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Mauricio Onetto PavezAlfredo Palacios Roa

HISTORIA DE UN DESASTRE, RELATOS DE UNA CRISIS,

Concepc ión : 1751 -1765

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© MAURICIO ONETTO PAVEZ y ALFREDO PALACIOS ROAHistoria de un desastre, relatos de una crisis: Concepción, 1751-1765

Esta obra ha sido sometida a su evaluación científica por pares externos.

Imagen de portada: Relación de mensura de la loma de Parra, 1752.Fuente: Archivo General de Indias, Sección Mapas y Planos de Perú y Chile, número 255.

Registro de Propiedad Intelectual Nº 295291ISBN: 978-956-17-0791-7Derechos ReservadosTirada: 500 ejemplares

Ediciones Universitarias de ValparaísoPontificia Universidad Católica de ValparaísoCalle Doce de Febrero 21, Valparaíso, ChileFono (32) 227 3902Email: [email protected]ño: Alejandra Salinas C.

Imprenta: Salesianos

HECHO EN CHILE

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE

I. LA EXPERIENCIA DE LA CATÁSTROFE EN EL SUELO PENQUISTA

LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS TELÚRICAS

UN NUEVO SIGLO, UN NUEVO SISMO

El segundo cataclismo

¿Se pensó en el traslado de la ciudad?

CONCEPCIÓN A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVIII

EL “GRAN TERREMOTO” DE 1730

La valoración de los daños

LA RUINA QUE PROMUEVE EL TRASLADO

El negativo balance

II. UNA CIUDAD DIVIDIDA POR LA CATÁSTROFE

La relocalización de Concepción tras 1751

UN TRASLADO INCOMPLETO

El sitio “elegido” para la ciudad: la Mocha

RETICENCIAS A LA MOCHA

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SEGUNDA PARTE

I. FUENTES Y DOCUMENTOS PARA EL ESTUDIO DE LA CRISIS: 1751-1759.

1. Carta de Juan del Pozo al rey sobre propuesta de traslado de la ciudad de Concepción a la loma de la Parra, Concepción, 14 de mayo de 1751.

2. Carta de Tomás de Carminati al gobernador Domingo Ortiz de Rozas, Arauco, 25 de mayo de 1751.

3. Carta de Domingo Ortiz de Rozas, Juan de Balmaceda y otros, sobre la junta general de la real hacienda, Concepción, 4 de junio de 1751.

4. Carta de Domingo Ortiz al rey sobre defensa de las ciudades después del temblor, Santiago, 5 de junio de 1751.

5. Carta de Cayetano de Torres, prior de san Juan de Dios, al rey sobre elección del paraje de la loma de Parra o Dichoco, Con-cepción, 6 de octubre de 1751.

6. Carta de Francisco Pérez Valenzuela Moraga, cura rector de san Francisco, al rey sobre elección de paraje en la loma de Pa-rra, Concepción, 14 de octubre de 1751.

7. Autos hechos por el Colegio de la Concepción de Chile de la Compañía de Jesús sobre si debe fabricarse la nueva ciudad de la Concepción en la loma de Landa o debe mantenerse en la Mocha, sin fecha.

8. Carta de don Domingo Ortiz de Rozas al gobernador sobre las ordenanzas particulares para la construcción de la nueva ciudad, Concepción, 3 de enero de 1752.

9. Carta de Domingo Ortiz, José Clemente de Traslaviña y otros sobre la junta de la real hacienda, Concepción, 25 de enero 1752.

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10. Carta de Juan Batista de la Borda, don Martín de Recaba-rren, Don Juan de Balmaceda y otros al rey sobre informes fis-cales, Santiago, 9 de febrero de 1752.

11. Carta de Domingo Ortiz de Rozas, José Clemente de Tras-laviña y otros, sobre junta de real hacienda, Concepción, 23 de febrero de 1752.

12. Carta de Domingo Ortiz de Rozas y Domingo García al rey sobre construcción de la nueva ciudad en el valle de Rozas, Concepción, 23 de febrero de 1752.

13. Ordenanzas particulares que observará y guardará y man-dará guardar y observar el gobernador, cabildo y regimiento de esta ciudad imperial de la Concepción trasladándose al valle de Rozas, para la construcción de todas las casas de los particu-lares y lo demás relativo a dicha población, Concepción, 24 de febrero de 1752.

14. Carta del concejo al rey sobre elección de los parajes para la construcción de la nueva ciudad, Concepción, 9 de marzo de 1753.

15. Representación que hace el vecindario al señor presidente sobre petición que no se funde en el valle de la Mocha la ciudad y que se funde en el valle de Landa, Concepción, 13 de noviem-bre de 1756.

16. Carta de Manuel de Amat al rey sobre traslado de la ciudad de Concepción, Santiago, 9 de diciembre de 1756.

17. Carta del señor Amat en representación de los pobres en la construcción de la nueva ciudad, Concepción, 12 de diciembre de 1756.

18. Carta de Martín de Recabarren, Gregorio Blanco y otros so-bre discordia de vecinos sobre el paraje de la Mocha, Santiago, 16 de diciembre de 1756.

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19. Carta al rey sobre problemas en el valle de la Mocha, Santia-go, 12 de septiembre de 1757.

20. Carta de doctor Salas al rey sobre elección del paraje para re-poblar la ciudad de Concepción, Santiago, 10 de enero de 1759.

Fuentes manuscritas

Fuentes documentales y otras fuentes impresas

Crónicas y relatos de viajeros

Artículos y libros

BIBLIOGRAFÍA

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INTRODUCCIÓN

La catástrofe sucede antes del hecho/acto: la catástrofe no es la autodestrucción atómica de la humanidad, sino la relación con la naturaleza que la reduce a su explotación tecnocientífica. La catás-trofe no es nuestra ruina ecológica, sino la pérdida de las raíces que posibilita la explotación implacable de la tierra. La catástrofe no es que quedemos reducidos a autómatas manipulados por la bioge-nética, sino el enfoque que hace que esta perspectiva sea posible1.

Figura 1: Latido y rutas de Concepción de Gregorio de la Fuente, 1943-1945 (detalle). Fuente: Fotografía de los autores.

Concepción se ha configurado bajo una sensibilidad asociada a una lucha constante, a una resistencia que ha tensado continuamente a sus habitantes con respecto a la posesión de su territorio. El mural que pintó Gregorio de la Fuente para la estación de trenes entre los años de 1943 y 1946 –edificio que hoy es del Gobierno Regional del Biobío–, es el mejor ejemplo de cómo se percibe la historia de esta lucha.

En la parte central del mural queda en evidencia la relación entre la ciudad y sus catástrofes. En este caso, el desastre se representa por medio de una

1 Žižek, Slavoj. Acontecimiento. México, Editorial Sexto Piso, 2016, p. 40.

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serie de elementos vinculados en un mismo movimiento de la naturaleza. Los ejes de esta parte de la representación son una gran mano, la cabeza de un caballo y un rostro humano que intentan pedir ayuda mientras son tragados por la tierra o la fuerza del mar, que en este caso están representados por una especie de huracán2. La imagen intenta, de cierta manera, hacer convivir la forma en que los propios habitantes han deseado que se reconozca el de-venir histórico de la zona.

A través del mural se ha buscado exhibir una serie de valores positivos como la disciplina, la fuerza de voluntad y un fuerte sentido del deber como los grandes motores que permitieron la invención y expansión de aquella ciudad “de muros levantada”, en palabras de Alonso de Ercilla3. Sin embargo, este proceso fue más caótico y disputado de lo que se podría pensar. No solo por las constantes desavenencias entre españoles, criollos e indígenas, desde el punto de vista de la “guerra”, sino que también por las propias pugnas entre los mismos vecinos y moradores, quienes no siempre estuvieron de acuerdo ni menos tuvieron la claridad para pensar en lo mejor “para todos”. Una de las situaciones de este tipo que, entre otras cosas, reconfiguró la vida social y espacial, fue el traslado de la ciudad tras el terremoto y tsunami de 1751.

En este contexto, ¿cuál vendría a ser el rol de las catástrofes dentro de la con-figuración social y espacial de la ciudad de Concepción?, o bien ¿cuáles serían las posibilidades de comprender y analizar la memoria que intenta recuperar los momentos contradictorios de una relación como la de los desastres y la sociedad penquistas de los siglos XVI-XVIII? Al considerar estas preguntas, el estudio de los tsunamis y terremotos es una de las posibilidades para ingresar a estos temas, puesto que:

2 La Revista Conserva señala lo siguiente sobre este mural: “se trata de una pintura mural al fresco (4,5 x 58, 3m.) realizada entre los años 1943-1945 para el hall central de la Estación de Ferrocarriles de Concepción. El cambio de destino del edificio para convertirlo en Intenden-cia Regional, llevó a la comunidad a manifestar preocupación por la integridad del mural. Por ello, el Ministerio de Obras Públicas solicitó a la empresa responsable de las obras, la realización de un sistema de protección, que evitase, durante el desarrollo de los trabajos, alteraciones y daños en la pintura. El CNCR (Centro Nacional de conservación y restauración) fue convocado para realizar un registro fotográfico que documentara el estado de conser-vación antes y después de la ejecución de los trabajos (2005-2007), con el fin de permitir un análisis comparado y una evaluación del estado de la pintura”. Véase: S/A. “Historia de Concepción del autor Gregorio de la Fuente ubicado en la ex Estación de ferrocarriles”, en Revista Conserva, núm. 12, 2008, pp. 115-116.

3 Ercilla y Zúñiga, Alonso de La Araucana Salamanca, Imprenta de Domingo de Portonarijs, 1754, p. 21.

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Desde la catástrofe se pueden verificar los puntos donde se genera-ron y acumularon los sentimientos de seguridad y dónde se descu-bre –en el sentido del desnudo– los elementos de la realidad ima-ginada […] De hecho, a pesar de la inestabilidad y dificultades que pueden presentar los escenarios catastróficos, a partir de estos se puede evaluar el devenir histórico de una sociedad, puesto que es-tos funcionan como “indicadores de comprensión del mundo” que ayudan a develar las tensiones sociales existentes. En este sentido, la “trampa mortal” de las catástrofes, aparte de la muerte, es que develan de una manera violenta las fragilidades de los particulares y del colectivo. En otras palabras, ellas develan los pilares, pero tam-bién las inconsistencias sociales y las desigualdades en las que una sociedad estructura su orden4.

Para intentar responder a tales interrogantes hemos decidido estudiar y crear una publicación sobre lo ocurrido tras el terremoto y tsunami de 1751. La edición se divide en dos partes que podríamos definir como expositivas. La primera está compuesta por dos artículos –independientes uno del otro– que ayudan a contextualizar el tema sísmico en Chile y la zona, y a complemen-tar algunas investigaciones serias que existen sobre este acontecimiento y posterior proceso de “traslado”5. Nuestro objetivo con el primer apartado es poder dar una lectura fresca y reunir diversas perspectivas y tópicos que han aparecido sobre estos sucesos en los últimos años.

La segunda parte está conformada por una serie de documentos que fueron escritos entre los años de 1751 y 1765, en los que se narran los devenires que adquirió -o se pensaron sobre- Concepción, desde que ocurrió el terremoto y tsunami hasta que se fueron diluyendo o aceptando los problemas genera-dos por la relocalización de la ciudad. Estos manuscritos fueron seleccionados de acuerdo a las características de la información que entregaban respecto al traslado y que poco se conocen en Chile. Entre ellos encontramos: cartas de vecinos, relaciones, autos y memoriales. Desde el punto de vista metodológi-

4 Onetto, Mauricio. Temblores de tierra en el jardín del edén. Desastre, memoria e identi-dad: Chile, siglo XVI-XVIII. Santiago, DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2007, p. 30. Sobre este tema véase: Walter, François. Catastrophes. Une histoire culturelle. XVI-XXIe siècle. Paris, Seuil, 2008. Signorelli, Amalia. “Catastrophes naturelles et réponses culturelles”, en Terrain, núm. 19, 1992, p. 147-158.

5 Nos referimos al trabajo de Mazzei, Leonardo y Pacheco, Arnoldo. Historia del traslado de la ciudad de Concepción. Concepción, Universidad de Concepción, 1985.

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co, la presente investigación y exhibición de manuscritos se realizó tanto en Chile –Biblioteca y Archivo Histórico Nacional– como en España, no obstante, para esta edición se dio prioridad a los textos que se encontraban en el Ar-chivo de Indias de Sevilla.

Al tener en consideración lo anterior, una de las particularidades de este trabajo de investigación –financiado por el fondo del libro del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, proyecto nº 447930– puede lle-gar a ser significativa, pues ilustra parte de la tensión bajo la que se for-jó tanto espacial como socialmente la ciudad de Concepción. Es por ello que tanto las descripciones, inmediatas al acontecer de los hechos suce-didos en 1751, como las desavenencias que se mantuvieron en el tiempo, nos entregan una ventaja considerable a la hora de intentar recrear las vivencias y percepciones que tuvo aquella comunidad, no solo desde una perspectiva urbana o arquitectónica, sino también social y cultural. Asi-mismo, estas narraciones -cartas, informes y recuerdos- permiten conocer abiertamente la forma en que los pueblos y ciudades se enfrentaban a ta-les procesos vinculados con una catástrofe y, de paso, comprender su mo-dus operandi al momento de reestablecer el orden y el bienestar deseado.

Los autores

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PRIMERA PARTE

I. LA EXPERIENCIA DE LA CATÁSTROFE EN EL SUELO PENQUISTA6

Alfredo Palacios Roa

LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS TELÚRICAS

En el sur del entonces reino de Chile, y mientras continuaban desarrollándo-se diversos conflictos bélicos entre los españoles e indígenas enmarcados en la denominada “guerra de Arauco”, se viviría otro nefasto acontecimiento, pero de naturaleza diversa y desconocida, un cataclismo: el primer gran te-rremoto que hubiesen de experimentar los europeos en suelo chileno7.

Así, Concepción, comparada en su comienzo con las ciudades del “cuarto or-den”8, y puesta siempre en armas para prevenir y controlar las incursiones y avanzadas indígenas, fue el primer centro urbano que experimentó el, hasta esa fecha, desconocido poder de la naturaleza. Sus pobladores, “gente ya casi desesperada de verse en una tierra que si no es calamidades no llevaba otra cosecha”9, fueron sorprendidos la mañana del 8 de febrero de 1570 por un nuevo y desconocido enemigo.

Aquel día, miércoles de ceniza, cerca de las “nueve de la mañana”10, hora en que la mayoría de los vecinos se encontraban participando de la misa, repentinamente sobrevino un temblor “tan grande que se cayeron la mayor

6 Una primera versión de este texto fue publicada bajo el título de: “Dominio y catástrofe. Los terremotos en Concepción, Chile: 1550-1751”, en Anuario de Estudios Americanos, vol. 69, núm. 2, 2012, pp. 569-600.

7 Algunos historiadores e investigadores mencionan que el primer sismo del que se tenga re-gistro ocurrió en 1520, y señalan como fuente al abate Juan Ignacio Molina. Su texto Saggio sulla storia naturale del Chili, publicado en Bolonia en 1782, fija como el primero de los más importantes terremotos ocurridos en Chile el del año 1570; posteriormente, la traducción del mismo documento, efectuada por Domingo Joseph de Arquellada en 1788, seguramente por error de trascripción, indica el año 1520. Véase: Langlois, Hyacinthe. Dictionnaire classi-que et universel de géographie moderne. París, Imprimerie de Warin-Thierry, 1826, tomo I, p. 553. Molina, Juan Ignacio. Saggio sulla storia naturale del Chili. Bolonia, Stamperia di S. Tommaso d’ Aquino, 1782, p. 44. Molina, Juan Ignacio, Compendio de la historia geográfica, natural y civil del reino de Chile. Madrid, Imprenta de Antonio de Sancha, 1788, vol. I, p. 33.

8 Prévost, Antonio Francisco. Historia general de los viajes. Madrid, Imprenta de don Juan Antonio Lozano, 1783, tomo XXIII, p. 266.

9 Mariño de Lobera, Pedro. Crónica del reino de Chile, en Colección de Historiadores de Chile y Documentos Relativos a la Historia Nacional (en adelante CHDRHN), tomo IV, Santiago, Imprenta del Ferrocarril, 1865, p. 325.

10 Córdoba y Figueroa, Pedro de. Historia de Chile (1492-1717), en CHDRHN, tomo II, Santiago, Imprenta del Ferrocarril, 1862, p. 138.

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parte de las casas, y se abrió la tierra por tantas partes que era admirable cosa verlo; de manera que los que andaban por la ciudad no sabían qué ha-cer, creyendo que el mundo se acababa”11. Esta última descripción permite entender por qué muchos vieron salir, a través de las numerosas y diversas grietas que se abrieron en la terreno, grandes borbollones de agua negra con olor a azufre, y este hecho lo asociaron al hedor del infiero; además, luego del movimiento principal, muchos quedaron atónitos al ver cómo el mar se retiró más de lo ordinario y “volvió con grandísimo ímpetu y braveza a tenderse por la ciudad”12.

Los penquistas, al escuchar el estruendoso ruido que precedió al sismo, deja-ron sus casas y salieron a las calles pidiendo a gritos la intercesión de la divi-na misericordia. Envueltos en el miedo y el espanto, y que en cierta medida puede resultar comprensible en consideración a los nulos conocimientos que tenían sobre el origen y desarrollo de estos procesos tectónicos, entendieron –dentro de su religiosa mentalidad– que aquello era prácticamente el inicio del fin del mundo y, por este motivo, corrieron a refugiarse en las alturas más cercanas para establecerse provisionalmente. En aquella huida algunos comenzaron a preguntarse ¿a dónde vamos?, ¿podremos escapar del castigo del Señor? Seguramente, y atendiendo al pánico y terror experimentado, muchos intentaban traducir la inédita experiencia en alguna explicación ló-gica y satisfactoria que les ayudase a aquietar los ánimos, y les brindase la posibilidad de tener una respuesta concreta para orientar un correcto actuar frente al ignorado fenómeno13.

Siguiendo esta lógica, probablemente algunos consideraron que si subían a lo alto, al cielo, Dios estaría ahí, y que si retornaban al llano de la ciudad también se encontrarían con él; incluso, otros fueron más lejos en sus elucu-braciones y comenzaron a vociferar que si pudieran volar hacia los desiertos también serían alcanzados por el “azote divino”. Por lo tanto, a decir del padre Diego de Rosales, fueron numerosos los habitantes que, conscientes de sus faltas y de la gravedad de sus pecados, consideraron que la opción no

11 Góngora y Marmolejo, Alonso de. Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, en CHDRHN, tomo II, Santiago, Imprenta del Ferrocarril, 1862, p. 188.

12 Góngora y Marmolejo, Historia de Chile…, p. 188.13 A este respecto hay que indicar, tal como lo refiere el historiador Mauricio Onetto, que “las

primeras prácticas que dejaron entrever las fuentes estuvieron vinculadas a las formas cómo las personas reaccionaban ante un sismo”, siendo el escape hacia “las alturas” la medida más representativa de esta forma de subsistencia. Véase: Onetto, Temblores…, p. 301.

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era huir, sino “sufrir al señor, que es Padre y si ahora castiga, después nos regalará”14.

En este contexto, la arruinada ciudad debió ofrecer un espectáculo dantes-co, repleto de escenas de desolación y llanto durante la tarde y la mañana siguiente. Por lo mismo, el citado cronista jesuita refirió lo siguiente:

Las lágrimas, las voces, los gemidos y los alaridos de hombres y mu-jeres, viendo perdidas sus haciendas en un instante, la ira de Dios que amenazaba, el castigo con que los afligía, y el temor de sus conciencias, que les acusaba, eran tan grandes que parecía un día de juicio. Este hería fuertemente sus pechos pidiendo misericordia y perdón de sus pecados; aquel con lágrimas los decía a voces; cual, desnudas las espaldas, despedazaba sus carnes a azotes, salpicando a los demás con la sangre, y cual, postrado en tierra, con gemidos del alma se abrazaba con ella, luchando, con Dios a brazo partido, y no soltándole, como Jacob, hasta aplacarle y que le bendijese15.

Inmersos en esta aflicción se encontraba todo el pueblo penquista cuando el licenciado Torres de Vera se enteró de lo sucedido. Rápidamente, por estar próximo a la ruinosa ciudad, se dirigió a ella acompañado de cien soldados temiendo que los indígenas aprovecharan el caos para arrojarse sobre sus indefensos habitantes. Aquella idea se puede explicar, de acuerdo a la lógica peninsular, porque los naturales, al no ser cristianos, no podrían ser víctimas de aquel “castigo divino” y, por ende, quedaban incólumes para concretar algún tipo de ataque sobre los creyentes. Es por ello que la llegada del oidor infundió cierto grado de optimismo entre los damnificados y los alentó para que, en un breve plazo, emprendieran la construcción de un fuerte con los materiales recuperados de las casas arruinadas y así, una vez concluido, tu-viesen la posibilidad de guarecerse en caso de ser atacados.

Además de esta latente amenaza, había otro motivo de alarma: transcurri-dos los días la tierra seguía moviéndose aunque con poca violencia, pero con la suficiente frecuencia para tener a los vecinos en constante inquietud y vigilia, ya que temían que la catástrofe se repitiera. Aquellas réplicas, que se

14 Rosales, Diego de. Historia general del reino de Chile. Flandes Indiano. Valparaíso, Imprenta del Mercurio, 1877-1878, tomo II, p. 184.

15 Rosales, Historia…, tomo II, p. 184.

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prolongaron durante más de cinco meses16, impedían a la población regresar a sus casas o lo que quedaba de ellas. Así se entiende que muchos pernoc-taran en ranchos cuyos techos fueron construidos con paja y ramas con el objetivo de que, si se caían, no causarían mayores daños17.

En estas precarias condiciones, los vecinos consideraron como especial milagro de la providencia que “casi ninguna persona muriese”18, por lo que determina-ron implorar solemnemente la clemencia divina por medio de un protector o abogado. Para cumplir aquel cometido, en el mes de junio de ese mismo año, se reunieron en la Iglesia Mayor en cabildo público presidido por el mismo To-rres de Vera, y habiendo echado a la suerte la elección de patrono, recayó ésta en la natividad de la Virgen Santísima. Terminada la elección del intermediario celestial, los presentes hicieron voto de edificar una ermita dedicada a esta ad-vocación sobre la loma en que se habían refugiado después de la catástrofe en muestra de agradecimiento. Esta fue, además de la promoción de las reformas de las costumbres y la eliminación de los vicios arraigados en aquella sociedad, la fórmula utilizada, “suerte de remedio infalible”, para frenar el comporta-miento de la naturaleza; sin embargo, entendemos que nadie se preocupó por atender las causas concretas del fenómeno que tanto daño les había causado, ni menos pensaron que el suceso podía volver a repetirse. Solamente, y tal como aquí lo hemos consignado, se avocaron a ensalzar la religión y sus símbo-los, procurando así contentar a Dios, a quien sindicaban como el autor de tal evento; por lo mismo, según refiere el cronista Pedro de Córdoba y Figueroa, los vecinos, además de las medidas ya adoptadas:

Levantaron una cruz y ofrecieron ir todos los años a vísperas de solemnes las tardes de los miércoles de ceniza, y al día siguiente tenerle por festivo e ir procesionalmente de la catedral los eclesiás-ticos de la ciudad, el cabildo secular y todos los vecinos y moradores, descalzos, a celebrar una misa cantada19.

Así se levantó el acta de dicha reunión, donde quedó constancia del voto perpetuo que fue suscrito por los personajes más notables del vecindario;

16 Palacios, Alfredo. Fuentes para la historia sísmica de Chile (1570-1906). Santiago, Centro de Investigaciones Barros Arana, 2016, p. 28.

17 Los “ranchos” aluden, según la definición de la Real Academia Española, la cual es aplicable a las descripciones aquí aparecidas, a una choza o habitación humilde con techumbre de ramas o paja que, por lo general, se levanta espontáneamente fuera de poblado. Véase: DRAE. Disponible en: http://dle.rae.es/?id=V7T2mDI (consulta: 5 de mayo de 2018).

18 Palacios, Fuentes…, p. 26.19 Córdoba y Figueroa, Historia,… p. 138.

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además, en el mismo acuerdo, fechado a 8 de julio de 1570, se indicó que, desde que se hizo la promesa y se plantó la cruz en la loma, cesaron defini-tivamente los temblores. Imbuidos en esta confianza, la citada promesa co-lectiva se cumplió religiosamente durante largos años20; no obstante, nuevas catástrofes vendrían a desvanecer aquellas ilusiones infundidas en la fe y forjadas por la devoción.

UN NUEVO SIGLO, UN NUEVO SISMO

Según los documentos consutdos, iban diluyéndose en la memoria colectiva los estragos causados por el terremoto de 1570, cuando un terremoto trajo el espanto y turbación a los descendientes de aquellos habitantes que habían lo-grado levantarse del funesto evento del siglo anterior. Así, y antes de comen-tar las características de este nuevo proceso geológico combinado (terremoto y tsunami), hay que decir que al despuntar el siglo XVII, la otrora “pequeña ciudad”, como fue llamada por el corregidor Pedro Mariño de Lobera21, co-menzaba a mostrar cierto grado de adelanto y prosperidad. Por ejemplo, de los treinta vecinos que se contaron en 1580 se aumentó, veinte años más tar-de, a un total de setenta personas22 y, en 1601, según un detallado informe re-dactado por el gobernador Alonso de Ribera, había en aquella urbanización:

Tres conventos: Nuestra Señora de las Mercedes, san Francisco y santo Domingo cada uno de estos con un fraile; de ordinario la iglesia hoy tiene un cura y un sacristán; hay un hospital que cuando yo llegué aquí estaba por el suelo, casi perdida la memoria del y de las haciendas que tenía […] la población de esta ciudad es de muy pocas casas y muy ruines de la traza que algunos buhíos de paja sin forma de calles ni ninguna cosa de curiosidad ni república23.

Se calcula que para el año 1610 la ciudad tendría no más de ciento cincuenta casas que, al igual que el resto de los edificios del territorio chileno, estaban

20 El cronista Vicente Carvallo y Goyeneche reprodujo íntegramente este documento. Véase: Carvallo y Goyeneche, Vicente, Descripción histórico-geográfica del reino de Chile, en CH-DRHN, tomo VIII, Santiago, Imprenta de la Librería del Mercurio, Imprenta de la Estrella de Chile, 1875-1876, p. 175.

21 Mariño de Lobera, Crónica…, p. 115.22 Guarda, Gabriel. Historia urbana del reino de Chile. Santiago, Editorial Andrés Bello, 1978, p. 43.23 “Relación del modo y orden de militar que había en este reino de Chile en campaña, fron-

teras y fuertes hasta la llegada del gobernador Alonso de Rivera que fue a 9 de febrero del año de 1601”, en Gay, Claudio (comp.). Historia física y política de Chile. Documentos sobre

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construidas de tapias y adobes, y eran humildes en cuanto a su altura “por-que ninguno tiene más del primer suelo y esto a causa de lo mucho que es sujeto todo aquel reino a terremotos”24. Esta era la radiografía general de Concepción al comenzar el siglo XVII, una ciudad cuyo progreso material era muy lento, ya que su sociedad tenía en contra dos terribles enemigos: la guerra y las catástrofes provocadas por los riesgos naturales.

El segundo cataclismo

El maestre de campo de la ciudad de Concepción, don Martín de Herize y Salinas, comenzaba su relación histórica indicando que:

El cometa que por diciembre del año pasado de [16]52 apareció en la altura de Mayre, discurriendo por más de veinte días desde nues-tra América austral a la septentrional de Nueva España, dio mucho que pensar en ambos reinos y especialmente en aquel se predijeron las fatales desgracia, y el común rebelión de los indios chilenos, in-sinuando ser mucho más lo que se dejaba al silencio de lo que se decía en el pronóstico25.

Dentro de aquellos augurios, que en cierta manera se justifican por los acci-dentes y contrastes de la guerra, hubo uno que resultó especialmente llama-tivo y refiere que durante primeros días del mes de marzo de 1657 un mu-chacho, de entre doce y catorce años, salió de la ciudad a recoger leña a un bosque cercano y, donde terminaba lo poblado, se encontró con un hombre mayor de venerable y sereno aspecto que: “le mandó se volviese a la ciudad y le avisase que habría un gran terremoto e inundación de mar”26.

Aquel rumor rápidamente se esparció por todas las calles Concepción, y fue-ron muchas personas que, temerosas de tan apocalípticos comentarios, acu-dieron a la casa del niño para cerciorarse de lo que se decía. Con el correr de

la historia, la estadística y la geografía de Chile. Santiago, Imprenta del Museo de Historia Natural, 1846-1852, tomo II, p. 153.

24 González de Nájera, Alonso. Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile. Santiago, Imprenta Ercilla, 1889, p. 12.

25 Herize y Salinas, Martín. “Felices progresos que las armas de su majestad han conseguido en el reino de Chile desde 31 de diciembre del año pasado de 1657 hasta el presente de 1658”, en Sancho Rayón, José (comp.). Colección de libros españoles raros o curiosos. Madrid, Im-prenta de Miguel Ginesta, 1879, vol. XIII, p. 281.

26 Córdoba y Figueroa, Historia…, p. 221.

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los días, la noticia alcanzaba una mayor notoriedad y se transformaba en un tema prácticamente ineludible en todas las tertulias. Esta situación obligó al obispo de aquel entonces, fray Dionisio de Cimbrón, junto a otros sacer-dotes, a reunirse con el joven para que éste les refiriera lo que había visto y oído. El padre del muchacho, irritado con la masiva cantidad de curiosos que llegaban a las puertas de su hogar para acreditar tan extraña novedad, procedió a darle unos azotes, tratándolo de visionario, novelero y revoltoso y, según afirmaron varios testigos, en el mismo instante del castigo, la tierra comenzó a sacudirse violentamente27. Cierto o no, el hecho es que a las ocho de la noche del jueves 15 de marzo de 1657 se produjo un movimiento que, al igual que el del siglo anterior, fue precedido por un ensordecedor estruen-do que provocó que todos salieran de sus casas. El jesuita Diego de Rosales, en su calidad de testigo, señaló que aquel sismo alcanzó tanta fuerza que: “en pie no podíamos tenernos: las campanas se tocaban con el movimiento, las casas bambaleaban y se caían”28.

Concepción nuevamente quedaría arruinada, pero esta vez no solo por el terremoto, sino también por un tsunami, ya que, como dice una relación contemporánea: “sobrevino a esta catástrofe otro no menor fracaso, como fue salir por tres veces la mar por las calles de la dicha ciudad con que com-batida de estos tan fuertes elementos cayeron los edificios y se perdieron los víveres”29. En efecto, dos horas después del primer remezón y luego de que algunos vieran un enorme globo de fuego caer hacia el poniente30, el mar se retiró, pero inmediatamente volvió con un ímpetu aterrador y “bramando saltó las márgenes inundando y arrasando todo lo que había quedado en pie, todo lo que alcanzó su furia que fue hasta la misma plaza”31.

Mientras los espantados habitantes buscaban refugio en las lomas vecinas, el obispo Cimbrón se plantó en medio de aquella plaza y desafió a pie firme el furor de las olas, conjurándolas en nombre de Dios para que se retirasen; sin embargo, esto no ocurrió, y todos los bienes y ajuares de las casas quedaron nadando en aquel mar sin márgenes. En consecuencia, mesas, camas, sillas,

27 Córdoba y Figueroa, Historia…, p. 222.28 Rosales, Historia…, tomo I, p. 205.29 Relación del oidor Alonso de Solórzano y Velasco al rey, Santiago, 2 de abril de 1657. Archi-

vo General de Indias, Fondo Audiencia de Chile (en adelante AGI, FACh), vol. 13, R. 3, N. 7 (son 30 fojas).

30 Rosales, Historia…, tomo I, p. 206.31 Olivares, Miguel de, Historia de la Compañía de Jesús en Chile (1593-1736), en CHDRHN,

tomo VII, Santiago, Imprenta Andrés Bello, 1874, p. 217.

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ropa, vestidos y arcas, todo fue despojo de las olas, sin que nadie procurase salvar más que la vida32.

Ciertamente, en esta ocasión, no hubo construcción alguna que se eximiese del rigor de la naturaleza. El palacio del gobernador, las cajas reales, los almacenes militares, el hospital de san Juan de Dios, así también “las reli-giones de san Francisco, santo Domingo, san Agustín y la Merced perdieron totalmente sus conventos y sus iglesias”33. Solamente el templo y colegio de la Compañía de Jesús, por encontrarse en un sitio más elevado que el resto de los edificios, se libraron de “la ira”34 porque Dios, siguiendo la providen-cialista interpretación del padre Miguel de Olivares, quiso que quedase en pie para el consuelo y refugio de tan afligido pueblo35. Por lo tanto, como fue esta la única fábrica que no se derrumbó, acudían a ella los religiosos de los demás conventos a decir sus misas y a confiarles los santos y reliquias que pudieron rescatar de la catástrofe, lo mismo ocurrió con los efectos de la catedral y los clérigos que allí estaban destinados.

Ahora bien, a la mañana siguiente los penquistas comenzaron a descender de las lomas en que se habían refugiado y pudieron apreciar y valorar la ruina en que habían quedado convertidas todas sus pertenencias materiales. El obispo, vestido de penitencia, los reunió detrás de los escombros de una capilla y les dirigió una piadosa exhortación, consolándoles en tanta desgra-cia y predicándoles la expiación para apaciguar la cólera divina. Tras concluir sus palabras, la ciudad entera hizo voto de sacar en procesión una imagen de Nuestro Señor Jesucristo todas las noches del 15 de marzo, cumpliéndolo religiosamente hasta el terremoto de 175136. No obstante, tras esta nueva tragedia, nadie se preocupó de comprender el origen de las causas físicas del evento, ni menos asociaron la recurrencia del funesto acontecimiento al emplazamiento de Concepción.

¿Se pensó en el traslado de la ciudad?

32 Olivares, Historia…, p. 217.33 Carta del obispo de Concepción Dionisio Cimbrón al rey, Concepción, 27 de abril de 1657.

Biblioteca Nacional de Chile, Manuscritos Medina (en adelante BN, MM), tomo 144, pieza 2715, f. 69.

34 Carta de don García de Valladares y Laureano de Vera al rey, Concepción, 8 de abril de 1657. BN, MM, tomo 144, pieza 2712, f. 50.

35 Olivares, Historia…, p. 217.36 Carvallo y Goyeneche, Descripción…, tomo IX, p. 119.