maría del pilar díaz castañón. ideología y revolución: cuba 1959-1962. capítiulo 3

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María del Pilar Díaz Castañón. Ideología y revolución: Cuba, 1959-1962. Editorial de Ciencias Sociales, 2001. Capítulo III SUJETO, IDEOLOGÍA E IMAGEN DEL MUNDO No culture supports any myth entirely naked of religious, political, social or ethical point; no folk tale does not hide some, even the tiniest, primitive secret. There will always be a hero sleeping under the hill, ready to surge out to save the world. Imaginative reconstruction of the past -what might have happened- need not always conflict with fact -what did happen. Graeme Fife 1 . Así esbozada, la cuestión parece remitir a la fría (o no) manipulación del actual o futuro protagonista de la subversión por parte de los dirigentes del hecho revolucionario. Si así fuera, el asunto no trascendería las buenas o malas intenciones, y se limitaría el investigador a constatar cuán lamentables son los resultados de la enérgica actividad de “los hombres de las revoluciones”. Hannah Arendt llega a esta conclusión por analizar el asunto sólo desde la óptica política, atribuyendo a la preocupación por el bien público el olvido de las libertades civiles, rasgo a su juicio típico de todas las revoluciones 1. 1 Arthur, the King . BBC Books, London, 1990, p.24. 55

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Analiza la relación entre sujeto, ideología e imagen del mundo.

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Captulo III SUJETO, IDEOLOGA E IMAGEN DEL MUNDO

Mara del Pilar Daz Castan. Ideologa y revolucin: Cuba, 1959-1962. Editorial de Ciencias Sociales, 2001.

Captulo III

SUJETO, IDEOLOGA E IMAGEN DEL MUNDO

No culture supports any myth entirely naked of religious, political, social or ethical point; no folk tale does not hide some, even the tiniest, primitive secret. There will always be a hero sleeping under the hill, ready to surge out to save the world. Imaginative reconstruction of the past -what might have happened- need not always conflict with fact -what did happen.

Graeme Fife.

As esbozada, la cuestin parece remitir a la fra (o no) manipulacin del actual o futuro protagonista de la subversin por parte de los dirigentes del hecho revolucionario. Si as fuera, el asunto no trascendera las buenas o malas intenciones, y se limitara el investigador a constatar cun lamentables son los resultados de la enrgica actividad de los hombres de las revoluciones. Hannah Arendt llega a esta conclusin por analizar el asunto slo desde la ptica poltica, atribuyendo a la preocupacin por el bien pblico el olvido de las libertades civiles, rasgo a su juicio tpico de todas las revoluciones.Ciertamente, el intelectual orgnico est obligado a dirigir y conocer muy bien al protagonista cuya actividad gua. Pero su principal misin es justamente esa: convertirlo en actor, i.e., en sujeto de su actividad revolucionaria. Si la sntesis ideolgica es resultado del complejo proceso de apropiacin de lo real y como tal se difumina en la totalidad en tanto medio y mediacin, el estudio de las mediaciones por separado no puede ir ms all de los paradjicos resultados ofrecidos por la historia de las mentalidades: demostrar cun participativo es el sujeto sin llegar a establecer las razones de su participacin.

Pero aprehender las mediaciones como totalidad trasciende con mucho la cuestin de su identificacin. No basta el imperativo de conocer las expectativas, tradiciones y valores del futuro protagonista de la subversin para transformarlas; hay que saber cmo estas determinaciones interactan, y cul es el precario equilibrio en el que armonizan (o no) con la concepcin poltica que tericamente expresa sus intereses.

El llamado de Gramsci al examen del sentido comn remite a la inexplorada esfera de la vida cotidiana del hacedor de la subversin. La reforma de las conciencias, que presupone un sujeto consciente de las formas ideolgicas que lo transforman - paradoja sin salida- sera posible de realizarse el estudio de las determinaciones cotidianas que tanto marcan la actividad del sujeto, hasta el punto de reproducirlas inadvertidamente en su quehacer.

Sin embargo, el abordaje usual de la cuestin se resume sea en la descripcin sociolgica de las condiciones de vida de las masas populares o en su traduccin abstracta: hambre, miseria y explotacin. Pero como deca Marx, no es lo mismo comer con tenedor que con las manos, y el hambre se hace entonces relativa. No basta con detallar las actividades de la vida cotidiana; se hace necesario establecer la lgica de la repeticin de las prcticas que subyacen en el complejo entramado de hbitos, tradiciones y costumbres. Pues de lo contrario su transformacin ser espontnea o inducida, creando ya el conflicto entre las nuevas formas de cotidianidad que la realidad revolucionaria impone, ya la asimilacin artificial de las nuevas rutinas, insertadas sobre las anteriores sin que realmente se afecte la conducta del sujeto en este mbito.

Igualmente, suelen asumirse como representativos de un proceso sucesos cuya funcin simblica llega a identificarlos, sin que ni el contemporneo ni su heredero los examine. As, Cuba celebra su Da de la Cultura Nacional el 20 de octubre, cuando por vez primera se cant en la plaza de Bayamo el Himno Nacional. A todo cubano le es familiar la imagen de Perucho Figueredo, quien en la euforia de la victoria escribi en la plaza la letra del Himno, montado a caballo y apoyado sobre su montura. Y desde luego, nadie reflexiona sobre la imposibilidad de realizar tal hazaa cuando an no se haban inventado los bolgrafos: amn de tintero, pluma y papel, Figueredo necesit un equilibrio magistral para escribir ms de una lnea.

Para el estudio de un proceso subversivo, el sujeto real, que segn Marx haba de ser premisa de todo anlisis, no puede ser aprehendido slo desde el ngulo que una concepcin terica ofrece. Ni tampoco, claro est, concebido al margen de la teora. A la visin lgica que ella propone habra que aadir la explicacin de una cotidianidad que los estudios del sujeto poltico descartan, o dan slo como consecuencia de un cambio meramente poltico. Igualmente, sera necesario incluir la asuncin mtica de la realidad revolucionaria, que permite el trnsito de su hacedor por etapas bien diferentes que marca adems con su protagonismo.

Pues como sobriamente apuntaba Carnot, un revolucionario no nace: se hace en el devenir de la propia revolucin. El imperativo de estudiar los procesos subversivos a posteriori encubre el hecho simple de que lo son: i.e., en tanto subversivos, si realmente son tales, han de alterar todas las esferas de la actividad humana, y crear as a su protagonista. En sus momentos iniciales, la definicin y destino del proceso resulta para l velada por la vorgine de su propia actividad; por ello resulta frecuente que el contemporneo no se reconozca en las airosas descripciones que los investigadores formulan una vez transcurrido su quehacer.

De ah que en este estudio se proponga la exploracin simultnea tanto del sujeto real como de la imagen del mundo que en el proceso de subversin social produce, considerando que en la peculiar apropiacin de lo real cuyo resultado es el complejo entramado de formas ideolgicas, la absolutizacin de una de ellas como clave para la reflexin produce la ilusin consustancial a esta forma de espiritualidad humana.

En cambio, el concepto imagen del mundo reclama el examen de los tipos de pensamiento que transfiguran para el sujeto la totalidad resultante del proceso de apropiacin, explorando la diversidad de mbitos sobre los que acta a la vez que valorativamente se conforman. Ello posibilita investigar al hacedor de la subversin no slo desde el prisma de su actividad pasada, sino tambin desde la traduccin lgica del inslito universo que crea. Demiurgo y criatura, es su movilidad quien permite explicar la rpida y a veces curiosa asimilacin de la nueva realidad.

Imago mundi llam Pierre dAilly a las representaciones cartogrficas que incluan un borroso diseo del mundo nuevo. En procesos tan convulsos como las revoluciones sociales, el contemporneo nunca percibe cabalmente la irrupcin del nuevo mundo, por ms que racionalmente se argumente. De hecho, si la subversin es real, trastorna estratos no previstos, cuya necesidad surge al calor de la lucha. Es en el perodo inicial de la subversin que la imagen del mundo revolucionario se conforma, y es la turbulencia engendrada por el cambio que lucha por definirse quien le concede el rango de imagen, i.e., expresin vaga y rpidamente cambiante de la eclosin revolucionaria.

De ah la necesidad de reflexionar no sobre la visin que a posteriori el proceso ofrece de s mismo, sino respecto a la producida por la joven revolucin, i.e., el lapso durante el cual los objetivos del proyecto de subversin cambian constantemente, siendo sus propsitos con frecuencia indefinidos para sus propios actores. A la vez que el proyecto se redefine lo hace su protagonista, y es en este decursar que deviene sujeto, conformndose su mudable imagen del mundo. Es justamente la existencia de esta imagen quien garantiza la reproduccin del estereotipo revolucionario, ms all de sus orgenes y propsitos iniciales, en el trnsito cambiante de coyunturas histricas diversas.

Como visin mvil y cambiante de la joven revolucin, surgida como resultado de su devenir y variable en un mundo que se renueva, la imagen del mundo ofrece la paradoja de una asombrosa estabilidad, dando tanto al protagonista como al proceso la versin que en cada momento finito parece definitiva. Pero tambin guarda la capacidad de asimilar una evolucin inesperada, sin reclamar la conservacin de momentos ya superados.

Sujeto e ImagoEllo es posible por acoger no slo al pensamiento terico, con su demostrativa estructura lgica, sino tambin al pensamiento cotidiano y al elusivo pensamiento mtico. Es su interaccin quien permite comprender la rpida asimilacin de los verstiles cambios de la realidad revolucionaria, as como el modo en que ella es refractada por el sujeto real, que en los momentos iniciales no guarda an la exclusin clsica a todas las revoluciones del revolucionario y el contra.

Pese a su estructura lgica eminentemente racional y explicativa el pensamiento terico es componente vital de la imagen del mundo. Amn de su clsica funcin reflexiva en la apropiacin de lo real, acta como elemento rectificador de la imago mundi, legitimando tericamente la compulsin revolucionaria. Su influencia no puede reducirse al profesional de la reflexin: de modo inevitable, todo sujeto participa del pensamiento terico de una poca, sea a travs de la labor que desempea o merced a la informacin socializada que de los ms diversos campos transmiten los medios masivos de comunicacin.

Sin embargo, la emocionalidad cuya comprensin urgiera Antonio Gramsci resulta inexplicable desde la lgica del pensamiento terico. La contradictoriedad de su estructura en el despliegue sucesivo de eslabones mediadores indica procesos y tendencias de comportamiento, no finitudes. Para el contrapunteo con los dems elementos de la imago mundi, valga destacar que en el clsico ascenso de lo abstracto a lo concreto, la relacin espacio-temporal se presupone, mientras la causalidad y la comprensin de la totalidad se asumen como contradiccin dialctica clsica. El reconocimiento orgnico de la totalidad veta la comprensin aditiva de la relacin todo-parte y hace posible la apropiacin sinttica de lo real lgicamente rectificado.

Al ofrecer al sujeto un mundo claro y distinto donde la demostracin es soberana, excluye naturalmente actitudes y relaciones ms simples y finitas, cuya generalizacin es con frecuencia imposible. No obstante, su ausencia limita el anlisis a explicar tericamente la actividad de un sujeto tambin terico, cuyos avatares cotidianos - y sus consecuencias- resultan a veces bien ajenos a las elevadas abstracciones de la teora.El trnsito del devenir demostrativo tpico del pensamiento terico es, en cambio, totalmente ajeno al pensamiento cotidiano. Pues en este mbito, dominio del antes y el despus, la identidad concreta no tiene sentido. Y es que el pensamiento cotidiano se rige por la ley de la identidad formal. As, las relaciones que refleja slo pueden ser de sucesin temporal o contigidad espacial. Al dominar la contigidad, la sucesin, la analoga, la temporalidad finita y la exclusin, el objeto permanece firmemente idntico a s mismo, excluyendo toda posibilidad de cambio. Comprendido como todo abstracto, slo permite la adicin que la sucesin espacial o temporal simple conllevan. La causalidad no expresa ms que antecedentes y consecuentes, y por ello mismo la reiteracin cobra fuerza de ley, que se transmite a la experiencia cotidiana a travs de refranes y proverbios.

Se trata de un dominio eminentemente normativo, pero de una normatividad inconsciente para su portador, pues se expresa a travs de tradiciones, hbitos y costumbres que el sujeto rutinariamente sigue, pero que nunca examina. Y no puede hacerlo, pues en el reino de la identidad formal la relacin verdad-error slo opera como antinomia.

El lenguaje conserva y recrea las determinaciones del pensamiento cotidiano, manteniendo vivo el signo pero con un significado que el tiempo aleja o hace completamente distinto del original. Al ser la repeticin lo que da sentido a costumbres y hbitos, su traduccin lingstica contribuye a la transmisin de tales rutinas, confiriendo al grupo una identidad especfica prestigiada por la historia anterior que porta.

Pero el reino de lo cotidiano no existe puro, aislado del conjunto de relaciones reales. Todo lo contrario: es a partir de l que se refractan las determinaciones de la cultura en que se inscribe, y en l se fijan con fuerza de axioma las formas ideo-valorativas dominantes. Pues su mbito natural es la sociedad civil.

La sociedad civil es el refugio de las tradiciones, hbitos, costumbres y valores que el grupo dominante proyecta como estereotipo a imitar, y que no parecen guardar relacin alguna con el Estado o los mecanismos de reproduccin y consecucin de poder. La aparente uniformidad que ofrece esconde la ruptura que significa la existencia de diferentes grupos, clases y estratos sociales, cada uno de los cuales genera una refraccin valorativa propia de acuerdo a sus condiciones reales de vida. La herencia histrica comn que como totalidad porta refuerza su apariencia uniforme, cuya incorporacin, sea a travs de vas cognoscitivas o valorativas (escuela, organizaciones o tradicin) promueve el surgimiento de estereotipos de lenguaje, conducta y mentalidad comn.

Es desde la sociedad civil, caracterizada por Hegel como soporte del Estado, que ocurre la socializacin y resocializacin de nuevos espacios participativos, y es tambin desde ella que se transforman en determinaciones culturales comunes lo que inicialmente fueron manifestaciones puntuales.

As, la aparicin de nuevos espacios pblicos y la aparentemente simple insercin en ellos esconde que es desde esta dimensin que se puede legitimar una posicin o participacin poltica dada, y tambin inducirla.

Pero en la sociedad civil tambin circulan formas de legitimacin inexplicables desde la frrea lgica del pensamiento cotidiano, y aparentemente inasibles para el pensamiento terico. La imagen de Figueredo escribiendo el Himno Nacional resulta indestructible para cualquier cubano, aunque racionalmente sepa que solamente lo estren en la plaza de Bayamo. Del mismo modo, la digna actitud de Maceo durante la protesta de Baragu impide asimilar que luego de ella, el Titn de Bronce slo pudo permanecer diez das en la manigua.

Y es que el pensamiento mtico y la racionalidad demostrativa son antitticos. Refugio soberano de la leyenda y la fantasa, su estructura lgica es bien diferente a las ya mencionadas. Indiferente a la contradiccin, sea formal o dialctica, ignora los eslabones mediadores de una relacin, estableciendo una identidad inmediata de objetos no vinculados entre s. De hecho, se abstrae de ellos incluso cuando entre los objetos en cuestin el nexo inmediato no es posible. As, une los extremos de cualquier relacin de modo inmediato, permitiendo el trnsito de cualquier cosa en otra, o de ella misma en otra. Como relacin indiferenciada en la unidad, admite la causalidad slo como nexo en espacial o temporal que no se precisa. La relacin todo-parte es tambin indiferenciada, siendo cada parte una totalidad. Como toda relacin es posible, puede y de hecho admite identidades que para el pensamiento terico o para el pensamiento cotidiano seran inadmisibles.

La emocionalidad, fantasa e imaginacin hallan aqu buen terreno para su despliegue, precisamente porque la relacin verdad - error no rige. O ms exactamente, carece de importancia; es la vieja relacin que subsiste en las antiguas leyendas y relatos infantiles, donde A es a la vez no-A, mantenindose la identidad de ambos. Atenea sale ya formada - y armada, qu detalle- de la cabeza de Zeus; el lobo se traga a la abuelita de la Caperucita Roja pero la buena seora emerge de su vientre viva y coleando; Jons - y Geppeto- pueden cmodamente subsistir en el vientre de una ballena, y claro, cualquier princesa puede ser convertida en dragn. Ningn nio se asombra ante un relato que comience diciendo Haba una vez, ni se le ocurre preguntar cundo y dnde ocurri. Como ningn adulto tampoco lo hace.

Desde el punto de vista lgico, este resbaladizo terreno parece inasible, pues generalmente se intenta su explicacin a partir de la lgica del pensamiento terico. O al margen de l, pero tomndolo como principio. No otra es la idea que fundamenta la exploracin antropolgica del mito, considerndolo supervivencia cultural que, no obstante, se descodifica inevitablemente desde las premisas tericas que la contemporaneidad emplea para reconstruir cognoscitivamente una cultura pasada. Curiosamente, ya Lvy-Bruhl alertaba contra semejante tentacin, aun cuando su estudio del mito, basado en la existencia de una mentalidad primitiva, excluye toda lgica posible.

Trtese de la reconstruccin de influencia jungiana de la mentalidad primitiva o de la exploracin de la plsmasis mtica en el lenguaje que con tanto xito difundieran los mitemas y fonemas del otro Lvy, el problema subsiste. Pues si tanto la antropologa como la etnologa han tenido xito notable en la descodificacin de mbitos culturales que hoy perduran en estadios inferiores de desarrollo, su aplicacin resulta ms que difcil para explicar, por ejemplo, cun primitiva era la mentalidad de los antiguos cretenses, reyes de la ciencia y la tecnologa y por tanto de los mares cuando Atenas era slo una aldea. Del mismo modo, queda inexplorada la supervivencia del mito en el hombre actual, que tanta importancia tiene en el mundo de la poltica.

La historia es el modo en que una sociedad se rinde cuentas de su pasado, deca J. Huizinga. Podra aadirse de un cierto pasado, pues siempre se eligen, conscientemente o no, los momentos heroicos, i.e., legitimadores del presente para restaurar el pasado. Ello sera imposible de no existir el pensamiento mtico, en cuyos lmites la racionalidad cartesiana carece de sentido. Dicho de otra manera, es posible saber lo que realmente ocurri; pero resulta harto difcil borrar la versin mticamente fijada como vlida. Figueredo seguir eternamente escribiendo el Himno Nacional apoyado en la montura de su caballo, por mucho que racionalmente se expliquen las dificultades de tal proeza, y el General Antonio combatiendo durante meses a los espaoles tras Baragu.

Pues el dato existe y es conocido, pero no asimilado como tal. Y desde luego, ningn terreno ms propicio al mito que las revoluciones. Ellas son mbito natural de la leyenda y la fantasa heroica, incluso en sus etapas iniciales. Resulta comn que al lder triunfante, encarnacin de las expectativas nacionales insatisfechas, se le identifique - sin que ninguno pierda sus lmites como totalidad especfica- con el hroe nacional tradicional. As, la portada de la primera Bohemia de enero de 1959, que alcanz una tirada de un milln de ejemplares, presenta en primer plano una foto de Fidel Castro, rodeado de una aureola que emana de un busto de Jos Mart, en segundo plano. Desde luego, ello no responde a las intenciones explcitas o no del entonces director de la revista. La identificacin Mart-Fidel se desplegar progresivamente, pero ya est fijada desde la lucha insurreccional, y se hace evidente en todos los medios de comunicacin de la poca desde el triunfo mismo.

El estudio del mito en las revoluciones ha sido ms que amplio, si bien concentrndose mayormente en su descripcin, o en la funcin simblica que desempea en la constitucin del imaginario social. Uno de los procesos de subversin ms estudiados, la Revolucin Francesa, ha dado lugar tanto a prolijos relatos del simbolismo revolucionario (la patria, la bandera, el clebre lema de Libertad, Igualdad, Fraternidad) como a numerosos intentos de conciliar la asuncin mtica de la realidad con la legitimacin que todo poder ejerce y requiere.

Las conclusiones no dejan de ser curiosas. As, un reciente estudio afirma: la dimensin mtica supla a lo inconcebible en trminos conceptuales, a la certeza de poder comunicar directamente con el otro, al sentimiento de realidad de lazos afectivos con el grupo, al amor a la Repblica. Ello regresa a una vieja tendencia: atribuir al mito la emocionalidad que la racionalidad no puede expresar, para incluir de algn modo el inevitable componente imaginativo y anticipador tpico de los grandes cambios sociales.La anttesis razn vs. emocin y la identificacin del ltimo mbito -a falta de algo mejor- con el mito, no es nueva en la historia de la filosofa. Ya Jenfanes reclamaba la muerte del mito, legitimador de la impotencia humana. De ah la reiterada identidad mito - error, que slo a fines del siglo XIX comienza a desvanecerse ante los resultados del psicoanlisis, la antropologa comparada y la etnologa.

Sin embargo, el estudio del mito desde los lmites que estas esferas imponen lo cie necesariamente ya al marco de la experiencia individual, ya a la generalizacin de la experiencia social de comunidades cuyo nivel de desarrollo impide la generalizacin instrumental de los resultados.

Cualquier reflexin filosfica al respecto remite ineludiblemente a la obra del pensador Ernest Cassirer. Si en la monumental Filosofa de las formas simblicas dedica todo un volumen a probar la existencia del pensamiento mtico, considerado como forma de apropiacin simblico - cultural de la realidad, es en El Mito del Estado donde expone sus reflexiones en torno a la funcin y utilidad del mito en el mundo de la poltica.

Considerando al mito imagen de la emocionalidad humana, sostiene asimismo que se trata de una objetivacin de la experiencia social del hombre, no de su experiencia individual. Por ello, el anlisis psicologista del mito trastorna su propia esencia, y a su juicio incluso los trabajos de Freud, que consideran a la vida emotiva del hombre clave del mundo mtico, reducen sin proponrselo el mito a una psicologa de las emociones.

Como refugio de la imaginacin y emocionalidad, uno de los rasgos esenciales del mito es su asimilacin como real, i.e., sin que su carcter simblico sea percibido, puesto que las emociones son convertidas en imgenes. El Mito del Estado guarda la huella de las razones que motivaron su escritura: la necesidad de comprender la exitosa manipulacin fascista de Alemania. As, el Cassirer que tan brillantemente haba criticado tanto la concepcin del mito como error (resultado del uso errneo de las leyes de asociacin, mala interpretacin) como su reduccin psicologista a la experiencia individual, y haba mostrado su importancia en la apropiacin simblica de la realidad, retrocede a sus propias premisas al caracterizar al mito poltico, que no puede surgir espontneamente,,a partir de la relacin homo magus - homo faber, representada por el poltico profesional, que a la vez encarna el deseo colectivo personificado.Del mismo modo, los elementos que incluye en el mito (hroe, nacin, raza, lenguaje) derivan de la existencia misma del lder, expresin de un deseo colectivo que ha alcanzado una fuerza abrumadora (puesto que), se ha desvanecido toda esperanza de cumplir ese deseo por la va ordinaria y normal. Al considerar al hroe encarnacin inevitable de las expectativas nacionales, retoma el clsico anlisis de Carlyle, para argumentar la manipulacin social, sin preguntarse por qu ella es posible o qu cmo poda Adolfo Hitler devenir una figura heroica. Dicho de otra manera, la pregunta que Cassirer deja sin respuesta es la misma que motiva su estudio: cmo es posible que un pas tan culto como Alemania haya sucumbido a la demagogia nacional-socialista. Pues si bien la explotacin del sentimiento revanchista y chovinista alemn poda facilitar el terreno, su establecimiento y reproduccin no poda reducirse a semejantes premisas.

Desde luego, lo anterior no justifica que se retome a este autor para erigirlo en adalid de la razn prctica contra el mito poltico contemporneo, o se le haga inventor de recetas para remediar el mal que sufre la humanidad contempornea, sosteniendo que Cassirer restablece la pretensin fundacional de un pensamiento mtico aliado a la tcnica dominante, versin muy particular del traductor francs de El Mito del Estado.

Cierto es que en la obra de Cassirer la emocin recupera sus fueros como esfera independiente. Pese a ello, sus ideas ameritan reflexin, y no es ocioso aclarar que la proposicin que aqu se expone mucho le debe. La consideracin del mito como experiencia social objetivada condujo al examen de la clsica propuesta de R. Graves , as como a enfocar el problema desde el ngulo que la caracterizacin del pensamiento ofrece.

Ella permite examinar la alta movilidad de la imagen que se forma en el devenir revolucionario, en la que los aspectos emocional-racional coexisten sin estorbarse en lo ms mnimo. Pero en modo alguno podra considerarse el dominio de la emocionalidad sobre los dems factores. Pues la imagen del mundo tambin posee una estabilidad envidiable, que permite al sujeto la apropiacin de determinaciones que realmente no examina.

Al respecto es ilustrativo recordar que ante las demandas populares, la joven revolucin se proclama humanista en mayo de 1959. La urgencia de dar un significado claro y sobre todo distinto al trmino se expresa claramente en la definicin que ngel Augier ofreciera:

(...) El humanismo cubano es como la solucin de un angustioso problema. Es permisible apelar a un mtodo dialctico para significar que si la tesis es el capitalismo y la anttesis el comunismo, la sntesis es el humanismo, que incluye la justicia social del socialismo pero sin las restricciones civiles de un rgimen autoritario; y la democracia liberal del capitalismo, pero sin las extralimitaciones abusivas de un rgimen explotador (...)"

Evidentemente, para el sujeto real tales alquimias verbales no tuvieron mucho sentido, pero el apelativo adquira significado ante los cambios tanto en la vida cotidiana (rebaja del precio de las medicinas, alquileres, etc.), como en la recurrente legitimacin histrica de los ideales de justicia social. Y esta fue la definicin unnimemente reivindicada y compartida hasta abril de 1961.

Y es que debido a sus componentes, la imago mundi goza de una estabilidad notable, que en nada veta su movilidad. Pues mientras el pensamiento terico permite la refraccin de la disciplina en cuestin o de la versin que de ella sugieren los medios masivos de comunicacin, el pensamiento cotidiano evita la mutacin de aspectos no reflexivos de lo real, que constituyen sin embargo rasgos medulares de la conducta humana - hbitos, tradiciones, costumbres- mientras el pensamiento mtico hace posible la asuncin de determinaciones que en s son totalmente incompatibles.

Es el cambio constante del equilibro de la imago mundi quien permite caracterizar al sujeto real no como expresin de una determinacin poltica, o de la sntesis que desde el Estado ella promueve como ideologa dominante / dominada. Pues la imago mundi se reajusta y cambia incesantemente, expresin cabal del objeto ms mvil posible. Consecuentemente se transforma el partcipe de la subversin, que al inicio se limitar a incluir los miembros del grupo que ha liderado el proyecto. Del amplio rango de espectadores benvolos que aplauden la realizacin de expectativas particulares se transita al sujeto participativo real, que ya, desde luego, presupone la diferenciacin pro y contra que su propia actividad genera.

Por ello, la interaccin de estos los tres tipos de pensamiento en la imago mundi exige estudio casustico: no puede considerarse su relacin inmutable, ni afirmar el dominio obstinado de uno sobre otro. Ello impone la consideracin de un sujeto distinto, portador y expresin no slo de la pura racionalidad, sino tambin de las tradiciones, valores, hbitos y costumbres de su tiempo. Si todo buen proceso de subversin social cambia las nociones de tiempo, espacio, orden e historia para su protagonista, ello ocurre al inicio imperceptiblemente, salvo en proyectos que explcitamente imponen una nocin temporal.

Al obrar como prisma refractante de la espiritualidad social que los AIE ofrecen, la imago mundi acta como una totalidad a la que continuamente se aaden nuevas determinaciones. Desde luego, segn el mbito de la actividad social en que el sujeto se desempee, acudir con mayor o menor asiduidad a un tipo de pensamiento dado, sin que ello impida su participacin en el todo discordante y movedizo de la imago.

De hecho, es la propia movilidad de la imago mundi quien impide que la memoria histrica del sujeto sea confiable, y ello no es atribuible slo al lgico cambio de sus expectativas. La constante adicin - o supresin- de determinaciones que el pensamiento mtico propicia hace que el sujeto pierda la nocin histrica pura, que de hecho se va rectificando segn la coyuntura dada. Se conforma as la leyenda de la historia, que poco o nada puede tener que ver con el hecho realmente acaecido. Si ya Marc Bloch adverta que el pasado siempre se reconstruye desde los prejuicios del presente, para el sujeto real perdurar la aprehensin mtica que de la historia ha hecho, borrando lo que resulta incompatible con los constantes reajustes que la imagen del mundo sufre en un proceso de subversin.

Claro que tales rasgos obstaculizan su estudio. Por ello, establecer su formacin y reproduccin supone el uso de indicadores que permitan caracterizar su establecimiento y transformacin sucesiva.

En primer lugar, se impone el estudio de la asimilacin mtica de la realidad revolucionaria: es ella quien permite la superacin constante de objetivos cuya consecucin pareca animar el proyecto subversivo. Ello se realizar indagando no el modo en que el pensamiento mtico conforma cualquiera de sus determinaciones, sino cmo los elementos constitutivos del mito poltico (expectativas, nacin, hroe, leyenda histrica) asimilan y expresan el cambio social. Adems, se impone escudriar las transformaciones que ocurren en el mundo valorativo del sujeto y su expresin en vida cotidiana, as como el modo en que el lenguaje se transforma y marca con su signo cada fase del quehacer subversivo. Al ser los AIE quienes refractan para el sujeto la realidad social, urge constatar cmo se diferencian y conforman, empleando para ello fuentes peridicas diarias que reflejan el cambiante mundo de la joven revolucin. Y, desde luego, imprescindible resulta el uso legitimador de la historia que caracteriza un proceso subversivo.

De lo expuesto resulta que no podra siquiera esbozarse la imago mundi si no se explorara la peculiar asuncin de la historia que durante el proceso de subversin ocurre. Pues toda revolucin se presenta como resultado inevitable de la anterior, legitimando con ella su advenimiento. Al hacerlo, se inscribe en la versin mtica de la historia ya existente, declarando a la vez su propsito de satisfacer las expectativas de la nacin.

Y es que la credibilidad del proyecto depende en gran medida de que sepa erigirse en campen de la expectativas. Ello plantea un problema dual, de cuya acertada solucin depender el curso del proceso. Las expectativas de cada grupo social son distintas, y todos pretendern tornar a su favor el triunfo subversivo. De ah que sea necesario equilibrar las aspiraciones urgentes que expresan consenso inmediato con los propsitos ms mediatos que se persiguen. La redefinicin constante de la joven revolucin supone para el sujeto el trnsito tambin constante de expectativas, catalizadas desde luego por el temor a que su ejecucin no sea posible.

El papel del miedo en las revoluciones no puede ser desdeado. Como mostrara G. Lefebvre en su clsico estudio ya aludido, surge sin causas aparentes, obedeciendo en realidad al temor de que las en ocasiones an imprecisas expectativas no se cumplan. La transposicin expectativas - miedo radicaliza el primer trmino de la relacin, propiciando una participacin cada vez mayor en el proyecto. El estudio de su progresin resulta imprescindible para la comprensin del proceso revolucionario, pues el protagonista incorpora mticamente las expectativas, sin reclamar las que propiciaron su participacin inicial.

Y stas son, generalmente, las que se identifican con la nacin. Trmino por dems elusivo, resultado del devenir histrico, presupone un proceso de diferenciacin explcita, que hace su significado evidente para sus habitantes aunque en realidad nunca se precise. La consolidacin de la diferencia, sea externa o interna (los contra), reafirma progresivamente la identidad. As, Cuba ha sido tanto La Habana, y la nacin como anti-espaola y anti-norteamericana en distintas pocas, cuya coyuntura especial haca visibles los anti. Si como sealara Spinoza reflexionar sobre la identidad de un pueblo no implica solamente caracterizarlo, sino especialmente establecer las razones de su identidad, los anti contribuirn a desempear esta funcin, reforzando simblicamente la apropiacin mtica que de la nacin se hace.

Desde luego, a ella contribuye la positividad que denota el hroe revolucionario. Portador de todas las virtudes y en lucha perenne contra las desventuras nacionales, su papel y alcance cambiar en la medida en que la joven revolucin lo haga. Justamente por serlo, los procesos subversivos estimulan la conducta heroica de sus protagonistas, quienes asumen actitudes insospechadas ante la importancia y significado del objetivo propuesto. Paradigma revolucionario cuya imitacin se promueve, aunque el sujeto real comprenda la imposibilidad de alcanzar su estatura, establece el modelo del revolucionario ideal, y se inscribe con todo derecho en la leyenda histrica.

Con su habitual poder descontextualizador, la universalidad que la leyenda porta se recrea paradjicamente en cada coyuntura precisa. Su trascendencia no altera los valores que la identifican, si bien su fundamento se diluye, quedando relegado al reino indemostrable del pensamiento mtico.

As, en el caso cubano los hroes legendarios por excelencia, Mart y Maceo, simbolizan respectivamente la entereza del pensamiento independentista y la valenta del brazo liberador; los valores que representan son perennes, y pueden ser retomados en cualquier momento histrico. Y desde luego, puede mostrarse la valenta de Jos Mart y la solidez terica de Antonio Maceo, sin que el estereotipo se altere, ni sea su imitacin ms que una proposicin modlica. Del mismo modo, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, figuras reales bien conocidas de la joven revolucin, confirman su lugar en la leyenda cubana con la analoga de la invasin efectuada en el siglo anterior por Gmez y Maceo, para devenir por derecho propio hroes legendarios tras su muerte: Camilo, encarnacin del pueblo, es el dicharachero Seor de la Vanguardia, mientras la guerrilla deviene sustancial atributo del Guevara smbolo.

Ms all de las personalidades heroicas, el transcurrir nacional genera su propia leyenda, que usualmente exalta la positividad y novedad de la totalidad, estableciendo as un marcado contraste con el exterior. En el caso cubano, sin embargo, la diferencia se hace extrema. Pues uno de los ms curiosos rasgos del proceso de formacin de la nacionalidad es la leyenda negra del cubano.

A la imagen intransigente y digna del insular capaz de luchar contra los ingleses o permanecer 10 aos en la manigua, se une la del cubano pcaro, haragn, jactancioso, bullanguero y escptico, carente de constancia alguna, rasgos a los que durante la Repblica se aade la apata y dependencia que su incapacidad parece garantizar. De ah que sea bien diferente la visin que el hacedor de la subversin tiene de s mismo que la proposicin heroica que la joven revolucin hace: por ms que intente ajustar su conducta al estereotipo heroico, desconfa en su fuero interno de su capacidad para lograrlo, asumindolo como aspiracin vlida y realizable por el grupo, pero no por participantes comunes y corrientes de la gesta revolucionaria. La lucha contra la leyenda negra fue constante en 1959, y su discurrir revela la identificacin sujeto - proceso: si al inicio el contemporneo se asombraba de la visin positiva y legendaria que de su propia obra llega desde el exterior, ms tarde la considera consustancial y necesaria para la vigencia del proyecto mismo.

Como se aprecia, los elementos del mito poltico se presuponen entre s, conformando una refraccin cambiante de la realidad que puede aadir determinaciones sin que su esencia se altere. Pero desde luego, su interaccin no agota el nuevo mundo que la joven revolucin conforma.

Pues un proceso revolucionario trastorna necesariamente el mundo valorativo del sujeto, propiciando su cambio progresivo y conformando un nuevo estereotipo que comenzar a erigirse en regulador de la normatividad espiritual de una poca. Y desde luego, sobreviven viejos valores que resisten al cambio.

Expresin del modo en que cada grupo constituye y despliega sus normas para la refraccin de lo real, el cuerpo valorativo social formado histricamente no indica ms que el estereotipo resultante de la proyeccin que la totalidad se ofrece como nica vlida. Gestados y consolidados en coyunturas especificas, el sujeto no reconoce su papel ms que por la fuerza de cohesin social que adquieren. Al ofrecer una pauta a imitar, permiten establecer el vnculo entre grupos bien diversos, que sin embargo se reconocen - o aceptan- en la visin valorativa socialmente aceptada.

Resultado del contradictorio proceso de diferenciacin que la propia realidad genera, su refraccin tambin lo es, produciendo normas bien diferentes para cada grupo que, no obstante, podr reproducir mimticamente el esquema valorativo imperante para lograr su aceptacin social. Sin embargo, nada ms estable que el mundo valorativo de la cotidianidad, donde la rutina es duea y seora. La existencia de hbitos, costumbres y tradiciones identifica a cada grupo social, siendo su cambio una de las ms difciles tareas del proceso subversivo.

Reglas de las que cada grupo se cree hacedor, que ocultan sin embargo la imposicin social, los hbitos indican la diferenciacin interna extrema entre las capas sociales, y su precisin puede reducirse incluso al mbito familiar. Su repeticin inconsciente se inscribe en la lgica frrea del pensamiento cotidiano, cuya transposicin en el refrn el hbito hace al monje oculta el proceso que ha hecho del monje tal precisamente por llevar hbito e insertarse en una comunidad monstica.

La tradicin surge de la universalizacin de hbitos, sea por la importancia que se les confiere o por la funcin que desempean en la formacin de la identidad. En Cuba es tradicional que la cena de fin de ao incluya puerco asado y frijoles negros, tpica comida campesina que sin embargo devino simblica para todas las capas sociales, sobreviviendo hasta hoy. Brinda una relacin de pertenencia a una realidad (nacional o local) con la que el sujeto se identifica, y precisamente por ello su alteracin es harto difcil.

Con frecuencia, cuando una tradicin desaparece deviene costumbre, i.e., refraccin grupal de normas sociales. La coherencia interna que su reiteracin brinda ofrece un sentido de pertenencia entre un estilo de vestir, hablar, comer e interactuar socialmente que es propio de ese y no de ningn otro estrato social (intelectuales, campesinos, oficinistas, etc.). Su relacin con la totalidad no es conflictiva, salvo cuando desaparece la actividad econmica que sustentaba al grupo como tal. Las artes de hacer de que hablara Michel de Certeau indican el modo en que la interaccin con lo real produce distintos modos de consumo resultantes de prcticas diferenciadas que, no obstante, pueden mantenerse cuando desaparece la actividad que les dio origen.

Como se aprecia, para que una revolucin provoque un cambio radical en la vida cotidiana ha de subvertir hbitos, tradiciones y costumbres, transformacin que influir incluso - y especialmente- en quien se pretende ajeno o contrario al proceso de subversin social.

Y por supuesto, el indicador ms revelador de la efectividad de la subversin es el lenguaje. Nombrar la nueva realidad es un problema: con frecuencia surgen trminos de duracin tan efmera como la realidad que los produjo, mientras otros llegan a caracterizar el proceso mismo. Por otra parte, la peculiar estructura del lenguaje posibilita la subsistencia de viejos signos, pero ya con un significado completamente distinto del original. La paulatina coherencia que adquiere el lenguaje revolucionario servir para identificar al protagonista del proceso, y tambin para aislar y reconocer a quien de l se excluye.

Del mismo modo, la subversin ideolgica que se realiza desde los AIE indica el cambio que para el sujeto ocurre en esferas aparentemente distantes de la expresin revolucionaria consciente.

Valga aclarar que el concepto de AIE se emplea aqu con una acepcin y finalidad bien distinta de la propuesta por su creador. En tanto aparatos ideolgicos del Estado, se caracterizan por reproducir las relaciones dominantes sin guardar relacin evidente alguna con el poder o la dominacin. As, desde esferas al parecer neutrales - que incluyen la familia, los medios masivos de comunicacin, la escuela, la religin (no institucional) las organizaciones sociales y polticas masivas- brindan al sujeto un espacio donde puede mostrar su independencia, si bien de hecho se apropia y reproduce, en un rango ms amplio, las tesis que se pretenden imponer a nivel social. Los AIE desempean un importante papel en los perodos de joven revolucin, donde la conflictualidad de alternativas es elevada.

Al traducir para el sujeto en un amplio abanico valorativo lo que de otro modo sera simplemente aceptado o no a tenor de una filiacin poltica dada, su estudio posibilita constatar el modo en que la refraccin ideolgica ya se ha consolidado, hasta el punto de permitir la transformacin radical en reas al parecer independientes de los cambiantes propsitos del proyecto. Y es que desde la ptica del sujeto la reproduccin en todos los mbitos del estereotipo revolucionario parece depender de su compromiso con l. De hecho, la apropiacin ideolgica de lo real - y por tanto, la realidad misma- cambia sustancialmente. para todo aquel capturado por el torbellino revolucionario

La exploracin del lenguaje, los valores, los AIE o el mito poltico, por s mismos y de manera aislada, no permiten ms que caracterizar lo que ya existe, o existi, en un proceso de subversin dado. Pero el anlisis de la imagen del mundo debe hacerse, empleando los ndices esbozados, a partir de una fuente dada.

Ello plantea, desde luego, el problema de cules elegir. La tentacin ms usual respecto a los procesos de subversin social es su reconstruccin a posteriori, sea a partir de las memorias dejadas por el contemporneo, sea desde la valoracin de la tendencia ideo-poltica que explcitamente lo sustent. En el ltimo caso, como se ha visto, se explora al sujeto poltico, ciertamente; pero no al sujeto real. En el primero, se olvida que la memoria histrica borra, y que por tanto incluso el simple espectador rectifica inevitablemente lo ocurrido.

Una exploracin sociolgica del asunto recomendara, entre otras variantes posibles, la de entrevistar a los participantes que an viven, puesto que el objeto que se explora apenas tiene 40 aos. Sin embargo, la utilizacin de este instrumento en las etapas iniciales de esta investigacin mostr su esterilidad, as como la necesidad de elegir otras fuentes que las orales.

Sobre todo, se impona reconstruir el universo de la cambiante subversin desde el prisma en que se le presenta al contemporneo. Para ello, nada mejor que las fuentes peridicas diarias, desde las cuales se refracta la imagen que se difunde a nivel social.

No otra fue la idea que sustent esta investigacin en sus inicios, cuyo primer resultado fuera el trabajo de diploma Ideologa y Revolucin: Cuba 1959-1960, al que siguieron entre otros- Legalidad versus subversin: las paradojas de la legalidad revolucionaria y Las dos caras de la subversin: la formacin del re y el contra. En ellos, sus autores exploran desde las premisas que aqu se han expuesto, pero desde objetivos y fuentes diversas, la refraccin que ellas ofrecen de la formacin de la imagen del mundo de la joven revolucin.

Amn de validar la seleccin de fuentes peridicas diarias para el estudio de la joven revolucin, los resultados obtenidos muestran la vala del instrumental terico empleado para lograr tal propsito, y en mucho han contribuido a su precisin. Se impone aqu agradecer la generosidad de los autores, quienes en aras de los aos de trabajo compartido han permitido la utilizacin de sus fuentes en esta bsqueda. Gentileza tan inusual en los medios intelectuales es la que ha permitido la reconstruccin progresiva de la imago mundi del sujeto real, develando as la a priori curiosa actitud de quienes, al hallarse envueltos en un proceso subversivo, no solo hacen historia, sino de modo peregrino insisten en continuar hacindola.

Arthur, the King. BBC Books, London, 1990, p.24.

Captulo III

Notas y referencias

Arendt, H. Sobre la revolucin . Alianza Editorial, Madrid, 1978, p. 134

Gramsci, A. El materialismo histrico y la filosofa de Benedetto Croce. Ed. Revolucionaria, La Habana, 1966, p.48.

Fundamentos, I, 31. El hambre es el hambre; pero si es satisfecha con carne preparada y cocida y se come con la ayuda de un tenedor y un cuchillo, es diferente del hambre que es satisfecha devorando carne cruda, desgarrada con las manos, las uas y los dientes. No se trata solamente del objeto del consumo, sino tambin del modo de consumo que la produccin crea tanto en forma objetiva como subjetiva. Por ende la produccin da lugar al consumidor.

Consecuencia del igualitarismo revolucionario, la introduccin de la Libreta de Control de Abastecimientos, establecida en marzo de 1962 (Resolucin no.2, 30 de marzo de 1962) ha producido un cambio total en los hbitos y costumbres de la poblacin cubana, perceptible tanto en el modo en que se distribuye la jornada como en la establecida mentalidad de me toca y lleg, sin preguntarse de dnde ni cmo, y por supuesto con total independencia de la contribucin social de cada consumidor.

Los problemas ocultos tras la rutina de la vida cotidiana han sido analizados desde mltiples ngulos, como la cultura popular o la marginalidad (de Certau, M. La prise de parole, Paris, Descle de Brouwer, 1968; de Certau, M., Labsent de lhistoire, Paris, Mame, 1973), el poder (Foucault, M. Surveiller et punir, Paris, Gallimard,1975 ) la sociologa (Bordieu, P. Esquisse dune thorie de la pratique, Genve, Droz, 1972, donde comienza la interrogacin de este autor sobre el modo de generacin de las prcticas a partir del lugar donde ocurren, que luego dara lugar a su conocida teora del campo social) e incluso la utopa cotidiana (Mafesoli, M. La conqute du prsent. Pour une sociologie de la vie quotidienne, Paris, Descle de Brouwer, 1998). Los trabajos de Michel de Certau siguen siendo de extrema utilidad, especialmente Linvention du quotidien, (Paris, Gallimard, 1990), donde propone el anlisis de las artes de hacer cotidianas a partir del estudio de los modos de consumo y sus prcticas resultantes, que desarrollan una razn popular.

A cualquier argentino le es familiar la frase que indica el heroico paso de la cordillera durante las guerras de independencia: San Martn atraves a pie Los Andes al frente de los granaderos a caballo. Nadie se pregunta si desmontaron o es que ninguno tuvo la cortesa de ofrecer un caballo al general.

As, la masiva incorporacin de la mujer a esferas de la realidad antes excluyentes suele analizarse como consecuencia directa de la poltica de la joven revolucin y su llamado a la participacin masiva (Escuelas Ana Betancourt, Instructoras de Arte, FMC) y slo como resultado de ello se explican los cambios en estructura, tradiciones y hbitos en la familia cubana. De hecho, el proceso es simultneo: al cambiar los hbitos y tradiciones en virtud de la nueva imagen del mundo que se est forjando, se produce la incorporacin, que a su vez contribuye, desde luego, a fijar el cambio en este mbito. El gran cambio valorativo de 1961 es precisamente la incorporacin masiva de la mujer, cuando la joven revolucin ya tiene 2 aos. Cf. Coelli, J.I Congreso de la FMC, en Bohemia, 24 de agosto de 1962, no. 34, Ao 54,p.34.

On ne nat pas rvolutionnaire; on le devient. Citado por: Gengembre, G. vos plumes, citoyens! crivains, journalistes, orateurs et potes, de la Bastille Waterloo. Dcouvertes, Gallimard, 1988, p.56.

Antonio Gramsci se refera a este aspecto, alertando que la duracin de un proceso subversivo no era garanta de su estabilidad, si no se transformaban realmente las esferas vitales del hacedor de la subversin. En particular alertaba contra las decisiones polticas sin respaldo ni posible arraigo popular.

Aspecto sin embargo valorado por el Che al comentar el problema de la unidad: Las revoluciones, transformaciones sociales radicales aceleradas hechas de las circunstancias, no siempre o casi nunca, o quiz nunca maduradas o previstas cientficamente en sus detalles, hechas de las pasiones, de la improvisacin del hombre en su lucha por las reivindicaciones sociales, no son nunca perfectas. La nuestra tampoco lo fue. Ernesto Che Guevara. En: Un pecado de la Revolucin, Bohemia, 12 de febrero de 1961, no.7, p.59.

La rpida variacin de la realidad revolucionaria marc el devenir de la Revolucin Francesa, y es especialmente aplicable a la Revolucin Cubana, en cuyo momento inicial la indefinicin -que condujo a definiciones tan simpticas como la de revolucin con pachanga- culmin en precisiones tan vagas como la de revolucin humanista (mayo de 1959), que sin embargo satisfizo a los mismos protagonistas que la haban exigido.

En el caso cubano, el estereotipo contra se forma con ms lentitud que la generalizacin revolucionario, de contenido ciertamente cambiante, pero que se impone desde los inicios mismos del proceso. Del mismo modo, la sntesis revolucionario se establece paulatinamente. La diferencia todava apreciable en mayo del 59, ante las distintas acogidas que tiene la Ley de Reforma Agraria se hace mucho menor en mayo de 1960 ante el atentado a La Coubre, y menor an en julio cuando las nacionalizaciones son casi unnimemente aprobadas como respuesta a la amenaza de cerco econmico. Ya en abril del 61 el contra est bien definido, tanto en el mbito interno como externo; pero en octubre de 1962, el llamado que se realiza para la defensa de la soberana de la nacin se dirige a todos sus habitantes, asumiendo que todos ellos son revolucionarios.

Se suele considerar la influencia del pensamiento terico en el sujeto slo desde el punto de vista de su participacin directa en l, olvidando que a travs de los AIE se socializan determinaciones que no requieren estudio alguno. Hoy, casi todo el mundo sabe que E=mc2, pero slo los profesionales de la fsica pueden explicarlo a cabalidad.

Por ejemplo, mucho han discutido los historiadores sobre la extraa pasividad de Robespierre, quien tras pronunciar de pie un discurso de 5 horas, permaneci el 9 Termidor curiosamente inactivo, pasando de silla en silla, mientras sus enemigos tomaban la palabra, lo que permiti su cada y dio fin a la era jacobina. Tena vrices. (Cf. Vermorel, C. Vive le son du canon! ditions Robert Laffont, Paris, 1989. Postface. "Les petites choses de lhistoire et les grandes", pp.435)

Su relacin con el pensamiento mtico y su influencia respecto al sujeto en la sociedad civil se analizan con ms detalle en Daz Castan, Ma. del Pilar: En busca del sujeto perdido, ponencia presentada al II Congreso Cubano-Hispano de Filosofa , Universidad de La Habana, 24-27 de junio de 1996, referido en la bibliografa.

Una vez que en la Revolucin Francesa se lanza en el ao II el llamado de La Patria est en peligro, el significado de la consigna qued grabado en ella, bastando su repeticin para motivar la accin, por muy diversa que fuera la coyuntura histrica. El lema Patria o Muerte es signo distintivo de la Revolucin Cubana, y quiz slo los contemporneos recuerden su origen: la respuesta popular ante el sabotaje al vapor francs La Coubre (mayo 1960). Desde luego, este anlisis se centra en los procesos de subversin social, pero en otro mbito podra recordarse que la manida frase se arm la de San Quintn no recuerda ya la clebre batalla entre Carlos V y Francisco I, sino simplemente un enfrentamiento lgido.

Hasta hoy, los vecinos de Remedios se dividen en dos bandos que reproducen el antagonismo de los viejos barrios de la villa, para confeccionar objetos artesanales (trabajos de plaza), vestuario alusivo y carrozas para el carnaval, momento en el que un jurado escoge el ganador. Si antao tal decisin entraaba serios problemas, hoy es un elemento ms de la sociabilidad e identidad propia del lugar.

La bibliografa respecto a la interaccin sociedad civil - sociedad poltica es ms que extensa, caracterizndose la mayora de los autores contemporneos por la indefinicin del primer trmino, que generalmente asumen como dado o en contrapunto con la sociedad poltica. El exhaustivo anlisis realizado por A Arato y P. Cohen (Civil Society and Political Theory. (Cambridge University Press, 1994) sigue siendo vlido para indicar una de las principales aristas del problema: la metamorfosis del trmino sociedad civil y la tendencia a extrapolar su dimensin.

En el caso de la Revolucin Francesa, la versin elegante del desafo lanzado por un sargento de la vieja Guardia en Waterloo se repite en todos los libros de texto, aunque la expresin de Cambronne sea por todos conocida.

Au lieu de nous substituer en imagination aux primitifs que nous tudions, et de les faire penser comme nous penserions si nous tions leur place, ce qui ne peut conduire qu des hypothses tout ou plus vraisemblables et presque toujours fausses, efforons-nous, au contraire, de nous mettre en garde contre nos propres habitudes mentales et tchons de dcouvrir celles de primitifs par lanalyse de leurs reprsentations collectives et des liaisons entre ces reprsentations. Lvy-Bruhl, L. La Mentalit primitive. 1922, rd. Paris, Retz, 1976, p.41. [En lugar de sustituir nuestra imaginacin a la de los primitivos que estudiamos, y hacerlos pensar como pensaramos si estuviramos en su lugar, lo que slo puede conducir a hiptesis ms o menos verosmiles y casi siempre falsas, esforcmonos, por el contrario, de ponernos en guardia contra nuestros propios hbitos mentales, e intentemos descubrir los de los primitivos a travs del anlisis de sus representaciones colectivas y de los vnculos entre esas representaciones.]

Hasta el punto de calificarla de a-lgica o pre-lgica (Cf. Lvy-Bruhl, L. Lme primitive. 1928, rd. Paris, Retz, 1976, y tambin Les Fonctions mentales dans les socits infrieures.1910, rd Paris, Retz , 1975, Introduccin,) cuando simplemente se trata de una lgica distinta.

Las caractersticas mismas del Antiguo Rgimen impedan la identificacin de los lderes revolucionarios con el pasado aristcrata; de ah la recurrencia a la antigedad greco-romana y sus ejemplos patriticos, que propiciaron la comparacin con Brutus, Sila, o cualquiera de los paradigmas de la virtud republicana.

Cf. Bohemia, no.1, ao 51, enero de 1959.

Denominacin que indica una de las tautologas ms comunes en el estudio de la totalidad social, pues ms all de las disputas entre escuelas, indica simplemente el modo que una sociedad se imagina a s misma. El problema es por qu lo hace.

Ansart-Dourlen, M. Laction politique des personnalits et lidologie jacobine. Rationalisme et passions rvolutionnaires. LHarmattan, 1998. p.127. La dimension mythique supplait ce qui ntait pas concevable en termes conceptuels, la certitude de pouvoir communiquer directement avec autrui, au sentiment de la ralit des liens affectifs avec le groupe, lamour la Rpublique.

La autora citada trabaja con la definicin de mito de J. Monnerot, (Sociologie du communisme. Gallimard, 1949) segn la cual se trata de una respuesta vital a una situacin afectiva (p.293, est une rponse vitale une situation affective) con lo cual se inscribe en la tendencia analizada - y desahuciada- por Ernest Cassirer tanto en Filosofa de las formas simblicas (1929) como en El Mito del Estado. (1946)

Por ello Ansart-Dourlen sostiene que el mito introduce el juego de la imaginacin de una anticipacin del futuro, la creencia en ideas - gua que colman la necesidad de adherirse a valores y combatir el desencanto del mundo. Es eficaz cuando contiene una fuerte carga simblica, condensando numerosos efectos y significaciones. (Il introduit le jeu de limagination, dune anticipation de lavenir, la croyance en des ides-forces qui comblent le besoin dadhrer des valeurs, de combattre le dsenchantement du monde. Il est efficace quand il contient une forte charge symbolique, condensant plusieurs effets et plusieurs significations). Op.cit., p.127

El mito no surge solamente de procesos intelectuales; brota de profundas emociones humanas. Pero, de otra parte, todos aquellas teoras que se apoyan exclusivamente en el elemento emocional dejan inadvertido un punto esencial. No puede describirse al mito como una simple emocin, porque constituye la expresin de una emocin. La expresin de un sentimiento no e el sentimiento mismo -es una emocin convertida en imagen. Cassirer, E. El mito del Estado FCE, Mxico, 1972, p.55.

Cassirer, E. El mito del Estado, ed.cit., p.68.

Por dems altamente valorados por Cassirer. A su juicio, la teora freudiana barri con (...) la consideracin general del mito como uso errneo de las leyes generales de asociacin, o una mala interpretacin de trminos y nombres propios. (Cassirer, E. El mito del Estado, ed.cit., p.40.

Ibid. , p.60.

Ibid., p.61.

Siempre se ha descrito al mito como resultado de una actividad inconsciente y como un producto libre de la imaginacin. Pero aqu nos encontramos con un mito elaborado de acuerdo con un plan. Los nuevos mitos polticos no surgen libremente, no son frutos silvestres de una imaginacin exuberante. Son cosas artificiales, fabricadas por artfices muy expertos y habilidosos. Cassirer, E. El mito del Estado. Ed.cit., p.335.

Ibid., pp.331-334.

Ibid., pp.331.

Cuando la gente siente un deseo colectivo con toda su fuerza e intensidad, puede ser persuadida fcilmente de que slo necesita un hombre indicado para satisfacerlo. Ibid., p.332.

Cf. Gaubert, J. La science politique dErnst Cassirer: pour une refondation symbolique de la raison pratique contre le mythe politique contemporain (Paris, Kim, 1996)

Vergeley, B. Avant-propos, en: Cassirer, E. Le mythe de ltat. Paris, Gallimard, 1993, p.3.

El verdadero mito puede ser definido como la reduccin a taquigrafa narrativa del ritual mmico, ejecutado en los festivales pblicos y en muchos casos registrado pictricamente en paredes de templos, vasos, sillas, platos espejos, tapiceras y cosas semejantes. Graves, R. The Greek Myths, 2 vol. Penguin Books, Hardmonsworth, U.K, 1955, p.10. El autor sostiene que es la prdida de los cdigos sociales que sustentaban la codificacin mtica quien conduce a errores tan simpticos como afirmar que los griegos crean realmente en la existencia de sirenas, centauros o quimeras.

"El humanismo cubano". ngel Augier. En: El Mundo, 12 de mayo de 1959, p. 4-A.

Desde luego, esto ocurre slo para el participante que se define como sujeto con la subversin y permanece fiel a ella. El contra reclamar siempre su momento de participacin como nico vlido, y clamar siempre contra la revolucin traicionada

El estudio de la obra de F. Ortiz, Historia de una pelea cubana contra los demonios revela que la reaccin de los habitantes del lugar expresa ya el proceso de diferenciacin respecto a la metrpoli espaola, mostrando al menos 3 rasgos -escepticismo, terquedad, choteo- que comienzan a disear una personalidad que ya se reconoce diferente, aunque se sigan denominando espaoles americanos. Este problema se analiza en artculo Remedios, XVII: Una pelea cubana contra los demonios?, referido en la bibliografa.

Encarnacin de todas las virtudes, el hroe revolucionario propugna un modelo cuya perfeccin hace imposible su reproduccin, salvo cuando se asume al grupo como portador de la heroicidad. As, cuando Fidel Castro seala en el pueblo hay muchos Camilos est sentando la pauta para la apropiacin del estereotipo colectivo, no individual.

As, la Columna de La Libertad que el 26 de julio de 1959 desfilara por la entonces Plaza Cvica estaba integrada por campesinos de toda la isla, vestidos con guayabera, sombrero de yarey, polainas y machete al cinto, i.e., la visin estereotipada del campesino en la que l mismo se reconoce y proyecta.

Tanto la historia como la literatura han trabajado fructferamente en la descodificacin textual del protagonista annimo. Baste sealar los trabajos de Mijal Bajtn sobre la cultura circular y las muy interesantes obras del historiador italiano Carlo Ginzburg, dedicadas a la reconstruccin de universos culturales medievales. De especial inters resulta I fromaggio e i vermi: il cosmo di un mugnaio del 500 (Einaudi:1976; Johns Hopkins:1980), donde el autor hace or la voz de un molinero del siglo XVI. Ms recientemente, los textos de Roger Chartier, especialmente Au bord de la falaise Lhistoire entre certitudes et inquitudes (Albin Michel, Histoire, 1998) esclarecen notablemente la cuestin desde el ngulo que la historia cultural ofrece.

Acosta, Elaine; Brismat, Nivia; Rodrguez, Liliana; Rodrguez, Katia; Nerey, Boris. Tesis para la obtencin del grado de Licenciatura en Sociologa, Fac. de Filosofa e Historia, Universidad de La Habana, Julio 1995, dirigida por Mara del Pilar Daz Castan. En este trabajo se analiza con acuciosidad la formacin de la imago mundi a travs de la refraccin brindada por cinco peridicos de la poca: el Diario de La Marina, El Mundo, Combate, Hoy y Revolucin.

Gonzlez Mosquera, Sarahy. Tesis para la obtencin del grado de Licenciatura en Filosofa marxista-leninista. Fac. de Filosofa e Historia, Universidad de La Habana, Julio de 1998. Dirigida por Mara del Pilar Daz Castan.

Usalln Mndez, L. Tesis para la obtencin del grado de Licenciatura en Filosofa Marxista-Leninista. Fac. de Filosofa e Historia, Universidad de La Habana, Julio de 2001. Dirigida por Mara del Pilar Daz Castan.

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