número 93 de julio de 2011 por joaquim sempere por agustín
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Número 93 de julio de 2011
Notas del mes
Avanzar sobre dos pies (material para un debate)
Por Juan-Ramón Capella
¿Hacia adónde orientar la indignación?
Por Joaquim Sempere
La mejor juventud
Por Agustín Moreno
Manos muertas
Por Miguel Ángel Lorente y Juan Ramón Capella
Las grandes preguntas tras el crack
Por Armando Fernández Steinko
La histeria va con el precio
Por Rafael Poch
Palabras rotas sin discurso político
Por Manuel Reyes Mate
Cajón Desastre
Por El Lobo Feroz
El extremista discreto
Esperando al Barça
Iannis Basilikos
La Biblioteca de Babel
Para entender la crisis y salir de ella de otra forma
A. Glyn; J. Stiglitz; S. George
Foro de webs
Aproximación al golpe de estado del 23F en internet
Coronel Diego Camacho
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Avanzar sobre dos pies (material para un debate)
Juan-Ramón Capella
El movimiento Democracia real ya, ¿es un movimiento apolítico?
Evidentemente, no: el conjunto de sus reivindicaciones y de sus acciones, y
las modalidades y características de éstas, muestran que se trata de un
movimiento eminentemente político.
Pero no es "político" en un sentido convencional, institucional. Es un
movimiento horizontal, en el seno de la sociedad. A contracorriente de la
despolitización y domesticación de ésta impulsada por las políticas
neoliberales que buscan liberar de toda atadura al capital. Un movimiento
complejo, susceptible de extenderse a otros países, y en cuyo interior se
dirimirán sin duda controversias políticas. Una de las cuales, más o menos
precisado un horizonte programático abierto, tendrá por objeto dilucidar si el
movimiento se mantiene enteramente al margen de las instituciones públicas
o ha de buscar alguna inserción en éstas, por supuesto sin dejar de pretender
modificarlas.
Ésta es una vieja controversia sobre la que es preciso reflexionar, y hacerlo en
diferentes planos. El presente material de trabajo trata de aportar elementos
para esta reflexión, tanto desde el punto de vista práctico, como teorético,
como desde la experiencia histórica.
Tratar de insertarse en las instituciones y convertir esta inserción en una
prioridad política es lo que ha intentado Izquierda Unida —y antes el PCE— en
el período de libertades, pese a contar inicialmente con una considerable
masa de activistas. La consecuencia de priorizar la inserción en las
instituciones está en la base de la tremenda crisis de este agrupamiento
político. La máxima prioridad de sus activistas —con excepciones de gran
honestidad— ha acabado convirtiéndose en ocupar cargos electos, de los más
importantes a los más modestos, esto es, en asegurar su profesionalización
política. Eso ha llenado a esta organización de cuadros que acababan
sacrificando sus principios al pragmatismo y los debates programáticos a la
carrera por ocupar un lugar viable en las listas electorales. Eso ha dividido
repetidamente a sus gentes, ha desanimado a muchos, la propia organización
centrifuga hacia el Psoe a los cuadros más pragmáticos, y, lo peor de todo, se
ha abandonado casi por completo la movilización de las personas de la
sociedad civil y el esfuerzo por convertirse en un intelectual popular colectivo.
Esta lógica perversa, que no es la única —hoy la comprensión de esa lógica
institucional puede ganar mucho con la lectura de los Propos sur le champ
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politique de Pierre Bourdieu—, está estudiada desde hace muchísimos años.
La obra de Robert Michels Los partidos políticos señala algunos de sus
aspectos. Uno de los cuales es la tendencia de los grupos parlamentarios a
hacerse con la dirección de los partidos correspondientes, esto es, la
tendencia a que la dirección del partido y sus más destacados representantes
sean una y la misma cosa. Para tratar de soslayar esta tendencia la
socialdemocracia anterior a la primera guerra mundial (también otros
partidos) separaba estrictamente la dirección del partido y el grupo
parlamentario, que quedaba sometido a ella. En España sólo sigue haciendo
eso el PNV. También cabe mencionar otras consecuencias de esa lógica de la
inserción en las instituciones: las tendencias a la burocratización cuando se
trata de grandes partidos, al estrangulamiento de la democracia interna, al
liderismo y a la despolitización de la afiliación. Al surgir los Verdes en
Alemania en la década de los noventa como un partido importante, a partir de
notables aspectos movimentales —sociales—, también trataron de protegerse
contra esta lógica perversa de la inserción en las instituciones (por ejemplo, al
limitar el tiempo de permanencia de los activistas en cargos electos, al
asegurar y facilitar su posterior retorno al trabajo previo, etc.); pero ese
sistema de protección, por decirlo todo, no ha funcionado demasiado bien, y,
al no funcionar bien, ha dividido por dentro al movimiento de los verdes.
En conclusión: la desconfianza hacia la inserción en las instituciones de la
punta más política de un movimiento está sobradamente justificada. Se
inscribe en una lógica paralizante del movimiento. Esta lógica, sin embargo,
no es ahistórica ni metafísica. No está dicho que no pueda ser superada.
Veamos ahora lo que significa el rechazo de esa inserción: el rechazo a la
participación en las instituciones.
El movimiento de mayo de 1968 nos suministra un buen ejemplo histórico. Su
principal portavoz en Francia, Daniel Cohn-Bendit, enfrentado a este
problema, afirmaba que precisamente la no inserción en las instituciones era
el principal impulsor de la extensión del movimiento mismo. De modo que,
aparte de su inmenso impulso de cambio cultural, el movimiento fue
contundentemente derrotado en el plano político: el general De Gaulle,
presidente de la república francesa, dejó que el fuego se apagara solo, y luego
hubo en Francia gobiernos de derecha durante trece años, hasta 1981.
Otro ejemplo paradigmático nos lo da el movimiento anarquista español, que
decidió no votar en las elecciones de 1932 por entender que los cambios
sociales debían ser previos a la participación en las elecciones. Pero las
elecciones las ganó la derecha, que desmanteló todos los avances
republicanos, y encarceló y torturó. Por eso en 1936, en cambio, el conjunto
del movimiento antes abstencionista decidió participar en las elecciones, lo
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que dio un gran triunfo al Frente Popular.
Estos apuntes bastan para mostrar que tanto la participación en la política
institucional como la no participación en ella y el mantenimiento en un plano
extrainstitucional tienen grandes problemas graves. Una opción tiene el riesgo
de la integración; la otra, el de la desmovilización y la derrota política.
¿Que camino seguir?
Aquí se sostiene que es necesario pensar dos cosas a la vez. Y caminar sobre
dos patas: de un lado, el movimiento debe tener una punta política que trate
de adentrarse en las instituciones públicas, de Estado; de otro, debe fortalecer
y extender su lado movimiental, crear un sector común de actividades
voluntarias. Entrar en la política sin permitir que la lógica interna de ésta
afecte a la actividad movimental.
Ésta fue la opción de los Verdes en Alemania. Que por lo menos perduran y
constituyen una fuerza importante en esa sociedad.
Hay un motivo para creer que la posibilidad de avanzar sobre las dos
patas, la movimental y la política, se hace ahora más fácil. Todas las cosas
son históricas, todo cambia, y ahora tenemos una tecnología que facilita y
refuerza la comunicación horizontal, esto es, movimental. La capacidad de
confluir movimentalmente en muy poco tiempo se ha acrecentado de un
modo impensable hace pocos años. La comunicación del movimiento ya no
precisa viajar primero desde la base a una cúpula y desde allí de nuevo a la
base: ahora es la interconexión de la base social del movimiento la que lo
hace —con algunas deficiencias ligadas a las inevitables franjas lunáticas—
profundamente democrático.
No es fácil que hoy, en un momento crítico, se equivoque todo un movimiento.
La reacción popular con ocasión de los atentados de Madrid (el 11M) muestra
que la comunicación horizontal sólo se convierte en activa cuando cada
persona comprende por sí misma, sin dirigismos, lo que hay que hacer, y se
pone a hacerlo. Lo mismo ocurre con el movimiento centrado en Democracia
real ya. La comunicación movimental horizontal es por otra parte muy rápida,
mucho más que la comunicación política tradicional. Esa facilidad de la
comunicación ha impulsado además compartir valores, una moral esencial
que se contrapone al pragmatismo de los oportunistas de siempre.
Internet proporciona además unos espacios que (polución de mensajes
descerebrados aparte) facilitan el debate de ideas, el crecimiento y la
concreción del pensamiento colectivo. Eso vuelve menos peligroso el riesgo
de la participación en la política institucional.
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Y, al llegar aquí, nos encontramos con dos problemas distintos.
Uno consiste en la consolidación del esfuerzo movimental. En no delegar en
otros, sino en el afianzamiento del activismo del movimiento y en su
aprendizaje de una tarea ambiciosa en este terreno, que es central para
neutralizar a los sectores sociales más retardatarios y a los antipopulares: la
tarea de crear una nueva cultura cívica, democrática e igualitarista
hegemónica en la sociedad, con sus propios valores y principios,
contrapuestos a los que nos han llevado al mundo de desastres actuales.
El otro problema está en la inserción en la política. Complicado por la
naturaleza de las instituciones legadas por la transición, y por las
circunstancias concretas de hoy.
Las instituciones de la transición han favorecido la creación de dos grandes
partidos y de partidos menores cuyas políticas muchas veces resultan difíciles
de aceptar. El escritor Juan José Millás apuntaba la curiosa paradoja en que se
encuentran quienes desean votar en conciencia: oscilan entre el voto en
blanco —lo que favorece objetiva y precisamente, sistema electoral mediante,
a los dos grandes partidos— o abstenerse de votar (que no les favorece): la
paradoja de que en la política española el mejor voto sea para muchos el no
voto. Pues los dos grandes partidos en los que se sobredimensiona
artificialmente el resultado del sufragio materializan, ambos, políticas
neoliberales, sacrificando a los mercados —a los especuladores— el bienestar
de la población, aunque con distintas coloraciones culturales.
Las circunstancias concretas de España, con una gran crisis para la que tanto
el empresariado como los dos grandes partidos materializan más
neoliberalismo, esto es, más individualismo, más insolidaridad, más cargas
sobre la mayoría, y menos bienes y servicios públicos, colectivos, vuelve
urgente la maduración del movimiento, lo que no es posible sin un gran
debate interior.
Esa maduración debe correr —se propone aquí— en una doble dirección: la
búsqueda de aliados, por una parte, y probablemente la aparición política
autónoma, en forma de asambleas que propongan listas cívicas, abiertas unas
y otras a todo el que quiera sumarse sobre la base de un programa que el
propio movimiento debe determinar.
Sin eso, sin un contrapoder importante y que goce de amplias adhesiones
sociales, lo que se dibujaría en un horizonte próximo sería el poder de un
gobierno de derechas, un gobierno de "los de arriba" una vez más, lleno de
corruptos y de complicidades con los poderes económicos, inevitablemente
represor del movimiento que acaba de cristalizar, y servidor, justamente, de lo
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contrario de lo que son los objetivos de este movimiento formulados ya.
7/2011
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¿Hacia adónde orientar la indignación?
Joaquim Sempere
Cuando el movimiento del 15-M se pregunta ¿qué hacer de ahora en
adelante?, es oportuno que se aplique a sí mismo un precepto aplicable a toda
persona civilmente activa: la acción civil no se hace para uno mismo, sino
para la ciudadanía en general. Así, nadie posee en exclusiva el derecho a
reclamar la renovación democrática de la política, y hay que convocar a
quienes tengan algo que decir al respecto.
A mi parecer es preciso formular los objetivos del movimiento de la mejor
manera posible. Los indignados —que tienen el mérito indiscutible de haber
sacudido la opinión pública y de haber revelado los enormes agujeros de
nuestra vida civil— tienen la autoridad moral necesaria para convocar a
quienes tengan algo que decir. Los indignados tienen esa autoridad moral,
pero no han aparecido desde la nada. Han emergido de una sociedad donde
cientos y miles de activistas variopintos llevaban años denunciado injusticias y
abusos, a veces desde el mero voluntarismo ciudadano y a veces, también,
desde una formación técnica, jurídica, política, económica, histórica, etc. Estos
activistas aprovecharon o crearon estructuras varias con las cuales y desde
las cuales han mantenido un tejido sociopolítico más o menos denso que ha
venido resistiendo a las embestidas de los poderes, denunciándolas y a veces
luchando activamente contra ellas.
Me refiero a sectores del movimiento vecinal y el movimiento obrero, de las
organizaciones ecologistas y pacifistas, de los observatorios (de la deuda
externa, de los derechos humanos, de la sostenibilidad, etc.), a grupos
múltiples movilizados por múltiples causas justas, a ciudadanas y ciudadanos
que actúan por su cuenta efectuando una labor capilar de educación política,
social e ideológica, como profesores, abogados y profesionales o simples
activistas, publicando artículos, organizando actividades culturales y políticas
en ateneos y centros de barrio. Éste es un activo esencial de personas que ni
por activa ni por pasiva pueden ser consideradas cómplices de un orden
injusto que, en general, se han dedicado a combatir.
Habría que juntar a “indignados” del 15-M con gente de esta galaxia social y
política para que, juntos, elaboren una plataforma común y compartida de
ideas alternativas que den respuesta a los problemas denunciados,
plataforma que no tiene por qué aspirar a ser definitiva. La indignación, vieja
y nueva, versa sobre muchos temas, y se necesitará encontrar respuestas
para empezar a avanzar. Sólo avanzando, aunque sea fragmentariamente y
con soluciones parciales o provisionales, se podrá incidir sobre una realidad a
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la que es difícil hincar el diente. En esta línea, propongo la celebración de una
Convención para la Renovación Democrática, en la línea de lo que en Francia
llaman “Estados generales”: un encuentro en el que poner en común
soluciones y propuestas que puedan ser compartidas por amplios sectores de
la población, esos sectores que en las encuestas muestran por el movimiento
del 15-M niveles de simpatía que oscilan entre el 60 y el 80% de la población
total. Esta simpatía tan amplia es una riqueza del movimiento que éste no
debería dilapidar. La enorme responsabilidad que esto implica exige estar a la
altura de las circunstancias.
El movimiento altermundialista, cuya dinámica se ha comparado con la
movilización de los indignados, muestra un modelo organizativo en el que
inspirarse. Y, de paso, una experiencia de la cual sacar lecciones prácticas
para mejorar resultados y evitar errores. Inmediatamente habría que dotarse
de un núcleo coordinador que marcara ámbitos de trabajo, fijara fechas,
buscara espacios físicos donde reunirse la Convención y estableciera normas
de funcionamiento. Las webs y publicaciones digitales de que el movimiento
se ha dotado serían de una ayuda inestimable para coordinarse, trabajar en
red y difundir ideas. Un encuentro de estas características contribuiría a
precisar ideas, a definir modos de trabajo, a resolver interrogantes sobre las
posibles maneras de influir en una realidad que no nos gusta.
Entiendo que es importante la afirmación de principios generales, como
algunos que ya se han formulado, del tipo: “La economía ha de estar al
servicio de las personas y no al revés”; “Los derechos sociales deben
preservarse porque son el patrimonio de la inmensa mayoría de la sociedad
(frente a los derechos minoritarios asociados a la gran propiedad)”; etc. Son el
fundamento filosófico de la movida, y deben ser proclamados con el mayor
énfasis posible.
A la vez, no obstante, hay que identificar, discutir, elaborar y calificar
técnicamente las propuestas concretas de acción. Ahí entrarían temas como
la dación en pago de las hipotecas, el endurecimiento de las penas contra el
fraude fiscal, la reforma de las leyes electorales (incluida la regulación del
referéndum), la exclusión de los corruptos de la vida política (empezando por
las listas electorales), el sufragio revocatorio de los cargos electos y una
multitud de propuestas posibles que se abren camino, o pueden hacerlo, si se
crea un marco de debate adecuado. Cabría pensar en un trabajo de lobby
sobre los representantes electos para hacerles llegar propuestas y presiones
morales desde el movimiento, para evitar que las únicas presiones que
reciban sean las del poder económico. En temas que exigen una acción
internacional (como la prohibición de los paraísos fiscales, la homologación
fiscal en todos los países de la UE o la tasa Tobin), habría que pensar en
coordinarse con movimientos de otros países para ejercer presión sobre los
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europarlamentarios.
El camino es largo, las posibilidades muchas y las fuerzas dispersas. Por eso
hay que encontrar vías de trabajo que resulten eficaces.
7/2011
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La mejor juventud
Agustín Moreno
Les han catalogado con mil etiquetas sin preguntarles: generación X,
jóvenes aunque suficientemente preparados o, últimamente, generación nini,
para definir a los jóvenes que ni estudiaban ni querían trabajar. Pero era
evidente que había muchos más que sí estudiaban y sí trabajaban o aspiraban
a ello, aunque explotados y con bajos salarios (mileuristas).
Ahora existe una amplia generación que son universitarios, están
debidamente formados, saben idiomas, informática, pero forman parte de ese
43,5% de tasa de paro juvenil; están de becarios, son precarios de diverso
tipo que no llegan a mil euros, no se pueden emancipar, se ven sin pensión,
renuncian a los hijos. Ninguneados, despreciados, aunque sepan más que sus
jefes, muchos están pensando en irse al extranjero.
Pero por fin, ha cuajado un movimiento. Se definen como jóvenes sin trabajo,
sin casa, sin futuro (según el sistema). También como juventud sin miedo. Por
eso, el pasado 15 de mayo se manifestaron, autoconvocados por una miríada
de pequeñas organizaciones y redes sociales, junto con personas de
diferentes edades y condición, padres e hijos. Y llenaron las calles, desde
abajo y sin permiso de las grandes formaciones políticas y sociales, que no
tomarán nota, ensimismados en su irrealidad y esperando que sean una
tormenta en un vaso de agua. He estado allí y he visto a esos ciudadanos
críticos que siempre hemos querido educar y sentí que no todo está perdido,
sino por ganar, y que es posible.
Es un movimiento complejo, que se inspira en las revueltas árabes, en la
contestación griega, francesa y sobre todo en su propia desesperación. Son
los indignados que se han echado a las plazas a pedir Democracia Real Ya.
Protestan por la crisis, los ajustes sociales, el saqueo de los mercados
legitimado por una democracia que se reduce a votar cada cuatro años a
opciones para ellos análogas. Cuando muchos lamentaban la pérdida de las
utopías, de pronto reaparecen: quieren cambiar un mundo hecho a la medida
de los poderosos. Con la expectativa de vivir peor que sus padres, la
generación más preparada de la historia de este país no se resigna y es una
esperanza de futuro si lucha y se organiza. Que se les oiga.
7/2011
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Manos muertas
Miguel Ángel Lorente y Juan Ramón Capella
La crisis va para largo. Procede de un crecimiento ciego alimentado por un
crédito desmesurado y artificiosas ingenierías financieras. Pero no hablaremos
hoy de eso, sino del divorcio entre la economía financiera, especulativa, y la
producción real. Hoy, en la crisis, son posibles enormes ganancias
especulativas, puramente financieras, sin impulsar la actividad productiva, en
contra de la economía real. Ganancias en detrimento de los patrimonios
públicos y a costa de la mayoría de la población.
Nos limitaremos aquí a algo muy elemental, incluso desde un punto de vista
interno al capitalismo. Se trata de imponer límites al distanciamiento de lo
especulativo respecto de la actividad productiva real; de conseguir que la
colosal masa de liquidez dineraria internacional y nacional, hoy básicamente
especulativa, vuelva a encaminarse a la financiación de la producción de
bienes.
Pues una gran masa de dinero mundial está en manos muertas. En manos
dedicadas a especular con las deudas públicas, con los precios de mercancías
futuras, con títulos bursátiles cuya sustancia no les importa. Cuando no a
jugarse billones en la evolución de los precios de entes reales o jurídicos sin
poseer ningún título de propiedad, siquiera transitorio, sobre ellos. No se
trata, en puridad, de mercados financieros, sino de juegos de apuestas que
generan inestabilidad económica y sobre todo pobreza. Esa especulación
enriquece a las manos muertas al tiempo que empobrece los bienes públicos
creados por el trabajo de generaciones, incrementa las deudas públicas y
destruye no sólo los empleos sino las posibilidades de crearlos.
Es necesario desamortizar, acabar con las manos muertas de la especulación.
Imponer los diques y los cauces que canalicen el dinero hacia inversiones
productivas.
Regular, imponer normas, está más que justificado. Quienes han especulado y
especulan no se juegan su dinero. Ahí están los rescates bancarios para
hacerlo evidente: esos rescates han salido de las manos de quienes no
especulaban y han ido a parar a quienes sí lo hacen. Dinero público que pasa
a manos privadas para que especulen con lo público: no puede ser.
Señalemos algunas medidas que pueden contribuir a la necesaria
desamortización del siglo XXI.
Es preciso limitar la especulación en el mercado de capitales. Para ello hay
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que determinar que se compre y se venda en ese mercado con plazos
determinados.
No se debe permitir que en un mismo día se realicen varias operaciones sobre
títulos que representan el capital de una empresa, o sus deudas a medio y
largo plazo, o se vendan y se recompren varias veces en el mismo día títulos
de deuda pública con vencimiento aplazado. Esas operaciones especulativas
generan movimientos bursátiles que pagan incluso quienes no operan en
bolsa. Porque los altibajos de las expectativas económicas se traducen en
empleos y ajustes y en el alza de las primas de riesgo de la deuda pública.
Una nueva regulación debe gravar fortísimamente los beneficios de ese tipo
de operaciones intradía o simplemente prohibirlas.
A un capitalismo menos destemplado le convendría que los mercados fueran
mercados de capitales, no agrupaciones especulativas. La invención de las
sociedades anónimas y de las bolsas le facilitó a este sistema el crecimiento
económico: pequeños capitales, incapaces por sí solos de emprender nada, de
instrumentar ninguna empresa, se unían en proporciones alícuotas; y la Bolsa
moderna nació para crear grandes capitales a partir de aportaciones
pequeñas.
Se trata de adoptar medidas para que los mercados dejen de ser
agrupaciones especulativas que se imponen a los poderes políticos y vuelvan
a ser mercados de capitales que se invierten productivamente. Ciertamente,
los problemas no terminan aquí, pero ésta es una condición esencial.
Para ello se debe gravar fiscalmente los beneficios de los bancos en sus
actividades no crediticias. El dinero que se deposita en los bancos se puede
dedicar, básicamente, a dos cosas: a crédito o a inversiones en los
denominados mercados. Pues bien: los beneficios de lo primero no pueden
equivaler a los de lo segundo. Si se gana en inventos especulativos se debe
tributar mucho más que si se hace en crédito. Porque el riesgo del crédito lo
corre el prestador, pero el de la especulación lo corremos todos.
La especulación es peligrosísima: lo fue en el crac del 29 y lo es en la crisis
actual. Los grandes bancos norteamericanos, británicos, alemanes, irlandeses
e islandeses que quebraron en 2008 no cayeron por el impago de sus
créditos, sino por sus inversiones en "instrumentos financieros"
("titulizaciones", "derivados", fondos especulativos). Los estados soberanos
que asumieron sus pérdidas —en vez de dejarles quebrar— las trasladaron a
sus servicios sociales, recortando de ahí. Y además exigieron y exigen que
todos los países, especialmente los más débiles, paguen sus deudas con los
bancos de los países centrales. Eso, en un contexto de crisis —descenso de la
actividad productiva y de ingresos fiscales—, ha implicado e implica reajustes
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económico-sociales brutales.
También hay que limitar los objetos de inversión de los llamados fondos de
inversión y regular fiscalmente sus beneficios.
Los fondos de inversión se han convertido en la forma moderna del ahorro
neoliberal. En sus versiones más extendidas agrupan ahorros muy pequeños,
incluidos planes de pensiones modestos, y consiguen reunir así capitales
importantes. No serían un problema sistémico si esos capitales se invirtieran
en actividades productivas o en deuda pública. Pero la inversión especulativa
los convierte en problemáticos. Los fondos suelen invertir en lo que se llama
futuros, esto es, en apuestas sobre los precios futuros de ciertos bienes
físicos. De la producción física de esos bienes —por ejemplo, cacao, café,
materias primas— vive —o sobrevive— mucha gente. Las apuestas sobre los
precios tienen un efecto devastador al influir en la cotización de las divisas y
tienen otras consecuencias económicas que se manifiestan al cambiar el signo
de la tendencia especulativa. Los fondos desregulados son los reyes del daño
colateral: muchísimas personas ajenas a su existencia resultan damnificadas
cuando las burbujas explotan, pero no se benefician de ellos cuando sus
negocios van bien.
La fiscalidad sobre los beneficios de los fondos es mucho más suave que la
que grava las rentas del trabajo: en España el PP y el Psoe han estado de
acuerdo en que la cotización máxima de aquellos sea el 20%, muy por debajo
de la cotización media de las rentas del trabajo. Esta fiscalidad carece de
equidad.
La vigilancia pública sobre el crédito es también esencial. La del Banco de
España sobre los bancos, resultado de la experiencia pasada, no se ha
extendido a las cajas de ahorros: los agujeros de algunas de éstas, resultado
de disparatados créditos a la construcción, hubieran debido ser frenados a
tiempo. Tal vez entonces el país no tendría además de un bajón productivo
general un gran problema de paro en una rama industrial desmesurada, ni
tampoco la expectativa de cubrir con dinero público el fracaso de esas cajas
de ahorros.
Dos cuestiones más: cualquier gobierno de países como el nuestro debe
abogar por el establecimiento de la tasa Tobin sobre las operaciones
financieras internacionales. Intervenir sobre la mala gestión del FMI y del
Banco Mundial en esta crisis, y regular las agencias de calificación, de rating,
que tan fantasiosamente funcionaron antes del estallido mundial de la crisis y
que ahora son poco más que lobbies de los especuladores.
Lo que está ocurriendo no es complicado de descifrar. Y tampoco es
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imparable. Si hay voluntad política para ello se puede reconducir.
7/2011
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Las grandes preguntas tras el crack
Armando Fernández Steinko
La “gran depresión” que arranca con el crack de 2008 marca el fin de un
sueño/pesadilla de un cuarto de siglo. El modelo neoliberal, que consiguió
dividir a clases populares y clases medias enriqueciendo a grandes
propietarios y rentistas, pilotó alrededor de la creación de una demanda
ficticia. Ficticia porque no estuvo alimentada por las rentas del trabajo sino
por la renta financiera e inmobiliaria, no por el pago del esfuerzo individual y
colectivo, sino por el endeudamiento y la apuesta bursátil. El proyecto fue
restaurador en lo social y lo ideológico porque trató de generar crecimiento
hundiendo salarios y precarizando empleo. Pero sólo pudo durar casi tres
décadas porque se ganó a una parte de las clases medias, e incluso a una
fracción de las clases populares: aquellos con salarios regulares y capacidad
adquisitiva suficiente para adquirir productos financieros e invertir en bienes
inmuebles. Además, creó un sistema en el que la subjetividad y la inventiva
ya no debía ser anulada por las cadenas de montaje y los directivos
controladores, sino todo lo contrario. Surgió un segmento de asalariados
cualificados que se identificaban con lo que hacían distanciándose de las
reivindicaciones laborales clásicas. Son hombres y mujeres que se
autoexplotan hasta romperse la salud porque han convertido las necesidades
de la empresa en sus propias necesidades fisiológicas y a pesar de que la
dinámica del máximo beneficio succiona su subjetividad, no por ello se
identifican sin más con el resto del cuerpo laboral. El endeudamiento
combinado con un trabajar sin fin —gratificante o repetitivo— ha terminado y
con ello todo un sistema de reproducción cultural. El capitalismo feo español
ha sufrido este cambio de forma más radical pues su sociedad del trabajo fue
liquidada por la gran coalición monetarista que triunfó en la transición
instalándose en fechas tempranas una economía de rentas, de rentas de todo
menos de trabajo ¿qué va a pasar ahora?
Los bancos, que son los grandes ganadores del neoliberalismo, estuvieron a
punto de perder el inmenso poder acumulado a lo largo de un cuarto de siglo.
La única razón por la que “los expropiadores no fueron expropiados” en esos
meses críticos de 2008/2009 no es ni económica ni técnica. La razón es
política pues los gobiernos siguen siendo hoy los máximos representantes de
los intereses financieros. Es comprensible que la salida fuera la restitución de
la la lógica del funcionamiento privado haciéndoles pagar a los ciudadanos
dicho rescate con sus impuestos. Ahora los bancos hacen lo que siempre han
hecho con el ahorro recibido: negocios para sus clientes, preferentemente
para sus grandes clientes. Como en los años treinta el problema no es de
escasez de dinero sino de exceso de dinero en manos equivocadas y ese
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exceso de liquidez seguirá ahí hasta que se produzca una reforma fiscal
progresiva y un control de los flujos de capital. El capital sobreacumulado sin
control ahora pasa a la ofensiva. Hace lo que tiene que hacer y lo que siempre
ha hecho: buscar su máxima rentabilidad sin preocuparse del interés general.
Ayer fue la apuesta sobre el precio del petróleo o las materias primas, hoy es
la deuda soberana de un gobierno tras otro, mañana será otra cosa mientras
persista la monumental liquidez. Hacia 1970 hubo una oleada de economistas
y sociólogos neoliberales —Friedman, Bell, Huntington— que dijeron con
claridad que democracia y desregulación financiera eran incompatibles, una
verdad que no se han cansado de repetir los gobernadores de los bancos
centrales desde entonces. El centro-izquierda español, que creó un Estado del
Bienestar con financiarización, parecía demostrar lo contrario. Hoy las aguas
retornan al cauce de la lógica y las finanzas fuera de control se meriendan
uno a uno los contratos políticos de la postguerra.
La pregunta hoy es: ¿hasta cuándo, hasta cuándo los gobiernos, custodios de
enormes maquinarias estatales, podrán cortar su principal fuente de
legitimidad?, ¿hasta cuándo permitirán que los mercados les pongan al borde
del abismo o incluso les empujen a él? La respuesta principal es otra vez
política pero ahora lo es también técnica y económica pues es imposible que
se recupere la economía por estas vías. Antes o después habría que
domesticar al sector financiero y los primeros pasos ya se están dando,
aunque darán sus frutos más adelante y la tasa de beneficios del sector
financiero tenderá a caer. Puede ser que haga falta una réplica del crack del
2008, otro vislumbramiento del abismo para provocar los cambios, pero los
bancos saben que la cosa no va a seguir como hasta ahora. Por eso se
abalanzan sobre las universidades aprovechando el Plan Bolonia, por eso se
abalanzan sobre las Cajas de Ahorros para deglutirlas, por eso acumulan
provisiones antes que conceder créditos nuevos. La deuda de los bancos que
ahora avalan los gobiernos es impagable y todos los coquetean con la idea de
provocar inflación para devaluarla. También esto les hará a los bancos tragar
aguas amargas, muy distintas a la horchata gratis de la que se venían
hartando hasta ahora. Los fiscalistas irán ganando poder frente a los
monetaristas y también esto les irá arrinconando ideológicamente. La
sociedad se ha quedado sin dinero para financiar las infraestructuras que
necesita para su reproducción: la sanidad, la educación, la reconversión
energética, el cambio climático, el envejecimiento de la población, la
planificación de unas ciudades cada vez más grandes. No va a haber dinero
para nada al menos durante media o tal vez incluso una generación entera y
esto en medio de una civilización derrochadora de recursos. Los gobiernos
seguirán bombeando recursos públicos hacia el sector privado en espera de
que éste cree empleo. Se intentará hundir aún más los salarios para ser
competitivos hacia fuera, se forzarán aún más las exportaciones para
sanearse a costa del vecino y habrá escaramuzas proteccionistas para
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intentar evitarlo sin que se note, incluidas las devaluaciones directas e
indirectas. Pero no será posible continuar mucho tiempo con esta
transferencia de recursos colectivos, de salarios e impuestos a las empresas
privadas que no van a solucionar nunca por sí mismas el problema del
desempleo. Será un juego de suma cero incapaz de sacar a la economía
mundial de lo que se antoja como un largo período de “crecimiento
estacionario”, de cuasi estancamiento. Al no contemplarse la reforma fiscal, la
liquidez seguirá tiranizando a las poblaciones pero ya no se las podrá
compensar con una demanda ficticia basada en el endeudamiento. Esto
cuarteará las alianzas entre neoliberalismo y sociedad, algo que aquél
intentará evitar por todos los medios, por ejemplo recurriendo al populismo, a
un shock externo (efecto Pearl Harbour) o a cualquier otra forma
extraeconómica que permite una movilización rápida y masiva de las
poblaciones. Pero antes o después la economía tendrá que dejar de ser la
suma de rentabilidades individuales, antes o después habrá que hablar de
una economía-de-toda-la-casa. Esta no tiene que ser necesariamente
progresista: es posible una economía-de-toda-la-casa reaccionaria,
conservadora de las actuales estructuras de poder y de propiedad basada en
la coerción hacia dentro y hacia fuera.
¿Cómo van a responder las poblaciones? Las dos últimas veces que se dio una
situación similar, en el último cuarto del siglo XIX y en el período de
entreguerras, el nacionalismo le abrió el campo ideológico a la reacción. En
los años 1930 toda Europa, con la excepción de Escandinavia y las dos breves
primaveras de España y Francia, se decantó hacia la derecha mientras
América prácticamente entera lo hizo hacia la izquierda. Pequeños autónomos
y grandes propietarios consiguieron desmontar el sufragio con ayuda del
ejército. Puede parecer que el patrón se repite, pero no así la historia. Ecos
reaccionarios nos llegan de algunos países del Este destrozados por las curas
neoliberales de los noventa y músicas similares cuajan en los intersticios de
los partidos del centro-derecha occidental. La primera reacción al crack de
2008 por parte de los gobiernos de Francia y de Rusia fue duplicar el gasto
militar: una medida que apunta a la versión reaccionaria de la
economía-de-toda-la-casa. Alemania empieza a despertar susceptibilidades en
Francia y Gran Bretaña, lo cual explica el reciente pacto de colaboración
nuclear. ¿Son sólo escaramuzas? Las rupturas históricas son siempre el
resultado de una acumulación de escaramuzas. No es tan fácil que este
patrón se pueda generalizar por mucho que se siga invocando el peligro
terrorista para asustar a las clases medias o el problema migratorio para
narcotizar a las clases populares. No hay dinero y no lo habrá si no se
trastocan los actuales poderes de clase. El rechazo del autoritarismo está
fuertemente implantado entre amplios sectores de las clases asalariadas
occidentales aunque esto no impide el desarrollo de nuevas formas de
movilización en torno a una versión reaccionaria de una economía-de-toda-la
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casa. Ahí donde los autónomos tipo “Joe el fontanero” de MacCain alcanzan
porcentajes muy elevados, como en la Italia de Berlusconi, en la costa
mediterránea del Partido Popular o en las profundidades de los Estados
Unidos, hay ya materia prima para algo parecido. La llave la tiene el sector
profesional, ese trabajador que se ha desvinculado de las reivindicaciones
clásicas y que sigue distanciado de las clases populares buscando salidas
individuales.
¿Cómo van a responder las poblaciones? En un primer momento la distancia
entre clases medias y clases populares, la clave del futuro político del mundo
occidental, aumentará con la privatización de servicios públicos que no se van
a poder financiar por falta de recursos. La esperanza de vida entre ricos y
pobres aumentará, las ciudades se degradarán junto a las universidades
públicas, los espacios comunes que hoy comparten clases medias y populares
—barrios, plazas, colegios— irán borrándose poco a poco. Pero esto sólo podrá
ir un poco lejos en las zonas más lindas del capitalismo, aquellas con una alta
concentración de profesionales autónomos cualificados y un alto poder
adquisitivo: las grandes ciudades, el eje que atraviesa Europa desde el sur de
Inglaterra hasta el norte de Italia pasando por el Benelux y el valle del Rin. En
el resto del territorio la clase media no tendrá recursos para pagarse los
servicios que necesita y caerá en una espiral de empobrecimiento. En los
parques abandonados a su suerte se encontrará con las clases populares aún
más empobrecidas que ellas ¿Para hacer el qué? Tal vez para formar un
bloque social con capacidad de forzar una versión no autoritaria de una nueva
economía-de-toda-la-casa, de-todo-el-planeta.
7/2011
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La histeria va con el precio
Rafael Poch
Recapitulando. En septiembre se cumplirán tres años de la quiebra
financiera de 2008. El motivo de la crisis fue el hundimiento del gran festival
especulativo que eliminó las fronteras entre la actividad financiera y la simple
y pura delincuencia. El dinero público se utilizó para cubrir las pérdidas y
proteger las fortunas de los agentes del gran casino, en lo que fue la mayor
transferencia de capital de la historia desde la gente común hacia los ricos.
Ninguno de los problemas que entonces se pusieron de manifiesto se han
solucionado, pero se han creado otros encadenados. Por ejemplo: el brusco
aumento de deuda pública que el rescate bancario provocó, empeoró, a su
vez, la solvencia general, incluida la de los propios bancos, pues el valor de la
deuda pública se desplomó y en gran parte está en manos de bancos e
inversores en forma de bonos del tesoro. Ahí está la génesis de la actual
"euro-crisis".
La alternativa a la contestación . Las peculiaridades de la Unión Europea
—una unión monetaria sin fiscalidad ni gobernanza común, con grandes
desequilibrios entre sus miembros— pusieron en el centro esa "crisis de
endeudamiento", que, torpemente gobernada por Alemania, lastra ahora el
viejo continente y despierta sus ancestrales taras culturales de tan mortífero
recuerdo. La solución anticrisis propuesta es una contrarrevolución social:
desmontar derechos sociales y garantías económicas, lo que arrasa el
consenso social, fomenta ideologías antidemocráticas, racistas o xenófobas,
que ofrecen fáciles chivos expiatorios —como ocurrió en el pasado con el
antisemitismo— y favorecen la guerra, tal como pasó en la última gran crisis
del capitalismo en 1929. Europa ya estaba metida de pleno en una guerra
antes de Lehman Brothers, Afganistán, algunas de sus naciones apoyaban
otra, Irak, y en plena crisis se ha metido en una tercera, Libia, un mal signo.
Cada semana la OTAN y las potencias europeas son responsables de lo
equivalente a atentados terroristas con decenas de víctimas civiles inocentes
en Libia y Afganistán, aunque se llamen "errores" y "daños colaterales". La
guerra como telón de fondo de la eurocrisis es un dato crucial de la actual
situación. Avisa de cual es la alternativa a la contestación ciudadana.
El nexo de todo el asunto . El programa de regreso al siglo XIX andaba más
o menos como la seda, hasta que apareció la ciudadanía. Primero en Grecia,
luego en Wisconsin (Estados Unidos, un movimiento informativamente
ignorado, tanto en Alemania como en España), en el norte de África, y ahora
en Europa, pues el referéndum italiano, la jornada sindical contra el pacto del
euro y la próxima huelga británica forman parte de un mismo paquete. Hasta
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de China llegan noticias de la preocupación oficial y de las medidas
preventivas ante un eventual contagio. Pero, ¿de qué se trata?, ¿cual es el
nexo de unión entre todas estas contestaciones? Se trata de la revuelta contra
las oligarquías.
El diccionario define las oligarquías con tres brochazos; "Gobierno de pocos",
"Forma de gobierno en la cual el poder supremo es ejercido por un reducido
grupo de personas que pertenecen a una misma clase social", y "Conjunto de
algunos poderosos negociantes que se aúnan para que todos los negocios
dependan de su arbitrio". Sea como fuera, podemos acordar que el mundo
actual está gobernado por oligarquías.
En Europa, Estados Unidos y Japón, la tríada central del sistema mundial, las
oligarquías financieras dominan la economía e incluso la política. En la
mayoría de los países árabes se trata de oligarquías, petroleras o no, que son
subsidiarias de las anteriores. En Rusia hay una nueva oligarquía privada que
se inspira en las occidentales y que mantiene cierta tensión con el Estado
ruso, heredero de la Estadocracia soviética, que fue la modalidad de
oligarquía en la que degeneró el llamado socialismo real. Ese Estado compite
y a la vez se imbrica con la nueva oligarquía rusa. En China la relación es
inversa: allí es la Estadocracia la que domina sobre las oligarquías privadas,
que, aunque poderosas, están sometidas e integradas en la constelación
estatal.
Globalización ciudadana. La diferencia última no es entre "democracia" y
"no democracia", como insiste el discurso oficial, sino entre el gobierno de
diversos tipos de oligarquía. No es la divisoria, sino la similitud lo que retrata
mejor la situación. Algunas oligarquías, en sociedades más opulentas, dan
lugar a sistemas mucho más holgados y permisivos desde el punto de vista de
los derechos y las libertades. Otras sólo dan para "democracias de baja
intensidad", o pseudodemocracias, como la rusa, en la que el partido del
poder ni siquiera practica la rotación con una oposición, sino que nombra a un
sucesor de su propio partido que luego es refrendado en las urnas. Otras se
permiten elecciones bastante libres a nivel local, como en China, pero no en el
nivel general, y otras, en fin, no permiten ningún tipo de elección…. Es decir,
hay distintos tipos de oligarquías, pero todas ellas tienen poco que ver con el
"poder del pueblo", la democracia. En condiciones normales, el voto no decide
gran cosa porque no cambia nada esencial.
Lo que está ocurriendo ahora en el mundo, en todas esas zonas señaladas, es
un despertar ciudadano contra la administración de la globalización que llevan
a cabo todas esas oligarquías. Un impulso en favor de una globalización en
clave ciudadana, no empresarial. Cuando la población toma la palabra y se
convierte en sociedad, las cosas no pueden seguir igual. Así se escribe la
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historia.
Sobre camellos y barretinas. Hacía muchos años que algo así no ocurría y
el establishment ya se había olvidado de ese factor. De ahí el desconcierto y
el nerviosismo con que la clase política acoge el fenómeno por todas partes. El
apaleamiento de ciudadanos en la Plaza de Catalunya fue la versión local de
la entrada de los camellos de Mubarak en la Plaza Tahrir el 2 de febrero. Fruto
de la misma miopía, luego profundizada por prensa e instituciones entre
histerias guerracivilistas, con listas de "culpables" y "responsables
intelectuales" casi en la periferia del terrorismo ("kale borroka"), que
conducen a la típica pregunta rusa sobre este tipo de situaciones: "¿se trata
de una provocación, o de una estupidez?". La respuesta es que parece una
mezcla de ambas cosas… Pero aquí no hay ninguna novedad. Estamos ante
un clásico.
Cuando en Alemania arrancaba en los setenta el movimiento antinuclear, el
establishment hacía afirmaciones y acusaciones disparatadas del mismo
tenor. El Presidente de Baden-Württemberg, Hans Filbinger, decía que sin la
contestada central nuclear de Wyhl, "las luces de nuestra región comenzarán
a apagarse a finales de la década". Antes de esa fecha, en 1978, Filbinger, un
antiguo juez nazi, tuvo que dimitir al conocerse su participación en sentencias
de muerte del régimen anterior. El movimiento ciudadano era criminalizado
sin complejos. "Su núcleo lo forman puros terroristas, meros delincuentes",
decía el democristiano Gerhard Stoltenberg, presidente de Schleswig-Holstein.
"Hay que hablar no tanto de alborotadores como de terroristas", decía el
ministro de justicia, el socialdemócrata Hans-Jochen Vogel. Más tarde, en
enero de 1980, cuando se fundó el Partido Verde, el ideólogo del SPD, Egon
Bahr, anunciaba el nacimiento de un "peligro para la democracia", mientras su
colega Erhard Eppler comparaba la presión de las manifestaciones
antinucleares con las marchas callejeras de las escuadras nazis de la S.A.
Todo esto debe ser recordado hoy, cuando, después de Chernobyl y
Fukushima, Alemania pone fecha al fin de la energía nuclear. Se ofrece así un
poco de perspectiva sobre lo que le espera a una ciudadanía que ahora toma
la palabra. Cualquiera que hoy hable en Europa de propuestas de cambio tan
razonables como nacionalizar la banca, o prohibir el uso de las fuerzas
armadas fuera de las fronteras sin expreso referendo popular, merece ese tipo
de histeria. Que a lomos del camello haya un truhán cairota con turbante o un
conseller inepto con barretina, cambia poco el asunto: la histeria va incluida
en el precio de cuestionar la oligarquía.
26/6/2011
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Palabras rotas sin discurso político
Manuel Reyes Mate
Las soluciones podrán venir cuando entendamos el problema, pero estamos
lejos de ese momento.
La edición francesa del libro ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, abre con una
reproducción del célebre cuadro de Paul Klee, Angelus novus, al que Walter
Benjamin dedica, tal y como recuerda el propio Hessel, la novena de sus
célebres Tesis sobre el concepto de historia. Lo que Benjamin dice es que hay
dos maneras totalmente diferentes de entender los tiempos que vivimos: lo
que para unos es progreso, para otros es catástrofe.
Hay quien vive el presente como un proyecto de vida, dotado, eso sí, de los
medios materiales suficientes como para vivir de acuerdo a sus deseos. Y hay
otros que saben el precio del progreso o, más exactamente, el precio del
bienestar de otros. Son, de acuerdo con el cuadro de Paul Klee, las ruinas y
cadáveres sobre los que camina el ángel de la historia pintado por el artista
suizo.
Al colocar Hessel ese cuadro como pórtico a su alegato está dando a entender
que los caídos se niegan a ser el precio de la historia y reclaman para sí el
derecho a tener un proyecto de vida propio.
El famoso cuadro ha llamado la atención de muchos eruditos, atraídos por la
poderosa interpretación política que hace Walter Benjamin, pero es la primera
vez que sirve para expresar la indignación de quienes han sido degradados a
inevitable coste social del progreso.
Dos posiciones, pues, enfrentadas ante la misma realidad histórica. No
deberíamos perderlo de vista sobre todo a la hora de preguntarnos por su
futuro. Escuchaba en una emisora de radio un debate entre un portavoz de
Democracia Real y sesudos académicos que le acosaban dialécticamente
preguntándole por las soluciones: qué soluciones proponían ellos, los
indignados, a los graves problemas que denunciaban. Ante el balbuceo del
joven indignado, el oyente podía llegar a la errónea conclusión de que lo que
está ocurriendo tiene poco recorrido.
Las soluciones, sin embargo, solo pueden venir cuando entendamos el
problema y hay razones para pensar que aún estamos lejos de ese momento.
Esta generación expresa su malestar a través de palabras minúsculas, tales
como futuro, casa, trabajo, salud, corrupción o participación. Son palabras
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sueltas que las encontramos en los programas políticos de los partidos
existentes. La diferencia es que en esos programas esas palabras no
significan nada y colgadas de las tiendas de los acampados, sí. Cuando un
joven te dice futuro te está interpelando desde una existencia sin futuro. La
palabra es entonces creíble porque está encarnada en un cuerpo frustrado
que habla sin abrir la boca. Esas palabras tienen sentido en existencias
vulneradas. En los programas políticos, empero, carecen de sentido. Dicen
que van a luchar contra la corrupción y premian a los corruptos. Prometen
empleo y lo supeditan a la competitividad. Les elegimos para que hagan
política y se convierten en mascotas del mercado y así sucesivamente.
De lo que se trata entonces es de construir un discurso político —o de
encontrar soluciones— partiendo de esas palabras verdaderas. En El mayor
monstruo, los celos, de Calderón de la Barca, el perverso protagonista ha
decretado que si él muere, sus fieles tienen que matar a su esposa, por honor.
Para evitar que el documento llegue a manos de ésta, lo hace pedazos
oportunamente. Pero la mujer llega a tiempo de ver por los suelos el texto
hecho añicos y de leer en un trozo muerte, en otro su nombre, en aquel de
allá honor y en este de acá secreto. Entiende que está condenada a muerte.
Las palabras aisladas adquieren una fuerza muy superior a la que tenían en el
documento. Para que las palabras iniciales cuajen en respuestas, el político
tiene que dejarse imantar por la tragedia existencial que hay detrás de cada
una de ellas. No nos precipitemos en convertirlas en problemas, es decir, en
accidentes desgraciados del sistema. Antes que problemas son vidas
frustradas, familias humilladas, que interpelan a la conciencia política. Si
fueran escuchadas, podríamos llegar a la conclusión de que la respuesta no se
encuentra en un retoque del sistema —a eso apuntan las famosas “reformas
estructurales” que dicen los empresarios—, sino en una revisión del modo de
vida o de valores sin cuestionar incluso por los propios indignados.
El noble arte de la política no nació para reproducir sistemas, sino para
organizar la convivencia y mejorar las condiciones de vida de los individuos.
Hemos llegado a un punto en el que los valores rectores más indiscutibles se
cobijan bajo el paraguas progreso. Lo que el nonagenario autor del exitoso
panfleto defiende es que el progreso esconde demasiados cadáveres. Han
salido a la calle para decir basta. Con su presencia están invitando a la
sociedad en su conjunto a pensar unas respuestas.
Marraríamos la oportunidad que se nos brinda si redujéramos la importancia
del gesto a los discursos que puedan ofrecer. Pueden caer en simplezas o
pedir lo imposible. Está claro que para algunos el progreso es catastrófico. A
los que de momento están a salvo les toca decidir si hay algo que hacer.
Artículo publicado en El Periódico, 27 de junio de 2011
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7/2011
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Cajón Desastre
El Lobo Feroz
La orejita empresarial
Los grandes empresarios quieren vincular los salarios a la productividad.
Saben que la productividad no depende de los trabajadores, sino de la
renovación tecnológica. En la práctica, jibarización de las masas salariales.
Eso frena la actividad económica, pero a ellos les afecta poco pues consumen
bienes de lujo, preferiblemente de importación, que la gente corriente no
consume. Una latita de caviar beluga cuesta 169 euros; un amarre para algo
que flote, unos 50.000.
Qué producir
La economía española estaba asentada sobre dos pilares básicos: el ladrillo y
el turismo. El primero está hundido, aunque las grandes constructoras, gracias
a las contratas públicas, han conseguido ganar tamaño, diversificar sus
negocios e internacionalizarse; se han beneficiado mucho y bien del dinero
público.
El futuro ¿es el turismo?
Eso no da mucho más de sí, y según las circunstancias incluso puede dar
menos. El futuro está en la industria de las energías renovables, en la
desconcentración energética, en el ahorro energético para sustituir al
petróleo.
El futuro está en las tecnologías biomédicas, a partir del capital social
acumulado en la sanidad pública, en las clínicas universitarias, en los centros
de investigación. Sus productos no deben ser privatizados, sino beneficiar a
las personas y originar patentes para las instituciones públicas.
Recortar la sanidad pública es matar la gallina de los huevos de oro, no sólo
precarizar nuestra salud.
En una república bien ordenada el futuro estaría también en los servicios de
ayuda y asistencia, pero los dirigentes económicos y políticos de esta Cacaña
no están por una república bien ordenada. Van a lo suyo.
Donde no se ahorra
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Grandes recortes sociales, pero hay tropas españolas chaconeando en
Afganistán, en Libia, en el Líbano, en el Índico. Los parados sin subsidio
pueden preguntarse, etc.
Sacrificios humanos
Otros dos soldados muertos en Afganistán. Ya casi un centenar. Más vidas
segadas de conciudadanos en una expedición que sólo se fundamenta en la
voluntad de los Estados Unidos. Vergüenza ajena, esos sacrificios humanos. Y
dolor. Demasiado dolor en la pura estupidez de esas gentes irresponsables
impertérritas frente a la voluntad de la mayoría.
La española según el PP
Para echarse a temblar
Rajoy le ha encargado un proyecto de reforma de la sanidad pública a José Mª
Aznar.
junio 2011
7/2011
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El extremista discreto
Iannis Basilikos
Esperando al Barça
para M.M.
¿Qué hace ese gentío en el estadio?
Es que hoy juega el Barça
¿Por qué amontonáis cerveza y palomitas,
congregados en torno a las pantallas?
Es que hoy juega el Barça
¿Por qué tantos, niños y mayores, visten
camisolas iguales, de colores?
Los colores del Barça. Es que hoy jugarán
¿Por qué los tertulianos no tertulian,
como siempre, ni nos doran la píldora?
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Porque hoy es el Barça el que la ha de dorar
¿Y por qué el Rey, el Príncipe e incluso el Presidente
están en ese palco con horteras
en vez de gobernar?
Es por el Barça (mejor que no gobiernen)
y quieren prestigiarse con su seguro triunfo
¿Y por qué tantos nervios, tanto apresuramiento,
tanta noticia deportiva, tanto grito en la radio?
Es porque hoy juega el Barça. No hay otro pensamiento.
¿Por qué de pronto esa inquietud
y silencio (Cuánta gravedad en los rostros.)
¿Por qué la multitud vacía el estadio
y sombría regresa a sus moradas?
Porque la noche cae y no empieza el partido.
Rumores primero, y luego noticiarios, dicen que se acabó,
que ya no hay Barça.
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¿Y qué será ahora de nosotros sin Barça?
Esos futbolistas, después de todo,
nos consolaban de nuestra esclavitud.
7/2011
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La Biblioteca de Babel
A. Glyn; J. Stiglitz; S. George
Para entender la crisis y salir de ella de otra forma
En esta reseña hablaremos de tres libros interesantes para entender las
causas de la actual crisis, la manera como se ha abordado y las soluciones
alternativas para salir de ella. Se trata del libro que escribió Andrew Glyn,
titulado Capitalismo desatado. Finanzas, globalización y bienestar
(CIP-Ecosocial y La Catarata, 2010), el de Joseph Stiglitz: Caída libre. El libre
mercado y el hundimiento de la economía mundial (Madrid, Taurus, 2010) y el
de Susan George: Sus crisis, nuestras soluciones (Icaria, 2010). Los tres
salieron el año 2010. El de Stiglitz lo reimprimió en edición de bolsillo
Santillana en 2011.
El libro de Glyn arranca desde mucho antes del crack de 2008. De hecho, el
texto se publicó en inglés en 2006. Y su autor murió dos años después. A toro
pasado, uno puede encontrar en él todos los factores desencadenantes de la
crisis. De los tres trabajos, es el estudio de más largo alcance histórico.
Empieza en los años sesenta del siglo pasado y analiza todas las fases y
aspectos de la contrarrevolución neoliberal: desde la desregulación a la
financiarización de la economía; desde las privatizaciones a la globalización. El
autor presta especial atención a los efectos de estos procesos sobre los más
débiles. Dedica un capítulo a analizar las transformaciones acaecidas en el
mundo del trabajo. Es un libro panorámico, claro, riguroso, crítico y
extraordinariamente útil.
El texto de Stiglitz tiene el interés de contar "por dentro" el manejo de la crisis
en Estados Unidos. El Premio Nobel de Economía pone de manifiesto la
estricta continuidad de las políticas de Obama respecto de las de Bush.
También señala las fuentes del poder político de las entidades financieras y su
capacidad para paralizar los intentos de regulación en Estados Unidos. El
poder político del sistema financiero queda también claramente puesto de
manifiesto, en lo referente a Gran Bretaña, en un documento escrito por un
grupo de economistas de la Universidad de Manchester (“An Alternative
Report on UK Banking Reform”, en
http://www.cresc.ac.uk/publications/an-alternative-report-on-uk-banking-refor
m). Wall Street y la City han conseguido frenar e incluso dar marcha atrás a
todos los planes de reforma del sistema financiero que han sido formulados.
Tanto el libro de Stiglitz como el de Susan George son ricos en propuestas
alternativas para salir de la actual crisis. Su perspectiva no se limita a la
vertiente financiera. El antiguo economista jefe del Banco Mundial y la
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presidenta de honor de ATTAC tienen un horizonte mucho más amplio. Sus
planteamientos son, obviamente, distintos, pero ambos ponen de manifiesto
la posibilidad de adoptar políticas económicas radicalmente diferentes de las
actuales. El documento de los economistas británicos citado más arriba, así
como el manifiesto de los economistas franceses "aterrorizados" (“Manifeste
d’économistes atterrés”, en http://atterres.org), amplían el catálogo de
medidas alternativas para superar la crisis y reorientar la economía en una
dirección social y ecológica. Otra política económica es, por consiguiente,
posible.
José Antonio Estévez Araujo
7/2011
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Foro de webs
Coronel Diego Camacho
Aproximación al golpe de estado del 23F en internet
Pocas aproximaciones tan ajustadas y veraces al golpe de estado del 23F
como esta conferencia dada por un antiguo y destacado analista del CESID,
del servicio de inteligencia militar. Con independencia de que no sea
necesario compartir algunas opiniones del conferenciante, el núcleo de su
explicación histórico-política parece impecable. Escucharla desvelará además
la fantasía de los bellos cuentos que se han divulgado a propósito de aquel
golpe.
El desarrollo, aproximadamente de una hora de duración, es recomendado
vivamente por El Lobo Feroz.
No ha sido posible incluir aquí un enlace directo con la página web
correspondiente. En Google, buscar por 'Coronel Diego Camacho' o por
'Vimeo' para hallar la conferencia íntegra. También aparece por partes.
Archivo web de Vimeo
http://www.youtube.com/watch?v=lbnEQgugmBE
7/2011
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