martha heyneman - desembrujar al dragón

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Desembrujar al Dragón Martha Heyneman (Traducción: Raúl Zevallos, 2010) (The following article is reprinted with the kind permission from the author and from Traditional Studies Press in which the article originally appeared: A Journal of Our Time, Vol. 2, 1979.) Un ensayo que establece vínculos entre las estructuras simbólicas de la leyenda del ciclo Artúrico, los elementos míticos que subyacen en los Relatos de Belcebú a su nieto (de G. I. Gurdjieff), y la sabiduría que busca transformar al Dragón en vez de matarlo. ~*~ Los mitos no son registros distorsionados de eventos históricos. No son descripciones perifrásticas de fenómenos naturales o sus ‘explicaciones’; lejos de ello, los eventos son más bien demostraciones de los mitos. 1 Durante mucho tiempo en el mundo occidental, la forma predominante del cuento de hadas arquetípico, ha sido aquella donde el Héroe, para poder rescatar a la Princesa y ganar el Reino, debe exterminar al Dragón. Esta estructura narrativa está grabada en la propia substancia de nuestra psique y se repite cada noche en las pantallas, bajo el ropaje del Viejo Oeste, de la ciudad moderna, o del futuro imaginario en el espacio exterior. En épocas recientes, acaso como un reflejo de la revolución de los años sesenta del siglo veinte, los roles suelen invertirse: aquel que anteriormente representaba al Dragón (el ‘malo’ o el ‘villano’), puede asumir el rol de Héroe. Pero la estructura se mantiene invariable. El Dragón, que en la China antigua era la espléndida representación de las energías de la Naturaleza y que sostenía en sus garras la Perla de Gran Precio, se convirtió, en el folklore cristiano, en el Enemigo por antonomasia; y en las guerras innumerables de nuestra historia, el enemigo,

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Page 1: MARTHA HEYNEMAN - Desembrujar al Dragón

Desembrujar al Dragón

Martha Heyneman

(Traducción: Raúl Zevallos, 2010)

(The following article is reprinted with the kind permission from the author and from Traditional Studies Press in which the article originally appeared: A Journal of Our Time, Vol. 2, 1979.)

Un ensayo que establece vínculos entre las estructuras simbólicas de la leyenda del ciclo Artúrico, los elementos míticos que subyacen en los Relatos de Belcebú a su nieto (de G.

I. Gurdjieff), y la sabiduría que busca transformar al Dragón en vez de matarlo.

~*~

Los mitos no son registros distorsionados de eventos históricos. No son descripciones perifrásticas de fenómenos naturales o sus ‘explicaciones’; lejos de ello, los eventos son

más bien demostraciones de los mitos.1

      Durante mucho tiempo en el mundo occidental, la forma predominante del cuento de hadas arquetípico, ha sido aquella donde el Héroe, para poder rescatar a la Princesa y ganar el Reino, debe exterminar al Dragón. Esta estructura narrativa está grabada en la propia substancia de nuestra psique y se repite cada noche en las pantallas, bajo el ropaje del Viejo Oeste, de la ciudad moderna, o del futuro imaginario en el espacio exterior. En épocas recientes, acaso como un reflejo de la revolución de los años sesenta del siglo veinte, los roles suelen invertirse: aquel que anteriormente representaba al Dragón (el ‘malo’ o el ‘villano’), puede asumir el rol de Héroe. Pero la estructura se mantiene invariable. El Dragón, que en la China antigua era la espléndida representación de las energías de la Naturaleza y que sostenía en sus garras la Perla de Gran Precio, se convirtió, en el folklore cristiano, en el Enemigo por antonomasia; y en las guerras innumerables de nuestra historia, el enemigo, quienquiera que fuera, pasó a ser el Diablo. El monje ascético y el puritano sumieron la misma postura militante contra su propia naturaleza considerada inferior, y la construcción del carácter personal en la época Victoriana consistía en el sometimiento por la fuerza, de los apetitos e impulsos naturales –esto es lo que se entendía y hasta ahora se entiende como ‘voluntad de poder’. El retrato del Héroe tejido en el tapiz de nuestro inconsciente colectivo, nunca está lejos de los hilos rojos de la sangre que brota del Dragón agonizante. La Maestría o el autogobierno personal ha venido a ser para nosotros sinónimo de asesinato.

      Pero el Dragón dentro de nosotros, no muere. La energía no se crea ni se destruye, solo puede transformarse. Habiendo perdido el secreto de su transformación, terminamos cumpliendo la voluntad del Dragón, ya sea que lo sepamos o no. Cuando suponemos

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haberlo matado o conquistado, en realidad solamente lo hemos empujado fuera de nuestra vista, reprimiéndolo hacia lo inconsciente. Así, una parte de nuestra energía se vuelve inaccesible y quedamos débiles e inoperantes, o secos y rígidos; o el Dragón, en las mazmorras de su prisión, adopta formas virulentas que nos producen enfermedades físicas o nos esclavizan en moldes de conducta irracional y repetitiva; o erupciona en revueltas violentas; o su imagen termina proyectada sobre nuestros supuestos enemigos externos. Nos da a elegir entre neurosis y psicosis.

      De vez en cuando, se producen movimientos de retorno a la Naturaleza y a la idea del Buen Salvaje —una revolución romántica, el retorno de lo reprimido. Los Padres, que se consideraban como dueños de sí mismos y conquistadores de la Naturaleza, son vistos por los Hijos, como contaminadores y esclavos de su propio engaño, como destructores y opresores. La meta deja de ser el autocontrol y se convierte en el auto-abandono. Se busca derrocar al tirano súper-ego, despojarse de las inhibiciones y dejar que la energía nos gobierne. Este fue el éxtasis de los años sesenta.

      Algunas veces, la razón gobierna nuestros pensamientos, pero nuestras emociones, que impulsan y animan nuestros actos, no siguen los dictados de la lógica, sino los del mito. El cuento del noble Matador-de-Dragones nos ha espoleado a realizar algunas acciones idealistas y nos ha dado la justificación para asesinar o sujetar por la fuerza a quienes hemos catalogado como los malos, o aquello que hemos identificado como el mal en nosotros mismos. La misma historia puesta de cabeza, ha servido de justificación para nuestras violentas revoluciones. Entonces, ¿no será que hemos malentendido el mito?

      Si buscamos en las diversas escrituras del mundo, encontramos, para empezar, que el propio Héroe ingresa al escenario viniendo desde la morada del Dragón o llegando desde su dirección. Más aún, el primer papel del Dragón en relación al Héroe, puede ser incluso el de Madre o Abuela. El Héroe nace en un espacio salvaje, donde es alimentado por lobos –o en un establo, en medio de asnos y bueyes. Nace más allá de la insípida suavidad del orden social. Una breve reflexión nos revela que no puede ser de otra manera. El Heroísmo no puede empezar en la conformidad pasiva con viejas reglas establecidas, que están en proceso de deterioro. El Héroe nace para regenerar ese orden, ya sea que hablemos del orden social o del orden de los hábitos y asunciones personales que hemos dejado de cuestionar en nosotros mismos. Si damos muerte al Dragón, en servil obediencia a cualquier autoridad externa —incluso al mejor de los gurús o a la mejor enseñanza aceptada como dogma indiscutible— habremos matado nuestro propio espíritu independiente y nuestra inteligencia, la semilla viva de nuestra posible individualidad. Un relato que recoge esa perspectiva es el que nos ofrece G. I. Gurdjieff, quien convierte al propio Belcebú —uno de los primeros rebeldes — en el héroe (cuyo retorno con honor después de su largo destierro, lo hace protagonista principal) de la primera serie de su obra De todo y todas las cosas, aquel gran mito que fue el legado de Gurdjieff para la construcción de un nuevo mundo. Las palabras que Gurdjieff atribuye a su propia abuela paterna –“En la vida, nunca hagas lo mismo que los demás”– estimulan al rebelde, al héroe infante en cada uno de nosotros. En sus Relatos de Belcebú a su nieto, Gurdjieff desmantela el súper-ego de todo el mundo occidental y de buena parte del Oriente, para limpiar el camino que permita el surgimiento de la consciencia, tarea cuyas instrucciones—“partículas de las 'emanaciones del dolor' de nuestro Padre Creador” — han permanecido intactas en nuestro subconsciente.

      En el desarrollo de aquella narración, Belcebú asume voluntariamente una tarea al servicio de la INFINITUD de nuestro Padre Común, para convertirse en una partícula del Gran Todo y para que se le permita retornar al Centro desde la oscuridad exterior (que es

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nuestro sistema solar). La idea es que las tareas terrenales de regeneración son indispensables para el héroe, y si no las asume, se mantendrá como un puer aeternus, un eterno infante, un Peter Pan, viviendo para siempre en el mundo de nunca-jamás de los heroísmos imaginarios, de los sueños y alucinógenos de nuestros tiempos; o será un eterno adolescente rebelde, amontonando bombas en la oscuridad de lo subterráneo.

      Este ha sido el destino de muchos de los héroes rebeldes de los años sesenta. El Héroe adulto asume voluntariamente su tarea, no en obediencia a santidades o autoridades externas, sino al servicio de Dios —el centro más íntimo y profundo de sí mismo, que es también el centro del Cosmos. Pero ¿cuál es su tarea? Podríamos suponer que aquí llega el momento de asesinar al Dragón,2 y sabemos que se suele representar al Dragón como guardián del pozo o la fuente del Agua de la Vida, donde mantiene cautiva a la Princesa. Pero cuando seguimos hacia atrás las huellas del mito hasta llegar a sus versiones más tempranas, descubrimos que en esa etapa del proceso — cuando el Héroe ya ha nacido pero aún no emprende su tarea— resulta que la Fuente de la Vida, la Princesa y el Dragón, son todos la misma cosa, o la misma persona.

      En una antigua versión del mito que se encuentra en el Rig Veda, el Dragón o serpiente Apala, Diosa de la Tierra, aborda al héroe divino Indra, pidiéndole que la abrace en su forma repulsiva. Al besar a esta Dama-Dragón, el héroe bebe el Soma de sus labios —recibe su poder y su conocimiento. “Está fuera de duda que ella era un reptil cuando Indra bebió de sus labios el Agua de la Vida; la purificación ocurre después.”3 Indra conduce a Apala a través del eje de cada una de las tres ruedas de su carruaje solar. Al final del recorrido ella emerge despojada de su piel, con una apariencia nueva. El Dragón se ha convertido en la Princesa, y aquella que, bajo la forma del Dragón gobernaba la tierra,4 entrega al héroe la soberanía.

      La purificación, entonces, que suele verse como el asesinato del Dragón, es uno de los últimos actos de un extenso drama, y aunque requiere extraordinarios esfuerzos por parte del Héroe y grandes sufrimientos por parte de la Princesa-Dragón, se puede concebir de una manera más precisa, como el acto de separación por el cual se despoja a la Princesa de su piel o disfraz de Dragón; o incluso, como en el caso de la Princesa Bella Durmiente, el acto por el cual se la separa de su letargo. “Separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo denso, suavemente, con gran habilidad,” advertían los alquimistas, siguiendo la enseñanza hermética.

      La cosa no es tan simple, entonces. Antes que nada, tenemos que sustraer nuestras proyecciones. Hemos visto al enemigo, que somos nosotros mismos; en seguida hay un sendero a seguir, con riesgos y dificultades en cada paso. Si se mata al Dragón, en ciega obediencia a cualquier autoridad externa, el Héroe no podrá nacer. Si, después de haber nacido, el Héroe mata al Dragón antes de tiempo, quedará desprovisto del Agua de la Vida y de la Princesa ( y por tanto, del Reino), y la Princesa no podrá salvarse. Por otra parte, si se permite el triunfo del Dragón, tanto el Héroe como la Princesa están perdidos, y solo quedará en escena el Dragón, sin contendor y sin control, con la pura violencia de la energía psíquica sin transformar.

      No necesitamos deconstruir el mito, sino asegurarnos de que el niño que escucha en el sustrato de nuestra psique donde se evoca y promueve nuestras acciones, reciba la historia completa, contada con precisión, porque él no entiende el lenguaje de la lógica o de la razón, sino el del mito. La versión más exhaustiva y meticulosamente precisa del mito que se haya formulado, se encuentra en las Tres Series de la gran obra de Gurdjieff De todo y Todas las Cosas, pero existe una breve historia medieval que puede ayudarnos a discernir el esquema desnudo de una parte esencial del proceso. Es una historia del sol

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y la tierra, del rey y del reino, del hombre y la mujer.5 En la escala que concierne más inmediatamente a cada uno de nosotros, es un mito de autogobierno, que no se obtiene mediante asesinato o conquista militante, sino a través del enlace matrimonial.

      Y el Dragón se aproxima...

La Boda de Sir Gawain y la Dama Ragnell

      Un día, el Rey Arturo había salido de cacería y cabalga, junto a sus hombres, armado solamente con arcos y flechas y vistiendo el traje verde de los cazadores.

      De pronto, un ciervo saltó entre los arbustos. Al verlo, el Rey emprendió una tenaz persecución, dejando rezagados a sus hombres. El huidizo animal lo conducía más y más hasta lo más profundo de la enmarañada arboleda.

      En el mismo corazón del bosque, por fin el Rey consiguió derribar a su presa, desmontó rápidamente y se arrodilló para quitarle la piel. Pero entonces, una gran sombra lo cubrió por completo. Volteando a mirar, vio la figura amenazante de un caballero gigantesco, armado de los pies a la cabeza.

      “Al fin os encuentro, Rey Arturo,”, dijo el caballero, alzando su enorme hacha de combate sobre el cuello indefenso del rey.

      Pero Arturo le reprochó su conducta, haciéndole ver la gran deshonra que caería sobre un caballero completamente armado que tuviera la cobardía de atacar a un hombre desarmado.

      Lentamente, el extraño caballero, bajó el hacha, atendiendo las razones del rey. “Muy bien”, le dijo, “en esta oportunidad perdonaré vuestra vida, pero con una condición: que dentro de un año exacto, bajo juramento de honor, os comprometáis a retornar, sin armas como ahora, con la respuesta a esta pregunta: ¿qué es lo que más desea en el mundo una mujer?”

      “Y si no tenéis la respuesta correcta, habréis de morir.”

      Con el ánimo perturbado, el rey cabalgó de regreso para reunirse con sus caballeros. Al advertir el cambio en la expresión del soberano, sir Gawain lo llevó aparte para preguntarle qué le sucedía. El Rey Arturo le reveló en confianza todo lo que había pasado, ya que Gawain era el hijo de su hermana, y el mejor de sus caballeros.

      Al enterarse de la difícil situación en que se hallaba el rey, Gawain sugirió un plan para hallar la respuesta que podría salvarlo.

      “Disponeos, mi señor a cabalgar en aquella dirección, mientras que yo haré lo mismo, tomando aquel otro rumbo, los dos debemos preguntar a todo aquel que encontremos: ¿Qué es lo que más desea en el mundo una mujer?”

      “Con toda seguridad, así encontraremos alguien que tenga la respuesta”. Así, habiendo hecho sus preparativos, el rey y el caballero cabalgaron en direcciones

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opuestas. Cada uno le iba preguntando a toda persona que encontraba en el camino: ¿Qué es aquello que más desea en el mundo una mujer? Y cada uno iba apuntando todas las respuestas en un gran libro.

      Algunos decían que lo que más aman las mujeres es estar bien vestidas. Otros indicaban que el mayor deseo de la mujer es ser halagada y tratada con respeto y cortesía; otros decían en cambio, que ellas preferían tener a un hombre vigoroso, que supiera abrazarlas y besarlas.

      De esa forma, los dos hombres habían logrado reunir una gran cantidad de opiniones.

      Cuando se reunieron nuevamente, faltando poco para el día señalado, sir Gawain tenía la confianza de que alguna de las repuestas que habían reunido en sus libros, sería la correcta. Pero una extraña desazón en el corazón del rey le decía que debía buscar un poco más.

      Así, el rey cabalgó directamente hacia el bosque y de pronto se halló frente a frente con las más horripilante de las brujas que había visto en su vida.

      El corcel que le servía de cabalgadura estaba ricamente ensillado con cascabeles, preciosos ornamentos y mantas de oro, pero ella misma era más desagradable de lo que se pueda contar. El gancho de la nariz le colgaba más abajo del mentón, las tetas le llegaban hasta las rodillas y desde el hocico peludo y arrugado sobresalían dos enormes colmillos, uno apuntando hacia arriba y el otro hacia abajo. Este monstruo se dirigió al rey con actitud zalamera y le preguntó la razón de su semblante abatido.

      Cuando ella hubo escuchado su historia, le dijo, “Arturo, sois hombre muerto, a menos que yo misma os ofrezca la respuesta. El extraño caballero que os desafió, es mi hermano, sir Gromer Somer Joure, y hace tiempo que guarda un feroz resentimiento contra vos, desde la época en que tomasteis parte de sus tierras y se las entregasteis a sir Gawain.”

      “Yo puedo daros la respuesta, pero con una condición: que hagáis uso de vuestro poder para que el mejor y más apuesto caballero de Inglaterra, vuestro sobrino sir Gawain, se case conmigo.”

      Una vez más, el rey regresó a la corte cabizbajo y desolado; era imposible que él pidiera un sacrificio como ese al más amado de sus caballeros. Pero sir Gawain no podía soportar ver al rey tan afligido, y finalmente lo persuadió para que le contara su historia.

      Cuando supo lo que se le pedía al rey, Gawain soltó la risa y le dijo: “Mi Lord, si fuera necesario, yo me casaría con mil monstruos para salvar vuestra vida.”

Entonces, el rey retornó de inmediato donde la dama, llevando la promesa de sir Gawain y así pudo conocer la respuesta.

      “Lo que una mujer desea, más que ninguna otra cosa, es tener toda la soberanía, el señorío de lo más alto y de lo más bajo.”

      El día señalado, el rey Arturo cumplió su palabra y regresó desarmado al lugar establecido, donde sir Gromer Somer Joure ya lo esperaba. Al principio, quiso probar con las respuestas que había reunido en los libros, pero solo consiguió que el rudo caballero se riera en su cara mientras afilaba el hacha.

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      Cuando sir Gromer Somer Joure ya levantaba impaciente el hacha para decapitarlo, el rey finalmente dijo: “¿Podría ser que el mayor deseo de una mujer es tener toda la soberanía?”

      “¡Solo el diablo pudo habéroslo dicho!” dijo gruñendo sir Gromer, mientras se retiraba echando pestes y maldiciendo, como una nube oscura que se aleja despejando el cielo.

      Aun faltaba que sir Gawain cumpliera su promesa de matrimonio. La Dama Ragnell (pues tal era el nombre de aquella criatura monstruosa), no quería saber nada de una ceremonia privada, como era el deseo de la reina, sino que insistía en una misa solemne y un gran banquete al aire libre para todo el pueblo. Sir Gawain salió a recibirla en la puerta del castillo y no mostró ningún signo de contrariedad, sino que se inclinó ante ella con respeto y la tomó de la mano atentamente, como si hubiera sido la novia de sus sueños. Cuando las damas de la corte llegaron a verla, voltearon la cara y lloraron de pena, y hasta los caballeros de menor rango en la corte del rey Arturo, se sonrojaron sintiendo como suya la dolorosa humillación de sir Gawain.

      La conducta de Dama Ragnell durante el banquete, fue en verdad tosca y repulsiva. Se tragó numerosas gallinas, desgarrando las coyunturas con sus largos colmillos. Se zampaba garrafas enteras de vino y luego dejaba abierta su enorme boca peluda para soltar unos eructos sísmicos que estremecían el ambiente.

      Pero en todo momento Gawain la trató con la mayor gentileza. Ni por el más mínimo temblor de un músculo podía decirse que no estuviera satisfecho con su novia. Recién al encontrarse solo con ella, en el momento final durante la noche, tuvo alguna duda. Valientemente entró a la cama con el monstruo, pero no pudo voltear el rostro hacia la amenazante nariz y se acostó dándole la espalda a la novia. Detrás de la cabeza de sir Gawain, Dama Ragnell le habló al oído, llenándolo de elogios y diciéndole que él era en verdad el mejor caballero de Inglaterra, como ella había escuchado, y le agradeció haberla tratado con tanta cortesía. En seguida le rogó, invocando al rey Arturo, que al menos le diera un beso para mantener su promesa, siquiera en apariencia.

      El noble sir Gawain, haciendo acopio de todo su valor y caballerosidad, le dijo: “¡Por Dios, haré algo más que daros solo un beso!”y volvió el rostro hacia la novia.

      Y allí, ante sus ojos, se encontró con la más hermosa criatura de la tierra que jamás había visto. “¿Quién sois?”exclamó, sobrecogido y maravillado.

      “Señor, soy vuestra esposa”, dijo ella, “besadme y alegraos conmigo”. Y ambos encontraron gran alegría y placer, uno en el otro.

      Pero luego la dama le dijo: “Señor, mi belleza no se mantendrá más que durante medio día y debéis escoger si deseáis tenerme hermosa de noche y horrible de día, ante los ojos de todos, o hermosa de día y horrible por la noche.”

      El corazón de sir Gawain se llenó de pena, pues ambas alternativas eran penosas. “Me gustaría elegir lo mejor”, le dijo, “pero no sé lo que debo decir. Mi querida señora, que las cosas sean según vuestros deseos. Condúceme y te seguiré. Mi persona y mis bienes, mi corazón y todo lo que tengo son vuestros, ese es mi juramento ante Dios.”

      Entonces, ella, abrazándolo, le relató la forma en que su madrastra la había embrujado, condenándola a mantenerse bajo esa forma repugnante, de la que solo

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podría liberarse si el mejor caballero de Inglaterra se casaba con ella y le cedía toda la soberanía, de su cuerpo y de sus bienes. Así, el valor y la gentileza de sir Gawain, habían logrado finalmente liberarla de aquel hechizo.

      Y de esa forma, ellos disfrutaron más allá de lo que puede imaginarse a lo largo de la noche, y hasta muy entrado el día. Era tan tarde que el rey empezó a preguntarse qué habría pasado, y si acaso el monstruo había devorado a su noble caballero. Reuniendo con él a la gente de la corte, se dirigió a la cámara nupcial y tocó la puerta: “¡Sir Gawain, levantaos! ¿Por qué estáis durmiendo hasta tan tarde?”

      Tomando la mano de su esposa, el caballero se levantó e hizo pasar al rey. La dama Ragnell, vestida con su bata de dormir, se hallaba junto al fuego y su larga cabellera brillaba como el oro a la luz de la hoguera.

“He aquí mi recompensa,” dijo Gawain al rey.”Esta es mi esposa, la Dama Ragnell que os salvó la vida.”6

~ * ~

      La imagen del rey arrodillado, con la enorme figura amenazante del rudo caballero haciéndole sombra, nos recuerda “la perspectiva psicoanalítica de la relación entre el ego consciente y un inconsciente avasallador y opresivo.”7 Lo que se alza por encima del rey Arturo es la enorme y feroz venganza de una parte maltratada o desatendida de la psique.

      ¿Qué es lo que desea nuestro subconsciente? Pregunta sir Gromer Somer Joure; y sobre todo, ¿Qué es lo que más desea en el mundo? La exigencia es, como siempre ha sido, “Conócete a ti mismo,” pero ahora presentada como un ultimátum.

      Fue Sigmund Freud quien trajo la existencia de lo inconsciente, como el lo llamó, ante la mirada del mundo moderno, revelando la forma en que somos impulsados por motivos que ignoramos. Nuestra historia contiene esta parte del descubrimiento de Freud, pues el rey y sir Gawain, realizan y cumplen, sin darse cuenta, los deseos de la Novia Repugnante.

      Pero en el hermoso rostro de la dama iluminado por el fuego, que se nos revela al final del relato, podemos ver una sonrisa secreta. ¿Acaso no es extraño que un caballero arisco y rudo como sir Gromer Somer Joure formule aquella pregunta? Solo cabe que su propia hermana le haya encargado esa tarea, proporcionándole al mismo tiempo la pregunta, y la única respuesta aceptable (la última en que podría pensarse en el contexto medieval —incluso ahora, no deja de sorprendernos); o de lo contrario, sir Gromer Somer Joure (¡fantástico nombre!) es la propia Dama Ragnell, bajo el disfraz de la armadura. La dama que salva al rey es el mismo dragón que amenaza su vida. Como una esposa oprimida pero sagaz de la época victoriana, ella maneja a los hombres detrás del escenario, para conseguir lo que desea.

      Los movimientos de la dama son asombrosamente sinuosos, doblez sobre doblez y vuelta sobre vuelta. Ella necesita casarse con sir Gawain. Si lo aborda directamente manteniendo su apariencia de dragón, él no se casará con ella, sino que tratará de matarla. ¿Qué hacer entonces? ¿Cuál es la pasión que gobierna a sir Gawain? Su lealtad

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al rey. Dama Ragnell puede manejar ese hilo para llegar a Gawain y conseguir su voluntad, sin que él llegue a darse cuenta de que sus acciones corresponden a un argumento diseñado astutamente por ella. En la intrincada red que se va tejiendo, la vida del rey debe quedar en jaque, de tal forma que sólo ella, Dama Ragnell, tenga el poder para salvarla, y por tanto, el poder para imponer sus condiciones y alcanzar su meta.

      Pero ¿cuál es su meta? ¿Qué es lo que ella desea más que ninguna otra cosa en el mundo? Ella tiene ya la soberanía sobre lo alto y sobre lo bajo —el rey y el caballero— siempre y cuando ellos no la conozcan o no puedan verla. La dama es muy sutil. De ningún modo debemos creer todo lo que ella dice, sino más bien observar lo que hace y deducir su deseo supremo a partir de los resultados que efectivamente consigue.

      Es aquí, en la respuesta implícita a la pregunta sobre lo que nuestra subconciencia desea más que ninguna otra cosa en el mundo, donde la antigua sabiduría encarnada en este relato, deja al desnudo una carencia en la concepción de Freud con respecto a la psique. A lo largo de su obra, Freud planteó muchas formas de resolver esta pregunta, todas ellas correctas, sin duda, como aquellas respuestas reunidas por el rey y el caballero en sus dos grandes libros, pero ninguna de ellas era la respuesta suprema incluida en nuestro cuento y hecha explícita en la Divina Comedia de Dante. En las anotaciones de Freud sobre las etapas en el desarrollo de la libido (la energía del deseo) podemos discernir algunos débiles bosquejos de las siete terrazas descritas por Dante en el Monte del Purgatorio. Pero incluso por encima de la terraza más alta, en el centro y en la cima, Dante ubica el Paraíso Terrenal, donde puede encontrarse una vez más, frente a frente con Beatriz. Las vueltas en espiral de la montaña, tienen la forma enroscada del dragón en el que ella está escondida; los círculos evolutivos de las almas semejan el giro de las ruedas en el carruaje de Indra. Una vez cumplido y superado con éxito el tormento, la Dama del Deseo, “la vieja flama que arde en mis venas,”8 se revela en su formaverdadera.

      Las siete terrazas del Monte del Purgatorio corresponden a los siete pecados capitales de la cristiandad medieval. Pecar significa que uno todavía no ha descubierto en si mismo qué es lo que más desea en el mundo.

      La dama Ragnell desea casarse con sir Gawain para poder liberarse del hechizo que la aprisiona, para retornar a su belleza original, pero sobre todo, para ser admitida en el círculo interior de luz, gracia y afecto que representa la corte del rey Arturo, para dejar de andar vagando errante en el exilio de la selva oscura. Es el máximo anhelo del alma.

      Freud también se encontró frente a frente con el monstruo, pero nunca pudo ver al Rey. En realidad, ¿Cómo habría podido suponer que un auténtico Rey pudiera existir? La concepción que se tenía de la religión en su tiempo, no podía reconciliarse con aquella ciencia positiva que él mismo veneraba como el único camino confiable para llegar a la verdad. Sin embargo, a menos que el Héroe conozca al Rey y le haya jurado lealtad, nunca podrá conseguir la transformación de la Dama Horrible, porque es la corte interna del verdadero rey, lo que ella anhela como su morada. Freud se aferró hasta su muerte a la convicción de que el Dragón es la realidad, y la Princesa, solamente uno de sus disfraces. —la víctima de una ilusión. Nuestra historia nos dice lo contrario: El Dragón es un disfraz, una máscara horripilante, una forma embrujada, de algo sumamente hermoso.

      Esto no significa que haya que subestimar el poder letal del dragón. Durante los años sesenta, por ejemplo, uno escuchaba muchos discursos sobre liberación, sobre la necesidad de abolir la represión. Los instintos crudos, sin transmutar, ya tenían la

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soberanía. Por qué ocultarlo? Por qué no arrancar la máscara y abandonar las apariencias. Muchos se arrojaron eufóricos a las fauces del dragón, pero la Novia Horrible nunca llegó a transformarse. Muchos que suponían que servir a la Princesa-Dragón los liberaba de las mentiras del conformismo social, descubrieron demasiado tarde que lo que ella más deseaba era causarles la muerte, y que ese era el mismo propósito indudable de la civilización y de sus guerras. El héroe rebelde de los sesenta llegó a beber el soma de los labios del dragón, pero se ahogó en su flujo. El auto abandono ante las oleadas de la energía psíquica y de las imágenes caóticas, se confundió con aquella subordinación voluntaria del ego que representa el juramento de lealtad al rey, que cumple el caballero.

      Durante esa misma época, mucha gente en Occidente emprendió con sinceridad la búsqueda del verdadero Rey (que no debe confundirse con aquel viejo tirano, el súper-ego), como en nuestro relato, donde Sir Gawain, sirve al rey Arturo con una devoción desprovista de interés y con una nobleza que está libre de cualquier sentimiento de culpa o de cobardía ante el temor del sufrimiento. Esto trajo consigo la exuberante llegada de diversas disciplinas espirituales del Oriente —algunas de ellas, auténticas. La respuesta de Oriente a nuestra hambre de experiencias inmediatas, opuestas al simple cumplimiento externo de rituales y a la interpretación literal de las escrituras religiosas, que Freud encontraba irreconciliable con la razón y con la evidencia experimental, nos hizo al menos recordar la dirección en que el auténtico Rey debe buscarse, y nos proporcionó algunos métodos para la búsqueda. Nuestras propias escrituras señalaban la dirección —“el reino de los cielos está dentro de ti,” pero el camino o el método se había perdido: ese detenerse a meditar, absteniéndose de todo movimiento, externo e interno, enfocando toda nuestra atención en el silencio interior, lejos de todas las manifestaciones cambiantes de la tierra — aquella Dama Repudiable, Maya-Sakti, la Ilusión— y esperar por Dios. Nuestra comprensión de lo que constituye la oración ha cambiado, y procediendo de este modo, tal vez podamos sentir muy ocasionalmente la presencia distante del verdadero Rey, en cuyo servicio se encuentra la libertad perfecta.

      Pero la oración que recibimos era, “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.” ¿Qué ocurre cuando me levanto de la meditación y continúo con mis actividades cotidianas? ¿Acaso este Rey verdadero rige cada una de mis manifestaciones? Si soy honesto, debo admitir que, tan pronto como me muevo, o tan pronto como cualquier cosa se mueve en mi, sigo siendo esclavo del dragón. ¿Dónde está el caballero que podrá transformar al dragón? Cuando llegamos a abrazar algunas disciplinas orientales, también hemos abrazado la idea oriental de la necesidad de aniquilar el ego. Al volver el rostro hacia el Oriente, hemos dejado de mirar el Occidente; al volvernos hacia el Rey, hemos dejado de ver al Héroe.

      Frente a nosotros, en el claroscuro del bosque, cabalga el rey y su pequeña compañía de caballeros. ¿Son acaso simples marionetas bajo el control de fuerzas invisibles? De ningún modo. Su fuerza y su nobleza reside en la activa y ferviente respuesta que ofrecen ante los retos que les plantea la Oscuridad, la Matriz del Tiempo de donde surgen todos los problemas inesperados de nuestra vida cotidiana sobre la dura faz de la tierra. El Rey Arturo no puede descansar hasta ser consciente de toda la verdad en su conjunto, incluyendo sus aspectos superiores e inferiores. Sir Gawain ha puesto su fuerza al servicio de la luz. El soporta la prueba humillante de recibir y conducir a la Dama Horrible hacia el interior de la corte de la consciencia, donde ella anhela residir. Es sólo a través de él, de su fuerza y su rectitud, que ella podrá alcanzar su recóndito deseo. Si el, en cambio, se fuera a habitar en el sombrío reino de la dama, le fallaría tanto al rey como a ella. Si nos falta un Ego fuerte, templado por la experiencia de nuestra propia capacidad para enfrentar la vida ordinaria, y si no tenemos una justa y aguda estimación de

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nuestras propias fuerzas y flaquezas, que nos libre al mismo tiempo de desilusiones de autonegación y de fantasiosas presunciones, nos hallaremos morando en el triste e inexpresable reino de la esquizofrenia —esa realidad alterna que no es el reino de los cielos.

      Es como si todas las piezas del rompecabezas estuvieran presentes, pero al escoger una, nos viéramos obligados a arrojar otra. Encontrar un mapa de ningún modo es lo mismo que recorrer el camino, pero si llegamos a unir todos los fragmentos, podremos discernir el tenue esbozo de un viejo camino hacia el auto-perfeccionamiento. Todos los personajes deben estar presentes —Rey, Caballero y Dama Horrible— antes de que pueda producirse la transformación alquímica.

      Gurdjieff, uno de aquellos que busca la unión de Oriente y Occidente, insiste en la necesidad de un ego fuerte, anclado firmemente en el principio de realidad. “La gente que es incapaz de organizar su propia vida personal, o que es demasiado débil para enfrentar la vida y triunfar, solamente sueña con los caminos”9 Él también enseña una doble atención simultánea, con una parte dirigida hacia dentro, prestando especial atención al Rey; la otra hacia afuera, atenta a cada movimiento de la mente, las emociones y el cuerpo —la indeseable, cambiante y múltiple Dama, que es parte de uno mismo. Asumir este esfuerzo dual de atención en la práctica real, es descubrir su dificultad. Es más fácil que me olvide inmediatamente qué era lo que iba a intentar y que solo perciba directamente el gran poder hipnótico del dragón, que desea toda la soberanía, de lo superior y de lo inferior. Pero ¿es eso lo que desea? El principal mensaje del dragón es “¡Despierta! ¡Vigila! Préstame atención, o pierde la cabeza, y con ella, tu capacidad de visión.” Cada vez que lo olvido, permito el asesinato del Rey dentro de mi. El Rey Mismo nunca muere, pero el Dragón tiene el poder para eliminarlo del reino de mí mismo. Esta es la paradoja que dejaba perplejos a los padres de la iglesia: el Rey del Universo no es necesariamente rey sobre una psique humana determinada. El Rey solo tiene soberanía sobre un pequeño círculo de luz en medio de las inmensas y sombrías selvas de mi inconsciencia. El poder del Caballero es solo un pequeño quantum arrebatado a los vastos dominios de sir Gromer Somer Joure. En caso de que sir Gawain falle en la prueba, el Dragón tomará toda la soberanía. Y como Freud llegó a saber, uno de los nombres del dragón es Muerte.

      Al examinarme, encuentro que la imagen que tenía de mí mismo era completamente ilusoria. Suponía que deseaba servir al rey, y sin duda lo hago, con aquella pequeña parte de mi mismo que desea tomar los pasos iniciales hacia la maestría personal, al servicio de algo más alto —esa pequeña compañía de guerreros desarmados cabalgando a través del claroscuro del bosque—. Pero cada uno de mis gestos, posturas y tono de voz, cada asociación mental involuntaria revela una persona que no conozco en absoluto, y cuyos motivos nunca me habría atribuido. Aquellos que quisiéramos servir al Rey, debemos al menos ser tan honestos y resueltos en nuestra autoobservación como Sigmund Freud: No me gusta lo que veo y trato de cambiarlo. Una y otra vez decido conquistar mis hábitos autodestructivos, no perder la paciencia con mi familia, dejar de cargar a otras personas con mi pesimismo, irritación o autocompasión; seguir algún régimen físico o espiritual establecido por mi mismo —incluso amar al prójimo. Pero en vez de eso, caigo y retrocedo una y otra vez, condenado como Sísifo a la eterna repetición de lo mismo. Una parte desea cambiar, la otra parte se rehúsa. A la parte que rechaza el cambio puedo llamarla el Diablo, el enemigo, la resistencia, pero es parte de mi mismo, y tarde o temprano, provocará una revolución.

      Al despojarme de las máscaras y el autoengaño para ser lo que soy, en mi estado no transformado —y reconocerlo abiertamente ante toda la corte de la consciencia— se

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podría esperar humillación y expulsión, pero al contrario, se produce un flujo de energía y felicidad, una emanación desde la fuente incontaminada de la verdad. Toda la energía que se usaba para mantener la mentira se torna disponible. Antes de poder cambiarme a mi mismo, debo ser yo mismo, no importa cuán humilde sea. Esta es la materia oscura, la tierra negra de los alquimistas. Nada puede hacerse a partir de la mentira.

      Pero el Héroe todavía está en peligro. Si la Dama permanece en su forma de Dragón, puede devorar en la cama al Caballero. Ella lo pone a prueba: ¿Quieres tenerme hermosa de día, a la vista de todos, o hermosa de noche? ¿Querrá el Héroe hacer uso de los poderes mágicos del Diablo para la satisfacción exagerada de su cuerpo o de su ego? La Dama-Dragón examina al Caballero en cada paso, y de tal manera que él no sabe que está siendo examinado hasta que la prueba termina. Sólo entonces, si él ha superado los obstáculos de la prueba, ella se transforma en los ángeles que lo ayudan yprotegen.

      El cuerpo y el ego son las dos primeras ruedas del carruaje de Indra, los dos motores que me impulsan a través de la vida cotidiana. Cada uno tiene legítimas necesidades —la necesidad justa, el eje de la rueda. Es en mis pecados o mis excesos, donde busco a la Novia Horrible, mi alma hipnotizada. El cuerpo y el ego se oponen mutuamente, tomando por turnos la soberanía, avanzando y retrocediendo, sin encontrarse nunca cara a cara. Pero en el eje de la tercera rueda del carruaje solar, la Voluntad y el Deseo son lo mismo, reunidos en la corte del Amor que mueve al sol y a las otras estrellas.

      Esta es la más alta, íntima y profunda meta, vislumbrada apenas por unos cuantos poetas a lo largo de la historia, y alcanzada en la práctica (según lo que sabemos) por un número todavía más pequeño de Maestros. Lo que se describe en la historia como el trabajo de una noche, puede ser en realidad la obra de muchas vidas. Pero nunca es demasiado temprano para empezar. Sir Gromer Somer Joure ha pronunciado su ultimátum. A cada uno de nosotros se nos ha impuesto la penosa tarea de resolver la pregunta. Ninguna respuesta de libro, ninguna opinión externa, por sabia que sea, puede hacer por mí el trabajo de encontrarse cara a cara con lo despreciado y rechazado en mi mismo.

      Entonces abordo a la Dama: ¿Qué deseas? Pero solamente el ego ha ido al colegio; la Dama no ha aprendido el lenguaje.10 Ella capta solamente imágenes, símbolos, representaciones en formas terrenales de aquello que existe en niveles que están más allá de lo externamente visible. Confundida, carente de instrucción en los códigos sociales, ella toma una u otra representación por la realidad. De modo que debo seguir buscando, tanto por el Rey, como por el tesoro escondido en el campo de mi mismo, ya que “El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel el campo.”11 ... Por la alegría que le da. Estos no son los ecos ni reflejos de alguna severa y tiesa presentación de personajes victorianos; la presencia que empieza a revelarse es más bien aquella de Sir Gawain en la cámara secreta, en medio de la noche, reconociendo por primera vez el verdadero rostro de su Novia.

      ¿Cuál es el amoroso deseo que puede darme el poder de florecer y fructificar en esta tierra, al servicio del verdadero Rey? ¿Será el continuar en la inconsciente, mecánica y repetitiva esclavitud bajo el poder del Dragón, o será el sentarse a meditar en una cueva tomando sopa de cardo como Milarepa, hasta que uno se vuelva verde y hasta que las extremidades se encojan?

      Escondido en el pozo de serpientes de los deseos, como un tesoro escondido en el

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campo, hay un deseo que a veces se despierta débilmente, en respuesta a un golpe musical, un verso poético, una fragancia, la presencia de alguna persona, o un momento en que presto atención sostenida a mi mismo tal como soy, superando las propias aversiones y istracciones. Entonces me veo rasgado por un relámpago de anhelo, afilado como una espada. Es la Princesa despertando de su letargo, escuchando desde lejos las trompetas de su padre.

      Despertar para ella es encontrarse en el exilio, verse a sí misma en una forma extraña, abominable, sentir el cautiverio en que se encuentra. Ella luchará por esconderse, escapar y volver a dormir, o tratará de bajar corriendo las escaleras antes de que el reloj marque las doce, para dejar solo un zapatito vacío. El Héroe debe tratarla con extrema gentileza y cortesía, aunque su rostro esté cubierto de cenizas o se vea deforme, infectado y descompuesto. Él debe permanecer con ella hasta que el anhelo de la Dama por retornar a su forma y su hogar verdadero, despierte completamente y sea más fuerte que sus desesperados intentos de perderse en el olvido.

      Recién entonces puede el Héroe decir: “Condúceme y te seguiré. Mi persona y mis bienes, mi corazón y todo lo que tengo son vuestros, ese es mi juramento ante Dios.”

      La mano dura y el autocastigo nunca podrán conducir hacia la maestría personal, y solo conseguirán enfurecer al Dragón, forzándolo a planear su escape o a tomar formas sutiles de venganza, que mostrarán como a un verdadero tonto a su supuesto amo y maestro, al que le negará el don del Agua de la Vida. El camino tampoco está en capitular o someterse ante la Dama Dragón, pues entonces ella sin duda tomará la soberanía, devastando la tierra y derribando al Rey y a su reino, en una embriaguez destructiva que esconde su insoportable decepción. Sólo un deseo supremo puede subordinar a los demás deseos.

      El Caballero es el mediador de la transformación, quien debe separar lo sutil de lo denso, suavemente, con gran habilidad y haciendo uso moderado del fuego. Su voluntad, su atención enfocada y bajo control es el cristal de aumento que concentra el calor y la luz del Rey sobre el fértil suelo de la Novia Despreciable. Ella misma puede en realidad ignorar lo que más desea. Ella puede haber renunciado a toda esperanza de hallar satisfacción, de modo que, cuando la interrogas, ella puede responder, como la Sibila, “Quiero morir” — y este deseo de ella se revela en todos mis impulsos suicidas, en los ‘pecados’ que se empecinan en confundir todos mis esfuerzos de reforma. Ella tiene el poder de arrastrar todas las funciones del reino, incluso a la destrucción, pero él tiene la “buena y recta voluntad.” Él accede a casarse con ella por el bien de Arturo, a ojos cerrados y sin conocerla. Esta podría ser la razón por la que nacimos. Si acaso hemos sabido anticipadamente en qué consistiría nuestra tarea, ya lo hemos olvidado. Se nos presenta a la vista bajo la forma repulsiva de nuestro ser manifiesto, que encontramos, para nuestra consternación, completamente diferente a lo que creíamos ser.

      Por tanto, le hacemos un mal servicio al Rey si damos la espalda a la Dama y nos dedicamos a atender exclusivamente al Soberano en todo momento. Él ya es el Señor del Universo. Nuestra tarea es ganar para él ese átomo de territorio, aquel quantum de poder que es y que está en nosotros mismos.

      Es necesario permanecer atenta y cortésmente con la Dama (sin dejar de lado la cautela), buscando siempre responder la misma pregunta: ¿Qué es lo que ella más desea en el mundo? Cada uno de nosotros tiene el encargo de encontrar el tesoro escondido en

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el campo de nuestro ser único e irrepetible.

Notas

      1. Ananda Coomaraswamy, "On the Loathly Bride," Ananda Coomaraswamy: Selected Papers-—Traditional Art and Symbolism, editado por Roger Lipsey (Princeton: Princeton University Press, 1977), I, pp. 353–370. Mi argumento se apoya íntegramente en este ensayo de Coomaraswamy.

      2. Es interesante observar que la tarea de Belcebú no consiste en asesinar algo, sino en persuadir a la gente para que detenga la matanza de animales en sacrificio a sus dioses imaginarios.

      3. Coomaraswamy, p. 374.

      4. Aún se dice que el Diablo – otra versión del Dragón- es el Señor de este mundo.

      5. Ver Martha Heyneman, "Sir Gawain and Women's Liberation," A Journal of Our Time, No. l, 1977, pp. 15–20.

      6. Adaptado a partir de Heinrich Zimmer, The King and the Corpse (New York: Pantheon Books, 1948), pp. 88–95. En versión castellana: El Rey y el Cadáver. Cuentos, mitos y leyendas sobre la recuperación de la integridad humana (Barcelona: Paidós, 1999), pp. 104-111.

      7. Sigmund Freud, "The Resistances to Psychoanalysis," en Character and Culture (New York: Collier Books, 1963), p. 261.

      8. Dante, Purgatorio, Canto XXX, 1. 48.

      9. P. D. Ouspensky, In Search of the Miraculous, (New York: Harcourt Brace, 1949), p. 12.

      10. “El id (el ello) ... no tiene medios para mostrarle al ego ni amor ni odio. No puede expresar lo que quiere, no tiene una voluntad unificada. El institno erótico y el instinto de muerte combaten en su interior” Sigmund Freud, The Ego and the Id (New York: Norton, 1960), p. 49.

      11. Mateo 13:44.

The Disenchantment of the Dragon Copyright © 1979 Martha Heyneman

(Traducción: Raúl Zevallos, 2010)