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los hijos Laura Montoya (1874 - 1949) FRANCISCO JUBERIAS "Locas las ha habido en todos los si- glos y yo me las encontraré." (LAURA MONTOYA.) Somos conscientes de que el marco que presentamos le viene estrecho a Madre Laura Montoya. Queremos despertar el inte- rés por conocerla .Y esperamos se pueda intuir la talla de esta mujer del siglo XX. I. Los POBRES SON EVANGELIZADOS La vida fecunda de Madre Laura discurre entre estas dos fechas: 20 de mayo de 1874, día de su nacimiento, y 21 de oc- tubre de 1949, vuelo a la casa del Padre. A las cuatro horas de su nacimiento temporal recibió el bautismo. Lo debió a un gesto de su madre, gesto que Laura agradeció toda la vida hasta un grado que no es para dicho. El lugar de su nacimiento fue Jericó de Antioquía, en Co- lombia. Sus padres, don Juan de la Cruz Montoya y doña Do- lores Upegui. Laura fue la segunda hija del matrimonio. Le había precedido Teresita y le siguió Juan de la Cruz. Tres años contaba Laura cuando su padre caía asesinado a balazos en una de aquellas frecuentes turbonadas políticas. Esto supuso para la niña comenzar una vida de "arrimada", como ella dice gráfica- mente. Primero en casa de sus abuelos, después de casa en casa y de mano en mano por el domicilio de diferentes familiares, la

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los hijos

Laura Montoya (1874 - 1949)

FRANCISCO JUBERIAS

"Locas las ha habido en todos los si­glos y yo me las encontraré." (LAURA

MONTOYA.)

Somos conscientes de que el marco que presentamos le viene estrecho a Madre Laura Montoya. Queremos despertar el inte­rés por conocerla .Y esperamos se pueda intuir la talla de esta mujer del siglo XX.

I. Los POBRES SON EVANGELIZADOS

La vida fecunda de Madre Laura discurre entre estas dos fechas: 20 de mayo de 1874, día de su nacimiento, y 21 de oc­tubre de 1949, vuelo a la casa del Padre. A las cuatro horas de su nacimiento temporal recibió el bautismo. Lo debió a un gesto de su madre, gesto que Laura agradeció toda la vida hasta un grado que no es para dicho.

El lugar de su nacimiento fue Jericó de Antioquía, en Co­lombia. Sus padres, don Juan de la Cruz Montoya y doña Do­lores Upegui. Laura fue la segunda hija del matrimonio. Le había precedido Teresita y le siguió Juan de la Cruz. Tres años contaba Laura cuando su padre caía asesinado a balazos en una de aquellas frecuentes turbonadas políticas. Esto supuso para la niña comenzar una vida de "arrimada", como ella dice gráfica­mente. Primero en casa de sus abuelos, después de casa en casa y de mano en mano por el domicilio de diferentes familiares, la

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mayor parte de las veces no con la mejor fortuna: frialdad, des­víos, caras largas, desaires, cuando no insultos y desprecios.

Traigamos un caso entre mil: "un tío -cuenta ella- se encargó de atender a los gastos del colegio y del vestido; daba cumplidamente los dineros necesarios, pero mi tía, creyendo hacer muy bien, se los guardaba y me vestía con las telas que de limosna mandaban al orfelinato, que, naturalmente, eran las que ya en los almacenes no podían venderse ( ... ). Adquirí fama no de poco inteligente, sino de idiota o cretina. No tenía una sola amiga; nadie se me acercaba con cariño" 1. "Era mi alma, por decirlo así, un pozo de dolor callado" 2.

Páginas de este tenor podríamos traer aquí por docenas. Fá­cilmente se comprende que una niña de 4 a lOó 12 años, vivien­do en estas circunstancias, víctima de este dolor sordo que le minaba la sensibilidad y le roía los nervios, había de venir a ser presa fácil de cualquier anomalía psíquica y aun una próxima candidata al manicomio.

Sin embargo, las cosas no sucedieron así, debido, en parte, a la fortaleza d~ su constitución psíquica ya su innato equilibrio de temperamento. Y sobre todo, a una especial providencia de Dios. Madre Laura no oculta que Dios obraba allí: "sólO' un designio de Dios explica conducta tan dura en personas de tanta virtud. Era que Dios necesitaba encontrar mi corazón vacío de todo lo terreno, para poder tomar a su tiempo absoluta posesión de él" 3.

Esta Providencia la ve Madre Laura también en una gracia muy especial que recibe a los siete años. Fue más que una anéc­dota infantil; su impresión y efecto le duró toda la vida. Habría que transcribir toda la descripción, pero no es posible. Baste el núcleo aparentemente más abstracto: "fue un conocimiento de Dios y de sus grandezas, tan hondo, tan magnífico, tan amoroso, que hoy, después de tanto estudiar y aprender, no sé más de Dios que lo que supe entonces. ¿Cómo fue esto? Imposible de­cirlo. Supe que había Dios, como lo sé ahora y más intensa­mente; no sé decir más. Lo sentí por largo rato sin saber cómo sentía, ni lo que sentía, ni poder hablar. Por fin terminé llorando y gritando recio, recio, como si para respirar necesitara de

1 Autobiografía de la Madre Laura de Santa Catalina, Medellfn, Edit. Bedout, 1971, pp. 62·63 (en adelante: Autobiografía).

2 Autobiografía, p. 35. 3 Autobiografía, p. 36.

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ello ( ... ). Hoy todavía siento deseos de gritar, al recuerdo de esto, y me estremezco" 4.

Preparando el camino

Entre los 15 y 16 años, las cosas de Laura sufriemn un viraje notable. Las necesidades económicas de la familia eran angustiosas. Pensó su madre que era necesario de todo punto, mirando al porvenir, que Laura emprendiese, los estudios de magisterio. Contra todos los pronósticos y previsiones, dada su deficiente formación, ingresó en la Normal. Tuvo que luchar contra tremendas dificultades para atender 3 su subsistencia y a los estudios. Pero no tardó mucho en cambiarse la imagen de aquella Laura cre1tina e idiota que de ella se habían formado en el colegio. Al encontrarse con un ambiente apropiado y unos medios relativamente suficientes para el estudio, su inteligencia se despertó poderosa, logrando, ya en el primer año, no sólo salvar el bache de su falta de preparación, sino colocarse deci­didamente entre las alumnas más aventajadas. Tuvo que sopor­tar celos y envidias, pero se impuso la serenidad, sencillez, ver­dad y piedad sinceras de Laura.

A los diecinueve años se encontraba con su título de maestra en las manos, con una car:ga de ilusiones en el alma y con el más noble deseo de entregarse a la formación integral de sus alumnas. Al año siguiente se estrenó como maestra y en 1897 se asoció a su prima Leonor EchevarrÍa para regentar entre las dos un colegio en Medellín. Todo marchaba bien; pero vino el contratiempo grave: la muerte de Leonor. Laura, curtida en las durezas de la vida, se hizo cargo del colegio y lo sacó ade­lante airosamente. Su preparación, su entrega, sus métodos pe­dagógicos triunfaban en toda línea. Pero no eran éstos los cami­nos de Dios. El colegio se vino abajo de la manera más inespe­rada y por los motivos más viles. Una vez más la calumnia se cebó criminalmente en la reputación de la directora, y la opi­nión de las gentes, tan tornadiza, se le volvió en contra, retirán­dole las alumnas. También aquí el recelo y desconfianza vino de lo que iban vertiendo contra ella falsas devotas. Al fin, todo pudo aclararse. El nublado se desvaneció por sí mismo. Como resultado de todo, su vida espiritual y el conocimiento de Dios

4 Autobiografía, p. 44.

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se fueron ahondando prodigiosamente. Dios, con todo esto, iba abriendo el camino a su verdadera vocación: hacerla evangeliza~ dora y madre de los indios.

"Aprieto" y "rarezas de Dios"

Volvió de nuevo Laura a sus afanes de maestra y pedagoga, pero sus miras se habían desplazado definitivamente de este campo. Dios la impulsaba por otros caminos. Pronto comienza a idear y preparar la expedición exploratoria a Guapá, sin tener aún muy claras las líneas de su actuación. Dios diría. Después de haber tanteado el terreno en esta primera exploración, el 4 de mayo de 1914 emprendía, con sus primeras compañeras, el viaje a Dabeiba, quedando allí establecida la primera fundación el 14 del mismo mes. En 1917 las maestras de los indios se con­vierten en las Religiosas Misioneras de María Inmaculada y de Santa Cdtalina de Sena.

De aquí en adelante, todos sus días se convierten en puro afán misionero: exploraciones continuas .Y arriesgadísimas hasta la temeridad, desafío de todas las dificultades, ,fundaciones tras fundaciones en las circunstancias más precarias. Recordemos nada más este rosario de nombres: exploración de Guapá, explo­ración y ,fundación de Dabeiba, exploración y fundación en Ríoverde, viajes y exploración en Ohantaduro, el Pital, Antadó, San Jorge, Huango, Guajira; exploración de Uré, Puerto César, visita a los indios de Kuna, a la tribu de Caimán, fundación de Unguía, expedición y ,fundación en Sarare, etc. Todos estos pa­rajes visitados muchas veces, por caminos inverosímiles, o sin camino, atravesando ríos, desafiando a las alimañas, descansan­do en cualquier parte, comiendo cualquier cosa, desafiando todo género de peligros e incomodidades. Este texto es aún más rea··, lista que nuestro resumen: "todo iba muy bien en el día; pero en la noche, aquello parecía un infierno; bramaban los animales con bramidos extraños dentro de los montes. De pronto parecía que el bramido se acercaba y, de pronto, que se alejaba. Aque-, Uos ríos enfurecidos parecía que se tragaban el rancho, porque cada día les llovía por las cabeceras. Silbaban las culebras y se oía aquello como si estuvieran metidas en un hueco de los árbo·, les viejos que circuían nuestro rancho" s.

s Autobiografia, p. 603,

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Se comprende que la vida no era fácil. Pero había de por medio una vocación fuerte. Fue una vocación que se fue plas-· mando y arraigando, curtida en la lectura de la mblia y en la experiencia de la Paternidad de Dios y la adopción cristiana. La lectura de la Biblia le fue iluminando el camino hasta que, definitivamente, la brújula se fijó en 10 que ella había de llamar "mi inmensa vocación". El viaje exploratorio a Guapá, antes aún de fundar el Instituto, en los primeros contactos con los indios fue una experiencia que maduró en la oración su vocación: "mi comunión fue algo como una inauguración de amistades nuevas No sé por qué el amor tiene sus días de estreno" 6. Desde enton" ces Dios la apremiaba más: "me apretaba Dios", escribe 7,

"Tuve entonces -escribe- muchas cosas raras en mi ora-o ción" 8. Las cosas raras eran, más o menos, como ésta: "otra vez me vi en Dios y como que me arropaba con su Paternidad, haciéndome Madre, del modo más intenso, de los infieles. Desde aquello los tuve como si se formaran en mí hijos que no conocía: me daban ya algo como sublime, que sin producirme todavía un dolor muy sensible, me dolían como verdaderos hijos. Desde entonces los llamé MI LLAGA, con mayor razón" 9. O como ésta: "carecer de esa gracia de adopción es una desgracia que jamás puede ponderarse. Es una negación absoluta de vida y de todo. ¿Cómo diré? Mi alma ahora mismo se estremece al pensar lo que entonces sentí de desolación y de negaciones espantosas en los pobres infieles ( ... ). Es imposible sentir mayor amargura que la que se apodera de mi alma desde que esto sentí, al pensar en la desdioha de los pobrecitos infieles; ni la altura de senti­mientos que me inspira el santo bautismo" 10.

Evidentemente, era una vocación fraguada en dirección mi­sional. Pero no quedaría ni medianamente reflejada si no tuvié­ramos en cuenta que esta vocación se agrandaba con horizontes de eternidad: "dos veces en mi vida, sin que pueda determinar las épocas de modo preciso, me ha dado Dios la esperanza, a manera de realidad, de que me participará de sus poderes para salvar almas. ¿Cómo puede ser esto? No 10 sé. Sé solamente que

6 Autobiografía, p. 236. 7 Autobiografía, p. 335. B Autobiografía, p. 221. 9 Autobiografía, p. 221. 10 Autobiografía, p. 282.

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ello será en la eternidad. i Qué susto siento al decir estas cosas tan claras!" 11.

Para dar por concluidas estas notas de una vida que fue mu·, cho más añadiremos que en el año 1930 hizo un viaje a Roma para conseguir la aprobación del Instituía y de las Constitu­ciones.

Los años siguientes son para ella el sentimiento de un dese-

ti erro. Mas no por eso cejó un punto en el afán de sacar ade­lante su obra, hasta el día 21 de octubre de 1949 en ql1e oyó la voz del Esposo que la llamaba a Sí.

n. PRESENCIA DE UNA MISIÓN

Madre Laura continúa presente. Primero, con su vida, aun­que esté "muerta". Su figura, que pertenece ya a la Iglesia, par­ticipa de la permanencia y presencia de la Iglesia. Y pienso que Madre Laura es de un relieve excepcional: puede figurar con todo decoro entre las de primera línea.

Su Instituto misionero

Podríamos traer aquí con toda verdad, aquellas mismas pa­labras con que Fray Luis de León prologaba las obras de santa Teresa: ella sigue viviendo en sus escritos y en sus hijas, en su Instituto misionero. De sus escritos nos ocuparemos luego.

Como sucede tantas veces, M. Laura se encontró Fundadora casi sin darse cuenta de ello. Llevada del dolor inmenso que producía en su alma la perdición de tantos indios, "su llaga", fue ensayando todos los medios y tocando todos los resortes para llevarles el Evangelio. Acudió a Institutos masculinos, ins­tándoles a la fundación de misiones. Le parecía el camino más normal y más al alcance de sus deseos. Su celo no logró nunca todo lo que ambicionaba, aunque recibió valiosa ayuda de al­gunos: Carmelitas descalzos, Eudistas, etc.

Le nació la idea de solicitar del Gobierno alguna ayuda para establecer escuelas entre los indios, que ella y las compañe­ras que Dios le diera se ofrecerían a regentar. Así se comenzó a encauzar la obra, después de incontables peripecias.

11 Autobiografla, p. 283.

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Desde aquí ya el proceso de lél fundación fue fácil y natu­ral: de abnegadas maestras de indios se convirtieron en religio­sas misioneras. Aunque es verdad que esto de religiosas 10 fue aceptando la Madre Laura un poco a regañadientes y porque no veía, por entonces, otra salida a la consolidación de su obra. Pero quiso dejar bien sentado que Dios las quería antes misio­neras que religiosas 12.

Según las últimas estadísticas que poseo del Instituto, son 900 sus miembros, 130 las casas y residencias, 2 los Novicia­dos. Se halla extendido en cuatro naciones distintas. Evangeli­zan 30 tribus diferentes de indios. Asisten a sus Colegios 18.000 alumnos indígenas y su celo apostólico llega a más de 200.000 misionados. Por este lado, la huella que ha dejado la M. Laura a su paso por el mundo y la ayuda que ha prestado a la Iglesia son bien notables.

Sus escritos

La M. Laura dejó también una producción literaria copio­sa 13. Entre todos sus escritos destaca, indudablemente, la A uto­biografía. Por su volumen y, sobre todo, por su calidad. Esto no quiere decir que sus otros escritos, dentro de la finalidad que se proponía, no sean también muy estimables.

Hablando de la Autobiografía nos dice el P. Carlos E. Mesa: "establecido un cotejo razonado con otros modelos del mismo género, que gozan de dilatada sonadía en la literatura eclesiás­tica, no creo desorbitar las cosas si afirmo que la Autobiografía de la M. Laura Montoya está a unos deditos tan sólo de esos monumentos no perecederos que son las Confesiones de San Agustín, la Autobiografía de San Ignacio, La Vida de Santa

12 Autobiografía, p. 417. 13 M. Laura encontró tiempo y tuvo espíritu para escribir. Además de la Auto·

biografía -sin duda lo más importante-, el P. Carlos E. Mesa, habla del «abultado acervo de libros y escrituras de la Madre Laura)). Lo principal está recogido en: Lampos de luz. Proyecciones. Apuntes espirituales. Manojitos de mirra. Viaje a Guapá. Cartas misionales. Aventura misional de Dabeiba. Voces místicas de la naturaleza. Frutero (Pensamientos). Destellos (cánticos). Manual de oraciones. Di· rectorio. Circulares. Aún no ha sido conocida y estudiada la M. Laura. Entre lo que se ha publicado podemos destacar: JUBERIAS, Francisco, La Madre Laura en las alturas de la mística, MedeIlín, 1973; MESA, Carlos E., Música, misionera y contem· plativa, Madrid, Edit. Coculsa, 1963; Esposa, viuda y misionera de indios, Madrid, Edit. Coculsa, 1964 (breve biografía de Dolores Upegui Echeverría, madre de Laura Montoya); Pinceladas de una vida, Medellfn (breve reseña biográfica de M. Laura Montoya). Sabemos que el P. Carlos E. Mesa lleva muy adelantada una extensa biogra!fa de la M. Laura, que todos esperamos con verdadero interés.

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Teresa de Jesús, la Autobiografía de San Antonio M.a Claret y la Historia de un alma, de Santa Teresita" 14.

Ha temido el P. Mesa, en su condición de coterráneo, de­jarse "ladear", pero ha sido, en contra de lo que él pensaba, por el terreno de la modestia. La Autobiografía de la M. Laura no está sólo a unos deditos de esos grandes monumentos de la Hagiografía,sino que no desmerece de ninguno de ellos y a algunos claramente los supera. La multitud de enseñanzas y experiencias sobrenaturales que jalonan su subida por el cami­no de la perfección, el enriquecimiento de la espiritualidad apos­tólica que nos transmite con las experiencias de su vida y otras muchas calidades que irá descubriendo el lector, hacen de esta Autobiografía un tesoro para la Iglesia, una fuente de enseñan, zas para los estudiosos de la Teología espiritual y un reguero de luz para las almas que generosamente se aventuran por los caminos de Dios. Y un formidable manual de pedagogía mi­sionera.

IIJ. RASGOS PRINCIPALES DE UNA ESPIRITUALIDAD

De una cosa no puede caber duda en la espiritualidad de la M. Laura: su dimensión apostólica es el vértice que 10 centra todo y 10 explica todo. Algo hemos dicho, y queremos que el lector lo intuya y compruebe.

Sin embargo, para ser algo menos incompletos, es necesa­rio reparar, aunque sea muy de paso, en algunos otros carac­teres que alcanzan también en ella especial relieve. Enumeramos los más importantes:

a. Fusión de vida y apostolado. Una de las tensiones de nuestro tiempo es la polaridad entre vida espiritual intensa y apostolado.

La M. Laura nos ofrece un ejemplo, plasmado en su vida y en el grado de expresión más alto, de cómo es posible con­jugar estas dos cosas, al parecer irreductibles: la vida de con­~mplación más elevada (la M. Laura no tiene en este punto nada que envidiar a los más altos contemplativos) y una activi­dad apostólica que nos llena de asombro (la M. Laura no cede

14 Carlos E. MESA, Presentación a la Autobiografía, p. 9.

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tampoco en dinamismo y entrega a los más excelsos ejemplares de dedicación plena a las exigencias del apostolado).

y todo esto -notémoslo bien- ha sido posible y hasta fácil, a una mujer de nuestros mismos días.

Veamos estas líneas en que manifiesta claramente su pen­samiento sobre este punto: "Nada más cierto, Padre, que aque­llo de que la vida interior es el alma del apostolado. UItima­mente he leído un libro con este título y en él vi, no sin sor­presa, que la vida interior no es el motivo y sostén de muchas de las obras apostólicas que vemos. ¿Cómo se sostendrán en ciertas dificultades? ¡Dios mío, no puedo no concebirlo! Las pasiones, por mucho que inspiren, creo que no dan las fuerzas necesarias para ciertos sacrificios. Sólo Dios y su gracia pueden con ciertas circunstancias de la vida. Cuando más tarde ha habido quienes aseguren que mi móvil para la Misión ha sido la vanidad, me he reído sin inquietarme, al ver lo lejos que estoy de tener fuerza propia, ni siquiera de vanidad, para cosas como las que he podido y he hecho con la ayuda y eficacia de la gracia de Dios. Y, si el Señor misericordiosamente no nos en­viara de tiempo en tiempo esas oleadas de 'Su amor que docili­tan el alma como el aceite a las máquinas y la llenan de forta­leza, no podríamos con el peso de la misma naturaleza nuestra, que tanto tira y pide... Han dicho algunas cosas malas de mí, que me han hecho pensar y examinar a ver cuánta razón pueden tener; pero en ésta, ni pensar en examen. Y no es que no me examine mucho constantemente para averiguar si ese bicho que se entra ... pero con menos que el amor de Dios, no son posi­bles ciertos sacrificios, a mi parecer" 15.

b. Espíritu del bautismo y sentimiento de la Paternidad divina. Ya hemos podido percibir, por las citas aducidas an­teriormente, hasta qué honduras de abismo llegaron sus expe­riencias místicas en este punto, descubriéndonos dónde brotaba el hontanar más secreto de su "inmensa vocación" misionera.

Ya hicimos notar a su tiempo que fue bautizada a las cua­tro horas de nacer. Recordando esto nos ha dejado en la Auto­biografía esta hermosa página: "La fuente bautismal de la an­tigua iglesia de Jericó fue mudo testigo de mi filiación divina ...

15 Autobiografia, p. 629.

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Por eso, al conocerla en 1909, es decir, treinta años después, derramé un torrente de lágrimas, dulce mezcla de amargo do­lor por mi ya perdida inocencia y del más acendrado agradeci­miento ante aquel mudo testigo del primer beso de aquella ca­ridad perpetua con que me amaste, Dios mío, desde la eterni­dad. Por eso, al entrar a la ciudad que me vio nacer, antes que recorrer sus caBes, antes de mirar sus edificios, y aun antes de adoraros en tu sagrario, busqué con ansia loca el único objeto que allí perseguía, la sagrada pila bautismal, diciendo dentro de mí: ¡oh mi estola bautismal! ¡Oh mi inocencia perdida! ¡Oh mi inocencia que te fuiste! ¡Oh mi filiación divina ya desfigu­rada! Mis lágrimas alarmaron a mis compañeras de 'Viaje, que no ,sentían como yo el dolor de una joya perdida, ni el hálito de un amor perpetuo, exteriorizado treinta y cinco años antes, en aquel lugar ( ... ). Visité después la casa donde nací ... pero ya nada me conmovió, todo era muerto para mí, menos la fuente en donde Dios me dio su primer ósculo" 16.

También vale la pena conocer esta otra página en que des­cubre los sentimientos que le provocaba la visita al sepulcro del sacerdote que la había bautizado: "Esta conversación -con una discípula suya- era como un himno de acción de gracias y mi alma se bañaba en cierta como aroma del bautismo... Con­templaba cómo aquellas manos que me habían abierto el cie­lo ( ... ) están reducidas a polvo debajo de aquella bóveda que me servía de asiento y me estremecía de ternura. Yo era la hija de Dios, la heredera de su cielo, ¡y las manos que habían sido los instrumentos del amoroso beneficio, eran polvo! ¡Cómo hu­biera querido romper aquella tumba y robarme aquellas manos deshechas, para besarlas! ¡,Dios mío, cuán grande es el bautismo y cuán poco comprendemos su grandeza! Veía claramente allí, cómo la comunión es la consecuencia del bautismo; el padre que engendra o adopta hijos, los alimenta. Después de comul­gar agradecía el santo bautismo como gracia radical de la que reóbía" 17.

Después de conocer estos sentimientos, el que sus relacio­nes con Dios estuvieran transidas del más exquisito amor filial, era consecuencia lógica: "El carácter filial de mi amor ha sido siempre, no temo afirmarlo, la fuente de mi paz. He vivido tan

16 Autobiografía, pp. 24-25. 17 Autobiografía, p. 136.

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convencida de lo que Dios es para mí como de mi verdadera posición respecto de El, que a ello debo el equilibrio de mi alma, aun en las más difíciles ocasiones que se me han presentado" 18,

La experiencia de la ternura inefable de Dios para con ella, la llevó a escribir estas líneas: "Me echaré como un niño en­fermo en vuestros brazos, cual el niño en los de su madre, y me estaré quietecita hasta que mi mal halle su remedio ... ¡Oh Dios-Madre mía! No es mucho pensar en que eres Madre, pues que Jesucristo dijo: 'quise arroparte, como la gallina a los po­lluelos' y también dijo: 'Una madre puede olvidarse de sus hi­jos, pero yo jamás me olvidaré de ti'. Luego si la madre puede olvidarse de sus hijos y Jesús no, se sigue que Dios es más que madre. lEn este pasaje me autoriza a mirarlo como más que madre! Y ¿qué es más que madre? Pues, ¡ un Dios-Ma­dre!" 19.

Pero es inútil insistir más en todo esto cuando pudimos des­cubrir tan netamente destacado este carácter en la admirable página que reprodujimos más arriba y que considerábamos pie­za clave en sus destinos sobrenaturales. El sentimiento ele la Paternidad divina le quedó como consustanciado en el alma.

c. Espiritualidad fresca y espontánea. Fruto, seguramen­te, de estas altísimas ilustraciones sobre la Paternidad de Dios y de su correlativa filiación fue la espontánea naturalidad en sus relaciones con El. Las relaciones de un hijo con su padre es lo que más se resiste a todo método y artificio. La M. Laura fue poco amiga de reducir a cuadrícula su vida espiritual y sus relaciones con Dios. Hubo alguien que le quiso aconsejar y aun imponer algo de esto, pero era demasiado tarde. Ella estaba hecha a otra cosa y no podía resistir la mecanización en algo tan vital y espontáneo. Habrá en dertos casos razones que aconsejen algo de esto, por razones tangenciales, pero ha­brá que convenir también en que siempre serán externas a la naturaleza de la oración misma.

Amaestrada por esta experiencia personal, veló siempre por salvaguardar esta misma libertad para su hijas, las misioneras. Trasladamos aquí un párrafo muy notable, muy actual, mere­cedor de ser conocido y meditado por algunas Comunidades, que aún se resisten, por el peso de la rutina, a ciertos artificios

18 Autobiograjfa, p. 96. 19 Autobiografía, p. 341.

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heredados y que constituyen una traba sofocante a la libre expanslOn del alma: "Luego hacíamos una hora de oración e inmediatamente la santa Misa. Mas como sólo tres meses des­pués la tuvimos, íbamos al altarcito, que habíamos formado en un pedacito de sacristía, de 10 que se llamaba iglesia, y allí leía­mos algo espiritual; pero cada una en su libro, muy escogido. A veces, a esta hora, encerraditas allí, les enseñaba lo necesario para su manejo y su espíritu. Los primeros días les di reglitas y algunas consideraciones acerca de lo necesario de la vida de oración; poco después, cuando las creí encarriladas en el mé­todo, determiné que cada una la hiciera sola y aun eligiera el lugar. Esto, que después les ha parecido raro a los demás, lo hice porque creí que así lo hacían en donde debían orar. Creí que la soledad debía de ser completa. Además, a mí misma se me 'Volvía duro eso de tener testigos en el caso de venir lágrimas o alguna manifestación externa de fervor. Por otra par­te, eso de un mismo tema de meditación para todas, me parecía más dificultoso que masticar un mismo bocado dos bocas. Siem­pre me ha parecido que para el tema de meditación hay cierto como llamamiento del Espíritu Santo, y que ese llamamiento no ha de hacerlo en colectividad, sino a cada uno en particular. Mas después he sabido que en las demás casas religiosas se meditaba un mismo tema y están las religiosas todas juntas. Respeto mucho esto, pero nada he cambiado en la Congrega­ción, porque creo que así está bien para nosotras. Si alguna vez la <Iglesia, por medio de algún superior, lo cambia, está bien; con mucho gusto oraremos juntas, porque Dios nos dará la gracia de que todas tengan el llamamiento para el mismo tema" 20.

Es una página magistral. La M. Laura es una eximia maes­tra en los caminos de Dios y se anticipó a la actual renovación de la vida religiosa en uno de los puntos más interesantes.

d. "La sonrisa de mi vida". Así llamaba hermosamente la M. Laura a la Santísima Virgen María, que fue para ello como la encarnación concreta, cercana, viva y caliente de ese amor maternal de Dios, de que ya nos ha hablado.

Comencemos por notar algo que puede parecer extraño: la vida mariana, que luego había de iluminar y llenar su vida, apa-

20 Autobiografla, pp. 409-410.

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reciO, sin embargo, muy tardíamente. Le sucedió lo mismo con la Humanidad del Salvador. Es un dato curioso y bien digno de anotarse, cuando lo que comúnmente sucede es precisamente 10 contrario.

No podemos ahora detenernos en la explicación de este hecho. Tal vez aquella altísima experiencia, el "golpe del hor­miguero" 21 en que Dios se comunicó a su alma tan temprana­mente, le dejó deslumbrados los ojos del espíritu y su vida se­llada y como condicionada por mucho tiempo. De todos mo­dos, desde que la Santísima Virgen hizo irrupción en su vida, lo iluminó todo con su presencia.

Tuvo experiencias altísimas de todo género, pero especial­mente de su influjo y colaboración en la obra de la redención. Escuchemos este párrafo de su Autobiografía en que nos la presenta estrechamente solidaria con Cristo: "Madre mía, sé mi Madre y enséñame el camino que debo seguir para cumplir la voluntad d~ Dios. Esto escribí después de haber recibido una clara luz acerca del misterio de nuestra redención y de la parte que en él le corresponde a María. Y sentí como confundidos al Hijo y a la Madre en un océano de celo por la gloria de Dios, confundiéndose los dos en una misma sangre redentora. Cada día se descubren grandezas que parecen nuevas en esta Madre de Dios y nuestra" 22.

A la Virgen atribuye también ella de una manera muy di­recta la gracia de su vocación misionera. Ella fue la que le causó la "llaga de los infieles", que le quemaba el alma: "Desde que sentí la herida de la vocación de los infieles, sobre todo el amor de esta Señora de mi corazón, se impuso de tal manera a mi alma que no dudo de que es ella la autora de ese dolor tan fuerte, que mata, por esos pobrecitos infieles, que no cono­cen a Dios. Creo que Ella es quien ha abierto la herida y en­cendido el fuego en mi corazón" 23.

Después de esto no es difícil imaginar lo que tuvo que su­poner la Virgen en su obra misionera. Dejó a este propósito páginas bellísimas. Pero nos es imposible seguirla ya por este camino.

21 Se refiere a la gracia a que hacemos alusión en p. 390. 22 Autobiografía, pp. 265-266. z.¡ Autobiografía, p. 267.

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e. Espiritualidad bíblica. Es, sin duda ninguna, otro de los rasgos salientes de su espiritualidad.

Fue allá, por los 20 años, al comenzar a ejercer el magis­terio, cuando descubrió este tesoro de la Palabra divina. ¡Qué párrafos tan hermosos escribió a este propósito! Veamos al­gunos:

"Me aficioné tanto a la Sagrada Escritura, que obtuve per­miso para leerla toda. Avancé, sin embargo, muy poco ... por­que cada nota o cada pasaje me embelesaba. Desde entonces siento dolor al ver que la vida es tan corta para gustar tantas bellezas ... ; por eso me han parecido más de la eternidad que del tiempo. Los sabios abarcarán más que yo, pero creo que no las gustarán más que yo, ignorante mujerzuela. He mirado la Biblia como un bocado que se me tiene guardado para el país d~ las harturas y,cuando leo algo aquí, me parece siempre como un derroche en tierra ajena" 24.

Por la lectura de la Biblia el Señor le iba descubriendo su vocación. Es cosa curiosa el que esto suceda frecuentemente con almas llamadas para una singular vocación apostólica. El para­lelismo de la M. Laura con San Antonio M. a Claret en este punto es digno de estudio.

"Como (!n todo me propongo mostrar el arranque de mi vo­cación, advierto que en este tiempo tuve particular amor al Rey Josafat, porque fue el primer misionero, cuando hizo que reco­rrieran todo el Reino, recomendándoles a todos y leyéndoles el Libro de la Ley. Se proponía este santo Rey que el conoci­miento de Dios se extendiera ... Comenzaba a concretarse en mi alma lo que llamo mi inmensa vocación. No menos contri­buyó a formármela la lectura y meditación del profeta Jonás" 25.

y ya, a lo largo de su vida, fueron incontables las luces, los estímulos, los consuelos que reóbió en la lectura de la Biblia. Merece un lugar destacado el Profeta Isaías 26. Pero una vez más se impone la sobriedad.

f. Precocidad de las gracias místicas. Hicimos notar con intención cómo en el despertar mismo de su conciencia recibió aquella extraordinaria gracia mística que ella llamaba después el "golpe del hormiguero". Fue la primera y una de las más

24 Autobiografía, p. 118. 25 Autobiografía, p. 226. 26 Of Autobiografía, pp. 339-353.

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notables de una incontable serie de comunicaciones de Dios, que habían de jalonar toda su vida.

La misma precocidad descubrimos en las grandes purifica­ciones pasivas, que comenzaron también con el alborear de la razón.

Estas purificaciones las experimentó en su doble vertiente: desde fuera, por la separación dolorosa de todas las criaturas, hasta de los afectos naturales más legítimos y aun humanamente más necesarios; hasta de las atenciones y afecto de su madre, que en aquella edad necesitaba para abrirse con naturalidad a la vida. Casi todo esto le fue negado, y lo poco que le fue concedido disfrutar, mezclado de amargura. Por eso pudo es­cribir ella después, interpretando el designio divino: "Puedo asegurar que el corazón se anticipó muchísimo a la razón y que a esta edad -los doce años- estaba ya encarrilado, y si se me permite la expresión, como vacunado contra el afecto de las criaturas. Me sentía ya tan libre como ahora, casi. Como ma­riposa busqué a qué apegar el corazón en el mundo y, no ha­llando sitio, me pegué a la Luz y me quemé sin dolor" 27.

Si el Señor la sometió prematuramente a esta purificación de todo afecto y apego a las criaturas, desde la otra vertiente, es decir, la de sus relaciones con El, le hizo también pasar por este tiempo terribles noches oscuras, durísimas y porfiadas ten­taciones contra la fe.

Casi parece increíble todo esto en tan cortos años, pero no es caso único el de la M. Laura. También en esta precocidad de las purificaciones pasivas tiene la vida de la M. Laura un notable paralelismo con San Antonio M. a Claret. Hasta me atrevería a decir que es como un rasgo propio de la mística del apostolado.

¿Qué fines puede perseguir Dios con todo esto? Tal vez pudiera creerse que Dios, en estas vidas que han de estar por entero . consagradas a los demás, quiere como quemar las eta­pas y dejar purificado tempranamente el corazón, para que más tarde estas noches terribles no resten tiempo ni energías, que se han de necesitar totalmente para el servicio de los hermanos 28.

Ella entendió muy pronto la pedagogía secreta de este plan

27 Autobiografía, p. 71. 28 De este punto nos hemos ocupado con alguna detención en nuestras obras:

Espiritualidad cordimariana. Vol. IlI, Madrid, Edit. Coculsa, 1965, pp. 335-352, Y La divinización del hombre, Madrid, Edit. Coculsa, 1972, pp. 924-925.

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divino y llegó a gustar, como todos los místicos, la dulzura ine­fable del dolor 29, una de las más ciertas señales de la perfecta maduración de la vida cristiana.

IV. LA MUJER Y SU PRESENCIA EN LA IGLESIA

El ambiente en que se desenvolvió la vida y la actividad de la M. Laura, como el de todos los católicos de su tiempo, en Colombia como en España, era un ambiente netamente con­servador, en las costumbres casi un poco "victoriano", y en la expresión del sentimiento religioso, diríamos que ortodoxo a ul~ tranza.

Esto se aplica, si cabe, con más verdad, a la mujer, a su presencia en la sociedad y en la Iglesia. El verlas reducidas estrictamente a las labores del hogar, al cumplimiento de sus deberes piadosos y a una muy discreta presencia en la sociedad o en obras de beneficencia, se miraba aún como el ideal de la mujer perfecta. Nada de soñar en reivindicaciones feministas.

No era infrecuente el caso de encontrarse con obispos que no miraban con buenos ojos empresas de mujeres: "Me habían dicho y asegurado varias personas que el nuevo Obispo de An­tioquía era menos accesible que los demás, y que no le gus­taban empresas de mujeres".

En otra ocasión habla así de la acogida que les dispensó un párroco: "Nos recibió muy bien, pero como él no concebía cómo unas mujeres pudieran verificar una empresa superior a las más reconocidas fuerzas masculinas, nos hizo poco caso. No se atrevía a llamamos locas, pero se empeñó en hacemos ver lo inútil de nuestro esfuerzo" 30.

La M. Laura aceptó sin rebeliones este estado de cosas y no discutió estos criterios. Hasta llega a hablar un poco peyo­rativamente, como Santa Teresa, de la capacidad de la mujer. Escribe en una ocasión a las autoridades civiles: "Como no pue­den exponerse sumas considerables, puesto que se trata de un ensayo, y ensayo de mujer, que tiene, naturalmente, menos posi­bilidades de éxito, no les exijo lo que pueden y deben gastar, pero sí un mediecito para costeamos allí mientras encontramos

29 Autobiografía, p. 309. 30 Autobiografía, p. 331.

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los indios y nos pueden dar sueldos como maestras de indí­genas" 31.

Es seguro que todo esto, entre nuestras feministas de hoy día, produciría irritaciones y levantaría protestas airadas.

La M. Laura, hija de su tiempo, aceptó las cosas como estaban y, desde dentro de ellas, como punto de partida, em­prendió y llevó a cabo una obra maravillosa e incomparable, en ,favor de la Iglesia y de la sociedad, que es capaz por ella sola de echar por tierra todos los prejuicios.

Vale la pena trasladar aquí una hermosa página de su Auto­biografía, que nos descubre, mejor que nada, su postura a este respecto: "Desde el segundo día del viaje les dije ~-a sus com pañeras-: 'Miren, el Esposo que hemos elegido no ensilla ni desensilla, no coge la mula ni monta a la esposa ni la desmonta; eso sólo lo hacen los esposos de la tierra. ¡Con que a aprender a hacer todas las cosas!' Con la más completa decisión todas emprendieron la tarea; pero -¡Dios mÍo!- ¡cuán atrasadas an­dábamos en aquel arte, que jamás habíamos pensado en adver­tir! ... ¡Qué instrumentos tan inhábiles te has escogido para tu obra! ¡Cómo dejas ver tus modos tan diferentes de los nuestros! Si los ángeles te conocieran tan mal como te conocemos los humanos te hubieran dicho: ¿Adónde vas, Señor, con tus mu­jeres, para empresa tan terrible? Búscate unos hombres esfor­zados que, al menos manejen las bestias al derecho ... Dios mío, tu sabiduría todo lo vio y, viéndonos, dijo, como en la creación: "está bueno", por que Yo no estoy sometido a las convenciones de los hombres. Mi ley da sabiduría a los pequeños e irá delante de estas mujercitas, quienes, por serlo, le dejarán mejor campo a mis misericordias, y mi triunfo no podrá atribuirse a otro, por­que mi gloria no la cedo a nadie. ¡Bendito seáis mil veces, Señor de mi alma!"

"Además, la· sabiduría de Dios, al elegir instrumentos tan inadecuados, brilla admirablemente, si se tiende a que los po­bres salvajes necesitan ser atraídos por seres débiles que no les superen para que no les teman ... Pero este secreto estaba en­tonces guardado. A nadie se le ocurría que para vencer lo que se creía tan fuerte como las fieras, se necesitaba lo más débil que guardaban las sociedades humanas. Pocos meses después

31 Autobiografía, p. 374.

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de nuestra llegada a Dabeiba comenzó la experiencia a revelar­nos el secreto."

"Además, Dios había guardado en nuestro corazón un ele­mento desconocido para ~l indio, que había de sorprenderlo: el amor y la ternura. Ya se sabe cuánta impresión hace lo desco­nocido en materia de sentimientos. Y mayor es todavía la im­presión en el salvaje, que tiene tan pocos. Precisamente en el alma llevamos el arma que había de rendir la fiereza salvaje; pero el mundo que juzgaba nuestro viaje no cabía de estupefac­ción, porque no lo conocía. No advertía y se asustaba de lo que veía" 32.

Vemos cómo la M. Laura descubría en la psicología de la mujer resortes valiosísimos de los que carecían, en gran parte, los varones, y en los que -aparte la gracia de Dios- fiaba el éxito de la empresa. El tiempo y el resultado le dieron la razón.

Le decía una vez el Presidente de la República, Dr. Carlos E. Restrepo: "Para mí los indios de Antioquía son irreducti­bIes". Ella le contestó que así los calificaban todos y que la historia estaba demostrando, con el fracaso de los diferentes intentos de misiones de varios siglos ... que era verdad lo de ser irreductibles; pero que la emoción que yo sentía, me hacía esperar que Dios los cambiaría y que, además, jamás se había intentado reducirlos por medio de la mujer" 33.

Por otra parte, sabía de sobra la M. Laura que para la em­presa que estaba intentando se necesitaban mujeres de temple heroico, casi hasta la locura, como ella dijo gráficamente a un Prelado que dudaba pudiera encontrar mujeres de ese temple y que quisieran seguirla: "No se preocupe V. R. -le respon­de- que locas las ha habido en todos los siglos, ,Y yo me las encontraré. Yo sé que para esta obra, sobre todo a los princi­pios, no se necesita sino la condición de que sean locas. Busqué, pues, muy pronto las loquitas" 34.

Y Dios se las tenía ya preparadas, sin apenas coriocerlas ella misma. Se le fueron presentando espontáneamente las que necesitaba. No eran todas, por supuesto, de temple heroico, ni siquiera algunas, muy conscientes de la aventura en que se em­barcaban. Alguna, incluso, era blandengue y caprichosa.

32 Autobiografía, pp. 384-385. 33 Autobiografía, p. 300. 34 Autobiografía, p. 306.

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Ella tomó de las manos del Señor estos instrumentos que le presentaba. Fiada en la gracia de la vocación, emprendió con ellas una labor dura de adiestramiento sobre el terreno -no había lugar a las pausas de un noviciado-, consiguiendo forjar unos caracteres aptos para toda eventualidad y para toda re­nuncia.

En torno a la M. Laura fue apareciendo una galería de mu­jeres extraordinarias. Habían sido hasta entonces hijas de buenas familias, acostumbradas a todas las delicadezas y a encontrarse siempre con todos los problemas resueltos. Sin embargo, no du­daron en lanzarse a una 'Vida de continuo heroísmo, en la que perseveraron siempre sin flaquezas.

Algunas de ellas son figuras tan señeras que tienen ya sus biografías aparte, como es el caso de la angelical María del Perpetuo Socorro, y que esperamos irán siguiendo a la Funda­dora camino de los altares.

Aquí nos vemos obligados a poner fin a esta breve y apre­surada semblanza de la M. Laura Montoya. Soy el primero en reconocer que dista mucho de ser suficiente. Pero casi no he pretendido otra cosa al escribirla, como dije al principio, que llamar la atención sobre su figura egregia e invitar a su cono­cimiento, sobre todo por la lectura de su maravillosa Autobio­grafía.