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Maquelibro de Ignacio Rodríguez-Vergara

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Antes de pasar la página, cierra el libro y párate a contemplar las tapas.

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Un Espacio para el lector: El lector bandoleresco.

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Capítulo Primero

Érase una vez en un lugar muy lejano.

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Capítulo 1 : Érase una vez en un lugar muy lejano.7

Huele a humedad. Al entrar, el visitante se percata de que el espacio fue soberbio, lleno Al entrar, el visitante se percata de que el espacio fue soberbio, lleno de riqueza, pero que, por descuido y por falta de posibilidades econó-micas, se ha ido deteriorando. Se han ido vendiendo, también, casi todos los objetos valiosos que una vez ocuparon el lugar. No obstante, sigue habiendo en él las señales de un tiempo (pasado) que fue más próspero y las personas que lo habitan o lo transitan intentan mante-ner su halo ficticio de aristocracia, si bien no con el suficiente

empeño. Nos encontramos así ante una fachada de riqueza, pero una fachada que deja ver ya el deterioro interior.

En el lugar, además, pueden encontrarse objetos o señales que remi-ten a diversas geografías: se trata de un lugar donde gentes provenien-tes de países distintos han ido dejando sus huellas nostálgicas de inmi-

grantes. Se trata de un recinto que, intentando conservar ese halo de abolen-go, se ha aislado conscientemente del exterior: apenas le entra sonido de lo fuera, apenas le entra también luz. Lo externo se considera una amenaza. Hay un esfuerzo consciente de quedarse estático en el tiempo y de no dejarse “contaminar” por la vulgaridad que le rodea. Por eso, al visitante puede provocarle una cierta claustrofobia, un

deseo de que no quedarse mucho tiempo allí.

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Capítulo 1 : Érase una vez en un lugar muy lejano. 8

La pereza de sus habitadores, su situación económica (que no les per-mite pagar personal) y esa idea de superioridad de clase (que provoca que les parezca indigno el trabajo físico), han ido provocando que el

lugar esté sucio, estropeado, tal vez lleno de telarañas. No es fácil llegar a este lugar: un laberinto de calles lo camufla. No es fácil tampoco entrar: las personas que lo protegen intuyen cualquier

visita como una amenaza. Y sin embargo, sigue guardando una cierta elegancia y despierta una inevitable fascinación para los ojos ajenos del visitante lúcido, que no puede dejar de ver la contradicción entre lo que el lugar fue, lo que el lugar es y lo que se pretende hacer creer que sigue siendo.

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Antes de nada, déjame presentarte dónde ocurre todo esto. Y es que dio la casualidad de que en una plaza situada el centro de la ciudad una persona muy especial quería realizar una actividad muy especial de una manera bastante especial. Y, cómo no, nuestra misión en todo este embrollo es regalar una sonrisa a esa persona, o al menos darle lo

que él necesita, no lo que dice necesitar.

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Estos son alzados de la plaza. Representan vistas totalmente frontales de cada una de las facahdas de la plaza. Los sombreados en negro son edificios cortados por el plano de sección ( donde se sitúa el punto de

vista)

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Puesto que la calle de los Mártires, ( sí, esa que sale en los planos) desemboca en la plaza por una parte, y por la otra en calle Compañía ( Una calle algo más ancha, luminosa y transitada) he decidido mostrártela también, ya que puede

que influya algo en las decisiones de luego.

En su parte sur, la que desemboca a la ancha vía, el transeúnte se ve obligado En su parte sur, la que desemboca a la ancha vía, el transeúnte se ve obligado a pasar por debajo de un edificio, hecho que ‘’desconecta’’ esta calle con calle Compañía y transforma su atmósfera en algo diferente, mucho más parecida a la que hay en nuestra querida plazuela de San Juan de Dios que la de Compa-

ñía.

¡Ah! Olvidaba mencionarlo. Ese edificio por el que debemos pasar no es otro que el nuevo museo Thyssen de Málaga, lugar que ocupa varios edificios, te-

niendo ventanales de sus salas observando nuestro curioso lugar.

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Como puedes ver, el lugar está algo deteriorado. Fachadas con descon-chones, numerosos cables colgando de cada esquina, suciedad gene-ral… ¡Menos mal que no puedes oler el callejón de al lado!

Supongo que el tiempo y la lluvia, así como su falta de mantenimien-to lo han llevado hasta este punto. Pese a que la apertura del Thyssen hace pocos meses ha mejorado las condiciones de la zona, vamos a in-tentar darle una solución, crear algo nuevo, para lo cual existen ciertas

directrices.

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Capítulo Segundo

Una receta bastante peculiar

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Capítulo Segundo: Una receta bastante peculiar23

GRADO DE ILUMINACIÓN:Se trata de un lugar que mezcla lugares de gran iluminación con zonas en sombra, zonas oscuras por las que es peligroso (y fascinante) moverse. Túneles, cuevas, pero se conjugan con partes que están al aire libre, iluminadas por la luz del sol.

GRADO DE APERTURA:Como he comentado antes se trata de un lugar básicamente abier-to, pero dentro de él puede haber espacios cerrados, estrechos, laberínticos. El lugar es, más

bien, la unión de varios lugares, de varios mundos.

GRADO DE MOVILIDAD:El lugar no es mueve, es estático.

GRADO DE ERODABILIDAD:El paso del tiempo afecta a este lugar, ineludiblemente. Es un lugar que se deteriora y desaparece, finalmente, conforme el tiempo y los años va pasando por su ocupante, y conforme el exterior le va afectando. Sólo quedan al final las ruinas (doloridas) de lo que fue este lugar y cuando su ocupante vuelve a visitarlas siente una nostalgia enorme

por el lugar que fue y ya no es.

Bien, como he dicho hace poco, para poder arreglar todo este embrollo nos han dado ciertas… medidas, indicaciones. Ellos lo llaman grados, y tienen una función simple en apariencia, pero que puede llegar a enredarse un poco más:

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GRADO DE MODIFICABILIDAD: El lugar es altamente modificable. Los túneles pueden convertirse en serpientes; los puentes en laberintos… Cualquier cosa puede

convertirse, por voluntad del ocupante, en otra cosa distinta.

GRADO DE INTIMIDAD / PRIVACIDAD:Es un lugar privado, aunque su dueño puede invitar (e invita) a algunos amigos a que lo visiten. Pero son pocos esos amigos: hay que poseer una imaginación especial para habitar y entender un

lugar así.

GRADO DE CONECTIVIDAD:No está bien conectado con el exterior. De hecho, GRADO DE CONECTIVIDAD:No está bien conectado con el exterior. De hecho, la relación entre lo que llega de y va hacia fuera es un tanto distorsionante: desde

dentro la realidad externa se percibe de otra manera.

GRADO DE RE-CONOCIMIENTO:No es un lugar fácilmente reconocible. Por esa naturaleza poliédrica de la que he hablado, por su capacidad para ser modifica-

da, se trata siempre de un lugar nuevo, único, libre.

GRADO DE ESTANCIALIDAD:No es un lugar de paso, sino un lugar para que-darse, al menos por un tiempo. El personaje termina saliendo de allí porque el es-pacio empieza a deteriorarse, a arruinarse (como hemos dicho, por el paso del

tiempo y por la presión de elementos exteriores), y ya no tiene sentido quedarse ahí.

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GRADO DE TRANSITABILIDAD:El ocupante de este lugar es el dueño absoluto de este lugar, y lo puede transitar libremente, sin ningún obstáculo. Los objetos y formas que hay en este lugar le permiten al habitante vivir aventuras en él, jugar,

imaginar, pero nunca suponen obstáculos reales.

GRADO DE ACCESIBILIDAD:Para el ocupante ha sido muy fácil entrar en este GRADO DE ACCESIBILIDAD:Para el ocupante ha sido muy fácil entrar en este lugar: su sensibilidad y su imaginación estaban preparados para ello. Para otras perso-nas, en cambio, no resulta nada fácil entrar a este sitio, que les puede parecer perver-

so y peligroso.

GRADO DE EVACUABILIDAD:El ocupante de lugar no se plantea si es fácil o di-fícil salir de este lugar. Él querría quedarse ahí, pero es el propio deterioro paulatino

e imparable del lugar lo que le obliga a abandonarlo, a pesar de sí mismo.

GRADO DE INTERFERENCIA:Llegan sonidos y voces del exterior, pero llegan, como ya dijimos, algo distorsionados. Son interpretados de otra manera en el inte-

rior.

GRADO DE ALTURA CON RESPECTO AL SUELO:Hay diferentes alturas con respecto al suelo en el lugar: hay zonas que están al nivel del suelo, otras que se

sitúan en alto, otras que nos llevan hacia lo subterráneo.

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Capítulo Segundo: Una receta bastante peculiar

Sentimientos del ocupante del espacio con respecto a él.

¿Cómo lo habita?

¿Cómo es su relación con él?

El habitante se siente muy cómodo en este lugar, se siente libre, siente que allí El habitante se siente muy cómodo en este lugar, se siente libre, siente que allí puede vivir aventuras que no encuentra en ningún otro sitio. El lugar,

además, está totalmente adecuado a sus sueños y deseos: le pertenece plena-mente. El único problema es que este espacio se va deteriorando cuando pasa el tiempo y también por la influencia de los demás que, desde fuera, conside-ran que este sitio es perjudicial para el habitante y colaboran en su destruc-ción. Cuando el protagonista abandona, finalmente, este lugar en ruinas,

siente que ha perdido algo muy valioso; siente que ha sido expulsado de su pa-raíso.

(texto original de los alumnos de Literatura de la Universidad de Granada para el programa ‘’Granada , ciudad de lectores

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Capítulo Segundo: Una receta bastante peculiar27

Si no lo has intuido ya, ¡Lo que quieren es que modifiquemos el espa-cio!

Y los grados no son más que instrucciones para modificarlo. Bueno, instrucciones hasta cierto punto, ya que no marcan el camino, sino solo el destino. Por lo demás, tenemos que buscar donde poder ‘’aga-

rrarnos’’ para dar lugar algo lo menos trivial posible.

Como habrás comprobado ya, sé que eres alguien perspicaz, algunas de las condiciones que nos han dado ya se cumplen o, al menos, se

cumplen parcialmente. La iluminación, apertura, erodabilidad…

Otros, sin embargo, plantean una situación imposible ( o muy difícil) de lograr en una plaza( ¿¡Diferentes alturas!?).

Aquí, amigo, es donde entra en juego una buena herramienta: bienveAquí, amigo, es donde entra en juego una buena herramienta: bienve-nida sea nuestra amiga Subjetividad.

Puede parecer ‘’hacer trampas’’, pero si estamos haciendo algo que sale de nosotros, ¿Qué mínimo que tenga algo de huella personal? No me refiero a falsear totalmente la cosa pero si no, ¿Cómo vamos a con-

seguir un túnel que se convierta en serpiente?

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Capítulo Tercero

El último asistente a la reunión

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión31

Pensándolo mejor, voy a dejar que él os cuente algo ( considerado por otros suficiente) de él mismo.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión33

Los ladrones

Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandole-resca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una fe-rretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Riva-

davia entre Sud América y Bolivia.

Decoraban el frente del cuchitril las policromas carátulas de los cuadernillos que na-rraban las aventuras de Montbars el Pirata y de Wenongo el Mohicano. Nosotros los muchachos al salir de la escuela nos deleitábamos observando los cromos que

colgaban en la puerta, descoloridos por el sol.

A veces entrábamos a comprarle medio paquete de cigarrillos Barrilete, y el hombre renegaba de tener que dejar el banquillo para mercar con nosotros.

Era cargado de espaldas, carisumido y barbudo, y por añadidura algo cojo, una cojera extraña, el pie redondo como el casco de una mula con el talón vuelto hacia

afuera.

Cada vez que le veía recordaba este proverbio, que mi madre acostumbraba a decir: Cada vez que le veía recordaba este proverbio, que mi madre acostumbraba a decir: -Guárdate de los señalados de Dios-.Solía echar algunos parrafitos conmigo, y en tanto escogía un descalabrado botín entre el revoltijo de hormas y rollos de cuero, me iniciaba con amarguras de fracasado en el conocimiento de los bandidos más fa-mosos en las tierras de España, o me hacía la apología de un parroquiano rumboso a quien lustraba el calzado y que le favorecía con veinte centavos de propina.

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Como era codicioso, sonreía al evocar al cliente, y la sórdida sonrisa que no acertaba a hincharle los carrillos arrugábale el labio sobre sus negruzcos dientes.

Cobróme simpatía a pesar de ser un cascarrabias y por algunos cinco centavos de in-terés me alquilaba sus libracos adquiridos en largas suscripciones.

Así, entregándome la historia de la vida de Diego Corrientes, decía:

-Ezte chaval, hijo ... ¡qué chaval! ... era ma lindo que una rroza y lo mataron lo mi-guelete ...

Temblaba de inflexiones broncas la voz del menestral:

Ma lindo que una rroza ... zi er tené mala zambra ... Recapacitaba luego:

-Figúrate tú ... daba ar pobre lo que quitaba ar rico ... tenía mujé en toas los cortijo ... si era ma lindo que una rroza ... En la mansarda, apestando con olores de engru-do y de cuero, su voz despertaba un ensueño con montes reverdecidos. En las que-bradas había zambras gitanas ... todo un país montañero y rijoso aparecía ante mis

ojos llamado por la evocación.

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-Zi era ma lindo que una rroza. -y el cojo desfogaba su tristeza reblandeciendo la suela a martillazos encima de una plancha de hierro que apoyaba en las rodillas.

Después, encogiéndose de hombros como si desechara una idea inoportuna, escupía por el colmillo a un rincón, afilando con movimientos rápidos la lezna en la piedra.

Más tarde agregaba:

-Verá tú qué parte ma linda cuando lléguez a doña Inezita y ar ventorro der tío -Verá tú qué parte ma linda cuando lléguez a doña Inezita y ar ventorro der tío Pezuña. -y observando que me llevaba el libro me gritaba a modo de advertencia: --Cuidarlo, niño, que dinéroz cuesta. -y tornando a sus menesteres inclinaba la

cabeza cubierta hasta las orejas de una gorra color ratón, hurgaba con los dedos mu-grientos de cola en una caja, y llenándose la boca de clavillos continuaba haciendo

con el martillo toc ... toc ... toc ... toc ...

Dicha literatura, que yo devoraba en las "entregas" numerosas, era la historia de José María, el Rayo de Andalucía, o las aventuras de Don Jaime el Barbudo y otros peri-llanes más o me- nos auténticos y pintorescos en los cromos que los representaban

de esta forma:

Caballeros en potros estupendamente enjaezados, con renegridas chuletas" en el sonrosado rostro, cubierta la colilla torera por un cordobés de siete reflejos y trabu-co naranjero en el arzón. Por lo general ofrecían con magnánimo gesto una bolsa amarilla de dinero a una viuda con un infante en los brazos, detenida al pie de un

altozano verde.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión 36

Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; endereza-ría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas.

Necesitaba un camarada en las aventuras de la primera edad, y éste fue Enrique Ir-zubeta.

Era el tal un pelafustán" a quien siempre oí llamar por el edificante apodo de el "Fal-sificador".

He aquí cómo se establece una reputación y cómo el pres- tigio secunda al princi-piante en el laudable arte de embaucar al profano.

Enrique tenía catorce años cuando engañó al fabricante de una fábrica de caramelos, lo que es una evidente prueba de que los dioses habían trazado cuál sería en el futuro el destino del amigo Enrique. Pero, como los dioses son arteros de corazón, no me sorprende al escribir mis memorias enterarme de que Enrique se hospeda en

uno de esos hoteles que el Estado dispone para los audaces y bribones.

La verdad es ésta: Cierto fabricante, para estimular la venta de sus productos, inició un concurso con opción a premios destinados a aquéllos que presentaran una colec-ción de banderas de las cuales se encontraba un ejemplar en la envoltura interior de

cada caramelo. Estribaba la dificultad (dado que escaseaba sobremanera) en hallar la bandera de Nicaragua.Estos certámenes absurdos, como se sabe, apasionan a los muchachos que, cobijados por un interés común, computan todos los días el resultado de esos traba-

jos y la marcha de sus pacientes indagaciones.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión37

Entonces Enrique prometió a sus compañeros de barrio, ciertos aprendices de una carpintería y los hijos del tarnbero, que él falsificaría la bandera de Nicaragua siem-

pre que uno de ellos se la facilitara.

El muchacho dudaba ... vacilaba conociendo la reputación de Irzubeta, mas Enri-que magnánimamente ofreció en rehenes dos volúmenes de la Historia de Francia, escrita por M. Guizot, para que no se pusiera en tela de juicio su probidad.

Así quedó cerrado el trato en la vereda' de la calle, una calle sin salida, con faroles pintados de verde en las esquinas, con pocas casas y largas tapias de ladrillo. En dis-tantes bardales" re- posaba la celeste curva del cielo, y sólo entristecía la calleja el monótono rumor de una sierra sinfín o el mugido de las vacas en el tambo.

Más tarde supe que Enrique, usando tinta china y sangre, re- produjo la bandera de Nicaragua tan hábilmente, que el original no se distinguía de la copia. Días después Irzubeta lucía un flamante fusil de aire comprimido, que vendió a un ropavejero de la calle Reconquista. Esto sucedía por los tiempos en que el esforzado Bonnot y el

valerosísimo Valet aterrorizaban a París.

Yo ya había leído los cuarenta y tantos tomos que el VÍZ- conde de Ponson du TeYo ya había leído los cuarenta y tantos tomos que el VÍZ- conde de Ponson du Te-rraíl escribiera acerca del hijo adoptivo de mamá Fipart, el admirable Rocarnbole, y

aspiraba a ser un bandido de la alta escuela.

Bien: un día estival, en el sórdido almacén' del barrio, conocí a Irzubeta.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión 38

La calurosa hora de la siesta pesaba en las calles, y yo, sen- tado en una barrica de yerba, discu-tía con Hipólito, que aprovechaba los sueños de su padre para fabricar aeroplanos con arma-dura de bambú. Hipólito quería ser aviador, -pero debía resolver antes el problema de la esta-bilidad espontánea-o En otros tiempos le preocupó la solución del movimiento continuo y

salía consultarme acerca del resultado posible de sus cavilaciones.

Hípólito, de codos en un periódico manchado de tocino, entre una fiambrera con quesos y las varillas coloradas de "la caja", escuchaba atentísimamente mi tesis:

-El mecanismo de un "reló" no sirve para la hélice. Ponéle un motorcíto eléctrico y-las pilas secas en el "fuselaje".-Entonces, como los submarinos ...

-¿Qué submarinos? El único peligro está en que la corriente te queme el motor, pero el aero-plano va a ir más sereno y antes de que se te descarguen las pilas va a pasar Un buen rato.

-Che', y con la telegrafía sin hilos no puede marchar el motor? Vos tendrías que estudiarte ese invento. ¿Sabés que se- ría lindo? En aquel instante entró Enrique.

-Che", Hipólíto, dice mamá si querés darme medio kilo de azúcar hasta más tarde.

-No puedo, che; el viejo me dijo que hasta que no arreglen la libreta ...

Enrique frunció ligeramente el ceño.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión39

-iMe extraña, Hipólito! ...

Hipólito agregó, conciliador:

-Si por mí fuera, ya sabés ... pero es el viejo, che. -y señalándorne, satisfecho de poder desviar el tema de la conversación, agregó, dirigiéndose a Enrique:

-Che, ¿no lo conocés a Silvio? Éste es el del cañón.El semblante de Irzubeta se iluminó deferente.

-Ah, ¿es usted? Lo felicito. El bostero del tambo me dijo que tiraba como un Krupp -Ah, ¿es usted? Lo felicito. El bostero del tambo me dijo que tiraba como un Krupp ...

En tanto hablaba, le observé.

Era alto y enjuto. Sobre la abombada frente, manchada de pecas, los lustrosos cabe-llos negros se ondulaban señorilmente. Tenía los ojos color de tabaco, ligeramente oblicuos, y vestía traje marrón adaptado a su figura por manos poco hábiles en labo-

res sastreriles.

Se apoyó en la pestaña del mostrador, posando la barba en la palma de la mano. Pa-recía reflexionar.

Sonada aventura fue la de mi cañón y grato me es recordarla

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión 40

A ciertos peones de una compañía de electricidad les compré un tubo de hierro y varias libras de plomo. Con esos elementos fabriqué lo que yo llamaba una culebri-

na o "bombarda". Procedí de esta forma:

En un molde hexagonal de madera, tapizado interiormente de barro, introduje el tubo de hierro. El espacio entre ambas caras interiores iba rellenado de plomo fun-dido. Después de romper la envoltura, desbasté el bloque con una lima gruesa, fijan-do al cañón por medio de sunchos' de hojalata en una cureña fabricada con las

tablas más gruesas de un cajón de kerosene.

Mi culebrina era hermosa. Cargaba proyectiles de dos pulgadas de diámetro, cuya carga colocaba en sacos de bramante llenos de pólvora. Acariciando mi pequeño

monstruo, yo pensaba:

-Este cañón puede matar, este cañón puede destruir-, y la convicción de haber creado un peligro obediente y mortal me enajenaba de alegría.

Admirados lo examinaron los muchachos de la vecindad, y ello les evidenció mi suAdmirados lo examinaron los muchachos de la vecindad, y ello les evidenció mi su-perioridad intelectual, que desde entonces prevaleció en las expediciones organiza-das para ir a ro- bar fruta o descubrir tesoros enterrados en los despoblados que esta-

ban más allá del arroyo Maldonado en la parroquia de San José de Flores.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión41

El día que ensayamos el cañón fue famoso. Entre un macizo de cinacina' que había en un enorme potrero' en la calle Avellaneda antes de llegar a San Eduardo, hicimos el experimento. Un círculo de muchachos me rodeaban mientras yo, ficticia- mente enardecido, cargaba la cu-lebrina por la boca. Luego, para comprobar sus virtudes balísticas, dirigimos la puntería al de-pósito de cinc que sobre la muralla de una carpintería próxima la abastecía de agua.

Emocionado, acerqué un fósforo a la mecha; una llamita oscura cabrilIeteó bajo el sol y dé pronto un estampido terrible nos envolvió en una nauseabunda neblina de humo blanco. Por un instante permanecimos alelados de maravilla: nos parecía que en aquel momento había-mos descubierto un nuevo continente, o que por magia nos encontrábamos convertidos en

dueños de la tierra.

De pronto alguien gritó:-¡Rajemos"! ¡La "cana?'!

No hubo tiempo material para hacer una retirada honrosa. Dos vigilantes a todo correr se acercaban, dudamos ... y súbitamente a grandes saltos huimos, abandonando la "bombarda" al

enemigo. Enrique terminó por decir:

-Che, si usted necesita datos científicos para sus cosas, yo tengo en casa una colección de revis-tas que se llaman Alrededor del Mundo y se las puedo prestar.

Desde ese día hasta la noche del gran peligro, nuestra amistad fue comparable a la de Orestes y Pílades.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión42

¡Qué nuevo mundo pintoresco descubrí en la casa de la familia Irzubeta!

¡Gente memorable! Tres varones y dos hembras, y la casa regida por la madre, una señora de color de sal con pimienta, de ojillos de pescado y larga nariz inquisidora, y la abuela en- corvada, sorda y negruzca como un árbol tostado por el fuego.

A excepción de un ausente, que era el oficial de policía, en aquella covacha taciturna A excepción de un ausente, que era el oficial de policía, en aquella covacha taciturna todos holgaban con vagancia dulce, con ocios que se paseaban de las novelas de Dumas al reconfortante sueño de las siestas y al amable chismorreo del atardecer.

Las inquietudes sobrevenían al comenzar el mes. Se trataba entonces de disuadir a los acreedores, de engatusar a los "gallegos de mierda", de calmar el coraje de la gente plebeya que sin tacto alguno vociferaba a la puerta cancel reclamando el pago de las

mercaderías, ingenuamente dadas a crédito.

El propietario de la covacha era un alsaciano gordo, llama- do Grenuillet. ReumátiEl propietario de la covacha era un alsaciano gordo, llama- do Grenuillet. Reumáti-co, setentón y neurasténico, terminó por acostumbrarse a la irregularidad de los Ir-

zubeta, que le pagaban los alquileres de vez en cuando.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión45

Y Silvio lee, y su como habréis comprobado por las trastadas que se dedica a hacer, lo que lee le influye bastante. El pobre chico, está hecho un Don Quijote catorcea-ñil. Mucho que imaginar y mucho que crear con su mente para su propio disfrute…

¡Ajá!, ha llegado la hora de que os cuente algo más sobre la misión que aquí tene-mos. Se trata crear un espacio donde él pueda leer, donde se sienta igual que

cuando esta profundamente inmiscuido en una de esas lecturas bandolerescas que le proporciona el zapatero andaluz.

Claro que sí, lo grados tienen que ver directamente con él, o mejor dicho, los grados existen para él. Son directrices que me dio alguien que conoce a Silvio bastante

mejor que yo, ya que su trabajo consiste en ello.

Sigamos entonces con la labor que hoy se nos encomienda.

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Capítulo Tercero: El último asistente a la reunión 46

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Capítulo Cuarto

Maneras de hacer las cosas

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Capítulo Cuarto: Formas de hacer las cosas 48

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Capítulo Cuarto: Formas de hacer las cosas49

Por fin es hora de materializar todo esto.

Lo primero que se me ocurre es recurrir a las instrucciones para poder coger la cosa por alguna parte… Iluminación… Conectividad… Todo es un lío, así que en vez de intentar resolver un puzle con tan sólo ver todas las piezas, vamos a ir uniendo pieza a pieza. Si ya sabemos el resultado final… ¿Qué emoción tiene

descubrir la imagen que se forma cuando vamos haciendo el puzle?

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Capítulo Cuarto: Formas de hacer las cosas 50

Lo primero que intentaremos resolver es la conectividad con el exte-rior. Es cierto que la plaza está aisladilla por sí sola del resto del centro pero vamos a intentar potenciar eso. ¿Cómo podemos aislar una plaza

y una calle? No podemos usar puertas, ya que se trata de un espacio público y de tránsito, así que la solución que nos puede valer en este caso es cubrir-

la con algo.

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Capítulo Cuarto: Formas de hacer las cosas51

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Capítulo Cuarto: Formas de hacer las cosas 52

Ya que tenemos este elemento que cubre la plaza, vamos a intentar aprovecharlo:

Si lo hacemos transparente y de colores conseguiremos completar el grado de iluminación que nos exigen, además, también se cumplirá el grado de modificabilidad, así como el de interferencia, el lector no per-

cibirá correctamente la información (luz) del exterior.

El objeto proyectará sombras de diferentes colores que cambiaran y se transformarán totalmente dependiendo del día, la estación del año, el clima, o si hay pájaros anidando en él. . Si además lo miramos de

forma algo más subjetiva, también se cumplen los grados de apertura ( el lugar es abierto pero no lo es) y de erodabilidad ( el lugar se deterio-ra, cuando la luz solar se despide cada ocaso el lugar pierde toda su

‘’magia)

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Los colores. Los colores. ¿ Qué colores elegir? Para eso, tendremos que mirar a nuestro alrededor. Si veis la fotografía podemos visualizar di-ferentes elementos. El cristo de los Faroles.. La casa de San Juan de Dios y un edificio del que hemos estado hablando antes y que tiene

bastante que ver con el color, ¡El museo Thyssen!

Para elegir correctamente los colores vamos a tener que darnos una vuelta por allí, a ver que se cuece.

- Finalmente, en la segunda planta del museo hayamos la respuesta. Existen numerosos cuadros del período romántico en Málaga, ador-nando atardeceres con todos azules, rosas violáceos, amarillos y ana-ranjados. Éstos serán los colores que elegiremos para nuestra pérgola.

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Tras estudiar la historia del lugar, descubrimos que se originó en la re-conquista de la misma, cuando los cristianos llevaron a cabo un retran-queo de fachadas, ya que la cultura musulmana percibía el espacio pri-vado sobre el público de una manera mucho más dramática que la de los cristianos. Por tanto, este lugar antes era un barrio de la Madina árabe de Málaga, por lo que tiene que haber algo debajo de esta plaza.

Y ese algo, no es menos que una vivienda, un pozo y unos hornos de pan, según lo investigado. Además, era un lugar más o menos cercano a la muralla exterior de la ciudad y una de las vías que conectaban las

puertas con el centro de la ciudad.Esto nos podría dar una indicación de cómo dar forma a nuestra pér-gola, y de si quizás nos convendría intentar crear un espacio en el sub-

suelo para justificar el grado de ‘’diferentes alturas’’.

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Tras una charla con Ellos, decidimos que quizás la idea de excavar no sea lo más apropiado, ya que no hay ninguna manera de que podamos saber con cer-teza que es lo que hay ahí abajo. Realmente si la hay, pero tendríamos que des-trozar todo el pavimento de una plaza y tristemente, no disponemos ni de los

medios ni del tiempo apropiado. Por tanto, intentemos buscar la forma en otro plano, el plano donde realmen-

te trabaja el objeto: las alturas. ( Más o menos a cota 10 metros)

Y de Aquí, y de nuestro análisis cromático en el Thyssen salen nuestros prime-ros resultados.

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Bien, Todavía no está, aún no ha acabado.

Al principio hablamos de la calle Mártires. El proyecto cobrará mucha Al principio hablamos de la calle Mártires. El proyecto cobrará mucha fuerza si la incluimos en él . Así que vamos a expandirlo por la calle. Algo que tener en cuenta en su morfología, los murales del siglo XVIII de una de las fachadas y no arrasar con las ventanas de las fachadas. Nuestro elemento pérgola se extiende ahora desde la plaza hasta la parte por la que hay que pasar por debajo del museo Thyssen, de manera que cuando entras en la calle, tras pasar bajo El Thyssen todo es luz y color hasta desembocar en la plaza. El ambiente de este nuevo espacio es mucho mas ‘’aislado’’ de la calle plaza. El ambiente de este nuevo espacio es mucho mas ‘’aislado’’ de la calle principal ahora, pareciendo un lugar aparte. De este modo, se completan

los grados de reconocimiento y estancilidad. Al tratarse de un lugar mucho mas recogido, y percibirse desde la Calle Compañía como un tunel, un lugar aparte, que hace que las personas que entren se queden, convirtiéndolo en un lugar de estancia frente a uno de

tránsito.

Por su parte, el grado de transitabilidad se desprende de las proyecciones de color. El lugar está sembrado de objetos con los que poder imaginar, pero

ninguno de ellos llega a convertirse en un obstáculo real.

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Ya estamos casi al final. Como habéis podido comprobar, la pérgola en la calle es plana totalmente. Con una última modificación vamos a completar

un grado más y hacerlo todo más interesante.

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Capítulo Quinto

Conclusiones

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