mead prólogo 1961

6
Mead, Margaret. Adolescencia, sexo y cultura en Samoa. Planeta- Agostini ed. Barcelona, 1984 (1925). Prólogo de la autora a la edición de 1961. En la isla de Bali se piensa que los ancianos se reencarnan al morir en los nietos, razón por la cual no pueden encontrarse ambos vivos al mismo tiempo. Como ocurre a pesar de todo algunas veces, cuando un anciano se encuentra con su nieto, antes de poder hablar con él debe darle una moneda. Al escribir este prólogo treinta y cinco años después de haber publicado Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, me encuentro también un poco como si estuviese pagándole a alguien —quizá al lector— una moneda; o en lugar de una moneda, como si intentase la tarea bastante más ardua de considerar por qué este libro va a ser leído tantos años después del clima de opinión en el que fue pensado y escrito. Mi padre, crítico incansable aunque amistoso, me dijo en cierta ocasión que ya nunca escribiría un libro tan bueno como este primero porque, al tiempo que me haría mayor y más juiciosa, llegaría a «saber demasiado» y los libros serían de lectura más pesada. Estuve de acuerdo con esta opinión durante cierto tiempo hasta que un psicoanalista europeo me dijo que al leer el libro había tenido la impresión de que debía estar escrito por una señora muy anciana. Diez años antes, a los veinticinco de haberlo escrito, tuve que preparar el prólogo para una nueva edición y desde entonces no concedí mayor importancia a este asunto. De todas maneras, volviendo al problema aunque de mala gana, he advertido contrastes en la manera de pensar y en las conclusiones que se apuntan en este libro entre mediados de la década de los veinte y la de los sesenta. Este estudio fue el primero llevado a cabo por una antropóloga profesional y escrito para profanos cultos, en el que todos los adornos clásicos de los trabajos de investigación realizados con beca y destinados a convencer a los propios colegas —y a confundir a los profanos— fueron deliberadamente olvidados. No trato de enfrentarme a los especialistas contemporáneos con la esperanza de marcarles algún tanto de tipo teórico, sino que estoy luchando por el futuro de los jóvenes, que en los Estados Unidos están siendo

Upload: robert-adrian-quintero

Post on 11-Feb-2016

225 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Prólogo de 1961 a la obra de Mead, Margaret. Adolescencia, sexo y cultura en Samoa

TRANSCRIPT

Page 1: Mead Prólogo 1961

Mead, Margaret. Adolescencia, sexo y cultura en Samoa. Planeta- Agostini ed. Barcelona, 1984 (1925). Prólogo de la autora a la edición de 1961.

En la isla de Bali se piensa que los ancianos se reencarnan al morir en los nietos, razón por la cual no pueden encontrarse ambos vivos al mismo tiempo. Como ocurre a pesar de todo algunas veces, cuando un anciano se encuentra con su nieto, antes de poder hablar con él debe darle una moneda. Al escribir este prólogo treinta y cinco años después de haber publicado Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, me encuentro también un poco como si estuviese pagándole a alguien —quizá al lector— una moneda; o en lugar de una moneda, como si intentase la tarea bastante más ardua de considerar por qué este libro va a ser leído tantos años después del clima de opinión en el que fue pensado y escrito.

Mi padre, crítico incansable aunque amistoso, me dijo en cierta ocasión que ya nunca escribiría un libro tan bueno como este primero porque, al tiempo que me haría mayor y más juiciosa, llegaría a «saber demasiado» y los libros serían de lectura más pesada. Estuve de acuerdo con esta opinión durante cierto tiempo hasta que un psicoanalista europeo me dijo que al leer el libro había tenido la impresión de que debía estar escrito por una señora muy anciana. Diez años antes, a los veinticinco de haberlo escrito, tuve que preparar el prólogo para una nueva edición y desde entonces no concedí mayor importancia a este asunto. De todas maneras, volviendo al problema aunque de mala gana, he advertido contrastes en la manera de pensar y en las conclusiones que se apuntan en este libro entre mediados de la década de los veinte y la de los sesenta.

Este estudio fue el primero llevado a cabo por una antropóloga profesional y escrito para profanos cultos, en el que todos los adornos clásicos de los trabajos de investigación realizados con beca y destinados a convencer a los propios colegas —y a confundir a los profanos— fueron deliberadamente olvidados. No trato de enfrentarme a los especialistas contemporáneos con la esperanza de marcarles algún tanto de tipo teórico, sino que estoy luchando por el futuro de los jóvenes, que en los Estados Unidos están siendo muchos menos de los que deberían, por el hecho de que nosotros apenas hemos entendido lo que puede derivarse de una diferencia cultural, en términos de tensión y fatiga, en cuanto a realización personal o bien en cuanto a frustración. Me parece que la gente a quien más interesaba ganar no eran ni los antropólogos profesionales ni los psicólogos sino los profesores, y aquellos ya salidos de la adolescencia, que pronto serán padres y que plantearán a sus hijos una determinada concepción del mundo.

En la década de los veinte el mundo era joven y estaba lleno de esperanza. Parecía que muchos problemas iban a solucionarse con toda rapidez en el momento en que domináramos los hechos científicos necesarios que permitieran juzgar la importancia de la lengua hablada en la familia, las presiones familiares sobre los niños, la falsa interpretación de la importancia de la raza y el color, los efectos que se derivan del distanciamiento artificial en lo que respecta a los datos sobre el nacimiento, la procreación y la muerte a que se somete al niño. Comenzábamos ya a utilizar tales métodos en el estudio de esos problemas. Algunos llegábamos a pensar que bastaba aplicar tales métodos y presentar los resultados, para que se vieran liberadas montañas de energía y nos fuese posible revisar nuestra cultura con el fin de hacerla más acorde con las necesidades y las

Page 2: Mead Prólogo 1961

potencialidades humanas. Partiendo de la base de que la cultura es obra del hombre y que el hombre es libre de construirla según los deseos de su propio corazón, vi este libro —y también quienes lo han utilizado— como un comienzo de mayor flexibilidad e imaginación.

Pero aquella energía liberada poseía también entre sus ingredientes la rebelión y la autocrítica, los odios y la desesperación cínica que se nutrían en la continuada crisis del mundo posterior a la Primera Guerra Mundial, el derrumbamiento económico en Europa, la crisis y la depresión en los Estados Unidos y los nacientes totalitarismos que iban a echar por tierra todo lo que habíamos conseguido. Quienes veían la sociedad americana de los años veinte como un monstruo rapaz y devorador habrán acogido este libro como una escapatoria, como una huida en el espíritu que podría ponerse en relación con una huida corporal a una isla de los Mares del Sur donde el amor y la tranquilidad están a la orden del día. Es posible que una parte de la satisfacción que el libro puede proporcionar a quienes desean contraponer «lo primitivo» —como natural y paradisíaco— a «lo civilizado» —no natural y represivo— hayan encontrado una buena fuente en mi inexperiencia; en este primer libro, incluso cuando entré en contacto con otros pueblos primitivos, dominadores y bruscos con sus hijos, los samoanos permanecen inevitablemente como el prototipo de «lo primitivo». En aquel momento (y solía advertirlo cuando pronunciaba una conferencia) quizás el mayor problema que debía exponer residía en el contraste entre una sociedad simple —en la que los individuos deben forzosamente compartir una tal simplicidad y, por tanto, una falta de complejidad— y una sociedad como la nuestra en la que, con nuestras complicadas instituciones, la complejidad y la tensión van acompañadas por una mayor intensidad y profundidad en aquellos que se educan en ella. Intenté encontrar formas para expresar el sentido de cuanto habíamos conseguido en la larga carrera del hombre hacia la civilización, por lo que en ningún momento estaba pidiendo un retorno a lo primitivo sino un conocimiento mucho mayor que proporcione al hombre moderno un control superior sobre el propio proceso civilizador.

Quise demostrarlo de modo claro cuando dije que si (lo mismo que Robert Louis Stevenson) padeciese una enfermedad incurable, me gustaría volver a Samoa a pasar los últimos días de mi vida entre una gente que me proporcionaría amistad segura y sin estridencias, entre una gente acostumbrada por igual al nacimiento y a la muerte, a la juventud y a la vejez; pero también afirmé que yo no quería vivir en Samoa, sino en Nueva York, para poder realizar aquí algo de lo aprendido en Samoa.

A medida que fueron pasando los años, mientras yo misma dedicaba mucho más tiempo del que debiera a los Mares del Sur estudiando pueblos cuyas arcaicas formas de vida la guerra que se avecina barrerá para siempre del mapa, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa se ha convertido en lectura obligada para los estudiantes de las carreras que ahora denominamos ciencias humanas o de la conducta. Cuando pronunciaba una conferencia llegaba a calibrar la edad de mi auditorio tomando como base el que me creyeran mucho mayor que ellos por haberse visto obligados a leer uno de mis libros en el colegio. Era el período en que hacíamos particular hincapié en la validez exclusiva de las monografías sobre sociedades primitivas precisamente porque recogían el testimonio de un orden de cosas que pronto perecería para siempre. Al igual que los buenos

Page 3: Mead Prólogo 1961

retratos de personajes famosos ya fallecidos, tales monografías permanecerían indelebles para enseñanza y uso de generaciones futuras, siempre valiosas porque no se podía realizar un retrato más verídico del que se había llevado a cabo en aquellos trabajos. De la misma manera que Keats había elegido los amantes de una urna griega como tema de uno de sus poemas, éramos también conscientes del capricho histórico que representaba seleccionar un puñado de muchachas de una diminuta isla con el fin de conservarlas para siempre. A pesar del contenido dinámico de la materia objeto del estudio, en el fondo de nuestra investigación existía un cierto grado de estatismo. Debíamos añadir a nuestro conocimiento de la humanidad, descripción tras descripción, todas ellas escogidas por su importancia, construyendo un edificio en el que nosotros mismos teníamos que estar situados en la plataforma superior desde la que los ladrillos de la construcción levantaban otro edificio distinto, mucho mejor planeado gracias a nuestros conocimientos básicos. Inevitablemente Samoa cambiaría. El momento de su decurso histórico que yo había recogido finalizaría y los aires modernizadores pasarían sobre la isla. En el futuro, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa deberá leerse como una forma más de extender nuestra experiencia acerca de lo que han sido los seres humanos de una determinada cultura. Algunos lo leerán con nostalgia, otros con la alegría de saber que somos más complejos que los samoanos, pero todos estaremos viviendo en un mundo que intente dar solución a aquellos problemas para los que estudios así ofrecen una base. Los capítulos finales, en los que se compara nuestra forma de vida con la de ellos, se extinguirán tan felizmente como el dido (aunque tal especie se haya perdido muy recientemente), como parte de un pasado al que hemos sobrevivido y que ahora apenas tiene interés.

No ha sucedido como esperábamos. En estos treinta y cinco años los problemas de la cultura humana no han disminuido sino que han aumentado en intensidad. La excesiva tensión de muchos pueblos que evolucionan a ritmos distintos, partiendo desde puntos tan diversos, unidos por el riesgo de aniquilación si cualquiera de ellos levanta una mano contra otro, pero no acostumbrados aún a esta unión y dependencia mutuas, ha intensificado nuestro sentido de la urgencia, al mismo tiempo que ha colocado a mucha gente en el camino de una indiferente desesperación. En lugar de las islas de los Mares del Sur —en sentido literal ahora sabemos que allí no había islas—, se ha encontrado una nueva forma de huir de los acuciantes problemas del mundo moderno recluyéndonos en pequeñas islas domésticas. Y hoy día, incluso más aún que entonces, el antídoto contra este tipo de escapismo —tan inútil y más peligroso que el escapismo de los años veinte— consiste en mirar hacia adelante, no hacia el pasado, utilizando nuestro conocimiento de lo que hemos sido no para construir respuestas simples sino para aprender a movernos y para ver cómo la misma naturaleza de tal movimiento determinará la futura condición del hombre.

Durante estos años la antropología ha pasado de ser una disciplina cuyo objetivo principal era el de recoger y analizar modos de vida fósiles y transitorios, primitivos o muy próximos al primitivismo, a ser una ciencia que se interesa especialmente por el cambio. Nuestros instrumentos científicos se han afilado y se han forjado instrumentos nuevos. De la misma manera que en otro tiempo nos interesábamos por lo que era la cultura y pensábamos que al cambiar podía perder, ahora nos preocupa particularmente en qué se está convirtiendo cada pequeña

Page 4: Mead Prólogo 1961

cultura en otro tiempo primitiva. Y el clima de opinión mundial ha afectado y se ha visto afectado al mismo tiempo por este cambio de intereses. Ahora sabemos que no podemos construir hasta las últimas consecuencias un cuadro completo y satisfactorio de instituciones que englobe todas las necesidades humanas, pero sí que cada cambio creará nuevas necesidades y que lo que perseguimos cambiará las respuestas que los seres vivos dan siempre a la pregunta sobre el lugar que debe ocupar el hombre en el universo.

Hoy, treinta y cinco años después, otra joven antropóloga, Gloria Cooper, está preparando el terreno en Samoa. Posee herramientas de trabajo que en otro tiempo ni siquiera hubiéramos soñado. Lo que observa de los movimientos de la gente —que yo sólo podía recoger con palabras— ella lo capta con una cámara de filmar cuya película será posteriormente analizada con una moderna metodología cinética; lo que oye con un oído educado en la moderna lingüística puede recogerlo en un magnetofón. Un hecho que en 1925 sólo daba lugar a una frase puede ahora explicarse con todos los detalles, y otros científicos que nunca irán a Samoa pueden utilizar estos nuevos documentos una y otra vez. Podían haberle dejado mi viejo ejemplar del diccionario samoano de Pratt y un teleobjetivo que utilicé recientemente en otro lugar del Pacífico para fotografiar a los hijos de los hijos de aquellos a quienes yo había estudiado anteriormente. Sostuvimos una larga conversación en mi estudio que en otro tiempo había sido una habitación de cuyas paredes colgaban los tapas samoanos pero que actualmente está tan abarrotada de objetos recogidos durante tantos años de trabajo de campo que incluso se le hace difícil a un joven antropólogo de campo moverse por ella.

Hablando con Gloria Cooper fui consciente del período de profundos cambios en que nos ha tocado vivir y me di cuenta de que Adolescencia, sexo y cultura en Samoa no era el recuerdo de un mundo que ya había perecido, sino un comienzo. Pero como cada generación debe comenzar de nuevo y, para hacerlo, debe apoyarse en la anterior, quizá este libro conserve aún su utilidad aunque lo escribí cuando yo era muy joven, cuando Samoa estaba todavía empezando a vislumbrar el mundo moderno, cuando comenzábamos a estudiar la conducta humana y antes de que supiésemos hasta qué punto tales estudios iban a formar parte de esta cultura cambiante, dentro de la cual una educación en cambio perpetuo puede llegar a ser crucial para la supervivencia de la humanidad.

Margaret Mead

Nueva York, 1 de abril de 1961.