maruja barric - el mundo al revez imagenes de la mujer indigena introduccion

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Maruja Barric - El Mundo Al Revez Imagenes de La Mujer Indigena Introduccion

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  • Coleccin Becas de Investigacin CLACSO - Asdi

    El mundo al revs

    Maruja Barrig

    E sta publicacin de la Coleccin Becas de Investigacin CLACSO/Asdi esel resultado de una iniciativa innovadora de promocin de la labor delos investigadores senior de Amrica Latina y el Caribe que CLACSO vienedesarrollando gracias al sostenido y generoso auspicio de la Agencia Suecade Desarrollo Internacional, Asdi.

  • Consejo Latinoamericanode Ciencias Sociales

    Agencia Sueca deDesarrollo Internacional

    Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales / CLACSO

    Callao 875, piso 3 (1023) Buenos Aires, ArgentinaTel.: (54-11) 4811-6588 / 4814-2301 - Fax: (54-11) 4812-8459

    e-mail: [email protected] - http://www.clacso.edu.ar - http://www.clacso.org

    ISBN 950-9231-67-3Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales

    Queda hecho el depsito que establece la ley 11.723.No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informtico, ni sutransmisin en cualquier forma o por cualquier medio electrnico, mecnico, fotocopia u otros mtodos, sin el

    permiso previo del editor.

    Coleccin Becas de Investigacin CLACSO - Asdi

    Concurso de proyectos de investigacinMujeres en Amrica Latina y el Caribe:

    entre la emancipacin y la exclusinPrograma de Becas Senior CLACSO - Asdi

    de promocin de la investigacin social

    Directorde la ColeccinDr.Atilio A. BoronSecretario Ejecutivo de CLACSO

    Area Acadmica de CLACSOCoordinador:Emilio H. TaddeiCoordinadora Programa Regional de Becas:Bettina LevyAsistente Programa Regional de Becas: Natalia GianatelliRevisin de Pruebas:Daniel Kersffeld

    Area de Difusin de CLACSOCoordinador:Jorge A. FragaArte y Diagramacin:Miguel A. SantngeloEdicin:Florencia Enghel

    ImpresinGrficas y Servicios S.R.L.

    Primera edicinEl mundo al revs: imgenes de la Mujer Indgena(Buenos Aires: CLACSO, octubre de 2001)

    La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artculos, estudios y otras colaboraciones incumbe exclusivamente alos autores firmantes, y su publicacin no necesariamente refleja los puntos de vista de la Secretara Ejecutiva de CLACSO.

  • El mundo al revs:imgenes de la Mujer Indgena

    Maruja Barrig

  • Agradecimientos

    Este libro no hubiera sido posible sin la iniciativa del Consejo Latinoame-ricano de Ciencias Sociales (CLACSO), que con el patrocinio de la agen-cia sueca de cooperacin ASDI/SAREC abri la posibilidad de acceder abecas de investigacin, apoyo que me permiti el tiempo y las condicionespara desarrollarlo. Un agradecimiento especial para Bettina Levy, Coordi-nadora del Programa de Becas de CLACSO, por su confianza y entusias-mo, y tambin por su tolerancia ante mis dificultades para cumplir con lasplazos establecidos.

    Mi reconocimiento tambin al Centro Peruano de Estudios Sociales (CEPES)por acogerme como investigadora asociada, lo cual facilit mi postulacin ala beca, y al inters y cario de su personal en esta travesa, particularmentede Juan Rheineck, su director.

    En estos meses, e incluso cuando el libro era slo una idea, las sugeren-cias y el aliento constantes de Mara Emma Mannarelli y Patricia RuizBravo fueron invalorables. Las gracias a ellas, y tambin a Mara AngelaCnepa y a Sonia Alvarez, quienes me levantaban la moral con sus con-tribuciones. Mi agradecimiento a Mirko Lauer, quien ley y coment losborradores iniciales de la investigacin y generosamente me abri su bi-blioteca sobre indigenismo.

    La versin preliminar de este libro fue leda por Angela Arruda, JeanineAnderson y Carlos Franco, amigos solidarios que me ayudaron con sus co-mentarios y preguntas. No obstante, como se suele decir, los errores quepermanecen en el texto son de mi absoluta responsabilidad.

    A lo largo de estos meses, mientras escriba el libro, me dejaron personas cer-canas y queridas, entre ellas Ricardo Barrig. A su memoria queda dedicado.

    Maruja Barrig

  • Introduccin

    UNO

    Captulo 1Sucios, macabros e inferiores

    Captulo 2Hgase en m segn tu palabra: el servicio domstico

    Captulo 3Las iluminadas

    Captulo 4Y cmo evitar la culpa: los arreglos familiares

    DOS

    Captulo 5El color de los mitos

    Captulo 6Resistir por siempre al invasor

    Captulo 7Los indgenas no quieren serlo (basta con las mujeres)

    Y final (es posible concluir?)

    Bibliografa

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    59

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    Indice

  • 11

    Qu tienen que decir sobre la mujer indgena en el Per las feministas ylos operadores de proyectos rurales de desarrollo? Un grupo en Lima ylas principales ciudades del litoral del pas, y el otro asentado en zonas

    sobre los 3.000 metros a nivel del mar, ambas colectividades supuestamentehermanadas por su amplia preocupacin por el bienestar de la mujer pese alas distancias geogrficas. Pero no de cualquier mujer, sino de la indgena an-dina cuya imagen oscila, en las representaciones de los criollos, entre la son-riente cholita de mejillas con rubor y flores en su sombrero de fieltro, y la in-dia cansada, empobrecida y de mirada torva frente a los ojos ajenos. Entreambos extremos, no obstante, emerge otra figura recreada por los indigenis-tas, la de una mujer andina que se yergue altiva y sabia, inconmovible y frreaen la defensa de las tradiciones culturales de los Andes, una imagen tan pode-rosa y perdurable como el Reino de los Incas.

    Mi propuesta de investigacin, sometida al Consejo Latinoamericano deCiencias Sociales en 1999, pretenda responder a una curiosidad y a una preo-cupacin, ambas inquietudes difciles de conciliar, como se ver en las siguien-tes pginas. La curiosidad obedeca a una suerte de incursin personal en el pa-sado; se trataba de indagar las causas de las omisiones de las feministas de ladcada de 1970 respecto a las mujeres de zonas rurales andinas Cmo as, a di-ferencia de las feministas del Ecuador y Bolivia, las peruanas no habamos lo-grado hilvanar un par de ideas coherentes sobre la realidad de estas mujeres nidecodificar la parafernalia de interpretaciones ritualizadas que suelen escuchar-se en la academia y en las instituciones de promocin del desarrollo sobre ellas?Ser quiz porque, al igual que en el caso de la relacin entre las feministas(blancas) y sus sirvientas (negras) en el Brasil, el servicio domstico depositadosobre los hombros de una mujer andina habra abonado tambin en el Per loque la investigadora brasilea Sandra Azeredo calific de conspiracin del si-lencio? Cmo podamos convivir las feministas, quienes nos preciamos de unasensibilidad exacerbada respecto de la situacin de postracin de las mujeres,

    Introduccin

  • con una criada, generalmente de procedencia andina, que en la condiciones la-borales urbanas se coloca en el ltimo peldao del prestigio social?

    Mi curiosidad iba ms all del mundo feminista, y se extenda tambin a otrasmujeres y hogares: a los espacios segmentados de sus casas, donde el cotidiano escompartido con una mujer ajena, como la empleada domstica, cuyo desfasa-miento de la familia para la cual trabaja se marca porque viste un uniforme, porel tipo de habitacin que ocupa, en el uso de elevadores para la gente y para elservicio en los edificios residenciales, e incluso en los autos, pues si la patrona loconduce, la criada viaja atrs. Qu haba en la base de esa segregacin?

    Personalmente, el racismo me ha parecido una respuesta fcil a estas y otraspreguntas que se han ido acumulando en los ltimos tiempos en la regin andi-na, principalmente desde las efemrides de los 500 aos del descubrimiento deAmrica. Al igual que el machismo, las palabras concluyentes pueden terminarpor no explicar nada. Ms an, sin ignorar los racistas eptetos que se escuchana diario en las calles limeas sobre los indios de porquera, los cholos que nosinvaden y los negros tal por cual, suelo disentir de quienes no incorporan ensus anlisis sobre el racismo importantes seales de cambio entre los migrantesandinos en la ciudad, especialmente en la forma como el espacio urbano ha co-menzado a ser apropiado y reelaborado por ellos, y en el cierto orgullo con queestos nuevos limeos, como los bautiz el socilogo Gonzalo Portocarrero, seestn liberando de esa tutela condescendiente que suele victimizarlos.

    As que concluir en el racismo como sentimiento tambin compartido porlas feministas limeas a modo de explicacin para esta omisin respecto de lasindgenas de la sierra y las andinas del servicio domstico, no era suficiente. Alplantear la pregunta en mi propuesta a CLACSO, intu algunas respuestas. Ha-biendo sido yo misma activista del movimiento feminista de los aos 1970, esta-ba consciente de la ausencia de ese inters entre nosotras, y tena la hiptesis deque nuestra militancia poltica en la izquierda primero y en el feminismo des-pus haba oscurecido, si existi, una franja de duda respecto de la validez denuestras propuestas, tributarias de la Ilustracin. Ciertas verdades, que ofrecenuna visin empaquetada del mundo, no cobijan particularidades. Desde el par-tido cualquiera que fuera, maosta, trotskista o simplemente leninista tuvimosla conviccin de la bondad universal de nuestros postulados; despus, en nues-tros colectivos feministas, no cupo sospecha de la monoltica y generalizada exis-tencia del patriarcado que oprima a todas las mujeres por igual. Aunque, claro,estas hiptesis no bastaban para entender la incomodidad con la cual muchas ve-ces lidibamos con la culpa agazapada de contar con servicio domstico.

    Las primeras mujeres enroladas en el activismo feminista de la dcada de1970 tenamos casi un mismo perfil: sectores medios, formacin universitariaen humanidades, compromiso con la izquierda, mayoritariamente limeas.Compartamos tambin una cierta endogamia capitalina, ese aire de familiatan proclive en los viejos limeos que enarbolaban como un blasn lo que enrealidad era un parroquialismo de la Lima que se resista a ceder territorio alos migrantes andinos en los aos de 1960. Fuimos socializadas con las cons-tantes alusiones a una invasin de los Andes que iba cambiando el rostro de

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  • la ciudad, y tambin con la presencia del servicio domstico en las casas, cria-das que estaban ah desde que una abra el ojo, como lo record una feminis-ta entrevistada para este libro. Fue entonces difcil, desde el ideario de la igual-dad de las mujeres, desandar los pasos en la bsqueda de nuevas formas de re-lacin con las andinas/empleadas. El giro, para quien lo dio, fue complicado.Hubo que lidiar con ideas sedimentadas en el pas criollo sobre los indios, ima-gen corroda por la desconfianza y el temor, aunque sus aristas ms afiladashubieran comenzado a limarse antes, con nuestra militancia en la izquierda y/oen la Teologa de la Liberacin. Pero a medida que mi investigacin fue avan-zando, me di cuenta que haba cometido un error: la sirvienta (indgena) de losaos 1950 y 1960 en Lima, no era la empleada del hogar (chola) de las dcadasde 1980 y 1990. Los pueblos de procedencia de las criadas se estaban d e s a n d i -n i z a n d o, por llamar de alguna manera a los cambios que comenzaron a produ-cirse en pueblos de la serrana hace treinta aos, y las migrantes a d e s i n d i g e n i -z a r s ecomo resultado de la educacin y un mayor contacto con las costumbresurbanas. Como lo record una feminista a quien entrevist para este estudio,nuestra relacin con las domsticas fue con las cholas, con este smbolo detrnsito y de sntesis entre dos realidades y dos mundos.

    Si las ideas anteriores respondan a mi curiosidad, la preocupacin a la quealud lneas arriba tena que ver con mi experiencia de ms de diez aos comoconsultora, principalmente de organizaciones no gubernamentales de desarro-llo, evaluando proyectos, asesorando al personal para la incorporacin de laperspectiva de gnero en los programas, y organizando talleres para funciona-rios, hombres y mujeres, de lo que en la jerga se conoce como planificacin conperspectiva de gnero. Cuando una o ms de estas actividades eran realizadascon instituciones que operaban en pueblos rurales andinos de Per, Bolivia yE c u a d o r, tarde o temprano aparecan reparos entre los profesionales, general-mente hombres, que mostraban su escepticismo respecto de la validez de las re-laciones de gnero como categora analtica en los Andes. Los argumentos en losque dichos reparos se apoyaban eran varios: hombres y mujeres trabajan porigual en su parcela; son las esposas las que administran los recursos de la fami-lia; no importa que ellas no participen en las asambleas comunales, pues tienenms poder al influir en sus parejas; en la cosmovisin andina no existen relacio-nes de subordinacin sino de complementariedad entre los sexos. Hace unosaos, en una reunin de trabajo en Llallagua (Potos-Bolivia) en la que me en-contraba presente, el abogado asesor de una federacin campesina se indignante la intromisin de un concepto de moda el gnero importado de Europay de los Estados Unidos que no tena nada que hacer en la realidad aymar, yque lo nico que lograba, en su opinin, era alterar la relacin de la familia in-dgena, al igual que la Ley de Violencia Familiar, que constitua un atentado con-tra la mujer pues pretenda despojarla de la proteccin de su marido.

    En Ecuador, un proyecto polticamente correcto de una ONG, dirigido alas mujeres rurales, haba partido del diagnstico de la experiencia femenina enel tejido, asesorando con nuevas tcnicas de teido de la lana, perfeccionamien-to de la confeccin y diseos de sacos. La intencin era fortalecer a un grupo detejedoras en la comunidad, permitirles ingresos monetarios, e indirectamente

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    MARUJA BARRIG

  • elevar as su posicin social y autoestima. Hasta ah, el proyecto era impecableen su formulacin. Pero una vez que los sacos estuvieron listos, la institucinencontr varios problemas no previstos: las mujeres eran monolinges que-chuas o con escaso manejo del espaol, lo cual les impeda comercializar ellasmismas sus productos en el poblado urbano ms cercano, dado que el espaoles la lengua del mercado. Por otra parte, exista una tcita sancin social hacialas mujeres que viajaban fuera de su comunidad, y por lo tanto, an cuando ha-blaran castellano, difcilmente se hubieran animado a desafiar la costumbre. Fi-nalmente, eran analfabetas, y por ende pasibles de ser engaadas por los in-termediarios comercializadores. Como consecuencia, fueron los varones, cn-yuges y autoridades de la comunidad quienes viajaron a la ciudad, vendieron losproductos y redistribuyeron las ganancias a su albedro. Las tejedoras se desa-lentaron, y el proyecto languideci. Este es slo un caso de los varios encontra-dos durante mi trabajo, y cuya evidencia no motiv entre los operadores de pro-yectos una reflexin ms minuciosa sobre cmo el virtual enclaustramiento delas mujeres andinas en sus comunidades y el restringido acceso a una serie derecursos institucionales aceptaban una lectura de discriminacin. La igualdadentre hombres y mujeres campesinos persiste en el imaginario de muchsimosoperadores de proyectos rurales en zonas andinas, y el rechazo al concepto degnero, en tanto moda occidental, se ve facilitado por esa percepcin.

    Al unir mi curiosidad en un caso con mi preocupacin en otro, fueron sur-giendo dos imgenes irreconciliables sobre la mujer andina que me hicieron du-dar: me encontraba frente a una investigacin, o ante dos? Por un lado, la lec-tura de bibliografa sobre el servicio domstico en Amrica Latina me resultabainsuficiente para comprender esta relacin especial entre una criada (andina) yuna feminista (criolla). Pareca necesario conocer ms acerca de los discursossobre los y las indias que ahondar en la relacin laboral con las trabajadoras delh o g a r. Hurgando en libros sobre racismo y en viejos folletos que trataban de ex-plicar el problema del indio, fue emergiendo esta imagen del indio traicione-ro e inferior, y por tanto condenado a estar al servicio de otros, junto con otrapersistente concepcin del indgena como minusvlido. Simultneamente, otrodiscurso, indeleble desde el siglo XVII, nos conduca a una visin autrquica delmundo andino: una pureza esencialmente bondadosa de los indgenas, que in-tentaba preservarse de la trasgresin del mundo occidental. La mujer andina,sucia, ignorante, irredimible frente a la civilizacin y al progreso, conviva conla indgena altiva y orgullosa de sus tradiciones que rechazaba al invasor decualquier signo y siglo. Cmo conciliar ambos discursos?

    El concepto de representaciones sociales vino en mi auxilio. Estas, aseguranlos tericos, son imgenes que condensan un conjunto de significados, de siste-mas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede. Son tambincategoras que clasifican las circunstancias, los fenmenos e incluso a las perso-nas con las que nos vinculamos. Las representaciones sociales, para algunosequivalentes al sentido comn, pueden incluso convertirse en teoras. Pero al seruna forma de conocimiento social, las representaciones estn relacionadas conel contexto y los cdigos, los valores e ideologas, las posiciones y pertenenciassociales especficas de los sujetos que las formulan. As, no sera entonces de ex-

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    EL MUNDO AL REVS

  • traar que entre las lites, e incluso entre sectores de la clase media criolla, losdiscursos sobre los indgenas segreguen argumentos coloniales respecto de su in-competencia e inferioridad, rasgos que los constituyen y determinan. Pero dadoque la representacin social debe ser consistente con el sistema de evaluacin delindividuo, esta reconstruccin puede adoptar otra figura, incluso opuesta, si sonamigos de los indios quienes hablan sobre ellos. Un objeto, entonces, no existi-ra en s mismo, sino por la relacin que una persona o grupo establece con l; yes esta relacin sujeto-objeto lo que determina el objeto mismo, y se constituyeen la realidad (Jodelet 1988: 472-475; Abric, 1994: 12-14).

    Si es el cdigo de valores y la posicin de las personas lo que determina larepresentacin, no fue inslito entonces el hallazgo de la pervivencia de los dis-cursos arriba reseados sobre las mujeres indgenas: por un lado, los criollosverdaderos y los actuales, por denominar de alguna manera a la gente de las ciu-dades de la costa, anclando su representacin en las espavientosas imgenes delos nativos sin alma a la espera de ser civilizados; del otro, los y las profesiona-les de ONGs andinas, andinos ellos mismos, glorificando el legado pre-hispni-co y cautelando la supervivencia de la raza, pues as se aluda a los indgenasperuanos. En ambos casos, si tratara de identificar un temor comn, antiguo yenquistado en las personas que hablaron o escribieron sobre las y los indgenas,el puente que une a ambas orillas sera el miedo a la contaminacin. Es sta unaaprehensin explcita de los viejos limeos frente a los andinos que penetran enlos espacios urbanos a manera de invasiones de migrantes, y en sus casas sir-viendo las tareas domsticas; el uniforme de servicio y los espacios segmenta-dos dentro de los hogares fungen de conjuro. Hay temor a la contaminacintambin entre quienes idealizan la pureza de las comunidades de altura ante lainvasin del mercado, de las costumbres citadinas, de las modas occidentalescomo el concepto de gnero, y ciertamente rechazo al mestizo, ese hbrido quepone en riesgo la continuidad de la raza. Como afirm la antroploga MaryDouglas, lo sucio representa la materia fuera de lugar, la amenaza del orden.

    He tenido dificultades para vincular en el libro ambos segmentos, quiztambin porque con su presentacin en dos partes indirectamente estoy demos-trando ser prisionera de esta representacin dicotmica de la cual, en el Per,somos varios tributarios. He debido tambin evitar la tentacin de ir refutandoa los autores antologados, y no perder de vista que no escriba sobre la realidadsino sobre las ideas, unas veces confluyentes y otras antagnicas, acerca de larealidad. Si el temor a la contaminacin es el puente que me permiti transitarambos grupos de representaciones, la otra imagen recurrente que surga al con-frontarlos era la del Mundo al Revs; la reiterada frase del cronista indio Gua-mn Poma de Ayala, para describir los efectos de la invasin espaola: los in-dios eran ignorantes y traicioneros para unos, guerreros y nobles para otros; lasmujeres indgenas son sabias y trabajadoras para ciertos peruanos, sucias e in-feriores para otros. Estas representaciones binarias, en varias ocasiones, emer-gan ante m como imgenes al revs. En este libro, que no pretende ser msque una crnica de los discursos, recurr a la literatura de ficcin y tambin alos ensayos, incluso de autores no muy difundidos pero cuyas ideas graficaronen su tiempo el sentido comn acerca de los indgenas. En esta ltima empresa

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  • me auxili una dosis de s e r e n d i p i t y, aquellos hallazgos afortunados que en lasbibliotecas se convierten en descubrimientos alentadores para la investigacin,sobre los cuales escribi el documentalista Gustavo von Bischoff h a u s e n .

    Este libro se divide en dos partes. En la Parte Uno, el primer captulo es unintento de responder a la pregunta de quin es el indio peruano y se refiere alas dificultades para definirlo, ms an si tenemos en cuenta las diferencias y di-nmicas regionales: fsicamente no son iguales los morochucos de las pampasayacuchanas a los campesinos de Andahuaylas, y ser indgena en el rico Va l l edel Mantaro no es lo mismo que serlo en las heladas alturas de Huancavelica.En el segundo captulo, intento establecer las relaciones entre la representacinhomogeneizante de la poblacin indgena andina y el servicio domstico, sus re-glamentaciones y el traslado de la segmentacin territorial a las fronteras redu-cidas de una casa. El tercer captulo se refiere a los orgenes del feminismo enel pas y recoge las opiniones de ocho feministas, mujeres profesionales entre los45 y los 55 aos de edad que viven en Lima y que en las ltimas dcadas se per-filaron como activistas o investigadoras en el campo de las relaciones de gne-ro. En sus intentos de conciliar su militancia feminista y su necesidad de con-tar con servicio domstico, estas mujeres desarrollaron diversas estrategias deacercamiento a las andinas, que se resumen en el captulo cuarto.

    En la Parte Dos, el quinto captulo del libro recorre algunas de las fuentes dela construccin del mito de un Imperio Incaico unificado, benevolente y prspero,cuyas bases de armona habran sido destruidas por la conquista espaola del si-glo XVI. Este parece ser el origen de un proceso inverso, que invoca para su recha-zo a la contaminacin viejos discursos en contra del colonialismo: corroy todo lobueno que exista, y trajo todo lo malo; rechacemos, por tanto, lo forneo. Fuentede orgullo para los peruanos, pero en particular para los habitantes de los departa-mentos serranos, este mundo idealizado que preserva el equilibrio entre hombresy mujeres es recreado tambin por algunos de los profesionales de cuatro ONGsque estn asentadas en el departamento de Cuzco y que irradian sus acciones a lamayora de sus provincias. Dieciocho funcionarios, hombres y mujeres, entre pro-motores y directivos de esas instituciones, aceptaron ayudarme en esta investiga-cin, prestndose a entrevistas largas e informales. Salvo tres de ellos, los demseran cuzqueos, bilinges en el idioma quechua, y por la construccin gramaticalde su espaol posiblemente el quechua fuera su lengua materna.

    Si este captulo seis se centra en la preservacin de la pureza, el siguienteaborda las resistencias, tanto de las mujeres andinas para aceptar su marginacin,como de los funcionarios, principalmente varones, para asumir que las relacionesde gnero son una dimensin imprescindible del desarrollo. Si el juego de imge-nes refleja un mundo en armona, los cuestionamientos a la desigualdad en la dis-tribucin de poder entre hombres y mujeres andinos abren las dudas sobre la va-lidez de esa representacin. Y ms an, lo extrao a la comunidad el gnero y lasnociones de subordinacin femenina en Occidente alterar esa armona. Quizlas ltimas pginas puedan parecer una especie de aterrizaje forzoso en la reali-dad cotidiana de las organizaciones no gubernamentales y en las cavilaciones delas agencias de cooperacin internacional pero, como se mencion al inicio, lapreocupacin que dio origen a este libro tiene tambin que ver con el mundo real.

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