nacho 14 (santa teresa de jesús)
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Santa Teresa de Jesús
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida por el nombre de Santa Teresa de
Jesús o simplemente Teresa de Ávila (Ávila, 28 de marzo de 1515 – Alba de Tormes,
4 de octubre de 1582), fue una religiosa, doctora de la Iglesia Católica, mística y
escritora española, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra
Señora del Monte Carmelo (o carmelitas).
Familia
Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, aunque generalmente usó el
nombre de Teresa de Ahumada hasta que comenzó la reforma de la que se hablará más
abajo, cambiando entonces su nombre por Teresa de Jesús.
El padre de Teresa era Alonso Sánchez de Cepeda, descendiente de familia judía
conversa. Alonso tuvo dos mujeres. Con la primera, Catalina del Peso y Henao, tuvo
dos hijos: María y Juan de Cepeda. Con su segunda esposa, Beatriz Dávila y Ahumada
(emparentada con muchas familias ilustres de Castilla), que murió cuando Teresa
contaba con unos 12 años, tuvo otros diez: Hernando, Rodrigo, Teresa, Juan (de
Ahumada), Lorenzo, Antonio, Pedro, Jerónimo, Agustín y Juana.
Infancia
Según relata la propia Teresa en los escritos destinados a su confesor y reunidos en el
libro Vida de Santa Teresa de Jesús, desde sus primeros años mostró Teresa una
imaginación vehemente y apasionada. Su padre, aficionado a la lectura, tenía algunos
romanceros; esta lectura y las prácticas piadosas comenzaron a despertar el corazón y la
inteligencia de la pequeña Teresa con seis o siete años de edad.
En dicho tiempo pensó ya en sufrir el martirio, para lo cual, ella y uno de sus hermanos,
Rodrigo, un año mayor, trataron de ir a las «tierras de infieles», es decir, tierras
ocupadas por los musulmanes, pidiendo limosna, para que allí los descabezasen. Su tío
los trajo de vuelta a casa. Convencidos de que su proyecto era irrealizable, los dos
hermanos acordaron ser ermitaños. Teresa escribe:
“En una huerta que había en casa, procurábamos como podíamos, hacer ermitas,
poniendo unas piedrecitas, que luego se nos caían, y así no hallábamos remedio en nada
para nuestro deseo... Hacía (yo) limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad
para rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario... Gustaba (yo) mucho
cuando jugaba con otras niñas, hacer monasterios como que éramos monjas.”
Parece que perdió a su madre hacia 1527, o sea a los 12 años de edad. Ya en aquel
tiempo su vocación religiosa había sido continuamente demostrada. Aficionada a la
lectura de libros de caballerías:
“Comencé a traer galas, y a desear contentar en parecer bien, un mucho cuidado de
manos y cabello y olores, y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas,
por ser muy curiosa... Tenía primos hermanos algunos... eran casi de mi edad, poco
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mayores que yo; andábamos siempre juntos, teníanme gran amor y en todas las cosas
que les daba contento, los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y niñerías, no
nada buenas... Tomé todo el daño de una parienta (se cree que una prima), que trataba
mucho en casa... Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las
cosas de pasatiempo, que yo quería, y aun me ponía en ellas, y daba parte de sus
conversaciones y vanidades. Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años...
no me parece había dejado a Dios por culpa mortal”.
Mudanza física y espiritual
Afectada por una grave enfermedad, volvió a casa de su padre, y ya curada, la llevaron
al lado de su hermana María de Cepeda. Luchando consigo misma, llegó a decir a su
padre que deseaba ser monja, pues creía ella, dado su carácter, que el haberlo dicho
bastaría para no volverse atrás. Su padre contestó que no lo consentiría mientras él
viviera. Sin embargo, Teresa dejó la casa paterna, y entró el 2 de noviembre de 1533 en
el convento de la Encarnación, en Ávila, y allí profesó el día 3 de noviembre de 1534.
Tras entrar al convento su estado de salud empeoró. Padeció desmayos, una cardiopatía
no definida y otras molestias. Así pasó el primer año. Para curarla, la llevó su padre con
su hermana. En dicha aldea permaneció Teresa hasta la primavera de 1536. De vuelta en
Ávila, el (Domingo de Ramos de 1537), sufrió un paroxismo (accidente peligroso o casi
mortal, en que el paciente pierde el sentido y la acción por largo tiempo) de cuatro días en
casa de su padre, quedando paralítica por más de dos años. Antes y después del
paroxismo, sus padecimientos físicos fueron horribles.
Favores espirituales
A mediados de 1539 Teresa recuperó la salud; la tradición lo atribuyó en su día a la
intercesión de San José. Con la salud Teresa recuperó las aficiones mundanas, fáciles de
satisfacer, puesto que la clausura sólo se impuso como obligatorio a todas las religiosas
a partir de 1563. En esa época Teresa de Ávila vivió nuevamente en el convento, donde
recibía frecuentes visitas.
Afligida un tiempo después, abandonó la oración (1541). Según su testimonio se le
apareció Jesucristo (1542) en el locutorio con semblante airado, reprendiéndole su trato
familiar con seglares. No obstante, la monja permaneció en él durante muchos años,
hasta que se movió a dejar el trato de seglares (1555) a la vista de una imagen de Jesús
crucificado.
El padre de Teresa falleció en 1541. El sacerdote que lo había asistido en sus últimos
momentos se encargó de dirigir la conciencia de Teresa rememorando las últimas
palabras del padre de ésta. Posteriormente, impresionada por estas palabras, Teresa
enmendó su conducta y estuvo dispuesta a corregir sus faltas. Al cabo, Teresa se
conformó con la lectura de las Confesiones, de San Agustín.
Tuvo en 1558 su primer rapto y la visión del infierno. Hizo voto (1560) de aspirar
siempre a lo más perfecto; San Pedro de Alcántara aprobó su espíritu y San Luis Beltrán
le animó a llevar adelante su proyecto de reformar la Orden del Carmen, concebido
hacia dicho año.
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Teresa quería fundar en Ávila un monasterio para la estricta observancia de la regla de
su orden, que comprendía la obligación de la pobreza, de la soledad y del silencio. Por
mandato de su confesor escribió su vida (1561), trabajo que terminó hacia junio de
1562; por consejo de Soto volvió a escribir su vida en 1566.
Aquí es oportuno copiar al biógrafo francés Pierre Boudot:
“En todas las páginas (del libro de su vida) se ven las huellas de una pasión viva, de una
franqueza conmovedora, y de un iluminismo consagrado por la fe de fieles. Todas sus
revelaciones atestiguan que creía firmemente en una unión espiritual entre ella y
Jesucristo; veía a Dios, la Virgen, los santos y los ángeles en todo su esplendor, y de lo
alto recibía inspiraciones que aprovechaba para la disciplina de su vida interior. En su
juventud las aspiraciones que tuvo fueron raras y parecen confusas; sólo en plena edad
madura se hicieron más distintas, más numerosas y también más extraordinarias. Pasaba
de los cuarenta y tres años cuando por vez primera vivió un éxtasis. Sus visiones
intelectuales se sucedieron sin interrupción durante dos años y medio (1559–1561). Sea
por desconfianza, sea para probarla, sus superiores le prohibieron que se abandonase a
estos fervores de devoción mística, que eran para ella una segunda vida, y la ordenaron
que resistiera a estos arrobamientos, en que su salud se consumía. Obedeció ella, mas a
pesar de sus esfuerzos, su oración era tan continua que ni aun el sueño podía interrumpir
su curso. Al mismo tiempo, abrasada de un violento deseo de ver a Dios, se sentía
morir. En este estado singular tuvo en varias ocasiones la visión que dio origen al
establecimiento de una fiesta particular en la Orden del Carmelo.”
El biógrafo francés alude al suceso que refiere la santa en estas líneas:
“Vi a un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo en forma corporal... No era grande, sino
pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy
subidos, que parece todos se abrasan... Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al
fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón
algunas veces y que me llegaba a las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo,
y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que me
hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo
dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es
dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto.
Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo
dé a gustar a quien pensare que miento... Los días que duraba esto andaba como
embobada, no quisiera ver ni hablar, sino abrasarme con mi pena, que para mí era
mayor gloria, que cuantas hayan tomado lo criado.”
Vida de Santa Teresa, cap. XXIX
Inicio de las fundaciones a lo largo de España
A fines de 1561 recibió Teresa cierta cantidad de dinero que le remitió desde el Perú
uno de sus hermanos, y con ella se ayudó para continuar la proyectada fundación del
Convento de San José. Para la misma obra contó con el concurso de su hermana Juana,
a cuyo hijo Gonzalo se dice que resucitó la Santa.
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Descontenta con la «relajación» de las normas que en 1432 habían sido mitigadas por
Eugenio IV, Teresa decidió reformar la orden para volver a la austeridad, la pobreza y la
clausura que consideraba el auténtico espíritu carmelitano. Pidió consejo a Francisco de
Borja y a Pedro de Alcántara que aprobaron su espíritu y su doctrina.
Después de dos años de luchas llegó a sus manos la bula de Pío IV para la erección del
convento de San José, en Ávila, ciudad a la que había regresado Teresa. Se abrió el
monasterio de San José (24 de agosto de 1562); tomaron el hábito cuatro novicias en la
nueva Orden de las Carmelitas Descalzas de San José; hubo alborotos en Ávila; se
obligó a la Santa a regresar al convento de la Encarnación, y, calmados los ánimos,
vivió Teresa cuatro años en el convento de San José con gran austeridad. Las religiosas
adictas a la reforma de Teresa, dormían sobre un jergón de paja; llevaban sandalias de
cuero o madera; consagraban ocho meses del año a los rigores del ayuno y se abstenían
por completo de comer carne. Teresa no quiso para ella ninguna distinción, antes bien
siguió confundida con las demás religiosas no pocos años.
La reforma propugnada por Teresa junto a San Juan de la Cruz, que, como se verá,
comprendió también a los hombres, se llamó de los Carmelitas Descalzos.
Últimas fundaciones y muerte
Supo que en Granada se había fundado el decimosexto convento de carmelitas, y uno de
descalzos en Lisboa. El decimoséptimo de descalzas lo fundó ella en Burgos, donde
escribió sus últimas fundaciones, incluyendo la de dicha ciudad. Saliendo de Burgos
pasó por Palencia, Valladolid, cuya priora la echó del convento, Medina del Campo,
cuya priora también la despreció, y Peñaranda. Al llegar a Alba de Tormes (20 de
septiembre) su estado empeoró. Recibido el viático y confesada, murió la noche del 4 de
octubre de 1582. Su cuerpo fue enterrado en el convento de la Anunciación de esta
localidad, con grandes precauciones para evitar un robo. Exhumado el 25 de noviembre
de 1585, quedó allí un brazo y se llevó el resto del cuerpo a Ávila, donde se colocó en la
sala capitular; pero el cadáver, por mandato del Papa, fue devuelto al pueblo de Alba,
habiéndose hallado incorrupto (1586). Se elevó su sepulcro en 1598; se colocó su
cuerpo en la capilla Nueva en 1616, y en 1670, todavía incorrupto, en una caja de plata.
Beatificada Teresa en 1614 por Paulo V, e incluida entre las santas por Gregorio XV el
12 de marzo de 1622, fue designada (1627) para patrona de España por Urbano VIII. En
1626 las Cortes de Castilla la nombraron copatrona de los Reinos de España, pero los
partidarios de Santiago Apóstol lograron revocar el acuerdo. Fue nombrada Doctora
honoris causa por la Universidad de Salamanca y posteriormente fue designada patrona
de los escritores.
En 1970 se convirtió en la primera mujer elevada por la Iglesia Católica a la condición
de Doctora de la Iglesia, bajo el pontificado de Pablo VI. La Iglesia Católica celebra su
fiesta el 15 de octubre.
Obra literaria
Cultivó la poesía lírico-religiosa. Llevada de su entusiasmo, se sujetó menos que
cuantos cultivaron dicho género a la imitación de los libros sagrados, pareciendo, por
tanto, más original. Sus versos son fáciles, de estilo ardiente y apasionado, como nacido
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del amor ideal en que se abrasaba Teresa, amor que era en ella fuente inagotable de
mística poesía.
Las obras místicas de carácter didáctico más importantes de cuantas escribió la santa se
titulan: Camino de perfección (1562–1564); Conceptos del amor de Dios y Castillo
interior o Las moradas. Además de estas tres, pertenecen a dicho género las tituladas:
Vida de Santa Teresa de Jesús (1562–1565) escrita por ella misma y cuyos originales se
encuentran en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del El Escorial; Libro de las
relaciones; Libro de las fundaciones (1573–1582); Libro de las constituciones (1563);
Avisos de Santa Teresa; Modo de visitar los conventos de religiosas; Exclamaciones del
alma a su Dios; Meditaciones sobre los cantares; Visita de descalzas; Avisos;
Ordenanzas de una cofradía; Apuntaciones; Desafío espiritual y Vejamen.
También escribió poesías, escritos breves y escritos sueltos sin considerar una serie de
obras que se le atribuyen. Escribió Teresa también 409 Cartas, publicadas en distintos
epistolarios. Los escritos de la santa se han traducido a varios idiomas. El nombre de
Santa Teresa de Jesús figura en el Catálogo de autoridades de la lengua publicado por la
Real Academia Española.
Enseñanzas
Teresa transmite con espontaneidad su experiencia personal. Primero más de 20 años de
oración estéril (sequedad o acedía), coincidiendo con enfermedades por las que padece
tremendos sufrimientos. Después, a partir de los 41 años, fuertes y vivas experiencias
místicas, a las que sus confesores califican como imaginarias o incluso como obra del
demonio, aunque Teresa confía en su origen divino por el efecto que dejan de paz,
refuerzo de las virtudes (especialmente de la humildad) y anhelo de servir a Dios y a los
otros. La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a
seguir la reforma iniciada ya en Europa. Muchos de sus textos están autocensurados,
temiendo esta vigilancia. Su manuscrito "Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares"
fue quemado por ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba
prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance. La experiencia vivida y
transmitida por Teresa en todos sus escritos se basa en la oración como el modo por
excelencia de relación y comunicación con Dios.
Reliquias y traslados
Nueve meses después de su muerte abrieron el ataúd y comprobaron que el cuerpo
estaba entero y los vestidos podridos. Antes de devolver el cuerpo al cofre de
enterramiento le diseccionaron una mano que envolvieron en una toquilla y la llevaron a
Ávila.
Reunido el capítulo de los descalzos, acordó que el cuerpo de Teresa debía volver a
Ávila y ser custodiado en el convento de san José. Se hizo el traslado un sábado de
noviembre de 1585, casi en secreto. Las monjas del convento de Alba de Tormes
pidieron quedarse con un brazo como reliquia. Cuando el duque de Alba se enteró del
traslado, envió sus quejas a Roma e hizo negociaciones para recuperarlo. El cuerpo
volvió de nuevo a Alba de Tormes.
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Después de estos hechos no la volvieron a trasladar más, pero se sacaron varias
reliquias:
El pie derecho y parte de la mandíbula superior están en Roma.
La mano izquierda, en Lisboa.
El ojo izquierdo y la mano derecha, en Ronda (España). Esta es la famosa mano
que Francisco Franco conservó hasta su muerte, tras recuperarla las tropas
franquistas de manos republicanas durante la Guerra Civil Española.
El brazo izquierdo y el corazón, en sendos relicarios en el museo de la iglesia de
la Anunciación en Alba de Tormes. Y el cuerpo incorrupto de la santa en el altar
mayor, en un arca de mármol jaspeado custodiado por dos angelitos, en dicha
iglesia.
Un dedo, en la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto en París.
Otro dedo en Sanlúcar de Barrameda.
Dedos y otros restos santos, esparcidos por España y toda la cristiandad.
VIVO SIN VIVIR EN MÍ
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
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me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Actividades:
1. ¿Cuál es el tema principal del poema?
2. ¿Cuál es el recurso estilístico más característico del poema? Explica en qué consiste y
encuentra ejemplos.
3. Indica las palabras que dan el sentido de falta de libertad.
4. ¿A qué estilo literario pertenece? Justifícalo.
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VUESTRA SOY, PARA VOS NACÍ
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
Soberana Majestad,
eterna sabiduría,
bondad buena al alma mía;
Dios alteza, un ser, bondad,
la gran vileza mirad
que hoy os canta amor así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra pues que me llamastes,
vuestra porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón,
yo le pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mi?
Dadme, pues, sabiduría,
o por amor, ignorancia;
dadme años de abundancia,
o de hambre y carestía;
dad tiniebla o claro día,
revolvedme aquí o allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar.
Si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando.
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Decid, ¿dónde, cómo y cuándo?
Decid, dulce Amor, decid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Dadme Calvario o Tabor,
desierto o tierra abundosa;
sea Job en el dolor,
o Juan que al pecho reposa;
sea viña fructuosa
o estéril, si cumple así:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea José puesto en cadenas,
o de Egipto adelantado,
o David sufriendo penas,
o ya David encumbrado;
sea Jonás anegado,
o libertado de allí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Esté callando o hablando,
haga fruto o no le haga,
muéstreme la ley mi llaga,
goce de Evangelio blando;
esté penando o gozando,
sólo vos en mí vivid:
¿qué mandáis hacer de mí?
Vuestra soy, para vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
SOBRE AQUELLAS PALABRAS
"DILECTUS MEUS MIHI"
Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó caída,
y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí,
y yo soy para mi amado.
COLOQUIO AMOROSO
Si el amor que me tenéis,
Dios mío, es como el que os tengo,
Decidme: ¿en qué me detengo?
O Vos, ¿en qué os detenéis?
- Alma, ¿qué quieres de mí?
? Dios mío, no más que verte.
? Y ¿qué temes más de ti?
? Lo que más temo es perderte.
Un alma en Dios escondida
¿qué tiene que desear,
sino amar y más amar,
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y en amor toda escondida
tornarte de nuevo a amar?
Un amor que ocupe os pido,
Dios mío, mi alma os tenga,
para hacer un dulce nido
adonde más la convenga.
¡OH HERMOSURA QUE EXCEDÉIS!
¡Oh hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
Oh ñudo que así juntáis
dos cosas tan desiguales,
no sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba;
sin acabar acabáis,
sin tener que amar amáis,
engrandecéis nuestra nada.
AYES DEL DESTIERRO
¡Cuán triste es, Dios mío,
la vida sin ti!
Ansiosa de verte,
deseo morir.
Carrera muy larga
es la de este suelo,
morada penosa,
muy duro destierro.
¡Oh sueño adorado!
sácame de aquí!
Ansiosa de verte,
deseo morir.
Lúgubre es la vida,
amarga en extremo;
que no vive el alma
que está de ti lejos.
¡Oh dulce bien mío,
que soy infeliz!
Ansiosa de verte,
deseo morir.
¡Oh muerte benigna,
socorre mis penas!
Tus golpes son dulces,
que el alma libertan.
¡Qué dicha, oh mi Amado,
estar junto a Ti!
Ansiosa de verte,
deseo morir.
El amor mundano
apega a esta vida;
el amor divino
por la otra suspira.
Sin ti, Dios eterno,
¿quién puede vivir?
Ansiosa de verte,
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deseo morir.
La vida terrena
es continuo duelo:
vida verdadera
la hay sólo en el cielo.
Permite, Dios mío,
que viva yo allí.
Ansiosa de verte,
deseo morir.
¿Quién es el que teme
la muerte del cuerpo,
si con ella logra
un placer inmenso?
¡Oh! sí, el de amarte,
Dios mío, sin fin.
Ansiosa de verte,
deseo morir.
Mi alma afligida
gime y desfallece.
¡Ay! ¿quién de su amado
puede estar ausente?
Acabe ya, acabe
aqueste sufrir.
Ansiosa de verte,
deseo morir.
El barbo cogido
en doloso anzuelo
encuentra en la muerte
el fin del tormento.
¡Ay!, también yo sufro,
bien mío, sin ti,
Ansiosa de verte,
deseo morir.
En vano mi alma
te busca oh mi dueño;
Tú, siempre invisible,
no alivias su anhelo.
¡Ay! esto la inflama,
hasta prorrumpir:
Ansiosa de verte,
deseo morir.
¡Ay!, cuando te dignas
Entrar en mi pecho,
Dios mío, al instante
el perderte temo.
Tal pena me aflige
y me hace decir:
Ansiosa de verte,
deseo morir.
Haz, Señor, que acabe
tan larga agonía;
socorre a tu sierva
que por ti suspira.
Rompe aquestos hierros
y sea feliz.
Ansiosa de verte,
deseo morir.
Mas no, dueño amado,
que es justo padezca;
que expíe mis yerros,
mis culpas inmensas.
¡Ay!, logren mis lágrimas
te dignes oír:
Ansiosa de verte,
deseo morir.
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ALMA, BUSCARTE HAS EN MÍ
Alma, buscarte has en Mí,
y a Mí buscarme has en ti.
De tal suerte pudo amor,
alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.
Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.
Que yo sé que te hallarás
en mi pecho retratada,
y tan al vivo sacada,
que si te ves te holgarás,
viéndote tan bien pintada.
Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí,
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
a Mí buscarme has en ti.
Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.
Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a Mí buscarme has en ti.
PASTORES QUE VELÁIS
¡Ah, pastores que veláis,
por guardar vuestro rebaño,
mirad que os nace un Cordero,
Hijo de Dios Soberano!
Viene pobre y despreciado,
comenzadle ya a guardar,
que el lobo os le ha de llevar,
sin que le hayamos gozado.
Gil, dame acá aquel cayado
que no me saldrá de mano,
no nos lleven al Cordero:
¿no ves que es Dios Soberano?
¡Sonzas!, que estoy aturdido
de gozo y de penas junto.
¿Si es Dios el que hoy ha nacido,
cómo puede ser difunto?
¡Oh, que es hombre también junto!
La vida estará en su mano;
mirad, que es este el Cordero,
Hijo de Dios Soberano.
No sé para qué le piden,
pues le dan después tal guerra.
Mía fe, Gil, mejor será
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que se nos torne a su tierra.
Si el pecado nos destierra,
y está el bien todo en su mano,
ya que ha venido, padezca
este Dios tan Soberano.
Poco te duele su pena;
¡oh, cómo es cierto del hombre,
cuando nos viene provecho,
el mal ajeno se esconde!
¿No ves que gana renombre
de pastor de gran rebaño?
Con todo, es cosa muy fuerte
que muera Dios Soberano.
AL NACIMIENTO DE JESÚS
Hoy nos viene a redimir
un Zagal, nuestro pariente,
Gil, que es Dios omnipotente.
Por eso nos ha sacado
de prisión a Satanás;
mas es pariente de Bras,
y de Menga, y de Llorente.
¡Oh, que es Dios omnipotente!
Pues si es Dios, ¿cómo es vendido
y muere crucificado?
¿No ves que mató el pecado,
padeciendo el inocente?
Gil, que es dios omnipotente.
Mi fe, yo lo vi nacido
de una muy linda Zagala.
Pues si es Dios ¿cómo ha querido
estar con tan pobre gente?
¿No ves, que es omnipotente?
Déjate de esas preguntas,
muramos por le servir,
y pues El viene a morir
muramos con El, Llorente,
pues es Dios omnipotente.
Las Moradas del Castillo Interior (o más simplemente: Las Moradas) es el
último libro que escribió Santa Teresa de Jesús . Según muchos, su mejor obra;
y una de las cumbres de la mística cristiana y de la prosa española del Siglo de
Oro.
Año 1577, España, ciudad de Toledo. Teresa tiene 62 años, muchos achaques
de salud y su obra de reformadora y fundadora peligra: la Inquisición la está
mirando con malos ojos (han secuestrado su autobiografía) y llueven ataques
de los calzados y disgustos sin fin.
Es en ese momento que Gracián y otros de su entorno, que conocen lo que esta
monja sabe y lo bien que se expresa, la empujan a escribir algo: aunque más no
sea para sermonear un poco a sus hijas...
A regañadientes -como se ve en el prólogo- Teresa obedece. Empieza en junio y
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se interrumpe a principios de julio, cuando debe viajar a su tierra natal, Avila.
Allí reanuda el libro a fines de octubre y lo termina en noviembre.
Apenas dos meses netos de escritura, y en circunstancias adversas. No hay
tiempo ni para corregir ni para releer...
Pero el caso es que Teresa está inspirada : sus monjas se asombran al verla
escribir rapidísimo, como si le dictaran. Y al final, ella misma se siente
satisfecha con el resultado.
No es para menos.
Las Moradas son una alegoría de los grados de la vida espiritual, yendo desde la
ascética hasta la mística. Una doctrina segura, vivida; y en la pluma salerosa de
Teresa.
Para no olvidar que sabiduría, felicidad y santidad van juntas.
Prólogo:
1. Pocas cosas que me ha mandado la obediencia, se me han hecho tan dificultosas
como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no me parece me da el Señor
espíritu para hacerlo ni deseo; lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con un ruido y
flaqueza tan grande, que aun los negocios forzosos escribo con pena [2].
Mas, entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen
imposibles, la voluntad se determina a hacerlo muy de buena gana, aunque el natural
parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud que el pelear
con la enfermedad continua y con ocupaciones de muchas maneras se pueda hacer sin
gran contradicción suya. Hágalo el que ha hecho otras cosas más dificultosas por
hacerme merced, en cuya misericordia confío.
2. Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han
mandado escribir, antes temo que han de ser casi todas las mismas; porque así como
los pájaros que enseñan a hablar no saben más de lo que les muestran u oyen, y esto
repiten muchas veces, soy yo al pie de la letra.
Si el Señor quisiere diga algo nuevo, Su Majestad lo dará o será servido traerme a la
memoria lo que otras veces he dicho, que aun con esto me contentaría, por tenerla tan
mala que me holgaría de atinar a algunas cosas que decían estaban bien dichas, por si
se hubieren perdido. Si tampoco me diere el Señor esto, con cansarme y acrecentar el
mal de cabeza por obediencia, quedaré con ganancia, aunque de lo que dijere no se
saque ningún provecho [3].
3. Y así, comienzo a cumplirla hoy, día de la Santísima Trinidad, año de 1577 [4] en este
monasterio de San José del Carmen en Toledo adonde al presente estoy, sujetándome
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en todo lo que dijere al parecer de quien me lo manda escribir, que son personas de
grandes letras [5].
Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que tiene la santa Iglesia Católica
Romana, será por ignorancia y no por malicia [6]. Esto se puede tener por cierto, y que
siempre estoy y estaré sujeta por la bondad de Dios, y lo he estado a ella [7]. Sea por
siempre bendito, amén, y glorificado.
4. Díjome quien me mandó escribir [8] que como estas monjas de estos monasterios
de nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las
declare, y que le parecía que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y
con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene entendido
por esta causa será de alguna importancia, si se acierta a decir alguna cosa; y por esto
iré hablando con ellas en lo que escribiré, y porque parece desatino pensar que puede
hacer al caso a otras personas.
Harta merced me hará nuestro Señor, si alguna de ellas se aprovechare para alabarle
algún poquito más: bien sabe Su Majestad que yo no pretendo otra cosa; y está muy
claro que, cuando algo se atinare a decir, entenderán no es mío, pues no hay causa
para ello, si no fuere tener tan poco entendimiento como yo habilidad para cosas
semejantes, si el Señor por su misericordia no la da.