lorca: la cuna sí, la tumba no

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LA BÚSQUEDA DE LOS RESTOS DEL POETA SE HA CONVERTIDO EN UN POLÉMICO JEROGLÍFICO. TRAS EL FRACASO DE ALFACAR, COBRA FUERZA COMO FOSA UN PARAJE CERCANO LLAMADO EL CARACOLAR Y o sé que estás aquí / entre estos árboles, esta hierba / que un día te vieron morir / por de- fender tu patria y tu tierra”. Los versos están envueltos en un plástico transparente. Des- cansan entre una gran cruz hecha de flores en el barranco de Víznar (Granada), sobre unas fosas comunes con miles de cadáve- res de la Guerra Civil. Al fondo, una placa de piedra dice: “Lorca somos todos”. La inscripción no falta del todo a la ver- dad, porque sí se sabe que Federico García Lorca murió en esa zona, el barranco de Víznar. Y que fue en agosto de 1936. Pero aún –y han pasado 73 años– no se sabe con exactitud en qué sitio ni, tampoco, otros detalles del fusilamiento del poeta, nacido en Fuente Vaqueros (también en Granada) el 5 de junio de 1898. De dónde partió la orden de detenerle, cómo llegó allí, quiénes lo fusilaron, qué día y, sobre todo, dónde está su cadáver, son incógni- tas que testigos, historiadores, geofísicos o arqueólogos no han sabido –o querido– despejar todavía. El último intento terminó el pasado 18 de diciembre, cuando la Junta de Andalu- cía hizo público el informe sobre las ex- cavaciones de unas supuestas fosas con cadáveres de la Guerra Civil en Alfacar, el pueblo pegado a Víznar donde termi- na el barranco del mismo nombre. Mes y medio de trabajo y 70.000 euros después, el resultado es contundente: “En toda el área excavada nunca se realizaron fosas de enterramiento. El estudio no deja lugar a duda alguna”, dicen los técnicos. Era, decíamos, el último intento –por ahora, claro– de hallar la tumba de Lor- ca, aunque oficialmente no se buscase al poeta. De hecho, una de las cosas que sí se saben es que murió en compañía de al me- nos tres personas más: Dióscoro Galindo, un maestro republicano de Pulianas, y los banderilleros anarquistas Francisco Gala- Arriba, Francisco González Arroyo señala el punto de El Caracolar dónde podrían estar los restos de Lorca. A la izquierda, las carpas que cubrían las excavaciones, 500 metros más al oeste, en el parque dedicado al poeta. Sobre estas líneas, imagen familiar de Federico y, a la derecha, los enterradores del barranco de Víznar: el del centro, con una niña, es ‘Manolillo el comunista’, en quien Ian Gibson se basó para buscar el lugar ahora descartado. 12 interviú 4 de enero de 2010 www.interviu.es interviú 13 Nació en Fuente Vaqueros (Granada) en 1898. De eso no hay duda, pero más de un siglo después aún no sabemos dónde murió. Federico García Lorca, tal vez el poeta español más admirado en el mundo, se llevó el secreto de su fusilamiento en 1936 a su tumba. Pero ésta sigue sin encontrarse. De su vida nos queda su obra. De su muerte, ni una sepultura. [Juan Luis ÁLVAREZ / Fotos: Javier CANDIAL] [email protected] LA CUNA SÍ, LA TUMBA NO E2-LORCA-1758 F.indd 12-13 30/12/09 14:25:08

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LORCA:LA BÚSQUEDA DE LOS RESTOS DEL POETA SE HA CONVERTIDO EN UN POLÉMICO JEROGLÍFICO. TRAS EL FRACASO DE ALFACAR, COBRA FUERZA COMO FOSA UN PARAJE CERCANO LLAMADO EL CARACOLAR

Y o sé que estás aquí / entre estos árboles, esta hierba / que un día te vieron morir / por de-fender tu patria y tu tierra”. Los versos están envueltos en un plástico transparente. Des-

cansan entre una gran cruz hecha de � ores en el barranco de Víznar (Granada), sobre unas fosas comunes con miles de cadáve-res de la Guerra Civil. Al fondo, una placa de piedra dice: “Lorca somos todos”.

La inscripción no falta del todo a la ver-dad, porque sí se sabe que Federico García Lorca murió en esa zona, el barranco de Víznar. Y que fue en agosto de 1936. Pero aún –y han pasado 73 años– no se sabe con exactitud en qué sitio ni, tampoco, otros detalles del fusilamiento del poeta, nacido en Fuente Vaqueros (también en Granada) el 5 de junio de 1898. De dónde partió la orden de detenerle, cómo llegó allí, quiénes lo fusilaron, qué día y, sobre todo, dónde está su cadáver, son incógni-

tas que testigos, historiadores, geofísicos o arqueólogos no han sabido –o querido– despejar todavía.

El último intento terminó el pasado 18 de diciembre, cuando la Junta de Andalu-cía hizo público el informe sobre las ex-cavaciones de unas supuestas fosas con cadáveres de la Guerra Civil en Alfacar, el pueblo pegado a Víznar donde termi-na el barranco del mismo nombre. Mes y medio de trabajo y 70.000 euros después, el resultado es contundente: “En toda el área excavada nunca se realizaron fosas de enterramiento. El estudio no deja lugar a duda alguna”, dicen los técnicos.

Era, decíamos, el último intento –por ahora, claro– de hallar la tumba de Lor-ca, aunque o� cialmente no se buscase al poeta. De hecho, una de las cosas que sí se saben es que murió en compañía de al me-nos tres personas más: Dióscoro Galindo, un maestro republicano de Pulianas, y los banderilleros anarquistas Francisco Gala-

Arriba, Francisco González Arroyo señala el punto de El Caracolar dónde podrían estar los restos de Lorca. A la izquierda, las carpas que cubrían las excavaciones, 500 metros más al oeste, en el parque dedicado al poeta. Sobre estas líneas, imagen familiar de Federico y, a la derecha, los enterradores del barranco de Víznar: el del centro, con una niña, es ‘Manolillo el comunista’, en quien Ian Gibson se basó para buscar el lugar ahora descartado.

12 interviú 4 de enero de 2010 www.interviu.es interviú 13

LORCA:

12 interviú 4 de enero de 2010

Nació en Fuente Vaqueros (Granada) en 1898. De eso no hay

duda, pero más de un siglo después aún no sabemos dónde

murió. Federico García Lorca, tal vez el poeta español más

admirado en el mundo, se llevó el secreto de su fusilamiento

en 1936 a su tumba. Pero ésta sigue sin encontrarse. De su

vida nos queda su obra. De su muerte, ni una sepultura.

[Juan Luis ÁLVAREZ / Fotos: Javier CANDIAL][email protected]

LA CUNA SÍ, LA TUMBA NO

E2-LORCA-1758 F.indd 12-13 30/12/09 14:25:08

el poeta estuvo en el Gobierno Civil toda esa noche y el día siguiente. Y tal vez par-te de ese tiempo en la cercana comisaría de policía.

Los hermanos de Miguel Rosales, José (Pepiniqui, el más osado) y Luis (el poeta) se encorajinan al saber que lo han deteni-do cuando estaba invitado en su casa. Pe-piniqui incluso amenaza con una pistola al propio comandante Valdés en su des-pacho; su hermano Luis tiene una fuerte trifulca con Ruiz Alonso. Entre la noche del 16 y la mañana del 17 lo ven y hablan con él; pero cuando al día siguiente van a buscarlo con la intención de liberarlo, ya no lo encuentran: le han dado el paseo.

Según los indicios, Federico llega a Víz-nar el 17 o el 18 de madrugada. No se sabe bien quiénes lo trasladan. Pasa sus últimas horas en el cortijo Villa Concha en compa-ñía de los que luego fueron fusilados con él. Fuma y pide rezar un Padrenuestro, lo que hace con ayuda de uno de sus guar-dianes, José Jover, porque “a mí se me ha olvidado”. Lo matan de madrugada. Pero ¿dónde? ¿Por orden de quién? A los po-cos años, el oprobio internacional sacudió el franquismo, que jamás recompensó a Valdés ni a Ruiz Alonso por esos días de plomo. “Qué luto para la España / qué vergüenza en el planeta / de haber mata-do a un poeta / nacido de sus entrañas”, cantó Violeta Parra en la canción Un río de sangre. Lo demás es leyenda. En Granada queda, para siempre, la cuna donde nació, en Fuente Vaqueros. Y su tumba, seguro. Una tumba que sigue sin nombre.

LORC

A: LA

CUN

A SÍ

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TUM

BA N

O

TESTIGOS, HISTORIADORES,

ARQUEÓLOGOS Y DESCENDIENTES

NO DESPEJAN LA INCÓGNITA

Gabriel Pozo es historiador y periodista –estuvo muchos

años en el Ideal, un diario clave en la ejecución del poeta porque en él trabajó Ruiz Alonso, su “asesino” oficial– y acaba de publicar Lor-ca, el último paseo (Ultramarina. Granada, 2009), un libro a caballo entre el análisis documental y la recogida de testimonios: “El sitio más probable del fusilamiento y enterramiento de Lorca es El Ca-racolar, a mitad de camino entre Víznar y Alfacar –dice–. Es lo que se desprende de los libros de Penón y Molina Fajardo. Más raro es que esté bajo el parque erigido en su memoria (donde se han rea-lizado las excavaciones), porque

el terreno es muy duro. Ni en las fosas grandes de Víznar: éstas, pozos para el agua, en realidad, las descubrieron los matarifes días después y les vinieron al pelo: ya no tenían que cavar”.

Agustín Penón fue de los prime-ros investigadores de la muerte del poeta. Nacionalizado norteamerica-no, volvió a España y escribió un diario, entre 1955 y 1956, con sus resultados –el franquismo le dejó hacer porque pensaba que era de la CIA–; pero no lo publicó en vida. Se lo dejó, en una maleta, a su amigo William Layton, el dramaturgo. Éste conoció al hispanista Ian Gibson en 1978 y ambos estudiaron durante dos años el diario. En 1980, Gibson

se lo quedó para publicarlo; lo hizo, incompleto, en 1989, con el título Diario de una búsqueda lorquiana. Pasó inadvertido. Layton recuperó el archivo en 1991. En 2001 apa-reció íntegro en Miedo, olvido y fantasía (Comares), editado por Marta Ossorio.

Eduardo Molina Fajardo, otro in-vestigador, publicó póstumamente Los últimos días de García Lorca (Plaza&Janés) en 1983. Sostiene también la tesis de El Caracolar. Am-bos autores –Penón y Fajardo– son ampliamente citados por el profesor Pozo en su libro, que ya apuntaba el resultado fallido de las excavaciones cuando salió a la venta, a principios del mes pasado.

dí y Joaquín Arcollas. A los cuatro habría que sumarles, posiblemente, dos fusilados más: el inspector de tributos Fermín Rol-dán y el hostelero Miguel Cobo. Son los restos de todos ellos –salvo Lorca, cuya familia nunca quiso remover su cadáver, y el maestro, cuya nieta, Nieves Galindo, se echó atrás al � nal– los que se han bus-cado a petición de sus descendientes y a través de la Asociación para la Recupe-ración de la Memoria Histórica (ARMH) de Granada.

En la búsqueda no ha faltado la polémi-ca. Primero, porque en el convenio � rma-do a cinco bandas entre la Consejería de Justicia de la Junta, la ARHM, el Ayunta-miento de Alfacar, la Diputación y la Uni-versidad de Granada no se dejaba claro a quiénes se estaba buscando y por encargo de quién. Por ejemplo, la familia Galadí tiene dos ramas, una adoptiva y otra de sangre, y ésta última se oponía; Arcollas, por su parte, falleció sin descendencia y fue la CGT, como tributo a su militancia en la CNT, quién lo pidió a última hora.

Pero también porque no se sabía exac-tamente el lugar ni por dónde empezar. Según el anterior presidente de la ARMH, Francisco González Arroyo –auténtico motor de las exhumaciones desde hace años–, “se ha estado buscando en el peor sitio, 500 metros más allá de donde estaba el campo de instrucción, en El Caracolar, justo en medio del barranco. Han excava-do en Fuente Grande y en la parte donde hay más piedra”.

En efecto, los trabajos toparon con roca a menos de 90 centímetros de la super� -cie, cuando una tumba precisaba al me-nos de metro y medio de profundidad. Y también ha resultado polémico seguir a pie

juntillas las tesis de Ian Gibson, el hispa-nista británico que más ha publicado sobre la muerte de Lorca y que en los últimos tiempos ha sido bastante discutido, inclu-so en el seno de la ARMH: disensiones internas provocaron que González Arroyo dejara la presidencia en manos de Mari-bel Brenes, alumna del vicepresidente, el profesor Rafael Gil Bracero, ambos más partidarios de las teorías del británico: “Yo apostaba por El Caracolar y así lo puse en el informe que le envié al juez Balta-sar Garzón –instructor del caso–, pero se descartó. Creo que no querían encontrar nada de verdad”, dice Arroyo, rotundo.

Poco fi ableEl historiador Gabriel Pozo (ver recua-dro de la página 14) cree que a Arroyo no le falta razón: “La principal fuente de Gibson no era muy � able, porque ahora sabemos que esa persona llegó allí el 21 de agosto y que a Federico lo mataron en la madrugada del 18. No pudo estar presente”. Se re� ere a Manuel Castilla, el enterrador apodado Manolillo el comunis-ta, que habló con Gibson en 1955 seña-lándole el lugar. “Pero diez años después –añade Pozo–, ya reconocía que no estaba seguro, que había cambiado el paisaje...Yo me decantaría por El Caracolar, como dice Arroyo, en línea con Agustín Penón y Eduardo Molina Fajardo”.

El Caracolar está en el barranco de Víz-nar, a mitad de camino entre Fuente Gran-de (Alfacar), al oeste, donde se han hecho las excavaciones, y las fosas comunes con

los miles de cadáveres, más hacia el este (Víznar). Las tres zonas están separadas por unos 500 metros, pero es en la del cen-tro donde se hallaba el campo de instruc-ción en el que Queipo de Llano visitó a las tropas –la mayoría, falangistas– acantona-das en Víznar al comienzo de la guerra. Allí tuvo lugar el acto castrense del 15 de agosto de 1936, en conmemoración de la Virgen, olvidada en la República. Allí “al-guien” –probablemente el mayor de los Rosales, Miguel– comentó a Ramón Ruiz Alonso, enviado del entonces diario cató-lico Ideal a la parada militar– que el poeta estaba en la casa de la familia Rosales.

Ruiz Alonso –el padre de la fallecida actriz Emma Penella (ver recuadro de esta página)– es quien ha cargado histórica-mente con la responsabilidad de la muerte del poeta. Lo que está claro es que fue él quien, ese mismo día, lo denunció en el Gobierno Civil –a cuyo frente estaba el comandante José Valdés– y quien lo fue a buscar a casa de los Rosales al día siguien-te, 16 de agosto, de donde salió “con un traje oscuro sobre el pijama de rayas, sin esposar, en una hora imprecisa de la tar-de”, según todos los historiadores.

A partir de ahí poco se sabe. Parece que

Sobre estas líneas, cuna donde Federico pasó sus primeros meses de vida. Esta situada en un anexo a la habitación de sus padres, en la casa de Fuente Vaqueros donde nació en 1898. A la izquierda, las excavaciones donde se creía que podría estar su tumba, en Alfacar. La imagen es del mes pasado.

UN SIGLO ENTRE DOS IMÁGENES

a mi padre

Emma Penella falleció en 2007. Era hija de Ramón Ruiz Alonso, el

“asesino” ofi cial de Lorca. Pero antes de morir quiso contarle al historiador Gabriel Pozo lo que su padre, a su vez, le confesó antes de fallecer, en 1978: “El mayor de los Rosales [tenía que ser Miguel] le comentó a mi padre que ‘el ahijado de Fernando de los Ríos’ estaba en su casa. Él lo contó a sus compañeros de la CEDA y éstos, al gobernador civil [Valdés], que dijo que bien, que le darían un escarmiento, pero que necesitaba una denuncia en regla”.

Según la actriz, su padre jamás supu-so que lo matarían: “Se limitó a hacer tres cosas: transcribir la denuncia de la CEDA [era linotipista], llevarla a Valdés y sacar a Lorca de casa de los Rosales. Eso fue todo lo que me dijo. A Lorca lo mataron por las disputas entre cedistas y falangistas, pero mi padre... murió en vida”. El “escarmiento” terminó en Víz-nar, ante el pelotón de fusilamiento.

DEL “ESCARMIENTO” AL PAREDÓN

Gabriel Pozo, historiador y periodistaGabriel Pozo, historiador y periodistahistoriador y periodista

“ YO APOSTARÍA POR EL CARACOLAR”

La actriz Emma Penella.

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