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Campesinado, guerra y conciencia nacional Nelson Manrique La relación entre el campesinado y la cuestión nacional es un tema que tiene particular importancia en los países andinos, donde la condición de campesino no se puede desligar de la de indio; es decir. donde la filiación clasista va indisolublemente unida a la filiación étnica, creando una trama social muy compleja en la que desentrañar el origen de las motivaciones de las acciones de los protagonistas sociales plantea arduos problemas que ex- ceden largamente las aproximaciones estrictamente clasistas o culturalistas. La invasión de la sierra peruana entre 1881 y 1884 por fuerzas chilenas du- rante la guerra del Pacífico y la porfiada resistencia que los campesinos in- dígenas desplegaron en esa coyuntura, pusieron este problema en evidencia con singular fuerza. Vamos hoy a retornar sobre esta cuestión. Con un artículo publicado en la sección Debates de la revista Hisla ( 1), Heraclio Bonilla reabre una polémica que hace algunos años sostuviéra- mos sobre la significación de la participación del campesinado indígena durante la guerra con Chile. El eje de las discrepancias es mi afirmación de que durante la guerra los indios campesinos de la sierra central desarrolla- ron una conducta nacionalista, así como la existencia de un "nacionalismo campesino". No siendo ésta la primera vez que estos temas provocan la polémica entre H. Bonilla y el que escribe, conviene repasar el contenido de la misma. No. 1, Julio 1986 161

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Campesinado, guerra y conciencia nacional Nelson Manrique

La relación entre el campesinado y la cuestión nacional es un tema que tiene particular importancia en los países andinos, donde la condición de campesino no se puede desligar de la de indio; es decir. donde la filiación clasista va indisolublemente unida a la filiación étnica, creando una trama social muy compleja en la que desentrañar el origen de las motivaciones de las acciones de los protagonistas sociales plantea arduos problemas que ex­ceden largamente las aproximaciones estrictamente clasistas o culturalistas. La invasión de la sierra peruana entre 1881 y 1884 por fuerzas chilenas du­rante la guerra del Pacífico y la porfiada resistencia que los campesinos in­dígenas desplegaron en esa coyuntura, pusieron este problema en evidencia con singular fuerza. Vamos hoy a retornar sobre esta cuestión.

Con un artículo publicado en la sección Debates de la revista Hisla ( 1 ), Heraclio Bonilla reabre una polémica que hace algunos años sostuviéra­mos sobre la significación de la participación del campesinado indígena durante la guerra con Chile. El eje de las discrepancias es mi afirmación de que durante la guerra los indios campesinos de la sierra central desarrolla­ron una conducta nacionalista, así como la existencia de un "nacionalismo campesino". No siendo ésta la primera vez que estos temas provocan la polémica entre H. Bonilla y el que escribe, conviene repasar el contenido de la misma.

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los antecedentes

En junio de 1977, Bonilla presentó como tesis doctoral al Progra­ma de Antropología de la Universidad de San Marcos un trabajo titulado Crisis, campesinado y problema nacional en el Perú moderno , donde expo­nía lo fundamental de las posiciones que desde entonces ha venido soste­niendo. En este trabajo, buscando testar el grado en que se habían desarro­llado las premisas para la constitución nacional del Perú y considerando correctamente que el análisis de este tema no podía limitarse al examen de la relación entre clase y nación , Bonilla se propuso como objetivo examinar "la relación entre etnía y clase, entre conciencia étnica y conciencia de clase" en el contexto de la guerra con Chile (1879-1884) (1977 : 24 ).

Lo esencial de la interpretación que Bonilla dio a este proceso pue-de resumirse en su siguiente proposición:

"En el área andina se dieron, primero, el encapsulamiento de las relaciones de clase al interior de las relaciones étnicas y la yuxta­posición de ambas, después, y, finalmente , la inversión contempo­ránea en que la relación de clase encapsula a su vez las debilitadas pero existentes relaciones étnicas" (Bonilla 1977 : 21 ). Las implicancias de tal conclusión para el análisis de lo que repre­

sentó la guerra para el pueblo peruano eran sugerentes : en el devenir del conflicto , la solidaridad de tipo étnico en los sectores populares se habría impuesto sobre las solidaridades nacional y de clase, provocando una frag­mentación social que, en el contexto de la invasión de la sierra peruana por el ejército chileno, habría culminado en una virtual "guerra de razas" de los indios contra los blancos, que habría llevado a aquéllos a combatir a éstos indiferentemente de que fueran peruanos o chilenos. A su vez, la amenaza que representaba la movilización indígena antiblanca habría pro­vocado, como una natural reacción defensiva, el paso de toda la población no india a la colaboración con los chilenos (1977 : 87-88). Así, aunque involuntariamente, los indígenas habrían contribuido decisivamente a la derrota peruana.

La posición sustentada por H. Bonilla fue objetada por Florencia Mallon y el que escribe en una polémica realizada en la Universidad de San Cristóbal de Huamanga hacia noviembre de 1978. En una tesis presentada en 1979, publicada como libro en 1981, dediqué algunas páginas a rebatir su posición y un artículo de Henri Favre que constituía su principal apoyo (2), oponiéndoles los resultados de mis propias investigaciones sobre el tema (3 ). Bonilla · no respondió a las objeciones formuladas , pero en las ver­siones que posteriormente publicó de su trabajo borró toda alusión al "en­capsulamiento de las relaciones de clase al interior de las relaciones étnicas" , así como a la preeminencia de la solidaridad étnica sobre las otras solidarida­des en el comportamiento del campesinado indígena, posiciones que ante­riormente defendía (4). Sólo en el reciente artículo cuyo contenido discutí-

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mos, vuelve a referirse a la existencia de "filiaciones étnicas segmentadas en función de la adscripción a territorios o a unidades aisladas y operando bajo la conducción de un poderoso local'' (Bonilla 1984: 137). Lamentablemente. Bonilla no aporta ni una sola evidencia a la cual remitirse para sustentar la visión que ahora nos entrega de la realidad de la sierra central durante el siglo XIX, visión que difiere notablemente de la que se desprende de las evidencias que hemos encontrado en nuestros trabajos.

El recuento realizado es útil para comprender una omisión notoria en su más reciente texto , de otra manera inexplicable. En él, Bonilla cuestio­na la posibilidad de la existencia de un "nacionalismo campesino" e incluso la de una "conducta nacionalista" del campesinado, pero renuncia implícita­mente al sustento teórico en que apoyaba anteriormente sus negaciones. El vacío creado en su argumentación por el abandono de sus tesis originarias, que cuestionaban la posibilidad de tal nacionalismo afirmando, primero, la preeminencia de lo étnico sobre lo clasista y, Juego, que las contradicciones étnicas entre blancos e indios liquidaban la posibilidad de una solidaridad nacional entre ambos, no ha sido cubierto por ninguna explicación alternati­va. Aún más, Bonilla no se decide siquiera a proponer una definición tentati­va de aquel nacionalismo cuya existencia tan enfáticamente niega. De allí la dificultad para proseguir el debate. Resulta complicado discutir una posición construida de conclusiones cuyas premisas han sido discretamente repudiadas por quien las sustenta.

Investigación empírica y teoría

Ante la ausencia de una posición propia con la cual contrastar aquella que cuestiona, Bonilla propone ahora trasladar el debate al campo de la his­toria comparada, como "el terreno apropiado para ponderar los impases de la vinculación del campesinado con la cuestión nacional", confrontar mi texto con la teoría, "que hasta aquí no hizo sino subrayar Jo contrario", y un vago cuestionamiento a las evidencias históricas en las que me he apoyado, que le parecen "no muy convincentes" (Bonilla 1984: 139).

Para empezar por lo último, habría que señalar que si Bonilla espera que se le tome en serio debiera comenzar por hacer aquello que en los cuatro años transcurridos desde la publicación de mi libro precisamente no ha he­cho: plantear en concreto sus objeciones a las fuentes históricas en las que me baso que fundamentan sus suspicacias o, mejor aún, oponer sus propias evidencias para rebatir aquellas que al parecer cuestiona. Puedo reclamar este tratamiento, pues es así como en su momento sustenté mis objeciones a sus posiciones. No hay motivo que excuse tal trámite puesto que no existe en el texto que publiqué una afirmación que no vaya apoyada en evidencias prove­nientes de diversas fuentes documentales explícitamente señaladas. Obvia­mente, sería ingenuo suponer que en un trabajo de cierta dimensión no se deslizaran errores -más adelante señalaré algunos que he ubicado gracias a

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investigaciones posteriores-. La cuestión está en demostrar que ellos invali­dan las conclusiones esenciales sustentadas. Es de desear, pues, que Bonilla no se tome demasiado tiempo más para respaldar sus dudas con algo mejor que vagas afirmaciones sin mayor sustento.

Veamos ahora la segunda afirmación : que lo que habría de por me­dio sería una disputa en el terreno de la teoría. Ello nos lleva a discutir tres órdenes de problemas: la relación entre investigación empírica y elaboración téorica, las condiciones bajo las cuales es posible generalizar las conclusiones alcanzadas en el análisis de una realidad determinada a otras realidades y, ciertamente no se trata de lo menos importante, la existencia misma de una teoría de la vinculación del campesinado con la cuestión nacional.

El primer problema suele plantear en algunos casos arduas dificulta­des para determinar cuánto sustento empírico debe exigirse a una teorización para otorgarle algún grado de validez. No es éste el caso en el tema que nos ocupa. Como apunté al ocuparme de las bases documentales sobre las cuales Bonilla construyó su teorización, sus fuentes para el análisis del comporta­miento del campesinado indígena durante la invasión chilena ~ la sierra pe­ruana fueron el artículo de Favre ya citado, un cuento de Enrique López Albújar (E/ hombre de la bandera) y una cita de las Memorias del mariscal Andrés Avelino Cáceres. Aún más, dedique un amplio análisis al artículo ya citado del doctor Favre cuestionando el manejo que realizaba de sus fuentes (Manrique 198 l: 266-272) y demostré que las conclusiones que Bonilla ex­traía del cuento y la cita aludidos eran unilaterales y tergiversaban el senti­do global de ambos textos (ldem : 388). Es de señalar que ninguna de estas observaciones ha sido hasta la fecha rebatida. Aceptemos, sin embargo, que mis críticas fueran erradas, que las fuentes de Bonilla fueran buenas e impe­cable su tratamiento. Aun en este caso, ¿puede construirse una teoría sobre la relación entre el campesinado y la cuestión nacional a partir de evidencias tan espartanas? Lo cual nos devuelve al interrogante de partida: ¿puede ha­blarse seriamente en estas condiciones de la existencia de una disputa teórica?

Otro problema a discutir es hasta dónde pueden generalizarse las conclusiones alcanzadas. En el tema que nos ocupa vale la pena recordar que estamos tratando de una coyuntura -importante, es cierto, pero una ,:oyun­tura al fin- que comprometió a una fracción del campesinado peruano du­rante algunos años, pero que no agota, ni mucho menos, su historia. Como tal, estamos frente a un caso importante que puede dar luz sobre algunos as­pectos de una problemática mayor (la relación del campesinado con la cues­tión nacional), así como sobre otros temas, pero sería una pretensión excesi­va tratar de construir sobre él toda una teoría. Ciertamente, el análisis de este caso, aunado a otros estudios sobre el comportamiento del campesinado andino peruano en otras regiones y otras circunstancias históricas, podría dar invalorables aportes, pero pretender que él por sí solo nos entregue las res­puestas que buscamos resulta excesivo. En el texto que comentamos, Bonilla

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nos llama la atención sobre el hecho de que las movilizaciones campesinas antichilenas sólo sucedieron en la sierra central (lo cual es parcialmente cier­to; aún está por estudiarse la resistencia en el territorio comprendido entre el Callejón de Huaylas. Huánuco y Cajamarca), por lo cual las conclusiones alcanzadas no pueden generalizarse a todo el territorio nacional ( Bonilla 1984: 141 ). Naturalmente no puedo sino estar de acuerdo con él, ya que en la presentación de mi estudio introduje esa advertencia (Manrique 1981 : 1 1-12 ). "Ni lo 'peruano' ni lo 'indio', como conceptos genéricos, pudieron tener vigencia en el contexto del Perú de la guerra con Chile", advierte Bonilla per­tinentemente (1984: 137). Nuevamente estamos de acuerdo; precisamente una de las objeciones centrales que planteé a su estudio fue el no tomarlo en cuenta (5). El enunciado de esta verdad ha tornado, pues, aún más precarias las bases sobre las cuales Bonilla construyó su análisis.

Con lo señalado puede comprenderse el escepticismo con que tomo la pretensión de construir toda una teoría a partir del caso propuesto. Creo que los objetivos a plantearse debieran ser, en este caso , más modestos. lo cual no obvia fijarse otro orden de objetivos de mayor alcance en otros terre­nos. El análisis de lo que la guerra significó para la sierra peruana aporta cier­tamente elementos muy importantes para entender la naturaleza de la socie­dad peniana de la pasada centuria.

La otra cuestión a plantearse es si existe la teoría de la vinculación del campesinado con la cuestión nacional. Si fuera así, Bonilla haría un sig­nificativo aporte al debate enunciándola. Salvo, claro está, que se refiera a la cita de A. Pannekoek que ha incluido en su más reciente artículo (Bonilla 1984: 14 2 ), que al plantear las limitaciones del campesinado, derivadas de "que no tienen participación alguna en la cultura nacional" (Otto Bauer), introduce más problemas de los que soluciona, cuando está por discutirse si en el Perú será posible la creación de tal cultura nacional si no se toma como un pilar fundamental el aporte cultural del campesinado andino. Aun si tal teoría existiera, es, sin embargo, evidente que ello no solucionaría de por sí el problema de la explicación del comportamiento del campesinado indígena peniano en esa coyuntura concreta. La investigación tendrá, pues, que conti-nuar.

Finalmente, declaro mi escepticismo respecto a la validez de la afir­mación de Bonilla de que la historia comparada es el terreno apropiado para ponderar los impases surgidos en este debate. Cuando aún no hay siquiera acuerdo sobre la validez de las fuentes sobre las cuales se han construido las interpretaciones alternativas, cuando tampoco hay consenso sobre los hechos materia de la investigación, cuando se tiende incluso a oscurecer el contenido de lo que está en juego en la polémica, pretender que la comparación del comportamiento del campesinado peruano durante la guerra con Chile con el de los campesinos de la China y el Japón nos dé las respuestas que debiéra­mos buscar en primer lugar en la investigación de nuestra propia realidad, es invertir los términos de un fructífero programa de investigación. Bienvenidas

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las ensefíanzas de la historia comparada, a condición de que no pretendamos que ella nos ahorre el trabajo de investigación que nos corresponde realizar.

Campesinos, terratenientes, resistencia y colaboracionismo

Los aspectos que más provechosamente pueden debatirse son aqué­llos en los que Bonilla arriesga interpretaciones personales sobre los hechos materia de controversia. Quisiera discutir sus afinnaciones que me parecen más relevantes.

En mi libro llamé la atención sobre un hecho que , en mi opinión, cuestionaba la imagen de una guerra de razas de los indios contra los blancos que no discriminaba entre peruanos y chilenos: la subordinación voluntaria de los indígenas al comando de los oficiales blancos -varios de ellos terrate­nientes de la región- que estaban decididos a luchar contra el ejército chile­no (Manrique 1981 : 178-180). Ahora, a Bonilla tal hecho ya no le llama la atención. "Uno estaría tentado a decir que lo sorprendente serla justamente lo contrario", afirma, porque, siempre según su argumentaci6n , los procesos vividos durante ese período,

"no comprometieron los mecanismos a disposición de la clase propie­taria para asegurarse la lealtad y disciplina de sus campesinos que les estaban subordinados de manera directa e indirecta" (Bonilla 1984: 140).

Es probable que a Bonilla tal hecho no le pareciese tan normal si su­piera que, contra lo que él supone, tales mecanismos de control y subordina­ción estaban destruidos y que fue precisamente esto lo que hizo posible la resistencia.

En abril de 1882, durante la ocupación chilena, cuando las comuni­dades del valle del Man taro combatían frontalmente contra los invasores, Luis Milón Duarte, cabeza política de la más poderosa familia terrateniente de la sierra central, en su condición de alcalde de la ciudad de Concepción, presentó al Concejo Municipal una moción proponiendo buscar un arreglo unilateral de paz con las fuerzas chilenas. Aceptada su propuesta por los no­tables, se entrevistó con los jefes enemigos en la región y llegó incluso a via­jar a Lima para conferenciar con el jefe supremo de las fuer21ts de ocupación. A raíz de estas conversaciones, se allanó el camino para que los jefes chilenos prometieran retirar sus tropas si Concepción se pronunciaba unilateralmente por la paz (se esperaba que esta iniciativa sería seguida por varios municipios más del país). Cuando esta decisión, que hubiera dtvidido aún más a los pe­ruanos y debilitado decisivamente la resistencia, estaba por concretarse, va­rios vecinos de Concepción , que inicialmente apoyaron estas gestiones, die­ron marcha atrás frustrando su concretización . Según narra el propio Duarte , sucedió que el sector del municipio que se oponía a la claudicación

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"aterrorizó a los timoratos de esa ciudad, con los castigos que perpe­traría la montonera en las personas, bienes y familia de los que estu­viesen por la paz" (6).

En otras palabras, no fue que los indios combatiesen a los chilenos por seguir a la clase propietaria a la que estaban subordinados, como lo cree Bonilla, puesto que ésta estaba por la rendición. Fue más bien la no subordi­nación de "sus indios" lo que impidió a los señores desertar, por el temor que les inspiraban las represalias que los indígenas pudieran tomar contra ellos.

Las Memorias de Duarte, en cuyo testimonio se basa el análisis prece­dente , permiten aportar evidencias directas que ratifican algunas hipótesis que planteé con anterioridad y que por entonces sólo podía sustentar indi­rectamente. Tal es el caso del sentido de las tomas de tierras ejecutadas por el movimiento guerrillero indígena, que para Bonilla constituyen la prueba de una guerra antiblanca de los indios contra los terratenientes de la región y que, de acuerdo a las evidencias de las que disponía, yo consideraba que no se habían dirigido indistintamente contra todos los terratenientes, sino con­tra aquéllos cuya conducta colaboracionista con el enemigo era conocida. Por entonces, me basé en el análisis de la secuencia en que estas tomas se produjeron para concluir que se respetó la propiedad de los terratenientes que combatieron contra los chilenos (esto ha sido posteriormente abundan­temente demostrado por los contratos de arrendamiento que luego tuve oportunidad de revisar en el archivo del notario huancaíno Marino Lahura) , pero contra lo que hasta entonces yo creía, señalando como fecha del inicio de las tomas de tierras el año 1883 , ya en junio de 1882 la hacienda Jngahua­si fue tomada por los guerrilleros indígenas. La razón de la toma, sin embar­go, es p¡ecisamente aquélla a la cual yo había llegado por medios indirectos. Esto lo explica Duarte, el propietario del fundo, que fue capturado por los guerrilleros en dicha acción:

"su jefe me intimó orden de prisión de parte de un pseudo Prefecto de Huancavelica (. .. ) 'que mandaba se me capturase por que yó hacía propaganda de paz' " (Duarte 1982 : 50, el subrayado es nuestro).

Que esta acción no estuvo motivada por la voluntad de los indios de vengar "viejos agravios", como lo cree Bonilla (1984: 140), lo demuestra el hecho de que los guerrilleros, pese a tener a Duarte a su merced, como. él mis­mo lo señala en repetidas oportunidades, "no (le) tocaron un cabello", lirpi­tándose a conducirlo hasta Ayacucho para entregarlo al general Cáceres, quien lo liberó ... , viéndose obligado tres meses después a dictar una orden de captura contra él, así como disponer el embargo de sus bienes , cuando Duar­te estaba ya a salvo en Lima, trabajando abiertamente por el triunfo del ejér­cito chileno (Manrique 1981 : 233 ).

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Al parecer, Bonilla considera que una digresión que introduje acerca de la dificultad que tenían los guerrilleros para determinar quién no era co­laboracionista cuando hacia fines de la campaña de la resistencia esta actitud se generalizó entre la clase dominante regional , cuestiona mi afirmación de que los guerrilleros castigaban la colaboración con el enemigo y no el hecho de ser terrateniente (o blanco) (Bonilla 1984: 140). La dificultad señalada no es la que Bonilla supone, puesto que todos los miembros de la clase domi­nante que se quedaron en las principales ciudades de la sierra central colabo­raban objetivamente con el enemigo (los que estaban por la resistencia ha­bían marchado con Cáceres hacia Andahuaylas o estaban en el campo con las guerrillas; los que se quedaron en las ciudades estaban por el desarme de éstas). Lo difícil no era determinar quiénes eran colaboracionistas, sino "quiénes colaboraban por propia elección y quiénes eran arrastrados, contra su voluntad , por las circunstancias" (Manrique 1981: 348). El hecho de que actuaran por convicción u obligados por la situación no modifica , ciertamen­te, su papel colaboracionista. No veo de qué forma cuestiona eso mis conclu­siones.

Los fundamentos implícitos

¿Cuál es el sustento implícito de las posiciones de H. Bonilla? He planteado mi escepticismo con relación a la existencia de una teoría de la relación entre el campesinado y la cuestión nacional; no creo pues que sea éste. Naturalmente, puede sospecharse que se trate de las tesis contenidas en el nunca mencionado El marxismo y el problema nacional de Stalin (7) , pero es dudoso que ése sea el origen de su desconfianza sobre las potenciali­dades del campesinado para acceder a la idea nacional. Allí el fundamento parece más ideológico que teórico: el "sentido común". Cuando se toma como evidencia histórica un cuento de López Albújar y, sin confrontarlo con otras fuentes, se asume sin más que en él "el realismo superaba a la ima­ginación" (Bonilla 1984: 135) (8), puede asumirse que se considera su con­tenido como asentado en el más firme sentido común. Conviene, sin embar­go, recoger la oportuna observación de Gramsci: "el sentido común es un producto y un devenir histórico". Tratemos, pues , de indagar por el origen de las formulaciones del sentido común con relación a este tema.

Una indagación sobre la formación del sentido común histórico lle­va necesariamente a preguntarse por la forma como una sociedad produce su memoria histórica. En el caso de la guerra del Pacífico, resulta evidente el papel que la historiografía oficial ha cumplido en el Perú en la generación de una imagen histórica, luego difundida por la escuela, de un claro sesgo ideológico, que, al tiempo que exculpaba a las clases dominantes de su res­ponsabilidad en la catástrofe, transfería ésta a las clases populares. Esto no significa necesariamente que se falsearan o inventaran las evidencias históri­cas para construir esta imagen (aunque hubo casos en que fue precisamente

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eso lo que se hizo) . Allí están como fuent es auténticas. por ejemplo , los tes­timonios del tradicionista Ricardo Palma, quien . enjuiciando la derrota de San Juan . escribía, en una carta dirigida a Nicolás de Piérola , qu e

"la causa principal del gran desastre del 13 está en que la mayoría del Perú la forma una raza abyecta y degradada( ... ). El indio no tie­ne el sentimiento de la patria; es enemigo nato del blanco y, set1or por sefior, tanto le da ser chileno como turco" (Manrique 1981 : 55 ).

El mismo Palma, cuando en abril de 1882 los indígenas iniciaron una gran ofensiva guerrillera contra el ejército chileno de ocupación en el valle del Mantaro , no pudo aceptar que ésta pudiera ser una iniciativa autónoma (como efectivamente lo era) de aquéllos. "La indiada -escribió - ( .. . ) está encabezada por los curas y por hacendados ricos" (ldem: 181 ). Naturalmen­te, Palma es hijo de su época; su racismo y sus prejuicios resultan por ello perfectamente comprensibles. Es obvio, sin embargo , que una historiografía crítica no puede tomar estos testimonios sin balance de inventario , sin preo­cuparse por indagar si los juicios sobre los que se va a apoyar son fundados. Anotemos, de pasada , que la convicción de que los campesinos indios son impermeables a la idea nacional no es, pues. tan novedosa como podría, creer­se .

Nacionalismo campesino, pasado y presente

Un problema muy importante es el de la persistencia de los cambios operados en el mundo ideológico del campesinado indígena luego de conclui­da la guerra con. Chile. Una observación que formulé sobre la tendencia de los guerrilleros indígenas de la sierra central a la fragmentación de sus luchas luego de terminada la ocupación chilena, lleva a Bonilla a asumir que, si exis­tió , su nacionalismo se disipó rápidamente ( 1984 : 141 ). Creo que la cuestión es más compleja y exige distinguir niveles cuya indiferenciación lleva a confu­sión . Si por tal nacionalismo se entiende la existencia de un "proyecto nacio­nal" del campesinado. éste simplemente nunca existió .

"En ningún momento los indígenas reivindicaron su acceso a la socie­dad política : simplemente, la posibilidad de exigir que se les reconociese · como ciudadanos estaba totalmente fuera de su horizonte ideológico. Más que buscar su incorporación a la sociedad nacional (y ésta es una de las limi­taciones fundamentales de su 'nacionalismo') accediendo a los derechos for­males de la moderna sociedad burguesa, su acción parecía buscar consolidar· la autarquía de las comunidades que, de acuerdo a la tradicional utopía cam­pesina , debería garantizar su bienestar y prosperidad" (Manrique: 384-385) .

Esto no es óbice, sin embargo, para que las acciones de annas prota­gonizadas contra los invasores sigan siendo hoy , después de un siglo , conme­moradas afio a afio. aún desafiando la represión oficial (9 ). A expresiones

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folklóricas como La Majtada, Los Avelinos, El Ejército de Cáceres , celebra­das en el valle del Man taro, se suma la iconografía popular. plasmada en ma­tes burilados, mantas bordadas, etc. y una riquísima tradición oral. Es nota­ble, además. la copiosa producción de estudios de carácter local con que los intelectuales populares buscan reivindicar el papel jugado por sus distritos, comunidades, localidades, parcialidades, en la lucha contra los invasores. La memoria de la resistencia antichilena es pues ya un componente fundamental de la cultura popular de la sierra central. Creo que ésas son las fuentes donde debiera buscarse las respuestas a las preguntas que H. Bonilla se formula so­bre la significación de palabras como "patria", "país", "nación", dichas por los campesinos. Salvo que se demuestre lo contrario , me parecen mejores que los informes de los cónsules británicos y norteamericanos para indagar acer­ca del contenido de la conciencia de las clases populares peruanas.

Para terminar. coincido con Bonilla en que la integración nacional del campesinado en el Perú está aún por realizarse. Ni la resistencia abarcó al conjunto del campesinado peruano, ni ella generó un proyecto nacional cam­pesino (no conozco, por otra parte, ningún caso histórico que demuestre que éste alguna vez haya existido). Ahora , si consideramos que la creación de una nación no es únicamente la formulación de un proyecto ideológico , sino que hay en ella además una dimensión de lucha, de movilización de fuerzas socia­les capaces de imponer ese proyecto. tocará al campesinado. también . un rol protagónico en su forja . De ser así. y si las clases populares tienen también un papel que jugar en este proceso. la resistencia en la Guerra con Chile ten­drá que reivindicarse como uno de sus hitos históricos fundamentales. Y ella dejará de considerarse una simple reacción pavloviana frente a una agresión (una de las tantas) sufrida por el campesinado andino .

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Nelson Manrique Calle Buenos Aires 220

Lima 18, Perú

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NOTA8

( l) BONILLA, Heraclio. "El campesinado indígena y el Perú en el contexto de la gue­rra con Chile", Revista Latinoamericana de Historia Económica y Social HISLA, No. 4, 2do. semestre de 1984, Lima, pp. 135-144.

( 2) FA VRE, Henri. "Remarques sur la lutte de$ classes au Pérou pendant la guerre du Pacifique".' En: Litterature et societé au Pérou du XIXeme siecle a nos jours. Uni­versité des Langues et Letres de Grenobte. Grenoble, 197 5, pp. 55-81.

( 3)

( 4)

( 5)

( 6)

MANRIQUE, Nelson. Campesinado y nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile. Coedición Centro de Investigación y Capacitación y Editora Ital Perú S.A. Lima, 1981, pp. 385-388. Las objeciones al trabajo de Henri Favré están for­muladas en las pp. 266-272.

BONILLA, H. "Toe War of the Pacific and the National and Colonial Problem in Peru", Past and Present, 1978. Se publicó en castellano como "El problema nacio­nal y colonial en el contexto de la Guerra del Pacifico", Histórica, 111, 2, Lima, diciembre de '1979. El mismo artíc.ulo fue incluido en su libro Un siglo a la deriva. Ensayos sobre el Perú, Bolivia y la Guerra. Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1981.

"A nuestro juicio, ése es uno de los errores capitales del trabajo de Heraclio Bonilla (. .. ) que, al enjuiciar la participación indígena en la guerra, no discrimina ésta ni temporal ni geográficamente, tomando indistintamente no sólo las acciones de los indios de Cajamarca, Huánuco, Junín o Ayacucho, sino también las realizadas en distintos períodos de la guerra. Naturalmente, al despojar a éstos de las referencias de tiempo y espacio, que daban sentido a sus acciones, se les convierte en meras abstracciones; en personajes sin historia" (Manrique 1981: 380-381 ).

DUARTE, Luis Milon. Exposición qu'! dirige el Coronel Duarte a íos hombres de bien (con revelaciones importantísimas sobre la ocupación enemiga) (De 1879 a 1884). Cajamarca, 1981, p. 52. Este texto fundamental ha sido publicado por ini­ciativa del Obispo José Dammert Bellido, a cuyas manos llegó el original.

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( 7) Su presencia es particularmente evidente en un texto polémico anterior. Véase BONILLA : "A propósito de la guerra con Chile", Histórica, III, l, Lima, julio de 1979.

( 8) José María Arguedas explicaba que una de las razones que lo llevaron a la literatura fue que no reconocía al indio en la imagen que López Albújar ofrecía de él.

( 9) Con notable perspicacia, funcionarios estatales proscribieron la Majtada, donde los indígenas desfilaban con fusiles rememorando a sus antepasados guerrilleros, por considerarla subversiva. Los fusiles fueron entonces cambiados por enormes cucha­rones de palo, que siguen utilizándose hasta el día de hoy.

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