los templos coloniales bar 1388 2005 isbn 1841717096
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Dedico esta obra a la Dra. María del Rosario Prieto.
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ÍNDICE GENERAL
PRÓLOGO 7RESUMEN 9PRESENTACIÓN 11AGRADECIMIENTOS 12
I INTRODUCCIÓN 13II MENDOZA, LOS JESUITASY LA MUERTE 21III ANTECEDENTES SOBRE ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS EN TEMPLOS HISTÓRICOS Y
LOS CASOS DE MENDOZA 29
Marco y enfoque del análisis 37IV ARQUEOLOGÍA DE LAS RUINAS DE SAN FRANCISCO: EXCAVACIONES, CRONOLOGÍA
Y ESTRUCTURAS45
V ESTUDIOS BIOANTROPOLÓGICOS 59Análisis bioantropológicos de los entierros de las ruinas de San Francisco 59Huesos desagregados 66
VI LOS ENTERRATORIOS: LOCALIZACIÓN, CRONOLOGÍA Y MATERIALES INCLUIDOS 69Secuencia de entierros y su situación espacial 69
Distribución espacial de los esqueletos 75Sector Atrio 76Atrio Norte 79Atrio Sur 81Sector nave central 86Margen norte de la segunda capilla colateral sur (-sector osario-) 86Margen norte de la tercera capilla colateral sur (sector Fu3) 103Sector crucero 109Síntesis de las características bioarqueológicas del sitio arqueológico “Ruinas de SanFrancisco”
119
Los entierros en San Francisco: estudios sobre la muestra seleccionada 125Comparación diacrónica entre los entierros del templo de la ciudad colonial 127Entierros de siglo XVII 127Entierros de siglos XVIII-XIX 128Entierros posteriores al terremoto del 2 de marzo de 1861 129Características bioantropológicas de los entierros de San Francisco 130
VII CONCLUSIONES 141VIII BIBLIOGRAFÍA 147IX INDICE DE FIGURAS 157X INDICE DE TABLAS 159
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PRÓLOGO
La gente muere, a todos, absolutamente a todos nos sucede. Y al igual que el nacer,
la muerte es el otro único acto inevitable de la vida. A partir de esta verdad poco
discutible siempre han surgido infinidad de problemas, preguntas, decisiones, y por
supuesto: apropiaciones. Ya se han escrito infinidad de libros sobre la muerte, su
significado en las culturas, el manejo y control de los muertos, las ceremonias, las
interpretaciones, la vida junta o separada de la muerte. Sabemos que cada época y
cultura construyó su propio imaginario, desde a dónde iban los muertos mismos
hasta sus almas de existir ellas, desde cómo se los debía tratar hasta cómo se los
debía olvidar o recordar. Es cierto que hay tradiciones más fuertes y extendidas,
como en Occidente la judeo-cristiana, pero es simplemente porque es la que nos
toca más de cerca, en el resto del mundo las cosas llegan a ser profundamente
diferentes: veamos qué opinan los turistas que llegan a las orillas de los ríos en India
y ven como los deudos trasladan sobre sus hombros los cadáveres de sus familiares
recién fallecidos, y tras colocarles unos simples leños encima los queman y arrojan
sus cenizas al agua, sin control alguno, sin papeles, sin nada. Simplemente van y lo
hacen. Y quienes viajan aun más cerca, a México, no dejan de asombrarse cuando
el Día de los Muertos, en la noche, el pueblo se instala en el cementerio sobre las
tumbas de sus seres queridos, comen, bailan, hacen música, conversan con ellos y
comparten lo que tienen, generalmente muy poco. Nada más normal: los muertos no
ha dejado de existir, están de otra forma, son sólo otra parte de la vida. Y quienes
llegamos a ver en Lima, en las catacumbas tan católicas de la colonia, las paredes
escritas y dibujadas con huesos humanos, los esqueletos vestidos, las montañas de
huesos en las criptas hechos para la diversión y no el luto, no pudimos entender
porqué los restauradores de la década de 1990 sacaron todo, limpiaron y noentendieron que los siglos XVII y XVIII fueron precisamente los del manejo lúdico de
la muerte; si no ¿porqué aquí, en este mismo libro, se ven líneas de huesos largos
colocados uno tras otro rebordeando entierros? Los pueblos prehispánicos, todos,
enterraron sus muertos en los pisos de las casas en que seguían viviendo; salvo a
sus grandes señores que iban a templos y huacas, todos los demás quedaban para
siempre en la misma casa; eso que hoy podría causarnos horror, o al menos
estupor, era algo muy diferente: un enorme gesto de amor y de conservar lamemoria.
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La vida, como la muerte, puede ser vista de muchas maneras. Este libro describe
varias formas de manejar los muertos y la muerte, de ver y entender la vida –de eso
se trata en última instancia-, del poder que genera quien controla la muerte, de las
clases sociales y su capacidad de pagar por diferentes tipos de entierros, de lugares,
de mobiliario, de vestimenta; se está hablando de una expresión cambiante de la
cultura a lo largo de tres siglos en un mismo lugar –Mendoza en este caso-, de una
sociedad que muchos podrían pensar que no cambió pero que precisamente se
muestra que sí se transformó, así como lo hizo también el edificio mismo de la
iglesia, el que fue cambiando en forma constante, obra tras obra, ampliación y
arreglo uno tras otro.
Los estudios encarados en las Ruinas de San Francisco, desde hace años, han ido
dando su fruto. Un enorme esfuerzo del Municipio de Mendoza, de los
investigadores, de quienes hicieron la actividad de gestión para que esto continuara,
hoy pueden estar orgullosos de tener el proyecto arqueológico más extenso de la
historia argentina: casi quince años de excavación interrumpida en el Área
Fundacional, y la friolera de cien meses de trabajos de estudio y excavación en las
Ruinas de San Francisco. Esto no es poca cosa y el producto de este esfuerzo se ve
de dos maneras: el conjunto de conocimientos de que se dispone, absolutamente
abrumador y muy complejo de publicar y el rescate de un patrimonio cultural de
excepción para la ciudad de Mendoza
En aras de este esfuerzo es que Horacio Chiavazza presenta este libro, un aporte
concreto, específico, detallado hasta el máximo, de lo hallado en los entierros
hechos en la iglesia en sus diferentes etapas de existencia; una muestra del mejor
nivel científico que se ha logrado en esta experiencia colectiva. Lo presentamos conorgullo, con respeto, para que la comunidad pueda disponer de la información y el
conocimiento que la arqueología y la preservación patrimonial ha logrado con tanto
esfuerzo.
Dr. Daniel Schávelzon.Centro de Arqueología Urbana – Universidad de Buenos Aires.
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RESUMEN
Durante la conquista de América la iglesia actuó como institución legitimadora a nivel
ideológico. Avanzado el proceso de colonización, se transformó en la mediadora de
las relaciones sociales y certificó los procesos de transformación. En este trabajo se
pretende conocer que características y alcances tuvieron estos roles de la iglesia,
pero analizándolos fundamentalmente desde su materialidad. Para ello se consideró
al templo como unidad de análisis dentro de la escala urbana y a los esqueletos
enterrados en su espacio interior como informantes de las condiciones materiales de
existencia de los diferentes estamentos de la sociedad. Tal relación se observó en
términos diacrónicos, comparando entierros de diferentes períodos (entre siglos XVII
y XIX) procedentes de la iglesia jesuita de Mendoza (ruinas de San Francisco) y en
términos sincrónicos, comparando para ello entierros del siglo XVII procedentes de
la iglesia de la ciudad con los resultados obtenidos por investigaciones en
cementerios indígenas del mismo lapso y de sectores de frontera sur de la provincia
de Mendoza. Las características y diferencias emanadas de los estudios de
esqueletos y su relación con los bienes materiales invertidos en las tumbas son
correlacionadas dentro de variables espacio-temporales para poder comprender los
procesos ideológicos que actuaron en la formación de una nueva sociedad
implantada desde Europa.
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PRESENTACIÓN
El proceso de conquista del nuevo mundo implicó la instauración de nuevos órdenes
sociales, políticos, económicos y de organización territorial. Estos se fundamentaron
ideológicamente en gran parte a través del avance de la iglesia y la difusión del
catolicismo como ideología hegemónica. Así, la iglesia actuó como la institución
legitimadora del esfuerzo conquistador y, en muchos casos, de las inequidades
sobre la que se construyó ese nuevo mundo americano. En este trabajo proponemos
indagar este proceso desde su dimensión material. Para ello tomamos al templo
como unidad de análisis dentro del esquema de la implantación urbana. De este
modo consideramos que estos edificios constituyen un elemento de gravitación
simbólica para reproducir los órdenes establecidos según modelos de cuño señorial.
Pero a la vez, en ese mismo acto y en una dialéctica que jugaba al ritmo de los
procesos globales (aunque con tempo más retrazados en América que en Europa),
generaba las posibilidades para la legitimación de movilidad y asensos en una
sociedad estamental. Una sociedad que se encontraba en proceso de
transformación a causa del avance del capitalismo. Esto en un territorio marginal
como el de Mendoza, al este de la cordillera nevada y de la capitanía de Chile,
(jurisdicción de la que dependía) cobró matices singulares.
Optamos por indagar la materialidad de las prácticas fúnebres en una sociedad
donde la inmaterialidad de tales actos es la nota principal. Por ese motivo la
disposición espacial de los entierros en relación a las estructuras templarias que se
sucedieron en el predio excavado, se transformó en una vía para definir las
procedencias sociales de los difuntos. De ese modo planteamos hipotéticamente los
orígenes sociales de los esqueletos y desde ello caracterizar las condicionesmateriales de existencia en los diferentes estamentos a través del tiempo, tanto por
medio del estudio de las inversiones materiales realizadas en las tumbas, como de
las condiciones sanitarias y características que presentan los esqueletos estudiados.
La comparación de estos estudios con otros realizados sobre restos recuperados en
un cementerio indígena de siglo XVII en un sector de frontera, permitieron
comprender mejor cuáles fueron las condiciones de vida en los primeros tiempos de
la ciudad de Mendoza y observar luego en contextos más tardíos los procesos decambio experimentados.
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AGRADECIMIENTOS
Este trabajo compromete el agradecimiento de muchas personas e instituciones. En
primer lugar debo agradecer a los becarios del Centro de Investigaciones Ruinas de
San Francisco: Lorena Puebla, Laura Fiori, Cintia Ortega, Valeria Zorrilla, Vanesa
García y Marcos Quiroga, por su activa participación en las excavaciones y en la
realización colectiva de los reportes de trabajos de campo que obran en los archivos
del CIRSF. También agradezco la participación en las excavaciones de María Inés
Fregeiro, Omar Contreras, Valeria Cortegoso, Antonio Moreno, Daniel Barboza,
Alejandra Gasco, Ana Romero, Diego Estrella, Cecilia Caroff, Diego Navarro y
Azucena Tamiozo. También agradezco las respuestas a las consultas que tan
insistentemente hice a Daniel Schávelzon, como así también su permanente apoyo
en el desarrollo del Proyecto. Debo agradecer a Cristina Prieto Olavarría, por sus
comentarios y consejos. A Ann K. Jäntsch le agradezco los informes de los estudios
del conjunto bio-antropológico que realizó en el año 2002 para cumplir con su trabajo
de grado en arqueología (Universidad de Noruega). Pablo Chiavazza colaboró en el
tratamiento digital del texto. La instituciones comprometidas en el agradecimiento
son las siguientes: Municipalidad de Mendoza y a los sucesivos directores de
Cultura: Guillermo Romero, Patricio Pina y Alfredo Lafferriere, quienes bajo las
gestiones de los intendentes Roberto Iglesias, Raúl Vicchi y Eduardo Cicchitti
sucesivamente, apoyaron económicamente el mantenimiento del proyecto de
investigación y financian el funcionamiento del Centro de Investigaciones Ruinas de
San Francisco, dando continuidad a la política cultural patrimonial iniciada en 1989
bajo la gestión de Víctor Fayad y Guillermo Romero. También agradezco a la
Subsecretaría de Cultura de Mendoza, que a través de un subsidio concursado al
Fondo Provincial de la Cultura, apoyó parte de los trabajos de la “EscuelaArqueológica de Campo” que durante el 2003-2004 codirigimos junto con Pedro
Canepuccia, a quién agradezco también los trabajos de limpieza y restauración de
muchos de los elementos que se exponen en este libro.
Todas las opiniones y conclusiones vertidas en este trabajo son de mi exclusiva
responsabilidad.
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I
INTRODUCCIÓN
La ciudad de Mendoza fue fundada el 2 de marzo de 1561. Este emplazamiento
implicó un cambio fundamental del modo de vida humana y las formas de organizar
el hábitat respecto de las etapas prehispánicas en las tierras de huarpes 1
(denominadas de huentota ). Su impacto cultural y ambiental implicó variaciones
radicales. En efecto, hasta esa fecha las etnias locales no habían estructurado la
ocupación de su espacio de modo urbano. Estas se habían organizado en pequeñas
aldeas, más bien caseríos, que se dispersaban en el territorio atraídas por los cursos
de agua como vertebradotes. En ese contexto, la conquista y colonización de estas
tierras, hizo su primer impacto transformando paisajes tanto naturales como
culturales. El espacio aldeano y disperso indígena se reemplazó por el urbano que,
aunque fue muy modesto en sus orígen es, se basaba en principios ordenadores
diferentes a los de etapas prehispánicas, ya que concentraba mayor densidad de
personas en espacios acotados. Esto supuso la introducción de un modelo
importado que unificaba los modos de asentarse a nivel regional, generando
divisiones claras entre lo público y lo privado, y segregando además, los sectores
domésticos de los productivos, los gubernamentales y los de culto (figura 1).
La ciudad fue el marco dentro del cual aparecieron lugares con funciones y
significaciones específicas, los que aseguraban no sólo su carácter de tal, sino quegarantizaban su desenvolvimiento como un sistema integral e integrador. El sector
central correspondía a una plaza y en las manzanas lindantes a ella se destinaban
los terrenos para los edificios de gobierno y culto. La división de las manzanas para
propietarios concretos, el ejido comunal inmediatamente circundante para asegurar
las pasturas y los terrenos para estancias destinadas a explotaciones ganaderas y/o
agrícolas, fue el modo a través del cual se organizó la vida. La vida urbana se había
1 Huarpes millcayac es como se denominaban a si mismos los nativos del norte de Mendoza a lallegada de los conquistadores españoles en 1561.
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planificado entendiéndola como un centro y claramente diferenciada social y
económicamente de la periferia rural. La inauguración de un modelo de
asentamiento desconocido en estas tierras, independientemente de su grado de
efectividad en términos de adaptación a este ambiente, debió esperar muchos años
para consolidarse. De hecho hacia el siglo XVII la ciudad no era más que un
pequeño pueblo que se encontraba en un estado de subsistencia precario (Prieto
2000:139).
En este contexto, los habitantes de la ciudad debieron buscar no sólo mecanismos
materiales para sostenerse, sino también formas ideológicas para justificarse. En
este aspecto, el rol de la iglesia fue de gran importancia. La casa de gobierno, el
cabildo, señalaba en el espacio la concentración del poder político, mientras que el
templo representaba la justificación ideológica de la empresa ibérica en América.
Las iglesias, entonces, se levantaron como la materialización de una ideología que
hundía sus raíces hasta las mismas cruzadas medievales, la de expandir las bases
del occidente cristiano a nivel global. En efecto, la fe daba fuerza moral a los
intereses de una conquista de la cristiandad sobre la calificada como “infidelidad” de
los nativos de América. La simetría del modelo de “conquista con la espada y con la
cruz”, se patentizaba en las ciudades, haciéndose visible en la instalación de los
edificios de gobierno (cabildo) y culto (templo) justo en frente del espacio abierto y
público por excelencia: la plaza. Esto era pautado en las actas fundacionales y el
caso de Mendoza no escapó a la regla.
Sin embargo, así como el emprendimiento político fue multifacético y aún dentro de
una matriz de origen europeo presentó matices que le dan un perfil sumamente
diverso, la empresa espiritual tuvo sus variaciones de acuerdo a regiones yprotagonistas (tanto europeos como indígenas). En ese caso, no se puede entender
la evangelización ni como un impulso absolutamente espiritual ni como parte de un
proyecto materialista prediseñado de antemano. Este se fue haciendo en función a
circunstancias y actores. De todos modos, dentro de tal dialéctica, el rol de la iglesia
en el proceso de consolidación del modo de vida urbano y europeo tuvo una
gravitación fundamental (Cueto 1991:50-51). Esto es particularmente así en el caso
de la ciudad de Mendoza. Hacia mediados del siglo XIX, con trescientos años deexistencia y antes del terremoto de 1861, en 182 hectáreas urbanizadas (Ponte
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1987: 146) y con aproximadamente 11.500 habitantes (Romano 1991:123),
concentraba 9 edificios religiosos entre templos y capillas. Muchos de estos
emergían en el paisaje urbano donde predominaban casas de una sola planta, como
verdaderas montañas de ladrillo claramente contrastadas contra la arquitectura
vernácula (en general de tapias y adobes). Escribe G. Burmeister luego de su visita
a Mendoza en 1858, que ”...se ven casas grandes, bien blanqueadas, aun cuando
de un solo piso...” indicando la predominancia, hasta entrado el siglo XIX, de las
construcciones de tapia, y excepcionalmente de adobes “...las casas...más
modernas ... son las que por lo menos se edifican con adobes, cuando no con
ladrillos...” y este mismo relato acompaña el dibujo de su joven asistente A. Göering
ya que “...lo que a Mendoza presta principalmente su apariencia de gran ciudad y
cierta solemne dignidad… ( son ) ...las numerosas iglesias, capillas y conventos que
allí existen...” y que contrasta claramente con el edificio del cabildo que “...situado
del lado oriental de la plaza ; es un edificio muy feo, malo y hasta grotesco...”
(Burmeister 1943 en Romano 1991: 109 y 110).
En este trabajo se parte de que durante la colonia, el manejo de la muerte por parte
de la iglesia católica en general y del clero reglar y secular en particular, constituyó
una de las fuentes a partir de las cuales la emergente sociedad americana se
referenciaba. Justamente el estudio en el caso de Mendoza, sería uno particular que
no escapó a tal tendencia. Tal referencia se basó sobre todo en la posibilidad que
otorgaba la iglesia a sus fieles para reproducir el orden social, manteniendo la escala
del status y jerarquías a partir del entierro en los templos, ya fuera dentro o en el
exterior de los mismos. Es decir, así como los templos materializaban la justificación
ideológica de la labor espiritual; la administración de la muerte y la disposición de los
muertos, cristalizaban el rol de la iglesia y concretamente de las órdenes religiosas,en la justificación de la estructura estamental de la sociedad. Esto, incluso, en plena
contradicción con los ideales de pobreza e igualdad ante la muerte que sostienen los
evangelios y que era base de su actuación entre las poblaciones nativas
(evangelización). Una cualidad en la que se basaba esta diferenciación social era la
de ser “buen cristiano”. Como afirma María R Prieto, la pobreza en Cuyo impedía la
exteriorización de la hidalguía por medio de la demostración de la riqueza y el boato.
Por lo tanto, la misma se canalizó a través de comportamientos ligados a lareligiosidad (Prieto 2000:120). Los datos aportados para demostrarlo pueden
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extraerse de los testamentos. Este es el caso de testamentos de Hernán Arias de
Saavedra y Juan de Villegas de 1591, quienes como hidalgos aclaran que debían
ser enterrados en sitios preeminentes dentro de la iglesia (Prieto 2000: 121) y
pagaron por ello.
En ese sentido, los testamentos ofrecen buenos datos acerca de actos que
conducen a tal fin. Estas acciones son tanto de tipo inmaterial:
“... mando que el día que yo falleciera...se diga por mi ánima una misa
cantada con su vigilia...mando que se hagan por mi ánima veinte misas
rezadas con sus respectivos responsos sobre... (mi) sepultura...”;
Como de tipo material:
“... e mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia Mayor... junto a la pila de agua
bendita...” 2 .
El caso del capitán Antonio Moyano Cornejo Sienfuente también sirve de ejemplo
cuando en 1658 testa que:
“… si Dios fuese servido llevarme de esta presente vida… sea sepultado en
el Convento de Santo Domingo junto a la pila de agua bendita…” 3(Protocolos
1658)
Las implicancias arqueológicas de estos comportamientos sólo son perceptibles en
los casos en que se dan referencias espaciales.
A este ejemplo, tomado para el caso de vecinos poderosos de una Mendoza con
apenas treinta años de existencia, se le pueden sumar abundantes trabajos
historiográficos que demuestran como, las personas testaban por los actos y lugares
de sepultura que esperaban que sus albaceas y herederos gestionaran, pagando
2 Transcripciones documentales del Testamento de Hernán Arias de Saavedra y Juan de Villegas, de
1591. Tomado de Prieto (2000: 121)3 Protocolo 1658, Nº 17, Folios 70 a 82. Fecha.21 de diciembre AHM El Capitán Don AntonioMoyano Cornejo natural de la Ciudad de Mendoza. Testamento.
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antes a la iglesia para que cumplieran sus mandas 4 de entierro según la reglas de la
“buena muerte”. A partir de estas prácticas funerarias eran en realidad las familias,
las que se referenciaban dentro de un cuadro ideológico en el cual las diferencias
sociales eran profundas. Debe tenerse en cuenta que esta sociedad poseía una
rígida estructura social, basada en la pertenencia de los individuos y familias a
distintos estamentos. En este orden de cosas la inmovilidad no era tan rígida como
en una sociedad de castas, pero no existía la movilidad propia de una sociedad
clasista.
De esta manera, se entiende que al enterrarse a los individuos en determinados
espacios (materialidad de las prácticas funerarias) y de formas específicas
(inmaterialidad), los difuntos y por extensión sus familias se legitimaban socialmente,
ya que ocupaban en el espacio mortuorio el equivalente al de la escala social en
vida. Esta referencia en la muerte daba a los templos un verdadero carácter de
monumentos funerarios . La grandeza de los edificios de la iglesia otorgaba un
singular perfil a las ciudades, destacándose como símbolos de la presencia
constante de la iglesia en la vida cotidiana, buscando de ese modo actuar sobre las
conciencias como verdaderos bastiones contra las acciones pecaminosas,
neutralizando las fuerzas del mal y procurando controlar de ese modo las conductas
cotidianas de los ciudadanos. Esto, obviamente, no asegurara el cumplimiento
efectivo de las leyes evangélicas del buen cristiano.
En este contexto la iglesia favorecía el consenso establecido en relación al estatus
de los miembros de la sociedad, favoreciendo incluso ciertos ascensos. Pero en ello,
la iglesia no era neutral, dado que se transformaba en árbitro de lo que significaba,
en términos de la época, una “buena muerte” . En tal arbitraje, su fortalecimiento eracongruente al de los miembros de la sociedad que se enterraban en el interior de los
templos. En definitiva, al sepultarse dentro de los edificios de la iglesia, las familias
vigorizaban su imagen ante el resto de la sociedad, pero por otro lado, los dueños de
los templos también se fortalecían como guardianes de los buenos muertos . Esto
implicó para la iglesia, no sólo un beneficio ideológico, reforzado en este caso,
desde su imagen, sino que supuso excelentes ingresos, ya que los devotos eran
4 Las mandas son instrucciones de los pasos a seguir luego de la muerte que se incluyen en eltestamento para que las cumplan familiares y/o albaceas.
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verdaderos consumidores cautivos producto de la presión ideológica y moral que ella
misma adoctrinaba.
En este trabajo se busca reconocer como se estableció la relación entre la iglesia, la
sociedad y la muerte en el caso de los jesuitas y de Mendoza en particular durante la
colonia. Se estudiaron los restos arqueológicos del lapso que se remonta a inicios
del siglo XVII. Era cuando a la vez que hacía su ingreso en Mendoza, la Compañía
de Jesús se organizaba bajo la flamante jurisdicción paraguaya (esto hasta 1625
cuando es sujeta nuevamente al Perú a través de la viceprovincia de Chile).
El enriquecimiento en el caso particular de los jesuitas de Mendoza es evidente en la
cantidad de donaciones post-mortem recibidas de muchos de los fieles que testaron
para que fueran enterrados bajo cuidados espirituales de la Compañía de Jesús.
De este modo entonces, el estudio arqueológico de los esqueletos humanos y sus
contextos de entierro, excavados en templos coloniales enriquecerá el conocimiento
de aspectos vinculados con las formas de vida en la colonia y que no siempre son
congruentes con lo registrado en la documentación escrita. La excavación
arqueológica del predio jesuita de la ciudad de Mendoza que sucesivamente fue
ocupado por templos, un espacio que durante 253 años tuvo un carácter sacro,
ofrece buenas oportunidades para conocer aspectos vinculados al ritual, las
creencias y valores de la sociedad colonial mendocina, sobre todo del lapso en el
cual estaba experimentando su particular proceso de formación. En efecto, los
conquistadores habían iniciado su construcción colonial hacía tan sólo 47 años,
apenas la vida de una generación por esos tiempos, cuando los jesuitas recibieron el
predio en donación. La transformación radical de paisajes y sociedades quedóexpresada en la implantación de una ciudad donde antes existían pueblos y la
interacción biológica y cultural donde antes habitaban tan solo amerindios. Esto
quedó expresado en los registros materiales (arqueológicos). Por medio de las
excavaciones arqueológicas realizadas en la manzana jesuita se ha obtenido
abundante información referida a estos tópicos y que enriquecen la imagen histórica
de la ciudad, que ha sido generalmente reconstruida mediante el uso exclusivo de
fuentes escritas.
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La estratégica manzana obtenida por la Compañía de Jesús, ubicada en el corazón
mismo de la ciudad, le fue donada el 21 de octubre de 1608 por el matrimonio de
Doña Inés de Caravajal y de uno de los principales vecinos del siglo XVI, el
encomendero y capitán Lope de Peña. Con sus nuevos dueños este emplazamiento
adquirió un alto valor simbólico por diversas razones. La principal es justamente que
allí se emplazó el templo de los jesuitas. Sin embargo otras actividades
desarrolladas en el predio tendieron a fortalecer la presencia de la orden en el
contexto urbano. Por ejemplo, allí se concentró parte de la vida intelectual de los
mendocinos, ya que se estableció también una residencia con la escuela dedicada a
la enseñanza de las primeras letras y más tarde elevada a la categoría de colegio en
1616 (“Colegio de La Inmaculada Concepción”). Este predio, antes ocupado por los
indígenas (aproximadamente desde el año 0 al 1561), luego por los colonos (1561 a
1608), los jesuitas (1608 a 1767) y la orden franciscana (1798 a 1861), ofrece
contextos arqueológicos que fueron sellados finalmente por el terremoto que
destruyó totalmente la ciudad el 20 de marzo de 1861.
Este trabajo enfatizará entonces, el resultado de las excavaciones y el estudio de las
tumbas, su cronología, lugar de entierro, tipos de ajuares y preparación incluidos en
las prácticas funerarias desde 1608 hasta 1861. De este modo, los restos brindarán
indicios materiales que resultaron de las prácticas fúnebres en diferentes coyunturas
históricas, esto en clara dependencia de las creencias e ideologías imperantes que
se sucedieron en Mendoza antes del terremoto de 1861.
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Figura 1: plano de Mendoza a mediados del siglo XIX confeccionado por G.Burmeister (original depositado en el Museo del Área Fundacional de Mendoza). Elnúmero 9 señala el templo Jesuita, que en este lapso correspondía a la iglesia deSan Francisco.
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II
MENDOZA, LOS JESUITAS Y LA MUERTE
Cuando Francisco de Villagra en su paso a Chile, exploró el territorio de Mendoza en
1551, percibió el potencial de recursos naturales y fundamentalmente el potencial
humano de fuerza de trabajo que diez años más tarde se integraría al dominio
español mediante la conquista y consolidación colonial. Fue en base a tal
reconocimiento que en 1561 Pedro del Castillo, procedente desde Santiago de Chile,
concretó la fundación de Mendoza. Con esta acción se inició el proceso decolonización que se consolidaría lentamente durante el siglo XVII y daría lugar a una
nueva configuración humana al territorio del Cuyo habitado por los huarpes . La
ciudad fue el núcleo desde el cuál se emprendieron los avances sobre el resto del
espacio, ya fuera en las llanuras del este o en las montañas del oeste.
Desde tiempos tempranos, esos caseríos dispersos empezaron a recibir nuevos
vecinos lo que supuso un creciente avance del dominio colonial y el orden
Occidental sobre el territorio y las poblaciones nativas. En los primeros tiempos este
avance fue sumamente lento, sin embargo desde tiempos tempranos se observa
claramente el interés de las diferentes ordenes religiosas por desarrollar su labor
evangelizadora para lo cual se concentraron en obtener predios en la ciudad,
campos en la periferia y beneficios económicos que posibilitaran su sostenimiento.
En este escenario los jesuitas se presentan tempranamente. A principios del siglo
XVII, a cuarenta y siete años de la fundación, se instalaron en la ciudad (figura 2) y
con ello dieron comienzo a una intensa labor que los llevaría paralelamente, a
explorar nuevos territorios e incorporar en su patrimonio un importante número de
propiedades de gran valor productivo. Esto ya fuera por el potencial ganadero de los
territorios ricos en pasturas, en recursos mineros o con sistemas de riego favorables
para la producción agrícola. De hecho, desde su instalación en Mendoza y durante
los primeros cien años, la Compañía incorporó tierras de manera constante (Cueto
1999, Troisi Melian 1997).
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Desde 1608, cuando los jesuitas recibieron la donación de Doña Inés de Caravajal,
la viuda del Capitán Lope de Peña, se instalan en la manzana lindante al noroeste
de la plaza principal de la ciudad de Mendoza, lugar que se transformará en el
centro de operaciones de su empresa misional, cultural y económica hasta que
fueron expulsados en marzo de 1767. En este lugar ocuparon unas casas donadas
por la viuda, sobre las que luego realizaron obras que no se ha determinado con
precisión si fueron de acondicionamiento o de construcción para un templo
(Schávelzon 1998). Finalmente, al ser destruida esa obra por aluviones, entre 1716 y
1731, realizaron la construcción de otro templo que fue abatido por el terremoto de
1861 y actualmente se conserva en ruinas.
Estos casi ciento sesenta años bastaron para transformar a la Compañía de Jesús
en uno de los principales motores de la economía y las finanzas de la región. Con
dominio sobre recursos estratégicos, no tardaron en transformarse en los actores
más dinámicos de la economía y sumar así, a su proyecto cultural y misional un
importante capital, quizá en términos proporcionales, el más poderoso que haya
existido en la historia de Mendoza.
Sin embargo, pese a tal poderío, examinando documentalmente sus propiedades y
medios de producción, no se percibe el nivel de consumo acorde, que sería
esperable al menos, en el sector nuclear de su dominio. El registro de bienes
materiales exhibido por la orden a la hora de listar sus “temporalidades” cuando son
expulsados, muestra un contraste dado por escasos bienes materiales de consumo
(trascripto en Micale 1998). Es sorprendente que el eficiente manejo de esta
verdadera empresa haya requerido tan poca inversión administrativa, limitada a un
puñado de sucesivos curas que pasaron como administradores en el convento yhabrían subsistido en condiciones, sino precarias, más bien básicas.
Arqueológicamente esta austeridad es corroborada al observar los remanentes del
consumo, inmediato o diferido, de bienes materiales. Los contextos recuperados en
las excavaciones arqueológicas realizadas en la manzana jesuítica no reflejan
inicialmente el auge económico de la orden. Sin embargo, puestos a evaluar este
aspecto, conviene hacerlo en términos comparativos. En ese caso, al comparar lasinversiones inmobiliarias y las características constructivas de los emplazamientos
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de los jesuitas, la riqueza de la orden empieza a asomar y se hace más patente.
Está claro que el mensaje de austeridad quedaba marcado en las acciones
cotidianas, más no en las representaciones y señales de la presencia de la
Compañía de Jesús en el conjunto urbano. Su templo del siglo XVIII, hoy en ruinas
(figuras 3 A y 3B), es un ejemplo en este sentido. Ese edificio de dimensión
monumental, magnificada al contraponerse a las características de la ciudad de la
primera mitad del siglo XVIII, es una explícita manifestación de poder. Emerge
materialmente como un opuesto que marca predominancia respecto al poder laico,
la corona, representada en las construcciones de organismos públicos como el
cabildo (cuya pobreza de diseño impresionó tan poco dentro del conjunto urbano,
que ni siquiera mereció una mención descriptiva de detalle y mucho menos un dibujo
o siquiera un boceto).
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Figura 2: dibujo histórico del templo Jesuita del siglo XVII según Ovalle (1889) A, ymolduras que adornaban aquel templo recuperadas en las excavacionesarqueológicas. En la imagen de arriba figura del templo con ornamentos publicadopor Ovalle y hallazgos arqueológicos de molduras del templo del siglo XVII (B y Cdebajo).
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Figura 3 A y 3 B: dibujo de la fachada del templo antes del terremoto (A) y fotodespués del mismo (B) corresponden a 1858 y 1890 respectivamente.
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Se considera que los templos son edificios que funcionan en cierto sentido como un
marcador ideológico, mostrándose a la sociedad en una dimensión claramente
simbólica. En arqueología las corrientes críticas estudian este sentido de la
arquitectura entendiéndola como el modo a través del cual se esconden
desigualdades y contradicciones sociales, pero apelando a expresiones que son
aceptadas culturalmente (Orser 1996 y 2000). En el edificio del templo se reflejaba el
poder del clero y desde su vinculación con él, se identificaban los diferentes sectores
de la sociedad durante la colonia. En una organización estamental, con fuertes
reminiscencias medievales y dentro de un proceso de implantación de un nuevo
orden social en tierras americanas esto es relevante. Entre otros aspectos de la vida
colonial, la iglesia tenía potestad sobre la muerte y dicho en términos simples, los
trámites para acceder a la vida eterna pasaban por dar señales en este mundo. Esas
señales, entre otras, incluían rituales y actitudes realizadas en torno al difunto, a
partir de las cuales se reproducía el orden social “mostrando” la situación de la
familia frente a la sociedad desde su modo “religioso” de actuación. Mayor cantidad
de acciones en torno al muerto se correspondían con mejor visualización del poder
de la familia del difunto frente a su estamento y a los otros. En ese fortalecimiento de
la posición social, los templos oficiaban de marca material legitimadora del
ordenamiento estamental: como lugar sacro y según nuestra óptica, como verdadero
monumento mortuorio. Es importante remarcar que en este lapso las personas se
enterraban en las iglesias, dentro o fuera de los templos, pero siempre bajo la acción
tutelar de la institución católica, que poseía el monopolio en el manejo de la muerte.
En este sentido, la iglesia en general y las órdenes religiosas en particular, obtenían
a cambio dos tipos de beneficios que a su vez estaban interrelacionados. Uno era
ideológico, ya que se consagraba como institución consensuada para regir y ordenar
“como se debía morir”, que en realidad era arbitrar “como se debía vivir”. El otrobeneficio era material y se lograba por medio de los cobros que hacía por sus actos
de legitimación , es decir, en este punto existían beneficios económicos. Esta
dialéctica posicionaba institucionalmente a la iglesia, ya que le confería el poder
espiritual para hacerse con estos beneficios. Esta situación caló hondo y fue una
parte constitutiva de la consolidación ideológica del régimen colonial, (aunque en el
caso de los jesuitas trajo consecuencias negativas para la orden5). Incluso debieron
5 Esto sumado a la creciente influencia en sectores de poder político, terminó produciendo laexpulsión de la orden de la Compañía de Jesús.
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transcurrir cinco años después de declarada la independencia para que se
estableciera la reglamentación republicana de cementerios públicos, evidentemente
en otro marco ideológico y en un proceso de retracción del rol de la iglesia frente a la
sociedad civil.
De todos modos, transcurridos cuarenta años de existencia de esta ley, cuando se
produce el devastador terremoto del 2 de marzo de 1861, la tradición de 250 años
de monopolio en el manejo de la muerte volvió a pesar y los atrios de las iglesias
derrumbadas se poblaron de cruces de caña, señalando entierros y una actitud de
retorno a viejas prácticas, fuertemente afianzadas en el sustrato inconsciente de los
mendocinos. Sin embargo esta actitud era reeditada ante una situación de crisis total
y fuera ya del vínculo directo de manejo institucional de la iglesia.
En este breve resumen se ha expuesto un ensayo acerca del rol que tenía la iglesia
en su manejo de la muerte y como operaba dentro del ordenamiento colonial de la
sociedad. Dentro de este marco se organizó el trabajo arqueológico histórico en el
predio jesuita de Mendoza. Se presentará a continuación la información de contextos
funerarios, su cronología relativa y situación espacial, para contribuir a organizar el
registro bioantropológico del lapso comprendido entre los siglos XVII y XIX y
proponer así, la procedencia social de los difuntos. A pesar de existir abundantes
publicaciones referidas a la arqueología y estudios de materiales de las ruinas de
San Francisco, a la fecha no se ha presentado de modo organizado el resultado de
las excavaciones de entierros. De este modo, en este análisis se observaron las
correlaciones entre: 1.entierros, 2.lugar de inhumación en relación a templos (fuera
o dentro de los edificios de siglo XVII o XVIII) y 3.objetos depositados. De este
modo se otorgó sentido social a las inhumaciones y se posicionaron de acuerdo a suprocedencia de cara al análisis de indicadores que señalen que características
tuvieron las vidas de esas personas. Desde tal organización se otorgará sentido
social a los resultados de estudios bioantropológicos.
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III
ANTECEDENTES SOBRE ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS EN TEMPLOS
HISTÓRICOS Y EL ENFOQUE EN EL CASO DE MENDOZA
Los trabajos de arqueología ocupados de indagar acerca de lapsos en que existían
documentos escritos es un campo que remonta sus inicios a los orígenes de la
disciplina. La arqueología histórica, como campo de investigación delimitado, en el
caso de América, puede remontarse a diferentes fechas de acuerdo al país del que
se trate. Aunque en este caso debe considerarse que no existía ni existe una sola
definición. Si bien hay antecedentes para la primera mitad del siglo XX, la mayoría
de los arqueólogos coinciden en que al menos, en la América anglosajona, este
campo se organizó en 1960 con la Conference on Site Archaeology (Orser 2000). No
es objetivo aquí hacer una minuciosa lectura de antecedentes de la disciplina sin
embargo se dará un breve esbozo de su desarrollo. La historia del pensamiento que
guió este tipo de estudios dependió de problemáticas concretas de trabajo tanto
como de los enfoques teóricos que fueron imponiéndose en el campo general de la
arqueología. Si bien en un inicio se observó la necesidad de auxiliar estudios de tipo
histórico y documental por medio de la evidencia arqueológica, al pasar los años y
aumentar la complejidad teórica y empírica de las investigaciones arqueológicas de
sitios ocupados en lapsos posteriores al avance europeo sobre América, la definición
de la arqueología histórica como campo específico de estudio empezó a clarificarse
dando lugar a debates que se incluyeron en los generales de la arqueología. Son
significativos dos grandes pulsos en el camino hacia la autonomía de esta disciplinay ambos se relacionan con el mundo anglosajón. Los trabajos de S. South en los
años 1970 y luego los de Charles E. Orser en los 1990 supusieron aportes que
tuvieron alto impacto a nivel mundial. Esto no significa que el debate y la riqueza de
enfoques deban reducirse a estos autores, ya que por ejemplo, los aportes teóricos
de Pedro Funari en Latinoamérica han sido también relevantes en la construcción de
la identidad teórica de la disciplina (ver un detallado estudio del desarrollo de la
disciplina en Funari 1999). Sin embargo se considera que estos sintetizan losaportes y conceptos más destacados y populares, que favorecieron el desarrollo de
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la arqueología histórica como un campo de estudio con identidad propia.
Básicamente se realizó un largo recorrido, que fue desde la aplicación de los
estudios arqueológicos para la conservación de monumentos y el estudio de objetos
no indígenas, pasando por la evaluación de la variabilidad de la cultura material
ingresada por los europeos, hasta la descripción de los procesos de integración de
regiones y continentes enteros a nuevos ordenes políticos, sociales, ideológicos y
económicos, sobre todo de América y desde el siglo XV. Justamente en este
aspecto es que los estudios arqueológicos históricos han adquirido su mayor
identidad, poniendo énfasis en la comprensión y explicación de cuáles han sido los
fenómenos culturales que emergieron de las interacciones entre expresiones
culturales de todos los continentes y que elementos gravitaron en esa trama de
interacciones.
En el caso de Europa los estudios arqueológicos post-medievales presentan un
importante desarrollo justamente en el caso de análisis de templos católicos
antiguos. Incluso en España se registra un importante desarrollo en los estudios
arquitectónicos que detectan procesos de re-funcionalización de edificios islámicos
(por ejemplo mezquitas) para el uso como templos cristianos. Un interés y énfasis
similar se dio en el caso americano para el caso de estudio de los templos católicos
de la etapa colonial, dado que los mismos fueron los edificios más relevantes que se
levantaron en poblados y ciudades. En Europa occidental han sido particularmente
abundantes los estudios de este tipo en el mundo anglosajón. Sin embargo el caso
español es el más relevante para Latinoamérica, ya que la influencia y el dominio
colonial procedían de la monarquía de esa nación. En España existe uno de los
primeros antecedentes referidos al tratamiento arqueológico de predios religiosos en
el trabajo de Aragón Fernández (1935).
En investigaciones recientes se destaca el caso de Sevilla, allí este tipo de
estudio cuenta con un completo trabajo realizado en el convento de San Clemente
(Tabales 1991, y Tabales et al 1997). Algo similar ocurre en el norte de España, en
el caso de las tareas permanentes que se realizan en la catedral de Santiago de
Compostela en Galicia. En los casos citados se observa un importante desarrollo en
lo referido a la interacción de trabajos de investigación arqueológica histórica y derestauración de los edificios religiosos. Esto es importante ya que de hecho las
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labores realizadas en las ruinas de San Francisco de Mendoza constituyen un caso
que se sumaría a esta tendencia (ver Schávelzon 1995 y 1998).
En los estudios desarrollados en América, entre un importante volumen de
antecedentes, podemos observar los estudios arqueológicos históricos de templos y
espacios sacros de México. Allí un trabajo pionero lo constituye el de Carlos
Navarrete en Chiapas, quien durante una intervención de salvataje arqueológico en
el qué desoyó las indicaciones del INAH se abocó al estudio de restos coloniales,
obtuvo valiosos resultados para el desarrollo de la disciplina en su país (Navarrete
1998). Más tarde se emprendieron trabajos de largo alcance como el del convento
de San Jerónimo (Juárez Cossio 1989, Salas Díaz y Santaella 1998).
Recientemente se han publicado una serie de estudios en esta temática: en la
capilla del Rosario de la ciudad de México (González Leiva 1998), en el sector de la
ciudad ocupado por los Betlemitas (Hernández Pons et al 1998), en el convento de
Santo Domingo (Fernández Dávila y Gómez Serafín 1998). Incluso existen
importantes proyectos en las zonas de Tabasco y Chiapas con la ejecución de
investigaciones en conventos (Ledesma Gallegos 1998) e iglesias (Navarrete 1998)
respectivamente. En Ecuador se destacan estudios muy completos como los de los
conventos de San Francisco y Santo Domingo de Quito (Gutierrez Usillos e Iglesias
Aliaga 1996). En Chile, si bien los estudios arqueológicos históricos presentan un
notable retardo en la generalización de su aplicación respecto a otros países, existe
un antecedente interesante en el estudio desarrollado a principios de los años 1980
en la ciudad de Santiago (Medina y Pinto 1980), y más tarde en un cementerio
histórico de Iquique (Sanhueza Tapia 1991). En ese país, el desarrollo de una
arqueología de salvataje basada en una exitosa política patrimonial, ha permitido la
realización de importantes trabajos que favorecieron un desarrollo explosivo de laarqueología histórica. Dentro de la temática podemos mencionar el reciente trabajo
en la Iglesia de San Francisco de Rancagua (Henríquez Urzúa y Prado Berlién
2001).
En Argentina las intervenciones en predios religiosos han sido abundantes y tienen
larga data. Los trabajos que realizó Agustín Zapata Gollán (1956) durante los años
de 1950 en la iglesia de San Francisco de Santa Fe La Vieja constituyen uno de losprimeros antecedentes de este tipo. Justamente son estudios recientes sobre estos
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registros de Santa Fe La Vieja los que están ofreciendo visiones alternativas acerca
del comportamiento mortuorio en la colonia (De La Penna 1998 y 1999). Otro de los
antecedentes más antiguos es precisamente el trabajo de rescate que realizó
Rusconi en el predio Agustino de Mendoza (Rusconi 1955). De los años 1980 data
el trabajo realizado en Córdoba por Daniel Schávelzon, en la capilla de Tanti donde
pudo establecer entre otros aspectos, su cronología y las técnicas constructivas
implementadas (Schávelzon 1987).
Se destacan las tareas recientemente desarrolladas en el sector de las misiones,
que constituyen un caso importante por la magnitud del recurso patrimonial
implicado (sobre todo en el caso de las jesuíticas). De la década del 1990 existen
trabajos en la provincia de Santa Fe (Rochietti y De Grandis 1995) y de Misiones
(Pujade 1995). En el Primer Congreso Nacional de Arqueología Histórica Argentina
realizado en Mendoza en el año 2000, se llevó a cabo un simposio referido
específicamente a los “Sistemas Reduccionales en Argentina”, el que incluyó
comunicaciones de diferentes regiones6 (Poujade 2002a y b, De Grandis 2003,
Nobile et al 2003, Bonofiglio y Carrara 2003). LOS trabajos en esta temática llevan
una importante trayectoria y cuentan con abundantes antecedentes en Brasil (entre
otros ver, Arno Kern 2002 quien presenta una síntesis de los enfoques teóricos y la
práxis en este aspecto, también Kern 1997).
En Argentina, los estudios en arqueología histórica han centrado gran parte de sus
esfuerzos en trabajar sobre templos y espacios religiosos. Los antecedentes
referidos a la investigación arqueológica de templos coloniales del área fundacional
de Mendoza no son abundantes si se considera el potencial existente7, sin embargo
recientemente son los espacios que han concentrado mayor atención. El primerantecedente se refiere a la intervención de urgencia que realizó Carlos Rusconi en
1953, cuando luego de haberse desafectado por decreto a las ruinas de San Agustín
como Monumento Histórico Nacional, se procedió a su demolición para la
construcción de la escuela Mariano Moreno (Rusconi 1955, Chiavazza et al 1997,
Schávelzon et al 2002). Allí Rusconi realizó un trabajo de rescate expeditivo, que
6
Simposio que fue reeditado en el XV Congreso Nacional de Arqueología Argentina de Río IV (2005)7 prácticamente todos los predios ocupados por los templos durante la colonia se encuentran baldíos,total o parcialmente y en propiedad de las ordenes o de instituciones públicas.
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permitió salvaguardar algunos objetos y esqueletos humanos, además de ofrecer un
registro de la planta del antiguo templo a partir de los restos preservados hasta ese
momento de las ruinas (Rusconi 1955). Luego de esta intervención, sin ser parte de
un programa de investigación urbana, se produjo un prolongado período de
aproximadamente cuarenta años sin que se registraran trabajos en sectores de
templos coloniales del área fundacional de Mendoza. La única excepción registrada
en este tipo de estudios se refiere al trabajo que se hiciera en una capilla del
conurbano, en Guaymallén (Abal 1993) aunque fuera del ámbito de la ciudad de
Mendoza. En ese sentido, la autora emprendió luego otro trabajo pero en una capilla
de Lavalle (Abal 1994 y 2002).
En 1995 se registró el primer antecedente que supone un trabajo programático y de
largo plazo sobre los únicos restos emergentes de estructuras coloniales en la
ciudad: las ruinas de San Francisco8. Este trabajo se realizó9 dentro de un programa
interdisciplinario de investigación que favoreció el conocimiento y el desarrollo de
propuestas de conservación y puesta en valor del monumento histórico nacional
(Schávelzon 1995 y Schávelzon et al 1998). Estas labores estaban a tono con los
desarrollados en el predio del cabildo y la plaza fundacional (Bárcena y Schávelzon
1991) y su objetivo fue integrar el monumento histórico nacional al casco histórico
urbano (figura 4).
8 Cuando se iniciaban los trabajos en las ruinas de San Francisco, se publicaron dos notas en eldiario Los Andes (Bárcena 1995), en donde se interpretaba que esqueletos extraídos en el contextode obras en el predio eran restos de “víctimas del terremoto”, postulado que se mantuvo por lo menoshasta 1997 (Bárcena 1997:24, 291). Mediante excavaciones hemos comprobado que esto no es así.Es más, nuestras investigaciones demuestran que se trataba de entierros realizados en época
colonial.9 primero junto a Clara Abal hasta que fuera designada Directora del Museo Cornelio Moyano (1995-1997) y luego junto a Horacio Chiavazza (desde 1997 al presente)
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Figura 4: localización de las ruinas de San Francisco y otros puntos arqueológicosintervenidos en la ciudad
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El trabajo emprendido en las ruinas de San Francisco (figura 5) constituye el primero
realizado de modo sistemático y con excavaciones sostenidas en las ruinas de un
templo católico colonial de la ciudad de Mendoza. Sirvió de este modo, de idea
inicial y favoreció la noción de proyecto arqueológico urbano, dado que se iniciaron
trabajos en predios de diferentes templos coloniales. Los resultados fueron
ampliamente tratados en estudios arqueológicos particulares: Abal 1998 sobre la
primera temporada de excavaciones, Cortegoso y Chiavazza 1998 sobre
excavaciones de enterratorios, Chiavazza y Cortegoso 1999 sobre pisos de los
templos, Chiavazza y Chiavazza 2002 sobre reconstrucciones virtuales, Chiavazza y
Prieto 2001 sobre excavaciones, García y Quiroga 2002 sobre vidrios, Prieto y
Chiavazza 2001 sobre cerámicas indígenas, Prieto y Ortega 2002 sobre cerámicas
indígenas, Puebla y Zorrilla 2002 sobre estudios de cerámicas históricas, Romero et
al 2002 sobre estudios arqueofaunísticos, Schávelzon 1998 sobre historia de la
instalación jesuita. En otros sectores de la ciudad de Mendoza se realizaron trabajos
en la manzana de los dominicos (Bárcena 1997) y en el predio que ocupara el
templo de San Agustín (Chiavazza et al 1997, Chiavazza y Cortegoso 1997,
Chiavazza 2000, Schávelzon et al 2002). La excavación más reciente10 se realizó en
el predio de la orden mercedaria (Chiavazza 2003). Allí se descubrió una secuencia
de ocupación desde la instalación mercedaria en el siglo XVI hasta el siglo XIX.
10 Actualmente están en curso las tareas de relevamiento documental y prospección de los prediosque ocupara la Capilla del Buen Viaje (de los jesuitas) y la iglesia de La Caridad (de los franciscanos).
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Figura 5 Vista general de la ruinas de San Francisco, desde el sector de colegiohacia la pared norte del templo (2004)
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En el año 2002 se realizaron excavaciones en el predio mercedario de la ciudad de
Mendoza. Ellas dieron lugar a una muestra museográfica de sus resultados
(Chiavazza 2003b). En dicho trabajo se descubrió una sucesión de pisos, cimientos
y restos de muros que indicaban la existencia de la instalación mercedaria inicial en
la ciudad. Se destacaban los restos correspondientes al templo de siglo XVIII e
incluso se localizaron los empedrados del sector conventual. Por encima de estos
niveles se descubrieron pisos y paredes correspondientes a las estructuras de siglo
XX y que estuvieron en pie hasta el terremoto de 1985. Los restos recuperados
dieron lugar a un trabajo colectivo de estudio (Chiavazza 2004).
Estos trabajos que se acaban de listar, constituyen el cuerpo de antecedentes que
registran los estudios arqueológicos realizados sobre templos y espacios eclesiales
del área fundacional de Mendoza y de la provincia en general. Esta situación
condujo a que en el año 2001 se elaborara un proyecto para realizar la “arqueología
de los espacios eclesiales” que está actualmente en curso (Chiavazza 2003c).
Los antecedentes más detallados respecto a las excavaciones realizadas en las
ruinas de San Francisco pueden consultarse en el capítulo elaborado por Clara Abal
en el libro “Las Ruinas de San Francisco” (Abal 1998). Sin embargo debe aclararse
que en el presente trabajo se revisaron y calibraron muchas de las interpretaciones
propuestas por la autora. Esto se debe a que aquel informe corresponde a una
síntesis preliminar luego de un año de excavación, por lo que la continuidad e
intensificación de los trabajos sirvió para apoyar muchas de sus conclusiones pero
también para revisar algunos aspectos del registro que en ciertos casos van en otra
dirección interpretativa.
Marco y enfoques del análisis
De acuerdo al enfoque seguido en este trabajo, las hipótesis construidas en el
campo arqueológico histórico se basan en la dialéctica generada por la contrastación
entre lo que se escribió o narró y lo que se hizo realmente en el pasado. Muchos
autores han enfatizado la idea de que en sociedades en las cuales sólo algunos de
sus miembros manejaban códigos escritos, la información documental debe serenriquecida por los resultados que se obtengan en estudios arqueológicos sobre
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evidencias materiales (South 1977, Orser 1998). En esta dialéctica surgen
necesariamente, comprobaciones y refutaciones a los conocimientos alcanzados por
los estudios históricos. De este modo suelen abrirse nuevas líneas de trabajo, sobre
la base de la resolución a un problema de conocimiento surgen en y desde sus
propios resultados nuevos interrogantes, cuyas respuestas muchas veces tienden a
contradecir las resultados previos que los generaron. Esto permite pensar que
cualquier investigación histórica será incompleta y sesgada si no incluye el estudio
arqueológico de los contextos materiales producidos por las entidades sociales bajo
análisis.
En ese caso, si bien el límite de la información documental está dado por el recorte
de la realidad debido a que se basa en las percepciones, intereses y conocimientos
de quienes escriben, la misma tiende a ofertar un amplio repertorio de datos,
referidos a hechos, actitudes y pensamientos, que no tienen otro soporte empírico
que el registro escrito. Sin embargo la historia como disciplina científica posee
ciertos límites de calibración (aún cuando existan precisas catalogaciones de las
fuentes según sean estas primarias o secundarias11). Esos documentos,
considerados otro soporte material desde el punto de vista arqueológico, se valoran
en la medida que puede notificar acerca del comportamiento de su productor (como
en otros casos una vasija anoticia del alfarero). Pero se valoriza además en la
medida que registra experiencias (conscientes e inconscientes) que desde las
evidencias arqueológicas no se pueden obtener. Sin embargo, al contar con restos
materiales producidos en el mismo contexto social que generó esos escritos, se
puede acceder a otros actores, los que no escribían y que, en la óptica del
historiador emergen por referencia del que escribe. De este modo, la arqueología
histórica, trabajando en esa dialéctica, fortalece la interpretación crítica de losprocesos representados por medio de la historia, pero además genera hipótesis
desde la evidencia material que busca confirmarse, ampliarse o desecharse con la
información documental. No se piensa en “auxilios” de una hacia la otra, sino en una
interacción y mutuo aporte.
11Conviene recordar que la arqueología ha puesto a prueba datos y discutido interpretaciones
obtenidas incluso por rigurosos métodos estadísticos de la sociología, siendo un caso paradigmáticoel desarrollado por W. Rathje en su proyecto referido a los niveles de consumo de alcohol por lasociedad actual de Tucson, Arizona E.U. .
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En este caso se presenta el resultado de excavaciones realizadas dentro del
contexto urbano. Corresponde a la ocupación de un lugar específico por parte de un
sector del estamento privilegiado de una sociedad sumamente diferenciada y
estratificada en términos sociales y económicos, como lo era la colonial. Los
resultados que se expondrán en este trabajo se basan específicamente en el análisis
de los contextos funerarios descubiertos en el predio jesuita de la ciudad de
Mendoza.
Como marco histórico, debe considerarse, que el sector excavado correspondía al
de máxima representación simbólica que mostraba el estamento privilegiado y
clerical al resto de la sociedad. Esta orden, la Compañía de Jesús, en el siglo XVIII
había construido el poder económico más grande que haya existido en la región
(esto entendido dentro del contexto de la época). La manzana Jesuita, localizada al
noroeste de la plaza fundacional y principal de Mendoza, creció hasta transformarse
en el núcleo de operaciones de este poderoso grupo y esto se confirma al estudiar
las características de su edificio. El templo, con su fachada orientada al este, se
enfrentaba a la plaza, mostrándose a la sociedad que allí transitaba, como una
monumental evidencia de oposición exitosa y ciertamente poderosa, al esquema de
dominación colonial que impulsaba la corona y representada en el cabildo. El cabildo
y sus cárceles, ubicado en el otro extremo de la plaza principal parecían no poder
competir con la imagen producida por la presencia de la iglesia de los Jesuitas en el
paisaje urbano. No existen representaciones gráficas que registren al cabildo y por
contraste, el templo jesuita aparece siempre destacado en los dibujos de diferentes
épocas. Esto se remarca a tal punto que incluso expulsados los jesuitas y estando la
manzana y templo en poder de los Franciscanos, la imagen de 1858 de la Mendoza
colonial que fue destruida por el terremoto reforzó la idea de templos emergiendodominantes en un conjunto urbano “chato”, compitiendo incluso con el contraste
montañoso al fondo (la más significativa es la repetidamente publicada imagen de
1858 que fue realizada por Göering). La persistencia de esta representación y de la
profundidad con la que caló, puede seguirse en la historia y el destino de sus ruinas.
Destruida la ciudad, las ruinas que se mencionan, dibujan y fotografían son las del
templo que 130 años habían levantado los jesuitas12. La misma declaratoria como
12 La historia de las ruinas vista desde las fotografías es interesante en este sentido, las mismassirvieron de “telón de fondo” en antiguos estudios de fotografía, se imprimieron decenas de postales
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monumento histórico nacional habla en si misma acerca de la permanencia en la
significación del edificio.
Como se mencionó antes, si el edificio era la materialización que simbolizaba el
poder construido por los jesuitas, pertenecer al poder dentro de ese ordenamiento,
implicaba ser referenciado desde el mismo: ser enterrado en su interior implicaba
necesariamente reproducir el orden social, ya que muerto y sepultado, el templo
envolvía y legitimaba el poder del difunto fortaleciendo el poder de su familia. A su
vez, los miembros poderosos de la sociedad inhumados dentro del templo,
otorgaban al mismo un verdadero carácter de monumento mortuorio usado por los
privilegiados dentro de ese esquema social. En este sentido, tal representación no
implicaba exclusiones. Todos los miembros de la sociedad eran acogidos por la
iglesia para la administración de su muerte. Aunque las que si se marcaban y
reproducían eran las diferencias sociales por medio de una estrategia de
diferenciación de los espacios. En clave espacial se codificaba la lectura de la
desigualdad. En consecuencia, la iglesia propietaria del espacio, era la que se
apropiaba del manejo de estos códigos, otorgándole un sentido y favoreciéndose
desde la lectura que inculcaba a la sociedad acerca del mismo. Este tipo de
identificación de los individuos se dio dentro de una sociedad en la cual las familias
buscaban su posicionamiento concreto dentro de un marco global y colectivo, que es
el de la sociedad “blanca mendocina”. En las modalidades reglamentadas de lo que
se consideraba “la buena muerte” se reflejaba el vínculo entre la religiosidad y la
preocupación por el destino del alma. Los templos edificados dentro de las ciudades
eran una materialización de este sentir. Este tipo de enfoques orientó también los
trabajos sobre prácticas mortuorias que se realizaban en Santa Fe La Vieja (De La
Penna 1999). De hecho en ese caso, a partir de una entrada al problema desde laevaluación documental y la diferenciación precisa de quienes eran los difuntos. se
concluyó en que eran la duración y extensión de los rituales funerarios y la inversión
de energía en aspectos inmateriales los que permiten visualizar el rango social del
con su imagen (Schávelzon 2004). Se construyó un “paseo” entre ellas, aún considerando el caráctermarginal que revestía la ciudad vieja o barrio de las ruinas. Incluso su declaratoria como monumento
histórico nacional (aunque explicable en otro contexto político cultural), contribuyen y refuerzan laidea: el edificio que construyeron los jesuitas poseía un claro mensaje, para la sociedad y a través deltiempo: reflejan la fuerza y la perdurabilidad de su poder.
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difunto (De La Penna 1998). Con este enfoque también se habían emprendido los
trabajos de excavación en las ruinas de San Francisco (Chiavazza et al 1997-2001).
En este sentido, al excavar y estudiar las formas de inhumación de la época
colonial, se buscó hacer una contribución para conocer aspectos reales de la
organización en vida de esa sociedad, independientemente de lo que la información
escrita consignaba. El estudio de las prácticas funerarias contribuye tanto al
conocimiento de cuestiones rituales o religiosas como así también a reconocer
cuestiones sociales y económicas. En este sentido, los aspectos documentados en
testamentos, libros parroquiales, Cofradías de Caridad, literatura doctrinal y Sínodos
se enriquecen con datos aportados por la arqueología. El estudio de la posición de
los cuerpos, su ubicación en el espacio, la existencia o no de ajuares y cajones y
fundamentalmente de los rasgos bioantropológicos de los esqueletos, ofrecen datos
no disponibles en las fuentes escritas (Zabala Aguirre 2000:204).
Por otro lado, en el caso particular de Mendoza, la información escrita, presentaría
algunos huecos, dado que como se confirma documentalmente, en 1699 el obispo
de Santiago de Chile, Don Francisco de Puebla y González, objetó faltas en los
libros de asiento de defunciones e incluso recomendó ampliarlas porque eran muy
breves. Exigió que se asentaran todas las defunciones, que se aclare si hubo
testamento y ante quien, si existieron albaceas y herederos. También indica que al
margen de cada partida se aclare el monto abonado por la sepultura además de
otros datos. Incluso se señala que el no cumplimiento de tales recomendaciones:
“… se multe con $ 20 (veinte pesos) y se ponga bajo pena de excomunión…”
(Reboredo 1970: 349).
De este modo, el principio que orienta esta investigación se basa en el hecho de que
los esqueletos humanos y los contextos funerarios asociados procedentes de
excavaciones arqueológicas realizadas en templos coloniales aportan datos extras,
que no se encuentren en la documentación. Ellos contribuyen a relacionar la
procedencia social del difunto de acuerdo a su lugar de entierro. Esta información se
cruza con los estudios antropológicos de los esqueletos obteniendo así una
semblanza de las condiciones de vida de los diferentes estamentos en diferentesetapas. De este modo, el enfoque de la “arqueología de la muerte” aparece como el
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más apropiado ya que en general permite el análisis de la variabilidad del registro
arqueológico derivado de las prácticas funerarias, tanto en sus componentes
biológicos como culturales (ver por ejemplo Binford 1971, O`Shea 1984, Saxe 1970).
En este caso se apunta a comprender la variabilidad espacial y temporal del registro
mortuorio, aún cuando es conocido que en el caso de la funebria católica
predominan factores inmateriales sobre los materiales y los mismos están
fuertemente pautados por ideologías y creencias. Se considera entonces, que la
estructura envolvente que suponen los templos a la funebria en la colonia es en si
misma una evidencia que señala el tipo de actitudes hacia la muerte y las relaciones
que establecen entre los miembros de una sociedad a partir de su diferenciación
contextual. En definitiva, la arqueología de la muerte se vincula aquí con un estudio
arqueológico de la arquitectura posibilitando indagar el rol de los significados de los
elementos materiales en la configuración de la sociedad americana de acuerdo a
parámetros impuestos por la modernidad europeo céntrica en lo económico, pero
con fuerte connotación señorial medieval en lo ideológico. De este modo es posible
establecer en qué medida los discursos materiales crean y mantienen formas
dominantes de significado en contextos sociales particulares (Andrade Lima y
Senatore 2004) manifestando una tensión dialéctica entre el mantenimiento de
pautas ideológicas medievales dentro de un creciente desarrollo de sistemas de
economía propios de la modernidad. En este caso se definen los modos de
imposición de la iglesia de acuerdo con un orden concreto que contribuye a su
reproducción de acuerdo con pautas que confieren a los individuos y grupos una
forma de percepción de sí mismos y una forma de acción en la sociedad.
Esos templos poseen múltiples connotaciones y posibles lecturas, pero aquí son
considerados en la dimensión de monumentos funerarios, por lo que en primer lugarsu ubicación dentro del espacio del contexto urbano y en segundo lugar la inversión
puesta en su construcción ratifican de algún modo, la posición del difunto y su familia
en la sociedad. Las prácticas funerarias actúan así, como un mecanismo de
fortalecimiento del lugar ocupado e incluso ascenso social de la familia en la escala
social. En este caso se aprecia la tensión dialéctica entre la utilización de fórmulas
religiosas que ratifican el status quo de cuño señorial, pero que en realidad
constituyen un vehículo de base inmaterial para justificar el ascenso social propio delas sociedades de la modernidad.
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De este modo, los edificios destinados a templos son tomados como indicadores
materiales de las condiciones económicas y sociales tanto del sector del clero
(secular o regular) que lo edificó como de los pobladores que fueron enterrados en
el, ya fuera en su interior como en el sector exterior adyacente al mismo o “campo
santo” (Chiavazza 2002).
En este sentido, dentro de una sociedad colonial orgánicamente estamental, esta
situación en el manejo de la muerte y los muertos fortalecía nociones vinculadas con
la escasa movilidad social y un mensaje claro para los rigurosos roles, obligaciones
y beneficios que debían darse entre los miembros de la sociedad. Sin embargo en
ciertos casos, ese mensaje viene a legitimar una situación de cambio o de ascenso
postulado por esta vía, por determinados miembros de la sociedad (familias).
En términos documentales entonces, los contextos mortuorios resultantes de
prácticas funerarias católicas dejan dos tipos de información: escrita y material. La
información escrita corresponde a las actas de defunción, en ellas puede conocerse
el nombre del muerto y “mandas” para su entierro, lo que en si, y gracias a otro tipo
de documentación, como los testamentos, permite reconocer la posición social del
difunto. Su situación económica puede inferirse al buscar en la documentación
testamentaria el detalle de los bienes que heredaba. En este caso es interesante
cruzar datos emanados de la riqueza de la herencia del difunto con la inversión que
hizo (su familia) en el financiamiento de su muerte (pago de cruces altas o bajas,
oraciones, sector de entierro, etc.) e integrar estos datos en el esquema económico
de valores para la época.
Sin embargo y pese a la posibilidad de establecer ciertos niveles de detalle en elanálisis, con la información disponible no se pueden reconstruir nexos entre los
datos de defunción y los esqueletos excavados arqueológicamente. La falta de
referencia espacial detallada (salvo en algunos casos la mención a entierros dentro y
fuera del templo) y los procesos post-depositacionales involucrados en la
destrucción de los dos templos levantados por los jesuitas en el mismo predio,
suponen una imposibilidad para definir qué entierros corresponden a cuáles de los
documentados. Por otro lado, los objetos depositados y amortizados en las tumbas,para el caso de las prácticas católicas tienen un valor interpretativo relativo. Estas
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ofrendas, siempre muy discretas, que acompañan al difunto pueden ser una
referencia ambigua para inferir el nivel socioeconómico del enterrado. Incluso, otros
elementos invertidos en el entierro pueden resultar más significativos, como por
ejemplo la clavazón usada en los ataúdes, sobre todo de lapsos tempranos de la
colonia cuando estos elementos eran de producción limitada y relativamente
valiosos debido a la energía y materia prima incluida en su manufactura. Los clavos
eran forjados y la madera escasa en la provincia de acuerdo a los datos
documentales, por lo tanto puede ser estimada como una inversión de valor13,
sumándose al espacio elegido para la sepultura sobre todo durante el siglo XVII.
La localización de los entierros en consecuencia, será una de las claves para inferir
el origen social de los difuntos. La tradición católica de enterrar en las iglesias data
del medioevo, es decir que es una práctica trasladada a América con varios siglos
de tradición. Este proceso por medio del cual la muerte fue “invadiendo las
iglesias…tendrá su culminación en la época barroca…” (Martínez 1993: 424). Si bien
en las constituciones sinodales de Valladolid de 1607 y de Cuenca de 1626 se
legisla que había que reservar “… quarenta pasos en circuyto de las catedrales, y
Colegiales, y treynta de las Parroquiales, que es lugar sagrado, y religioso bendito
por Obispo” y que debía otorgarse este terreno para enterramiento cristiano
(Martínez Gil 1993: 446). , la permisividad de la Iglesia de enterrar muertos dentro de
edificios parroquiales y conventos se justificaba por los beneficios económicos que
obtenía (Zabala Aguirre 2000: 195). A estos beneficios se suman otros de orden
simbólico y que forman parte de la construcción de poder que fue tejiendo la Iglesia
en el nuevo mundo. El sentido espiritual del enterramiento en los templos fortalece
esta afirmación, ya que las iglesias remarcaban materialmente la idea de que cada
fiel debía pensar en su propia muerte, sirviendo de ese modo como un ”freno alpecado” , inspirando a rezar por los parientes allí enterrados y alejando así al
demonio, de los restos depositados en lugar sagrado (Zabala Aguirre 2000: 195).
Este es un claro mensaje que cumple con el objetivo de controlar indirectamente la
ideología de la población, y con ello justificar prácticas y legitimar órdenes de tipo
social, político y económico.
13 Esto si se considera que existía la posibilidad de enterrar sin cajones y sólo con mortajas (Martínez1996)
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CAPITULO IV
ARQUEOLOGÍA DE LAS RUINAS DE SAN FRANCISCO: EXCAVACIONES,CRONOLOGÍA Y ESTRUCTURAS
Las ideas expuestas anteriormente fueron puestas a prueba en las excavaciones
desarrolladas dentro del Proyecto Arqueológico Ruinas de San Francisco.
Las ruinas de San Francisco son tan sólo una parte del conjunto arquitectónicocorrespondiente al sector nuclear de la orden Jesuita en la ciudad de Mendoza. Esta
manzana limita al noroeste de la plaza principal, actualmente denominada Pedro del
Castillo. Este sector fue puesto en valor a partir de las excavaciones arqueológicas y
la instalación de un museo de sitio en donde se ubicaban el cabildo y la fuente de la
plaza. El espacio comprendido por unas 25 manzanas circundantes se conoce
actualmente como Área Fundacional de Mendoza. La misma forma parte del
proyecto urbano de recuperación histórica del Municipio de Mendoza, en el que el
Centro de Investigaciones Ruinas de San Francisco cumple un rol fundamental
(Chiavazza 2003).
Las ruinas fueron declaradas monumento histórico nacional el 6 de diciembre de
1941 (Decreto Nacional 107412). Desde ese momento comenzaron tareas de
conservación sobre los restos emergentes de muros y pilares14. Muchas de esas
intervenciones no fueron adecuadas y por ese motivo la integridad de las ruinas
estaba comprometida cuando en 1995 se decidió encarar un proyecto integral de
investigación, conservación y puesta en valor (Schávelzon 1998). Los trabajos se
centraron entre 1995 y el 2000 en excavaciones arqueológicas en área abierta.
Hasta 1997 fueron dirigidas por Clara Abal (Abal 1998) y a partir de 1997 fueron
dirigidas por Horacio Chiavazza. En esta segunda etapa se proyectó y concretó la
14 Conviene aclarar que el conjunto arquitectónico registra evidencias de intervenciones (para
mantenimiento y/o reparación) que corresponden a etapas en que el edificio estaba en uso (ver eldocumento elaborado por Comte en 1789, Archivo General de la Nación) además de las ejecutadaspara su restauración luego del terremoto de 1861.
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creación del CIRSF, que actualmente es la entidad encargada de intervenir
arqueológicamente la ciudad desde la municipalidad de Mendoza (Chiavazza
2003b).
La localización del predio entonces, forma parte de un sitio arqueológico de mayores
dimensiones: la ciudad de Mendoza. El predio no se corresponde con la totalidad del
dominio original de la Compañía de Jesús. Se limita a un lote correspondiente al
ángulo sureste de la manzana, esto es, parte del templo y colegio. El nivel
correspondiente a su dominio, además, se encuentra estratificado entre los 80 y los
110 cm. de profundidad promedio (tabla 1y figura 6). Se considera el
emplazamiento jesuítico como unidad espacial de análisis, por lo que al calcular las
superficies excavadas en cada sector, se puede observar que el muestreo es
representativo (gráfico de la figura 7).
Cronolo