nosalgia por las ruinas

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Nosalgia Por Las Ruinas

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  • Revista de culturaAo XXX Nmero 87

    Buenos Aires, abril de 2007ISSN 0326-3061 / RNPI 159207

    DirectoraBeatriz Sarlo

    SubdirectorAdrin Gorelik

    Consejo EditorRal BeceyroJorge DottiRafael FilippelliFederico MonjeauAna PorraOscar TernHugo Vezzetti

    Diseo:Estudio Vesc y Josefina Darriba

    Difusin y representacin comercial:Daro Brenman

    Distribucin: Siglo XXI Argentina

    Composicin, armado e impresin:Nuevo Offset, Viel 1444, Buenos Aires.

    Suscripcin anualPersonal Institucional

    Argentina 30 $ 60 $Pases limtrofes 20 U$S 40 U$SResto del mundo 30 U$S 50 U$S

    Punto de Vista recibe toda sucorrespondencia, giros y cheques a nombre deBeatriz Sarlo, Casilla de Correo 39,Sucursal 49, Buenos Aires, Argentina.

    Telfono: 4381-7229Internet: BazarAmericano.comE-mail: [email protected]

    87Sumario

    Las ilustraciones de este nmero son obras de Marcia Schvartz (Buenos Aires,1955). Se reproducen trabajos de su serie de carbonillas iluminadas El almaque pinta (Ninguna, tapa y p. 1; Loca, p. 6; Pipistrela, p. 9; Estercita,p. 13; A la milonga, p. 16) y de su serie de dibujos Vernissage VIP: Sociales(Las cotorras conchetuales, retiracin tapa; El jurado, p. 26; La patotacultural, p. 27; El zorro con piel de chancho y sus inocentes seguidores,p. 30; The Winner, p. 31; Compaeros de taller, p. 34; Las ventrilocuas,p. 39). Adems de sus obras: Autorretrato, p. 3; Pizzera El Destino, p. 19;Las vecinas (dptico), pp. 22 y 23; Dandy, p. 41; Hombre gris, p. 44;Camin, p. 46. Ms sobre la autora en: www.marciaschvartz.com.ar.

    1 Beatriz Sarlo, El ltimo avatar?

    6 Anahi Ballent, La traicin de las imgenes.Recuperacin del peronismo histrico

    13 Pablo Francescutti, De vuelta al futuro con elEternauta

    19 Patricia Willson, Traductores en el siglo. Cuartoartculo de la serie El juicio del siglo

    26 Miguel Vitagliano, Nicols Rosa: la voz en acto

    30 Emilio Bernini, Noventa-sesenta. Dosgeneraciones en el cine argentino

    34 Andreas Huyssen, La nostalgia de las ruinas

    41 Entrevista a Bernardo Secchi, por Adrin Gorelik,Un proyecto para el urbanismo

    43 Bernardo Secchi, Diario de un urbanista

  • 1Intelectuales de un lado y otro

    No todos los intelectuales estn disgus-tados o irritados con el ltimo captulo(slo ltimo por ahora) de la novelafamiliar que, desde hace sesenta aos,protagonizan los dirigentes de origenjusticialista. Por supuesto, el no kirch-nerismo incluye los discursos franca-mente opositores del liberalismo de cen-tro derecha o centro izquierda, que pue-den leerse en La Nacin, los de losclubes de izquierda radicalizada (delque hay muestras en su propia prensaminoritaria) y, por caridad con su his-toria, en Pgina 12, que as conserva,en el cenit de su oficialismo, la huella

    El ltimo avatar?

    Beatriz Sarlo

    sentimental de su pasado. Fue equivo-cado afirmar que el peronismo no tuvointelectuales que lo interpretaran ver-daderamente y fue equivocado exten-der a los intelectuales de fines de loscincuenta y comienzos de los sesentala incomprensin de socialistas y co-munistas frente al primer peronismo;tambin sera equivocado sostener queel peronismo no tuvo sus tericos cul-tos antes de 1955 (entre otros ArturoSampay, redactor de la Constitucinjusticialista de 1949). No son invaria-blemente las ideas sino las prcticas lasque pueden separar a los lderes pero-nistas incluso de sus intelectuales msdevotamente adeptos.

    Muy temprano, Rodolfo Puiggrs(a cuya obra hoy le toca un revivalinesperado), Jorge Abelardo Ramos,Juan Jos Hernndez Arregui, ArturoJauretche, fundaron la tradicin del en-sayismo justicialista. Eran: un comu-nista que abandon el Partido para se-guir el camino de las masas; un trots-kista que puso su imaginacin histricay su personal talento para la invectivaa disposicin de la causa nacional yde su jefe; un profesor de filosofa,que empez leyendo a los griegos ysigui con el Stalin de la cuestin na-cional; un criollo vivaz, astuto y buenprosista. La sucesin de este linaje hoytiene dos nombres famosos: el del cro-nista Miguel Bonasso, que escribe apartir de la radicalizacin de los se-tenta; y el del ensayista Horacio Gon-zlez, heredero y complejo armadorde todas las lneas que interpretaronel peronismo como peculiaridad dra-mtica y como oscuro fondo de laidentidad popular. Y oscuro califica,en este caso, el suelo desconcertantepor sus anfractuosidades sin norma,pero siempre expresivo de un lan po-pular, sostn de un teatro poltico quedeberamos aceptar como el nico ver-daderamente propio: el peronismo co-mo fisiologa de la dinmica argenti-na moderna y posmoderna.

    Una ocupacin casi insoslayabledel intelectual pblico (y tambin demuchos acadmicos, historiadores, so-cilogos, poltlogos) ha consistido enencarar la empresa de entender el pe-ronismo, lo cual con frecuencia noquiere decir solamente entenderlo, si-

  • 2no producir los argumentos para de-signarlo como nica cara posible delpoder, si se excepta a los militares.1Para tres generaciones, por lo menos,la cuestin peronista defini su pers-pectiva del pasado y sus ideas sobreel futuro. Peronismo e intelectualesforman una interseccin que no puedeeliminarse de ninguna historia de losltimos sesenta aos.

    Si esto es as, la discusin sobre elperonismo queda libre de un lugar co-mn: la incapacidad de los intelectua-les no slo para entenderlo sino, si-quiera, soportarlo. Una parte funda-mental de la historia intelectualargentina gira sobre la naturaleza delperonismo en sus sucesivos cambiosy all no hay slo impugnaciones si-no, por el contrario, esquemas que ayu-daran a captar, de una vez para siem-pre, su especificidad y, por lo tanto, averlo bajo las variadas encarnacionesde un Movimiento Nacional que lo fuetodo. Una fraccin de los intelectua-les que se han ocupado del peronismono son intelectuales peronistas. Esto,que parecera una obviedad, mereceser tenido en cuenta, en la medida enque una frmula usada por intelectua-les contra intelectuales apela (toda-va!) a la acusacin de que si se criti-ca el peronismo es porque no se loentiende. Los intelectuales que entien-den el peronismo tienen el metro pa-trn con el cual se juzga las posicio-nes de quienes no lo entienden. Am-bos grupos estn hoy en la universidady en los medios de comunicacin; porsupuesto, el grupo de los que entien-den tambin est en lugares vistososdel aparato del estado.

    El intrprete

    Kirchner no pretende pasar a la histo-ria simplemente como peronista. Per-tenece a una generacin de militantesque, convencidos de que iban a modi-ficar el Movimiento en un sentido re-volucionario, fracasaron en la dcadadel setenta y fueron reprimidos, asesi-nados, exiliados. Cuando todo parecadestinarlos a trasmutarse en los avata-res noventistas de Menem, gobernan-do alguna provincia, votando el pactode Olivos, practicando la Realpolitik

    o armando nuevos instrumentos pol-ticos como el Frente Grande, la crisisdel 2001 y la impensada audacia deuno de ellos, acompaada por la nece-saria fortuna, les abri una nueva opor-tunidad de grandes expectativas.

    Kirchner se percibe a s mismo co-mo refundador.2 Se siente representan-te de una lnea del peronismo que noparte, como la que fuera durante d-cadas la lnea cannica, del 17 de oc-tubre de 1945 y de los Hechos delGeneral, sino de los Hechos de losApstatas, los jvenes peronistas ra-dicalizados. Por eso, cuando nada loanunciaba en su pasado como gober-nador de Santa Cruz, llegado al go-bierno, Kirchner hizo de su reivindi-cacin de los setenta una de las piezasde la construccin de un perfil ideol-gico, fundamentalmente a travs deldiscurso sobre derechos humanos, jus-ticia y terrorismo de estado. En la d-cada del noventa, estas ideas habanperdido gran parte de su capacidad pa-ra seguir produciendo hechos en el pre-sente; Kirchner abre de nuevo un ca-ptulo cerrado excepto para los msfieles a esa tradicin de los setentaque, por eso mismo, eran tambin bas-tante marginales al partido justicialis-ta o directamente estaban fuera de susestructuras.

    De este modo, Kirchner es un in-novador que lleg al gobierno comocandidato apoyado por Duhalde, unode los peronistas ms emblemticos,convertido en su enemigo en la luchaelectoral de 2005 donde juega y ganael lugar indivisible de jefe. Sus dis-cursos (aunque simples e incluso bru-tales, lo cual no habla de su inteligen-cia sino de un lmite devenido espon-taneidad, o quizs a la inversa) recurrena temas que no fueron centrales del pe-ronismo renovador en los ochenta y queMenem, a su vez, quiso dejar atrs pa-ra siempre.

    Kirchner no adopta la liturgia pe-ronista e invoca al lder histrico sloa la fuerza y excepcionalmente. Peroha hecho su interpretacin de los aossetenta, no simplemente en lo que con-cierne al terrorismo de estado, sino enlo que toca a la memoria militante dela juventud peronista radicalizada yguerrillera. Rodeado de la flor y natade las organizaciones de derechos hu-

    manos (que no han abierto un captu-lo de reflexin sobre la violencia delos aos setenta y lo que comenz co-mo una consigna, la nica posible con-tra la dictadura, pas a ser historia ofi-cial), Kirchner ha evocado no slo larepresin sino los valores militantesde la lucha revolucionaria de quieneshabran sido sus compaeros de ju-ventud. Ha colocado su interpretacindel pasado y, lo que tiene consecuen-cias graves, ha otorgado a ex militan-tes y organizaciones una licencia casimonoplica para consignar sus leyen-das en los espacios de memoria quesu gobierno logr extraer del controlmilitar, tal como la ESMA. El presi-dente tiene posicin tomada en estacuestin ideolgica todava abierta. Noslo ha garantizado que la justicia pu-diera seguir actuando, sino que ha di-cho que las vctimas deban ser rei-vindicadas no slo como vctimas si-no como militantes de una Causa quel ubica en sus orgenes polticos.

    Con esto, desde el poder, Kirchnerest ofreciendo un sostn a la luchade interpretaciones que est lejos decerrarse. Kirchner no es un intelectualpero interviene con una versin de lahistoria en un debate que deber se-guir transcurriendo y que, salvo algncambio radical en las formas de deba-tir el pasado, sera bueno que transcu-rra en una esfera pblica donde pue-dan escucharse los discursos intelec-tuales.

    Carlos Altamirano, en un reporta-je reciente aparecido en Perfil,3 se hareferido a esta proximidad. Hoy go-biernan los Montoneros, dice con des-prejuiciada inteligencia y buena ob-1. Gino Germani, Juan Carlos Portantiero y Mi-guel Murmis, Juan Carlos Torre, Tulio Halpe-rin Donghi, Carlos Altamirano, Silvia Sigal yEliseo Vern, Ricardo Sidicaro, Mariano Plot-kin, Anahi Ballent, son slo algunos de los cien-tistas sociales e historiadores que marcaron mo-mentos importantes (y temas no explorados) delos estudios peronistas.2. Natalio Botana describe las refundaciones po-lticas del justicialismo con la frmula transfor-mismo peronista. Vase su ltimo libro: Podery hegemona; el rgimen poltico despus de lacrisis, Buenos Aires, Emec, 2006, cap. II.3. Perfil, El Observador, 28 de enero de 2007.Altamirano tambin presenta esta tesis en el re-portaje, realizado por Jorge Halperin, incluidoen el volumen El progresismo argentino. His-toria y actualidad, Buenos Aires, Capital Inte-lectual-Le Monde Diplomatique, 2006.

  • 3servacin del terreno. Al respecto, al-go ms. Kirchner ha trazado un nuevopunto de partida del peronismo, pro-moviendo una lnea de autoreconoci-miento generacional, con una frmulaque sera: identificacin con el ethosde entonces, creacin de las polticasadecuadas al presente. Pero, slo elrescoldo de los valores queda de aquelpasado?

    Tambin sobrevive la distanciadesdeosa frente a las instituciones re-publicanas y la libertad de prensa. Co-mo a la juventud peronista radicaliza-da, al kirchnerismo no le importan lasformas burguesas institucionales dela poltica. En 1973, este desprecio sealimentaba de la confianza en que lasmasas impulsadas por su movimientorevolucionario desarrollaran formasms profundas e igualitarias de gobier-no, y la conduccin del general Pernsera desbordada por el movimientodel pueblo (dirigido por su vanguar-dia armada). Hoy, en cambio, signifi-ca que la repblica institucional, siem-pre incmoda para el peronismo, esreemplazada por un ejecutivo podero-so, implacable y concentrado en la fi-gura presidencial. Con el ethos de lossetenta, regresa la antipata histricadel peronismo por las instituciones de-liberativas donde hay que escuchar vo-ces opositoras, jzgueselas como se lasjuzgue.

    Hay quien razona, con la agudezadel cinismo, que con este parlamentoy esta oposicin la repblica kirchne-rista es la repblica posible. De he-cho, durante dcadas, se ha dicho estode diferentes maneras y con diferen-tes jefes. Con Kirchner parece msaceptable, en primer lugar por la im-portancia de las polticas de justiciaen lo que concierne al terrorismo deestado y la renovacin de la Corte Su-prema; tambin por el trauma del 2001con sus episodios emblemticos: lossaqueos y muertes, por una parte, y ladesorganizacin total de la nacin, en-tre otras razones, por la difusin delas cuasi monedas provinciales y losaos de inestabilidad jurdica provo-cada por el corralito. Kirchner tam-bin es aceptado por la prosperidadeconmica que embellece cualquierdistorsin de la repblica como suce-di durante buena parte del gobierno

    de Menem.En lo que concierne a la poltica

    de derechos humanos respecto del pa-sado, ella fue durante tanto tiempobandera casi exclusiva de los sectoresprogresistas de los partidos polticos ylas organizaciones sociales que cual-quier gobierno que la haga suya reci-be una especie de diploma de izquier-da, otorgado, en primer lugar, por or-ganizaciones como Madres y Abuelasque (antes irreconciliables) hoy pacta-ron una convivencia en cuyo climaCarlotto y Bonafini se manifiestan ofi-cialistas al unsono. Estas organizacio-nes son una especie de tribunal exa-minador cuyo veredicto abre las puer-tas de un espacio virtual progresista.Al ser Kirchner algo as como un hijodilecto de Bonafini y Carlotto, frentea la parte de la opinin pblica a laque le importan estos temas, la perte-

    nencia progresista queda confirmaday fortalece el perfil del presidente co-mo un talismn que le permite redi-mir los aos en los que fue goberna-dor de Santa Cruz, cuando los dere-chos humanos y el terrorismo deestado no figuraron entre sus princi-pales desvelos.

    Tambin Kirchner se beneficia deldesconcierto mundial en la demarca-cin del espacio de izquierda o del pro-gresismo. Despus de la cada de lossocialismos reales, ese territorio fue mo-dificado profundamente por Blair, porlas reformas al estado de bienestar entodas partes, protagonizadas por con-servadores y por socialdemcratas co-mo Schroeder en el ltimo tramo de sugobierno, por la dbcle del partido so-cialista francs, cuya candidatura hoytiene Segolne Royal, ms una polticade seguidismo de la opinin que de ide-

  • 4as. En Brasil, Lula ajusta el programacon el que lleg, desarticula el PT ysepara a los izquierdistas dscolos. S-lo gobiernos excepcionales, en todoslos sentidos, como el de Chvez, si-guen inscribiendo en su bandera la di-visa socialismo.

    As no es sorprendente que el so-mero aunque enftico discurso deKirchner cubra gran parte del espacioprogresista, sobre todo porque la iz-quierda tradicional es enemiga de lainnovacin y el Partido Socialista, enBuenos Aires, uno de sus dos distritosclsicos, ha hecho una opcin de per-files oportunistas; en la provincia deBuenos Aires sus dirigentes de izquier-da parecen kirchnerizables; y en SantaFe presenta un programa iluminado poradjetivos como solidarista y transpa-rente que podra compartir casi con to-do el mundo aunque el socialismo seala nica fuerza que, como lo demostren Rosario, puede gobernar a la alturade esos calificativos. A un discurso deun progresismo sin perfil o de un iz-quierdismo congelado, Kirchner le opo-ne un gobierno dinmico y econmica-mente exitoso. Despus de las crisis del2001, parece suficiente. No digo quesiga sindolo indefinidamente, pero, porel momento, lo es.

    Las aspiraciones fundadoras delpresidente se apoyan tambin en otrascualidades. Su deseo de convertirse,ante los miembros de su generacinpoltica, en representante de los valo-res pero no del programa del pasadosera inconsistente respecto de sus me-dios si no estuviera acompaado deuna idea (o, mejor dicho, sucesivasideas) sobre su relacin con el justi-cialismo. La primera de esas ideas re-fundadoras fue la transversalidad decarcter ideolgico. La irreparable ve-locidad del tiempo la desplaz: no sepoda conservar esa idea si, a la vez,se quera ganar todas las eleccionesen todos los distritos, asegurarse unamayora parlamentaria fiel y discipli-nar los restos del partido fueran cua-les fueran sus prontuarios. La trans-versalidad ideolgica necesitaba un es-cenario menos urgente y una vocacinde dilogo que el presidente no tiene.Y, adems, para qu? Aquella trans-versalidad era programtica y de va-lores, y Kirchner no quiere discutir

    ninguna de las dos cosas.Sobrevino entonces otra idea que

    slo exteriormente puede seguir de-signndose transversal. Kirchner en-tendi que desde el gobierno poda ga-narse a quienes en las provincias ymunicipios tambin ejercen el gobier-no y que, en ausencia de una ley decoparticipacin federal de los ingre-sos, dependen de lo que el estado na-cional recaude y reparta. Esta es latransversalidad de los hechos, la trans-versalidad de las situaciones provincia-les, la transversalidad de los intereses.

    Otra idea renovadora de Kirchneres que el partido sea tratado como ins-trumento externo a la figura presiden-cial. Es decir: el presidente por un la-do, con un grupo de fieles, y, por elotro, los dignatarios de la bizarra igle-sia peronista golpeando las puertas pa-ra ser aceptados e incorporados de vezen cuando al concilio. Los que con-trolan sus territorios provinciales o mu-nicipales son recibidos (si triunfan enelecciones locales); otros son mante-nidos en cuarentena; si se equivocanse los tira por la borda. El partido esun objeto exterior al proyecto pero, almismo tiempo, es necesario, y el pre-sidente lo valora, en cada circunstan-cia, por su potencial electoral, juntocon el Frente de la Victoria, y segnsean las condiciones distrito por dis-trito. Este es un momento magmtico.No necesariamente seguir siendo asen el futuro, despus de las presiden-ciales de este ao, cuando, por lo quese deja trascender, Kirchner se pro-pondr fundar un nuevo instrumentopoltico, si se libera a s mismo de lapesada carga de gobernar con un mi-nucioso control del da a da.

    Dinero y poltica

    Durante casi cuatro aos, Kirchner noha tenido problemas en gobernar, ase-gurndose un coro de leales y vapule-ando, si era preciso, al Partido Justi-cialista. El mapa de las boletas electo-rales abigarradas evoca la primeraeleccin ganada por Pern en 1946,con decenas de agrupaciones que ve-nan un poco de todos lados.4

    Sin embargo, Pern perteneca auna poca donde un partido era indis-

    pensable (fuera liberal o fascista, na-cionalista revolucionario o comunis-ta). Era el momento de los partidos,de las identidades y de las organiza-ciones territoriales estables; el partidopoda enriquecerse con la presencia decaptulos corporativos (en especial sin-dicales), pero haba partido. Hoy lospartidos son maquinarias que se acti-van y se desactivan, aunque todavase sostengan de modo territorial, dis-tribuyendo recursos del estado, y adue-ndose de ellos para que los caudi-llos de cada localidad puedan seguirsindolo. Pern necesitaba un partidopor razones ideolgicas: era la organi-zacin que perdurara en el tiempo,que haba que conducir con pruden-cia. El modelo de ese partido era el deun Movimiento Nacional, y de all susdimensiones corporativas y su ambi-cin de incluir a toda la nacin y deexcluir solamente a la antipatria. Nose trataba de un partido clsico, perotampoco era una organizacin indefi-nible. Kirchner, hasta ahora, lo ha ne-cesitado slo por razones electoraleso de control de los marginados que noestn encuadrados por sus piqueteros.La ideologa pasa por otros instrumen-tos propagandsticos, mediticos, y enespecial por su propio cuerpo polti-co. La diferencia es inmensa. Y, porlo tanto, no valen ms comparaciones.

    La era de los partidos correspondea la de los estados de bienestar y de lapoltica. En la actualidad, donde la po-ltica ha entrado en crisis, el estado debienestar ha sido reformado entre otrascausas por sus propios fracasos y, enArgentina, por el programa talibn deMenem y Cavallo, los partidos tienentanta dificultad para reorganizarse co-mo para adaptarse al presente. Slo lohacen con difcil (improbable) xito sicumplen una de estas dos condicio-nes: o son ideolgico-morales e inter-pelan a las capas medias; o tienen losrecursos del estado y con ellos pue-den llegar ms lejos territorialmente yms abajo socialmente.

    Por lo tanto, controlando el esta-

    4. Lo ha recordado muy recientemente Lucianode Privitiello: El peronismo y las elecciones;la bsqueda de la unanimidad y la tradicinelectoral argentina, Ciencias Sociales, nmero64, septiembre de 2006 (Buenos Aires, UBA).

  • 5do, se puede financiar la organizacinnecesaria para seguir controlndolo.Kirchner ha entendido esto con msclaridad que ningn cientista poltico.Este rasgo explica, por lo dems, eldesesperado reeleccionismo en las pro-vincias (y su versin nacional con elardid de la probable alternancia delmatrimonio Kirchner). La explicacines elemental: los gobernadores y losintendentes quieren ser reelectos parasiempre porque, si dejan el gobierno,quedan privados de los recursos eco-nmicos que les permiten seguir ha-ciendo poltica. Su sucesor acapara to-dos los recursos y sus hombres en elterritorio terminan, como rplicas deDaz Bancalari, pasndose al nuevogobierno. Fuera del ejecutivo, se de-pende de los favores del sucesor queha esperado su turno y, a su vez, in-tentar consolidarse. Felipe Sol viocon entera claridad este destino deprncipe en el destierro que le espera,a merced de que se lo rescate desde elejecutivo nacional y no pierda su fi-guracin antes de que pueda intentaruna nueva aventura en un cargo eje-cutivo. El pato rengo no es el pre-sidente o el gobernador que se quedasin poder antes de terminar su manda-to y su sucesin no est asegurada porningn leal (de todos modos quincree en los leales?), sino el polticoque ya sabe que no tendr acceso aldinero pblico para continuar siendoun poltico de primera lnea, y sabeque las lealtades territoriales se midenen subsidios, viviendas y planes so-ciales.

    Kirchner entendi esto a la perfec-cin. Muchas veces impresiona comopoco entrenado en el discurso progre-sista que quiere presentar como pro-pio de su identidad y su gobierno, co-mo si no lo hubiera practicado en mu-cho tiempo y se le mezclaran temaspopulistas clsicos, invocaciones a ladignidad nacional, autoritarismo, teo-ras conspirativas, etc. Pero est bienentrenado en el conocimiento de estamecnica econmica y territorial delpoder. Porque no es un saber que de-be recuperar desde el pasado (comoquien rescata las imgenes de un sue-o, el sueo setentista) sino algo queha practicado cuando fue gobernadorde Santa Cruz. Su olfato del poder es

    pragmtico y se agudiz con la expe-riencia. Conoce la relacin que hayentre fondos pblicos y poder.

    Por eso, Kirchner no ha impulsadouna reforma poltica, cuya clave es,justamente, el financiamiento de la po-ltica. Esa promesa del comienzo desu gobierno tuvo que caer: o una cosao la otra.

    Por qu no hubo reforma

    A Kirchner esa reforma no le interesatambin por razones ms profundas.Es probable que desee perfeccionar suinstrumento poltico, se llame Frentepara la Victoria o cualquier otro nom-bre futuro. Su inters seguramente se-r aislar de modo definitivo a quienesconsidera poco deseables por motivosdispares: porque han perdido una elec-cin y se han desprestigiado de mane-ra difcilmente reparable en sus distri-tos; porque se los agarr de modo de-masiado flagrante con las manos en lamasa y eso augura una derrota con laque el presidente no va a ensuciarse;porque surge en algn distrito un can-didato ms afn a su poltica con po-sibilidades ciertas de imponerse al vie-jo representante del PJ; porque un po-ltico provincial adquiere, por algunarazn, una popularidad que la sensibi-lidad competitiva del presidente juzgapeligrosa; porque en un distrito un can-didato no justicialista le asegura vic-torias que el justicialismo no puededarle. Como se ve por la enumeracin,las razones no son las que conducen auna reforma poltica ni a la delibera-cin y la confrontacin de ideas, sinoal fortalecimiento de una direccin so-bre los aparatos de gobierno local ylas mquinas electorales.

    Sin embargo, incluso tomando encuenta cada uno de estos motivos,Kirchner podra aspirar a una cohe-rencia ideolgica mayor en un con-glomerado de justicialismos y no jus-ticialismos locales que, por el momen-to, son un destilado de lo viejo, loantiqusimo, lo nuevo, los convenci-dos y los trnsfugas. Falta saber si, eneste punto, Kirchner contradice o sedemuestra un buen discpulo del ge-neral a quien no acostumbra nombraren sus discursos. Pern, que tena el

    gusto por la salida cmica, deca queno se puede gobernar slo con losbuenos, a riesgo de quedarse solo.

    De todas estas consideraciones, sinembargo, no slo se concluye queKirchner (actuando en este punto co-mo buen setentista) tiene antipata porel Partido Justicialista. Vivi una d-cada sentado en las mismas mesas condirigentes que hoy desprecia. Pero na-die debera sentirse incmodo ni en elPJ ni en el Frente de la Victoria conlas convivencias obligadas. Los kirch-neristas extrapartidarios quizs se per-ciban un poco ajenos a esta culturadel insulto y el abrazo, si provienen,como es el caso de los radicales, deun partido que hizo del despliegue ins-titucional una identidad. Pero esos neo-kirchneristas son hombres ms jve-nes y probablemente menos identifi-cados con los principios de ese partidoque, por otra parte, fracas y cuyo l-timo presidente est imputado en lacompra de votos en el senado.

    Hoy se difunde el rumor de queun segundo mandato abrira precisa-mente el momento de cambios que losslidos principios de la Realpolitik im-pidieron hasta ahora. Sobre esto con-viene no apurarse en juzgarlo ni posi-ble ni imposible. Para Kirchner lo pri-mero es la concentracin del poder.l tambin, como todos los argenti-nos, vivi una crisis que pareci casidefinitiva. Bajo el signo de la debili-dad lleg a la presidencia cuando Me-nem, en uno de sus actos ms malig-nos e irresponsables, rehus participaren el ballotage.

    Si la reforma no sucede en el con-glomerado que maneja Kirchner, es di-fcil que tome impulso en otra parte.A las elecciones de octubre de 2007llegamos con todos los rasgos descrip-tos en su apogeo. Y adems, en lasmejores condiciones que nadie se hu-biera atrevido a imaginar cuandoKirchner fue elegido presidente. Un re-frn que podra ser la divisa del con-servadurismo indica prudencia: Si noest roto, no lo arregles. El justicialis-mo est roto en pedazos, el Frente parala Victoria es un mosaico, los kirchne-ristas extra-justicialistas vienen un po-co de todas partes. Sin embargo, mien-tras haya plata, el aparato no est rotoy todava sirve a quien lo controle.

  • 6Centrados en la obra pictrica de Da-niel Santoro, estos comentarios se pro-ponen indagar el sentido poltico-cul-tural de una vuelta a las imgenesdel primer peronismo, en piezas yacontecimientos artsticos de los aosnoventa hasta hoy. Santoro interpelanuestra memoria especialmente a tra-vs de las imgenes generadas por unaintensa propaganda poltica que, tal co-mo resaltan las reelaboraciones del ar-tista, condensaba los aspectos persua-sivos y siniestros del poder ejercidopor aquel peronismo. Santoro toma co-mo referencia un sector particular deesa propaganda que exacerba la con-densacin; se trata de imgenes que

    La traicin de las imgenesRecuperacin del peronismo histrico

    Anahi Ballent

    hoy invitan a ser ledas en clave su-rrealista: aquellas frecuentemente ale-gricas, naves y apasteladas de unaobra como La Argentina Justa Libre ySoberana, que prefera el colorido dela ilustracin al blanco y negro de lafotografa, siguiendo estrategias deu-doras de las ilustraciones de los librosescolares.1 De Billiken a la propagan-da peronista: las referencias elegidaspor Santoro recorren el mismo cami-no que un sector de la grfica de losaos cuarenta.2

    La obra de Santoro no es ajena alas corrientes de ambigua recupera-cin, entre irnica y crtica, del arte yde la propaganda poltica de la Unin

    Sovitica que, aunque acompaaron laperestroika y acrecentaron su popula-ridad despus de la cada del muro deBerln y de la disolucin de la URSS,provienen, en algunos casos, del popruso de los aos sesenta; y, ya en lossetenta, impulsaron imgenes nostl-gicas del stalinismo entre los disiden-tes exilados en Estados Unidos. En2005, una exposicin como Russia!pone en relacin esta produccin ar-tstica con una historia poltico-cultu-ral ms vasta. En 1995, dentro de unmarco abarcativo, la muestra Art andPower: Europe under the dictators1930-1945 revisit las relaciones en-tre arte y poder en regmenes autorita-rios y totalitarios, poniendo en circu-lacin nuevas perspectivas de anlisisy una inusitada cantidad de imgenes.3

    Sin embargo, pese a su afinidadcon estticas y perspectivas culturalespresentes en el debate internacional,Santoro interpela temas y circunstan-cias locales con fuertes apuestas tantoen el plano esttico como en el de laideologa. En la vuelta a las imgenesde los aos cuarenta parece resonaruna deliberada provocacin poltica;al mismo tiempo, la obra realiza unaoperacin selectiva entre las posiblesfuentes y referencias, ya que no todala esttica visual del peronismo tuvolas caractersticas que Santoro enfati-za, sino que apel tambin a tcnicasmodernistas y de mayor calidad est-tica. Por diversos motivos, las imge-nes modernistas no son las que lamemoria asocia con la comunicacinvisual del peronismo aunque, en trmi-

  • 7nos de realidad histrica, formaronparte de ella. Actualmente, los tourspara extranjeros que, siguiendo la es-tela de la Evita de Alan Parker, bus-can la Buenos Aires peronista, se de-tienen frente a la CGT o las columnasde lo que fue la Fundacin Eva Pern,que han quedado fuertemente asocia-das al rgimen, pero no incluyen elTeatro General San Martn, proyecta-do por una de las ltimas intendenciasperonistas, ni los modernos monoblokspromovidos por el Banco Hipoteca-rio. Los motivos por los cuales aso-ciamos de manera intensa un conjuntode formas e imgenes y no otras aesta fuerza poltica encuentran su an-claje en los aos cuarenta y cincuentaporque la propaganda privilegi cier-tas imgenes con respecto a otras, pe-se a que de ningn modo lleg a anu-lar las menos favorecidas por la difu-sin meditica: se trat, en todo caso,de una convivencia desigual. Peroigualmente constitutivos de nuestrovnculo con aquellas imgenes fueronlas particulares formas y los comple-jos derroteros que adopt la memoriasobre el peronismo, desde su cadahasta la dcada del noventa cuandosucede esta recuperacin selectiva deimgenes del peronismo histrico, atravs de distintas operaciones, entrelas que la obra de Santoro ocupa unlugar relevante, aunque dista de seruna accin solitaria.

    Esta recuperacin tiene un efectoparadjico: en tanto selecciona slo unsector de la produccin del peronis-mo, habla de l al mismo tiempo quelo oculta. Por muchos motivos resue-na aqu el ttulo del cuadro de Magrit-te, La traicin de las imgenes. Nosencontramos, entonces, frente a tresncleos de reflexin: por un lado, lasrazones que impulsan la recuperacinde imgenes del pasado; por otro, lasoperaciones de seleccin que se im-primen sobre el universo de referen-cia, y finalmente, qu clave se eligepara reelaborar ese material.

    La esttica del sueo

    Un dato primario es el hecho de quetal recuperacin de imgenes paradig-mticas se realiza en sede artstica an-

    tes que en sede poltica. Ni Menem,ni Duhalde ni Kirchner han apeladoparticularmente a las tradiciones pe-ronistas, a su liturgia ni a sus imge-nes; por el contrario, los dirigentes po-lticos, por distintos motivos, insistenen mantener una prudente distanciacon los recuerdos del peronismo his-trico. As, cuando, en 2003, el du-haldismo decidi promover un espa-cio de alta capacidad conmemorativacomo el mausoleo de Pern en SanVicente, que como tema evocaba unalarga historia de bizarreries arquitec-tnicas desde los distintos proyectosdel Monumento al Descamisado hastael Altar de la Patria, escogi un pro-yecto modernista, abstracto y austero,tomando distancia de las cargadasimgenes fascistas con las que fre-cuentemente se asocia al peronismo.En rigor, en trminos histricos, el pro-yecto del mausoleo puede interpretar-se como un rescate de una de las lne-as estticas del primer peronismo queprodujo tambin excelente arquitectu-ra modernista; de hecho, los autoresde la obra lo plantean de este modoen los textos que presentan el proyec-to.4 Sin embargo, no es la actualiza-cin de una posicin histrica oblite-rada lo que se percibe socialmente eneste caso: en trminos de representa-

    cin de la poltica, el efecto de la ima-gen es la evocacin de un peronismomoderno, aggiornado y capaz de sor-tear los peligros que lo acechan desdesu propia historia. Los sucesos ocurri-dos en la inauguracin de la obra, enoctubre de 2006, ilustran con claridadlos motivos por los cuales buena partede la dirigencia del peronismo prefie-re mantener la historia del movimien-to a distancia.

    Como veremos ms adelante, lapoltica puede apreciar vueltas enclave esttica como las emprendidaspor Santoro y hasta puede beneficiar-se vicariamente con ellas, pero de he-cho no las promueve. Poco despusde la inauguracin del mausoleo, San-toro presentaba su nueva exposicin,La leyenda del descamisado gigante,basada en imgenes del Monumentoal Descamisado de 1952. Poltica y ar-te monumentalizan, representan ymantienen relaciones con la historiaclaramente diferentes.

    El peronismo ocupa el centro de laobra de Santoro, aunque el sentido l-timo de tal centralidad admite inter-pretaciones diversas. As, a propsitode la ltima exposicin del artista, Ju-lio Snchez considera en La Nacinque el mundo peronista es para elartista una excusa para explorar as-

    1. La Argentina Justa Libre y Soberana (BuenosAires, 1949) fue una extensa obra de difusin dela accin de gobierno, sobre todo del primer planquinquenal, elaborada por Control de Estado dela Presidencia de la Nacin, un resabio del nutri-do aparato propagandstico de la Revolucin del4 de Junio. No fue elaborada por la Subsecreta-ra de Informaciones, dependencia que, a cargode Ral Apold, se asocia centralmente con lapropaganda del perodo; ella colabor aportandoalgunos artistas y dibujantes e intervino en ladistribucin de la obra. El director de la publica-cin fue un mayor del Ejrcito y los dibujantese ilustradores pertenecan a distintas reparticio-nes del estado. La calidad tcnica de las imge-nes es amplia y diversa. Cont con el asesora-miento de educacionistas, y sus imgenes remi-tan a las ilustraciones de los libros de lectura.Aunque se diriga a un pblico amplio, los con-tenidos y las tcnicas de comunicacin indicanque los nios, en el marco de la escuela, eran loslectores potenciales de la obra.2. Recordemos que en 1990 Santoro expuso lamuestra Recuerdos del Billiken, presentada co-mo una investigacin grfica sobre los hroesarquetpicos de nuestra historia donde se mez-clan los recuerdos infantiles, en una visin ir-nica y distanciada. Aunque el autor indica co-mo inicio de su trabajo grfico sobre el pero-

    nismo el ao 1998, las exposiciones individua-les que toman ese tema comienzan en 2001,con Un mundo peronista. Le siguen en 2003,Manual del nio peronista; en 2004, Leyendadel bosque justicialista y Jardines Justicialis-tas; en 2005, Utopa justicialista con un objetocado; y en 2006, La leyenda del descamisadogigante. Daniel Santoro, Mundo Peronista. Pin-turas, dibujos, libros de artista, objetos e insta-laciones 1998-2006, la marca editora, BuenosAires, 2006, p. 334.3. Nos referimos a dos eventos de gran relevan-cia para la historia de la cultura y la historia delarte. Russia! fue organizada en 2005 por IN-TART (International Foundation of Russian andEastern Europe Art) y el Museo Guggenheim;Art and Power, XXIII Exposicin del Councilof Europe, fue organizada en Londres y presen-tada en Barcelona, Berln y Pars (1995-1996).4. El comitente fue la Comisin de HomenajeLey Nacional 13062. Con respecto al lenguajearquitectnico, los arquitectos proyectistas plan-tean que: Su lenguaje no podr ser otro que elde la modernidad. Fue el primer peronismo elque introdujo la arquitectura moderna como len-guaje de la obra pblica estatal, a travs deinnumerables y calificados ejemplos en todo elpas (http://arquimaster.com.ar/galeria/obra26.htm).

  • 8pectos ms profundos de la historiadel hombre y del arte.5 El dirigentedel PJ porteo Vctor Santa Mara, alprologar el libro Mundo peronista(2006) aconseja a los intelectuales pro-gresistas acercarse a esta obra, afir-mando que en ella est plasmada atravs de imgenes y textos, la ideolo-ga peronista.6 Las dos lecturas mar-can los extremos de un arco que abar-ca las miradas de crticos y pblico,arco en el cual los polos del arte y lapoltica admiten articulaciones varia-das. Evidentemente, no todas las mi-radas ven la misma cosa: politics is inthe eye of the beholder. En las doscitas anteriores est en discusin ques lo que percibimos como relevanteen la obra. Son lecturas distintas quepresentan posibilidades abiertas por ellenguaje y las tcnicas elegidas por elartista, quien se refiere a los filtrosel chino, la cbala, el humor, las re-ferencias a la historia del arte a tra-vs de los cuales opera sobre las im-genes de la propaganda.7 Las opera-ciones artsticas le permiten atraer aun pblico amplio, concitando intere-ses diferentes. En otras palabras, pue-de discutirse si el peronismo es algoaccidental o sustancial para la obra: loimportante es que est all, disponiblepara la mirada y abierto a la colabora-cin del espectador.

    Por esta razn, a la obra de Santo-ro le sienta el silencio. Se beneficia si,limitndose exclusivamente a las im-genes, prescinde por completo de laspalabras. Pero no es esto lo que ocu-rre, ya que la obra se difunde a travsde libros de arte en los que abundanlos textos, en particular los del artista,que suelen ser menos elusivos que susimgenes. Nacido en 1954, Santoro sepresenta como nio peronista frustra-do en los aos cincuenta, militante deGuardia de Hierro en los setenta y cul-tor de un arte poltico a fines de losnoventa. Su recorrido es sintomtico:la militancia se desplaz de la polticaa la cultura, girando siempre, aunquede distintas maneras, sobre el pivotede un pasado lejano que no se terminade comprender. Al menos en el relatoque elabora el artista, el nio peronis-ta, real o imaginario, deseado u odia-do, presente u olvidado, lo acompaaen todo momento. Los espectadores

    no podemos dejar de notar que las for-mas concretas que asumi su trayec-toria pueden haber sido menos estili-zadas: entre la etapa de los aos se-tenta y la de fines de los aos noventa,el inters por la poltica y por el pero-nismo no parecen haber ocupado elcentro de su obra artstica.

    De todas formas, recorriendo uncamino directo o sinuoso, las imge-nes de su etapa de pintor de la polticaintentan volver a los orgenes del jus-ticialismo, ese enigma para socilo-gos, politiclogos y economistas, atravs de las imgenes prohibidas,mutiladas o ninguneadas despusde 1955. La figura que elige como guade esta operacin no es la del historia-dor, sino la del arquelogo, que en-cuentra una veta y aparece una civili-zacin. Alguien que va sacando res-tos de algo que habra perdido susfuentes escritas y slo podra expre-sarse a travs de testimonios materia-les. En efecto, en la obra de Santoroparece resonar una intencin, a la ma-nera de la arqueologa, de recreacinde conjuntos vastos. La suya es unaempresa que opera con cierto gradode sistematicidad, avanzando como poretapas sobre distintos sectores de laobra peronista y de las formas de sudifusin. Como espectadores estamosinvitados a reproducir el mismo mo-vimiento, a introducirnos en estos cam-pos y a deambular en ellos. Pero, almismo tiempo, la identificacin del ar-tista con el arquelogo tiene otros cos-

    tados que hablan de una forma parti-cular de aproximarse a la historia, alpasado. Porque, en rigor, el peronis-mo no es una civilizacin desapareci-da, una ruina ni un tiempo remoto:por qu excavar si lo que buscamosest a la vista, gozando de una intensavitalidad? Evidentemente, la empresadel artista procura enfatizar la distan-cia histrica entre la poltica del pre-sente y sus orgenes histricos: paraSantoro, el peronismo no es una pro-mesa en el futuro sino una prdida enel pasado, sentimiento en el que re-suena el poema de Hlderlin que eli-ge como acpite para alguno de sustextos: Por ms que busques, nuncavolvers a encontrarla; consulate converla en sueos!.8

    Volveremos sobre esta ltima cues-tin crucial para entender el intersgenerado por esta obra. Recalquemosahora que las imgenes que en otromomento concitaban pasiones de dis-tinto signo son presentadas por Santo-ro de una manera tal que parecenaquietarse, como si reclamaran del es-pectador una suspensin del juicio. Po-dramos decir que ese rasgo permiteque se transformen en objeto de la mi-rada. En efecto, frente a ellas puedensostenerse miradas de distinto signo,sin sentir en ningn caso la necesidadde desviar los ojos; es un acierto de laobra en el plano de la comunicacin,pero al mismo tiempo debilita el posi-ble carcter corrosivo de un arte quese considera poltico.9 La condicin

    5. La muestra () se construye sobre una tc-nica tradicional, leo sobre tela, es decir, la tanvapuleada pintura cuya muerte se viene anun-ciando desde los sesenta. Hay algo que la em-parenta con la pintura contempornea de lospases de Europa Oriental que tuvieron regme-nes polticos comunistas: una fuerte voluntadfigurativa amenizada por el recuerdo de una ide-ologa totalitaria. () Lo que demuestra queel mundo peronista es para Santoro una excu-sa para explorar aspectos ms profundos de lahistoria del hombre y del arte. Julio Snchez,Desde el lugar de la pintura, La Nacin, 26de noviembre de 2006.6. Hace unos aos, un destacado intelectual dela izquierda progresista de nuestro pas, expli-caba que la ctedra de Pensamiento que l dic-taba en la Facultad de Filosofa y Letras no ibaa abordar la dcada del peronismo. Su argu-mento no deja de ser sorprendente: El peronis-mo, como rgimen gobernante, no tiene una ide-ologa que lo acompae en la misma medida desu formidable poder y adhesin poltica. Qui-zs, l y muchos como l, deberan acercarse a

    la obra de Santoro. En ella est plasmada atravs de imgenes y textos, la ideologa pero-nista. En: Daniel Santoro, op. cit., p. 8.7. El artista explica: Cuando hacs una pinturatan poltica el peligro es que se haga una lecturamuy frontal, de rechazo, porque se interpreta di-rectamente como propaganda. Entonces trato deponer filtros. Como el chaleco antibalas hace quela vista del tirador se vaya para los costados, enlos bordes de mis cuadros siempre hay anotacio-nes en chino. Y algunas son un signo que quieredecir algo as como mirar, mirar. Entonces lavista termina haciendo un paseo obligado hastaque un retrato de Pern, adems de ser un retratode Pern, muestra que es tambin algo ms queun retrato de Pern. Ibid., p. 315.8. Las citas corresponden a D. Santoro, op. cit.9. Por estos motivos parece necesario matizarlas afirmaciones como las del artista, en rela-cin a su xito en el mercado: Gente adinera-da ha comprado alguna obra, eso es sorpren-dente, quizs la quiera tener como un trofeo.Un mundo maravilloso, La Capital, 2 de oc-tubre 2005.

  • 9que permite una mirada amplia e inte-rrogativa es la representacin de unperonismo enrarecido, habitante me-lanclico de una atmsfera onrica.Tensando las sugerencias de las im-genes podramos pensar que aquelmodelo de la felicidad que no (tena)nada del herosmo mortal de la izquier-da y la derecha, esa utopa de lafelicidad al alcance de la mano, re-alizable en lo inmediato no poda sersino un sueo, un sueo que tal veznunca tuvo lugar excepto en la imagi-nacin de sus seguidores.10 Estos sonlos riesgos que entraan las imgenesmelanclicas; para conjurarlos debenaparecer en su auxilio las palabras delartista, encargadas de remarcar que loque se nos presenta hoy como sueoconstituy alguna vez una realidad. Pe-ro sin esa gua de lectura externa sonmuchas y variadas las evocaciones einterrogantes que las imgenes sugie-ren al espectador.

    La esttica de lo real

    Aunque otros pintores antecedieron aSantoro en la vuelta a las imgenesdel peronismo histrico, ninguno deellos lo hizo con el grado de sistema-ticidad y de centralidad que hoy mues-tra su obra. Desde nuestra perspectivade anlisis, el film de Leonardo FavioPern, sinfona del sentimiento, pro-ducido a partir de 1994, encarn unareferencia central. Evidentemente, re-cin en los noventa pudieron volver averse estas imgenes, que haban sidoreprimidas como plantea Santoro,pero no exclusivamente por las prohi-biciones establecidas por la Revolu-cin Libertadora, sino tambin comoun efecto de la saturacin propagan-dstica que las tendencias autoritariasdel propio peronismo haban produci-do durante su gobierno. Podemos pen-sar que a estas imgenes le ocurri loque al nio peronista de El tilo de C-sar Aira, quien termin perseguido porun comando de la Resistencia Pero-nista, lo que indica, segn la novela,10. El peronismo no tiene una visin de sacri-ficio y eso lo aleja enormemente de la izquier-da: es la utopa de la felicidad que est al alcan-ce de la mano. La utopa realizable en lo inme-diato. Daniel Santoro, op. cit. p. 111.

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    la complejidad de nuestras querellaspolticas, que una simplificacin pos-terior ha querido pintar en blanco ynegro.11 Siguiendo la misma sugeren-cia, el smbolo, como un virus fatdi-co, haba infectado esas imgenesy nadie, ni unos ni otros, parecan que-rer acercarse a ellas.

    La condicin de posibilidad deoperaciones como las de Favio o San-toro se encuentra en la distancia his-trica que ofrece nuevas condicionesde lectura y nuevos pblicos, permi-tiendo ver en trminos nuevos algoconsiderado tradicionalmente comousado, gastado, remanido. Favio fueun pionero en explotar estas nuevascondiciones y marcar un sentido debsquedas, a travs de su summa dela historia del peronismo de seis horasde duracin, entendida como la vidade su lder, entre 1914 y 1974. Comose recordar, la obra fue inicialmentefinanciada por la poltica Duhalde,pero mantuvo con ella una relacinconflictiva.12 En trminos estticosoper sobre un sector de la propagan-da, de caractersticas tan convencio-nales como aquel al que apela Santo-ro, pero de mayor calidad tcnica: lasimgenes fotogrficas y cinematogr-ficas. Sin embargo, la esttica de Fa-vio no es completamente ajena a LaArgentina Justa Libre y Soberana, yaque, introduciendo la animacin en 3D,recurre parcialmente al estilo de la ilus-tracin de la poca, apostando a susalegoras escolares, gruesas y conven-cionales. Formalmente, lo que era unrecurso ms en la propuesta de Favio,desarrollado dentro de un conjunto ex-presivo diversificado, se transformarms tarde en el centro hegemnico dela obra de Santoro. Podramos pensarque Favio redescubre y explora lo quems tarde Santoro desarrolla.

    En el film tambin resuena el estilode la propaganda poltica de los aoscuarenta en el nfasis de la descripcinde los logros del peronismo, que le-jos de limitarse a los aspectos socialesy polticos sobre el mundo popular, seexplaya en la construccin del estado,el desarrollo econmico o el avance tec-nolgico. El estilo de presentacin si-gue a los temas, ya que retoma las tc-nicas y estticas de exposicin de losplanes quinquenales, regocijndose en

    el progreso continuo a travs de datos,cifras, metas cumplidas y rcords, be-neficindose por el efecto de abundan-cia producido por la acumulacin. Seinsiste en la imagen de un estado pro-ductivista que, en el contexto del anti-estatalismo menemista de los noventa,concita mayor atencin que el tradicio-nal peronismo obrerista y democratiza-dor; al mismo tiempo que resulta msatractivo que sus versiones militantesde los sesenta y setenta. El Pulqui, elaeropuerto de Ezeiza o el proyecto Hue-mul recuperados en la clave optimistade Sucesos Argentinos, en la seleccinde Favio, o transformados en fantas-mas de un pasado remoto en manos deSantoro, hablan de un momento de fe-licidad nacional sin fisuras.

    A diferencia de Santoro, las tcni-cas artsticas de Favio no operan co-mo filtros capaces de introducir unatensin con las imgenes de referen-cia: en trminos ideolgicos, operacio-nes artsticas, tcnicas e imgenes sealinean en el mismo sentido. Y estoes as pese a que el film es altamenteoriginal, profundamente experimentaly complejo. Tiene la capacidad, ade-ms, de articular materiales muy dis-tintos entre s y es extremadamentepotente en la vinculacin de imagen ysonido; por muchas razones, enfrenta-mos una obra sinfnica. Aunque mssinfnica en la forma que en el conte-nido: la representacin del peronismoque emerge del film no es la de unperonismo enrarecido por la distanciahistrica, sino la del peronismo desiempre, el que, como sinnimo desu lder, ratificaba miradas hagiogr-ficas que, en los noventa, consider-bamos un completo anacronismo. Pa-ra compartir lo que la obra dice noalcanza con identificarse como pero-nista, es necesario ser un peronista delos de antes, sentirse un nio pero-nista, inocente, crdulo y por ende,feliz. En sus contenidos hay una con-tundencia profunda y deliberadamen-te inactual.

    Y en este sentido, hay muchas di-ferencias entre Santoro y Favio quemerecen ser destacadas porque mues-tran matices posibles dentro de estacomn vuelta a 1945. El arte de San-toro deambula dentro de la obra delperonismo; Favio, en cambio, la reco-

    rre en lnea recta. Santoro busca dis-tintos centros, se mueve recuperandofragmentos, mientras que Favio adop-ta un nico eje la gua indiscutida dePern y construye sobre l una his-toria lineal, que da cuenta de toda lahistoria del peronismo y no slo delos aos peronistas. Pese a que nin-guno de los dos se propone realizaruna reconstruccin fiel de la historia,sino que ambos buscan los mitos delperonismo o de Pern, Santoro apelaa lenguajes artsticos prcticamenteconvencionales para representar losmitos y sueos, mientras que Favioencara una operacin mucho ms po-lmica al valerse del documental y dela manipulacin de imgenes de ar-chivo. Tales son los casos de las fil-maciones nocturnas del 17 de Octu-bre, del Cabildo Abierto del 22 deagosto, o de la marcha de las antor-chas tras la muerte de Evita, en loscuales el cineasta cre documentosvisuales que en el registro de los he-chos nunca existieron.

    Dejando de lado, no sin dificultad,la discusin sobre la legitimidad deestas operaciones dentro del marco deldocumental, para analizarlas en trmi-nos de manipulacin artstica de im-genes del pasado, observamos que elcine de Favio entabla una relacin ten-sa con su material, porque las imge-nes de archivo operan como un refe-rente duro que nunca deja de estar pre-sente. En el caso de la pintura deSantoro, el vnculo con los referenteshistricos, en cambio, es tan libre que,en algunos casos, la obra pierde partede su inters. Dicho de otro modo, pa-ra que estas imgenes nos interpelentienen que poder evocar dos tiempos(el de su recreacin en el presente y elde su sentido original en el pasado),explotando el potencial del anacronis-mo que les es constitutivo. En tal sen-tido, y slo en parte por exigencia delas distintas tcnicas artsticas, el ci-neasta se propone controlar con preci-11. Csar Aira, El tilo, Beatriz Viterbo, Rosa-rio, 2003, p. 10.12. Los fondos de la Fundacin Confederal fi-nanciaron dos aos de trabajo, que Favio consi-der insuficientes. Finalizada alrededor de 1998,la miniserie no fue exhibida como tal ni se estre-n comercialmente. En 2001 fue vendida en vi-deo por el diario Crnica y recin se exhibicompleta en televisin en marzo de 2002.

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    sin el tipo de operaciones que impri-me sobre el material histrico, mien-tras que el pintor prefiere la gua mslibre de su imaginacin.13

    Finalmente, como ya se ha plante-ado, la obra de Santoro concita mira-das mltiples; la de Favio, en cambio,provoca la indignacin del espectadorque no comparte su perspectiva. Enefecto, frente a un peronismo apto pa-ra gorilas se erige otro ortodoxo y ex-cluyente. Al mismo tiempo, en trmi-nos de perfiles artsticos, Santoro sepresenta como lo que la tradicin de-fini como un artista fcil rpido,fluido en su capacidad de produccin,receptivo y abierto en el estmulo a lapercepcin de su obra, mientras queFavio podra ser visto en este caso co-mo vanguardista, en tanto campen dela dificultad que entabla una relacintensa con su pblico. Su talento paraoperar con materias primas poco den-sas artsticamente o altamente conven-cionales, hace an ms fuertes sus ope-raciones y ms contundentes sus re-sultados. Por ejemplo, en los tramosfinales del film, con el trasfondo de laconflictiva y violenta poltica de losaos setenta, a las imgenes de un Pe-rn que, casi en el final de su vida,solloza emocionado por su retorno alpas, superpone la cancin Aquellossoldaditos de plomo de Vctor Here-dia (en rigor, fuertemente asociada acircunstancias histricas posteriores).Siguiendo el sentido del montaje, Pe-rn parece preguntarse, qu nos pa-s?/ qu ha pasado?/ qu traidor nosha robado la ilusin del corazn?:el film alcanza as un momento cul-minante, desencadenando poderosossentimientos en el espectador que pue-den consistir en una emocin intensao en una extrema exasperacin. Favioparece recuperar en clave vanguardis-ta un centro de la propaganda polticade los aos cuarenta: imgenes dul-ces, conmovedoras y unvocas parailustrar historias complejas y no pocasveces dolorosas. La propaganda de loscuarenta, trada de esta manera a losnoventa, tiene un efecto profundamen-te perturbador.

    Santoro y Favio, entonces, operande manera distinta sobre el materialhistrico, produciendo cruces diferen-tes, pero sobre todo paradjicos, entre

    lo esttico y lo ideolgico: en efecto,mientras que en el primer caso la es-ttica del sueo se ofrece a una inter-pretacin ms abierta o al menos msporosa del peronismo, en el segundola esttica de lo real, ms densa y pre-cisa en trminos estticos se apoya enuna visin excluyente y cerrada delperonismo en trminos polticos.

    Pese a sus diferencias, ambos ar-tistas tienen en comn el inters porlas imgenes de la propaganda, el cen-tro de la mirada puesto en la felicidadpopular, y la nostalgia. Ambos operansobre la premisa de la conciencia delcierre de un ciclo, con la muerte dePern, con la dictadura, o con el me-nemismo. Los lmites pueden variar,pero el peronismo que Favio o Santo-ro aoran es cosa del pasado. Ya nohay historia y todo lo que puede ha-cerse es preservar o fijar los aspectosmticos.14 Esta es, sin duda, una posi-cin dentro del peronismo, que, en tr-minos polticos, no es la dominantedesde los aos noventa, ni lo es eneste momento. Pero si es una posicinen el fondo poco funcional a la pol-tica y que no le sirve de mucho,15 ca-sa en cambio con un clima culturalms amplio que impregna miradas so-bre el peronismo histrico de las lti-mas dcadas.

    El sntoma Evita

    Tal nueva mirada tuvo un protagonis-ta privilegiado: Eva Pern, objeto pe-ro tambin gua de un cambio de mi-rada sobre el peronismo histrico. Amediados de la dcada del noventa sedesat la evitamana, fenmeno engran medida pero no slo mediticoque puso la figura en el centro de undebate cuyas coordenadas cambiaba al

    mismo tiempo, a travs de biografas,novelas, exposiciones, y sobre todo,pelculas. Con la Eva de los trajes ylas joyas se recuper tambin el gla-mour como instrumento de seduccinpoltica, explotado por el peronismode los aos cuarenta, pero olvidado enlas austeras imgenes de la Evita Mon-tonera o la iracundia de la grfica deRicardo Carpani en los setenta.

    Esta nueva presentacin de la fi-gura de Eva que, con variantes, com-parten films tan distintos como la Evi-ta de Alan Parker y la Eva Pern deDesanzo, encontr un lugar tambinen la pelcula de Favio, ya que las im-genes de su viaje a Europa glamour,multitudes exaltadas y xito polticointernacional ocupan un lugar exa-gerado dentro de la economa narrati-va del film. Distintos productos arts-ticos y culturales invitaron al pblicono tanto a aprender de Eva como adisfrutar de ella y, una vez ms, a ab-dicar frente a la seduccin de las im-genes del peronismo histrico. Un mo-mento dentro de esta historia fue laexposicin Las mil y una Evitas, or-ganizada en 1997 en el Palais de Gla-ce por la Secretara de Cultura de laNacin, conmemorando los cincuentaaos de la ley de voto femenino. Pesea que el tema era poltico un encuen-tro acadmico sobre el voto femeninose sum al evento, como lo not laprensa, lo ms atractivo de la exposi-cin fueron los vestidos y las joyas deEva Pern, a los cuales nunca se leshaba dado esta importancia destaca-da, y, en menor medida, la presenta-cin de una serie de interpretacionespictricas de la figura de Eva Pern,que inclua desde obras de Carlos Go-rriarena hasta las de Nicols GarcaUriburu, entre otros. All se realiz unade las primeras exhibiciones parciales

    13. Esta prdida de tensin se observa, sobretodo, en las obras de Santoro en las que tomacomo tema la ciudad peronista o en el gticotardoperonista urbano que prepara actualmente.En tanto el espectador encuentra que las nuevasimgenes guardan poca relacin con las del pe-ronismo histrico, se ve obligado a apreciarlasdesde un punto de vista diferente del que cons-tituy el centro de su obra en los ltimos aos.14. Para comprender la magnitud de este cam-bio, cabe comparar esta produccin con una delas obras de referencia de los aos sesenta ysetenta, La hora de los hornos, donde no slo

    no hay lugar para ninguna nostalgia de los aoscincuenta, sino que se los somete a crtica, por-que el verdadero peronismo est en el futuro yno en el pasado.15. Hay posibilidades de capitalizar aspectos deestas obras para la poltica. Tal es el caso de laobra de Santoro, leda por Vctor Santa Mara:El peronismo fue y ser, en definitiva, unaexpresin transformadora de la realidad, mien-tras mantenga viva su capacidad de sorprender,de romper los moldes preestablecidos. Mientrassiga siendo una apuesta a la originalidad. EnDaniel Santoro, op. cit., p. 8.

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    de la pelcula de Favio; en cambio,an no estaba presente Santoro, comos lo estara en otra exposicin organi-zada por la Cancillera en 2002, den-tro de la misma tnica esttica: EvaPern, imgenes de una pasin. Eseao se inaugur el Museo Evita quees una consecuencia directa del cam-bio de visin. En efecto, en un esce-nario que habla por s mismo del va-lor de la esttica en la configuracinde las polticas sociales de la Funda-cin Eva Pern, el petit-hotel neoco-lonial ubicado en un sector privilegia-do de la ciudad y adquirido en 1948para albergar un hogar de trnsito, secombinan los trajes, las joyas y lasfotos de Eva Pern, y los objetos de laFundacin, desde muebles hasta vaji-lla o pelotas de ftbol. Finalmente, in-corpora tambin obras artsticas quetoman a Eva o al peronismo como cen-tro.16 En rigor, la historia que narra elmuseo no aporta ideas nuevas a lastradicionales biografas de Eva y a da-tos muy conocidos sobre la Fundacin;lo novedoso son las imgenes y losobjetos y su capacidad de evocacin,que supera las palabras, sobre todocuando ellas son las previsibles. Co-mo las de la propaganda de los PlanesQuinquenales o las de las alegoras dela ilustracin de los aos cuarenta, sonimgenes de la acumulacin, de la re-dundancia y del exceso, aquellas ca-ractersticas del peronismo histricoque el peronismo combativo de losaos sesenta y setenta haba elegidoolvidar: lo que se rescata es el pero-nismo de la felicidad, el lujo, el des-

    pilfarro y la abundancia, que ya noson pecados sino formas de la feli-cidad. Con las imgenes de los aoscuarenta vuelve un peronismo cuyocentro no est en la lucha, ni en laliberacin nacional, sino que pone elacento en la paz, en la administracindel estado, la creacin y distribucinde riqueza.

    Los cambios en la visin de EvaPern, entonces, constituyeron snto-mas de un cambio de clima culturalen la aproximacin al peronismo his-trico, pero tal visin renovada tam-bin constituy una gua para profun-dizar relecturas del perodo. En los l-timos aos, una serie de trabajosacadmicos da cuenta de un intersrenovado por el estudio de las imge-nes, que si bien tiene motivaciones es-pecficas en el desarrollo de la histo-riografa y de la investigacin histri-ca, entra en relacin con un interssocial ms amplio, que excede al pro-pio peronismo y que hemos tratado dedelinear aqu.17 Aunque este campo ex-pande los estudios sobre el peronis-mo, el avance de la apelacin a la ima-gen presenta riegos. En tal sentido, de-bemos volver a la idea de la traicinde las imgenes. Jeffrey Herf, en Elmodernismo reaccionario, previenesobre los estudios referidos a la est-tica fascista, con advertencias quebien podemos aplicar al renovado in-ters por la imagen en el caso del pe-ronismo: por el hincapi y los erro-res de omisin [esos estudios] podranllevar al lector a pensar que el nacio-nalsocialismo era primordialmente una

    16. El museo est ubicado en Lafinur 2988. Al-berga el Instituto Nacional de InvestigacionesHistricas Eva Pern y depende de la Secretarade Cultura de la Nacin. Inaugurado hace cuatroaos, segn datos de prensa, el 90% de sus vi-sitantes es extranjero. Las estrellas de la colec-cin son los vestidos de Eva. Eva, imn para elturismo, La Nacin, 27 de enero de 2007.17. Me refiero, en trminos amplios y entre otrosestudios y eventos, a recopilaciones grficas co-mo la de Guido Indij, Pern mediate. Grficaperonista del perodo clsico (2006), libros co-mo los de Marcela Gen, Un mundo feliz. Im-genes de los trabajadores en el primer peronis-mo (2005), Rosa Aboy, Viviendas para el pue-blo. Espacio urbano y sociabilidad en el barrioLos Perales, 1946-1955 (2005), Anahi Ballent,Las huellas de la poltica. Vivienda, ciudad,peronismo en Buenos Aires, 1943-1955, y alencuentro El peronismo, polticas culturales(1946-2006), organizado por investigadores dela University of Southern California, PrincetonUniversity y la Fundacin Palenque Rugendas,en Buenos Aires en agosto de 2006.18. Jeffrey Herf, El modernismo reaccionario.Tecnologa, cultura y poltica en Weimar y elTercer Reich, Mxico, 1990 (Cambridge, 1984),p. 501.

    exhibicin artstica bien financiada.18Si lo que buscamos no es consolidarmitos polticos sino producir conoci-miento histrico, el arte y las imge-nes son guas necesarias y sugerentespero tambin pueden ser engaosas,cuyo nico control posible consiste enpensarlas insertadas profundamentedentro de la trama social y polticaque les dio origen.

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    De vuelta al futuro con el Eternauta

    Pablo Francescutti

    La nieve mortal. Hace medio siglo,una extraa nevada comenz a caersobre Buenos Aires; mejor dicho: enseptiembre de 1957 alguien se la ima-gin blanqueada por copos fosfores-centes. En ciudades donde muy raravez nieva, una precipitacin de ese ti-po suele llegar como una dicha; peroen esta ocasin no ocurre as: la nieveque desciende sobre la capital de lanacin mata a quien toca; en vez dedesatar una algaraba callejera arrinco-na a la gente en sus hogares y desarti-cula el cuerpo social de la Argentina.

    Al mismo tiempo que Hctor Ger-mn Oesterheld haca caer los letalescopos en El Eternauta, un polvo de

    la muerte llova sobre los pescadoresjaponeses, cubra las aldeas isleas delPacfico y rociaba a las tropas de ma-niobras enviadas a los crteres de lasbombas H en Nevada. Arreadas porlos vientos, las cenizas radiactivas ge-neradas por las explosiones termonu-cleares de soviticos y estadouniden-ses se depositaban en todo el orbe. Enaquel ao haba pocos lugares dondeno se oyera el crepitar de los contado-res Geiger. Un pnico contagioso seexpanda por el mundo; se culpaba alas pruebas nucleares de las sequas yde las inundaciones, de los bebs de-fectuosos y de las muertes por cncer.Hoy cuesta hacerse una idea de aquellaconmocin. Desde el mensaje navide-o de Po XII al llamado mundial delNobel de la Paz Albert Schweitzer, seelevaba un clamor sin fronteras.

    La lluvia radiactiva desencadenla protesta anti-nuclear, la ms poten-te contestacin a la alta tecnologa dela que tengamos memoria, y a la vezuno de los mayores movimientos so-ciales del siglo XX. Pero hubo unaexcepcin: Amrica Latina. Sus habi-tantes se mantuvieron al margen de larepulsa promovida por los pases noalineados de frica, Asia y Oceana,como si pensaran que la cosa no lesconcerna. A falta de estudios sobrelos motivos de esa despreocupacin,slo podemos conjeturar factores in-hibitorios como la vigencia del cultoal progreso, el positivismo de las li-tes locales, el peso nulo de la doctrinapacifista, la mstica de la industriali-zacin, la penetrante propaganda esta-

    Sinopsis: Un guionista de historietasrecibe en su chalet de Vicente Lpezla visita de un viajero del tiempo. ElEternauta as dice llamarse le con-fa una odisea personal que arranca-r pocos aos ms adelante, cuandouna invasin aliengena se precipitesobre Buenos Aires. La heroica re-sistencia de los porteos poco podrhacer contra el podero aplastante delinvasor. Acorralados, el Eternauta ysu familia lograrn escapar huyendohacia atrs en el tiempo; regresanas a la situacin previa al desastreque se cierne inminente sobre los ar-gentinos.

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    dounidense de Atomos para la Paz y,en nuestro caso, el nacionalismo tec-nolgico patente en la apuesta de Pe-rn por convertir el pas en una poten-cia nuclear; una jugada que, pese alfiasco de Richter, cuaj en un progra-ma pionero en la regin.

    Destacamos la excepcin latinoa-mericana porque en El Eternauta lacatstrofe ostenta la marca del tomo.De entrada, sus personajes atribuyenla misteriosa nevada a los ensayos enel Pacfico (Cundo terminarn esasexplosiones?, pregunta uno. Elhobby de ellos es ms peligroso queel nuestro). Aunque luego descubri-rn que se trata de un bombardeodel espacio exterior, el error dice mu-cho del clima en que se gest la obra.El chalet de Juan Salvo, el Eternauta,funciona como un refugio nuclear ca-sero. Su amigo Favalli es profesor deFsica, la disciplina que cree poseerlos arcanos del Universo. Finalmente,Buenos Aires, cabecera de la invasiny blanco de los misiles lanzados des-de el Norte contra los aliengenas, de-saparecer en el hongo atmico pro-vocado por el fuego amigo. La som-bra del miedo nuclear se proyecta hastala versin novelada de 1962, en la hu-da a travs del tiempo del Eternauta,que lo arroja en Hiroshima, justo parapresenciar el estallido de la bomba A.

    Las alusiones conectan la serie pu-blicada en la revista Hora Cero, conlos comics, novelas y pelculas de te-mtica similar producidas en la dca-da del cincuenta en Estados Unidos yJapn, tematizando las ansiedades cre-adas por las radiaciones. El pnico ala polucin atmica, la desconfianzaen el arsenal apocalptico promovidopor cientficos y militares, y el miedoa la Tercera Guerra Mundial no ten-an cabida en el discurso oficial, tec-nocrtico y optimista. Los temas tabslo hallaban acomodo en los bajosfondos de la cultura de masas, ampa-rados por su estatuto irrisorio.

    Puede predicarse lo mismo denuestra historieta ms clebre? ElEternauta en lugar de Godzilla y delos fantasmas de lo nuevo de RayBradbury? Descubrir en la aniquila-cin de Buenos Aires el pavor de unpas perifrico a terminar en medio delfuego cruzado de las superpotencias?

    Aflora en el Armagedn porteo unmalestar inarticulado en el discurso p-blico? Tomar nota de que algo de esoest presente, no implica encasillarseen una lectura en clave nuclear anta-gnica con las interpretaciones polti-cas al uso (como si no fuera polticala protesta que amenazaba con parali-zar el armamentismo que sostena lahegemona estadounidense!); simple-mente restituye una dimensin revela-dora de que, bajo la indiferencia su-perficial, se agitaba una pesadilla quecomunicaba la cultura argentina con losgrandes terrores de la Era Atmica.

    La patria inventora. La inquietud di-seminada aqu y all no empaa laconfianza en la tcnica que exuda laobra. Si sus protagonistas se las arre-glan para sobrevivir se lo deben porentero a su inventiva. En claro paran-gn con las soluciones ingeniosas dela industria nacional, ellos solos seconfeccionan su refugio, su contadorGeiger y sus trajes aislantes. Por for-tuna la catstrofe los sorprende en supunto de encuentro habitual: el tallerdel altillo en el que juegan a inventarcosas. A este grupo de hobbystas com-puesto por un cientfico, un fabricantede transformadores, un loco por laelectrnica y un luthier aficionado, letocar plantar cara a los invasores delespacio.

    Los aficionados a los hobbies pro-liferaban en la Argentina de aquellosaos. En ellos reconocemos el linajede los inventores estudiados por Bea-triz Sarlo en su libro La imaginacintcnica. Presencia conspicua en la cul-tura popular de la dcada del veinte,el mundillo de los sabios plebeyos senutra de autodidactas salidos de la in-migracin, cuyos desvelos por la in-vencin fabulosa que los arrancara dela pobreza colorean los textos de Ro-berto Arlt. En los aos cuarenta y cin-cuenta, sus sucesores alcanzan una po-sicin ms desahogada, asentada en elauge de la educacin tcnica y de laindustria liviana, y en la autarqua eco-nmica, que estimul la imitacin delas tecnologas faltantes. Argentina seha convertido en un pas de invento-res amateurs, y Juan Salvo es uno deellos.

    Aficionados similares abundaban

    en los pases desarrollados. De losfranceses, Cline nos dej una memo-rable estampa en Muerte a crdito. Delos estadounidenses, conocemos sugusto por las revistas de mecnica yelectrnica popular, cuna de la scien-ce-fiction. El nuevo gnero literario re-clut a sus lectores y autores entre ado-lescentes, trabajadores especializadosy tcnicos subalternos, a quienes ha-ca vivir la gran aventura de la cienciapor procuracin (Viajes espaciales dejvenes intrpidos! Monstruos venu-sinos fulminados con un lanzarrayoscasero! Mecnicos de Minesotta ca-sados con princesas de Marte!). Al va-lorizar los saberes prcticos de sus lec-tores, esas narraciones pueriles, ade-ms de entretenerlos, reafirmaban suautoestima.

    En Estados Unidos tales fantasastenan un asidero en la trepidante in-novacin; en Argentina los sueos demodernidad apenas hacan pie en unmedio poco industrializado y tecnol-gicamente dependiente. Pero esa dife-rencia no interpone un obstculo al de-sarrollo de un imaginario futurista;progreso tcnico y literatura de antici-pacin no guardan una relacin de cau-sa y efecto. Los futurismos ruso e ita-liano prueban que la combinacin deuna industrializacin incipiente conuna intelligentsia inflamada de utopis-mo tecnolgico puede incubar desen-frenadas fbulas cientficas.

    En Argentina no exista una inte-lectualidad con inclinaciones semejan-tes, y s una masa de tecnfilos deextraccin popular. En qu medidaeste sector sirvi de sustrato a la im-plantacin de la ciencia ficcin? Asun-to difcil de dilucidar, toda vez que lacultura de masas de los aos cincuen-ta apenas ha sido estudiada. Nos fal-tan datos de las audiencias del gneroen sus distintos formatos: Flash Gor-don y otros comics parecidos publica-dos en Patoruz y El Tony; la revistade relatos Ms All (Editorial Abril,1953-57); la editorial especializada Mi-notauro, que comienza en 1955 conCrnicas marcianas; o las historietasde Editorial Frontera (1957-62), ElEternauta entre ellas. Tales publica-ciones pusieron a la Argentina a lacabeza de la edicin y del consumode science-fiction traducida al caste-

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    llano. Se constituy entonces una vas-ta comunidad de lectores, insuficien-temente abastecida por unos pocos au-tores locales, entre los que se contabaOesterheld, un gelogo devenido di-vulgador y guionista de historieta.

    As las cosas, una manera de co-nocer al pblico de El Eternauta esdeducirlo del lector modelo implcitoen el texto. Por esta va vemos perfi-larse un pblico de apasionados por laelectrnica y, en especial, por la ra-diofona (todo pasa por la radio: lasnoticias y la celada del invasor); dediletantes capaces de hacer una naveespacial con dos tornillos y un alam-brecito, segn deca Miguel Briante;de corazones escindidos entre el te-mor a las artes de la destruccin ma-siva y la devocin por los transistoresy el soldador; de autodidactas destina-tarios de los anuncios que ofrecan to-da clase de formacin tcnica por co-rrespondencia; de inventores de barriocomo Juan, el pequeo industrial, elprofesor Favalli, Franco, el obrero ma-oso, el jubilado Polsky y Herbert, elbancario: un repertorio de tipos popu-lares depurado de los sabios estrafala-rios de entreguerras (la marca de laprosperidad lograda en la poca pero-nista).

    A todos estos devotos de un gne-ro menor Oesterheld les suministraaventuras extraordinarias; y les rindeun doble homenaje a travs de Fran-co, el tornero que se hizo un traje ais-lante gracias a sus lecturas de histo-rietas y novelas de ciencia ficcin; y,sobre todo, al asignar a sus pares lapatriada de defender el pas de un ata-cante todopoderoso.

    La guerra de los mundos en versincriolla. Las deudas de El Eternautason mltiples, comenzando por las no-velas de H. G. Wells, La mquina deltiempo (1895) y La guerra de los mun-dos (1898); siguiendo con la adapta-cin radiofnica de la segunda por Or-son Welles (1938); y con las pelculasy narraciones de ciencia ficcin pro-ducidas en el hemisferio norte durantelos aos cincuenta, donde encontramosplatillos voladores (The War of theWorlds, 1953); glndulas del terror(Invaders from Marte, 1953); lava-dos de cerebro (Invasion of the Body

    Snatchers, 1956); un emisario llegadopara alertar sobre algn peligro en cier-nes (The Day the Earth Stood Still,1951); el escudo de fuerza (This Is-land Earth, 1955); cascarudos gigan-tes (la novela de Robert A. Heinlein,Starship Troopers, 1951); y el mons-truoso modelo de los gurbos (Godzi-lla, 1954).

    El compendio de tpicos delata unaciencia ficcin de segundo grado, ges-tada no en la experiencia directa de larevolucin tecno-cientfica sino en elconsumo de noticias, filmes y narra-ciones extranjeras (las traduccionesque publica Ms All del material dela revista estadounidense Galaxy). Eltalento de Oesterheld engarza los cli-chs importados en una trama origi-nal. Ahora bien, en qu consiste suoriginalidad?

    Detengmonos en la invasin. Si-tuado en las antpodas del otro tropodel gnero el viaje espacial, rebosan-te de euforia tecnolgica, el ataqueextraterrestre expresa variadas apren-siones: H. G. Wells lo interpret bajoel prisma del colonialismo al compa-rar a los britnicos masacrados por losmarcianos con los tasmanios aniquila-dos por los ingleses; Orson Welles lorecort contra el horizonte de unconflicto con el Eje; las versiones deHollywood oscilaron entre la defensadel rearme estadounidense y la inquie-tud suscitada por la racionalidad ins-trumental asociada a los extraterrestres.

    Y El Eternauta? Qu declinacinhace de la agresin del espacio exte-rior? Encontramos un principio de res-puesta en las estrategias de nuestra in-dustria cultural. Recordemos que enlos aos cincuenta transcurri la EdadDorada de la historieta, en particulardel segmento para adultos. A fines deesa dcada, unas 70 revistas vendanun total de 1.300.000 ejemplares men-suales; de las seis ms vendidas, cin-co eran nacionales (El Tony, Interva-lo, DArtagnan, Patoruzito, Patoruz)y una extranjera (El Pato Donald). Es-ta industria pudo competir con el co-mic made in USA mediante una am-pliacin de lo ofrecido por la historie-ta nacional. Intervalo lo consiguiadaptando clsicos literarios. Otras pu-blicaciones apostaron por nacionali-zar la aventura frmula acuada por

    Juan Sasturain, a cuya crtica impres-cindible debemos los marcos de refe-rencia de este anlisis, incorporandolas historias de piratas (Hernn el Cor-sario), de super hroes (Vito Nervio),de cowboys (Cisco Kid), y de cienciaficcin (El Eternauta). Del centro a laperiferia se encadenan traducciones ynacionalizaciones: la science-fictionvuelca el scientific romance europeoa la cultura de masas estadounidense;Oesterheld se apropia de sta y la tor-na masiva y argentina.

    Sospechamos que en la eleccindel tema de la invasin intervino unmotivo adicional: la oportunidad queofreca de paladear el sublime post-moderno. A diferencia del sublimekantiano, referido al miedo reveren-cial originado en el despliegue de lasfuerzas naturales, el sublime postmo-derno alude a la destructividad hightech, fuente de una experiencia senso-rial fuera de medida que avasalla alindividuo. Como lo indic Susan Son-tag, la guerra de los mundos, juntocon el cine-catstrofe, se especializaen su fruicin. El deleite que suscitala voz de Orson Welles al pasear a losestremecidos oyentes por la Manhat-tan despoblada tras el ataque marcia-no o la fascinacin visual por la muertede las ciudades, la calamidad absolutay la belleza del hongo atmico ofreci-das por la Serie B, tienen su correlatoen el estupor sentido ante la desiertaurbe rioplatense, las calles de rbolespelados, la cancha de River converti-da en campo de batalla, la gran explo-sin final: en suma, el espectculoinaudito de la destruccin mitolgicade Buenos Aires. El Eternauta pro-porciona a los argentinos la primiciade un estremecimiento nuevo.

    Robinsonadas. El Eternauta, inicial-mente, fue mi versin del Robinson.La soledad del hombre, rodeado, pre-so, no ya por el mar sino por la muer-te. Tampoco el hombre solo de Ro-binson, sino el hombre con familia,con amigos. Por eso la partida de tru-co, por eso la pequea familia queduerme en el chalet de Vicente L-pez, ajena a la invasin que se viene,dijo Oesterheld. A primera vista, laalusin al hroe de Defoe no viene acuento. Qu tiene en comn el indi-

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    viduo capaz de reconstruir la civiliza-cin a base de trabajo duro, fe protes-tante y sabidura prctica, con los nu-fragos del Apocalipsis nuclear? Slola calamidad inicial y un cdigo ad-nico (Barthes), que en el ingls pasapor la carpintera y los oficios tradi-cionales y en los argentinos, por elbricolaje de ferretera. En todo lo de-ms media un abismo; a uno le aguar-da un mundo virgen por colonizar; alos otros, apenas un hogar que salvarde la hecatombe planetaria.

    Con todo, hay un punto ms decontacto: como en Robinson Crusoe,en El Eternauta no faltan los canba-les. Figura que condensa el impulsohumano de auto-destruccin, el cani-balismo toma aqu la forma de fratri-cidio. El pensamiento conservador sos-tiene que la catstrofe, lejos de fomen-tar la solidaridad, instaura la ley de lajungla; y as ocurre en este BuenosAires de pesadilla. La trama se demo-ra en las vicisitudes del padre de fa-milia obligado a defenderse de sus ve-cinos, pero luego se aparta de ese lu-gar comn al mostrar cmo Juan y lossuyos, lejos de postrarse ante el Le-viatn, afirman su autonoma y repe-len la jaura humana con sus propiosmedios. El espectro de la antropofa-gia se desplaza a los cascarudos quedevoran a sus congneres cados elsigno de su naturaleza atroz; retornacuando los resistentes, confundidos porel enemigo, se disparan mutuamente;y se materializa en el combate con loshombres-robots (los cautivos del in-vasor). No por capricho la nica refe-rencia de Juan a la poltica de la po-ca alude a un enfrentamiento intesti-no: Pensar que hace apenas unosaos la gente pasaba por aqu gri-tando laica o libre, y Favalli repli-ca: Ojal no tuviramos otro pro-blema que la libre o laica!. He ah lamarca de los amagos de guerra civilen 1955 y de la persistente fracturapoltica bajo la Libertadora.

    La peor desgracia, pues, consisteen la divisin de los argentinos. Cabepreguntarse entonces, qu represen-tan los invasores? Se hace arduo con-testar esa cuestin, vista la escurridizandole de los Ellos, los artfices de lainvasin. Deca Nicols Rosa que laoriginalidad de El Eternauta estriba

    en que el Mal no se deja ver, y que deall deriva su atractivo y su polisemia.De los Ellos no se sabe nada; no vie-nen de Marte ni de ningn astro cono-cido; son el Odio csmico. Sus es-birros, los Manos macroenceflicos,estereotipo de la extrema cerebralidad,encarnan la perversin del poder inte-lectual unido a la tcnica avanzada; ylos hombres-robots, la deshumaniza-cin inducida por la modernizacin.De sus amos no tenemos ms que unpronombre, la denominacin elegidapor la Serie B para la Otredad radical.

    La produccin anterior de Oester-held nos proporciona algunas pistas,en especial sus historietas blicas. LaSegunda Guerra Mundial dej unafuerte impronta en la ficcin cientfi-ca (an visible en los filmes de Spiel-berg), y Oesterheld no escapa a su in-flujo. Su repugnancia por las matan-zas coexiste con una atraccin por elfragor de las batallas, circunstanciaepifnica que le revela al hombre su

    esencia autntica. De all saca inspira-cin para su guerra de los mundos: elansia de conquista del Eje reapareceen los Ellos; el reconocimiento de suspersonajes del costado bueno del sol-dado enemigo, se prolonga en la em-pata de Juan con el Mano, carne decan extraterrestre; el anhelo frater-nal que vibra en sus aventuras en elfrente reverbera en el humanismo cs-mico que opone a los Ellos. En ElEternauta el antifascismo de los aoscuarenta se mezcla con el recelo deposguerra ante la regimentacin tec-nocrtica.

    En el cine de invasiones, apuntabael crtico Peter Biskind, lo importanteno pasa por la identidad del enemigosino por el liderazgo que emerge en lanacin atacada. Cientficos y milita-res; jvenes y adultos; simples ciuda-danos y burocracia estatal; liberales yconservadores, se disputan en las pe-lculas la conduccin del pas en peli-gro. Qu liderazgo propone El Eter-

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    nauta? Sin lugar a dudas, el constitui-do con los restos del ejrcito manda-dos por un mayor y un puado de so-brevivientes. La analoga con la gestalibertadora es evidente: Estamos vi-viendo algo as como unas nuevas in-vasiones inglesas. Los prximos com-bates sern recordados como los deMaip y Chacabuco, compara un per-sonaje. Vanas ilusiones. El golpe au-daz de Juan y Franco al cuartel ene-migo no evita el aplastante contraata-que. Deshecha la resistencia, Juan slopiensa en escapar con Elena y Marti-ta, su mujer e hija. Un bucle temporallo trae de vuelta al hogar: el cierre enfalso de una historia que amenaza conrepetirse. El retorno deja al hroe am-nsico. Alertar al pas de lo que seviene queda librado al narrador, y supregunta Se podr evitar esto publi-cndolo?, pone un fin inquietante ala narracin.

    De poco han valido las artes mili-tares, las tcticas de guerrilla, la im-provisacin afortunada. La alianza delejrcito sanmartiniano y el pueblo en-cabezado por los hobbistas acaba enuna dbcle. Cuesta ver una pica an-tiimperialista en el triunfo irrevocabledel imperio; cuesta identificar al ene-migo, borroso y multiforme. Cul esla moraleja, si la hay? Se dira que,ms que una receta poltica, al autorle interesa una propuesta tica centra-da en el hombre comn puesto en unasituacin lmite. Rastreamos la influen-cia de la prosa democrtica y populis-ta del periodismo de guerra estadou-nidense. Del herosmo del soldado Joe,de la camaradera forjada entre las ba-las, de la unidad nacional conseguidabajo el apremio de la adversidad, Oes-terheld saca los ingredientes para in-sertar en el corazn del futuro desas-tre la utopa de la amistad y la lealtad,atravesada por ramalazos existencia-listas.

    A la historia de nuestros miedosEl Eternauta aporta un documento ina-preciable. Aunque sus temores son di-fusos como el Mal que los representa,los simbolismos estn a flor del textoy no se precisa un esfuerzo herme-nutico para identificar las inquietu-des que rondaban a los argentinos: elriesgo atmico, la vida despersonali-zada, el avasallamiento externo, el des-

    garro interno. Y junto a ellas, las hue-llas del vaivn entre el deseo de aisla-miento hogareo y el impulso socia-ble; entre la desconfianza en el prji-mo y el anhelo de un Nosotrosinclusivo; entre la salida individual ylas soluciones colectivas.

    Del hroe grupal al superhroe. Oes-terheld reescribi varias veces la con-tienda entre los argentinos y los alie-ngenas: en 1968, con El Eternautapublicado en la revista Gente con di-bujos de Alberto Breccia; en 1970, conla primera versin de La Guerra delos Antartes editada en la revista 2001y dibujada por Napo; en la segundaversin dibujada por Gustavo Trigo ypublicada en 1974 por el diario mon-tonero Noticias en el medio se ubicasu biografa del Ch para Jorge lva-rez, prohibida por los militares en1969. Todas concluyen de igual mo-do: con la victoria del enemigo delespacio exterior.

    Las sucesivas versiones corren pa-rejas a la radicalizacin del guionista.Briante ya seal los paralelismos en-tre Oesterheld y Rodolfo Walsh, dosintelectuales activos en campos cultu-rales llamados menores (la historie-ta y el periodismo) que, partiendo deposturas antiperonistas, confluyen enMontoneros. De ese periplo la sagadel Eternauta ofrece un impresionantetestimonio. Su arranque muestra a uncreador de orientacin socialista alar-mado por el abismo poltico abiertoentre los argentinos. El siguiente esta-dio se distingue por un viraje en supensamiento, palpable en los retoqueshechos a la versin de Gente dirigidosa imprimir en los Ellos (esta vez s)los rasgos odiosos del imperialismoyankee. En la ltima etapa la del com-promiso militante, el guionista da unavuelta de tuerca al argumento al de-nunciar el contubernio de los gobier-nos sudamericanos con el atacante (Laguerra de los Antartes, de 1970) y sepermite un momento utpico persona-lizado en el grone Andrada, el lderpopular que elige inmolarse en el bal-cn de la Casa Rosada antes que ren-dirse a los aliengenas (versin de1974).

    Su toma de partido parece dictarlea Oesterheld la necesidad de una re-

    vancha que otorgue el triunfo a losargentinos. Tal es el sentido de ElEternauta II, publicado en 1976-77 porEdiciones Record, de nuevo con dibu-jos de Solano Lpez. En esa ocasinel mensaje antiimperialista se troca enmanifiesto antidictatorial y, desaper-cibidamente, en plena dictadura mili-tar, guionista y dibujante nos trasla-dan a una pampa post-nuclear que seextiende donde se alz Buenos Aires.All llega un Eternauta dotado de po-deres sobrehumanos con una misin:organizar el alzamiento del Pueblo delas Cuevas descendiente de los so-brevivientes de la invasin contra elejrcito de ocupacin Ello. Al preciode una sangrienta insurreccin, el via-jero del tiempo, seguido por la juven-tud troglodita (los descamisados delmaana), logra expulsar definitivamen-te al invasor.

    En ese escenario irrumpe el sosasdel autor, el guionista Germn, en elpapel de segundn del hombre nuevode dientes apretados en que ha deve-nido Juan Salvo. Hay algo conmove-dor en este historietista que se enrolaen una organizacin armada junto consu personaje, al lado del cual trota ja-deando; hay algo admirable en su em-peo por luchar desde la clandestini-dad, a la manera de esos guionistasproscriptos por el maccartismo, quebajo seudnimo urdan narracionescontra la Guerra Fra, la xenofobia yla caza de brujas; hay mucho de esca-lofriante en las zozobras de Germnfrente a la resolucin del Eternauta desacrificar a Elena y Martita en aras dela victoria, mxime cuando el autorya haba perdido una hija a manos dela represin; e intuimos algo ominosoen la reunin final de Germn con Juanen la Argentina de 1977, decididos asalvar el presente, muy poco antes deque al autor lo secuestraran y asesina-ran unos marinos de la ESMA, quehasta hoy siguen impunes.

    El hroe verdadero de El Eter-nauta es un hroe colectivo, un grupohumano, dijo una vez Oesterheld.Refleja as, aunque sin intencin pre-via, mi sentir ntimo: el nico hroevlido es el hroe en grupo, nunca elhroe individual, el hroe solo. Contal declaracin de intenciones sorpren-de que la saga se decante por el de-

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    nostado hroe individual. Resulta pa-radjico, adems, que el protagonis-mo grupal coincida con la apuesta delautor por el integracionismo frondi-zista (Sasturain); mientras que la horadel superhroe se corresponde con suadhesin al socialismo nacional (aun-que la paradoja no es tal contempladaa la luz de la mitologa elitista del com-batiente). Las exigencias de la estti-ca panfletaria llevan al guionista a re-futarse a s mismo mediante el mani-quesmo mesinico de la segunda partede El Eternauta (sintomticamente, elEllo pierde su cualidad informe y apa-rece como una maligna nube negra).La tesis del valor artstico de la nega-tividad encuentra aqu una confirma-cin: el canto a la lucha armada vic-toriosa nos parece artsticamente muyinferior a la prodigiosa crnica de laderrota.

    La imaginacin futurista. El Eter-nauta emite un deslumbrante destellode imaginacin futurista en un pasmuy falto de ella. Cuando fue publi-cado nuestra literatura inclua pocasformas emparentadas con lo maravi-lloso cientfico: adems del cambala-che modernista de ocultismo y cienciapositiva (Holmberg, Lugones, Quiro-ga), estaban las obras de Bioy Casa-res, que prefera la ms respetable eti-queta de literatura fantstica. Bor-ges, pese a su admiracin por Wells yBradbury, prefiri los mundos alter-nos de la especulacin lgica; y Arltse detuvo con sus sabios locos en laantesala del gnero. La eclosin de la

    ciencia ficcin que no teme llamarsepor su nombre se demor hasta fina-les de los aos cincuenta, con las no-velas y cuentos de Eduardo Goli-gorsky, Emilio Rodrigu y Alberto Va-nasco, sin que ello implicara undespegue.

    El raquitismo de n