maynade josefina - la vida serena de pitagoras

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  • 8/8/2019 Maynade Josefina - La Vida Serena de Pitagoras

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    Josefina Maynad

    LLAA VVIIDDAA SSEERREENNAA DDEEPPIITTGGOORRAASS

    Digitalizacin y Arreglos

    BIBLIOTECA UPASIKAColeccin Autores Teosficos del Siglo XX

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    Josefina Maynad La Vida Serena de Pitgoras

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    LA VIDA SERENA DE PITGORASObra galardonada con la Medalla al Mritode la Ciudad de Pars, durante el

    Congreso Pitagrico Internacional de 1955

    Digitalizacin de la Segunda Edicin MejoradaDibujo por la Autora

    DEDICATORIA

    A LA MEMORIADE MIS PADRES,

    RAMN MAYNADY

    CARMEN MATEOS DE MAYNAD

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    NDICE TEMTICOPREFACIO, pgina 6.

    I.- INFANCIASobre el Mar de Icaria Orculo de Delfos Nacimiento dePitgoras La Doble Fortuna Samos a la vista! La Llegada Como un Eros, pgina 10.

    II.- ADOLESCENCIALa Morada de Mnesarco Dilogo con el Pedagogo Educacin de

    Pitgoras Mayor Ansia de Conocimiento La Confesin Preparando el Viaje, pgina 18.

    III.- JUVENTUDNaucratis Cita en la Luna Recuerdos Aparicin de la Madre Resurgimiento Interno A Helipolis, pgina 26.

    IV.- MADUREZLlegada a Babilonia Hacia el Templo Ritual de las DanzasCclicas La Recepcin La Morada de Baal El Santuario

    Astronmico Tuya Ser Nuestra Sabidura..., pgina 32.V.- GRECIAEn el Mar Remembranzas Otra Vez Samos Encuentro de laMadre Tirana de Polcrates El Emigrado Creta Esparta Eleusis Atenas Delfos La Ruta del Sol, pgina 46.

    VI.- EL INSTITUTO PITAGRICOSibaris Crotona La Primera Siembra El juicio Defensa dePitgoras El Montecillo de las Musas Ereccin del EdificioEscuela Los Primeros Pitagricos, pgina 57.

    VII.- LAS PRUEBAS DE INGRESOInterrogatorio Preliminar Anlisis Frenolgico y Fisiognmico ElHorscopo Observacin del Maestro Reacciones en el Juego y laDanza Comida en Comn Las Cavernas de las Apariciones El Aula Desierta y los Problemas Examen Definitivo Comunidad

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    de Bienes La Bienvenida, pgina 68.

    VIII.- LA VIDA EN EL INSTITUTO PITAGRICOEl Himno Matinal La Meditacin y el Silencio Colectivo

    Consagracin Planetaria del Da Maana de Estudio EjerciciosFsicos y Recreo El gape Comunal Labores Profesionales Himno a la Puesta del Sol Loa y Profundidad de la Noche Pitagrica Las Celebraciones, pgina 77.

    IX.- PRIMER GRADO LOS ACUSMTICOSLa Musa Tcita Recepcin y Bienvenida Pltica del Maestro Valor del Silencio Deberes del Oyente Los Versos ureos Perodo de Purificacin Las Asignaturas Labores y Oficios LaAmistad Entre los Pitagricos, pgina 85.

    X.- SEGUNDO GRADO LOS MATEMTICOSDa de Oro Nacimiento de la Palabra Versos ureos del Grado Bienvenida al Matemtico Suma tica del Silencio El Ciclodel Conocimiento Smbolos Esenciales del Pitagorismo, pgina 93.

    XI.- TERCER GRADO LA TEOFANAEl Misticismo Pitagrico y el Hieros Logos Axioma Hermtico En el Templo de las Musas Naturaleza de las Diez Deidades Plticas y Coral La Trada de los Misterios Griegos La TripleNmesis Las Tres Parcas El Misterio de la Muerte LaReencarnacin a Travs del Mito Griego La Anastasis, Fin de laIniciacin Los Trasgresores de la Ley, pgina 102.

    XII.- CUARTO GRADO REALIZACIN-ARMONAElegancia del Pitagrico La Semilla Espiritual La Gran Familia Primavera Los Enamorados La tica de los Smbolos Secreta Vocacin de Teano Glosas Nocturnas La Meloda Astral Eros Divino Mensaje de Partenis Amor y Compromiso,

    pgina 117.

    XIII.- ANCIANIDAD DEL FILSOFO FIN DEL INSTITUTOPITAGRICOPitgoras en la Intimidad Lisis Las Primeras Nubes Representacin Teatral Expansin del Pitagorismo Los AntiguosAlumnos Fin de la Asamblea Herencia Espiritual del Maestro Proximidad del Peligro La Decisin Camino de Metaponte,

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    pgina 128.

    EPILOGO, pgina 139.

    REFERENCIAS BIBLIOGRFICAS, pgina 148.

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    PREFACIOa actual preferencia del pblico por la literatura biogrfica es unode los sntomas ms evidentes de nuestra desolacin espiritual.

    Es esta ficcin o realidad de la biografa un medio rico en evasiones ysuplantamientos transitorios, ya que su lectura nos induce a vivir fuera denosotros mismos temporalmente. Y en ello subyace la tcita patentizacin deque no estamos contentos de cmo somos y de cmo vivimos.

    En la predileccin por la biografa se esconde una necesidad deafirmacin propia, un ansia de desdoblarnos, de amplificarnos, y acaso, ante

    todo, de enternecernos.Necesitamos, en suma, hallar estmulo y confortacin a las debilidades,

    acritudes y menguas propias, viviendo temporalmente la propiedad de lasvidas ajenas. Y hacernos la ilusin, en cierto modo, de que flotamos sobre logris de la nuestra y de que dejamos un surco de afirmacin en la historia.

    Adems, el apoyarnos espiritualmente en los hitos de las personalidadesdestacadas que han sido, hace que, inconscientemente, hallemos en otrosclimas morales, mayor estabilidad, mayor paz y felicidad de la que nuestrapoca nos puede brindar.

    El arabesco que dibuja una vida sobre su tiempo nos sugestiona como elms serio y provechoso de los juegos: el de representar hacia dentro, ante elentendido espectador que es nuestro yo superior.

    En este juego, en la diversin loable de leer y de enmascararnos convidas ajenas mezcla de alimento anmico y de recreo deleitoso se hallael elemento compensativo y la anhelada experiencia. Confesemos que de estebucear la vida y su por qu a travs del personaje evocado, hemos jugado avivir los dems sin movernos de nosotros mismos.

    Sin embargo, para la eleccin de los personajes de este nuestroincidental vivir reflejo, de adaptacin, que es la lectura biogrfica, nos falta el

    certero dictamen de lo que somos, conocer el pulso cierto de nuestro ritmo, elndice, en fin, de nuestra reaccin espiritual.

    En materia biogrfica, el personaje tnico por excelencia ser siempreel tipo armnico.

    Y en una poca tan somovida y desquiciadora, de tan inmenso vacoespiritual como la nuestra, sin el estmulo viviente de autnticos hombres

    L

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    representativos, aparecer como un lenitivo la exaltacin del tipo superior dehumanidad, el superhombre o arquetipo.

    Pero el superhombre, como todo tipo substancial, adolece casi siemprede hallarse a demasiada distancia de nosotros. Es difcil que podamosidentificarnos de verdad con l, seguirlo de cerca, vivirlo entraablemente. Ysiempre, acaso por este mismo fenmeno experimentamos inconscientementeante l el vaco de la distancia.

    Necesitamos de individuos ejemplares ms a nuestra medida para que senos ajusten, nos interesen y beneficien. Que exista, entre ellos y nosotros, uncable de tensin pareja, por muy distintos y disimilares que aparezcanbiografiado y lector.

    Por ello hemos abordado la reviviscencia de un personaje que suma ensu vida y en su obra el valor que hemos llamado arquetpico con el humano.

    En la vida de Pitgoras hay, sobre todo, ternura, o sea, esencia dehumanidad. El trazo magnfico de su larga existencia se dibuja, adems, sobreuna poca cuya evocacin es tan rica en gratos escenarios, tan inagotable engrmenes de imitacin y absorcin, que hoy, el representarla a travs de lalectura, equivale a una ddiva inapreciable.

    Siguiendo a Pitgoras desde su nacimiento o aun antes de venir a lavida, cuando el orculo de Delfos anunci a los padres el esplendor de sudestino, comparte el lector los ms nobles valores humanos a travs delejemplo constante de una vida completa que orn por igual la belleza, el amory la sabidura.

    La existencia de Pitgoras se asienta sobre pilares inconmovibles.Veinticinco siglos han transcurrido como un da, como un gran da en lacuenta de la eternidad, as que entramos familiarmente en contacto con elfilsofo de Samos.

    Con su afilada, clarividente vista de iniciado, nos cala, nos sonda hastalo ms secreto. Conoce nuestra naturaleza tan bien como la de aquellosdiscpulos que su mirada sagaz observaba a travs de las complejas einnumerables pruebas de ingreso a su Escuela. Y su leccin nos ser, como aellos, altamente eficaz.

    Por lo que respecta a mi labor de expositora, he tratado ante todo, alvitalizar esa gran figura del pasado, de borrar toda huella de esfuerzo, todosntoma de recargo erudito; que lo que constituye lo ms hondo y sutil de suinvitacin y el meollo de su propsito, fuera slo sugerido.

    A tal fin, me esforc en asimilar, a travs de una especie de digestinanmica, la sntesis antigua y actual eterna de cuanto perdura de la

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    sabidura pitagrica y de la vida de Pitgoras.Durante la escritura de este libro he vivido yo misma, como un avatar

    transitorio, la figura del filsofo griego. Y confieso que este proceso me hahecho experimentar, como nunca, la beatitud del sacerdocio de la obraliteraria.

    La temporal investidura de una representacin humana tan excelsa y tanntegra, me ha procurado a m misma un inmenso bien.

    El esfuerzo ilusionado de compartir sus realidades y sus sueos, sufinalidad de la vida humana, su inmensa cordialidad, me han hecho participaral unsono de la gran onda emotiva que cubre a todo aquel que de verdad sesumerge en el experimento pitagrico.

    En cuanto a la frmula biogrfica, he procurado conciliar, en fin, lohistrico con lo ambiental, sugerido por una larga familiaridad con los medios

    de la antigua Grecia y del Oriente. Y he tratado de hacer amable el colorido delas escenas que le sirven de marco desde el principio al fin, para que, ms allde la ilusin del tiempo transcurrido, el logro pitagrico se repita ahora encada lector de buena voluntad.

    Pitgoras ha sido el primer filsofo que vio claras las necesidades de

    Occidente.Persegua l un ideal armnico de perfeccin en el que se contrapesaba

    lo mstico con lo racional, lo lrico con lo terico, lo ideal con lo prctico. Sudoctrina altsima perdura y se sostiene merced a su perfecto equilibrio.

    El maestro de Samos vio con una justeza no igualada, la clasificacin delas castas naturales de la humanidad en las que bas su ideal social.Pedaggicamente, aun a la psicologa prctica de las orientacionesprofesionales, la orientacin espiritual derivada del conocimiento completo decada individuo, creando en su torno el requerimiento constante de un medioformativo bello y armnico.

    Ante todo, se esforz Pitgoras en rescatar, para las leyes articuladas delespritu, a los mejores ciudadanos. Y para educarlos integralmente, instituysu famoso Instituto de Crotona, en la Magna Grecia.

    All dio consistencia y categora a todo ensayo pedaggico posterior. Ensu Escuela, inici el fundamento de todo programa de educacin progresiva yadaptada, al servicio de un amplio ideal de evolucin. El fue el primero, en

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    suma, en crear, metdicamente, una autntica aristocracia de las almas,valindose de los valores a cada grado descubiertos, de los jvenes de ambossexos confiados a su formacin.

    Esta clase selecta que constituan, por validez propia, los pitagricos yque tanta fama alleg en la antigedad a su Escuela primero y a su sectadespus de destruida aqulla, no tena ms que un ttulo representativo y unaherldica: la elegancia. Pero la elegancia, no slo en su acepcin material, sinotambin espiritual. Y un lema: la sencillez y el servicio.

    El ttulo de autntica nobleza que prestaba el pitagorismo, cuadrara defijo muy bien a la actual humanidad inferiorizada, desarmonizada,desconectada de sus mejores orgenes.

    Si algo tiene que resurgir de la antigua Grecia, entre tantas excelenciasolvidadas, es el concepto del desenvolvimiento integral y armnico del

    individuo, alumbrado por un superior concepto de la espiritualidad y lainvestigacin de los misterios del universo y del hombre.Nuestra ilusin, al escribir la presente biografa, es la de contribuir, en

    alguna medida, al realzamiento del actual estado de la humanidad. Ofrecerleun ptimo camino de ascensin hacia su noble fin. Para que algn da,posados ya los elementos negativos que nos conturban y desvan, podamosadoptar, en su integridad, aquel modlico plantel de hombres y mujeresarmnicos que constituyeron los pitagricos y a su ejemplo, enaltecer nuestramedida de ciudadanos modernos.

    J. M.

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    I.- INFANCIASobre el Mar de Icaria Orculo de Delfos Nacimientode Pitgoras La Doble Fortuna Samos a la vista! LaLlegada Como un Eros.

    a sopla el Noto! grit, de golpe, el timonel del navio Simurg,un muchachote frigio, colorado y rubio.

    En la quietud de la noche, la voz del marinero sac a Mnesarco de sumodorra. Se encaram sobre el gran cofre donde yaca medio recostado, el

    brazo sobre la baranda, la cabeza inclinaba sobre el mar.Volvi la vista adormilada. Las dos velas cuadradas, de un blancoazulado a la luz de la luna, ofrecan, hinchadas y prietas, una doble corvapareja.

    El viento tibio y constante del sur impulsaba ahora gilmente la navefenicia.

    Mnesarco sonri esperanzado y se levant, desperezndose. Mejor tiempo, por fin? dijo, dirigindose al frigio, que tanteaba

    en aquel momento las tensas amarras de las velas, sujetas paralelamente de unlado a otro de la embarcacin, como si pulsara las cuerdas de dos grandes

    liras. Navegamos ya por el mar de Icaria, el de las mltiples islas

    contest el frigio. Mi mar nativo aadi Mnesarco. Sois de Samos?. S. La perla del archipilago refrend el marinero. Y se encaram

    audazmente sobre la barandilla de proa.Mnesarco vio todo su cuerpo abalanzarse en el vaco, rozando con su

    gorro frigio las alas tendidas del ave proftica que presida las rutas del navo.En aquella arriesgada posicin lanz al aire vigorosamente, para que looyeran los remeros de a fondo, la consigna del nuevo rumbo.

    Eooo!... eooo!....La ltima vocal, grave y alargada, reson musicalmente en la noche y se

    perdi en el mar.

    Y

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    Luego rein otra vez el silencio a bordo.Las largas noches insomnes, la humedad sobre cubierta, haban

    entumecido los miembros de Mnesarco. Mir el cielo. Sera poco ms demedia noche.

    Y se recost de nuevo entre el cofre y la barandilla, despus de pasear lavista, en instintivo recuento, sobre las cajas y los bultos donde transportaba supreciosa mercanca.

    Cuando se hallaba otra vez prximo al semisueo, en aquel estado delaxacin del cuerpo y de la mente que suplan en parte la falta de total reposo,sinti el dulce contacto de una mano sobre su hombro.

    Y la voz ms amada que le deca quedamente: Duermes, Mnesarco?. No, mi querida Partenis. No duermo.

    Y sin moverse, volvi la cabeza y mir complacido a la mujer a la luzclara de la luna llena. Mientras dure el viaje, no dormir continu Mnesarco. Pero t

    debes descansar tranquila al abrigo del viento, junto al nio. No me necesita. Est profundamente dormido. A sus pies vela la

    esclava sidonia. Yo estaba haca tiempo desvelada. Hay calor en la cabina. Es que ya sopla el Noto. Despus de una pausa, agreg Pronto

    llegaremos.La mujer se irgui de cara al aire tibio de la noche. Un soplo vigoroso

    ech atrs, de golpe, el purpreo manto que cubra su cabeza y dej aldescubierto un rostro de valo apretado y perfecto en el que brillaban dosgrandes ojos negros que la permanencia en el Asia misteriosa haban llenadode languideces nostlgicas, de fijezas recnditas, como si estuvieranacostumbrados a mirar por dentro.

    Cerr la griega los prpados, y respir profundamente.Luego se volvi de pronto hacia su marido. No s si es ilusin dijo , pero me parece sentir el olor de los

    vergeles cercanos. Estamos en el mes de Targelin, prdigo en flores. Las pequeas

    Islas Egeas son como jardines flotantes sobre el mar azul que atravesamos. Lanoche nos impide contemplarlas. Pero las brisas tibias del sur son buenastransmisoras de aromas.

    Partenis suspir y dijo, animada: Pronto estaremos en Samos.En aquel momento, el dueo de la embarcacin, un fenicio barbudo,

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    fornido como un cclope, cruz por su lado en un paseo de vigilancianocturna. Mnesarco se dirigi entonces al viejo navegante y le inquiri:

    Cundo arribamos a Samos, maestro?. Si el Noto sigue empujando as, maana, cuando el sol se halle cerca

    del cnit. Que los dioses te escuchen y lleguemos con felicidad!. Mi Simurg es la mejor nave mercante de Sidon. Nunca me ha

    hecho quedar mal.Y se perdi en la ancha sombra que proyectaban las velas.Mnesarco se levant y enlaz el talle esbelto de Partenis. Y con la voz

    temblorosa y emocionada de un amante reciente, dijo: Empieza para nosotros una nueva vida, dulce esposa ma. Ests

    contenta?. Aunque nunca te quejaste de tu suerte, pienso a veces que debes

    experimentar la fatiga de nuestra vida inquieta de emigrantes. Las mujeres, ysobre todo t, que gozas, sobre todas, del dulce remanso familiar, necesitisechar races en la tierra, como los rboles.

    S, Mnesarco. Pero en la tierra propia, en nuestra hermosa Samos Ya est cercana.Y el hombre la atrajo a s, con ternura.Pasearon unidos y se acercaron a proa. La sombra de la gran ave, como

    un ingente amuleto, los cubra con su sombra hurtndolos a la vista decualquier pasajero o tripulante que pasara.

    Gozaron plenamente de aquel dilatado silencio. Juntos contemplaron elcielo y sin decrselo, evocaron...

    Por fin Mnesarco trunc el mudo dilogo de sus almas, diciendo: Tres veces ha florecido el laurel desde el da en que, recin

    enlazados, consagramos nuestro amor a Apolo ptico. Todava siento laemocin del orculo dlfico como si nos fuera dictado ahora, bajo eltestimonio de estas altas estrellas: Engendraris con inmenso amor un hijoque superar en belleza y sabidura a todos los mortales. l ensear la verdada los hombres del presente y a los del futuro. Haceos dignos de l y el Hado ospremiar con una vida de felicidad y de riqueza. Recuerdas?. Todos los

    sacrificios y molestias de la larga navegacin, la parsimonia de los ritos ypurificaciones, la larga espera de la respuesta del dios, fueron con crecescompensados con estas profticas palabras. El orculo se ha ido cumpliendohasta ahora. Nos ha sido enviado el hijo predestinado. Naci con todos lossignos de la raza superior. Nos ha sido concedida la riqueza...

    S, querido mo aadi Partenis . Hemos vivido hasta ahora en

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    estricta obediencia al divino mensaje. Abandonamos nuestro nido de amor, elbello retiro construido en Samos, tan lleno de sueos como de propiciascomodidades, para lanzarnos a la gran aventura, llevados slo por la fe.Llegamos por fin a la lejana Fenicia. All incrementaron los dioses nuestrocaudal. Volvemos ahora a Samos con un considerable tesoro. Educaremosconvenientemente al hijo predestinado que adorarn los hombres de hoy y demaana. Toda nuestra fortuna ser consagrada a Pitgoras, nacido bajo elsigno solar de Apolo ptico, del que lleva la gua divina y el nombre...

    No, querida. Nuestra fortuna pertenece, ante todo, a Apolo. Recuerdaque en su mansin sagrada, jur, en gratitud, consagrarle un templo en lo altode la colina del hogar de mis mayores.

    Tu voluntad ser siempre la ma confirm Partenis,humildemente.

    Callaron. Los ojos de ambos esposos, avezados ya a la lejana nocturna,divisaron, a la dbil luz lunar, la mancha obscura de dos islitas cercanas.El navo Simurg avanzaba decidido entre ambas tierras.Los remos de la embarcacin, iscronos, marcaban ahora un comps

    lentsimo. Pero el esbelto navo pareca que volaba; de tan gil, rozandoapenas el mar.

    Los esposos contemplaban el ritmo de los remos paralelos surgir delagua, dibujar una curva lenta en el aire y sumergirse con un leve chasquido,para surgir de nuevo, chorreantes, luciendo en el aire una sarta de perlas vivas,y volver a caer con idntico chasquido, ntimo y frenado, en el agua quieta.

    Cuando dejaron atrs las dos islas, a una contrasea del frigio, elmovimiento de los remos se aceler y el navo redobl su marcha.

    Las brisas del sur traan ahora, en forma prolongada e inconfundible,aromas de flores. Navegaban muy cerca, sin duda, de las floridas islas del marde Icaria.

    Partenis se animaba toda con el sutil regalo areo.Mnesarco se sent de nuevo, fatigado, sobre uno de los bultos que

    formaban el montn de su mercanca. Partenis se le acerc. Debes estar muerto de sueo djole cariosamente.

    Ya es la ltima noche. Deba, durante el viaje, velar sobre nuestroequipaje. Es todo nuestro tesoro. No podemos fiarnos de la tripulacin ymenos de los pasajeros. Vienen muchos mercaderes y t conoces bien a losfenicios... Las joyas estn todas aqu y seal el cofre sobre el que sehallaba, antes, recostado . Y el polvo de oro de la Clquida, escaso enSamos con el cual crear el primer taller de joyas a cincel, de especialidad

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    fenicia. Y las monedas. El marfil de frica que obtuve en los almacenes deTiro ser precioso para los amuletos y los collares de moda. Esto slo es unariqueza dijo, sealando dos grandes cajas . Con las piedras preciosas dela India que compr al mercader persa, tengo para levantar un templo. Y es mimayor deseo aadi con voz queda y enternecida, acercndose ms a suesposa que vivas en Samos como una reina...

    No aspiro a reinar ms que en tu corazn y a cumplir lo mejor quepueda mi gran deber para con nuestro hijo.

    Partenis reclin la cabeza sobre el hombro robusto del esposo. Aspermanecieron largo tiempo, sumidos en dulces meditaciones.

    En el infinito, a la derecha de la embarcacin, el horizonte empezaba aclarear. El misterio de la luz se anunciaba recatadamente sobre el gran mar ensombra.

    Pronto, estremeci el aire una voz vibrante:Anad!, Anad!.Era el frigio, el conductor nocturno, que daba a los remeros el grito

    ritual de la aurora naciente, la llamada sagrada a la Madre del mundo, laadjutora del da.

    Entonces, de abajo o de dentro, como si la nave cobrara voz propia entima, lleg a los odos de Mnesarco y de Partenis el coro de la matinalaleluya fenicia:

    Adis, Oh Baant!, noche primitiva;ya Kolpia, el aire todopoderoso,

    nos trae a Anad, la Madre del da....

    La ltima frase, se afil, aguda y lenta, para enlazar con la voz solitariaque lanzara la primera consigna al canto:

    ...nos trae a Anad, la Madre del da....

    Anad!, Anad!. Repiti, cansinamente, el coro de los remeros.

    Despus, todo qued de nuevo en silencio.La luz creca e iba iluminando lentamente al mundo. La nave surgalimpia, definida, del misterio de las sombras nocturnas. Las velas recobrabansu color blanco amarillento que contrastaba, sobre el mar cada vez ms azulrizado ahora en breves y menudas ondas.

    De la entrada de la cabina de pasajeros, lleg al odo de Partenis un

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    tierno llanto conocido.Se levant presurosa, como movida por un resorte. Pero ya la esclava

    vena hacia ella llevando en brazos al pequeo Pitgoras.Al ver ste a su madre ces de llorar. Tiene hambre dijo la fiel esclava de Sidn, ofreciendo a la madre

    el nio, que ya se abalanzaba en sus brazos.Sonri ella al cogerlo, sentse con su dulce carga otra vez junto al

    marido, desabroch el blanco seno y amamant al pequeo, que sonrea ya,feliz, sobre el halda amorosa de su madre.

    Mnesarco contemplaba en silencio la escena con la beatitud de un tiernoy repetido rito.

    Qu bello grupo formaban todos a la luz apacible de la pura aurora,entre el cielo y el mar!.

    Con el cabello rizado en dorados bucles, los grandes ojos de mirarprofundo, cargados con la experiencia de siglos, fijos extraamente en la fazmaterna, sorba el pequeo Pitgoras con afn el seno colmado de la madre.

    Terminado el dulce yantar, alz en alto Partenis al hijo casi desnudo,rollizo y rosado como un amorcillo.

    En aquel momento el sol brotaba, como una gran fruta, del mar. El nioclav sus ojos en l y se abalanz para cogerlo, los bracitos tendidos.

    Rieron todos la ocurrencia del nio. Ms Mnesarco mir a su hijo conactitud solemne.

    Hermoso smbolo! dijo con gravedad . Desde antes de nacer,te consagramos al sol interno. Sate ste mil veces propicio a lo largo de tuvida, hijo mo!.

    Como si entendiera al padre, el pequeo Pitgoras se qued de prontograve, y fij en l sus ojos claros, de raro y profundo mirar.

    Luego lo cogi de nuevo la esclava y para que durmiera, invoc,mecindolo, a los Taconinos,los ngeles fenicios guardianes de los nios.

    Y el da advino sereno y triunfal sobre el mar y sobre la tierra.Comenzaba una jornada de promesa para los viajeros del Simurg. Samos a la vista! grit un pasajero.

    Mnesarco se levant gilmente y ote el mar por la parte de proa.Efectivamente, muy lejos, en el horizonte, se divisaba una largamanchita malva.

    Samos!, Samos! repiti, dirigindose a su esposa, queconversaba con otras mujeres al otro extremo de la embarcacin.

    Samos! repiti ella, con un hondo reposo en la voz. Y corri a

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    contemplar la leve silueta de la patria lejana.Se quedaron all, bajo las alas del ave capitana, viendo cmo creca y se

    acercaba lentamente la isla bienaventurada.El sol ascenda por un cielo sin nubes. El agua tena este intenso tono

    ultramar, levemente violado, del mar de Icaria en los das serenos.Cuando el astro alcanz las proximidades del cenit, la isla de Samos se

    ofreca, llenando casi todo el horizonte, a los ojos de los navegantes delSimurg.

    A la derecha, mirando a oriente, tendida a todo lo ancho de la baha, laciudad se dibujada ntida, blanca, en forma semi-circular, como un anfiteatrode ensueo.

    El inmenso promontorio del Troglio, rematado por su potente faro,resguardaba de los vientos el puerto de Samos.

    Hacia l se encamin la nave.Dio el timonel la orden de replegar las velas. A un grito, los remos deestribor cayeron, fijos, rozando como alas el mar, dibujando en el agua estelasparalelas, mientras los de babor ganaban, rtmicos y activos, la gran curva deentrada, hacia el oriente, frente al acantilado.

    Entonces, como si se descorriera un teln, apareci de golpe, allmismo, la blanca ciudad de Samos, hermosa como la luna creciente. Detrs, elmarco de verdura de una pequea cordillera resguardaba a la ciudad de losvientos boreales.

    A la derecha, en la cima de un pequeo acro, rodeado de cipreses, sealzaba el Heraeum, el famoso templo consagrado a Hera, la seora delOlimpo.

    Un poco ms all y ya dentro de la ciudad, destacaban claramente sussiluetas de piedra o mrmol, el senado, el teatro, el gran gimnasio. Ms cercadel mar, rematando la ancha avenida del puerto, el gora pblica trenzaba susprticos recortados de sol sobre el rea de los jardines.

    Qu hermosa apareca la urbe, abierta como un sueo, cincelada por eloro de la playa, sobre el azul intenso del mar!.

    Los pasajeros del Simurg se encaramaban todos sobre la barandilla

    que rozaba el muelle de arribo.Una multitud abigarrada, multicolor e inquieta, se agolpaba, dandovoces, frente a la nave fenicia. Entre ellos, se destacaban por su indumento yprestancia un anciano y dos mujeres. Estas, agitaban en direccin de Mnesarcoy de Partenis sus chales de color.

    Entonces, mientras los marineros atracaban a tierra el navo, Mnesarco

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    tom de brazos de la esclava al nio, lo abalanz sobre la barandilla de abordo y lo mantuvo as, en el aire.

    Una voz de mujer sobresali claramente sobre el gritero de la multitud: Miradlo, parece el divino Eros!.

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    II.- ADOLESCENCIALa Morada de Mnesarco Dilogo con el Pedagogo Educacin de Pitgoras Mayor Ansia de Conocimiento La Confesin Preparando el Viaje.

    a morada de Mnesarco se alzaba en la parte alta de la ciudad deSamos, junto a un montecillo poblado de pinos.

    Era la prima tarde de un da inslitamente caluroso.Mnesarco prolongaba la siesta en su triclnio, en el frescor del vestbulo

    que daba al patio.Partenis, activa siempre, cortaba las mejores flores del jardincillo quebordeaba las columnas del peristilo. Las coloc luego, pisando leve, para nodespertar a su marido, sobre la mesa cercana a donde l descansaba, y sedirigi luego al centro del patio para menguar el chorro del surtidor,demasiado sonoro.

    Acercsele un esclavo y le dijo, en voz baja: Est Hermodamas, el pedagogo.Mnesarco lo oy. Lo esperaba dijo reclinndose sobre el codo derecho. Que

    pase.Al poco rato, haca su aparicin en el fresco vestbulo, el maestro de

    Pitgoras. Salud a vosotros, Mnesarco y Partenis! dijo, mientras secaba con

    una punta del manto el sudor de la frente. Salud a ti, Hermodamas! le respondieron ambos esposos a la vez. Reclnate y descansa ante todo aadi Mnesarco. La ascensin

    a estas horas, con el calor, es agotadora. Y dirigindose a su mujer Partenis!. Sirve del nfora ms porosa de la cueva un vaso de fresca leche de

    almendras endulzada con miel, al amigo.Sali ella, diligente, por la puertecita del extremo del patio, y volvi alinstante con el nfora hmeda y rojiza. Puso sobre la mesa dos vasos de cristalde Fenicia y los colm con la blanca bebida.

    Hermodamas miraba hacer a Partenis y contemplaba con admiracin ala madre de sudiscpulo.

    L

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    Pareca ella ms alta con su larga tnica blanca que dejaba aldescubierto los brazos y el amplio busto.

    Tena ahora Partenis la armoniosa opulencia de la insinuada madurezque confiere a ciertas mujeres bellas un empaque de diosas.

    Est Pitgoras? pregunt a Partenis el pedagogo. No, pero creo que no tardar en llegar respondi ella. Puedes hablar libremente aadi Mnesarco. Tena necesidad

    de or tu opinin con referencia a nuestro hijo. Sinceramente, Qu opinas del?.

    Pues... lo que he opinado siempre. Que es un muchachoexcepcionalmente dotado. Tanto, que he llegado a tenerle pnico y elpedagogo rubric la frase riendo jovialmente.

    Pnico por qu? intervino, no sin cierta inquietud, Partenis.

    Porque su inteligencia y su manera de actuar exceden ya misposibilidades de mentor y de instructor. Sabe ms que yo. Desde muy pequeo manifest anhelos e inquietudes no comunes.

    Pero ahora, prximo a la hombra... aqu interrumpise Mnesarco y movi,bajndola, la cabeza. Sus facciones ablandadas parecan entonces las de unviejo. Unos bucles grises cayeron sobre su alta frente y permaneci un rato enesta meditabunda actitud.

    S, pronto ser un hombre coment, ms animado por laconfirmacin del padre, Hermodamas.

    No deja esto de inquietarme aadi aqul.Partenis guardaba silencio, contemplando el esplndido bcaro de flores

    que luca en la mesa. Pitgoras es un muchacho mental y fsicamente sano. Pero su ansia

    de saber es tan aguda y apasionada; su capacidad asimilativa tiene talesalcances, que no creo que hoy exista cabeza en Samos capaz de ensearle yconducirle...

    T eres el mejor pedagogo de la isla. Me considero sin aptitud para continuar siendo su maestro. Sin embargo, casi es un nio. No est en la edad en que las leyes

    griegas dan por terminaba la educacin de un noble joven insistianhelosamente, Mnesarco. Tiene la capacidad de razonamiento de un viejo. Parece como si

    poseyera el conocimiento asimilado de varias vidas... As es asinti el padre. Y al cabo de un rato, continu. Es

    extrao. Mi hijo, tan dctil a la ternura, tan sensible para toda manifestacin

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    de belleza y de armona, posee por contraste un tesn y una voluntad tanenormes para la investigacin de las leyes de la naturaleza, desde las msconcretas a las ms abstractas, que, a pesar del amor y la obediencia quesiempre nos ha demostrado, temo que el mejor da...

    Qu quieres decir? inquiri, con ansiedad, Partenis. Que al mejor da decidir determinar por s mismo su destino. Que se marchar?. Posiblemente dijo, apretando los labios, con un hondo suspiro, el

    esposo. No puede ser, Mnesarco. Es demasiado joven Por eso mismo quera hablar con Hermodamas. Me ha hecho, en el

    transcurso de estos ltimos das, varias insinuaciones ya el muchacho. Yluego de una pausa, dirigindose al pedagogo Qu opinas?.

    De mi parte opino contest ste que debis dejar esto a sualbedro. Es mayor de lo que parece. Tiene la sazn de un hombre maduro. Yaos dije, por lo que a m respecta, que con vuestro hijo, como pedagogo, meconsidero fracasado. Demasiado a menudo, no s qu contestar a suspreguntas sobre tica, sobre las leyes inescrutables de la fsica, sobreabstracciones matemticas, sobre geometra... Algo parecido le ocurre a sumaestro de msica. Hace poco me contaba que, en la leccin terica colectiva,lo haba puesto Pitgoras en un aprieto al preguntarle la relacin del sistemacromtico y de los cuartos de tono con el carcter psquico de una meloda ysus posibles alcances en la transformacin del individuo. Por otra parte, s quele preocupan ciertos misterios del mito, ciertos simbolismos vedados del ritualreligioso. Ha interrogado sobre ello distintas veces al nuevo sacerdote deHera, el viejo tracio.

    A propsito, Sabes si pertenece a la hermandad de los rficos? leinterrumpi Mnesarco.

    Creo que s. Ahora me explico sigui el padre de Pitgoras dirigindose a su

    esposa por qu, de un tiempo a esta parte, desdea comer la carne de lossacrificios y renuncia a las libaciones...

    Partenis asinti con la cabeza. Si no fuera por nuestra antigua amistad prosigui Hermodamas hace mucho tiempo que os hubiera rogado que retirarais a Pitgoras de miclase.

    Entonces? os preguntar, en tono en cierto modo desolado,Mnesarco . Qu hacemos con el muchacho?.

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    Mandadlo a estudiar a la Escuela de Mileto.Dijo esto el pedagogo en tono decidido, como si su mente hubiera

    concretado ya con anterioridad la frase. A Mileto? intervino, sorprendida del consejo, Partenis.Los dos hombres guardaron silencio. Despus de una embarazosa

    pausa, Hermodamas continu, como para justificarse: Todas las tardes, desde que lleg a la isla Hiernimo, el orador

    milesio, he visto a vuestro hijo en el gora, bajo el prtico de Hermes donde serenen, a la cada de la tarde, los ms cultos ciudadanos de Samos. Va a or laselocuentes plticas del discpulo del famoso Tales. Desde que Fercides deSiros le inculc la creencia en la transmigracin de las almas, acude all enbusca de mayores confirmaciones. Toma parte en los debates como si fuera unhombre experimentado. Ayer tarde Pitgoras tom la palabra y llev la

    iniciativa, al lado de Fercides, respecto de la vida en el ms all. Pareca quesentara ctedra. Todo el mundo estaba asombrado. Me ha hablado varias veces de su curiosidad por or de los propios

    labios del sabio de Mileto la nueva y revolucionaria doctrina del macrocosmosy del microcosmos que define leyes que ha vedado siempre la religin.

    Partenis dijo, como si hablara consigo misma: El mundo est lleno de peligros para un muchacho tan joven y

    hermoso como Pitgoras. Es verdad confirm Mnesarco. Respecto de esto afirm Hermodamas tened ambos la

    seguridad de que sabr guardarse. Sin embargo, debemos tratar de desviar de momento, hasta su

    mayora de edad, estos prematuros arrebatos... Y, cambiando sbitamentede tono, hacindose ms confidencial, agreg levantndose Mnesarco Y siintentramos entre todos, despertarle el afn de la gloria en los juegos?. Silogrramos estimularlo para que detentara la victoria en el Gimnasio conmiras a la prxima seleccin que enviar la isla a Olimpia?. Es especialmentediestro en el salto y en el lanzamiento del disco. Sobresale tambin en la danzay es el ms hermoso efebo de Samos.

    Pitgoras va ms all de todo esto dijo con resolucin elpedagogo . Es un alma vieja. El hado ha perfilado sin duda de manera muyincisa la direccin de su vida. No hay que obstinarse demasiado en guiarle,creedme. Sabe muy bien a dnde va.

    Sin embargo, sabes que ama apasionadamente el juego objettodava el padre.

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    Conoce su utilidad en la formacin del hombre integral, eso es todo. Podramos... insinu tmidamente an, Mnesarco. Bien hallado en esta casa, Hermodamas! grit en aquel

    momento, desde el umbral del prtico, una voz juvenil, de grato y sonorotimbre.

    Pitgoras! exclam el padre, como reprochando al hijo,instintivamente, la inoportunidad de su presencia.

    Pero la vista del hijo lo desarm al instante y su rostro, momentos antessombro, se abri con una ancha sonrisa iluminada.

    Pitgoras avanz resueltamente hacia el patio en cuyo piso marmreotejan las enredaderas del techo sus bordados de sombra y sol. Se dirigi a sumadre, que haba permanecido muda a su entrada, y la bes en la frente.

    Partenis oprimi entonces, entre sus manos, a la altura de la suya, la faz

    del hijo y la sorbi toda en silencio con su anhelante mirada.Era Pitgoras un mozo alto y esbelto. Su musculatura incipiente, tenaan la morbidez un poco femenina del andrgino. Era su semblante expresivoy de proporciones perfectas, como la madre. Sus cabellos bronceados y endesorden caan sobre su alta frente meditativa. Sus hermosos ojos parecanms claros por la reverberacin de las blancas baldosas soleadas.

    Vena sofocado y sudoroso. Su piel tostada y encendida entonabavistosamente con la gama clida, de un rosa calcinado, de su corta tnica.Trenzaba las cintas de sus sandalias hasta media pantorrilla. Pareca, en aquelmomento el joven dios de la vida exuberante.

    Con una complaciente sonrisa, se abandonaba Pitgoras a la sobriaefusin en manos de la madre.

    Dnde estuviste? djole ella. En el gimnasio contest Pitgoras. Y, deshacindose de la dulce

    presin de los brazos maternos, dirigise a Hermodamas. A propsito,Conoces la noticia?. Ecten ha vuelto vencedor, en el pentatlo, de los juegosolmpicos.

    Precisamente aadi, apresuradamente, Mnesarco estbamoshablando de tu aptitud para detentar la victoria en la olimpiada prxima. Si te

    prepararas desde ahora con empeo...Pitgoras guard silencio. Hermodamas sonri. La madre intervino,animando la embarazosa pausa:

    Jugaste a la pelota?. Hoy es fiesta... No. Estuve con mis compaeros celebrando el triunfo de Ecten en

    los jardines del Gimnasio. Nos cont las aventuras del viaje, el espectculo

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    maravilloso de los juegos y certmenes. Me lo contars con detenimiento otro da. Es tarde y hay un trecho

    considerable de aqu a mi casa.Y diciendo eso, Hermodamas se despidi de la familia.Despus que salieron Mnesarco, Partenis y Pitgoras del refectorio

    interior otra vez al patio, el sol descenda tras el bosquecillo de pinos quecoronaba el leve promontorio inmediato, propiedad tambin del rico mercaderde Samos.

    Cumpliendo, a su llegada de Fenicia, la promesa que hiciera al dios engratitud por los altos pronsticos del orculo, se alzaba en la cima del altozanoun esbelto templete, imitacin mnima del gran santuario de Delfos,consagrado a Apolo.

    Pitgoras atraves la puertecita trasera del patio que daba a una vasta

    huerta de frutales y pase un rato bajo los rboles cargados. Soplaba,suavsimo, refrigerante, el cfiro de occidente. Oanse a lo lejos los cantoscansinos de los trabajadores que regresaban de las faenas del campo. Cruzabanel encendido cielo los pjaros piando fuerte en busca de sus nidos.

    De pronto, parse Pitgoras y puso odo atento. Entre aquel cmulo derumores vespertinos, crey percibir el levsimo sonido armonioso del arpaelica que, construida por sus propias manos, se ofreca oblicuamente en elbosque a la suave pulsacin del viento.

    Sonri triunfalmente. Era el primer da que, desde su misma casa, oalas dulces melodas.

    Corri hacia sus padres, ilusionado como un nio, para comunicarles lanueva. Acudieron stos. Y juntos, aguzando el odo, fueron ascendiendolentamente en silencio por la ladera izquierda del bosquecillo.

    El sol doraba an, en la cima, la copa de los pinos ms altos y elarquitrabe del templo.

    Ahora llegaban, clara y distintamente a sus odos, los acordes mgicosde la lira area. Pareca pulsada por invisibles dedos sabios, conocedores demelodas csmicas vedadas a los mortales.

    Se detuvieron. Los vagos acordes trmulos y suspirantes les llegaban

    como un don celeste. Escuchaban la msica como si rezaran.De pronto, Pitgoras interrumpi el silencio. Su odo educado percibialgo que le hizo fruncir el ceo. Dijo:

    Falta templar an las cuerdas medias. Vamos.Ascendieron, casi hasta la cumbre, donde se hallaba instalada el arpa

    sonora. Construida toda pacientemente por el mismo Pitgoras con el tronco

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    de un pino seco, propicio a las ms dulces resonancias, se hallaba enclavadaen el breve fuste de un fragmento de columna.

    Templ a su sabor Pitgoras las cuerdas y afirm la direccin adecuadadel instrumento. Al poco rato sopl ms fuerte la brisa vespertina. Llenbaseel bosque de sombras. Slo en el horizonte las ltimas claridades del daponan su abertura de luz dorada sobre el paisaje.

    En medio de la honda quietud de la hora solemne, inici el arpa eltembloroso estremecimiento de sus ms divinos acordes. Todo parecatraspasado de msica. Dirase que imperaba all la armona como deidadnica.

    La presencia del augusto misterio sobrecogi por igual a los tresvisitantes. Tenan la conciencia tcita de su inefable comunin con el esprituarmonioso del universo. Guardaron silencio, extraamente emocionados, cara

    a las ltimas lumbres del sol trasmontado.Sbitamente, como si sintiera a flor de labios el imperativo de sudestino, dijo Pitgoras:

    Padres, debo marcharme de Samos. No os interpongis entre lavoluntad del hado que me gua y mi vida. Dadme facilidades. La isla no puedeofrecer ya nada a mis ansias de conocimiento. Cuando la luna, ahora creciente,aparezca redonda en el firmamento, el orador milesio Hierocles embarcarotra vez rumbo a su patria. Permitidme, padres, que le acompae. La Escuelade Mileto es hoy el ms culto centro intelectual de toda la Jonia. Para or lapalabra de Tales, acuden all gentes de todo el mundo. Cuando haya asimiladosus enseanzas, partir para Egipto.

    Despus de una breve y embarazosa pausa, habl tmidamente el padre: Lo has pensado bien, hijo mo?.Senta sin embargo Mnesarco en aquel momento la fuerza del destino

    sobre su desarmada resistencia, y no dijo ms. S, padre contest Pitgoras adivinando el estado interno de su

    progenitor.Mir entonces Pitgoras a su madre. Recatadamente, para ocultar su

    emocin, baj ella la vista velada, pero guard silencio.

    Necesito, sigui, animadamente, el muchacho necesito que meayudes, padre. Por tu amistad con Polcrates puedes conseguirme unarecomendacin para el faran Amasis. El sumo sacerdote del Haraeum, queestuvo en Egipto, me ha prometido una misiva para los sacerdotes deHelipolis. Slo me falta ahora vuestra bendicin...

    Todo lo tendrs, hijo respondi con voz insegura, pero resignada,

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    Mnesarco.Empezaba a cerrar la noche. Para romper el agobio sentimental del

    momento, descendi Pitgoras gilmente por el declive del altozano, enderechura a su morada, y se perdi entre los pinares en sombra.

    Lentamente le siguieron Partenis y Mnesarco.Mir ste a su esposa, la serenidad recobrada. Enlaz los hombros de

    ella con su robusto brazo, y le dijo clida y amorosamente: Su vida no nos pertenece. Recuerda. Nos fue dada en custodia para

    que la brindramos, en su da, al mundo. Que Apolo, el dios de la sabidura yde la luz, gue siempre sus pasos!.

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    III.- JUVENTUDNaucratis Cita en la Luna Recuerdos Aparicin dela Madre Resurgimiento Interno A Helipolis.

    uando despus de las grandes lluvias, las limosas aguas del Nilovertan al mar su anchuroso caudal rojizo, Naucratis, la ciudad

    griega de Egipto, ms ceida a su suelo, ms reducido el mbito de sus vastosesteros de sequa, pero segura tras el soporte de su alto dique oriental, ofrecaun espectculo nico de belleza incomparable.

    Pasada la poca de las tormentas, la atmsfera apareca seca, comobarrida. El aire ntido brua y transparentaba, acercndola y hacindola comotranslcida, toda perspectiva. Y la ciudad surga de la gran boca canpea delDelta, pulida como una joya.

    Desde muy lejos, entonces, se precisaban, sobre un cielo violceo de tanazul, los mnimos detalles de la ciudad.

    La vida de Naucratis se centraba en su puerto. Sus vastos fondeaderoseran entonces ms propicios a la navegacin de aguas profundas. En susdrsenas se apretaban las naves multicolores procedentes de lejanos pases. Ya lo largo del gran canal navegable de la desembocadura, se vean llegar, de

    allende el ro, de tierras adentro, en tropel, multitud de menudasembarcaciones llevadas por la corriente del ro, conducidas por un solobatelero de piel rojiza como el agua.

    Esta pequea flota llevaba a Naucratis, para su exportacin, losproductos, cada vez ms solicitados, del pas de los faraones. Las pieles, lostroncos de los abundantes sicmoros, las maderas olorosas y el marfil deNubia. Las turquesas, las plumas de avestruz, el papiro, los tejidos, los tilesmanufacturados en el medio y en el bajo Egipto.

    Era Naucratis la moderna y reciente colonia griega del Delta, dotada por

    las preeminentes ciudades jnicas e instituida gracias al beneplcito ygenerosidad de Amasis, el faran. Mimaba l con especial predileccin laprspera colonia griega enclavada en su suelo, porque el rey de Egipto llevabaen las venas, por lnea materna, sangre griega.

    Otorg a la ciudad fueros propios y librla de impuestos. Dio facilidad atoda ndole de transacciones, y la miraba crecer y hermosearse no slo con la

    C

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    benignidad del padrinazgo, sino con el inters de la consanguinidad.Desde comienzos de su largo y prspero reinado, las relaciones

    comerciales y culturales entre la Grecia metropolitana, las colonias y Egipto,beneficiaron inmensamente no slo a ambos pases, sino a todo el mundocivilizado tanto de oriente como de occidente.

    Cada vez que la luna alcanzaba su pleno, ascenda Pitgoras, como sicumpliera un peridico y tcito ritual, las amplias gradas del Templo deHermes, situado al este de la urbe, en su parte ms alta, junto a la cortaduradel dique.

    Apoyado en la baranda que rodeaba el sacro recinto, cara al mar,esperaba, solo y en silencio, el advenimiento de la noche y la ascensin de laluna llena.

    Era el tiempo convenido para el espiritual mensaje entre l y su madre.

    Era la noche cclica que le deba a ella.Antes de salir de Samos, juraron ambos unir sus pensamientoscontemplando el astro nocturno. Nunca falt a la cita.

    Esta especie de peridico y perdurado idilio reconfortaba, en su soledad,el alma de Pitgoras.

    Aquel da se anticip a la celeste reunin. La noche no haba cerradoan. Contribua acaso a esta premura suya la proximidad de la primavera?.

    Pitgoras saba que siempre, los acontecimientos decisivos de su vidatenan lugar en aquel perodo del ao. Vino al mundo en la primera luna de laestacin florida. La misma le condujo a Samos, de nio. Ella le abri mstarde las puertas de la culta Mileto y por fin lo condujo a Naucratis cuando, yahombre y en posesin de todos los conocimientos asequibles en las islas de laJonia, decidiera ir a Egipto en busca de la ms honda sabidura que guardaba.

    Alto y recio, imponente y hermoso como un dios, flotante al vientomarino su manto entreabierto, agitados los bucles de su cabello sobre la frentemeditativa tostada por el sol africano, contemplaba Pitgoras la dilatada franjarosada que dibujaba, en la lejana, la unin de las rojas aguas del Nilo con elazul del mar.

    El ro arrastraba an, de las ltimas inundaciones, diversos objetos por

    su caudal crecido. Casi rozando la recia pared del dique, pasaban, a la sazn,sobre una verde balsa de algas flotantes, unos blancos nenfaresdesarraigados.

    De dnde vendran aquellas flores?. Pitgoras las mir pasar, candidasy lentas, con la mirada enternecida como se contemplan los cadveres de losnios. Las sigui hasta que se perdieron en la penumbra de la lejana.

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    Poco a poco se fueron cerrando todas las perspectivas. Cortinas desombra verde, violada, azul, cubrieron por todos lados el mar y la tierra.

    Muy lejos crey divisar, un momento an, hacia el norte, como unpunto de luz incierta, la claridad de las flores sobre el mar.

    Pens Pitgoras que ellas, como su pensamiento, llevaban la direccinde la isla amada. Llegaran a sus orillas?.

    Su viva imaginacin de griego y de jonio entrevi entonces como si lasflores llegaran a la playa de Samos, a los pies de su madre que tambinesperaba, como l, que emergiera en el firmamento la luna llena para depositaren el astro la confidencia de su amor al hijo ausente.

    Por fin cerr la noche y reina de un cielo cuajado de estrellas, aparecila redonda luna. Entonces pens ms intensamente en ella.

    Aquella noche de primavera senta la extraa e imperiosa necesidad de

    hacerle a travs del astro en el que confluan sus amorosas miradas, laconfesin completa de su larga ausencia. Esta vez le rendira la noche entera.Recibira ella, velante en su isla, la confidencia del hijo?.Pitgoras revivi, paso a paso, el pasado, desde que abandonara,

    adolescente an, sus paternos lares.Vise, sereno en la despedida, junto al embarcadero de Samos, ardiente

    la mirada por la avidez de conocimiento. Vise luego como absorbido por elvrtice razonador que era entonces la Escuela de Mileto. Rememor lasenseanzas del viejo Tales, sus teoras sobre la evolucin de la materia y lasleyes del infinito, sus lecciones de fsica. Vio al lado del maestro al jovenAnaximandro sustentar revolucionarias teoras sobre la constitucin delcosmos, sobre la ciencia de la naturaleza humana y divina.

    Vio la multitud de sus condiscpulos, atrados al Instituto milesio paraenriquecer sus conocimientos. En aquella interfusin de lenguas y de razas,vise a s mismo asimilar con voracidad, junto a los teoremas de la ingenieraprctica y las ciencias naturales, las normas de legislacin y buen gobierno.All aprendi el estilo de la mejor dialctica. Cultiv la oratoria y la sofsticaal uso. Adquiri todas las astucias de la controversia y todos los resortes delconvencimiento. Aprendi lenguas. Perfeccion tcnicas.

    En su larga estancia en Mileto, tuvo varias veces noticias de sus padres.Y l les enviaba con frecuencia las suyas.Cuando ya Mileto no colmaba su capacidad de asimilacin, el ansia de

    mayores conocimientos le decidi a seguir la lnea trazada en su juventud.Decidi ir a Egipto.

    Se vio entonces surcar el mar hondo y sin islas, y arribar un buen da a

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    la blanca meta de sus sueos: Naucratis.Desde su llegada hasta entonces, se sucedieron largas sequas y

    estaciones lluviosas. Nada ms supo de sus padres.Merced a la recomendacin de Polcrates, Pitgoras fue recibido en

    Naucratis como un destacado personaje.Era aqul un momento interesante de la historia de la ciudad. El genio

    griego acaparaba y absorba cada vez ms el trfico comercial a las otras urbesegipcias del Delta y sus proximidades. Al mismo tiempo, detentaba laprimaca del intelecto en las ciencias y en las artes. Se multiplicaban loscentros de enseanza y los templos. Se enriquecan su biblioteca y su museo.Se departa acaloradamente en el gimnasio y en la plaza pblica, en lasmansiones privadas y en los jardines, en la biblioteca y en los templos, sobretoda ndole de temas, desde la transaccin comercial a la tica ms pura.

    Desde el ltimo producto manufacturado, hasta el ms all de la muerte.Con la llegada de Pitgoras, la Escuela de Mileto tuvo en Naucratismayor preeminencia y representacin. Con sus conocimientos tcnicos sugiriatrevidas obras de ingeniera y de embellecimiento de la ciudad. Aprendipronto no slo la lengua y la escritura egipcias, sino la arbica y algunas dellejano oriente. Se entenda con los negros comerciantes nubios y con lostransentes del desierto lbico. Merced a su conocimiento de los dialectosgriegos, el jnico, el oelio, el aqueo y el drico, amn del fenicio que aprendide nio de boca de su nodriza sidonia, Pitgoras era el mejor y ms solicitadointrprete de Naucratis.

    A su puerto llegaban cada vez en mayor nmero, esbeltas naves detodas las latitudes, navegantes de lejanos periplos. La riqueza y el lujo crecanen la ciudad.

    Aquel lugar floreciente, atrajo poco a poco del centro y sur de Egipto, lapoblacin ms culta y poderosa. Muchos sacerdotes iban a ella para asimilar elespritu moderno de los griegos y su civilizacin. Pero no dejaba por ello deinquietar a su casta poderosa el auge creciente de aquella colonia extica en elviejo pas tradicional de la sabidura y de la fe. Varias veces hicieron llegarsus quejas al faran.

    Pero Amasis, de espritu gil y gran estadista, era el primero enconsiderar el beneficio de aquel injerto de civilizacin progresista en la viejatierra de los reyes divinos y era tolerante con los griegos.

    En el decurso de su confidencia. Pitgoras se vanagloriabainconscientemente, ante la madre, de su destacada aportacin al crecimientode Naucratis. El era all el pedagogo ms solicitado, el orador ms brillante, el

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    intrprete y el traductor ms consultado. El organizaba los mejoresespectculos lricos de poesa, de danza y de msica. Era el impulsor de los

    juegos, el animador de las controversias pblicas y privadas...Y, satisfecho, sonrea a la luna, la faz alzada a su radiante cenit.Entonces tuvo un fugaz atisbo de clarividencia guiadora.Encuadrada por el marco de plata del astro nocturno, vio aparecer un

    instante el busto de su madre.Su hermosa faz ya levemente ajada, ornada de cabellos grises, inclinse

    hacia l bajo el manto obscuro que la cubra, y le dijo, sonriente: Lograste lasabidura que viniste a buscar aqu, hijo mo?.

    La visin desapareci. Pero su significado prendi inmediatamente en elalma expectante de Pitgoras.

    Cerr los ojos, la cabeza levantada an, y medit largamente as sobre

    las tiernas palabras de la aparicin.Y djose a s mismo: En efecto, Qu viniste a buscar a Egipto, la famao la sabidura?.

    Su alma vio claro el imperativo de su misin. Entonces, tuvo un lapsode hondo enternecimiento. Todo lo que haba logrado a la faz del mundo, todolo que era su varonil hermosura, su destacada personalidad, su brillanteprestigio, desaparecieron, se borraron de golpe, como absorbidos por suevocado ideal interno.

    Se sinti indefenso como un nio, humilde ante la inmensidad deldestino que lo reclamaba, solo en la nueva noche abierta ante su alma...

    En voz baja, clamante y temblorosa, dijo a la luna, como justificndose:Madre ma: Yo intent varias veces, desde mi llegada, ser admitido en

    el seno de los Misterios. Me fue denegado siempre. Los sacerdotes no meabrieron las puertas de sus santuarios. Aydame t, ahora, a requerir la ddivade su sabidura....

    Oy Pitgoras sus propias palabras como si vinieran de muy lejos, delfondo insondable de s mismo. Como si se abrieran como flores a la luzconfidente de la noche.

    Entonces le invadi una gran paz. Una paz inmensa que borr de su ego

    hasta el ltimo contorno de su pasada personalidad.Respir hondamente y por un instante, tuvo la conciencia de suidentificacin con el universo.

    Despus, como si despertara, puso en tensin todos sus miembrosateridos por el frescor de la noche y la larga inmovilidad. Anduvo a grandespasos rodeando la linde del sagrado recinto solitario.

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    Cuando descenda las amplias gradas del Hermein, empezaba a clarearel cielo de oriente.

    Desde entonces, fiel a una ntima promesa, Pitgoras se fue retrayendo

    de la vida pblica.Paulatinamente se confinaba. Pasaba la mayor parte del da en la

    biblioteca, en su morada o en el templo. Renunci a cargos y a honores. Y seconsagr al estudio de los libros sagrados y a la meditacin.

    Hallndose un da enfrascado en sus pensamientos, le transmitieron elaviso que un emisario del faran deseaba verlo.

    Lo recibi con una gran serenidad, como si lo esperara. Le entreg unamisiva de Amasis. Abri el sellado rollo de papiro, y ley:Por fin me ha sido comunicado que el gran hierofante accede a

    admitirte como novicio en la escuela sacerdotal de Helipolis. Emprende elviaje.

    Atendiendo la orden, sali Pitgoras de Naucratis el mismo da.Cuando lleg a la Ciudad del Sol, famosa en todo el mundo por la

    sabidura de su cuerpo sacerdotal, fue conducido en seguida por una ampliaavenida de esfinges, a presencia de Eunufis, el sumo sacerdote, un anciano dealba veste talar, barba lacia y obscura tez de pmulos salientes.

    Al hallarse ante su presencia, Pitgoras hizo ademn humilde depostrarse. Pero el hierofante le detuvo, poniendo ambas manos en sushombros. Entonces, acercndose ms a l, le mir fijamente el centro deambos ojos. Y con voz lenta y grave, le dijo:

    Te hallas en disposicin de ser admitido. Tenamos puestos los ojosen ti desde tu llegada a la vieja tierra de Osiris. Preprate, sin embargo. Teesperan largas y dursimas pruebas. Si triunfas, te ser concedida la supremainvestidura de Iniciado e ingresars en la fraternidad de los Hijos del Sol.

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    IV.- MADUREZLlegada a Babilonia Hacia el Templo Ritual de lasDanzas Cclicas La Recepcin La Morada de Baal ElSantuario Astronmico Tuya Ser Nuestra Sabidura....

    e las calles adyacentes a la arteria principal de la inmensa urbebabilnica, acuda en tropel una enorme multitud que avanzaba,

    apiada, por la ancha avenida bordeada de arcadas que flanqueaba el ro.Aquella prisa obedeca a las repetidas llamadas sonoras de los grandes

    discos metlicos heridos por las mazas de los sacerdotes y que se hallabansuspendidos en la terraza ms alta del templo de Baal.Entre aquella multitud apresurada, llamaba la atencin por su andar

    reposado y por su sobresaliente estatura, un hombre maduro de majestuosoporte. Una larga capa de color cobrizo penda de sus anchos hombros a todo lolargo de su figura. Su diestra sostena un alto cayado de peregrino. Los buclesde sus cabellos en desorden se tean de plata en los bordes de las sienes y seunan a la corta barba rizada formando marco a su faz serena, de varonilhermosura.

    Contemplaba a la sazn, lleno de curiosidad, aquella multitud creciente

    que se adelantaba a su paso y que pareca arrastrada por una fuerza csmicacomo el caudal de un ro despus de las tormentas.

    Insensiblemente, como rezagado a la orilla por aquella ingente corrientehumana, se encontr a un lado de la ancha va, bajo las arcadas que rematabanel muro del gran canal del Eufrates.

    Se detuvo entonces el peregrino y se asom al ro profundo ymurmurante. Y pens en el imperativo comn de la ley que arrastraba delmismo modo aquellas aguas y la multitud hacia la bsqueda de un objetivocomn: el templo o el mar, smbolos de la inmensidad. Pero en tanto que las

    aguas descendan buscando el lquido nivel igualitario y csmico, la grancorriente humana segua inconscientemente la gravitacin contraria: elascenso, la ley perenne de la evolucin en cuya altura se halla la moradaltima donde espera la propia divinidad.

    Sigui luego sin apresuramiento la direccin de la riada humana.Su hbito de viajero, su gran capacidad de observador, de catador de

    D

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    escenas y de paisajes, le haca detenerse de vez en cuando a contemplar lasponderadas y suntuosas bellezas de Babilonia.

    Atraves el gran puente de piedra sobre el ro, prosiguiendo la direccindel gento.

    El puente daba acceso, en derechura, a un gran paseo ascendente a cuyoextremo se ergua la maravilla del templo de Baal, la suprema deidad de loscaldeos.

    A un lado y a otro de la amplia va aparecan los principales edificiospblicos y privados y muy cerca del templo, el palacio real.

    Se hallaba ste ornado por uno de los ms bellos jardines colgantes cuyanombrada hiciera famosa a Babilonia. Lo que fuera un tiempo iniciativa ycapricho de su reina Semramis, haba cundido especialmente en aquella parteprincipal de la aristocrtica ciudad.

    Gustaba el viajero de contemplar aquellas originales maravillas.Constituan una nota de color deslumbradora aquellas inmensas terrazassuperpuestas de ladrillo rojo bordeadas de flores y de las que pendanverdaderas cortinas volantes de finas enredaderas.

    Cuando ms abstrado se hallaba en su contemplacin, oy a su ladouna voz que le deca en pura lengua tica:

    Es un espectculo nico, No es cierto?. Apostara a que eres griego.Me equivoco?.

    El extranjero se volvi al que as le interpelaba. Era un hombre demediana estatura e indefinida edad, ms bien viejo, de cara rasurada y cabezacompletamente calva, pero de cuerpo aun erguido y vigoroso. Su bocadesdentada sonrea a la sazn y sus ojillos redondos y vivarachos se fijaban enla mirada clara, ancha y magntica del peregrino.

    Efectivamente contest ste por fin, con voz grave y templada. Soy de Samos.

    Sin embargo, este indumento... Acabo de llegar a Babilonia del lejano oriente. Visit la India. Por Dionisos!. Excelente viajero!. En cuanto te distingu entre la

    multitud, me lade tambin para seguir tus pasos. Tena el convencimiento de

    que ramos compatriotas. Yo soy megarense, avecindado desde mi juventuden Atenas. Soy senador vitalicio. Me llamo Hidamas. He venido a Babiloniacomo consejero del enviado diplomtico. Estuve aqu en otra ocasin, hacemuchos aos. Conozco bien la ciudad. Si me necesitas como gua...

    Agrad al forastero la llaneza y verborrea del anciano. Sonri a su vez ydjole un tanto irnicamente:

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    En verdad, no puedes negar el injerto de ateniense. Estimo elofrecimiento. Yo soy Pitgoras, hijo de Mnesarco.

    Vas acaso al templo?. Hoy hay solemnidad. Los magos hananunciado para esta hora la entrada del sol en el solsticio de verano.

    No saba. Pero iba precisamente al templo. Llevo una recomendacinpara el maestro de coros. Fue discpulo mo de msica y danza en Naucratis,hace ya muchos aos. Despus, la gran emigracin de Egipto, motivada por lainvasin de las tropas de Cambises nos junt de nuevo en un pequeo puertode Fenicia. Seguimos entonces dos rutas distintas. El volvi a su patria,Babilonia. Yo emprend mi proyectado viaje a oriente.

    Ascendan ambos con lentitud y seguan conversando como si fueranantiguos conocidos.

    Pitgoras parbase a trechos para contemplar el espectculo de aquellos

    prdigos vergeles encaramados en las terrazas de tantos edificios. Acertaste en llegar en estas fechas dijo el anciano. Y sealandouna de aquellas esplndidas floraciones. Dentro de poco, el sol ardiente lasabrasar. El calor de la cancula es insoportable en Babilonia.

    Llegados al extremo de la gran avenida, contempl Pitgoras ya cerca lamole inmensa, triangular y escalonada, del templo de Baal.

    Este edificio sobresaliente y nico, no ostentaba en sus fachadas el coloruniforme y rojizo de ladrillo cocido al sol, de todas las dems edificaciones deBabilonia. Por el contrario, cada planta de la inmensa fbrica, en nmero desiete, ostentaba un brillante color distinto y remataba su ms alto y reducidopiso una gran cpula de oro bruido.

    Atravesaron la plaza principal y se hallaron ante una fachada de estrasverticales de estuco verdoso. Dos grandes leones de diorita, alados y concabeza humana, guardaban el ancho portal.

    La gente se apiaba a la entrada del templo.Los dos griegos se sumaron a aquella abigarrada multitud y lentamente,

    fueron impulsados hacia el interior a travs del corto pasillo de los anchosmuros.

    Se encontraban en una amplia nave, baada por una luz cenital verdosa

    que se derramaba a travs de una gran cpula incrustada de transparentesjaspes. El gran cuadriltero de la sala sostenida por columnas, quedaba en unadulce y misteriosa penumbra. Cubran los muros infinidad de tapices bordadoscon smbolos e imgenes mitad hombres y mitad animales.

    La multitud se apretaba, de pie, en los ngulos y a todo lo largo de losrecios muros. El silencio era general. Acababa de comenzar el oficio.

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    Merced a su destacada estatura, pudo observar Pitgoras todos losdetalles del ritual caldeo.

    En torno a una pira central alimentada con maderas aromticas, sealineaban cinco sacerdotes tocados con altos birretes cupulares de metal.Llevaba cada uno una tnica de color distinto con vistosos emblemas a franjastransversales de alamares y pedreras que rutilaban al reflejo de la llamacentral.

    Formando un ancho crculo alrededor de ellos, se iban situando seissacerdotes y seis sacerdotisas, alternadamente. Iban stos por igual con lacabeza destocada, ceida slo por una corona cincelada con distintos signos ycubiertos por una tnica de grueso tejido gris salpicado de estrellas de plata.Rodeaba su cuello, sobrepasando los hombros, un ancho pectoral metlicolabrado con extraos smbolos. Cada uno de estos doce sacerdotes ostentaba

    en la diestra una ensea de forma diferente.Cada uno de los que formaban el crculo externo ocup su lugar entorno a una gran rueda dibujada en el suelo por losas amarillas. De lacircunferencia partan radios, tringulos y cuadrados superpuestos de distintocolor.

    Una vez situados, permanecieron los oficiantes inmviles.Al cabo de un rato, vio Pitgoras abrirse dos largos tapices del fondo del

    recinto y aparecer, revestido con toda la pompa de las enseas del ritualcaldeo, el gran pontfice, el sumo sacerdote que encarnaba el cuerpo de Baal.Detrs de l apareci una joven sacerdotisa cubierta de blanca veste talar, larubia cabellera suelta, sujeta por una brillante diadema en forma de medialuna. Con las dos manos tendidas sostena una redonda ptera de metalplateado con perfumes sagrados.

    Sigui a la aparicin un gran estremecimiento de la multitud. Pitgoraspercibi, como un impacto, la corriente psquica, mezcla de temor y dereverencia, que estremeca a los asistentes.

    El gran mago fuese en derechura hacia el centro de la sala. Aproximsea la pira llameante que ilumin su grave rostro y tomando con la manoizquierda una porcin del polvo de la ptera de la sacerdotisa, espolvore el

    fuego. Una gran llama se alz, majestuosa, en medio de una fina nieblaperfumada que se fue dispersando en el ambiente.En voz baja pronunci entonces el gran sacerdote unas palabras de

    poder. Era la invocacin primera al espritu del sol, el ordenador oculto de laceremonia.

    La multitud rezaba y las ondas de su murmullo llegaban a los odos de

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    Pitgoras como el rumor de una inmensa fronda.De pronto, estremeci todo el mbito interior del templo una intensa

    seal sonora. Era un golpe seco, rotundo, pero que tena la virtud, al vibrar yprolongarse, de dividir su eco en mltiples y suaves resonancias que producanal odo una sensacin inslita.

    En voz muy baja, dijo a Pitgoras, acercndosele, el megarense: Es el instante preciso del solsticio.Entonces vio cmo el gran mago tenda su diestra que sujetaba el

    mango de un pequeo tirso de pomo redondo y dorado, y tocaba con l laavivada llama. Luego, solemnemente, sin moverse del lugar central, fuesevolviendo en todas las direcciones haciendo ademn de asperjar a lossacerdotes y a la multitud congregada, dando al aire repetidos golpes en tornocon su tirso.

    Luego, l y la sacerdotisa ocuparon un lugar entre los cinco sacerdotesque formaban la cadena del primer crculo en torno al fuego.Transcurrieron unos momentos de riguroso silencio. Al poco rato se

    inici una msica de acordes prolongados, como si procediera de diferentestubos de cristal. Aquellos extraos sonidos tenan la virtud de vibrar de tanpeculiar manera que a cada oyente le parecan emitidos a su vera y comobrotados del aire mismo que lo rodeaba. Era imposible localizar suprocedencia. Dirase que produca aquellas armonas un poder sobrenatural.

    Pitgoras cerr los ojos beatficamente, como para asimilar mejor elmensaje de los espritus que transmiten la msica.

    Cuando los volvi a abrir, vio al sumo sacerdote que, salido del crculointerno, se diriga a la periferia de la gran circunferencia, hacia una de lassacerdotisas de hbito gris tachonado de estrellas.

    Se par junto a ella y con la bola de un tirso golpe suavemente laensea de metal que sostena ella en su diestra y que simbolizaba un cangrejo.Luego golpe del mismo modo el pectoral plateado que ostentaba la enseadel mismo animal.

    A aquella seal, representativa de la entrada del sol en el signo solsticialde Cncer, el gran crculo constituido por doce sacerdotes de ambos sexos se

    puso en movimiento, siguiendo la franja amarilla del suelo.El gran mago, con su rubia barba rizada y su veste bordada de oropermaneci un momento ante la sacerdotisa y pronunci unas palabras lentas,como un canto. Era la melopea de invocacin al espritu de la estacin que seiniciaba, implorando sus beneficios.

    Despus, solemnemente, dio unos pasos y se dirigi hacia la encendida

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    pira.Los sacerdotes del crculo interior fueron irrumpiendo entonces, por

    orden, en el espacio circular y, obedientes a la rbita prefijada por el planetaque cada cual representaba, y al comps de su msica propia, que ellosclasificaban dentro de la gran armona que llenaba el espacio, iniciaron unabellsima y complicada coreografa. Era aqulla una de las ms bellas yfamosas danzas cclicas del ritual astrolgico caldeo.

    Evolucionando dentro del crculo zodiacal, cada sacerdote-estrellafinga un curso y un movimiento distinto dentro de la trayectoria del aosideral. Giraban y se movan armoniosamente. De vez en cuando uno seestacionaba, daba unos pasos atrs, y reemprenda la marcha con un ritmoplstico y musical admirable.

    Cuando, en el decurso de aquella sagrada danza, rozbanse los

    sacerdotes, chocaban sus emblemas y fundan con el sonido el mutuomagnetismo.Entre todos aquellos hermosos sacerdotes danzantes, destacaba la

    agilidad y la gracia de la rubia sacerdotisa, encarnacin de la blanca Isthar, laluna venerada, la esposa del sol.

    Era siempre aquella sacerdotisa una magnfica danzarina. Posea unlargo entrenamiento artstico-religioso y se entregaba en cuerpo y alma a subella liturgia. Trenzaba en el aire los ms encantadores movimientos de brazosy piernas y era un gozo para los espectadores seguirla y verla evolucionar enmedio de la lenta danza conjunta. Giraba velozmente, contando el nmero desus rotaciones, meda sus saltos y trenzaba en el aire las ms graciosasposturas.

    Cuando los sacerdotes del crculo externo retornaban a sus inicialeslugares, la danza cclica haba terminado.

    Para los profanos en los misterios, era aquella ceremonia un espectculoindescifrable. Pero gozaban de su belleza. Les penetraba el mensaje de laarmona y se beneficiaban de su magia. Terminado el ritual, sentan saturadosu espritu de la grandiosidad y magnificencia de los misterios del infinito.

    Despus de la danza cclica, mientras se extingua la llama de la pira,

    comenzaba la pltica final del gran mago pontfice. Entonces exhortaba a lavirtud distintiva del acontecimiento sideral que se celebraba, a sus prcticasreligiosas e higinicas. Finalmente invocaba sobre la multitud el influjo de losespritus planetarios y daba a los circunstantes su bendicin solar.

    La multitud fue abandonando, poco a poco, el templo. Pitgoras sedespidi de su amable acompaante y aguard a que todo el pblico saliera,

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    arrimado a un ngulo de la sala.Cuando el recinto qued vaco, se encamin hacia uno de los ayudantes

    del templo en el momento en que se disponan a cerrar su gran portal y le rogque le condujera a presencia del maestro de coros.

    El joven lo mir detenidamente. Seducido por la majestad y el imperioque emanaba del extranjero, le hizo sea de que lo siguiera.

    Franquearon la puerta del fondo de la gran nave, atravesaron doscmaras sucesivas donde se guardaban los objetos del culto y penetraron enuna sala con bancos de madera adosados en la pared. El ayudante deceremonias rog a Pitgoras que esperara all y l desapareci por una puertacontigua.

    Pas un buen rato cuando aquella puerta se abri de nuevo apareciendoen el umbral un hombre bajo, nervudo y vigoroso, de carne dura y ceida, de

    salientes msculos. Llevaba la ropa talar a franjas transversales con smbolosbordados, propia de los sacerdotes caldeos.Mir un rato con seriedad a Pitgoras. Al reconocer a su antiguo

    maestro, que se levantaba y avanzaba hacia l en aquel momento con losbrazos tendidos, su semblante cambi de expresin. Una franca sonrisa loilumin y dio un paso hacia el visitante griego. Los dos hombres se abrazaron.

    Cruzaron unas palabras en perfecto dialecto jnico. Pitgoras peda serpresentado al colegio sacerdotal.

    El maestro de coros frunci el ceo. Luego mirndolo otra vezreflexion un rato. Por fin le dijo, decidido:

    Acompame.Anduvieron juntos a travs de obscuros pasadizos. Atravesaron un patio

    y se hallaron frente a una dependencia anexa al cuerpo principal del edificio. Aqu mora la comunidad de ancianos que regenta el templo. Aguarda

    un rato.Mientras esperaba, contempl Pitgoras detenidamente las imgenes en

    bajorrelieve policromado grabadas en los zcalos de ladrillo del patio.Representaban una procesin de hombres y mujeres con vestiduras

    litrgicas llevando los objetos de ritual. Y se entretuvo en establecer las

    concomitancias de aquellas representaciones y de aquellos instrumentosculturales con los egipcios y los hindes, cuyo simbolismo le era familiar.El maestro de coros, entrando otra vez, lo sac de sus introversiones. Le

    invit a que lo siguiera.Pronto se encontraron ambos en presencia de un grupo de ancianos

    magos sentados en sendos sitiales en torno a una mesa de cedro, con

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    incrustaciones de metal. Pitgoras se qued suspenso, de pie ante ellos. Cuanvenerables le parecieron todos!. Sus vestes blancas, sujetas por cinturones dediscos dorados, se confundan con sus cabellos y sus barbas sedosas.

    Todos los ancianos volvieron la vista hacia el intruso y lo examinaronen silencio.

    Acrcate, extranjero. Qu quieres de nosotros? pregunt aPitgoras, levantndose de su sitial, el anciano de mayor prestancia, elHierofante Zar-Aadas.

    Vengo en busca de sabidura contest humildemente Pitgoras. Anhelo conocer los misterios del ritual caldeo. Slo a eso vine a Babilonia.

    Qu merecimientos aduces para lograr tan alto don? inquiri elmismo anciano clavando con ms penetracin en l la magntica mirada.

    Toda una vida de ansiosa bsqueda respondi decidido, aqul. Y

    prosigui Nac y me eduqu en Grecia. Pas a Mileto y a Egipto. Estudien los colegios sacerdotales de Helipolis, de Menfis y de Dispolis. Visit laantigua India. A orillas del sagrado Ganges, o la palabra del iluminadoprncipe Sidharta, llamado el Buda. Atraves el Nepal. Navegu por el Indus yconoc los misterios de la tradicin brahmnica. Anduve luego por toda laPersia y aprend a venerar el puro fuego bajo la forma divina de Ormuz. Deall vine peregrinando a Babilonia para conocer el secreto ritual de los astros...

    Los ancianos sacerdotes escuchaban atentamente el breve relato dePitgoras y lo contemplaban con creciente inters.

    Zar-Aadas, el venerable anciano que le dirigiera la palabra insisti,despus de un momento de reflexin:

    Puedes justificar ante todos nosotros el fruto real de lo conseguidoen tus peregrinaciones?.

    Entonces Pitgoras, sin decir palabra, serena y decididamente, dej caercon un leve movimiento de los hombros la capa que lo cubra, abrise latnica con ambas manos, y mostr, colgada sobre su ancho pecho desnudo, lacruz ansata de oro, la ensea de los iniciados egipcios.

    Al verla, todos los ancianos sacerdotes se levantaron de su sitial y seacercaron a Pitgoras inclinndose ante l reverentemente.

    Y el ms noble de los ancianos le dijo con voz solemne: Hermano, ningn secreto del rito te puede estar vedado. En adelante,este templo ser tu morada. Contigo compartiremos el pan, el estudio, elrecreo y el trabajo. Tuya ser nuestra sabidura.

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    En la madrugada del da siguiente, despus de tomar su ablucin

    purificadora, Pitgoras meditaba en la celda apacible que le haba sidodesignada en la comunidad de sacerdotes del templo de Baal.

    Alguien llam suavemente a su puerta. Abri. Ante l se hallaba suantiguo discpulo y amigo.

    Tengo orden de los ancianos djole de hacerte los honores dela mansin del dios. Quieres seguirme?.

    Pitgoras se dispuso, de buena gana, al matinal recorrido. Y siguicomplacido a su gua por las distintas dependencias del templo.

    Atravesaron el patio, ya conocido de Pitgoras, los corredores yestancias de la vspera y llegaron a la amplia sala de ceremoniales, todabaada de suave luz verdosa.

    Esta gran nave abarca toda la planta baja del edificio. Es, como sidijramos, el lugar de concrecin, de cristalizacin de la doctrina secreta de lareligin caldea. Por ello, hablando en vuestra lengua y segn la clasificacingriega, se halla bajo la advocacin de Cronos, el planeta Saturno. Sin l,ninguna ceremonia sera posible. Es el gran realizador. Este planeta da el tonomusical medio de la escala septenaria y el color correspondiente a la tierra, elmundo de realizacin, tambin para nosotros, los encarnados. La msica queoste ayer y que emanaba de siete tubos medidos segn el nmero de cadaentidad planetaria, estaba acordada al diapasn de este planeta. La magia delsonido es una de las grandes palancas para el levantamiento espiritual de lasalmas y es aqu adecuadamente empleada. En cuanto al color verde que aqupredomina consagrado al mismo planeta, tiene concomitancias con el tonocromtico de nuestra tierra contemplada a distancia, desde el espacio.

    Despus, Pitgoras y su acompaante ascendieron por una obscuraescalera interior, al piso inmediato.

    En el edificio enorme de siete cuerpos superpuestos y escalonados que

    era el templo de Baal, aquel estadio que se hallaba al ascender, representaba elsegundo peldao de la sptuple gigantesca escala.Una gran terraza rodeaba el muro cuadrangular, esculpido de metopas

    con bajo-relieves entre verticales estras de ladrillo cubierto de estuco rojo.Los corredores y salas interiores se hallaban tambin decorados y tapizados abase del mismo color.

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    Estos son los dominios de vuestro Ares, el planeta Marte que preside lasguerras, las luchas, las conquistas, los esfuerzos, los impulsos, los deseos.Aqu tienen lugar las pruebas de carcter marciano a que se somete al nefito,aspirante a nuestros misterios. Algn da comprobars el mecanismo interno yexterno de tales pruebas adaptadas a esta raza y a su misin. Si el piso inferiorrepresenta lo denso, lo material, ste simboliza el mundo emocional o astral.

    De all ascendieron juntos al piso inmediato superior, cuya rea eraproporcionalmente ms reducida por el permetro circundante de la segundaterraza que lo rodeaba.

    El tono dominante era el amarillo. A la luz matinal, las paredes, derevestimiento cermico, ofrecan una grata y alegre reverberacin a la vista. Elinterior era extraordinariamente luminoso. Los claros muebles de madera delimonero y olivo se hallaban incrustados de metal dorado y de piedras

    semejantes al mbar y al topacio. Haba, a lo largo de la habitacin central,unas largas mesas rodeadas de sillares. Las paredes se hallaban cubiertas dealtos armarios a la sazn cerrados.

    Este tercer estadio comenz el gua de Pitgoras se hallaconsagrado a Hermes, el planeta Mercurio, el que rige los dominios de lomental. Este departamento se halla destinado a biblioteca y sala de lectura.Todo cuanto se refiere al estudio y la investigacin, a la enseanza oral y aldesarrollo del intelecto de los nefitos, se centraliza aqu. En estos profusosarmarios, llenos de estanteras hallars, si te interesa consultarlos, los famososOrculos Caldeos, la autntica tradicin cosmognica; el Libro de losNmeros, mentor de todo nuestro ritual astroltrico y la suprema teofana delos genios planetarios segn las siete claves de comprensin... Adems, podrsreleer si lo deseas, en el decurso de tu estancia entre nosotros, en lenguacaldaica, los cuarenta y dos libros de Toth-Hermes, la profunda liturgiaegipcia, la herencia de los viejos atlantes. En estas estanteras se hallan loslibros sagrados de todas las religiones antiguas y modernas.

    A invitacin del maestro de coros, subieron ambos el siguiente tramo dela escalera central.

    Se hallaban ahora en el piso azul.

    Este departamento se halla bajo la advocacin de vuestro Zeusmenor, el espritu planetario de Jpiter. El influjo de este lugar opera sobre lointuitivo o mente superior del individuo. Es tambin el estadio del amor en susentido religioso, de la simpata, de la fraternidad. Desde aqu operan lossacerdotes sanadores, en las horas propicias, sus curas mentales. Aqu tienenlugar las comunicaciones telepticas a distancia.

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    Es tambin lugar consagrado a lo devocional, a la contemplacininterior para el que as lo prefiera. Aqu halla el adepto su dimensinverdadera, su extensin en sus semejantes, la unin con el todo.

    El piso inmediato superior, la quinta estancia en elevacin, era de colorndigo.

    Desde la terraza, a primeras horas de aquella maana fresca y pura,tenan las paredes el mismo color del cielo.

    Esta es la mansin del arte y de la belleza consagrada a Afrodita,vuestra personificacin del planeta Venus dijo el maestro de coros. Ysonriendo, aadi con visible satisfaccin. Son mis dominios. Aquensayamos las danzas, los corales, la poesa, el canto y la msica vinculadas alos rituales de la planta inferior. En mi especializacin, mucho debo a tusantiguas lecciones. Tu recuerdo, tus consejos de entonces han acudido a mi

    mente muchas veces. Tu presencia aqu, tu colaboracin, puede sernos muytil. Tu condicin de griego te hace especialmente sensible al mensaje de lobello y de lo armnico.

    Constitua el piso una sola aula espaciosa, tapizada con el mismodelicado tono azul ndigo sobre fondo blanco, representando alegoras dengeles msicos y de genios que volaban y danzaban. Aquello pareca uncielo. Una gran alfombra cuyo dibujo era una vasta circunferencia divididatambin en doce radios con un crculo interior central, llenaba todo el suelodel saln. Arrimados a la pared haba varios instrumentos msicos: arpas,tiorbas, sistros, cmbalos, trompetas, tamboriles, campanillas y trgonosdiversos, as como discos sonoros de varios metales y medidas.

    Ascendieron otro tramo de la interior escalera.Se hallaban ahora en la penltima estancia, la ms reducida de las seis

    plantas cuadrangulares.Era toda blanca, con un leve matiz violado. Es la mansin de Artemisa, la Luna, nuestra diosa Isthar, la mujer

    sagrada vestida de luz, la madre del mundo, la esposa de Baal. Aqu sedescubre al nefito una punta de los siete velos que cubren el cuerpo de lasabidura. Aqu se ensea a desprenderse de la envoltura fsica a voluntad.

    Aqu se estudia el mecanismo de los sueos. En estas estancias se efecta eltrnsito del plano material a los mundos invisibles. Isthar es la mediadora. Ellamantiene con su saber el lazo plateado que une el cuerpo con el alma. Sepractican tambin los rituales metapsquicos, las metamorfosis en latransparente materia estelar, luminosa y blanca que ella preside. El cuerpo enque actan los iniciados es la barca en que ella navega. Este es, en suma, el

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    laboratorio de los mundos sutiles.Subieron el ltimo tramo de la escalera.Desde aquella elevada terraza, la ms estrecha de todas, otebase en

    derredor la lejana como a vista de pjaro.Cerrando la dilatada perspectiva por oriente, divisbase, ms all de las

    verdes riberas del Tigris, la inmensa codillera lejana del Kurdistn. Por el otrolado, el aire transparente y fluido dilataba hasta el infinito la llanura desrticade Arabia. En torno, rodeada por su fuerte y famosa muralla, la inmensaciudad de Babilonia.

    A la plena luz del sol, las infinitas edificaciones de ladrillo daban a laurbe, desde aquella altura, una uniformidad rosada, como si tuviera naturalezade flor. El ro Eufrates, ceido por el canal que parta la ciudad, dibujaba sucontorno obscuro, viril, y rumoroso.

    Ms all del enorme cinturn amurallado de la ciudad, el ro, ms claroy luminoso, se ensanchaba libre, entre prados verdes.A la altura de los dos hombres no haba ms que la ltima dependencia

    del sagrado recinto.Era un templete redondo, rodeado de column