nietzsche y el eterno retorno

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Nietzsche: Eterno Retorno o "De la visión y el enigma" El texto que pongo a continuación nos habla de abismos metarracionales, de la visión del hombre trascendente, del Hombre, un dios en sí mismo que no necesita enajenarse. Un texto poético, como siempre que la filosofía ha querido hablar de asuntos que parecen estar más allá de la razón. Este Mesías que Nietzsche intuye resuelve la tragedia de la vida y de la muerte, otorgando al cotidiano devenir lo que tradicionalmente se ha vinculado con lo divino: la eternidad. Con la idea del eterno retorno, lo que él llamaba su pensamiento abismal, Nietzsche preconiza el hombre nuevo, un hombre evolucionado, verdaderamente libre que ya no requiere el consuelo de religión alguna, que ya no supedita su vida a una supuesta realidad suprasensible, pero que tampoco la concibe como un camino hacia la nada. Desde ese momento, desde esa visión filosófica del instante eterno, cambiará radicalmente la posición ontológica del hombre: la trascendencia la tendremos aquí mismo, la llevaremos con nosotros y para siempre. Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

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Nietzsche y El Eterno Retorno

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Nietzsche: Eterno Retorno o "De la visin y el enigma"

Nietzsche: Eterno Retorno o "De la visin y el enigma"

El texto que pongo a continuacin nos habla de abismos metarracionales, de la visin del hombre trascendente, del Hombre, un dios en s mismo que no necesita enajenarse. Un texto potico, como siempre que la filosofa ha querido hablar de asuntos que parecen estar ms all de la razn. Este Mesas que Nietzsche intuye resuelve la tragedia de la vida y de la muerte, otorgando al cotidiano devenir lo que tradicionalmente se ha vinculado con lo divino: la eternidad. Con la idea del eterno retorno, lo que l llamaba su pensamiento abismal, Nietzsche preconiza el hombre nuevo, un hombre evolucionado, verdaderamente libre que ya no requiere el consuelo de religin alguna, que ya no supedita su vida a una supuesta realidad suprasensible, pero que tampoco la concibe como un camino hacia la nada. Desde ese momento, desde esa visin filosfica del instante eterno, cambiar radicalmente la posicin ontolgica del hombre: la trascendencia la tendremos aqu mismo, la llevaremos con nosotros y para siempre.

Friedrich Nietzsche, As habl Zaratustra

"De la visin y del enigma"

1

Cuando se corri entre los marineros la voz de que Zaratustra se encontraba en el barco - pues al mismo tiempo que l haba subido a bordo un hombre que vena de las islas afortunadas - prodjose una gran curiosidad y expectacin. Mas Zaratustra estuvo callado durante dos das, fro y sordo de tristeza, de modo que no responda ni a las miradas ni a las preguntas. Al atardecer del segundo da, sin embargo, aunque todava guardaba silencio, volvi a abrir sus odos: pues haba muchas cosas extraas y peligrosas que or en aquel barco, que vena de lejos y que quera ir ms lejos an. Zaratustra era amigo, en efecto, de todos aquellos que realizan largos viajes y no les gusta vivir sin peligro. Y he aqu que por fin, a fuerza de escuchar, su propia lengua se solt y el hielo de su corazn se rompi: - entonces comenz a hablar as:

A vosotros los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera que alguna vez se haya lanzado con astutas velas a mares terribles,-

a vosotros los ebrios de enigmas, que gozis con la luz del crepsculo, cuyas almas son atradas con flautas a todos los abismos labernticos: - pues no queris, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo y que, all donde podis adivinar, odiis el deducir,-

a vosotros solos os cuento el enigma que he visto, - la visin del ms solitario.

Sombro caminaba yo hace poco a travs del crepsculo de color de cadver, sombro y duro, con los labios apretados. Pues ms de un sol se haba hundido en su ocaso para m.

Un sendero que ascenda obstinado a travs de pedregales, un sendero maligno, solitario, al que ya no alentaban ni hierbas ni matorrales: un sendero de montaa cruja bajo la obstinacin de mi pie.

Avanzando mudo sobre el burln crujido de los guijarros, aplastando la piedra que lo haca resbalar: as se abra paso mi pie hacia arriba.

Hacia arriba: - a pesar del espritu que de l tiraba hacia abajo, hacia el abismo, el espritu de la pesadez, mi demonio y enemigo capital.

Hacia arriba: - aunque sobre m iba sentado ese espritu, mitad enano, mitad topo; paraltico; paralizante; dejando caer plomo en mi odo, pensamientos-gotas de plomo en mi cerebro.

Oh Zaratustra, me susurraba burlonamente, silabeando las palabras, t piedra de sabidura! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba, mas toda piedra arrojada - tiene que caer!

Oh Zaratustra, t piedra de la sabidura, t piedra de honda, t destructor de estrellas! A ti mismo te has arrojado tan alto, - mas toda piedra arrojada - tiene que caer!

Condenado a ti mismo, y a tu propia lapidacin: oh Zaratustra, s, lejos has lanzado la piedra, - ms sobre ti caer de nuevo!

Call aqu el enano; y esto dur largo tiempo. Mas su silencio me oprima; y cuando se est as entre dos, se est, en verdad, ms solitario que cuando se est solo!

Yo suba, suba, soaba, pensaba, - mas todo me oprima. Me asemejaba a un enfermo al que su terrible tormento le deja rendido, y a quien un sueo ms terrible todava vuelve a despertarle cuando acaba de dormirse.-

Pero hay algo en m que yo llamo valor: hasta ahora ste ha matado en m todo desaliento. Ese valor me hizo al fin detenerme y decir: Enano! T! O yo!

El valor es, en efecto, el mejor matador, - el valor que ataca: pues todo ataque se hace a tambor batiente.

Pero el hombre es el animal ms valeroso: por ello ha vencido a todos los animales. A tambor batiente ha vencido incluso todos los dolores; pero el dolor por el hombre es el dolor ms profundo.

El valor mata incluso el vrtigo junto a los abismos: y en qu lugar no estara el hombre junto a abismos! El simple mirar no es - mirar abismos?

El valor es el mejor matador: el valor mata incluso la compasin. Pero la compasin es el abismo ms profundo: cuanto el hombre hunde su mirada en la vida, otro tanto la hunde en el sufrimiento.

Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca: ste mata la muerte misma, pues dice: Era esto la vida? Bien! Otra vez!

En estas palabras, sin embargo, hay mucho sonido de tambor batiente. Quien tenga odos, oiga.

2

Alto! Enano!, dije. Yo! O t! Pero yo soy el ms fuerte de los dos: - t no conoces mi pensamiento abismal! Ese - no podras soportarlo!

Entonces ocurri algo que me dej ms ligero: pues el enano salt de mi hombro, el curioso! Y se puso en cuchillas sobre una piedra delante de m. Cabalmente all donde nos habamos detenido haba un portn.

Mira ese portn! Enano!, segu diciendo: tiene dos caras. Dos caminos convergen aqu: nadie los ha recorrido an hasta el final.

Esa larga calle, hacia atrs: dura una eternidad. Y esa larga calle hacia delante - es otra eternidad.

Se contraponen esos caminos: chocan derechamente de cabeza: - y aqu, en este portn, es donde convergen. El nombre del portn est escrito arriba: Instante.

Pero si alguien recorriese uno de ellos - cada vez y cada vez ms lejos: crees t, enano, que esos caminos se contradicen eternamente?

Todas las cosas derechas mienten, murmur con desprecio el enano. Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un crculo.

Tu espritu de la pesadez, dije encolerizndome, no tomes las cosas tan a la ligera! O te dejo de cuclillas ah donde te encuentras, cojitranco! - y yo te he subido hasta aqu!

Mira continu diciendo, este instante! Desde este portn llamado Instante corre hacia atrs una calle larga, eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.

Cada una de las cosas que pueden correr, no tendr ya que haber recorrido ya alguna vez esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, no tendr que haber ocurrido, haber sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez?

Y si todo ha existido ya: qu piensas t, enano, de este instante? No tendr tambin este portn que - haber existido ya?

Y no estn todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras si todas las cosas venideras? Por tanto - - - incluso a s mismo?

Pues cada una de las cosas que pueden correr: tambin por esa larga calle hacia delante - tiene que volver a correr una vez ms!

Y esa araa que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y esa misma luz de la luna, y yo y t cuchicheando ambos junto a este portn, cuchicheando de cosas eternas - no tenemos todos nosotros que haber existido ya? - y venir de nuevo y correr por aquella otra calle, hacia delante, delante de nosotros, por esa larga, horrenda calle - no tenemos que retornar eternamente?-

As dije, con voz cada vez ms queda; pues tena miedo de mis propios pensamientos y del trasfondo de ellos. Entonces, de repente, o aullar a un perro cerca.

Haba odo yo alguna vez aullar as a un perro? Mi pensamiento corri hacia atrs. S! Cuando era nio, en remota infancia:

- entonces o aullar as a un perro. Y tambin lo vi, con el pelo erizado, la cabeza levantada, temblando, en la ms silenciosa medianoche, cuando incluso los perros creen en fantasmas:

de tal modo que me dio lstima. Pues justo en aquel momento la luna llena, con un silencio de muerte, apareci por encima de la casa, justo en aquel momento se haba detenido, un disco incandescente, -detenido sobre el techo plano, como sobre propiedad ajena: -

esto exasper entonces al perro: pues los perros creen en ladrones y fantasmas. Y cuando de nuevo volv a orle aullar, de nuevo volvi a darme lstima.

A dnde se haba ido ahora el enano? Y el portn? Y la araa? Y todo el cuchicheo? Haba yo soado, pues? Me haba despertado? De repente me encontr entre peascos salvajes, solo, abandonado, en el ms desierto claro de luna.

Pero all yaca por tierra un hombre! Y all! El perro saltando, con el pelo erizado, gimiendo - ahora l me vea venir - y entonces aull de nuevo, grit: - haba yo odo alguna vez a un perro gritar as pidiendo socorro?

Y en verdad lo que vi no lo haba visto nunca. Vi a un joven pastor retorcindose, ahogndose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una pesada serpiente negra.

Haba visto yo alguna vez tanto asco y tanto lvido espanto en un solo rostro? Sin duda se haba dormido. Y entonces la serpiente se deslizo en su garganta y se aferraba a ella mordiendo.

Mi mano tir de la serpiente, tir y tir: - en vano! No consegu arrancarla de all. Entonces se me escap un grito: Muerde! Muerde!

Arrncale la cabeza! Muerde! - este fue el grito que de m se escap, mi horror, mi odio, mi nausea, mi lastima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en m con un solo grito.

Vosotros, hombres audaces que me rodeis! Vosotros, buscadores indagadores, y quienquiera de vosotros que se haya lanzado con velas astutas a mares inexplorados! Vosotros, que gozis con enigmas!

Resolvedme, pues, el gran enigma que yo contempl entonces, interpretadme la visin del ms solitario!

Pues fue una visn y una previsin: - qu vi yo entonces en smbolo? Y quin es el que algn da tiene que venir an?

Quin es el pastor a quien la serpiente se le introdujo en la garganta? Quin es el hombre a quien todas las cosas ms pesadas, ms negras, se le introducirn as en la garganta?

- Pero el pastor mordi, tal como se lo aconsej mi grito; dio un buen mordisco! Lejos de s escupi la cabeza de la serpiente: - y se puso de pie de un salto. -

Ya no pastor, ya no hombre, - un transfigurado, iluminado, que rea! Nunca antes en la tierra haba redo hombre alguno como l ri!

Oh hermanos mos, o una risa que no era risa de hombre, - - y ahora me devora una sed, un anhelo que nunca se aplaca.

Mi anhelo de esa risa me devora: oh, como soporto el vivir an! Y cmo soportara el morir ahora! -

As habl Zaratustra.

Friedrich Nietzsche, As habl ZaratustraTrad. Snchez Pascual. Alianza Editorial(las palabras destacadas son del texto)

As pues, no sin gran osada voy a atreverme a recoger el reto con el que acaba la narracin y voy a aventurarme por las aguas enigmticas de este texto. Como uno de esos audaces buscadores e indagadores, voy a intentar arrojar desde mi pequea cala alguna luz que pueda sealar el rumbo a los lectores de este blog. Lectores que, presumo, sois de esos que gozis con enigmas, como estos intrpidos navegantes a los que se dirige Zaratustra, y que s os dejis llevar sin temor por los cantos de las sirenas. Navegantes que no caminan con los pies en la tierra, sino que se deslizan por lquidas superficies de enigmas y adivinaciones, por laberintos tortuosos donde no existe siquiera un hilo tendido, una gua racional trazada, pues en su afn por conocer no temen adentrarse por territorios ignotos, ms all de la deduccin lgica, ms all incluso de la razn. Aunque mis velas no son tan astutas como mi atrevimiento deseara, afortunadamente, no estoy sola frente al gran enigma, pues antes de m muchos otros bastante ms avezados que yo han ido desbrozndome el camino. Intentar, pues, apuntar a continuacin algunas de las ideas que este texto me ha ido despertando, reconociendo de antemano que, seguramente, todas o la mayor parte de ellas no sern originales, sino que las habr debido de ir recogiendo aqu y all, sin poder afirmar con precisin en la mayor parte de los casos qu autor o qu lecturas me las han ido descubriendo.

Pero antes de nada un breve apunte: el sonido (la msica entendida en un sentido amplio) aparece en todo este texto como un vehculo poderoso, no slo capaz de tornar el nimo, sino tambin la percepcin de la realidad, incluso, casi dira, la realidad misma. En cada uno de los grados iniciticos hacia la sabidura en los que vamos a imaginar organizada la narracin de Zaratustra podemos encontrar que el desencadenante siempre ha sido el sonido. Los iniciados, navegantes o lectores, son los que se dejan seducir por las metafricas sonoridades de las flautas. El sonido de las palabras extraas que oye en aquel barco tiene el poder de "abrir sus odos" y de transformar el nimo melanclico de Zaratustra, que estaba "sordo de tristeza", para empezar a hablar, para narrar su viaje inicitico por la montaa de la sabidura. Ms adelante, el redoble de los tambores (instrumento de percusin, dionisiaco, usado comnmente en rituales religiosos para lograr el arrebato mstico) sirve de metfora del estruendo que en el alma causa la bsqueda del coraje necesario para vencer al miedo, el compaero ms empecinado del hombre, coraje necesario para desprenderse del peso del pensamiento dominante y lanzarse al abismo de la bsqueda personal. Finalmente otro sonido, el desgarrador aullido de un perro en una silenciosa noche de luna llena, desencadena la visin propiamente dicha, el punto culminante de la narracin de Zaratustra.

Empecemos, pues. Como tantas veces en la filosofa, Nietzsche utiliza el mito y la metfora para hablar de ideas difciles de mostrar de otro modo. En un lenguaje simblico de alto contenido potico describe la visin enigmtica de Zaratustra, alter ego del filsofo, una suerte de profeta laico que anuncia nuevos tiempos para el hombre. O el hombre de los nuevos tiempos. Al leer el relato de Zaratustra sentimos enseguida, conmovidos por la fuerza expresionista con la que est contado, que nos encontramos ante algo as como un poema mstico y que esa visin del ms solitario viene a ser un trasunto de la revelacin mstica religiosa (del griego mystiks, "cerrado, arcano o misterioso). Pero lo cierto es que pronto nos damos cuenta de que se trata de una visin de ndole opuesta: la renuncia, la asctica que la mstica religiosa exaltaba, el anhelo por la muerte como condicin indispensable para el contacto permanente con el Amado es sustituida ahora por la afirmacin radical de la vida. Por eso, frente al "tan alta vida espero que muero porque no muero" de Santa Teresa de vila, Zaratustra concluye, anhelando la risa del hombre nuevo: "oh, cmo soporto el vivir an! Y cmo soportara el morir ahora!".

En efecto, para entender qu es lo que verdaderamente Nietzsche est contndonos me parece una buena idea pensar que este texto est escrito en clave de lo que podramos llamar antimstica o, tal vez mejor, nueva mstica, algo as como una mstica laica. Aunque, por otra parte, tampoco es tan nueva, pues la sabidura filosfica que Zaratustra predica y su relacin con los misterios iniciticos, despojados de implicaciones religiosas, fue una idea comn en la Antigedad y tenemos noticia de ella, al menos ya, en el pensamiento pitagrico (e incluso en buena parte del platnico, no del platonismo pasado por el tamiz cristiano que Nietzsche expresamente desecha). Lo cierto es que en un constante juego de semejanzas y oposiciones, y mediante una especie de reelaboracin literaria de los escritos religiosos, Nietzsche intenta llevarnos a ideas esencialmente opuestas. En toda la narracin encontramos palabras literales de la Biblia. Escuchamos tambin resonancias de creencias antiguas en la eternidad, la muerte y la resurreccin. El mismo Zaratustra (o Zoroastro) es ya una reencarnacin potica del profeta histrico. Pero tambin viene a identificarse con San Juan Bautista, el que predica en el desierto anunciando la llegada del Mesas. Adems, del mismo modo que Cristo antes de difundir su palabra entre los hombres debe ayunar en la montaa donde es sometido a tentaciones demonacas, ahora Zaratustra tiene que superar las tentaciones que lo arrastran hacia abajo, tentaciones simbolizadas por las palabras del enano-topo que lleva sobre sus hombros, el espritu de la pesadez, el pensamiento comn. Finalmente nos percatamos de que ese nuevo hombre que Zaratustra contempla en su visin, el que algn da tiene que venir an, aparece como un nuevo Mesas, trasunto del Cristo que vence a la serpiente.

Si os parece, podramos adentramos en el texto desde esa perspectiva antimstica: no sera difcil de este modo distinguir varios grados en el proceso mistrico que conduce a Zaratustra hasta la cspide del conocimiento, a su visin abismal. Podemos pensar que el primer grado inicitico es el que comparte con los navegantes que le escuchan cuando por fin les relata su experiencia. Yo creo que en realidad estos navegantes vienen a ser los lectores del libro de Nietzsche, que de algn modo son tratados como iniciados porque saben verdaderamente de qu se est hablando. Estos iniciados, estos navegantes, me parece, deben de ser todos aquellos que tienen inters por los asuntos filosficos y no quieren conformarse con la comn opinin, con el pensamiento convencional al uso en cada poca, sino que disfrutan paseando por territorios labernticos, por parajes de lo diferente o incluso de lo desconocido, como seguramente hacis muchos de los ahora que estis leyendo estas lneas.

El segundo grado, que podramos llamar asctico, sera el de la primera parte del trayecto, el de Zaratustra con el enano sobre sus hombros subiendo por la montaa, por la empinado senda del conocimiento. Este camino est descrito como un clsico sendero de iniciacin, comnmente recorrido por los profetas de todos los credos: igual que la senda asctica que conduce al encuentro y comunin con el dios en los poemas msticos, el camino ascendente de Zaratustra es pedregoso y difcil, es un camino de desapegos, duro y seco, por terrenos donde reina el crepsculo, sumidos en difusas luminosidades, entre aqu y all, un camino que le va llevando penosamente hacia un territorio cada vez ms esquilmado y solitario.

Comprendemos que Nietzsche est hablando metafricamente de la trabajosa tarea de profundizar en el conocimiento del mundo, a la vez que va abandonando el comn saber, al mismo tiempo que va desapegndose de todo lo que haba aprendido hasta entonces.

Zaratustra es osado y en su peregrinar en bsqueda del conocimiento no slo ha prescindido del saber religioso, sino que tambin ha arrojado por la borda las ideas de los filsofos que le han precedido: ms de un sol se haba hundido en su ocaso para m, dice. El profeta de la nueva era ha dejado de creer en mundos extraterrenales, en estrellas celestiales, en metafsicas: T destructor de estrellas!, le dice el enano. Nietzsche describe en otro lugar la historia de la metafsica como la historia de un error y da el nombre genrico de Dios a todo ese mundo suprasensible que la acompaa. Para l ha sucumbido la metafsica idealista que concibe como existente el mundo del ms all, mientras que niega el carcter de autntico ser a las cosas sensibles, en tanto que cambiantes. A esto se refiere Nietzsche cuando habla en otros textos de la muerte de Dios. Simblicamente, en el ascenso por la montaa Zaratustra tiene que enfrentarse con todos los demonios, con todas las potencias negativas que le entorpecen, las que vienen de la mano de su compaero de viaje, su yo ms terrenal, el que permanece aferrado a la lgica racional, ese enano-topo que lleva sobre sus hombros y que se re de su loca pretensin de divinidades, que le previene y le invita a detenerse, augurndole una colosal cada.

Pero la fuerza de la ensoacin es poderosa. La fiebre visionaria enardece el corazn del filsofo, tan solitario ya que tiene que prescindir de parte de s mismo, del enano cojitranco que lo acompaa: para seguir ascendiendo por la escabrosa pendiente de la sabidura necesita despojarse del peso del conocimiento con el que ha ido cargando hasta ahora, para con ms distancia interrogarle. Podemos pensar que delante del portn llamado instante nos encontramos en el tercero de los grados iniciticos que estamos imaginando, el grado que podramos llamar filosfico, el del dilogo y el razonamiento. A tambor batiente se precipita Zaratustra en el conocimiento autnomo, el resultado de su propia visin del ser y del mundo, con el mayor ruido posible, para que el enemigo huya, para que el escenario tiemble con tanto estruendo que se aparte todo lo que le cerraba el paso. Un paso hacia el abismo del conocimiento, un paso hacia una nueva dimensin del hombre, ms all del dolor y del sufrimiento, incluso ms all de la vida. Y de la muerte. Palabras bblicas: Quien tenga odos, oiga.

En esta tercera etapa Zaratustra toma la palabra y habla con el enano: T no conoces mi pensamiento abismal! Ese - no podras soportarlo!, le dice. Delante de ese punto en el que el pasado y el futuro se oponen, al borde del precipicio del tiempo, empieza su razonamiento, empieza a hablarnos de su pensamiento abismal, de sus ideas sobre el eterno retorno. Comienza preguntando: crees t, enano, que esos caminos se contradicen eternamente?. Est planteando la cuestin del tiempo, la cuestin sobre si los caminos temporales de lo que ya no es y de lo que habr de ser, el pasado y el futuro, se oponen para siempre en ese punto, en ese portn-instante, cual dos infinitudes rectilneas que se abrieran y se alejaran ms y ms, o si esos caminos no se alejan infinitamente, sino que habrn de reencontrarse de nuevo, con lo que no seran dos los caminos sino uno solo, circular. Vemos que la pregunta viene a resumir dos consideraciones tradicionales sobre el tiempo en la Historia de la Filosofa: el tiempo es una infinitud rectilnea o el tiempo es circular.

En la respuesta que con displicencia da el enano, Todas las cosas derechas mienten, . Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un crculo, podemos escuchar ideas que encontramos en el Antiguo Egipto, en el pitagorismo, en Platn y en buena parte del pensamiento oriental, usualmente asociadas a creencias en la trasmigracin de las almas. Esta explicacin del enano pretende ser ms sabia que la ms frecuente en el pensamiento occidental, la que concibe el tiempo como una secuencia lineal de acontecimientos, como algo infinito, quiz con un origen, pero sin un fin, donde los eventos, la vida del hombre incluida, empiezan y se acaban -es decir, no son propiamente-, y donde a este devenir en el tiempo de las cosas sensibles se contrapone una nocin suprasensible de eternidad, de Verdad, de Dios. Las palabras del enano, sin embargo, reflejan la concepcin del tiempo como algo cclico, en un universo imaginado como una maquinaria perfecta de constitucin esfrica, donde los acontecimientos estaran regulados por un movimiento eterno, sin principio ni fin, e implica que todos los sucesos habrn de repetirse exactamente del mismo modo y en la misma secuencia, al cabo de un nmero finito de aos. Y as eternamente.

Pero, por qu Zaratustra no se conforma con la explicacin proporcionada por el enano sobre el eterno retorno?, por qu se indigna tanto?

Voy a intentar explicar que es lo que, a mi entender, Nietzsche quiere contarnos en este tercer momento, cuando propiamente comienza a hablar de su pensamiento abismal. Empecemos comprendiendo cmo para l el instante es una suerte de punto en el tiempo; pero no es un punto esttico, sino que en cada punto temporal los acontecimientos mismos que lo configuran estn fluyendo. El instante consiste en realidad en un particular devenir de acontecimientos. Y ese devenir ahora adquiere categora de ser.

Tal vez la clave para comprender las ideas de Nietzsche sobre el eterno retorno pudiera residir en la pregunta que se hace un poco ms adelante Zaratustra: Y no estn todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras si todas las cosas venideras? Por tanto - - - incluso a s mismo?. Y en la continuacin: Pues cada una de las cosas que pueden correr: tambin por esa larga calle hacia delante - tiene que volver a correr una vez ms! -. La eternidad de lo que ha pasado y la eternidad de lo que habr de suceder convergen en ese portn, en ese instante mismo en el que Zaratustra y el enano estn conversando.

Pero tambin convergen en el instante que le precede y en el que le sigue, en todos los dems instantes. No se trata de dos eternidades diferentes, sino de la misma, una suerte de lugar donde ocurren todas las cosas que pueden ocurrir. El instante, o lo que es lo mismo, el devenir de los acontecimientos que lo configuran, existe, tiene entidad, queda particularizado y diferenciado de los otros instantes. Pero existe encadenado con lazos indisolubles con cada uno de los instantes futuros y con todos los instantes pasados: en cada uno de los acontecimientos que configuran un instante est implcito tambin el resto de los acontecimientos del mundo, el resto de las cosas pasadas y venideras, pues todo cuanto en l se produce es consecuencia de la combinacin de todos los acontecimientos precedentes, del mismo modo que la conjuncin exacta de los acontecimientos que ocurren en cada instante desencadenar el conjunto de los acontecimientos venideros. Por eso cada instante encierra dentro de s todo el pasado y todo el futuro. Por eso el instante es eterno, debe de haber existido ya y para siempre: lo que es posible, lo que tiene posibilidad de ser, tiene que ser siempre, continuamente, debe de haber ocurrido ya y ocurrir, ser, eternamente.

Ahora el ser es precisamente devenir constante, movimiento. Con esto se produce una revolucin total en la ontologa: si hasta entonces el ser vena a identificarse con lo que no cambia y el devenir de las cosas era visto del lado del no ser, ahora el ser no es concebido como algo inmvil ms all de las cosas, sino que est definido por el movimiento mismo, por el propio devenir. Por eso Nietzsche no habla de que las cosas son, sino de que las cosas corren por esas calles que duran una eternidad, por el tiempo. El instante delimitado entre dos infinitudes que se contraponen me recuerda de algn modo la concepcin griega del ser como lmite en lo indefinido, como un eidos que lo individualiza y lo distingue del continuo infinito. Pero lo novedoso es que ahora ese lmite est entendido como movimiento (aunque, como quiz intente explicar en otra ocasin, esta idea ya podra estar tambien presente en el pensamiento pitagrico, en su concepcin musical del universo segn el modelo de la cuerda vibrante). Pero tal vez lo ms interesante, en mi opinin, de esta inversin ontolgica, de la adjudicacin de la categora de ser al puro devenir, de eternidad a lo pasajero, es que dota de inmortalidad a lo aparentemente perecedero, y con ello va a dar al traste con la concepcin del hombre como un ser en trnsito, sometido a leyes incognoscibles del ms all, sometido a un mundo suprasensible que slo puede vislumbrar por la creencia. Y al cambiar la posicin del hombre en el mundo, tambin cambiarn los imperativos morales y vitales por los que se habr de regir.

Por eso Zaratustra se indigna con el enano, con la concepcin tpica sobre el eterno retorno con la que le ha respondido. No es que los acontecimientos que se producen en cada momento retornen exactamente iguales al cabo de un nmero grande de aos como consecuencia de que el tiempo es un crculo, dira, sino que el instante existe siempre, siempre es el mismo en una eterna dimensin temporal. En tanto que cada instante es eterno, si todo lo que puede existir ha existido ya, se puede hablar de un retorno, pero slo de un modo impropio, visto desde la lgica temporal humana, que nicamente puede imaginar lo que acontece en sucesin. Lo que no ha desaparecido no puede retornar, sino que ya est, en otro lugar. El retorno del que habla Nietzsche no es eterno porque se repita incesantemente, es eterno porque siempre es el mismo. Si cada instante existe eternamente, si cada instante es verdaderamente, la sucesin lineal de acontecimientos, el tiempo tal y como normalmente lo concebimos, quedar relegada a una apariencia de realidad, como un punto de vista reducido, propio de la limitada condicin humana. Percibimos que cambia el tiempo porque cambian los acontecimientos que ocurren en el tiempo. Quizs la Fisica actual no est tan lejos de mostrarnos las consecuencias que se derivan de que el tiempo slo sea un lugar ms. Tal vez Nietzsche fuera capaz de intuir algo de todo esto: el Tiempo, el tiempo de verdad, vendra a ser una dimensin ms, como las dimensiones acostumbradas del espacio.

Al final, el ltimo grado, la visin mstica, la revelacin. Podramos llamar a este grado el de la suprarracionalidad, ms all de la razn, ms all de la filosofa, el grado de la sabidura visionaria al que slo llegaran unos pocos. Quiz se trata de un saber ms propio del Arte, un saber tan intrincado que la lgica lineal de las palabras no alcanza para abordarlo. Quiz sea un saber propiamente, puramente, espiritual. Por eso el visionario, mitad poeta entusiasmado, mitad loco enajenado, est completamente solo, sin interlocutor alguno. En la cspide de la montaa, delante del abismo de eternidades, el enano que acompaa a Zaratustra tiene que desaparecer. Solo, aterradoramente abandonado por su pensamiento racional, llega a su visin, que es a la vez una previsin, nos dice, una anticipacin del futuro.

Pero, vayamos por partes: quines son los personajes que aparecen en la Revelacin del Tiempo, en la visin del Instante Eterno?, quin es ese hombre que yace por tierra, ese pastor que se retuerce lleno de espanto? Y la serpiente? Este es el interrogante que lanza Zaratustra a sus compaeros navegantes; esa es la pregunta que Nietzsche deja abierta a sus lectores.

Lo que con ms fuerza arrastra nuestra imaginacin cuando leemos la descripcin que hace Zaratustra de su visin es esa feroz imagen del pastor agonizante que se atreve finalmente a morder la cabeza de la serpiente, acuciado por las palabras del profeta. El lenguaje simblico permite expresar la dimensin del sentimiento, el desgarro interior del que ha visto, del que ha conocido. A mi entender, Nietzsche est desarrollando en esta ltima etapa del metafrico viaje de Zaratustra por la montaa las ideas que ha lanzado como preguntas arrojadizas en el momento anterior, cuando an estaba conversando filosficamente con el enano. Ahora describe la violenta escena de la transfiguracin del hombre, de moribundo a eterno. Es l mismo, Zaratustra, pero ya resucitado. En realidad ese pastor que se transmuta y re porque es capaz de sobreponerse al miedo es un paradigma de todos nosotros. El poder que adquiere en el momento en el que arranca de un mordisco la cabeza de la serpiente que lo atenazaba vendra a simbolizar, a mi juicio, la fuerza del que ve de repente, del que comprende que nada perece, que todas las cosas, mejor dicho, todos los acontecimientos que ocurren y que constituyen las cosas, son eternos, que no hay parasos ni infiernos de futuro, en definitiva, cuando ve ese instante perenne, constantemente retornado.

Pero aventurmonos un poco ms. La serpiente, o el dragn, es un smbolo arquetpico que aparece en muchas culturas. Nos habla del mundo de las profundidades abismales, del oscuro inconsciente colectivo que dira Jung y que inspira tantos relatos de Lovecraft. Se suele denominar cerebro reptiliano a la parte ms profunda de nuestro yo, relacionada con los instintos ms primitivos, con el deseo y la violencia; pero tambin con la fuerza por la vida y la supervivencia. En efecto, podemos toparnos con el reptil totmico por todas partes a lo largo de la Historia. En las religiones orientales hallamos frecuentemente a la serpiente vinculada con la sabidura y tratada como animal benfico. En la antigua Grecia la encontramos asociada con la capacidad para la adivinacin y la profeca: recordemos a Pitn, la serpiente que viva en Delfos (nombre ste tambin de otra serpiente-dragn primigenia) antes de que Apolo le diera muerte para robarle su sabidura, y a Pitonisa, la sacerdotisa de los orculos. El ouroboros (o urboros), la serpiente (o serpiente alada) que se muerde la cola en forma de crculo, es, por otra parte, un smbolo constante en la iconografa filosfico-religiosa. Podemos encontrarla desde el Antiguo Egipto y la Antigua Grecia hasta nuestros das, donde sigue siendo un smbolo alqumico comn a muchas corrientes esotricas. Simboliza la infinitud, la unidad de todas las cosas y la idea del eterno renacer, del eterno retorno. No es extrao, pues, que en la tradicin cristiana la serpiente sea a la vez un smbolo de sabidura (del conocimiento cientfico) y del demonio tentador, del lado oscuro, al que Cristo, el Mesas, vence y se impone en su mensaje de salvacin para los mortales: el pecado original al que la serpiente invita es precisamente el conocimiento, la manzana del rbol de la ciencia del bien y del mal.

En efecto, en la visin de Zaratustra encontramos la Biblia, pero completamente dislocada. Podemos apreciar enseguida una transposicin invertida del pasaje bblico sobre el pecado original. All Eva, alentada por la serpiente, anima a Adn, el primer hombre, a morder la manzana del rbol de la ciencia. Pero esa decisin tendr tales consecuencias que acabar para siempre con la condicin de esos primeros simblicos pobladores de la Tierra: una vez que Adn muerde la manzana, surge verdaderamente el gnero humano. La raza de los hombres que entonces nace se ver para siempre infectada con el virus del conocimiento, con el deseo de saber, por lo que pierde su inocencia, pierde su paraso de ignorancia, y empieza su padecimiento trgico, su afn por preguntarse por la trascendencia, por la vida y por la muerte. El hombre estar para siempre marcado por ese pecado original.

En la narracin de Netzsche, en cambio, es todo al revs: el pastor moribundo por la mordedura de esa serpiente envenenadora, el ltimo hombre, es animado por el filsofo (encarnacin del conocimiento humano, al fin y al cabo, la manzana) a arrancar valientemente de un mordisco la cabeza de esa serpiente que lo atenazaba. Cuando lo hace adquiere tal sabidura que se transfigura, que desaparece definitivamente el hombre, aqul que fuera arrojado del paraso, para nacer un nuevo ser, una nueva genarcin de habitantes de la Tierra que ya no son hombres, que estn ms all del hombre, ms all de la sucesin de la vida y de la muerte. Este hombre nuevo ya no necesitar una moral externa que, por temor al pecado y al castigo eterno, le obligue a actuar de manera justa y a alejarse del mal, sino que actuar siempre de la manera correcta por s mismo, porque sabr distinguir con claridad el bien del mal, porque al conocer que cada instante es eterno querr vivirlo para siempre de la manera adecuada.

As pues, podramos pensar que el joven pastor que yace tendido en la tierra bien podra ser simblicamente el ltimo hombre, agonizante a causa de la negra serpiente que le penetra por la boca, de las fuerzas castradoras que lo someten, e incluso por la sabidura tradicional que ha ido adquiriendo, pero que le impiden dar un paso ms all. En definitiva, por las fuerzas de su yo primitivo que lo atenazan, imposibilitndole elevarse a una condicin moral superior. Aquel hombre que, limitado por su linealidad temporal, conceba la vida como una prisin, agoniza en una muerte terrible, nauseabunda, mientras el perro grita aterrorizado porque ya ningn sol ilumina, slo la plida luz de la luna. Es el hombre sometido, al que no le quedaba ms remedio que purificarse, que vivir una vida de postracin en la confianza de una eternidad salvadora, ms all, en un mundo ideal intangible. Pero tambin es el hombre contemporneo, que muere, que se debate en una vida sin esperanza, pues se ha quedado slo, sin ninguna estrella capaz de iluminar su vida. Ya ningn sol alumbra. Ya ha perdido a Dios. La ciencia de finales del diecinueve, la evolucin de la tecnologa, el pensamiento materialista, han acabado con Dios (en el sentido amplio que esta palabra tiene para Nietzsche y que antes he explicado), con la idea de Dios, y los hombres desde entonces, hurfanos de divinidades, sucumben agonizantes en un sentimiento nihilista. El sol ha decado; el ocaso del astro iluminador de verdades, metfora de Dios y de la Metafsica clsica, ha dejado en la soledad al eremita, ha dejado al hombre solo en la noche oscura. El enano ha desaparecido, slo queda Zaratustra. nicamente la sombra luz de la luna llena ilumina al ltimo hombre, a ese pastor que lucha contra las fuerzas tenebrosas del inconsciente.

El pastor moribundo que renace transfigurado tras arrojar lejos de s la cabeza de la serpiente viene a ser un nuevo Cristo, un nuevo Osiris o un Orfeo capaz de regresar desde la muerte: gracias al poder que adquiere cuando decide actuar, cuando por medio de su voluntad vence al miedo y se atreve a morder la cabeza de esa serpiente devastadora surge el hombre nuevo, lo que en otros momentos Nietzsche llama el Superhombre (o Suprahombre, bermensch). Esta voluntad de actuar, de sobreponerse, de no doblegarse, es verdaderamente la que va a dar origen al ese nuevo Mesas que Zaratustra descubre en su visin de futuro. Mediante el poder que arranca de su voluntad, ese Hombre, cual nuevo Cristo que vence a la serpiente, se hace sobrehumano. En definitiva, la voluntad de poder har surgir ese dios que habita en cada uno de nosotros.

Pero, qu es en esencia esa enigmtica visin abismal, tan poderosa que transfigura al que la ha experimentado de tal modo que a partir de entonces pertenecer a la especie de los dioses? Es la visin del eterno retorno. En la ms profunda y solitaria introspeccin Zaratustra de repente ve a la vez, ve lo mismo, ve el tiempo en toda su dimensin: ve el presente, el pasado y el futuro. Y en ese futuro ve al nuevo hombre, l mismo, transfigurado. Ve ese instante que retorna eternamente porque no se ha ido, porque no ha desaparecido. Existe, est, unido no slo a los instantes que le preceden y que le siguen, sino, lo mejor, unido transversalmente a otros instantes pasados y futuros, a otros momentos de su vida.

La luz de la luna en el silencio de la noche, el perro aullando de terror a la luna y l mismo con su propio sentimiento de lstima por el perro que ladra, aparecen en los tres momentos, que viene a ser el mimo momento que retorna: en el presente, cuando cuchicheaba con el enano sobre eternidades y oye el aullido lastimoso de un perro; en el pasado, cuando de nio ve al perro con el pelo erizado aullando de miedo a la luna llena que se detiene sobre el tejado de la casa; y en el futuro, cuando en el ms desierto claro de luna ve al perro gritando de terror, con el pelo erizado, ante el hombre que yace mordido en su garganta por una negra serpiente. Los tres momentos son a la vez el mismo momento y el relato de cada uno de ellos se complementa para componer un relato de la escena completa.

Para comprender algo de todo esto podramos pensar que igual que en el espacio no vemos slo lo que tenemos justo delante de nuestros ojos, sino que podemos, hasta cierto punto, ver algo de lo que est a la izquierda de nuestra mirada frontal y algo de lo que est a la derecha, algo de lo que est ms arriba y algo de lo que est debajo, pues tenemos capacidad para girar nuestros ojos y nuestra cabeza en las tres dimensiones espaciales, en esa visin temporal de Zaratustra estara ocurriendo algo parecido, pero con el tiempo. Zaratustra est viendo el tiempo, est contemplando ese momento con una perspectiva diferente, podramos decir, en toda su dimensionalidad temporal. Est viendo con los ojos de los dioses. Por eso se transfigura. Es como si descubriera que los acontecimientos de cada instante tuvieran tambin una lgica transversal que anudara el presente con el pasado y con el futuro, no slo una lgica lineal de un antes y un despus. Nietzsche creer que el hombre del futuro, ese que surge en la visin transfigurado, tendra la capacidad de ver el devenir de los acontecimientos de otra manera a la que estamos acostumbrados, como un todo a la vez, con la mirada del dios. Ahora el futuro dejar de ser un lugar para los miedos e incertidumbres, y ese nuevo hombre ya participar de la naturaleza de lo divino, de lo que siempre hemos atribuido a los dioses, de la eternidad.

El mensaje de Nietzsche es un mensaje de esperanza y de libertad, es un mensaje que da al traste con el pesimismo nihilista de sus contemporneos. El Hombre de la nueva era, que lejos de s escupi la cabeza de la serpiente: - y se puso de pie de un salto, se impondr a todos los demonios, a todos los miedos y prohibiciones, simbolizados en esa negra serpiente, a todo lo que le hacen dbil y sometido, para transfigurarse, para rer, como un ser libre y eterno. A partir de ahora ya tenemos esperanza, ya podemos soportar vivir e incluso morir. Dios ha muerto, vendra a decir Nietzsche, pero aparecer el hombre nuevo, inmanente, no sometido, libre y divino. Por eso el anhelo mstico del visionario: - y ahora me devora una sed, un anhelo que nunca se aplaca. Mi anhelo de esa risa me devora: oh, como soporto el vivir an! Y cmo soportara el morir ahora!. Y por eso la narracin entera concluye con un canto a la vida: el nuevo hombre, el suprahombre que ve Zaratustra y que habr de llegar, asumir valientemente el devenir de la existencia, pues, al saber que cada instante volver, que cada instante es eternamente, tambin conocer que la vida habr de ser vivida conscientemente, como si cada uno de sus momentos fuera para siempre. El nuevo hombre habr de ser capaz de poder decir la frase con la que Nietzsche cierra el primer apartado de este texto: Era esto la vida? Bien! Otra vez!.

Esa bsqueda de acuerdo, de plena aceptacin, de plena satisfaccin y asentimiento con esta vida de aqu, y que se resume en en esta frase podra servirnos como conclusin tambin ahora. Aunque en lo que a m concierne no he visto ni de lejos ese hombre que Zaratustra preconiza, reconozco que me atrae la poesa de su existencia y no me parece mala idea intentar vivir como si as fuera, como si cada uno de los instantes de nuestra vida durara para siempre, con lo que tal vez pudiramos llegar a descubrir que ese nuevo hombre habitaba ya en cada uno de nosotros.