manuel payno - novelas cortas - tomo i

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  • BIBLIOTECADE

    AUTORKS MEXICANOS.

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    n 2014I-

    http://archive.org/details/obras36payn

  • APUNTES BIOGRAFICOSDEL AUTOR.

    I.

    Manuel Payno y Flores naci en la Ciudaddo Mxico el 21 de junio de 1,810. Fueron suspadres don Manuel Payno y Bustamante, an-tiguo empleado del Virreinato, y doa JosefaFlores: el primero perteneca una familia aco-modada del Interior y era primo hermano dedon Anastacio Bustamante que posteriormentecolabor con el Libertador Iturbide en la glorio-sa obra de ia Independencia de Mxico y fuvarias veces Presidente de la Repblica.Payno entr muy joven, poco de consuma-

    da la emancipacin del pas, la Adxsana deMxico, con el carcter de meritorio, y no ha-ban pasado muchos aos de su ingreso esaoficina cuando fue enviado por el Gobierno, encompaa de don Guillermo Prieto y don R&-

    kteratura Mexicana-,Tomo II.

    A

  • mn IrAiza Alcaraz, a fundar la Aduana Ma-rtima de Matamoros orillas del ro Draro:en ella ascendi por rigurosa osala desde lospuestos ms subalternos hasta el ele Contador.En 1,840, estuvo con el carcter de Secretario,con el General don Mariano Arista, gefe delEjrcito del Norte, que durante varios aos tu-vo su cuartel general en Matamoros. Con escempleo tuvo en ei ejrcito el grado de tenientecoronel, que conserv cuando pas al Ministe-rio de Guerra como gefe de Seccin.Tambin fu administrador general de la ren-

    ta estancada del tabaco, empico en el cual tuvooportunidad de conocer los inconvenientes deese sistema y se propuso abolirlo como vere-mos despus; as mismo, su larga prctica en elramo de Hacienda, hizo que por difcil intrin-cado que era, lo llegara estudiar perfectamen-te y fuera en l una autoridad como lo demues-tran las diversas obras de la materia que escribi y public.El ao de 1,842 fu nombrado Secretario de

    la Legacin enviada la Amrica del Sur ycon ese motivo tuvo ocasin de conocer aque-llos pases, as como ir por primera vez a Fran-cia Inglaterra; terminada su misin diplomti-ca, volvi ocupar el puesto de contador de laFbrica Nacional de i abacos. En 1.844, el Pre-sidente Don ^ntonio Lpez de Santa Anua loenvi fi Nueva York y Filadelfia estudiar elsistema penitenciariaEstando en ese primer puerto fl principios del

    ano siguiente, presenci el embarque de lasfuerzas del general Taylor que iban dar prin-cipio a la guerra, en tanto que el gabinete deWashington pretenda an seguir las negocia-ciones diplomticas. Payno, indignado de esadoblez impulsado por su patriotismo, resolviponer en conocimiento del Gobierno mexicanoesa perfidia y al efecto flet una goleta en lnque lleg a Yeracruz, subi Mxico y di

  • Vil

    al Presidente Paredes oportunos y minuciososiniorines acerca de esa expedicin.El ao siguiente, que Scott lleg Veracruz

    con fuerzas de desembarco y ocup al fin la pla-za, Payno recibi orden de establecer un servicio secreto de correos entre el puerto y la ca-pital de la Repblica; con no pocos riesgos loinspeccion personalmente y adems de ese ser-vicio la causa nacional, prest el de batirsecon los invasores, en las guerrillas que en elrumbo de Puebla se organizaron, combatien-do varias veces al lado del valiente guerrillerodon Eulalio Villaseor.No hemos podido ratificar la especie que en

    alguna parte liemos visto de que form Paynoparte del Congreso de Quertaro en 1,348, puesen lus papeles de la poca se lee el apellidoPayr entre los diputados que votaron por lapaz, y an no consultamos los documentos ofi-ciales relativos esa Legislatura. Se nos liaasegurado que en el ao siguiente estuvo enEuropa y en el Japn.En 1,850, durante la Administracin del GJe-

    neral don Jos Joaqun de Herrera, desempela cartera de Hacienda y procur, secundadopor sus colegas y por el Presidente, introducirel orden y la economa en ese ramo que hacadiez aos estaba en un desbarajuste espantoso:concluy Payno con los acreedores de Londresun arreglo en 14 de Octubre de ese ao, me-diante el cual qued reducido el inters de ladeuda al tres por ciento anual sobre el capitalde 10.241,650 libras esterlinas (1) nico que lanacin reconoca entonces y se liquid la cuen-ta de rditos sin que hubiera necesidad de

    (i) Como entonces an no haba bajado de valor de plata, las cotizacio-nes se hacan la par y por lo tanto esos diez millones y pico de libras es-terlinas equivalan en moneda mexicana, 51.208,250 ps., y los rditos ygastos importaban anualmente 1.614,142.22 ps. Hoy esa deuda inonta cien-to cinco millones de pesos (y cuando baja la plata importa algo ms) y losrditos suman anualmente sin gastos, cinco millones doscientos cincuentamil pesos, Qu diferencia!

  • VIH

    agencias, ni de comisiones, ni de corretajes, nide gravmenes de ninguna especie, ni para lostenedores de bonos ni para Mxico, y sin queel Gobierno de la Reyna Victoria so mezclaseen nada. De cuantos arreglos se Haban hechohasta entonces, y se hicieron despus, sin ex-cluir el ltimo sea la conversin de L,899, nin-guno ha sido tan provechoso para nuestro pascomo ( que hizo el seor Payno en 1,850: elrdito se redujo de cinco al tres por ciento; elpago de l y del dividendo se hara en Mxico y no como antes en Londres; se suprimanlos gastos de giro, comisin, etc., que importa-ban ms de trescientos mil pesos; y por ultimo,de diez millones de pesos que importaban los r-ditos insolutos, consigui el Sr. Payno que losacreedores se conformasen con tres millones ymedio de pesos en efectivo y con algunos per-misos para importacin de algodn que no lle-garon a sumar un milln. Razn, pues, te-namos para decir que ese arreglo es el mejorque ha hecho la Repblica.Encargado del poder el General Arista, nues-

    tro financiero sigui en el Ministerio y cuan-do Santa Auna fu Gobernante por ltima vez.tuvo que salir nuevamente del pas a causa delas persecuciones de este Presidente por la par-te que tom Payno en un libro relativo laentonces reciente guerra con los Estados Uni-dos. Fu partidario de la revolucin de Ayu-tla, tanto por esa causa como por la de la amis-tad que le una con don Ignacio Comonfort,gefe de esa revolucin, y antiguo compaero deoeina del seor Payno. Al encargarse del po-der Comonfort el 11 de Noviembre de 1,855, leconfi la cartera de Hacienda y nuevamentedio muestras de su actividad y talento: sin sa-crificio para el contribuyente, apront los re-cursos necesarios para el rpido equipo y ar-mamento del ejrcito de dieciseis mil hombrescon que el Presidente sali batir a los 'pro-

  • IX

    nunciados" de Zaeapoaxtla, apoderados d^ laplaza de Puebla. Tan abundantes fueron losrecursos proporcionados ese ejrcito, que se-gn el mismo Payno refiere, "tomaba hastacaf con leche en el campamento," novedadbastante agradable para los soldados, acostum-brados antes desayunarse con el tradicional"atole." Decret adems la intervencin de losbienes de la dicesi de Puebla; expidi un nue-vo arancel de aduanas que estuvo vigente msde quince aos; desestanc el tabaco y otros ra-mos que eran aprovechamientos del gobiernodesde la poca colonial y celebro un nuevo arre-glo con la casa de Lizardi acerca de la deudade Londres.Algunas diferencias de opinin con Comon-

    fort acerca de las primeras leyes de Reformaque se preparaban y con las que no estaba deacuerdo, hicieron que en 1,856 saliera del Mi-nisterio, entrando don Miguel Lerdo de Te-jada; sin embargo, al inaugurarse la era cons-titucional en Septiembre de 1,857, volvi en-cargarse de esa cartera. Estbase preparandoen esos das un movimiento formidable contrala nueva Constitucin y Payno, por su altaposicin poltica, no poda ser indiferente ni ex-trao l; en un manifiesto que public el aode 1,800, trat de explicar en el lenguaje pin-toresco y descuidado que us en todos sus es-critos, la parte que l tom en el Golpe de Es-tado y dice que su separacin del Ministerioen 11 de Noviembre de 1,857, obedeci lasmolestias que le causaba una aguda enfermedadde ojos que padeci en esos das; sin embargo,en un rapto de ingenuidad no raro en l, dice:"Dos incidentes insignificantes y aislados die-

    ron principio la revolucin: el uno fu la se-paracin de don Juan Jos Baz del gobiernodel Distrito, y el otro la renuncia que en esosdas hice del Ministerio de Hacienda." Tam-bin ingenuamente dice que la Constitucin

  • Xno era ni buena ni mala, aadiendo que su se-gunda renuncia del Ministerio obedeci fi la fal-ta de recursos.No obstante esto, volvi encargarse
  • poca se ocup de asuntos literarios y arreciuna nueva edicin de su novela "El Fistol delDiablo." El triunfo del partido constitucionallista no cambi la situacin de Payno, puesaun cuando el proceso empezado en 1,857 nosigui causa de la multitud de sucesos que enese intervalo de tiempo se haban desarrollado*y que haban hecho olvidar los hombres delGolpe de Estado; sin embargo, el Ministro deHacienda de Comonfort haba ya muerto parola poltica, y pesar de que se encontraba enplena edad viril, poda considerarse como unnombre del pasado en medio de aquellos solda-dos y polticos que repentinamente haban bro-tado de todas partes; sin embargo, muchos co-mo don Jos Higinio Nez, le consultaban yse dejaban guiar de sus consejos en materia deHacienda.La intervencin francesa y el segundo impe-

    rio lo encontraron enteramente olvidado de lavida pblica, y sin embargo de esto, fu- objetode persecuciones de parte de las nuevas auto-ridades. P^l 21 de agoso de 1.8G3, se redujo prisin Payno en unin del Coronel Auza, dedon Agustn del Ro, don Lucas del Palacio yMagarola, don Renato Masson, periodista tran-ces, don Florencio M. del Castillo y de los se-ores Morales Puente y Goytia. Todos esta-ban acusados de conspiradores, segn declarla Regencia; llevados fi la prisin Militar deSantiago, el 27 se les sac de ella para condu-cirlos Veracruz y Ula, donde estuvieron pro-sos algn tiempo y fueron objeto de bastantesVejaciones. Sin embargo, cuando lleg Maximi-liano, reconoci el Imperio y aun figur entrelos regidores de la ciudad de Mxico, aunque pormuy pocos das, pues renunci el cargo.Restaurada la Repblica, Payno result elec-

    to diputado al IV Congreso de la Unin por elCantn Militar de Tepic, y consigui ver apro-bada su credencial; fu nombrado Profesor do

  • mHistoria Patria en la Escuela Preparatoria ydesempe otras comisiones que le confi elgobierno; sali reelecto j ara el v, vi y VilCongresos; li revolucin de Tuxtepee en nadaalter la situacin que guardaba. En 1*882 fuelecto Senador y en ese misino ao el Gobier-no de Don Manuel Gonzlez lo envi Parscomo agente de colonizacin: residi algn tiem-po en Europa y en 1,886 recibi el nombramien-to de Cnsul con residencia en Santander y pos-teriormente fu trasladado con ese mismo ca-rcter a Barcelona donde residi largas tem-poradas, aprovechando sus vacaciones en ha-cer excursiones por diversos pases europeos,pu s era muy afecto a viajar.Anciano ya, octogenario y cansado del mun-

    do, slo deseaba ya venir morir a su parta;dej el consulado y regres a Mxico, donde l'ucelegido Senador el ao de 1,81)2; en octubre le1,8 (.)4 fu nombrado presidente ue ese cuerpo,lo que le daba el carcter de vicepresidentede la Repblica para el mes siguiente, segn loprevena la Constitucin entonces. El 28 deoctubre enferm de pulmona a causa de ha-ber bebido a-va fra durante la sesin de eseda, y falleci do esa enfermedad el 4 de no-viembre de ese ao en el inmediato pueblo deSan Angel donde resida. No obstante el altocarcter de que estaba investido en la poca desu muerte, su entierro en el Panten de Doloresfu bastante sencillo.

    II.

    A pesar de los elevados puestos que ocupy de su larga carrera poltica, don ManuelPayno es mas conocido como escritor que comoestadista; y si de su obra de economa quedapoco, su renombre como literato (Jurar an lar*'os aos.

  • XIII

    Contemporneo de Caldern, de RodrguezCalvan, de Navarro, Carpi, Laciinza, Gonz-lez Bocanegra, Guillermo Prieto, y otros mu-chos escritores que despus de la Independen-cia empezaron publicar sus composiciones,sigui la misma senda que ellos; perteneci la Academia de Literatura; compuso algunosversos, publicados en "El Ateneo Mexicano,""El Museo Mexicano," y en algunos otros; es-cribi uno dos dramas, segn afirma CERO ypublic varias novelitas cortas cuando lleg la juventud, segn podr colegirse por las fe-chas puestas al calce de cada una de las com-posiciones que contiene este tomo, primero desus obras.Algunas de ellas las reuni en un pequeo

    volumen que tiene el ttulo de "Tardes Nu-bladas," Mxico, 1,870, donde tambin se en-cuentra un entretenido y curioso viaje de M-xico Veracruz, que se presta admirablemen-te para estudiar las costumbres y la situacindel pas de los comedios del pasado siglo.Los peridicos de 1,838 en adelante, sobre to-

    do los literarios, tienen muchos artculos y nove-litas cortas de Payno, entre las que recordamos:"Mara," Novela publicada en "El Ano Nuevo,"publicado por el editor Galvn para el ao de1,839; "Un Doctor," "Loca!" "La vspera y elda de boda," "Alberto y Teresa," "TrinidadJurez," "El Barn d'Artal," "Pepita," "LaLmpara," "La Esposa del Insurgente," "ElMonte Virgen," novelas y muchos artculos en"El Museo Mexicano," correspondiente losaos de 1,843 1,845; "Entretenimientos deamor," novela, en "El Ateneo Mexicano," 1,845;"Artculos de Viaje" y "Leyendas," en la "Re-vista Cientfica y Literaria," 1,845 y 1,846. En1,848 public un almanaque con el ttulo de "ElAo Nuevo," donde insert numerosos artcu-los y la novelita "El Lucero de Mlaga."Pero la obra que le dio ms notoriedad y que

    Literatura Mexicana.Tomo II. -B

  • XIV

    populariz su nombro, fu su novela "El Fistoldel Diablo," publicada por primera vez en losaos de 1,845 y 1,846, en el peridico titulado,"Revista Cientfica y Literaria," durante loaaos arriba citados. Despus del "Periquillo"y de "La Quijotita," de Lizardi, el "Fistol" erala primera novela "larga" que se publicaba enMxico, y retrataba, no las costumbres de lapoca virreijmal, sino los tipos y personajes quehabitaban la capital de la nueva Nacin; genui-namente nacional esa novela, es un verdaderoarchivo que guarda el recuerdo de los usos de laantigua sociedad mexicana, su lenguaje, sus re-franes, trajes, preocupaciones, tendencias, etc.El estilo de esa obra no es muy correcto, la Hi-larin de la trama no muy completa, y el len-guaje no muy elevado, sin que por esto se creaque es del todo vulgar, y sin embargo, es ver-daderamente agradable. "Tengo la creencia,deca CERO propsito del "Fistol," de queManuel no form un plan para escribir esa no-vela y de aqu es que ella creci por acu-mulacin, pero lleg su trmino; aunque notodos los suscritores tuvieron conocimiento deeso."

    Efectivamente, la segunda edicin de "El Fis-tol del Diablo," hecha en 1,859 y que en pocotiempo se agot, sali notablemente corregiday aumentada, y otro tanto sucedi con la ter-cera, hecha en Barcelona en 1,887; en ella losaumentos fueron mucho ms considerables yel desenlace totalmente diverso del de las dosediciones anteriores.Del mismo estilo que esa novela es la otra

    que tambin public en Barcelona de 1,899 1,891, titulada "^os Bandidos de Ro Fro:" uncrimen, clebre en los anales de nuestro foro,forma el argumento de la obra, en la que sincesar se ven desfilar gentes y personajes cono-cidos de nuestra sociedad que han dejado enella perdurable memoria, por su abolengo, sus

  • XV

    extravagancias, sus riquezas por sus mritos.Preparaba otra novela, continuacin de **E1

    Fistol del Diablo;" pero ignoramos si la ter-min.Tambin public obras de otros gneros; pa-

    ra sus alumnos de la Escuela Preparatoria,escribi un "Compendio de la Historia de M-xico," que en la forma de efemrides que tie-ne, es bastante completo y alcanz seis edicio-nes que fueron aumentando su volumen. Hoyest olvidado, no obstante que es preferible muchos otros, escritos con ms pretensiones,pero con menor exactitud y concisin.Colabor con Don Vicente Riva Palacio en

    "El Libro Rojo," obra de carcter histricoque relata los ms culminantes sucesos sinies-tros que registra nuestra historia de tres si-glos y medio; "Iturbide y Tern*' y "Mxicoen 1,848," son otras dos pequeas obras de ca-rcter histrico que escribi. Fu asimismouno de los principales colaboradores en la obra"Apuntes para la historia de la guerra entre M-xico y los Estados Unidos," que le vali eldestierro ordenado por el General Santa Auna.Acerca de sus viajes public unas curiosas"impresiones de un viaje Inglaterra." Si fue-ra fcil reunir en una coleccin todas las obrasy los escritos de Payno, formarase una de die-ciocho veinte gruesos volmenes, donde ellector encontrara tratadas materias muy di-versas de economa poltica, historia, arqueolo-ga, literatura, viajes, poltica, geografa, etc.En eil "Boletn de la Sociedad Mexicana de

    Geografa y Estadstica," public asimismo nu-merosos artculos histricos, descriptivos y fi-lolgicos; de los varios peridicos de carcterpoltico en que escribi, recordamos el sema-nario burlesco titulado "Don Simplicio," y "ElSiglo XIX," entre todos, y en el que con di-versos intervalos, durante ms de un cuartode siglo, aparecieron sus producciones; fu Pay-

  • XVI

    up el fundador del diario llamado "El fede-ralista," que en un principio tuvo la particulari-dad de dedicar sus nmeros dominicales lajuventud, la que easi exclusivamente llenabaesos nmeros; tarea larga sera siquiera seala]los artculos debidos su pluma en esos dia-rios. El ao de 1,S60 public un opsculo expli-< ando su conducta durante los sucesos que mo-tivaron el golpe de Estado de 1,857.Sus obras reierentes a asuntos econmicas

    acreditan su laboriosidad y vastos conocimien-tos en esas materias: adems de las "Memoriasde Hacienda," que public cuando fu Ministrode los Generales Arista y Herrera, y que die-ron materia don Juan Prim para suscitar enlas Cortes espaolas un animado debate sobrela cuestin de Mxico, Payno en 1,802 escribiun grueso tomo titulado "Mxico y sus cuestio-nes financieras, " donde hizo la historia y el an-lisis de las deudas que reportaba Mxico: esaobra la escribi por encargo dei gobierno y paraser presentada los comisionados de Espaa,Francia Inglaterra que, en son de guerra aca-baban de llegar con tropas Veracruz. En1,867, don Benito Jurez le encarg otra obrapor el estilo que se public con el ttulo de*'( 1ueirtas y gastos de la Intervencin y del Im-perio," en la que haca la historia financierade esa poca y el clculo de lo que esos dos su-cesos costaron Mxico.Escribi otras obras, entre ellas -'Mxico y

    Barcelona," que dej indita y que despus desu muerte empez publicar su hermano donJoaqun Payno, que nos ha facilitado algunosdatos para esta "Noticia:" y sus "Memorias,"que tambin estn inditas y que son cuidosas interesantes.Perteneci numerosas asociaciones cientfi-

    cas y literarias; adems de la "Acauemia deLiteratura" que ya hemos mencionado, su nom-bre y figura en las listas de la Sociedad Mexi-

  • XVII

    cana de Geografa y Estadstica en la que pormuchos aos fungi como Secretario; fu Presi-dente honorario de la Sociedad de Africa, esta-blecida en Pars; el mismo honorfico cargo tu-vo en la de "Artes Industrias" de Londres;miembro del Instituto Cooper de Nueva York;socio corresponsal de la de Geografa y Estads-tica de la misma ciudad, etc.; adems, fu de-clarado ciudadano de varios Estados de la Re-pblica.Sin ser una eminencia, Payno fu un hombre

    notable en las letras y en la poltica de M-xico. Sus obras fundamentales ci Hacienda,el arreglo de la deuda y el desestanco del taba-co, produjeron, la primera, evitarnos dificultades diplomticas y aplazar por doce aos laintervencin europea, y la segunda la prosperi-dad de que hoy disfruta la industria tabaca-lera; fu adems un hombre honrado, pues noobstante los puestos que desempefi, nunca furico; si en poltica cometi faltas, no son ellasde las que manchan la reputacin de un hombreque cambio prest muchos servicios supas; no fu orador, y sin embargo, cuando su-ba la tribuna saba atraerse la atencin delCongreso; "piensa en voz alta, deca un escri-tor, y jams orador alguno ha subido con tan-ta tranquilidad ni ha tratado al auditorio conms confianza. Por muy grave que sea el ne-gocio, por muy acalorada que est la discu-sin, por muy exaltados que se encuentren losnimos, Payno se presenta impasible y hablacomo podra hacerlo en su despacho en unareunin de amigos acostumbrados escucharle;no anda buscando ni las frases pomposas nilas figuras poticas, ni los golpes de teatro; muypocas veces se exalta, y no hay peligro de quemuera por impetuosidad de su carcter."

    Alejandro Villaseor y Villaseor

  • MARIA.

  • Que amor en el alma vive,y si ella otia vida pasa,no muere el amor sin dudapuesto que no muere el alma,

    CALDERON.

    Un trono soando vieron,y un cadalso al despertar,

    A. SAAVEDRA.

    I.

    LA MADRE Y LA HIJA.

    El mar inquieto irritado : una cadenade ensenadas y lagunas solitarias : gruposde rocas negras : multitud de mdanos queson transportados por el viento : tempesta-des horribles :un aspecto rudo, imponen-te ; tal es la naturaleza de Soto la Marina.

    Algunas chozas miserables, habitadas porlos pobres pescadores, respiran desolaciny abandono ; parece que las ramas del rbolprotector nunca han alcanzado dar su

  • 1sombra aquel triste suelo. Empero aque-lla naturaleza salvaje no earece de atracti-vos, porque es grandiosa y sublime :el al-ma de Lord Bryon, la imaginacin de Schi-11er.

    Se ve algunas veces un cielo hermosocomo el de Oriente ; otras triste, cubierto denubes cenicientas, como el que se reflejaen las ondas del Tmesis.Una tempestadhorrible, el mar agitado, formando un rui-do que hiela la sangre : al otro da, la lunaapacible en medio del cielo, el mar quieto,el mar hermoso, el mar de plata.Es all lanaturaleza sin duda el libro del alma, laimagen perfecta de todas las alternativas ycontrastes de la existencia del hombre.

    Detrs de una colina formada de grandespeones, cuya base baaban las aguas delmar, estaba edificada con ladrillo y made-ra una casa pequea, que sin embargo po-da reputarse como la mejor de todas lasdel puerto, y desde poco antes que salieseIturbide de la repblica, habitaban en ellados personas.La madre era alta, gruesa y vigorosa

    :

    cuarenta primaveras que haban rodado porsu cabeza, no la haban despojado de aquelsemblante agradable y majestuoso, en quese trasluce una belleza devastada por elcontacto de los aos. Dotada de una al-ma enrgica, de un esfuerzo varonil y deuna virtud del corazn, cumpli, como po-

  • scas, con los deberes de esposa ; es decir,particip en los combates de los peligrosde su esposo, le consol en sus trabajos,llor con l sus desgracias ; fu para l unamigo, un ngel, porque su esposo, comotodos los buenos mexicanos, vol incor-porarse con los primeros valientes que hi-cieron resonar en Mxico los ecos sonorosde Independencia y Libertad.Dorotea eraveraeruzana.

    El fruto de un amor sin lmites, la ter-cera esencia de dos almas ntimamente uni-das por todos ios sentimientos, fu una hi-ja.Veinte aos, talle airoso, faz rosada,ojos negros, pie pulido: virtud, sencillez,inocencia : belleza en el cuerpo ; belleza enel alma : tal era la hija. Mara haba naci-do en el pas de las flores, en el Edn me-xicano.Mara era jalapea.La madre y la hija, despus de haber re-

    corrido todos los crculos dolorosos delmundo, despus de haber luchado con laadversidad, parece que escogieron aquel si-tio, al parecer ms prximo la vida futura,como la ltima posada que haban de habi-tar en la peregrinacin por el valle de mi-serias y de dolor. En efecto, aquella casaera la misma en que el esposo y el padre ha-bit, aquella casa era querida para la ma-dre y la hija, lo mismo que las rocas y lasolas del mar, porque todos estos lugaresfueron testigos de la aurora de felicidad quereluci un istante sobre la pobre familia.

  • 6Por otra parte, entre el tumulto y agitacinde una ciudad, qu plaza podran ocuparla viuda y la hija de un soldado ? de un hom-bre que dej sus bienes, las delicias conyu-gales, la paz domstica, y ocupado nicay exclusivamente del amor de la patria, vol las filas de los valientes, y fu soldado.Mas el crculo en que el destino le colocarano era elevado ; as es que fu valiente, ge-neroso, baj al sepulcro cubierto de hon-rosas cicatrices, y muri peleando por supas como un hroe; pero muri soldado.Los grandes seores, la clase media, el pue-blo se ocupara de la suerte de la viuday la hija del soldado? Sin duda que no.

    Ellas vivieron segregadas de la sociedad ;mas no fu esto bastante para que escapa-ran de las injusticias y estorsiones de lamisma sociedad, y se retiraron un sitiolejano y solitario. Hasta donde es posibleeran felices, pues que la madre tena lahija, la hija la madre, y ambas Dios.

    Soportaban lo presente con la resigna-cin propia de la virtud ; el porvenir no lesinquietaba, porque su porvenir era la muer-te

    ; y exentas de crmenes y de remordi-mientos, aguardaban la muerte con tran-quilidad: solamente les haban quedado losrecuerdos de lo pasado, materia suficientede todas sus conversaciones. Escuchemosuna de ellas.Era una tarde. Corra una fresca brisa

    que templaba los vapores de la ardiente are

  • 7na, cuando salieron Dorotea y Mara lapuerta de su casa gozar de la frescura delaire y de la vista del mar. Dorotea hilabaalgodn con un malacate, y Mara, cabizba-ja y triste como de costumbre, guardabaun profundo silencio : despus de un rato,Dorotea fu la primera que habl.Siempre triste, Mara; tienes empeo

    en aumentar mis padecimientos. Si yo temirara como en otro tiempo alegre, bulli-ciosa. Ya. . . . hasta los colores tan frescosde tus mejillas van desapareciendo poco poco.Madre, vd. lo quiere creer as. Se en-

    gaa vd. : no tengo nada; pero en estasoledad es fuerza entristecerse. Ah ! entonces iremos Mxico,

    otra parte ; donde ests mejor.

    - A Mxico ? . . . . Oh nunca

    !

    Por qu?Porque. . . . Mara suspir, psose un

    dedo en la boca, y guard un profundo si-lencio.Vaya, hija; recin venida este puer-

    to, todas las tardes salas este mismo sitio tocar el harpa y cantar, y fe ma queno te escuchaba yo sola, sino que todos lospescadores se acercaban oirte, porquetienes, alma ma, una voz tan dulce. . . .Pero ahora. . . . interrumpi Mara.Ahora, prosigui la madre, me agra-

    dara infinito me cantases unos versos : lamsica, hija ma, arrulla el alma de Ijs

  • 8viejos, y les trae la memoria los das ale-gres de su juventud.Bien, madre mia, no tengo qtiien

    complacer en el mundo ms que vd.Fu Mara traer su harpa, mientras Do-

    rotea, maquinalmente y sin dejar su ocupa-cin, murmuraba con su ronca voz algunacancin popular del tiempo de sus prime-ros aos.

    Mara haca resonar con una dulzura yuna armona celestial las cuerdas de su har-pa, y tomaba tal expresin de ternura y me-lancola cuando cantaba, que causaba laadmiracin de todos los pescadores y habi-tantes de Soto la Marina.

    Volvi con su harpa, con la compaerade sus alegras, la consoladora de sus tris-tezas.

    Est ya templada: qu quiere vd. quecante ?Lo que t quieras, Mariquita ; todo me

    agrada de tu voz.Lo que yo quiera?.... Medit un

    momento, y acompaada de su harpa ento-n esta cancin.

    Oh qu dicha incomparable !qu ventura, qu contento,cuando vaga el pensamientoen una hermosa mansin

    !

    El alma vuela otro mundo,y en su rpida carrera

  • 9no hay trmino ni barrera"que contenga esta ilusin/'Son de amor las ilusiones

    sueos alegres, dorados,palacios de oro encantadosdo se enerva el corazn.Mas estos ensueos vanos

    como el humo desparecen,V nuestros martirios crecen"disipada la ilusin.

    "

    Vuelve, vuelve, grato sueo,que tu blsamo apetezco,y mi existencia aborrezcosin tu dulce agitacin.De placer inexplicable

    t mi espritu inundaste :dime dnde te ausentaste,"grata, risuea ilusin?"

    Concluy Mara baj el semblante, s~desprendi de sus ojos una lgrima, quecay sobre su harpa, y comenz con el de-do trazar algunas lneas que queran de-cir algo de lo que pasaba en su alma.Y bien, Mara, no sigues cantando?

    en qu se ocupa tu pensamiento? Estssumergida en una profunda meditacin.En verdad, contest Mara, que recuer-

    do ahora tiempos ms felices. Se acuerdavd., madre, cuando entr en Mxico el ejr-cito?S, y mucho que me acuerdo. Oh;

    el entusiasmo, el regocijo tan natural queLiteratura Mexicana.Tomo II.

    2

  • se vea en los semblantes de todos los me-xicanos con dificultad volvere-mos ver otro da igual, Ya se ve, eran ne-cesarios otros once aos de muertes y de-sastres, y otra victoria para que. . . .Mucha razn tenan los valientes, in-

    terrumpi Mara, para estar contentos, co-mo que despus de lidiar por su patria y dederramar su sangre en las batallas, llega-ban Mxico gozar del reposo con susfamilias.Yo, hija, no particip mucho de esa

    alegra, porque no vi entrar tu padre co-ronado con los laureles del triunfo, buscan-do su casa, y ansioso por arrojarse en losbrazos de su Dorotea y cubrir de besos elrostro de su hija; el infeliz descendi antesal sepulcro. Mi padre ! . . . Me amaba mucho : es

    verdad ?S, y mucho que me acuerdo. Oh

    !

    ocasin que lo sacaban en Irapuato al pat-bulo, volva la cara, me miraba con ter-nura y me deca: "No te aflijas, Dorotea,muero por mi patria

    ;pero el nico encargo

    que te hago, lo nico que te ruego no ol-vides, es mi hija, mi pobre Mariquita. Cmo te haba de olvidar, hija, cuandoeras la nica prenda que me quedaba en elmundo

    !

    Y despus, pregunt Mara con la voztrmula, qu sucedi?No haba llegado su ltima hora. Yo

  • me arroj los pies del emperador, que en-tonces mandaba la tropa que haba cogidoprisionero tu padre. ... al fin se enterne-ci con mis lgrimas y arranc tu padrede la muerte

    ; y aun nos dio dinero y caba-llos para que en el silencio de la noche nosescapramos. De veras ? qu generoso ! ; Oh ! desde entonces, sigui Dorotea,

    no ha dejado de amar al emperador, y to-dos los das la primera splica que dirijo alcielo es porque aunque sea lejos de su pa-tria, le conserve la vida muchos aos.Y yo tambin, madre, siempre he he-

    cho lo mismo.En Quertaro, qu bien metrat; sin duda nos hizo algn favor: cun-teme vd,, madre, por qu estuvimos allcon l? Oh ! ese servicio jams lo olvidar : t

    ibas ser deshonrada, arrebatada de mi la-do por un coronel perverso

    ;pero la Provi-

    dencia lo llev all, y te salv de un peligrehorroroso que t misma no conocas. Yaves, hija, lo que le debemos.Mucho, mucho ; ; pero por que lo des-

    terraron? por qu tan p^jnto baj del tro-no?Quin sabe : ya te acordars de su co-

    ronacin, fui la primera en ir., . . Es ver-dad? te llev. ... .Quin ha de creer quetanta pompa, tantos vivas y tanto en lisiasmo haban de parar en un destierro?

  • 12

    S, en un destierro: yo creo que esuna injusticia.Una perfidia.Qu quieres, luja, esta es la condicin

    humana: ayer, un trono: hoy, lejos de supatria.

    Desgraciado ! pronunci Mara me-

    dia voz.Ciertamente muy desgraciado : esto de

    morir, tal vez lejos del pas que lo vi na-cer, es muy terrible; yo dara mi vida porvolverlo ver como lo vi en la catedral.Mara llor

    ;guardaron un rato un pro-

    fundo silencio; pero como ya la noche co-menzaba caer sobre la tierra y soplaba unnorte algo fuerte, recogi Dorotea su ma-lacate y su algodn ; Mara su harpa y seencerraron en su pobre habitacin.

    Tal vez podr traslucirse por la conver-sacin antecedente, que Mara se interesabademasiado por la suerte del emperador. Enefecto, haba sido para Mara un objeto deadoracin interior, de un culto puro : leamaba desinteresadamente por uno de aque-llos movimientos naturales del corazn, loscuales estn excluidos, por decirlo as, delimperio de la razn.No era extrao, la gratitud se equivoca

    frecuentemente con el amor. Por otra par-te, Mara, cuya vida desgraciada no le ha-ba permitido disfrutar de los placeres y co-nocer otros objetos que ocuparan su pen-samiento, se haba entregado, en medio dela soledad, unas ilusiones risueas para

  • x 3

    su edad : aunque conoca al instante todala locura de su ideas, no poda separar-se de ellas ; de tal manera, que vinieron producirle aquel tedio continuo, aquellacalma fatal que experimenta el hombrecuando le es imposible realizar sus ms li-sonjeras esperanzas. Esto suceda Maraen la poca de esta narracin.

    Pobre Ma-

    ra !

    II

    LA VUELTA A LA PATRIA.

    La maana era hermosa ; el cielo azul,salpicado de algunas nubecillas blancas, seretrataba en el mar cuyas olas, al balancear-se con blando movimiento, formaban rfa-gas brillantes. La brisa inflamaba las velasde un bergantn ingls, que surcando lasolas espumosas del golfo, se diriga lascostas de Mxico.Luego que ray la aurora, el primer cui-

    dado de Iturbide fu subir cubierta, desdedonde trataba con ansiedad de observar conun anteojo. Pas el momento mgico ; elmomento en que el piloto grita : "Tierra."Iturbide, despus de la primera emocin,salud con palabras tiernas y elocuentes,con las lgrimas en los ojos, las costas que-ridas del suelo donde vio la luz primera.

    Sin embargo, puede asegurarse que su j-

  • *4

    !)ilo era ms grande, ms vehemente que elde otro cualquiera. Rodeado, poco tiempohaca* de toda la grandeza y esplendor ima-ginables, fu el objeto de la adoracin y res-peto de una nacin libre; y en medio de lalocura y entusiasmo que inspiraba los me-xicanos el aura de libertad que por prime-ra vez respiraban despus de tres siglos, lehaban sealado con el dedo, y elevado regir los destinos de una nacin.

    Iturbide volva los lugares, testigos detantas escenas, ya de dolor, ya de contento

    ;

    cada colina, cada monte, cada arroyuelobullan en su memoria un torrente de re-cuerdos.

    Estaba sentado en la popa del barco conla vista clavada en las costas de Mxico, yle agitaban en aquel instante mil encontra-dos pensamientos. Ya vagaba de nuevo enlos campos espaciosos de la fortuna y delpoder

    ;ya pensaba entregarse contemplar

    en algn lugar solitario, la armona y be-lleza naturales, y gozar en el ltimo terciode su existencia, de la paz domstica y dela tranquilidad, que no se encuentra entrela prpura y entre los cortesanos : ya se fi-guraba que poda muy bien llegar el mo-mento 'en que, empuando el acero, volaraotra vr/ combatir contra I03 enemigosde su patria; en fin, recorra su mente va-rios cuadros. Pero imaginara, ni aun re-motamente, que estaba muy pronto el fataldesenlace del drama de su vida? De nin-

  • *5

    guna suerte. Iturbide perseguido en Euro-pa, se acoga su patria : vena solo, sinpompa, sin soldados y confiado en que losmexicanos no haban olvidado al hombreque los hizo libres.

    Hallbase Mara sentada en una roca,algo distante de la playa, divirtiendo sutristeza con la multitud de canoas y botesde los pescadores, cuando divis un ber-gantn que aproximndose ligeramente, an-cl en la barra : una curiosidad natural lahizo aproximarse. El bergantn arroj unbote al mar, y entraron en l hasta cuatropersonas. Aproximse el bote tierra, ysaltaron las cuatro personas. Quin podrpintar la sorpresa de Mara cuando recono-ci al emperador ? Lati su corazn, cambisu rostro mil colores, y fu la primera quepronunci el nombre de Iturbide. Pocesinstantes despus Mara estaba plida, losojos desencajados y temblando, porque ha-ba escuchado una sentencia de muerteEncaminse su casa maquinalment

    ;

    encontr su madre en la puerta, que va sa-ba la fatal nueva, porque corren por des-gracia en alas del viento.Madre ma, sabe vd ....Todo lo s ... . respondi Dorotea

    ; yla madre y Ja hija se abrazaron y derrama-ron abundantes lgrimas.

    El corazn de la mujer es las ms vecessensible y tierno : la mujer llora por suamante, por su hijo, por su hermano, y aun

  • i6

    por su enemigo cuando es desgraciado; era,pues, natural que la madre y la hija llora-ran por la prxima muerte del hombre quien tanto deban.

    Pas mucho tiempo sin que hablasen unapalabra, hasta que Dorotea, acariciando elrostro de su hija, exclam

    :

    Huyamos, hija, huyamos para no pre-senciar una escena de dolor.S, madre ma, como vd. quiera.Mara no estaba en estado de obrar ni de

    conocer nada. Iturbide, el patbulo, la muer-te, el bergantn, todo se presentaba suimaginacin al trasluz de una nube de ho-rrorosos pensamientos. Crea un sueo todocuanto haba presenciado

    ;rea, lloraba,

    cantaba.La maana que sigui este suceso, la

    madre, la hija y un anciano que las acom-paaba, iban caminando Padilla,

  • rayos de luz que se ofuscaban y perdan en-tre las sombras y suciedad de las paredesEn un extremo de la pieza estaba Iturbi-

    de sentado delante de una mesa, con unamano en la frente, mientras que con laotra sostena una pluma, sumergido en unabismo de meditaciones. Una golondrina separ en las ramas de unas florecillas silves-tres que haban nacido en la cornisa de laclaraboya. La golondrina pi alegre, y hu-biera tal vez permanecido all largo rato;pero la dbil rama sucumbi, y la golondri-na se vol. El preso mir el pajarillo, ex-hal un suspiro y continu triste.

    Cuntas reflexiones despertara en sualma este incidente tan comn, y que na-die que no sea un desgraciado, puede ha-cer alto en l ? Considerara la rama tan d-bil como la existencia del hombre : envidia-ra la libertad del ave, y querra, comoella, respirar el aire puro. El canto mon-tono y silvestre del pjaro tendr algn en-canto para su alma? Quin sabe.

    Iturbide en aquel momento senta el pe-so de la fatalidad, y todas las amargas re-flexiones consiguientes su desgracia seagolpaban en su cabeza; todos los senti-mientos de su corazn los confiaba la plu-ma, y procuraba sacar alguna consecuenciapor la que dedujese el motivo que le preci-pitaba en el ltimo extremo de los males.Dej un momento la pluma y comenz discurrir.

    Literatura Mexicana. Tomo II.

    3

  • i8

    Un alma grande, un corazn fuer-te, jams se abate ni tiembla por la prximaaparicin de la muerte. No obstante, quinsabe qu pavor secreto se apodera del hom-bre cuando considera atentamente que vapronto, muy pronto, concluir su vida.

    Sac el reloj hizo una breve pausa. Santo Dios, las cuatro y media ! . . .

    .

    A las seis el suplicio Ah ! conti-nu, qu trabajo cuesta romper los esla-bones de esta cadena que ata el cuerpo conel alma, aun cuando no tenga el mortalsobre la tierra sino desolacin y martirios....Yo s tengo ligas fuertsimas que es im-posible desatar sin llenarse de dolor : mi es-posa, mis hijos . . . Dios mo ! . . . .Iturbide, despus de haberse limpiado una

    lgrima que le arranc el recuerdo de suinfeliz familia, se sent con tranquilidad continuar la representacin que diriga alllamado congreso de Tamaulipas, que noiba servir ms que de un monumento his-trico, que transmitiera' las generacionesvenideras el crimen de algunos y la desgra-cia de un hombre digno de mejor suerte.

    Parse otra vez y exclam : Slo, abando-nado ; nadie vendr dulcificar mis ltimosmomentos ; no oir ya sino la voz de misverdugos. Una palabra de consuelo no di-sipar esta carga insoportable de tristezaque abruma mi alma y debilita hasta lasfuerzas de mi cuerpo. La luz va faltandoen este cuarto.

  • 9

    Se acerc y abri cuanto pudo una puer-ta vieja de la claraboya, y prosigui

    :

    El cielo est triste como mi alma, yno tengo siquiera el placer de que el sol demi patria enve un rayo sobre mi heladafrente. Los ltimos momentos que misojos vern la luz : las estrellas brillarn estanoche en el cielo, y no alzar mis ojos paracontemplarlas, porque esta noche reposarentre el polvo. . . .

    Oh, Dios eterno, esto

    es increble! Si fuese un sueo. . . . Reali-dad, todo es realidad : cmplanse tus altosdecretos.Oyese en esto un sordo murmullo, ruido

    de armas, pisadas de caballos y el redoblede un tambor. Pocos momentos despus laprisin estaba llena de soldados.

    IV.

    LA PLAZA

    .

    La plaza presentaba tambin un cuadrono menos triste y sombro. El cielo, cu-bierto de nubes cenicientas, tomaba porgrados un tinte ms obscuro, conforme elsol se iba poniendo ; caa una lluvia menuday soplaba ratos un viento fro ; algunosaviones volaban graznando, y se coloca-ban en las ramas de uno que otro lamomarchito; las pocas casas estaban cerra-

  • 20

    das; los habitantes vagaban inquietos y so-bresaltados, y en la iglesia recitaban, envoz baja, algunas buenas ancianas, los sal-mos penitenciales.Al toque de un tambor ronco, desfilaba

    por un ngulo de la plaza un cuerpo de tro-pa; en el centro el prisionero y su ladoun sacerdote recitndole oraciones y ex-hortndole con dulces palabras la con-formidad ; detrs el pueblo, que por un ins-tinto de curiosidad se atropella por ir unafuncin una escena de horror. Perosaba el pueblo quin iban extraer parasiempre de su seno ? Saba que el que es-taba cercano la muerte era el hombre quele amaba, y que le vea como su propia fa-milia? Tal vez lo saba; pero qu importa:haba agentes que le movieran, que le qui-tasen la venda de los ojos, y le dijesen : "Mi-ra, el hombre que llevan al suplicio es elmismo que te quit las cadenas : corre, l-brale de sus asesinos?" Por el contrario,tena las armas delante.

    Sin embargo, dejbase escuchar por in-tervalos un sordo murmullo, parecido al deuna lejana tempestad. Cada cual deseabadentro de su pecho que la ejecucin no severificase ; cada cual deseaba dar su vidapor salvar al prisionero ; mas todo el mundosilenci, y la ejecucin no dilataba en veri-ficarse.Al redoble del tambor par la comitiva

    en el centro de la plaza; colocaron Itur-

  • 21

    bid en la posicin conveniente, y el silen-cio que rein por un momento, di en-tender cunto padecan la mayor parte delos espectadores.

    Entre tanto, habla Iturbide con el sacer-dote, quiz algo relativo su conciencia su familia. Procuremos echar una r-pida ojeada sobre el cuadro que en lo gene-ral presentaba la plaza.

    Multitud de cabezas apiadas en un ex-tremo, y cuyo movimiento era muy seme-jante al de una oleada, no perdan uno slode los de la vctima : de una parte un grupohablando en voz muy baja: un viejo solda-do con su capote amarillo, y un rosario decuentas gordas en la mano, rezaba por laltima hora del hroe. Dos tres embebi-dos en la puerta de una casa, y volviendoaqu y all la cabeza, significaban que algu-na parte tenan en el suceso. Un militar,cubierto de cicatrices, retorcindose el bi-gote, chispeando los ojos de clera y que-riendo por momentos arrojarse sobre la tro-pa y salvar al desgraciado, pona de repentela mano sobre el puo de su espada; masluego la retiraba poco poco, bajaba la ca-beza y limpiaba con su callosa mano el aguade sus ojos. Tres cuatro entes, cuyas al-mas viles no merecan pertenecer la ra-za humana, esparcan la voz de que era muyjusto muriese el traidor que nos quera en-tregar Espaa. Miserables ! ! ! Una ma-dre llorando; el nio que tena en los bra-

  • 22

    zos llorando; un grupo llorando: ms ade-lante, tres cuatro inocentes jugaban, sonrean delante de la muerte, y preguntaban :Qu sucede? En fin, haba en la plaza llan-to, risa, remordimientos.Es preciso tambin introducirnos un mo-

    mento en una casa demasiado pobre, perobastante limpia, colocada al sur de la pla-za, y observar los movimientos de sus mo-radores, y principalmente los de dos muje-res que estuvieron rodeando, desde por lamaana, la prisin de Iturbide, y suplican-do con lgrimas los oficiales y centinelas,que las dejasen entrar un slo momento : nolo consiguieron, y se conformaron con irsiguiendo de cerca Iturbide, hasta que latropa form cuadro

    ; y la anciana se enca-min la casa referida, llevando, casi enlos brazos, una linda joven. All rodea-das de dos tres seoras, pas la escenasiguiente

    :

    Es en vano llorar, doa Mariquita, dijouna anciana con la faz surcada de aos ; elmal ya no tiene remedio : ahora lo que con-viene es rogar Dios por su alma.S, hija mia, es lo nico que nos resta.En verdad, madre, que vd. y estas

    seoras rogarn Dios por la ma.T morir, hija de mis entraas? in-

    terrumpi Dorotea con un acento dolorido.; Y por qu no ? Ve vd. mi rostro pli-

    do, mis ojos hundidos y mi frente fra;una mquina tan descompuesta, cree vd.que tardar mucho en aniquilarse?

  • 23

    Que la curen: ah est mi cama, dijodoa Juana, la duea de la casa.Que la curen, repiti Mara con iro-

    na : que me curen el alma, que pongan den-tro de mi pecho otro corazn.Necesita descansar, dijo doa Juana.En el sepulcro, contest Mara.Pobre nia, exclamaron todas al mis-

    mo tiempo, mientras la madre, fijos los ojosen su hija, le separaba los cabellos que lecaan en el rostro.S, por este momento pueden vdes. te-

    nerme mucha lstima, porque sufro dema-siado. Madre ma, exclam sollozando yarrojndose al cuello de Dorotea ; este mo-mento es horrible . Qu, no ha muerto? no lo han matado ?

    Nadie le respondi.Pero no dilatarn .... .Mire vd., ma-

    dre ma, soy muy feliz porque dentro depoco yo tambin habr muerto; y morircuando la vida es tan amarga, es un con-suelo.Me causa extraeza el inters tan gran-

    de que toma esta joven por el Sr. Iturbide,dijo en voz baja una de las presentes doa Juana; bueno es afligirse, (bien sabeDios que se me poda ahorcar con un ca-bello) pero no hasta el grado de perder eljuicio como esta nia.Creo que es su pariente, respondi do-

    a Juana.

  • 24

    No abandona la vanidad ciertas gentes en ningn caso; as es que doa Jua-na, aunque conoca muchsimo Mara,aprovech la ocasin con la pregunta paradarse importancia con sus amigas. Siguie-ron stas cuchicheando hasta que habl otravez Mara.Madre, perdone vd.

    ;pero no puedo ya

    tener dentro de mi corazn este secreto.Cul, cul? exclamaron todas movi-

    das de la curiosidad.Yo le amo, s

    ; y qu me importa quelo sepa el mundo entero? no va morir? no va santificar la muerte este amor ?Calle, dijo doa Juana: con que le

    amaba?S y qu tiene eso? dijo otra, al fin

    su sangre : tiene; razn de estar as.Seoras, sigui Mara f si yo les con-

    tase \des. un sueo muy horrible que tu-ve, ah ! si yo se los refiriera, se estremece-ran : no me acuerdo. . . . pero un navio. . . .qu se yo ... . la muerte ! . . . . Pero todoes mentira : un sueo al fin ... . No digobien, seoras?

    Giraron desencajados sus ojos al derre-dor del cuarto, y se escap de sus labiosuna amarga sonrisa.Hija, hija, no me atormentes, y no des-

    troces el corazn de una madre.Vd. siente lo mismo que yo? contes-

    t Mara.

  • 2 5

    S, hija, lo mismo ; y enlazadas con losbrazos, lloraron la madre y la hija.En esta situacin permanecieron un ra-

    to, hasta que volvi Mara, desprendin-dose de los brazos, dirigirles la palabra.Qu no saben, seoras, que el morir

    es un descanso? No ven vdes. en el mun-do un lago de sangre, donde se bullen ca-dveres y sombras que nos amenazan ? Yno es gustoso salir de estos horrores k viviren otros mundos muy hermosos, muy tran-quilos?.... Madre ma, la tempestad esmuy furiosa, y va destruir nuestra casa.Est loca la infeliz; exclam doa

    Juana.Pobre nia, dijeron las otras.Mara cerr los ojos y se reclin en el

    seno de su madre.Entre tanto pasaba esta escena: Iturbi-

    de concluy su confesin con el sacerdote yesper la muerte. Describir los ltimosmomentos de aquel desgraciado, y trasla-dar al papel toda la solemnidad de unhombre al pie del cadalso, en los umbralesde la tumba, es imposible. El hombre, eneste ltimo acto de su vida, es poeta, es fi-lsofo, es orador

    ;porque habla con la poe-

    sa del alma, con la sinceridad del que nadatiene que esperar en la tierra, y con la lgi-ca del infortunio.

    Iturbide exhort al soldado la obedien-cia, al pueblo la paz y la unin y per-don todos sus enemigos y recibi la

    Literatura Mexicana.Torno II.

    4

  • 26

    muerte sin temblar. Quiz el fogn de lacazoleta sac las lgrimas de los soldadosque hicieron el vil oficio de verdugos.

    Al trueno de las armas, y al sordo cla-mor que se escuch en la plaza, todas laspersonas que estaban en la casa ya dichapalidecieron y exclamaron : Jess !

    Mara apenas entreabri los ojos, sonri,y todo qued en profundo silencio.

    V.

    EL SEPULCRO.

    Un sepulcro siempre mueve al alma meditaciones tristes y profundas. El quemira un lugar de esta clase, casi nunca dejade considerar atentamente lo poco que valeel hombre. El sepulcro es el ltimo asiloque la tierra le concede : la puerta coloca-da al fin de la msera existencia mundanal,y en el principio del campo grandioso, in-comprensible, infinito de la vida futura : labarrera donde se estrella la ambicin y elorgullo : la playa donde mueren los clcu-los avanzados y atrevidos del hombre polti-co : el puerto donde el infeliz, despus dehaber luchado brazo partido en el marde la adversidad, arroja, triste y solitario,el ncora de su frgil barco. El* sepulcro esla muerte y la vida, el fin del ser, el princi-pio del ser; el todo, la nada; el olvido, losrecuerdos.

  • 2 7

    Pero el pequeo circuito del sepulcro nun-ca encierra con el cuerpo del hombre la vir-tud y la gloria ; porque la virtud es grande

    ;

    la gloria es grande, y ambas no caben enel sepulcro.

    El de Iturbide despertaba melanclicasreflexiones. El mrmol, las inscripciones,el oro, no indicaban el lugar donde yacanlos despojos de un hombre, como se fuere,grande : ningn monumento ni estatua se-alaba su sepulcro. En un pequeo espa-cio de tierra, solitario, sombro, se deposi-taban los restos del hombre de la libertad.Una modesta cruz y el recuerdo indeleble,grabado en el corazn de los buenos mexi-canos, eran los monumentos consagrados su memoria : ninguno de los arteros cor-tesanos que otra poca le doblara la rodi-lla, vena con un corazn sincero dirigiruna splica al Eterno.Pasado algn tiempo, una muchacha ves-

    tida de blanco, con el cabello suelto, y elrostro marchito y plido, vena todas lastardes derramar flores sobre esta tumba,y regar con lgrimas el pie de una cruz,hasta muy entrada la noche. Era Mara,todos ignoraban dnde habitaba, y nadiese atreva interrumpirla en sus largas me-ditaciones. Los habitantes caritativos dePadilla y los pescadores que venan de So-to la Marina, tenan cuidado de ponerle porall algunas viandas para que se mantuviese.Mucho tiempo vino Mara orar sobre el

  • 28

    septiicr die [tufbide! despus se dijo quese la haba visto en Soto la Marina aparecerpor las rocas de la orilla del mar, y que unaola haba terminado la aciaga existencia dela joven, y otros aseguran que se la veaya en las playas de Soto la Marina, ya enel sepulcro rJ Padilla, parecei en las no-ches como una luminosa visin.

    Slo puede as' ; urarse que la infeliz Do-rotea sucumbi bajo el peso del dolor y delos aos, poco despus que aconteci la ca-tstrofe horrorosa del infortunado caudillode la libertad mexicana.

  • UN DOCTOR.

  • Habrais sentido latir de espantoel corazn al ver cmo recorra elcadver, cmo se inclinaba sobrel, cmo escuchaba con ansiedadpara desengaarse quien haba ga-nado la terrible apuesta, si el m-dico la muerte,

    i TADEUS EL RESUCITADO

    I.

    Antes de partir para Durangome dijo elDoctor

    pas despedirme de mi antiguo

    amigo N.*** el cual tena dos hijas. Unade ellas era an pequeita, tierna y linda,como los primeros botones de rosa que seabren en la primavera. Despus de las ex-presiones de amistad, y ofrecimientos y pro-testas que son consiguientes en tales casos,me retir de la casa para montar en el ca-rruaje que me aguardaba. Haba bajadotres escalones, cuando me acord que nome haba despedido de las dos nias, quecomo unas magas, frescas, juguetonas yalegres, llenaban de ventura la vida de miamigo. Retroced en efecto, y slo encon-tr la ms pequeita, bes su frente rubo-

  • 32

    rosa inocente, y estrech sus manecitastorneadas. Tres das llevaba de camino yaun se me presentaba en mis sueos esa nia, tan linda, tan risuea y tan inocente.

    Cuando llegu Durango apenas tena yaun vago recuerdo ; los tres meses se mehaba borrado enteramente.

    Cuatro aos despus volva mi pas, yen una hacienda del camino se me presen-t mi amigo N*** y me dijo echndomelos brazos al cuello : Doctor, sin duda elcielo enva vd. para que salve una demis hijas. Qu tiene ? le interrump con agita-

    cin.No lo s, Doctor : no come, no duer-

    me ; cada da se pone ms extenuada y msplida.Vaya, veo que no es cosa de cuidado,

    le interrump sonriendo : esa enfermedad esamor; curaremos esa nia casndola, siel novio es bueno.Ni lo imagine vd. : ni ama, ni jams ha

    amado nadie. Es una enfermedad fsica yterrible la que padece.Bien, la veremos, y entonces le dir

    vd. mi opinin. Y cul de las nias es?Cecilia, Doctor: pero vd. ve con indi-

    ferencia el asunto.La ms joven? le interrump.S seor: Cecilia, la ms joven.Un calofro extrao recorri todo mi

    cuerpo. La nia pequeita, cuya casta fren-

  • 33

    te haba yo besado haca cuatro aos, era lamisma que sufra.La cosa era muy intere-sante ya para m; as es que continu di-ciendo N. Se equivoca vd. en creerque yo tengo poco inters en la curacinde la nia; al contrario, es menester quela vea breve, que la asista, que ponga miscinco sentidos en volverle la salud.Gracias, Doctor, gracias : vd. volver

    tambin la vida su padre. No s por qucausa tanto dolor el que las gentes mueranen el Abril de su vida, sin haber gozado denada, sin. ... ya se ve, es mi hija, y yo detodas maneras debo sentir que se muera.Tiene vd. razn, amigo; pero no hay

    que desconsolarse.Cecilia est muy mala, Doctor, me con-

    test con la voz demudada.Haremos todos los esfuerzos posibles

    por salvarla. N*** me estrech la mano.

    II.

    Como Cecilia viva en una hacienda conuna parienta, fu menester conducirla has-ta el lugar de mi residencia, y en efecto, los dos das me avisaron que la enfermame aguardaba. Con toda precipitacin mevest, y los cinco minutos estaba ya juntode Cecilia. Eran las facciones delicadas dela nia que yo haba conocido

    ;pero altera-

    das por el sufrimiento; sus ojos negros yLiteratura Mexicana. Tomo II.

    5

  • 34

    rasgados no brillaban con la alegra de laniez; sus mejillas estaban encarnadas; pe-ro no era el color de la juventud, sino elefecto de la calentura y agitacin del cami-no. Por lo dems, Cecilia extenuada, conlas mejillas hundidas, con los labios sin co-lor, y con un tinte de melancola indefini-ble, era mis ojos ms interesante que lohaba sido en otro tiempo, en que no podatener para ella ms que una afeccin pasa-jera.Cecilia, le dije con una voz dulce : Se

    acuerda vd. cuando me desped de vd. antesde irme Durango?S seor, me contest con una voz ln-

    guida.Entonces estaba vd. tan contenta, tan

    llena de vida y de salud, y ahora. . . . d-me vd. el pulso. Cecilia me abandon sumano.

    Me acuerdo, continu, que me volvde la mitad de la escalera slo por abrazar vd.

    Cecilia fij en m sus negros ojos, y sepuso ms encendida : yo saqu mi reloj paracontar las pulsaciones, y evitar el que loscircunstantes conocieran la turbacin queme caus su mirada. Dos minutos pasa-ron y no pude contarlas : por fin advert condesconsuelo"que la calentura estaba muy al-ta; pero con voz muy tranquila le dije:

    Vaya, Cecilia, es menester valor: hay unapoca de calentura, pero es efecto del ca-

  • 35

    mino y del sol. Tiene vd. apetencia decomer ?Ninguna.Y sed?Mucha. Y siente vd. dolor de cabeza?Por las tardes.Qu ms le duele vd.

    ?

    El pecho.Al or esta palabra me puse plido ; fing

    tos, y me cubr la mitad de la cara con mimascada. Cecilia tosi tambin, se puso p-lida, y exclam:Jess mo! qu ardortan terrible.Ardor, Cecilia, y dnde?En el pecho, Sr. Doctor; parece que

    tengo una llama. Agua, por Dios ; una go-ta de agua.S, agua es menester: pero le mezcla-

    remos una poca de goma, le dije. No ten-ga vd. cuidado : todo eso es causa del ca-mino y de la agitacin.Y el corazn duele?S seor; y me late con tal violencia

    que me. ahoga. Doctor, agua. Cecilia en-trecerr los ojos, y su respiracin era traba-josa.Me acerqu y o los latidos de sucorazn, como los sonidos de la pndolade un reloj de sala.

    Ped papel y tinta, y escrib una receta.Al retirarme, Cecilia me pregunt con unatriste sonrisa:

    Doctor, cree vd. que sa-

    nar ?

  • 36

    Le aseguro vd. que s, Cecilia;pero

    es menester que se divague, y no pienseen que se ha de morir, porque todo lo queyo trabaje lo echar vd. por tierra. Has-ta maana, Cecilia. Procure vd. dormir, ycon esto encontrar vd. mejor Le to-m una mano, y sudaba fro.

    Cabizbajo me retir, contemplando quetenia que luchar brazo partido con lamuerte, para arrancar de sus manos estaflor casi marchita. Era un desafo formal,era un lance en que mi reputacin, miorgullo, y un afecto indefinible y oculto,me obligaban poner todo mi estudio, to-do mi cuidado en volver la salud Ce-cilia : sin embargo, la enfermedad conoce-r vd. que es peligrosa, y adems habahecho ya muchos progresos.Esa noche revolv mis libros, me sent

    delante de una mesa, y cuando la luz dela aurora se dej ver, yo todava estudia-ba. Me arroj medio vestido en la cama,y las diez que despert, corr en casade Cecilia.Con indecible satisfaccin vique la calentura haba disminuido ; que ellatido del corazn era menos violento, yque sus lindos ojos estaban ms animados.He pasado una excelente noche, Doc-

    tor, me dijo alargando la mano para quele tomara el pulso. Haca ocho das queme acostaba yo revolverme en la cama, contar minuto por minuto los golpes demi corazn, esperar con ansia las horas

  • 37

    de la luz, para ver entrar un rayo del solpor la rendija de la ventana, porque lasnoches, Doctor, son una eternidad enterapara los pobres enfermos que sufren. Cunto he padecido, Doctor ! pero lasmedicinas de vd. me han aliviado, y heconcebido la esperanza de vivir algunosdas ms.Y tambin vivir vd. aos, Cecilia. Es

    menester fe en el mdico, porque es el ins-trumento de que Dios se vale para miti-gar los dolores de los enfermos, y ademsvd. es joven, y el vigor de la edad triun-far del mal. Me dicen que no ha queridovd, tomar con continuacin, la bebida quele orden. Los mdicos son, por lo general,dspotas con los pacientes

    ;pero yo quie-

    ro ser el amigo de vd., y como tal le rue-go que se resigne sufrir unos das, paragozar en seguida de la salud. Con que, mepromete vd. no separarse de mis rde-nes? Se lo suplico vd., por lo quems ama en el mundo.

    Cecilia suspir, y yo me desped de ellaasegurndole que su mal era pasagero y deningn riesgo. El mdico debe con dulzuray cario atender medicinar el espritu conla esperanza, y el cuerpo con las drogas dela botica. Le parece vd. bien ?Excelente, Doctor. Pero Cecilia se

    alivi ?Cuatro das tuve de placer, porque el

    mal terrible del pecho que destrua es-

  • 3

    ta criatura tan hermosa y tan resignada,desapareca rpidamente. Si viera vd. cunorgulloso y satisfecho sala yo despus i haber observado que mi enferma estaba ale-gre, que saboreaba con gusto su pequeaporcin de sopa de leche, y que dormatres cuatro horas de cada noche? Ceciliame daba las gracias por todo esto, y' yo enese momento no me cambiaba por el mo-narca ms poderoso del mundo. Estas sonlas compensaciones que tiene nuestra pro-fesin ; al menos dgolo por m, que no hepodido acostumbrarme ver con el sem-blante sereno los sufrimientos, y agonasde la humanidad : as que, cuando un enfer-mo vuelve la vida, cuando el mdico hacorrido hasta el borde de la tumba paraarrebatar la muerte su presa, con el po-der de la ciencia, entonces es el momentoms delicioso que pueda tenerse en estemundo.Pero vamos, Doctor, en qu qued

    Cecilia Se muri, sigui adelante el ali-vio?El quinto da, continu el Doctor,

    amaneci el cielo cubierto de nubes : unviento fro del Norte comenz soplar, yuna ligera llovizna caa por intervalos. Abrla ventana de mi cuarto, y dije para misadentros : Estas malditas nubes y este ai-re fro, van destruir todo mi trabajo.Cecilia no debe pasarla por hoy muy bien.Tom un libro y me puse estudiar: pas

  • 39

    ocho hojas sin comprender nada, porquno pensaba yo ms que en el sol, no seasombre vd., pensaba que si el sol no sa-la, Cecilia debera tener un ataque fuerte. Vd. sabe lo funesto que son estos dasfros y nebulosos para los que padecen delpecho? En estas reflexiones estaba sumer-gido, cuando tocaron fuertemente la puerta.Abrla, y una criada me dijo asustada: Se-or, la nia se muere. Cinco minutos per-manec sin movimiento como una estatuade mrmol : despus mis nervios se cris-paron, y como por medio de un resorte, cudos brincos me puse en casa de Cecilia.

    III

    La fuerza del mal la haba hecho meter-se en la cama. Su rostro estaba trasparente,los labios sin color, los ojos negros yrasgados que brillaban como dus luceros,estaban opacos con el viento de la muerte,y sombreados por una lnea morada quecasi formaba un crculo con la ceja. Le to-qu la frente, y arda como un volcn. Letoqu los pies y las manos, y eran de nieve.Observ su respiracin, y era trabajosa yagitada, como que la llama de la vida ape-nas animaba ya el cuerpo tierno

    -y virgende Cecilia, y pocas horas le quedaban deexistencia. Antes de que yo pudiera arti-

  • cular palabra, Cecilia clav en m sus ojos,y me dijo

    :

    Doctor, no debe vd. apurarse ya, porquemi mal no tiene remedio : siento que muypronto va volar mi alma quiz al cielo,porque me he confesado antes de que vd.viniera, y pronto vendr el Santsimo. Es-tas eran las nicas medicinas que me con-venan.Hubo un instante de silencio

    ;luego pro-

    sigui con una voz pausada y melanclica

    :

    Doctor, y qu ser posible que memuera? Oh qu terrible es morir tan jo-ven y cuando contaba yo con tener mu-chos aos de vida! Mndeme vd. algnremedio, es muy terrible la muerte. Doc-tor, qu no hay esperanza?Una lgrima brillante y solitaria, rod

    por la mejilla plida y hundida de Cecilia.Yo estaba punto de prorrumpir sollo-

    zando; pero recobr mi serenidad, acor-dndome que de ella dependa la vida deCecilia, que en lo ms florido de sus das,en lo ms risueo de sus esperanzas iba ser sumergida en la tumba. En un momen-to puse toda la casa en movimiento, yapliqu la enferma medicinas tras de me-dicinas. Eran las cuatro de la maana yel mal no ceda ; las cinco me retir micasa, y despechado me arroj en mi lechosin concebir la menor esperanza. A lasdiez volv, y la enferma haca cinco minutosque se haba dormido. Este es buen sin-

  • 4i

    toma, dije para m, y volvi brillar en mialma un rayo de esperanza. A las once dela noche todava dorma Cecilia; esto mecaus alguna inquietud, pero me acerqude puntillas y me convenc que su respira-cin era tranquila y natural. Con su ros-tro apacible y descolorido, sus prpados ce-rrados y su boca entreabierta, que dejabaver una hilera de dientes blancos y peque-os, pareca de esas santas vrgenes y mr-tires que duermen apaciblemente en lasurnas de plata y cristales de las iglesias deRoma. ; Cunto sufr al considerar que talvez el sueo de Cecilia poda ser eterno

    !

    A las cinco de la maana despert, tosisuavemente, se incorpor en el lecho y pidiagua. Le ministr una bebida mucilagi-nosa, y habindola recomendado al cuida-do de su familia, me dirig mi casa, y alltendido en mi lecho desahogu por mediode las lgrimas el peso terrible que porveinticuatro horas haba oprimido mi cora-zn. A la maana siguiente me mir alespejo, tena canas, y creo que una arrugams en la frente.Mi enferma mejoraba visiblemente. Los

    colores de la salud brotaban poco pocoen sus mejillas, el apetito era excelente, ysus hermosas formas iban de nuevo toman-do su primitiva morbidez y tersura. La lu-cha estaba decidida finalmente, y la muertehaba huido ante la magia de la ciencia.

    Literatura Mexicana, orno II.

    6

  • 4 2

    IV.

    Un mes despus le dije Cecilia

    :

    Es menester dar ahora unos paseoscortos por el campo : el oxgeno de las plan-tas y la fatiga del ejercicio deben completarla obra que se comenz con las bebidas ysangras.

    Cecilia por toda respuesta me tom elbrazo. Desgraciadamente ve vd. que nohay por este rumbo de esos sitios amenos,llenos de flores y de aromas que se encuen-tran por las cercanas de Mxico : as es quenos dirigimos al llano, que ofreca sin em-bargo nuestras plantas un tapiz verde yaterciopelado.Intil ser decir vd. queyo estaba loco de placer y de orgullo sin-tiendo el ligero peso del brazo de Ceci-lia. Quise por primera vez insinuarle, queel que haba sido su mdico sera su espo-so

    ;que el que la haba puesto de nuevo en

    el camino de la vida, sera tambin en lo deadelante su gua y su compaero ; pero te-na un nudo en la garganta y no encontrabapalabras con que comenzar mi declaracin.Cmo llevbamos cerca de media hora depaseo sin que yo hubiese articulado una s-laba, Cecilia fu la que habl.Doctor, ; si viera vd. con qu emocin

    se ve el campo, y las calles, y las casas ylas gentes cuando se haba perdido toda es-peranza de vivir!

  • 43

    Lo creo, Cecilia; pero juzga vd. tam-bin que el mdico que contaba con asistir los ltimos instantes de un enfermo, nose llene de orgullo al ver que ya ha reco-brado su primitiva salud y lozana ? . . . . Yadems, acaso me guiaba en la curacinde vd. un inters ms tierno, v. g., el de unamigo, el de un hermano, el de ... . Cecilia,podra acaso con la constancia y con lossacrificios dar vd. un nombre ms sig-nificativo, ms ? . . .

    .

    Mi salvador, por ejemplo.... no eseso lo que vd. desea, Doctor? Pues bien,desd hoy en adelante confesar que des-pus de Dios, soy vd. deudora de una vi-da que, sin embargo, no es del todo feliz.Vd. no me ha querido comprender;

    pero vamos, por qu no es vd. feliz?Doctor, hay males que no se curan con

    sangras y bebidas ; y el mo, aunque no esgrave, requiere otro gnero de medicina.Cecilia, Cecilia, exclam, querindome

    arrojar sus pis, vd. puede ser feliz y. . .

    .

    o acab la alocucin porque un pensa-miento siniestro y lgubre, como esas nu-bes negras que aparecen en el horizonte delmar, cruz por mi mente. Cecilia amar otro ? Habr arrancado esta nia del se-pulcro para ponerla en brazos de un rival?Esta idea me volva loco. Despus de unrato de silencio, dije Cecilia con una vozbronca y spera

    :

    Es menester volvernos la casa de vd.porque tengo muchas ocupaciones.

  • 44

    Como vd. guste, Doctor. Siento slohaber molestado vd,, y le agradezco queme acompae mis paseos; tanto ms quelas obligaciones de vd. como mdico handebido cesar ya.Es decir que vd. rehusar en lo de ade-

    lante salir conmigo.No, he dicho tal cosa, Doctor ; antes

    bien le reconocer vd. cada da ms susatenciones y cuidados ; pero vd. se moles-ta

    Nia, vd. me ha de hacer perder el jui-cio.

    Ocho das seguidos sal con Cecilia; pe-ro le habl del campo, del aire, de las flo-res, de la medicina, de todo menos de miamor, porque tema un desengao, hastaque por fin me decid escribirle una car-ta, que relatar vd., pues la conservo enla memoria.

    "Cecilia : el que fu mdico de vd. y la"libr de la muerte, ha tenido la locura de"pensar que podra tal vez llegar ser su"esposo. Consentira vd., Cecilia ma?"Aceptara vd. mi pequea fortuna y mi"grande amor? Aceptar vd. un hom-"bre lleno de defectos fsicos, pero cuya al-"ma entera la consagrar la felicidad de"vd. ?Ruego vd. que conteste quien es"su obediente servidor que b. ss. pp."

    Al da siguiente recib la respuesta:"Doctor : si en pago de los sacrificios y cui-dado que tuvo vd. en mi enfermedad, re-

  • 45

    "clama vd. mi mano, desde luego puede vd."disponer de ella; pero si vd. quiere mi"amor y mi ternura, le ruego que me conce-da un plazo para resolverme.Si acaso"amara yo otro, si conservara una espe-ranza alimentada desde mi niez, si pro-nunciara un s falso en el altar, le parece-"ra vd., Doctor, que pagaba dignamente"sus servicios? A mi vez le ruego que no"se enfade, y mande su atenta servidora"que le desea felicidades."

    Cuatro das tuve de frenes y delirio ; pen-s suicidarme, pens abandonar mi pas yecharme por el mundo como el judo erran-te, pens llenar de baldones injurias Cecilia, pens al fin lo mejor, que fu enca-minarme su casa y decirle que poda dis-poner de su corazn y de su mano.Era de noche : el balcn despeda mucha

    luz y esto me sobresalt. Abr la puerta,sub la escalera y o que rezaban un su-rio. El corazn me lati fuertemente y lasangre se me hel. Empuj la puerta y vicuatro velas de cera y en el centro tendidoun cadver ....Acabe vd., Doctor, le interrump,

    quin era el cadver?Cecilia, amigo mo.El Doctor sac su pauelo y se limpi los

    ojos.Diciembre de 1842,

  • EL MINERAL DE PLATEROS.

    TRADICION.

  • Este mineral se halla situado en el De-partamento de Zacatecas y distrito de Fres-nillo, y d'sta de este ltimo punto pvco m*de una l^gua Su origen, segn cuentan,parece q ie u el siguiente : Unos platerosconduciendo en un cajn una imgcn deCristo crucificado, para el rumbo de Du-rango, se vieron asaltados de un recio agua-cero, y unieron por esta causa que pasarla noche en unas pequeas lomas inmedia-tas al Fresnillo. La tormenta haba cesado,as es que nuestros impvidos artistas en-cendieran una gran lumbrada, y colocandoen orden y seguridad as su divina cargacomo el resto de su bagage, se citaron alrededor del fuego saborear unas cuantas"gordas de maz" y unos excelentes trozosde "cecina." Debe suponerse que amigos,viajando y con los estmagos llenos, daran

    Literatura Mexicana.-r-Tomo II.

    7

  • 5

    libre curso sus lenguas. En efecto, platica-ron de ladrones, de tempestades, de roscrecidos; en fin, de todas esas maravillasque sorprenden los viajeros. La conversa-cin recay sobre cuestiones aritmticas, yresult naturalmente, el que hicieran un es-crupuloso balance de sus haberes. Entretodos reunan apenas veinte pesos.Si Dios nos diera dinero. . . . exclam

    uno de ellos con tono melanclico.Nada es imposible para su Majestad,

    contest el otro.Ya se ve que no

    ;pero no veo cmo po-

    darnos nosotros hacernos ricos.Vamos, ests fresco. Para Dios no hay

    imposibles ! "Si Dios lo quiere dar, por lagatera se ha de entrar."Pero es menester pedirlo.Pues pidmoselo.Los plateros se arrodillaron delante del

    cajn que contena el Santo Cristo, le reza-ron fervorosamente un Credo, y envol-vindose despus en sus "mangas," se acer-caron cerca de la lumbrada, y. . . . proba-blemente se durmieron.A la maana siguiente, el viento haba

    disipado las cenizas de la lumbrada, y losprimeros rayos del sol reflejaron sobre unntido y brillante tejo de plata.Los plateros no siguieron adelante con

    la imagen, sino que comenzaron trabajarlas minas, y poco tiempo edificaron unaeapilla al Seor de Plateros. No salgo res-

  • S 1

    ponsable de la verdad de esta narracin : elhecho es que las minas y la capilla existenhoy.Una tarde me invit un amigo dar un

    paseo por el mismo mineral. Fuimos enefecto. Nada hay ms triste ni ms melan-clico que este sitio : un arroyo seco : unascuantas casas de adobes grises esparcidasal pi de una lomita: un horizonte de coli-nas parduscas y sin vegetacin,tal esPlateros; en cambio, dicen que es muy ri-co, y que sus vetas de "plata verde" salenhasta la superficie de la tierra. Como misconocimientos en mineraloga no me permi-tan cerciorarme de esto, inst mi com-paero para que nos dirigiramos la igle-sia. A propsito, ella es de una arquitecturade buen gusto, y demasiado grande y am-plia para los poqusimos fieles que tienehoy dicha poblacin. Antes de entrar, medijo mi compaero, tengo que contarle vd. una tradicin.Es de Ud. la palabra, le respond

    ;pre-

    cisamente si los botnicos andan caza deyerbas, y los mineros de vetas, yo me salgode misa por oir una tradicin.Una vez vena un pobre por el camino,

    arriando un delgado y pequeo asno : el as-no estaba cargado de un cajoncito, y el ca-joncito lleno ele aretes, zoguillas, tumbagas,espejos y otras chcharas de mercera. Mihombre era lo que puede llamarse un bu-honero. Llegado que hubo la grieta de

  • 5*

    una loma, descarg al asno, y dejndolopacer libremente la yerba, se sent sobre lasmantas del aparejo. A poro rato lleg otroindividuo, ambos platicaron, fumaron sucigarro y se acostaron tranquilamente. Yase ve, eran hermanos, viajaban juntos yespeculaban en compaa. El que conducael asno se durmi poco momento; peroel otro, quien llamaremos Francisco, sepuso discurrir, que si l fuera el dueo deldinero y efectos de su hermano, tendra msutilidades, sin necesidad de sujetarse vo-luntad ajena. Este pensamiento, que lo so-pl Satans en su alma, trat de llevarlo cabo. Observ la respiracin de su herma-no, y cerciorado de que dorma profunda-mente, se levant, y de puntillas, contenien-do el aliento, con la boca entreabierta y losojos inquietos y extraviados, levant ungran pedrusco negro, y colocndolo sobrela cabeza de su hermano, que tan seguro yconfiado dorma, lo dej caer. Un traquidosordo anunci que el crneo se haba hechotrizas. A poco momento un raudal de san-gre brot de debajo del peasco. Apenas elagresor vio humedecerse y correr por laspeas el licor rojo, cuando, como otro Cain,corri frentico de una parte otra, me-sndose los cabellos y dndose de cabezasoscontra las piedras; por fin, desolado se di-rigi la capilla del Seor de Plateros yall derram un torrente de lgrimas y pi-di al Seor misericordia.El pobre dia-

  • 53

    blo, pesar de que la justicia de la tierramexicana no estaba de lo ms expedita, te-ma tambin verse en una horca.El casoes que lloraba mucho, que golpeaba su fren-te pecadora contra las gradas del altar, yque deca al Seor voz en cuello, que eraun malvado criminal

    ;pero que lo perdona-

    ra y lo salvara.En esto una suave palmada que sinti en

    el hombro, le hizo volver la cara.

    Hermano !!!... Piedad ! . . . si eres

    una sombra, si has venido de la otra vida,perdname.Buena socarra tienes en dejarme solo

    y dormido, le contest el hermano, sin ciu-dar del asno, ni del cajn.Hermano, yo te he matado. Matado ? . . . . replic el otro, regis-

    trndose maquinalmente el cuerpo con lavista.

    S, te he arrojado una piedra en la ca-beza, y he visto correr tu sangre y saltartus sesos.

    El hermano recorri su cabeza con la ma-no, y aunque no hall herida, not que ex-perimentaba un leve dolor.Pero hermano, cuntame ....Soy un malvado, un criminal ; te he

    matado;pero el Seor ha visto mi arrepen-

    timiento y te ha vuelto la vida. Recemos.Los dos hermanos cayeron de rodillas yoraron largo ralo

    ;despus fueron al sitio

    donde acaeci el asesinato, y vieron, en

  • 54

    efecto, la piedra todava con la sangre ca-liente.

    Al llegar aqu la narracin, me dijo miamigo, viendo que yo abra tantos ojos

    :

    Entre Ud., ver la piedra. De facto, en-tr, y en un rincn de la capilla vi y tentun pedrusco negro, capaz, no digo de de-moler la cabeza de un hombre, sino la deun elefante. Tampoco salgo responsable deeste milagro; es una tradicin que cuentoal lector como m me la refirieron.

  • LA VSPERAY EL DIA DE UNA BODA.

  • ICapitn, el sol est como una ascua ar-diendo, y el calor ser insufrible dentro dedos horasDe poco se queja Ud. amigo,me contest el capitn. Si hubiera Ud. pa-sado como yo meses enteros en llanurasdonde no haba ni siquiera una rama ma-torral de media vara de alto, donde som-brearse !Es claro que me habra muerto.Uds.

    los soldados presidales tienen un cuerpode fierro, y una alma no s cmo, porqueesto de pasarse la vida siempre aislados,siempre en los desiertos y en los bosques,cazando brbaros y bfalos, tiene algo desublimidad salvaje.En efecto, contest el capitn, nuestra

    vida es semejante la de los marinos. Ellosnavegan en un desierto de agua, nosotrosen un desierto de verdura ; ello luchan conlas olas, nosotros con los espinos de los

    Literatura Mexicana.Tomo II.

    8

  • 58

    bosques y la aspereza de las sierras ; su vi-da est en perpetuo riesgo, lo mismo quela nuestra; siempre solitarios, contempla-mos con veneracin y religiosidad, las ho-ras en que nace y se pone el sol, nos dormi-mos contemplando las estrellas, y arrulla-dos con el ruido del viento que zumba enlas hendiduras de los rboles viejos, conel fragor lejano de las encinas que rompey desgaja la caballada silvestre. Oh, eshermosa la vida del desierto!S, capitn, hermosa, muy hermosa

    ;

    pero cuando no hace tanto calor como hoy.En efecto, el sol cae plomo sobre

    nuestras cabezas.Y dgame Ud., nos faltar mucho pa-

    ra llegar al Pueblito?Mire Ud., me respondi sealando la

    izquierda, luego que acabemos de salir deeste can tenemos que pasar esas lomasblancas, y media lega despus se halla e 1Pueblito.En efecto, poco rato dejamos el can

    estrecho que habamos transitado por msde dos horas, y nos dirigimos una lomade poca elevacin, desde donde se observa-ba trazado el camino en una cadena de co-linitas y semejante un inmenso boa, yatendido, ya enroscado en un espacioso te-rreno blanquecino y cuyo aspecto monto-no estaba variado por algunos matorralesy palmeros silvestres. El sol reverberabade una manera terrible en las rocas calizas,

  • 59

    y las bocanadas rfagas de viento eran cada instante ms calientes. El capitn, pesar de su costumbre de caminar por cli-mas tan recios, sufra alguna molestia; encuanto m estaba punto de rabiar. Largotrecho caminamos sin hablar una palabra,hasta que el capitn me dijo : mire Ud., ca-rnarada, all delante est el Pueblito. Al-c la cara, y vi una alameda, un osis, unedn. Prendimos espuela los caballos, y alcabo de cinco minutos ya estbamos en unacalle de altos nogales y fresnos. No soplabaall un simn* abrasador, sino una brisallena de oxgeno y de vida: arroyos capri-chosos y jueguetones corran entre las ra-ces, de los rboles, llevando en su linfa tras-parente los ptalos amarillos y ncares delas rsticas y humildes flores que crecanen las orillas : las casas, aseadas y pintadfede blanco, parecan hundidas entre las ye-dras y las caas de maz. Y luego agrgue-se esto algunos corderos que pacan layerba, algunas muchachas que baaban sustrenzas rubias en aquellas aguas de crista!,algunos nios que se mecan en un colum-pio.... Qu imgenes tan puras de feli-cidad ! | Qu cuadros tan esplndidos de lanaturaleza! Era menester derramar unalgrima de melanclico placer en ese osis,en ese verjel, en esa canasta de flores quese llama el "Pueblito."

    * Viento del desierto.

  • 6o

    Antes de pasar adelante contar mislectores algo sobre su origen histrico, aun-que no salgo garante de la verdad. All enlos tiempos de la conquista, un puado deindios Tlaxcaltecas cansados de la guerra,ostigados con las crueldades de la tropa deCorts, y resueltos no dejarse dominar,resolvieron emigrar de su pas natal, y enefecto peregrinaron muchos das sin quedurante ellos encontraran un sitio apropsi-to para establecerse ; caminaron ms leguas,y se internaron en una sierra altsima, deci-didos vivir entre las cavernas

    ;pero un da

    al salir el sol divis uno de ellos un bos-que frondossimo, y di aviso sus com-paeros, los cuales descendieron de la mon-taa y hallaron el paraje de todo su gus-to, porque era una tierra virgen donde loscbolos y los ciervos pacan tranquilos layerba y dorman la sombra de los nogalesy manzanos. Los emigrados, pues, comen-zaron formar sus cbaas en el bosque,y como un recuerdo de su pasada y trgicahistoria, le pusieron el nombre de Tlaxca-la. Parece que en mucho tiempo no fueronmolestados por los espaoles, y que aun lastribus brbaras del norte respetaron al pu-ado de valientes tlaxcaltecas. Despuscomo ha habido un furor de cambiar y re-formar todas las cosas existentes, Tlaxca-la se bautiz con el nombre de "Bustaman-te;" pero en el Departamento de N. Lende que forma parte, le llaman todos el Pue-blito.

  • Ya que poco ms menos conocen loslectores al Pueblito, lo cual no deja de seresencial para el objeto de mi narracin, se-guir adelante con ella.Llam nuestra atencin un fresno alt-

    simo, que pareca convidarnos reposaren la sombra que proyectaba en el pradosu espeso y pomposo follaje, y en efecto loescogimos como un asilo, como un espln-dido saln para saborear nuestro frugal ali-mento. Cunto ms hermqsos son estosartesones de verdura y estas mesas de finocsped que los cortinajes de tis y los mue-bles de mrmoles de los palacios ! El capi-tn desat unas "rganas" de los tientos dela silla y tendiendo sus "mangas" en elsuelo, sac luz una botella de vino de Pa-rras, unos trozos de queso, unos salchicho-nes, galletas, almendras y finalmente un ex-celente pedazo de dulce de membrillo.Asombrado qued de que pudiera cargaren las ancas del caballo una despensa tanabundante; pero sin argumentarle ni ha-cerle necias observaciones, me limit eje-cutar lo que todo hijo de Adn habra he-cho en m caso, es decir, saborear los sal-chichones, queso y galletas y echar gran-des sorbos de vino. Concluida la comidaencend un gran puro, me acost cerca de

    iun arroyo y dejando pacer libremente layerba mi caballo como lo haca el buenD. Quijote de la Mancha, y respirandoaquella perfumada aura de las flores y es-

  • 62

    cuchando el sooliento ruido del agua, seapoder un benfico sueo de mis sentidosy cerr mis prpados. El capitn hizo otrotanto. Mi sueo fu tranquilo, dulce, ce-lestial como el de nuestro padre primerocuando dorma bajo de los pltanos y pal-meras del paraso.Me dispona levantarme y despertar al

    capitn, cuando vi flotar entre el verde es-meralda de los arbustos, los "zagalejos'' ro-jos de lana de dos jovencitas, que se apro-ximaban lentamente y con precaucin ha-cia el lugar donde estbamos. De prontojuzgu que soaba, que no era cierto lo quavea, sino una de esas visiones de la fan-tasa, cuya realidad buscamos con ansia alda siguiente. Las nias seguan andandode puntillas y medida que se acercabanpoda distinguir sus rostros blancos, sustrenzas negras flotando impulsos de labrisa, sus cuerpecillos areos, flexibles, fan-tsticos .... Las nias se aproximaron msy yo entonces cerr los ojos y fing que dor-ma profundamente, procurando slo divi-sar sus movimientos al abrigo de mi som-brero, que tena colocado sobre una partede mi cara. Un rato estuvieron en pie, des-pus con mucho tiento colocronme el som-brero de manera que me cubriera un rayode sol que penetrando por entre las hojasdel fresno daba en la cabeza, y temiendosin duda ser sorprendidas en esta obra deinocente y sencilla compasin, huyeron pre-

  • 63

    cipitadamente. Necesit reflexionar mu-cho tiempo y estregarme los ojos con fre-cuencia para quedar cerciorado de que loque haba visto no era una visin celes-tial.

    Al ponerse el sol fuimos una casita si-tuada frente del fresno pedir permiso parapasar la noche, protestando dar la menormolestia posible.Pasen vds., seores, esta casa est

    su disposicin, nos contest una mujer co-mo de cuarenta aos, fresca y rubicunda to-dava.Gracias, seora, gracias por esta ama-

    ble sonrisa con que nos ha ofrecido su casa.Lo acostumbro hacer as con todos los

    pasajeros y militares que transitan por estelugar, y ms cuando su aspecto indica queno abusarn ....Ni por pienso, seora, le contest

    ;por

    el contrario, si causamos vd. incomodi-dad, pasaremos la noche debajo de aquelfresno donde ya hemos dormido una agra-dable siesta.En efecto los vi vds. y mand mis

    nias que cubrieran vds. la cara, puesles estara molestando el sol.Eran esas nias las hijas de vd., le in-

    terrump ....Criadas de vd., y cabalmente aqu vie-

    nen con mi esposo.Seores, tengan vds. buenas noches,

    nos dijo un anciano que entraba esetiempo acompaado de dos muchachas*

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    Caballero... Seoritas... nias, bal-butimos yo y el capitn. Quietos, seores militares, sintense

    vds.El anciano coloc en un rincn delcuarto una pala y un azadn que traa enla mano, y las muchachas, despus de salu-darnos con una afable ingenua sonrisa,regalaron su buena madre un ramo de ro-sas, campnulas y maravillas.Hijas, les dijo la madre, es menester

    disponer cena y camas para los seores,que probablemente estarn cansados y ma-ana tendrn que madrugar. Las mucha-chas volaron ejecutar las rdenes de sumam, mientras que nosotros arreglba-mos las maletas y monturas, y procurba-mos acomodar lo mejor posible en un co-rral los caballos. Merced al esmero yatenciones de esta familia, pasamos una ex-celente noche : la maana siguiente mon-tamos caballo para seguir nuestro viaje.Toda la familia sali la puerta vernospartir; las muchachas nos regalaron unarosa cada uno y el anciano con mucha sin-ceridad nos dijo :

    Eh ! Dios lleve vds.

    con bien; cuando vuelvan ya saben quetienen una casa.Pronto, muy pronto nos veremos, D.

    Juan, le contest; quiz entonces podrtraer estas nias algunas frioleras en se-al de mi gratitud.Si va vd. por Ro-Grande, dijo el ca-

    pitn, inclinndose dar un abrazo Don

  • 65

    Juan, no deje vd. de verme; tendr muchogusto en que estemos juntos.Adis, seores.Adis nias,Adis, Don Juan.Un ao despus pasaba yo cerca de Tlax-

    cala. El hermoso fresno debajo del cualdorm una siesta : la amable familia que medi hospitalidad : aquellas muchachas purasy hermosas que vi acercarse lentamente m, como dos ngeles del cielo: el arroyo,las flores, todo, todo, se me present denuevo como un cuento de las Mil y una no-ches, as es que me resolv extraviar micamino y visitar en Tlaxcala las bondado-sas gentes que haban dejado en mi almatan vivo recuerdo.

    Atraves la multitud de calles formadascon las huertas y pequeas casas, me in-tern en la calzada de nogales y divis elfresno, fresco, verde, lleno de pompa y devida

    ;pero la modesta casa y el pequeo jar-

    dn de Don Juan no existan ya : un montnde ruinas, una porcin de palos quemados.Esto era todo.

    II.

    Un horrible vrtigo se apoder de m:bajme del caballo, reclin mi cabeza con-tra el fuste de la montura, y permanec deesta manera no s cunto tiempo, hasta queuna voz un poco bronca me dijo

    :

    Amigo mo, si est vd. enfermo, puedevd. pasar mi casa y acostarse un rato. . .

    .

    Literatura Mexicana,Tomo II.

    9

    \

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    (') en fin, tomar una taza de arf algunaotra cosa que lo alivie.No es nada, le respond, me acometi

    un ligero desvanecimiento; pero se ha pa-sado. El que me hablaba era un ancianorollizo con un gran sombrero jarano, unacotona y unos calzones de gamuza lipana,y que picado de la frialdad con que yo lohaba tratado, me volvi las espaldas y sedirigi su casa, que estaba muy inmedia-ta. Yo por mi parte puse el pie en el estri-bo

    ;pero deseando indagar los pormenores

    de la catstrofe de la familia de Don Juan,cambi de resolucin y dejando mi caballoal criado, me dirig en pos de mi hombre.Bien le deca yo, me dijo al mirarme,

    que tendra vd. necesidad de descansar unrato. Pase vd. adentro, tomar vd. algo.Una poca de agua fresca, le contest,

    es lo nico que deseo.Y dnde se dirige vd. ahora? me dijo

    presentndome un gran vaso de agua.A Monterrey, le contest respirando

    con trabajo, limpindome los labios y po-niendo en sus manos el vaso ya vaco.Pues entonces podra vd. cmodamen-

    te quedarse dormir aqu, y maana hacevd. su jornada Palo Blanco, Salinas,si los caballos son buenos.Tena yo intencin de llegar ahora Bo-

    ca de Leones, pero como pas cerca de es-te lugar, quise saludar una familia queviva aqu junto y me hosped hace un ao :mas veo que la casa est quemada. . . .

  • 6 7

    S, quemada, me interrumpi y toda lafamilia muri manos de los salvajes. . . . Dios mo, qu catstrofe tan horri-

    ble!Horrible, s, horrible por cierto, mecontest con una voz conmovida, pero vd.conoci desde luego mi hermano Juan?Era hermano de vd. D. Juan? Y se acuerda vd. de Rita y de Paula,

    mis sobrinas ? Oh ! mucho me acuerdo de toda la fa-

    milia.

    Qu guapas y qu hermosas eranlas muchachitas !

    Qu pis los de Paula

    tan chiquitos !Qu cintura la de Rita

    !

    Qu gracia al andar, qu sonrisa !...-. Yase ve, las dos muchachas eran como dos lu-ceros.

    Pobres nias, murmur media voz.Pobres sobrinas mas, repiti D. Tadeo

    (que este era el nombre de mi husped), yluego seor, si viera vd. las crueldades quehicieron los brbaros con toda la familia,Cunteme vd. los pormenores, pues

    aunque sea muy doloroso escucharlos, de-seo saber el martirio que sufrieron estos n-geles.

    Vd. estara aqu, por supuesto?

    La vspera del casamiento de Paulita..,.

    Con que se iba casar Paulita, le in-terrump ?S seor, con un muchacho muy hom -

    bre de bien de Boca de Leones, llamado Jo-s de Burgos

    ;pero como deca yo vd.,

    la vspera del casamiento, cosa de las ochode la noche, entr la casa de mi hermano

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    Juan y me lo encontr sentado en compa-