noche de paz... la canciÓn que acabÓ con la guerra - extracto de locura y razÓn de juan miguel...

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Page 1: NOCHE DE PAZ... LA CANCIÓN QUE ACABÓ CON LA GUERRA - Extracto de LOCURA Y RAZÓN de Juan Miguel Zunzunegui
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NOCHE DE PAZ…, LA CANCIÓN QUE ACABÓ CON LA GUERRA

(Extracto de LOCURA Y RAZÓN)

Pues bien. Recorrí parte del mundo y atestigüé la misma naturaleza egoísta en todo el

mundo y en todos los seres humanos, pero también supe de historias que siguen siendo

luz en medio de tanta oscuridad. La más emotiva de todas ellas ocurrió quizás en el campo

de batalla, en la navidad de 1914, en las trincheras de Bélgica en que ingleses y alemanes

inocentes eran mandados a morir por los intereses de los amos del mundo.

Era la víspera de navidad y los soldados permanecían en las trincheras. Jóvenes de veinte

años en promedio, muchachos padeciendo hambre, frío y miedo, obligados a ser asesinos

de otros muchachos de su edad, que hubieran preferido tener un futuro, estudiar, viajar,

amar y ser amados, pero que tenían el deber patriótico de asesinarse.

Sólo el veneno del odio nacionalista habría podido convencer a esos jóvenes de la

necesidad de masacrarse. Para que las masas humanas se conviertan en asesinos es

necesario convencerlos de que son distintos unos de otros, de que deben temerse y

odiarse. Pero en medio de todas las razones del odio surgió la locura de la música y los

unió a todos por unas horas.

Era de noche, alemanes y británicos estaban atrincherados a cuatrocientos metros unos

de otros, pasarían navidad en una zanja enlodada y su cena sería una lata de alguna masa

viscosa sin sabor, pero con los nutrientes necesarios para sobrevivir y seguir matando. Fue

entonces cuando la música hizo su milagro.

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Los alemanes comenzaron a cantar villancicos para hacer más llevadero su dolor y

sufrimiento. Entonaron juntos Stille Nacht …, y de pronto, entre la niebla sepulcral y el

olor de la muerte, descubrieron que las voces inglesas acompañaban su canto. Silent

Night. Los ingleses no conocían el idioma de sus enemigos, pero en pocos segundos

reconocieron la melodía y comenzaron a cantarla en su propia lengua. De pronto la guerra

era de pulmones y gargantas, de cada trinchera salía una canción de paz que cada bando

intentaba cantar más fuerte.

Fue entonces cuando el individuo se impuso ante la masa y el amor pudo surgir por

encima del odio. Alguno de los jóvenes soldados, inglés o alemán, poco importa, decidió

dejar su trinchera con los brazos abiertos y sosteniendo una bandera blanca. Así se fue

internando en la zona de nadie, los cuatrocientos metros de terreno por los que debían

aniquilarse. Seguramente lo hizo lleno de miedo, bastaba un disparo obediente y

patriótico el otro lado para perder la vida.

Pero entonces algún muchacho de la otra trinchera respondió con el mismo gesto. Se

internó caminando despacio al campo de batalla. Uno cantaba en alemán y otro en inglés,

pero el cántico era el mismo. Lentamente otros soldados fueron saliendo de las

respectivas trincheras. Cada uno tenía delante de si al enemigo, al desconocido al que

tenían la responsabilidad de matar…, pero de pronto cada uno pudo ver tan solo a otro ser

humano, a un hermano que cantaba lo mismo, y que también tenía hambre, frío y miedo.

Y así de pronto la compasión hizo la magia. Alemanes e ingleses se precipitaron al centro

del campo de batalla y comenzaron a abrazarse, a desearse feliz navidad, a cantar juntos,

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a llorar, a rezar. Al poco tiempo se enseñaban retratos de sus novias o esposas, de sus

padres o de sus hijos, y poco tiempo después intercambiaban regalos: medio chocolate

por unos cigarrillos, algo de alcohol por algo de comida, una prenda por otra. Poco

importaba el regalo, lo importante era regalar.

Cuentan algunos que hasta improvisaron un partido de futbol, nunca lo sabremos en

realidad, y hasta cuentan que lo ganó Alemania tres contra dos a los ingleses, poco

importa. Pero los que fueron enviados a destruirse a disparos de pronto sólo peleaban por

cantar más fuerte o por anotar un tanto en el nuevo campo de batalla, uno deportivo.

Fueron necesarios años de adoctrinamiento nacionalista para llenar a esos jóvenes de

odio contra sus semejantes. Fue necesario decirles que eran de otra raza, recordarles que

hablaban diferentes lenguas, que tenían diferentes historias, valores e intereses. Pero

bastó una canción para olvidarlo todo y cantar juntos. Ninguno hablaba el idioma del otro,

pero bastó reconocer la misma melodía para que se percataran de que eran iguales los

unos a los otros. Bastó una canción para terminar momentáneamente con la guerra.

El anciano guardó silencio. Había contado la misma historia muchas veces a quien se

dejara, le parecía una gran historia de amor, y una mucho más heroica que las hazañas en

el campo de batalla. Siempre contaba la misma historia como ejemplo de cómo incluso en

las situaciones más adversas podía verse la luz del amor y la esperanza que yacían debajo

del egoísmo de la humanidad.

Bastó una canción para terminar momentáneamente con la guerra. Ana Sofía repitió la

última frase del anciano. –Sería maravilloso si fuera verdad.

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Lo fue, Ana Sofía, lo fue. Los poderosos siguieron su guerra, cierto, pero basta un individuo

consciente para que las guerras comiencen a terminar. Presencié muchas historias y me

enteré de otras tantas, en todas pude ver los abismos y los cielos de la especie humana,

nuestra peor oscuridad y nuestra luz más resplandeciente. En cada historia pude constatar

cómo sólo la masa es asesina, como el individuo consciente es incapaz de dañar a su

hermano. La masa odia, los individuos descubren a su hermano en cada rostro humano.

Un hermano que también llora, también sufre y también ama. Un hermano que también

necesita compasión.

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