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MATERIAL DE CONSULTA Escritos de Yves KLein

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MATERIAL DE CONSULTA

Escritos de Yves KLein

     

Índice

Diario de España

Madrid,  1951  Extractos,  Selección  de  Nicolás  Morales,    en  Minerva,  IV  Época,  n.  13,  Madrid,  2010.   1   Mi posición en la batalla entre la línea y el color 1958 8      La evolución del arte hacia lo inmaterial Conferencia  en  la  Sorbona,  París    3  de  junio  de  1959                    10 La aventura monocroma: la epopeya monocroma 1959,  selección 27   La superación de la problemática del arte 1959 40    Manifiesto del Hotel Chelsea Nueva  York,  1961                    47   Diálogo conmigo mismo 1961 53

Fundación  Proa  presenta  este  material  de  consulta  que  se  

compone  de  escritos  del  propio  Yves  Klein  que,  en  su  mayoría,  

fueron  traducidos  por  primera  vez  al  español,  especialmente  para  

integrar  el  libro  que  acompaña  esta  exhibición.    

 

Se  ofrece  aquí  como  bibliografía  complementaria  para  ampliar  la  

información  sobre  sus  ideas  sobre  su  proceso  creativo  y  el  arte  en  

general.  

 

Para  más  información  sobre  Yves  Klein.  Retrospectiva  puede  

consultar  nuestro  sitio  web    www.proa.org.  

 

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DIAR IO DE E SPAÑAYVE S KLE IN SE LE CCIÓN NICOLÁS MOR ALE S

En 1951 tiene lugar la primera de las dos

estancias de Yves Klein en Madrid. Como en

cada uno de sus viajes por el mundo, Klein

redacta un diario pormenorizado de sus

actividades entre el 18 de febrero y el 26

de junio de ese año. Escrito directamente

en castellano –con la excepción de las

entradas que reproducimos en cursiva, en

francés en el original– y corregido por un

vecino de la pensión en la que residía, Klein describe en él su vida cotidiana, especialmente

centrada en aquellos meses en las clases de francés, judo y filosofía. Además de retratar, a

veces con un tono mordaz, la sociedad madrileña, este manuscrito inédito, procedente del

archivo que lleva su nombre, ofrece una visión intimista de las aspiraciones artísticas de

Yves Klein. Los fragmentos aquí seleccionados ponen de manifiesto los inicios de su

reflexión sobre el color y la gestación de la aventura pictórica del monocromo. Durante su

segunda estancia en Madrid, en 1954, esas reflexiones le llevarán a su primera obra

presentada públicamente bajo la forma de un catálogo titulado Yves: Peintures. Esta obra

conceptual tiene un estatus singular, pues consiste en una serie de diez monocromos que

proponen al espectador la ilusión de una reproducción de una obra ya existente. En

realidad, los monocromos publicados en Madrid se expondrán al año siguiente en París,

inaugurando así lo que más tarde el artista denominará una «epopeya monocroma»,

llamada a convertirse en una obra mayor del siglo XX.

[DOMINGO] 3 DE FE B R E R O DE 1951, A LAS 6H 15

He llegado a ESPAÑA. IRÚN.

Las formalidades de la aduana son muy sencillas. Me esperaba lo

peor tras la experiencia de Inglaterra. Los uniformes son muy

divertidos, estilo ópera cómica. Estoy solo para descubrir toda

España, y es triste, a pesar de la Cosmogonía... El golpe «Claude

Enfermo» me deja agobiado y fastidiado. Me pregunto si se trata

de una separación definitiva que se nos impone. Porque si es eso,

nunca encontraré un compañero así. Tendré que arreglármelas

solo.

Salida. Segunda estación. Mucha gente. El tren es tomado por

asalto.

SUMAR IOYVE S K LE INMINE R VA 13 Título Autor Todo

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asalto.

Todavía allí, una idea me sacude durante unas horas, todo el

régimen, la dictadura. Me han dicho que en España una cuarta

parte es el ejército, luego la guardia civil; una cuarta parte son los

funcionarios del Estado que forman parte de la Falange de Franco;

una cuarta parte es el clero, siempre gran amo de todo y,

finalmente, hay una cuarta parte de desgraciados civiles que

soportan el peso de todas estas atrocidades.

No ha habido forma de cerrar un ojo en toda la noche. Al

amanecer, un paisaje desértico y desolado, estilo película de

cowboys y buscadores de oro y enseguida el palacio de El Escorial

y Madrid. La hermosa ciudad, que tiene algo del alegre París y del

monstruoso Londres. Hermosa, espléndida ciudad con grandes y

largas avenidas, pero donde por todas partes se siente una

impresión de comedia. Todo el mundo juega un papel y todo es

un decorado de teatro, incluyendo las casas, las piedras y los

autobuses londinenses.

MIÉRCOLES 6 [DE FEBRERO]

Museo del Prado. Primera visita ayer. Maravilla tras maravilla.

Velázquez, Murillo, Goya, El Greco. El Greco es, en mi opinión, el

más español de todos, por más que sea griego. Está en su tono y

hace que comprendas mucho de España. Al lado de todo esto,

Tiziano, Rafael, Tintoretto, Watteau, etc. Volveré pasado mañana.

Porque mañana me voy a Toledo.

Me toman el pelo con el judo. Sigo todavía buscando el club de

judo de Madrid, pero sin mucha esperanza.

Hoy he ido a ver El Escorial. Me ha decepcionado un poco. 1º:

Lugar desértico, montañas vulgares. 2º: Construcción sin estilo,

no lo bastante sencilla como para haber pretendido serlo,

despojada de elegancia. Espléndido El Greco, ahí de nuevo el

Greco me ha hecho entrever una España grande.

Libros espléndidos en la biblioteca de El Escorial. Es lo que más me ha gustado.

JUEVES 7 [DE FEBRERO]

Voy en autobús a Toledo. Son las once y a la una cierran todos los museos y monumentos interesantes, y me

dicen en la oficina de turismo que más vale que me dé prisa. Me dan un itinerario a seguir y empiezo.

Iglesia de Santo Tomé. «El entierro del conde de Orgaz». El cuadro más famoso que posee España. Casa y

museo de El Greco. Me quedo allí un buen rato contemplando la espléndida colección de retratos de El Greco.

Todos esos tipos envueltos en telas de colores, el conjunto tiene una presencia fantástica. Después una

sinagoga, San Juan de los Reyes... Museo de San Vicente: hay quince Grecos más allí.

Esa noche, a mi vuelta a Madrid, tengo una vez más una cita con una gente de una cierta sociedad de lucha

que tienen que decirme si hay o no judo en Madrid. Es mi última oportunidad, después iré a Barcelona. Sí, hay

una sala de judo en Madrid, parece que con un profesor cinturón negro II Dan. ¿Qué va a salir de esto? Iré

mañana por la tarde.

VIERNES 8 [DE FEBRERO]

Me paseo por los alrededores del Prado. Acabo por entrar allí. De nuevo me maravillo ante El Greco,

Velázquez, el Veronés.

DOMINGO 18 DE FEBRERO

He dejado mi pensión «La Vizcaína», Plaza Santa Bárbara 4, por venir a ésta, 6 calle La Puebla. Tengo ahí una

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habitación bonita. Es el piso tercero. En el piso segundo hay un restaurante que es muy barato. Toda la casa

parece habitada por estudiantes. En una palabra, todo es muy simpático.

Una cosa me preocupa, es la cuestión del «trabajo» o cómo quedar en Madrid un año entero para comprender

correctamente el castellano. Casi todos en el club de judo me han aconsejado dar clases de francés e inglés.

Es una cosa que no me gusta mucho hacer pero creo que voy a ensayar.

Pasado mañana pondré un anuncio en dos periódicos, como me lo han dicho: «Ya» y «Abc»

Francés nativo. Clases particulares. Puebla 6. 223778.

Tengo un vecino que es estudiante en Letras y que es un sabio profesor [anotación de Joaquín: «nada de

esto»]. Hace dos días que me ayuda mucho y ahora puedo ya tener una pequeña conversación todavía muy

hesitante! Puede ser que si trabajo un poquito más la gramática, pueda hablar correctamente dentro de un

mes (¡con muchas faltas claro!)

Esta mañana mi vecino y yo hemos visitado algunas salas del Museo del Prado. He visitado los poderosos

«Grecos». Pensaba hasta esta noche que El Greco me había hecho vislumbrar el espíritu español pero, según

mi vecino Joaquín, el espíritu español no está tan bien representado en los «Grecos».

MIÉRCOLES 21 DE FEBRERO

Ayer por la tarde hemos estado Joaquín y yo en el café Gijón, donde casi todos me llaman existencialista. Ahí

hemos hablado, en frente de un «café con leche», durante dos horas, de ideas capaces de revolucionar el

mundo. Después, la siniestra realidad se presentó de nuevo: un «trabajo».

Después de cenar, tuvimos una pequeña conversación con Joaquín en su cuarto sobre muchos asuntos

diferentes. Leí una poesía suya muy sorprendente y tuve vergüenza de no poder apreciar su estilo. Él leyó mi

«silencio».

JUEVES 22 DE FEBRERO

Volvimos [Joaquín y yo] al café Gijón ayer por la tarde y salimos a las ocho; al paso súbitamente empecé a

referir la idea de los cuadros a un solo color. Como eso parecía gustarle, le hablé de la exposición que me

gustaría presentar con música apropiada; también a él todo ha parecido interesarle y preguntará noticias para

una sala de exposición y músicos modernos (¡Be-bop!).

SÁBADO 24 DE FEBRERO

Esta noche hay otra pequeña manifestación artística, en el mismo café donde estuvimos anoche. Esta vez

iremos para oír un programa de música española. Esta música me gusta mucho pero pienso que no fue muy

bien interpretada. He oído Sevilla de Albéniz, Jota del concierto de Rosas, Amor brujo de Falla. La

conversación de esta noche derivó hacia los viajes. No pude dejar de hablar de mis pequeñas aventuras y de

mi antiguo plan de viaje por Egipto, Persia e India. La idea pareció divertirle mucho.

DOMINGO 25 DE FEBRERO

Joaquín ha insistido tanto que he empezado a pintar pero previniéndole que mi pintura (si se puede llamar

pintura) no le gustará. En efecto, él se desilusionó y para reparar la desastrosa impresión hecha, debí pintar

rápidamente una acuarelita de Toledo, según una tarjeta; eso, más realista, le agradó.

MARTES 27 DE FEBRERO

Anoche fuimos al teatro Fontalba, el programa era Lola Florez (sic) y Manolo Caracol; el espectáculo fue muy

brillante y los flamencos fueron una revelación para mí. Manolo cantaba con una voz sofocada, que parecía

salir de su vientre con muchas dificultades. Estos cantos son muy sugestivos. Manolo parece gritarlos con

toda su fuerza, como lamentándose de no tener una voz más poderosa. En cuanto a Lola, es verdaderamente

la Niña de Fuego. Tiene una vitalidad increíble y una gracia natural deliciosa. Es una mujer gitana muy negra,

cuerpo espléndido, y de pie a cabeza cuando canta y baila. Es pasión y amor encarnizado y desencadenado.

De la danza, lo que puedo decir es que es toda nervios, casi nunca lascivia.

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España

Un día el cielo azul sobre la tierra ha caído

y de su herida la sangre ha brotado.

Era un rojo brillante, chispeando estrepitoso, había negro también allí donde se coagulaba.

Una bolsa de sangre, que era España.El cielo azul la ha empollado, muy pálido.

Cuando se miraban había relámpagos violeteados.

La música era celos,

y en la paz del azul reinaba la cólera del rojo.

España divina, dolor y rojo.

SÁBADO 3 DE MARZO

¡Nada! A la una de la noche he comprado un billete de lotería.

DOMINGO 4 DE MARZO

Si dentro de ocho días no he encontrado un empleo, me voy al descubrimiento de América, es decir que el

lunes próximo me marcho a Lisboa, donde espero encontrar un barco para América del Sur o del Norte.

Mañana iré al consulado de Portugal, para conocer las condiciones y el precio del visado, y también iré a los

consulados de Argentina, de Brasil, de Uruguay y de Méjico. Lo lamentable es que dejo España sin conocer

bastante el castellano para no olvidarlo. Pero el destino se hace cada vez más severo conmigo y poco a poco

con la edad, veo que las dificultades se hacen más desagradables. Deberé estudiar y hablar mucho durante

esta última semana.

JUEVES 8 DE MARZO

Para hablar sin rodeos, estoy muy cansado de esta vida de «buscador de trabajo».

Es imposible ir a Sudamérica, sin prepararse dos o tres meses antes. He visitado todos los consulados y por

todas partes es casi la misma respuesta: «escriba usted y dentro de tres meses, se le podrá dar el visado».

LUNES 12 DE MARZO

Primer día de verdadero trabajo (si puedo hablar así). Una clase esta mañana y otras dos por la tarde, y judo

con Alfredo.

El anuncio «Estudiante francés, conociendo inglés, desea trabajar, Madrid. Klein. Puebla, 6» ha empezado a

aparecer en el periódico Ya, hoy, y eso durante cuatro días. ¡Vamos a ver el resultado!

MARTES 13 DE MARZO

Tengo una idea para aprender más rápidamente el castellano. Se necesita escoger una persona nativa y

empezar a observar toda su vida, su aspecto, su lengua, su modo de vida, etc., e imitar todo hasta los más

pequeños detalles, es decir intentar cambiar totalmente de personalidad, transformándose en español, de los

pies hasta la cabeza pasando por el estómago, el corazón.

SÁBADO 17 DE MARZO

Hay en España un verdadero estudio que hacer sobre las costumbres de las diferentes clases de la sociedad.

Por ejemplo me refiero al tipo de vida en general de un hombre y de una mujer de la clase burguesa.

La señorita de quince a veinte años (si no se casa antes), estudia «cultura», que quiere decir un poco de

música, de preferencia el piano, y un poco de francés, raramente más que eso. Mientras que la educación

religiosa forma parte de su vida como su cuerpo.

Durante este tiempo, el joven de la misma edad está sin mucha fe, y también la educación religiosa tiene una

gran parte de su vida. Sin embargo cuando llega a una cierta edad (dieciocho-veinte años, catorce en ciertos

casos), empieza a ir a las casas de putas, que no sé como se llaman exactamente en castellano. Eso casi cada

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casos), empieza a ir a las casas de putas, que no sé como se llaman exactamente en castellano. Eso casi cada

semana, el sábado de preferencia de manera que sea posible confesar y comulgar el domingo por la mañana

en misa con la novia pura e inocente.

Después se casa, y como las criadas se pagan con poco y es muy barato tener en casa un servicio muy bueno,

la esposa no hace nada y poco a poco engorda hasta el día que el marido, repelido por la grasa, va a las casas

de putas, generalmente eso pasa en los alrededores de los cuarenta.

MARTES 20 DE MARZO

Me han propuesto en el club de judo de Recoletos ser profesor por las mañanas a partir del primero de abril,

con un 30% de lo que pagan los alumnos mensualmente. Puede ser una proposición muy interesante, todo

depende de cuántos alumnos tiene el club por las mañanas.

VIERNES 23 DE MARZO

Desde ayer estoy de vacaciones hasta el lunes. Es la Semana Santa. Vi la procesión pasar con las imágenes

traídas a hombros y los penitentes con ellas con cogullas rojas y negras y todo iluminado con cirios. Me creí

en la Edad Media.

Sinceramente, qué lamentable paganismo. Es terrible pensar que en nuestra época todavía, todo un pueblo

vive con una idea tan falsa y oscura de Dios y de Cristo. Fue muy interesante para mí, pero he tenido una muy

desagradable impresión.

VIERNES 6 DE ABRIL

He recibido un poco de dinero de mi familia por medio de don Eduardo Aunós, primeramente, y después por

medio oficial, es decir, por la banca española.

Además, me han propuesto en el club Bushidokwai ser profesor de judo por las mañanas y las tardes, en las

horas en las que Alfredo San Bartolomé no puede porque tiene un trabajo. Me darán el cincuenta por ciento de

las cotizaciones mensuales de los alumnos. Naturalmente no tengo más que dos, pero a partir de mañana

tendré tres más: un plan de clases particulares. Lo que significa que sacaré más dinero de estos que de los

otros. Me pagan cien pesetas por cada alumno de clase particular, y cincuenta por cada alumno de clase

normal ordinaria, y eso únicamente dos veces a la semana por cada grupo de alumno. Trabajo mucho por

poco dinero pero puede que con suerte dentro de poco tenga más.

El señor don Eduardo me ha propuesto exponer en España en la sala [del Círculo] de Bellas Artes. He escrito a

mi padre para que conozca la proposición. Vamos a ver lo que saldrá de todo eso.

He acabado mi curso de filosofía, y lo he enviado a París. Es decir, que si no está demasiado mal hecho habré

concluido en fin algo bien definido en mi vida. Ahora tengo todavía todos o casi todos los cursos de Biblia y

de Astrología, que representan un mundo enorme. Me doy cuenta que estoy soñando si creo que he acabado

ya.

DOMINGO 16 DE ABRIL

Anoche estuvimos en el café Varela para el concierto habitual del sábado, esta vez había un solo músico, pero

bueno. Era un guitarrista. Hemos oído unas cuantas cosas españolas excelentísimas, entre las cuales algunas

flamencas fantásticas. Esta música flamenca ejerce sobre mí una influencia cada vez más grande y empieza a

asustarme un poco todo lo que es español. Sin embargo debo confesar que tengo la impresión de que todo es

muy ficticio en este país, que todo es decoración de teatro, que es placer barato, y que todo está bien

presentado, pero de muy mala calidad.

VIERNES 21 DE ABRIL

¡Qué espantoso periodo! No puedo hacer nada. No puedo trabajar, no he hecho ningún progreso en español

desde hace tres semanas. ¡Qué curiosos son estos periodos de incapacidad; he observado esta vez un poco

mejor que la última la manera de atacar. La fuerza de las tentaciones o el espíritu del mal se puede comparar

a la electricidad en sus utilizaciones industriales; es decir, que es una fuerza que mueve algo o que empuja a

una persona o a un animal con un impulso lento, dulce, pero poderoso, y sobre todo continuo. Además todas

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una persona o a un animal con un impulso lento, dulce, pero poderoso, y sobre todo continuo. Además todas

las fuerzas de la naturaleza obran así.

En judo debería ser lo mismo y me acuerdo del consejo que me dio una vez Koisumi en Inglaterra, decía: «La

verdadera manera de tirar a un adversario al suelo, es tirarle al suelo». Y añadió: «Lo que significa que no se

debe hacer ninguna otra cosa que tirarle en una misma dirección, lentamente pero de manera continua hacia

un punto definido del suelo». Decía también: «No hay leyes de balística, ni de tiempo ni de equilibrio.

Tenemos todos la posibilidad de inventar nuevos desequilibrios o nuevos equilibrios, pero el movimiento, la

vida que tenemos para obrar en el universo es una fuerza continua, lenta, derecha e infalible; es, si no me

engaño, el infinito».

Para luchar contra todo en la vida, creo que el único medio es tomar un poco de infinito y utilizarlo.

SÁBADO 22 DE ABRIL

No han respondido mis padres todavía a la invitación de hacer una exposición en Madrid. No sé qué pasa con

ellos.

JUEVES 26 DE ABRIL

Hace pocos días unos cuanto aviones a reacción americanos han llegado a Madrid. Son del tipo supersónico y

en el curso de algunos ejercicios que han ejecutado nos hemos dado cuenta, los madrileños, del poder de la

belleza de la velocidad. Joaquín y yo viendo este espectáculo fantástico sacamos la conclusión de que dentro

de poco, el tiempo (que tal vez sea la cuarta dimensión) será vencido, y entonces no tendremos ni futuro ni

pasado, sino un presente infinito. ¡Qué maravillosa y terrible perspectiva!

VIERNES 27 DE ABRIL

He pensado ayer que puesto que estamos en el camino de suprimir el futuro y el pasado para vivir en un

infinito presente, podría ya suprimir la tortura de estudiar en la gramática los diferentes tiempos de los verbos

tanto regulares como irregulares. Quiero decir convertir todo lo que escribo como lo que digo al presente, un

presente continuo.

MIÉRCOLES 2 DE MAYO

Tengo ahora más de treinta alumnos, repartidos en clases de cinco o seis todos los días de la semana. Es

realmente demasiado y salgo del club cada noche completamente agotado, dichosamente no será por más de

un mes, porque mis padres y mi tía vendrán aquí el veinticinco y me veré obligado a irme con ellos.

DOMINGO 6 DE MAYO

Como de costumbre estoy escribiendo y desayunando esta mañana en el Frigo de Gran Vía. Hace ya una

semana que tengo todos los alumnos en mano. Estoy dando clases de judo durante más de seis horas

diariamente. El club cuenta actualmente con cuarenta alumnos. Fernando [Franco de Sarabia] está haciendo

una publicidad tremenda, poniendo enormes carteles por toda la ciudad. Más de veinte personas pasan cada

día por el club a preguntar las condiciones. Dentro de poco será el club este un negocio fantástico para su

propietario.

JUEVES 10 DE MAYO

Anoche en el club hemos tomado unas cuantas fotografías de grupos de tirada, de llaves de Jiu Jitsu, etc.

Benito, el pequeño doctor cinturón naranja estaba con nosotros practicando judo y después de la clase

mientras estábamos vistiéndonos en el vestuario, no sé por qué algo me puso a contarle la historia de nuestra

aventura (de Claude y mía), y el resultado, su enfermedad y mi inquietud respecto a mí mismo.

Inmediatamente me propuso verme por la pantalla y me dio cita por la mañana, es decir para hoy. He ido allí

esta mañana, y resulta que todo está perfecto: pulmones clarísimos, corazón sano y bien proporcionado; así

pues no hay peligro ninguno por este lado. [Yves Klein morirá de un ataque al corazón, once años después]

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CÍRCULO DE BELLAS ARTES

C/ Alcalá, 42. 28014 MADRID

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MARTES 26 DE JUNIO

Hace más de un mes que no he vuelto a escribir y sin embargo han pasado tantas cosas. Paré de escribir en

los alrededores del veinte del último mes, pues es que a partir de esta fecha empecé a preocuparme de la

llegada de mis padres a Madrid. Y eso fue mi gran error, porque estuve preocupándome durante casi un mes

para nada. Llegaron solamente el miércoles 13, después de hacerme creer que vendrían antes, cinco o seis

veces. Una vez tuve que prevenir a Armando [el también artista Arman Fernández, integrante del grupo de los

Nuevos Realistas] muy rápidamente por telegrama para que retrase su viaje, si no me hubiera encontrado sin

trabajo ni dinero, siempre esperando a «mis padres».

Armando llegó el domingo 10 por la mañana.

Al día siguiente, el lunes por la mañana a manera de buen principio casi rompí el hombro de Armando dando

una demostración de Jiu Jitsu a los alumnos del curso de la mañana. Por una buena semana puse fuera de uso

al nuevo profesor.

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Mi  posición  en  la  batalla  entre  la  línea  y  el  color  París,  16  de  abril  de  1958      En   lo   que   a   mí   respecta,   la   pintura   consiste   en   liberar   el   primer   estado   de   la  materia.  La  pintura  común,  la  pintura  tal  y  como  es  comúnmente  entendida,  es  la  ventana  de  una  prisión,  cuyas  líneas,  contornos,  formas  y  composición  están  todos  determinados   por   barrotes.   Para   mí,   las   líneas   concretizan   nuestra   mortalidad,  nuestra  vida  emocional,  nuestra  razón,  y  hasta  nuestra  espiritualidad.  Son  nuestras  fronteras  psicológicas,  nuestro  pasado  histórico,  el  esqueleto  de  nuestro  marco  de  trabajo.   Son   nuestras   debilidades   y   nuestros   deseos,   nuestras   habilidades   y  nuestros  artilugios.      El  color,  por  otra  parte,  es  la  medida  natural  y  la  medida  humana,  y  está  imbuido  de   una   sensibilidad   cósmica.   La   sensibilidad   de   un   pintor   no   se   distrae   en  recovecos  misteriosos.  Contrariamente  a  lo  que  la  línea  tienda  a  hacernos  creer,  es  como   la   humedad   en   el   aire,   y   el   color   es   la   materialización   de   la   materia,   la  materia  en  su  estadio  primario  y  primigenio.    Ya   no  puedo   aprobar   una  pintura   legible:  mis   ojos   no   están  hechos  para   leer   un  cuadro,  sino  para  verlo.  Pintura  es  COLOR,  y  como  exclamó  Van  Gogh:  “Querría  ser  liberado  de  no  sé  qué  prisión”.1  Creo  que  inconscientemente  sufría  al  ver  el  color  cortado  en  pedazos  por  la  línea  y  al  ver  las  consecuencias.      Los  colores  habitan  el  espacio,  mientras  que  la  línea  sólo  lo  surca,  lo  atraviesa.  La  línea  viaja  a  través  del  infinito,  mientras  que  el  color  es  infinito.  A  través  del  color,  experimento  la  total  identificación  con  el  espacio:  soy  verdaderamente  libre.    Durante  mi   segunda   exhibición   en   París,   en   la   galería   Colette   Allendy,   en   1956,  mostré  una  selección  de  PROPOSICIONES  de  color  en  diversos  formatos.  Esperaba  que   el   público   tuviera   ese  Minuto   de   verdad   del   que   habló   Pierre   Restany   en   el  texto  que  escribió  para  la  exhibición.  Tomándome  la  libertad  de  hacer  tabula  rasa  de   toda   capa   de   impureza   exterior,   intenté   alcanzar   un   grado   de   contemplación  donde  el  color  deviene  pura  y  plena  sensibilidad.  Lamentablemente,  como  dejaron  al   descubierto   numerosas   expresiones   vertidas   en   esa   ocasión,   muchos  espectadores   seguían   siendo  esclavos  de   su  manera  de  ver  habitual,   eran  mucho  más   sensibles   a   la   relación   de   las   PROPOSICIONES   entre   sí,   y   tendían   a   recrear  elementos  decorativos  y  arquitecturales  a  partir  de  los  colores.    Eso  me  obligó  a  llevar  mucho  más  allá  mi  experimentación,  en  enero  de  1957  en  la  galería  Apollinaire  de  Milán,  en  una  muestra  dedicada  a  lo  que  me  atreví  en  llamar  mi  periodo  azul   (y   es   verdad  que  me  había   abocado  durante  más  de  un   año   a   la  búsqueda  de  la  expresión  perfecta  del  azul).  Esa  exhibición  incluía  diez  cuadros  en  azul   ultramar,   todos   rigurosamente   idénticos   en   su   tono,   valor,   proporción   y  tamaño.  La  apasionada  controversia  que  generaron  y  las  profundas  emociones  que  desataron   entre   personas   de   buena   fe,   preparadas   para   dejar   en   suspenso   la  esclerosis   de   los   viejos   conceptos   y   sistemas   de   reglas,   dan   testimonio   de   la                                                                                                  1  La  cita  exacta  es  de  una  de  las  cartas  de  Van  Gogh  a  su  hermano  Theo  y  dice  así:  “Y  los  hombres  muchas  veces  se  ven  reducidos  a  no  hacer  nada,  prisioneros  de  no  sé  qué  jaula  horrible,  muy  horrible”.  

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importancia  del  evento.  A  pesar  de  todos  los  errores,  las  ingenuidades  y  las  utopías  en  las  que  vivo  inmerso,  soy  feliz  de  investigar  un  problema  de  tanta  actualidad  y  trascendencia.  No  debemos  olvidar  —y  no  es  una  exageración—  que  vivimos  en  la  era  atómica,  y  todo  lo  material  y  físico  puede  desaparecer  de  la  noche  a  la  mañana  y   cederle   su   lugar   a   lo  más   abstracto   que   podamos   imaginar.   Creo   que   para   un  pintor  existe  una  materia  sensible  y  con  color  que  es  intangible.    Considero  por  lo  tanto  que  el  color  mismo,  en  su  aspecto  físico,  termina  limitando  y  controlando  mis  esfuerzos  por  crear  estados  artísticos  sensibles.    Para  alcanzar  eso  indefinible  de  Delacroix  y  que  constituye  la  esencia  de  la  pintura,  me  convertí  en  un  especialista  del  espacio,  que  es  mi  forma  definitiva  de  tratar  el  color.  Ya  no  se  trata  de  ver  el  color,  sino  de  percibirlo.      Últimamente,  trabajar  con  color  me  ha  llevado,  muy  a  pesar  mío  y  poco  a  poco,  a  buscar  la  creación  de  materia  con  una  estructura  de  soporte  (la  del  observador,  la  del   traductor),   así   que   he   decidido   ponerle   fin   a   ese   conflicto:   actualmente,   mis  cuadros  son  invisibles  y  son  esos  los  que  me  propongo  mostrar,  de  manera  clara  y  positiva,  en  mi  próxima  exhibición  en  la  galería  Iris  Clert  de  París.            

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La  evolución  del  arte  hacia  lo  inmaterial  Conferencia  en  la  Sorbona      Presentación  de  Iris  Clert    Señores  y  señoras,  esta  noche  tengo  el  placer  de  presentar  a  Yves  Klein.    Yves   Klein   es   hijo   de   pintores.   Después   de   estudiar   en   la   Escuela   Nacional   de   la   Marina  Mercante  y  en  la  Escuela  Nacional  de  Lenguas  Orientales  fue,  sucesivamente,  librero  en  Niza  y  entrenador  de  caballos  de  carrera  en  Irlanda.  En  1949,  1950  y  1951  viaja  a  través  de  toda  Europa.2  En  1952  se  embarca  hacia  el  Japón,  donde  estudia  artes  marciales  antiguas.  Vuelve  del   Japón   tras   haber   obtenido   el   grado   de   cinturón   negro,   4º   dan   del   Kodokan   de   Tokio.  Entonces,   en   1954,   es   nombrado   director   técnico   de   la   Federación   Nacional   de   Judo   de  España.  Tras  seguir  pintando  durante  todo  ese  tiempo,  y  ya  en  estilo  monocromo  desde  1946,  publica  simultáneamente  Los  fundamentos  del  Judo  en  la  editorial  Bernard  Grasset  de  París,  y  una  colección  de  reproducciones  en  color  de  sus  obras,  en  las  ediciones  Franco  de  Sarabia  de  Madrid,   la   cual,   importada   a   París,   comienza   desde   ese  momento   a   atraer   la   atención  sobre  él.  En  1955,  decide  abandonar  toda  actividad  de   judo  a   favor  de   la  pintura  y  viene  a  vivir  a  París.    Debo   confesar  que  desde  que   vi   por  primera  vez   sus   cuadros,  me  quedé  pasmada.  Primero  pensé  que  se  trataba  de  una  enorme  broma  y  después,  poco  a  poco,  a  pesar  de  mí  misma,  me  dejé  hechizar  por  la  magia  del  color  puro  y  comprendí.  Pero  ¿qué  comprendí?  No  hay  nada,  exclama  para  sí  súbitamente  la  personalidad  despertándose  sobresaltada.    Yves  Klein  había  expuesto  en  1955  y  1956  en  la  galería  de  Colette  Allendy  en  París.  Me  decidí  a   hacerlo   exponer   en  mi   galería   en   1957.   Acababa   de   entrar   en   su   época   azul,   una   de   las  manifestaciones  más  importantes  de  su  carrera  de  pintor.  En  ese  momento,  de  pronto  me  di  cuenta  del  poder  extraordinario  de  este  estilo,  sin  embargo  inadmisible  a  primera  vista,  en  el  cuadro  de  los  conceptos,  incluso  los  más  audaces,  establecidos  y  reconocidos  en  la  actualidad.  Si   Kasimir   Malevich   llegó   hasta   la   exasperación   de   la   forma,   Yves   Klein   llegó   hasta   la  exasperación   del   color   e   incluso  más   lejos   todavía,   hasta   la   inmaterialización   del   cuadro,  exposición  que  presenté  en  mi  galería  en  abril  de  1958  y  que  fue  un  éxito  total.  Entre  tanto,  emprendió   la   realización   de   dos   cuadros   gigantescos   en   el   foyer   de   la   Ópera   de  Gelsenkirchen,  en  Alemania,  cuya  maqueta  estaba  expuesta  en  ese  momento  en  mi  galería.    Actualmente,   toda   una   ola   de   seguidores   apasionados   va   tras   sus   pasos   en   toda   Europa,  guiándose  por  su  ética,   lo  que  transforma  súbitamente  a  este  hombre   joven  de  treinta  y  un  años  y  a  pesar  de  sí,  en  el  jefe  de  una  escuela.  A  ese  título,  les  va  a  hablar  esta  noche  con  el  arquitecto   Werner   Ruhnau,   su   colaborador   en   la   arquitectura   de   aire,   de   la  inmaterialización  en  el  arte.  [Aplausos].    *  Señoras  y  señores  

                                                                                               2  En  dos  notas  biográficas,  Klein  escribe  que  lo  educaron  en  la  Escuela  de  la  Marina  Mercante  y  en  la  Escuela  de  Lenguas  Orientales.  La  primera  se  publicó  en  Le  dépassement  (La  superación)  bajo  el  título  “Historia  personal”.  La  segunda  está  retomada  en  parte  por  Iris  Clert  en  su  presentación  de  la  conferencia.  El  embellecimiento  de  la  realidad  (Klein  estuvo  empleado  en  un  lugar  donde  se  entrenaban  caballos  y  vendió  libros  en  la  tienda  de  su  tía  en  Niza)  se  codea  aquí  con  la  ficción  pura  y  simple.  Jamás  se  educó  en  la  Escuela  de  la  Marina  Mercante,  sino  que  sin  duda  soñó  que  así  fuera,  ya  que  en  1944  entró  en  la  Escuela  de  Genio  Civil  en  París,  que  prepara  para  la  Escuela  de  la  Marina  Mercante  pero  también  para  el  bachillerato.  Esta  presentación  ventajosa  será  a  menudo  difundida  a  posteriori.    

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 Me  permito,   ante   todo,  darle  a   Iris   el   título  que  ella  quiso  atribuirme  de   jefe  de  escuela:  creo  que  ella  es  la  jefa  de  escuela  que  nos  agrupa  a  todos  en  su  galería  y  que  nos  estimula  en  nuestros  trabajos  y  nuestras  investigaciones.  [Aplausos]    Me  parece  que  habiendo  llegado  a   los  hechos  que  vamos  a  exponer  Werner  Ruhnau  y  yo  ante  ustedes   en   las  dos   comunicaciones  de  esta  noche  y  del   viernes  por   la  noche,3  debo  tomar   impulso   delante   de   ustedes   remontándome   retrospectivamente   a   lo   largo   del  trampolín   de   mi   evolución,   haciendo   retrocesos,   sin   perder   de   vista   el   extremo  conscientemente  alcanzado,  el  de  la  inmaterialización  en  el  arte,  para  intentar  rebotar,  en  un   solo   salto   prodigioso,   desde   el   borde   de   la   problemática   del   arte   en   una   auténtica  realidad   inmaterial,   por  medio   de   lo   que   llamamos   la   sensibilidad,   de   la   cual   pensamos  haber   delimitado   la   existencia   inteligente   desde   hace   ya   tanto   tiempo,   quedándonos  presos,   a   pesar   de   nosotros  mismos,   en   el   vértigo   psicológico   de   la   composición,   en   los  límites  del  prestigio   inconmensurable  de   la  propia  vida,  de   la  vida  en  sí  misma,  donde  la  personalidad  en  ningún  caso  ha  podido  inscribirse  jamás.  El  arquitecto  Werner  Ruhnau  los  llevará  a  lo  inmaterial  a  través  del  desarrollo  histórico  de  la  arquitectura  a  lo  largo  de  los  siglos.   Por   mi   parte,   en   mi   condición   de   pintor,   voy   a   intentar   llevarlos   a   ese   mismo  inmaterial   por   mis   experiencias   personales,   interrumpidas   por   reflexiones   sobre   las  operaciones  sucesivas  que  vamos  a  ver  a  contracorriente  del   tiempo.  ¿Por  qué  remontar  retrospectivamente   el   tiempo?   Justamente   porque   no   quiero   dejarme   aferrar   ni   un   solo  instante   —ni   dejar   que   los   aferre   ni   un   solo   instante—   por   el   fenómeno   del   ensueño  sentimental   y   pintoresco   que   inevitablemente   produce   un   aterrizaje   brusco   en   alguna  parte   del   pasado,   precisamente   en   el   pasado   psicológico,   que   es   el   contraespacio,   el  espacio  del  que  trato  de  salir  desde  hace  diez  años  a  través  de  mi  trabajo.  Trabajo  ingrato,  penoso  y  a  menudo  sembrado  de  dudas  crueles,  que  sin  embargo  termina  por  engendrar  la  arquitectura   de   aire,   ya   casi   una   realidad   alcanzada   por   Werner   Ruhnau   y   yo,   y   que  promete,   en   un   futuro   que   espero   próximo,   la   organización,   tendiente   a   nuestra  conveniente   comodidad   física   total,   de   fenómenos   y   circunstancias   atmosféricos   y  térmicos  de  la  naturaleza  en  la  superficie  de  nuestro  globo.    En  consecuencia,  con  mucha  frialdad  comienzo  aferrando  el  hilo  de  Ariadna  que  es  para  mí  esta   sensibilidad   impalpable,   nueva   materia,   nueva   dimensión,   antes   de   entrar   en   el  laberinto  de  la  sensiblería,  prometiéndome  con  firmeza  jamás  soltarlo  hasta  la  vuelta.  Y  he  aquí  cómo  ocurrieron  las  cosas.    Ante   todo  en  Anvers,  hace  apenas  dos  meses,   invitado  a   exponer   junto   con  un  grupo  de  artistas  compuesto  por  Bury,  Tinguely,  Rot,  Breer,  Mack,  Munari,  Spoerri,  Piene,  Soto,  me  dirijo  a  Anvers  y,  en  el  momento  del  vernissage,  en  el  espacio  que  se  me  había  reservado  en   la  sala  de  exposición  de  Hessenjuis,  en   lugar  de  colocar  allí  cualquier  cuadro  u  objeto  tangible   y   visible,   pronuncio   con   voz   fuerte   delante   del   público   palabras   tomadas   de  Gaston   Bachelard:   “Primero,   no   hay   nada,   después,   una   nada   profunda,   luego,   una  profundidad  azul”.    El   organizador   belga   de   esta   exposición   me   pregunta   entonces   dónde   se   encuentra   mi  obra.  Respondo:  “Allá,  allá  donde  hablo  en  este  momento”.  —  ¿Y  cuál  es  el  precio  de  esta  obra?   —Un   kilo   de   oro,   un   lingote   de   oro   puro   de   un   kilo   me   bastará.   ¿Por   qué   esas  condiciones   extravagantes   en   lugar   de   un   precio   normal   representado   simplemente   por  una  suma  de  dinero?  Porque,  para  la  sensibilidad  pictórica  en  estado  de  materia  prima  en  

                                                                                               3   La   conferencia   tuvo   lugar   el   3   de   junio   de   1959   en   la   sala   Turgot.   Con   el   patronazgo   de   la   Embajada   de  Alemania  y  de  su  agregado  cultural  Bernhard  von  Tieschowitz,  parece  que  inicialmente  se  había  previsto  una  segunda  sesión  el  5  de  junio.    

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el   espacio   especializado   y   estabilizado   por   mí,   al   pronunciar   esas   pocas   palabras   a   mi  llegada,   que   hicieron   correr   la   sangre   de   esta   sensibilidad   espacial,   no   se   puede   pedir  dinero.  “La  sangre  de  la  sensibilidad  es  azul”,  dijo  Shelley  y  opino  exactamente  lo  mismo.  El   precio  de   la   sangre   azul  no  puede   en  ningún   caso   ser  dinero.   Es  preciso  que   sea  oro.  Además,   como   lo   veremos   más   adelante,   en   el   análisis   del   sueño   despierto   del   doctor  Robert  Desoille4,  el  azul,  el  oro  y  el  rosa  son  de  la  misma  naturaleza.  El  trueque  en  el  nivel  de  esos  tres  estados  es  honesto.    El   público   es  muy   receptivo,   se   siente   embargado   por   un   valor   nuevo   y,   lleno   de   buena  voluntad,  se  queda  perplejo  y  espera  algo,  porque  no  ve  nada  con  sus  ojos,  ni  pintura,  ni  fenómeno   visual   de   ningún   tipo.   Me   remito   a   comentar   mi   acto   y   declaro:   “Tal   vez   les  parezca  que  intento  con  eso  lo  imposible,  que  me  abalanzo  hacia  alguna  cosa  inhumana…  A  decir  verdad,  por  mi  parte  casi  lo  desearía;  quiero  decir  que  desearía  comenzar  hoy  por  este   acto   mi   carrera   pictórica   pero,   ¡caramba!,   todo   aquí   es   claramente   humano   en   el  sentido  más  auténtico  y  constructivo,  el  más  clásico,  porque  es  el  resultado  de  una   larga  evolución,  de  una  búsqueda  personal  continua  y  perseverante,  a  menudo  difícil  a  lo  largo  de  los  años,  de  una  liberación,  de  una  comodidad  siempre  más  verdadera,  más  justa  y  más  aérea   en   la   existencia   material   y   tangible   en   la   que   vivimos,   existencia   sofocada   y  oscurecida  por   la   técnica,  que  es   la   falsa  perspectiva   ilusoria  de   la   ciencia.  La  verdadera  ciencia  es  el  arte  puro”.    Justamente  me  propuse  reducir  a   los   límites  más  extremos  mi  acción  pictórica  para  esta  exposición.  Hubiera  podido  hacer  gestos  simbólicos,  como  barrer  el  emplazamiento  que  se  me  había   reservado   en   esta   sala,   hubiera   podido  hasta   pintar   las   paredes   con  un  pincel  seco,  sin  color.   ¡No!  Esas  pocas  palabras  que  pronuncié,  ya  fueron  demasiado.  No  tendría  que   haber   ido   en   absoluto   e   incluso   mi   nombre   no   tendría   que   haber   figurado   en   el  catálogo.    [Aplausos].    “Allí   donde   fracasa   la   técnica,   comienza   la   ciencia”,   dice  Herschel.5   Y   pienso  poder  decir  con  buen   sentido  esta  noche  que  no   será   con  misiles,   sputniks  o   cohetes  que  el  hombre  realizará   la   conquista   del   espacio   porque,   así,   seguirá   siendo   siempre   un   turista   en   ese  espacio;   sino   que   habitándolo   con   la   sensibilidad,   es   decir,   no   inscribiéndose   en   él   sino  impregnándose  de  él,  haciendo  cuerpo  con  la  propia  vida  que  es  este  espacio  donde  reina  la  fuerza  tranquila  y  formidable  de  la   imaginación  pura  y  de  un  mundo  feudal  que,  como  nosotros,  los  Hombres,  jamás  tuvo  ni  principio  ni  fin.    No   hay   que   entender   que   condeno   a   la   técnica,   no,   pero   dejémosla   en   su   lugar.   Más  vivimos  en  lo  inmaterial,  más  amamos  la  materia.  La  técnica  es  un  medio,  la  ciencia,  como  el  arte,  es  un  fin.  En  cada  caso,   la  técnica  no  puede  convertirse  en  una  entidad  completa,  autónoma,  como  es  el  hecho  científico  o   la  obra  de  arte.   “¡Ay  del  cuadro  que  no  muestre  nada  más  allá  de  lo  finito!  El  mérito  del  cuadro  es  indefinible:  es  justamente  lo  que  escapa  a  la  precisión”,  anotaba  Delacroix  en  su  diario.    Este  mes  de   enero,   en   ocasión  del  vernissage   de  uno  de  mis   amigos  pintores,   pronuncié  algunas  palabras  sobre  uno  de  los  problemas  que,  en  opinión  de  Werner  Ruhnau  y  yo,  son  

                                                                                               4   Robert   Desoille   (1890-‐1966)   a   quien   Yves   Klein   probablemente   descubrió   a   través   de   los   escritos   de  Bachelard,  inventa  en  1923  un  método  terapéutico  llamado  del  “Sueño  despierto  dirigido”.  Es  el  autor  también  de   Explorations   de   l’affectivité   subconsciente   par   la   méthode   du   rêve   éveillé.   Sublimation   et   acquisitions  psychologiques  (Exploraciones  de  la  afectividad  subconsciente  por  el  método  del  sueño  despierto.  Sublimación  y  adquisiciones  psicológicas)  aparecido  en  París  en  1938.      5  Sir  William  Herschel  (1738-‐1822)  Astrónomo  inglés.    

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siempre  los  más  importantes,  los  más  humanos  que  existen  desde  siempre:  la  cooperación  en  el  arte.    Esta   alocución   se   resume   sustancialmente   en   esto:   cooperar   quiere   decir   conjugar   la  propia   acción   con   otras,   en   vista   a   alcanzar   un   fin.   El   fin   por   el   cual   propongo   la  cooperación   es   el   arte.   En   el   arte   sin   problemática   se   encuentra   la   fuente   de   vida  inagotable  por  la  cual,  si  somos  verdaderos  artistas  liberados  de  la  imaginación  soñadora  y  pintoresca   del   dominio   psicológico   que   es   el   contraespacio,   el   espacio   del   pasado,  alcanzaremos   la  vida  eterna,   la   inmortalidad.  La   inmortalidad  se  conquista  en  común,  es  una  de   las   leyes  de   la  naturaleza  del  hombre,  en   función  del  universo:  para  crear,   jamás  hay  que  darse  vuelta  a  considerar  la  propia  obra,  porque  entonces  se  produce  la  detención,  la  muerte.  La  obra  debe  ser  como  una  estela  volumétrica  para  penetrar  por  impregnación  en   la   sensibilidad,   en   el   espacio   inmaterial   de   la   vida   misma.   En   esta   asociación   de  esfuerzos,   debemos   entonces   practicar   individualmente   la   imaginación   pura.   Esta  imaginación  de   la   que  hablo  no   es   una  percepción,   ni   el   recuerdo  de  una  percepción,   ni  memoria   familiar,   ni   costumbre   de   colores   y   de   formas.   No   tiene   nada   que   ver   con   los  cinco  sentidos,  con  el  dominio  sentimental  o  incluso  pura  y  fundamentalmente  emocional.  Esa  es  la  imaginación  de  los  artistas  que  no  pueden  en  ningún  caso  participar  porque,  por  querer   salvar   a   cualquier   precio   su   personalidad,   matan   su   individuo   espiritual  fundamental,  pierden  la  vida.    Esos  artistas  que  no  pueden  cooperar  trabajan  desde  el  vientre,  desde  el  plexo,  desde  las  tripas.  Los  artistas  que  pueden  crear  en  común  son  aquellos  que  trabajan  con  el  corazón  y  la   cabeza.   Se   trata   de   artistas   que   saben   lo   que   es   la   responsabilidad  de   ser   un  hombre  frente   al   universo.   En   esos   artistas,   la   imaginación   está   en   su   psiquismo.   La   experiencia  continua  de  la  apertura,  la  experiencia  misma  de  la  novedad,  como  dice  Gaston  Bachelard.  Para  estos  artistas  dispuestos  a  la  cooperación,   imaginar  es  ausentarse,  es  lanzarse  hacia  una   nueva   vida.   En   sus   múltiples   arrebatos,   en   todas   las   direcciones   y   todas   las  dimensiones,   están   paradójicamente   unidos   y   separados   a   la   vez.   La   imaginación   para  ellos  es  “la  audacia  de  la  sensibilidad”.  ¿Qué  es  la  sensibilidad?  Es  lo  que  existe  más  allá  de  nuestro  ser  que,  sin  embargo,  siempre  nos  pertenece.  La  vida  misma  no  nos  pertenece.  Es  con   sensibilidad   que   nos   pertenece,   como   podemos   comprarla.   La   sensibilidad   es   la  moneda  del  universo,  del  espacio,  de  la  gran  naturaleza,  que  nos  permite  comprar  vida  en  estado  de  materia  prima.    La   imaginación   es   el   vehículo   de   la   sensibilidad.   Transportados   por   la   imaginación,  alcanzamos   la   vida,   la   vida  misma,   la   vida   que   es   el   arte   absoluto.   En   la   estela   de   tales  desplazamientos   volumétricos   en   el   mismo   lugar,   por   una   rapidez   estática   vertiginosa,  pronto  se  materializa  y  aparece  en  el  mundo  tangible  el  arte  absoluto,  lo  que  los  mortales  llaman  con  una  sensación  de  vértigo:  el  “gran  arte”.    Propongo  pues  la  creación  en  común  a  los  artistas  que  ya  saben  lo  que  acabo  de  enunciar  y  tal  vez  más  todavía,  burlarse  de  su  personalidad  posesiva,  egoísta  y  egocéntrica,  por  una  especie   de   exasperación   del   Yo,   en   todas   sus   actividades   representativas   del   mundo  teatral,   tangible,   físico   y   efímero,   donde   saben   muy   bien   que   están   representando   un  papel,   les   propongo   seguir   diciendo   “mi   obra”   a   cada   uno   por   su   lado   separadamente,  hablándoles   a   los  muertos   vivos   que   nos   rodean   en   la   vida   cotidiana   de   la   obra   común,  realizada  sin  embargo  en  cooperación.    Les  propongo  seguir  alegremente  diciendo  “mi,  yo,  mío”,   etc.   Y   no   el   hipócrita   “nosotros”   y   “nuestro”,   sino   solamente   después   de   haber  adherido  espiritualmente  a  esta  idea  de  conjugación  de  medios  en  la  creación  artística.    Encontraría  entonces  muy  natural  y  normal  enterarme  un  día  de  que  uno  de  los  miembros  del  famoso  pacto  ha  firmado  súbita,  espontáneamente,  uno  de  mis  cuadros  en  alguna  parte  del  mundo,  sin  siquiera  hablar  de  mí  ni  de  nuestra  empresa.  De  igual  manera,  todo  lo  que  

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me   gustara   de   las   obras   de   otros   miembros   de   esta   suerte   de   pacto,   me   apresuraría   a  firmarlo  sin  preocuparme  en  lo  más  mínimo  por  señalar  que  la  obra  no  es  mía,  de  hecho.  [Aplausos].   Empujo   las   cosas   a   este   extremo,   un  poco  primario   en   apariencia,   ingenuo   y  excéntrico,   tal   vez,   para   mostrar   bien   cómo,   en   esta   cooperación   que   propongo,   será  cuestión  de  reírse  del  mundo  convencional,  psicológico,  para  hacernos  libres.    No   hablo   de   manera   utópica   al   proponer   semejante   programa,   para   intentar   volver   a  poner   en   marcha,   sobre   bases   diferentes,   un   Bauhaus   perfecto   en   1959.   Hablo   con  conocimiento  de  causa.  Ya  desde  hace  más  de  un  año  practico,   con  el  arquitecto  Werner  Ruhnau,  este  tipo  de  cooperación  con  éxito.  Hemos  creado  juntos  la  arquitectura  de  aire  y  muchas   otras   cosas   más   están   en   preparación.   Con   el   escultor   Norbert   Kricke,   hemos  creado,  sin  haberlo  todavía  realizado,  bellezas  de  agua,  de  viento,  de  fuego,  de  luz.  Con  Jean  Tinguely,   cavamos   juntos   una  mina   de  maravillas   constantemente   renovada   desde   hace  diez  meses:  la  del  conmovedor  movimiento  estático  fundamental  del  universo.    En   fin,   tiendo   a   rendirle   homenaje   especialmente   a   Iris   Clert,   en   nombre   de   todos   su  “pollitos”,  como  nos  llama,  por  su  espíritu  elevado  y  entusiasta  de  trabajo  en  común,  por  su  genio  magnético  de  organizadora  que,  apenas  en  dos  años,  supo  reunir  en  su  galería,  ya  lo  he  dicho,  a  los  investigadores  más  encarnizados  y  más  auténticos  del  arte  de  hoy.    En  conclusión,  al  proponer  una  empresa  común  en  el  arte  a  los  artistas  del  corazón  y  de  la  cabeza,   les  propongo  de  hecho  superar  el  arte  mismo  y   trabajar   individualmente  para   la  vuelta  a  la  vida  real,  aquella  en  la  que  el  hombre  pensante  no  es  más  el  centro  del  universo,  sino   el   universo   el   centro   del   hombre.   Conocemos   ahora   el   prestigio   en   relación   con   el  vértigo  de  antaño,  y  así  nos   convertiremos  en  hombre  aéreos,   conoceremos   la   fuerza  de  atracción   hacia   lo   alto,   hacia   el   espacio,   hacia   ninguna   parte   y   a   hacia   todas   a   la   vez.  Cuando   la   fuerza   de   atracción   esté   así   dominada,   levitaremos   literalmente   en   una   total  libertad   física   y   espiritual.   Aprovecho   este   momento   para   responderle   a   todo   tipo   de  tentativa   pictórica   de   hoy,   llamadas   del   “gesto”,   llamadas   del   “signo”,   llamadas   de   la  “velocidad”,  que  conozco  un  artista  que  creó  máquinas  de  pintar  cuadros  de  ese  tipo.  Estas  máquinas   y   sus   obras   se   presentarán   dentro   de   poco   en   París.   Son   a   un   cierto   arte  abstracto  o  no  figurativo,  lo  que  ha  sido  la  invención  de  la  fotografía  para  el  realismo  del  siglo   XIX.   De   la   misma   forma   en   que   la   exasperación   académica   del   realismo   quedó  detenida   por   la   fotografía,   la   cual   permitió,   en   mi   opinión,   que   la   pintura   volviera   al  camino  de  la  maravilla,  cosa  que  siempre  debe  hacer,  justamente  para  ser  pintura,  arte  —este  camino   fue  el   Impresionismo—,  de   igual   forma,  estas  máquinas  extraordinarias  que  producen  cuadros  de  una  calidad,  una  improvisación,  una  variedad  insólita  e  indiscutible,  en   ese   espíritu   técnico   del   “signo”   y   de   la   “velocidad”   van   a   detener   felizmente   muy   a  tiempo  esa  clase  de  arte  abstracto  que,  peligrosamente  desde  hace  unos  años,  precipita  a  toda  una  generación  en  un  vacío  que  no  es  pleno,  justamente  en  lo  que  es  la  falla  moral  de  Occidente:  la  hipertrofia  del  Yo,  de  la  personalidad.    Quisiera  precisar  a  esos  artistas  que  atacaron  a  menudo  mi  manera  de  pintar,  que  ningún  signo  me   interesa  para  orientarme  en   la  navegación  por  el  mar  de   la  sensibilidad.  Según  Poincaré,  se  podría  decir  que  nuestras  sensaciones  no  pueden  darnos  la  noción  de  espacio.  Esta   noción   es   construida   por   el   espíritu   con   elementos   que   preexisten   en   él.   Las  sensaciones  por  sí  mismas  no  tienen  ningún  carácter  espacial.  “No  es  andando  rápido  que  hacemos   la   velocidad.”  Descartes,   a  quien   todos   los   fanáticos  de   ese   arte  del   gesto  y  del  signo  condenan  y  desprecian,  previó  el  motor  técnico  que  se  convierte  en  objeto  científico.  Esas  máquinas  de  pintar  estarán  pronto  a  disposición  de  quien  desee  ejecutar,  no  importa  a   qué   velocidad   o   lapso   de   tiempo,   limitado   o   ilimitado,   con   fogosidad   o   sin   fogosidad,  cólera,   delicadeza,   dulzura,   brutalidad,   una   tela   abstracta   de   calidad,   cargada   de   signos  extraordinarios,  ejecutados  por  los  gestos  no  menos  extraordinarios  de  esas  máquinas  que  son  en  sí  mismas,  además,  el  colmo  de  lo  espectacular.  [Aplausos].  

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 Dicho   esto,   vuelvo   a   las   tentativas   de   coordinación   entre   artistas   tendientes   a   la  cooperación  por  un  arte  absoluto,  tentativas  que  todavía  no  es  fácil  realizar  hoy  en  día.  He  aquí  ante   todo  una  suma  de   lo  que  ha  dado  esta   investigación.  Se   trata  de  un  manifiesto  publicado  por  Werner  Ruhnau  y  yo:  “Creación  de  un  Centro  de  la  sensibilidad”.  Ese  Centro  de  la  sensibilidad  tiene  como  misión  revelar  las  posibilidades  de  la  imaginación  creadora,  en   tanto  que   fuerza  de   la   responsabilidad  personal.  Una  concepción  nueva,   la  verdadera  noción   de   calidad,   debe   sustituir   a   la   cantidad,   hoy   en   día   agotada   y   subestimada.   Es  posible  llegar  a  ella  por  la  inmaterialización  y  la  sensibilidad.    En   la   actualidad,   se   trata   de   reconocer   la   caducidad   de   la   problemática   del   arte,   de   la  religión  y  de  la  ciencia.  La  problemática  no  existirá  más  en  el  Centro  de  la  sensibilidad.  La  idea  de  libertad  se  convertirá  en  una  noción  nueva  gracias  a  la  imaginación  sin  reservas  y  sus   formas   de   realización   espiritual.   El   universo   es   infinito   pero   mensurable.   La  imaginación   pura   se   puede   realizar.   Es   viable.   Debe   ser   vivida   en   el   Centro   de   la  sensibilidad.  Será  el  núcleo  mismo  de  su  irradiación.  La  arquitectura  inmaterial,  de  la  cual  pronto  hablaremos  esta  noche,  será  el  rostro  de  ese  Centro.  Estará  inundado  de  luz.  Veinte  profesores   y   trescientos   alumnos   trabajarán   allí,   sin   programa   de   examen   ni   jurado.  [Aplausos].  La  acción  en  la  Bauhaus  Dessau  no  descansaba  en  un  espacio  de  tiempo  sino  en  la   concentración   de   ideas.   Después   de   diez   años,   el   Centro   de   la   sensibilidad   puede  disolverse.   A   fin   de   insuflar   en   ese   Centro   el   espíritu   de   la   sensibilidad   y   de   la  inmaterialización,   los   profesores,   sin   ninguna   restricción,   deben   participar   en   la  construcción  del  Centro;  el  conjunto  de  alumnos  o  pasantes  cooperan  como  grupo  en  esta  construcción   sin   cesar   naciente.   El   materialismo,   todo   ese   espíritu   cuantitativo,   ha   sido  reconocido  como  el  enemigo  de  la  libertad.  Desde  hace  mucho  tiempo,  se  ha  emprendido  la   lucha   contra   ese   espíritu.   Los   verdaderos   enemigos   son   la   psicología,   la   óptica  aprendida,   el   sentimentalismo,   la   composición,   el   heroísmo   sentimental,   que   engendran  mundos   totalitarios,   espacios   delimitados   del   terror,   residuos   para   los   ventrílocuos   de  Occidente.  [Aplausos].    Ese  Centro  de   la  sensibilidad  viene  de   la   imaginación  y  de   la   inmaterialización.  Quiere   la  libertad  en  el  sentido  del  corazón  y  de  la  cabeza.  Además  de  la  creación  de  ese  Centro,  ese  programa,   en   nuestra   opinión,   tal   vez   es   susceptible   de   influir   sobre   el   espíritu   de   las  escuelas  ya  existentes.    A   continuación   viene   una   lista   —que   de   todos   modos   les   voy   a   dar—   de   cátedras  correspondientes  a  una  lista  muy  incompleta  de  algunos  profesores  ya  sondeados:    Escultura:  Tinguely.  Pintura:  Fontana,  Piena  y  yo.  Arquitectura:  Frei  Otto  y  Ruhnau  Teatro:  Polieri  Música:  Pierre  Henry,  Bussotti  Fotografía:  Wilp  Crítica  e  Historia:  nadie  todavía  sondeado  Economía:  Péan  Relaciones  exteriores:  Iris  Clert  [Aplausos]  Religión,   Prensa,   Cine,   Televisión,   Política,   Filosofía,   Física,   Bioquímica:   nadie   todavía  sondeado.  Artes  marciales  y  escuela  de  guerra:  General  Dayan  [Aplausos]    Los  gastos  de  construcción  del  centro  se  calcularon  en  1959  en  un  billón:  Terreno…  200  millones  

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Gastos  anuales  para  veinte  profesores…  600  millones  Gastos  anuales  para  material  de  enseñanza…  60  millones.  200  alumnos  por  año,  manutención  completa…  120  millones.  Más  de  600  millones  de  gastos,  accesorios  e  imprevistos  a  repartir  en  los  diez  años.  En  total,  es  necesaria  la  suma  de  4  billones  200  millones  por  diez  años  de  vida  del  centro,  lo  que  verdaderamente  es  poca  cosa  frente  a  lo  que  gastamos  para  intentar  ir  a  visitar  el  espacio  con  un  espíritu  de  ficción  del  siglo  XIX.  [Aplausos].    Llegamos   ahora,   remontándonos   siempre   prudente   y   progresivamente   en   el   tiempo,   a  abril  de  1958.  Y  es  la  preparación  y  la  presentación  en  la  galería  de  Iris  Clert  en  París,  de  la  exposición   La   sensibilidad   pictórica   en   estado   de   materia   prima,   especializada   en  sensibilidad   pictórica   estabilizada.   Esta   modalidad   se   llamaba   en   mi   época   “neumática”.  [Risas].    Siguiendo  las  normas  de  la  ética  que  me  he  construido  desde  hace  diez  años,  ética  que  está  en   el   origen   de   este   inmaterialismo   que   nos   hará   recuperar   un   verdadero   amor   por   la  materia,  en  oposición  a  lo  cuantitativo,  al  materialismo  momificador  que  nos  hace  esclavos  —de  esta  materia—  y  la  transforma  en  un  tirano.    Deseo,   con   esta   tentativa,   crear,   establecer   y   presentarle   al   público,   un   estado   sensible  pictórico   en   los   límites   de   una   sala   de   exposición   de   pintura   común.   En   otros   términos,  crear   un   ambiente,   un   clima   pictórico   invisible   pero   presente,   en   el   espíritu   de   lo   que  Delacroix  llama  en  su  diario  “lo  indefinible”,  que  considera  la  esencia  misma  de  la  pintura.    Ese  estado  pictórico,  invisible  en  el  espacio  de  la  galería,  debe  ser  en  todos  sus  puntos  lo  que  hasta  el  presente  hemos  dado  como  mejor  definición  de  la  pintura  en  general,  es  decir,  irradiación.   Invisible   e   intangible,   esa   inmaterialización   del   cuadro   debe   actuar,   si   la  operación  de  creación  tiene  éxito,  sobre  los  vehículos  o  cuerpos  sensibles  de  los  visitantes  de   la   exposición   con   mucha   más   eficacia   que   los   cuadros   visibles   comunes   y  representativos   habituales,   sean   figurativos   o   no   figurativos   o   incluso   monocromos.  [Risas].  Evidentemente  en  el  caso  de  que  sean  buenos  cuadros,  también  están  dotados  de  esta  esencia  pictórica  particular,  de  esta  presencia  afectiva,  en  una  palabra  de  sensibilidad,  pero   transmitida   por   la   sugestión   de   toda   la   apariencia   física   y   psicológica   del   cuadro:  líneas,  formas,  composición,  oposiciones  de  colores,  etc.    En   la   actualidad   no   debería   haber   más   intermediarios.   Deberíamos   encontrarnos  literalmente   impregnados   por   esta   atmósfera   pictórica   esclavizada   y   estabilizada  previamente  por  el  pintor  en  el  espacio  dado.  Debe  tratarse  entonces  de  una  percepción-‐asimilación  directa  e  inmediata  sin  ningún  otro  efecto,  ni  truco,  ni  superchería  más  allá  de  los  cinco  sentidos,  en  el  dominio  común  del  hombre  y  del  espacio:  la  sensibilidad.    ¿Cómo   realizar   eso?  Me   encierro   solo   cuarenta   y   ocho   horas   antes   del   vernissage   en   la  galería,   para   repintarla   enteramente   de   blanco,   esto,   por   una   parte,   para   limpiarla   de  impregnaciones   de   numerosas   exposiciones   precedentes,   [risas]   por   otra   parte,   para  mi  acción  de  pintar  las  paredes  de  blanco,  el  no  color,  debo  hacer  allí  momentáneamente  mi  espacio   de   trabajo   y   de   creación,   en   una   palabra:   hacer   allí  mi   taller.   Así,   pienso   que   el  espacio   pictórico   que   ya   he   llegado   a   estabilizar   delante   y   alrededor   de   mis   cuadros  monocromos  de  los  años  precedentes,  quedará  desde  ese  momento  bien  establecido  en  el  espacio  de  la  galería.  Mi  presencia  en  acción  en  el  espacio  dado  creará  el  clima,  el  ambiente  pictórico  irradiante  que  reina  habitualmente  en  todo  taller  de  artista  dotado  de  verdadero  poder.  Una  densidad  sensible  abstracta,  pero  real,  existirá  y  vibrará  por  sí  misma  y  para  sí  misma  en  esos  lugares  solo  en  apariencia  vacíos.    

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En   resumen,   no   quiero   extenderme   más   en   esta   exposición,   simplemente   todavía   me  queda  por  decir  que  la  experiencia  fue  concluyente;  me  hizo  comprender  en  profundidad  que   la  pintura  no  está  en   función  del  ojo.  Fue  un  éxito   completo  y   la  gran  prensa   se  vio  obligada  a  comprobar  ese   fenómeno  confesando  que  había  observado  a  un  cuarenta  por  ciento   del   público   conectado,   arrebatado   en   esa   pequeña   sala   en   apariencia   vacía,   por  alguna  cosa  sin  la  menor  duda  eficaz  porque  muchas  personas  entraron  furiosas  y  salieron  satisfechas  [risas]  comentando  y  discutiendo  de  manera  positiva  y  seria  las  posibilidades  reales   de   una   demostración   semejante.   Creo   que   debo   decir   también   que   hasta   vi  numerosas  personas  entrar  y,  tras  algunos  segundos,  sea  deshacerse  en  lágrimas  sin  razón  aparente,   sea   ponerse   a   temblar,   sea   incluso   sentarse   en   el   suelo   y   quedarse   allí   horas  enteras  sin  moverse  ni  hablar.  [Risas,  aplausos].    Todo  esto  me  asombró  mucho  a  mí  mismo,  lo  confieso,  y  me  asombra  todavía  más  hoy  en  día.  [Risas].  ¿Por  qué  llegué  a  eso?  Simplemente  porque  siempre  es  agradable,  cuando  uno  emprende  alguna  cosa,  ir  hasta  el  fondo.  [Risas].  Y  veremos  más  adelante  al  concluir  con  la  arquitectura  de  aire,  que  no  estuve  errado  actuando  así,  si  bien  durante  largo  tiempo  todo  llevó  a  creer  que  me  aventuraba  en  un  callejón  sin  salida.  Fantasmas  y  extrañas  personas  que   no   pertenecen   a   nadie   salieron   de   ese   vacío,   llenas   de   sensibilidad,   como   esas  esponjas-‐esculturas  pictóricas  y  retratos  de  lectores  de  mis  monocromos.    Pero  remontemos  ahora  el  tiempo  hasta  la  época  azul  de  1957.  Ella  me  hizo  descubrir  que  mis  cuadros  no  son  más  que  las  cenizas  de  mi  arte.  Expongo  pinturas  monocromas  azules,  todas  idénticas,  del  mismo  formato  y  del  mismo  tono,  en  las  galerías  de  Iris  Clert  y  Colette  Allendy.   Las   controversias   bastante   apasionadas   que   despertó   esta   manifestación,   me  demuestran   el   valor   del   fenómeno   y   la   profundidad   real   de   la   conmoción   que   produce  entre  los  hombres  de  buena  voluntad,  mucho  menos  preocupados  por  sufrir  pasivamente  la  esclerosis  de  los  conceptos  reconocidos  y  de  las  reglas  establecidas.  Cada  una  de  estas  propuestas   monocromas   azules,   todas   similares   en   apariencia,   son   reconocidas   por   el  público  como  bien  diferentes  las  unas  de  las  otras.  El  aficionado  pasa  de  una  a  la  otra  como  conviene  y  entra  en  un  estado  de  contemplación  instantánea  en  el  mundo  del  azul.  [Risas].    La  observación  más  sensacional  es   la  de   los  compradores.  Eligen,  entre   los  once  cuadros  expuestos,   cada  uno   el   suyo   y   pagan   cada  uno   el   precio   pedido.   Y   los   precios   son   todos  diferentes,  por  cierto.  [Risas].  Este  hecho  sirve  para  demostrar  que  la  calidad  pictórica  de  cada   cuadro  es  perceptible  por  una   cosa  diferente  de   la   apariencia  material   y   física.   Los  que  eligen,  reconocen  este  estado  de  cosas  que  llamo  sensibilidad  pictórica.    ¿Por  qué  llegué  a  esta  época  azul?  Porque,  antes  de  eso,  presenté  en  la  galería  de  Colette  Allendy,   en   1956   y   1955,   una   veintena   de   superficies  monocromas,   todas   de   diferentes  colores:  verde,  rojo,  amarillo,  violeta,  azul,  anaranjado,  y  me  encuentro  así  al  comienzo  de  mi  carrera  en  este  estilo  o  por  lo  menos  al  comienzo  de  la  presentación  al  público  de  este  estilo.   Busco  mostrar   el   “color”   y  me   doy   cuenta   en   el   vernissage   de   que   el   público,   en  presencia  de  todas  esas  superficies  de  diferentes  colores,  presentadas  colgando  de  rieles,  y  prisionero   de   su   óptica   aprendida,   reconstituye   los   elementos   de   una   policromía  decorativa.  No  puede  penetrar  en  la  contemplación  del  color  de  un  solo  cuadro  a  la  vez  y  es   una   gran   desilusión   para   mí,   porque   justamente   me   niego   categóricamente   a   hacer  jugar   entre   ellos,   sobre   una  misma   superficie,   aunque   sea   solamente   dos   colores.   En  mi  opinión,   dos   colores   opuestos   en   una  misma   tela   obligan   al   lector   no   ya   a   entrar   en   la  sensibilidad,   en   la   dominante,   en   la   intención   pictórica,   sino   que   lo   fuerzan   a   ver   sea   el  espectáculo   del   combate   de   esos   dos   colores   entre   ellos,   sea   el   de   su   acuerdo   perfecto  mismo.  Es  una  situación  psicológica,  sentimental,  emocional  que  perpetúa  una  especie  de  reino  de  la  crueldad.  [Risas].  Y  entonces  no  es  posible  hundirse  en  la  sensibilidad  del  color  puro  desembarazado  de  toda  contaminación  exterior.    

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Me   han   objetado   sin   duda   que   toda   esta   evolución   se   dio   muy   rápido,   en   cuatro   años  apenas,   que   nada   se   puede   hacer   en   tan   poco   tiempo,   que…   [duda]   revela   la   mayor  facilidad  y  en  consecuencia  la  falta  de  valor  profundo  y  real  de  la  tentativa.  Respondo  que  si   bien  no  he   comenzado   a  mostrar  mis   pinturas  hasta  1954   en  París,   trabajaba  de   esta  manera   desde  mucho   tiempo   atrás,   desde   1946.   Esta   larga   espera   prueba   precisamente  que  he  sabido  esperar.  [Risas].    Esperé  que  la  cosa  se  estabilizara  en  mí  para  mostrarla  y  demostrarla.  Los  amigos  de  esta  época  que  me  alentaron  lo  saben  bien.  Llegué  a  pintar  monocromo  paralelamente  con  mis  actividades  pictóricas  normales  que  me  venían  de  la  influencia  de  mis  padres,  pintores  los  dos,  pero  me  parecía  que  al  trabajar,  el  color  me  guiñaba  el  ojo  sin  cesar.  Me  maravillaba,  por  otra  parte,  porque  cada  vez  más,  cuando  estaba  delante  de  cualquier  cuadro  figurativo  o  no  figurativo,  tenía  la  sensación  de  que  las  líneas  y  todas  sus  consecuencias,  contornos,  forma,   perspectiva,   composición,   componían   con   toda   precisión   los   barrotes   de   una  ventana   de   cárcel.   A   lo   lejos,   en   el   color,   la   vida,   la   libertad   y   yo   delante   del   cuadro  me  sentía   en   la   prisión.   Y   me   parece   que   es   a   causa   de   esta   misma   sensación   de  encarcelamiento   que  Van  Gogh   exclama:   “¡Quisiera   que  me   liberaran   de   no   sé   qué   jaula  horrible!”,  y  más  adelante:  “El  pintor  del  futuro  será  un  colorista  como  jamás  hemos  visto  hasta  ahora”.  Eso  vendrá  en  una  generación  más  lejana.    Es  entonces  por  medio  del  color  que  tuve  poco  a  poco  conocimiento  de  lo  inmaterial.  Las  influencias  exteriores  que  me  condujeron  a  perseverar  en  ese  camino  monocromo  hasta  este  inmaterial  de  hoy,  son  múltiples.  La  lectura  del  diario  de  Delacroix,  campeón  del  color,  en   el   origen   de   la   pintura   lírica   contemporánea;   después   el   estudio   de   la   posición   de  Delacroix   en   relación   con   la   de   Ingres,   campeón,   él,   del   academicismo   que   engendra   la  línea   y   todas   sus   consecuencias   que,   en   mi   opinión,   condujeron   al   arte   de   hoy   a   la  exasperación  de  la  forma.  Por  ejemplo,   la  bella  y  gran  aventura  dramática  de  Malevich,  o  incluso   el   problema   sin   ninguna   solución   posible   de   la   organización   del   espacio   de  Mondrian,  que  engendra  la  policromía  arquitectónica  de  la  que  sufre  atrozmente  nuestro  urbanismo  actual.    Por   fin,   y   sobre   todo,   recibí   un   gran   choque   al   descubrir   en   Asís,   en   la   basílica   de   San  Francisco,  frescos  escrupulosamente  monocromos,  unidos  y  azules  que  creo  poder  atribuir  a  Giotto,   pero  que  podrían   ser  de  uno  de   sus  discípulos,   de   algún  alumno  de  Cimabue  o  incluso  de  uno  de  los  artistas  de   la  Escuela  de  Siena.  Por  más  que  ese  azul  del  que  hablo  sea  de  la  misma  naturaleza  y  de  la  misma  calidad  que  el  azul  de  los  cielos  de  Giotto,  que  se  pueden  admirar  en   la  misma  basílica  en  el  piso   superior.  Aún  admitiendo  que  Giotto  no  haya   tenido  más   que   la   intención   figurativa   de  mostrar   un   cielo   puro   y   sin   nubes,   esta  intención  es  de  todos  modos  bien  monocroma.    Desgraciadamente  tuve  el  placer  de  descubrir  la  obra  de  Gaston  Bachelard  muy  tarde,  sólo  el  año  pasado,  en  el  mes  de  abril  de  1958.6  A   la  pregunta  que  me  hacen  a  menudo:  ¿por  

                                                                                               6  En  un  manuscrito  de  L’aventure  monchrome  (La  aventura  monocroma),  Yves  Klein  ha  señalado  en  una  hoja  suelta:  Mi  madre  me  regaló  para  mi  cumpleaños  del  28  de  abril  de  1958,  la  misma  noche  del  vernissage  de  mi  época  neumática,  el  primer  libro  que  jamás  haya  leído  de  Gaston  Bachelard:  El  aire  y  los  sueños.  ¡Debo  decir  que  fue  para  mí  una  revelación  no  sentirme  más  totalmente  solo!  Seguida  de:  Esos   trabajos   de   Robert   Desoille   arrojarán   también   sin   duda   una   luz   psicológico-‐científica   sobre   el   éxito  extraordinario  de  la  canción  que  le  inspiré  a  Modugno,  “Nel  blu  dipinto  di  blu”,  al  exponer  en  Milán  una  época  azul  en  1957.    La  canción  de  Domenico  Modugno,   tercer  premio  en  el  Festival  de  San  Remo  de  1958,   fue  un  “exitazo”  en   la  época  y   en   todo   caso,   un  motivo  de   satisfacción  para  Klein.  En  una   carta  del  18  de   junio  de  1958  a  Anita   y  Werner  Ruhnau,  después  de  haberse  detenido  en  Bruselas  al  volver  de  Gelsenkirchen,  escribe:  

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qué   eligió   el   azul?,   quiero   responder   tomando   de   nuevo   prestados   de   Gaston  Bachelard  estos  maravillosos  pasajes  relativos  al  azul  de  su  libro  El  aire  y  los  sueños:  “Ante  todo,  un  documento  mallarmeano  donde  el  poeta  viviendo  ‘en  el  querido  hastío’  de  ‘estanques  del  Leteo’  sufre  a  causa  de  la  ironía  del  azur.  Conoce  un  azur  demasiado  ofensivo  que  quiere  tapar  con  una  mano  nunca  fatigada  ‘los  grandes  agujeros  azules  que  perversamente  hacen  los  pájaros’.  Por  esta  actividad  de  la  imagen  el  psiquismo  humano  recibe  la  causalidad  del  futuro  en  una  especie  de  finalidad  inmediata”.    “Las   otras   materias   endurecen   los   objetos.   En   el   ámbito   del   aire   azul   más   que   en   otra  parte,   sentimos  que  el  mundo  es  permeable   al   ensueño  más   indeterminado.  Entonces   el  ensueño   tiene   verdaderamente   profundidad.   El   cielo   azul   se   ahonda   bajo   el   sueño.   El  sueño   escapa   de   la   imagen   plana.   Pronto,   de   una  manera   paradójica,   el   sueño   aéreo   no  tiene   más   que   la   dimensión   profunda.   Las   otras   dos   dimensiones   donde   se   divierte   el  ensueño  pintoresco,  el  ensueño  pintado,  pierden  su   interés  onírico.  El  mundo  ahora  está  verdaderamente  del  otro  lado  del  espejo  sin  mancha.  Hay  un  más  allá  de  lo  imaginario,  un  más  allá  puro,  sin  más  acá.”  Y  allí  se  sitúa   la  bella   frase:  “Primero,  no  hay  nada,  después,  una  nada  profunda,  luego,  una  profundidad  azul”.  De  allí  tomé  esta  frase  para  Anvers.    “Para  Claudel,  el  azul  es  la  oscuridad  que  se  vuelve  visible.  Por  eso  Claudel  pudo  escribir:  “El  azur  entre  el  día  y   la  noche   indica  un  equilibrio,  algo  verdadero,   como   lo  prueba  ese  momento   tenue   en   que   el   navegante,   en   el   cielo   de   Oriente,   ve   desaparecer   todas   las  estrellas  a   la  vez”.  El  azul  no   tiene  dimensiones.  Está   fuera  de   las  dimensiones,  mientras  que  los  otros  colores  las  tienen.  Son  espacios  psicológicos.  El  rojo,  por  ejemplo,  presupone  un   hogar   que   lanza   calor.   Todos   los   colores   arrastran   asociaciones,   ideas   concretas,  materiales  o  tangibles,  de  una  manera  psicológica,  mientras  que  el  azul  recuerda  a  lo  sumo  al  mar   y   al   cielo,   después   de   todo,   lo  más   abstracto   que   hay   en   la   naturaleza   tangible   y  visible.    Tras  estos  comentarios  sobre  el  azul,  deseo  hablar  todavía  un  instante  del  sueño  despierto  del  doctor  Desoille,  que  puede  dar  testimonio  del  valor  inmaterializante  de  la  imaginación  pura:   “Imaginación   y   Voluntad   son   dos   aspectos   de   una   misma   fuerza   profunda.   Sabe  querer  quien  sabe  imaginar.  A   la   imaginación  que  ilumina  el  querer  se  une  una  voluntad  de  vivir  eso  que   imaginamos”.  Y  ahora  sigamos  en  su  simplicidad  aparente  el  método  de  Robert   Desoille:   “Al   sujeto   ocupado   por   una   preocupación   definida,   Desoille   le   aconseja  ponerla,   con   todas   las   demás,   en   las   alforjas   del   trapero,   en   el   bolsillo   de   atrás   de   la  espalda,   según,   en   suma,   los   gestos   tan   expresivos   y   tan   evidentes   de   una   mano   que  rechaza  detrás  de  la  espalda  lo  que  decide  despreciar”.    Es   preciso   no   olvidar   “que   estamos   en   presencia   de   psiquismos   que   no   se   deciden   a  decidirse,   que   son   sordos   a   las   súplicas”.   Cuando   el   espíritu   ha   sido   “preparado   para   la  libertad,  cuando  se  lo  ha  descargado  de  sus  preocupaciones  terrestres,  se  puede  comenzar  el  ejercicio  de  ascensión  imaginaria”.    Desoille  sugiere  entonces  al  sujeto  que  se  imagine  subiendo  por  un  camino  de  pendiente  suave,  un  camino  bien  unido,   sin  abismo,   sin  caída  en  picada  y  sin  vértigo.  Tal  vez   fuera  posible   aquí   ayudarse   suavemente   con   el   ritmo  de   la  marcha,   sintiendo   la   dialéctica   del  

                                                                                                                                                                                                                                                                                   En  la  entrada  del  parking  especial  para  las  autoridades  de  la  exposición,  había  un  panel  azul  muy  grande  —“De  mi  azul  a  mí”—  que  aparentemente  no  tenía  ninguna  razón  de  estar  allí,  aunque  expuesto  a  los  ojos  de  todos  de   manera   muy   evidente.   Me   apresuré   a   firmarlo   abajo   y   a   la   derecha.   Así,   estuve   representado   en   la  exposición.   Estoy   buscando   en   París   el   disco   de   la   canción   “Nel   blu   dipinto   di   blu”   que   quiero   regalarles.  Apenas  lo  tenga,  se  los  envío.  (Archivos  Yves  Klein)  

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pasado  y  del   futuro  bien  marcada  por  Crevel:   “Uno  de  mis  pies   se   llama  pasado,   el   otro  futuro”.    Hay   que   volver   ahora   al   carácter   de   sueño   ascensional   dirigido   sobre   el   cual   quiero  insistir.   “En  efecto,   el  método  de  Robert  Desoille   es  una  especie  de  ascensión   coloreada.  Parece   que   un   azur,   un   azul   maravilloso   a   menudo,   un   color   de   oro,   aparece   sobre   las  cumbres  donde  el  sueño  nos  eleva.  A  menudo  por  sí  mismo,  sin  ninguna  sugestión,  al  vivir  la  ascensión  imaginaria,  el  soñador  accede  a  un  medio  luminoso  donde  percibe  la  luz  en  un  aspecto   sustancial.   El   aire   luminoso   y   la   luz   aérea,   en   un   juego   de   sustantivo   a   adjetivo  encuentran  la  unidad  de  una  materia.  El  soñador  tiene  la  impresión  de  bañarse  en  una  luz  saludable,   de   realizar   la   síntesis   de   la   ligereza   y   la   claridad.   Tiene   conciencia   de   estar  liberado  a  la  vez  del  peso  y  de  la  oscuridad  de  la  carne.  En  ciertos  sueños  encontraremos  la  posibilidad   de   clasificar   las   ascensiones   en   el   aire   dorado.   Más   exactamente,   hay   que  distinguir   las   ascensiones   azules   de   las   ascensiones   azules   y   oro,   siguiendo   el   devenir  coloreado  de  los  sueños.  En  todos  los  casos,  el  color  es  volumétrico  y  la  felicidad  penetra  todo  el  ser.”    “Esta  luz  global  oculta  y  poco  a  poco  disuelve  los  objetos;  hace  perder  a  los  contornos  sus  líneas  precisas;  borra  lo  pintoresco  en  beneficio  del  esplendor;  despeja  al  sueño  de  todos  ‘esos  bibelots  psicológicos’  de  que  habla  el  poeta.  Da  también  una  unidad  tranquila  al  ser  contemplativo.”    “El   método   de   Desoille   vuelve   entonces   a   integrar   la   sublimación   en   la   vida   psíquica  normal.   Esta   integración   está   facilitada   por   la   imaginación   aérea.   La   calma   anterior,   da  lugar  a   la  calma  consciente  de  sí,   la  calma  de  las  alturas,   la  calma  del   lugar  donde  vemos  desde  lo  alto  la  agitación  de  abajo.  En  nosotros  nace  entonces  el  orgullo  de  nuestra  moral,  el  orgullo  de  nuestra  sublimación,  el  orgullo  de  nuestra  historia.  Ahora  podemos  pedirle  al  sujeto  que  deje  surgir  espontáneamente  sus  recuerdos.  Esos  recuerdos  que  ahora  tienen  más  ocasión  de  ser  reunidos,  de  revelar  sus  cualidades,  porque  el  soñador  despierto  está  en  cierta  forma  en  la  cumbre  de  su  vida.  La  vida  pasada  puede  ser  ahora  juzgada  desde  un  punto  de  vista  nuevo,  es  decir  con  un  matiz  de  absoluto:  el  ser  puede  juzgarse.  A  menudo  el   sujeto   se   da   cuenta   de   que   acaba   de   adquirir   un   conocimiento   nuevo,   una   lucidez  psicológica.”    Precisamente.    Y   por  más   que   yo   piense   que   ahora   es   necesario   empezar   a   volver   al   día   de   hoy,   para  presentarles  la  arquitectura  de  aire,  todavía  debo  hablarles  del  fuego  y  del  agua,  que  deseo  integrar  en  esta  arquitectura  en  devenir,  en  una  no-‐arquitectura,    El  fuego,  para  mí,  es  el  futuro  que  no  olvida  el  pasado.  Es  la  memoria  de  la  naturaleza.  El  proyecto  para  una  plaza  pública  de  un  estanque  sobre  el  cual  bailarían  chorros  de  fuego  en  lugar  de  chorros  de  agua  y  de  la  edificación  de  paredes  de  fuego  en  la  arquitectura  de  aire  es  una  idea  que  data,  en  mí,  de  1951.  Me  quedo  extasiado  en  La  Granja,  palacio  de  verano  de  la  antigua  monarquía  española,  a  unos  80  kilómetros  de  Madrid,  delante  de  las  fuentes  y   los  chorros  de  agua  de   los   jardines,  en   todo  sentido  parecidos,  por  otra  parte,  a   los  de  Versalles.  Es   allí   que   imaginaba   reemplazar   sobre   la   superficie   tranquila  del   agua  de   los  estanques,   sus   elegantes   chorros   de   agua   por   brillantes   chorros   de   fuego.   Esculturas   de  fuego  sobre  el  agua…  ¿Por  qué  no?    El  fin  funcional-‐psicológico  de  los  chorros  de  agua  sobre  extensiones  de  agua  es  traer  una  frescura   general   o   por   lo   menos   una   sensación   de   frescura.   Para   los   países   de   climas  menos   favorables,   donde   el   frío   hace   estragos   también   bastante   tiempo   después   del  invierno,  es  un   lujo  presentar  esos  chorros  de  agua.  Mientras  que  es   funcional  al  mismo  

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tiempo   que   estético-‐psicológico   presentar   chorros   de   fuego   sobre   un   espejo   de   base  espacial   acuático,   que   se   constituye   así   en   una   barrera   infranqueable   e   invisible.   Es   la  dulzura,   el   fuego   “es   dulzura   y   tortura.   Es   cocina   y   apocalipsis.   Es   placer   para   el   niño  sabiamente   sentado   cerca   del   hogar;   castiga   sin   embargo   toda   desobediencia   cuando  queremos  jugar  desde  demasiado  cerca  con  las  llamas.  Es  bienestar  y  respeto.  Es  un  dios  tutelar  y  terrible,  bueno  y  malo.  Puede  contradecirse:  por  lo  tanto  es  uno  de  los  principios  de  explicación  universal.  Tal  vez  no  hayamos  destacado  lo  suficiente  que  el  fuego  es  tanto  un   ser   social   como   un   ser   natural   y,   para   ver   lo   bien   fundamentada   que   está   esta  observación,  no  hay  necesidad  de  desarrollar  las  consideraciones  sobre  el  papel  del  fuego  en  las  sociedades  primitivas  ni  insistir  sobre  las  dificultades  técnicas  de  mantener  el  fuego;  basta   hacer   psicología   positiva,   examinando   la   estructura   y   la   educación   de   un   espíritu  civilizado.   En   breve,   el   respeto   por   el   fuego   es   un   respeto   enseñado;   no   es   un   respeto  natural,   El   reflejo  que  nos  hace   retirar   el   dedo  de   la   llama  de  una  vela  no   juega,   por   así  decirlo,  ningún  papel  consciente  en  nuestro  conocimiento”.  Por  otra  parte,  me  parece  que  no  podemos  discutir  desde  el  punto  de  vista  de  la  perfección  estética  la  calidad  del  fuego.  El  fuego  es  bello  en  sí  mismo,  no  importa  cómo.    Entonces,  en  relación  con  esas  paredes  de  fuego,  ustedes  tal  vez  comprenderían  muy  bien  cómo  se  adaptarán  de  inmediato  a  la  arquitectura  de  aire,  ¿no  es  cierto?      Para   la   propuesta   de   edificar   paredes   de   agua,   adosadas   a   la   edificación   de   paredes   de  fuego,  hay  que  hablar   también  del  agua  en  sí  para  comprender  bien  el  espíritu  del  agua.  Parece   que   es   preciso   ante   todo   comprender   el   silencio,   para   nuestra   alma   que   tiene  necesidad  de  ver  algo  que  calle.  “Y  cómo  en   los  tiempos  antiguos,  podías  tú  dormir  en  el  mar”,  dice  Paul  Eluard  en  las  Necesidades  de  la  vida.    El  himno  que  trae  Saintyves  continúa  así:  “La   ambrosía   está   en   las   aguas,   aguas   traed   a   la   perfección   todos   los   remedios   que  expulsan   las   enfermedades   a   fin   de   que   mi   cuerpo   pruebe   vuestros   dichosos   efectos   y  pueda   largo   tiempo  ver   el   sol.”   Y   además,   no  olvidemos   el   espíritu  que  planea   sobre   las  aguas.   Es   el   elemento   fluido,   el   elemento   femenino   esencial   del   que   tenemos   necesidad  para  establecer  el  equilibrio  entre  la  justicia  y  la  violencia.    La  vuelta  al  Edén,  entonces,  después  de  la  caída  del  hombre,  va  por  buen  camino,  hemos  pasado  por  una  larga  evolución  en  la  Historia  para  alcanzar  el  colmo  de  la  perspectiva  y  la  derrota  por  la  visión  psicológica  de  la  vida  que  es  el  Renacimiento.    La   evolución   se   remonta   hasta   el   presente,   pasando   por   una   desmaterialización   y   hacia  una   inmaterialización,   y   nos   dirigimos   por   suerte   hacia   un   bienestar   auténtico   y  dinámicamente   cósmico.   Por   cierto   que   no   basta   decir   o   escribir   o   proclamar:   “He  superado  la  problemática  del  arte”,  es  preciso  haberlo  hecho,  como  pienso  haberlo  hecho  yo.  Deseo  incluso  detenerme  un  instante  en  la  superación  de  la  barrera  del  oficio  mismo,  y  es  un  método  que  siempre  sale  de  esta  misma  ética  personal  de  la  que  ya  he  hablado  y  que  me  permitió   instalarme  a  mí,  que  soy  pintor,  en  dominios  extraños  sin  otras  dificultades  que  las  dificultades  técnicas  habituales,  que  de  todos  modos  encuentran  los  técnicos  más  advertidos.   Los   orientales   cultivan   desde   hace  milenios   una   especie   de   ritual   jerárquico  que  permite,  por  ejemplo,  a  una  corporación  atribuir  a  un  miembro  de  otra  corporación  un  rango  honorario  de  calidad  equivalente.  He  observado  eso  en  el  Japón  durante  una  estadía  de  un  año  y  medio  en  la  Escuela  Imperial  de  Artes  Marciales  antiguas.  En  judo,  el  consejo  de   miembros   de   alta   graduación   atribuye   a   menudo   espontáneamente   de   oficio   a   un  científico  brillante,  por  ejemplo,  que  ha  hecho  apenas  un  poco  de  judo  en  la  universidad  en  su   juventud,  un  grado  elevado,  honorífico,  por  cierto,  pero  sin  embargo  este  grado  sigue  siendo  respetado  por  todos  los  hombres  del  oficio  sin  ninguna  reticencia.      

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En   Occidente   debemos   transformar   ese   ritual   jerárquico   en   una   realidad   dinámica  efectiva.  Así  me  propongo  darles   un   ejemplo  de  mi   posibilidad  de  pasar   al   ámbito  de   la  música,  por  ejemplo.    Hace  ya  algunos  años,  creé  una  sinfonía  monótona  de  la  que  aquí  hay  un  extracto:  [sonido]  Ahora  un  grito  de  François  Dufrêne,  un  grito  monótono  [grito,  aplausos]  y  ahora  un  grito,  atención,   un   grito   de   Charles   Estienne   [grito,   risas]   y   ahora   un   grito   muy   hermoso   de  Antonin   Artaud   [grito].   Estoy   desolado   por   no   haber   podido   pasar   un   extracto   de   la  sinfonía  de  Pierre  Henry,  compositor  bien  conocido  de  música  concreta  y  fónica,  pero  mi  magnetófono   no   funciona   a   esta  misma   velocidad  —ah,   sí,   pero   es  muy   difícil   de   armar  ahora.   Pero   es   justamente   la   misma   sinfonía   que   compuse   hace   varios   años,   de   la   que  ustedes  han  oído  un  extracto  en  primer  lugar,  ¿no  es  así?,  que  fue  reconstruida  por  Pierre  Henry  de  una  manera  mucho  más,  ehh…,  competente.  [Risas].    Este   extracto   de   mi   sinfonía   monótona   que   han   escuchado   al   comienzo   tiene   sonido  electrónico.   La   sinfonía   en   sus   orígenes   duraba   cuarenta  minutos.   [Risas].   Era   tan   larga  precisamente   para   mostrar   el   deseo   de   vencer   el   tiempo.   El   comienzo     y   el   fin   de   ese  sonido  se  habían  cortado,  lo  que  provocaba  una  especie  de  fenómeno  sonoro  extraño  que  aspiraba  la  sensibilidad.  En  efecto,  al  no  tener  ni  comienzo  ni  fin,  siquiera  imperceptibles,  esta  sinfonía  salía  de  la  fenomenología  del  tiempo,  se  volvía  exterior  al  pasado,  el  presente,  el   futuro,  porque,  en  suma,   jamás  nació  ni  murió  después  de  su  existencia  en   la  realidad  sonora  física.    Así,   para   volver   a   la   idea   de   superar   el   oficio,   en   la   actualidad   incluso   preparo   un   gran  concierto  en  ese  espíritu  monótono,  pero  no  electrónico  esta  vez,  es  demasiado  frío  para  mí.   Quiero   dirigir   personalmente   una   gran   orquesta   clásica   de   ciento   cincuenta  ejecutantes.  [Aplausos].    Sería  demasiado   largo  extenderse  ahora  sobre   los  detalles  de   la  empresa.  La   idea  que  se  desprende   es   esto   y   que   se   vincula   con   el   tema   de   hoy,   es   esta   posibilidad   que   debe  investigar   el   artista   occidental   en   el   espíritu   de   una   fuga   clásica   pura   para   salir   de   la  medida   y   el   ritmo,   hacer   del   tema   el   único   tema     y   disolver   el   contra-‐tema   que,   así,   no  aparecerá   nunca  más.   No   hay   entonces  más   exposición,   ni   episodio,   ni   desarrollo,   es   el  canon  del  futuro  de  la  fuga  clásica  transpuesta  en    un  tema  inmediato.    No  puedo  sino  asombrarme  ante  ustedes  y  comprobar  que  en  Europa  tenemos  una  pésima  idea   de   lo   que   es   la   caligrafía   japonesa.   Esta   pobre   gente   del   gesto   y   del   signo   no   ha  comprendido  más  que  el  costado  exótico  y  superficial  de  ella.   Ignoran  o  parecen   ignorar  que   la   caligrafía   japonesa   en   realidad   ha   evolucionado,   [aplausos].   ¡Y   atención!   Es   una  realidad,  no  es  una  broma  lo  que  digo  [risas],  es  así  que  ocurre.  Pero,  por  otra  parte,  ¡ya  es  demasiado!  Tengo  deseos  de  aullarles  a  esos  artistas  pintores,  Action  Painters,  etc.,  no  es  cierto:  ¡pero  dejen  de  gesticular  así,  no  es  porque  uno  se  mueva  como  loco  que  está  activo!  [Risas].  Podrían  volver  hoy,  gracias  a  las  terribles  máquinas  de  las  que  ya  he  hablado  antes,  al  arte  verdadero,   como   los   impresionistas  volvieron  en  su  época,  por   la   invención  de   la  fotografía,  desde  la  cruel  realidad  de  los  objetos  del  realismo  de  Courbet  a  la  maravilla  de  la  vida  y  de  la  vida  en  sí  misma.  Podrían  quedar  librados,  en  mi  opinión,  de  los  tormentos  que   los   torturan  en  el   infierno  de   la   composición  y  de   la  velocidad  de   las   líneas  y  de   las  formas  que  no  llevan  a  ninguna  parte.      En  mi  opinión,  el  arte  no  es  un  lenguaje  o  una  posibilidad  de  comunicación  para  el  artista.  Si  fuera  así,  la  obra  de  arte  no  sería  más  que  un  medio  y  no  un  fin,  una  creación  real.  Sólo  el  hombre  crea   la  obra  de  arte  para  no  estar  más  solo,  porque   tal  vez  no  haya  más  que  un  solo  hombre  en  la  tierra,  pero  tal  vez  haya  muchas  obras  de  arte.  Los  artistas  del  siglo  XX  deben   operar   una   integración   en   la   sociedad   y   dejar   de   ser   seres   extraños.   Y,   para  

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divertirme  todavía  un  instante  antes  de  concluir,  quiero  intentar  instalar  una  vez  más  mi  ética,  por  un  momento,  en  la  problemática  económica,  en  la  estructura  social,  de  una  forma  que  estuviera  en  relación  directa  con  la  arquitectura  y  el  urbanismo  inmateriales.    ¿Cómo   hacerlo,   sin   dejar   de   remitirme   a   las   normas   pictóricas   que   me   construí?   Para  pintar,   hace   tiempo   busqué   el   medio   fijador,   justamente   para   fijar   esos   granos   de  pigmento   que   forman   una  masa   irradiante   y   deslumbrante   cuando   el   pigmento   está   en  polvo   en   el   cajón   de   los   vendedores   de   color.   Produce   consternación   ver   ese   mismo  pigmento,  una  vez  molido  en  aceite,  por  ejemplo,  perder  todo  su  brillo,  toda  su  vida  propia.  Parece  entonces  que  está  momificado  y  sin  embargo  no  se  lo  puede  dejar  en  el  suelo,  sino  mantenerlo   sostenido  por   el  medio   fijador,   que   es   ahora   la   invisible   fuerza  de   atracción  terrestre,   porque   el   hombre   se   mantiene   naturalmente   de   pie   y   mira   el   horizonte.   El  cuadro  debe  presentarse  a  sus  ojos  perpendicular  al  suelo,  como  una  pantalla.  Es  preciso  entonces  pegar  el  pigmento  de  alguna  manera  al  soporte.  Busqué  un  medio  fijador  capaz  de  fijar  cada  grano  de  pigmento  al  otro  y  después  al  soporte,  sin  que  ninguno  de  ellos  sea  alterado  ni  privado  de   sus  posibilidades  autónomas  de   irradiación,  haciendo  cuerpo  con  los  otros  y  con  el  soporte,  creando  así  la  masa  de  color,  la  superficie  pictórica.      De   esta   manera,   aplicando   esas   normas   de   investigación   pictórica   al   pueblo   entero   de  cualquier  país,  con  la  idea  de  presentar  un  cuadro  irradiante  en  la  galería  del  mundo  a  los  ojos  del  universo,  se  advierte  que  el  principio  monetario,  el  dinero,  es  el  medio  fijador  de  todos   los   individuos   agrupados   en   una   sociedad,   [risas]   y   los   momifica,   les   quita   su  autoridad   respecto   de   ellos   mismos   y   los   dirige   derecho   hacia   la   superproducción  cuantitativa  en   lugar  de  agruparlos,  dejándoles   la  responsabilidad   imaginaria  y   libre  que  los  fuerce  a  encontrar  el  bienestar  en  la  producción  cualitativa.    Así,   un   esbozo   de   manifiesto   técnico   para   una   tentativa   de   transformación   de   la  colectividad   puede   resumirse   así:   transformar   la   manera   de   pensar   y   de   actuar   de   un  pueblo  en  el  sentido  del  deber  individual  a  la  calidad  frente  a  la  colectividad  nacional,  y  del  deber  nacional,  siempre  a  la  calidad,  frente  a  la  colectividad  de  las  naciones.  Así,  se  puede  educar   a   un   pueblo   entero   con   el   orgullo   aristocrático   de   su   moral   a   escala   individual  integrado   realmente   en   la   sociedad.  Y   entonces,   un  esbozo  de   sistema  económico  puede  resumirse  de   la   siguiente  manera:  al   ser   la  economía  el  dominio  de   la  elección  de  vanas  ilusiones   y   de   construcciones   donde   los   a   priori   denotan   las   insuficiencias   del   acólisis  previo   —ehh,   sí,   del   análisis   previo   [risas]—   ciertas   escuelas   han   creído   percibir   una  buena   cantidad   de   realidades.   Pero   este   enfoque   de   la   cosa   económica   demasiado   a  menudo  no  ha   sido  para   ellas  más  que  una   aproximación.  Tales   fisiócratas  prosaicos  no  supieron,   al   agotar   la   ganga  del   universo   sensible,   descargar   la  materialidad  del   cosmos  para   acceder  por   fin   a   la   definición  del   conocimiento,   tomando   conciencia  de   la   utilidad  marginal  del   espacio.  Un  nuevo  esfuerzo   salió   a   la   luz   en   los   años   treinta   con   la   escuela  keynesiana  y   la   llamada   teoría  del  pleno  empleo.  Pero  si   la  vocación  del  empleo  pudiera  conducir   a   una   suma   terapéutica   válida   para   todo,   el   desconocimiento   completo   de   una  toma  de  conciencia  colectiva  de  la  intensidad  espacial  no  podría,  una  vez  más,  sino  llevar  a  una   aproximación   cuantitativa.   Vemos   entonces   que   todo   se   analiza   en   términos   de  quiebra  y  el  balance  de  las  economías  compuestas  no  anuncia  en  la  actualidad  más  que  un  gran  déficit.    Debería   pues   aparecer   una   nueva   era   donde   una   percepción   cualitativa   del   campo  energético   de   la   economía   pudiera   por   fin   orientar   la   inercia   fundamental   de   lo   vivido  hacia  una  concepción  dinámica  de  la  cosa  creada.    Esta   concepción   encuentra   para   mí   su   fundamento   en   la   gran   riqueza   cada   vez   más  elaborada   del   patrimonio   espacial.   También   se   extiende   un   gran   fresco   que   espera   su  etiqueta   monetaria.   Recuso,   en   efecto,   reservas   y   divisas,   riquezas   acumuladas   de   la  

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grandeza   del   pasado,   que   en   realidad   son   hipotecas   peligrosas   para   las   estructuras   del  presente.   De   ahora   en   adelante,   no   hay   ninguna   necesidad   de   esos   intermediarios  dispendiosos  cuya  facticidad  cava  un  pasado  entre  la  aprehensión  intelectual  y  la  calidad  misma  de  los  valores  adoptados.  Volvámonos  simplemente  hacia  el  valor  intrínseco  de  la  materia,   que   reside   esencialmente   en   la   noción   de   calidad   y,   sobre   esa   base  estructuralmente   cualitativa,   cada   corporación  podría   estar  obligada  a   abandonar  en   los  subsuelos  del  Banco  Central,  previamente  desembarazado  de  todo  depósito  en  metálico,  la  obra   maestra   de   la   profesión.   Tales   obras   maestras   así   reunidas,   materializarían   las  orientaciones   espirituales   de   base   del   país,   dejando   libre   acceso   a   toda   eventual  potencialidad   evolutiva,   única   fuente  de  progreso.   Este   ejemplo  permanente,   catalizador  de  potencias   latentes,   al  mantener  en  el   espíritu  un  muestrario  estable  pero  no  cerrado,  permitiría   por   fin   sentar   las   bases   de   un   sistema   de   trueque   fundamentalmente   sano   y  protegido  de  variaciones  coyunturales  cuantitativas.  Por  fin,  la  supresión  de  la  circulación  fiduciaria  podría  suprimir  de  un  solo  golpe  la  menor  posibilidad  de  evolución  cíclica  que  presentara   la   espiral   inflacionaria   clásica.   La   superproducción,   en   lugar  de  presentar   las  características  de  un  aumento  inútil  de  riquezas  cuantitativamente  enumerables,  no  sería  más  un  puro  y  simple  desperdicio  de  fuerzas  sino  una  emulación  general,  cuya  búsqueda  constructiva   contribuiría   a   los   esplendores   del   futuro.   En   el   plano   internacional,   la  creación   de   un   patrón   representativo   de   un   valor   espiritual   prevendría   el   desarrollo   de  cualquier  maltusianismo  comercial  y  permitiría  el  fin  de  la  guerra  aduanera,  al  volverse  la  noción  de  calidad  el  multiplicador  de  las  economías  nacionales  antaño  antagonistas.    Estas  breves   incursiones  en   lo  que  podría  ser   la  economía  de  mañana,  si   lo  quisiéramos,  dejan   entrever   las   inmensas   posibilidades   de   un   sistema   que   concilia   por   fin   las  aspiraciones   intelectuales   y   morales   universales,   con   los   imperativos   económicos   más  perentorios.  En  un  sistema  tal,  el  hombre  rico  sería  necesariamente  un  genio  auténtico  en  su  especialidad.  Al  final,  no  se  trataría  más  que  de  justicia.    Pero  volvamos,  para  olvidar  estas  propuestas  demasiado  serias  y  severas,  a  la  posibilidad  de   aplicar   una   vez  más   esta   especie   de   ética   al   teatro,   por   ejemplo.   De   una   cosa   a   otra,  llegamos  al  espectáculo  sin  actores,  sin  decorados,  sin  escena,  sin  espectadores,  nada  más  que   el   creador   solo   al   que   nadie   ve,   exceptuada   la   presencia   de   nadie,   y   el   espectáculo  comienza.  [Aplausos].  El  autor  vive  su  espectáculo,  su  creación,  él  es  su  público  y  su  triunfo  o   su  desastre,   y  poco  a  poco  el   autor  no  está   siquiera   allí,   y   sin   embargo,   el   espectáculo  continúa.   [Risas].  Vivir  en  constante  espectáculo,  una  manifestación  constante,  estar  allá,  en  todas  partes,  en  otra  parte  y  tanto  adentro  como  afuera,  disfrutar  de  la  vida  en  el  estado  de   materia   prima,   una   especie   de   sublimación   del   deseo,   una   materia   embebida   e  impregnada   en   “todas   partes”   y   el   espectáculo   continúa,   monoespectáculo   y   fuera   del  mundo  psicológico  por  fin.  El  espectáculo  del  futuro  es  una  sala  vacía.  [Aplausos].    Así,  vemos  cómo,  a  través  de  todas  estas  investigaciones  para  un  arte  en  marcha  hacia  la  inmaterialización,  Werner   Ruhnau   y   yo   hemos   coincidido   en   la   arquitectura   de   aire.   Él,  molesto,   disgustado   por   el   último   obstáculo   que   un   Mies   van   der   Rohe   todavía   no   ha  sabido   franquear:   el   techo,   la   pantalla   que   nos   separa   del   cielo,   del   azul   del   cielo.   Y   yo,  molesto  por  la  pantalla  que  constituye  el  azul  tangible  sobre  la  tela  y  que  priva  al  hombre  de  la  visión  constante  del  horizonte.    Soñé   esta   concepción   de   la   arquitectura   de   aire   en   mi   impulso   monocromo   hace   ya  muchos   años,   pero   sin   comprender   toda   su   importancia   y   alcance   considerable.  Werner  Ruhnau  supo  valorizar  esta  idea,  vaga  lo  confieso,  e  hizo  con  ella  una  realidad.  El  hombre  en   el   Edén   bíblico   se   encontraba   sin   duda   en   un   estado   de   trance   estático   como   en   un  sueño.  El  hombre  del   futuro,   en   su   integración  al   espacio   total,   en   su  participación  en   la  vida   del   universo   que   ofrecerá   el   primer   paso   ya   dado   en   esta   dirección   que   es   la  arquitectura  de  aire,  se  encontrará  sin  duda  en  un  estado  dinámico  de  sueño  despierto,  en  

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una   lucidez  aguda   frente  a   la  naturaleza   tangible,  material  y  visible  que  controlará  en  el  nivel   terrestre   para   su   comodidad   física.   Liberado   de   una   falsa   interpretación   de   la  intimidad  psicológica,  vivirá  en  un  estado  de  concordia  absoluta  con  la  naturaleza  invisible  e   imperceptible   para   los   sentidos,   es   decir,   con   la   vida  misma   devenida   concreta   por   la  inversión  de  los  roles…  operada  la  abstracción  de  la  naturaleza  psicológica,  discúlpenme.    Y   sigamos   ahora   para   terminar   el   texto   exacto   de   nuestro   primer   manifiesto   sobre   la  arquitectura  de  aire.  Ante  todo,  al  vacío  corresponde,  como  material  de  construcción,  la  luz  azul:  en  la  estratósfera,   lo  que  se  debe  emplear  es  energía;  en  la  atmósfera,  se  construirá  con  aire  pesado  o  cualquier  otro  gas  más  pesado  y  más  denso  que  el  aire,  jugando  además  con   los   fuegos  ópticos,   el  magnetismo,   la   luz   y   el   sonido.  El   sonido   se  utilizará   contra   el  sonido   para   neutralizarlo.   También   es   posible   servirse   de   olores.   En   la   tierra,  evidentemente  hay  que  construir  con  argamasa,  hormigón,  piedra,  arcilla  y  hierro.    Las  arquitecturas  de  aire  no  se  presentan  más  que  con  carácter  de  ejemplo.  El  principio  espiritual   mismo   de   utilizar   nuevos   materiales   para   una   arquitectura   dinámica   es   lo  importante.  En  rigor,  el  aire,  el  gas,  el  fuego,  el  sonido,  los  olores,  las  fuerzas  magnéticas,  la  electricidad,  la  electrónica  son  materiales.  Deben  tener  dos  funciones  principales,  a  saber:  la  de  protección  contra  la  lluvia,  el  viento  y  las  condiciones  de  la  atmósfera  en  general  y  la  de   climatización   térmica.   Es   posible   prever   la   separación   de   las   dos   funciones.   Está  demostrado  que  a  cada  estado  original  de  la  naturaleza  tal  como  la  tierra,  el  agua,  el  aire,  corresponden  ciertos  elementos  de   construcción.  Esos  elementos  de   construcción  deben  ser  siempre  más  densos  y  más  pesados  que  el  estado  original  en  el  cual  se  los  emplea.    Las   arquitecturas   de   aire   deben   adaptarse   a   los   datos   y   las   condiciones   naturales,   a   las  montañas,   valles,   monzones,   etc.,   si   es   posible   sin   necesidad   de   operar   grandes  modificaciones   artificiales.   Por   ejemplo,   en   el   lugar  donde   el   viento   cambia  de  dirección  cada  seis  meses,  el  techo  de  aire  puede  crearse  con  una  ayuda  artificial  muy  pequeña.  Es,  en   fin,   el   viejo   sueño  de   los  hombres   y  de   la   imaginación:   jugar   con   los   elementos  de   la  naturaleza,  dirigir  y  controlar  sus  fenómenos  y  manifestaciones.    Tenía  que  llegar  en  mi  evolución  a  una  arquitectura  de  aire,  porque  solamente  allí  por  fin  puedo  producir  y  estabilizar  la  sensibilidad  pictórica  en  el  estado  de  materia  prima.  Hasta  la   actualidad,   en   el   espacio   arquitectónico   todavía   muy   delimitado,   pinto   cuadros  monocromos   en   un   estilo   lo   más   iluminado   posible.   La   sensibilidad   color,   todavía   muy  material,  debe  reducirse  a  una  sensibilidad  inmaterial  más  neumática.    Werner   Ruhnau   está   seguro   de   que   la   arquitectura   de   hoy   es   el   camino   hacia   la  inmaterialización  de  las  ciudades  de  mañana.    Los   techos   suspendidos   y   las   construcciones-‐tiendas   de   Frei   Otto   y   de   otros   son   pasos  importantes   dados   en   esa   dirección.   Al   utilizar   el   aire   y   los   gases   y   el   sonido   como  elementos   arquitectónicos,   ese   desarrollo   puede   hacerse   avanzar   más.   Mis   paredes   de  fuego,   mis   paredes   de   agua   son,   con   los   techos   de   aire,   materiales   para   construir   una  nueva   arquitectura.   Con   los   tres   elementos   clásicos,   fuego,   aire   y   agua,   se   construirá   la  ciudad  de  mañana;  será  por   fin   flexible,  espiritual  e   inmaterial.  La   idea  de  servirse,  en  el  espacio,  de  la  energía  pura  a  fin  de  construir  para  los  hombres  ya  no  parece  ser  absurda  en  este   orden   de   ideas.   En   semejante   concepción   de   la   arquitectura,   parece   apropiado  comprender   que   la   desaparición   de   lo   pintoresco,   del   ensueño   pintado   es   inevitable,   y  felizmente,  porque  lo  pintoresco  es  lo  que  mata  todos  los  poderes  reales  en  el  hombre.    Quiero   terminar  rindiéndole  homenaje  a  Werner  Ruhnau  con  este  poema  mal   traducido,  me  disculpo,  del  gran  poeta  alemán  Christian  Morgenstern:    

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Había  una  vez  un  cercado  de  tablitas  caladas  Con  espaciamientos  para  ver  a  través  Un  arquitecto  lo  vio  y  vino  súbito  una  noche,  Para  adueñarse  de  los  espaciamientos  Y  construir  una  vasta  mansión  El  cercado  quedó  allí,  muy  tonto  e  idiota,  Con  sus  tablillas  sin  nada  alrededor.  Era  horrible  y  ordinario  a  la  vista.  Por  eso  la  autoridad  se  lo  apropió    Y  el  arquitecto  pudo  huir  a  África  o  América.    Estos  son  los  términos  del  poeta.  [Aplausos].    Werner  Ruhnau  sin  duda  no  tendrá  que  huir,  al  menos  así  lo  espero,  porque  pienso  que  el  occidente   europeo   comprenderá   a   tiempo   el   valor   de   nuestra   empresa   inmaterializante,  para  vivir  sin  más  demora  en  el  virgen,  el  vivaz,  el  bello  día  de  hoy.  [Aplausos].  

     

   

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La  aventura  monocroma:  la  epopeya  monocroma      Prólogo    Soy   consciente   del   hecho   de   que   al   escribir   este   libro   estoy   cometiendo   un   error  diplomático   en   el  mundo   tradicional,   formal,   o   por   así   decirlo   también   informal   (que   al  mismo   tiempo   no   lo   es)   del   arte   de   hoy.   Soy   consciente   de   que   todas   estas   notas   y  pensamientos   son   confusos,   muy   confusos,   mal   expresados,   enfáticos,   primarios,   con  frecuencia   ciertamente   ingenuos,   ya   que   fueron   escritos   de   un   día   para   el   otro.   Sé   que  muchos  lo  considerarán  un  puro  bla  bla  bla  de  mal  gusto.  Pero  me  da  lo  mismo:  yo  no  soy  ni   un   literato   ni   un   hombre   distinguido.   Soy   un   artista   y   amo  mi   libertad,   que   no   es   ni  vanidad  ni  candor  estúpido,  por  más  que  de  tanto  en  tanto  yo  roce  la  idiocia.  Algo  más:  mi  manera   de   escribir   puede   parecer   por   momentos   agresiva   y   transmitir   la   idea   de   que  albergo  cierta  amargura  hacia  mis  antagonistas  o  simplemente  frente  a  las  dificultades  que  he  encontrado  con  mi  propuesta  monocroma  y  todo   lo  demás  desde  hace  más  de  quince  años.  Reafirmo  que  no  es  así,  que  no  estoy  ni  afligido  ni  amargado:  ese  ha  sido  hasta  hoy  un  maravilloso  combate  lleno  de  Vida  y  de  Fantástico.  Y  puedo  proclamar  sin  énfasis  que  amo  de  verdad  profundamente  a   todos  mis  enemigos.  Mi   individuo   fundamental   está  en  guerra   contra   mi   personalidad   psicológica   múltiple.   Amo   de   mí   todo   lo   que   no   me  pertenece,  o  sea  mi  vida,  y  detesto   todo   lo  que  me  pertenece:  mi  educación,  mi  herencia  psicológica   y  mi   óptica   aprendida   y   tradicional,  mis   vicios,  mis  defectos,  mis   cualidades,  mis   manías,   en   una   palabra,   todo   lo   que   a   diario   me   conduce   irremediablemente   a   la  muerte  psíquica,  sentimental  y  emocional.      Primera  parte    ¡Lo  Verdadero  deviene  Realidad  o  por  qué  no!    Quien  no  cree  en  los  milagros  no  es  un  realista.7    (Ben  Gurion)    A  través  del  color,  siento  una  identificación  completa  con  el  espacio,  soy  verdaderamente  libre.   Cuando   un   color   ya   no   es   puro,   el   drama   puede   cobrar   proporciones   terribles.   La  libertad   total   representa   un   gran   peligro   para   quien   no   sabe   lo   que   es   eso.   Los   beocios  suelen  repetirme:  “¿Pero  esto  qué  representa?”.  Podría  responderles,  y  de  hecho  ya  lo  hice  en  mis  comienzos,  que  eso  representa  simplemente  el  azul  en  sí  y  el  rojo  en  sí,  o  bien  que  es  el  paisaje  del  mundo  del  color  amarillo,  por  ejemplo,  algo  que  no  es  del  todo  inexacto,  pero  lo  que  más  importa,  a  mi  entender,  es  que  al  pintar  un  solo  color  por  sí  mismo,  logro  salir   del   fenómeno   del   “espectáculo”   que   constituye   un   típico   cuadro   convencional,   de  caballete.  Podrían  decirme  “de  acuerdo”  a   la  ausencia  de  líneas,  de  dibujo,  pero  ¿por  qué  no  dos  colores?  En  cuanto  a  eso,  me  parece  divertido  relatar  el  modo  en  que  fue  rechazado  del   Salón   de   Nuevas   Realidades   de   1955,   ya   que   es   una   historia   sabrosa   y   que   guarda  relación  con  este   tema.  En  1955,  por   lo   tanto,  me   inscribí  en   los  plazos  previstos,  no  sin  antes  precisarle  al  Secretariado  que  no  soy  en  absoluto  un  pintor   figurativo  (porque  por  sus   características,   el   Salón   justamente   rechazaba   toda   obra   figurativa),   y   les   mostré  “fotos”  (de  las  cuales  me  dijeron  que  sería  muy  difícil  tomar  una  imagen  que  sirviera  para  el   catálogo).   Aceptan  mi   pago   y  me   inscriben.   Algunos  meses  más   tarde,  me   avisan   que  debo   hacer   llegar  mi   envío   para   que   fuese  montado   en   el   Palacio   de   Bellas   Artes   de   la  comuna   de   París.   Allí,   en   presencia   de  mi   lienzo,   los   diferentes  miembros   presentes   del  

                                                                                               7  La  cita  exacta  de  Ben  Gurion  es:  “En  Israel,  para  ser  realista  hay  que  creer  en  los  milagros”.  

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Comité   dudan   un   instante,   pero   todos   concuerdan   rápidamente   que   puede   andar,   con  palabras   como   “Sí,   evidentemente”.  Me   entregan   un   recibo   por   la   entrega   y   guardan  mi  cuadro,  al  que  había  titulado  Expresión  del  universo  de  color  naranja  plomo.  Para  colmo,  el  cuadro  era  bien  anaranjado.   (Todavía  no  había   llegado   la  época  en  que  pretendía  que  el  anaranjado  era  azul,  y  viceversa).    Vuelvo  a  mi  casa  entusiasmado  con   la   idea  de  estar  colgado  por  primera  vez  en  un  Gran  Salón  parisino,  pero  desgraciadamente,   la   ilusión  duró  poco.  A   la   tarde  del  día  siguiente,  recibo  una  carta  muy  seca  donde  me  anuncian  que  se  niegan  a  exponer  mi  cuadro  y  me  piden   que   pase   cuanto   antes   a   retirarlo,   por   “falta   de   espacio   para   guardar   los   envíos  rechazados”.  Ese  es  el  tono  brutal  de  la  carta.    Estupefacto,  respondo  de  inmediato  por  correo  neumático  (faltaban  apenas  dos  días  para  la   inauguración)  para  protestar,   señalando  que  mi  envío  se  ajustaba  perfectamente  a   las  características  exigidas,  que  jamás  rechazaban  a  los  pintores  no  figurativos  y  que  no  logro  comprender  su  actitud.  En  pocas  palabras,  les  hago  saber  que  mis  intenciones  son  serias  y  honestas  en  la  presentación  de  mi  envío  al  Salón,  por  temor  a  que  hubiesen  creído  que  se  trataba  de  una  actitud  provocadora  de  mi  parte,  contra  el  espíritu  del  Salón,  que  siempre  estaba  a  la  vanguardia  y  que  justamente  por  eso  muchas  veces  era  fustigado  por  la  prensa.    Mi  madre,  a  la  que  conocían  muy  bien  todos  los  miembros  del  Comité  del  Salón,  que  eran  sus   colegas,   recibe   entonces   un   extraordinario   llamado   telefónico   de   una   de   esas  personalidades   cuyo   nombre   prefiero   no   mencionar,   por   supuesto,   y   mantienen   una  conversación   que   podría   resumirse   de   esta   manera:   “Usted   comprenderá   que   con   eso  realmente  no  alcanza;  si  por  lo  menos  Yves  aceptara  al  menos  agregar  una  línea,  un  punto,  o  incluso  simplemente  una  manchita  de  otro  color,  lo  podríamos  colgar,  pero  un  solo  color  continuo,  no,  no,  la  verdad  que  con  eso  no  alcanza,  ¡es  imposible!”.    Como  me  niego   categóricamente   a   agregar   lo  que   sea,   a   la  mañana   siguiente   recibo  una  segunda  carta,  esta  vez  muy  cortés  y  educada,  pero  igual  de  firme  en  su  negativa  y  de  cuyo  contenido  me   limitaré  a  citar  el  último  párrafo,  absolutamente   increíble  y  de  mentalidad  totalitaria:  “Estaremos  felices  de  que  exponga  con  nosotros  otro  año,  si  tras  considerar  lo  que   le  hemos  explicado  y  habiendo  visto  nuestro  Salón,  usted  ve   la  posibilidad  de  aunar  sus  esfuerzos  con  los  nuestros”.    …O   sea,   una   dictadura   plena,   en   un   Salón   que   se   jactaba   de   su   total   apertura   a   todo   lo  nuevo,  a  todos  los  ensayos,  ideas  y  búsquedas  más  avanzadas.    Esa  pequeña  historia  nos  devuelve  a  nuestro  tema:  “¿Por  qué  no  dos  colores  a  la  vez?”.    Y  bien,  porque  con  mi  pintura  me  niego  a  ofrecer  un  espectáculo.  Me  niego  a  comparar  y  a  hacer  que  resalte  tal  o  cual  elemento  más  fuerte  en  comparación  con  otros  más  débiles.    Hasta  la  representación  más  civilizada  se  basa  en  una  idea  de  “combate”  entre  diferentes  fuerzas,  y  en  un  cuadro,  el  lector  asiste  a  una  “puesta  en  muerte”,  a  un  drama  morboso  por  definición,  ya  sea  de  amor  o  de  odio.      El  cuadro  para  mí  es  como  un  individuo:  deseo  considerarlo  tal  y  como  es,  y  no  juzgarlo,  ¡sobre  todo  no  juzgarlo!    Desde  el  mismo  momento  en  que  en  un  cuadro  hay  dos  colores,  se  entabla  un  combate.  Del  espectáculo   permanente   que   da   ese   combate   de   dos   colores   en   el   ámbito   psicológico   y  emocional,   el   lector  extrae  un  placer   tal  vez   refinado,  pero  no  menos  morboso  desde  un  punto  de  vista  filosófico  y  humano  puro.    

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 Entre   dos   personas,   me   niego   absolutamente   a   elegir   cuál   es   mejor   según   los   criterios  tradicionalistas  y  aprendidos,  en  los  que  no  estoy  convencido,  y  me  niego  a  rechazar  a  la  otra  mientras  de   todos  modos   la  pongo   junto  a   la  primera,   ¡para  dejar  bien  demostrado  que  he  elegido  a  la  mejor!    Ese  reino  de  la  crueldad,  sé  que  ha  existido  y  que  sigue  existiendo.  Para  mí,  es  sinónimo  de  muerte  en  vida,  de  morbidez  rezumante,  de  oscurantismo  y  sobre  todo,  de  feroz  negación  de  la  libertad.    Al  igual  que  los  impresionistas  de  quienes  me  considero  un  continuador,  y  de  manera  más  directa  todavía,  al  igual  que  Delacroix  de  quien  me  considero  discípulo,  yo  deambulo  y  me  encuentro   con   estados  de   cosas   agradables,   un  paisaje   real   o   imaginario,   un   objeto,   una  persona,  o  simplemente  una  nube  de  sensibilidad  desconocida,  con  los  que  me  cruzo  por  azar,  un  ambiente…    De  esa  conversación  muda  que  se  produce  a  continuación  entre  el  estado  de  las  cosas  y  yo,  nace  una  afinidad  impalpable,  “indefinible”,  como  diría  Delacroix.  Es  ese  “indefinible”,  ese  momento   poético   inefable,   el   que   quiero   plasmar   en   mi   tela,   pues   mi   modo   de   ser  (atención:  no  digo  modo  de  expresión)  es  hacer  pintura.  Y  por  lo  tanto  pinto  el  momento  pictórico  nacido  de  una  iluminación  por  impregnación  de  la  vida  misma.    “…Sentir  el  alma  sin  explicarla,  sin  vocablo,  y  representar  esa  sensación…  Es  esa,  creo  yo,  una  de  las  razones  que  ha  llevado  a  la  monocromía.”    Para  mí,  el  arte  en  pintura  está  en  producir,  en  crear   libertad  en  el  estado  primero  de   la  materia.      Las   líneas,   a   mi   entender   barrotes   de   la   prisión   psicológica,   están   por   supuesto   en  nosotros  y  en   la  naturaleza,  pero  son  nuestras  cadenas,  son   la  concretización  de  nuestra  condición  mortal,  de  nuestra  sensibilidad,  de  nuestro  intelecto,  incluso  de  nuestro  ámbito  espiritual.   Son   nuestra   herencia,   nuestra   educación,   nuestro   esqueleto,   nuestros   vicios,  nuestras  aspiraciones,  nuestras  cualidades,  nuestras  astucias…  En  pocas  palabras,  nuestro  mundo  psicológico  en  un  todo  y  hasta  en  sus  recovecos  más  sutiles.    El  color,  por  el  contrario,  a  escala  natural  y  humana,  es  lo  más  impregnado  de  sensibilidad  cósmica.  La  sensibilidad  no  tiene  recovecos:  es  como  la  humedad  del  aire.  El  color,  para  mí,  es  la  sensibilidad  “materializada”.      El  color  lo  impregna  todo  así  como  todo  lo  que  es  sensibilidad  indefinible  sin  forma  y  sin  límite.  Es  la  materia-‐espacio  abstracta  y  real  al  mismo  tiempo.    La  línea  puede  ser  infinita,  como  lo  es  lo  espiritual,  pero  ella  no  tiene  la  cualidad  de  llenar  el  todo  inconmensurable,  ni  tiene  esa  cualidad  de  impregnarse  que  tiene  el  color.      “El  espíritu,  estimado  caballero,  puede  muchas  cosas”,  escribía  Delacroix.  “Es  un  ser  hábil,  inteligente,  que  ve  el  costado  débil  de  su  vecino,  que  lo  aprovecha,  y  que  sabe  mantener  la  calma  cuando  arrecia  la  tormenta  de  las  pasiones,  pero  el  valor  es  un  grandulón  potente  a  quien   nadie   puede   oponerse,   que   arremete   contra   vientos   y   mareas,   y   avanza   derecho  hacia  su  objetivo.”    Frente   a   esas   palabras,   me   gustaría   decir:   “La   línea   puede   muchas   cosas,   estimado  caballero.  Es  un  ser  derecho,  hábil,  inteligente,  que  sabe  ver  el  costado  débil  de  su  vecino,  que   lo   aprovecha,   y   que   sabe   mantener   la   calma   cuando   arrecia   la   tormenta   de   las  

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pasiones.   Pero   el   color   es   un   grandulón   potente   a   quien   nadie   puede   oponerse,   que  arremete  contra  vientos  y  mareas,  y  avanza  derecho  hacia  su  objetivo”.    La  línea  perfora  el  espacio,  siempre  está  en  tránsito,  se  inscribe:  es  una  turista.    El  color  se  encuentra  impregnado  en  el  espacio,  lo  habita…      Hay  colores  alegres,  majestuosos,  vulgares,  suaves,  violentos  o  tristes.    Los  colores  son  humanos  justamente  por  ser  exteriores  a  nosotros,  a  la  vez  que  son  parte  integrante  de  nuestra  persona  y  de  nuestra  vida  interior,  donde  se  cargan  de  toda  nuestra  afectividad  sentimental.  Lo  extraordinario  es  que  si  nos  manejamos  bien  allí,  somos  libres,  ¡porque   el   color   es   libre!   Se   disuelve   en   el   espacio   instantáneamente.   Al   contemplar   un  color   profundamente   triste,   por   ejemplo,   nos   sentimos   impregnados,   disueltos   en   un  espacio   inconmensurable  y  extradimensionalmente  triste,   ¡es   la   libertad   triste  más  vasta  que  el  infinito!    La  línea  corre,  va  hacia  el  infinito,  mientras  que  el  color  “está”  en  el  infinito.    Para   mí,   los   colores   son   seres   vivos,   individuos   muy   evolucionados   que   son   parte  integrante  nuestra,  como  también  de  todo.  Los  colores  son  los  verdaderos  habitantes  del  espacio.  Ella,  la  línea,  no  hace  más  que  atravesarlo  y  recorrerlo:  no  hace  más  que  pasar  de  largo…   Cada  matiz   es   de   la  misma   raza   que   el   color   de   base,   pero   posee   vida   propia   y  autónoma,   lo   que   indica   de   inmediato   que   el   hecho   de   pintar   un   solo   color   no   es   algo  limitado:   hay   una   miríada   de   matices   de   todos   los   colores,   cada   cual   con   su   valor  individual  y  particular.    El  cuadro  no  es  más  que  el  testimonio,  la  película  sensible  que  ha  visto  lo  que  pasó.  El  color  en  estado  químico  que  usan  todos  los  pintores  es  el  medio  que  mejor  recibe  esa  impresión  del   “acontecimiento”.   Pienso   y   digo   lo   siguiente:   ¡mis   cuadros   representan  acontecimientos  poéticos  o  más  bien  son  testimonios  inmóviles,  silentes  y  estáticos  de  la  esencia  misma  del  movimiento  y  de  la  vida  en  libertad  que  es  la  llama  de  la  poesía  durante  el  momento  pictórico!    Mis  cuadros  son  las  “cenizas”  de  mi  arte.  Nada  me  embriaga  más  que  la  monocromía.  No  sé,  intenté  muchas  maneras.  Fui  pintor  como  se  supone  que  se  es  pintor,  y  estuve  adelante  y  hasta  en  la  vanguardia  incluso.  Todos  los  periodos  yo  los  fui  pasando,  y  era  insaciable,  y  además  los  placeres,  los  consuelos,  todo  eso  me  asqueó.  Creo  en  todo  caso  que  sólo  con  la  monocromía  vivo  verdaderamente  una  vida  pictórica,  la  vida  de  pintor  con  la  que  soñé.  ¡Es  exactamente   lo  que  yo  esperaba  de   la  pintura!  Allí  estoy,  y  es  en  esa  materia  especial,   la  materia   pictórica,   que   me   siento   realizado.   Es   cierto:   pintando   monocromos   estoy  embriagado   y   satisfecho   plenamente   por   primera   vez.   ¡La   vida   del   color!   Y   eso   me  recuerda  también  a  Colombo,  los  mercaderes  de  piedras  preciosas  que  a  pedido  vaciaban  sus  bolsas  de  zafiros  o  de  aguamarinas,  de  rubíes,  que  formaban  montoncitos  relucientes  sobre  una  mesa  recubierta  de  terciopelo  sucio  incoloro.  ¡Qué  aguas!  ¡Qué  centelleo  sin  fin!  Es  eso  lo  que  quiero  encontrar  en  la  materia  colora,  esa  agua  particular  y  viva,  llena  de  lujo  y  de  serenidad  al  mismo  tiempo.    Todo  eso  es  bien  enfático  y  sin  embargo,  es  poca  embriaguez  en  relación  a  lo  que  son  los  hechos.   La   pintura   emborracha,   eso   ya   se   sabe,   y   Van   Gogh   se   comía   la   pintura   de   sus  pomos.   Es   una  droga.  Nadie   se   convierte   en  pintor:   ¡uno  descubre  de   repente   que   lo   ha  sido  desde  siempre!    

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Así   es   que   desde   hace   años   llevo   adelante   esta   aventura   y   esta   experiencia   pictórica  basada  en  los  recursos  sensoriales,  sensibles  y  plásticos  del  color  puro,  vale  decir  el  color  presentado  como  tal,  propuesto  en  sí,  a  los  lectores.      Las   proposiciones   monocromas,   así   denominadas   por   Pierre   Restany   porque   en   su  presentación   material   se   apoya   verdaderamente   en   el   color   (antes   yo   las   llamaba  simplemente  “pinturas”),  han  conservado  el  aspecto  objetivo  del  cuadro  tradicional.    Son  paneles   de  madera   o   chapadur  de   formatos   variables   (donde  por   lo   general   no  hay  relación  entre  el  formato  y  el  valor  cromático)  cuya  superficie  está  recubierta  con  una  tela  muy   fina   y   muy   tensada.   Esa   tela   está   destinada   a   recibir   “el   color”,   tras   minuciosos  preparativos.  Un  color  de  tono  continuo,  cuando  queda  fijo  después  de  la  eventual  mezcla  de   diversos   pigmentos,   es   uniforme.   Creo   que   en   el   caso   de   los   pintores   de   hoy   puede  hablarse  de  una  especie  de  alquimia,  “creada”  en  la  tensión  de  cada  instante  de  la  materia  pictórica:  una  sugestión  de  baño  en  un  espacio  más  vasto  que  el  infinito.  En  1956,  durante  mi   segunda   exhibición   en  París,   en   la   galería   Colette  Allendy,   presenté   una   selección   de  proposiciones  de  colores  y  de   formatos  diversos.  Lo  que   le   reclamaba  al  público  era  ese  “minuto   de   verdad”   del   que   hablaba   Pierre   Restany   en   su   prefacio   a   mi   muestra8,   que  permitiera   hacer   tabula   rasa   de   toda   contaminación   exterior   y   alcanzar   ese   grado   de  contemplación  donde  el  color  deviene  plena  y  pura  sensibilidad.    Desgraciadamente,  lo  que  surgió  de  las  manifestaciones  del  público  que  tuvieron  lugar  en  esa  ocasión,  y  sobre   todo  durante  un  debate  organizado  en   la  galería  de  Colette  Allendy,  fue  que  numerosos  espectadores,  prisioneros  de  una  óptica  aprendida,  seguían  siendo  más  sensibles  a  la  relación  de  las  diferentes  proposiciones  entre  ellas  (relaciones  de  colores,  de  novedad,   de   valores,   de   dimensiones   y   de   integraciones   arquitecturales):   terminaban  reconstruyendo  los  elementos  de  una  policromía  decorativa.  Eso  me  hizo  llevar  más  lejos  todavía  el   intento,  y  a  presentar,  esta  vez  en   la  galería  Apollinaire  de   la  ciudad  de  Milán,  una   exhibición   consagrada   a   eso   que  me   atreví   en   llamar  mi   época   azul.   (De   hecho,  me  había   consagrado   desde   hacía   ya   más   de   un   año   a   la   búsqueda   de   la   más   perfecta  expresión  del  “Azul”).      Esa  muestra  estaba  compuesta  de  una  decena  de  cuadros  de  color  azul  ultramar  oscuro,  todos   rigurosamente   idénticos   en   su   tono,   valor,   proporción   y   tamaño.   Esa   exhibición  incluía   diez   cuadros   en   azul   ultramar,   todos   rigurosamente   idénticos   en   su   tono,   valor,  proporción  y  tamaño.  La  apasionada  controversia  que  se  suscitó  me  demostrá  el  valor  del  fenómeno   y   la   profundidad   de   la   conmoción   que   genera   en   personas   de   buena   fe,  preparadas   para   dejar   en   suspenso   la   esclerosis   de   los   viejos   conceptos   y   sistemas   de  reglas.    A  pesar  de  todos   los  errores,   las   ingenuidades  y   las  utopías  en   las  que  vivo   inmerso,  soy  feliz  de  investigar  un  problema  de  tanta  actualidad.      En   efecto,   en   la   era   atómica   donde   todo   lo  material   podría   desaparecer   de   pronto   para  cederle  su  lugar  a  lo  más  abstracto,  podemos  permitirnos  contar  esta  historia  de  la  antigua  Persia.      Un  día,  un  flautista  se  puso  a  tocar  un  solo  y  único  sonido  continuo.    

                                                                                               8  El  título  de  la  exhibición  era  “Yves,  proposiciones  monocromas”,  y  se  realizó  en  la  galería  Colette  Allendy  del  21  de  febrero  al  7  de  marzo  de  1956.  

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Tras  hacerlo  durante  más  de  veinte  años,  su  mujer  se  atreve  a  hacerle  notar  que  los  otros  flautistas  emitían  multiplicidad  de  sonidos  armoniosos,  melodiosos,  etc.,  y  que  tal  vez  eso  podía  ser  incluso  más  interesante  y  más  variado.    A  lo  cual  el  flautista  “monótono”  le  respondió  que  no  era  su  culpa  si  “él”  había  encontrado  la  nota  que  los  otros  todavía  estaban  buscando.    Cada  una  de   esas   proposiciones   azules,   todas   en   apariencia   iguales,   fueron   sin   embargo  reconocidas  por  el  público  como  bien  distintas  unas  de  otras.  El  aficionado  pasaba  de  una  a   otra,   como   se   debía,   y   penetraba   en   estado   de   contemplación   instantánea   en   esos  mundos  del  azul.    Pero   cada  mundo  azul  de   cada   cuadro,  por  más  que   fuese  el  mismo  azul   y   tratado  de   la  misma  manera,  revelaba  ser  de  una  esencia  y  una  atmósfera  totalmente  otras:  ninguno  se  parecía,   así   como   ningún  momento   pictórico   ni   ningún  momento   poético   se   parecen.   Y  todos  eran  de  la  misma  naturaleza,  superior  y  sutil  (relevamiento  de  lo  inmaterial).    La   observación  más   sensacional   llegó   de   boca   de   los   “compradores”.   Eligieron   entre   los  once   cuadros  exhibidos,   cada   cual   el   suyo  y  pagando  el  precio  que   se  pedía.   Los  precios  eran   todos  diferentes,  por   supuesto.  Ese  hecho  demuestra,  por  una  parte,  que   la   calidad  pictórica  de  cada  cuadro  era  perceptible  por  algo  más  que  su  apariencia  material  y  física,  y  por   la   otra,   que   evidentemente   los   que   elegían   reconocían   ese   estado   de   cosas   que   yo  llamo  “sensibilidad  pictórica”.    Para  todos  los  que  me  repetían  que  después  de  eso  terminaba  todo,  que  no  había  manera  de   ir   más   lejos,   pienso   continuar   igual,   tras   haber   comprobado   la   existencia   de   la  sensibilidad   pictórica.   Por   cierto,   y   vuelvo   a   repetirlo   aquí,   era   algo   que   ya   había  denunciado   mi   maestro   Delacroix   con   el   nombre   de   “lo   indefinible”,   pero   que   yo   tuve  necesidad  de   redescubrir  por  mí  mismo  para   tomar  plena  consciencia:   la   época  azul   fue  una  iniciación  para  el  público  y  para  mí  al  mismo  tiempo.    Fue  en  esa  época  que  decidí   adentrarme  aún  más  en  ese  nuevo   terreno  conquistado:  en  definitiva,  el  cuadro  no  le  debe  su  derecho  a  vivir  más  que  al  hecho  de  que  creemos  en  lo  visible  al  mismo  tiempo  que  sentimos  bien  oscuramente  la  presencia  esencial  de  otra  cosa,  mucho  más  importante,  ¡y  a  veces  mucho  menos  visible!    Delacroix  tampoco  lo  pasa  por  alto  y  escribe  en  su  diario:  “¡Eh,  realismo  maldito!  ¿Querrías  por  casualidad  generarme  una  ilusión  tal  que  yo  logre  imaginar  que  en  realidad  asisto  al  espectáculo  que  pretendes  ofrecerme?  Es  de  la  cruel  realidad  de  los  objetos  que  yo  escapo  cuando  me   refugio   en   las   esferas   de   la   creación   artística”.   En   el   arte   actual   así   llamado  abstracto,   la   realidad   es   representada   por   objetos   psicológicos   tanto   del   reino   del  subconsciente  como  del  inconsciente.    Otra  vez  Delacroix:  “Maldito  el  cuadro  que  no  muestra  nada  más  allá  de   lo  terminado;  el  mérito  de  un  cuadro  es  lo  indefinible,  eso  que  justamente  le  escapa  a  la  precisión”.  ¿Qué  es  entonces?   “Es   eso   que   el   alma   le   ha   agregado   a   los   colores   y   a   las   líneas   para   llegar   al  alma”.    En   tiempos   de   Delacroix,   sin   dudas   la   palabra   alma   no   estaba   tan   exasperantemente  gastada  como  hoy  en  día.  Es  por  eso  que  había  evitado  utilizarla  hasta  este  momento…  Y  pienso   reemplazarla   provechosamente   por   palabras   mucho   menos   afectadas,   como   la  “sensibilidad”  humana  o  cósmica,  o  incluso  la  “energía  pura”.    

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Estoy,   por   lo   tanto,   en   busca   del   real   valor   del   cuadro,   ese   que   hace   que   dos   pinturas  rigurosamente   idénticas   en   todos   sus   efectos   visibles   y   legibles,   como   las   líneas,   los  colores,  el  dibujo,  las  formas,  el  formato,  el  espesor  de  la  pasta  y  la  técnica  en  general,  pero  pintadas  una  por  un  “pintor”  y  la  otra  por  un  hábil  “técnico”,  un  “artesano”,  o  bien  dos  que  sean  reconocidos  como  “pintores”  por  la  comunidad:  ese  valor  real  invisible  que  hace  que  uno  de  los  dos  objetos  sea  un  “cuadro”  y  el  otro  no.    El  pintor  es  ese  que  sabe  especializarse  en  ese  valor  real,  en  esa  sensibilidad  que  nace  de  la  convicción  y  del  conocimiento  de  que  si   la  materia  es  energía  concentrada,   la  conclusión  del  análisis  último  de  la  ciencia  es  que  existe  la  poesía.    También   existe   la   posibilidad   de   no   concentrar   más   la   energía   y   de   esperar,   por   esa  aparente  inacción,  la  decontracción  de  la  energía.    El   cuadro   es   energía   poética   concentrada,   o  más   precisamente,   desde   un  punto   de   vista  psicológico,  contraída  primero  en  color,  que  es  el  medio  que  se  carga  y  se  satura  mejor  de  ese   sutil   estado   de   las   cosas;   y   después   las   líneas,   el   dibujo,   la   forma   y   la   composición,  hacen  el  discurso  de  preparación  casi  para  excusar  la  intrusión  de  la  libertad  solidificada  en  la  cárcel  de  la  tradición.    Pensé  entonces  que   la  etapa  siguiente  a   la  época  azul  sería   la  presentación  al  público  de  esa  sensibilidad  pictórica,  de  esa  “energía  poética”,  de  esta  materia  libertad  impalpable  en  estado  no  concentrado,  no  contraído.    Se  trataría  de  un  cuadro  realmente  informal,  tal  y  como  es  y  como  debería  ser.  Así,  en  mi  última  exhibición  doble  en  París,  en   las  galerías   Iris  Clert  y  Colette  Allendy,  mostré  en  el  primer  piso  de  Colette  Allendy  una  serie  de  superficies  de  sensibilidad  pictórica  invisible  al  ojo,  por  supuesto,  pero  sin  embargo  muy  presente.    A   decir   verdad,   lo   que   busco   alcanzar,   mi   desarrollo   futuro,   mi   salida   de   solución   a  mi  problema,   es   ya   no   hacer   absolutamente   nada   más,   lo   más   rápidamente   posible,   pero  conscientemente,   con   circunspección   y   precaución.   Busco   ser   “liso   y   llano”.   Sería   un  “pintor”.   De   mí,   se   diría:   es   el   “pintor”.   Y   yo   me   sentiría   un   “pintor”,   uno   de   verdad,  precisamente,  porque  ya  no  pintaría,  o  al  menos  en  apariencia.  El  hecho  de  que  “yo  exista”  como  pintor  será  el  trabajo  pictórico  más  “formidable”  de  ese  momento.    Sería  como  un  poeta  que  no  escribe  poemas  y  está  mucho  más  en  la  poesía  que  un  poeta  que  termina  todas  sus  “puestas”  negro  sobre  blanco.  Es  indecente  y  obsceno  materializar  o  intelectualizar.   ¡Ya   suficientemente   sensual   es   vivir   conscientemente   en   abstracto   la  poesía,  la  pintura,  o  el  arte  mismo!    Los  pintores  no  son  creadores  en  el  sentido  primario  que  muchas  veces  querríamos  creer.  No   son  paridores  de   cuadros.   La   creación   artística,   a  mi   entender,   es  muy  distinta   de   la  procreación  animal  o  humana.  De  hecho,  ¿acaso  los  cuadros  crean?  ¿Son  capaces  de  crear  otros  cuadros  por  sus  relaciones  entre  ellos?  ¿Tienen  sexos?  ¿Son  hermafroditas?    Los  cuadros  son  presencias  vivas  y  autónomas,  y  ese  es  el  punto  crucial  de  todo  el  asunto,  que  demuestra  que  la  creación  artística  es  de  naturaleza  más  sutil,  mucho  más  sutil  de  lo  que   pensamos,   y   al  mismo   tiempo  muy   real.   Esa   idea  me   hace   pensar   en   el   entusiasmo  cátaro  de  la  Edad  Media.    Los   cuadros   crean   atmósferas,   climas   sensibles,   estados   fenoménicos   y   naturales  particulares,  perceptibles  pero  no  tangibles,  móviles  y  estáticos  a  la  vez,  ¡lanzados  fuera  de  la  fenomenología  del  tiempo!  

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 A   decir   verdad,   todos   los   objetos   y   todos   los   estados   matéricos   emanan   algo   de   esa  manera,   aunque   en  mayor   o  menor   grado.   ¡Podríamos   decir   que   los   cuadros   están  más  perfeccionados  en  su  género!    Los   pintores   deben   parecerse   a   sus   cuadros,   que   para   ellos   terminan   convirtiéndose   en  cierto  sentido  en  ejemplos,  ya  que  crean,  procrean  el  arte,  o  más  bien  no,  es  la  vida  misma  lo  que  ellos  crean,  la  vida  primera,  la  vida  en  sí.  ¡Los  verdaderos  cuadros  crean  algo  que  es  la  superación  de  la  problemática  del  arte!  Emanan  esa  sustancia  fenoménica  que  podemos  llamar   ya   sea   sensibilidad   pictórica,   libertad   en   estado   matérico   primero,   o   lisa   y  llanamente  vida,  especializada  y  comestible  para  nuestros  sentidos  superiores,  percepción  de  estados  de  cosas  abstractas  y  puras.    Es   por   eso   que   yo   suelo   repetir,   para   desprecio   y   burla   de   mis   colegas,   que   al   pintar  debemos  poner   lo  mejor  de  nosotros  sólo  y  únicamente  en   la  especialización  del  espacio  que  es  el  hecho  de  pintar.    Así   los   cuadros   dan   el   ejemplo   a   los   pintores   que   los   producen,   ya   que   ellos   no   pintan  cuadros,  no  tienen  necesidad  de  eso  para  asegurarse  de  que  existen  y  que  son  capaces,  a  su  vez,  de  crear.  Rescatados  del  mundo  psicológico,  lo  saben  y  son  simplemente,  al  igual  que  sorprendentemente,  cuadros.    En  ese  grado  de  sensibilidad  (y  por  favor  no  confundir  con  sensiblería),  podemos  hacer  la  experiencia   de   retirar   un   cuadro,   uno   “verdadero”,   de   la   habitación   donde   ya   ha   estado  suficiente  tiempo  como  para  haber  especializado  la  atmósfera  que  lo  rodea,  y  de  inmediato  nos  daremos  cuenta  de  que   falta,  ya  que  su  presencia  efectiva  era  muy   fuerte  por  efecto  psicológico   del   apoyo   material   que   representa,   y   así   asomarnos   al   vacío   lleno   de   la  sensibilidad  pictórica.  Pero   después   de   un   tiempo   acostumbrados   a   su   ausencia,   percibiremos   una   nueva  presencia  emanada  y  creada  por  él  durante  su  estadía  física  pasada.  Esa  presencia  será,  de  alguna  manera,  una  presencia-‐presencia,  y  existirá  en  sí,  autónoma  y  distinta  de  todos  los  otros  estados  de  cosas  en  la  habitación  donde  falta  el  cuadro.    Y  se  tratará  de  una  creación  de  arte,  de  arte  puro  y  verdadero,  y  ya  no  será  una  sugestión  de  esto  o  de  aquello,  pictórica,  de  cristalización  de  deseos,  de  un  estado  psicológicos,  etc.,  etc.    El  rol  de  la  pintura  en  la  sociedad  futura  será  vivir  en  “externo”,  “dentro”  de  la  colectividad  de   la   cual   especializará,   por   su   presencia,   los  mejores   estados,   los  más   puros   y   los  más  sutiles  de  su  sensibilidad  y  de  su  atmósfera,  ¡para  que  esta  sea  sana,  alegre  y  simplemente  buena!    Y  entonces  podremos  decir  que  la  pintura,  como  la  poesía,  es  “el  arte  de  crear  almas  para  que  le  hagan  compañía  a  las  almas”.    Un  pintor  que  colabore  con  un  arquitecto  en  la  decoración  de  una  construcción  nueva,  por  ejemplo,   ya   no   pintará   decoraciones   murales   figurativas,   ni   abstractas   o   monocromos  sobre   las   paredes,   sino   que   con   su   colaboración   con   el   arquitecto   aportará   con   su  presencia  una  sensibilidad,  una  vida  sensible,  un  calor,  que  al  edificio  por  sí  mismo  y  en  colaboración  con  sus  habitantes  le  llevaría  mucho  tiempo  adquirir,  y  seguramente  no  con  ese  carácter  de  dulzura,  de  bondad,  de  fabulosidad,  de  maravilla  y  rareza  que  le  conferirá  el  pintor  del  futuro  con  su  sola  presencia  efectiva,  de  tanto  en  tanto,  en  el  edificio  durante  su  construcción.    

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El  edificio  será  decorado  de  materia  “pictórica  sensible”.  Así,  el  arquitecto  moderno  podrá  finalmente,  a  su  manera,  pensar  exclusivamente  en  lo  estrictamente  utilitario,  y  dejarle  al  artista  pintor  la  creación  del  clima  de  vértigo  poético  pictórico  en  toda  la  atmósfera  de  la  nueva  construcción.    Será  un   “realismo-‐maravilloso”,   algo   fantástico  en  el   siglo  XX,  arte-‐ciencia,   “fuego  y  agua  mezclados”.  Delacroix,  por  quien  decididamente  siento  cada  vez  más  simpatía,  recoge  en  sus  diarios  una  conversación  que  tuvo  con  Chopin:  “Le  pregunté  qué  era  lo  que  establecía  la   lógica  de   la  música.  Él  me  dio  a  entender  que  era   la   armonía  y  el   contrapunto,  que   la  fuga  era  algo  así  como  la  lógica  pura  de  la  música,  y  que  al  conocer  el  arte  de  la  fuga,  uno  conoce  el  elemento  de  toda  razón  y  de  toda  consecuencia  en  música.  Pensé  en  lo  feliz  que  me   habría   hecho   estudiar   todas   esas   cosas   que   desalientan   a   los  músicos   vulgares.   Ese  sentimiento   me   dio   una   idea   del   placer   que   los   sabios   dignos   de   ser   llamados   tales  encuentran   en   la   ciencia.   Y   es   que   la   verdadera   ciencia   no   es   lo   que   comúnmente  entendemos  con  esa  palabra,  vale  decir,  un  parte  del  conocimiento  diferente  al  arte.  No:  la  ciencia  vista  de  esa  manera,  demostrada  por  un  hombre  como  Chopin,  es  el  arte  mismo,  y  por  el   contrario,   el   arte  ya  no  es   lo  que  cree  el  hombre  vulgar,   vale  decir,  una   suerte  de  inspiración  que  viene  de  quién  sabe  dónde,  que  marcha  al  azar  y  no  muestra  más  que  el  exterior  pintoresco  de   las   cosas.  Es   la   razón  misma  adornada  por  el   genio,  pero  muchas  veces   una  marcha   necesaria   y   contenida   en   las   leyes   superiores.   Y   eso  me   reenvía   a   la  diferencia   entre  Mozart   y  Beethoven.  Ahí  donde  Beethoven  es   confuso  y  parece   falto  de  unidad,  me  dijo  Chopin,  no  se  trata  de  una  pretendida  originalidad  un  poco  salvaje  por  la  que   le   hacemos   los   honores:   es   ahí   donde   él   les   da   la   espalda   a   los   principios   eternos.  Mozart   jamás.   Cada   una   de   sus   partes  marchan  de   acuerdo  unas   con   otras   y   forman  un  canto  y  lo  siguen  a  la  perfección:  es  el  contrapunto,  punto  contra  punto.  Chopin  me  dijo  que  se  tenía  la  costumbre  de  aprender  primero  los  acordes  y  luego  el  contrapunto,  vale  decir,  la   sucesión  de  notas  que   llevan  a   los  acordes.  Berlioz  plasma   los  acordes  y  rellena  como  puede  los  intervalos.  Esos  hombres  enamorados  fuertemente  del  estilo,  que  prefieren  ser  bestias  antes  que  no  tener  un  aire  de  seriedad”.    He   aquí   una   hermosa   conversación   digna   de   artistas   de   verdad.   Artistas   que   sienten   y  buscan   verdaderamente,   que   no   se   quedan   ahí,   serios   y   misteriosos   solamente   en  apariencia,   para   esconder   su   incompetencia   y   su   falta   de   comprensión.   Y   qué   puedo  decirles,  yo  respeto  a  Delacroix  por  su  conciencia  realista  de  verdadero  hombre  del  arte  y  no  tanto  por  su  pintura  en  sí,  que  sin  dejar  de  ser  importante,  en  mi  opinión  no  es  la  más  importante.    Por  la  actitud  sensible  y  espiritual  que  se  revela  en  sus  cartas,  Delacroix  es  para  mí  uno  de  los  más  grandes  hombres  en  estado  de  “pintor”.    Esto  es  lo  que  dice  de  toda  esa  pobre  gente  que  piensa  que  hablar  de  arte  es  imposible,  es  tabú,  es  algo   indecente  y  prohibido  para  un  pintor  verdaderamente   inspirado:   “En   todas  las   artes,   no   bien   aparece   el   estilo,   el   carácter,   en   una   palabra,   lo   serio,   el   resto  desaparece”.    Detesto   a   los   artistas  que   se   vacían  en   sus   cuadros,   como   suele   ser   el   caso   actualmente.  ¡Qué  morbosidad!   En   vez   de   pensar   en   lo   bello,   en   el   bien,   en   la   verdad,   ellos   plasman,  eyaculan,  escupen  toda  su  horrible,  podrida  e  infecciosa  complejidad  en  sus  cuadros,  como  para  aliviarse  y  cargar  a   “los  otros”,   “los   lectores”,   con  sus  obras,   tirarles  el   fardo  de  sus  frustraciones.    Yo  a  mis  cuadros  los  realizo  muy  rápido,  en  muy  poco  tiempo.    

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Cuando   trabajo   mucho   en   cada   cuadro,   en   su   materia,   es   cuando   no   estoy   inspirado,  cuando  estoy  vacío  y  desmoralizado,  debilitado  psíquicamente.  Vuelvo  a  comenzar  una  y  otra  vez,  me  equivoco,  vuelvo  sobre  cosas  viejas.  Pero  cuando  todo  va  bien,  cuando  estoy  en   forma,   los   buenos   cuadros   salen   a   toda   velocidad,   sin   vacilaciones,   directamente,   y  quedo  satisfecho.  Eso  me  cansa,  pero  es  cansancio  del  bueno.      Fue   en   1947   que  me   llegó   “la   idea”,   la   visión   consciente   “monocroma”.   Debo   decir   que  llegó  más  bien  intelectualmente,  resultado  de  todas  mis  apasionadas  búsquedas  de  aquel  entonces.    Judo   (1946),   cosmogonía  de   rosacruz   (1947)   (interpretación  de  Max  Heindel,  Oceanside  California),   jazz,   yo   tocaba   el   piano   y   soñaba   con   tener   una   gran   orquesta,   componer  música   de   una   sola   nota,   “una   gran   sinfonía   monótona”   (aunque   no   por   eso  necesariamente  con  espíritu  ni  ritmo  de  jazz)  con  una  sola  masa  musical   impregnándose  en  el  espacio,  acompañando  como  melodía,   fundida  en  una  sola  y  única  nota  continua  de  principio   a   fin.   (De   hecho,   dos   años   más   tarde,   en   1949,   creé   esa   gran   sinfonía).   Ese  “sonido”  continuo  no  tenía  ataque  ni  fin  por  medio  de  un  procedimiento  electrónico,  y  de  ese  modo  salía  del  espacio  quedándose  al  mismo  tiempo  en  él,  y  volvía  a  penetrarlo  para  volver  al  silencio.  Duración:  veinte  minutos  (originalmente,  cuarenta  minutos,  pero  eso  no  tiene  importancia,  ya  que  un  sonido  continuo  estirado  y  privado  de  su  ataque  y  de  sin  fin  creaba   una   sensación   de   vértigo,   de   aspiración   de   la   sensibilidad,   fuera   del   tiempo:   esa  sinfonía  no  existía  y  a  su  vez  estaba  ahí,  saliendo  de  la  fenomenología  del  tiempo,  porque  no  había  nacido  ni  muerto  después  de   existir   en   el  mundo  de  nuestras  posibilidades  de  percepción  conscientes.  Era  silencio,  ¡presencia  audible!).    También  en  esa  época  (1946-‐1947),  yo  pintaba  y  dibujaba,  pero  poco,  ya  que  el  hecho  de  que   mi   padre   y   mi   madre   fuesen   pintores   me   irritaba   y   me   alejaba   de   la   pintura.   Sin  embargo,  y  a  causa  de  eso  mismo,  gracias  a  ellos  yo  estaba  al  corriente  de   las   ideas  más  extremas  de  la  vanguardia  de  la  pintura.  Yo  buscaba,  justamente  a  causa  de  eso,  ir  aún  más  allá  inconscientemente.    Esas  eran   las  circunstancias  cuando  no  sé  bien  por  qué  mis  búsquedas  me  condujeron  a  pintarrajear  al  gouache  superficies  compuestas  de  manchas  monocromas  con  una  especie  de   estilo   puntillista,   pero   con   un   solo   color.   A   continuación,   gracias   a   la   fuerza   y   la  temeridad  de  mi  juventud,  supongo,  decidí  mandar  todo  al  diablo  y  llenar  la  superficie  de  un  solo  color  rigurosamente  monocromo  y  continuo.    Sin   embargo,   no   fue   en   ese   época   que   tomé   conciencia   del   valor   de  mi   descubrimiento,  sino  dos  años  más  tarde,  en  1949.    Fue  verdaderamente  entonces  que  para  mí  se  hizo   la   luz  en  ese  campo.  Todas  mis   ideas  habían  madurado  un  poco,  sobre  todo  esa  en  particular.    Viajé   súbitamente   a   Inglaterra   con  mi   amigo   de  Niza,   Claude   Pascal:   habíamos   decidido  estudiar   dos   idiomas,   inglés   y   español,   residiendo   respectivamente   en   ambos   países.  Después  íbamos  a  irnos  juntos  a  Japón  a  caballo,  por  el  judo,  saliendo  de  España  a  través  de   Marruecos,   lugar   en   el   que   todavía   era   posible   conseguir   buenos   caballos   por   poco  dinero.    El  proyecto  estaba  muy  afianzado  en  nuestro  espíritu  y  lo  habríamos  llevado  íntegramente  a   cabo   si   Claude   no   hubiese   caído   gravemente   enfermo   a   nuestro   regreso   de   Londres,  hacia  fines  de  1950.      

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Hasta   nos   habíamos   sometido   a   un   largo   y   serio   entrenamiento   de   equitación   a   tales  efectos  en  Irlanda,  en  el  Curragh,  detrás  de  Dublín,  montados  a  caballo  durante  seis  meses  de  la  mañana  a  la  noche.    En   Londres   durante   casi   un   año,   trabajé   clandestinamente   para   ganarme   la   vida   en   el  negocio  de  un  amigo  de  mi  padre,  el  fabricante  de  marcos  Robert  Savage,  en  Old  Brompton  Road.  Fue  ahí,  mientras  preparaba  cola  de  pegar,  colores  y  barnices,  marcos  a  dorar,  que  me  acerqué  a  la  materia  y  la  manipulé  en  cantidad.  Y  también  al  aplicar  capa  sobre  capa  en  los  marcos,  al  pulirlos,  teniendo  cuidado  de  no  dejar  ni  una  mota  de  materia  indeseada  ni  la  menor  irregularidad,  en  la  cola  de  pegar  yo  veía  un  bello  blanco  puro,  neto  y  seco.  Y  con  la   segunda   capa,   era   o   un   gris   rojo   muy   pálido   o   un   rosa   claro.   Había   que   acercarse  contantemente  hasta  muy  cerca,  a  cuatro  o  cinco  centímetros  de  la  misma  superficie,  para  inspeccionar  en  detalle  (mi  vista  estaba  en  perfectas  condiciones)  y  verificar  que  estuviese  bien  pareja,  enguatada,  suave,  o  deliberadamente  rugosa.    ¡Y  el  oro!  ¡Eso  sí  era  algo!  Hojas  que  volaban  literalmente  ante  la  menor  corriente  de  aire,  sobre   el   plato   almohadillado   que   sosteníamos   con   una   mano   mientras   con   la   otra  intentábamos  atraparlas  al  vuelo  con  el  cuchillo.  Y  después  hay  que  pasarse  el  peine  en  el  pelo.  La  hoja  se  posa  delicadamente  sobre  la  superficie  a  dorar,  cubierta  previamente  con  un  plato  y  mojada  cada  vez  en  agua  gelatinosa.  ¡Qué  materia!  ¡Qué  maravillosa  escuela  del  respeto  a  la  materia  pictórica!  Finalmente,  llegaba  el  pulido  con  piedra  de  ágata,  etc.    La  iluminación  de  la  materia  en  su  cualidad  física  profunda,  la  recibí  ahí,  durante  ese  año  que   pasé   en   “Savage”.   Cuando   volvía   a   mi   casa   a   la   noche,   en   mi   cuarto   pintaba  monocromos  sobre  pedazos  de  cartón  blanco  y  usaba  más  y  más  el  pastel.  ¡Me  encantaban  los  tonos  del  pastel!  Me  parecía  que  en  la  materia  pastel,  cada  grano  de  pigmento  quedaba  individualmente   libre,   sin   que   lo   matara   la   fijación,   y   yo   lamentablemente   di   muerte   a  varios   de   gran   tamaño,   o   bien   los   fijaba   con   vaporizador,   que   los   hacía   perder   todo   su  brillo   y   rebajaba   el   tono,   o   bien  no   los   fijaba,   y   se   deterioraban   irremediablemente   y   se  cubrían   de   polvo   poco   a   poco   y   entonces   la   belleza   del   color   seguía   ahí,   pero   ya   sin   su  fuerza  pictórica.    No  me  gustaban  los  colores  de  pigmentos  al  óleo.  Me  parecían  muertos.  Nada  me  gustaba  más  que  los  pigmentos  puros  en  polvo,  como  solía  vérselos  en  los  negocios  de  venta  al  por  mayor.   Tenían   un   brillo   y   una   vida   propia   y   autónoma   extraordinarios.   Era  verdaderamente  el  color  en  sí  mismo.  La  materia  colora  viva  y  tangible.    Lo   que   me   desolaba   era   ver   que   ese   polvo   incandescente,   una   vez   mezclado   con   un  pegamento  o  cualquier  otro  medio  destinado  a  fijarlo  al  soporte,  perdía  todo  su  valor,  se  desteñía,  bajaba  de  tono.  Se  podían  obtener  efectos  de  empaste,  pero  al  secarse  ya  no  era  lo  mismo:  la  magia  efectiva  color  había  desaparecido.    Cada  grano  de  polvo  parecía  haber  sido  víctima  del  pegamento  o  de  cualquier  ingrediente  destinado  a  unirlo  tanto  a  los  otros  granos  como  al  soporte.    Atraído   irresistiblemente   por   esa   nueva   materia   monocroma,   decidí   investigar   las  necesidades  técnicas  para  encontrar  un  medio  capaz  de  fijar  el  pigmento  puro  al  soporte  sin   alterarlo.   El   valor   color   quedaría   entonces   representado   de   una   manera   pictórica.  Evidentemente,  la  posibilidad  de  dejar  los  granos  de  pigmento  en  total  libertad,  tal  y  como  se  encuentran  en  el  polvo,  mezclados  tal  vez,  pero  independiente,  y  al  mismo  tiempo  todos  parecidos,  me  seducía  bastante.  “El  arte  es  la  libertad  total,  es  la  vida;  desde  el  momento  en  que  aparece  el  encarcelamiento  que  sea,  hay  un  atentado  contra  la  libertad,  y  la  vida  se  achica  en  función  del  grado  de  encarcelamiento.”    

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Para   dejar   en   libertad   el   polvo   pigmento   que   había   descubierto   en   los   comerciantes   de  colores,   y   al   mismo   tiempo   representarlos   en   forma   de   cuadros,   habría   bastado   con  esparcirlo  simplemente  por  el  suelo.  La  fuerza  de  atracción  invisible  lo  habría  retenido  en  la  superficie  del  suelo  sin  alterarlo.  Por  entonces,  yo  no  consideraba  esa  solución  posible  y  sobre  todo  aceptable  para  el  público  de  las  artes  plásticas,  por  informal  que  sea.  También  me  puse  a  trabajar  según  la  forma  pictórica  clásica,  vale  decir,  ¡me  puse  a  pintar  cuadros  monocromos!    La   técnica   era   y   es   todavía,   aunque   actualmente   ya  muy  perfeccionada,   la   siguiente:  me  contentaba   con   quedarme   en   el   formato   clásico,   rectangular,   para   no   ser   chocante  psicológicamente  con  el  lector,  quien  de  esa  manera  se  veía  frente  a  una  superficie  colora  y  no  una  forma  colora  plana.  Lo  que  yo  quería  por  entonces  era  presentar,  de  una  manera  un  poco  artificiosa  tal  vez,  una  apertura  sobre  el  mundo  del  color  representado,  una  ventana  abierta   a   la   libertad   de   impregnarse   de  manera   infinita   y   sin   límite   en   el   estado   coloro  inconmensurable.  Mi  objetivo  era  ofrecerle  al  público  una  posibilidad  de  iluminación  de  la  materia  pictórica  colora  en  sí,  que  hace  todos  los  estados  de  las  cosas  físicas,  piedra,  roca,  botellas,   nubes,   puedan   convertirse   en   objeto   de   viaje   por   impregnación   para   la  sensibilidad  humana  del  lector  en  la  sensibilidad  cósmica,  sin  límites,  de  toda  cosa.  Un   lector   ideal   como   ese,   frente   a   una   de  mis   superficies   coloras   se   volvía   entonces,   en  sensibilidad   solamente,   por   supuesto,   “extradimensional”   a   tal   punto  que  estaba   “todo  y  del  todo”  impregnado  de  la  sensibilidad  del  universo.      Alquimia    Los  buenos  hombres  de  negocios  son  alquimistas  en  su  género,  al  igual  que  los  artistas  en  el  suyo.  Todo  lo  que  tocan,  todo  aquello  a  lo  que  se  acercan  o  que  capta  su  interés  produce,  reporta  o  se  convierte  en  dinero  u  oro.  Es  una  suerte  de  piedra  filosofal  que  ellos  mismos  han  desarrollado  inconscientemente  y  que  les  confiere  a  veces  ese  poder  extraordinario.      El  oro  de  los  antiguos  alquimistas  puede  extraerse  efectivamente  de  cualquier  cosa.  Pero  lo  difícil  es  descubrir  el  don  de  la  piedra  filosofal  que  existe  en  cada  uno  de  nosotros.        Lo  mismo   les   ocurría   a   los   pintores  más   grandes   y  más   clásicos,   como  Rembrandt,   por  ejemplo:  él  sabía  que  debía,  a   los  ojos  de  todos,  pintar  y  representar  personajes,  objetos,  paisajes,   tal   y   como   la   gente   de   su   época   los   veía   o   se   veía,   para   ser   aceptado   en   la  sociedad-‐colectividad   en   la   que   vivía,   pero   en   realidad   el   cuadro   era   alquímico   y  atemporal.  No  representaba  nada  realista.  Era  una  presencia  pictórica  creada  por  el  pintor  que   sabía   especializar   una   superficie   para   convertirla   en   una   especia   de   película  fotográfica  muy  sensible,  destinada  no  a   fotografiar  como  una  máquina,  sino  destinada  a  ser   un   testimonio   presente   del   momento   poético   pictórico:   la   inspiración,   el   estado   de  comunión  y  de  iluminación  en  presencia  de  todo,  del  artista.      El  cuadro  había  visto,  por  un  instante,  lo  “indefinible”  entre  un  hombre  vivo  poéticamente  libre  y  sí  mismo,  y  se  convertía  para  la  eternidad  perecedera  de  los  siglos,  el  testimonio  del  “momento  pictórico”.    Del  mismo  modo,  los  alquimistas  no  buscaban  la  fórmula  de  la  trasmutación  de  los  metales  en  oro  más  de   lo  que   los  pintores  buscaban   la   semejanza  en   sus   retratos,   la  perspectiva  perfecta  del  paisaje  que  representaban  en  sus  cuadros.  En  la  Edad  Media,   los  alquimistas  debían   tener   una   buena   razón,   válida   a   los   ojos   del   gran   público,   para   manipular   sus  frascos,  sus  hornillos  y  demás  instrumentos  extraños  y  maravillosos,  sin  la  cual  corrían  el  riesgo  de  ser  tildados  de  hechiceros  y  en  aquella  época  eso  no  se  perdonaba.    

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Esta  piedra  filosofal,  ese  don  personal  es  el  que  nos  permite  convertir  o  transmutar  en  oro  cualquier  estado  de  cosas  de  la  naturaleza  bien  definida,  exterior  a  uno,  pero  exactamente  hecha   para   uno.   El   descubrimiento   de   la   piedra   filosofal   que   lleva   en   sí   es   un   segundo  nacimiento  en  la  vida  de  un  hombre,  es  un  sentido  realista  de  los  estados  de  cosas,  es  una  elección,  un  acuerdo  armonioso  entre  la  naturaleza,  el  universo  y  todo  su  ser.    Mi   visión   nada   tiene   que   ver   con   aquella   de   Malevich,   ni   tampoco   incluso   con   la   de  Mondrian.    Es  el   color  por   sí  mismo   lo  que  yo  quiero  establecer  en   tanto  presencia.  A  continuación,  está   el   problema   pictórico:   hasta   ahora,   no   sabía   bien   si   el   pintor   que   la   realiza   puede  transmutar,   justamente   por   su   calidad   de   creador,   esa  materia   impalpable,   esa  materia  pictórica  viva  que  impregna  el  cuadro  y  le  confiere  la  vida  eterna  o  al  menos  permanente  en  función  de  su  duración  de  existencia  perecedera.    El  resto,  todos  esos  retrocesos  estúpidos,  como  un  cierto  número  de  líneas  y  de  formas  y  de  colores  reunidos  en  cierto  orden,  nada  de  todo  eso  pertenece  al  dominio  del  arte.  Por  supuesto  que  está  bien,  pero  no  es  lo  esencial  de  la  pintura.    Lo   esencial   de   la   pintura,   eso   que   “es   algo”,   ese   pegamento   etérico,   ese   producto  intermedio  que  el  artista  exuda  de  todo  su  ser  creador  y  que  tiene  el  poder  de  situar,  de  incrustar,  de  imbuir  en  la  materia  pictórica  del  cuadro.    El   fenómeno   propio   de   todos   los   verdaderos   artistas   y   que   por   lo   tanto   no   sería  únicamente   pictórico   o   al  menos   no   reservado   a   los   pintores   sino  más   bien   a   todos   los  artistas  que  saben  impregnar  sus  obras  de  vida  irradiante,  de  poesía  pura,  o  incuso,  dicho  de   otra   manera,   quienes   son   artistas   son   quienes   saben   darle   y   fijarle   un   alma   a   su  creación:  ¡esa  es  la  auténtica  creación!          

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La  superación  de  la  problemática  del  arte      Yves  Klein  Artista  pintor  Cinturón  negro  cuarto  dan  de  yudo  Graduado  del  Kôdôkan  de  Tokio,  Japón    No   alcanza   con   decir   o   escribir:   “Yo   superé   la   problemática   del   arte”.   Hay   que   haberlo  hecho.  Y  yo  lo  hice.    Para  mí,  actualmente  la  pintura  ya  no  está  en  función  del  ojo.  Está  en  función  de  la  única  cosa  en  nosotros  que  no  nos  pertenece:  nuestra  Vida.    Así  fue  que  ocurrieron  las  cosas:  En  1946,  yo  pintaba  ya  fuese  bajo  la  influencia  de  mi  padre,  pintor  figurativo,  paisajes  con  caballos   o   escenas   de   playa;   ya   fuese   bajo   la   influencia   de  mi  madre,   pintora   abstracta,  composiciones   de   formas   y   colores.   En   esa  misma   época,   el   “color”,   el   espacio   sensible  puro,  se  aferraba  a  mi  ojo  de  manera  irregular  pero  obstinada.  Esa  sensación  de  libertad  total  del  espacio  sensible  puro  ejercía  sobre  mí  tal  poder  de  atracción  que  yo  pintaba  mis  superficies  monocromas  para  ver  con  mis  propios  ojos  eso  de  absoluto  que  tiene  lo  visible.  En  aquel  entonces  no  consideraba  esas  intentos  como  una  posibilidad  pictórica,  hasta  que  un  día,  un  año  después,  me  dije:  “¿Por  qué  no?”.  En  la  vida  de  un  hombre,  el  “por  qué  no”  lo  decide  todo,  es  el  destino,  la  señal  para  el  creador  en  ciernes  que  indica  que  el  arquetipo  de  un  nuevo  estado  de  cosas  está  listo,  que  ya  ha  madurado,  que  puede  surgir  al  mundo.    Sin  embargo,  nada  le  mostré  al  mundo  de  inmediato.  Esperé.  “Estabilicé”  la  cosa.  Estoy  en  contra  de  la  línea  y  de  todas  sus  consecuencias:  contornos,  formas,  composición.  Todos  los  cuadros,  sean  cuales  fueran,  figurativos  o  abstractos,  me  producen  el  efecto  de  ventanas  de  prisión  cuyos  barrotes  son  precisamente  las  líneas.  Muy  por  el  contrario,  en  el  color,  en  la  dominante,  ¡está  la  libertad!  El  lector  de  un  cuadro  con  líneas,  formas,  composición,  queda  preso  de  sus  cinco  sentidos.    Desemboqué   entonces   en   el   espacio  monocromo,   en   el   todo,   en   la   sensibilidad  pictórica  inconmensurable.   No   desemboqué   allí   encerrado   en   mi   personalidad,   no.   Me   sentí  impregnado   volumétricamente,   fuera   de   toda   proporción   y   dimensiones,   en   el   todo.  Encontré,  o  más  bien  fui  tomado  por  la  presencia  de  muchos  habitantes  del  espacio,  pero  ninguno  era  de  naturaleza  humana:  nadie  había  estado  ahí  antes  que  yo.    Es   por   eso   que   el   espacio   me   concedió   el   derecho   de   ser   “propietario”   o   más   bien  “copropietario”   junto   a   otros,   por   supuesto,   pero   que   no   tenían   nada   que   ver   con   los  humanos.  Y  el  espacio  consintió  en  querer  manifestar  su  presencia  en  mis  cuadros,  a  fin  de  constituir  en  actos  notariales  de  propiedad  mis  documentos,  mis  pruebas,  mis  diplomas  de  conquistador.  No  soy  solo  el  propietario  del  Azul,  como  bien  podría  creerse  hoy  en  día,  no:  soy  el  propietario  del  “color”,  porque  el  color  es  el  lenguaje  de  los  actos  legales  del  espacio.  Por  supuesto  que  mi  inconmensurable  propiedad  no  es  “solo  color”,  sino  que  simplemente  “es”  y  punto.  Mis  cuadros  están  ahí  solamente  como  mis  títulos  visibles  de  propiedad.    Si   cuando   llegué,   totalmente   sorprendido   a   ese   espacio   total,   ya   hubiese   habido   allí   un  hombre,  no  habría  sentido  esa  inaudita  sensación  de  libertad  absoluta  con  la  que  soñaban,  encerrados  desde  siempre  en   la  poética  pintoresca,  algunos  de  mis  predecesores:   fue  así  que  se  me  concedieron  los  derechos  de  los  que  hice  uso  a  continuación.    

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Durante  ese  periodo  de  condensación,  hacia  1947  y  1948  creé  una  sinfonía   “monótona”,  cuyo  tema  era  eso  que  yo  quería  que  fuese  mi  vida.    Esa   sinfonía   de   cuarenta   minutos   de   duración   (aunque   eso   no   tiene   importancia,   y   ya  veremos   por   qué),   estaba   constituida   por   un   solo   y   único   “sonido”   continuo,   estirado,  privado  de  su  ataque  y  de  su  coda,  lo  que  genera  una  sensación  de  vértigo,  de  aspiración  de   la   sensibilidad   fuera   del   tiempo.   Esa   sinfonía   no   existe   y   al   mismo   tiempo   está   ahí,  salida  de  la  fenomenología  del  tiempo,  porque  no  nació  ni  murió  nunca,  después  de  existir,  sin   embargo,   en   el   mundo   de   nuestras   posibilidades   de   percepción   conscientes:   es   el  silencio…  presencia  audible.    En  1955  expongo  en  París  una  veintena  de  cuadros  monocromos  de  diversos  colores.  En  esa  ocasión,  advertí  de  inmediato  algo  importante:  en  presencia  del  cimacio  del  que  están  colgados  varios  lienzos  de  diferentes  colores,  el  público  reconstituye  los  elementos  de  una  policromía  decorativa.  Prisionero  de  su  óptica  aprendida,  ese  público,  por  más  que  selecto,  no   llegaba   a   situarse   en   presencia   del   “color”   de   un   solo   cuadro.   Fue   eso   lo   que  desencadenó  mi  ingreso  en  el  periodo  Azul.    A  través  del  Azul,  el  “gran  color”,  me  acerco  más  y  más  a  “lo  indefinible”  del  que  hablaba  Delacroix  en  su  Diario  como  único  y  verdadero  “mérito  de  un  cuadro”.    Presentado  en  1957  en  París  en  la  galería  Clert  y  en  la  galería  Colette  Allendy,  el  periodo  Azul  fue  mi  iniciación.  Me  doy  cuenta  de  que  mis  cuadros  no  son  más  que  las  “cenizas”  de  mi  arte.    La  auténtica  cualidad  del  cuadro,  su  “ser”  mismo  una  vez  creado,  se  encuentra  más  allá  de  lo  visible,  en  la  sensibilidad  pictórica  en  su  estado  de  materia  prima.    Fue  así  que  decidí  presentar  en  la  galería  Iris  Clert  el  “Azul  inmaterial”.    El   objetivo   de   esa   tentativa:   crear,   establecer   y   presentar   al   público   un   estado   pictórico  sensible   dentro   de   los   límites   de   una   sala   de   exhibición   de   cuadros.   En   otras   palabras,  creación   de   un   ambiente,   un   clima   pictórico   real   y   a   causa   de   eso  mismo,   invisible.   Ese  estado  pictórico  invisible  en  el  espacio  de  la  galería  debe  ser  literalmente  eso  que  hasta  el  momento   se   ha   ofrecido   como   la   mejor   definición   de   la   pintura   en   general:   una  “irradiación”.    Invisible  e  intangible,  esa  inmaterialización  del  cuadro  debe  producirse  si  la  operación  de  creación   se   logra   sobre   los  vehículos  o   cuerpos   sensibles,   los  visitantes  de   la   exhibición,  con   mucha   más   eficacia   que   sobre   los   habituales   cuadros   físicos,   comunes   y  representativos  que,   cuando   son   evidentemente  buenos   cuadros,   también   están  dotados  de   esa   esencia   pictórica   particular,   de   esa   presencia   afectiva,   en   una   palabra,   de  sensibilidad,   pero   transmitida   por   la   sugestión   de   apariencia   física   y   psicológica   del  cuadro,  líneas,  contornos,  formas,  composición,  oposición  de  colores,  etc.  Ahora  ya  no  hay  más   intermediarios:   nos   encontramos   literalmente   impregnados   del   estado   sensible  pictórico  especializado  y  estabilizado  previamente  por  el  pintor  en  el   espacio  dado,  y  es  una   percepción-‐asimilación   directa   e   inmediata   ya   sin   ningún   efecto,   ni   truco,   ni  superchería.    A   esos   efectos,   por   lo   tanto,   componemos   con   Iris   Clert   la   tarjeta   de   invitación   para   la  inauguración   de   la   muestra,   con   un   texto   de   Pierre   Restany.   Ese   texto   brillantemente  lacónico  es  muy  claro  y  decidimos,  vista  la  importancia  de  esa  exhibición  para  la  historia  del  arte,  imprimirlo  sobre  un  papel  de  formato  informal  pero  “en  inglés”,  por  lo  solemne,  y  sobre   todo   en   relieve,   para   que   los   ciegos   puedan   leerlo   (¡si   al   final   son   todos   ciegos!),  

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dicho  esto  sin  la  menor  intención  peyorativa  o  agresiva.  La  tinta  empleada  sería  azul,  por  supuesto,  impresa  sobre  papel  blanco.    Ese  método  en  apariencia  simbolista  no  lo  es  en  realidad,  ya  que  de  hecho  todo  ocurre  en  el   espacio.   Es  más   bien   para   dar   un   anticipo   de   lo   que   será   la   Exhibición:   de   hecho,   un  espacio  de  sensibilidad  azul  en  el  marco  de  las  paredes  blancas  de  la  galería.  (La  sangre  del  cuerpo   de   la   sensibilidad   es   azul).   Decidimos   también   enviar   las   invitaciones   en   sobre  timbrado  con  la  temible  estampilla  Azul  de  la  época  azul  del  año  anterior.    Iris  Clert  tiene  el  honor  de  invitarlos,  con  presencia  efectiva,  al  advenimiento  lúcido  y  positivo  de   cierto   reino   de   los   sensible.   Esa   manifestación   de   síntesis   perceptiva   sanciona   en   Yves  Klein   la   búsqueda   pictórica   de   una   emoción   extática   e   inmediatamente   comunicable.  (Inauguración,  lunes  28  de  abril  de  21:00  a  24:00,  rue  del  Beaux-‐Arts  número  3).                   Pierre  Restany    Se   envían   3500   invitaciones,   3000   de   ellas   dentro   mismo   de   París.   Decidimos   además  adjuntar  una  especie  de  bono  de  entrada  gratuito,  ya  que  sin  ese  pequeño  papel  especial,  el  precio  del  ingreso  será  de  1500  francos  por  persona.  

 Invitación  para  dos  personas  del  28  de  abril  al  5  de  mayo  

para  toda  persona  no  munida  de  esta  invitación,  el  precio  de  la  entrada  

es  de  1500  francos    Esa  maniobra  es  necesaria  porque  por  más  que  toda  la  sensibilidad  pictórica  que  expongo  esté  en  venta  en  fragmentos  o  en  un  solo  bloque,  los  visitantes  dotados  de  un  cuerpo  o  un  vehículo  propio  de  sensibilidad  podrán,  a  pesar  mío,  y  aunque  yo  retenga  con   todas  mis  fuerzas   el   conjunto   de   la   Exhibición   en   su   lugar,   despojarme   por   impregnación,  conscientemente  o  no,  de  cierto  grado  de  intensidad.  Y  eso,  sobre  todo,  hay  que  pagarlo.  Al  fin  y  al  cabo,  1500  francos  no  es  un  precio  tan  caro.    A  continuación,  decidimos  el  dispositivo  escénico  y  la  presentación  material  de  la  muestra.  (Como  publicidad,  están  previstos  solo  dos  grandes  afiches  colocados  en  St-‐Germain-‐des-‐Prés,  con  letras  azules  en  relieve  sobre  fondo  blanco  y  con  el  siguiente  texto:  Galería  Iris  Clert,   rue  des  Beaux-‐Arts  número  3,  Yves  el  monocromo,  del  28  de  abril  al  5  de  mayo.  Y  además,  anunciamos  la  exhibición  con  una  aviso  común  en  Arts  y  en  Combat  para  la  región  de  París,  y  en  Arts  para  Estados  Unidos).    La  galería  Iris  Clert  es  muy  pequeña,  20  metros  cuadrados,  con  vidriera  y  puerta  a  la  calle.  Clausuraríamos   la  puerta  a   la  calle  y  haríamos   ingresar  al  público  a   través  del  pasillo  de  entrada  general  del  edificio,  en  el  que  hay  una  pequeña  puerta  que  comunica  con  el  fondo  de   la  galería.  Desde   la  calle,   será   imposible  ver  otra  cosa  que  azul,  ya  que   tenía  pensado  pintar   los  vidrios  con  el  Azul  de   la  época  azul  del  año  anterior.  Encima  y  alrededor  de   la  puerta  de  calle  del  edificio  por  el  que  se  accedería  al  pasillo  y  luego  a  la  galería,  colocaría  un  monumental  dosel  de  tela  azul,  siempre  del  mismo  tono  oscuro  ultramar.    A  cada  lado  de  la  puerta,  bajo  el  dosel,  el  día  de  la  inauguración  se  plantarían  dos  guardias  republicanos  con  sus  galas  presidenciales  (algo  necesario  por  el  carácter  oficial  que  quería  darle  a  la  Exhibición  y  también  porque  el  verdadero  principio  de  la  República,  cuando  se  cumple,  me  gusta,  aunque  hoy  en  día  me  parezca  incompleto).  Recibimos  al  público  en  ese  

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pasillo  de  unos  32  metros  cuadrados,  donde  se  serviría  un  cóctel  azul   (preparado  por  el  Bar  de  La  Coupole  de  Montparnasse:  gin,  Cointreau,  azul  de  metileno).    Ya   en   el   pasillo,   los   visitantes   verán   sobre   la   pared   izquierda   un   gran   telón   azul   que  disimulará  la  pequeña  puerta  de  acceso  a  la  galería.    También   habíamos   previsto   un   servicio   de   seguridad   privado   compuesto   de   cuatro  hombres  preparados  para  la  eventualidad  de  que  se  presentaran  3000  invitados,  algo  por  demás  urgente  y  necesario  si  pensamos  que  yo  me  esperaba  incluso  actos  de  vandalismo.  Hombres   bien   entrenados   para   la   pelea   que   recibieron   la   orden   de   comportarse   con   la  mayor  de   las   cortesías   con  el  público  en   tanto  este   se   condujera   tranquilamente  y  no  se  manifestara  de  manera  demasiado  desagradable.    Dos   de   esos   “guardaespaldas”,   de   alguna  manera,   se   ubicarían   en   la   entrada  del   edificio  junto   a   la   Guardia  Republicana,   para   controlar   las   tarjetas   de   invitación,   y   los   otros   dos  junto  a  la  entrada  de  la  galería,  en  el  pasillo,  a  los  lados  del  telón  azul,  para  hacer  entrar  al  público   en   grupos   de   a   diez.   Yo   me   quedaría   en   el   interior   para   solicitarles   que   no  permanecieran  adentro  más  de  2  o  3  minutos  y  así  permitir  que  todos  pudieran  ingresar.      Dispositivo   escénico   de   la   galería:   a   fin   de   especializar   el   ambiente   de   esa   galería,   su  sensibilidad  pictórica  en  estado  de  materia  prima,  un  clima  pictórico  individual,  autónomo  y   estabilizado:   por   una   parte,   y   para   limpiarla   de   las   impregnaciones   de   las   numerosas  muestras   anteriores,   debo   blanquearla.   Al   pintar   las   paredes   de   blanco,   deseo   no   solo  purificar   el   lugar,   sino   más   bien   y   sobre   todo   convertirlo   momentáneamente,   con   esa  acción  y  ese  gesto,  en  mi  espacio  de  trabajo  y  de  creación,  en  una  palabra,  en  mi  taller.    Si   al   pasar   una   sobre   otra   capa   de   color   sobre   las   paredes   de   la   galería   con  mi   técnica  habitual,   consciente  de  mi   acto   y  de  mi   entusiasmo  por   el   principio  de   la   demostración,  trabajo   como   sobre  un   gran   cuadro,   dando   lo  mejor   de  mí  mismo  y   con   la  mejor   buena  voluntad   posible,   con   blanco   litopón   puro   y   cubierto   de   mi   barniz   especial   de   alcohol,  acetona  y  resina  vinílica  (que  fija  el  pigmento  al  soporte  sin  matarlo),  untado  con  rodillo  para  laca  Ripolin,  creeré  haber  alcanzado  mi  objetivo.    Al  no  jugar  al  pintor  con  el  edificio,  vale  decir,  al  no  dejarme  llevar  por  mi  forma  de  ser,  mi  gesto  de  pintor,   libre  y   tal  vez  deformada  por  mi  naturaleza  sensual,  creo  que  el  espacio  pictórico   que   antaño   había   logrado   estabilizar   enfrente   y   entorno   a   mis   cuadros  monocromos  quedará  ahora  bien  establecido  en  el  espacio  de   la  galería.  Mi  presencia  en  acción  durante   la   ejecución  del   espacio   dado  de   la   galería   creará   el   clima   y   el   ambiente  pictórico   irradiante   que   suele   reinar   en   mi   taller   de   artistas   dotado   de   un   verdadero  poder:   una   densidad   sensible   abstracta   pero   real   existirá   y   tendrá   vida,   por   sí  misma   y  para  sí  misma,  en  el  lugar.    Para  lograrlo,  en  la  galería  nada  debe  ser  chocante  a  la  vista,  y  al  mismo  tiempo  la  galería  no  debe  estar  demasiado  deliberadamente  desnuda.  Así  que  nada  de  muebles.  Dejaremos  la  vitrina  encastrada  en  la  pared  del  fondo,  a  la  izquierda,  y  yo  simplemente  la  pintaré  de  blanco  como  el  resto,  salvo  los  herrajes  metálicos.  Pintaré  de  blanco  de  la  misma  forma  la  parte  de  madera  de  la  mesa,  y  la  cubriré  con  una  tela  blanca.      Los  vidrios  de  la  vidriera  y  de  la  puerta  de  calle,  clausuradas,  estarán  pintados  de  blanco  como  lo  demás.  Todo  será  blanco  para  recibir  el  clima  pictórico  de  la  sensibilidad  del  azul  inmaterializado.   No   pintaré   ni   el   cielorraso   ni   el   piso.   En   el   suelo,   dejaré   el   flamante  alfombrado  gris  oscuro  que  Iris  acaba  de  instalar  hace  unos  días.    

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Para  demostrar  hasta  el  extremo  que  abandono  el  Azul  material  y  físico,  desecho  y  sangre  coagulada,  quiero  obtener  permiso  de  la  Prefectura  del  Sena  y  de  la  oficina  de  alumbrado  público  para  iluminar  de  Azul  el  Obelisco  de  la  Plaza  de  la  Concordia,  de  modo  tal  que  con  marcos   azules   colocados   sobre   los   reflectores   que   ya   están   instalados,   iluminemos   el  obelisco   dejando   su   base   en   la   sombra,   lo   que   al   mismo   tiempo   de   devolverle   a   ese  monumento  su  destello  místico  de  la  alta  Antigüedad,  también  aportará  la  solución  a  ese  problema  que  se  le  plantea  desde  siempre  a  la  escultura:  la  “base”.  En  efecto,  iluminado  de  esa  forma,  el  obelisco  sobrevolará  inmutable  y  estático  en  un  monumental  movimiento  de  imaginación  afectiva,  en  el  espacio,  sobre  toda  la  Plaza  de  la  Concordia,  por  encima  de  las  reverberaciones   prehistóricas   a   gas,   en   la   noche,   ¡como   el   inmenso   trazo   vertical   de   un  signo  de  exclamación  sin  el  punto!    Así,  el  Azul  tangible  y  visible  estará  afuera,  en  el  exterior,  en  la  calle,  y  en  el  interior,  estará  la   inmaterialización   del   Azul.   El   espacio   colorea   lo   que   no   se   ve,   pero   de   lo   que   nos  impregnamos.   El   miércoles   23   de   mayo   (sic),   a   las   23   horas,   habiendo   recibido   la  autorización   de   Prefectura   para   iluminar   el   obelisco   de   Azul   durante   la   noche   de   la  inauguración,  Iris  Clert  y  yo  nos  presentamos  en  la  Plaza  de  la  Concordia  con  los  técnicos  de  la  empresa  de  luz  E.D.F.  De  camino,  aún  a  lo  lejos,  quedamos  presos  de  entusiasmo  ante  esa  visión  extraordinaria  de  una  inusual  y  excepcional  calidad.  Las  superficies  cubiertas  de  jeroglíficos   se   convierten   en   materia   pictórica   de   una   riqueza   profunda   y   misteriosa,  inaudita  y  emocionante.    Algo  grandioso.    Las  pruebas  son  concluyentes  desde  todo  punto.    El  sábado  a  las  8  de  la  mañana,  me  pongo  a  trabajar  en  la  galería.  Tengo  cuarenta  y  ocho  horas   para   pintarla   enteramente,   solo.   El   domingo   todo   debe   estar   listo   para   ventilar  adecuadamente   la   galería   antes   de   la   inauguración.  A   las   14  horas   del   lunes,   escribo  mi  discurso  inaugural  del  movimiento  de  la  sensibilidad  que  pronunciaré  después  del  evento,  alrededor  de  la  una  de  la  mañana,  en  La  Coupole,  entre  amigos,  para  el  drink  final.      Todo   está   listo.   Hacia   las   19   horas,   ya   estoy   en   la   galería.   De   pronto   suena   el   teléfono  (durante  la  exhibición,  el  teléfono  estará  colocado  afuera,  en  el  pasillo).  Es  la  Prefectura  de  Policía.  Una  voz  lacónica  me  anuncia  que  decidieron  cancelar  la  iluminación  del  obelisco  a  causa   del   carácter   demasiado   personal   de   esa   manifestación   y   de   la   publicidad   de   ese  gesto  que  se  había  hecho  en  la  radio  y  en  los  diarios.  Me  siento  destruido…    Intento   ubicar   a   Iris,   que   salió   a   prepararse   para   la   inauguración,   que   empieza   a   las   21  horas.  La  encuentro,  ella  se  desespera  y  corre  a  la  Prefectura,  pero  ya  es  tarde:  no  queda  nadie,  no  hay  nada  que  hacer.  Al  día  siguiente,  nos  enteramos  de  que  la  decisión  brusca  e  imprevista   de   las   autoridades   fue   en   respuesta   a   llamados   telefónicos   infamantes   y  desagradables  de  gente  envidiosa  que  se  quejó  calumniosamente  de  ese  favor  oficial  hacia  mi  persona.    A   las   20   horas   me   presenté   en   La   Coupole   para   probar   el   “cóctel   azul”   pensado  especialmente  para  la  exhibición.  A  las  20:45  ya  estoy  en  la  galería.  Últimos  preparativos.    A  las  21  horas,  llega  la  Guardia  Republicana  de  uniforme  de  gala.  Les  ofrezco  de  inmediato  un  cóctel  Azul  de  honor,  antes  de  que  se  ubiquen  bajo  el  dosel  de  la  entrada.    Casi  en  simultáneo  los  cuatro  hombres  de  la  seguridad  privada.  Le  explico  a  cada  uno  sus  funciones.  Ya  empiezan  a  llegar  los  primeros  asistentes…    

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21:30  horas.  El  lugar  está  colmado:  el  pasillo  está  lleno  y  la  galería  también.  En  la  calle  se  apiña  la  gente  que  no  logra  entrar.      21:45  horas.  Es  un  delirio.  El  gentío  es   tan  compacto  que  resulta   imposible  moverse.  Me  quedo   en   el   interior   de   la   galería.   Cada   tres   minutos,   grito   y   repito   en   voz   alta   a   las  personas   que   se   apiñan   cada   vez   más   en   la   galería   (el   personal   de   seguridad   no   logra  contenerlos   ni   ordenar   las   entradas   y   salidas):   “Señoras   y   señores,   tengan   la   suma  gentiliza   de   no   demorarse   demasiado   dentro   de   la   galería   para   permitir   que   a   su   turno  ingresen  las  personas  que  esperan  afuera”.    21:45  horas.   Llega  Restany  en  un  auto   conducido  por  Bruning  desde  Düsseldorf   a  París,  justo  al  mismo  tiempo  que  Kricke,  que  llega  acompañado  también  por  su  mujer.    21:45  horas.  De  pronto,  en  la  galería,  advierto  que  un  hombre  se  ha  puesto  a  dibujar  sobre  una  pared.  Me  abalanzo,  lo  freno  y  le  pido  con  educación  pero  con  mucha  firmeza  que  se  retire.   Cuando   lo   acompaño  hasta   la  pequeña  puerta  de   calle  donde  están  apostados   los  guardias  republicanos  (el  gentío  que  está  en  la  galería  se  mantiene  en  silencio,  expectante  por   lo   que   va   a   pasar),   les   grito   a   los   guardias:   “Agarren   a   este   hombre   y   sáquenlo  violentamente  afuera”.  El  hombre  es   literalmente  extirpado  y  desaparece  arrastrado  por  mis  guardias.    22:00  horas.  La  fuerza  policial  (tres  vehículos  llenos)  llega  por  la  calle  del  Sena.  También  llegan  los  bomberos  a  gran  escala  por  la  rue  Bonaparte,  pero  no  pueden  acercarse  más  allá  de  la  galería  Claude  Bernard,  por  el  gentío  que  colma  la  rue  des  Beaux-‐Arts.    22:10  horas.  Hay  entre  2000  y  3000  personas  en  la  calle.  La  policía  desde  la  calle  del  Sena  y   los  bomberos  desde   la  rue  Bonaparte   intentan  hacer  retroceder  a   la  multitud  hacia   los  muelles  del  Sena.  Cuando  una  patrulla  se  presenta  en   la  entrada  de   la  galería  para  pedir  explicaciones  (ciertas  personas,  furiosas  por  haber  pagado  los  1500  francos  de  la  entrada  y  no  haber  visto  nada  con  sus  ojos  en  el   interior,   fueron  a  quejarse),  mis  guardaespaldas  les  manifiestan  lacónicos  pero  con  firmeza:  “Acá  tenemos  seguridad  privada,  a  ustedes  no  los  necesitamos  para  nada”.  La  patrulla  no  tiene  derecho  legal  a  ingresar  y  se  retira.    22:20   horas.   Llega   el   representante   de   la   orden   de   San   Sebastián   con   uniforme   de   gala  (sombrero   bicornio   y   capa   con   la   Cruz   de   Malta   roja).   En   ese   momento   hay   muchos  pintores  en  el  interior  de  la  sala.  Camille  Bryen  exclama:  “En  suma,  ¡esta  es  una  exhibición  de  pintores!”.    En  general,  la  gente  entra  a  la  galería  furiosa  y  sale  plenamente  satisfecha.  Será  eso  lo  que  la  Gran  Prensa  se  verá  obligada  a  reflejar  oficialmente  al  escribir  que  el  40  por  ciento  de  los   visitantes   se   manifiestan   positivamente,   que   han   captado   el   estado   de   sensibilidad  pictórica,   capturados   por   el   clima   intenso   que   reina,   terrible,   en   la   sala   de   exhibición  aparentemente  vacía.    22:30   horas.   Los   guardias   republicanos   se   retiran   asqueados:   los   estudiantes   de   bellas  artes,   después   de   una   hora,   les   palmean   el   hombro   con   exceso   de   confianza   ¡y   les  preguntan  si  son  extras  de  cine  y  dónde  alquilaron  los  trajes!    22:50  horas.  El  cóctel  Azul  se  terminó  y  corremos  a  La  Coupole  a  buscar  más.  Llegan  dos  alegres  japoneses  luciendo  extraordinarios  kimonos.      23:00  horas.  El  gentío  que  fue  dispersado  por  la  policía  y  los  bomberos  en  la  calle  empieza  a  regresar  en  pequeños  grupos  exasperados.  El  interior  sigue  atiborrado  de  gente.      

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Doce  y  media  de  la  noche.  Cerramos  y  nos  vamos  a  La  Coupole.    En  La  Coupole,  gran  mesa  de  cuarenta  personas  de  fondo.    Una  de  la  mañana.  Temblando  de  cansancio,  pronuncio  mi  discurso  revolucionario.  (Ver  el  discurso  a  continuación).    1:15  horas.  ¡Iris  se  desvanece!    A  la  mañana  siguiente.  Iris  es  convocada  de  urgencia  por  la  Guardia  Republicana,  donde  es  sometida  a  un  interrogatorio  de  dos  horas  y  es  acusada  de  atentar  contra  la  dignidad  de  la  República.   Al   día   siguiente   todo   se   arregla   cuando   el   comandante   en   jefe   de   la   Guardia  viene  en  persona  a  visitar  el  lugar  (del  así  llamado  delito  por  los  calumniadores).  Estaba  previsto  que  la  exhibición  durase  ocho  días  y  debe  ser  prolongada  una  semana  más.  Cada  día,  más  de  doscientos  visitantes  se  precipitan  al  interior  del  siglo  (sic).    La   experiencia   humana   es   una   magnitud   considerable,   casi   indescriptible.   Algunos   no  logran  entrar,  como  si  un  muro  invisible  se  los  impidiese.  Un  día,  uno  de  esos  visitantes  me  grita  desde   la  puerta:   “Voy  a  volver  cuando  ese  vacío  esté   lleno…”.  Le  contesto:   “Cuando  esté  lleno,  usted  no  podrá  entrar”.    A  veces  hay  personas  que  se  quedan  en  el  interior  durante  horas,  sin  decir  una  palabra,  y  otros  que  tiemblan  o  se  largan  a  llorar.    En  esa  muestra  vendí  dos  cuadros  inmateriales.    Créanme,  no  nos  están  robando  cuando  compramos  un  cuadro  inmaterial.  Es  a  mí  al  que  le  roban  siempre,  porque  acepto  dinero  a  cambio.  Por  eso  es  que  en  Anvers,  en  Hassenhuis,  en  esa  exhibición  grupal  con  breer,  bury,  mack,  munary,  uecker,  piene,  rot,  soto,  spoerry  y  tinguely,   ya  no  quise  pintar  ni  una  ni  varias  paredes,  ni  hacer  el  menor  gesto   figurativo,  barrer   o   hacer   bocetos   en   los   muros,   ni   siquiera   con   pincel   seco   sin   pintura.   No,   yo  simplemente  me  limité  a  estar  presente  en  el  lugar  el  día  de  la  inauguración,  para  decirles  a  todos,  en  el  espacio  que  me  estaba  reservado:    “Primero,   no   hay   nada,   luego   hay   un   nada   profundo,   y   después   una   profundidad   azul”  (tomado  de  Gaston  Bachelard).    Actualmente  ya  no  quiero  que  me  compren  eso  a  cambio  de  dinero.  Por   los   tres  estados  pictóricos   que   expuse   pedí   oro   puro.   Un   kilo   de   oro   por   obra.   Eso   es   neto   y   claro  finalmente…,  finalmente  por  el  momento.  Ya  veremos  después,  que  no  tardará  en  llegar.    Pues  para  mí,  ya  no  hay  problemas.  Como  decía  en  el  inicio  de  este  texto:  “He  superado  la  problemática  del  arte”.          

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Manifiesto  del  Hotel  Chelsea,  Nueva  York,  1961      Visto  que  he  pintado  monocromos  durante  quince  años,    Visto  que  he  creado  estados  pictóricos  inmateriales,    Visto  que  he  manipulado  las  fuerzas  del  vacío,    Visto  que  he  esculpido  el  fuego  y  el  agua  y  que  del  fuego  y  del  agua  extraje  pinturas,    Visto   que  para   pintar   he   usado  pinceles   vivientes,   o   sea,   el   cuerpo  desnudo  de  modelos  vivos   embadurnados   de   pintura,   pinceles   vivientes   que   respondían   a   mis   órdenes   del  estilo  “un  poco  más  a  la  derecha,  y  ahora  a  la  izquierda,  no,  a  la  derecha”.  Yo  por  mi  parte  había   resuelto   el   problema   del   desapego   manteniéndome   a   una   distancia   definida   y  obligatoria  de  la  superficie  a  pintar,    Visto  que  he  inventado  la  arquitectura  y  el  urbanismo  del  aire  —y  por  supuesto  que  esta  nueva   concepción   trasciende   el   sentido   tradicional   de   las   palabras   “arquitectura”   y  “urbanismo”—,  mi  objetivo  fue,  desde  el  principio,  retomar  la  leyenda  del  Paraíso  perdido.  Este  proyecto  fue  aplicado  sobre  la  superficie  habitable  de  la  Tierra  por  la  climatización  de  grandes   extensiones   geográficas   a   través   de   un   absoluto   control   sobre   las   situaciones  térmicas   y   atmosféricas   en   sus   relaciones   con   nuestras   condiciones   morfológicas   y  psíquicas.    Visto  que  con  mi  “Sinfonía-‐monótona-‐silencio”  he  propuesto  una  nueva  concepción  de   la  música,    Visto  que  entre  muchas  otras  aventuras  también  he  precipitado  un  teatro  del  vacío,    Hace  quince  años,  en  tiempos  de  mis  primeros  intentos,  jamás  habría  pensado  que  alguna  vez   sentiría   repentinamente   esta   necesidad   de   explicarme,   de   satisfacer   el   deseo   de   los  demás   de   conocer   los   cómo   y   los   porqués   de   todo   lo   que   ha   pasado,   y   los   cómo   y   los  porqués  que   son   aún  más  peligrosos  para  mí,   a   saber,   la   influencia  de  mi   arte   sobre   las  jóvenes  generaciones  de  artistas  de  todo  el  mundo  en  la  actualidad.    Me  inquieta  escuchar  que  cierto  número  de  ellos  piensa  que  represento  un  peligro  para  el  futuro  del  arte,  que  soy  uno  de  esos  desastrosos  y  nefastos  productos  de  nuestra  época  a  los  que  hay  que  aplastar  y  destruir  por  completo  antes  de  que  el  mal  se  extienda.      Lamento   tener   que   informarles   a   todos   ellos   que   no   era   esa   mi   intención,   y   tener   que  declarar   con   satisfacción   para   quienes   manifiestan   su   fe   en   la   multiplicidad   de   nuevas  posibilidades   que   abre   el   camino   que   yo   prescribo:   ¡Cuidado!   Nada   se   ha   cristalizado  todavía,  ni  puedo  decir  que  vendrá  a  continuación.  Solo  puedo  decir  que  hoy  tengo  menos  miedo  que  ayer  a  enfrentar  el  recuerdo  del  futuro.      Un  artista   siempre  se   siente  un  poco   incómodo  cuando   le  piden  que  hable  de   sus  obras.  Esas  obras  deberían  hablar  por  sí  mismas,  sobre  todo  si  son  obras  válidas.    ¿Qué  debo  hacer,  entonces?  ¿Detenerme?    No.   Lo   que   yo   llamo   “la   indefinible   sensibilidad   pictórica”   excluye   por   completo  justamente  esa  solución  individual.    

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Así  que…    Pienso  en  aquellas  palabras  que  una  noche  me  sentí   inspirado  a  escribir:   “¿El  artista  del  futuro   no   debería   ser   aquel   que   exprese   a   través   del   silencio,   pero   eternamente,   una  inmensa  pintura  que  carezca  de  toda  noción  de  dimensiones?”    El  público  de  las  galerías,  como  cualquier  otro  público,  se  llevaría  esa  inmensa  pintura  en  el  recuerdo  (un  recuerdo  que  no  derivaría  en  absoluto  del  pasado,  sino  de  su  conciencia  de  la   indefinible   sensibilidad   del   hombre).   Siempre   es   necesario   crear   y   recrear   en   una  fluidez  física  constante,  para  recibir  la  gracia  que  hace  posible  una  creatividad  positiva  del  vacío.    Así   como   en   1947   creé   la   “Sinfonía-‐monótona-‐silencio”,   compuesta   en   dos   partes  —un  amplio  sonido  continuo  seguido  de  un  silencio   igual  de  amplio  y  extenso,  dotado  de  una  dimensión  ilimitada—,  del  mismo  modo  intentaré  hoy  presentar  ante  ustedes  por  escrito  una  pintura  de   la  breve  historia  de  mi  arte,   seguida  al   final,   naturalmente,  de  un  puro  y  afectuoso  silencio.    Mi   explicación   concluirá   con   la   creación   de   un   irresistible   silencio   a   posteriori,   cuya  existencia  en  nuestro  espacio  común,  que  después  de  todo  no  es  otro  que  el  espacio  de  un  solo  ser  vivo,  inmune  a  las  cualidades  destructivas  del  ruido  físico.    El   éxito   de  mi   pintura   por   escrito   depende   en   gran  medida   de   su   fase   inicial   técnica   y  audible.   Solo   entonces   el   extraordinario   silencio   a   posteriori,   en   medio   del   silencio   así  como   en   la   celda   del   silencio   físico,   engendrará   una   nueva   y   única   zona   de   sensibilidad  pictórica  inmaterial.    Habiendo  alcanzado  hoy  ese  punto  del  espacio  y  del  conocimiento,  me  preparo  para  tomar  impulso  y   recorrer   retrospectivamente  el   trampolín  de  mi  evolución.  A   la  manera  de  un  clavadista  olímpico  y  según  la  técnica  clásica  de  ese  deporte,  me  apresto  para  saltar  hacia  el   futuro   del   hoy,   retrocediendo   con   prudencia,   sin   perder   jamás   de   vista   el   borde  conscientemente  alcanzado  hasta  hoy:  la  inmaterialización  del  arte.      ¿Qué  objetivo  tiene  ese  viaje  retrospectivo  en  el  tiempo?    Simplemente  evitar  que  ni  ustedes  ni  yo  mismo  sucumbamos  ni  por  un  instante  al  poder  de   ese   fenómeno   que   son   los   sueños   sentimentales   y   paisajísticos   y   que   podría  desencadenarse  como  consecuencia  de  un  abrupto  aterrizaje  en  el  pasado.  Ese  pasado  es  precisamente  el  pasado  psicológico,  el  anti-‐espacio,  que  es  el  que  fui  dejando  atrás  en  mis  aventuras  de  los  últimos  quince  años.      Lo   que  más   interés   y   entusiasmo  me   despierta   actualmente   es   “lo   cursi”.   Siento   que   la  esencia  misma  del  mal  gusto  tiene  una  fuerza  capaz  de  crear  algo  que  va  mucho  más  allá  de   lo   que   tradicionalmente   se   considera   arte.   Quiero   jugar   fría   y   ferozmente   con   la  sentimentalidad   y   la   “morbidez”   humanas.   Hace   poco   tiempo   que   me   convertí   en   una  especie  de  sepulturero  del  arte  (y  es  curioso  que  esté  utilizando  el  mismo  término  que  me  aplican  mis   enemigos).   Algunas   de  mis   últimas   obras   son   tumbas   y   ataúdes.   Durante   el  mismo   periodo   de   tiempo,   he   logrado   pintar   con   fuego,   usando   potentes   y   abrasadoras  llamas  de  gas  que  en  algunos  casos  alcanzaban  los  tres  o  cuatro  metros  y  con  las  que  lamía  la  superficie  de  una  pintura  para  dejar  registrado  el  espontáneo  rastro  del  fuego.    En  suma,  mi  objetivo  es  doble:  primero,  registrar  el  rastro  de  la  sentimentalidad  humana  en   la   civilización   actual;   segundo,   registrar   el   rastro   del   fuego   que   ha   engendrado   a   esa  

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misma   civilización.   Y   eso   porque  mi   preocupación   constante   siempre   ha   sido   el   vacío   y  porque  creo  que  tanto  en  el  corazón  del  vacío  como  en  el  corazón  humano  arde  un  fuego.    Todos  los  hechos  que  son  contradictorios  son  principios  genuinos  de  una  explicación  del  universo.   El   fuego   es   ciertamente   uno   de   esos   principios   genuinos   que   se   contradicen  esencialmente  unos  con  otros,  al  igual  que  la  dulzura  y  la  tortura  están  al  mismo  tiempo  en  el  corazón  y  en  el  origen  de  nuestra  civilización.      ¿Qué   impulsa  mi  búsqueda  del  rastro  de   la  sentimentalidad  a   través  de   la   fabricación  de  supertumbas  y  superataúdes?  ¿Qué  alimenta  mi  búsqueda  del  rastro  del  fuego?  ¿Y  por  qué  debería   buscar   el   Rastro  mismo?   Porque   cada   obra   de   creación,   sin   importar   su   orden  cósmico,   es   la   representación   de   una   pura   fenomenología:   todo   lo   que   es   fenómeno   se  manifiesta   por   sí   mismo.   Esta   manifestación   siempre   se   diferencia   de   la   forma   y   es   la  esencia  de  lo  inmediato,  el  rastro  de  lo  Inmediato.    Hace  unos  meses,   por   ejemplo,   sentí   la  necesidad  de   registrar   los   signos  de   los   cambios  atmosféricos   plasmando   en   un   lienzo   el   rastro   instantáneo   de   los   chaparrones   de  primavera,  de  los  vientos  del  sur,  y  de  los  rayos  (de  más  está  decir  que  este  último  terminó  en  catástrofe).  Un  viaje  de  París  a  Niza,  por  ejemplo,  habría  sido  una  absoluta  pérdida  de  tiempo  si  no   lo  hubiese  aprovechado  para  registrar  el  viento.  Coloqué  un   lienzo  cubierto  de  pintura  fresca  sobre  el  techo  de  mi  Citroën  blanco.  Mientras  avanzaba  como  un  bólido  a  100  kilómetros  por  hora  por  la  Ruta  Nacional  7,  el  calor,  el  frío,  la  luz,  el  viento  y  la  lluvia  se   combinaron   para   envejecer   prematuramente   mi   lienzo.   Treinta   o   cuarenta   años  condensados  en  un  solo  día.  El  único  incordio  de  ese  proyecto  fue  que  tuve  que  cargar  con  la  pintura  durante  todo  el  viaje.    El   precedente   de   esas   impresiones   atmosféricas   de   hace   unos   meses   fueron   mis  impresiones  vegetales  de  hace  un  año.  Después  de  todo,  mi  propósito  es  extraer  y  obtener  el  rastro  de  lo  inmediato  a  partir  de  la  incidencia  de  los  objetos  naturales,  ya  sea  incidencia  humana,  animal,  vegetal,  o  de  las  condiciones  atmosféricas.    Con  el  permiso  y  la  atención  de  ustedes,  ahora  querría  revelarles  posiblemente  la  fase  más  importante  y  sin  duda  más  secreta  de  mi  arte.  No  sé  si  me  creerán:  es  el  canibalismo.  Al  fin  y   al   cabo,   ¿no   es   mejor   morir   comido   que   morir   por   una   bomba?   Es   una   idea   que   me  atormenta   desde   hace   años   y   que   cuesta   dejar   plasmada,   así   que   saquen   ustedes   sus  propias  conclusiones  sobre  lo  que  yo  creo  sobre  el  futuro  del  arte.      Si   damos  otro  paso   atrás   en   la   línea  de  mi   evolución,   llegamos   a   hace  dos   años,   cuando  concebí  la  idea  de  pintar  usando  pinceles  humanos.  El  propósito  era  lograr  una  distancia  definida  y  constante  entre  mí  mismo  y  el  cuadro  durante  el  proceso  de  creación.      Muchos   críticos   de   arte   aseguraban   que   con   ese   método   de   pintura   yo   sólo   estaba  recreando   la   técnica   conocida   como   action   painting.   Me   gustaría   dejar   en   claro   en   este  momento   que   lo   mío   es   lo   contrario   al   action   painting,   en   tanto   yo   permanezco  completamente  ajeno  a  todo  trabajo  físico  durante  la  creación.    Por   citar   apenas  un  ejemplo  de   los   errores  antropométricos  que  pueden  encontrarse  en  las  ideas  deformadas  que  ha  difundido  la  prensa  internacional:  me  refiero  a  ese  grupo  de  pintores  japoneses  que  con  enorme  fervor  usó  mi  método  a  su  propia  y  particular  manera.  De   hecho,   esos   pintores   se   transformaron   a   ellos   mismos   en   pinceles   vivientes.   Se  sumergieron  en  color  y   luego  rodaron  sobre  sus   lienzos:   ¡se  convirtieron  en  ultra  action  painters!  En   lo  personal,  yo   jamás  me  embadurnaría  el  cuerpo  de  pintura  para  volverme  un  pincel  viviente.  Muy  por  el  contrario,  a  la  hora  de  pintar,  estoy  más  cerca  de  ponerme  un  smoking  y   los  guantes  blancos.  Ni  se  me  ocurriría  ensuciarme   las  manos  con  pintura.  

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Despegada  y  a  distancia,  la  obra  de  arte  debe  completarse  a  sí  misma  ante  mis  ojos  y  bajo  mis  órdenes.  Así,  desde  que  la  obra  empieza  a  completarse,  yo  estoy  ahí  parado,  presente  en   la   ceremonia,   impecable,   tranquilo,   relajado,  perfectamente   consciente  de   lo  que  está  pasando  y  listo  para  recibir  a  ese  arte  que  nace  al  mundo  de  lo  tangible.    ¿Qué  me  llevó  a  la  antropometría?  La  respuesta  puede  encontrarse  en  mi  trabajo  durante  los   años  1956  y  1957,   cuando   tomé  parte  de   la   gran  aventura  de   crear  una   sensibilidad  pictórica  inmaterial.    Acababa  de  retirar  de  mi  taller  todas  mis  obras  anteriores.  El  resultado:  un  taller  vacío.  Me  quedaba  quieto  en  mi  taller  vacío  y  la  creación  de  estados  pictóricos  inmateriales  ocurría  maravillosamente.   Sin   embargo,   poco   a   poco   empecé   a   desconfiar   de   mí   mismo,   pero  nunca  de  lo  inmaterial.  Así  que  empecé  a  contratar  a  modelos,  como  hacen  otros  pintores,  pero  a  diferencia  de  ellos,  yo  no  quería  que  posaran  para  mí,  sino  meramente  trabajar  en  su   compañía.  Había  pasado  demasiado   tiempo  a   solas  en  mi   taller  y  ya  no  quería   seguir  solo  con  el  maravilloso  vacío  azul  que  se  estaba  desplegando.  Aunque  parezca  extraño,  era  perfectamente  consciente  de  que  no  estaba  experimentando  el  mismo  vértigo  de  todos  mis  predecesores   frente   a   ese   vacío   absoluto   que   es   el   verdadero   espacio   pictórico.   ¿Pero  cuánto  podía  durar  mi  confianza  en  esa  certeza?    Años   atrás,   el   artista   se   abocaba   directamente   a   su   tema,   trabajaba   al   aire   libre   en   el  campo,  tenía  los  pies  bien  puestos  sobre  la  tierra:  todo  eso  era  saludable.    Hoy   los   pintores   de   caballete   se   volvieron   academicistas   al   punto   de   encerrarse   en   sus  talleres  para  enfrentar  el  espejo  aterrador  de  sus  lienzos.  Es  así  que  mis  motivos  para  usar  modelos  desnudos  se  hacen  evidentes:  era  la  manera  de  evitar  el  peligro  de  recluirme  en  esferas   desmedidamente   espirituales   de   la   creación,   a   contramano   del   más   elemental  sentido  común,  que  se  manifiesta  repetidamente  en  nuestra  encarnadura.    La  forma  del  cuerpo,  sus  líneas,  sus  extraños  colores  que  oscilan  entre  la  vida  y  la  muerte,  no  me   interesan   para   nada.   Solo   es   válido   el   clima   esencial   y   puramente   afectivo   de   la  carne.    Al  rechazar   la  nada,  descubrí  el  vacío.  El  significado  de   las  zonas  pictóricas   inmateriales,  extraído  de  las  profundidades  del  vacío  que  por  entonces  yo  dominaba,  era  de  naturaleza  totalmente   material.   Y   como   vender   esas   zonas   inmateriales   por   dinero   me   resultaba  totalmente   inaceptable,   a   cambio  de   esa   inmaterialidad  de   la  más   alta   calidad   empecé   a  exigir  un  pago  material  de  la  más  alta  calidad:  un  lingote  de  oro  puro.      Por   increíble   que   parezca,   realmente   vendí   unos   cuantos   de   esos   estados   pictóricos  inmateriales.      Es   tanto   lo   que   podría   decirse   sobre   mis   aventuras   en   lo   inmaterial   y   el   vacío   que   el  resultado  sería  una  pausa  demasiado  larga,  mientras  seguimos  inmersos  en  la  elaboración  de  esta  pintura  por  escrito.    Desde   mi   periodo   monocromático   azul   de   1957,   cuando   tomé   conciencia   de   lo   que   yo  llamo   sensibilidad   pictórica,   ya   no   me   parecía   que   la   pintura   estuviese   funcionalmente  ligada   al   ojo.   La   sensibilidad   pictórica   existe   más   allá   de   nuestro   ser,   y   sin   embargo,  pertenece   a   nuestra   esfera.   No   tenemos   derecho   de   posesión   sobre   la   vida  misma.   Solo  podemos   comprar   vida   a   cambio   de   nuestra   toma   de   posesión   de   la   sensibilidad.   La  sensibilidad,   esa  que  nos  permite   comprar  vida   en   su  plano  material  más  básico,   en   ese  lugar  de  intercambio  y  de  trueque  que  es  el  universo  del  espacio,  la  inmensa  totalidad  de  la  naturaleza.  

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 ¡La  imaginación  es  el  vehículo  de  la  sensibilidad!    Transportados   por   la   imaginación   (efectiva),   alcanzamos   la   vida,   esa   vida   que   es   arte  absoluto  en  sí  misma.    El  arte  absoluto,  eso  que  los  mortales  llaman  con  sensación  de  vértigo  el  súmmum  del  arte,  se  materializa  instantáneamente.  Hace  su  aparición  en  el  mundo  tangible,  por  más  que  yo  permanezca   en   un   punto   fijado   geométricamente,   en   la   estela   que   dejan   esos  extraordinarios  desplazamientos  volumétricos  a  una  velocidad  estática  y  vertiginosa.    La   respuesta   a   la   pregunta   de   cómo   fui   iniciado   en   la   sensibilidad   pictórica   puede  encontrarse  en   la   fuerza   intrínseca  de   los  monocromos  de  mi  periodo  azul  de  1957.  Ese  periodo  de  monocromos  azules   fue  el   fruto  de  mi  búsqueda  de   lo   indefinible  en  pintura,  algo  que  el  maestro  Delacroix  ya  identificó  en  su  época.    Entre  1946  y  1956,  durante  mis  experiencias  con  monocromos  en  otros  colores  distintos  del  azul  nunca  permitieron  que  olvidara  la  verdad  fundamental  de  nuestra  época,  a  saber,  que  la  forma  ya  no  es  un  simple  valor  lineal,  sino  un  valor  de  impregnación.    En   1946,   todavía   adolescente,   quise   firmar   con   mi   nombre   sobre   la   otra   cara   del   cielo  durante  un  fantástico  viaje  “realista-‐imaginario”.  Ese  día,  tendido  boca  arriba  en  las  playas  de  Niza,  empecé  a  odiar  los  pájaros  que  revoloteaban  en  mi  diáfano  y  despejado  cielo  azul,  porque  sentía  que  intentaban  horadar  mi  obra  más  bella  y  grandiosa.    Hasta  el  último  pájaro  debe  ser  eliminado.    Así   los   humanos   tendremos   derecho   a   levitar   en   una   total   y   efectiva   libertad   física   y  espiritual.      No   serán   ni   los   misiles   ni   los   cohetes   ni   los   satélites   los   que   harán   del   hombre   el  “conquistador”  del  espacio.  Esos  medios  son  solo  ensoñaciones  de  los  científicos  actuales,  que  siguen  viviendo  imbuidos  del  espíritu  romántico  y  sentimental  del  siglo  XIX.    El   hombre   sólo   tomará   posesión   del   espacio   a   través   de   la   aterradora   y   a   la   vez  tranquilizadora   fuerza   de   la   sensibilidad.   La   verdadera   conquista   del   espacio   que   el  hombre   tanto   anhela   sólo   llegará   cuando   logre   impregnar   el   espacio   con   su   propia  sensibilidad.   ¡Su  sensibilidad  es  capaz   incluso  de   leer  en   la  memoria  de   la  naturaleza  del  pasado,  del  presente  y  del  futuro!    ¡Esa  es  nuestra  verdadera  capacidad  de  acción  extradimensional!    Por   si  hacen   falta  pruebas,  precedentes  o  predecesores,   citaré  a  Dante,  que  en  La  divina  comedia  describió  con  precisión  absoluta  lo  que  ningún  viajero  de  su  tiempo  pudo  haber  descubierto:   la   constelación   de   la   Cruz   del   Sur,   invisible   desde   el   hemisferio   norte.   O  Jonathan  Swift,  que  en  su  Viaje  a  Laputa  dio   las  distancias  y  periodos  de  rotación  de   los  satélites  de  Marte,  en  aquel  entonces  desconocidos.    Cuando   el   astrónomo   estadounidense   Asaph   Hall   descubrió   esos   satélites   en   1877,  advirtió  que  sus  mediciones  coincidían  con  las  de  Swift.  Presa  del  pánico,  los  llamó  Phobos  y   Deimos.   ¡Miedo   y   Pavor!   Con   esas   dos   palabras,   Miedo   y   Pavor,   aquí   estoy   frente   a  ustedes  en  1946,  listo  para  saltar  al  vacío.    ¡Larga  vida  a  lo  inmaterial!  

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Y  ahora,    Gracias  por  su  amable  atención.    Yves  Klein  Hotel  Chelsea,  Nueva  York,  1961            

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Diálogo  conmigo  mismo      ...  Pero  en  el  proceso  de  crear  algo,    a  solas  con  uno  mismo...    lo  principal  es  saber,  en  definitiva,  que  la  verdad  no  existe.    Sólo  existe  la  honestidad.    La   honestidad   es   siempre   de   mal   gusto   puesto   que,   a   fin   de   cuentas,   es   una   cosa   muy  humana;  consiste  únicamente  en...    en  una  colección  de  leyes,  de  puntos  de  vista  aprendidos,  etcétera.    No  obstante,  hay  veces  en  que  la  honestidad  trasciende  el  contexto  humano;    entonces  se  convierte,  incluso  en  los  seres  humanos,  en  un  bien  mayor.    Se  convierte  en  la  vida,  la  vida  misma,  en  un  poder,    en  esa  extraña  fuerza  vital  que  no  pertenece  ni  a  ustedes,  ni  a  mí,  ni  a  nadie.    La  vida,  si,  es  la  vida.      Todo  lo  que  he  dicho  hasta  ahora,  todo  lo  que  acabo  de  decir,  constituye  un  intento  de  aproximación  a  lo  que  deseo  hacer  esta  noche,  pero  que  todavía  no  he  logrado.    Lo  que  he  dicho  es  débil;  es  una  farsa.    Estoy  conversando  sin  parar  conmigo  mismo.    No,  lo  cierto  es  que  resulta  bastante  difícil  escuchar  los  propios  sueños,  soñar  despierto.    Resulta  difícil  vocalizar  los  pensamientos.    Ensayo  este  experimento,  en  lo  más  profundo  de  mi  ser,  porque  quiero  eludir  la  escritura.  Escribir,  curiosamente,  en  el  fondo  es  muy  preciso;  te  obliga  a  pensar  mejor,  a  soñar  mejor  y  a  trazar  signos  sobre  el  papel,  a  inscribir,  a  escribir.    Por  el  contrario,  en  la  lengua  hablada  uno  oye,  articula  y  pronuncia.    Es  curioso.  Aún  no  entiendo  muy  bien  lo  que  está  pasando.      Es  obvio  que  al  escribir  uno  puede  reflexionar  más,  concentrarse  más,  aprehender  lo  que  ocurre  realmente  en  el  acto  de  pensar.    Aunque  «pensar»  no  es  exactamente  la  palabra  adecuada.    Una   persona   que   piensa   no   tiene   por   qué   ser   una   persona   iluminada;   la   iluminación   es  pensar  con  un  factor  añadido;  se  refiere  más  bien  a  una  visita  espiritual,  de  algún  espíritu  ignoto.    En   cualquier   caso,   nadie   puede   decir   que   ese   espíritu   no   existe,   ni   tan   siquiera   los  materialistas.   Desde   luego   que   existe:   es   un   momento   propicio,   quizá   un   momento  orgánico  propicio.  De  pronto,  todo  funciona  de  maravilla...      Esto  es  fantástico:  puesto  que  tengo  un  magnetófono.  Puedo  abordar  mi  experimento.    Estaba  aquí  mismo,  poco  después  de  cenar,    y  surgió,  empezó  de  inmediato.  Vaya….    Fue  un  sueño  iluminado,  en  el  fondo  bastante  común.    Antes  había  tenido  otros  que  eran  mucho  más  inmensos,    mucho  más  fervientes,  pero  la  visión  ha  vuelto  a  aparecer.    Ha  sido  así,  algo  repentino.    Ahí  estaba  yo...  Me  he  dicho  enseguida:  hay  que  intentarlo  al  menos  una  vez...    tratar   de   elevarse,   continuar   volando   mientras   hablamos   a   fin   de   oír,   de   capturar   el  espíritu.    Pero  no  lo  he  conseguido.    He  enviado  rápidamente  a  Trotrotte  (Apodo  de  Rotraut)  a  hacer  un  recado,  y  no  ha  surtido  efecto.    

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Ella  no  comprendía  por  qué  la  enviaba;    no  veía  por  qué  motivo  la  mandaba  a  hacer  recados.    Le  he  dado  uno:  ir  a  buscarme  una  chica  para  llevármela  a  la  cama.    He   pensado   en  mi   fuero   interno   que,   si   salía   bien,   sería  muy   agradable,   y   que   si   no  me  devolvería  a  mis  ensoñaciones.      Resulta  extraño  pero,  tras  decir  todo  esto,    creo  que  sí  tuviera  a  mi  lado  algún  elemento  de  sensualidad,  una  sensualidad  inteligente,  saludable,  franca  y  sin  sentimentalismo,  tal  vez  podría  apresarla  y  conversar...      Esta  situación  no  es  nada  realista.    En  el  fondo  de  mi  ser,  lo  que  me  gustaría    es  exteriorizar  todo  lo  que  ocurre  dentro  de  mí,  todo  lo  que  deseo  y  lo  que  no  deseo,  todo  lo  que  soy,  todo  lo  que  no  soy,  etcétera.    ¡Todas   esas   cosas!   Aspiro   sinceramente   a   grabar   cómo   me   comunico   conmigo   mismo  durante  mis  ensoñaciones.      Al  hablar  en  estos  términos  conmigo  y  sobre  mi,    me  vienen  a  la  mente  algunos  detalles.  ¡Eh!  Ya  ha  comenzado.    Puedo  dialogar  al  mismo  tiempo  conmigo    y  con  otros,  oírles  contestar,  juzgar  sus  reacciones;    si  digo  algo,  responderán  en  consonancia.    Ajá,  es  así  como  sucede...    Básicamente,  hay  muchos  presupuestos.    Si  hago  una  cosa,  ocurrirá;  si  hago  otra  distinta,  ocurrirá  esta  segunda.    Se  analizan  las  consecuencias  de  los  actos  y  se  llega  a  conclusiones.    ¿Merece  la  pena  tanto  esfuerzo?  ¿Es  interesante  ni  tan  siquiera  empezar,  o  seria  preferible  no  hacer  nada  en  absoluto?  ¿Es  mejor  interesarse  por  otras  cuestiones?    ¿Habría  que  cambiar  radicalmente  de  tema?    Adelante,  cambiemos  de  tema,  hagamos  algo  distinto,    juzguemos  otra  cosa:  es  lo  que  yo  hago.    No  obstante,  antes  de  abandonar  un  asunto,    examino  siempre  todas  las  posibilidades.    En  lo  que  respecta  al  ámbito  del  arte    y  a  la  creación  de  mis  obras,  por  ejemplo,    es  divertido  porque  primero  tengo  una  idea    y  luego,  generalmente,  veo  ya  más  o  menos  como  va  a  desarrollarse.    Veo  pormenores,  menudencias,  pequeños  detalles  estructurales.    La  visualizo  volumétricamente  en  el  espacio  de  mi  imaginación.    La  construyo,  la  convierto  en  un  prototipo,    y  acto  seguido  someto  ese  prototipo  a    una  comparación  global  con  todo  lo    que  sé  que  ha  existido  para  asegurarme    de  que  no  estoy  rehaciendo  algo  que  ya  se  había  inventado.    No  es  que  importe;  en  el  fondo,  es  irrelevante.    Pero  no  me  agrada  hacer  algo  que    otros  han  hecho  antes  que  yo  o  explorar    lo  que  ya  se  ha  explorado.    No  me  gusta  adentrarme  en  un    territorio  en  el  que  se  me  ha  adelantado  alguien    o,  más  concretamente,  alguien  de  mi  especie,    lo  que  equivale  a  decir  un  ser  humano.    Si  la  idea  de  estar  en  un  terreno  nuevo  e  intacto,    que  nunca  fue  visitado  por  un  humano    

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en  el  transcurso  de  la  historia,  cobra  fuerza,    empiezo  a  pensar  nuevamente  de  modo  constructivo:    ¿vale   la   pena?   ¿Será   duradera   y   permanente   una   vez  materializada,   una   vez   creada...   sí,  una  vez  creada  por  mí?  ¿Poseerá  algún  valor?    ¿Voy  a  crear,  en  resumidas  cuentas,  algo  que  tendrá  una  entidad,    una  compañera  para  otros  como  lo  es  para  mí  o,    lo  que  es  lo  mismo,  una  compañera  tanto    para  todos  nosotros  como  para  cualquier    individuo,  una  singular  compañera  de  sensibilidad?    Y  la  estudio  detenidamente  en  sus  mínimos  pormenores.      Por  otra  parte,  es  aquí  donde  resulta  difícil  hablar,    porque  estoy  estudiando  la  cuestión  en  términos  cualitativos,    por  así  decir,  lo  que  significa  que  estoy  buscando  las  palabras;    todavía  no  acierto  a  expresar  bien  lo  que  quiero  decir.    Persigo  una  especie  de...  no,  no  encuentro  las  palabras.    Veo   su   refulgencia;   la   percibo   visualmente   en   sus   líneas  maestras,   como   si   hubiera   sido  creada  en  comparación  con  otras  y  también,  al  mismo  tiempo,  sin  compararla  con  nada.    Me  pregunto,  en  mi  fuero  interno,  por  qué  habría  que  comparar  lo  que  no  tiene  razón  de  ser  con  lo  que  debería  ser  y  que,  de  hecho,  ya  es.    Pero  ¿encierra  alguna  calidad?  ¿Es  necesaria?  ¿Es  auténtica?  ¿Es  a   la  vez  hermosa  y   fea?  ¿Es  verdadera  y  falsa?  ¿Es  buena  y  perversa?  ¿Está  completa?    Es  muy  raro,  porque  me  digo  todo  esto  mientras  contemplo  mi  obra,    y  siento  que  cobra  vida  por  sí  misma  y    que  empieza  a  emanar  de  ella  un  resplandor  que  me  responde  y  conversa  conmigo.    Así  se  explica  más  o  menos  cómo  discurre  el  proceso  creativo,    la  creación  de  un  objeto,  es  decir,  de  un  lienzo,  una  escultura,  una  pintura...      Realmente,  todo  es  lo  mismo:    lo  que  yo  creo,  y    lo  más  valioso  de  lo  que  creo  es  aquello  que  no  creo.    Eso  es  lo  que  me  interesa.    Lo   que   estoy   haciendo   en   este   momento   es   analizarme   a   mí   mismo,   analizar   mis  pensamientos,  desnudarme  por    dentro,  aunque  sé  bien  que  es  indecente.    No  debería  hacerlo.  Es  romántico;  es  psicológico.    No  me  gusta  la  psicología.  Entonces,  ¿por  qué  lo  hago?    Porque  considero  —más  allá  de  esa  ensoñación  afectiva  despierta  y  extra  lúcida,    con  la  visita  del  espíritu,  etcétera—    que,  en  conjunto,  la  ensoñación  es  vital  para  los  seres  humanos.    Es  universal,  pero  es  esencialmente  humana;  y  en  verdad,    si  me  desnudo  interiormente,  como  las  personas    que   vivirán   desnudas   en   la   arquitectura   del   aire   (porque   ya   no   existirá   la   intimidad,  sabremos  todo  lo  que  piensan  y  hacen  los  demás),    quizá  emergerá  otra  forma  de  intimidad  venida  de  más  lejos,    de  un  lugar  aún  más  remoto,  algo  que  existe    pero   que   hoy   en   día   resulta   inconcebible.   Lo   que  me   parece   extraño   es   la   idea   de   que  pasado   ese   punto   existe   todavía   otra   cosa,   siempre   mayor   y   más   inmensa,   y   así  sucesivamente.    En  fin,  son  cuestiones  que  escapan  a  mi  comprensión.    ¿Debemos   aprovechar   estúpidamente   los   simples   y   anodinos   momentos   de   la   vida,   ser  sencillamente   criaturas   humanas   normales   sin   forzarnos   a   nada,   sin...   debemos   ser  puramente  nosotros  mismos?  ¿O  bien  tenemos  que  ser  inteligentes?  ¿Tenemos  el  deber  de  pensar?    ¿Tenemos  que  ser  sinceros?    En  otras  palabras,  ¿debemos  ir  siempre  más  lejos,    

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debemos  tratar  siempre  de  avanzar  un  poco  más?    Sería  lo  lógico...  es  lo  que  exige  la  lógica  de  la  honestidad.    ¿O,  por  el  contrario,  conviene  simplemente  no  hacer  nada  para  vivir  bien,  para  vivir  felices  y  sin  responsabilidades?  He  aquí  el  meollo  de  la  cuestión:  es  la  responsabilidad  la  que  nos  obliga  a  tomar  conciencia  de  que  siempre  hay  un  camino  mejor...  El  perfeccionismo.      En  el  fondo  de  mi  ser,  soy  un  perfeccionista.    No  obstante,  ¿es  eso  malo?    Porque  lo  cierto  es  que  nunca  nos  sentimos  felices.    Sabemos  que  existe  siempre  algo  mejor  y  que  nuestra    actuación  también  puede  mejorar;  lo  mejor  existe,  sí,  existe    fuera  de  nosotros  y  jamás  nosotros  por  satisfechos.      Además,  estar  satisfecho  es  una  mediocridad.    Cuando  uno  está  satisfecho,  no  sabe  qué  rumbo  tomar    y  no  hace  nada,  porque  ya  no  hay  nada  más  que  le  satisfaga.    Se  acoge  a  esa  filosofía  de  quedar  inmovilizado,  estúpidamente,    pese  a  saber  que  hay  otros  miles  de  posibilidades.    Es  algo  que  nace  del  temperamento,  lo  sé,  que  nos  empuja,    que  urge  a  la  gente  corno  yo  a  buscar  nuevos  horizontes  y  a  otros  a  quedarse  donde  están.    Y  sin  embargo,  hay  un  sitio  para  cada  uno;  también  es  interesante.      Uno  debe  quedarse  en  su  sitio  y,  al  mismo  tiempo,  dar  siempre  un  paso  más.    Se  trata  sobre  todo  de  conocer  la  medida;    es  la  medida  la  que  siempre  se  impone,  la  eterna  medida.    ¿Es  Francia  verdaderamente  el  país  con  el  que  hay  que  medirse?    Así  se  ha  dicho,  pero  yo  no  lo  sé,  aunque  es  indiscutible    que  tras  regresar  de  un  viaje  de  tres  meses    por  América  me  siento  capaz  de  pensar    nuevamente  en  esta  medida  que  no  es  en  absoluto  evidente,    que  jamás  he  experimentado,  y  que  admiro  y  envidio.    Me  encantaría  comprenderla.    Me  encantaría  vivir  esa  medida  todopoderosa    que  es  a  la  vez  creativa,  serena,  apacible,  dinámica  y  selecta.            

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