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Los servicios de agua y saneamiento en Argentina: ayer y hoy, un bien público esencial

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Los servicios de aguay saneamiento en Argentina: ayer y hoy, un bien público esencial

Pese a vivir frente al río más ancho del Nuevo Mundo, los po-bladores de Buenos Aires no disponían tan fácilmente de su líquido elemento. En primer lugar porque las aguas del río no eran bebibles directamente, de allí que en los tiempos de la Colonia debían ser estacionadas varios días en grandes tina-jas de cerámica –a veces agregándole alumbre para acelerar su decantación- o bien haciéndolas atravesar filtros de piedra o cerámica. En segundo término, había que hacerlas llegarhasta los hogares, y de ello se encargaba un típico personajede la época: el aguatero.

El agua en la Colonia

Toda la ciudad –que entonces tenía unos 44.000 habitantes- se abastecía por intermedio de ellos, en consecuencia la can-tidad de aguateros era considerable, porque a pesar de que los pozos -la otra forma de provisión que tenía Buenos Aires, junto con los aljibes- eran numerosos, la calidad del agua que de allí provenía era mala.

Vista de Buenos Aires, Vingboons, 1628. (Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica, EMC.Op.cit.)

Los aguateros

Hacia 1810, los aguateros recorrían la ciudad vendiendo a los veci-nos el agua que recogían del río.

Los primeros aguateros llevaban una pipa o tonel de aproximada-mente dos metros de altura donde cargaban el agua del río, éstos se apoyaban sobre dos grandes ruedas tiradas por una yunta de bueyes. Más tarde, vinieron los aguateros de carro con pipa más pequeña, llevados por caballos; los más elegantes, incluso, tenían su tonel pintado. En la parte delantera del pipón había una campana con la que se anunciaba su presencia en las calles.

La medida de venta era la caneca, una especie de barrilito que se tomaba de la parte superior mediante una tira de cuero.

Estos personajes muchas veces fueron criticados por los abusos en el costo del agua o bien por no atender a casas de altos con escaleras ni otras de difícil acceso. También, se los acusó de negligentes, pues debían adentrarse en el río para obtener agua lo más limpia posible en lugar de tomarla cerca de la orilla “frente al pueblo”, lugar de ac-tividades portuarias y donde las lavanderas hacían su tarea -aunque se dice que ésta última era una de las causas para mantenerse en la costa-. Sin embargo, este oficio debió ser bastante forzado: el mane-jo de esas pesadas carretas con sus gigantescas ruedas entre las toscas y la maniobra de llenado de las pipas, no era una tarea sencilla.

Las lavanderas

Inconfundibles personajes de la Colonia. Eran mujeres fuertes, negras o mulatas, que podían pasar todo el día expuestas a un sol abrasador en verano o soportar los fríos más intensos en los inviernos.

Usaban una especie de garrote con el que apaleaban la ropa, método que servía para facilitar su trabajo –aunque no era muy seguro que favoreciera la conservación de las prendas-.

Como recreo de estas forzosas tareas, se juntaban en grupos, tomaban mate, charloteaban, cantaban y bailaban alegremente.

Versión en alemán del plan de la Ville de Buenos Ayres publicado por Pierre Francois Xavier des Charlevoix en 1756.(E. Radovanovic. Planos de Buenos Aires, Op. cit)

Aguatero, Isola, 1844.

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Los aljibes

En aquella Buenos Aires pueblerina de 1810, además del agua que distribuían los aguateros, algunos vecinos, los más acomodados, tenían en sus casas otra fuente de provisión: el aljibe.

Ya desde el siglo XVII se había iniciado la excavación de estos pozos de balde, de un metro de diámetro y entre 6 y 10 metros de profun-didad, que tenían en su boca un brocal de ladrillos y, más tarde en el siglo XIX, de mármol de Carrara tallado; otros estaban revestidos con azulejos importados. Sobre el brocal, aparecía un pescante de hierro, a modo de arco ornamentado, que sujetaba la roldana del balde.

Los aljibes recogían el agua de lluvia desde las terrazas o patios me-diante cañerías de cerámica o bien de hojalata. Desde 1860 también se usaron caños de hierro o plomo. Estos pozos estaban totalmente aislados de la tierra con paredes, piso y la parte superior abovedada; algunos tenían escaleras para bajar y limpiarlos; otros tenían un pozo de decantación más pequeño en el medio del piso.

Muchas viviendas contaban con dos aljibes, uno en el patio principal que permitía el abastecimiento para el consumo y otro en un segundo patio para tareas domésticas y el regadío de la huerta.

Según distintas crónicas, uno de los aljibes más lujosos que tuvo la ciudad se encontraba en la suntuosa casa de Mariquita Sánchez de Thompson, en la calle del Empedrado (actual Florida), aunque algunos relatos dan cuenta de que en total la casa poseía cinco aljibes en sus varios patios, lo que constituye un dato más del lujo de esta propiedad.

La construcción de la primera planta purificadora de la ciudad y la llegada del agua corriente, marcó el principio del fin para los aljibes del antiguo Buenos Aires. Poco a poco quedaron fuera de uso y hoy solo subsisten algunos ejemplares en el casco histórico.

Distintos modelos de aljibes, en la pluma del arquitecto Nadal Mora (Fte. Nadal Mora, Vicente. La herrería artística del Buenos Aires antiguo. Buenos Aires, 1957).

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Usuario
Resaltado

El tema de las aguas corrientes para Buenos Aires se fue convirtiendo en una necesidad acuciante.

La tradicional casa colonial de patios contaba con un aljibe, que juntaba el agua de las azoteas, las que nunca estaban demasiado limpias, además, allí permanecía estancada y se le iban acumulando distinto tipo de inmundicias. Estas con-diciones, más allá de contribuir a darle mal gusto y un olor desagradable, la convertían en muy nociva para la salud.

El segundo o tercero de los patios se destinaba a las áreas de servicio. Allí podía encontrarse otro aljibe, utilizado para tareas domésticas y riego, y los “lugares comunes”, forma elegante de denominación de los retretes. Para los desagües de estas letrinas y de las cocinas se usaban pozos ciegos -muy similares a los utilizados para extraer agua-, con bóvedas

Un día viernes, 25 de mayo de 1810, el pueblo de aquella Buenos Aires reunido en la Plaza de la Victoria -actual Plaza de Mayo- daría un paso histórico trascendental:

impuso su voluntad al Cabildo y creó la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata. Desconociéndose así la autoridad del Consejo de Regencia Español, el mando pasa a esta

Junta Revolucionaria, presidida por Cornelio Saavedra; con Juan José Paso y Mariano Moreno, como secretarios; y los vocales Juan José Castelli, Manuel Belgrano,

Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matéu y Juan Larrea. Se inició así la gesta política-militar y cultural que desembocaría, años más tarde -el 9 de julio de 1816- en la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

La necesidad de aguas corrientes

de ladrillos, de aproximadamente un metro de altura, y una boca pequeña por la cual se arrojaban los líquidos. Cuando se llenaban, simplemente, se cerraban y se excavaba otro cerca del primero. A su vez, la salida de agua a la calle se hacía -des-de el siglo XVII hasta mediados del XIX- a través de albañales, conductos hechos con ladrillos unidos con cal, de forma rec-tangular -los caños eran raros y caros en aquella época-.

Con este panorama: aljibes que apenas llegan a atender la demanda doméstica en áreas reducidas y comienzan a ser un riesgo para la salud, sumado al agotamiento de los pozos, llega la Revolución a la Buenos Aires de 1810. Los espacios públicos adquieren protagonismo y comienza a aparecer la preocupación por la higiene, para lo cual disponer de agua buena y abundante era un tema primordial.

Rompellas proyectado por C. E. Pellegrini frente a la ciudad, 1853. (Gutiérrez- De Paula, La encrucijada de la arquitectura argentina, Op. cit.)

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LAS PRIMERAS INICIATIVAS DEL GOBIERNO

La creciente población, la falta de infraestructura adecuada en materia de agua y disposición de efluentes, con el inevi-table corolario de enfermedades infecciosas, parasitarias y muertes precoces dio lugar a que el Gobierno del Segundo Triunvirato adoptara las primeras medidas de carácter estra-tégico: el 5 de enero de 1813, reglamentó la venta de agua, el riego de calles y las descargas de aguas servidas en los al-bañales; y el 10 de marzo del mismo año, crea la Facultad de Medicina de Buenos Aires y nombra al doctor Cosme Arge-rich como su primer director. Estos acontecimientos signifi-caron un paso fundamental hacia la toma de consciencia, por parte de las autoridades de entonces, acerca de la prioridad que requerían los servicios de agua potable y la ordenada disposición de las aguas servidas.

Más tarde, Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires entre 1820 y 1824, inicia negociaciones para un empréstito para construir un puerto y dotar de agua corriente a la Ca-pital. Bernardino Rivadavia, en aquel momento su ministro, contrata los servicios de James Bevans,

ingeniero hidráulico in-glés, quien, en 1823, de formula tres propuestas portuarias ten-dientes a ordenar el creciente tránsito de navíos y reducir la contaminación costera por falta de instalaciones adecuadas. A su vez, realiza pruebas para obtener agua a profundidad, detrás de la Recoleta (por entonces un lugar apartado, donde se encontraba la iglesia de los frailes recoletos y el primer cementerio público). Estas iniciativas no pudieron prosperar, pues los años ´20 configuraron el comienzo de pronuncia-

mientos de diferentes caudillos provinciales contra el poder central y el aún incipiente país entró en una etapa de largas guerras internas, a las que se sumará, en 1826, la guerra con-tra el Brasil.

Ya hacia fines de la década, en noviembre de 1827, también contratado por Rivadavia, quien entonces era el presidente de la Nación (el primero que tuvimos los argentinos, pues la figura presidencial fue creada por la Constitución en 1826), llega al país el ingeniero francés Carlos Enrique Pellegrini, que encara un estudio y un nuevo proyecto para el abastecimiento de agua de Buenos Aires, el cual contemplaba su extracción del Río de la Plata, un proceso de clarificación, después del cual se recolectaría en una especie de aljibe que abastecería a los aguateros. Lamentablemente, este intento quedó en-carpetado a la caída del gobierno de Rivadavia.

Cabe mencionar que, por aquel entonces, la única fuente pública con que contaba Buenos Aires era el pozo de balde situado en la Plaza Mayor, a un costado de la Recova. A éste se sumaban aljibes ubicados en los atrios de los conventos que servían para el abastecimiento barrial.

Años más tarde, en 1851, se realizó el expendió de agua de-purada en el antiguo Molino San Francisco -ubicado en la calle Balcarce N° 34- de donde la retiraban los aguateros. Esto, podría decirse, constituyó la primera y modesta distribución de agua purificada de la ciudad.

Muelle y ciudad sobre la rada, proyecto de G. Micklejohn, 1824.(Colección T. Vallée)

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Nace el proyecto de salubridad de Buenos Aires

Promediando el siglo XIX, la organización sanitaria de Buenos Aires continuaba siendo bastante precaria. Estas deficiencias traían consecuencias importantes, sobre todo en el verano, cuando los índices de mortalidad se elevaban. La población se veía afectada por enfermedades epidémicas, como la vi-ruela, la escarlatina, el sarampión y el cólera.

En 1858 se declara una epidemia de fiebre amarilla en San Telmo, que cobró 400 víctimas, provocando pánico entre los porteños, que huyeron desde allí -que por aquella época era centro de la ciudad- hacia la periferia, principalmente el sector norte de la ciudad -lo que hoy es Recoleta y Retiro-.

El desarrollo de estos males se atribuía a las condiciones de desaseo, al aire impuro y, por supuesto, a los problemas con el abastecimiento de agua.

Las masivas inmigraciones que se venían sucediendo, atraí-das por las posibilidades que ofrecía esta tierra, agravaron esta situación y generaron una nueva complicación: la vi-vienda. Fue entonces que se produjo el parcelamiento y la ocupación masiva de antiguas casonas coloniales. Así nacen, por una lado, las “casas chorizos” con el patio separado lon-gitudinalmente por un muro medianero y, por otra parte, co-mienzan a aparecer las “casas de alquiler” o “inquilinatos”, bautizados popularmente como “conventillos”, diminutivo de convento, un término que ironizaba sobre las numerosas cel-das –cada una ocupada por una familia- que pasaron a tener estas residencias. Así, transformadas en casas colectivas, con habitaciones sin ventanas, lugar común para aseos y pi-letas de lavar, y con un solo baño para cientos de personas, pronto se convirtieron en una fuente de todo tipo de enfer-medades.

Patio de una típica casa “chorizo”, con zaguán al fondo. (AGN.DDFA)

LAS PRIMERAS OBRAS DE SANEAMIENTO DE LA CIUDAD

Para eliminar los riesgos que atentaban contra la salud de la población era necesario erradicar tanto el consumo de agua de balde como el uso de letrinas en las casas, construyendo una red de abastecimiento de agua purificada y disponiendo los efluentes cloacales.

En 1867 se produce un serio brote epidémico de cólera, el más grave hasta ese momento. Esto aceleró el dictado de una ley especial que autorizaba el comienzo de las obras para mejorar las condiciones higiénicas de la Ciudad y creaba la “Comisión encargada de la instalación de las aguas co-rrientes”. El Gobierno elige al ingeniero inglés John Coghlan como director técnico de esta Comisión, encomendándole el primer proyecto de saneamiento que tuvo la Capital, el cual estaría inspirado en modelos empleados en las principales ciudades europeas.

Aquel primitivo sistema se iniciaba en el Bajo de la Recoleta y consistía en dos caños de hierro fundido que se internaban 600 metros en el río para captar y transportar el agua que, luego de ser purificada, era enviada por máquinas de impul-sión a la red de provisión de la ciudad.

Los trabajos se iniciaron en 1868 y el 4 de abril de 1869 se libró el servicio público de abastecimiento. De este modo, Buenos Aires se convertía en la primera ciudad de América con instalaciones de filtros para agua purificada (algunas ciu-dades de Estados Unidos, por ejemplo, recién gozaron de este adelanto a partir de 1872).

Entre 1872 y 1873 se levantaba el primer reservorio de agua que tuvo la ciudad, un pequeño tanque de 2.700 metros cú-bicos. Esta modesta estructura de hierro, elevada 43 metros, superaba en altura a todos los edificios linderos y se ubicaba en la Plaza Lorea -actual lado este de la Plaza de los Dos Con-gresos-. El agua subía a este tanque cuando ya se encontra-ba colmada la red, funcionando como un complemento del servicio.

Por aquella época, Buenos Aires tenía 177.000 habitantes, y transitaba una etapa de creciente actividad industrial y comer-cial. Sin embargo, como consecuencia de esta prosperidad, se multiplicó el hacinamiento en los cuartos de los conventi-llos, sobre todo en el barrio sur. Y durante el verano de 1871 este clima de progreso se vio ennegrecido con la irrupción de una nueva epidemia de fiebre amarilla, que para el otoño de ese año ya había cobrado unas 15.000 víctimas (más del 8% de la población de la ciudad).

Buenos Aires fue la primera ciudad de América con instalaciones de filtros para

agua purificada.

Antiguo Hotel de Inmigrantes y los carros que trasladaban pasajeros y bultos desde los navios a la costa, c.1896 (CEDODAL)

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A mediados del siglo XIX, los descubrimientos de Pasteur sobre los microbios, esos seres, desconocidos, invisibles pero peligrosos, y la acción que la limpieza tenía sobre ellos, ejercieron una influen-cia determinante que colocó a la higiene en un lugar inédito hasta entonces, y convirtió al lavado en el mejor aliado para combatir enfermedades.

A raíz de estas revelaciones sobre el cuidado de la salud, la noción de prevención y la figura de los higienistas adquieren una importancia trascendente.

En el ámbito local, las trágicas epidemias que mataron más del 8% de los porteños repercutieron fuertemente en la sociedad, y por ende en la política de entonces, provocando el lanzamiento de una ola sin precedentes de inversiones sanitaristas.

Prestigiosos médicos como Guillermo Rawson, Eduardo Wilde, Pedro Mallo y Emilio Coni comenzaron a trabajar sobre medidas para evitar el ingreso de gérmenes y su proliferación, basándose en avances implementados en Europa y Norteamérica.

En este contexto, el concepto de salud pública se institucionaliza en el aparato estatal a través de la creación de organismos y la confec-ción de leyes y reglamentos. Paralelamente, la higiene adquiere una nueva significación que se difunde y se consolida entre la población mediante tratados de urbanidad, como el “Compendio de higiene y salud pública y privada” para uso en las escuelas, publicado en 1868 por el Dr. José Antonio Wilde.

Esta reforma sanitaria y la acción de los higienistas, que tiene su auge entre 1880 y 1910, plantea un concepto de la salud pública abar-cador, que engloba a la salud física, mental y social, y considera las condiciones de la vivienda, los lugares de trabajo y los de recreación.

El higienismo

Artículo de la revista “Caras y Carretas”, diciembre de 1900. (AGN:DDFA)

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Plano de Buenos Aires con tendido de la red de distribución de agua en servicio, octubre de 1886. (Archivo Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires)

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A raíz de ello, debía darse una solución urgente a las lamentables con-diciones sanitarias en las que vivían los sectores más populares, pues se tenía consciencia de cómo podían afectar a la sociedad en su con-junto. Entre otras deficiencias, las viviendas carecían de los servicios que les permitieran un aseo adecuado. Es así como surge la necesidad de crear “baños públicos”. Hacia 1900, la ciudad ya contaba con tres establecimientos, a los que asistían hombres, mujeres y niños. El servicio era totalmente gratuito e incluía jabón y toalla.

A partir de 1920, concebido como una habitación más del hogar, sur-ge el cuarto de baño, allí se reunían artefactos para el aseo personal e inodoro.

Fruto de la difusión realizada, las prácticas y la frecuencia del aseo lo-graron tal florecimiento, que incluso superaron a los hábitos alcanza-dos en países como Francia o Inglaterra. Hecho que también se verá reflejado en la variedad de artefactos que se incorporaron en el cuarto de baño argentino: lavatorio, inodoro, bidet y bañera (mientras que el baño inglés y el norteamericano no incluían el bidet y el francés sólo un inodoro y bañera -el lavatorio y bidet estaban generalmente en el dormitorio-).

Otra prueba de la difusión de los principios higienistas, fue la atención que se le dedicó, durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, al asignarle a la higiene un pabellón propio, como tuvieron el agro, las Bellas Artes, la industria y los ferrocarriles, en la Gran Exposición de 1910.

Pabellón de la Exposición Interancional de Higiene, Buenos Aires 1910 (CEDODAL)

Avenida de Mayo, Buenos Aires 1900.

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DE GRAN ALDEA A CIUDAD COSMOPOLITA

En pocos años, Buenos Aires creció de tal modo que las obras proyectadas por Coghlan resultaron insuficientes. La ciudad más poblada del país exigía una escala de emprendi-mientos cada vez mayor. Además, era imprescindible dejar atrás las trágicas epidemias de cólera y fiebre amarilla, que ya habían cobrado miles de víctimas.

Otro tema por resolver era el de la eliminación de las aguas negras, pues, por aquellos días, los líquidos cloacales eran arrojados a los pozos de las letrinas de las casas y aun se utilizaban zanjones y arroyos como vías abiertas de drenaje y circulación para evacuación de estas aguas y de los residuos pluviales.

No es de extrañar entonces que, durante la presidencia de Sarmiento, se resolviera encarar un nuevo proyecto de sa-neamiento para todo el denominado “Radio Antiguo” -hoy aproximadamente el área central de la ciudad-, para lo cual se convocó a John Federick Bateman, otro ingeniero inglés especialista en hidráulica.

El objetivo de este plan era ampliar la provisión de agua, a razón de 180 litros diarios por persona, estimando que la ciu-dad en 20 años duplicaría su población (cálculo que resultó demasiado exiguo).

En Recoleta, a los terrenos iniciales de la primera casa de bombas proyectada por Coghlan, se fueron agregando otros, comprados a terceros y cedidos por el municipio. La superfi-cie llegaba entonces a 24 hectáreas. Allí -en el lugar que ac-

tualmente ocupa el Museo Nacional de Bellas Artes- se fue-ron ubicando filtros y depósitos, que dieron origen al primer establecimiento potabilizador que tuvo la ciudad de Buenos Aires: la planta purificadora Recoleta, la cual quedó inaugura-da el 15 de mayo de 1874.

El 15 de mayo de 1874 se inauguróel primer establecimiento potabilizador que

tuvo la ciudad de Buenos Aires:la planta purificadora Recoleta.

Por su parte, el proyecto para las aguas servidas sufrió varias demoras, pues las opiniones estaban divididas entre quienes sostenían que debían volcarse en el Río de la Plata y quienes intentaban que fueran destinadas a riego. En 1878, se aprobó la primera propuesta: los líquidos cloacales se descargarían en el Río, en un punto más allá del pueblo de Quilmes, a través de una cloaca máxima de 25 kilómetros de longitud a partir de la boca del Riachuelo.

El proyecto definitivo fue concluido en 1882 y comprendía, además, la construcción de una planta de líquidos cloacales en un paraje denominado Puente Chico -hoy Wilde-, un sifón en el Riachuelo y cloacas domiciliarias. Estas obras se ini-ciaron a fines de 1883. Por otra parte, para elevar las aguas servidas en los barrios ubicados en las zonas más bajas, se instalaron casas de bombas.

Planta purificadora Recoleta, 1874.

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En el año 1884, la Comisión de Obras de Salubridad realizó estudios para la instalación de un edificio para colectar los líquidos cloacales. El lugar elegido fue un predio de 8 hectáreas, en un paraje deno-minado Puente Chico -hoy Wilde- ubicado en el actual partido de Avellaneda.

Como dato interesante es importante destacar la importancia arqui-tectónica de este establecimiento: una edificación sólida, con moldu-ras y detalles en terracota, importadas de Gran Bretaña -al igual que las máquinas y el cemento empleado para su construcción- mientras los ladrillos provenían de la fábrica que la Comisión de Salubridad tenía en San Isidro. Cercado por rejas y rodeado por jardines.

Establecimiento de Puente Chico

A este establecimiento llegaban los efluentes provenientes de las cloacas domiciliarias luego de recorrer las colectoras que descarga-ban en la cloaca máxima, la cual se extendía de norte a sur, desde su arranque en Pueyrredón y Las Heras hasta el Riachuelo, donde un sifón invertido le permitía continuar su trayecto hasta la planta. Allí, se separaban los objetos extraños por medio de rejas y los líquidos seguían su paso hasta una la segunda sección con un conducto que atravesaba Bernal, Quilmes y Ezpeleta, para conducirlos hasta Bera-zategui, donde existía una cámara de enlace entre éste conducto y tres caños de hierro, que cruzaban el bañado y se internaban más de 500 metros en el Río de la Plata.

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El establecimiento de Wilde continúa siendo hoy la mayor estación elevadora de líquidos cloacales de la concesión.

En 1886, el Gobierno decidió promulgar una ley que man-daba a construir las obras en el interior de los edificios para su posterior conexión a la red cloacal y en 1887 la Comisión de Obras de Salubridad redacta el primer “Reglamento de cloacas domiciliarias”, según el cual los propietarios debían presentar los planos o proyectos para su aprobación. En 1887, además, se creó la “Oficina de Contraste”, que tenía a su cargo la aprobación de los materiales y artefactos emplea-dos en las obras domiciliarias. El fabricante o importador del artículo, antes de venderlo al público, debía someterlo a su conformidad.

En octubre de 1891 se habían aprobado más de 16.500 pla-nos, pero las cloacas domiciliarias terminadas no alcanzaban a 4.500.

Mientras tanto, Buenos Aires continuaba creciendo a pasos agigantados.

El primer depósito de agua que tuvo la ciudad, el pequeño tanque de Plaza Lorea, en pocos años resultó insuficiente y fue sustituido, en 1894, por otro de características excep-cionales: el Gran Depósito Distribuidor de Avenida Córdoba -también conocido como Palacio de las Aguas Corrientes.

Historia de una obra única en el continente:el Palacio de las Aguas Corrientes

El verano de 1877 encontraba a Buenos Aires agobiada por el calor y con un pequeño tanque de 2.700 metros cúbicos, como único depósito de agua para todas sus necesidades. El edificio contaba con una guardia personal que recibía órdenes por telé-grafo desde la planta purificadora Recoleta.

En febrero de aquel año, Benito Daldini, el encargado de la planta, se dirigía a la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinados, mostrando su preocupación porque habían pasado nueve horas sin lograr bombear agua al Estanque Lorea. Ya hacia fines de la década del ‘70, este depósito era a todas luces insuficiente, como lo había anunciado John Federick Bateman en 1871.

Existía consenso, entonces, sobre la imperiosa necesidad de construir un gran “tanque recaudador” y distribuidor de agua corriente para Buenos Aires.

A pesar de que Bateman había propuesto a la Comisión localizar el gran depósito en una zona alta, ubicada en la actual inter-sección de avenida San Juan y La Rioja, la elección definitiva recayó años más tarde en la manzana comprendida por las calles Riobamba, Ayacucho, avenida Córdoba y Temple (hoy Viamon-te), la que en 1879 se mandó a cercar con muro de mampostería y rejas de hierro, a la espera de la gran torre-tanque.

Sobre la elección del sitio, años más tarde en Londres, el ingenie-ro Richard Clere Parsons, socio de Bateman, leyendo un informe sobre las Obras de Salubridad de Buenos Aires, afirmaba: “El punto elegido se halla en un barrio que se estaba poniendo muy de moda y el Gobierno estipuló que el exterior del Depósito ha-bría de ser de apariencia vistosa, y que estuviera en armonía con

Puente del Rosedal de Palermo, góndola veneciana, a comienzos del siglo XX.(CEDODAL)

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los edificios, tanto públicos como privados, que estaban construyendo activamente en esas inmediaciones”.

El proyecto del Gran Depósito de Servicio recién sería elevado por la Comisión en mayo de 1884 y por ley de octubre de ese año se auto-rizaban los fondos para su construcción -casi el 50 por ciento del total destinado a las obras de saneamiento que se realizarían en la Capital-. Esta decisión habla claramente de las intenciones del Gobierno Na-cional de expresar la importancia de las obras de saneamiento en una construcción que permitiera un lucimiento negado a la infraestructu-ra subterránea. En este sentido, teniendo a la vista la imponente ima-gen del Palacio de avenida Córdoba, puede decirse que la indicación del Gobierno fue tomada al pie de la letra por sus autores.

El edificio

El proyecto del Palacio de las Aguas Corrientes fue elaborado por el arquitecto noruego Olaf Boye y la empresa británica Bateman, Parsons and Bateman. Constituye una de las obras de identidad más definida que posee la ciudad de Buenos Aires, aunque pocos de sus habitantes conocen su finalidad principal: servir de contenedor -casi sólo a manera de cáscara- a 12 tanques metálicos con capacidad para albergar 72.000 toneladas de agua potable.

El edificio posee una planta cuadrada de aproximadamente 90 metros de lado, con esquineros exentos de sus cuatro ángulos y balcones que jerarquizan los accesos en la parte central de cada tramo de fachada. Rodeado por jardines y la habitual reja de hierro fundido, cuenta con un patio central -también cuadrado- de 17 metros de lado, que sirve de iluminación y ventilación a los distintos niveles. En la parte infe-rior de este patio las aberturas poseen grandes vitrales ornamentados con el Escudo Nacional y la sigla de la institución “Obras Sanitarias de la Nación”.

Las paredes perimetrales de mampostería de ladrillos tienen espesores que oscilan entre 1,80 metros en planta baja y 0,60 metros en el nivel del cornisamento superior. En el interior, una malla de 180 columnas metálicas dispuestas en damero, a una distancia de 6 metros entre sí, sirven de estructura de apoyo para los 12 tanques de agua contenidos en los tres pisos superiores. Los tanques del último nivel se encuen-tran tras la mansarda, mientras que los primeros fueron desmantela-dos en 1915, al crearse otro gran depósito en Caballito.

En el bondadoso espacio libre entre el nivel de planta baja y el fondo de los tanques del primer piso, originalmente se pensó instalar “baños de natación”, de acuerdo a los informes del director de las obras, el Ing. Nystromer de 1885; aunque por cuestiones presupuestarias Interior del Palacio de las Aguas Corrientes.

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esta idea fue abandonada. Funcionaron en esa gran planta libre una fábrica de baldosas y diversos servicios de mantenimiento de redes de agua y cloaca, hasta que a fines de la década del ‘20 se instalaron las actuales oficinas.

La construcción del edificio comenzó en 1887 y las obras se prolon-garon hasta 1894, año en que fue inaugurado (al mismo tiempo que nacía otro símbolo de la ciudad: la Avenida de Mayo, un eje urbano que concentraría las nuevas modas y adelantos de una capital orgullo-sa de ser reconocida como “la París de Sudamérica”).

De las previsiones para asegurar la estabilidad del edificio, son de-mostrativas las palabras de Parsons respecto de los efectos del temblor del 27 de octubre de 1894, que “produjo en los tanques olas de 15 centímetros de altura, sin que se verificara en el edificio ningún tipo de rotura”. Otra previsión adicional fue resistir el empuje del pampe-ro, un viento local que por aquellos años castigaba a las aún dispersas construcciones de la periferia porteña.

El estilo elegido para este Palacio -en realidad, el que predomina, den-tro del eclecticismo que lo caracteriza- es el renacimiento francés, con esbeltas mansardas de pizarras y, recubriendo los cuatro frentes de una cuadra de longitud, piezas de cerámica vitrificada en multiplicidad de formas y colores.

Se utilizaron piezas de terracota, provistas por Royal Doulton & Co. de Londres y la Burmantofts Company de Leeds. Ambas fábricas

acordaron ejecutar piezas especiales con los escudos de las catorce pro-vincias, el de la Nación y el de la Capital Federal. Éstos se sumaron a las 170.000 piezas cerámicas y a los 130.000 ladrillos esmaltados necesarios para la ornamentación exterior.

En 1891 continuaban llegando, por barco, cajones con molduras de terracota, las que eran colocadas sobre el frente a manera de piezas premoldeadas con su ubicación perfectamente definida en planos y con un número en su parte posterior que indicaba la posición relativa sobre los ladrillos de cada fachada, debidamente preparados para recibirlas. Esta suerte de mecano de alta precisión es el que permitió adherir cornisas, ornamentos, escudos, etcétera, endentados sólida-mente entre sí y con los mampuestos de muros, con lo que se logró una magnífica estabilidad a través del tiempo.

Aún hoy, el recubrimiento no ha perdido su atractivo visual ni el impacto que producen los contrastes entre piezas de colores vivos y otras de tonos pálidos. La tonalidad terracota de planta baja se realza con el ocre de los sectores que sobresalen de la fachada (pilastras); contrastando con la apariencia de los paños horizontales de color celeste verdoso.

Al variado contraste de piezas decorativas, se sumaron ocho cariátides de hierro fundido ubicadas en las jambas de las ventanas de los cuer-pos centrales en las cuatro fachadas, proporcionadas por la firma W. Macfarrlane & Co. de Glasglow, principal proveedor de las piezas de fundición de las entonces jóvenes repúblicas latinoamericanas.

Este magnífico edificio, que constituye un emblema porteño, fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1987.

Palacio de las Aguas Corrientes a principio del siglo XX. Departamento de documentos fotográficos del Archivo General de la Nación).

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Ubicado en una parte alta de la ciudad, este edificio recibía el agua ya purificada que era enviada desde la Planta Potabiliza-dora en Recoleta -y más tarde desde la Planta de Palermo- la que luego por simple gravitación se distribuía a distintas zonas de la ciudad.

Concebido como un verdadero monumento al agua potable, de apariencia vistosa y categoría arquitectónica, respondía a la intención del Gobierno Nacional de expresar la importan-cia de las obras de saneamiento realizadas en la Capital. De este modo, la imponente construcción permitía un lucimiento negado a las obras de infraestructura subterránea que se es-taban ejecutando en la ciudad, como las redes de cañerías maestras y distribuidoras de agua potable, las cloacas exter-nas de la mayor parte de los distritos, el sifón de la cloaca máxima bajo el Riachuelo y cinco de los grandes conductos de desagüe pluvial, todas ellas comprendidas en el proyecto de Bateman para el Radio Antiguo, el cual quedó concluido en 1905.

Cuando este ingeniero planeó las obras, Buenos Aires tenía aproximadamente 180.000 habitantes y se consideraba más que improbable que pudiese superar los 400.000 en menos de 40 años. Pero a principios del siglo XX este número se ha-bía duplicado holgadamente y en 1908 la población superaba el millón.

La ciudad se había transformado en una de las capitales cen-trales de América. Era la principal plaza de comercio de la República y una de las más importantes sobre el Atlántico a raíz del fluido intercambio que mantenía con Europa. Estos factores, sumados a un explosivo crecimiento demográfico, hicieron que alcanzara un auge no previsto.

La limitada provisión de agua de la planta Recoleta y el servi-cio del establecimiento de Wilde eran insuficientes para este volumen poblacional.

Esto hacía imprescindible el diseño de un nuevo plan de sa-neamiento que estuviera a la altura de la ciudad. Para ello, la Comisión Nacional de Obras de Salubridad encaró un nuevo proyecto, que consideraba las obras de agua potable y de des-agües cloacales para toda la Capital, incluyendo mejoras en el Radio Antiguo y la provisión de los servicios en el Radio Nuevo -cinco veces más grande que el Antiguo y situado fuera delárea considerada por Bateman-.

Bajo la coordinación del ingeniero Agustín González, las prime-ras obras del proyecto se inauguraron oficialmente durante los festejos del Centenario de 1910.

Cariátide, Palacio de las Aguas Corrientes.

Pieza de cerámica esmaltada.

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En el marco del nuevo gran plan de saneamiento, el 27 de julio de 1912, fue creada Obras Sanitarias de la Nación, una institución autónoma regida por un Directorio, presidido, en-tonces, por el ingeniero Agustín González.

Esta institución aparece, por un lado, por los serios proble-mas de dimensionamiento del sistema pero, por otro, como una manifestación del modelo de país que impulsaban los gobernantes de la época, basado en la trilogía “civilización, modernidad y progreso”.

Según su ley constitutiva, la finalidad de Obras Sanitarias de la Nación era el estudio, construcción y administración de obras que permitieran la provisión de agua corriente “en las ciudades, pueblos y colonias de la Nación”.

La empresa asume su labor con las reservas de la planta Re-coleta siempre al límite, un bagaje importante de obras reali-zadas y las principales del mencionado proyecto coordinado por González, sin iniciar.

Concebido para toda la extensión de la Capital, este plan de saneamiento comprendía la construcción de una nueva torre y túnel de toma en el Río de la Plata (realizados en 1913), la formación de un nuevo establecimiento potabilizador de mayor magnitud en Palermo -más tarde conocido como Gral. San Martín- (inaugurado en 1928), dos nuevos depósitos de gravitación (en Caballito y Devoto, habilitados en 1915 y 1917, respectivamente), la ampliación de las redes de cañe-rías maestras y distribuidoras de agua potable, la ampliación de las redes colectoras cloacales con estaciones de bombeo en los distritos bajos, la construcción de una segunda cloaca máxima con sus ramales y sifón bajo el Riachuelo, la amplia-

Creación de una institución modelo: OSN, la primera empresa estatal de saneamiento

Ing. Agustín González

Ing. Agustín González visitando la obra de la nueva torre y túnel de toma del Establecimiento Palermo.

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ción de las instalaciones de bombeo en el trayecto de dicho emisario, una nueva casa de bombas elevadoras en la planta de tratamiento de Wilde y toda la red de colectoras del Radio Nuevo de la ciudad.

Paralelamente a la ejecución de este programa de obras, OSN asesoraba a las ciudades del interior en el desarrollo de infraestructura. En 1910, 14 capitales de provincia tenían red de agua corriente y 4 contaban con un sistema de cloa-cas. Había contratado e iniciado grandes obras en la Capital y otras en el interior, cuando se produce la Primera Gran Guerra (1914 a 1918). Este acontecimiento provocó que se restrinjan la importación de materiales y la toma de empréstitos en el exterior.

Sin embargo, muchas de las carencias que se generaron a partir del conflicto bélico fueron resueltas por la naciente in-dustria nacional y por el excelente trabajo que se realizaba en los talleres de OSN.

En suma, la guerra hizo que las principales metas del plan no se concluyeran en 1918 sino en 1922, año en que el con-sumo por habitante llegó a 291 litros y la población servida a 1.700.000 habitantes.

Hacia 1917 las plantas potabilizadoras existentes, Recoleta y Palermo, se complementaban en su funcionamiento, a medi-da que era desmontada la primera y se avanzaba en la cons-trucción de la última.

Pero el crecimiento demográfico y edilicio de Buenos Aires no se detenía.

Esta continua tensión entre lo previsto y lo que se iba dando en la realidad, se procuró resolver, en 1923, con un proyecto de ampliación aún más ambicioso: alcanzar los 500 litros dia-rios por habitante, con instalaciones que permitiesen servir durante los siguientes 40 años a una población de 6.000.000 de personas. Este trabajo, elaborado bajo la dirección del in-geniero Antonio Paitoví, constituyó el núcleo en torno al cual giró la acción de OSN en la Capital durante los 30 años veni-deros, con obras de provisión de agua potable, cloacas y des-agües pluviales para todo su territorio y localidades vecinas, y la ampliación de la capacidad del establecimiento de Palermo.

Nuevo Taller de Fundición en el Establecimiento Recoleta, 1915.

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El nacimiento del establecimiento Palermo -más tarde conocido como Gral. San Martín- se remonta a 1906, cuando la Oficina Téc-nica de la Comisión Nacional de Obras de Salubridad decide encarar dentro del nuevo proyecto de saneamiento, la construcción de otra planta potabilizadora.

El lugar elegido para el emplazamiento de la nueva planta fue un pre-dio vecino al Parque Tres de Febrero, donde se encontraba el vivero municipal, a orillas del Río de la Plata. Allí, se hallaban las máquinas elevadoras auxiliares del establecimiento Recoleta.

En el año 1911, la construcción de la planta se encontraba en ejecución. Se habían completado las obras para oficinas, depósitos y cerco, hallándose muy avanzadas las restantes. A la vez, se comenza-ron a recibir materiales de Inglaterra, como los techos de los filtros, las máquinas impelentes y las elevadoras. Por otra parte, frente a la

La planta potabilizadora en Palermo,un establecimiento a la altura de las demandas de la población

planta, se estaba trabajando en una nueva toma de agua en el río y en un túnel sub-fluvial.

La rigurosidad del verano de 1912 hizo que las reservas de agua filtrada de las cisternas del establecimiento Recoleta, el único que tenía la ciudad en aquel momento, llegaran al límite. Por entonces, la población todavía debía abastecerse con los servicios proyectados para menos de 200.000 habitantes cuando su número había alcanzado el millón. Pero ese año, los trabajos cobraron impulso constructivo, al constituirse el primer Directorio de Obras Sanitarias de la Nación, al cual se le autorizó la gestión de empréstitos por 50 millones de pesos oro.

Fue así como a fines de 1913 se pone en servicio la primera sección de las obras del establecimiento de Palermo, con las dos primeras líneas de grandes cañerías de impulsión que alimentaban el norte, centro y sur de la antigua red de distribución. En los años siguientes -1914 y 1915- continuaron los trabajos.

En 1916, comenzaron a sentirse con intensidad dificultades generadas por la Primera Guerra Mundial, especialmente por la imposibilidad de concretar los empréstitos necesarios para solventar la ejecución de las obras y por el retardo en las entregas de los materiales importados de Europa.

A pesar de estos inconvenientes, las obras fundamentales en Palermo quedaron concluidas entre los años 1917 y 1918.

El conflicto bélico impulsó que para el funcionamiento de las má-quinas debiera sustituirse el carbón de las minas de Gran Bretaña por leña o petróleo crudo de Comodoro Rivadavia. A su vez, en abril de 1917, comenzó la producción de sulfato alúmino férrico en el Esta-

Entrada principal del establecimiento Palermo, 1935.

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blecimiento Recoleta. Ese mismo año, este coagulante, elaborado en el país, se empezó a utilizar en la producción de agua en el Estableci-miento de Palermo.

En 1923 se redacta un plan general de obras para ampliar los servicios de agua, el cual determinaba el aumento de la capacidad de produc-ción de la planta de Palermo y la ampliación de la superficie de su terreno de 17 a 23,5 hectáreas.

Si bien sufrió las demoras y alteraciones propias de un emprendi-miento tan amplio, el programa de obras se fue desarrollando y a fines de 1928 quedaron terminadas las instalaciones que permitían alcanzar una producción media de 800.000 metros cúbicos por día, con lo que se llegaba a cubrir el abastecimiento de la ciudad. Esto posibilitó que el establecimiento Recoleta quedara fuera de servicio en octubre de ese mismo año.

Como parte del desarrollo del establecimiento Palermo, en 1929 se

instaló allí un nuevo laboratorio para controlar las aguas y los líquidos residuales, que se convirtió en el más importante del país. El edificio contaba con dos pisos, en la planta baja se encontraba la sección de Ensayos de Materiales, en el primero, las secciones de Aguas y de Microbiología, y en el segundo, la de Química General.

A pesar de la magnitud que alcanzó este establecimiento, se integraba perfectamente al Parque Tres de Febrero. Esto fue posible gracias a los amplios espacios verdes parquizados que rodeaban un conjunto edilicio de sobria y singular coherencia estilística, hecho destacable si pensamos que la construcción abarcó un período de más de 20 años.

La “fábrica de agua”, como la denominaba la Revista de OSN, continuó creciendo y modernizando sus procedimientos para dar una respuesta eficiente a las renovadas demandas de la población. Hoy es uno de los establecimientos más grandes del mundo por su superficie -de 28,5 hec-táreas- y por su capacidad de producción -superior a los tres millones de metros cúbicos por día-.

Establecimiento Palermo, 1935.

La modernización tecnológica era evidente en los distintos establecimientos de OSN y las obras de ampliación del Radio Nuevo monopolizaron gran parte de la acción, orientadas fun-damentalmente a eliminar el uso de pozos semisurgentes y evitar peligros de contaminación. Como afirmaba el ingeniero Marcial R. Candioti (presidente de OSN durante el período 1914-24): “Jamás empresa alguna del Estado, encargada de servicios técnicos, ha respondido mejor al concepto de que el Estado puede ser buen administrador..”.

Sin embargo, con la Segunda Guerra en marcha se provocó una dura recesión económica que, nuevamente, afectó el rit-mo de las obras, pero sin detenerlas. Hacia 1935 la población de Buenos Aires era de 2.248.900 habitantes, todos servidos por la provisión de agua potable, a razón de un consumo dia-rio estimado en 397 litros.

En este periodo adquiere importancia el Aglomerado Bonae-rense. Se desarrollan estudios tendientes a identificar con precisión sus límites y su problemática, para adoptar las me-didas necesarias para un saneamiento adecuado. También, se atiende la situación del interior del país.

OSN llegaba así a las puertas de los ´40 “...después de haber realizado importantes construcciones por un valor conjunto de cerca de 600 millones de pesos, de contar entre sus ser-vicios con una de las plantas de provisión central de agua potable más grandes del mundo; con un personal de más de 10 mil funcionarios, empleados y obreros de toda categoría; con una obra realizada en pro de la salubridad, que se traduce en la notable reducción de los índices de mortalidad relativa, en el progreso de la higiene, de la salubridad y del confort...”,

según versaba en el Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, N° 1, de julio de 1937.

En respuesta a las nuevas demandas, en el año 1941, OSN elabora un Plan Integral de obras para la provisión de agua del conurbano, que contemplaba la construcción de dos plantas purificadoras al Sur y al Norte de la ciudad, al mismo tiempo que se ampliaban los servicios del Establecimiento de Paler-mo.

Hacia fines de esta década, además, comenzó a construirse un nuevo sistema de distribución: los denominados “ríos sub-terráneos”, a través de los cuales el agua, por simple gravita-ción, llegaba desde la planta de Palermo a los depósitos de avenida Córdoba, Caballito y Villa Devoto. Así, se reemplazan los conductos de impulsión por estos de gravitación con diá-metros inusuales -razón del nombre que recibió el mecanis-mo-. Estos ríos perfeccionaron el sistema de suministro de agua potable, reduciendo los gastos de explotación de los servicios y obteniendo mayor seguridad en su funcionamien-to.

Con la intención de unificar en un solo organismo todo lo ati-nente al estudio, construcción y explotación de las obras de provisión de agua, riego, desagües cloacales y pluviales, de-fensa, saneamiento y, en general, el aprovechamiento, siste-matización y policía de las aguas superficiales y subterráneas, en diciembre de 1944, Obras Sanitarias de la Nación pasó a denominarse Administración Nacional del Agua (ANDA), ins-titución centralizada, que bajo una dirección única impartiese normas rectoras para el aprovechamiento integral del agua.

Paneles de vidrio con esquemas gráficos y dibujos realizados por personal técnico de OSN para la exposición de su 60° Aniversario.

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En esta época, continuaba la inestabilidad geopolítica y co-mercial causada por el desarrollo de la Segunda Guerra Mun-dial, lo que afectaba la sustentabilidad financiera requerida para las grandes obras de saneamiento en distritos del inte-rior.

En 1945, con la conclusión del conflicto bélico y el estado de emergencia en que quedó el mundo entero, la ANDA debió profundizar la política de sustitución de insumos sanitarios por otros de fabricación local y el reemplazo de materiales y tecnologías extranjeras, experimentados con éxito en las fábricas y talleres de la institución, lo que permitió poner en evidencia el grado de desarrollo humano y técnico alcanzado.

En 1946, la ANDA presentó al recién iniciado gobierno del Gral. Juan D. Perón su primer Plan Quinquenal, un programa de obras para el periodo 1947-51. Los planes de saneamien-to, que habían sido elaborados durante las décadas pasadas, tuvieron que ser modificados por el explosivo crecimiento de asentamientos poblacionales en torno al cordón industrial que había surgido en la Capital. Esta periferia se extendía más día a día por la acción del tren y los tranvías pero carecía de los mínimos servicios de infraestructura.

En los años venideros, el apoyo económico gubernamental fue decisivo para el desarrollo sin precedentes de las obras de saneamiento en gran parte del territorio nacional. El Plan Quinquenal preveía la construcción de grandes diques, el re-gadío de extensas zonas hoy áridas y desiertas, y la provi-sión de agua y ejecución de desagües cloacales y pluviales a numerosas ciudades y pueblos. En Capital, contemplaba la construcción del Gran Depósito Constitución “Ing. Paitoví”

(que se inauguraría en 1957), su estación elevadora y un con-ducto alimentador a la zona de Avellaneda.

Las disposiciones del Plan de Gobierno preveían también cambios institucionales, que dejaron sin efecto a la ANDA y OSN recuperó, entonces, su tradicional designación: Admi-nistración General de Obras Sanitarias de la Nación.

A comienzos de la década del 50, esta institución era posee-dora de una cultura empresaria envidiable pues, en forma pa-ralela al crecimiento de las poblaciones servidas en todo el país y al mejoramiento de las condiciones sanitarias, destinó grandes esfuerzos al mejoramiento de las condiciones socia-les de su personal.

A esta altura, los méritos de OSN eran reconocidos dentro y fuera del país. Sus trabajos merecían elogios de prestigiosos organismos y figuras de todo el mundo. Ocupaba uno de los primeros lugares en América latina entre las instituciones de saneamiento, tanto por la envergadura y calidad de sus reali-zaciones, como por la excelencia profesional de sus recursos humanos.

OSN llegó a ser una de las organizaciones

más importantes del continente.

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Imágenes vinculadas al saneamiento urbano de publicación La nación Argentina. Justa, libre y Soberana, realizadas por dibujantes de OSN, 1948.

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Entrando en la segunda mitad del siglo XX, quedaban por de-lante serios desafíos y las exigencias sanitarias continuaban renovándose.

A partir de esta época, se sucederán períodos de inflación y rupturas institucionales, vaivenes de los que OSN no quedará exenta y que afectarán su normal desenvolvimiento.

Entre 1957 y 1960 la empresa estatal tuvo una crisis econó-mica enorme. El presidente de la institución advirtió sobre la imposibilidad del organismo de realizar nuevas obras y sobre la conveniencia de estudiar la descentralización. Así, a fines de la década, la organización presentaba un informe donde se exponía la situación de los servicios y se indicaban los secto-res críticos: 14 en Capital Federal y 17 en el Aglomerado, de-bido a la falta de recursos para realizar las obras necesarias.

Estas condiciones no se modificaron durante los años ‘70; por el contrario, se incrementaba su efecto negativo sobre la capacidad operativa y de dar respuesta a nuevos requeri-mientos, disminuyendo los porcentajes de la población total servida con agua potable y disposición de cloacas. Solo pu-dieron concretarse unas pocas obras, entre ellas, dos de las más importantes fueron la planta depuradora Sudoeste en Aldo Bonzi, inaugurada en 1972, y en 1978, se concluyeron las obras de la planta potabilizadora Gral. Manuel Belgrano, en Bernal.

Finalmente, después de varias idas y vueltas, en 1980 se con-cretó la transferencia de los servicios a las provincias y Obras Sanitarias de la Nación pasó a ser el ente responsable en la Capital Federal y 14 distritos del Gran Buenos Aires.

En 1983, se construye la Planta Depuradora El Jagüel en Es-teban Echeverría.

Sin embargo, durante esta década la falta de recursos se agravó postergándose la mayoría de las inversiones necesa-rias para expansión y despriorizándose, en general, el man-tenimiento de las instalaciones, mientras que el ritmo de la demanda no se detuvo. Esto llevó a un virtual colapso del sistema sanitario.

Bajo estas circunstancias y producto de la corriente privatiza-dora que se dio en todo el mundo en la década de los ‘90, el Gobierno Nacional de entonces optó por la solución impulsa-da internacionalmente: la privatización de servicios públicos. Decidió, así, el concesionamiento de la empresa, posibilitan-do la participación del capital privado en la operación integral de la misma. El 18 de abril de 1993 se celebró el

Contrato de Concesión entre el ESTADO NACIONAL y AGUAS AR-GENTINAS S.A., proveniente del llamado a Licitación Pública Internacional, estableciéndose en el mismo, las condiciones técnicas y operativas de cumplimiento obligatorio para el ad-judicatario, mediante las cuales se aseguraría la prestación del servicio.

La Secretaría de Obras Públicas y Comunicaciones ad refe-réndum del Poder Ejecutivo Nacional, adjudicó la concesión mediante Resolución N°155/92.

El Concesionamiento de los Servicios se otorgó por el plazo de 30 años y operó a partir del 10 de mayo de 1993 al ofe-rente AGUAS ARGENTINAS S.A., constituido por las firmas LYONNAISE DES EAUX - DUMEZ, SOCIEDAD COMERCIAL DEL PLATA S.A.. SOCIEDAD GENERAL DE AGUAS DE BAR-

Los servicios en la segunda mitad del siglo XX

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CELONA S.A., MELLLER S.A., BANCO DE GALICIA Y BUE-NOS AIRES S.A., COMPAGNIE GENERALES DE EAUX S.A. Y ANGLIAN WATER PLC.

La empresa tenía a su cargo metas cuantitativas y cualitati-vas de cumplimiento para asegurar el control y la calidad del servicio, como operadora del mismo.

El ámbito territorial de la concesión comprendió la Capital Fe-deral y los partidos de Almirante Brown, Avellaneda, Esteban Echeverría, Ezeiza, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Morón, San Fernando, San Isidro, San Martín, Tres de Febre-

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ro, Tigre, Vicente López, quedando a cargo de la Concesiona-ria la prestación de los servicios hasta ese momento a cargo de Obras Sanitarias de la Nación, como así aquellas obras que ésta última hubiera tenido que efectuar.

Tras la crisis de 2001, el equilibrio de este esquema o modelo operativo se rompe, la empresa privada interrumpe práctica-mente todas las inversiones y luego de un largo período de infructuosas negociaciones, en marzo de 2006, las autorida-des nacionales rescinden el Contrato de Concesión.

AySA, un nuevo paradigma

Considerando los servicios de agua potable y desagües cloa-cales como un derecho esencial, el Estado Argentino asume el compromiso de generar bases perdurables que permitan cumplir su función social con el mayor grado de eficiencia posible. De este modo, hacer llegar las prestaciones a la ma-yor cantidad de gente en el menor tiempo, priorizando áreas relegadas, pasa a ser un objetivo prioritario.

El agua potable, una cuestión de estado

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Entonces, para resolver la problemática de estos servicios, que constituyen una cuestión trascendente para la salud de la población, se decide e impulsa la creación y puesta en marcha de AySA, encomendándole la continuidad, mejora y expansión de las prestaciones.

Sustentada en la historia sanitaria de nuestro país, en la infraestructura productiva heredada y la experiencia de su personal, AySA trabaja con el desafío de cumplir, con eficiencia, la función social para la que fue creada: proveer a todos los habitantes de su radio de acción los servicios básicos de agua potable y saneamiento de efluentes cloacales.

REALIZACIÓN DE LA PUBLICACIÓNAgua y Saneamientos Argentinos

Dirección de Relaciones InstitucionalesIdentidad, Cultura y Educación

AutorJorge Tartarini

Edición y coordinación generalFernanda Villa

Colaboración: Dolores Claver

DiseñoLaura Ratto

Colaboración: Ailén Evangelista