los cuadernos de la actualidadla pregunta a flor de labios, inge nioso a veces, disparatado otras,...
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BIENVENIDA
AREGOYOS
Bienvenido seas y bienvenido te encuentres, Santos Darío de Regoyos y Valdés, franqueador de
umbrales, pupila cántabra. Esta es tu casa, tu vieja y pródiga casa, desmemoriada de antiguo, hoy, por fin, acogedora. Y llegas (en olor o no de multitud, ya no importa) a recoger el pan y la sal que esta tierra te debía.
En fin, perdona, ya sé que este no es tu estilo. Lo tuyo es entrar casi de puntillas, con la sonrisa y la pregunta a flor de labios, ingenioso a veces, disparatado otras, pero siempre humano y natural, porque en ti y en tu arte primó ante todo la sencillez. Siempre viviste en pintor, simple de recursos, siempre lo justo y cabal; y en pintor te fuiste, a pintar cielos y tierras de otra cantabria panteísta y lejana.
Perdona, ahora, si te reprocho tu tardanza: llegas casi con un siglo de retraso. En tu viaje a la «España negra» soslayaste, para bien o para mal, tu casa materna, y nunca lo justificaste. Lástima. Leopoldo Alas te esperaba. ¡Qué pareja la vuestra! Qué dúo para denunciar esa «Asturias negra», moralmente negra, que aún nos pesa y nos doblega.
Los Cuadernos de la Actualidad
Tú y Clarín, por Cimadevilla: chambergo y bombín, paseantes de capas negras, al viento las barbas, como proas de trágico negror, burlones y críticos. Lástima, Darío de Regoyos.
Llegas con retraso. Quizás fatigado. Con ese empaque sobrio y discreto que da la madurez. Y sin embargo, aunque vienes en son de paz, vas a ganar otra batalla. Hoy tu humildad de hombre y de pintor nos va a conmover profundamente. Y contigo estaremos, en tu lucha de siempre, en contra de ese academicismo y de esa chabacanería pictórica que aún merodea, hueca y fatua.
Bienvenido seas y bienvenido te encuentres, Darío de Regoyos. Mentor te quisiéramos del arte asturiano; pero orbayu o sirimiri, qué más da, siempre el Norte tu región estética.
José Antonio Castañón
EL DESCU
BRIMIENTO
DE LA
CORRIENTE
DEL GOLFO
A propósito de las exposiciones de pintura «1980», Campano, Cáceres, Solsona, Gomila y otros, y su repercusión crítica en la prensa y ctnáculos artisticos de Madrid en la temporada otoño-invierno de 1979-80.
Además de penenes y periodistas -que como es bien sabido, en estos últimos años son los dic
tadores de normas y detentadores del derecho a condenar a quien no habla como ellos determinan de 'España, S. A., de la que se consideran sus consejeros delegados en exclusiva-, ha proliferado otro género de indivi-
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duos con afanes paralelos. Estos individuos, que pertenecen al género conocido por «crítico de arte», habían venido defendiendo encarnizadamente una vanguardia académica de pinturas al cuadrado y soportes-superficies. Y resulta que en esta temporada otoño-invierno deciden que han llegado los años ochenta (y no el siglo XV del Islam, puestos a remitirse a cronologías), y con ellos, el postmodernismo.
Han preparado exposiciones, apoyado pintores y despreciado artistas, introduciendo en el contexto estético de esta zona del planeta, el túnel del tiempo. Un modelo de túnel de una sola dirección que lleva al pasado, a las costas bañadas por la Gulf Stream, de la lengua del imperio hace .unos cuarenta años. Promocionan el arte norteamericano pero, como de costumbre, pasado por el perfume de París de la Francia y sus teorizaciones de cógito cartesiano momificado por Rodin y su pensador.
Sí, estos aficionados al arte conocidos por críticos, proclaman que ya está bien de artes culpables, de estéticas marciales, de dramas morales y desafíos vanguardistas. Fuera con todo eso, dicen los nuevos iconoclastas desde el primer escalón de la Academia. Hay que descubrir el placer de la pintura (la referencia a Barthes surge de inmediato), pues, según ellos, todos nos habíamos pasado estos últimos años sufriendo al crear y contemplar las llamadas obras de arte.
Nada de compromisos (estéticos, claro); todo está permitido. Y esto no lo dijo Hassan i Sabbah, sino los vecinos de la dulce Francia que, como de costumbre, descubren con el retraso correspondiente, lo que ocurre más allá de sus fronteras y océanos. Han llegado a la Corriente del Golfo, y van y sus agentes exportadores, después del Mediterráneo, nos la descubren a los habitantes de esta provincia periférica del Imperio.
Claro que eso quizá sea mejor que lo que pasa en las artes de la escritura. Allí, el túnel del tiempo lleva mucho más atrás. Sin las gafas modelo francés, todo lo escrito hace menos de ochenta años carece de valor, aventura y excitación.
La cuestión es determinar si es mejor crear a cuarenta años vista o a ochenta. Crear sobreviendo en el simulacro de presente por el que nos toca arrastrarnos, probablemente sea demasiado complicado.
M. Antolín Rato
HOLLYWOOD EN VIETNAM:
LA OTRA
ESCALADA
Boinas Verdes (Wayne), El regreso (Ashby), El cazador (Cimino), Apocalypse Now (Coppola).
e orno si lo hubiera programado aquel Me Namara de fría mirada y de puntero preciso sobre
el chincheteado mapa del sudeste asiático, involuntaria contribución póstuma a sus ejercicios con los ordenadores del Departamento de Defensa y del Pentágono, el cine americano ha consumado una espectacular escalada en el tratamiento de la gue-
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rra del Vietnam, con avances irreversibles en brillantez formal, en autenticidad expositiva y en complejidad analítica. Para captar la progresión no es necesario tomar como únicas referencias los extremos ( Boinas Verdes y Apocalypse Now); entre los rellanos intermedios (El regreso y El cazador) el ascenso es igualmente apreciable.
En primer lugar, cualquier comparac1on entre personajes resulta elocuente. El justiciero y campechano John \Vayne (¿acaso no le parece también a él al saltar del helicóptero en la selva que las rubias escasean por aquellos pagos?) se trasmuta en el memorable coronel Kilgore y su doble pasión confesada: el «surf» y el napalm (ese «olor a victoria»). El mutilado amante de la hija de Henry Fonda cambia su soleado y tranquilizador rostro por el inquietante y sombreado del de Kurtz-Brando. También el animoso -incluso después de conocer el infiernoRobert De Niro se transfigura en el derrotado e inerte capitán Benjamín \Villard, el que ha de remontar el río Nung a través de todas las estaciones del espanto. Y tampoco la locura de Nick, el adicto a la ruleta rusa, es ya comparable al atolondramiento de Bruce Dern, el bobo marido de la gentil enfermera de ocasión, ex-mujer de Roger Vadim.
El salto es asimismo enorme en la progresiva -¡y progresista!tarea de eliminar lastre ideoló-
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gico: desde la épica del esforzado \Vayne a la del 7.0 de Caballería de Duvall hay un abismo: el mismo que existe entre la apología y la denuncia del caos y de la abyección. Y no es corto el trayecto que va del desvaído rechazo de la inutilidad de una guerra cruel (ese discurso final a los estudiantes del aprovechado parapléjico, en El regreso), al reconocimiento expreso de su sordidez (¡mierda! es lo único que sabe, puede o quiere decir el veterano que contrapuntea el ambiente festivo de la boda, en El cazador) o, mucho más allá, a la alucinada asunción del horror, como realidad última de un conflicto podrido y de la ambivalencia moral como terreno propio de quienes toman parte en él, en uno u otro bando.
La escalada, en fin, es aún más notoria en puros términos de narrac1on cinematográfica, pues el techo finalmente alcanzado con la deslumbradora película de acción y de aventura de Coppola -y también con la de Cimino- apenas hoy puede imaginarse más alto. Hollywood, tal vez para mortificación de algunos, sigue dando lecciones.
José Luis García Delgado
MATRIMONIOS
DE PELICULA
e uando en La noche americana Truffaut intenta convencer a Leaud, con cara de cinéfilo atribu
lado, de que el dilema entre la vida y el cine ha de resolverse siempre a favor del último, seguramente no había previsto qué años después se encontraría una solución menos drástica y más conciliadora; no sabía que en el curso del tiempo \Vim \Venders se casaría con Ronee Blakley ni que Scorsese terminaría enloqueciendo por Isabella Rosse-
llini. Para qué seguir ocultándolo: está clarisimo que el suceso cinematográfico y aún fílmico más transcendente del año pasado no se llamó El cazador, Manhattan, La Sabina, En el curso del tiempo, Apocalypse Now ni La luna; como tampoco lo fue la irremediable pero también inútil suerte de Renoir, Ray, Tiomkin, Rota, Jonh Wayne o Jean Seberg; ni la nunca bien agradecida ausencia de cualquier película de Ferreri o Russell, nada de eso. La auténtica noticia del 79 es un aparente cotilleo que desbarata los más contundentes argumentos de quienes piensen que con la última crítica de Miguel Marías, el recién editado libro de bolsillo o el rastreo exhaustivo de la cartelera se soluciona la difícil papeleta de estar al día y a la última porque, por no aparecer, ni siquiera lo hizo en los medios de comunicación social del Estado. Los impenitentes lectores del Fotogramas, Diez Minutos, Semana y demás, sabemos, es nuestro secreto iniciático, que de tarde en tarde este vicio tenido por abyecto se ve recompensado. Tendrían que haber visto los incrédulos a Scorsese, vestido de sospechoso emigrante siciliano, besando a la maravillosa hija de Ingrid Berg0
man y Rossellini, bajo la mirada feliz de la madre y Robert de Niro, los padrinos. O imaginarse a Wenders, disfrazado de halcón maltés, haciendo lo propio con la no menos inexplicable Ronne Blakley.
El hecho no reviste caracteres de acontecimiento por lo que pueda haber tenido de imprevisible o misterioso, sino por todo lo contrario. Ver a Isabella en Ilprato de los geniales Taviani y saber que Scorsese la andaba cortejando en los descansos del rodaje es todo uno. Robert de Niro, al intentar detener con la mano aquel tren en marcha o al limpiar el asiento trasero de su taxi, no hacía otra cosa que leernos las proclamas. Estaba visto: Scorsese no podía contentarse con crear ficciones dejándose seducir desde el patio de butacas por la Ingrid Bergman de Rosse-
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llini en Stromboli; no le bastó con amar a distancia la esencia neorrealista del cine europeo y tuvo que venir a casarse con ella. En el camino se cruzaría con W enders -¡ siempre viajando, este hombre!- y yo no sé de ningún plano de cualquier película de ambos que pueda resultar más hermoso que el de este posible encuentro, y ya es difícil. A Wenders tampoco le bastó amar con el Atlántico de por medio y necesitó saltarlo para abrazar a la amiga americana. Rudiger V ogler y Bruno Ganz se encargaron de anticipárnoslo también al pie, no ya de un solo taxi, sino de cualquier artilugio andante, incluido, claro, el tren que quería frenar el amigo De Niro y el taxi amarillo con inequívocas manchas en el asiento. Ver a Ronee Blakley en Nashville o en Renaldo y Clara, al lado de Bob Dylan, verla en Driver advertir a Ryan O'Neal que no está dispuesta a dar su vida por él y verla morir después de delatarle, ver a Ronee Blakley y saber de su boda con W enders, vale por el análisis más farragoso o riguroso que se pueda escribirdel director alemán. A ver quiénse atreve ahora a dudar que elprofetizado encuentro de los dosgenios en alta mar nos define,mejor que cualquier cosa, incluso que un artículo mío, la actual situación del cine europeo ynorteamericano, del cine.
Seguro que Truffaut, con tal de fastidiar, dirá que bueno, pero que a los recién casados les puede suceder lo que a Marion y Louis Mahé en La sirena del Mississippi, que la persona que se presenta en el muelle sea distinta de la que prometía la fotografía, y que a ver con qué pan se come y retórica se adorna el que Michael Cimino no se haya
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casado con Issabelle Huppert durante el rodaje de Heaven's Gate o el que Bertolucci lo haya hecho en cambio con Ciare Peploe que nació en Tanzania y encima ayudó a Antonioni en el rodaje de Zabriskie Point. O el que Issabelle Adjani... Querido Frarn;:ois: puede que la realidad no coincida con la ficción algunas veces, vale, pero no tienes ningún derecho a aguarles la luna de miel sólo porque Spielberg no te haya presentado a Ronee Blakley antes.
Manuel González Cuervo
ASTROLABIO
La misma atmósfera «intensa y mágica» que Francisco Brines supo ver en los poemas de Pre
ludios a una noche total (1%9), primer libro de Colinas, caracteriza a los mejores textos de Astrolabio. Hasta ahora la poesía de Colinas no ha sido sino un desarrollo de aquellos preludios iniciales y purísimos. La emoción del paisaje, el temblor ante la noche cuajada de estrellas, el gozo y el misterio del amor, la infancia evocada, todos los elementos que, se entrecruzan en la última obra, se encontraban ya -y de qué hermosa manera- enPreludios. Pero el mundo delprimer libro era un ámbito mágico y soñado, sin apenas nombres propios. Sólo Holderlin -ellírico más puro, menos apegadoa la tierra, el cantor de los dio-
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ses- aparece invocado en el poema final. El segundo libro de Colinas, Truenos y flautas en un templo (1972), constituye la antítesis del anterior. Culturalismo, estridencia, intrascendentes poemas viajeros, esta obra es el tributo que su autor ha de pagar a la moda «novísima» para poder ser incluido entre los «happy few» que se salvarán en las antologías más exquisitas. La síntesis -y perdone el lector la manidaterminología hegeliana- comienza a producirse en Sepulcroen Tarquinia (1975), donde ladistinción entre lo leído y lo vivido resulta ya ( como ocurresiempre que la cultura es verdaderamente asumida) imposible.El poema «Novalis» recupera así-y es sólo un ejemplo- la dicciónintensa y despojada del libro inicial. Menos interesante resulta (apesar de su fama) el artificioso yun tanto presuntuoso poema detítulo igual al del conjunto. Astrolabio constituye, incluso a nivel anecdótico, el desarrollo natural de Sepulcro en Tarquinia( «el Tiempo dormirá en el astrolabio», decía su verso final). Antonio Colinas se enfrenta en Astrolabio con los llamados temaseternos, los más difíciles, puestoque son particularmente manidos. No teme a las grandes palabras. Y no sólo no las teme, sinoque las resalta escribiéndolas,como los románticos, con mayúsculas: Muerte, Tiempo, Historia, Amor, Sueño, Sombra,Vida, serán términos repetidoscon insistencia a lo largo de estos versos. Frente al monocordeneovanguardismo de tantos compañeros de generación, frentea los burócratas del malditismo (Leopoldo María Panero) ode la Universidad (GuillermoCarnero), frente a los profesionales de la incoherencia o del secointelectualismo, Antonio Colinasaúna (en sus mejores momentos)belleza de la palabra, seguridaddel ritmo, sabio manejo de unatradición inmemorial, hondura.Pueden leerse, en este sentido,los poemas titulados «La Corona», «Motivo para una VitaNueva» o «Cabo de Berbería».La poesía es aquí, según ha indi-
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cado Azancot, «un medio -quizá el único, el último que nos restede establecer nuevas relaciones con las fuerzas ocultas del universo». Pero no siempre consigue Colinas su propósito: la aparente trascendencia de ciertos poemas (léase el titulado «Laderas») no es sino gárrula palabrería. Como tiene mucho de cartón piedra la Grecia de «Crónicas de Maratón y Salamina», esa especie de ejercicio escolar sobre un tema clásico. En «Dióscuros» o en «Freud en Pompeya», Colinas -que se inició con una obramaestra- parece ofrecernos tanteos de principiante poco aventajado. Nos hemos detenido, quizás en exceso, en los defectos (anuestro juicio) de Astrolabio, apesar de que lo consideramosuna de las obras más significativas publicadas en los últimosaños, y ello porque hemos notado un cierto tufillo mitificadoren las reseñas hasta ahora aparecidas. Y nada más peligroso ydesorientador, no sólo para loslectores, también para el propiopoeta. Astrolabio es un libro desigual, artificialmente hinchadocon circunstanciales poemas dehomenaje (el que inicia el volumen, por ejemplo) y con ejercicios menores. Palabra siemprebella, pero no siempre necesaria:tal podría ser, en resumen, nuestra opinión sobre Astrolabio.
José Luis García Martín
EL MARGEN
DE UN VALLE
Colectivo de Teatro Margen. Las galas del difunto de Valle Inclán.
si don Ramón Valle y Peña, alias Valle lnclán, levantara la cabeza y saliera de su tumba a
darse un garbeo para asistir a la mise en scene que el Colectivo de Teatro Margen hace de su esperpento Las galas del difunto,
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seguro que aplaudiría a rabiar con su brazo sano contra el muñón pendiente o el muslo enjuto.
¡Ay!, esta España negra de comedia bárbara, qué bien que se la conoce este grupo asturiano que domina con tanta naturalidad -desde que fuera Caterva- lo «chab», el circo, el desmadre, la mascarada o la follie del Carnaval entre otras cosas. Pero ahora el asunto va algo más circunspecto, pues ya no se trata de una creación propia, como parece habitual en Margen, sino de la adaptación de un clásico con toda su barba. Y ahí es nada don Ramón. Porque hay un Valle modernista, de temas y tratamientos delicados, y hay otro Valle brutal, directo y siniestro, de comedia bárbara, de esperpento. El terno del difunto -que tal fue el título que le dio Valle cuando aparec10 previamente hacia 1924 como novela por entregas- pertenece al segundo, formando la trilogía Martes de Carnaval, junto a Los cuernos de don Friolera y La hija del Capitán. Margen ha sabido asimilarlo perfectamente y ha llevado a cabo un montaje que resalta tres planos y un cierto sentido de circularidad: la propia anécdota folletinesca de la obra, la frecuente alusión al Tenorio -cada una de las siete escenas seabre con una cita del mismo: nohay que olvidar que estamosante un trasunto del Don Juanreflejado en los espejos cóncavosdel callejón del Gato- y la Historia de España del momento,fuertemente marcada por el desastre de Cuba y que es lo que afin de cuentas viene a explicartoda la anécdota. Tanto Vallecomo el grupo lo presentan todocomo víctima del sistema milita-
rista y lanzan sus dardos contra la charretera. En este caso, con clara vocación de teatro dialéctico y mediante una lectura brechtiana del autor -que ya debíamos por lo demás a Juan Antonio Hormigón-, algo más apanfletado en este montaje, que utiliza, no obstante, una plataforma circular en cuesta para huir de cualquier naturalismo y de la concretización.
Margen infatigable, laborioso, rayo que no cesa por los caminos aún polvorientos del país entero, llevando sin desmayo -¡hace falta moral!- la crítica risueña por los senderos recónditos y los circuitos menos comerciales y variopintos que pensarse pueda. Esto es amor al teatro: lo demás es feria de vanidades y cúmulo de poses cortesanas no pocas veces, desde lo fácil, el poder y lo establecido.
Perfecto maridaje el de este genial chivo con tan chispeante doncella. ¡ Qué gran vasallaje hacia tan gran señor!
Eduardo Riestra
WOODY
SEGUN
GERSHWIN Banda sonora de Manhattan. Música
de George Gershwin. Filarmónica de Nueva York. CBS.
Los dos son neoyorkinos, los dos cultivan el jazz para expresar el espíritu de América, los dos
son fanáticos partidarios del psicoanálisis y los dos mueren prematuramente -sabemos, porque el interesado no se cansa de repetirlo, que W oody Allen morirá a los 45 años-. Todos los martes, a eso de las ocho de la tarde, una silueta con gafas y sombrero calado espectacular entra en un local de la calle 55 de Nueva York: es Woody vestido de incógnito, el disfraz más popular de Manhattan, que va a hacer sus horas semanales de clarinete en el Mi-
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chel's Pub: cada martes un homenaje a Gershwin. Ahora, con la película Manhattan, Gershwin hace lo propio con Woody.
Decía en 1915 Jacques Baroncelli que el cine sólo se realizaba íntegramente por la música. Aquí está la música decorativa de Manhattan, las composiciones melódicas y rabiosamente americanas, de George Gershwin para
demostrarlo, imponiéndose muchas veces a los solos de Woody. Pero no es el Gershwin de Un americano en París o de Porgy and Bess, con técnicas orquestales perfeccionadas, el que Woody escoge para ser expresado por su ídolo del alma sino el de los best-sellers de los años 20: Sweet and low-down, Oh, lady be good, 'S wonderful, Land of the Gay Caballero. o el muy polémico autor de la muy famosa Rhapsody in blue.
América también es una constante en la obra de Gershwin. Neoyorkino de pura cepa, representante de un cierto tipo de la «american way of life» -concepto acuñado por el sociólogo Wirth precisamente en esta época-, fue un autor espontáneo, improvisador, publicitario, divertido y a veces romántico que ensayaba machaconamente los preludios del Clave bien temperado «para llegar a ser un buen compositor de canciones americanas». Y como su alter ego, realizó Gershwin en los USA lo que en Europa hubiera sido un auténtico escándalo y todavía lo es: interpretar, dirigir, arreglar, componer todos los géneros, todos los estilos. Repartirse sin conflictos entre el music-hall de
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Broadway y las salas de concierto de Carnegie Hall.
Y fue Gershwin, evidentemente, otro heterodoxo de los géneros. Como adepto al movimiento musical nacionalista reencontraba las inflexiones de la música popular a través del Rag-time, del Dixeland y sobre todo, del Blues -aunque él no emplea una base tan rítmica ni la estructura de acordes de doce compases-. En realidad, tomaba del jazz la utilización permanente de la síncopa -toda la polifonía de un párrafo de jazz responde a un concepto sincopado del ritmo-, elaboraba una brillante orquestación y la incorporaba a composiciones construidas sobre música europea de últimos del XIX. La Rhpasody in blue está influida sin duda por elementos temáticos de Listz, de Tchaikowsky o de Chopin, desordenados, y también por elementos armónicos de Debussy, incluso de Ravel. En cambio, Mine, incluida en Manhattan, canción de fulgurante éxito en los primeros 30, tiene una pulsación rítmica mucho más acentuada, con alegres frases de piano, contrabajo y batería, con auténtico swing.
El género musical de Gershwin -una especie de jazz sinfónico, si así puede decirse- es indudablemente bastardo, denostado tanto por los clásicos europeos como por los puristas de las escuelas de Chicago o de New Orleans; pero es un género que marcó época, que se escucha todavía con placer y se recuerda con nostalgia. Podemos adjetivarlo sin mayores explicaciones: música sana, alegre, irrepetible, genuinamente americana. El genuino sabor americano de Woody, no el de Winston.
Rosa Corugedo
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«AMAMI, EUGENIO»
Eugenio Trías, Tratado de la pasión. Madrid, Taurus, 1979. L o avanzado de nuestra
tecnología debiera permitir la edición de libros con música incor
porada (no digo que llevasen adjunto un disco: digo que sonasen ellos mismos). Sería excelente abrir el libro de Trías, y, en el momento mismo de leer su motto genérico (las tremolantes frases del tenor en el acto I de Traviata: «Di quell'amor. .. », etc.), escuchar la melodía ascendiendo de la página. Más adelante, arrebatadores fragmentos de Don Giovanni, de Tristán, brotarían en los pasajes metafísicos de mayor empeño, acompañando la especulación sobre la pasión con el lenguaje más adecuado para expresarla. Ello coadyuvaría a la irrisión de la en otros tiempos resobada crítica neopositivista, a saber: que el metafísico es un músico frustrado. ¿Rechazabas el caldo metafísico? Pues ahí tienes taza y media: con música y todo. Por el momento, desgraciadamente, debemos conformarnos con mencionar la música, y suponer que el lector la tararea mentalmente -acaso entre dientesmientras navega por el piélago de los filosofemas.
Por lo demás, y atendiendo a sus últimas obras, podría haber puesto Trías otro motto a este libro, sacándolo también de Verdi: el noble momento en que Simón Boccanegra se enfrenta a patricios y plebeyos, enfangados en su odio, y les dice, de convincente manera verdiano-baritonal, «e vo gridando: amor!». Claro que un sociólogo del conocimiento reprocharía a Simón pretender la colaboración de clases; y acaso el empeño de Trías por presentar el amor -que no el poder y el odio- como entraña del universo encuentre dificultades en toda clase de personas realistas, para quienes odiar puede ser
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un modo de colaborar en el cumplimiento de los designios -por lo demás, inevitables- de laIdea. Trías podrá defenderse diciendo que tratar del amor, elucidar la pasión -como temas supremos- revela mayor bondad,en el sentido corriente de la«buena persona». Claro que eso,¿qué importa a la verdad? De todas maneras, Trías siempre podrá esperar que su apelación alamor encuentre eco; por seguircon Traviata, quizá su libro provoque la respuesta: «Amami, Alfredo!». O «Eugenio», claro.
Vidal Peña
DE LIBELULAS CUADRUPEDAS Y OTRAS MUY VERDADERAS HISTORIAS
Gonzalo Torrente Ballester, Las sombras recobradas.
O ue quien esto suscribe asocie con unos callos con garbanzos la primera audición del cuento
de Sirena, dice bien poco a su favor. Torrente Ballester afirma rotundamente no haber probado tal plato desde el 33, cuando ponía escuela en un pueblo, la úlcera acechaba, pero poco, y las dioptrías eran menores, si bien ya escandalosas. Uno, en el 33,
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no andaba para escuchar historias ni para nada, pues hasta muchos años después no se vio inscrito en el Registro Civil.
Pero los cachondeos temporales que se permite la memoria -antes, anacronismos- fijaron estos dos datos, el gastronómico yel narrativo, parejos e inseparables, hasta el punto de obligarmea comer callos con garbanzoscada vez que releo el cuento deSirena o al revés. Mal gusto, endefinitiva, producto, acaso, deuna infancia desdichada y frustraciones no asumidas.
Sin embargo, estos saltos en el tiempo, los jlash-back y otras histerias que tanto, ay, nos preocupaban por las épocas de Genette y Blanchot son, qué duda cabe, elementos literarios -materiales, diría Torrente- más que técnicas. Tómese a Kant, siéntense a la misma mesa a un Holmes en trance de morfina -¿era morfina?- a un agente dela CIA y a un caballo parlanchínque responde al nombre de LordJim, unido, por otra parte, en estrecha amistad equina a Napoleón, hágase transcurrir la acciónen Escocia y sírvase gratinado.Si la narración no resulta, añádase un Zeus vestido de milord,cítese una Morpholgie du conavec un essai de clasification yadórnese con unas libélulas cuadrúpedas.
Tras épocas de miopía -ya se sabe, la escuela de la mirada miope- hacia las historias para ser contadas, las cosas cambian y los narradores, con la desfachatez que da el oficio y las ganas que tienen de pasarlo bien escribiendo, se dan a las asociaciones imposibles, a los anacronismos intolerables, a las explicaciones para mayor confusión. Los Autores Omniscientes dialogan con los Narradores. Los personajes piensan al Autor. Nada se crea, todo se inventa. No en vano uno de los relatos más fantásticos e increíbles que se encuentran en Las sombras recobradas es un prólogo sobre la invención literaria donde se habla del mecanismo que rige la puesta de un huévo y de tejedoras eléctricas. Así, en dos folios.
Abandonado por los dioses, el escritor descubre su tramoya en el relato, se mete con su nombre de carnet y todo a participar, se confunde (Cervantes, siempre). La historia resultante es verdadera porque el lector así lo quiere y, además, porque los objetos de creencia desaparecen cuando lo hace el creyente.
No muy lejos de La Ramallosa, donde posiblemente Torrente Ballester comía garbanzos con callos y quizá me contaba la historia de Sirena, en un año de estos, afirman los lugareños haber visto al solitario masturbador de Koenisberga meditando a media voz: «¡Ese Napoleón ... ! ¿Por qué otra vez?».
Francisco García
TEJIDO DE KAFTANQUE SE MERCO EN LUTECIA
Juan Goytisolo, Makbara. Barcelona, Seix Barral, 1980.
D e ( con)struir -dice él. Y, con aplicación, sustituye las viejas planas de Iturzaeta por folios
mimeografiados de la École des Hautes Études. Pero ahora se halla in partibus infidelium, y aljamía, y frecuenta las halcas marruecas, y se dice halaiquí nesrani. Había abandonado clase, patria, norma sexual. Hoy lee el espacio en Xemaá-El-Fná como si fuera un texto: «precaria combinación de signos de mensaje incierto: infinitas posibilidades de juego a partir del espacio vacío: negrura, oquedad, silencio nocturno de la página todavía en blanco» (p. 222, fin de la obra).
Y precisamente: ¿de dónde proviene esa impresión de desnivel, de maquinaria no ajustada que las últimas novelas de Goytisolo suscitan? Parece que, más que literatura, emitiesen signos
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de lo ·literario. Sensación opresiva .. de habérnoslas, casi, con metaliteratura: literatura que habla de.literatura. Y, sin embargo, la temática es mayor, paradójicamente: abominación del franquismo, irrisión de la cultura recibida, traición a la historia de España, asunción de una marginalidad esencial. Línea ascendente de la transgresión.
Quizá radique ahí: esta literatura aspira a comunicar, la eterna trampa lingüística, utilizando un utillaje, el de las modernas teorías sobre el texto, cuya pretensión es señalar un más allá del lenguaje que reintroduzca el sujeto como otro y la historia desde la práctica literaria misma y no por procuración. Pero Goytisolo, al utilizar un momento histórica y gnoseológicamente concreto de esta vanguardia (digamos el telquelismo de los primeros 70) y utilizarlo a bajo funcionamiento, no sólo otorga carta de naturaleza a lo que es un movimiento cultural en progresión, sino que lo fosiliza ( o quizá lo obliga al caleidoscopio congelado), dándole estatuto de Escritura de La Modernidad y registrando, a la postre, sólo la cáscara, la fábrica vista, el costillaje.
Porque ni el placer del texto es describir actos eróticos, ni la inscripción de la escritura en su materialidad es decir «estoy escribiendo», ni la práctica transgresora se designa sino que se realiza, ni el descentramiento del sujeto en el espacio paragramático se consigue multiplicando las voces del narrador y, en todo caso, no mantiene hilo umbilical
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directo con la biografía del escritor, en este caso Juan Goytisolo, intelectual escindido, traidor confeso y mártir, apóstata de toda ortodoxia y, a lo que se pretende, destino ejemplar: «la ejemplaridad simbólica que el sujeto encarna» (p. 167).
Queda así una literatura moralizante, de fondo humanista, clásica en definitiva, por la que aquí y allá emergen, estentóreos, gadgets de la modernidad, transgresiones calculadas, señales que indican la dirección de un sentido sólo en apariencia descoyuntado. Conchas de la playa del texto moderno: muescas en la culata de la escritura.
José Doval
M. V.M. SEPONE DURO
M. Vázquez Montalbán, Los mares del
Sur, Editorial Planeta. Barcelona, 1979.
e handler le dice a Bogart: «Tócala otra vez, Sam» y va Vázquez Montalbán, tocando de oído, la escribe.
Los Angeles, Barcelona: un millonario edifica-colmenas, con personalidad desdoblada a lo Jekyll-Hyde -su lado bueno es beneficiarse a una «progre» y el malo, encerrar a los proletarios en cubículos llamándolos pisos-, es asesinado y al amigo Carvalho le encargan indagar el caso. El resto es lo clásico, investigación y solución. El resultado es una buena novela que se lee de un tirón.
A Montalbán se le ha escapado describirnos al protagonista, Cueto dixit, quizás porque es la tercera novela del personaje y da por descontado su conocimiento. Pero Carvalho es ya un trilema. No sabemos si es Vázquez Montalbán, Bogart con boina o el nefasto Carlos Ballesteros que lo interpretó en el cine. Y en esta última entrega, harto de ser un Marlowe que cobra, en
su físico, se pone en plan de «Hombre de la Continental» y pega. La novela policíaca española se va endureciendo y eso es positivo para describir una sociedad como la nuestra que se va pareciendo a la que retrataron Chandler, Hammett y Bretch. Ese endurecimiento llega incluso a que Carvalho pueda llevarse a la cama a Encarna disfrazada, en la novela, de hija desvalida del difunto, en un claro ajuste de cuentas que esperábamos desde hace años los lectores de la «capilla sixtina». Ya puesto a liquidar viejos asuntos, CarvalhoMontalbán se mete en una charla-coloquio sobre la novela negra y despluma a un par de pedantes que pontifican sobre el género desde la sagrada perspectiva del editor-poeta y del hispano-indio director de serie policíaca dispuesto a sentar cátedra con acento porteño.
Si la novela policíaca es «Private eye», hay que reconocer que el ojo privado, y calificado, de Vázquez Montalbán ha metido en «Los mares del sur» una eficaz ojeada a toda una fauna de personajes que solemos mirar sin ver. De nuevo la palabra vale por mil imágenes al conseguir que conozcamos una realidad que esta vez se centra en Barcelona y que cambiando el acento y el paisaje se repite en Gijón, Logroño y mucho más, en Madrid.
Alguien definió la novela policíaca como un final inicial que se va ampliando con circunstancias, Montalbán, sin embargo, ha hecho una novela en que las circunstancias desarrollan el final. Esperemos que en las próximas aventuras del detective nos vaya dando más del personaje y menos del ambiente, al fin y al cabo es más interesante el hombre que el paisaje. Así que «Play it again, Manolo».
Juan Antonio de Bias
Los Cuadernos de la Actualidad
HAY UN GORILA EN CADA ESQUINA
Gonzalo Suárez, Gorila en Hollywood, Editorial Planeta. Barcelona, 1980
e onfieso sin rubor que con harta frecuencia yo he querido ser Gonzalo Suárez. Las misteriosas
leyes de la naturaleza que tantas veces frustraran mis deseos no me impidieron, empero, medicarme con su prosa en los días de depre, que diría un moderno. Quiero testimoniar de lo mucho que personalmente debo a esa frescura, a ese humor, a esa ingenua visión de las cosas y a ese cosmos voluntarista que se monta este diablillo de ojuelos maliciosos y sonrisa irónica, una sonrisa que se ríe de su propia sonrisa, de su propia risa, de su propia sombra sonriente. Gonzalo Suárez habita en mí, habita en nosotros, como yo y vosotros habitamos en él, en ese su mundo de verdad-mentira, que es la realidad sin serlo, otro lado del espejo, de un par de espejos que se devuelven las imágenes como pelotas de ping pong enfebrecidas, para confundirnos con toda la contradicción y el sentido del sinsentido. Con toda la picardía del mundo. ¿De qué mundo? Eso ya ni se sabe, como tampoco se saben los límites de la realidad, sus márgenes o sus fronteras con la ficción.
Este gran niño, con su Gorila en Hollywood, ha madurado como escritor, encuentro yo. Parece profundizar o calar más en sus relatos; se ha hecho un poco más adulto e intravertido; hay más psicología y autobiografía, acaso más oficio. También su estilo se ha vuelto un poco más mayor, me parece a mí. Pero tanto da; esto es lo de menos y Suárez sigue siendo Suárez, Gonzalo Suárez, quiero decir. Y sus relatos conservan la misma
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chispa, el mismo humour: nos desconciertan, nos provocan la risa o la sonrisa y nos siguen contrayendo las pupilas como siempre. Suárez empieza a jugar con el lector en un largo relatopról ogo y aún prosigue en el epílogo que cierra el libro, en su afán por romper moldes y barreras, por anular los absurdos límites que nos han sido establecidos entre la razón-realidad y el deseo-ficción. Pero al loco, a nosotros, pobres locos, le queda, nos queda este arma poderosa de la
palabra (¿poderosa?). Y aún sigue habiendo espejos y hombres que se miran en los espejos y no se ven; mas no por eso sienten terror, pues se saben invisibles.
Hay también hombres que saben disparar flechas certeras y veniales contra esos horribles gorilas que nos salen por doquier y nos anulan con su poder y sus bramidos terroríficos. Pero el hacedor se sabe piadoso y amoroso. Sabe que con el odio destila también amor y que la fantasía tampoco sería nada sin la realidad. Por eso es indulgente y las funde sin parar y las cortocircuita y las quiere así, confusas e interferidas. Y, luego de juzgar y de jugar con ellas, retorna a casa con su familia y con sus perros y con su gato. Y otra vez a jugar cuando amanezca el nuevo día, para poder hacerles frente a los gorilas negros y pintarlos de blanco a la primera de cambio, que bien merecido se lo tienen.
Yo votaré siempre por Suárez. Por Gonzalo, of course.
Eduardo Méndez
CHAMPAN DE
CALIFORNIA
R. L. Stevenson, Bajamar, Hiperión,Madrid, 1979
según se desprende del «Apéndice documental»
que sigue al texto de la novela «Bajamar» , Ro
bert Louis Stevenson tuvo serias dudas en el momento de redactarla. O le gustaba la historia pero no la manera como la contaba o le daba por pensar· que un relato con tan pocos personajes no podía salir adelante. En cualquier caso, siempre terminaba por aparecer la fatídica página 88, donde, con la ayuda del Lloyd Osbourne o sin ella, se atascaba. No hay cosa peor para un escritor fluido que atascarse; tan dura era la página 88 que el 18 de mayo de 1893 Stevenson se hizo el propósito de retroceder a la 85.
No obstante, supongo que durante la redacción de este libro Stevenson no fue completamente infeliz. La gente de su casa padecía influenza, como el dependiente de «Bajamar» («Nadie hay que carezca por completo de cualidades, y la del empleado era sin duda el valor» ), excepto Fanny y él, y en una choza llena de telarañas, porque le gustaba, puso punto final a «El Señor de Ballantree» . R. L. solía fotografiarse sentado junto al rey de Hawaii, Kalakaua, con los pantalones blancos más elegantes que turista alguno vistió en las islas. Aunque Stevenson no fuera un turista para los isleños, era, para ellos y para todo el mundo, el Narrador de Historias. Con el Rey hablaba a veces de Herbert Spencer, como si fuera un propietario rural llanisco, republicano y agnóstico. Cuando decide visitar las islas Gilbert se encuentra con que no hay otro barco que pueda llevarle si no es el aborrecible «Morning Star», embarcación de curas donde no se podía beber, fumar ni blasfemar. Tras un aprendizaje en esas renuncias, duro aunque por for-
Los Cuadernos de la Actualidad
tuna corto, Stevenson hace lo que mucho mejor que yo va a contarles Lloyd Osbourne: fletar el «Equator» :
-¡ Y podremos fumar a bordo de ese bendito barco! -gritaba Stevenson levantando su vaso.
-¡ Y beber! -grité a mi vez. -¡ Y decir palabrotas! -gritó mi
madre con delicia, ella que en toda su vida no había dicho ni «caramba».
A un grito de Ah Fu ( al que se unieron exclamaciones generales) cuando abría los postigos que daban al mar, vimos uno de los espectáculos más embriagadores que me haya sido dado contemplar en mi vida: el propio «Equator», a velas desplegadas, bordeando la costa tan cerca como se atrevió el capitán, hendiendo el agua azul en surcos de espuma, en ruta hacia San Francisco.
Todavía mirábamos cuando izó su enseña de popa y nos saludó en signo de adiós.
¡«Nuestro» barco!
A venturas menos gozosas pero no por ello alejadas de lo maravilloso padecen los personajes de «Bajamar» , donde Robert Herrick acepta una nostálgica derrota ya en el primer capítulo: «Su destino era el fracaso, se había dicho; que fuera al menos el suyo un fracaso agradable» . En sus bolsillos llevaba un medio destrozado y releído volumen de Virgilio. Y anota Stevenson esta opinión esplendorosa, que jamás se le podría ocurrir a ningún latinista:
Porque ése era el sino de los graves y prudentes autores clásicos, con los que el colegio nos obligaba a trabar una intimidad forzada y a veces penosa: pasar
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a nuestra sangre y afincarse en nuestra memoria, de manera que una frase de Virgilio habla menos al lector de Augusto y de Mantua que de la campiña inglesa y de una juventud irremediablemente perdida.
Y al final de la lectura de este libro, se agradece el buen gusto literario de Sir Graham Balfour, que recuperó el manuscrito, y se llega a estar plenamente de acuerdo con el propio Stevenson, que en una carta a Sidney Colvin reconoce: «Me retiré con "Bajamar" y la leí entera antes de dormirme. No podía imaginar que fuera tan buena: temo incluso encontrarla excelente. »
Ah, y no se fíen de la contraportada, que fue escrita por alguien que no leyó la novela. En «Bajamar» no se habla de champán francés sino de champán de California, vino traicionero.
J. Ignacio Gracia Noriega
LA LEPRA
PROTAGONISTA YMARCEL SCHWOB COMO
PRETEXTO
Un día de invierno, durante un largo viaje en tren, Marcel Schwob leyó La isla del tesoro.
Jamás pudo olvidar algunas de sus palabras, las que nos presentan a John Silver, nos muestran a Jim Hawkins clavado al palo mayor de la «Hispaniola» por el cuchillo de Israel Hands, o las que refieren el ajetreo del muelle de Bristol ante los ojos maravillados del pequeño Jim.
En 1946 Borges escribió que Stevenson, Chesterton y Francis Bret Harte compartían idéntica facultad: la invención y la enérgica fijación de memorables rasgos visuales. Con esa certeza,
TIEMPO DE SILENCIO
«La dictadura franquista».
David Ruiz
«La oposición al franquismo». Pierre C. Malerbe
. . .
Para una mejor comprensión
de cuarenta años de la Historia
de España. . . .
C!. Asturias, 27 - OVIEDO
BIBLIOFILOS
ASTURIANOS
PROXIMOS TITULOS
El Fénix Católico Don Pe
layo el Restaurador Reena
cido de las Cenizas del Rey
Witiza, del doctor don Joseph
Micheli y Márquez. Madrid,
1548.
•
Missale Antiqum de la Ca-
tedral de Oviedo.
•
Apuntes históricos, Genea-
lógicos y Biográficos de Lla
nes y sus hombres, de don
Manuel García Mijares. Torre
lavega, 1893.
Pedidos a:
BIBLIOFILOS ASTURIANOS
Cimadevilla, 10-3.º
OVIEDO
Los Cuadernos de la Actualidad
adquirida medio siglo antes, frecuentó Schwob devotamente el resto de la obra de Stevenson, el que hacía que sus personajes usaran la Biblia hasta para enviarse mensajes de muerte.
Hay un pasaje en el cuento El
diablillo de la botella que, como el rostro de Long John, Schwob recordará hasta su muerte. El criado chino de Keawe prepara el agua caliente para su bañera de mármol, y sigue la alegría del amo por el regocijo de su canto; un día cesa el canto, el criado tiene que irse a dormir sin conocer la causa, y desde entonces su oído no percibe más que el ir y venir sin descanso del amo en la galería.
«Lo que había pasado era que al desnudarse Keawe para bañarse, notó en su cuerpo una mancha parecida al liquen en una roca: eso fue lo que truncó el canto. Keawe comprendió la significación de esa mancha: sabía que se había contagiado del mal de los chinos, ¡la lepra!»
No hay desde el Levítico otra palabra con tan sombrío poder de evocación. Su aparición instala el terror, el estremecimiento; un ruido de campanillas hace huir al caminante cuando ya se disponía a saludar al mendigo; y si no logramos alejarnos a tiempo, nos quedan siete años de ansiosa espera -los que tarda la lepra en manifestarse-, como los que, según Jack London, cercaron a Cudworth en la paradisíaca isla de Kona, cuando al rescatar a su amigo el sheriff Lyte Gregory de Molokai un leproso de «boca deslabiada y podrida» le mordió una mano. Si, tras la espera, en un día lumi-
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noso se dibuja en el espejo nuestro rostro con inapreciables aún, pero fatídicos, rasgos de león, entonces nos queda sólo el secreto, y la búsqueda de un velo, o de una capucha, o de una máscara como la del Rey del relato de Marcel Schwob. Sin másconsuelo que el de confiar en elmilagro de Santa Fina; «aquellavirgen vivió en el siglo XIII enSan Geminiano, en la Toscana, ytuvo tan terrible enfermedadque se le caía la carne a pedazosy a través de las llagas se leveían los huesos, y cuando máspudría, más hermoso olor salíade aquel horrible cuerpo».
I g u a l m e n t e p a r a d ó j i c o , Schwob nos ofrece un palacio que es un rutilante lazareto. Mas no todo lazareto debe pensarse reino de tristeza y pesadumbre: Italo Calvino sitúa uno en los alrededores de Pratofugo que gobiernan la música y la alegría.
Cuando la lepra se nombra en un cuento, se sabe ya la importancia que adquirirá en la narración el secreto. La lepra es el secreto de Ricardo, Duke of Portland, de sus ausencias y de sus desolados paseos por la playa, es la secreta palabra escrita en su carta a Elena H. En Schwob la máscara oculta el rostro leproso de un rey. El velo del profeta, antes tintorero, Hákim de Merv enmascara una monstruosa faz asediada por la lepra. También puede leerse una hermosa inversión de la historia del secreto en el viaje undécimo de los diarios estelares de Ijon Tichy, los que transcribe Stanislaw Lem: el planeta secreto Rarecom está habitado por brillantes robots y
gobernado por un majestuoso computador y por un odio infatigable al «viscoson», como allí se conoce al hombre. Mas como no hay cuento que no entrañe una revelación, esas páginas nos desvelan el rostro oculto de los robots -muy blando, de consistencia parecida a la masa de pan. Ojos de mirada boba, aguados, la fiel imagen de la ruindad de su alma presente. Un rostro como si de goma fuera hecho. Caras delgadas y de una palidez enfermiza, simplemente, por haber estado tanto tiempo en la oscuridad-, y el interior secreto del rey-computador -una pequeña habitación de un hotel de segunda clase, con un escritorio colmado de papeles tras el que toma asiento un hombre de mediana edad, muy delgado y macilento, en traje gris, con manguitos protectores como los usados habitualmente por los oficinistas.
El rey dorado de Schwob esconde un digno leproso enamorado y finalmente ciego. Celebremos toda revelación que nos humanice al monarca lejano y secreto, esas imágenes que acompañarán indeleblemente nuestros sueños. Gracias a Francisco Ayala sabemos del irremediable desengaño del Indio González Lobo ante el Hechizado y del fuerte hedor a orines que despedía el rico hábito de su Majestad, velada por una sucesión de cámaras, monjas, puertas, criados, bufones y escaleras. Uno quiere contribuir con una cita de Rumeu de Armas al recuerdo de Felipe V, el Animoso, el que introdujo en la Corte considerable desbarajuste horario por dormir de día y hacer vida de noche, el que despachaba con su ministro Patiño con un biombo por medio, que tal era la aversión con que lo distinguió, y el que convino un buen día «en no mudarse de ropa y no cortarse las uñas, cosa la última que le dificultaba enormemente el andar». Así que ya se aleja de nuevo renqueante y sin máscara; pero ahora conocemos su humilde secreto.
Bernardo Fernández Pérez
Los Cuadernos de la Actualidad
RETORICA
DEL
TEBEO
Las aventuras de Makoki, Gallardo, Mediavilla, Borrayo. Laertes Eds. Barcelona, 1979.
os lectores de tebeos, de historietas, piensa el culto ilustrado, son L una gente muy curio
sa: habitantes de otro sistema de la galaxia Gutenberg. Luego, si es dado, por ejemplo, a la sociología, a la sociometría u otras taxonomías afines, ve unas cuan-
tas estadísticas editoriales, comprueba el elevado consumo del producto y, a poco que se note veleidades modernistas o se crea necesitado de palpar la realidad, decide que, ante tal hecho, conviene de algún modo acercarlo a la academia, si no se había especializado antes en novelas rosa, no puede ocultar que se imprimen más, se leen mucho más que los libros, a cualquier escala industrial, infantil, juvenil o adulta; se miran más que la pintura, la escultura o el teatro ( con la televisión hemos dado, amigo). Pero a los lectores no los conoce nadie.
Para exorcizar el maligno, el culto ilustrado acude a la tautología, y rebautiza el invento, barbara mediante: los llama co
mics e, incluso, si falta hiciere, elabora una teoría del bautizo, de las insalvables diferencias, que algún artista se ofrecerá a ilustrar, en busca de oficialidad
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• BIBOOTECAPOPllAR ASTURIANA Uria, 5 OVIEDO
TITULOS PUBLICADOS
JUAN URIA RIU, Obras Completas: Tomos I y IV.
AURELIO DE LLANO, Esfoyaza de cantares asturianos.
AMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y Galicia, y Princi-pado de Asturias.
LUIS ARRONES PEON, Historia Coral de Asturias.
CONDE DE TORENO, Descripción de varios mármoles minerales y otras diversas producciones del Principado de Asturias y sus inmediaciones.
JOSE CAVEDA Y NAVA. Esvilla de poesíes na llingua asturiana.
RAMIRO SUAREZ, Vida. obra y recuerdos de Manuel Llaneza.
COLECCION EL TRASGU
DIEGO TERRERO Y TEODORO CUESTA, Andalucía y Asturias.
DOCTRINA ASTURIANISTA. ANTONIO GARCIA OLIVEROS, Más
cuentiquinos del escañu. TEODORO CUESTA, Poesíes Astu
rianes.
Historia de Asturias
Atlas de Asturias
Romancero Asturiano
Colección Popular Asturiana
Ediciones facsímiles
Diccionario Ilustrado de la Lengua Castellana
Colección «País Astur»:
Flora y Vegetación de Asturias
Fauna Salvaje de Asturias
Geografía de Asturias
Colección «El Cuélebre»
ii �a'EJaJedicione)
SALINAS/ASTURIAS
para su arte. Y se queda tan ancho (supone, con lógica, que nadie va a examinarle de inglés: ya tiene título) con su valioso ejercicio de rescate cultural interdisciplinar: las Bellas Artes, las Bellas Letras. La vanguardia del estudio. ¡Un nuevo campo de ilimitadas posibilidades intelectuales se abre a los intrépidos renovadores de las formas académicas desde la innovadora perspectiva antiacadémica! La vuelta al gato, con sus cuatro patas y su rabo, empeñados en buscarle tres: un Mediterráneo cada día. (El de hoy: ¿cuántas veces se habrá escrito este artículo, en sus muchas formas posibles, contra, en favor de lo académico?). Unos y otros, lo que cuenta acaba por ser aquello: los hay listos y los hay tontos. El tebeo, o la cuaderna vía, ni ganan ni pierden: los lectores, en su mayoría ni se enterarán. A quien Dios le dé plaza. San Pedro se la bendiga.
Lo peor será que acabará viniendo un filósofo a explicarnos que él, de niño, lo pasaba muy bien leyendo tebeos y que, en consecuencia suponen la más sublime forma del arte, la única literatura verdadera, el verdadero camino, déjense ustedes de tomaduras de pelo abstractas y experimentales. También con otras cosas se pasa -y se pasaba- muy bien. Con tanta limitación, es de temer que, entonces, un tebeo como Makoki vaya a ser demasiado. Pero de eso, sus lectores ni se enterarán.
Fernando G. Corugedo
DELICATESEN
DE GAUCHE
N o hacía falta que saliera en Interviú la magraefigie de Jorge V erstrynge en pijama, di
ciendo que a él la comida se le da un ardite, para que supiéramos que la derecha, incluso cuando es obesa, prefiere más la
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sólida consistencia de un salpicón o una olla podrida, que todos los Bocuse y Maytes de la tierra. Incluyendo en tal capítulo, igualmente a los de UCD, que van de los filetes de A vila a las «reglas del refitolero», que aún deben presidir las cenas de D. Cierva.
La izquierda española, encambio, que hasta el placer intenta imponer del brazo de la ética, ha pasado de recomendar las higiénicas marchas sobre el Guadarrama, a enseñar las delicias de cuantas neococinas y aledaños en el mundo son. Dos plumíferos de butrina estirpe nos meten semanalmente por las entendederas cuantos platos perdidos en los mesones patrios y platos encontrados en viajes finde-premio o principio-de-reportaje se les vienen a la pluma. De la mano de Pepe Carvalho la izquierda que vota PCE-PSUC se ha impuesto la obligación de probar desde los cachelos gallegos hasta el mole inventado por una humilde monja poblana, siglos ha. Mientras los ejecutivos progres del PSOE, comprenden, ilustrados por los neo-bodegones de U rculo las comidas estacionales propuestas por el ex-68, exexiliado, y actual reportero-para-todo, Xavier Domingo: la estación apropiada para comer broquíl, cuándo hacerse una buena ensalada de aguacates, o simplemente dónde conseguir el restaurán neo-vasco o neo-baturro, dónde habérselas con un neo-pil-pil o unas neo-migas.
No era, pues, extraño que la nueva colección patrocinada por Domingo en Tusquets se presentara en el Centro de reproducción social de la realidad, financiado por Rania, para «crear la vida», y regentado por austeros y recoletos ex-franciscanos, que han conseguido dar al dicho centro un perfecto aura neo-opus, con toques ácratas, esenios, y
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sobre todo, evidentemente, lácteos.
Allí estaban en la mesa Faustino Cordón, que inauguraba colección con su Cocinar hiZo al hombre, Beatriz de Moura, consejera editorial de Tusquets, uno de los ex-frailes «reproductores» y dos más bien como novicios de la orden láctea, criados por las «Zonas altas» barcelonesas.
Miraba Cordón, tuerto, con su cara de perro pachón pauloviano, a la de Moura, que escondía bajo los reflejos cobre de su pelo toda una teoría de bollos y tortillas editoriales, aunque ahora se decía más preocupada por el pan francés. Ella le dijo a Xavier Domingo que buscara alguien para iniciar a la izquierda en el uso de los cinco sentidos, éste encontró, claro, al ínclito bioquímico pauloviano, que se ha dejado los ojos y quemado las pestañas, demostrando la inverosímil tesis de que el hombre para vivir tiene que comer. Sólo un problema: él, D. Faustino, era un investigador, no un vulgarizador. Beatriz sonrió: «explíquelo como para que yo lo entienda». Y él, galante, hizo una introducción sobre la dificultad de llegar a la vulgarización.
Beatriz sonreía beatífica, escondiendo bajo una espesa capa de fondo de teint sus rasgos mulatos. El jefe de los cátaros lácteos explicaba la doble moral albigense expuesta por Cordón en su prólogo. Y éste, no pude ya oír si intentó defenderse, remitiéndose a Dobrinin y a Suslov, porque me fui.
Alberto Cardín