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El ministerio celestial de Cristo CONTENIDO 1. Cristo en ascensión 2. Cristo en la administración de Dios 3. Cristo en la edificación de la iglesia 4. Cristo en relación con el crecimiento y la función de los creyentes para la edificación del Cuerpo 5. Cooperar con el ministerio celestial de Cristo bajo Su autoridad como Cabeza 6. Cómo asirnos de la Cabeza y crecer en todo en Él 7. El sacerdocio celestial de Cristo 8. Cristo pone en ejecución el nuevo testamento 9. El más excelente ministerio de Cristo en el verdadero tabernáculo 10. La administración universal que Cristo realiza en los cielos PREFACIO Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en Stuttgart, Alemania, del 4 al 13 de abril de 1980.

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El ministerio celestial de Cristo CONTENIDO

1. Cristo en ascensión

2. Cristo en la administración de Dios

3. Cristo en la edificación de la iglesia

4. Cristo en relación con el crecimiento y la función de los creyentes para la edificación del Cuerpo

5. Cooperar con el ministerio celestial de Cristo bajo Su autoridad como Cabeza

6. Cómo asirnos de la Cabeza y crecer en todo en Él

7. El sacerdocio celestial de Cristo

8. Cristo pone en ejecución el nuevo testamento

9. El más excelente ministerio de Cristo en el verdadero tabernáculo

10. La administración universal que Cristo realiza en los cielos

PREFACIO

Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en Stuttgart, Alemania, del 4 al 13 de abril de 1980.

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CAPÍTULO UNO

CRISTO EN ASCENSIÓN Lectura bíblica: Hch. 2:32-33, 36; 5:31; 10:36b; He. 4:14-15; 7:25-26; 8:1-2; Ap. 1:5a; Ef. 1:22

LA CONCLUSIÓN DE LA BIBLIA

¡La Biblia concluye de una manera maravillosa! Por supuesto, también comienza de forma maravillosa. Al inicio de la Biblia vemos a Dios y a Su creación. El hombre, quien fue creado a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza, era el centro de la creación. Si analizamos esto, nos daremos cuenta de que el hombre fue creado específicamente para que fuera uno con Dios. En las primeras páginas de la Biblia también se halla el árbol de la vida. Con todo, la conclusión de la Biblia es aún más excelente que su inicio. Quizás le sorprenderá escuchar lo siguiente, ¡pero la conclusión de la Biblia comienza en Hechos y prosigue hasta el libro de Apocalipsis!

En mi niñez, mi madre acostumbraba contarnos las historias halladas en los cuatro evangelios. Con el tiempo descubrí que cuando los misioneros católicos llegaron de Italia a China, unos trescientos o cuatrocientos años atrás, ellos se interesaban principalmente por difundir los cuatro evangelios. Incluso durante mi juventud, los misioneros enseñaban y predicaban mayormente sobre estos cuatro libros. ¿Por qué no le daban importancia a los demás libros del Nuevo Testamento? Debido a que les faltó entendimiento y aprecio por lo que contiene la conclusión de la Biblia.

Ahora estamos aquí en Europa en la parte final del siglo veinte. Este es el tiempo adecuado para ver cómo concluye la Biblia. ¿De qué manera concluye en verdad la revelación divina hallada en las Escrituras? Es fácil entender la creación, y no es muy difícil comprender la salvación, pero no es fácil ver la etapa final de la revelación divina.

En dicha etapa final vemos tres ministerios principales. Ciertamente esta etapa también contiene otros ministerios menores, pero en esta ocasión sólo consideraremos los tres ministerios principales. El primero es el ministerio celestial de Cristo, llevado a cabo en los cielos. El segundo es el ministerio completador de Pablo. Sin las epístolas de Pablo, la Biblia estaría incompleta. Aunque para el tiempo de Pablo mucho había sido revelado, fue el ministerio de Pablo el que completó la revelación divina. El tercer ministerio es el ministerio remendador de Juan. Aunque los escritos de Pablo completaron la revelación divina, hubo la necesidad de que el ministerio de Juan reparara el daño que sufrió el ministerio de Pablo. La última epístola de Pablo fue escrita alrededor del año 65 d. de C., y no fue sino hasta un cuarto de siglo más tarde que se completó el último escrito de Juan.

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Si queremos conocer el mover presente de Dios, ciertamente es necesario que entendamos la conclusión de la Biblia. Encontramos dicha conclusión no sólo en un libro, capítulo o versículo, sino en más de diez libros. Con este mensaje iniciamos una serie de mensajes acerca del primer ministerio de esta etapa final.

EL MINISTERIO TERRENAL EN CONTRASTE CON EL MINISTERIO CELESTIAL

El Señor Jesús llevó una vida muy fructífera durante los treinta y tres años y medio que vivió sobre la tierra; sin embargo, la mayor parte de lo que Él efectuó, lo hizo en un período de tres años. Él pasó treinta años preparándose, y después salió a ministrar. Lo que se predica y se enseña entre los cristianos actualmente, está relacionado mayormente con este ministerio de Cristo, es decir, con Su ministerio terrenal.

Cuando yo recién iniciaba mi vida cristiana yendo en pos del Señor, me enseñaron que Cristo había concluido toda Su obra. Como prueba de ello citaban Juan 19:30. El Señor, estando en la cruz, dijo: “Consumado es”. Después de Su muerte, Él reposó en el sepulcro por tres días. Luego, resucitó y ascendió a los cielos, no para trabajar sino para sentarse allí. El hecho de que el Señor se sentara, me explicaron, significaba que Su obra había concluido; así que, Él está ahora en el cielo esperando hasta que Dios ponga a Sus enemigos bajo Sus pies (Hch. 2:34-35).

¿Será éste el verdadero cuadro? ¿Habrá terminado Cristo Su ministerio? Tenemos que contestar: sí y no. Sí, el ministerio terrenal de Cristo ciertamente terminó; pero Su ministerio celestial continúa.

La persona de Cristo tiene dos aspectos, al igual que Su ministerio. Mientras estuvo en la tierra, Él era el hombre Jesús; pero desde el momento en que ascendió a los cielos, Él es el Cristo glorificado. Su ministerio terrenal duró un tiempo relativamente corto, a lo más, treinta y tres años y medio; en cambio, Su ministerio celestial es eterno, o sea, no tendrá fin.

Es lamentable que muchos cristianos presten atención solamente a la primera parte del ministerio de Cristo. En estos mensajes queremos poner toda nuestra atención a la segunda parte de Su ministerio, la cual es mucho más crucial. Lo que Dios desea es obtener la iglesia y, finalmente, la Nueva Jerusalén. Durante el ministerio terrenal de Cristo, la iglesia no existía, mucho menos la Nueva Jerusalén. En los cuatro evangelios no vemos la iglesia ni la Nueva Jerusalén.

En cuanto llegamos a Hechos aparece la iglesia. En Hechos, el primer libro de la parte final de la Biblia, hallamos la iglesia, y en el último libro, en Apocalipsis, encontramos la Nueva Jerusalén. Ciertamente en Hechos vemos que se predica el evangelio, pero esto no es el fin en sí mismo. La predicación del evangelio tiene como objetivo producir la iglesia. La iglesia es la característica sobresaliente de

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Hechos. Luego, en el último libro relacionado con la conclusión de la Biblia —Apocalipsis— los primeros dos capítulos hablan de las iglesias, y en los dos últimos capítulos vemos la Nueva Jerusalén, la cual es la consumación final de las iglesias. Si damos un vistazo general desde Hechos hasta Apocalipsis, veremos que lo más sobresaliente es la iglesia y la Nueva Jerusalén.

La iglesia y la Nueva Jerusalén son producidas por el ministerio celestial de Cristo, y no por Su ministerio terrenal. El ministerio terrenal de Cristo efectuó la redención a fin de producir la iglesia, pero se requiere de un ministerio más elevado, más rico y más amplio para llevar a cabo el propósito eterno de Dios con respecto a la iglesia y la Nueva Jerusalén. En lo que se refiere al ministerio terrenal de Cristo, ya todo fue consumado. La redención ya fue efectuada por medio de la cruz de Cristo. No obstante, dicho logro simplemente introdujo a Cristo en Su ministerio celestial. Ahora Él está llevando a cabo un ministerio de mayor alcance que el que tuvo en la tierra.

No piense que el Señor Jesús está sentado en los cielos sin nada que hacer. ¡Él está administrando los asuntos del universo! Él no hizo esto durante Su vida terrenal; antes bien, Él sufrió, fue perseguido y, finalmente, fue a la cruz para efectuar la redención. Pero ahora todo ha cambiado, y Él posee el control total del universo. Él está trabajando a favor de usted, por el bien de todas las iglesias, e inclusive ¡en beneficio de Alemania!

El título “Cristo” significa “el ungido”; Él es el Ungido de Dios (Sal. 2:2; Hch. 4:26). ¿Cuándo fue ungido Cristo y de qué manera? Él fue ungido en el momento en que fue bautizado y el Espíritu de Dios descendió sobre Él. Allí en el río Jordán, cuando Jesús fue bautizado, Dios lo ungió con el aceite celestial, es decir, con Su Espíritu. El hecho de que Cristo fue ungido significa que fue designado o nombrado por Dios.

¿Cuándo tomó posesión Cristo de Su oficio? La designación o nombramiento de Cristo es semejante al día en que el Presidente de los Estados Unidos gana las elecciones; el presidente es instaurado en su oficio el día de su elección, pero no toma posesión de su cargo oficialmente sino hasta dos o tres meses después de las elecciones. ¿Cuándo se efectuó la investidura de Cristo? Se efectuó en la ascensión. Cuando Cristo fue exaltado al tercer cielo, dicha exaltación fue Su investidura, es decir, Su toma de posesión oficial.

Durante la encarnación de Cristo, según se narra en los cuatro evangelios, sólo vemos a un pequeño hombre de Nazaret llamado Jesús. Sin embargo, hoy ¡Él es gloriosamente diferente! ¿Nuestro Cristo hoy es: el Jesús de los evangelios, o Aquel que está en ascensión? En la época de los levitas, las personas presentaban ofrendas de varios tamaños. Algunos traían un novillo, otros un cordero, y aun otros traían sólo dos pequeños palominos. Este cuadro muestra que en nuestra experiencia, Cristo puede ser del tamaño de un becerro, o tan pequeño como un

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palomino. Ciertamente Él es el mismo Cristo, pero nuestro disfrute de Él difiere según el conocimiento, la apreciación y la experiencia que tengamos de Él en Sus diferentes aspectos. Durante mucho tiempo sólo hemos conocido a Cristo en cuanto al aspecto de Su encarnación; pero ahora debemos conocerle en el aspecto de Su ascensión.

Es muy extraño que la gente ponga tanto énfasis en el nacimiento de Cristo. Nosotros, de ahora en adelante, debemos quitar nuestra mirada del pesebre y de la casa del carpintero, y fijar nuestra mirada ¡en el Cristo que está en el trono, en los cielos! ¿Está el Cristo de usted aún en el pesebre? ¿Valora usted el pesebre o el trono? ¿Dónde se halla su Cristo ahora? Quizás usted diga que Él está dentro de usted. Por supuesto, estoy de acuerdo, porque Pablo dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Pero, ¿cómo experimenta a este Cristo que está en usted? Si sólo valora al Cristo que estuvo en el pesebre, la experiencia de Cristo que usted tendrá será muy limitada. Pero si su aprecio por Él está centrado en el trono, esto elevará la experiencia que usted tendrá de Él en su espíritu.

En mi visita al Vaticano, vi la figura de un pesebre en muchas de las pinturas. Es comprensible que haya un pesebre en Belén, ¿pero por qué se le da tanto énfasis a la escena del pesebre? Muchos reciben la impresión de que Cristo todavía está en el pesebre, pero muy pocos se dan cuenta de que Él está ahora en el trono. Por tanto, el concepto que muchos tienen respecto a Cristo está limitado al aspecto de Su encarnación. Tenemos que despojarnos de ese concepto y ver al Cristo en ascensión.

LOS OFICIOS DEL CRISTO ASCENDIDO

Cuando Cristo ascendió, fue investido de autoridad para ejercer varios oficios importantes.

A. Cristo

No fue sino hasta Su ascensión que Jesús fue oficialmente investido con el título de “Cristo”. En el día de Pentecostés, Pedro dijo: “A este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Este versículo siempre me inquietaba. ¿Acaso Él no era el Cristo antes de Su ascensión? Sí, ciertamente Él era el Cristo desde la eternidad pasada, pero aún no había sido ungido. Él fue ungido en Su bautismo; no obstante, no fue investido oficialmente con el título de Cristo hasta Su ascensión. Dios no sólo escogió, designó y ungió a Cristo, sino que también lo invistió de tal cargo. El Señor Jesús pasó por el pesebre, el río Jordán y la cruz, y ahora Él está entronizado en los cielos como el Cristo.

En el cristianismo, la cruz es muy prominente; hay cruces de madera, de oro, de piedra y de acero. Los católicos a menudo hacen la señal de la cruz con sus dedos. Todos ellos tienen a un Cristo muerto. Lo que ellos conocen de Cristo es el

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pesebre y la cruz. ¿Dónde está el símbolo del trono? Nuestro Cristo no solamente fue crucificado, sino que ¡Él fue entronizado! De hecho, Su trono incluso está en nuestro espíritu. La Persona que está en nuestro espíritu no yace en un pesebre ni cuelga de una cruz, sino que Él está sentado en el trono. Debemos experimentar a este Cristo entronizado.

B. Señor

Hechos 2:36 también nos dice que Jesús fue hecho Señor. Él era el Señor antes de Su ascensión, pero aún no había sido investido con ese título. Uno de los nombres de Dios en el Antiguo Testamento es “Señor” (heb., Adonai), que significa Amo. En el Antiguo Testamento, Cristo era Adonai; pero Él se hizo hombre, a saber, un menospreciado nazareno. Después, fue designado como Señor cuando estuvo sobre la tierra; pero no fue sino hasta Su ascensión que fue investido del señorío. En la casa de Cornelio, Pedro dijo: “El es Señor de todos” (Hch. 10:36), lo cual indica que Él es Señor de todos los pueblos, tanto judíos como gentiles, e incluso de todas las cosas. ¡Hoy, no sólo Dios está en el trono, sino que también hay un Hombre en el trono, Aquel que en Su ascensión fue investido del señorío como Señor de todos!

C. Príncipe

“A éste Dios ha exaltado a Su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hch. 5:31). La palabra griega traducida como “Príncipe” se usa sólo cuatro veces en el Nuevo Testamento, y en todos los casos hace referencia a Cristo (Hch. 3:15; 5:31; He. 2:10, “Autor” o “Capitán”; 12:2, “Autor”). Debido a que no existe un equivalente adecuado, dicho término se ha traducido de diferentes maneras en distintas versiones. El significado intrínseco de esta palabra es que Él es el Origen, el Originador, el Autor, el Pionero y el Inaugurador. Por lo tanto, Él está sobre todos, y es el Príncipe que rige con autoridad.

Algunas versiones traducen el título mencionado en Hechos 3:15 como “Príncipe de la vida”, pero en este pasaje es mejor traducir esta frase como “Autor de la vida” u “Originador de la vida”. En Hebreos 2:10 esta misma palabra se traduce “Autor” o “Capitán”. El Cristo en ascensión es el Capitán de nuestra salvación, quien nos introduce en la gloria, adonde Él entró como Pionero. Hebreos 12:2 le llama el “Autor de la fe”. Aquí está incluido nuevamente el concepto de que Él es el Originador, el Líder o el Precursor de la fe. Ser la fuente de la fe y guiarnos por el camino de la fe, ¡ambas son funciones propias del oficio que Cristo ejerce!

¡Qué rico es el Cristo en ascensión! Cuando Él estuvo en la tierra, era tan pobre que tuvo que pedirle agua a una mujer samaritana. Pero la pobreza de Su vida terrenal ya cesó. ¡Él tomó posesión de Su oficio como el Origen y el Originador, el Príncipe, el Autor, el Líder, el Capitán, el Pionero y el Precursor! Él está por

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encima de todo; Él tiene la preeminencia; todas las cosas y todo el poder están en Sus manos.

D. Salvador

Cuando Cristo estuvo sobre la tierra, Él salvó a Pedro, a Juan y a muchos otros. Sin embargo, aunque el título Salvador se aplica a Cristo en Su ministerio terrenal (Jn. 4:42), Él no fue hecho oficialmente el Salvador sino hasta después de Su ascensión (Hch. 5:31). ¿Se ha dado cuenta de que la salvación que usted experimenta es más gloriosa que la de Pedro? Pedro fue salvo extraoficialmente por el carpintero de Nazaret, pero usted fue salvo oficialmente por el Cristo que está el trono. Posiblemente pensemos que Pedro fue alguien muy especial porque Jesús lo salvó a orillas del mar de Galilea, ¡pero usted fue salvo por Aquel que está en la gloria, Aquel que está sentado en el trono, en el tercer cielo! ¡No envidie a Pedro! Cuando Pedro recibió la salvación, él siguió a Jesús en Galilea, pero cuando usted fue salvo, ¡se sentó juntamente con Él en los lugares celestiales! (Ef. 2:6). Cristo nos salvó desde el trono y nos llevó al trono. ¡Éste es nuestro Salvador!

E. Sumo Sacerdote

¡Tenemos un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos (He. 4:14-15)! Él no sólo es un sacerdote, sino un Sumo Sacerdote, quien puede “salvar por completo a los que por El se acercan a Dios, puesto que vive siempre para interceder por ellos” (7:25). Cristo se presenta delante de Dios a nuestro favor, y ora por nosotros para que seamos salvos e introducidos plenamente en el propósito eterno de Dios. El versículo 26 dice que Él no sólo está en los cielos, sino que está “encumbrado por encima de los cielos”.

F. Ministro

En Hebreos 8:2, Cristo es llamado “Ministro de los lugares santos, de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”. Él es el Siervo entronizado, quien nos ministra desde los cielos.

G. Primogénito de entre los muertos

Este es un título sobresaliente. Lázaro resucitó de entre los muertos (Jn. 11:43-44), pero su resurrección fue sólo temporal, ya que más tarde murió. Pero la resurrección del Señor derrotó la muerte. Cristo vive por siempre. Por tanto, Él es verdaderamente el Primogénito de entre los muertos (Ap. 1:5).

H. Soberano de los reyes de la tierra

En Apocalipsis 1:5 Cristo es llamado “el Soberano de los reyes de la tierra”. Aquí, “Soberano” difiere ligeramente del título “Príncipe” usado en Hechos 3:15. Es

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común llamar a Jesús el Rey de reyes, pero llamarlo Soberano de los reyes significa que Él está por encima de los gobernantes terrenales.

I. Cabeza sobre todas las cosas

Cuando Cristo fue levantado de entre los muertos, Dios “sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Ef. 1:22).

Estos son algunos de los oficios que Cristo ejerce desde Su investidura, la cual se efectuó en Su ascensión.

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CAPÍTULO DOS

CRISTO EN LA ADMINISTRACIÓN DE DIOS Lectura bíblica: Ap. 4:1-5; 5:1-10; Mt. 28:18-19; Mr. 16:19-20; Hch. 1:8; 2:33

LA ESCENA DE LA ASCENSIÓN

Apocalipsis 4 y 5 solían ser para mí un gran rompecabezas. Que yo recuerde, nunca escuché un mensaje sobre estos capítulos, y pasó mucho tiempo antes de que pudiera comprender su verdadero significado. Estos dos capítulos muestran la escena que se ve cuando los cielos se abren. Allí vemos un trono, en el cual está sentado Dios, y alrededor del trono hay veinticuatro tronos. Además, hay veinticuatro ángeles, que fungen como ancianos en el universo, y cuatro seres vivientes. También se hallan presentes miríadas de ángeles y otras criaturas. Este cuadro muestra que el Dios que está sentado en el trono, es el centro mismo del universo.

Juan vio un libro en la mano del que estaba sentado en el trono. Cuando surgió la pregunta respecto a quién era digno de abrir el libro, Juan lloró mucho porque no había nadie digno de abrirlo. “No llores”, le dijo uno de los ancianos: “He aquí que el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos” (Ap. 5:5). Cuando Juan miró, vio un Cordero que tenía siete ojos. Este León- Cordero estaba en pie, no estaba sentado, y Sus siete ojos eran como llamas de fuego. En este cuadro vemos claramente que la obra de Cristo todavía no ha concluido. Lo que se consumó en Juan 19 fue la redención, pero Él sigue de pie, y Sus siete ojos como llamas de fuego indican que sigue muy activo.

“Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Ap. 5:7). Este es el comienzo del ministerio celestial de Cristo. Si no existieran estos dos capítulos, no sabríamos lo que aconteció después de que Cristo ascendió a los cielos. Basándonos en Apocalipsis 4 y 5, sabemos que cuando Cristo ascendió, Él fue directamente al trono, el cual se halla en el centro del universo. Delante del trono, delante de los veinticuatro ancianos y rodeado por todos los seres creados, Cristo recibió la comisión de llevar a cabo la economía de Dios, la cual es representada por “el libro”.

Disfrutamos muchos el himno basado en Apocalipsis 5:12-13, que dice:

Bendición, honra y gloria sea a Ti,

Y gloria sea a Ti, Y gloria sea a Ti.

Bendición, honra y gloria sea a Ti,

Ahora y por siempre.

Himnos, #110

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La bendición, el honor y la gloria son para el Cordero, no el que está en la cruz, sino ¡el Cordero que está de pie ante el trono en el centro mismo del universo, recibiendo una comisión universal! No debemos ser superficiales y alabar a Cristo sólo por la redención. Nuestra visión debe elevarse para ver que el Cordero realiza una obra de dimensiones vastas y eternas.

Consideremos el cuadro que nos presenta Juan. El Cordero redentor está de pie en el centro del universo, delante del trono de Dios. Esto indica que el Redentor está ejecutando la administración divina. Él es el Administrador del universo, quien lleva a cabo la economía de Dios. Él no está sentado ni dormido, sino que está de pie. Sus siete ojos refulgentes observan, escudriñan e incluso arden. Todo el universo observa esta escena. Los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos, las miríadas de ángeles y las demás criaturas, todos están despiertos y alertas, observando. Este es el entorno en el que ellos proclaman: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la bendición, la honra, la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos” (Ap. 5:13).

¿Cómo sabemos que esta escena ocurrió cuando Cristo ascendió? Lo sabemos por Apocalipsis 5:6, donde se describe al Cordero como “recién inmolado”. El griego original implica que el Cordero recién había sido inmolado. Inmediatamente después del sacrificio de Su muerte, Él recibió de la mano de Dios la comisión eterna y universal.

LOS DOS ASPECTOS DE LA OBRA DE CRISTO

En Su ministerio terrenal, Cristo efectuó la redención; ahora, en Su ministerio celestial, Él está erigiendo el edificio de Dios. La redención tiene por objetivo el edificio de Dios. El centro de este edificio es la iglesia, y su consumación máxima es la Nueva Jerusalén. Hoy en día, la iglesia es una casa (1 Ti. 3:15), pero dicha casa consumará en una ciudad. Cuando esto suceda, el edificio de Dios será completado. Ciertamente la obra redentora concluyó en Juan 19, pero en Hechos 2 comenzó la obra de edificación, y esta obra aún sigue vigente.

La mayoría de los cristianos desconoce estos dos aspectos de la obra de Cristo. Muchos conocen la obra redentora, pero si les dice a ellos que Cristo hoy está laborando a fin de erigir el edificio de Dios, posiblemente piensen que esa doctrina es extraña. ¡Qué maravilloso es estar bajo la luz y recibir esta visión celestial, la cual está oculta para la mayoría de los cristianos! ¡Hay un León-Cordero de pie en el centro del universo, que tiene siete ojos como llamas de fuego! ¡Él nos salva de estar callados y de ser indiferentes y perezosos!

LA COOPERACIÓN ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

¿Quién puede detener a este León-Cordero? ¿Quién puede detener el recobro del Señor? El recobro no es parte del cristianismo tradicional. Creo firmemente que lo que el Señor está haciendo en los cielos, armoniza con nosotros en Su recobro.

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En el día de Pentecostés, el mover de Cristo en los cielos halló eco en la tierra. Sólo ciento veinte personas estuvieron presentes en dicho comienzo, la mayoría de los cuales eran personas sencillas de Galilea y no eruditos. Hoy participamos de la obra que comenzó en aquel momento. ¡La obra no comenzó en China, sino en Jerusalén! Hoy estamos reflejando aquí lo que Cristo está haciendo en los cielos.

Dondequiera que estemos, somos un problema para el cristianismo. Este es un país con una gran tradición cristiana, y ahora, ¡un joven ha venido a causar problemas! Él ha estado en Europa desde 1971, perturbando y trastornando la religión tradicional.

Conocí a este hermano en Manila en 1950, cuando él era niño. Diez años más tarde, él asistió a un retiro para jóvenes que tuvimos en las montañas de Baguio, en las Filipinas. En esa conferencia estuvieron presentes más de cien personas, y todos fueron avivados, incluyéndolo a él. Ocho años más tarde, después que yo había venido a los Estados Unidos, recibí una carta de él. Me decía que estaba estudiando medicina en Alemania, pero que sentía la carga de abandonar sus estudios a fin de servir de tiempo completo al Señor, así que quería mi consejo. Él ya había contactado a un predicador famoso, quien le aconsejó que debía continuar estudiando medicina. Después de mucha oración, le respondí que si él sentía que el Señor lo guiaba, podía venir a Los Ángeles ese verano para asistir a un entrenamiento y a una conferencia que se celebrarían allí. Después, un grupo de cerca de ciento treinta santos viajarían para visitar las iglesias en el Lejano Oriente, incluyendo Manila. Él vino a la conferencia en Los Ángeles, y luego se unió al grupo que visitaría el Lejano Oriente.

En Manila, sus padres me invitaron a un banquete y me pidieron que lo convenciera para que regresara a Alemania y terminara sus estudios de medicina. Ellos no se oponían a que él sirviera al Señor, pero pensaban que primero debía terminar sus estudios. Mi respuesta fue que yo no lo había animado a que abandonara sus estudios, pues no nos habíamos visto por ocho años; fue él quien sintió que debía abandonar sus estudios para servir al Señor. Ellos me suplicaron nuevamente, diciendo que yo era el único que podía lograr que él cambiara de idea. No dije ni sí ni no, pero les expliqué que no podía hacer lo que me proponían, pues ése no era mi trabajo ni era algo que me concernía a mí, sino que era algo relacionado con la obra que el Señor realizaba.

Este joven no fue convencido por su familia. Él regresó a Los Ángeles y permaneció allí por tres años. Más tarde, en 1971, sintió la carga de regresar a Alemania, no para continuar sus estudios sino para laborar a favor del recobro del Señor. A pesar de la oposición, los siete ojos han sido como un motor dentro de él. ¡Nada ha podido detenerlo!

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POTESTAD Y SOBERANÍA

Cuando Cristo estaba por ascender a los cielos, se reunió con Sus discípulos en un monte y les dijo: “Toda potestad me ha sido dada en los cielos y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:16-19). Lo que el Señor mandó a los discípulos respecto a predicar el evangelio, fue un reflejo de la potestad que le había sido dada tanto en el cielo como en la tierra (compárese con Marcos 16:19-20).

Con tal potestad, Él nos ha mandado que discipulemos a las naciones. La primera comisión que el Señor dio a los discípulos fue la de ir, siendo revestidos de Su autoridad. Puedo testificar que cuando vi claramente que debía comenzar la obra en los Estados Unidos, tuve la convicción profunda de que iría allí revestido de la autoridad de Cristo. Yo era un pequeño hombre proveniente de China, sin prestigio alguno y sin respaldo financiero; no obstante, fui a los Estados Unidos con la convicción de que la potestad de Cristo estaba conmigo.

A fin de que el evangelio de Cristo sea predicado hasta las partes más remotas de la tierra, se requiere de Su liderazgo. Como Soberano de los reyes de la tierra, toda la tierra está bajo Su señorío. Él ordena los eventos mundiales, así como los asuntos cotidianos de los hombres, con miras a la expansión del evangelio.

UN EJEMPLO DE LA SOBERANÍA DE CRISTO

Permítanme ilustrarles esto de una manera subjetiva. Hace más de cincuenta años, el Señor levantó un grupo de jóvenes en China. Éramos la generación joven, que luchaba por obtener una educación moderna a fin de rescatar nuestro país y fomentar su desarrollo. Tanto los líderes nacionalistas como los comunistas eran de nuestra misma edad. Todos asistíamos a la universidad, pues estábamos seriamente interesados en adquirir conocimiento respecto a la ciencia, la política y la economía. Por ejemplo, yo empecé a estudiar inglés inmediatamente después de la primera guerra mundial, la cual terminó en 1918. Algunos de esa generación fueron capturados por el comunismo; pero nosotros fuimos capturados por Cristo.

Nosotros llegamos a amar al Señor y Su Palabra. Estudiamos asiduamente la Biblia, así como los escritos espirituales clásicos, la historia de la iglesia y las biografías de gigantes espirituales, abarcando un periodo desde el segundo siglo hasta nuestros días. Mediante nuestras investigaciones llegamos a conocer lo que era el cristianismo, y el Señor abrió nuestros ojos y vimos luz en Su Palabra. La primera reunión de la iglesia, muy pequeña, fue establecida en 1922. No fue fácil, pero el Señor nos llevó adelante y esparció Su recobro.

Después de la segunda guerra mundial, el recobro llegó a ser prevaleciente en China. Había de cuatrocientas a seiscientas iglesias a lo largo de treinta y tres

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provincias. Nunca pensamos venir al mundo occidental. Teníamos ante nosotros una obra de grandes dimensiones: una nación de setecientos millones de personas que hablaban la misma lengua. Nuestra única carga eran estas personas; no obstante, sabíamos que lo que el Señor nos había enseñado, un día sería llevado al mundo occidental.

Siempre hemos pensado que el mover del Señor se asemeja a la circulación de la sangre en el cuerpo. El Señor primero envió el evangelio a China por medio de algunas personas del mundo occidental. Más tarde, allí, en ese país pagano, el Señor nos levantó y nos abrió la Biblia. Comprendimos que lo que vimos era mucho más vasto de lo que los misioneros habían traído. Algún día, pensábamos, la circulación en el Cuerpo —que había comenzado en el occidente— fluiría de regreso llevando consigo algo del oriente. Por supuesto, pensábamos que esto se llevaría a cabo por medio de otros, y no por medio de nosotros, ya que nuestras manos estaban llenas.

Sin embargo, poco tiempo después, entre 1948 y 1949, la situación en China cambió. Lo que acontecía nos tenía desconcertados y alarmados. Se tomó la decisión de que yo abandonara la China continental; no sabía dónde debía ir, pero decidí ir a Taiwán.

Aquella isla pequeña, que era primitiva en todo sentido, me desanimó y desilusionó completamente. Anteriormente yo había estado laborando en Shangai, la ciudad más grande del Lejano Oriente, la cual tenía seis millones de habitantes. Taiwán me parecía un país insignificante y subdesarrollado. Pero un día, mientras viajaba por tren a lo largo de toda la isla, el Señor me dio la carga y me dijo: “No menosprecies este lugar, pues Yo usaré esta isla. Así que, empieza a laborar”. En los seis años siguientes, entre 1949 y 1955, nuestro número aumentó de menos de quinientos, a veinte mil. Durante ese tiempo yo pasaba cerca de cuatro meses del año en las Filipinas y ocho meses en Taiwán.

Más tarde, en 1958, fui invitado a visitar Inglaterra y Dinamarca. En ese viaje pasé por los Estados Unidos. Dos años más tarde, el Señor me envió de nuevo a los Estados Unidos. Luego, en 1962, Él me condujo de nuevo allí, esta vez para quedarme. Gradualmente, empecé a recibir una firme impresión. Después de un tiempo, tuve la certeza de que en vez de regresar al Lejano Oriente, debía comenzar el ministerio en los Estados Unidos. Iniciamos a fines de 1962. No teníamos ninguna organización ni respaldo financiero, pero comenzamos.

Esta historia nos muestra la soberanía del Señor. Él dispuso los eventos internacionales para que tuviésemos que venir a los Estados Unidos, aun cuando esa no era mi intención.

Yo tenía otra idea. Antes de que finalizara la segunda guerra mundial, supe que Japón sería derrotado y que China y los Estados Unidos ganarían la guerra.

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Recibí la carga de evangelizar el interior de Mongolia e hice un plan para laborar en esa región del noroeste. Yo vivía en el norte de China, donde teníamos un buen número de santos que podían proveer la mano de obra para realizar tal empresa. Había entre nosotros enfermeras, médicos, maestros y comerciantes. Las necesidades financieras serían suplidas por algunos hermanos ricos que vivían en el nordeste de China, en Manchuria. Mis planes habían sido bien trazados. ¡Los colaboradores me llamaban el director general de la Compañía de los Tres Nortes! Esto se refería al área que estaba al norte de China, al nordeste y al noroeste. China ganó la guerra, pero contrario a nuestras expectativas, quienes obtuvieron el control del país fueron los comunistas. Mis sueños sobre la Compañía de los Tres Nortes se desvanecieron; no obstante, cerca de setenta santos emigraron al interior de Mongolia.

¡Recientemente escuché noticias acerca de estos setenta santos! Un colaborador, uno de los ancianos en la iglesia que estaba en mi pueblo natal, tomó la delantera en esa migración de 1943. Ahora, treinta y siete años más tarde, él aún vive, a pesar de que ha sido puesto en prisión quince veces. En la actualidad, ellos gozan de más libertad, y cuentan con un sinnúmero de iglesias en ese distrito. Me alegró mucho escuchar esa noticia, aun cuando nunca tuve la oportunidad de ir allá personalmente.

Mi intención era ir al noroeste, ¡pero el Señor me envió al sudeste! Yo me estaba preparando para ir al interior de Mongolia, cerca de Siberia, pero el Señor me envió a Taiwán, luego a Manila, después a los Estados Unidos, y ahora a Europa. ¿Cómo pudo ocurrir esto? Jesús, que está en los cielos, es el Soberano de todos los reyes de la tierra. Él gobierna sobre todas las naciones. La manera en que Él administra es óptima. Él nos envió a esparcir Su recobro, a ganar más personas para Sí mismo. Hace quince años, ¿se hubiera usted imaginado que el Señor podría moverse en Alemania? Entre nosotros hay italianos, españoles, franceses, ingleses y alemanes. ¡Hace treinta y un años yo hubiera dado mi vida por laborar en los Tres Nortes! Pero el Señor no me permitió ir allá, así que, ¡no necesité morir! Ahora estoy aquí en Europa, disfrutando de las voces de las nacionalidades aquí representadas.

¿Quién lo dispuso así? El Cristo celestial. Esto no depende de lo que usted haga ni de lo que yo haga. Yo soy demasiado insignificante como para haber realizado estas cosas. ¡Alabamos al Señor por este reflejo de Su ministerio celestial!

Dentro de pocos años el recobro llenará toda Europa. Creo que el recobro invadirá todas las principales ciudades, e incluso, muy pronto irá de regreso a Jerusalén. Desde Stuttgart irá al sur de Atenas, y después, al otro lado del mar, a Jerusalén. Es allí donde comenzó la iglesia, y en esta era, ¡regresará allá de nuevo! Este es el mover del Señor, efectuado desde los cielos y reflejado en la tierra.

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CAPÍTULO TRES

CRISTO EN LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA

Lectura bíblica: Hch. 2:33; 7:55-56; 9:10-16; Ef. 1:20-22; 4:8, 11-12, 15-16

En Su ascensión, Cristo fue investido de autoridad para ejercer varios oficios, y los dos más importantes son que Él es el Soberano de los reyes de la tierra (Ap. 1:5) y Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Ef. 1:22).

CRISTO COMO SOBERANO

Como Soberano de los reyes de la tierra, Él administra todos los gobiernos terrenales. El propósito de dicha administración es, sin duda alguna, la propagación del evangelio. De esta manera, Dios reúne a todos Sus escogidos. Al estudiar la historia universal, podemos ver que el curso de los eventos internacionales ha propiciado la divulgación del evangelio. El calendario común, que se usa por todo el mundo, tiene como base el nacimiento de Cristo. Incluso países ateos, tales como Rusia y China, usan este calendario, lo cual indica que ellos también están sometidos al gobierno soberano de Cristo. Según el calendario de Cristo, estamos en el año de 1980. Esta fecha no hace alusión a los césares romanos ni a los zares rusos, sino al número de años transcurridos a partir del nacimiento de Cristo. ¡Nuestro Cristo es el Soberano de toda la tierra y, como tal, Él propaga Su evangelio!

El gobierno que el Señor ejerce soberanamente sobre nuestra labor

Quisiera testificar acerca de esto basado en mi propia experiencia. A fines de la segunda guerra mundial, les dije a los santos que China sería librada del control de Japón, o sea que llegaría a ser una república, y que seríamos libres. Y así sucedió. Japón se rindió incondicionalmente en 1945. Nos regocijamos mucho por nuestra libertad. Desde 1946 hasta 1948, la predicación del evangelio entre nosotros se extendió rápidamente en todas direcciones. En 1948, un misionero que viajó por toda la China informó a su organización misionera que la obra del evangelio estaba en manos de “la manada pequeña” (como ellos llamaban a las iglesias), y que era tan prevaleciente que no necesitaban enviar más misioneros extranjeros. Esto era verdad. En esos días yo estaba en Shangai. ¡Qué felices estábamos! En toda la China había entre cuatrocientas y seiscientas iglesias. En Tsingtao, un antiguo asentamiento alemán y un puerto muy bonito y moderno, fueron bautizadas más de setecientas personas en un solo día. En los años treinta, muy pocas personas se bautizaban, raras veces más de diez. Pero después de 1945, usualmente se bautizaban al mismo tiempo más de cien nuevos creyentes. Nuestro gozo no duró mucho. De un día para otro, repentinamente, la situación política cambió, y a partir de 1949, la obra fue bastante obstaculizada.

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Yo salí de la China continental en abril de 1949, y desde ese momento no tuve correspondencia con los que conocía allí. Por años me afligía por aquella gran obra. El hermano Watchman Nee fue encarcelado en 1950 y murió en la prisión en 1972. Mi corazón estaba quebrantado, pues temía que toda la obra se hubiera perdido. Mi único consuelo era que, por medio de la pérdida que sufrió la obra en China, el Señor trajo Su recobro a los Estados Unidos y luego a Europa, a América del Sur, a África y a Australia. Con todo, siempre que pensaba en la obra en China, mi corazón se dolía. Muchos de los hermanos con los que laboré murieron en la cárcel después de muchos años de encierro. El hermano Nee fue el que más tiempo estuvo en prisión, y murió un día antes de la fecha en que se esperaba iba a ser puesto en libertad.

En 1979 la situación cambió de nuevo. Estados Unidos y China establecieron relaciones diplomáticas, y la China Roja abrió sus puertas al turismo; debido a esto hemos recibido noticias. Mi corazón ya no está afligido, sino que ¡ahora salta de gozo! Me enteré que, desde 1949, en algunas ciudades nunca se suspendió la mesa del Señor. Los santos que están en la China continental consideran el período de 1949 a 1970 como el tiempo en que la iglesia estuvo en una condición de adormecimiento. En 1970 surgió una generación nueva, que nació y se educó bajo el presente gobierno. Algunos de estos jóvenes fueron llamados por el Señor y han llegado a ser muy prevalecientes. Aunque no tenían Biblias, comenzaron a predicar el evangelio con los pocos versículos que conocían.

La respuesta fue asombrosa. ¡El camino había sido preparado para el evangelio! La nueva generación de la iglesia comenzó a predicar enseñándoles a los jóvenes cantos del evangelio. ¡A los jóvenes chinos, cuyo ser estaba vacío, les gustaron los cantos acerca de Jesús! Además, muchos enfermos fueron sanados milagrosamente. Miles de jóvenes creyeron. Aunque la policía les causó muchos problemas, eso no les afectó. Encarcelaron a algunos creyentes, pero había tantos —principalmente en el campo— que si diez eran encarcelados, doscientos iban a visitarlos. Ellos les decían a los policías que preferían estar en la prisión, porque ¡allí no tenían que trabajar! Simplemente cantaban himnos. Y si eran puestos en libertad, creían aún más. En cierta provincia había más de trescientos mil creyentes, y en cierta ciudad, más de veinte mil.

Digo esto para demostrar que el Señor Jesús es el Soberano de los reyes. Yo pensé que China, con sus novecientos millones de personas, estaba totalmente perdida en cuanto al evangelio. Sin embargo, frente a la situación mundial y las necesidades que enfrentaba, China se vio forzada a abrir sus puertas el año pasado. ¿No es esto fruto del gobierno del Señor? ¡Alabado sea Él!

El oficio de Cristo como Soberano es primariamente el de propagar el evangelio. Mediante el control que el Señor ejerce en la situación mundial, el recobro llegó al mundo occidental. Ahora, treinta años después, Su mano soberana ha hecho que las puertas de la China se abran de nuevo. Centenares de millares de jóvenes han

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sido salvos. ¿Quién puede detener al Soberano de los reyes de la tierra? ¡Estamos en 1980, el año del Señor conforme a Su calendario! El año pasado, el gobierno de la China Roja imprimió cien mil ejemplares de la Biblia; además, han abierto las puertas de las catedrales en las principales ciudades para que los cristianos se reúnan allí. En Shangai, más de mil quinientos personas se aglomeraron en el primer edificio que se abrió. A partir de aquel tiempo, se han abierto dos lugares más. Todos estos eventos prueban que ¡Jesús es el Soberano de los reyes! Él está llevando a cabo Su ministerio celestial. Él administra toda la tierra a fin de que sea propagado el evangelio.

CRISTO COMO CABEZA

Además de la soberanía que Él ejerce sobre las naciones, Cristo también ejerce Su autoridad como Cabeza. Cristo fue dado como Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia y, como tal, Él labora a fin de ganar a Sus vasos escogidos.

Gana a Saulo

Consideremos únicamente un vaso: Saulo de Tarso. Al leer Hechos 9, podemos ver todo lo que Cristo hizo a fin de ganar a Saulo para Sí. Cristo mismo vino en persona para cautivarlo, y le habló aún más por medio de Ananías (vs. 10-17). Aunque Su intención en Hechos 9 fue capturar a Saulo, Sus palabras por medio de Ananías fueron aún más detalladas. Observe cuán ocupado estuvo el Señor sólo para obtener este vaso. Primero, se le apareció a Saulo mientras éste iba camino a Damasco; luego, le dio la visión de que Ananías vendría a restaurar su vista. Después, se manifestó a Ananías en una visión y conversó con él acerca de la visita a Saulo, de quien dijo: “Vaso escogido me es éste, para llevar Mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque Yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por Mi nombre” (Hch. 9:15-16).

¿Por qué dedicó el Señor tanto tiempo para ganar a una sola persona? Porque había la necesidad de obtener tal vaso, a Saulo, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Si bien es cierto que ya estaban presentes Pedro, Jacobo y Juan, esto no era suficiente; el Señor necesitaba un vaso como Saulo, así que, Él mismo vino a ganarlo para Sí.

Nos gana a nosotros

No considere como algo insignificante el hecho de que usted haya sido salvo. Usted fue salvo porque el Señor Jesús ejerció Su Soberanía para salvarlo. Él fue quien dispuso que usted naciera en el país en el que nació. Usted no nació en su ciudad natal por casualidad, sino por causa de la administración soberana del Señor. Usted nació en el país correcto, en la ciudad correcta y en la familia correcta; y en el tiempo indicado, Él lo atrajo a Sí mismo. Sin importar si usted estaba en Suiza, Alemania, Francia, España, Dinamarca, Noruega o Inglaterra, Él

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dispuso que un día usted pasara por una circunstancia especial, se arrepintiera, creyera y fuera salvo. Si usted hubiera estado en Moscú, posiblemente no habría tenido la oportunidad de ser salvo ni de estar en esta reunión. ¡Pero bajo la soberanía del Rey, usted fue salvo!

¿Piensa que el Señor ha terminado Su obra en usted? ¡No! Usted fue salvo por la soberanía de Cristo; ahora, tome en consideración el hecho de que Él es la Cabeza. Simplemente considere, ¿cómo es posible que usted esté en esta reunión? Unos han venido de diferentes partes de Europa, y otros han venido conmigo desde los Estados Unidos. ¿Qué nos ha traído aquí? Aquí no hay ningún entretenimiento, ni tampoco hay música atrayente; ¡lo único que tenemos son reuniones de dos horas y media, en las cuales predica un chino! Para alguien ajeno a la situación, es incomprensible que a ustedes les interesen estas reuniones; sin embargo, ¡algunos de ustedes se habrían entristecidos si no hubieran podido venir! ¿Cómo podemos explicar esto? Se debe a que ahora estamos bajo la autoridad de Cristo como Cabeza, quien no sólo gobierna sobre nosotros, sino también dentro de nosotros. Él fue dado como Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Ef. 1:22). El hecho de que estemos aquí, es obra del Señor.

Edifica Su Cuerpo

Nuestro amado Señor está laborando; Él no está sentado inactivo en los cielos. Cuando Esteban fue apedreado y murió, Jesús estaba de pie a la diestra de Dios (Hch. 7:55-56) observando todas las cosas y cuidando de Sus miembros. Perseguir a un creyente equivale a perseguirle a Él. El Señor le dijo a Saulo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch. 9:4-5). Esteban era parte de Él, lo mismo que Pedro. Cada miembro, cada uno de Sus creyentes, es parte de Él; Él cuida de todos ellos, y está laborando en cada uno a fin de hacerlos útiles. Él está haciendo de ellos apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros, equipándolos para que perfeccionen a los santos a fin de que Su Cuerpo pueda ser edificado.

Europa es un buen ejemplo de cómo el Señor está laborando para edificar Su Cuerpo. Hace menos de diez años, un hermano vino aquí sin ser respaldado por ninguna organización misionera. De esta manera, el recobro del Señor vino a Europa, pero no como una organización; no obstante, el Señor ha avanzado y el recobro se ha extendido a muchos países europeos. Aún hoy, la obra sigue avanzando, incluso sin que haya una organización. Un hombre joven vino a Europa, y aunque no tenía un título en teología ni tenía mucha experiencia, ¡él vino con el Cristo ascendido! El Cristo celestial ha estado cuidando de este pequeño miembro de Su Cuerpo desde 1960, cuando él asistió a una conferencia para jóvenes en las Filipinas. Cuando él vino a Alemania en 1971, lo hizo sometiéndose a dicho ministerio celestial.

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Envía a los perfeccionados

Todos ustedes están bajo el precioso ministerio celestial de Cristo. Vendrá el día cuando serán enviados, no por ningún hombre ¡sino por la Cabeza ascendida! ¡Algunos irán a Austria, otros a Grecia y aun otros a Israel, llevando el ministerio celestial del Cristo ascendido! Cristo no labora lentamente. El recobro ha estado en el mundo occidental sólo diecisiete años; con todo, ya se ha extendido a Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica, África, Europa y Australia. En el Lejano Oriente se han levantado iglesias en Japón, Corea, Taiwán, las Filipinas, Singapur, Malasia, Tailandia e Indonesia. Cientos de iglesias han sido levantadas, sin que interviniera alguna organización. ¿Quién está haciendo esto? ¡El Cristo ascendido!

Por nosotros mismos no podemos edificar la iglesia; sin embargo, al someternos al ministerio celestial de Cristo, estamos siendo equipados para ser miembros útiles en Su Cuerpo. El Cuerpo es edificado directamente mediante el suministro directo de la Cabeza. “Por lo cual la Escritura dice: ‘Subiendo a lo alto, llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio, y dio dones a los hombres’... Y El mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef. 4:8, 11-12). Cuando Cristo ascendió a los cielos, Él dio dones, a saber: apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Estos dones perfeccionan a los santos a fin de que en cada iglesia local los miembros sean edificados, equipados y hechos aptos para ejercer sus funciones.

Cuando todos los miembros del Cuerpo ejercen su función, crecemos “en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor” (Ef. 4:15-16). Todos los miembros crecen hasta la medida de la Cabeza, y luego, reciben el suministro que procede de la Cabeza a fin de que sea edificado el Cuerpo. Esta es la manera en que las iglesias locales son edificadas por medio del suministro de la Cabeza.

La Cabeza está ocupada llevando a cabo Su ministerio. Mientras estamos reunidos aquí, recibiendo Su suministro, Él está ministrando y cuidando de todos los miembros de las iglesias. El recobro del Señor no es otra obra cristiana más; antes bien, ¡es el reflejo de Su ministerio en los cielos! El recobro concuerda con lo que el Cristo ascendido está llevando a cabo en los cielos. ¡Estamos cooperando y coordinando con el ministerio celestial del Cristo ascendido!

RESUMEN

Como hemos visto, el ministerio de Cristo consta de dos aspectos. Por una parte, como Soberano de los reyes de la tierra, Cristo lleva a cabo Su administración

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sobre el mundo entero con el fin de que Su evangelio pueda propagarse y el pueblo escogido de Dios sea congregado. Por otra parte, como Cabeza del Cuerpo, Él está ministrando para edificar, equipar y adiestrar a Sus miembros, a fin de que ellos a su vez puedan perfeccionar a otros. Finalmente, Él enviará a algunos a nuevos lugares para extender Su recobro. ¡Aleluya por el ministerio celestial de Cristo!

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CAPÍTULO CUATRO

CRISTO EN RELACIÓN CON EL CRECIMIENTO Y LA FUNCIÓN DE LOS CREYENTES

PARA LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO Lectura bíblica: Ef. 4:7-16; Col. 2:19

Hemos estado considerando el hecho de que el Señor Jesús es el Soberano y la Cabeza. Como Soberano, Él controla y administra toda la tierra; Él dirige los asuntos de todas las naciones con miras a que se propague el evangelio y se congregue Su pueblo. Su oficio como Soberano conlleva Su mover sobre la tierra. Él está llevando a cabo un gran mover. Además, Él es la Cabeza, lo cual implica no sólo Su mover sino también Su vida. Bajo la autoridad de Cristo como Cabeza, se está llevando a cabo una obra muy fina en la esfera de la vida divina. No conocemos todos los detalles del ministerio celestial de Cristo como Soberano, en relación con Su mover sobre la tierra; no obstante, en cuanto a Su ministerio y posición como Cabeza, vemos que Cristo lleva a cabo una fina obra en la esfera de la vida divina, por medio de la vida divina y con dicha vida.

DOS ASPECTOS DE LA AUTORIDAD DE CRISTO COMO CABEZA

En Efesios 4 vemos dos categorías en cuanto a esta obra fina efectuada por la vida divina. En la primera categoría, Cristo da dones para el perfeccionamiento de los santos (vs. 8-12). Él “dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo”. Con respecto a la segunda categoría, Él propicia el crecimiento de todos los santos a fin de que puedan ejercer su función. Mediante dicho crecimiento y función, el Cuerpo es edificado directamente. Efesios 4 dice: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor” (vs. 15-16).

La autoridad de Cristo como Cabeza está operando a fin de que se lleven a cabo ambas categorías. Es Cristo como Cabeza quien produce los dones a fin de que los miembros puedan crecer y ejerzan su función. Esta es una obra fina llevada a cabo en la esfera de la vida divina.

El cristianismo opera de forma absolutamente contraria a esto. Ellos establecen seminarios y contratan profesores para enseñar la Biblia, teología, la historia de la iglesia, hebreo y griego. De esta manera, ellos esperan que los estudiantes sean perfeccionados como predicadores, ministros, pastores, etc. Ellos confían en un sistema educacional. La historia ha demostrado que el Cuerpo de Cristo no puede ser edificado de esta manera. Pablo no se graduó de un seminario; antes bien, al

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estar sometido a la autoridad de Cristo como Cabeza, Pablo fue levantado para ser el apóstol más útil.

LA OBRA FINA REALIZADA PARA GANAR A PABLO

¿Cómo operó Cristo en Su autoridad a fin de ganar a Pablo para Sí mismo y lograr que éste fuera un don para el Cuerpo? Recordemos que Esteban murió como mártir, sacrificado frente a un joven llamado Saulo de Tarso (Hch. 7:58). La muerte de Esteban no fue un incidente aislado e individual. En aquel tiempo, todo el Cuerpo de Cristo estaba sufriendo persecución. Saulo fue uno de los principales promotores en asolar la iglesia (8:1-3). La Cabeza del Cuerpo permitió tal persecución para mostrarle a Saulo lo que es el Cuerpo de Cristo. Saulo vio sufrir al Cuerpo de Cristo cuando él persiguió a los miembros que invocaban el nombre del Señor. Después de esto, él emprendió su viaje a Damasco con la intención de arrestar a más miembros del Cuerpo. ¡Estas fueron las circunstancias que la Cabeza dispuso para cautivar a quien sería un gran apóstol!

Jesús intervino inesperadamente, no desde la tierra, sino desde los cielos. ¡Este Jesús era ahora “Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo”! Saulo se sorprendió al escuchar una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (9:4). Saulo se sorprendió grandemente al ser confrontado por Jesús, pero le sorprendió aún más saber que los creyentes, a quienes él había estado persiguiendo, eran miembros del Cuerpo de Cristo. En el momento de su conversión, al estar sometido a la autoridad de Cristo como Cabeza, Pablo llegó a conocer el Cuerpo.

La Cabeza es uno con Su Cuerpo

Por supuesto, Saulo no se resistió ni argumentó. El no dijo: “Señor, no te he perseguido a Ti ni a nadie en los cielos; los que he perseguido estaban en la tierra”. ¿Por qué Pablo no argumentó con Jesús? Creo firmemente de que mientras el Señor decía: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (v. 5), el Espíritu del Cuerpo operaba en Saulo.

La conversión de Pedro fue mucho más simple que la de Pablo. Pedro estaba con su hermano pescando cuando el Señor lo llamó: “Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:18-20). Aquel pescador galileo no dudó en seguirle. ¡Le agradó más la idea de ser un pescador de hombres que simplemente agarrar peces!

El caso de Pablo fue mucho más profundo. La manera en que el Señor se dirigió a él, haciéndole aquella breve pregunta, seguramente lo hizo reflexionar. Aunque las palabras que el Señor dirigió a Saulo fueron pocas, deben haber ocupado su mente durante los días en que estuvo ciego. ¡Ciertamente no pasó esos tres días durmiendo! Aquel encuentro trascendental debió haber inquietado a Saulo al

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máximo. Posiblemente se debe haber preguntado por qué aquella voz le había dicho: “¿Por qué Me persigues?”. ¿Qué significaba ese “Me”? El Espíritu del Cuerpo debe haberle dicho: “El ‘Me’ se refiere al Cristo agrandado, al Cristo aumentado, al Cristo corporativo, al Cristo que incluye a Pedro, a Jacobo y a Esteban”. Cuando Saulo preguntó: “¿Quién eres, Señor?”, la respuesta fue: “Yo soy Jesús”. Pero, ¿cómo podía ser Jesús? ¿No estaba Jesús muerto y sepultado? ¿Cómo podía Él ahora venir desde los cielos?

Revela Su voluntad por medio del Cuerpo

Saulo también debe haber pensado mucho en las palabras del Señor: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hch. 9:6). ¿Por qué el Señor respondió indirectamente a la pregunta de Pablo acerca de aquello que Él quería que hiciera? De nuevo, la Cabeza estaba mostrándole el principio subyacente al Cuerpo. Saulo no iba a conocer la voluntad del Señor por sí solo; él tenía que estar en el Cuerpo y necesitaba ser adiestrado a fin de conocer el Cuerpo. Debía aprender a confiar en sus hermanos, a saber, los demás miembros del Cuerpo. Al perseguir al Cuerpo, Saulo realmente perseguía a la Cabeza, y ahora, él debía aprender a respetar dicho Cuerpo. En lugar de decirle directamente a Pablo lo que debía hacer, el Señor envió a Ananías, un pequeño discípulo, a que restaurara la vista de Saulo y le diera a conocer Su voluntad. El que visitó a Saulo no fue un líder como Pedro, sino una persona desconocida. De esta manera, el Señor subyugó a Saulo e hizo de él un apóstol útil.

Al comparar de nuevo el caso de Pablo con el de Pedro, podemos observar que Pedro fue hecho apóstol de una manera sencilla. Primero, el Señor lo vio y lo llamó para que fuera un pescador de hombres; luego, quizás después de un año o dos, el Señor simplemente lo envió con los otros once, y de allí en adelante él fue un apóstol junto con los otros (Mt. 10:1-5). ¡Cuán insensata es la exaltación que la Iglesia Católica hace de este simple apóstol!

Mientras Pablo oraba en Damasco, él recibió la visión de que Ananías vendría y restauraría su vista. Antes de esta ocasión, no se había mencionado nada acerca de este pequeño discípulo, pero la Cabeza lo conocía y le dijo a Saulo que él vendría a verlo. Después de esto, la Cabeza envió a Ananías, diciéndole: “Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora, y ha visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que reciba la vista” (Hch. 9:10-12). ¿Se da cuenta usted de cuán ocupado estaba Cristo, comunicándose tanto con Saulo como con Ananías? Él ciertamente estaba llevando a cabo Su ministerio celestial.

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Saulo es recibido en el Cuerpo

Ananías fue a la casa donde estaba Saulo, y poniendo las manos sobre él, le dijo: “Hermano Saulo, el Señor me ha enviado —Jesús, quien se te apareció en el camino por donde venías— para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (v. 17). Entonces, Saulo recibió la vista, se levantó y fue bautizado; no sólo fue bautizado en Cristo, sino también en el Cuerpo. Después de esto, permaneció por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco. De este modo, fue recibido en el Cuerpo como un hermano más.

Protegido y cuidado por el Cuerpo

Pablo enseguida predicó a Cristo en las sinagogas, provocando la oposición de los judíos, quienes finalmente conspiraron para matarlo (vs. 20-25). ¿Cómo fue que Pablo escapó de Damasco? Él no escapó disfrazado, sino que los miembros del Cuerpo le bajaron por el muro de noche, descolgándole en una canasta. La canasta podría representar la iglesia. Él fue enviado por el Cuerpo y en el Cuerpo.

Cuando Saulo llegó a Jerusalén, los apóstoles no lo recibieron. Ellos sospechaban que Saulo trataba de engañarlos y tenían temor de él. Otro miembro del Cuerpo, Bernabé, entró a la escena y les contó a los apóstoles cómo Saulo había sido salvo genuinamente. Una vez más, Saulo fue introducido a la comunión mediante un pequeño miembro del Cuerpo, y no por los apóstoles.

Más tarde, Saulo regresó a Tarso, su ciudad natal. Fue allí donde Bernabé lo encontró y lo trajo a Antioquía, donde permanecieron por un año reuniéndose con la iglesia y enseñando a las personas (Hch. 11:25-26).

Por medio de todos estos pasos, este joven opositor llegó a ser un apóstol. Esto nos muestra cuánto tiempo empleó el Señor Jesús para hacer de este creyente un apóstol muy útil.

Efesios 4:8 nos dice: “Por lo cual la Escritura dice: ‘Subiendo a lo alto, llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio, y dio dones a los hombres’”. Es muy simple decir que Él dio dones a los hombres, pero en el caso de Pablo vemos cuán complicado fue que este miembro fuera hecho un don, un apóstol. En Su ascensión, Cristo ejerce Su autoridad como Cabeza para dirigir Su Cuerpo, logrando que un miembro haga una parte y que otro miembro complete la otra.

El caso de Pablo muestra la fina obra en la esfera de la vida divina que la Cabeza ascendida realiza a fin de preparar a un apóstol tan útil. Dicha operación no procede del mover de Cristo como Soberano; ésta es una obra realizada bajo Su autoridad como Cabeza, la cual hace que todo Su Cuerpo entre en función cabalmente. ¿Piensa usted que Pablo habría podido convertirse en un apóstol asistiendo cuatro años a un seminario? Se necesitaron muchos miembros del Cuerpo a fin de que la Cabeza preparara a Pablo para ser un apóstol.

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Dentro de poco quizás algunos de ustedes sean enviados como apóstoles. Deben comprender que para que esto suceda, la Cabeza en los cielos debe ejercer Su autoridad sobre muchos miembros de Su Cuerpo.

LA MANERA EN QUE LOS MIEMBROS CRECEN Y EJERCEN SU FUNCIÓN

¿Cómo pueden los miembros crecer y ejercer su función para que el Cuerpo de Cristo sea edificado? Supongamos que un predicador pentecostés se presenta ante ustedes y predica conmoviéndoles el alma y motivando a la congregación, de modo que algunos hablen en lenguas, rueden por el piso, afirmen gritando que tienen poder, y prediquen desde las azoteas para que la gente se arrepienta y crea en Jesús, porque de lo contrario irán al infierno. ¿Cree usted que un movimiento así pueda hacer que usted crezca? He visto cómo se comportan los que están en el pentecostalismo, y por lo que he observado, puedo decir que entre ellos hay muy poco o casi nada de crecimiento. El pentecostalismo es un movimiento, y no es la fina obra en la esfera de la vida divina, la obra que realiza la Cabeza a fin de tocar las vidas de Sus miembros uno por uno y detalle por detalle.

Por favor, no me malentiendan. No es mi intención desacreditar ninguna obra cristiana, pero el Señor me ha mostrado que el pentecostalismo no es la obra que puede edificar Su Cuerpo en vida, pues tal movimiento no efectúa una fina obra en la esfera de la vida divina. He recibido una carga del Señor, y sé lo que Él quiere. Tengo la certeza que después de haber estado reunidos durante estos días, ustedes han sido tocados por el Señor de una manera muy fina. Ustedes han ido al Señor y le han alabado por haberlos sacado de las tinieblas, por haber tocado sus corazones y por haberlos iluminado. Al tocar al Señor y al ser tocados por Él, crecemos en la vida divina de una manera fina.

El resultado de este crecimiento consistirá en que nuestra función se hará manifiesta. La función procede del crecimiento, y el crecimiento proviene de la fina obra en vida efectuada por la Cabeza.

Observemos lo que dice Efesios 4:15-16: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Todos debemos crecer hasta la medida de la Cabeza; luego, proveniente de la Cabeza, recibiremos el suministro. Sin importar qué parte del Cuerpo seamos, recibiremos el suministro de la Cabeza, a fin de que ejerzamos nuestra función y ministremos vida al Cuerpo. Esta es la manera en que el Cuerpo de Cristo será edificado.

Colosenses 2:19, al igual que el pasaje de Efesios, habla sobre asirnos “de la Cabeza, en virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo

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entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento de Dios”. Podríamos ser coyunturas, las cuales suministran al Cuerpo, o ligamentos, los cuales entrelazan a los miembros del Cuerpo.

El Cuerpo sólo tiene una Cabeza. Consideren cuán ocupado debe estar Él, nuestra Cabeza, cuidando de cada uno de nosotros. Cristo, en Su ministerio celestial, se preocupa por todos nuestros pormenores. Él ejerció Su autoridad como Cabeza sobre mí, y me dio la carga de venir a ministrarles Su persona a ustedes. Él les da la carga a los ancianos para que tengan comunión con ustedes; Él mueve a los miembros más cercanos a ustedes para que tengan comunión con ustedes y oren juntos; Él los constriñe a ustedes a que tengan contacto con Él, a fin de disciplinarlos y de suministrarles las riquezas que ustedes necesitan. En la medida que ustedes reciban la ayuda y disfruten de Él, crecerán. Luego, quizás Él ejercerá Su autoridad como Cabeza para enviarlos a Neuchatel. Allí podrán dar testimonio y ayudar a los que moran en esa ciudad. Toda esta actividad forma parte del ministerio celestial de Cristo, el cual hace que todos Sus miembros crezcan y ejerzan su función, a fin de que Su Cuerpo sea edificado.

UNA ENTIDAD ORGÁNICA

Lo que les he descrito es la relación orgánica que existe entre Cristo y Su Cuerpo. Ustedes son miembros vivientes de este organismo, y no miembros de una organización. La Cabeza de este organismo es Cristo, quien cuida de cada uno de los miembros y cuida de todos en mutualidad. Todos recibimos Su cuidado bajo Su autoridad como Cabeza. ¡Alabado sea el Señor que aquí, en Europa, existe tal organismo viviente bajo la autoridad de Cristo como Cabeza! Espero que puedan ver que esto es muy diferente de la obra tradicional del cristianismo. El cuerpo físico no ha sido programado artificialmente para que cada miembro funcione de cierta manera; más bien, cada nervio, cada músculo y cada miembro está bajo el control vivo de la cabeza. Todo el cuerpo se somete orgánicamente a la autoridad de la cabeza.

La actividad del cuerpo físico, la cual es gobernada por la cabeza, es similar al ministerio celestial que Cristo lleva a cabo como Cabeza. Él no necesita de ninguna organización cristiana para que Su Cuerpo sea edificado. Él obra orgánicamente, primero para levantar apóstoles, y luego para hacer que todos los miembros crezcan y ejerzan su función. Esta obra da por resultado que el Cuerpo se edifique a sí mismo.

Mi carga, bajo la autoridad orgánica de Cristo como Cabeza, no es hablarles para que se emocionen, sino ministrarles vida. Estoy seguro de que Cristo ha sido impartido en ustedes, lo cual hace que sean constreñidos a contactarlo y decirle: “Señor Jesús, te amo. Tú eres mi vida. Tú eres todo lo que necesito. Abro mi ser a Ti. Quiero ser ganado y ocupado por Ti. Quiero que Tu Persona sature todo mi ser”. Quizás ya hayan estado orando de esta manera. Si han orado de esta

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manera, esto indica que se encuentran bajo la autoridad de Cristo como Cabeza, es decir, bajo Su ministerio celestial, recibiendo la vida que Él ministra en ustedes para que se obtenga el crecimiento y la función de Su Cuerpo.

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CAPÍTULO CINCO

COOPERAR CON EL MINISTERIO CELESTIAL DE CRISTO BAJO SU AUTORIDAD COMO CABEZA

Lectura bíblica: Hch. 8:26-39; 9:10-11; 10:1-3, 9-22; Col. 2:18-19; Ef. 4:14-16

El Señor ha estado ministrando en los cielos desde el momento en que ascendió. Sin embargo, para que este ministerio se lleve a cabo en la tierra, necesitamos corresponder al mismo. Han pasado casi veinte siglos y no se ha logrado mucho en la tierra. Por consiguiente, al acercarse el fin de esta era, es urgente que cooperemos con el ministerio del Señor.

UNA DOBLE COOPERACIÓN

Los versículos arriba mencionados son ejemplos que recalcan nuestra cooperación. Todas las citas tomadas de Hechos se refieren a un mover en vida que propaga el evangelio. Durante el tiempo de los Hechos, los discípulos se movían en vida juntamente con el Señor. Vemos esto en el caso de Felipe y el eunuco etíope, en el caso de Ananías y Saulo, y en el caso de Pedro y Cornelio. En cada uno de estos casos vemos un mover en vida efectuado en la esfera de la vida divina, un mover que correspondía con el ministerio del Señor en los cielos.

En contraste, las citas tomadas de las epístolas muestran el crecimiento y la función en vida, más que el mover en vida. Lo que se revela en Efesios y Colosenses no es la actividad del evangelio, sino el crecimiento del Cuerpo y su función. Uno conduce a las personas al Señor, y el otro, edifica el Cuerpo. Para traer a las personas al Señor se requiere de un mover en vida; pero para que el Cuerpo sea edificado, se requiere del crecimiento y de la función en vida.

El mover en vida, el cual trae a las personas al Señor, es externo; en cambio, el crecimiento en vida, el cual edifica el Cuerpo, es interno. Tenemos que cooperar con el ministerio celestial de Cristo, tanto en el aspecto interno como en el externo.

COOPERAR CON EL MOVER EN VIDA

En Hechos 8, 9 y 10, el Señor guió a Sus discípulos externamente con miras a la predicación del evangelio. El Señor ministró desde los cielos para motivar y mover a algunos de Sus discípulos. Supongamos que en aquel tiempo Felipe se encontrara alejado del Señor por haber amado al mundo, que Ananías hubiera caído en pecado y que Pedro hubiera regresado a Galilea a pescar. Aunque Cristo ministrara desde los cielos, no habría obtenido ninguna respuesta en la tierra. Pero, ¡alabado sea el Señor que estos tres discípulos estuvieron dispuestos a responder a Su ministerio celestial!

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Felipe

Como respuesta al ministerio celestial del Señor, Felipe salió de Jerusalén y fue a Gaza (Hch. 8:26). Al caminar por el desierto, él respondía al Cristo celestial. El Señor tenía un discípulo allí en el desierto que cooperaba con Su mover. Cuando Él le dijo a Felipe: “Acércate y júntate a ese carro” (v. 29), Felipe corrió y escuchó al eunuco leyendo el libro de Isaías. ¿Pueden ver la manera en que Felipe respondió al ministerio celestial de Cristo? Fue por la respuesta de Felipe que el eunuco etíope fue conducido al Señor. Felipe cooperó con el mover en vida para predicar el evangelio.

Ananías

Lo que aconteció en Hechos 9 fue algo similar. Ananías debió haber estado orando cuando recibió una visión desde los cielos. ¡El Señor le habló mediante “la televisión celestial” y lo mandó a visitar a Saulo! Saulo también estaba orando cuando recibió la transmisión de “la televisión celestial”, ¡y vio que Ananías venía a él! Aquí vemos un triángulo maravilloso, compuesto de Cristo, quien ministraba en los cielos, de Ananías y de Saulo, todo esto con el propósito de traer a Saulo al Señor.

Pedro

En Hechos 10, un centurión romano llamado Cornelio estaba orando cuando un ángel vino a él y le dijo que enviara a buscar a Pedro. Supongamos que Pedro no hubiera estado disponible cuando los mensajeros de Cornelio llegaban a buscarle. Si Pedro hubiera estado pescando, los mensajeros habrían regresado con las manos vacías y desanimados. Pero aun antes de que llegaran los hombres, Pedro estaba en oración, y ¡recibió la transmisión de “la televisión celestial”! Él vio que descendía de los cielos un objeto semejante a un lienzo lleno de animales inmundos, y oyó una voz que dijo: “Levántate, Pedro, mata y come”, a lo cual él respondió: “Señor, de ninguna manera”. ¡Este maravilloso programa de “televisión celestial” se repitió tres veces! Mientras Pedro estaba perplejo sobre lo que significaría la visión que había visto, los mensajeros se presentaron a la puerta preguntando por él. Así que, él fue con ellos, y Cornelio junto con su familia y probablemente también los soldados, todos fueron traídos al Señor.

Esta es la predicación apropiada del evangelio; es el mover efectuado en la vida divina bajo el ministerio celestial de Cristo. Este no es un movimiento organizado por alguna junta misionera. Cristo, la Cabeza, ejerció Su autoridad para mover a Sus discípulos aquí y allá. Ellos estaban alertas y cooperaron con Su ministerio procedente de los cielos. Espero que la predicación del evangelio en Su recobro sea de esta manera: un mover efectuado en vida de forma prevaleciente, que concuerde con el ministerio celestial del Señor bajo Su autoridad como Cabeza.

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Un testimonio

Permítanme darles un ejemplo respecto a esto basado en mi propia experiencia. En julio de 1932, recién había regresado a mi casa después de trabajar en la oficina, cuando llegó un hermano. Realmente él buscaba a otra persona, pero aquel hermano ya se había ido. Como aún era temprano, le sugerí que fuéramos a la playa. Cuando íbamos por el camino, él me hizo algunas preguntas sobre temas espirituales. Le dije que sería bueno sentarnos en la playa y hablar acerca de esos asuntos. Y así lo hicimos, conversando aproximadamente de siete a once de la noche. Hablamos acerca del bautismo por inmersión (nuestra denominación practicaba el bautismo por aspersión).

Al finalizar nuestra conversación, me dijo: “Usted es la persona adecuada para bautizarme, y yo soy la persona adecuada para ser bautizada; así que, ¡bautíceme esta misma noche!”.

Yo apenas era un joven de veintisiete años, y no era pastor ni anciano, ni siquiera era diácono; así que me resistí y le dije: “¡No, no, no! ¡No puedo! Soy demasiado joven y no soy ni pastor ni anciano ni diácono. ¡No!”.

Él me reprendió: “Usted predica, pero no practica lo que predica. Usted me habló sobre la persona adecuada que debe bautizar, del lugar correcto para ello y del tiempo adecuado. He estado pensando y he llegado a la siguiente conclusión: éste es el lugar correcto (el mar está frente a nosotros, lleno de agua), ésta es la hora correcta (una noche de verano), yo soy la persona adecuada para ser bautizada, y usted es la persona indicada para bautizarme. ¿Cómo puede negarse a llevar esto a cabo?”.

Me convenció, y a pesar de que no teníamos un cambio de ropa, entramos en el agua y lo bauticé. Después de eso, ¡ambos estábamos en el tercer cielo!

Dos días después, un jueves, yo estaba en la oficina y quise anotar su nombre, pero no supe cómo deletrearlo; así que le pedí ayuda a uno de mis colegas de trabajo que lo conocía bien. A él le intrigó que yo quisiera saber cómo escribir el nombre de su amigo y me preguntó qué había sucedido.

Le dije: “¿Quiere saber lo que sucedió? ¡Anteanoche lo bauticé en el mar!”.

Él se sorprendió mucho, pero más me sorprendí yo cuando me dijo: “¡Usted lo bautizó! ¡Bien, pues yo también quiero que usted me bautice esta noche!”.

En la oficina había otro compañero que también había sido salvo, así que le pedí que me permitiera hablar primero con él. Él estuvo de acuerdo en acompañarnos. Después de salir del trabajo, los tres, junto con el hermano a quien había bautizado antes, fuimos a la playa. Yo le pedí a este hermano recién bautizado que bautizara a los otros, pero él se negó. Esto me inquietó: ¿por qué estaba yo

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bautizando a las personas como si fuera un pastor? A pesar de ello, bauticé a los dos creyentes nuevos.

Después del bautismo, ¡nos regocijamos sobremanera! Caminábamos por las calles hablando acerca de la gracia del Señor. Hacíamos tanto ruido que un hombre que venía detrás de nosotros se acercó y me preguntó: “¿Es usted Witness Lee?”.

Le contesté: “Sí. ¿Por qué pregunta?”.

Nos dijo que venía de una reunión de oración en una iglesia misionera, donde se habían quejado de que yo había bautizado a uno de sus candidatos, sin que yo fuera anciano ni diácono; ¿cómo podía haberme atrevido a hacer tal cosa? Luego, prosiguió: “Cuando los escuché hablando así, quise conocerlo. Nunca me imaginé que lo conocería tan pronto. ¿Cuándo tendrán su próxima reunión?”.

Para el día del Señor, ya había once de nosotros, y una semana después, empezamos a celebrar la mesa del Señor. El Señor ejerció Su autoridad como Cabeza para congregar a las personas. Aunque el número ciertamente era pequeño, estábamos en concordancia con el Cristo celestial. Desde aquel tiempo, mucho se ha logrado, no por medio de una organización, sino por medio del ministerio celestial de Cristo y por medio de Sus discípulos que cooperan con Él en la tierra.

COOPERAR CON EL MINISTERIO CELESTIAL DE CRISTO PARA LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO

Ya hemos mencionado algunos de los eventos más maravillosos que acontecieron en el libro de Hechos, los cuales ejemplifican el mover en vida que el Señor efectuó para ganar personas mediante la predicación del evangelio. Veamos ahora, en las epístolas, cómo se edifica el Cuerpo. La edificación del Cuerpo no se lleva a cabo por medio de un mover, sino por medio del crecimiento en vida. Para que esta obra fina y profunda se realice, se necesita una cooperación más fina de nuestra parte.

Asirse de la Cabeza

Cristo es la Cabeza, y nosotros somos los miembros de Su Cuerpo. Colosenses 2:19 nos recuerda que debemos asirnos de la Cabeza, “en virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento de Dios”. Asirse de la Cabeza significa que existe una comunicación directa entre la Cabeza y nosotros; es decir, no hay separación entre Él y Sus miembros. Los miembros responden a todo lo que la Cabeza les ministra. El resultado de dicha cooperación es el crecimiento en vida. Al asirnos de la Cabeza se realiza un crecimiento interior, y no un mover externo. En esta estrecha comunicación entre la Cabeza y los miembros, todas las

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riquezas de la Cabeza son suministradas a los miembros, y todas las cosas negativas de los miembros son absorbidas por el suministro de vida que procede de la Cabeza.

Crecemos al asirnos de la Cabeza. Uno no crece al estudiar la Biblia o al entender doctrinas. Tal conocimiento no nos ayuda a crecer. La Cabeza misma es la fuente de la vida. Cuando nos asimos de la Cabeza, es decir, cuando nos mantenemos íntimamente conectados con el Señor, entonces Sus riquezas y el suministro de Su vida entran a nuestro ser y llegan a ser nuestro crecimiento en la vida divina.

Crecer hasta la medida de la Cabeza

Efesios 4:15 y 16 dicen: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Estos versículos dan un paso más que Colosenses 2:19. No sólo nos asimos de la Cabeza, sino que también crecemos en Él en todas las cosas. Asirnos de la Cabeza es algo muy personal e íntimo, pero crecer en Él implica cooperar con Él de una manera fina y profunda. Las palabras no son adecuadas para expresar lo que significa crecer en Él, pero quizás algunos ejemplos puedan ayudarnos a entender lo que esto significa.

En el matrimonio

Dios estableció el matrimonio. Hebreos 13:4 dice: “Honroso sea entre todos el matrimonio”. A las hermanas les agrada tener un esposo, y a los hermanos les complace tener una esposa. Si usted todavía no se ha casado, sin duda alguna piensa en lo maravilloso que sería casarse. Indudablemente, ¡el matrimonio es un arreglo maravilloso! No obstante, como alguien que ha estado casado por más de cincuenta años, debo decirles que la vida matrimonial no es fácil. Si usted aún no se ha casado, no conoce todos los problemas que se presentan en el matrimonio. ¿Qué es lo que ocasiona tales problemas? Los problemas ocurren principalmente porque el matrimonio no se halla asido de la Cabeza. Quizás usted esté dispuesto a crecer en el Señor en todas las cosas, menos en el matrimonio. Si usted es sincero, reconocerá que en lo profundo de su ser usted desea mantener su matrimonio fuera del Señor. Algunas hermanas sufren mucho en su vida matrimonial debido a esto. Quizás usted nunca lo exprese abiertamente, pero mantiene cierta reserva con respecto a crecer en el Señor en su vida matrimonial. Por esta razón, en cuanto a su matrimonio, usted no está dispuesto a cooperar con el ministerio celestial del Señor.

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Ir de compras y otras debilidades

Parece que a las hermanas, en especial, les gusta ir de compras. Por ello, en cuanto a este asunto, les cuesta cooperar con el Señor. Lo primero que ellas hacen por la mañana es tener un tiempo maravilloso orando y disfrutando al Señor, pero tan pronto leen el periódico y ven las ofertas, ¡se olvidan del Señor! ¡Sienten urgencia de ir a las tiendas antes de que se agoten los productos en venta! Pero el Señor, que está en los cielos, también está dentro de ellas, y les dice: “¡No vayas!”. Ellas contestan: “¡Señor, sólo esta vez, dame un poco de libertad!”.

¿No actúa usted de esta manera? Muy temprano por la mañana usted cooperaba con el Señor, pero un poco más tarde, su deseo por ir de compras anuló esa cooperación. Ahora el Señor no puede abrirse paso en usted. Él tiene que sufrir, y usted también sufrirá. Si usted va de compras en respuesta a sus propios gustos, más tarde no podrá orar. Posiblemente pasen dos o tres días sin que usted pueda orar. Durante todo ese tiempo, usted no cooperará con el ministerio celestial de Cristo. Él se habrá ido, y la comunicación entre usted y Él se habrá perdido.

Las hermanas no son las únicas que padecen de esta debilidad. Yo también tengo mis debilidades. En muchas cosas he crecido en el Señor, pero en otras, le he dicho al Señor: “Señor, todo este tiempo he estado amándote. ¿Me permites dejar de amarte por un momento? ¿Me podrías dar unas pocas horas de descanso?”. Basado en mi experiencia, me atrevo a decir que esto también les sucede a ustedes. No necesitan contarme acerca de sus debilidades, pues yo también fui joven y tuve la misma clase de debilidades. Al ceder con respecto a mi debilidad, me alejaba del Señor y no crecía en vida.

En cosas grandes y pequeñas

A veces son los asuntos grandes los que nos impiden crecer en el Señor; pero otras veces, son las cosas pequeñas. Quizás pensemos que al Señor no le interesan las cosas pequeñas, tales como el estilo de nuestro cabello. No obstante, ya sea algo pequeño o grande, si no crecemos en el Señor respecto a ese asunto, no podremos cooperar con Él. Yo diría que especialmente debemos crecer en Él en las cosas pequeñas. Tal crecimiento en Él nos mantiene en una cooperación directa con Su ministerio celestial, sometidos a Su autoridad como Cabeza. El ministerio celestial de Cristo requiere una cooperación muy fina y detallada de nuestra parte, lo cual nos permitirá crecer.

El suministro que procede de la Cabeza

Cuando nos asimos de la Cabeza y crecemos en todo en Él, recibimos el suministro de vida que Él imparte al Cuerpo. Al asirnos de Él y crecer en Él, las riquezas de la Cabeza fluyen por medio de nosotros. Me gustan estas dos frases: “en aquel” y “de quien” (véase Ef. 4:15-16). Primero crecemos en Él; luego, el suministro de vida procede de Él. Cuando esto se lleva a cabo en nosotros, nos

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hallamos cooperando con el ministerio celestial de Cristo. Es así como surgen las funciones de los miembros, las cuales edifican el Cuerpo de Cristo.

NUESTRA COOPERACIÓN CON EL SEÑOR

Es menester que nuestra cooperación con el ministerio celestial del Señor incluya dos aspectos. En la actualidad, entre los cristianos parece existir solamente el mover en vida para la predicación del evangelio, pero hay muy poco crecimiento en vida para la edificación del Cuerpo. No debemos descuidar ninguno de estos dos aspectos. El Señor necesita que cooperemos con Él a fin de que Él pueda llevar a cabo Su mover en nosotros y así conduzcamos a las personas a Él. Pero Él también busca nuestra cooperación para que crezcamos en Él, a fin de que algo proceda de Él para suministrar al Cuerpo y edificarlo.

Al cooperar con el ministerio del Señor en estos dos aspectos, Su voluntad se cumplirá. Si no cooperamos, el Señor no podrá llevar a cabo Su ministerio celestial. Es crucial que todos los que estemos en el recobro veamos esto. A fin de propagar el evangelio y edificar Su Cuerpo mediante el crecimiento en vida, el Señor debe contar con nuestra cooperación aquí en la tierra; debemos cooperar con lo que Él está ministrando desde los cielos. Tenemos que orar mucho para que se lleve a cabo dicha cooperación.

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CAPÍTULO SEIS

CÓMO ASIRNOS DE LA CABEZA Y CRECER EN TODO EN ÉL

Lectura bíblica: Col. 2:18-19, Ef. 4:14-16; Ro. 6:3; 1 Co. 1:9, 24, 30; 2:2; 15:22, 45; 2 Co. 3:17-18; Gá. 5:4; Ef. 3:16-17; Fil. 1:21a; 3:8; Col. 1:18; 3:4, 11

La meta del ministerio celestial de Cristo es cumplir el propósito eterno de Dios. Lo que Dios desea es obtener la iglesia. A fin de que la iglesia sea una realidad, se requieren dos clases de obras: la primera obra es el mover en vida, el cual se efectúa de manera externa y tiene que ver con la predicación del evangelio para llevar a las personas a Dios; la segunda obra es el crecimiento en vida, el cual se realiza de forma interna y tiene que ver con la edificación del Cuerpo de Cristo.

El primer aspecto de la obra se ha llevado a cabo ampliamente en los siglos pasados. Muchos cristianos celosos han salido como misioneros para propagar el evangelio; incluso hoy, muchos de los cristianos que buscan más del Señor siguen poniendo esto en práctica.

No obstante, con respecto a la edificación del Cuerpo, encontramos que este aspecto ha sido descuidado grandemente. Muchos cristianos ni siquiera saben lo que significa crecer en vida, y muy pocos saben que es necesario que sea edificado el Cuerpo de Cristo. Millones de personas han sido conducidas al Señor, pero debido a que han crecido muy poco en la vida divina, existe muy poca edificación. Son contados los cristianos que se preocupan por esta fina obra interior. Tengo la carga de que, en cuanto a este aspecto del mover del Señor en los cielos, debemos corresponderle de una manera más fina y profunda.

Esta cooperación por parte nuestra requiere que nos asgamos de la Cabeza y crezcamos en Él (Col. 2:19; Ef. 4:15). La medida en que nos asgamos de la Cabeza y crezcamos en Él, determinará cuánto cooperaremos con Él en la vida interior para la edificación del Cuerpo. No obstante, es posible que nunca antes hayamos escuchado estos dos términos cruciales. ¿Le ha hablado alguien a usted sobre esto? ¿Ha escuchado usted algún sermón acerca de cómo asirse de la Cabeza o de cómo crecer hasta la medida de la Cabeza? Cristo es su Cabeza. Él es la Cabeza del Cuerpo. Todos los miembros del Cuerpo deben asirse de la Cabeza y crecer en Él en todas las cosas.

LOS ESCRITOS DE PABLO

Las epístolas de Pablo se dividen en dos grupos. En la Biblia, la secuencia de estas epístolas es muy significativa. Las primeras siete epístolas, desde Romanos hasta Colosenses, forman un grupo, en el cual se encuentran Romanos así como 1 y 2 Corintios. A estas tres epístolas, le siguen otras cuatro, a las que he llamado el corazón de la revelación divina, a saber: Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses. Por lo tanto, el primer grupo está conformado por tres epístolas más cuatro.

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En el segundo grupo están las siguientes epístolas: 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón, las cuales suman un total de seis. Por supuesto, también está la epístola a los Hebreos, cuya autoría ha causado mucha polémica. Yo creo firmemente de que hay suficiente evidencia que comprueba que el autor de Hebreos fue Pablo. Estas siete epístolas se componen de cuatro más tres. Las dos epístolas a los Tesalonicenses y las dos epístolas a Timoteo suman cuatro, y el otro grupo de tres está compuesto de Tito, Filemón y Hebreos. En este mensaje no hablaremos acerca del segundo grupo de siete epístolas, sino que, más bien, nos centraremos en el primer grupo.

El primer grupo de siete epístolas aborda tres asuntos principales: el Cristo que vive en nosotros, el Cristo todo-inclusivo y la iglesia. Estos son los asuntos cruciales en el ministerio de Pablo, el cual completa la Palabra de Dios (Col. 1:25). Para que la obra de Dios sea completada o consumada en nosotros, tenemos que experimentar al Cristo que vive en nosotros, comprender que Cristo lo es todo y recibir la visión de la iglesia gloriosa. Este es el énfasis de las primeras siete epístolas de Pablo. A continuación, veremos cómo los escritos de Pablo recalcan estos tres aspectos.

UNA PERSPECTIVA DE LAS PRIMERAS SIETE EPÍSTOLAS

En los dieciséis capítulos de Romanos se abordan diferentes asuntos. No obstante, según Martín Lutero, el tema principal de este libro es la justificación por la fe. En realidad, sería más preciso decir que su mensaje es que Dios nos trasladó de Adán a Cristo, lo cual incluye la justificación por la fe. Por medio de nuestros padres nacimos en Adán, pero cuando creímos en el Señor Jesús, fuimos sacados del primer hombre, Adán, y fuimos trasladados a Cristo. Romanos 6:3 declara que hemos sido bautizados en Cristo Jesús; ahora estamos en Él. Ya no estamos en Adán, sino en Cristo.

En 1 Corintios dice que hemos sido “llamados a la comunión de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor” (1:9). Muchos cristianos tienen el concepto superficial de que Dios los ha llamado para que un día ellos puedan ir al cielo. Sin embargo, este versículo dice que hemos sido llamados a la comunión de Cristo, es decir, a participar de Él y disfrutarle. Él debe ser nuestro disfrute. Él es el poder y la sabiduría de Dios (1:24). Debido a que estamos en Él, Él es para nosotros “sabiduría, justicia, santificación y redención” (1:30). Puesto que tenemos a un Cristo tan vasto a quien podemos disfrutar, Pablo “se propuso no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (2:2). En 15:22 Pablo añade que “en Cristo todos serán vivificados”. Cristo nos vivifica, porque siendo el último Adán, Él es el Espíritu vivificante (15:45). Todos estos aspectos de Cristo, presentados en dicha epístola, nos son revelados para que lo disfrutemos a Él, y tenemos acceso a ellos porque Él ha llegado a ser el Espíritu vivificante.

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En 2 Corintios se le da continuación al tema de que el Señor es el Espíritu (3:17). Por nuestra parte, debemos quitarnos los velos para que podamos mirar y reflejar al Señor. “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu” (3:18). Al contemplar a Cristo y reflejarle, somos transformados de gloria en gloria a Su imagen, como por el Señor Espíritu. El título Señor Espíritu, es un título compuesto que se refiere a Cristo.

Pablo les advirtió a los creyentes gálatas que si ellos trataban de guardar la ley, serían reducidos a nada, estarían separados de Cristo (Gá. 5:4). A Pablo le preocupaba que ellos no permanecieran en Cristo y que fueran distraídos por la ley o por la religión. Si ellos volvían a la ley o a la religión, serían privados de todo el provecho de tener a Cristo y así estarían separados o desligados de Él, haciendo que de nada les sirviera Cristo. Adoptar la circuncisión como requisito para ser salvos implicaba renunciar a Cristo, quien, de ser así, de nada les aprovecharía.

En Efesios Pablo oró que el Padre fortaleciera a los creyentes “con poder en el hombre interior por Su Espíritu; para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe” (3:16-17). Nuestro hombre interior tiene que ser fortalecido para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Él tiene que llenarnos al grado de que todo nuestro ser llegue a ser Su hogar.

En Filipenses 1:21 Pablo dice: “Para mí el vivir es Cristo”. Cristo era todo para Pablo. En 3:8 Pablo expresa cuán precioso era Cristo para él, diciendo: “Aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Debido a que Cristo era de inmensurable valor para Pablo, él contaba todo como pérdida a fin de ganarlo.

Además, Colosenses nos habla de la grandeza de Cristo. “Y El es la Cabeza del Cuerpo que es la iglesia; El es el principio, el Primogénito de entre los muertos, para que en todo El tenga la preeminencia” (1:18). Él es todo-inclusivo; Él es la realidad de todas las cosas positivas (2:17); Él es ahora nuestra vida (3:4); y en el nuevo hombre, Cristo es el todo y en todos (3:11).

¡Cuán inmensurablemente grande es el Cristo que Pablo vio! Todos necesitamos recibir tal visión a fin de asirnos a la Cabeza.

DISTRAÍDOS POR LAS PROFECÍAS

Cuando fui salvo, llegué a amar mucho al Señor y Su Palabra. De joven, amaba la Biblia y me propuse entender todos los versículos de la misma. ¡Decidí dedicar toda mi vida a ello! Ahora sé que la Biblia es muy profunda como para poder entenderla completamente. Al principio, pensé que estaba progresando en mis esfuerzos; buscaba libros acerca de la Biblia e iba dondequiera que la enseñaban. Con el tiempo, fui cautivado por la Asamblea de los Hermanos. Cuando empecé a

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asistir a sus reuniones, ellos estaban predicando acerca de las setenta semanas mencionadas en Daniel (Dn. 9:24-27). Durante todos los años que había pasado en el cristianismo, desde mi infancia, nunca había escuchado sobre estas setenta semanas; yo estaba fascinado. Después escuché acerca de los diez dedos de los pies, de las cuatro bestias y de los diez cuernos, y empecé a estudiar sobre estos temas extraños pero bíblicos. Durante los años que estuve reuniéndome en la Asamblea de los Hermanos, no recuerdo haber oído ningún mensaje acerca de Cristo. Un día, me di cuenta de que mi condición espiritual era muy pobre. Había aprendido mucho acerca de las profecías, pero estaba muerto espiritualmente y sin fuerza alguna. En mi desánimo, me volví al Señor y dejé de prestarle atención a los diez dedos, a los diez cuernos, a las cuatro bestias y a las setenta semanas.

¡Me volví a Cristo, al Espíritu, a la vida divina y a la iglesia! Desde 1932, mi atención se centró en estos asuntos, los cuales son los temas que usted escuchará en el recobro del Señor, mensaje tras mensaje. Les advierto a los jóvenes que no se distraigan por otras cosas. Probablemente alguien les pregunte sobre el significado de los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas; si ustedes no conocen tales cosas, esto les hará sentir que su conocimiento de la Biblia es muy limitado, pues todo lo que conocen es Cristo, el Espíritu, la vida divina y la iglesia. Los jóvenes están ávidos de conocimiento. Si ustedes son distraídos por las profecías, no estarán asidos de la Cabeza. Con esto no quiero decir que no deban estudiar otros asuntos en la Biblia; ciertamente deben estudiarlos, pero con el entendimiento de que todos esos otros temas son de menor importancia. En la Biblia, lo más valioso es Cristo, el Espíritu, la vida divina y la iglesia.

DISTRAÍDOS POR LAS DOCTRINAS

Es fácil desviarse de Cristo. Conozco a algunas personas que han sido distraídas en su afán por guardar el sábado. En lugar de centrarse en Cristo, en el Espíritu todo-inclusivo, en la vida divina y en la iglesia, ellos hablan acerca del séptimo día. Otros son distraídos por la manera de poner en práctica el bautismo. Es posible que un predicador le pregunte a usted qué clase de bautismo se practica en la iglesia: si practicamos el bautismo por aspersión o por inmersión, o en qué nombre se bautizan las personas, o si se debe bautizar yendo hacia delante o hacia atrás, y cuántas veces debemos bautizarnos. ¿Cuál sería su respuesta? ¿Sería usted distraído por estas cosas? En cierta ocasión recibí una carta de una hermana que había asistido a la reunión de la mesa del Señor en Los Ángeles, y en esa carta ella protestaba que en la mesa del Señor se servía vino. ¿Cómo respondería usted a esa carta? He pasado bastante tiempo estudiando si se debe servir vino o jugo de uva en la mesa del Señor. Podemos argumentar acerca de ambas cosas; no se puede decir nada definitivo. Así que, ¿cuál es el beneficio de discutir acerca de tales asuntos? ¿Deben las hermanas cubrirse la cabeza? Esta es otra de las preguntas que posiblemente les hagan. Si usted dice que las hermanas deben cubrirse la cabeza, entonces ellos le preguntarán de qué color debe ser el

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velo y qué forma debe tener y cuál debe ser su tamaño. Aléjense de todos esos razonamientos que los distraen de Cristo.

Lo que les diría es: ¡manténganse asidos de la Cabeza! El cristianismo ha caído en miles de divisiones debido a tantas distracciones. Cuando les presenten esas preguntas, oren en silencio, diciendo: “Señor, ten misericordia de mí. Ayúdame a asirme de Ti como mi Cabeza. No quiero ser atrapado por ninguna pregunta que me desvíe de Ti. Te tomo como mi Cabeza”.

Cuando Pablo escribe, en Colosenses 2:19: “No asiéndose de la Cabeza”, él se refiere a aquellos que distraían a la iglesia volviéndola al judaísmo, a la filosofía griega y al gnosticismo. Solamente cuando nos asimos de la Cabeza seremos guardados y no seremos distraídos, de modo que así podremos cooperar con el ministerio celestial de Cristo. Con tal que nos mantengamos asidos de la Cabeza, creceremos. La razón por la que muy pocos cristianos cooperan con el ministerio celestial de Cristo radica en que se han desviado de Él y han dejado de asirse a la Cabeza.

Efesios 4:14 dice: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un sistema de error”. El viento que sacude a los niños, es la enseñanza. No necesariamente tiene que ser un viento de herejía, pues inclusive una doctrina apropiada y bíblica nos puede zarandear, ya sea alejándonos de Cristo, la Cabeza, así como también de la iglesia, el Cuerpo. Esos vientos son parte del sistema que Satanás usa para engañar a los creyentes y alejarlos de Cristo. ¡Cuán importante es asirnos de la Cabeza y no permitir que ninguna doctrina, sin importar lo bíblica que sea, nos desvíe de Él!

DARLE AL SEÑOR LIBRE ACCESO A NUESTRO SER

Al asirnos de la Cabeza, crecemos en Él (Ef. 4:15). Gradualmente descubriremos que, con respecto a una gran cantidad de cosas, no estamos en Cristo. Al darnos cuenta de ello, oraremos: “Señor, hazte cargo de todo. Te doy libre acceso en mí con respecto a estos asuntos”. En esto consiste crecer en vida de forma práctica. Ciertamente pertenecemos a Cristo, pero con respecto a muchas cosas, no estamos en Él. En tales cosas Él no tiene libre acceso en nuestro ser. Por ejemplo, quizás con respecto a nuestra manera de hablar, Él no tenga libre acceso en nosotros. Al asirnos de la Cabeza, percibiremos que la manera en que hablamos no concuerda con Cristo. Si le pedimos al Señor que tome posesión de esta área, creceremos en vida respecto a nuestra manera de hablar.

Muchos cristianos aman al Señor, pero Él no tiene libre acceso en ellos debido a que no están asidos de Cristo. Cuando estén asidos de Él, el Espíritu en ellos les hablará sobre su manera de vestir. Si ellos dicen: “Señor, te doy permiso para que cambies mi manera de vestir”, Él vendrá y tomará posesión de esta área.

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Podemos decir lo mismo en cuanto a la manera en que un hermano trata a su esposa o con respecto a la actitud de una hermana para con su esposo. Quizás amemos al Señor, pero en nuestra relación matrimonial no le damos la mínima oportunidad para que Él obre en nosotros. A medida que nos mantengamos asidos de la Cabeza, el Espíritu que está en nosotros nos dirá que Cristo no forma parte de nuestra actitud para con nuestro cónyuge. Pero si le damos libre acceso al Señor, Él nos llenará cada vez más.

La manera apropiada de crecer en la vida divina es darle al Señor libre acceso en nuestra vida diaria. No obtenemos el crecimiento acumulando conocimiento bíblico. Crecer en vida equivale a permitir que el Señor tenga libre acceso en nosotros y se encargue de cada uno de nuestros asuntos prácticos. Si hacemos esto en cuanto a cada asunto que nos atañe y con respecto a cada opinión que tengamos, creceremos en todas estas áreas particulares. Gradualmente, el Señor nos llenará y poseerá todo nuestro ser, hasta que lleguemos a la madurez. Por medio de este crecimiento en vida, nuestra función emergerá y el Cuerpo será edificado. Esta es la cooperación fina y profunda que debemos ejercer para con el ministerio celestial de Cristo. Es por medio de esta cooperación que las iglesias son edificadas.

LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO DE CRISTO

¡Que todos veamos que en la economía de Dios, lo único que cuenta es Cristo! Los creyentes hemos sido trasladados e introducidos en Él. Cristo es nuestra porción, nuestro disfrute y nuestra vida. Él es el Espíritu vivificante, y Él tiene que ser todo para nosotros. Tal visión nos guardará; así, no permitiremos que ninguna doctrina nos distraiga. ¡Las doctrinas son como bestias salvajes que siempre acechan en espera de devorarnos! Debemos asirnos de la Cabeza con temor y temblor. De esta manera, el Espíritu nos hablará día tras día, diciendo: “Aun retienes control de este asunto. En aquella área de tu vida, no has cedido terreno al Señor. Y en aquel asunto, no les ha dado al Señor libre acceso en ti. Y en aquello, tú todavía estás al mando”.

Pero si nos asimos de la Cabeza, responderemos: “Señor, en este asunto te cedo el terreno. Y en aquello, abro mi ser a Ti para que tomes control de la situación”. Tal respuesta permitirá que crezcamos en vida. Cristo crecerá en nosotros cada vez que le cedamos más terreno en nuestro corazón. Tal cooperación vital con el ministerio celestial de Cristo es más fina que el mover externo en vida, el cual conduce a las personas a la salvación; cooperar con Él de esta manera profunda hace posible la edificación de Su Cuerpo.

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CAPÍTULO SIETE

EL SACERDOCIO CELESTIAL DE CRISTO Lectura bíblica: He. 2:17; 3:1; 4:14-16; 5:5-6, 10; 6:20; 7:27-28; 8:1; 10:21; Ro. 8:34

Como probablemente ya saben, la Biblia dice que Cristo tiene tres oficios: profeta, sacerdote y rey. En Su primera venida, Cristo vino principalmente como Profeta, según se predice en Deuteronomio 18:15 y 18. En Su ministerio terrenal, Él habló por Dios, proclamó a Dios, enseñó a Sus discípulos y profetizó. Este fue el papel que Él desempeñó como profeta. Luego, en la última parte de Su ministerio terrenal, Él comenzó a ofrecerse a Sí mismo a Dios, lo cual culminó en la cruz, donde se ofreció como sacrificio para Dios en lugar nuestro. Así, Él cumplió Su función como Sacerdote. Y desde ese punto en adelante, ésta ha sido Su función.

EL SACERDOCIO TERRENAL HA SIDO CONSUMADO

En los tiempos levíticos, los sacerdotes realizaban dos clases de trabajo. El primero consistía en ofrecer sacrificios a Dios en el atrio, alrededor del altar. Una vez que las ofrendas eran presentadas, los sacerdotes entraban al Lugar Santo. Únicamente el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo. Allí, en nombre del pueblo, ellos ministraban a Dios.

La primera función sacerdotal representa el sacerdocio terrenal de Cristo; la segunda, Su sacerdocio celestial. Cuando Cristo se ofreció a Dios en la cruz por nosotros, Él lo hizo como un sacerdote que estaba en el atrio. Posteriormente, después de Su resurrección, Él entró en el tercer cielo, el cual equivale al Lugar Santísimo. Allí, Él continúa sirviendo como un sacerdote celestial. Ahora estudiaremos este segundo aspecto de Su sacerdocio.

La función principal de Cristo hoy en día es llevar a cabo dicho sacerdocio celestial. Este es un tema muy vasto, un tema que el libro de Hebreos aborda de una manera exhaustiva. Debido a que en este mensaje estamos limitados por el tiempo, les recomiendo que lean los mensajes del Estudio-vida de Hebreos que tratan sobre este asunto (principalmente los mensajes 13, 27, 28, 31, 32, 33, y 35).

NUESTRO SACERDOTE ES TANTO HUMANO COMO DIVINO

A fin de que Cristo pudiera ser un sacerdote, Él tenía que ser un hombre (He. 2:16-17). El sumo sacerdote era “tomado de entre los hombres” (5:1); si éste hubiera sido un ángel, no habría entendido los problemas humanos. Pero debido a que se escogía el sacerdote de entre los hombres, él podía compadecerse de las debilidades humanas. Hoy, nuestro Sumo Sacerdote, Cristo Jesús, ¡es un Hombre! Él ha participado de nuestra misma naturaleza, es decir, de sangre y carne. El Señor fue hecho igual a nosotros en todas las cosas; Él comía y bebía, e incluso algunas veces lloró. Él derramó lágrimas frente al sepulcro de Lázaro (Jn.

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11:35); además, lloró sobre Jerusalén al final de Su ministerio terrenal (Lc. 19:41); y, en otra ocasión, oró “con gran clamor y lágrimas” (He. 5:7), en el huerto de Getsemaní. Aun en la actualidad, Él es un hombre, a saber, un hombre en la gloria. Hebreos 4:15 dice: “Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo igual que nosotros, pero sin pecado”. Debido a que Él conoce por completo todas nuestras debilidades y problemas, Él puede compadecerse de nosotros. ¡Este Hombre es nuestro Sumo Sacerdote!

¡Nuestro Sumo Sacerdote también es Dios! Debido a que Él es humano, puede compadecerse de nosotros; pero como también es divino, puede cuidarnos. En el Antiguo Testamento, Aarón el sumo sacerdote podía compadecerse de las personas, pero debido a que él no era divino, muchas veces no podía ayudarles. Sin embargo, nuestro Sumo Sacerdote no fue designado según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec (He. 5:6, 10: 6:20). En Génesis no se presenta la genealogía de Melquisedec (14:18-20); esto se debe a que él era un tipo apropiado del Cristo eterno, el cual había de ser nuestro Sumo Sacerdote eternamente. Como Hombre, Cristo conoce nuestro caso y se compadece de nosotros; como Dios, Él es apto para hacerse cargo de todas nuestras necesidades. ¡Aleluya por este Dios-hombre, quien es nuestro Sumo Sacerdote!

El sacerdocio de Cristo no fue “designado conforme a la ley del mandamiento carnal, sino según el poder de una vida indestructible” (He. 7:16). Aarón fue designado sumo sacerdote conforme a la impotente letra de la ley, pero Cristo fue designado según el poderoso elemento de una vida indestructible. Nuestro Sumo Sacerdote está constituido de una vida que nadie puede conquistar, ¡pero que a la vez lo conquista todo! Dicha vida no puede ser destruida. Es una vida capaz de salvarnos por completo; es la vida eterna, divina e increada; es la vida de resurrección, que pasó la prueba de la muerte y el Hades.

En la actualidad, nuestro Sumo Sacerdote está en el Lugar Santísimo sirviendo a Dios en beneficio nuestro. ¡Él es nuestro Representante en la corte suprema de los cielos! Es nuestro Abogado, quien lleva nuestro caso delante de Dios. En verdad, no alcanzamos a comprender todo lo que Cristo está haciendo por nosotros. Aunque Su obra redentora ya se efectuó, Su servicio celestial por nosotros nunca cesa.

INTERCEDE POR NOSOTROS EN NUESTRAS NECESIDADES

¡Cuánto necesitamos al Señor!

Te necesito, oh te necesito;

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Te necesito a cada hora.

Hymns [Himnos], #371

Ciertamente necesitamos al Señor a cada hora. No sabemos qué puede suceder de una hora a la otra. Podemos decir aleluya o amén en la reunión, pero cuando lleguemos a casa, es posible que nuestro gozo se desvanezca, y en lugar del aleluya y del amén permanezcamos callados y estemos molestos. Quizás haya surgido un problema, o quizás hayamos salido al aire frío y nos hayamos resfriado. Cualquiera que sea la razón de nuestro desánimo, Cristo está allí cuidándonos. Él nos sostiene cuando estamos molestos o enfermos. Su intercesión por nosotros nunca cesa. Su capacidad con respecto al cuidado que nos brinda es ilimitada, debido a que Él es el Dios todopoderoso. Su sacerdocio es un ministerio de intercesión que se lleva a cabo en los cielos, en el Lugar Santísimo, y que se realiza delante de Dios a nuestro favor.

Usualmente no estamos conscientes de Su intercesión, pero en ocasiones sí percibimos que Él nos está cuidando. Quizás hemos estado en medio de una discusión con nuestra esposa, cuando de repente nos quedamos sin palabras. ¿Por qué cesan las palabras de enojo? Antes de que usted fuera salvo, ¿había tenido tal experiencia? En mi caso, la ira podía durar todo el día, e incluso hasta el día siguiente. Pero desde que recibí la salvación, nunca más he podido enojarme desmedidamente. Hasta donde recuerdo, mi enojo sólo ha durado unos pocos minutos. ¿Cuál es el caso suyo? ¿Cuánto tiempo permanece usted enojado? No dura mucho tiempo porque Cristo está intercediendo por usted delante del trono de Dios, y Su intercesión siempre es escuchada.

A veces, cuando hay problemas, nos ponemos ansiosos. Antes de haber sido salvos, nuestras preocupaciones eran interminables. Pero ahora, cada vez que nos sentimos ansiosos, inmediatamente sentimos una sensación tierna y confortante diciéndonos: “¿Por qué no oras? No es necesario que te preocupes”. Esta sensación es el efecto que produce la intercesión de Cristo por nosotros. Entonces respondemos: “Gracias Señor. Tú eres quien sobrelleva mis preocupaciones. Todos mis afanes están en Tus manos”. Tan pronto emitimos unas cuantas palabras, ¡la ansiedad se esfuma! Podemos deleitarnos en Él. Esta es la intercesión sacerdotal de Cristo llevada a cabo a nuestro favor, la cual no tiene fin.

En Romanos 8:34 Pablo pregunta: “¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. No hay nadie que pueda condenarnos. Cristo, por supuesto, tampoco nos condena; Él murió por nosotros, resucitó, y ahora está en los cielos intercediendo a nuestro favor. Su ministerio celestial consiste en cuidar de nosotros.

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Todos hemos tenido experiencias en las cuales nuestro fiel Sumo Sacerdote nos ha brindado Su cuidado. Muchas veces Él nos ha atendido, consolado, fortalecido y aun sostenido. Si tuviéramos tiempo, podríamos escuchar muchos testimonios, uno tras otro, de cómo hemos recibido ayuda, no de forma externa sino proveniente de nuestro interior. La ayuda también procede de los cielos. Hay algo por dentro y algo desde los cielos que nos fortalece, nos sustenta, nos consuela y nos alumbra. Si no fuéramos sostenidos por la intercesión de nuestro Sumo Sacerdote, nos habríamos dado por vencido hace mucho tiempo. Sin embargo, hemos sido preservados, no por nosotros mismos, sino por nuestro Sumo Sacerdote.

Nuestro Sumo Sacerdote es apto para ejercer Su oficio. El libro de Hebreos nos presenta Sus credenciales. Él es el Hijo de Dios (1:5), el Hijo del Hombre (2:6-9), el Autor o Capitán de nuestra salvación (2:10), el Apóstol enviado por Dios a nosotros (3:1) y el verdadero Josué, quien nos introduce en el reposo (4:8). Él reúne todas estas cualidades, y ahora mismo está cuidando de nosotros en cuanto a cada detalle. Su intercesión es muy preciosa para el Padre. Desde el trono, Dios valora el sacerdocio de Su Hijo, y nosotros también debemos apreciarlo.

Él ora por usted y por mí día y noche. Quizás usted se haya alejado del Señor y de la vida de iglesia, y sus oídos llegaron a estar sordos para todo aquel que quería ayudarle. Pero un día, quizás mientras estaba muy lejos en lo alto de una montaña, pensó lo siguiente: “¿Por qué no regresas a la iglesia?”. Allí, solo, sin ser influenciado por nadie, usted escuchó esas palabras dentro de su ser. ¿Cómo explicamos esto? No hay duda de que éste es el efecto que produce el sacerdocio celestial de Cristo. La intercesión de Cristo lo conmovió a usted mientras estaba lejos, y lo trajo de regreso a Dios.

En realidad, no necesitamos mucha ayuda de forma externa. ¡Contamos con un Ayudante en los lugares celestiales! Nuestro socorro viene de los cielos y llega a nuestro espíritu; la ayuda proviene de nuestro interior. ¡Tenemos tal Sumo Sacerdote!

NUESTRA COOPERACIÓN CON LA INTERCESIÓN CELESTIAL DE CRISTO

En Hebreos 4:14-16 leemos: “Por tanto, teniendo un gran Sumo Sacerdote... acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”. Después de describir a nuestro Sumo Sacerdote, quien se compadece de nuestras debilidades, el escritor de Hebreos nos exhorta a acercarnos al trono de la gracia. Es así, acercándonos confiadamente, que cooperamos con la intercesión celestial de Cristo.

¿Dónde está el trono de la gracia? Debemos responder que está en los cielos y en nuestro espíritu. Si el trono de la gracia sólo estuviera en los cielos, ¿cómo podríamos ir a él? Según nuestra experiencia, el trono también está en nuestro

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espíritu. Por ejemplo, supongamos que estemos ansiosos por algo. La ansiedad es característica de una persona inteligente. Sólo aquellos que son insensatos están siempre contentos sin que les importe lo que sucede en su entorno. Si somos personas alertas y concienzudas, muchas cosas nos causarán ansiedad. Cuando estamos solteros, nuestros pensamientos giran en torno a nuestros propios asuntos. Pero una vez que nos casamos, hay dos personas por las cuales nos preocupamos. En vez de pensar sólo en nosotros mismos, nos preocupamos también por nuestro cónyuge. ¿Qué acerca de la conversación que tuvimos la noche anterior? ¿Qué pasará con nuestro futuro? ¿Qué sucederá si uno de los dos se enferma? Necesitamos tener la manera de enfrentar esas situaciones y pensamientos complicados. ¡Gracias a Dios que nuestro espíritu está conectado al Lugar Santísimo! Cuando nos volvemos de nuestra mente a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo. Una vez allí, ¡es difícil saber si estamos en los cielos o en la tierra! El Lugar Santísimo tiene dos entradas: una en los cielos y la otra en nuestro espíritu. El trono de la gracia está en el Lugar Santísimo.

¿Qué hacemos en el trono de la gracia? Oramos, adoramos y contemplamos al que está en el trono; le alabamos y le damos gracias. Del trono fluye el río de vida. Si permanecemos allí por un momento, percibiremos que algo fluye hacia nosotros desde el trono de la gracia, luego fluye en nosotros y, finalmente, esta corriente sale de nosotros para alcanzar a otros. Así experimentamos la vida eterna como gracia que nos suministra. Recibimos misericordia y “hallamos gracia para el oportuno socorro” (He. 4:16). Al acudir al trono de la gracia, cooperamos con el sacerdocio celestial de Cristo. Siempre que nos volvemos a nuestro espíritu y nos acercamos al trono de la gracia, cooperamos con la intercesión celestial de Cristo. La intercesión de Cristo y nuestra oración constituyen un tráfico entre los cielos y la tierra.

Cuando el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo, llevaba sobre sus hombros los nombres de las doce tribus (Éx. 28:6-10). Esos nombres también estaban inscritos sobre el pectoral (28:21). Hoy, nuestro Sumo Sacerdote nos lleva a todos nosotros delante de Dios en el Lugar Santísimo celestial. Él va delante de Dios para llevarnos allí y presentar nuestras necesidades ante Él. En este Lugar tan santo, todos nuestros problemas son resueltos. En el trono de la gracia, Él nos sirve; por tanto, podemos acercarnos confiadamente a fin de recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

El trono de la gracia es el único lugar donde nuestros problemas pueden ser resueltos. Cuando acudimos a nuestro Sumo Sacerdote, estamos cooperando con la intercesión que Él efectúa de Su parte. Dicha comunicación transcurre a diario y durante todo el día. Aunque nada de esto es visible a nuestros ojos físicos, en nuestro espíritu percibimos que algo está ocurriendo en el Lugar Santísimo a favor nuestro. ¡Acerquémonos, pues, al trono de la gracia!

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El oficio de Sumo Sacerdote es la parte principal del ministerio celestial de Cristo. Nos reunimos con Él en el trono de la gracia, hora tras hora, disfrutándole, teniendo contacto con Él y experimentándole. Mientras Él intercede por nosotros, nosotros nos acercamos confiadamente al trono para recibir misericordia y hallar gracia. La misericordia y la gracia siempre están disponibles para nosotros; sin embargo, necesitamos recibirlas y hallarlas ejercitando nuestro espíritu. Al ejercitar nuestro espíritu, nos acercamos al trono de la gracia y tenemos contacto con nuestro Sumo Sacerdote, quien se compadece de todas nuestras debilidades.

LA GRANDEZA DE NUESTRO SUMO SACERDOTE

¡Cuán grandioso es nuestro Sumo Sacerdote! Hebreos 7:25 dice: “Por lo cual puede también salvar por completo a los que por El se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos”. Los sumos sacerdotes que servían bajo la ley ciertamente tenían debilidades, así que necesitaban ofrecer sacrificios primero por sus propios pecados, y luego por los del pueblo (v. 27). En cambio, nuestro Sumo Sacerdote es “santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, y encumbrado por encima de los cielos” (v. 26). Él no tiene necesidad de ofrecer sacrificios, “porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a Sí mismo” (v. 27). A diferencia de los hombres débiles que servían como sumos sacerdotes bajo la ley, nuestro Sumo Sacerdote es el “Hijo, hecho perfecto para siempre” (v. 28). “Tenemos tal Sumo Sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (8:1). Él es el “gran Sacerdote sobre la casa de Dios” (10:21).

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CAPÍTULO OCHO

CRISTO PONE EN EJECUCIÓN EL NUEVO TESTAMENTO

Lectura bíblica: He. 7:16, 25; 9:11-12, 15-17

En Hebreos del 7 al 10, se presentan tres aspectos de Cristo: Sumo Sacerdote, Ministro y Ejecutor del nuevo testamento. Cuando la Biblia menciona que Cristo es el Sumo Sacerdote, también nos afirma que Él es el Ministro de los lugares santos y el Ejecutor del nuevo testamento. Estos tres títulos se mencionan juntos debido a que sus funciones se sobreponen una con otra. Mientras Cristo está llevando a cabo Su obra sacerdotal, a la vez también pone en ejecución el nuevo testamento y nos ministra el contenido del mismo.

En este mensaje consideraremos la manera en que Él pone en ejecución el nuevo testamento. Este es el asunto más complicado y difícil de entender en el Nuevo Testamento, y a la vez, es un tema todo-inclusivo.

DIOS HABLA AL HOMBRE

A lo largo de toda la Biblia, Dios ha hablado al hombre de tres maneras: por medio de Su palabra, por medio de Su promesa y por medio de Su pacto o testamento. En la palabra de Dios se halla Su promesa. Cuando Su promesa fue ratificada mediante un juramento, ésta llegó a ser un pacto, el cual es también un testamento.

Desde el principio Dios ha hablado al hombre. Aun antes que Adán desobedeciera, Dios habló con él. Y después de la caída, Dios vino de nuevo a hablarle, esta vez prometiéndole que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (Gn. 3:15). La promesa de Dios acompañó Su palabra.

Lo mismo sucedió con Abraham. Cuando Dios habló con él, le prometió una simiente y la buena tierra (13:15). Dios habló y Dios prometió.

¿Cómo llegó la promesa a ser un pacto? Al agregársele a la promesa un juramento, junto con un sacrificio en el cual sangre fue derramada (15:7-18). Un pacto es un acuerdo en el cual una de las partes promete llevar a cabo ciertas cosas a favor de la otra parte.

A su vez, un testamento es el legado de lo que ya ha sido logrado; es la última voluntad, un documento jurídico unilateral y solemne mediante el cual una persona dicta disposiciones respecto de sus bienes y asuntos, para que sean cumplidos después de su muerte. La Biblia, en su totalidad, es realmente el testamento de Dios; incluso a sus dos partes se les llama el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.

Dios es un Dios que habla. Cuanto más habla, más está atado a Sus palabras. No obstante, ¡Él no puede dejar de hablar! Él ciertamente tiene mucho que decirle al

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hombre. La Biblia está llena del hablar de Dios. Dicho libro es la palabra de Dios para el hombre.

Cuando hablamos, quizás hagamos promesas sin darnos cuenta de ello. Si conseguimos que otros nos hablen, posiblemente los induzcamos a que nos prometan algo que no tenían la intención de prometer. Si permanecen callados, no podremos inducirlos a que se comprometan; pero si hablan, ellos mismos se comprometerán.

Dios ha hablado. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Él ha hablado. Al hablar, Él ha hecho promesas. La Biblia está llena de promesas, promesas dadas a Adán, a Noé, a Abraham, a David y a nosotros, los creyentes neotestamentarios.

Si el Señor Jesús no hubiera muerto, esas promesas habrían permanecido sólo como simples promesas. Pero a fin de cumplir dichas promesas, Él murió. Mediante el derramamiento de Su sangre, esas promesas llegaron a ser un pacto; ahora existe un firme compromiso de que estas promesas se cumplirán. En este pacto, algunas cosas aún tienen que ser cumplidas, y otras ya se han cumplido y han sido legadas a nosotros. Por tanto, el pacto ha llegado a ser un testamento, en el cual se nos informa de nuestra herencia.

Hebreos 9:15-17 dice: “Y por eso es Mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo una muerte para remisión por las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del testador. Porque el testamento se confirma sólo en caso de muerte; pues no es válido mientras el testador vive”.

En griego se usa la misma palabra tanto para pacto como para testamento. El nuevo pacto, que fue consumado con la sangre de Cristo (He. 9:11-14), no es solamente un pacto, sino también un testamento en el cual todo lo logrado por la muerte de Cristo nos fue legado. Primero, Dios dio la promesa de que haría un nuevo pacto (Jer. 31:31-34; He. 8:8-13). Luego, Cristo derramó Su sangre para establecer el pacto (Lc. 22:20). Puesto que este pacto contiene promesas de hechos ya logrados, es también un testamento. Este testamento, este legado, fue confirmado y ratificado por la muerte de Cristo, y es puesto en ejecución e implementado por Cristo en Su resurrección. La promesa del pacto de Dios está asegurada por la fidelidad de Dios; el pacto de Dios está garantizado por la justicia de Dios; y el testamento es implementado por el poder de resurrección de Cristo.

La Biblia primero nos dice que Cristo vendría; luego, nos promete que ciertamente vendrá. No sólo lo dice, sino que también lo promete. Muchas bendiciones estaban incluidas en esta promesa, a saber: Cristo moriría por

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nosotros para que nuestros pecados fueran perdonados y para que fuéramos redimidos; la vida divina nos sería dada; dicha vida es el Espíritu, quien es Dios mismo como el todo para nosotros, a fin de que lo disfrutemos; y finalmente, heredaríamos todo lo que Dios es, todo lo que Él tiene y todo lo que Él ha hecho.

Después que Dios habló y prometió (lo cual incluye lo contenido en Sus promesas), Cristo fue a la cruz y murió, derramando Su sangre por nosotros. Sobre la base de la muerte de Cristo, la promesa fue consumada, el pacto fue establecido y el testamento fue puesto en vigencia.

Tenemos, entonces, cuatro etapas con respecto al hablar de Dios al hombre: la palabra de Dios, Su promesa, el establecimiento de Su pacto y la ejecución de Su testamento. En Génesis 2, en la primera etapa, vemos a Adán; y en Génesis 12, en la segunda etapa, la etapa de la promesa, vemos a Abraham. La tercera etapa ocurrió cuando los discípulos vieron a Cristo morir en la cruz, quien establecía así el pacto. Hoy en día, nosotros estamos en la cuarta etapa, en la etapa de la ejecución del testamento. Dios ha hablado, Él ha prometido, Cristo ha establecido el pacto, y el pacto ha llegado a ser para nosotros un testamento.

NUESTRO LEGADO

Ya hemos abarcado tres aspectos del ministerio celestial de Cristo: primero, cómo Él ejerce Su señorío o gobierno sobre todo el mundo, a fin de que Su evangelio sea predicado y el pueblo de Dios sea salvo; segundo, cómo Él ejerce Su autoridad como Cabeza a fin de lograr nuestro crecimiento y función, con miras a que Su Cuerpo sea edificado; y tercero, cómo Él, en calidad de Sumo Sacerdote, intercede por nosotros y cuida de nosotros. En este mensaje veremos el cuarto aspecto: cómo Él pone en ejecución Su testamento, el cual nos ha sido legado. Al ejecutar el nuevo testamento, el Cristo celestial hace posible que todos los elementos contenidos en dicho testamento sean hechos reales a nosotros.

A todos nos gusta que se nos incluya en el testamento de alguien. ¡Estoy seguro de que todos mis hijos, y aun mis nietos, esperan ser incluidos en mi testamento! Supongamos que recibimos como herencia una gran propiedad que tiene una mansión de veinticuatro habitaciones y siete baños, y además, recibimos diez millones de marcos alemanes. ¡No hay duda de que estaríamos muy contentos! No obstante, tendríamos que asegurarnos de que la herencia es más que dos cláusulas escritas en un pedazo de papel; el testamento necesita ser ejecutado a fin de que podamos tomar posesión de lo que se nos ha legado.

¿Alguna vez ha tratado de averiguar todo lo que está incluido en el nuevo testamento? ¡Es una lista inmensa! De hecho, después que varias veces intenté enumerar todas las cosas que hay en él, he llegado a la conclusión de que es imposible lograrlo. La lista no tiene fin. He aquí algunas de las cosas que contiene: la redención, el perdón de pecados, la justificación, la reconciliación, la

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regeneración, la santificación, la filiación, la vida divina, el poder, la paz, la santidad, etcétera.

¿Ha recibido usted todos estos legados? Algunas veces el heredero es muy joven y ni siquiera sabe lo que ha heredado; a veces, el heredero es una persona muy ingenua y sencilla, y no entiende los términos o cláusulas del testamento; o quizás es muy maduro y sabio, pero está enfermo y no tiene el vigor para reclamar su herencia. En todos estos casos, es necesario que alguien ayude al heredero a tomar posesión de su legado.

EL PACTO ESTABLECIDO POR LA SANGRE DE CRISTO

Cuando Cristo murió en la cruz, Él logró que las promesas de Dios llegaran a ser un pacto. Su sangre fue el factor que estableció dicho pacto. La mesa del Señor, la cual celebramos cada semana, es un símbolo del testamento. El Señor tomó la copa y dio gracias; luego, la dio a Sus discípulos diciendo: “Bebed de ella todos; porque esto es Mi sangre del pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados” (Mt. 26:27-28). Lucas 22:20 dice: “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que por vosotros se derrama”. La copa que tomamos es el nuevo pacto. Este es un hecho profundo. Cuando tomamos la copa, debemos entender que esto es el nuevo pacto.

Los dos elementos principales del nuevo pacto son el perdón de pecados y la impartición de vida. Por medio de estos dos elementos disfrutamos a Dios. Él es la bendición contenida en la copa, y Él es la porción eterna de dicha bendición.

Por tanto, la sangre de Jesús estableció el pacto; Su muerte lo confirmó; y en resurrección, Él pone en ejecución el contenido del mismo.

LA EJECUCIÓN DEL TESTAMENTO

Hoy, el Señor está en los cielos y es viviente, divino, apto y constituido de la vida indestructible. ¡Nada puede detenerlo! ¡Nada puede destruirlo! ¡Él es el viviente, el que vive para siempre! Por consiguiente, Él es apto para ejecutar el testamento en cada detalle.

¿Necesitamos vida, poder, perdón, paz o santidad? Ciertamente nuestras necesidades son muchas. ¿Cómo podemos obtener el suministro que requerimos? Todo lo que necesitamos está en el testamento; todo esto nos ha sido legado. Hoy en día Cristo está ejecutando el testamento, asegurándose de que cada elemento esté disponible y sea real para nosotros.

Supongamos que su esposa le hace pasar un mal rato. Usted necesita paciencia. ¿Dónde puede usted obtener la paciencia necesaria para soportar a una persona tan dominante? La paciencia es uno de los elementos mencionados en el testamento. La paciencia es aplicada y hecha real para usted cuando Cristo pone

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en ejecución el testamento. Cuando usted necesita paciencia, Él hace que esté disponible para usted. Entonces sentirá cómo la paciencia le invade como un torrente. ¿No es ésta su experiencia?

Lo mismo sucede cuando necesitamos gozo. Posiblemente usted esté sufriendo, pero en este testamento hay gozo. ¿Cómo puede este gozo ser real para usted? Cristo mismo ejecutará el testamento, liberando el gozo dentro de usted e inundándolo de él.

Posiblemente ustedes se pregunten cómo es posible que yo tenga tanto que hablar. Tal vez piensen que un día ya no tendré nada que decir. Les digo, en este testamento está incluida la Palabra abundante. Cuando voy a dar un mensaje, no busco libros de referencia para encontrar un tema, para reunir algunos puntos, estudiar algunos comentarios y luego organizar el mensaje que expresaré. ¡No! Más bien, Cristo como el Ejecutor me inunda con las riquezas de la Palabra de Dios. De este fluir provienen los pensamientos profundos, esto es, las ricas expresiones. Por eso, este hablar no tiene fin.

¡Qué testamento tenemos! ¡Qué Ejecutor tan viviente, poderoso y apto!

La intercesión de Cristo forma parte de la ejecución del testamento. Quizás usted esté escaso de vida y de luz, y no esté disfrutando a Dios como su vida y su luz; entonces, el Sumo Sacerdote orará para que usted pueda disfrutar ricamente a Dios. En esto consiste Su intercesión. Luego, Él ejercerá Su oficio para impartir la vida y la luz de Dios en usted. Esta será la respuesta a Su intercesión y también la ejecución de Su testamento.

NUESTRA COOPERACIÓN

Así como necesitamos cooperar con la intercesión de Cristo acercándonos al trono de la gracia, también necesitamos cooperar con la ejecución del testamento. Anteriormente no habíamos respondido adecuadamente porque nadie nos había ayudado a ver estos asuntos. Probablemente nunca antes habíamos escuchado mensajes sobre ello. Sin embargo, de ahora en adelante no hay razón para permanecer en la misma situación; ¡ahora podemos cooperar con Él!

Hebreos 7:25 nos da la manera de corresponder con la ejecución del nuevo pacto: “Por lo cual puede también salvar por completo a los que por El se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos”. Cooperamos con Dios al acercarnos a Él.

Acerquémonos a Dios siempre. Por la mañana y por la tarde, de día y de noche, cuando estemos orando y cuando no, ¡acerquémonos a Dios! Digámosle: “Oh Dios, abro mi ser a Ti. Eres tan rico. Te necesito. Necesito todo lo que está contenido en Tu testamento. Deseo que mi ser esté abierto a Ti todo el tiempo”. Si nosotros hacemos esto, entonces Cristo, quien es apto, ejecutará el testamento

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impartiendo en nuestro ser todo lo que necesitemos. Es parte de Su ministerio celestial ejecutar todo lo que el testamento contiene, impartiéndolo en nosotros para que lo disfrutemos.

Comprender esto nos fortalecerá. Supongamos que ha llegado la hora de salir del trabajo y estamos listos para irnos a casa. Han transcurrido ocho horas de arduo trabajo y estamos agotados. Sin embargo, no nos anima mucho la idea de volver a casa, pues nunca sabemos cuál será la situación que enfrentaremos allí. No sabemos si seremos recibidos en casa con alegría o no. Algunos días, al regresar a casa nos encontramos allí con una tormenta; en otras ocasiones, encontramos calma y tranquilidad. Pero hoy, sentimos que no podríamos soportar una tormenta. ¿Qué debemos hacer? ¡No olvidemos el testamento! Abramos nuestro ser a Dios, acerquémonos a Él y digámosle: “Oh Dios, Padre mío, abro mi ser a Ti”. Entonces, sentiremos en lo profundo de nuestro ser que habremos sido fortalecidos. Él ha intercedido por nosotros y ha ejecutado el testamento a nuestro favor, de modo que nuestro hombre interior ha sido fortalecido. Ahora, estamos listos para regresar a casa, y podemos declarar: “Señor, no importa si el tiempo está turbulento o tranquilo, quiero regresar a casa y disfrutarte. No importa si el cielo está claro o nublado, si llueve o está soleado, continuaré abriendo mi ser a Ti. Tú serás mi provisión conforme a Tu voluntad. Estoy incluido en Tu testamento. Padre, ese testamento te compromete. Además, tengo un Ejecutor que se encarga de que yo obtenga todos los elementos contenidos en él. Las circunstancias no me preocupan, pues Tu testamento contiene todo lo que necesito”.

El ministerio celestial de Cristo no ha concluido. Su ministerio terrenal ya se llevó a cabo totalmente; no obstante, como Ejecutor del nuevo pacto, Él aún está ministrando para fortalecernos, consolarnos, abastecernos, sostenernos e incluso llevarnos sobre Sí.

Él hace todo esto para que crezcamos y desarrollemos nuestra función a fin de que Su Cuerpo sea edificado. Su ministerio celestial, cuya meta es la edificación de Su Cuerpo, tiene varios aspectos. Ya hemos estudiado cuatro de ellos: el ejercicio de Su soberanía y gobierno, el ejercicio de Su autoridad como Cabeza, el sacerdocio, y la ejecución del testamento de Dios. En el siguiente mensaje, veremos otro aspecto.

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CAPÍTULO NUEVE EL MÁS EXCELENTE MINISTERIO DE CRISTO EN EL VERDADERO

TABERNÁCULO Lectura bíblica: He. 8:1-2, 6; 9:15-17

EL TESTAMENTO Y EL EJECUTOR

¡Tenemos un precioso testamento y un maravilloso Ejecutor! El testamento es, de hecho, toda la Biblia; empezó como el hablar de Dios, llegó a ser Su promesa y, finalmente, se convirtió en Su pacto. Ahora que la muerte de Cristo ha cumplido todo lo prometido, tenemos un testamento, cuyo contenido es todos los hechos consumados como nuestros legados. Todo lo que contiene este testamento, es nuestro.

Además, ¡tenemos un maravilloso Ejecutor que se encarga de que este testamento sea llevado a cabo! Él es Dios, pero se hizo un hombre. Él vivió en la tierra y probó todos los sufrimientos de la vida humana. Al culminar Su experiencia de la vida humana, murió en la cruz, donde puso fin a nuestros pecados, venció a Satanás, dio fin a la vieja creación y resolvió todos los problemas del universo. De esta manera, Él satisfizo a Dios y cumplió con todos Sus requisitos. Después de reposar por tres días en el sepulcro, salió de la muerte y entró en la resurrección. En resurrección, Él elevó la humanidad y llegó a ser el Espíritu vivificante; éste es el Espíritu compuesto y todo-inclusivo. Tal persona maravillosa —quien es Dios y a la vez hombre, quien murió, resucitó y vive eternamente, quien es fuerte y apto— es el que pone en ejecución todo lo que contiene el testamento, a fin de que lo disfrutemos y nos beneficie.

¡Qué privilegiados somos de vivir en la era en que el testamento está en vigencia y de tener tal Ejecutor, quien es apto para hacer cumplir todas sus provisiones a fin de que las disfrutemos!

EL MINISTERIO DE MELQUISEDEC

El libro de Hebreos afirma que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec (7:11-17). Al final de Su vida humana sobre la tierra, Él ofició como Sumo Sacerdote, ofreciéndose a Sí mismo como sacrificio para Dios. Esta parte terrenal de Su sacerdocio —ofrecer el sacrificio para efectuar la redención— fue representada por Aarón, el sumo sacerdote escogido por Dios de entre Su pueblo. Ya que esto ha sido cumplido, Cristo en resurrección ahora es el Sumo Sacerdote celestial según el orden de Melquisedec.

¿Qué está haciendo hoy nuestro Melquisedec celestial? Él ya no está ofreciendo sacrificios, sino que ahora es el Ministro que nos sirve. Un ministro es una persona que nos sirve y nos suministra lo que necesitamos; así que, de igual

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manera, este Ministro nos provee el suministro celestial, ministrando e impartiendo a Dios dentro de nosotros.

Según lo narrado en Génesis 14:18-20, cuando Abraham volvía de derrotar a los reyes, Melquisedec —sacerdote del Dios Altísimo— salió a recibirlo con pan y vino. Melquisedec no era un sumo sacerdote que ofrecía sacrificios, sino un sacerdote que suministraba. Después de pelear contra los reyes, Abraham debía haber estado muy cansado. Puesto que estaba agotado, ciertamente necesitaba recibir un suministro. Cristo está hoy en los cielos haciendo lo que Melquisedec hizo por Abraham: Él nos brinda, nos sirve, el suministro de vida que satisface nuestras necesidades. Ya no se requieren más sacrificios; Cristo ofreció un solo sacrificio por los pecados, el cual satisfizo a Dios para siempre (He. 10:12).

El sacerdocio celestial de Cristo tiene la finalidad de servirnos pan y vino. Cristo es también un “Ministro de los lugares santos, de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (He. 8:2). El verdadero tabernáculo es el Lugar Santísimo celestial, donde Jesús ha entrado detrás del velo como nuestro Sumo Sacerdote (6:19-20). Además de ser el Sumo Sacerdote que intercede por nosotros, así como el Mediador que pone en ejecución el nuevo testamento, ¡nuestro Cristo es también Intercesor, Ejecutor y Ministro! ¡Tenemos tal Sumo Sacerdote!

EL TESTAMENTO ES NUESTRA BASE

El servicio se basa en el testamento. Este no en un servicio sin fundamento, sino uno cuya base es muy firme. Quisiera darles un ejemplo. Supongamos que yo no tenga nada de dinero en mi billetera, así que voy al banco a sacar algo de dinero. El banco tiene mucho dinero en la caja; lamentablemente, como yo no tengo una cuenta allí, o mi cuenta no tiene suficientes fondos, no tengo base alguna para sacar dinero. Pero si alguien ha depositado diez millones de dólares en ese banco, y me presento allí con la firma de esa persona, la cual me autoriza para sacar dinero, entonces tengo la base para hacer un retiro de dicha cuenta.

Cuando padecemos necesidades, usualmente nos acercamos a Dios suplicando por Su misericordia, llorando y diciendo: “Padre, ¡cuánto necesito Tu misericordia! Ten misericordia de mí. Mira la condición tan lamentable en la que estoy. Te doy gracias porque eres un Dios misericordioso”. Pedir de esta manera es como ir al banco a decirle al gerente: “¡Oh, tenga misericordia de mí! Necesito dinero urgentemente. Compadézcase de mí y deme dinero para pagar mis deudas”. ¿No sería absurdo tratar de obtener dinero del banco de esa manera? No tenemos ninguna base para obtener dinero de esa manera.

¿En qué nos basamos entonces para dar a conocer nuestras peticiones a Dios? Nos basamos en el testamento que Cristo puso en vigencia y nos legó. Es sobre dicha base que Cristo está llevando a cabo Su sacerdocio celestial e intercediendo

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por nosotros desde los cielos. Es necesario que este Ejecutor interrumpa nuestras súplicas de mendigo y nos recuerde: “¿Por qué oras con tanta lamentación? ¡Acércate al trono confiadamente! ¡Acude al banco y reclama tu dinero! Aquí está el testamento a tu favor, y Yo soy el que lo pone en ejecución. Quizás tú eres joven e insensato, pero Yo soy tu Abogado. ¿Quién se atrevería a engañarte? Yo soy el Hijo de Dios, quien murió en la cruz por ti y quien ahora vive en resurrección!”.

¿Cómo enfrenta usted los problemas que se le presentan a diario? Temo que las hermanas, especialmente, lloren y giman delante del Señor. Ustedes se olvidan del testamento y del Ejecutor, de modo que la Biblia y Cristo están lejos, y sólo sus lágrimas están cerca. Yo mismo tengo esa tendencia. Quizás no llore, pero a menudo no sé qué hacer cuando se presenta un problema. Finalmente, recuerdo que debo acudir al Señor y oro: “¡Oh Señor Jesús! ¡Ten misericordia de mí!”. ¡Él en verdad es misericordioso! Mientras le invoco, me recuerda del testamento y de Su oficio como Ejecutor y Abogado mío. ¡Cuántas veces me ha recordado esto! Entonces, me doy cuenta de que el Hijo del Dios viviente, Cristo mismo en resurrección, está de mi lado, apoyándome, intercediendo por mí y ejecutando Su testamento a favor mío. De esa manera, soy fortalecido, dejo de estar ansioso y le alabo. Hermanas, detengan sus lágrimas, y en lugar de llorar, alábenle por ejecutar el testamento a favor de ustedes.

¡Cuán bendecidos somos de estar en el recobro del Señor! Lo que hemos escuchado es algo extraño a los oídos de muchos que no están con nosotros. Cuando estuvimos en el cristianismo, quizás oímos acerca de las setenta semanas de Daniel, de los diez cuernos y de las cuatro bestias, pero escuchamos muy poco, o a lo mejor nada, con respecto a que el testamento es nuestro legado y que el Cristo vivo es el Ejecutor. Hemos visto lo que otros aún no han visto. Ahora estamos disfrutando lo que muchos otros no han podido disfrutar. No sabemos cuán bendecidos somos.

EL MINISTRO QUE NOS ABASTECE

Después de interceder y poner en ejecución el testamento, este mismo Intercesor y Ejecutor es nuestro Ministro, quien nos abastece todo lo que necesitamos y nos lo sirve. En la tierra tenemos muchos problemas, uno tras otro. Nuestra situación nos causa ansiedad y preocupación, y no encontramos la solución. Esta es la situación aquí en la tierra, pero ¡aleluya, en los cielos la situación es diferente!

Allí, el Sumo Sacerdote está intercediendo por mí. El Ejecutor se asegura de cumplir todas las provisiones del testamento. Además, el Ministro obtiene la paz que necesito y me la provee. Esta paz nos fue prometida en Juan 14:27: “La paz os dejo, Mi paz os doy”; y además, nos fue prometida en Filipenses 4:7: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

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Cuando los problemas llegan, sin embargo, nos olvidamos de las promesas, las cuales han llegado a ser legados, y sólo nos recordamos de las preocupaciones. Aunque nosotros nos olvidemos de todo lo que nos ha sido legado, el Ministro no se olvida. Él viene a nosotros como el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu; Él viene a nosotros como el Melquisedec celestial y nos suministra, no pan y vino, sino paz. Él viene a visitarnos, y entonces, repentinamente, nos sentimos llenos de paz. La preocupación desaparece, y la ansiedad se esfuma. ¿Cómo sucede esto? Al experimentar nosotros el ministerio celestial de Cristo, quien oficia en calidad de Sumo Sacerdote, Ejecutor y Ministro.

Sin duda alguna, todos hemos tenido experiencias como éstas. No obstante, en el pasado, no las entendíamos. Pero ahora, hemos recibido la luz y el conocimiento; por eso, ninguna tribulación debería vencernos. Todos tenemos un Sumo Sacerdote que intercede por nosotros. Él está poniendo en ejecución las provisiones del testamento, las cuales han sido legadas a nuestro favor. Y además, Él es un Siervo que nos suministra la provisión correcta en el momento preciso. Cualquiera que sea nuestra situación, este Ministro celestial oficia a nuestro favor. Después de experimentar Su cuidado muchas veces, llegamos a darnos cuenta de que no hay por qué preocuparnos. ¡Cristo está allí ministrando desde los cielos a nuestro favor!

En Hebreos se describe, de forma intercambiable, a Cristo como Sumo Sacerdote, Ministro y Mediador (8:1, 2, 6; 9:11, 15). El Sumo Sacerdote es el Ministro, y el Ministro es el Mediador. El término Ejecutor no se usa explícitamente, pero ciertamente está implícito en el capítulo nueve. “Y por eso es Mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo una muerte para remisión por las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que conste la muerte del testador. Porque el testamento se confirma sólo en caso de muerte; pues no es válido mientras el testador vive” (9:15-17). Cristo, en Su muerte, estableció el nuevo pacto y nos lo legó en calidad de nuevo testamento. Después de Su muerte, Él entró en la resurrección y llegó a ser el que pone en ejecución el nuevo testamento. Estos cuatro títulos —Sumo Sacerdote, Ministro, Mediador y Ejecutor— se refieren a Cristo en resurrección.

EN LOS CIELOS Y DENTRO DE NOSOTROS

Este Cristo es ahora el Señor en los cielos y, al mismo tiempo, es el Espíritu dentro de nosotros: “Y el Señor es el Espíritu” (2 Co. 3:17). Como Señor, Él está en los cielos; como Espíritu, Él está dentro de nosotros. Como Aquel que está en los cielos, Él ejerce Su soberanía, Su autoridad como Cabeza y Su sacerdocio. Él ejerce Su soberanía con miras a la propagación del evangelio, a fin de que Sus escogidos sean salvos. Él ejerce Su autoridad como Cabeza para que todos Sus miembros crezcan y desarrollen su función, a fin de que Su Cuerpo sea edificado. Él ejerce Su sacerdocio para rescatarnos de todas nuestras molestas y

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complicadas situaciones, al interceder por nosotros, al poner en ejecución las provisiones del nuevo testamento y al abastecernos sirviéndonos todo lo que necesitamos. De esta manera, Él nos guarda de caer. Todas éstas son las actividades que Él realiza como Señor en los cielos.

Todo lo que Él lleva a cabo en calidad de Señor, lo aplica a nosotros en calidad de Espíritu. ¿Cómo pueden todas Sus actividades celestiales ser hechas reales para nosotros? Todo aquello por lo cual Él intercede y todo lo que Él pone en ejecución y ministra, es transmitido a nuestro espíritu. Como Señor en los cielos, Él es semejante a la electricidad que está en la planta eléctrica; como el Espíritu en nuestro espíritu, Él es semejante a la electricidad instalada en este edificio. El Señor en los cielos y el Espíritu en nuestro espíritu, son uno. Existe una transmisión continua entre los cielos y nuestro espíritu, de modo que todo lo que sucede allá, es inmediatamente aplicado aquí.

Observemos que este tráfico ocurre entre los cielos y nuestro espíritu. Nuestra mente no está involucrada en este tráfico; más bien, es nuestra mente la que hace que nos preocupemos. Cuando recibimos la transmisión celestial, su maravillosa realidad fortalece nuestro espíritu. Entonces, nuestro espíritu se levanta y clama: “¡Alabado sea el Señor!”. La transmisión llega a nuestro espíritu, y no a nuestra mente. El Espíritu que está en nuestro espíritu, es el mismo quien es Señor en los cielos.

Romanos 8 confirma que el Espíritu es el Señor. El versículo 26 dice: “El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Luego el versículo 34 dice que Cristo Jesús “es el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”. ¿Quién está intercediendo por nosotros? ¡El Señor Espíritu! En los cielos, Él es el Señor; pero en nosotros, es el Espíritu. Lo mismo sucede con respecto a Melquisedec. Sólo hay un Melquisedec. En los cielos, Él es el Señor; y en nuestro espíritu, Él es el Espíritu. Doctrinalmente no hay una explicación satisfactoria para describir esta doble realidad; sin embargo, tenemos la confirmación en nuestra experiencia.

Quizás usted regrese agotado de su trabajo, preguntándose cómo encontrará las cosas al llegar a casa. Luego, al pensar en ello, inesperadamente usted siente que es suministrado y fortalecido. ¿De dónde procede este suministro? Viene de Cristo, quien es tanto el Señor en los cielos como el Espíritu dentro de nosotros. Él está intercediendo por nosotros, cuidándonos y ejecutando el nuevo testamento a nuestro favor. Basándose en dicho testamento, Él nos imparte el suministro de vida y viene a sostenernos con todo lo que necesitamos. Le experimentamos como Señor, Espíritu, Sumo Sacerdote, Ejecutor y Ministro. Él es también el Mediador, el que transmite a nuestro espíritu lo que necesitamos de parte de Dios el Padre —quien es la fuente—, a fin de suplirnos y sostenernos.

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EL SACERDOTE QUE NOS SUSTENTA

Ciertamente todos hemos experimentado el ministerio celestial de Cristo. ¿Cómo se explica el que hayamos sido guardados de caer todos estos años? Puedo testificar que tal ministerio es el que me ha guardado por más de cincuenta y cinco años. En Su ministerio terrenal, Él murió por mí en la cruz. Ahora, Él está sirviéndome en resurrección; éste es Su ministerio celestial. El principal elemento de dicho ministerio es el sacerdocio que Él ejerce en beneficio de los miembros de Su Cuerpo. Por supuesto, Él ejerció Su soberanía para asegurarse de que yo pudiera ser salvo y fuera conducido a Dios. También ejerció Su autoridad como Cabeza sobre mí para que yo creciera y desarrollara mi función como miembro, a fin de que Su Cuerpo fuera edificado. Pero, principalmente Él ha ejercido Su sacerdocio una y otra vez para guardarme todos estos años. ¡Aleluya por nuestro Sumo Sacerdote celestial! Hemos sido sostenidos, preservados y suministrados por medio de Su intercesión, mediante la ejecución del testamento y por medio de Su servicio que nos provee todo lo que necesitamos. Nada me ha faltado, pues un suministro abundante de la vida divina ha sido mi porción.

El hecho de que hayamos sido guardados y sostenidos tiene todo que ver con Su sacerdocio, el cual se basa en el testamento. El testamento está en nuestras manos, y nuestro Sumo Sacerdote está tanto en los cielos como en nosotros. En los cielos, Él es Señor; en nosotros, Él es Espíritu. El Señor Espíritu constantemente nos imparte y suministra Su vida divina. El suministro que recibimos es celestial, porque proviene de los cielos. Nuestro Sumo Sacerdote está ministrándonos en el verdadero tabernáculo, el Lugar Santísimo celestial, al cual hemos sido unidos en nuestro espíritu por Él, quien es la escalera celestial (Gn. 28:12; Jn. 1:51). Al ministrarnos la provisión celestial, Él está haciendo de nosotros un pueblo celestial. Somos un pueblo que lleva una vida celestial en la tierra.

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CAPÍTULO DIEZ

LA ADMINISTRACIÓN UNIVERSAL QUE CRISTO REALIZA EN LOS CIELOS

Lectura bíblica: Ap. 1:11-13, 16-18, 20; 2:1; 3:1, 21; 5:1-10; 7:2-3; 8:3-5; 10:1-2; 18:1; 20:4, 6; 22:1, 3

En los mensajes anteriores vimos que Cristo ahora ejerce Su soberanía en los cielos con el fin de propagar el evangelio y salvar a Su pueblo; además, Él ejerce Su autoridad como Cabeza para que crezcamos y desarrollemos nuestra función en vida, a fin de que Su Cuerpo sea edificado; Él ejerce Su sacerdocio para interceder por nosotros; Él pone en ejecución el nuevo testamento a favor nuestro; y nos ministra e imparte el suministro de vida. Todos estamos siendo bien cuidados. En cuanto a nosotros, no hay escasez. ¿Pero qué podemos decir con respecto al universo? ¿Qué acerca del propósito de Dios en todo el universo? Para esto necesitamos analizar un aspecto más del ministerio del Señor en los cielos.

Este último aspecto, la administración universal que Cristo realiza en los cielos, nos es revelada en el libro de Apocalipsis. Todo el universo, tanto los cielos como la tierra, se encuentran bajo Su autoridad. Él es el Administrador universal.

EL SUMO SACERDOTE CUIDA DE LAS IGLESIAS

En Apocalipsis, primero vemos que Cristo, el Ungido de Dios, cuida de Su iglesia. Él cuida de ella en una manera administrativa. Las iglesias son los candeleros de Dios que irradian Su testimonio. Ellas necesitan someterse a la administración de Cristo. Algunas veces se levantan problemas y dificultades que requieren de Su cuidado administrativo. En tiempos antiguos, el sumo sacerdote cuidaba del candelero asegurándose de que todas las lámparas estuvieran despabiladas para que alumbraran bien. Hoy en día, nuestro Sumo Sacerdote hace la misma labor al andar en medio de los candeleros (Ap. 1:11-13).

Además, Él cuida de las iglesias sosteniendo en Su mano a los que toman la responsabilidad. Los que llevan la delantera en las iglesias son semejantes a estrellas, que brillan en los cielos durante la noche oscura (Ap. 1:16, 20). Los que servimos, debemos darnos cuenta de que no estamos en nuestras propias manos, sino en las de Él. Él administra los candeleros y sostiene las estrellas. La visión descrita en Apocalipsis 1 nos muestra cómo pueden avanzar las iglesias locales en esta era. La situación que existe entre los cristianos es muy lamentable y triste. ¡Debemos alejarnos de lo terrenal y mirar sólo a Cristo! ¡Él es el Primero y el Último! ¡Él es el Viviente, el que vive para siempre! ¡Él es apto! ¡Él es quien sostiene “las siete estrellas en Su diestra” y el que anda “en medio de los siete candeleros de oro” (2:1). Él “abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre” (3:7). Al poner nuestra mirada en Él, seremos animados. ¡Las iglesias locales nunca fracasarán porque el Administrador anda en medio nuestro, sosteniendo a los

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que llevan la delantera! Esta es la administración que Cristo lleva a cabo en las iglesias.

EL CORDERO REDENTOR PONE EN EJECUCIÓN EL TESTAMENTO

El libro de Apocalipsis también dice que Cristo es el Administrador que se encarga de todos los pueblos, a saber: los judíos o elegidos de Dios, los incrédulos o las naciones, y todos los que están en el cristianismo. Necesitamos estar conscientes de que tanto el cristianismo como la manera en que éste progresa, ambos están bajo la administración de Cristo. Después que todos estos diferentes pueblos hayan sido juzgados conforme al gobierno de Cristo, vendrá el milenio, que es el reino de Dios sobre esta tierra. Luego vendrá una nueva era, la eternidad, en la que estarán la Nueva Jerusalén y los nuevos cielos y la nueva tierra. Cristo es el Administrador de todos estos pueblos y de todas las eras.

Esta es la revelación que se nos presenta, empezando con Apocalipsis 4. La escena cambia del cuadro en el que Cristo cuida de los candeleros (los capítulos del uno al tres), a “una puerta abierta en el cielo”, donde se muestran “las cosas que han de suceder después de éstas” (4:1). Cristo es presentado como el Cordero redentor, el Victorioso, quien es apto para tomar el nuevo testamento, abrirlo y ponerlo en ejecución. Esto es lo que significa el libro sellado en la mano derecha del que estaba en el trono (5:1). Cuando un ángel fuerte proclamó: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?” (5:2), sólo este León-Cordero, quien es digno, pudo ir y tomar el libro (5:5-7). Él es apto para tomar el nuevo testamento, abrirlo y ponerlo en ejecución.

El nuevo testamento en las epístolas de Pablo nos es revelado principalmente con el fin de que disfrutemos las riquezas de Cristo que nos han sido legadas. Sin embargo, hay otro aspecto del nuevo testamento. Dios juzga el universo de acuerdo con Su testamento. Dios juzgará a los judíos, a las naciones y al cristianismo en concordancia con Su testamento. En este testamento hay legados que nosotros, como creyentes, disfrutamos; en este testamento también se presenta la manera en que Dios juzgará a diferentes clases de pueblos, e incluso a los cielos y la tierra. El Redentor de todo el universo es el único apto para tomar este nuevo testamento, abrirlo y ponerlo en ejecución.

Finalmente, todo el universo tendrá a Cristo como Cabeza. Los judíos, las naciones paganas y el cristianismo, todos serán juzgados, y el reino de Dios será establecido en la tierra. Cuando todas las cosas tengan a Cristo por Cabeza, entonces vendrá la plenitud de los tiempos. Los cielos, la tierra y todo en ella serán nuevos. Todo el universo estará en orden. No habrá más división, confusión, tinieblas, muerte, noche ni lágrimas.

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Cuando las personas nos preguntan cómo estamos, a menudo respondemos: “Bien”. Pero, en verdad, no todo está bien. Por el contrario, todo está en desorden, en confusión, en tinieblas y en muerte. Tenemos motivos suficientes como para llorar. Los hombres deberían llorar por el lamentable estado de todas las cosas. Decir que estamos bien o que las cosas están bien, no es verdad. Nadie está bien; ninguna familia está bien; ninguna sociedad está bien.

No obstante, vendrá el día en que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva. Todas las cosas tendrán a Cristo como Cabeza. Todo estará en orden. Entonces todo estará bien. ¿Quién es digno de administrar el cielo nuevo y la tierra nueva, junto con la Nueva Jerusalén? Únicamente Cristo. Él murió para redimir a todo el universo; Él venció a Satanás por medio de Su muerte; Él estableció el pacto mediante el derramamiento de Su sangre; Él nos legó el nuevo testamento.

¡Cuán apto es Él! Él es digno de tomar el libro del nuevo testamento, abrirlo, poner en ejecución todo lo que está escrito en él, proveernos todo lo que nos ha sido legado, llevar a cabo cada hecho consumado contenido en él y poner en orden todo el universo. Este es el aspecto final del ministerio celestial de Cristo, a saber, el cumplimiento de todo lo que Dios planeó.

“EL OTRO ÁNGEL”

En Apocalipsis, Cristo primeramente es revelado como el Sumo Sacerdote que cuida de las iglesias. Él anda en medio de las iglesias, asegurándose de que éstas alumbren y sosteniendo en Sus manos a todos los que llevan la delantera, a fin de que las iglesias puedan avanzar, incluso en la noche oscura de la presente situación degradada.

Luego, Cristo es revelado como el Cordero que vence, el León-Cordero, quien es apto para poner en ejecución el nuevo testamento.

Más adelante, en los capítulos siete, ocho, diez y dieciocho, se le llama el “otro Ángel”. Por el contexto podemos ver que el título de “otro Ángel” se refiere a Cristo. Dios ha enviado muchos ángeles, pero Cristo, como Aquel que ha sido enviado por Dios, es extraordinario. En cuanto a este aspecto, Él es llamado el otro Ángel.

Rige el universo

En el capítulo siete Cristo, como Ángel de Dios, rige todo el universo, dirigiendo a los otros ángeles para que lleven a cabo el juicio de Dios sobre la tierra (7:2-3).

Ofrece oraciones y vierte las respuestas

En el capítulo ocho, Cristo es descrito nuevamente como “otro Ángel”, el cual ofrece las oraciones de los santos a Dios (8:3-5). Para llevar a cabo Su administración, Él necesita nuestras oraciones. Las oraciones que ofrecemos son

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nuestra respuesta a Su ministerio celestial. A medida que oramos, Él administra; y mientras Él administra, nosotros oramos. Él ofrece estas oraciones a Dios, y luego vierte las respuestas de Dios a los que están en la tierra. Este es el significado del versículo 5: “Y el Ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto”. La respuesta de Dios a nuestras oraciones equivale a Su administración universal. Este Administrador es apto en todo aspecto; con todo, Él necesita que oremos. Podemos decir que Cristo administra todo el universo por medio de nuestras oraciones.

Posee la tierra

En el capítulo diez aparece otro Ángel fuerte que desciende del cielo, “vestido de una nube, con el arco iris sobre Su cabeza; y Su rostro era como el sol, y Sus pies como columnas de fuego ... y puso Su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra” (10:1-2). Aquí vemos que Cristo, en calidad de “otro Ángel”, ha dejado el trono en los cielos y regresa a la tierra. El hecho de que Él esté vestido de una nube indica que en esta etapa, Su venida es secreta. Él regresará a la tierra secretamente para poseerla en su totalidad. El hecho de que uno de Sus pies esté en el mar y el otro en la tierra, simboliza que Él tomará posesión de forma completa. La tierra es del Señor. Toda ella debe ser Su herencia. Él vendrá con poder a tomar posesión de ella.

Juzga a Babilonia

En 18:1 dice: “Después de esto vi a otro Ángel descender del cielo con gran autoridad; y la tierra fue iluminada con Su gloria”. Aquí vemos que Él ya no está vestido o cubierto de una nube, sino que es visible y está muy cerca de la tierra. Él viene a ejercer Su autoridad sobre la cristiandad, esto es, sobre la gran Babilonia. Después de juzgar totalmente esa religión maligna, Él vencerá a Satanás y establecerá su reino milenario sobre la tierra.

GOBIERNA EN EL REINO Y POR LA ETERNIDAD

En dicho reino, Él reinará con todos Sus vencedores, los correyes (Ap. 3:21; 20:4, 6). Él será el principal Administrador del reino. Después de que transcurran esos mil años, aparecerá la Nueva Jerusalén, en cuyo centro estará el trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1, 3). En ella el Cordero redentor será el Soberano por la eternidad. Él es el Administrador por la eternidad. Dicha administración universal es una gran parte del ministerio celestial de Cristo.

EL CUMPLIMIENTO MEDIANTE LOS CORRESPONDIENTES MINISTERIOS EN LA TIERRA

Sin el ministerio completador de Pablo —el ministerio que completa la revelación divina—, Cristo no puede llevar a cabo Su ministerio celestial. Estos dos

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ministerios se complementan uno al otro. Uno está en los cielos, y el otro, entre los santos sobre la tierra. Hoy en día estamos bajo estos dos ministerios. Incluso ahora mismo, Cristo está ministrando en los cielos, y el ministerio completador de Pablo se está llevado a cabo entre nosotros.

El ministerio completador está llevando a cabo la economía de Dios con el fin de preparar un Cuerpo para Cristo. La Cabeza necesita de un Cuerpo. Considere lo que usted podría hacer si sólo tuviera cabeza, pero no tuviera cuerpo. ¡No podría hacer nada! Sin la iglesia, que es Su Cuerpo, Cristo no puede hacer nada. Por consiguiente, el ministerio completador tiene como finalidad producir el Cuerpo, para que la Cabeza pueda llevar a cabo la administración de Dios sobre la tierra.

El ministerio completador de Pablo, como veremos más adelante, se enfoca en Cristo como el centro de la economía de Dios y como la circunferencia del propósito de Dios. Este Cristo debe vivir en nosotros, y nosotros debemos vivir en Él. Cristo es todo-inclusivo.

Luego, tenemos ¡la maravillosa vida de iglesia! Dios ha pasado por un proceso para llegar a ser el Espíritu vivificante y así entrar en nuestro espíritu. Estos dos espíritus llegan a ser uno en el momento en que somos regenerados. De allí en adelante, este Espíritu todo-inclusivo se extiende de nuestro espíritu a nuestra alma, a fin de que ésta sea saturada del Dios Triuno. A este proceso, en el que Dios se extiende en nosotros, se le llama transformación y crecimiento en vida. Por medio de este crecimiento, somos entrelazados para conformar un solo Cuerpo. El Cuerpo de Cristo no es edificado por las enseñanzas, la organización ni las formalidades, sino mediante la transformación de nuestra alma. Así crecemos juntos, no sólo como el Cuerpo, sino también como el nuevo hombre universal. Cristo obtiene Su Cuerpo, y Dios obtiene un nuevo hombre; de esta manera, Cristo puede expresarse, y Dios puede llevar a cabo Su propósito eterno.

Esta es la manera en la que el ministerio completador de Pablo lleva a cabo el ministerio celestial de Cristo. Después de presentar una serie de mensajes acerca del ministerio completador de Pablo, continuaremos con el ministerio remendador de Juan. Por medio de estos tres ministerios, la Biblia llega a su consumación y se producen el nuevo cielo, la nueva tierra y la Nueva Jerusalén.