por ley de su propio ser. Veo que nada es eterno, y tampoco tiene fin. El ayer viene hoy, del hoy viene el ayer. Hay un precepto que respeto porque yo lo inventé: la vida es un concierto. El vivo vive y el muerto vive en polvo. Lo que ha sucumbido perdura y perdurará, hay un punto de intercepción entre el ser y el que será. Digo que bien sin querer yo quiero esperar lo que no quiero. Viven esperando la muerte, está anunciada. Si vivo así, en la vida, dentro de mí vivo y muero en un segundo. Son muertos para el mundo, atrapados en su propia prisión. Si soy un muerto para el mundo existo para mí. Cuando un cuerdo viene loco, loco es un cuerdo al revés. Si lo que ha sido no es, no deja de ser tampoco. Estoy en el medio, la muerte se deduce, la muerte se trasluce, cuando la vida se apaga, la vida es muerte que vaga y la muerte es vida que luce. Están sepultados vivos. ¿Lo estoy? ¡No he muerto! Me siento muerto pero... ¿lo estoy? Cautivo, argumento un motivo, los motivos, en vida preso soy, a la muerte en vida voy y sufro, sufro, de todos modos sufro. Son muertos para todos pero... existen donde estoy. Siempre pensar en el otro y ponerse en un segundo plano. La gente es egoísta y nadie cede su propio espacio. Hay que ser espontáneo. Algunas personas son humildes porque no les queda otra y otras son buenas porque no les da el cuero para ser malas. No me pongo triste por las cosas que se fueron y no pude retener. El futuro es el asesino del presente sepultándolo en los confines del pasado. Hoy es el universo el que poseo en las manos y aunque el tirano se avecina, me hago otra vez presente y nada puede vencerme si estoy de mi lado. El enemigo habita en mi interior y lo perfumo con palabras bonitas para que no aflore el dolor, aunque de tanto sufrir ya no duela. Sé que el alma vuela y no respeta cadenas. En mi medio me coloco como el mejor postor ya que al

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impostor lo llevo adentro... Brillar, una última baraja, treinta y tres de mano, y brillar...

Seis meses después, sonó el timbre de la casa familiar, durante una de esas típicas fiestas. Se abrió la puerta, la música de Bunny Wailer con la Solomonic Reggaestra como telón central. Afuera, valijas, cajas, paquetes en el piso, una imagen del rey de los rastafari Haile Sealassie I en una de las manos de la mujer, fuego para arder en la mano de su acompañante: el álbum Catch a fire, y alguien que gritaba al verlos y abrazarlos: “Alegría. Llegó la tía, y Damián”.

Tedeschi Loisa, Diego

Publicado en © Tres de un par imperfecto. Cuentos a la crema

1º edición – Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 360 p.; 17 x 24 cm.

© 2014 Bubok Publishing S.L.

ISBN 978-987-33-4944-7

1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título

CDD A863

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Impreso por Bubok

Fecha de catalogación: 06/05/2014

Hecho el depósito que impone la Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin citar al autor.

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