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María Zambrano Juventudes de Europa Una época acaba de pasar y quizá nadie pueda darse cuenta mejor que aquellos que han sobrepasado los cuarenta años sin tocar a los cincuenta. Los que asomamos a la vida al final de la primera Guerra Mundial y fuimos sacudidos en nuestra adolescencia por la Revolución Rusa, por la Marcha sobre Roma y adormecidos un tanto por la Sociedad de Naciones, la República de Weimar, el ensueño de entendimiento franco- alemán. Los que pasamos nuestra juventud respirando aquella atmósfera de esperanza más que exaltada, embobada por la inconsciencia, atragantada eso sí de terribles presagios. Presagios que nacían desde el fondo más íntimo de nuestra alma, de ese fondo insobornable que “sabe” con certeza que algo terrible le esperaba. En lo que yo recuerdo las gentes de mi generación jamás se engañaron en cuanto al destino que les aguardaba; diferíamos quizás en interpretarlo, en buscarle el argumento; más sabíamos que íbamos a ser en el mejor de los casos sacrificados y en el peor, aplastados. Y así la mayor parte veníamos a ser víctimas en busca de sacrificio. Y lo encontramos. No inaugurábamos con ello nada nuevo. Desde el inicio del Romanticismo —finales del XVIII, comienzos del XIX— así había 1

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Arquitectura de nuestro tiempo

Mara Zambrano

Juventudes de EuropaUna poca acaba de pasar y quiz nadie pueda darse cuenta mejor que aquellos que han sobrepasado los cuarenta aos sin tocar a los cincuenta. Los que asomamos a la vida al final de la primera Guerra Mundial y fuimos sacudidos en nuestra adolescencia por la Revolucin Rusa, por la Marcha sobre Roma y adormecidos un tanto por la Sociedad de Naciones, la Repblica de Weimar, el ensueo de entendimiento franco-alemn. Los que pasamos nuestra juventud respirando aquella atmsfera de esperanza ms que exaltada, embobada por la inconsciencia, atragantada eso s de terribles presagios. Presagios que nacan desde el fondo ms ntimo de nuestra alma, de ese fondo insobornable que sabe con certeza que algo terrible le esperaba. En lo que yo recuerdo las gentes de mi generacin jams se engaaron en cuanto al destino que les aguardaba; diferamos quizs en interpretarlo, en buscarle el argumento; ms sabamos que bamos a ser en el mejor de los casos sacrificados y en el peor, aplastados. Y as la mayor parte venamos a ser vctimas en busca de sacrificio. Y lo encontramos.

No inaugurbamos con ello nada nuevo. Desde el inicio del Romanticismo finales del xviii, comienzos del xix as haba sido; el argumento slo haba cambiado, mas no en nuestra generacin. El problema social, el de todos los hombres, haba atrado a lo mejor de cada generacin a partir de la segunda mitad del siglo xix. An en la fe en la ciencia, en el mismo positivismo; cuando no haba de romanticismo an. Mas, si a nosotros alguien nos hubiera dicho que ramos romnticos, que vendramos a ser algn da la ltima, expresin de ste gran ciclo mucho ms amplio y completo de lo que se haba credo, hubiramos sonredo con suficiente, pensando sin dignarlos contestar: No comprenden nada de lo que pasa.

Y es ahora, solamente, al sentir la diferencia con la juventud que se muestra a la luz, cuando aflora la ntima sospecha de que nosotros an estuvisemos dentro del gran ciclo romntico. Y ahora podemos ver ms claramente cul es el fuego central de esta actitud romntica: la exaltacin del individuo, diramos, s, la exaltacin de lo individual para ofrecerlo, ntegramente si llega el caso, a la comunidad.

La nica diferencia que ahora se nos figura habla entre nosotros y los romnticos era que mientras ellos tenan la pasin de lo individual, nosotros quiz dndole ya por logrado nos preocupamos directamente por lo de todos. Y as, faltaba a nuestra actitud aquella pasin espectacular, aquella exaltacin del que quiere ganar algo para despus quemarlo.

Y an esto: no queramos quemarnos, sino construir. Nuestra deidad no era el fuego destructor sino algo ms simple y humilde; la convivencia, en todo: en el pensamiento, en la poesa, en las artes. Por lo cual ms que rebeldes queramos ser mediadores, ser vehculo, era nuestra vocacin, a lo que creo. Vehculo del pensamiento para volcarla en la vida, en la de todos; vehculo de la vida concreta, de la pasin y de la esperanza del hombre annimo para llevarla al pensamiento abstracto.

Y an mucho ms podramos decir de lo que fuimos y de lo que quisimos ser. Pero todo ello qued interrumpido. La caracterstica de las generaciones europeas de este siglo es quedar sin logro, no haber podido dar su fruto. En Espaa por la Guerra Civil. La Guerra del catorce consumi en Francia lo mejor, lo ms prometedor del pensamiento, de la poesa y aun de la accin. Charles Peguy en quien se unan las tres cosas puede ser el smbolo. Por qu no imaginar que sucedi lo mismo en otros pases? La generacin nacida en aquellos aos ha sido sacrificada en esta ltima guerra de tan mltiples dimensiones, en que la destruccin se ha ejercido de tantas y tan diversas maneras.

Los que han sobrevivido ntegramente a cualquier de esas catstrofes sienten sobre s el peso de tanta cosa a expresar; la responsabilidad aplastante de hablar por todos los que cayeron en el silencio. Pero como las catstrofes sucesivas no han podido dejar de afectar a los supervivientes, podemos decir que somos supervivientes a medias o ms bien vivientes a medias, pues tales trgicos acontecimientos consumieron nuestro tiempo y an nuestra accin y han alterado el mundo en el cual hubiera tenido nuestra palabra su pleno sentido. Ahora... ya arriban otras generaciones y frente a ellas somos ya los maduros, los maduros que no tuvieron ni tiempo, ni condiciones para llegar a madurar. De cuando no ramos todava, hemos pasado por este largo tnel de angustias y espantos a cuando habra que dejar espacio libre a los que llegan.

Mientras nuestros mayores, aquellos que no fueron llamados a ninguna de las Guerras en cuestin han podido afirmar su personalidad, seguir elaborando, an con enormes dificultades, una obra ya comenzada antes de la ltima catstrofe, de las dos ltimas: la espaola y la mundial.

Ahora qu dice la juventud que llega? Qu promesa porta en su seno? Qu es lo que exige y lo que quiere?

Hay los que hablan o se expresan de alguna manera y los que actan. Y an entre los primeros, aquellos que expresan simplemente lo que les pasa o lo que creen que les pasa y los que pretenden que pasen cosas diferentes.

Si se mira a la vida literaria actual de Europa un fenmeno salta enseguida a la vista. La multitud de los que escriben y la disminucin de los que leen. Ha sido caracterstico de la juventud la avidez, la lectura apasionada que poda llegar a eso que se llama vicio. Aun recuerdo... no hay que leer tanto, eso es ya vicio corregido inmediatamente por un tambin yo era as a tu edad. No creo que haya que hacer esa admonicin a las juventudes de ahora hablo de las europeas. Ansiosos de expresarse o de existir quizs se lanza a escribir con la furia del que se asfixia y encuentra al fin una salida del largo corredor oscuro; escriben con la furia del que golpea un muro para salvarse de un incendio, para escapar de una prisin.

Este otoo pasado una gran editorial de Pars lanz ms de una veintena de jvenes escritores cuya edad en poco sobrepasa los veinte aos. Mas ahora acaba de surgir una novelista, segn los crticos un verdadero escritor de raza de 19 aos. Si es as, es algo que ha podido acontecer en otro momento y que no sera un hecho caracterstico.

Si lo es en cambio, la cantidad de jvenes que con la mxima decisin se lanzan al mundo de las letras.

Lo es tambin el realismo angustioso podramos llamar de la mayor parte de esos libros. Su sujecin a la ms escueta realidad. Mas, la realidad cambia, aunque parezca absurdo a primera vista; cambia, porque la realidad es aquello que creemos real porque nos apasiona, nos interesa, nos atormenta. Y esa es la realidad que se expresa, la que nos obsesiona, lo que es nuestra crcel. Por tanto, en este sentido realismo lo ha habido siempre.

Realismo en sentido estricto quiere decir ausencia de trasmutacin, transcripcin de lo que nos est pasando sin que en ello intervenga apenas la conciencia, ni uno de eos sentimientos que todo lo transfiguran el amor por ejemplo. Se trata pues, de todo lo contrario del romanticismo. Hay un estar fijo en lo que pasa y un no ansiar demasiado la libertad, como si la libertad estuviera solamente en el hecho de poder decirlo. La expresin cruda directa, como un hecho sin ms.

Todos parecen coincidir como si dijera: esto es as, sin ms, encogindose un tanto de hombros sinn aadir siquiera Yo no tengo la culpa. No; toda justificacin parece estar ausente, todo sentido de culpa propia o ajena.

Y esto es un tanto nuevo, pues en el naturalismo de un Zola pareca resonar la voz, el grito del Yo acuso! Era una denuncia las descripciones de la miseria de las grandes ciudades en Pars y Roma, de lo que l estimaba superaticin en Lourdes, de la hipocresa burguesa, o de la sensualidad que llegaba a la abolicin de la conciencia, en la Bestia Humana; denuncia la huelga de los mineros en Germinal. Ms el realismo juvenil de ahora no parece estar enderezado a ningn fin, no parece llevar el signo de la requisitoria, ni de la protesta. Una suerte de pasividad, de inercia del alma y de la conciencia los deposita as como el mar cuando arroja sobre la playa algas y moluscos o quizs un cadver que l ignora. Un fondo de diferencia parece residir bajo ese expresar infatigable que la hace asemejarse a una funcin qumica o simplemente biolgica. Podra convenirles a todos ese lema Nec spes nec metu: Ni siquiera espanto. Toda emocin ntima parece haber sido sobrepasada como sucede cuando el sufrimiento ha consumido todo, todo menos el simple hecho de estar vivo.

Y as, los crticos literarios muy a menudo, como u diagnstico dicen la palabra inocencia por no usar tal vez la contraria, perversidad dados los conflictos y los personajes de las novelas de estos jvenes que lindan todas con la autobiografas ms o menos traspuesta.

Cabra acusar a estos jvenes ya que ellos no acusan? Creo que no y ni inocencia ni perversidad me parecen palabras adecuadas para su actitud que parece escapar a todos los calificativos al uso. Indiferencia, impavidez dira yo y la frase de Horacio, Las ruinas me encontrarn impvido parece convenirles.

Y es que todo se lo han encontrado en ruinas. Crecieron entre ellas, fue su paisaje. En ruinas tambin han encontrado el mundo a que pertenecen. Y ms all de las ruinas, como horizonte ltimo... la falta de horizonte. El muro sobre el cual se recorta su figura como la de los muertos, pues es el horizonte lo que hace que la vida no sea un simple hecho, sino una esperanza en vas de realizarse.

Frente a los mayores no se molestan en discutir, no aman la polmica que es al fin y al cabo dilogo. La rebelda caracterstica de otras generaciones no aparece en ellos. Se muestran simplemente como son, como si todo ocurriera sin remedio y como si nadie hubiera de escucharles ni menos an, de juzgarles.

No son polticos los actuales jvenes de Europa. No parecen creer en la poltica, lo cual supone no creer que los asuntos humanos puedan ser dirigidos humanamente: creer que la voluntad y la inteligencia nada pueden cambiar del curso de los acontecimientos. Que la sociedad, la historia est entregada a un gigantesco juego de azar o a las secretas decisiones de algunos personajes inaccesibles. Es como si todos hubiesen ledo, estudiado ms bien como libro de texto El Proceso de Kafka.

Como es sabido el protagonista de El Proceso, es un simple mortal que un da es detenido sin ir por ello a ninguna crcel, pues el mundo todo parece serlo; se le sigue un proceso por un tribunal desconocido e invisible por una culpa que nadie le precisa. Jams se le interroga y lo que es ms terrible, l mismo jams interroga a sus guardianes, a aquellos subalternos con quienes se ve. Ni siquiera a s mismo a solas... Por lo visto no tiene a quien.

As parece proceder la mayor parte de estos jvenes. No se preguntan ni preguntan. Escriben como si el mundo estuviese desierto su historia que si en algo est falseada es por el lado del mal. As como en otros tiempos, en el que est al pasar, se crea deber o al menos parecer dotado de ciertas virtudes, hoy crean los que inauguran esta poca, de la destruccin atmica, que es preciso a toda costa sino se logra ser, aparecer como un monstruo. Como si fuera preciso ponerse a bien con las potencias malficas, adular al mal, como un obediente siervo. Quizs todo ese cinismo no sea sino una mscara como las que usaban los sacerdotes de los Dioses del sacrificio humano. Slo la vctima inmolada mora sin mscara. Y quiz ellos no quieran morir y para ello se fabriquen su mscara y su escudo, para dar espanto, el espanto de que se quieren librar. Tienen acaso ellos la culpa?

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