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Memorias y representaciones Sobre la elaboración del genocidio DANIEL FEIERSTEIN SOCIOLOGÍA

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Page 1: Memorias y Memorias y representaciones Sobre Memorias y

Memorias y representacionesSobre la elaboración del genocidio

DANIEL FEIERSTEIN

Memorias y representaciones es el primer volumen de la trilogía Sobre

la elaboración del genocidio, consagrada al análisis crítico de las con-

secuencias de las prácticas sociales genocidas desde la perspectiva de

la experiencia argentina. El trabajo se centra en tres ejes: las memorias

y representaciones de la violencia estatal, las problemáticas del juicio y

los niveles de responsabilidad.

En este primer volumen, Daniel Feierstein realiza diversos entre-

cruzamientos disciplinarios sobre los conceptos de memoria y repre-

sentación para salvar una de las mayores dificultades con las que se

encuentran los estudios sobre la memoria: las disputas entre diferentes

áreas de conocimiento que producen un parcelamiento de la realidad y

obstaculizan un diálogo acerca de ella. De este modo, articula diversos

argumentos de las neurociencias, el psicoanálisis, la filosofía y la psi-

cología social para explorar los modos en que los procesos de memoria

pueden afectar la constitución de la identidad a partir del trabajo de

elaboración de las situaciones traumáticas generadas por los genoci-

dios entendidos como prácticas sociales, como procesos de destrucción

y de reorganización de relaciones sociales.

Memorias y representaciones constituye un análisis riguroso e ilumi-

nador y también una fuerte apuesta política: “Dar una fundamentación

más sólida a la relevancia de la utilización de la calificación de genoci-

dio para referir a la violencia estatal masiva sufrida en nuestro país, en

función de sus múltiples consecuencias jurídicas y simbólicas, de sus

múltiples efectos en los posibles trabajos de elaboración del trauma y

en la posibilidad de instituir narrativas contrahegemónicas”.

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Daniel Feierstein (Buenos Aires, 1967) es sociólogo y

doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Bue-

nos Aires (uba). Es profesor titular de la materia “Análi-

sis de las prácticas sociales genocidas” en la Facultad

de Ciencias Sociales de la uba, investigador del Conse-

jo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

(conicet) y director del Centro de Estudios sobre Ge-

nocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

También es vicepresidente primero de la International

Association of Genocide Scholars. Se ha desempeñado

como experto independiente de las Naciones Unidas

para numerosos proyectos en Argentina y otros países.

Ha sido compilador de diversos volúmenes colectivos

y colabora asiduamente en publicaciones académicas

argentinas e internacionales. Entre sus libros, traduci-

dos a varios idiomas, se cuentan: Seis estudios sobre

genocidio. Análisis de las relaciones sociales: otredad,

exclusión, exterminio (2000) y Terrorismo de Estado y

genocidio en América Latina (2009).

El Fondo de Cultura Económica ha publicado El ge-

nocidio como práctica social. Entre el nazismo y la ex-

periencia argentina (2007).

Otros títulos de la Colección Sociología

El genocidio como práctica social.

Entre el nazismo y la experiencia argentina

Daniel Feierstein

El coraje de la verdad.

El gobierno de sí y de los otros ii.

Curso en el Collège de France (1983-1984)

Michel Foucault

El gobierno de sí y de los otros.

Curso en el Collège de France (1982-1983)

Michel Foucault

El ascenso de las incertidumbres.

Trabajo, protecciones, estatuto del individuo

Robert Castel

En torno a lo político

Chantal Mouffe

La razón populista

Ernesto Laclau

Hegemonía y estrategia socialista.

Hacia una radicalización de la democracia

Ernesto Laclau y Chantal Mouffe

La nación entre naturaleza e historia.

Sobre los modos de la crítica

Gisela Catanzaro

SO

CIO

LO

GÍA

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Memorias y representacionesSobre la elaboración del genocidio

Daniel Feierstein

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Índice

Agradecimientos

Introducción

I. Las neurociencias y los procesos de memoria

II. Memoria, trauma y trabajo de elaboración. Una mirada desde Sigmund Freud

III. Algunos dilemas acerca del análisis de los procesos de memoria en las ciencias sociales, la historia y la filosofía

IV. Consecuencias de los conceptos y las representaciones sobre los procesos identitarios

Anexo. Reflexiones a propósito del concepto de “realización simbólica de las prácticas sociales genocidas”

Bibliografía

Índice de nombres

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Al Zeide Isaac, porque me enseñaste los primeros palotes de la sed de justicia con tu castellano trabajoso de difícil

pronunciación y porque a más de veinte años de tu partida, sigo extrañándote y recién ahora puedo comprender cuánto.

A Adriana Calvo, porque de vos aprendí la incansable voluntad de ir por más como la única manera de no caer en la cotidiana

tentación de ir a menos. Porque me cuesta seguir sin tener a mi lado tu implacabilidad, tu voz áspera y crítica ante cada desacuerdo.

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Agradecimientos

A medida que pasan los años, la lista de las personas con las que uno se ha cruzado y de las que ha aprendido infinidad de cuestiones (académi-cas, políticas o éticas) se amplía de tal modo que produce una difícil sen-sación de injusticia el intentar sintetizarlo en apartados como éste; una sensación que lleva a pensar si no valdría la pena directamente anular la propia idea del agradecimiento y cometer así la injusticia de un modo más democrático, olvidando por igual a todos quienes nos han enseñado algo y no sólo delegando en nuestras crecientes fallas de memoria este recuerdo discrecional.

Pero no me resulta posible ceder a semejante democratización de la injusticia, porque sigo considerando que la intención de explicitar nues-tras deudas debe tener algo más de valor que el olvido intencional, por injusta que finalmente resulte la selección de agradecimientos. Por eso mencionaré a algunas personas (todas las que puedo recordar en este momento), confiando en que, al tratarse de un libro sobre las dificultades y la subjetividad en los modos de construcción de la memoria, los ausen-tes en esta lista podrán interpretar de múltiples formas por qué no pude recordarlos, aunque a todos les aseguro que no fue por razones cons-cientes, sino por la modificación que permanentemente produce nuestro presente en los modos en que accedemos al pasado. Y aunque no renun-cio a mi responsabilidad por no poder controlarlo, valgan pese a ello mis disculpas.

En un primer nivel, tengo claro que el libro debe mucho a algu-nos amigos y colegas que participaron tanto en su concepción como en

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memorias y representaciones

sus distintas etapas. Ubico allí a los compañeros de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos, al Equipo Argentino de Trabajo e Investi-gación Psicosocial (muy en especial a Lucila Edelman, Diana Kordon y Silvana Bekerman, pero a todos los que participaron de las sesiones de discusión de versiones previas de los capítulos de esta obra duran-te 2010 y 2011), a mi hermana Liliana Feierstein, a Beatriz Granda, a Christian Gudehus y al equipo del Kulturwissenschaftliches Institut (de Essen, Alemania, con quienes pasé una estancia de investigación de dos meses entre diciembre de 2009 y enero de 2010 gracias a una beca del programa Scholars in Residence del Goethe Institut), a Guillermo Levy, Hamurabi Noufouri, Alberto Sucasas (de la Universidade da Coruña), Adriana Taboada, Graciela Daleo, Gianni Tognoni (secretario del Tri-bunal Permanente de los Pueblos), Alexander Laban Hinton (de la Rut-gers University), Tiberius Gallis (del Auschwitz Institute for Peace and Reconciliation), Marcelo Ferreira, Emmanuel Taub, Lior Zylberman. A los miembros de mis equipos en el Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de mis proyectos de in-vestigación en la Universidad de Buenos Aires (uba), todos los cuales hicieron aportes agudos y sugerentes para mejorar esta obra o incluso para cuestionar sus aspectos centrales y obligarme a afinar y dar solidez a mis fundamentaciones. Cada uno de ellos fue fundamental no sólo de modo parcial sino por su propia posibilidad de diseñar y escribir el con-junto de la obra.

En un segundo nivel, he contado con lecturas específicas, que me han aportado también críticas y sugerencias muy valiosas: Marcelo Bu-rello y Rodrigo de Marco para el capítulo i, Eduardo Smalinsky y Ana Berezin han hecho aportes sugerentes para el capítulo ii. Asimismo la lectura de los trabajos (o las charlas, o ambas cosas) de Alejandro Alagia, Matías Bailone, Eduardo Barcesat, Osvaldo Barros, Marga Cruz, Eduar-do Luis Duhalde, Cachito Fukman, Inés Izaguirre, Verónica Jeria, Rodol-fo Mattarollo, Tina Meschiatti, Horacio Ravenna, Carlos Rozanski, Car-los Slepoy, Raúl Eugenio Zaffaroni, entre otros, fue fundamental en el diseño del capítulo iv, coincidan ellos o no con sus postulados.

No puedo dejar de mencionar los distintos acompañamientos ins-titucionales con los que he contado a lo largo de la concepción y el de-sarrollo de esta obra, que es parte de mi trabajo como investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (conicet),

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agradecimientos

institución pública a la que me honra pertenecer. A su vez, mi radicación como investigador (previa y posterior a mi ingreso a conicet) ha sido en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, cuyas autoridades (rector, vicerrector, secretario académico) siempre han acompañado y apoyado todos y cada uno de mis proyectos desde mi ingreso, en el año 2000, como docente investigador. Asimismo la cátedra que dicto desde 2001, “Análisis de las prácticas sociales genocidas”, como sociología especial en la uba, me ha permitido enriquecerme con el aporte de centenares de es-tudiantes lúcidos, comprometidos y críticos, de los cuales seguramente he aprendido tanto o más que ellos de mí. Y agradezco también a la edi-torial Fondo de Cultura Económica, y muy en especial a Alejandro Ar-chain, por haber confiado en esta obra cuando era apenas un proyecto, y a Mariana Rey por el cuidado de la edición.

Me queda por agradecer el aporte militante de centenares y miles de compañeros que han bregado y siguen bregando por una Argentina y un mundo mejor, y cuya presencia late en estas páginas. He tenido el orgullo de transitar codo a codo apenas con algunos de ellos: Justicia Ya, Liga Argentina por los Derechos del Hombre, Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia de Zona Norte, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos nacional y muchas de sus regionales en las distintas provincias argentinas, las distintas regionales de hijos (muy en especial las del Alto Valle, Oeste, La Plata y Tucumán), el Instituto Espacio por la Memoria, el Archivo Nacional de la Memoria, la Comisión Provincial por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires, el Tribunal Permanente de los Pueblos y la International Association of Genocide Scholars. Otras decenas de asociaciones han sido y siguen siendo parte fundamental de estas luchas, pero quería destacar en especial aquellas de las que pude aprender y compartir personal y directamente en este recorrido teórico político.

Me queda lo esencial, incluso más allá de esta obra. Mi compañera Fabiana y mis hijos Ezequiel y Tamara constituyen el basamento afectivo sin el cual nada de lo que aquí se presenta sería posible. No hay palabras, entonces, que puedan dar cuenta de su importancia.

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Introducción

Éste es el primer volumen de un proyecto de trilogía que, con el objeti-vo de analizar crítica y rigurosamente las diversas consecuencias de las prácticas sociales genocidas, abordará en una primera etapa los procesos de memoria y representación.

Los estudios sobre la memoria constituyen uno de los campos en los que se observa con mayor claridad las dificultades creadas por las taxonomías disciplinarias rígidas en su parcelamiento de la realidad. Di-versos grupos de investigadores que provienen de campos muy distin-tos se disputan áreas de explicación de los procesos de memoria, sin que los entrecruzamientos entre éstas sean comunes ni produzcan enrique-cimiento alguno, más allá de que unos y otros se solapen al producir sus hipótesis, la mayoría de las veces sin siquiera percibirlo.

La neurología, el psicoanálisis, la filosofía, las artes y las ciencias so-ciales han reflexionado sobre aspectos diferentes de estos procesos de memoria y representación, pero por lo general el diálogo ha sido bastan-te pobre. Las neurociencias se han abocado, en su mayor parte, a tratar de encontrar el sustrato material del recuerdo (su localización física en el cerebro) y a explicar e intentar tratar algunas de sus anomalías. El psi-coanálisis (pese a la amplitud disciplinaria de los trabajos de Sigmund Freud) ha tendido a disociarse cada vez más del sustrato químico-bioló-gico como de las consecuencias sociopolíticas, filosóficas e incluso a veces médico-clínicas de sus propios planteos y, por lo tanto, ha tratado con un aparato psíquico que, cada vez más, parece escindido de los niveles de or-ganización que lo determinan, tanto material como socialmente; incluso,

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memorias y representaciones

en algunos casos ha llegado a postular una justificación bizarra de esta escisión entre cuerpo y consciencia. Las ciencias sociales, por último, han tendido a estancarse durante el último medio siglo en las disputas entre los campos de la historia y la memoria, haciendo caso omiso del impacto de los avances en otras disciplinas sobre dicha discusión o de la materia-lidad e incluso falsabilidad de muchos de sus planteos, a la luz de otras lógicas disciplinarias.

Esto no significa que no hayan existido intentos de entrecruzamien-to, como puede observarse en gran parte de la obra del propio Freud, en especial en su olvidado Proyecto de psicología para neurólogos, así como en muchas de sus reflexiones en Más allá del principio de placer; Inhibi-ción, síntoma y angustia; Tótem y tabú o Moisés y la religión monoteísta, entre otros textos que buscan dialogar, a lo largo de todo el acervo de producción freudiana, con la neurología o las ciencias sociales. También merecen destacarse los intercambios entre Jean-Pierre Changeux y Paul Ricœur que buscan un diálogo y una discusión posibles entre neurología y filosofía (pese a las dificultades de Ricœur para ingresar a un lenguaje que no siente como propio); el conjunto de los trabajos de la psicología genética y, muy en particular, las brillantes intuiciones transdisciplinarias de Jean Piaget en obras como La equilibración de las estructuras cognitivas o La toma de conciencia, o de Rolando García en obras como Psicogénesis e historia de las ciencias, La epistemología genética y la ciencia contempo-ránea o Sistemas complejos. Por último, cabe incluir sugerencias aisladas pero ricas por sus aportes a la sociología y la psicología en obras de neu-rocientistas como Gerald Edelman, Eric Kandel o Israel Rosenfield. Estas excepciones, sin embargo, constituyen ámbitos relativamente marginales en una discusión que hegemónicamente cree poder prescindir del cono-cimiento que se aleja de manera disciplinaria de sus ejes, aun cuando esté muy próximo de los problemas planteados y resulte fundamental para muchas de las hipótesis sugeridas o de los análisis realizados.

No es objetivo de este primer volumen dar cuenta del conjunto de las posibles articulaciones disciplinarias entre estos campos (aclarando, además, que ha quedado relativamente afuera de esta obra el comple-jo territorio de la estética, el arte y su vinculación con los procesos de memoria), pero sí analizar algunos entrecruzamientos que harán posible desarrollar con mayor riqueza y sustento las hipótesis que guían el con-junto de la trilogía.

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introducción

Este primer volumen se centra en las memorias y representaciones del horror, con eje histórico en la experiencia argentina. El segundo vo-lumen trabajará las problemáticas del juicio, entendidas tanto en su sen-tido filosófico (la capacidad de juzgar como parte de los mecanismos de la consciencia) como en la materialidad de los procesos judiciales libra-dos en nuestro país. El tercer volumen se abocará a un análisis crítico de los distintos niveles de las responsabilidades, también centrándose en el caso argentino. Y en los tres volúmenes –memorias, juicios, responsabi-lidades–, las preguntas buscarán articularse con los posibles trabajos de elaboración de las marcas dejadas en las subjetividades y en el tejido so-cial por las prácticas sociales genocidas.

Cabe aclarar que el acceso a los distintos marcos disciplinarios no se lleva a cabo desde una posición neutral ni desde un saber que los desbor-de. Las ciencias sociales serán el punto crucial de interrogación, desde donde se intentará incorporar algunos de los aportes de los otros cam-pos disciplinarios para enriquecer y avanzar en las propias postulaciones sociopolíticas sobre los procesos de memoria y su impacto en la cons-trucción de identidades, así como en los modos de constitución de las responsabilidades.

La trilogía puede leerse como continuidad de obras previas, en par-ticular de El genocidio como práctica social y de Seis estudios sobre genoci-dio, y que, más allá de resultar algo más árida (sobre todo en este primer tomo), comparte las mismas preocupaciones y objetivos políticos.

Este volumen no pretende aún una mirada verdaderamente trans-disciplinaria, lo cual excede las posibilidades del autor, sino simplemen-te avanzar en el propio campo de las ciencias sociales, sin despreciar ni ignorar, desde luego, algunas de las hipótesis, preguntas y respuestas su-geridas por las otras disciplinas, lo cual quizás cabría calificar más cabal-mente como ejercicio interdisciplinario.

Se recorrerán a lo largo de este libro las ideas de un selecto grupo de autores de las neurociencias (Gerald Edelman, Eric Kandel, Jean-Pie-rre Changeux, Israel Rosenfield), el psicoanálisis (básicamente Sigmund Freud y luego algunos de los análisis sobre las consecuencias del trauma en Yael Danieli, René Kaës, Janine Puget, Marcelo Viñar, los miembros del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial [eatip], Haydeé Faimberg, entre otros), la filosofía (Henri Bergson, Walter Ben-jamin, Paul Ricœur, Hayden White), o la sociología y la psicología social

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(Maurice Halbwachs, Frederic Bartlett), pero no para dar cuenta exhaus-tiva del estado de la cuestión en cada campo, sino sólo para aprovechar algunas intuiciones que han sugerido herramientas para analizar lo que constituye el corazón de esta problemática: los modos en que los proce-sos de memoria pueden afectar la constitución identitaria, a partir del trabajo de elaboración de las situaciones traumáticas generadas por los genocidios, entendidos éstos como prácticas sociales, como procesos de destrucción y reorganización de relaciones sociales.1

Es posible, sin embargo, que en alguno de los capítulos se haya caído en una exagerada remisión a los aspectos técnicos de cada discusión, por lo que se piden disculpas anticipadas al lector.

El ordenamiento lógico y disciplinario de este primer libro es el siguiente:

El capítulo i busca introducir algunas de las conclusiones funda-mentales de las neurociencias en los últimos treinta años, desde las cua-les se plantean hipótesis propias con relación al carácter adaptativo de lo que se llamará en esta obra “procesos de desensibilización”, así como al carácter creativo y no reproductivo2 de los procesos de memoria.

El capítulo ii, previo desarrollo de algunos conceptos básicos de la obra de Freud, se propone revisitar la noción de desensibilización cons-truida en el capítulo previo, articulándola en su sentido intersubjetivo con lo que gran parte de la bibliografía sobre las consecuencias del geno-cidio en el Cono Sur de América Latina ha dado en llamar “pactos dene-gativos” y con lo que se define en esta obra, a partir de este análisis, como “ideologías del sinsentido”. Éstas han resultado muchas veces hegemóni-cas en los discursos sobre el horror, vinculándolo a la irracionalidad, y se postulará que dicho sinsentido juega un rol específico en el modo de clausurar las posibilidades de elaboración del terror traumático.

1 Véase el desarrollo de los conceptos de prácticas sociales genocidas y de genocidio reor-ganizador en Daniel Feierstein, El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la expe-riencia argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.

2 Aun cuando las neurociencias utilizan el verbo replicar para dar cuenta de una memo-ria que se postula como reproductora fiel de la realidad, se ha preferido en esta obra remitir a una memoria reproductora o no reproductora (o sea, creadora), ya que el término replicar puede dar lugar a malentendidos en la filosofía o la ciencia social, debido a que su defini-ción da más cuenta de la posibilidad de refutación que de la de copia, la cual se encuentra mejor expresada en el verbo reproducir.

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introducción

El capítulo iii retorna sobre estas hipótesis pero desde la filosofía, la historia y las ciencias sociales, intentando recuperar la vinculación en-tre memoria y acción (Bergson), y memoria e identidad (Ricœur). Asi-mismo busca producir nuevas interpretaciones en la trillada discusión sobre las diferencias entre los procesos de la memoria y de la historia, a fines de rescatar el carácter sociopolítico de los procesos de memoria y su posible articulación con un trabajo de elaboración, lo cual constituía el eje de la tarea del historiador comprometido, tal como la pensara Wal-ter Benjamin.

El capítulo iv, por último, da cuenta del propósito central del presen-te volumen: analizar las consecuencias de distintos modos de representar y calificar jurídicamente el terror estatal masivo (guerra, genocidio, te-rrorismo de Estado, crímenes contra la humanidad) en los posibles tra-bajos de elaboración y su vinculación con la constitución y transforma-ción de las identidades personales, grupales y colectivas, incorporando en dicho análisis las construcciones previas sobre el papel que juegan en ellas las lógicas de la desensibilización, de los pactos denegativos y de las ideologías del sinsentido.

Es éste el objetivo eminentemente político que guía al conjunto del volumen. Los recorridos disciplinarios se han propuesto ir construyen-do los conceptos necesarios para dicho punto de llegada, pero la interro-gación general gira en torno al capítulo iv, punto de llegada y elemento crucial de este primer libro: dar cuenta de los efectos y las consecuen-cias intersubjetivas y sociopolíticas de distintos modos de caracterizar lo ocurrido en Argentina en los posibles trabajos de elaboración o incluso en la obstaculización o clausura de éstos.

Dicho abordaje no es ni podría ser neutral, como se ha señalado, sino que pretende dar una fundamentación más sólida a la relevancia de la utilización de la calificación de genocidio para referir a la violencia estatal masiva sufrida en nuestro país, en función de sus múltiples con-secuencias jurídicas y simbólicas, de sus múltiples efectos en los posibles trabajos de elaboración del trauma y en la posibilidad de instituir narra-tivas contrahegemónicas.

La propuesta, esta vez, es compartir con el lector los fundamentos últimos de orden político y no, como en otras oportunidades, la argu-mentación técnica, con respecto a la viabilidad u oportunidad de la fi-gura de genocidio en su aplicación al caso argentino. Esto es, que este

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memorias y representaciones

volumen no se propone demostrar la existencia de un genocidio en Ar-gentina (lo que se ha intentado hacer en muchas obras previas, utiliza-das incluso en las sentencias argentinas), sino dar cuenta de qué ventajas en términos de procesos de memoria puede implicar construir una re-presentación de los hechos como genocidio, en comparación con aquella que los comprende como guerra, como terrorismo de Estado o como crí-menes contra la humanidad.

Afortunadamente, la sociedad argentina se ha caracterizado por una fuerte resistencia a los planteos negacionistas o minimizadores. A ello se ha sumado una experiencia más que interesante en lo que hace al juzga-miento de los responsables de las violaciones masivas de derechos huma-nos, que ha conducido a la posibilidad de garantizar un juzgamiento sin límites preestablecidos, realizado por tribunales nacionales (no interna-cionales ni cámaras especiales) y con un respeto por los derechos de los acusados que pocas experiencias históricas han demostrado, pese a tra-tarse de los crímenes más graves cometidos en el último siglo en el país.

Esta peculiaridad del fenómeno de los juicios en Argentina ha habi-litado y enriquecido, por lo tanto, una discusión profunda y compleja so-bre los procesos de memoria y elaboración, que constituye el trasfondo fundamental de toda la trilogía y que, como se verá, logra instalar estas cuestiones a partir de discusiones que parecieran ya resueltas en Argen-tina (la inviabilidad de regímenes de impunidad, la condena mayoritaria al tipo de negociaciones a que han dado lugar conceptos como el de “jus-ticia transicional”, la imposibilidad del perdón y la reconciliación sin pa-sar previamente por la justicia).

Habrá que esperar al segundo volumen de esta obra, titulado Juicios, para abordar la complejidad efectiva de estas vinculaciones entre la ca-pacidad humana del juicio, la realización efectiva de los juicios y los pro-cesos de memoria y representación.

Al no existir un peligro inminente de negacionismo ni impunidad, la sociedad argentina ha logrado entonces comenzar a hacerse cargo en estos años de una discusión más compleja y mucho más profunda pero, a su vez, fundamental en cuanto a la posibilidad de lidiar con los efectos del proceso represivo: en qué medida los procesos de memoria y repre-sentación pueden constituir prolongaciones del terror, pero también en qué medida pueden ser un aporte para intentar elaborar las consecuencias del trauma, sin que ello implique creer (véase en especial el anexo sobre la

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21

introducción

“realización simbólica de las prácticas sociales genocidas”) que una mera calificación pueda resolver por sí misma procesos de enorme complejidad como los que aquí se analizan.

Todo este primer volumen se inscribe en la discusión sobre la vincu-lación entre procesos de memoria y representación y su expresión en la calificación jurídica, discusión que hoy recorre gran parte de los juzgados argentinos, así como también casi al conjunto de los organismos de derechos humanos y ámbitos importantes de los movimientos sociales, de las uni-versidades, las organizaciones barriales, sindicales y estudiantiles, entre otras.

El volumen cierra con un anexo, donde se busca aclarar algunas con-fusiones y malentendidos a que ha dado lugar el concepto de “realización simbólica de las prácticas sociales genocidas”, término que también atrave-sará algunas partes del presente libro.

Como resulta lógico en toda discusión académica o política que nos atraviesa en tiempo presente, soy consciente de que tanto esta obra como todo mi trabajo previo y el de las muchas organizaciones de derechos hu-manos, sociales y políticas, con las que he compartido esta lucha durante años, pueden estar errados. Sólo el futuro nos dará claras indicaciones acerca de los efectos y consecuencias de las direcciones que se han se-guido, así como nuevas pautas de hacia dónde continuar. Y respeto pro-fundamente a aquellos colegas u organizaciones que no comparten esta visión sobre la relevancia de la categoría de genocidio y prefieren librar la lucha desde los conceptos de crímenes contra la humanidad, Estado terrorista o guerra civil.

Pero, por otro lado, no puedo dejar de señalar que este trabajo se ha llevado a cabo desde la más profunda convicción, con una enorme dedicación, rigurosidad y estudio, y con el mayor cuidado y responsabi-lidad por las posibles consecuencias de cada uno de los planteos que se socializan en esta obra. Sólo se espera de aquellos colegas y compañeros que disienten con estas visiones una actitud similar en cuanto a la serie-dad, profundidad, rigurosidad y responsabilidad para plantear visiones alternativas.

Vale una pequeña anécdota para cerrar esta introducción: el Tribu-nal Oral Federal Nº 1 de La Plata –integrado en 2006 por los jueces Car-los Rozanski, Norberto Lorenzo y Horacio Insaurralde– fue el primer juzgado argentino (a esta altura no el único, ya que lo han acompañado

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memorias y representaciones

tribunales de Santiago del Estero, Tucumán y Mendoza y sentencias de segunda instancia de Mar del Plata) en reconocer la existencia de un ge-nocidio en Argentina. La primera sentencia de este tipo recayó en la cau-sa en la que se juzgaba a Miguel Osvaldo Etchecolatz (luego acompa-ñada por pronunciamientos similares del mismo tribunal en las causas en las que se juzgó a Christian Von Wernich y al personal que actuó en la Unidad Penitenciaria Nº 9 de La Plata, y durante 2010 y 2011 por los otros tribunales mencionados). La lectura de la sentencia de aquel juicio de 2006 fue filmada por numerosas organizaciones (hay una muy buena edición realizada por la Comisión Provincial por la Memoria de la Pro-vincia de Buenos Aires). Vale la pena observar los rostros de familiares y sobrevivientes de las víctimas cuando los jueces leyeron el fragmento de la sentencia que menciona que la condena se realiza por “crímenes contra la humanidad cometidos en el marco de un genocidio”. Quizás la observación de dichos rostros pueda dar otra pauta para entender las consecuencias de ciertas “verdades jurídicas” en las posibilidades de ela-boración. Este primer volumen se propone como un aporte, entre otras cosas, para comprender el origen y el sentido de dichas expresiones.

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I. Las neurociencias y los procesos de memoria

Durante muchos años, los trabajos hegemónicos en las neurociencias se propusieron identificar las funciones de las distintas áreas cerebrales, basados en la creencia de que sería viable –en el presente o en el futuro– localizar di-chas funciones en algún lugar del cerebro. A ellos se sumaron corrientes –no siempre reconocidas ni muy públicas– que intentaron utilizar estos supues-tos conocimientos a fines de manipular ideológicamente a la población.1

Desde este tipo de perspectivas, basadas en la importancia de co-nocer la localización funcional de los procesos mentales, han sido pocos los neurocientíficos dedicados al estudio de la memoria que, menos inte-resados en la posibilidad de localizar procesos complejos y múltiples, se abocaran más a analizar su carácter procedimental, la memoria entendi-da no como función sino precisamente como proceso.

Entre quienes sí se dedicaron a una visión de este tipo (autores cada vez más conocidos y premiados como Eric Kandel, Gerald Edelman o Jean-Pierre Changeux, entre otros), se postula una visión que ha compren-dido y dado cuenta de una plasticidad mucho mayor en el funcionamiento cerebral. Esto es, más allá de la existencia localizada de algunos procesos

1 Para un análisis y una crítica de ambas corrientes, véase en especial Steven Rose, The 21st Century Brain. Explaining, Mending and Manipulating the Mind, Londres, Vintage Books, 2006. Para un análisis centrado en la articulación de neurólogos y psiquiatras con los proyectos de la Agencia Central de Inteligencia (cia, por sus siglas en inglés) durante la Guerra Fría, véase el escalofriante pero brillante trabajo periodístico de Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Barcelona, Paidós, 2010 (primera edición en inglés en Toronto, Random House, 2007).

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memorias y representaciones

básicos, el concepto de plasticidad lleva a comprender por qué algunos in-dividuos se caracterizan por un uso ligeramente diferente de sus distintas regiones cerebrales, producto de la historia de desarrollo de cada sujeto (y, por lo tanto, de cada cerebro). A la vez, quienes se han empeñado en en-contrar la localización de determinadas funciones sólo han logrado probar que se requiere de numerosas zonas interrelacionadas para cada una de las operaciones elementales de memoria, aun cuando sí pueden distinguir-se determinadas regiones cerebrales para la realización de procesos suma-mente básicos. Y vieron también que resulta infinitamente más compleja la profusa interrelación de casi todas las áreas cerebrales para lo que cono-cemos desde las ciencias sociales como memoria.

Cuando referimos, entonces, al análisis procedimental de la memo-ria, en lugar de priorizar qué áreas están involucradas en cuáles tareas, ni qué áreas se encontrarían lesionadas ante tales disfunciones, este conjun-to de trabajos se ha propuesto explicar el funcionamiento y la interacción entre las distintas regiones cerebrales identificadas, a partir de la formu-lación del concepto de procesos de memoria, lo cual daría cuenta de un creciente consenso actual de las neurociencias con respecto a que ya no es posible seguir insistiendo en la búsqueda de la localización de “recuer-dos”, sino que nada parecido existe dentro de nuestros cerebros. Por el contrario, de este paradigma cada vez más aceptado se sigue la convic-ción de que estos procesos de memoria son resultado de una compleja articulación creativa de numerosos sistemas de memoria calificados por las neurociencias como olfativo, visual, gustativo, semántico, episódico, procesal, entre muchos otros, y que el número de estos sistemas crece ex-ponencialmente a medida que crecen los trabajos de investigación.

La coincidencia de este conjunto de autores e investigaciones se basa en la convicción de que el recuerdo es una reconstrucción y no una repro-ducción, y que opera articulando procesos complejos y diversos, que son los únicos que sí podrían tener niveles de localización en el sustrato neuronal.

La obra de Gerald Edelman2 –alrededor de la cual girarán algu-nos de los ejes del presente capítulo– fue precedida, acompañada y/o

2 Gerald Edelman recibió el premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1972 por sus aportes a la estructura química de los anticuerpos y, a partir de los descubrimientos sobre el carácter selectivo del funcionamiento del sistema de anticuerpos, dedicó su obra al estu-dio del cerebro. A fines de la década del setenta fue el creador del concepto de “darwinis-mo neural”, crucial para una de las corrientes fundamentales del desarrollo neurocientífico.

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las neurociencias y los procesos de memoria

continuada entre otros por la de Giulio Tononi e Israel Rosenfield o bien por trabajos más centrados en la divulgación pero herederos de similares lógicas de argumentación, como los de Oliver Sacks3 o Jonah Lehrer.4 Por otra parte, este capítulo también se basará en muchas de las reflexiones de Eric Kandel5 y, en menor medida, de Jean-Pierre Changeux,6 así como de muchos científicos anteriores que resultaron fundamentales para el trabajo de los autores escogidos, aun cuando los

Llevó a cabo numerosos trabajos en el área, producidos primero en la Rockefeller Universi-ty y luego en el Instituto de Neurociencias de Scripps, San Diego. Este capítulo sigue los razonamientos de los últimos textos de Edelman, y toma muchas de las citas del trabajo que publicó en coautoría con Giulio Tononi bajo el título El universo de la conciencia. Cómo la materia se convierte en imaginación, publicado originalmente en inglés en el año 2001 (Nueva York, Basic Books), y traducido al español por Joan Lluís Riera en la edición de Crítica (Barcelona, 2002). Sin embargo, para un seguimiento más exhaustivo de la obra de Edelman resulta indispensable consultar tres obras previas: Neural Darwinism (Oxford y Nueva York, Oxford Paperbacks, 1990), The Remembered Present (Nueva York, Basic Books, 1989) y Bright Air, Brilliant Fire (Nueva York, Basic Books, 1992). Para sus conclusiones de orden más filosófico, se han seguido otras dos de sus obras, las más actua-les: Wider than the Sky. The Phenomenal Gift of Consciousness (New Haven y Londres, Yale University Press, 2004) y Second Nature. Brain Science and Human Knowledge (New Haven y Londres, Yale University Press, 2006).

3 Véanse en especial Un antropólogo en Marte. Siete historias paradójicas, Bogotá, Nor-ma, 1997 y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Madrid, Anagrama, 2005.

4 Véase en especial Proust y la neurociencia. Una visión única de ocho artistas fundamen-tales de la modernidad, Madrid, Paidós, 2010, última obra de Lehrer.

5 Eric Kandel nació en Viena en 1929, de donde emigró a Estados Unidos en 1939 esca-pando del nazismo cuando aún no tenía 10 años. Ya en Estados Unidos desarrolló investiga-ciones verdaderamente fundamentales para el estudio de los procesos de memoria. Recibió el Premio Nobel de Medicina en el año 2000 por sus descubrimientos sobre la transmisión de señales en el sistema nervioso. Desde 1974, es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

6 Jean-Pierre Changeux realizó sus estudios de doctorado en el Instituto Pasteur, bajo la dirección de Jacques Monod y François Jacob, autores fundamentales para el desarrollo de la genética contemporánea. En 1967, se integró a la cátedra de biología molecular del pro-pio Monod, en 1972 fue designado director de la unidad de biología molecular del Instituto Pasteur y en 1975 miembro del Collège de France. Uno de sus temas de investigación fun-damentales ha sido la relación entre el cerebro y el pensamiento. Entre sus últimos libros se cuentan Sobre lo verdadero, lo bello y el bien. Un nuevo enfoque neuronal (Buenos Aires, Katz, 2010) y The Physiology of Truth. Neuroscience and Human Knowledge (Cambridge [ma] y Londres, Harvard University Press, 2009). En particular, su concepto de “estabiliza-ción selectiva de sinapsis” resulta articulable con muchos de los desarrollos de Edelman y Kandel, trabajados más en profundidad, aun cuando se ha preferido no abundar en su obra para no agregar mayores disquisiciones técnicas a un capítulo de por sí ya bastante denso en ese sentido.

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primeros sean utilizados apenas como conocimientos ya supuestos o tematizados en las obras citadas.

Pese a que el ingreso al lenguaje de las neurociencias puede resultar farragoso, epistemológicamente cuestionable o políticamente provocati-vo, a lo largo de esta obra se verá que tiene numerosos puntos de contac-to y articulación con hipótesis provenientes de otros campos disciplina-rios, y que la conjunción entre estos diferentes niveles de análisis puede sin duda enriquecer y matizar las conclusiones, aportes y posibilidades de cada uno de los niveles.

¿Por qué empezar por las neurociencias? Hacia una guía del presente capítulo

Como para ahuyentar malentendidos, se reiterará el eje de este volumen: no se pretende aquí construir una visión neurocientífica de los procesos de memoria ni aplicar las neurociencias para comprender los modos de construcción identitaria. Nada más lejano de los objetivos de esta obra.

Tal como se adelantó en la introducción, este volumen se propo-ne analizar los efectos de los procesos de memoria y representación en la constitución de identidades, los modos en que dichos procesos se encuen-tran atravesados por ciertos eventos que producen un involucramiento emocional particularmente fuerte (distintas disciplinas los han catalogado como “traumáticos”) y, entre todos ellos, interesará solamente el tipo de afección emocional generado por el aniquilamiento sistemático de grupos de población como una tecnología específica de poder en tanto reorgani-zación de las relaciones sociales, cuestiones que se han rastreado y desa-rrollado desde la historia, la sociología o el derecho en obras previas.

Pero en este volumen se intentará un abordaje distinto de la pro-blemática, reconociendo que es necesario ser mucho más específico en la comprensión de los modos de afección del terror y de la peculiaridad con que opera esta reorganización de relaciones sociales a nivel de los modos de representación. Asimismo se intentará plantear probables vías para un trabajo de elaboración de sus efectos, que se transforme en obs-táculo para la reorganización buscada o en posible facilitador de otros modos factibles de relación social, en los que el terror pueda ser de algún modo retrabajado.

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La ausencia de diálogo interdisciplinario ha generado muchas veces cierta pobreza en el intento de comprender los efectos del terror genera-lizado o, al mismo tiempo, niveles de especulación que postulan proce-sos de los que no pueden dar cuenta más que asumiendo supuestos que funcionan teleológicamente.

Ello no quita que este recorrido también planteará hipótesis, suge-rencias que deben ser discutidas y contrastadas; pero lo que se busca en el presente capítulo es que los avances producidos en las neurociencias –algunos definitivamente consolidados, otros que funcionan aún como especulaciones con cierto sustento– puedan permitir enriquecer otro conjunto de ideas y conceptos, al articular explicaciones en distintos ni-veles de organización de la realidad.

La referida ausencia de diálogo entre disciplinas ha llevado a algu-nos neurocientíficos a postular análisis psicológicos, comportamentales, sociológicos, filosóficos o incluso éticos, trasladando automáticamente los descubrimientos en el funcionamiento de las conexiones neuronales al análisis de la consciencia7 o los lazos sociales, cayendo en banales re-producciones del sentido común o en analogías forzadas e insostenibles. Simultáneamente, autores de las ciencias sociales y del psicoanálisis han tendido a analizar al aparato psíquico o a las relaciones sociales como si no tuvieran sustrato material y se encontraran abstractamente “en el aire” (insistiendo en la dualidad cartesiana entre mente y cuerpo, inclu-so en la idea de una “escisión” originaria que separaría al ser humano del reino animal).

Por el contrario el objetivo de esta obra –ambicioso, sin duda, a la vez que riesgoso– será intentar preservar las lógicas de cada nivel de

7 Esta obra aborda en numerosos pasajes la cuestión de la consciencia, tanto desde una mirada neurocientífica como desde un punto de vista psicoanalítico (en la distinción entre aparato consciente, preconsciente e inconsciente), e incluso con respecto a las derivaciones filosóficas y sociopolíticas de dicho análisis. Si bien para el Diccionario de la Real Academia Española (drae), los términos conciencia y consciencia son sinónimos, y ambas formas son posibles, en este libro se ha optado por los términos consciencia, consciente, precons-ciente e inconsciente. Cabe aclarar que no se comparte la distinción realizada por algunos autores neurocientíficos como Adam Zeman (véase infra) entre conciencia y consciencia, sino que se la definirá, de acuerdo al drae, como el “conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones”, con excepción de los casos en que se utiliza-rán los términos en su sentido técnico psicoanalítico, en los cuales se seguirá la definición del aparato consciente, preconsciente e inconsciente de Freud.

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organización de la realidad (objetivo de cada una de las disciplinas), pro-poniendo a la vez articulaciones posibles entre ellos.

El propósito de este capítulo, por lo tanto, será sugerir en qué medida las hipótesis sobre los modos de construcción de la memo-ria y de la consciencia, explicadas desde su sustrato físico-químico-biológico, pueden aportar herramientas –supuestos, contrastaciones, hipótesis enriquecedoras– para sustentar el análisis de los procesos de memoria, representación, consciencia e identidad en otros niveles de organización.

Proviniendo de una u otra disciplina, de ninguna o de varias, el lec-tor juzgará en qué medida la apuesta podrá resultar enriquecedora.

El cerebro como órgano adaptativo

Uno de los elementos más sugerentes –a la vez que provocativos– de muchas obras neurocientíficas actuales es su insistencia en la com-prensión del funcionamiento cerebral desde las teorías biológicas de la evolución.

Gerald Edelman, por caso, analiza el carácter adaptativo del desa-rrollo del pensamiento, que no se basa en una sucesión de cadenas lógi-cas ni en la realización de “programas” de procedimientos. Por el contra-rio, postula al funcionamiento cerebral como producto de una evolución y cambio permanente que, operando sobre la realidad, logra el desarrollo de aquellas vías más eficaces en tanto inhibe las respuestas que han re-sultado fallidas.

Para Edelman, no sólo la memoria sino también la consciencia cons-tituyen procesos y no cosas ni propiedades, y esta es una diferencia crucial para ubicar el modo de comprensión de la problemática. La memoria o la consciencia no existen como tales, sino que son el producto de una construcción permanente e ininterrumpida, resultado de la sorprenden-te plasticidad del funcionamiento cerebral.8

8 Para el concepto de plasticidad cerebral, véase también la sugerente obra de François Ansermet y Pierre Magistretti, A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente, Buenos Aires, Katz, 2006: un diálogo en el límite entre neurociencias y psicoanálisis, por ello mismo enriquecedor.

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Esta perspectiva difiere de muchos de los autores neurocientíficos o filosóficos que previamente intentaron representar al pensamiento desde el orden lógico, a partir de premisas estériles del frustrado dominio de la “inteligencia artificial” o de la cibernética, utilizando los paralelismos con el funcionamiento de una computadora. Un ejemplo de esta corrien-te es la obra de Adam Zeman.9

Sin embargo, resulta no sólo más coherente y plausible sino también mucho más enriquecedor analizar al cerebro como un órgano que se ve afectado por el proceso de la “selección natural”. Esta línea de desarrollo se encontrará en fuerte sintonía tanto con los trabajos de Sigmund Freud como con los de Jean Piaget, que precedieron en décadas y hasta un si-glo a las que aquí se refieren, pero que fueron capaces de intuir brillante-mente muchos de los resultados a los que el trabajo experimental arriba-ría con bastante demora.

Pero resulta necesaria aquí otra aclaración. Después de casi un siglo de deslegitimación del evolucionismo –en particular por sus derivaciones sociales y ético-políticas en tanto herramienta legitimadora del racismo– resulta difícil rescatar desde las ciencias sociales del siglo xxi una mirada centrada en lo que los neurocientíficos y biólogos llaman “seleccionismo natural”. Más aún, el nombre con el que Edelman identifica sus propias hi-pótesis –“darwinismo neural”– espantaría a la mayoría de los investigado-res de las ciencias sociales o incluso del derecho.

Por otra parte, sin comprender el sustrato del funcionamiento neu-ral, muchas de las hipótesis histórico-sociológicas sobre los procesos de memoria sólo pueden continuar desarrollándose sobre la base del dua-lismo cartesiano –la separación tajante entre los procesos conscientes y su sustrato físico–. Esta limitación impide que estas teorías avancen más allá de las lógicas de su propia especulación, alienando las reflexiones so-bre el funcionamiento “espiritual” de su basamento corporal (material), lo cual puede dar lugar a los más diversos idealismos, en tanto al desga-jarse de su sustrato material, la especulación puede ascender en infini-tas espirales sobre sí misma, sin estar obligada a dar cuenta de ninguna

9 Adam Zeman, La consciencia. Un manual de uso, México, Fondo de Cultura Económi-ca, 2009. Resulta sorprendente que esta perspectiva siga contando con numerosos seguido-res, pese a la infinidad de indicadores que señalan la diferencia cualitativa fundamental entre el funcionamiento cerebral y el funcionamiento lógico.

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articulación con el campo de “lo real”, en su sentido filosófico. Incluso algunas reflexiones psicoanalíticas han tendido a internarse en dicho la-berinto, sin encontrar salida alguna y rondando cada vez más cerca de lo que en el capítulo iv se llamará ideologías del sinsentido.

El dualismo cartesiano fue un modo de producir cierta autonomi-zación de la filosofía y de las ciencias sociales en relación con la biología de los siglos xvii a xix, ante la imposibilidad técnica y epistemológica de ésta para dar cuenta del sustrato neuronal de los procesos de la conscien-cia y de la memoria. Constituía en ese tiempo una necesidad real ante el estancamiento de la neurología y la necesidad de desarrollar otros cami-nos de comprensión, que fueron efectivamente mucho más fructíferos hasta mediados del siglo xx. Sin embargo, los presupuestos del dualis-mo sólo seguirían resultando válidos en tanto la biología y la neurología continuaran siendo incapaces de producir novedades en dichos terrenos. Pareciera que los últimos treinta o cincuenta años de investigaciones (en biología molecular y en genética, entre otros campos) han comenzado a horadar el límite de lo incognoscible y de nada servirá hacer oídos sor-dos, insistiendo en un dualismo que “atrasa” el desarrollo científico con-temporáneo y que sólo logra oponerse a él ignorando sistemática e in-tencionalmente dichos cambios.

Debe reconocerse que uno de los presupuestos que ha permitido avanzar muchos de los debates sobre la construcción social de la memo-ria en el campo de las ciencias sociales y del psicoanálisis en el siglo xix y la primera mitad del xx ha sido el escepticismo acérrimo acerca de la posibilidad de que las neurociencias encuentren el sustrato físico de los procesos que se describen, o la formulación más radical sobre la inexis-tencia de dicho sustrato.

Pero esta disociación llevó a las ciencias sociales y a la psicología a un abandono de la necesidad de actualización en materia de desarrollo, discusiones y procedimientos neurocientíficos, ya que no sólo se trataba de un conocimiento innecesario, sino incluso molesto si pudiera contra-decir algunas de las tesis más aceptadas en otras disciplinas.

Así se ha llegado a la triste situación actual en la que comienzan a producirse hipótesis sobre los procesos de memoria en el propio cam-po de la neurología, pero se prefiere ignorarlas, en lugar de discutir con ellas, por miedo a que dichos avances pudieran deslegitimar todo un edi-ficio construido sobre la base de la manifiesta decisión de escindir las

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explicaciones psicológicas, lingüísticas y sociológicas de su sustrato ma-terial (el funcionamiento fisiológico, bioquímico y eléctrico del cerebro y los modos de transmisión neuronal).

Por contrapartida, esta escisión y abandono del terreno de la dispu-ta por parte de psicólogos, lingüistas, filósofos o cientistas sociales tam-bién condujo a que las neurociencias creyeran sin demasiada discusión en su capacidad de localizar y explicar ya no sólo funciones sino incluso los mismos procesos de los que hablan, lo cual se encuentra muy por en-cima de sus posibilidades de experimentación (y es lógico que así sea), ya que requieren hipótesis que vinculen el funcionamiento neuronal con lo que ocurre mucho más allá de las neuronas o de las redes neuronales, por ejemplo, en los procesos de simbolización con los que cuenta el ser humano. Es la diferencia esencial entre las lógicas que guían un universo de causalidad cerrado (lo físico-químico-biológico) de un universo cau-sal abierto, producto de la simbolización y la imaginación.

Los procesos de memoria no ocurren en el ámbito de lo físico, por lo que no pueden ser rastreados por ninguna de las tecnologías existentes o por crearse, en tanto exceden el plano de la comunicación neuronal, que sólo constituye su sustrato. Sin embargo, escindidas tanto de las ciencias sociales como de la psicología o la filosofía, las neurociencias construyen hipótesis propias sobre el funcionamiento de los procesos de memoria y simbolización que también suelen ignorar los avances filosóficos, psico-lógicos, lingüísticos o sociológicos de los últimos dos siglos, en paralelo con la ignorancia de sus propios trabajos fuera del ámbito de las neu-rociencias. Poder probar e incluso localizar el sustrato neuronal de un proceso no es equivalente a explicar su funcionamiento, sus efectos y sus consecuencias, elementos que no pueden ser detectados por maquinaria alguna.10

Lo sugerente de obras como la de Edelman –si nos permitimos por un momento abandonar el prurito de seguir con atención los desarro-

10 Es muy afortunada y pertinente la burla del propio Steven Rose acerca de la inutilidad para detectar estas funciones, incluso suponiendo la existencia de un imaginario cerebros-copio que fuera capaz de registrar todas las comunicaciones neuronales ante cualquier pen-samiento (hecho que se encuentra aún muy lejano de las posibilidades actuales de la neu-rociencia). Suponiendo que algún día dicho cerebroscopio llegara a construirse, nada diría todavía acerca de los procesos concretos del pensamiento, mucho más complejos que su sustrato material basado en la comunicación neuronal. Véase Steven Rose, op. cit.

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llos del creador del “darwinismo neural”– es que algunas de sus hipótesis pueden resultar realmente “iluminadoras” en lo que hace a los procesos de construcción de la memoria. Pero no porque haya detectado dichos procesos con sus máquinas –cosa que jamás podría lograr–, sino preci-samente por intentar dar cuenta de funcionamientos que no le resultan localizables pero que infiere de aquello que sí puede probar y localizar, y porque, aun cuando no lo haga de modo sistemático, su apertura a otras miradas –filosóficas, psicológicas, sociológicas– ha sido bastante supe-rior a la media de apertura de los neurocientíficos. Por otra parte, su pro-veniencia de otro campo disciplinario permite aportar lógicas más que sugestivas para esta obra.

La hipótesis de un funcionamiento neural adaptativo y la compren-sión de sus lógicas “seleccionistas” puede resultar una perspectiva parti-cularmente enriquecedora de las relaciones entre los sistemas consciente e inconsciente y de sus efectos en los procesos de construcción de la memo-ria, en los modos de pasaje de la memoria de corto plazo a la memoria de largo plazo, en los llamados procesos de consolidación o reconsolidación de la memoria, en los desaprendizajes, en los efectos desensibilizadores del terror, entre muchas otras cuestiones vinculadas al funcionamiento proce-sal, psicológico e histórico-social de la memoria.

Valga entonces, antes de ingresar al universo del “darwinismo neu-ral”, una aclaración más ético-política que epistemológica. Que el hom-bre –como cualquier ser vivo– tenga un organismo cuyo funcionamiento se estructure de modo “seleccionista” no dice nada todavía sobre las ne-cesidades del funcionamiento social. Por el contrario, se puede suponer que uno de los elementos que convierten al animal hombre en ser huma-no es la aparición de la ética, en tanto posibilidad de desafiar las determi-naciones seleccionistas de lo biológico para la estructuración social.

Emmanuel Levinas sugiere que “la ética es previa a la ontología”, como mandato filosófico que construye su perspectiva.11 Uno de los de-safíos más importantes –ya en términos generales y no sólo para el estu-dio de la memoria– de la ciencia actual es la posibilidad de reconocer el monumental aporte de Charles Darwin a la comprensión del funciona-miento biológico del mundo logrando, a la vez, confrontar con las tre-

11 Emmanuel Levinas, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Salamanca, Sígueme, 1977.

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mendas consecuencias que ha traído expandir la mirada darwinista al entendimiento de las relaciones sociales, construyendo éticas de la ne-cesidad, en obras como las de Herbert Spencer y sus seguidores de fines del siglo xix y de todo el siglo xx. Obras que, a su vez, no sólo cayeron en un reduccionismo biologista sino que leyeron a Darwin con un solo ojo, priorizando el carácter adaptativo de la lucha por la supervivencia pero ignorando el igualmente adaptativo carácter de los mecanismos de cooperación, fundamentales para cualquier proceso de vida con otros y que Darwin no ha dejado de señalar con profusión en sus obras.

Fue Sigmund Freud uno de los autores que observó con mayor agu-deza esta contradicción, para él inherente al funcionamiento de lo huma-no: la existencia de un sistema pulsional de raíz biológica que conduce al afán de destrucción y autodestrucción, y la ubicación de lo propiamente humano en la simultánea capacidad de contención de dicho sistema pul-sional a través de la creación de un yo, producto de la cultura, que con-tiene un sustrato eminentemente ético. Volveremos a Freud en el próxi-mo capítulo, aun cuando también al propio Freud se le escapó el carácter cooperativo de muchos de los mecanismos adaptativos en el propio rei-no animal.

Henri Bergson –a quien analizaremos en el capítulo iii– intuyó por otra parte que la consciencia y la memoria se vinculan fundamentalmen-te a la necesidad de acción, que existen en tanto posibilidad de utilizar el pasado en el presente. Si aceptamos analizar el funcionamiento cerebral como adaptativo, cobra sentido preguntarse cómo es que surge la necesi-dad de la consciencia dentro del proceso evolutivo y qué tipo de procedi-mientos pueden servirnos para dar cuenta de su existencia, así como qué tipo de acciones permite y cómo obstaculiza o clausura otras.

Las neurociencias aún no han podido establecer una explicación unificada del proceso de la consciencia y del papel que desempeña en él la memoria, pero algunas de sus hipótesis pueden brindar herramien-tas más que sugerentes para interrelacionar con los progresos del psi-coanálisis y la filosofía a fines de avanzar en las preguntas que guiarán todo el volumen: los efectos de los procesos de memoria en la constitu-ción de identidades, su trastocamiento en los eventos traumáticos (los generados durante un genocidio), los modos de un posible trabajo de elaboración y los niveles de responsabilidad que podemos asumir con respecto a él.

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Los procesos de memoria y el aprendizaje de conductas básicas: habituación, sensibilización, reflejo condicionado. La hipótesis sobre la desensibilización12

Eric Kandel es en la actualidad uno de los investigadores en neurocien-cias más reconocidos en los estudios sobre la memoria. Uno de sus apor-tes fundamentales fue la comprensión del funcionamiento de los modos de transformación de las conexiones sinápticas a que da lugar el aprendi-zaje de tres reacciones básicas comportamentales: la habituación, la sen-sibilización y el condicionamiento clásico.

Kandel trabajó con un organismo mucho más sencillo que el del hombre (un caracol llamado Aplysia californica), el cual le permitió –a través de dicha simplificación– rastrear con mayor facilidad las comuni-caciones entre neuronas y sus modos de transformación (reforzamiento, remisión o creación de circuitos de comunicación neuronal). Sus experi-mentos fueron sumamente sencillos y se basaban en aprendizajes básicos del conductismo pavloviano, pero pudo confirmar el sustrato bioquími-co de dichas hipótesis estudiando las conexiones sinápticas.13

El proceso de habituación se estructuró aplicando un estímulo eléc-trico débil (inocuo) en la cola del caracol y estudiando su transmisión a través de un haz de axones hacia el movimiento de su sifón. La reitera-ción del estímulo producía que la intensidad de la transmisión sináptica se redujera más de veinte veces entre el primer estímulo y el décimo.

La lógica adaptativa de esta respuesta es clara: la primera vez, el sis-tema nervioso reacciona al estímulo intentando prever posibles con-secuencias, como la huida o la defensa. Sin embargo, la inocuidad del estímulo en tanto agresión, la inexistencia de otras acciones y la reitera-ción habitúan al organismo a dicho estímulo, reduciendo cada vez más su transmisión a través del circuito neuronal. Este sencillo experimen-to explica, por ejemplo, por qué podemos dormir pese a la persisten-cia de ciertos ruidos (trenes, automóviles, relojes de campana, motores

12 Si bien el análisis sobre los procesos de desensibilización ha sido propio, he encontra-do con posterioridad algunas sugerencias particularmente esclarecedoras en la brillante trilogía de John Bowlby, El apego y la pérdida, Buenos Aires, Paidós, 2009, muy en especial en su volumen 2: La separación.

13 Para el análisis de este trabajo de Kandel véase En busca de la memoria. El nacimiento de una nueva ciencia de la mente, Buenos Aires, Katz, 2007.

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de heladeras, ascensores) a los cuales el organismo se habitúa, incluso cuando son particularmente molestos. La conducta de habituación llega al punto de volver necesarios, para un sueño plácido, sonidos que han acompañado el dormir durante años.

La sensibilización resulta la imagen especular de la habituación. Cuando el estímulo aplicado no resulta inocuo sino doloroso, todo el sis-tema nervioso queda sensibilizado ante cualquier otro posible estímulo, en tanto se busca generar respuestas vinculadas a la evitación del dolor o al enfrentamiento de éste. Manteniendo la primera vía de comunicación neuronal como constante, se estimulaba agresivamente otra vía de co-municación. Ello generaba en la vía constante el efecto contrario a la ha-bituación, esto es, un acrecentamiento de la intensidad de la transmisión sináptica. Esta sensibilización de todo el sistema nervioso llegó a durar en la Aplysia hasta treinta minutos después del estímulo agresivo. El siste-ma nervioso quedaba particularmente sensibilizado a cualquier estímulo por un período de tiempo, hasta que la ausencia de estímulos agresivos permitía ir restaurando el equilibrio sináptico.

Un vez más, el sentido adaptativo es claro: el organismo se sensibili-za como respuesta a la agresión, ya que supone una necesidad de acción incrementada en tanto es más que posible que la agresión continúe o se agrave, obligando a acciones para evitarla o confrontarla.

Por último, el condicionamiento clásico resultó sólo la constatación a nivel de la comunicación sináptica de los experimentos conductistas. Efectivamente, se crean nuevas vías de comunicación neuronal cuando se asocia un estímulo inocuo a un estímulo agresivo, lo cual permite que –ante la reiteración de ambos estímulos uno a continuación del otro– el sistema nervioso asocie vías de comunicación neuronal a fines de li-gar directamente la aparición del estímulo inocuo con la necesidad de reacción, sin necesidad de esperar o ser mediada por el estímulo agre-sivo. Ya el conductismo pavloviano había popularizado esta respuesta adaptativa, con el clásico ejemplo del perro que reaccionaba a un sonido previo a otro evento, tanto agradable (la comida) como desagradable (un castigo).

Esta enorme plasticidad sináptica rastreada por Kandel en la comu-nicación neuronal de seres mucho más simples que el humano permi-te avanzar en la hipótesis de una cuarta conducta, no analizada ni por el conductismo ni por Kandel, en tanto proviene de la preocupación

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fundamental vinculada a los efectos de una tecnología de poder genoci-da asentada en un dispositivo concentracionario.

Se llamará a esta cuarta conducta desensibilización, tratando de hi-potetizar su sentido adaptativo, aun cuando no se dispone de laborato-rios como el de Kandel para dar cuenta experimental del funcionamien-to sináptico que, de todos modos, se sugerirá, utilizando la analogía con las tres conductas previamente descriptas.

Kandel sugiere tres situaciones:

1) la reiteración de un estímulo inocuo (genera habituación);2) la aparición de un estímulo doloroso (genera sensibilización);3) la articulación sostenida en el tiempo entre un estímulo inocuo

y otro doloroso (genera condicionamiento).

La nueva hipótesis aquí expuesta agrega una cuarta variante, a saber:

4) el sometimiento permanente a un estímulo doloroso, ante el cual no hay posibilidad de acción (inviabilidad de la evitación-huida o la confrontación).

¿Cuál sería la respuesta adaptativa a nivel de la transmisión sináptica ante esta cuarta situación? La respuesta será: la desensibilización. Esto es, el apaciguamiento del conjunto de transmisiones sinápticas vinculadas al dolor, en tanto la única finalidad adaptativa del dolor se vincula a consti-tuir un sistema de alerta para la acción. Si la acción se encuentra obtura-da, entonces todo el sistema nervioso de comunicación del dolor debiera sufrir una lenta pero sostenida adaptación a fines de ir deprimiendo la intensidad de la transmisión.

Si bien pareciera que se trata de un fenómeno análogo a la habi-tuación, su funcionamiento es claramente diferente. La habituación se produce ante un fenómeno específico (ya sea un solo estímulo o un con-junto acotado de estímulos), cuya consecuencia es inocua. Por lo tanto, la vía de comunicación que deprime su transmisión es tan sólo la vía afectada por el estímulo o los estímulos involucrados. En la desensibi-lización se darían dos diferencias fundamentales: los estímulos pueden ser muy variados (pueden resultar infinitas las formas de producir sufri-miento afectando vías y sistemas diferentes) y sus consecuencias no son

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inocuas sino, por el contrario, producen dolor, incluso dolor extremo, dolor insoportable.

No es casual la elección de esta cuarta conducta, sino que la hipó-tesis intenta encontrar un sustrato adaptativo, vinculado a los modos de transformación de las conexiones sinápticas en el sistema nervioso, que resultará útil para comprender procesos que ocurren en otros niveles de organización y que se analizarán más adelante. Pero, en una situación como la vivida en un sistema concentracionario, pareciera que la posi-bilidad adaptativa más lógica y simple ante estímulos que no se pueden controlar ni confrontar sería la desensibilización, lo que se llamaría, si-guiendo la terminología de Kandel, una depresión heterosináptica (dis-minución en la transmisión del conjunto de vías de comunicación del dolor, por oposición a lo que Kandel llama depresión homosináptica de la habituación –disminución de la transmisión en sólo una vía–, y a la faci-litación heterosináptica de la sensibilización –aumento de la transmisión en el conjunto del sistema–).

A continuación se tratarán de comprender algunas consecuencias de este proceso de desensibilización en el plano del sustrato químico bio-lógico, y en los capítulos siguientes se continuará el análisis de sus efec-tos en otros niveles de organización.

Desensibilización e inhibición de la acción. El aporte de Henri Laborit

Hace casi treinta años Henri Laborit comenzó a investigar sobre los efec-tos de la inhibición de la acción en el sistema nervioso, por lo cual, en verdad, las hipótesis sobre la desensibilización que aquí se presentan re-sultan un intento de traducir al lenguaje del siglo xxi –de la mano de Kandel– las suposiciones que desarrollara Laborit en una obra ya clásica, publicada en 1983.14

Laborit había analizado en ratones –organismos más complejos que la Aplysia californica de Kandel y por ser mamíferos aún más cercanos al

14 Se trata de Henri Laborit, La paloma asesinada. Acerca de la violencia colectiva, Barce-lona, Laia, 1986, con traducción de Ramir Gual (la versión francesa apareció bajo el título La colombe assassinée, en la editorial Grasset & Fasquelle).

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hombre– los efectos desestabilizadores que producía en el sistema inmu-nológico el sostenimiento en el tiempo de la inhibición de la acción.

Laborit distingue el miedo –conducta básica que surge ante el pe-ligro– de la angustia. Ante la aparición de un peligro, las dos conduc-tas clásicas son la evitación (huida) o el intento de acabar con el peligro (confrontación, resistencia, lucha). Cuando, producto de la incapacidad de manejar la situación, del desconocimiento del origen del peligro o de la profunda asimetría de poder, ninguna de las dos conductas son viables aparece una tercera: la inhibición de la acción.

Esta inhibición de la acción implica una espera en tensión, la inhi-bición del impulso a actuar pese a que el cuerpo se encuentra preparado para la acción. Esto es, hasta este momento no se inhibe la recepción del estímulo sino que sólo se inhibe la respuesta, al considerársela ineficaz. Incluso se ha demostrado hace décadas que este sistema inhibitorio re-quiere de determinados neurotransmisores químicos, los diversos glu-cocorticoides, que generan reacciones vasomotoras, cardiovasculares y metabólicas.

Laborit plantea que este estado de espera en tensión, de inhibición de la acción, merece ser designado con el concepto de angustia. La an-gustia implica la consecuencia de un estado de incertidumbre, de la es-pera en tensión ante la falta de alternativas para resolver una situación displacentera. Pero el problema más grave surge cuando este estado de angustia se sostiene en el tiempo. Dice Laborit: “Si el angustiado espera en tensión con la esperanza de todavía poder actuar, el deprimido, por su parte, parece haber perdido esta esperanza”.15

Laborit trabaja cómo la continuidad en el tiempo del estado de angustia genera una creciente destrucción del sistema inmunológico, producto de la acción sostenida de los glucocorticoides que funcionan manteniendo la situación de inhibición. Sin intención de avanzar en estos efectos que han tendido a llamarse –quizás con cierta banalidad– “psicosomáticos”, interesa vincular este proceso de desensibilización adaptativa e inhibición de la acción para comprender el sustrato de los efectos de someter a una población a un ejercicio sostenido de terror, mediante una estructura de campos de concentración que cuadriculan el territorio y del ejercicio de un sistema –clandestino, ambiguo y por

15 Henri Laborit, op. cit., p. 51.

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ello mismo aterrador– en el cual cualquier sujeto puede ser clasificado como delincuente subversivo (o, al decir de uno de los perpetradores, “cómplice, simpatizante, indiferente o tímido”, sí, incluso tímido) y ser sometido por ello a un sistema de ejercicio sistemático de sufrimiento ante el cual la huida o la resistencia por lo general no aparecen como opciones viables.

La construcción de la memoria de largo plazo: repetición y afección

Kandel ha realizado otro aporte fundamental al estudio de los procesos de memoria que resulta de utilidad para esta obra: el intento de com-prender los modos de transformación de la memoria de corto plazo en memoria de largo plazo.

Los aprendizajes estudiados en las tres conductas básicas analizadas (habituación, sensibilización, condicionamiento clásico) se dan a nivel de las conexiones químicas a través de los neurotransmisores. Sin em-bargo, a dicho nivel no hay todavía verdadera creación de nuevas co-nexiones sino simplemente reforzamiento, apaciguamiento o interco-nexión de circuitos preexistentes.

Por el contrario, la memoria de largo plazo requiere establecer nue-vas vías de conexión y Kandel supuso que el camino bioquímico no po-día ser el mismo, sino que requería un involucramiento genético para crear nuevas vías de comunicación.

Sus investigaciones lo condujeron a descubrir procedimientos que involucran el funcionamiento de los genes, a través de la síntesis de nue-va proteína en el núcleo de las neuronas sensoriales, lo cual permite el surgimiento de nuevas terminales que permiten crear nuevas conexiones sinápticas, en un maravilloso y complejo proceso que utiliza distintos re-guladores de la transcripción génica (represores y activadores: los prime-ros codifican las proteínas que desactivan genes, en tanto los segundos codifican las proteínas que activan genes).

Simplificando exageradamente los descubrimientos del propio Kandel y de Dusan Bartsch, quienes siguen el modelo genético de Ja-cob y Monod, podría aventurarse que son las dos formas de la proteína creb las que permiten ejemplificar este proceso con mayor claridad. La

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proteína creb-1 activa la expresión de genes en el núcleo neuronal, en tanto que la proteína creb-2 desactiva dicha posibilidad.

El proceso parece funcionar así, según la descripción de Kandel y sus experimentos con la Aplysia: la estimulación reiterada de las conexiones sinápticas por procesos de memoria de corto plazo genera que dos tipos de proteínas ingresen al núcleo celular (la proteína quinasa a y la map quinasa): la primera activa la creb-1 en tanto que la segunda desactiva la creb-2. Por lo tanto, para la creación de nuevas conexiones sinápticas no sólo se requiere activar cierta expresión de genes, sino simultáneamente desactivar la proteína que impide dicha posibilidad.

Es en verdad un proceso muy difícil y complejo que requerirá nue-vos experimentos y trabajos de investigación para su confirmación. Pero, más allá de la especificidad del proceso, el requerimiento de simultanei-dad en la activación de ciertos genes y en la desactivación de otros difi-culta que la memoria de corto plazo se transforme en memoria de largo plazo y que, pese a lo que cierta filosofía, cierta psicología o incluso cier-ta poesía quisieran suponer, sea imposible certificar la afirmación de que todos los hechos vividos se encuentren en la memoria, codificados en conexiones sinápticas; lo cual nos deja a salvo de terminar como Funes el memorioso, aquel singular personaje, creado por Jorge Luis Borges, ca-paz de recordar cada hecho intrascendente de su vida, un sujeto que ne-cesitaba un día para recordar un día. Por el contrario, pareciera que esta situación tiende más bien a ser una anomalía, producto de disfunciones del sistema cerebral.

A diferencia de Funes, y de un modo mucho más eficaz para la vida cotidiana, tan sólo aquellas vivencias que logran generar simultánea-mente este doble proceso en el núcleo celular (activación de ciertos ge-nes, desactivación de otros simultáneamente) consiguen transformarse en memoria de largo plazo.

La primera de las prácticas que permite esta transformación es cono-cida y resulta fácil de suponer: la repetición. Ello explica cómo se codifican las rutinas motoras necesarias para manejar un vehículo o aprender un pa-saje de una obra musical, incluso el modo en que se memorizan las tablas de multiplicar. La estimulación reiterada de la misma conexión produce el efecto de liberación de las proteínas necesarias no sólo para activar al-gunos genes sino para desactivar otros, permitiendo la creación de nueva proteína y el establecimiento de una nueva conexión sináptica.

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Pero lo sorprendente –no debiera resultar sorprendente, en ver-dad– es que exista un segundo procedimiento igual de efectivo que la repetición (e igualmente adaptativo), aunque totalmente diferente. Dice Kandel:

Sin embargo, los estados emocionales intensos, como los que produce un accidente automovilístico, pueden superar las restricciones de la memoria de largo plazo. En tales situaciones, podría suceder que se enviaran al nú-cleo muchas moléculas de map quinasa con velocidad suficiente para inhi-bir todas las moléculas de creb-2, lo que permitiría que la proteína quinasa A activara la creb-1 y almacenara directamente en la memoria de largo pla-zo. De este modo se explican los recuerdos que aparecen como un destello, remembranzas de sucesos con enorme carga emotiva que vuelven a la me-moria con todos sus detalles, como si una imagen pormenorizada se hubie-ra grabado instantáneamente en el cerebro.16

Sin entrar en el detalle del funcionamiento genético, insisto con esto, dos cuestiones quedan claras para la presente interrogación sobre los pro-cesos de memoria: que existen dos modos de creación de “memoria de largo plazo”, la repetición y la afección emocional; pero también que estas dos modalidades no funcionan del mismo modo, pues la afección emo-cional genera una inscripción de tipo diferencial (el modo en que opera bioquímica y genéticamente no sería igual; incluso algunas hipótesis ha-blan de dos órganos cerebrales distintos en cada proceso: una preemi-nencia del hipocampo en la repetición y de la amígdala en la afección emocional).

Otras cuestiones se sumarán a la problematización de estos procesos, en-tre ellas el hecho de que la mayoría de estas transformaciones se dan a nivel no consciente, aunque de diversa forma para la repetición que para la afección emocional:

1) Las rutinas motoras parecen autonomizarse del nivel conscien-te una vez que son codificadas, pasando a una modalidad no consciente (esto es, que se puede prescindir de la atención una

16 Eric Kandel, op. cit., p. 310.

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vez que la tarea ha sido memorizada, abriéndose la capacidad de realizar simultáneamente otra actividad: por ejemplo, hablar mientras se conduce un automóvil).

2) Sin embargo, la mayoría de los sucesos emocionales quedan re-gistrados sólo en el inconsciente, resultando reprimido su acceso a la consciencia. Este proceso podría explicar la comprensión del funcionamiento del sistema inconsciente, tal como lo piensa Freud, y sus consecuencias sobre la acción. Esta hipótesis su-pone que la construcción de memoria de largo plazo ingresa a través del sistema inconsciente y que, si bien en algunos ca-sos se traslada de allí a la consciencia, en muchos otros (aque-llos en los que la emoción podría afectar la constitución iden-titaria) queda restringida por el proceso de la represión. Esta construcción de una memoria de largo plazo que no accede a la consciencia opera sobre la acción en modalidades que un suje-to no puede explicarse a sí mismo (fobias, obsesiones, fallidos, chistes, olvidos y, en particular, la compulsión a la repetición). Volveremos sobre este tema más adelante.

El darwinismo neural: de la memoria a la consciencia

Se pasará ahora de la construcción de la memoria de largo plazo a tra-vés de la repetición o la emoción a las hipótesis sobre el surgimiento de la consciencia, como un momento posterior. Si bien se trata de dos procesos vinculados, son cuestiones bien distintas. Y si, en el caso de la memoria, las hipótesis neurocientíficas comienzan a tener verificación, en el caso de la consciencia se encuentran en un grado aún más hipo-tético, aunque su articulación con los descubrimientos sobre el funcio-namiento de los procesos de memoria puede otorgar solidez a dichas especulaciones.

El concepto de “darwinismo neural” desarrollado por Edelman plantea la hipótesis de que el desarrollo de las neuronas y de sus mo-dos de comunicación sigue el patrón sugerido por Darwin para el de-sarrollo de lo viviente: el paradigma de la selección natural. Dicho “se-leccionismo” se basa en tres principios fundamentales: la selección en el desarrollo (que implica la formación, durante el desarrollo biológico

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del cerebro, de un repertorio primario de grupos neuronales altamen-te variables, capaces de adecuarse a tipos de funciones totalmente di-ferenciales), la selección de la experiencia (que implica la formación, con la experiencia de la vida, de un repertorio secundario de circui-tos neuronales facilitados como resultado de cambios en la fuerza de las conexiones o sinapsis, las que se van produciendo en la interacción entre el sujeto y su realidad social) y un proceso de envío de señales de reentrada a lo largo de conexiones recíprocas y entre grupos neuro-nales distribuidos que asegure la correlación espacio-temporal de los eventos neuronales seleccionados, su interacción e información recí-proca, así como la evaluación de la efectividad en las coordinaciones entre grupos neuronales diferenciados.

Conjuntamente, estos tres principios de la teoría global del funcio-namiento del cerebro pueden proporcionar un poderoso medio para comprender las interacciones neuronales clave que contribuyen a la for-mación de la consciencia, y, a partir de ella, a la integración que requiere la formación de un recuerdo, así como al rol que la memoria desempeña en la posibilidad y la funcionalidad de la consciencia.

Las hipótesis de Edelman sobre el sustrato físico, por su grado de complejidad, no se encuentran corroboradas pero, sin embargo, podrían constituir la base para otro conjunto de hipótesis –el funcionamiento que se derivaría de dicho sustrato físico–, cuya corroboración no pasaría en modo alguno por la experimentación neurológica sino, al contrario, por la evaluación funcional del desempeño de los procesos de memoria,17 así como por su posible articulación en la capacidad de dar respuesta o imbricarse en otro tipo de propuestas disciplinarias.

17 Resultan altamente sugerentes las articulaciones de las teorías de Edelman con los resultados de un cognitivista de comienzos del siglo xx, sir Frederic Bartlett, quien de-sarrolló una serie de experimentos sobre los modos de construcción y transformación de los procesos de memoria en numerosos sujetos, a partir de ejercicios de reproduc-ción de narraciones, dibujos, textos informativos, etc., tanto a través del tiempo en un mismo sujeto como en la circulación entre distintos sujetos. Resulta interesante articu-lar sus resultados con las hipótesis de Edelman, producidas casi un siglo después. Se volverá a Bartlett en el capítulo iii. Para consultar su obra, se recomienda el clásico Re-membering. A Study in Experimental and Social Psychology [1932], Cambridge, Cam-bridge University Press, 1995 [trad. esp.: Recordar. Estudio de psicología experimental y social, Madrid, Alianza, 1995].

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La consciencia y los procesos de reentrada

Edelman plantea dos hipótesis vinculadas para dar explicación del sur-gimiento y desarrollo de la consciencia: los ya mencionados procesos de reentrada en la comunicación entre sectores neuronales y la existencia de un “núcleo dinámico” de comunicación neuronal, producto de la reiteración y habituación de numerosos procesos de reentrada, lo que en la jerga neuro-científica se puede caracterizar como el reforzamiento de determinadas co-nexiones recíprocas o procesos de sinapsis entre circuitos neuronales.18

La primera hipótesis parte de lo que ya constituye un acuerdo en-tre la mayoría de las corrientes neurocientíficas: la consciencia (al igual que la memoria) no tiene una localización específica en el cerebro sino que implica la interacción de numerosas áreas dispersas por todo el sistema tálamo-cortical, e incluso posiblemente también en otros sectores del cerebro.

Para explicar los modos de interacción entre dichas áreas, Edel-man utiliza el concepto de procesos de reentrada. Entiende estos proce-sos como “la interacción rápida y recíproca de elevadísimos números de neuronas”. Sin embargo, “las pautas de actividad de los grupos de neuro-nas que sostienen la experiencia consciente tienen que cambiar constan-temente y mantenerse suficientemente diferenciadas entre sí”.19 De otro modo, “si un gran número de neuronas del cerebro comienzan a dispa-rarse del mismo modo, reduciéndose así la diversidad de los repertorios neuronales del cerebro, tal como ocurre durante el sueño profundo o en los ataques de epilepsia, la consciencia se desvanece”.20

Los procesos de reentrada facilitarían la intercomunicación permanen-te entre diferentes grupos neuronales que, a su vez, podrían mantener en-tre sí la diferenciación suficiente como para sostener el proceso consciente. Es así que los procesos de reentrada coordinan el funcionamiento simultá-neo de áreas dedicadas a tareas específicas (por ejemplo, los sistemas de percepción centrados en el sistema tálamo-cortical, la especialización en la actuación o en la planificación ubicadas en la parte frontal del cerebro o

18 Es lo que un autor como Jean-Pierre Changeux ha analizado mucho más profunda-mente como “estabilización selectiva de sinapsis”. Véanse en especial Sobre lo verdadero..., op. cit., y The Physiology of Truth... op. cit.

19 Gerald Edelman, El universo…, op. cit., p. 50.20 Ibid.

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la consolidación de la memoria de corto plazo en memoria de largo plazo, ubicada en el hipocampo).

Estos distintos subsistemas permiten la realización de una compleja variedad de rutinas, tanto motoras como cognitivas, mientras los proce-sos de reentrada las articulan e intercambian información entre dichos subsistemas.

Edelman sugiere que los procesos de reentrada permiten

que un animal con un sistema nervioso variable y único pueda catalogar un mundo sin etiquetas en clases de objetos y eventos, sin necesidad de un ho-múnculo o un programa de ordenador […] la reentrada conduce a la sincro-nización de la actividad de grupos neuronales de distintos mapas del cerebro que quedan de este modo vinculados formando circuitos capaces de emitir una respuesta temporalmente coherente. La reentrada, por tanto, es el meca-nismo central de coordinación espaciotemporal de los diversos eventos sen-soriales y motores.21

Esta hipótesis podría servir para explicar la diferencia cualitativa entre el funcionamiento cerebral y el lógico, característico del trabajo de una computadora. La computadora recibe entradas que debe clasificar a par-tir de numerosas (pueden llegar a ser casi infinitas) variables codifica-das con anterioridad, estableciendo un sistema de clasificaciones que se estructura desde el binarismo “inclusión-exclusión” (el principio básico del funcionamiento lógico-computacional es la capacidad eléctrica de estar activo o inactivo que, multiplicada a límites enormes, otorga una cantidad casi infinita de combinaciones a partir de un principio eléctrico totalmente elemental: la lógica binaria).

Sin embargo, este binarismo lógico también cuenta con serios pro-blemas, fundamentalmente por su incapacidad para clasificar entradas “ambiguas”, que escapen a la clasificación “inclusión-exclusión” caracte-rística de dicho ordenamiento. El único procedimiento con el que cuenta una lógica computacional para toparse con la ambigüedad es amplificar hacia el infinito las variables de evaluación, a fines de reducir la ambigüe-dad con la inclusión de nuevas variables de clasificación. Pero para ello se requiere que la información a organizar sea conocida y clasificable, lo

21 Ibid., p. 108.

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cual no es lo que ocurre en la realidad humana, cualitativamente distinta de la realidad artificial creada por un software de computadora.

En la misma línea que Edelman, Kandel define al cerebro como “una máquina para resolver ambigüedades”, exactamente lo contrario al fun-cionamiento de una computadora, lo cual explica por qué sus procesos son mucho más químicos que eléctricos, en tanto la modulación quími-ca puede producir un modo de procesamiento de las señales del mundo a través de la activación, el reforzamiento, la inhibición o la creación de nuevas conexiones sinápticas que, en el universo eléctrico (responsable sólo de las respuestas más directas, vinculadas, por ejemplo, al sistema motriz), resultan mucho más difíciles de producir.

Precisamente, la diferencia del funcionamiento viviente en su in-teracción con la naturaleza y la sociedad cuando se lo compara con el funcionamiento de una computadora es que los estímulos recibidos no se encuentran codificados con anterioridad sino que son potencialmen-te ambiguos, dependientes del contexto y no suelen venir acompañados de juicios previos sobre su significado ni de etiquetas que permitan in-cluirlos en sistemas de clasificación, lo cual dificultaría en gran medida el funcionamiento de un sistema computacional en el cerebro. Por otra parte, las hipótesis computacionales del cerebro no logran explicar cómo es que se construirían los primeros sistemas de clasificación, responsa-bles de la estructuración lógica del conjunto, a menos que Dios fuera un gran genio de la computación y hubiese diseñado el software para cada uno de nuestros cerebros, con la información que tendría previamente sobre el mundo de “lo real”.

El cerebro, afortunadamente, no se estructura de un modo lógico y, por lo tanto, las hipótesis computacionales del funcionamiento cerebral ignoran un elemento cualitativo fundamental del funcionamiento de la vida: el carácter “seleccionista” y adaptativo descubierto y desarrollado por Darwin. De ahí la necesidad de volver a este autor.

El seleccionismo cerebral no es lógico sino, por el contrario, degene-rativo. La degeneración, en términos evolutivos, implica la capacidad de un sistema para producir el mismo resultado a través de procesos dife-rentes.22 Esta capacidad lleva a que no resulte necesario ni útil contar con

22 Otro término que puede producir escozor para quien proviene de las ciencias sociales y se enrola en la lucha contra el racismo, aun cuando su significado en nada se vincula con

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ningún mecanismo superordenador de los procesos de comunicación neuronal, en tanto las distintas posibilidades de resolución de problemas generan que una de ellas, al resultar exitosa, produzca reforzamientos de las conexiones que la vuelven posible e inhibición de las formas no exi-tosas (que quedan sin embargo latentes para otros posibles usos). Ello tiende a generar una mayor probabilidad de ocurrencia de las solucio-nes alguna vez exitosas, resultando, de este modo, el medio elegido para la resolución del conflicto. Sin embargo, si dicho modo entrara en crisis por su imposibilidad de desarrollo o ante la aparición de nuevas proble-máticas, otros de los modos de resolución pueden resultar activados y priorizados (por ejemplo, ante la activación de canales de comunicación alternativos cuando se produce una disfunción o accidente en el canal principal).

Esto también lleva a una concepción totalmente diferente del papel del error en ambos procesos. En un programa computacional, los erro-res deben ser depurados para maximizar y volver más eficiente el fun-cionamiento del sistema. Por el contrario, en una lógica seleccionista, el error debe ser preservado y analizado, dado que puede conducir a una solución más efectiva ante la aparición de nuevos problemas, inexisten-tes previamente pero que surgen al aumentar la complejidad de la reali-dad con la que el sistema se topa.

En la hipótesis del “darwinismo neural”, los procesos de reentrada son aquellas intercomunicaciones entre circuitos neuronales capaces de desarrollar el aprendizaje a través de la selección de las respuestas que resultan más apropiadas a la recepción de conjuntos de estímulos, res-puestas que no surgen de ningún apriorismo lógico ni de premisas que constituyen su software, sino de la selección producida en la propia ex-periencia de interacción entre el sujeto y los estímulos recibidos, a través del sistema de percepción y sus diversas y complejas articulaciones con la acción, a través de los sistemas sensorio-motores y sus derivaciones degenerativas.

Quien desarrolló con mayor riqueza, desde otra disciplina, estos procesos de articulación entre sujeto de conocimiento y estímulos pro-venientes de la realidad fue la psicología genética, a través del desarrollo

la degeneración como proceso negativo y productor de degradación sino, por el contrario, ve en ella una enorme ventaja evolutiva, común al desarrollo de todas las especies.

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de los conceptos de estructuras de asimilación y procesos de acomodación y las hipótesis sobre la equilibración de las estructuras cognitivas.23 La psi-cología genética intenta sugerir hipótesis explicativas sobre la interac-ción entre el sujeto y los estímulos recibidos, a través del desarrollo y la complejización de las articulaciones entre los sistemas perceptivos, los sistemas sensorio-motores y los procesos de simbolización.

Al igual que las investigaciones de Bartlett, las hipótesis de la psico-logía genética resultan totalmente articulables con la estructuración des-cripta por Edelman como procesos de reentrada y con su carácter degene-rativo, ya que el trabajo de Edelman resultaría una justificación, a nivel del sustrato fisiológico del funcionamiento cerebral, de las hipótesis de interacción entre sujeto y objeto de conocimiento que postulaba la psi-cología genética desde los primeros trabajos de Jean Piaget.24

Si se reconducen estas hipótesis sobre la consciencia hacia el eje de este volumen, los procesos de memoria, se podrá observar que dichos procesos, para Edelman, surgen como la posibilidad de construir un “presente recordado”, otorgando sentido a la articulación de eventos y/o estímulos pasados con las respuestas que resultan más efectivas. Al res-pecto, Edelman dice que

en un cerebro complejo, la memoria es el resultado de una correspondencia selectiva que se produce entre la actividad neuronal distribuida del momen-to y las diversas señales procedentes del mundo, el cuerpo y el mismo cere-bro […] al mencionar un contexto cambiante nos hacemos eco de una pro-piedad fundamental de la memoria en el cerebro: que es, en cierto sentido,

23 Véanse en especial Jean Piaget, La equilibración de las estructuras cognitivas. Problema central del desarrollo, Madrid, Siglo xxi, 1978; Jean Piaget y Rolando García, Psicogénesis e historia de la ciencia, México, Siglo xxi, 1982.

24 Otro caso de estas articulaciones entre las brillantes intuiciones de la psicología genética y el trabajo neurocientífico es el descubrimiento de las “neuronas-espejo” y las hipótesis sobre el surgimiento del yo y de la consciencia que se desarrollaron a partir de ello. Para el descu-brimiento y análisis de las “neuronas-espejo”, véase Marco Iacoboni, Las neuronas-espejo. Em-patía, neuropolítica, autismo, imitación o de cómo entendemos a los otros, Buenos Aires, Katz, 2009. Más allá de las discutibles interpretaciones sociológicas o filosóficas del propio Iacobo-ni, que lo terminan conduciendo a conclusiones taquilleras pero superficiales, no puede ne-garse, sin embargo, la enorme riqueza que surge de la inclusión de las “neuronas-espejo” en cualquier análisis del funcionamiento de los procesos de la consciencia y de la memoria.

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las neurociencias y los procesos de memoria

una forma de recategorización constructiva mientras se produce la expe-riencia, más que una réplica precisa de una secuencia anterior de eventos.25

En verdad, la idea de que la memoria es una “recategorización construc-tiva” no pertenece sólo a Edelman sino que constituye una corriente cada vez más aceptada en las neurociencias. Al no poder encontrar el sustrato físico de un “recuerdo” y al observar que dicho recuerdo suele cambiar con cada una de sus “ocurrencias” (esto es, cada vez que lo traemos a la consciencia), las neurociencias han avanzado en el concepto de la me-moria como “construcción” que articula sistemas y procesos dispersos en el cerebro buscando configurar un núcleo de coherencia, lo cual también se articula con los procesos de “atención”, capaces de seleccionar un gru-po determinado dentro del casi infinito y caótico conjunto de estímulos ambiguos que permanentemente recibe cualquier ser vivo.

El concepto de huella mnémica tendería a ser reconfigurado a fines de incluir no sólo las inscripciones producidas por las diversas experien-cias con el mundo o las pulsiones provenientes del propio cuerpo, sino que también resultaría lógico constatar que dejan el mismo tipo de hue-lla las inscripciones producidas por un hecho imaginado o por una re-flexión que se produce como resultado del análisis de experiencias. In-cluso dichas huellas también se producirían por procesos que articulan varios de los ejemplos previos o los mixturan.

A su vez, dichas huellas mnémicas no constituirían en verdad marcas permanentes inscriptas en ninguna localización cerebral, sino conexio-nes sinápticas reforzadas que se reactualizarían y transformarían cada vez que son reutilizadas (por ejemplo, al ser recordadas o rememoradas).

La hipótesis del núcleo dinámico

La segunda hipótesis de Edelman que se utilizará en este capítulo es la existencia de un “núcleo dinámico” de conexiones neuronales, que se-ría el sustrato físico de la consciencia. El núcleo dinámico estaría cons-tituido por la interacción de una serie de subsistemas neuronales que permitirían su integración en la creación de un yo. Todos los estímulos,

25 Gerald Edelman, El universo…, op. cit., p. 120.

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percepciones y rutinas de actuación desarrollan determinadas conexio-nes neuronales. La consciencia sería la interacción permanente de algu-nos de dichos subsistemas bajo procesos de reentrada múltiples, comple-jos y permanentes.

Se podría sugerir que las relaciones entre lo que con Freud se ha ca-racterizado como “sistema consciente (Cc)” y “sistema inconsciente (Icc)” se basarían en su integración o desintegración al núcleo dinámico de co-nexiones neuronales, aun cuando autores como Ansermet y Magistretti prefieren ser más precisos y referir a los sectores “desconectados” como no-conscientes, reservando el concepto de sistema inconsciente para su es-pecífica formulación freudiana, articulable desde Kandel con los procesos de construcción de la memoria de largo plazo a partir de la emoción.

Las rutinas motoras, los hábitos, requieren primero de una inscrip-ción en la consciencia, como requisito para un aprendizaje eficaz. Sin embargo, una vez incorporados, resultan más operativos al autonomi-zarse de la consciencia y funcionar de un modo no-consciente, liberando la capacidad de la consciencia para otras funciones. Además, al quedar exentos de la dispersión o interrupción que pueden producir variaciones en el proceso de atención vuelven más eficiente su funcionamiento.

Éste es el proceso por el que se aprende a manejar una bicicleta, un automóvil o a ejecutar un pasaje musical particularmente difícil. Prime-ro se necesita analizar conscientemente cada uno de los movimientos con el fin de coordinar su articulación. Pero una vez habituada la rutina motora, su permanencia en el sistema consciente resulta disfuncional, en tanto entorpece el sistema sensorio-motor al volverlo exageradamente analítico, por lo que el subsistema sería “desconectado”. De esta manera, se puede destinar la atención consciente a otros estímulos, que es lo que explica que sea posible manejar un automóvil al tiempo que se sostiene una conversación compleja, lo cual sería imposible en el momento de aprendizaje, cuando la rutina aún forma parte del núcleo dinámico, esto es, de la consciencia.

Si bien Edelman no pasa de aquí, se podría dirigir su modo analítico –de la mano de los aportes de Kandel– hacia el campo de lo traumático, donde el funcionamiento de lo consciente y lo no consciente cobraría otro sentido, articulable con la obra de Freud. Un estímulo o un conjun-to de estímulos, una experiencia vivida, al atravesar lo que Freud ha lla-mado “sistemas de protección anti-estímulo” de la consciencia (esto es,

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las neurociencias y los procesos de memoria

el sistema que permite integrar los diversos estímulos a la estructura del yo), resulta imposible de ser articulada coherentemente con la percep-ción identitaria, con la propia imagen, pese a lo cual tendría el suficiente impacto emocional para justificar su inscripción en tanto memoria de largo plazo, ingresando por la vía inconsciente –que es por donde ingre-sarían todos los registros emocionales– pero sin posibilidad de integrar-se en el núcleo dinámico que constituye la consciencia.

Fue Nietzsche quien expresó con mayor ironía esta existencia de una memoria que, precisamente por su fuerza emocional, no puede sin embargo ser aceptada como parte de la consciencia: “Has hecho esto, me dice mi memoria. Eso no puedo haberlo hecho, dice mi orgullo, y per-manece inconmovible. Por último, cede la memoria”.26 Freud justamen-te toma esta frase de Nietszche en su Psicopatología de la vida cotidiana, al comenzar a desarrollar sus ideas sobre la represión. Esta cuestión se abordará en detalle en el próximo capítulo, pero nos permitirá ir avan-zando en ciertos puntos de articulación entre la visión neurocientífica y la visión psicoanalítica acerca de la inscripción de memorias de largo plazo que no constituirían parte del sistema consciente.

Lo que se puede agregar, desde las hipótesis de Edelman, es que este conjunto de estímulos (o esta experiencia, esta vivencia) se construye como un subsistema de conexiones neurales que, sin poder ser integrado en el núcleo dinámico, continúa operando autonomizado, estableciendo pese a ello relaciones con otros subsistemas (sensorio-motores, percep-tuales, del habla, del lenguaje) sin llegar a ellos a través de su integración en el núcleo dinámico, sino por rutas más complejas y fuera de nuestro control.

El psicoanálisis buscaría traer a la consciencia (a través de la cons-trucción de sentido) la experiencia, la vivencia o el estímulo traumático que opera desde un subsistema autonomizado afectando conductas mo-toras a través de procesos como las fobias, las histerias, las obsesiones o la “compulsión a la repetición”. Todos esos procesos obran desconecta-dos del “núcleo dinámico”, pero justamente por ello afectan a los otros subsistemas sin ser susceptibles al control consciente.

El trabajo de elaboración, a partir de lo que Freud categorizara como la “representación-palabra”, podría permitir conectar algunos de

26 Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal, t. ii, Madrid, Alianza, 1999, p. 68.

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estos subsistemas al núcleo dinámico –ya que el lenguaje se caracteri-za por ser lo que Edelman denomina como “consciencia de orden su-perior”, existente sólo en los humanos y algunos primates–, otorgando un sentido al estímulo traumático e integrándolo al yo. Esta inclusión en la consciencia permitiría que el estímulo o conjunto de estímulos pueda ser articulado en la estructura identitaria. Dicha inclusión en la consciencia del subsistema surgido de la estimulación traumática des-vanecería o disminuiría su capacidad de afectación inconsciente a los otros subsistemas ya que, idealmente, su llegada a éstos sería ahora bá-sicamente a través del “sistema conectado”, lo que Edelman llama “nú-cleo dinámico”.

Aún sin ingresar propiamente en la obra de Freud, vemos enton-ces que la articulación de ambas hipótesis –los procesos de reentrada y la existencia de un núcleo dinámico de comunicación neuronal como co-rrelato físico de la experiencia consciente– nos llevan a repensar, de un modo más que sugerente, el papel de los procesos de memoria, lo traumá-tico y el propio posible sustrato biológico del psicoanálisis, al que Freud renunciara sólo al encontrar los límites de la ciencia de su tiempo, luego de redactar su Proyecto de psicología, en las postrimerías del siglo xix.

La memoria como ámbito de construcción de sentido

La acción es previa a la comprensión. Solemos hacer muchas más cosas de las que sabemos así como sabemos mucho más de lo que creemos saber. La comprensión de la acción no es un prerrequisito de ésta, pero sí una excelente herramienta para producir un análisis crítico, así como para construir un sentido o analizar nuestras responsabilidades ante di-chas acciones. El análisis crítico de las interacciones con el mundo (la naturaleza y la sociedad) es uno de los puntos más altos del desarrollo consciente y la memoria juega un papel crucial en él, así como la pecu-liaridad que implica el proceso de toma de consciencia.27

27 El proceso de toma de consciencia fue lúcidamente desarrollado por Jean Piaget, par-ticularmente en su obra específica dedicada a la cuestión: La toma de conciencia, Madrid, Morata, 1981.

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las neurociencias y los procesos de memoria

Se ha visto que los estímulos recibidos por el sistema perceptivo no se encuentran preclasificados ni existe grilla alguna ni software previo para catalogarlos. Las neurociencias tienden a distinguir cada vez más sistemas de memorias, desde aquellos vinculados a la percepción senso-rial (memorias olfativa, gustativa, visual, auditiva), a aquellos vinculados a diversas coordinaciones sensorio-motoras y procedimentales, o aque-llos vinculados al lenguaje e incluso el conjunto de sistemas de memoria a los que se clasifica funcionalmente, como las memorias episódica o se-mántica, entre otros sistemas que se van distinguiendo.

Es probable que con el correr de los años se continúen descubrien-do y clasificando nuevos sistemas de memorias, así como subsistemas con distintos niveles de articulación e integración. Todos ellos, se ca-racterizan, sin embargo, por ser “no representacionales”. Esto es, que no registran eventos y los reproducen sino que tan sólo guardan el regis-tro de determinadas estimulaciones de cada subsistema, que pueden ser reidentificadas al volver a producirse y generan determinados conjuntos de respuestas a través de los procesos de reentrada. Estas memorias más o menos localizables físicamente, por lo tanto, son caóticas, dispersas y ca-recen de sentido. Ninguna de ellas implica capacidad de “representación” y no son lo que se suele entender desde las ciencias sociales o la historia como “memoria”, sino partes muy escindidas y primitivas de lo que po-dría componerse como tal.

Lo que se llamará, entonces, en esta obra procesos de memoria son aquellos intentos de articular un sentido dentro del caos de percepciones y registros de los diversos subsistemas, la creación de un “presente recor-dado” a través del proceso de construcción de “escenas”. Una “escena” es, en verdad, una reconstrucción, en la cual se asocian conjuntos de percep-ciones y estímulos y se les otorga un sentido, una coherencia que no se encuentra como tal en la realidad ni en la vivencia, sino que es imagina-da para articular los conjuntos de estímulos y percepciones con determi-nado conjunto de acciones, las cuales también se encuentran inscriptas en subsistemas sensorio-motores.

La memoria no sería, desde esta perspectiva, una actividad repro-ductora de la realidad sino, por el contrario, una actividad profundamen-te creativa. Cada acto de memoria constituye un acto de imaginación. Si las percepciones de Bergson resultaban provocativas a comienzos del si-glo xx, hoy se podría decir que ciertas perspectivas de las neurociencias

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memorias y representaciones

han ido mucho más allá, cuestionando con fuertes fundamentos incluso la propia existencia de la “memoria-recuerdo” bergsoniana y sugiriendo que ese tipo de memoria –la que habitualmente se reconoce como “la memoria”– es en verdad un acto totalmente creativo y radicalmente no-vedoso, por el cual se intenta dar coherencia y sentido al caos de estímu-los que sí va siendo posible localizar –aun con dudas y diferencias– en determinados sustratos físicos del funcionamiento cerebral.

En términos técnicos, se podría hipotetizar que dicho sentido surge al interrelacionar en el núcleo dinámico diferentes subsistemas de per-cepciones, estímulos y actividades motoras y dando a éstos una coheren-cia explicativa que de por sí no poseen. Por su parte, este sentido permi-tirá dar cierta eficacia a las acciones –la posibilidad de realizar los fines deseados– y cierta estabilidad y permanencia a los procesos de construc-ción de identidad, que como tales requieren altos niveles de coherencia interna.

El surgimiento de un yo, en tanto construcción del sí-mismo, es uno de los elementos que explican la posibilidad de existencia de lo que Edel-man denomina “consciencia de orden superior”, y por lo tanto del propio ser humano como tal, una evolución que comienza en algunos primates (chimpancés, entre otros), la consciencia de ser conscientes, la consciencia de la propia existencia como seres vivos y diferentes de otros seres y del entorno.

Pero que dicha consciencia de orden superior busca permanentemen-te la coherencia puede demostrarse no sólo desde las necesidades filosó-ficas para la existencia de un sujeto sino, aun con mayor facilidad, ana-lizando su funcionamiento ante el surgimiento de distintas anomalías o incoherencias, lo cual ha sido durante décadas el campo fundamental de trabajo de las neurociencias y el territorio donde han podido construir gran parte de sus hipótesis.

Dos ejemplos, entre muchos otros, pueden resultar particularmente ilustrativos de estos procesos: el funcionamiento de la fusión binocular ante la existencia de estímulos contradictorios presentados a cada ojo y la anosognosia, la pérdida de registro de un miembro del propio cuerpo que se produce como consecuencia de una lesión cerebral.

En lo que hace al funcionamiento de la fusión binocular, cabe resal-tar que si las imágenes presentadas a nuestros dos ojos resultan artificial-mente incongruentes, por ejemplo mostrando un objeto al ojo derecho

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las neurociencias y los procesos de memoria

y un objeto completamente distinto al ojo izquierdo, la fusión binocular resulta imposible pero, lejos de generar ceguera o locura, es reemplazada por la rivalidad binocular. En lugar de percibir una superposición incon-gruente de los dos objetos, cegarse o incluso enloquecer ante la imposi-bilidad de fusión, el sujeto ve alternativamente uno u otro de los objetos que se presentan ante sus ojos, eliminando uno de los dos estímulos auto-máticamente. Así pues, la percepción elige entre la fusión y la supresión en beneficio de la coherencia. El funcionamiento opta alternativamente por la fusión (cuando los estímulos de ambos ojos son integrables) o la rivalidad con supresión (cuando no hay integración posible). En ambos casos, la función adaptativa del sujeto opta por la coherencia.

El caso de la anosognosia es aún más interesante, ya que ante la in-capacidad de sentir estímulo sensorial en el miembro, el sujeto suele pre-ferir negar su pertenencia al cuerpo antes que aceptar su ausencia. Dice Edelman:

Tras un derrame cerebral masivo o una sección quirúrgica, rápidamente se “resintetiza” o reunifica un ser humano consciente dentro de los confines de un nuevo universo solipsista que, desde una perspectiva externa, nos parece doblado y restringido. La red de relaciones que conforma un evento cons-ciente no queda rota y discontinua, sino que los cabos sueltos tienden a unirse rápidamente en un todo coherente. El impulso hacia la integración es tan fuerte que a menudo no se percibe un vacío allí donde, en realidad, exis-te un horrendo abismo. A lo que parece, la sensación de una ausencia es mucho menos tolerable que la ausencia de una sensación.28

Este análisis es particularmente sugerente para analogar su ocurrencia a los vacíos afectivos y ya no sólo corporales, a la insensibilización que acompaña los procesos melancólicos, particularmente ante la dificultad o imposibilidad del trabajo de duelo y cuyo carácter adaptativo se vie-ne rastreando a lo largo del presente capítulo. Se ha visto ya, intentando ir más allá de Kandel, la posibilidad de comprender la insensibilización como una respuesta adaptativa.

En la mayoría de las lesiones cerebrales la respuesta es similar. A diferencia de lo que ocurre con una computadora (donde la falla en un

28 Gerald Edelman, El universo…, op. cit., p. 41.

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memorias y representaciones

subsistema produce su desactivación e incluso la posible desactivación de todo el sistema si el subsistema tiene un rol relevante para el funcio-namiento global, en el clásico ejemplo de la computadora que “se cuel-ga”), en el cerebro la mayoría de las fallas generan una reconfiguración que, utilizando la lógica degenerativa, que por ello resulta tan funcional para la vida, y una enorme plasticidad, busca la utilización de otros sec-tores cerebrales para reconstituir las redes dañadas.

Incluso, lo cual es lo más sugerente del proceso seleccionista, se produce una reconstitución del funcionamiento global que busca como premisa fundamental la restitución de la coherencia, la que garantiza el comportamiento más eficaz dada la disfunción planteada, un funciona-miento que no ponga en cuestión al sentido sino que, por el contrario, permita reconstituirlo para asegurar la continuidad de las acciones. Este maravilloso recurso adaptativo de la continuidad vital es lo que diferen-cia el funcionamiento seleccionista del funcionamiento lógico-computa-cional. Esto es lo que lleva a Edelman a hablar de “darwinismo neural”.

De este modo, la idea de la memoria como “inscripción”, como “huella”, que recorre el pensamiento filosófico desde Aristóteles hasta el presente y que influyó también en el pensamiento psicoanalítico a través de la idea de “huella mnémica” o en algunos autores llega hasta la supo-sición de que el trauma implicaría la “inscripción literal” del aconteci-miento traumático, podría y debería ser ligeramente mejorada y sugerir una ilustración incluso algo distinta a la contenida en el concepto de la “huella”.

La metáfora elegida por Edelman es sumamente rica y potente: su-giere que el proceso de la memoria remite menos a la imagen de la ins-cripción en una roca (ilustración clásica del concepto de “huella”) que al de “fundirse y volverse a congelar de un glaciar”.29 Esto es, no se trata de una marca que deja elementos relativamente indelebles o permanentes como la que puede producir una huella sino, por el contrario, de un pro-ceso que se reitera una y otra vez, creando en cada una de sus ocurren-cias un producto distinto, aun cuando se componga con materiales simi-lares. Al rememorar una escena, se produce “presente recordado”, pero al volver a ella otra vez, en verdad se retorna a la última escena recordada, al último acto de rememoración y no a sus elementos primigenios. El

29 Gerald Edelman, El universo…, op. cit., p. 118.

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las neurociencias y los procesos de memoria

glaciar se funde y se congela cada vez que se rememora, pero los mate-riales desde los que se vuelve a armar son el producto de la última fun-dición, herederos de los elementos primigenios pero, sin embargo, lige-ramente diferentes de éstos. Las fundiciones anteriores sólo configuran estratos a los que ya no puede accederse una vez que se produjo una nue-va “rememoración”.

Esto en verdad se articula muy bien con las sugerencias de Freud acerca de la diferencia entre el funcionamiento de la memoria en el sis-tema consciente y en el sistema inconsciente. Si bien Freud habla reitera-damente de “huella mnémica” (quizás a falta de una imagen mejor), en muchos trabajos va más lejos con ideas vinculables con las de Edelman, en particular en Más allá del principio de placer, obra de 1920, en el que sostiene que las únicas imágenes (representaciones, estímulos) no pro-cesadas que se poseen del propio pasado son aquellas ancladas en el sis-tema inconsciente, aquellas que nunca cobraron sentido como parte del recordar consciente, aquellas a las que nunca se integró en un sistema narrativo (operación fundamental del sistema consciente).

Freud plantea que

aunque esta consideración carezca de fuerza lógica concluyente, puede mo-vernos a conjeturar que para un mismo sistema son inconciliables el deve-nir-consciente y el dejar como secuela una huella mnémica. Así, podríamos decir que en el sistema Cc [consciente] el proceso excitatorio deviene cons-ciente, pero no le deja como secuela ninguna huella duradera; todas las hue-llas de ese proceso, huellas en que se apoya el recuerdo, se producirían a raíz de la propagación de la excitación a los sistemas internos contiguos, y en éstos.30

Freud sugiere entonces que, no bien se logra acceder a estas huellas e in-tegrarlas en la consciencia, cobran sentido a la vez que se desvanecen. La metáfora de Edelman permite ratificar desde otra disciplina esta hipóte-sis, a la que Freud daba un carácter conjetural, y decir, de modo más grá-fico, que cobran sentido y se desvanecen “al fundirse y volverse a conge-lar en la nueva representación”. Es por esto que aquello que no se puede

30 Sigmund Freud, Más allá del principio de placer, en Obras completas, vol. xviii, Bue-nos Aires, Amorrortu, 2008, p. 25.

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memorias y representaciones

recordar es precisamente aquello que, al mismo tiempo, no se puede en modo alguno olvidar, que se encuentra presente tal y como impactó el sistema perceptivo, ya que su falta de integración en la consciencia impi-de a la vez su fundición y, por lo tanto, sus efectos continúan operando con la misma fuerza con la que operaban desde el primer día en que im-pactaron como estímulos, atravesando lo que Freud llama en ese mismo trabajo “sistema de protección anti-estímulo”.

Freud concluía el párrafo diciendo incluso algo más sugerente que la propia metáfora de Edelman: “Si se considera cuán poco sabemos de otras fuentes acerca de la génesis de la consciencia, se atribuirá a la si-guiente tesis, al menos, el valor de un aserto que exhibe cierta precisión: la consciencia surge en reemplazo de la huella mnémica”.31

Las hipótesis de Edelman o de Kandel y las que se han desarrollado en este capítulo no hicieron más que dar sustento a nivel del sustrato ma-terial a esta intuición maravillosa de Freud (sustrato que de hecho Freud buscó a lo largo de su vida, aunque nunca pudo encontrar), escrita más de ochenta años antes que los trabajos neurocientíficos actuales, en un momento en el que las neurociencias aún se encontraban dominadas por la frenología o por hipótesis inverificables acerca de una localización fí-sica del recuerdo muy básica, que no podía ni imaginar la complejidad real del funcionamiento cerebral, ni la articulación de sus infinitas redes de conexión.

Israel Rosenfield, otro de los neurólogos continuadores de los tra-bajos de Edelman, sugiere que los sueños no expresarían una deforma-ción o condensación de la memoria (en una crítica a los primeros análi-sis de Freud sobre la interpretación de los sueños), sino el modo real en que existen las imágenes en el cerebro (caóticas, desordenadas, incohe-rentes). Estas imágenes o estímulos cobrarían sentido en las representa-ciones al interactuar con un contexto y articularse con la necesidad de acción. En los sueños, al encontrarse liberadas de la necesidad de cohe-rencia, aparecen tal como fueron registradas: de un modo caótico. En el sueño carecen del sentido que les aporta el aparato consciente y al des-pertar es cuando se intenta construir con dichas imágenes, provenientes de estratos previos de la memoria, algún sentido. La memoria sería para Rosenfield la capacidad de “interpretación” de este caos de percepciones

31 Sigmund Freud, Más allá del principio de placer, op. cit. El énfasis pertenece al original.

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las neurociencias y los procesos de memoria

e imágenes confusas, y dicha interpretación se lleva a cabo vinculando el pasado con el presente y dotándolo de sentido. Al igual que para Edel-man, para Rosenfield toda interpretación resulta, en verdad, un proceso de creación.32

Se puede definir entonces a los procesos de memoria como la cons-trucción de sentido –en la interacción con otros– que surge de un inten-to de articulación coherente de un conjunto de estímulos y sensaciones dispersos por los sistemas perceptivos, que se vinculan con el presente a través de la acción.

Construir un recuerdo implica simultáneamente construir identi-dad, en tanto se construye un sujeto consciente que se relaciona con di-chos elementos dispersos del pasado y construye de ese modo una esce-na, un “presente recordado” en el cual surge una narración de sí mismo.

Pero esta narración de sí mismo no surge sólo de las propias per-cepciones y representaciones, sino que cada uno lleva en sí mismo tanto a sus predecesores como a sus contemporáneos, así como una visión de sus sucesores. Con Maurice Halbwachs, Walter Benjamin y Paul Ricœur se ingresará en el capítulo iii a los modos en que este proceso se articula con el acontecer histórico-social y a cómo se produce una comunicación transgeneracional.

Se observa al finalizar este capítulo, entonces, que distintos trabajos neurocientíficos han aportado potentes y enriquecedoras hipótesis, así como conocimientos ya contrastados. Por una parte, que la memoria es un proceso constructivo y no literal, que las representaciones tienen un sentido adaptativo vinculado a la búsqueda de sentido. Pero que, a la vez, la respuesta adaptativa lógica a un ejercicio de sufrimiento prolongado y extremo como el que surge de someter a una sociedad a un sistema con-centracionario podría ser una progresiva y creciente desensibilización general.

Muchas preguntas se abren entonces para otro nivel de organiza-ción, el propiamente sociopolítico: ¿qué tipos de procesos de memoria o representaciones resultan coherentes con el arrasamiento subjetivo y la desensibilización? ¿Es meramente la represión y el silencio o puede

32 De Israel Rosenfield pueden consultarse en especial The Invention of Memory. A new View of the Brain, Nueva York, Basic Books, 1988, y The Strange, Familiar and Forgotten, Nueva York, Alfred Knopf, 1992.

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memorias y representaciones

articularse dicha desensibilización en estructuras narrativas que bus-quen reconstruir la coherencia identitaria, llenando el vacío de lo que no aparece en la consciencia con relatos “aceptables”? ¿Resulta viable di-cha reconstrucción o, por el contrario, opera desubjetivando la identidad narrativa? ¿Cómo vincular estos procesos con la toma de consciencia? ¿Cómo pensar en la articulación entre procesos interindividuales y la construcción de narraciones colectivas como los mitos o la historia?

Algunas de las preguntas que aquí se abren no pueden ser respon-didas en este nivel de organización, aunque los aportes neurocientíficos hayan otorgado mucha mayor riqueza y solidez para formularlas. Resul-ta entonces indispensable desplazarse a otro nivel, el de la estructura psí-quica, para el cual corresponde adentrarse en la obra de Sigmund Freud si se quiere desbrozar desde otra perspectiva los procesos de construc-ción de la memoria como representación y los obstáculos que se generan a partir de la irrupción de lo traumático –producción siempre social que, sin embargo, se inscribe particularmente en cada identidad narrativa–.

Page 54: Memorias y Memorias y representaciones Sobre Memorias y

Memorias y representacionesSobre la elaboración del genocidio

DANIEL FEIERSTEIN

Memorias y representaciones es el primer volumen de la trilogía Sobre

la elaboración del genocidio, consagrada al análisis crítico de las con-

secuencias de las prácticas sociales genocidas desde la perspectiva de

la experiencia argentina. El trabajo se centra en tres ejes: las memorias

y representaciones de la violencia estatal, las problemáticas del juicio y

los niveles de responsabilidad.

En este primer volumen, Daniel Feierstein realiza diversos entre-

cruzamientos disciplinarios sobre los conceptos de memoria y repre-

sentación para salvar una de las mayores dificultades con las que se

encuentran los estudios sobre la memoria: las disputas entre diferentes

áreas de conocimiento que producen un parcelamiento de la realidad y

obstaculizan un diálogo acerca de ella. De este modo, articula diversos

argumentos de las neurociencias, el psicoanálisis, la filosofía y la psi-

cología social para explorar los modos en que los procesos de memoria

pueden afectar la constitución de la identidad a partir del trabajo de

elaboración de las situaciones traumáticas generadas por los genoci-

dios entendidos como prácticas sociales, como procesos de destrucción

y de reorganización de relaciones sociales.

Memorias y representaciones constituye un análisis riguroso e ilumi-

nador y también una fuerte apuesta política: “Dar una fundamentación

más sólida a la relevancia de la utilización de la calificación de genoci-

dio para referir a la violencia estatal masiva sufrida en nuestro país, en

función de sus múltiples consecuencias jurídicas y simbólicas, de sus

múltiples efectos en los posibles trabajos de elaboración del trauma y

en la posibilidad de instituir narrativas contrahegemónicas”.M

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Daniel Feierstein (Buenos Aires, 1967) es sociólogo y

doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Bue-

nos Aires (uba). Es profesor titular de la materia “Análi-

sis de las prácticas sociales genocidas” en la Facultad

de Ciencias Sociales de la uba, investigador del Conse-

jo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

(conicet) y director del Centro de Estudios sobre Ge-

nocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

También es vicepresidente primero de la International

Association of Genocide Scholars. Se ha desempeñado

como experto independiente de las Naciones Unidas

para numerosos proyectos en Argentina y otros países.

Ha sido compilador de diversos volúmenes colectivos

y colabora asiduamente en publicaciones académicas

argentinas e internacionales. Entre sus libros, traduci-

dos a varios idiomas, se cuentan: Seis estudios sobre

genocidio. Análisis de las relaciones sociales: otredad,

exclusión, exterminio (2000) y Terrorismo de Estado y

genocidio en América Latina (2009).

El Fondo de Cultura Económica ha publicado El ge-

nocidio como práctica social. Entre el nazismo y la ex-

periencia argentina (2007).

Otros títulos de la Colección Sociología

El genocidio como práctica social.

Entre el nazismo y la experiencia argentina

Daniel Feierstein

El coraje de la verdad.

El gobierno de sí y de los otros ii.

Curso en el Collège de France (1983-1984)

Michel Foucault

El gobierno de sí y de los otros.

Curso en el Collège de France (1982-1983)

Michel Foucault

El ascenso de las incertidumbres.

Trabajo, protecciones, estatuto del individuo

Robert Castel

En torno a lo político

Chantal Mouffe

La razón populista

Ernesto Laclau

Hegemonía y estrategia socialista.

Hacia una radicalización de la democracia

Ernesto Laclau y Chantal Mouffe

La nación entre naturaleza e historia.

Sobre los modos de la crítica

Gisela Catanzaro

SO

CIO

LO

GÍA