nombrar la violencia desde el anonimato

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  • Revista Canadiense de Estudios Hispnicos

    Nombrar la violencia desde el anonimato: relatos testimoniales en contextos de miedoAuthor(s): MARA HELENA RUEDASource: Revista Canadiense de Estudios Hispnicos, Vol. 34, No. 1, IMAGINARIOS DE LAVIOLENCIA (Otoo 2009), pp. 227-241Published by: Revista Canadiense de Estudios HispnicosStable URL: http://www.jstor.org/stable/20779172 .Accessed: 11/03/2014 22:05

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  • MARlA HELENA RUEDA

    Nombrar la violencia desde el anonimato: relatos testimoniales en contextos de miedo

    Este art?culo estudia comp?aciones de relatos testimoniales en los que la identidad de los hablantes permanece oculta porque se encuentran en situaci?n de vulnera bilidad. Es, pues, un ocultamiento derivado de la violencia descrita, y se integra en el esfuerzo por nombrarla, un acto de lenguaje con importantes implicaciones ?ti cas y pol?ticas. Se analizan relatos provenientes de Colombia, pa?s donde se libra un conflicto armado de larga data, y donde se han publicado numerosas compila ciones de relatos testimoniales. Dichas narraciones han sido recogidas mientras los

    enfrentamientos estaban activos, es decir mientras las agresiones, el dolor y los miedos de la violencia amenazan a?n el tejido social. Por ello, la mayor parte de los sobrevivientes solo pueden hablar protegidos por varias capas de ocultamiento. Sus nombres por lo general son cambiados, y tambi?n los lugares, las fechas y mu chas circunstancias de los eventos narrados. El ?nfasis de los relatos se centra en tonces en describir los horrores vividos y las rupturas que crearon, un proceso por el cual se nombra la violencia y se define su efecto social. Mi an?lisis incluir? refe rencias a compilaciones publicadas por Guillermo Gonz?lez Uribe, Alfredo Mola no, Alonso Solazar y Patricia Lara.

    Aquello que los relatos testimoniales ocultan con respecto a una situaci?n de violencia es con frecuencia tan importante como lo que revelan. Cuando lo que se oculta es la identidad de los hablantes, este solo hecho puede ser tan signifi cativo como las agresiones y los traumas descritos en el relato. Dicho oculta miento se refiere a un contexto que ha despojado a la gente

    - o, mejor, a algu nas personas

    - de la posibilidad de mostrar sus identidades, un hecho que indi ca una extrema vulnerabilidad, y una situaci?n en la que dichas personas se en cuentran fuera del alcance de las leyes que garantizar?an la protecci?n asociada con el hecho de tener una identidad. En este art?culo me referir? a relatos testi moniales donde los hablantes se dirigen a los lectores de esa manera, enfoc?n dome en Colombia y en relatos testimoniales publicados desde finales de los ochenta. En la gran mayor?a de ellos se ha cambiado la identidad de las perso nas que ofrecen su testimonio y se ha ocultado tambi?n toda referencia a las

    REVISTA CANADIENSE DE ESTUDIOS HISP?NICOS 34.1 (OTO?O 2009)

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    circunstancias precisas de los eventos narrados. Analizar? compilaciones de re

    latos publicados por Alfredo Molano, Alonso Salazar y Patricia Lara. La publicaci?n de historias reales, cuyos protagonistas no son identificados,

    es el medio por el cual conocemos testimonios sobre las nuevas formas de vio lencia en Am?rica Latina, cada vez con m?s frecuencia. Muchas de ellas est?n asociadas a actividades criminales, o criminalizadas en el discurso p?blico.1 Marcadas por el sello de la ilegitimidad, y por el hecho de referirse a enfrenta mientos activos, estos relatos solo pueden ser publicados sin ning?n tipo de se?al que permita saber qui?nes son los hablantes o los otros personajes de las historias. Los autores de los libros que incluyen estos testimonios casi siempre se?alan que el anonimato se relaciona con la violencia descrita en ellos. En la introducci?n de No nacimos pa semilla (1990), por ejemplo, Alonso Salazar in dica: "Los nombres, los lugares y algunas circunstancias se han cambiado por razones obvias" (18). Dichas explicaciones realmente resultan obvias cuando uno lee el texto: para quien vive en ese ambiente, exponerse p?blicamente es una sentencia de muerte. El silencio sobre la identidad de los hablantes se con vierte as? en una se?al adicional de la violencia y sobre todo de la impunidad y la vulnerabilidad que la acompa?an. A la vez, dicho silencio es derrotado en

    parte por los relatos mismos. En ellos los hablantes llevan a cabo un esfuerzo

    por nombrar la violencia, decir qu? significado tiene, qu? rupturas genera, qu? da?os causa y lo deseable que ser?a evitarla.

    Mi an?lisis se basar? en relatos publicados en Colombia desde 1985, cuando

    apareci? Los a?os del tropel de Alfredo Molano. La fecha es casi arbitraria, pues en Colombia se vienen recogiendo testimonios sobre hechos violentos desde el

    per?odo conocido como la Violencia, aquel brutal enfrentamiento entre libe rales y conservadores que tuvo lugar hacia los a?os cincuenta. Las historias de dicha violencia - que incluy? formas extremas de crueldad y agresi?n, incluyen do masacres, violaciones y desfiguraci?n de cad?veres

    - circularon inicialmente en forma oral entre la poblaci?n, creando una sensaci?n colectiva de horror y miedo. M?s adelante, muchos intelectuales, pol?ticos y miembros de la iglesia cat?lica comenzaron a recoger testimonios de las atrocidades.2 Tras la firma del Frente Nacional, un pacto entre los dos partidos enfrentados que entr? en efec to en 1958, dichos testimonios constituyeron la base sobre la cual los acad?mi cos, escritores y artistas elaboraron el saber que hoy tenemos acerca de dicho

    per?odo, considerado cr?tico en la historia colombiana. La mayor parte de estos testimonios se recogieron cuando los enfrenta

    mientos y las rivalidades segu?an vivos, y sin ninguna garant?a de que se diera un proceso judicial sobre los hechos narrados, pues no era esta una opci?n con

    templada en los acuerdos del Frente Nacional. Por esta raz?n, las personas que ofrec?an sus testimonios fueron incorporadas en el discurso sobre la violencia en Colombia sin un nombre o un rostro, identificadas a menudo apenas con un

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    denominador gen?rico (campesino, trabajador, esposa). Es la misma raz?n por la cual actualmente se publican las narrativas testimoniales en Golombia sin identificar a los hablantes o el lugar y la fecha en la que tuvieron lugar los he chos narrados.

    Este anonimato dificulta aproximarse a estas narrativas con algunos de los

    par?metros desarrollados para estudiar aquellos testimonios que se convirtieron en paradigma del g?nero en Am?rica Latina durante los a?os ochenta y noven ta.3 Los testimonios fueron entonces celebrados en parte por darle una voz, una identidad y un rostro a grupos de personas que antes hab?an estado despojados de ellos en el discurso p?blico.4 Dicha identificaci?n se consideraba un paso fundamental en la b?squeda de justicia social, pues otorgaba a las v?ctimas un rostro, desde el cual se movilizar?a la solidaridad con sus demandas de reivindi caci?n social. Los testimonios que se publican sin se?ales identificatorias no buscar?an este tipo de solidaridad. Su prop?sito parece ser m?s bien nombrar la violencia, un proceso complejo en el que se erigen las bases para pensar el sen tido mismo de lo social. El ocultamiento juega aqu? un papel fundamental, en cuanto ofrece un manto de protecci?n bajo el cual es posible llevar a cabo estas

    indagaciones, que pueden tener implicaciones ?ticas y pol?ticas determinantes. La importancia del ocultamiento y los silencios en el testimonio ha sido re

    saltada en varios estudios sobre el tema. En su texto sobre los "secretos" de Ri

    goberta Mench?, Doris Sommer propone que el silenciamiento expl?cito de cierta informaci?n es una estrategia ret?rica utilizada por el sujeto marginal pa ra evitar la apropiaci?n por parte del "otro" privilegiado. Por su parte, Michael

    Taussig analiza el desfiguramiento (defacement) como un acto de desacraliza ci?n que acerca a la gente a lo sagrado, una fuerza poderosa que, para Taussig, entrega cohesi?n y sentido a la sociedad. B.V. Olgu?n va a?n m?s all?, estudian do las t?cticas de ocultamiento de los Zapatistas como un modelo de capacidad de acci?n aut?noma contra-hegem?nica, adoptada para apropiarse de la l?gica del testimonio y subvertirla. Todas estas importantes reflexiones sobre el signi ficado del secreto y la m?scara en el discurso testimonial enfatizan su aspecto estrat?gico. En la mayor parte de los relatos de supervivencia, sin embargo, m?s

    que una t?ctica o una estrategia, el silencio es una necesidad impuesta por la violencia misma, es parte de ella. Por esta raz?n, es tambi?n parte del aliento

    que impulsa a evocar aquello que fue arrebatado por la violencia, incluida la identidad ausente de los hablantes y el sentido de protecci?n que esta otorgar?a.

    La antropologa Veena Das, quien durante a?os ha estudiado la violencia y los relatos sobre esa violencia en comunidades de la India que han sufrido en frentamientos pol?ticos y religiosos, se?ala que, al nombrar la violencia, los so brevivientes de la misma buscan restituir los sentidos que fueron arrasados por la intrusi?n de lo atroz en el tejido de la vida social. Das observa c?mo las co

    munidades y las naciones son transformadas por la violencia y las narrativas

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    que genera, en lo que llama el "descenso" de la violencia en lo "ordinario." Ese descenso es un proceso por el cual la gente lucha por encontrar nuevos sentidos

    para la vida, y las relaciones que la definen, en el vac?o dejado por la violencia, un vac?o que abarca el silencio sobre la identidad de los sobrevivientes. Este va c?o, sin embargo, no enmudece a los hablantes. En realidad alienta sus esfuerzos

    por darle un lenguaje a lo ocurrido, sustenta sus relatos y les da fuerza para evocar los eventos catastr?ficos que experimentaron.

    LOS RELATOS, EL CONFLICTO Y EL ESTADO

    Los ni?os de la guerra (2003), una compilaci?n de relatos testimoniales de me nores de edad que combatieron en grupos armados ilegales, publicada en Bogo t? por el periodista Guillermo Gonz?lez, ofrece varios ejemplos del esfuerzo rea lizado por los sobrevivientes de la violencia para encontrarle sentido a las situa ciones atroces, y en el proceso hacer un llamado ?tico y pol?tico que involucra al lector y al contexto social en general. Gonz?lez recogi? los testimonios entre ex

    miembros de la guerrilla o los paramilitares, que participaban en un programa gubernamental en el que reciben asistencia psicol?gica y educaci?n, para rein

    corporarse a la vida civil. Incluy? once relatos, todos ellos con nombres ficticios, y una introducci?n en la que explica c?mo fueron recogidos.

    Las historias de este libro proceden de j?venes que en su adolescencia han

    experimentado numerosas formas del horror. Han matado y han presenciado muchas muertes, han sufrido abusos y humillaciones, y ahora deben vivir con las secuelas de estas experiencias. Las nociones de inocencia y culpabilidad son

    por principio borrosas en este libro. Cada historia deja la sensaci?n de que estos muchachos y muchachas entraron a los grupos ilegales porque no ten?an otras

    opciones. Sabemos que cometieron atrocidades terribles mientras combat?an, pero usualmente se vieron forzados a ello para preservar sus vidas. No ten?an a?n la edad en la que legalmente ser?an plenamente responsables de sus actos, pero dichos par?metros de legalidad no necesariamente operaban en el con texto donde viv?an. Lo que estos relatos ofrecen es un medio que permite retor nar a esta violencia, reflexionar sobre los factores que llevaron a ella, especular sobre c?mo podr?a ser evitada y tambi?n sobre c?mo sobrevivir tras ella.

    La mayor parte de los j?venes dicen que se unieron a los grupos armados

    para huir de situaciones familiares violentas. Parad?jicamente, la guerra ofrec?a una estructura a sus vidas. Tambi?n los forzaba a matar y a presenciar asesina

    tos, una experiencia que todos describen como dolorosa, pero ineludible. Un ex

    guerrillero lo expresa as?: "La verdad es que matar no es algo que a uno le nazca de la cabeza, sino que a uno le dicen: 'Mate a fulano/ y si uno no lo hace genera desconfianza en el grupo. Lo pueden quebrar por esas desconfianzas" (54). La estructura que ofrecen los grupos armados, por otra parte, es percibida como al

    go beneficioso, pero a la vez dif?cil y peligroso. Una muchacha evoca su expe

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    riencia con la guerrilla de esta manera: "A la guerrilla yo la quiero mucho, por que ellos fueron los que me acabaron de criar. Los quiero como si fueran una familia; pero una familia que, porque la embarr?, me hubiera matado; una fa

    milia que no perdona" (157). Con la palabra "familia" se evoca una estructura social que ofrece seguridad y cuidado, un espacio necesario de pertenencia, pero que a la vez impone control y amenazas, implicando demandas insostenibles

    para sus miembros.

    El programa del gobierno provee otra forma de estructura, en el que par ticipan voluntariamente alrededor de 300 muchachos y muchachas menores de 18 a?os. Todos son antiguos miembros de grupos ilegales armados antag?nicos - como las auc o las farc - que desertaron o fueron capturados por el ej?rcito.5

    Viven en edificios del gobierno, recibiendo asistencia psicol?gica y formaci?n laboral, hasta que se consideren listos para ejecutar alguna actividad lucrativa

    legal. En la Introducci?n el autor alaba el programa en estos t?rminos: "Al co nocer el proyecto, casi recobro la fe en la posibilidad de que el estado funcione"

    (17). Esta afirmaci?n es relativizada no solo por el uso de la palabra "casi," sino tambi?n por los relatos mismos, que describen un estado que deja a los ni?os abandonados a su propia suerte, en situaciones de tanta vulnerabilidad que bus car?n protecci?n donde puedan encontrarla, sin importar el costo. Aunque Gonz?lez alaba el programa de reincorporaci?n, permite una lectura que revela las fallas del estado en su obligaci?n de proteger a estos j?venes.

    Los hablantes tambi?n alaban los efectos positivos del programa, pero a la vez justifican su participaci?n en los grupos armados, en un contexto donde crecer era una lucha permanente. Una muchacha que se uni? a la guerrilla a los once a?os, para escapar de la vida en las calles, defiende su lucha contra la

    desigualdad social, aunque no los m?todos utilizados para ello. Dice:

    Yo quisiera que fuera una lucha legal por el pueblo, pero que fuera sin armas, sin fusiles ... Me gustar?a volver a la guerrilla, pero que la guerra fuera sin armas ... que no mataran

    gente. O sea, una guerra, pero no una guerra-guerra, sino como di?logo; simplemente con palabras, planteamientos, propuestas y decisiones. (181)

    Un ex paramilitar expresa algo similar cuando comenta lo que ha recibido del programa de reinserci?n: "He aprendido que, por m?s dificultades que tenga, yo no peleo. Trato de solucionar las cosas con palabras, y doy ejemplo" (117). Utilizar palabras en lugar de armas es lo que est?n haciendo tambi?n al ofrecer su testimonio, una opci?n que se ha abierto en el recinto protegido del anonimato.

    Estos comentarios, y otros similares, muestran la influencia de lo que estos adolescentes han recibido en el programa, y apelan a un lector que se siente m?s c?modo en el terreno de las palabras que en el de las armas. Lejos de atacar

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    directamente al estado o demandar su reforma, se refieren a ?l como una es

    tructura social elusiva entre otras. Critican la actual configuraci?n de la socie dad, y las instituciones que la sostienen, mientras aparentemente alaban una de esas instituciones. M?s que una paradoja, o una estrategia ret?rica, es una ma

    nera de expresar lo que de otra forma no ser?a posible expresar, en una enun ciaci?n que podr?a tener el efecto concreto de facilitar m?s apoyo para progra

    mas del estado que s? funcionan. A la vez, el libro evita cualquier optimismo f?cil al respecto, pues deja claro que hay a?n muchas cosas que no funcionan, y que all? aparece tan solo la punta del iceberg. Se incluyen once relatos, de un

    programa que ayuda alrededor de 300 j?venes, pero la Introducci?n indica que hay a?n unos 10.000 j?venes en las filas de los grupos armados ilegales, y que las condiciones de miseria que los llevaron all? siguen presentes.

    El formato adoptado por Gonz?lez, una compilaci?n de relatos en primera persona unidos por su referencia a un tema espec?fico, con un pr?logo o ep?logo del autor, ha sido el m?s com?n para la publicaci?n de narrativas testimoniales en Colombia. Alfredo Molano, quien ha publicado varios libros de este tipo, fue uno de los primeros en utilizarlo, cuando public? Los a?os del tropel (1985), un libro que incluye historias sobre la Violencia de los a?os cincuenta.6 Comentar? en alg?n detalle este libro, y otras dos compilaciones de testimonios: No naci mos pa semilla (1990), de Alonso Salazar, donde se recogen relatos sobre los

    j?venes de las barriadas de Medell?n durante la mayor violencia del narcotr? fico; y Las mujeres de la guerra (2001), de Patricia Lara, que contiene relatos de

    mujeres que han estado directa o indirectamente involucradas en el conflicto armado colombiano.

    LOS RELATOS ANTE LA DESACRALIZACI?N DE LA MUERTE

    Como otros compiladores de relatos testimoniales, Alfredo Molano nunca reve la los nombres de sus hablantes, y cambia todas las referencias geogr?ficas y temporales en las historias para evitar cualquier identificaci?n de las personas que cuentan sus historias. Adem?s de eso, combina varias historias en una, un

    m?todo que ha recibido algunas cr?ticas, pero que Molano justifica en la Intro ducci?n explicando que surgi? casi por necesidad, "al escuchar una y otra vez las mismas experiencias contadas por diversos protagonistas" (30). Es cierto

    que, al unir distintas historias, el autor rompe hasta cierto punto con el efecto de veracidad que se espera de las narrativas testimoniales y despoja tanto al ha blante como al oyente de elementos importantes sobre las historias de victi mizaci?n, pero a la vez llama la atenci?n sobre una situaci?n de vulnerabilidad

    compartida. De nuevo aqu? el ocultamiento se convierte en una forma de nom brar la violencia, pues no solo apunta hacia aquellas identidades, fechas y luga res que existen tras el camuflaje, sino tambi?n hacia las rupturas en el orden so cial que llevan a que las historias solo puedan ser contadas de esa manera.

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    Como en otros relatos testimoniales, los hablantes de Los a?os del tropel describen eventos que desear?an no haber presenciado. Con frecuencia expre san dificultad para creer que dichos horrores puedan ocurrir, imposibilidad de describirlos y deseo de olvidarlos, lo cual contribuye a aumentar los niveles de ocultamiento en los relatos. Tras narrar una serie de actos atroces, una mujer dice: "Son cosas que uno no puede creer

    ... eso es mejor olvidarlo o creer que son mentiras" (131). Ella misma hace luego referencia a la dificultad para en contrar las palabras exactas: "A uno le faltan palabras para decir lo que vio o lo

    que le contaron. Uno nunca las encontrar?" (132). El lenguaje y sus c?digos de

    representaci?n son aqu? usados para incluir lo que los rebasa, experiencias que agrietan aquello que se percibe como normal. Esto es lo que recibe el nombre de violencia, produciendo sensaciones de miedo y vulnerabilidad.

    Voy a citar un fragmento que es particularmente relevante en este punto. En ?l es visible la dificultad del hablante para entender la violencia y para nom

    brarla, un proceso que pasa por definir los sentidos de lo social. Un narrador masculino dice haber visto la violencia de esta manera:

    Una vez vi llegar 13 cad?veres de unas familias liberales que hab?an asesinado en la ve

    reda La Mar?a. Fue la primera vez que yo vi la violencia: a unos les hab?an hecho el corte

    de corbata; yo no s? c?mo diablos les sacaban la lengua y les quedaba como una corbata; a otros les hab?an hecho el corte de franela, y la cabeza les quedaba colgando... No era la

    muerte lo que a uno le daba miedo sino el hecho de que se le hubiera perdido el respeto.

    ?C?mo se puede aceptar tanto crimen, tanta maldad? ... Es cierto que los liberales mata

    ban a los conservadores y estos se ten?an que defender, pero destrozarlos as?, con tanto

    irrespeto, me parec?a un crimen... Otro d?a bajaron de la vereda como 23 muertos. Todos

    destrozados... Yo no s? si esos muertos eran liberales o conservadores porque eso no se

    sab?a qui?n era qui?n, pero produc?an ganas de gritar ver esos cad?veres. No se confor

    maban con matarlos, sino que despu?s de muertos los volv?an a matar. Alguien me dijo

    que los destrozaban as? para matarlos dos veces, dizque para matar la muerte. (95-96)

    Quisiera resaltar aqu? los esfuerzos del hablante por definir la violencia y los vac?os que deja en el tejido de la sociedad. La agresi?n a los cad?veres ha bo rrado en ellos toda se?a de identidad social - por ejemplo la pertenencia a uno u otro partido pol?tico

    - es decir, todo aquello que podr?a ofrecer alg?n sentido de protecci?n grupal. Esto deja una sensaci?n de profunda vulnerabilidad, una incertidumbre y un miedo que resultan particularmente evidentes cuando este narrador dice que se le ha perdido el respeto a la muerte, algo que parece pro ducir el mayor horror, y recibe el nombre d? violencia.

    El t?rmino "respeto" se refiere a la obediencia de normas sociales cuya tras

    gresi?n se considera una ofensa muy seria, por los efectos devastadores que puede tener en una comunidad. Con respecto a los muertos, la ausencia de res

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    peto aparece corno una ofensa particularmente grave, porque las manipulacio nes post mortem hacen imposible percibir la identidad de los cad?veres, o in cluso su forma humana. Dicho borramiento impide cualquier tipo de procesa miento social de estas muertes, algo que causa terror. Durante la Violencia, el

    proceso de "matar la muerte" era de hecho una manera de aterrorizar a los so brevivientes de una masacre, para que huyeran de un lugar y para que no ven

    garan la muerte de sus parientes. Giorgio Agamben ha se?alado que la idea de que es preciso guardar "respe

    to" por los muertos es una noci?n que no pertenece al campo de la ?tica sino al de la ley, que se ocupa de vigilar el cumplimiento de determinados comporta mientos en una comunidad. Agamben menciona que en el mundo antiguo el honor y el cuidado que se les brindaba a los cad?veres ten?an como objeto evitar

    que el esp?ritu de esa persona (o su imagen) permaneciera en el mundo de los vivos, como una presencia amenazante. La profanaci?n de los muertos se consi

    deraba una ofensa horrenda, porque imped?a cualquier forma de reconciliaci?n con los muertos, pero era una t?ctica utilizada con frecuencia como arma de

    guerra. Es este el car?cter que adquieren en los relatos testimoniales de Los a?os del tropel los rituales post mortem, que aparecen tambi?n en muchos otros testimonios sobre la Violencia.

    Mar?a Victoria Uribe, quien ha estudiado estos rituales extensamente, menciona en Antropolog?a de la inhumanidad que la l?gica de los mismos resi de en el intento por destruir cualquier identificaci?n entre los asesinos y sus v?c timas, reforzando su "otredad." Los sobrevivientes de estos actos extremos, con

    vertidos en potenciales v?ctimas, solo pueden emitir sus testimonios sin revelar su identidad. Esto ocurre incluso en los libros de Uribe. En el pr?logo de A?rro

    polog?a de la inhumanidad la autora se refiere a las personas que han contado sus historias de esta manera: "Por respeto a su integridad personal sus testimo nios deben permanecer an?nimos. Por ello, en este ensayo no hay nombres pro

    pios, y los eventos carecen de localizaci?n geogr?fica y temporal precisa" (16). Esta ausencia de referentes localizables es un s?ntoma m?s de las fisuras que deja la violencia. En los relatos, sin embargo, esta ausencia se convierte en un vac?o

    que los hablantes buscar?n suplir, con su propia b?squeda de aquellos signi ficados que fueron quebrados por la violencia.

    DECLARAR UNA PRESENCIA EN EL ESC?NDALO DE LA MUERTE

    Una vulnerabilidad a?n m?s compleja aparece en el libro No nacimos pa semilla (1990), de Alonso Salazar, donde se recogen varios testimonios de habi tantes de las llamadas "comunas" de Medell?n, durante una ?poca a finales de los ochenta, cuando los narcotraficantes reclutaban a muchachos muy j?venes para trabajar como asesinos a sueldo. Las historias de este libro se refieren prin cipalmente a las vidas de estos "sicarios," que se volvieron emblem?ticos de las

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    temerarias ramificaciones del tr?fico trasnacional de narc?ticos. La abundancia de dinero ilegal y las actividades criminales ligadas a ?l llevaron a una situaci?n de extrema violencia en Medell?n (y otras ciudades). Este libro se diferencia de los otros principalmente porque sus hablantes provienen de un contexto urba no y porque en sus referencias al narcotr?fico sobrepasa el contexto nacional,

    aunque es la m?s "localizada" de todas las compilaciones, pues todos los tes timonios vienen del mismo barrio. No hay aqu? una "guerra nacional" o un

    proyecto que justifique las matanzas, solo j?venes que matan y son matados en

    venganzas privadas o en la pr?ctica de cr?menes cuya motivaci?n es el lucro. El libro parece ofrecer una mirada sobre un mundo regido no por las leyes

    del estado, sino por un orden alternativo de violencia. Presenta una situaci?n en la cual el estado se ha convertido en una presencia hostil, en un orden social au

    torregulado, con sus propias normas con respecto al uso de la violencia. En un an?lisis incluido al final del libro, Salazar escribe: "Los sectores populares ven al estado como algo lejano o enemigo. 'Lleg? la ley' dicen cuando llega la polic?a" (190). Esta alienaci?n con respecto a la Ley del Estado llega a justificar la confi

    guraci?n de un r?gimen alterno para el control de la violencia. Uno de los ha blantes, que organiz? un grupo de autodefensa para matar a los delincuentes de su barrio, dice: "Si recurrimos a la ley esperando soluciones, y por el contrario ve?amos que los tombos [polic?as] se aliaban con los delincuentes ?Qu? pod?a mos hacer?" (85). Ese orden alternativo implica mucho m?s que armas.

    El lenguaje es apropiado para naturalizar comportamientos criminales, y muchas palabras de uso cotidiano son re-significadas para el contexto de vio lencia. Un glosario que contiene sobre todo palabras relativas al acto de matar o ser matado llena diez p?ginas al final del libro. El cuerpo asesinado es llamado "el mu?eco," por la tradici?n de hacer mu?ecos rellenos de p?lvora a final de a?o para quemarlos con la llegada del a?o nuevo. M?s de diez verbos que nom bran actos cotidianos son usados para referirse al acto de matar, entre ellos "mascar" y "acostar." Expresiones similares hablan de ser asesinado o encon

    trarse bajo amenaza de muerte. Cuando alguien quiere matar a otra persona se dice que est? "enamorado" de esta. La disoluci?n de los tab?es con respecto al acto de matar se expresa profusamente. Un hablante dice: "Uno aprende a ma tar sin que eso le moleste el sue?o" (26). Otro: "Eso de matar es una cuesti?n

    que para uno ya es normal" (114). Los relatos dejan claro que tambi?n es normal

    esperar una muerte temprana, por la misma violencia. Un sacerdote cat?lico

    que ofrece su testimonio en el libro, y que ha trabajado con estos muchachos, dice que estos dejan instrucciones precisas sobre c?mo deben ser sus funerales, afirmando que son religiosos "a su manera" (171), y cuentan con la perspectiva de una vida despu?s de la muerte.

    Como en la mayor parte de las compilaciones de testimonios, los nombres de los hablantes y de todos los personajes involucrados en las historias son cam

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    biados en No nacimos pa'semilla. En este caso, sin embargo, ser?a problem?tico pensar que los relatos proveen un medio para el despliegue y el eventual re conocimiento de las identidades negadas. No parece haber aqu? un marco social de referencia para esto. Cuando uno contempla este orden autorregulado en el

    margen de la naci?n y el estado podr?a preguntarse, como lo hace Jean Franco

    (224) en una lectura del libro, si estos relatos promueven una percepci?n de es tos j?venes, y de las personas que los rodean, como gente que conspira hacia su

    propia autodestrucci?n. Seg?n Franco, es en las din?micas de g?nero donde

    podemos encontrar la l?gica de este orden, pues son las mujeres quienes lo sustentan, lo facilitan y lo redimen. Estos j?venes veneran a la virgen y a sus ma

    dres, a quienes siempre quieren dejar en buena posici?n tras su muerte, como lo indica Salazar. Esta din?mica de g?nero sin duda relativiza la l?gica de la des trucci?n, proveyendo una garant?a de preservaci?n y reproducci?n.

    Aun con dicha salvaguarda, No nacimos pa' semilla nos coloca en la pecu liar posici?n de escuchar las voces de personas que mueren mientras leemos. Sus voces, por decirlo de alguna manera, han huido desde siempre. El texto, sin

    embargo, describe otros medios por los cuales estos sicarios dejan testimonio de la violencia que los rodea, en un lenguaje que no necesariamente requiere pa labras y que involucra sus propios cuerpos como medio para articular una l?

    gica que los sobrepasa. En un contexto con pocas opciones legales para ganar dinero, buscan en el crimen una forma de responder a las demandas de la cul tura de consumo, aunque saben que esto les llevar? a morir j?venes. Optan en tonces por buscar que esa muerte despliegue una voz, definida por su propia negaci?n. Despojada de todo hero?smo, es una muerte planeada para ser escan

    dalosa. El sacerdote a que nos refer?amos antes dice que estos muchachos dejan instrucciones precisas para que sus funerales sean notorios, ruidosos y acom

    pa?ados por fiestas que a veces duran d?as. A trav?s del esc?ndalo de su muerte, los sicarios declaran una presencia, articulada en una identidad que ser? reconocida solo en su propia disoluci?n.

    Aunque el orden de la vida en las comunas parece funcionar adecuada mente, con las reglas, el lenguaje y los rituales necesarios para perpetuar su ciclo de autodestrucci?n, las muertes continuas de estos chicos son siempre desafiantes, apuntando a una falla en los ?rdenes m?s amplios en los que par ticipan

    - el estado, la econom?a global. Salazar ofrece muchas claves sobre c?mo se debe buscar la soluci?n a esta situaci?n (de hecho ?l mismo emprendi? luego una carrera pol?tica que lo llev? a ser elegido alcalde de Medell?n en 2006). Pero, m?s all? de las sugerencias que ofrece el autor sobre lo que debe hacerse, el libro mismo, como cuerpo de evidencia, puede ser considerado una intervenci?n. Desaf?a el olvido y el silencio, declarando una presencia en el uso de la palabra.

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    LOS RELATOS Y LOS L?MITES DE LA NO-VIOLENCIA

    El ?ltimo libro que mencionar?, Las mujeres de la guerra (2001), de Patricia Lara, es declaradamente un esfuerzo por intervenir con las palabras en el campo de las armas. En su pr?logo Lara manifiesta que su intenci?n es participar en un

    proyecto de cambio social definido por la exclusi?n total del enfrentamiento ar mado. Todos los hablantes son aqu? mujeres que han sido afectadas por la

    guerra. Algunas son v?ctimas civiles: una campesina desplazada, viudas o ma dres de personas asesinadas y una muchacha que fue secuestrada por la guerri lla. Otras son miembros o ex miembros de los grupos armados ilegales: tres de la guerrilla y una de los paramilitares. Sus relatos contienen sobre todo recuer dos de traumas pasados, y la autora expresa una esperanza de que, al leer acerca del dolor que producen las acciones violentas, la sociedad reflexionar? sobre la necesidad de evitarlas. Lara indica que cambi? muy pocas cosas en los testimo nios y que todas las narradoras revisaron y autorizaron los relatos antes de que fueran a la imprenta.

    Los traumas causados por la guerra aparecen en este libro como una expe riencia compartida con el potencial para reunir a las partes enfrentadas en un conflicto. Tras conocer a algunas viudas de soldados y polic?as, y ser testigo de su dolor, la viuda de un l?der de la izquierda afirma: "Hasta ese momento, yo pensaba que en la guerra solamente hab?amos sufrido los civiles y los de iz

    quierda. Pero ese d?a sent? el dolor de los otros, ese dolor que no hab?a visto o

    que no hab?a querido ver. Entonces me di cuenta que el dolor es igual para to dos" (207). Esta identificaci?n con el dolor del otro, que est? en la base de la

    concepci?n de la ?tica en Emmanuel L?vinas, se?ala el surgimiento de un sen tido de comunidad, m?s all? de las identidades individuales - definidas en t?r

    minos de orientaci?n ideol?gica, ser civil o ser militar. En este libro los relatos

    aparecen como un medio para expresar y experimentar el dolor causado por la violencia, de una manera en la que sea posible reaccionar a ella sin recurrir a la

    venganza. La selecci?n de hablantes es consistente con este proyecto. En primer lugar

    est? la decisi?n de incluir solo testimonios de mujeres, justificada por la autora en el hecho de que los hombres provenientes de frentes opuestos no acced?an a narrar sus historias para un libro que incluir?a tambi?n las de sus enemigos. La ra re?ne as? a representantes de sectores antagonistas de la sociedad: guerrillas, paramilitares, militares, civiles, campesinas, habitantes de las ciudades, miem bros de las clases m?s altas y m?s bajas. Contrariamente a lo que ocurre en otros

    libros, muchas narradoras aparecen aqu? con sus nombres reales. Las excepcio nes son las dos guerrilleras, la campesina desplazada y la mujer que fue secues trada. Sus nombres, como en otros textos, han sido cambiados por Lara para protegerlas. El proyecto de reunir personas provenientes de diversos sectores de la sociedad incluye entonces integrar a quienes pueden exponer su identidad

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    con quienes deben ocultarla. Los relatos testimoniales no aparecen aqu? solo co mo un medio para el despliegue de dichas identidades, sino como la base sobre la cual ser?a posible construir un nuevo orden social, basado en el concepto de

    paz. No todos los testimonios aqu? incluidos comparten la desaprobaci?n de la

    guerra que declara la autora. Tanto la comandante guerrillera, quien usa su alias de guerra Olga Luc?a Mar?n, como la combatiente de las fuerzas paramilitares, Isabel Bola?os, defienden el uso de la lucha armada como medio para alcanzar una causa noble.7 Alias Marin justifica la actividad guerrillera con este argu mento: "La oposici?n armada existe porque no podemos quedarnos manicruza dos ante la represi?n, ante el asesinato de los peque?os propietarios para des

    pojarlos de sus tierras, ante el hambre y las desigualdades" (112). Bola?os utiliza un argumento paralelo para justificar su lucha con los paramilitares en contra de la guerrilla, pero citando una causa distinta: "Era leg?timo armarse. Pensaba

    que, a pesar de la corrupci?n y de todas sus deficiencias, el r?gimen democr? tico era el mejor... [Yo peleaba] por la defensa de la propiedad privada, de la li bertad f?sica, de credo pol?tico y religioso" (180). Presenciamos aqu? la confron taci?n de dos imperativos morales que sirven como justificantes de la muerte

    violenta, enfrentados ret?ricamente para apoyar el proyecto pol?tico de cada una de las narradoras. Si tom?ramos por aparte cada uno de estos relatos, tendr?amos que van en contra de las intenciones de la autora, y que las narrado ras los usan como medio para defender su uso de la violencia. Reunidos en el

    cuerpo del libro, sin embargo, ofrecen en realidad la opci?n de un encuentro no-violento de posiciones divergentes.

    Hay algunos momentos en estos relatos donde la justificaci?n de la lucha armada parece ser en realidad una narrativa que ayuda a soportar los aspectos traum?ticos de la guerra. La comandante guerrillera dice:

    Yo tengo claro que estoy en la lucha armada porque es una necesidad para el pa?s. Es que si uno no tiene eso claro, no aguanta: son muchos los compa?eros que se mueren, es mu

    cha la gente que uno quiere que desaparece, mucha la falta que le hacen a uno los hijos y la familia. (117-18)

    La l?gica de la violencia como un medio justificado por el fin que persigue se encuentra aqu? revertida: el proyecto pol?tico se convierte en el "medio" para justificar la guerra, que es ahora una realidad cotidiana con la cual es necesario convivir. La "naci?n" misma, en cuanto proyecto colectivo, se ha convertido tambi?n tan solo en otra narrativa que media los horrores, sin poder justificarlos.

    Esto resulta a?n m?s evidente en la historia de Dora Margarita, una ex gue rrillera que por no haber estado en una posici?n de mando tuvo una expe

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    riencia de combate m?s directa y habla muchas veces sobre los dolores y trau mas que esto le produjo. Dice: "Lo m?s duro de la guerra es la muerte, la p?r dida de los compa?eros. Son dolores que se van acumulando. Uno no es cons

    ciente de ello mientras est? en la lucha. Pero cuando para, lo devora a uno el dolor de cada muerto, de todos los muertos" (70). El desencanto de esta mujer con la lucha armada proviene de un dolor que la ha llevado a cuestionar la vali dez de las razones para combatir. Hacia el final de su relato hace una decla raci?n consistente con el prop?sito declarado por la autora en el pr?logo del li bro: "Las armas no son la salida. Lo digo con la informaci?n y la experiencia que tengo hoy" (77). Su historia est? configurada como un progresivo "desper tar" a las realidades de la guerra: va desde la rebeld?a de la juventud, cuando se uni? a la guerrilla para buscar el cambio social, hasta la desilusi?n de sus a?os de madurez, cuando dedica su tiempo a una serie de pr?cticas espirituales que la

    ayudan a sobrellevar el trauma de la guerra. Su testimonio podr?a ser inter

    pretado como un relato ejemplar de desilusi?n con la lucha armada, si no fuera

    por la forma como sabemos que fue configurado. Lara nos explica en el pr?logo que la narraci?n de Dora Margarita es la

    ?nica en la que se juntan las experiencias de dos personas distintas. Una de ellas es efectivamente una guerrillera que dej? la lucha armada y que est? gravemente traumatizada por la experiencia de la guerra, la otra es una guerrillera activa, que luch? a su lado varias veces, y que llena las lagunas en la memoria de la otra con sus propios recuerdos sobre los hechos. Lara explica que esta ?ltima mujer no est? desilusionada con la guerra de guerrillas, un hecho que relativiza el car?cter ejemplarizante del relato. Una vez m?s, los relatos testimoniales aqu? incluidos cuestionan el proyecto del libro, sin invalidarlo. Lo que recibimos es un conjunto de historias, reunidas en el cuerpo del libro, que dan testimonio so bre la posibilidad de congregar versiones divergentes sobre la experiencia de la

    guerra, en el campo del lenguaje. Ninguna de ellas es totalmente defendida o

    condenada, ni siquiera la que presenta la propia autora. Esta flexibilidad posibi lita una nueva forma de capacidad aut?noma de acci?n, definida por la con frontaci?n que no implica agresi?n f?sica.

    Al igual que los sobrevivientes de la violencia, los relatos testimoniales se mueven en un terreno en el cual los significados se han quebrado por la intrusi?n de la violencia. Cuando estos relatos son presentados sin identificar a los hablantes, se est?n refiriendo a la vez a ese nombre ausente, oculto, que lu cha por salir a la luz. Al presentarlo de esa manera, en su propia negaci?n, par ticipan en un esfuerzo pol?tico por llenar los vac?os dejados por la violencia en una comunidad. Es as? como los relatos testimoniales declaran su presencia en el mundo, y tambi?n como involucran a los lectores y a los oyentes en el acto de testimoniar la violencia. Es un acto que nos confronta con nuestros propios l?mites, nuestra propia participaci?n en la violencia que aparece en el texto. Se

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    trata de un proceso por el cual nos enfrentamos con nuestra propia necesidad de darle sentido a la violencia, un llamado ?tico para entender, articular y actuar

    para minimizar el horror causado por la pr?ctica de la violencia en el mundo.

    Smith College

    NOTAS

    1 Algunos ejemplos recientes de otros autores latinoamericanos que basan sus libros

    en relatos testimoniales son Boris Mu?oz y Jos? Roberto Duque, en Venezuela, con

    La ley de la calle (1992); Paulo Lins, en Brasil, con Cidade de Deus (1997); Cristian

    Alarc?n, en Argentina, con Cuando me muera quiero que me toquen cumbia

    (2003); y Jos? Manuel Valenzuela Arce, en M?xico, con Las Maros, identidades

    juveniles al l?mite (2007). En todos los casos las identidades reales de quienes

    ofrecieron su testimonio permanecen ocultas.

    2 Algunos de estos testimonios se recogieron como parte de la Comisi?n de Estudios

    sobre las Causas de la Violencia, instaurada por Gustavo Rojas Pinilla en 1957.

    Muchos de los esfuerzos posteriores se dieron en el marco del establecimiento de la

    Facultad de Sociolog?a de la Universidad Nacional, en 1959. De all? surgi? el libro La violencia en Colombia (1962), de Orlando Fals-Borda, Eduardo Uma?a Luna y

    Germ?n Guzm?n Campos, que se considera inaugural en los estudios sobre la

    violencia en Colombia. En ?l se incluyen numerosos testimonios an?nimos de

    v?ctimas de la Violencia.

    3 Los t?tulos de estos testimonios son bien conocidos. Entre ellos se encuentran los

    relatos de Rigoberta Mench?, Me ttamo Rigoberto Mench? y as? me naci? la

    conciencia (1983), y Domitila Barrios de Chungara, Si me permiten hablar (1977).

    4 En una valoraci?n temprana sobre la importancia de los testimonios, George Y?dice

    celebra que los hablantes en dichos relatos: "performs an act of identity-formation

    which is simultaneously personal and collective" (15). Muchos otros escritos sobre

    el tema expresaban un entusiasmo similar sobre la importancia de los testimonios

    como medio para la formaci?n de identidades individuales y colectivas.

    5 Las farc son las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Con unos 60.000

    combatientes y activas desde los a?os sesenta, son la guerrilla m?s grande y antigua

    del continente, auc son las Autodefensas Unidas de Colombia, una agrupaci?n de

    comandos paramilitares que combate a las guerrillas y que en 2005 firm? un acuer

    do de desmovilizaci?n con el gobierno de Alvaro Uribe. Los dos grupos de encuen

    tran en las listas de organizaciones terroristas de EEUU y de la Uni?n Europea.

    6 Alfredo Molano, quien se form? como soci?logo, incluye en sus libros historias

    recogidas en ?reas remotas de Colombia, donde predomina la violencia y donde las

    leyes del estado nunca han protegido a la poblaci?n. La perspectiva de estas

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    personas ha estado en gran parte ausente del discurso oficial, y Molano ha

    presentado sus textos como un medio alternativo para darla a conocer.

    7 El concepto de la violencia como un medio que puede justificarse por el fin que

    persigue tiene una larga historia en el pensamiento filos?fico, pol?tico y religioso. Una confrontaci?n violenta por lo general se define como guerra justa cuando

    persigue una causa noble, en una tradici?n que se remonta a santo Tom?s de

    Aquino. El cuestionamiento m?s importante de esta idea es quiz?s la "Cr?tica de la

    violencia," publicado en 1926 por Walter Benjamin.

    OBRAS CITADAS

    Agamben, Giorgio. Remnants of Auschwitz. Trans. Daniel S?ller-Roazen. New York:

    Zone Books, 2002.

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    Article Contentsp. [227]p. 228p. 229p. 230p. 231p. 232p. 233p. 234p. 235p. 236p. 237p. 238p. 239p. 240p. 241

    Issue Table of ContentsRevista Canadiense de Estudios Hispnicos, Vol. 34, No. 1, IMAGINARIOS DE LA VIOLENCIA (Otoo 2009), pp. 1-242Front MatterIntroduccin. Comprender la violencia? [pp. 1-8]Effets de violence et imaginaires politiques: du parler ordinaire au discours de fiction (Asturias, Garca Mrquez, Roa Bastos) [pp. 9-21]El imaginario de la violencia en la ficcin argentina sobre la guerra de Malvinas [pp. 23-43]La flibuste en Carabes (XVIIe-XIXe): une violence inaugurale diffre dans le champ des tudes hispaniques et hispano-amricaines [pp. 45-60]De la violencia institucional a la violencia de gnero: ltimas representaciones cinematogrficas de la Guerra Civil en el cine espaol contemporneo [pp. 61-75]Beyond Violence: Defining Justice in the New Spain [pp. 77-98]El giro irnico de la violencia: la posutopa de la Guerra Civil espaola en "Los girasoles ciegos y Capital de la" gloria [pp. 99-113]The Invisible War: Violences and Violations in Novels under Censorship in Franco's Spain [pp. 115-134]Pensamiento crtico y necropoltica en el Movimiento Kloaka [pp. 135-149]La voz de las vctimas: muerte y ficcin en la narrativa peruana de la "guerra sucia" [pp. 151-164]Olvidar o no olvidar la violencia: esa es la cuestin? [pp. 165-181]Des bruits et des fureurs: un regard anthropologique (loign) sur l'insurrection civile d'Oaxaca (2006) [pp. 183-205]La novela de sicarios y la ilusin picaresca [pp. 207-226]Nombrar la violencia desde el anonimato: relatos testimoniales en contextos de miedo [pp. 227-241]Back Matter