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OCTUBRE 2016 NUEVAS MIRADAS, VIEJOS PROBLEMAS- CLASE 3 Módulo: Nuevas miradas, viejos problemas: revolución, independencia y guerras civiles en los orígenes de la nación argentina (1806-1880). La Revolución de Mayo en el marco de la crisis de la monarquía española (1806-1810). ¡Hola a todas/os! En esta clase vamos a estudiar el proceso que desembocó en la Revolución de Mayo de 1810. Para ello comenzaremos explicitando cuál es nuestro enfoque que, en cierto modo, ya está anunciado en el título. Pero antes, les proponemos hacer un breve repaso de las principales cuestiones trabajadas hasta aquí: en la primera clase analizamos cómo se construyó la interpretación que predomina en nuestra sociedad y según la cual la Revolución debe entenderse como expresión de la nacionalidad argentina oprimida por el dominio colonial. También señalamos los cuestionamientos que esta explicación recibió en los últimos años al plantearse que, en ese entonces, no existía dicha nacionalidad ni sectores que la expresaran, y cuyos intereses hubieran hecho necesaria la ruptura con la metrópoli. En líneas generales, la explicación que hoy día tiene más consenso entre los historiadores sostiene que las revoluciones de independencia americana se gestaron en el marco de una profunda crisis que envolvió a la monarquía española y que, a comienzos del siglo XIX, provocó su desmembramiento. Como recordarán, esta era también la interpretación que hacían los protagonistas de la Revolución. Las tradicionales explicaciones en clave nacional no excluyen en su relato a la crisis monárquica, expresada, por ejemplo, en las “noticias de España” que dieron inicio a la “semana de mayo”. Pero en ese marco interpretativo, a la crisis solo se la puede considerar como una excusa aprovechada por los revolucionarios, como el contexto de la Revolución, como su detonante o como una “causa externa”. Nuevamente podemos ver el peso que tiene la hipótesis sobre la preexistencia de la Nación

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OCTUBRE 2016

NUEVAS MIRADAS, VIEJOS PROBLEMAS- CLASE 3

Módulo: Nuevas miradas, viejos problemas: revolución,

independencia y guerras civiles en los orígenes de la nación

argentina (1806-1880).

La Revolución de Mayo en el marco de la crisis de la

monarquía española (1806-1810).

¡Hola a todas/os!

En esta clase vamos a estudiar el proceso que desembocó en la Revolución de Mayo

de 1810. Para ello comenzaremos explicitando cuál es nuestro enfoque que, en

cierto modo, ya está anunciado en el título. Pero antes, les proponemos hacer un

breve repaso de las principales cuestiones trabajadas hasta aquí: en la primera

clase analizamos cómo se construyó la interpretación que predomina en nuestra

sociedad y según la cual la Revolución debe entenderse como expresión de la

nacionalidad argentina oprimida por el dominio colonial. También señalamos los

cuestionamientos que esta explicación recibió en los últimos años al plantearse que,

en ese entonces, no existía dicha nacionalidad ni sectores que la expresaran, y

cuyos intereses hubieran hecho necesaria la ruptura con la metrópoli. En líneas

generales, la explicación que hoy día tiene más consenso entre los historiadores

sostiene que las revoluciones de independencia americana se gestaron en el marco

de una profunda crisis que envolvió a la monarquía española y que, a comienzos

del siglo XIX, provocó su desmembramiento. Como recordarán, esta era también la

interpretación que hacían los protagonistas de la Revolución.

Las tradicionales explicaciones en clave nacional no excluyen en su relato a la crisis

monárquica, expresada, por ejemplo, en las “noticias de España” que dieron inicio a

la “semana de mayo”. Pero en ese marco interpretativo, a la crisis solo se la puede

considerar como una excusa aprovechada por los revolucionarios, como el contexto

de la Revolución, como su detonante o como una “causa externa”. Nuevamente

podemos ver el peso que tiene la hipótesis sobre la preexistencia de la Nación

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Argentina, pues es a partir de esta que se traza la línea de separación entre los

sucesos internos y los externos. Pero como vimos en la segunda clase, el Virreinato

del Río de la Plata no se presta con facilidad a esta identificación con la Nación

Argentina, pues era una estructura administrativa de reciente creación, que

abarcaba territorios y poblaciones heterogéneas a partir de las cuales se irían

construyendo nuevas comunidades políticas a lo largo del siglo XIX. La distinción

entre sucesos internos y sucesos externos podría utilizarse, entonces, para hacer

referencia a España y América. Pero no eran dos entidades disociadas. Aunque en

condiciones de desigualdad, pues una era la Metrópoli y la otra un territorio

colonial, integraban una misma estructura política: la Monarquía Española. Es por

ello que si en los primeros años del siglo XIX los criollos podían identificarse como

peruanos, cordobeses o salteños, además de lamentar la preeminencia de los

españoles europeos, lo cierto es que no dudaban en considerarse españoles

americanos, súbditos leales de la monarquía católica y, como tales, miembros de la

Nación Española tal como la vimos definida en la primera clase.

Lo que parece difícil de explicar es cómo pudo haber cambiado todo esto en tan

poco tiempo. Ese es, precisamente, uno de los objetivos que tiene esta clase y las

siguientes: analizar cómo la crisis de la monarquía se convirtió en un proceso

revolucionario que enfrentó a españoles y americanos, quienes proclamaron su

independencia tras años de luchas y crearon comunidades políticas organizadas

bajo principios novedosos. Esta semana nos concentraremos en la crisis, tomando

un período breve pero cargado de sucesos: el lustro que va de 1806 a 1810, vale

decir, entre las invasiones inglesas y la creación de la Junta de Gobierno. Como el

foco estará puesto en lo que sucedía a uno y otro lado del Atlántico, debemos tener

presente que las noticias tardaban meses en llegar desde Europa y, a veces, lo

hacían por canales no oficiales, en forma desordenada, que se prestaba a

confusiones; o se conocían todos juntos hechos ocurridos en distintos momentos.

En un contexto de crisis y de cambios abruptos, esto agravaba la incertidumbre y

dificultaba los posicionamientos y la toma de decisiones por parte de los distintos

actores involucrados en el juego político.

Entender lo acontecido en esos años requiere, por lo tanto, que sigamos de cerca a

los sucesos, que nos sumerjamos en el proceso, a fin de poder apreciar los dilemas

y desafíos que enfrentaban los actores y las alternativas que iban surgiendo a

medida que avanzaba la crisis y se producían nuevos acontecimientos, algunos de

ellos inesperados e inimaginables para los contemporáneos. Es por eso que esta

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será una clase enfocada en el relato de los hechos y su estructura será más

narrativa que analítica.

España: entre Francia e Inglaterra

Al comenzar el siglo XIX, España mostraba signos de una creciente debilidad que

pronto se transformó en una aguda crisis política y económica. Si bien las Reformas

Borbónicas habían producido algunos logros, estos fueron insuficientes para

convertir a España en un centro productivo y comercial capaz de abastecer a su

extenso imperio. Tampoco lograron crear una estructura política y militar capaz de

sobrellevar los desafíos provocados por una serie de cambios que estaban

conmoviendo al mundo occidental y sus áreas de influencia: a) la Revolución

Industrial que impulsó la expansión del comercio inglés y, por lo tanto, la disputa

por mercados y rutas comerciales; b) la independencia de las colonias inglesas en

América del Norte en 1776, que por primera vez puso fin al dominio de una

potencia europea y creó una república en el Nuevo Mundo; c) la Revolución

Francesa iniciada en 1789.

Para España fueron decisivos los conflictos provocados por la expansión de la

Revolución Francesa, ante los cuales se posicionó en forma errática y a la zaga de

los principales contendientes. La primera reacción de la corona (y de buena parte

de la sociedad española) fue oponerse a esa revolución que, además de proclamar

principios contrarios a la Iglesia, a la nobleza y a la monarquía, puso fin a la vida de

su Rey. Esto fue aprovechado por Inglaterra que, en 1792, se alió con España para

enfrentar a Francia. El conflicto duró hasta 1795 cuando, tras la derrota de España

y la ocupación de parte de su territorio por tropas francesas, se firmó la Paz de

Basilea. Al año siguiente, el Ministro Manuel Godoy, que dirigió la política española

durante buena parte del reinado de Carlos IV (1789-1808), retomó la tradicional

alianza con Francia. De ese modo se involucró en un nuevo enfrentamiento con

Inglaterra, cuyo dominio sobre los mares afectó el orden colonial español, pues

buena parte de su administración se sustentaba en los ingresos provenientes de

América. Es por eso que, a modo de paliativo, la corona tomó algunas medidas que

liberaban el comercio más allá de lo fijado en el Reglamento de 1778, permitiendo,

por ejemplo el intercambio con países neutrales, tal como lo hizo Buenos Aires con

los Estados Unidos durante algún tiempo.

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A mediados de 1801 se produjo una ruptura entre España y su vecina Portugal, que

era una tradicional aliada de Inglaterra. El conflicto se trasladó a sus colonias y se

produjeron escaramuzas en algunas áreas fronterizas, tal como sucedió en un

sector de las antiguas misiones guaraníes que fue ocupado por los portugueses.

Esta disputa se resolvió con rapidez y, al año siguiente, se firmó la Paz de Amiens

entre Inglaterra y una Francia gobernada por Napoleón quien, poco tiempo

después, sería coronado emperador. Pero la paz fue efímera y pronto se reiniciaron

los enfrentamientos. En octubre de 1805 se produjo el triunfo inglés en la batalla

marítima de Trafalgar. Para España fue una verdadera catástrofe, ya que perdió

buena parte de su flota y no pudo mantener el tráfico regular con América. Pocas

semanas más tarde se produjo el triunfo francés en Austerlitz que afianzó el

dominio de Napoleón sobre Europa y le permitió profundizar su estrategia de

bloquear el acceso inglés a los puertos de ese continente. Pero ese triunfo no tenía

ningún valor para su aliada España que, para ese entonces, estaba agotada

económicamente por sus ingresos decrecientes y por los gastos ocasionados por las

campañas militares.

Las invasiones inglesas y la emergencia de nuevas relaciones

de poder en el Río de la Plata

El Virreinato del Río de la Plata fue uno de los primeros lugares en los que se

hicieron evidentes tanto las consecuencias de Trafalgar como la debilidad de la

administración colonial, ya que las más altas autoridades y las fuerzas regulares

defeccionaron o se mostraron impotentes ante las tropas inglesas que ocuparon

Buenos Aires y Montevideo en 1806 y 1807. Aunque también participaron tropas

regulares, fue la población organizada en milicias la que reconquistó la capital del

Virreinato y rechazó un nuevo intento de ocupación, logrando un triunfo que forzó

la retirada total de las fuerzas británicas.

Estos sucesos tuvieron un gran impacto en el orden político y social local, y, de

hecho, muchos considerarían que ese fue el origen de la Revolución de Mayo. La

deslucida actuación del Virrey Rafael de Sobremonte que, hasta entonces, había

sido un prestigioso funcionario ilustrado, motivó que un Cabildo abierto y una Junta

de Guerra decidieran su reemplazo por Santiago de Liniers, un oficial de marina de

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origen francés que se había convertido en el héroe de la reconquista. También se

consolidó como actor poderoso el Cabildo de Buenos Aires, liderado por Martín de

Álzaga, un próspero comerciante que encabezó la organización de la defensa en

1807. La Audiencia, por su parte, trataba de mantener un difícil equilibrio

procurando que no se produjeran nuevos hechos que resquebrajaran aún más el

orden institucional.

Pero, sin duda, la novedad más decisiva fue la creación de milicias integradas en su

mayor parte por miembros de las clases populares de Buenos Aires, bajo la

dirección de oficiales que, en general, pertenecían a la élite criolla. Para tener una

idea de la magnitud de ese fenómeno, debemos considerar que, tras las invasiones,

quedaron alistados más de siete mil milicianos sobre una población que tenía

alrededor de cuarenta mil habitantes. Dado que cobraban un salario mientras

estaban en servicio, esto implicó una redistribución del gasto en favor de los

sectores populares incorporados a las milicias. Asimismo, se produjo un cambio en

las relaciones de poder entre españoles europeos y españoles americanos, al

constituirse las milicias en una fuerza política relativamente autónoma de las

autoridades coloniales.

Criollos y peninsulares

Las características de la sociedad colonial que estudiamos en la clase anterior

permiten entender cómo se organizaron las milicias. Mientras que sus jefes podían

ser tanto oficiales de carrera como figuras prominentes de la administración o del

comercio, cada cuerpo o regimiento reunía a quienes provenían de una región o

pertenecían a un grupo étnico. De ese modo, y tal como se puede apreciar en la

imagen realizada en 1807 que reproducimos a continuación, se organizaron cuerpos

con voluntarios nacidos en España como los montañeses, andaluces, gallegos,

viscaínos y catalanes, o en América como los naturales, pardos y morenos, los

arribeños (así eran denominados los originarios de las provincias del norte o de

“arriba”) y los patricios, que reunía a los nacidos en la Intendencia de Buenos Aires.

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Imagen tomada de Polémica. Primera historia argentina integral n° 3,

Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1970, pp. 70-71.

Los regimientos de americanos se convirtieron en los cuerpos más poderosos,

dándole un nuevo marco a las disputas entre americanos y peninsulares. La

conciencia de esa nueva situación fue expresada por Cornelio Saavedra en

una Arenga que, en su calidad de Comandante de los Patricios, dirigió a sus

subordinados el 30 de diciembre de 1807:

“El Comandante de Patricios voluntarios de Infantería de Buenos Aires a los señores

Americanos:

Tengo el honor de manifestar a la faz de todo el mundo, las gloriosas acciones de

mis paisanos en la presente guerra con el Britano. Y a vista de ellas, ¿tendrá éste

frente para decir que el valor de los españoles europeos ha degenerado en los

americanos? No, señores: más de doce mil testigos presenciales puedo producir

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que a una voz publican que jamás han visto mayor intrepidez, valor y ardimiento

(…)

Se creerá tal vez que me dejo conducir de la pasión nacional cuando exagero las

operaciones de mis compatriotas. No, señores; hablo a presencia de unos jefes y

magistrados de la mayor circunspección, que han visto cuanto digo, y por esto,

fundado en las operaciones de los valerosos Patricios de Buenos Aires, me atrevo a

felicitar a todos los señores Americanos, después de las pruebas que siempre han

dado de valor y de lealtad; se ha añadido esta última, que realzando el mérito de

los que nacimos en las Indias convence a la evidencia, que sus espíritus no tienen

hermandad con el abatimiento; que no son inferiores a los europeos españoles; que

en valor y lealtad a nadie ceden y que nuestro amable soberano puede contar con

esta Legión de Patricios de Buenos Aires, para defender cualquiera de sus

propiedades y derechos en la América, como gustoso lo ofrezco por mí y a nombre

de los tres Batallones de que se compone”.

Citado en A. Zimmermann Saavedra, Don Cornelio de Saavedra. Presidente de la Junta de

Gobierno de 1810, Buenos Aires, 1909, pp. 35/6.

Lean con atención el documento y luego analicen cómo caracterizaba

Saavedra a los americanos y qué relaciones planteaba con los españoles

europeos y con la corona.

La reacción de la población ante las invasiones inglesas produjo una situación que

puede parecer paradójica: mientras que los criollos mostraron lealtad hacia la

monarquía, sus funcionarios no hacían más que desprestigiarse. Si bien esto no

implicaba necesariamente una ruptura independentista, alentaba la búsqueda de

alternativas que permitieran una mayor autonomía en el gobierno local. En ese

sentido actuaron diversos grupos que, en más de un caso, mantenían contactos

entre sí y con los oficiales americanos, como el que tenía como referente a Juan

Martín de Pueyrredón, un comerciante que había organizado una milicia para

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repeler a los ingleses, o el integrado por algunos criollos ilustrados como Belgrano,

Castelli, Hipólito Vieytes y los hermanos Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña.

Los ilustrados criollos

La ilustración fue un vasto movimiento intelectual que se extendió en Europa y sus

áreas de influencia durante el siglo XVIII y comienzos del XIX. Se basaba en el uso

de la razón, en el fomento de las ciencias y en el combate contra las creencias y

supersticiones. Sin embargo, y contra lo que suele creerse, el pensamiento

ilustrado no era necesariamente antirreligioso y, ni siquiera, anticatólico. De hecho,

los ilustrados hispanoamericanos adherían a la fe católica e, incluso, muchos de

ellos eran clérigos o altos dignatarios de la Iglesia.

En el Virreinato rioplatense, la Ilustración se introdujo de la mano de funcionarios

enviados desde España en el marco de las Reformas Borbónicas. Pero también

contó con la adhesión de algunos criollos que se proponían fomentar el progreso de

la región y cuyos principales focos de interés estuvieron puestos en la economía

política y en la educación, tal como se puede apreciar en los periódicos que

publicaban como el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio dirigido por

Vieytes.

Para entender mejor cómo fueron vividos los últimos años del orden colonial,

resulta de gran interés seguir la trayectoria de los ilustrados criollos. Si sus

primeros pasos los muestran confiados en la capacidad de la corona para promover

una transformación progresiva de la economía y la sociedad, la crisis de la

monarquía producida a comienzos del siglo XIX los llevó a explorar nuevas

alternativas entre las cuales terminaría imponiéndose la revolucionaria.

Uno de los mejores testimonios de este proceso es la breve Autobiografía de

Manuel Belgrano que pueden consultar en el siguiente enlace:

http://www.elhistoriador.com.ar/biografias/b/belgrano_autobio.phpPara ampliar en el

análisis de los ilustrados y su relación con el proceso revolucionario, los invitamos a

que miren el capítulo “Ilustrados. Los proyectos de nación” en:

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http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=101077

Las abdicaciones de Bayona: el principio del fin (1808-1810)

A la crisis local pronto se le superpuso la desatada en el corazón de la Metrópoli y

de la cual ya no habría retorno. Una serie de medidas políticas y económicas

tomadas por Carlos IV y su ministro Godoy les valió un gran desprestigio. El

malestar se agudizó por el acuerdo que permitió el tránsito, en 1807, de las tropas

francesas a través del territorio español para atacar a Portugal, pues el ejército

napoleónico actuaba más como una fuerza de ocupación que como una aliada. En

marzo de 1808 se produjo el Motín de Aranjuez, que logró la destitución de Godoy

y la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII, una figura joven en la

que muchos depositaban la esperanza de cambio. A los pocos días entraron tropas

francesas a Madrid, y el dos de mayo se produjo una sublevación popular reprimida

con dureza por esas fuerzas. Napoleón, mientras tanto, aprovechó el conflicto que

dividía a la familia real y la “invitó” a la ciudad fronteriza de Bayona para tratar el

futuro de España logrando que Fernando VII y Carlos IV abdicaran en su favor,

para luego ceder el trono a su hermano, quien se coronó como José I.

La familia real y sus representaciones

Uno de los más notables artistas plásticos del período fue Francisco de Goya quien,

además de dibujar con crudeza distintos episodios de la guerra entre españoles y

franceses, realizó numerosos retratos de Carlos IV y de Fernando VII. A

continuación, les presentamos una pintura realizada en 1800/1 en la que está

representada toda la familia real. Adelante, a la derecha, se encuentra Carlos IV y,

a la izquierda, un joven Fernando VII. Si observan con atención, verán que ambos,

al igual que todos los varones de la familia real, portan en el pecho una banda

celeste y blanca. Esta insignia representa a la Real y Distinguida Orden de Carlos

III que identifica a los reyes de España desde 1771.

Como quizás sepan, algunos autores sostienen que Belgrano se habría inspirado en

este distintivo para crear la bandera de las Provincias Unidas en 1812, que luego se

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convertiría en la bandera argentina. Les proponemos que reflexionen sobre los

posibles significados de esta elección sobre la cual volveremos en las próximas

clases.

http://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_familia_de_Carlos_IV.jpg

Francisco de Goya, La familia de Carlos IV, Museo del Prado, Madrid.

Las abdicaciones de Bayona constituían un hecho inédito. No era ni una conquista,

ni una alianza, ni un pacto entre aliados. El cambio de dinastía se había hecho bajo

presión, sin el consentimiento del reino y quedando cautiva la casa real o, al

menos, así fue percibido por los españoles. Es por ello que no había respuestas

claras sobre qué debía hacerse. Algunas autoridades y sectores de la sociedad

aceptaron al nuevo Rey, lo que les valió el mote de afrancesados. Pero buena parte

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de la población se opuso al cambio de dinastía y se sublevó dando inicio a la guerra

de independencia de España contra Francia.

En ese marco se erigieron juntas de gobierno en los reinos y provincias que se

consideraban depositarias de la soberanía hasta que Fernando VII fuera repuesto

en el trono. Esto generó una situación caótica, agudizada por el hecho de que

algunas juntas se atribuyeron la capacidad para tomar decisiones sobre otras

jurisdicciones: la de Galicia, por ejemplo, nombró un virrey para el Río de la Plata.

Pero la necesidad de organizase para enfrentar a los franceses y tener una única

autoridad, llevó a crear un gobierno integrado por representantes de todas las

juntas. En septiembre de 1808, se constituyó la Junta Central Suprema y

Gubernativa que debía gobernar los dominios de la monarquía en nombre de

Fernando VII. La legitimidad de este órgano de gobierno era precaria, por lo que

hizo una convocatoria a Cortes Generales en la que debían estar representados

todos los reinos y provincias que integraban la monarquía hispana. Se trataba de

una decisión trascendente que socavaba de hecho el orden monárquico absolutista,

ya que promovía la constitución de una representación política de la sociedad.

La resistencia a los franceses provocó, asimismo, un giro en la política de

Inglaterra, que decidió aliarse con los españoles. Tanto es así que una expedición

destinada a atacar las colonias hispanoamericanas, terminó dirigiéndose hacia

España para apoyar a sus nuevos aliados. Inglaterra modificó su estrategia hacia la

América hispana pues, como aliada de la Junta española, no podía consentir los

proyectos de emancipación o, al menos, no podía alentarlos explícitamente, así

como tampoco podía apañar los intentos de expansión portuguesa sobre territorio

español.

Las abdicaciones de Bayona provocaron un fuerte impacto en América, tanto por la

magnitud de los hechos sucedidos como por la forma en que se difundieron las

novedades. En el Río de la Plata, por ejemplo, llegaron juntas todas las noticias

sobre los sucesos registrados entre el motín de Aranjuez y las abdicaciones de

Bayona. Tanto las autoridades como la población tuvieron que procesar todos esos

cambios sin saber a ciencia cierta qué estaba pasando y, por eso mismo, quién era

el monarca legítimo y al que se debía obediencia. Sin embargo, no se produjeron

grandes alteraciones, entre otras razones, porque América no se convirtió en un

escenario bélico y la influencia francesa era débil. En casi todo el continente se

respetó la continuidad de las autoridades virreinales, se juró lealtad a Fernando VII

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y se reconoció a la Junta Central. Y, si bien se crearon juntas en algunas ciudades,

estas expresaban tensiones a nivel local. Por otra parte, y aunque por distintas

razones, ninguna lograría afianzarse.

Pero la posibilidad de que el movimiento juntista se extendiera en América y que, a

través de este mecanismo, las élites locales lograran mayor autonomía o

proclamaran la independencia, no era algo descabellado. Para evitarlo, la Junta

Central procuró asegurarse la lealtad de los criollos y, al comenzar 1809, los

convocó para que enviaran representantes que debían integrarse al gobierno,

aunque en una proporción menor a los electos en España. Asimismo, emitió una

proclama sosteniendo que América no era una colonia sino una parte esencial e

integrante de la Nación española. Se trataba de un reconocimiento valioso pero

también era ambiguo pues, si realmente no era una colonia, tampoco se hacía

necesario explicitarlo. La convocatoria provocó distintas reacciones entre los criollos

ya que, si bien era una oportunidad única para estar representados, no lo hacían en

igualdad de condiciones. Pese a todo, durante 1809 se inició el proceso electoral en

muchas ciudades americanas, incluyendo a varias del Virreinato del Río de la Plata.

Este hecho inédito dio un nuevo marco político, ideológico e institucional a las

tradicionales disputas entre las elites locales.

La crisis del orden colonial en el Río de la Plata

La elección de representantes no era la única novedad en el escenario político

rioplatense. Las invasiones inglesas habían resquebrajado la administración

colonial, fomentando disputas entre distintos sectores en un marco signado por la

incertidumbre y por el creciente poderío e influencia de los criollos basado en las

milicias.

En esa coyuntura conflictiva, algunos grupos comenzaron a explorar alternativas

para lograr una mayor autonomía o, teniendo en cuenta un posible triunfo de

Napoleón, para estar preparados ante la posible desaparición de toda autoridad en

España. En general, primó la ambigüedad, pues era poco claro el panorama y

resultaba difícil saber cómo evolucionaría la situación política. Recordemos que, en

muy poco tiempo, la corona había pasado de Carlos IV a su hijo Fernando VII y,

tras las abdicaciones, a José I, el hermano de Napoleón, provocando una

sublevación popular, la conformación de juntas locales y, luego, de una Junta

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Central. Para peor, los franceses y los ingleses (y con ellos, los portugueses) podían

pasar, de un momento a otro, de ser aliados a ser enemigos.

El carlotismo

El carlotismo fue una de las alternativas políticas que surgió en esa

coyuntura y que expresa bien la incertidumbre reinante, así como el

papel que muchas veces juega el azar en la historia. En 1807, las

tropas francesas habían atravesado España para atacar a Portugal por

lo que, a fines de ese año, la corte portuguesa se trasladó a Río de

Janeiro con el apoyo inglés. La casualidad quiso que la esposa de Juan

VI, el Príncipe Regente de Portugal, fuera Carlota Joaquina, la hermana

mayor de Fernando VII. Al llegar a América a comienzos de 1808,

Carlota se propuso ejercer la regencia sobre los dominios de España en

su condición de Infanta de la casa real. El carlotismo concitó el apoyo

de diversos sectores ya que la Infanta podía invocar una legitimidad de

la que carecían todas las autoridades a uno y otro lado del Atlántico. En

el Río de la Plata contó, por ejemplo, con la adhesión de miembros del

grupo ilustrado criollo como Belgrano y Castelli, quienes incluso le

dirigieron un memorial apoyando su posible regencia que les podía

permitir la creación de un gobierno propio. El carlotismo, sin embargo,

no pudo prosperar por la desconfianza que despertaba el accionar

sinuoso de la Infanta que, incluso, terminó denunciando a algunos de

sus agentes, pero sobre todo, por la falta de apoyo de Portugal e

Inglaterra que privilegió su alianza con las autoridades españolas.

Al frente del Virreinato se encontraba Liniers, que gozaba de una gran popularidad

por su actuación en la Reconquista, pero también tenía enemigos poderosos que

aspiraban a desplazarlo de su cargo y se valían de su origen francés, y de algunos

contactos que tuvo con un enviado de Napoleón para acusarlo de bonapartista. Por

si esto fuera poco, también fue tildado de carlotista, de pro inglés y de utilizar su

cargo para favorecer a sus allegados. Para disipar las dudas sobre su lealtad, en

agosto de 1808, Liniers ordenó que todas las autoridades y corporaciones prestaran

juramento a Fernando VII. Por otra parte, su elección como Virrey interino fue

legitimada al ser confirmado en el cargo por una nueva decisión de la corona

estipulando que, ante la ausencia del Virrey, ese cargo debía asumirlo el oficial de

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mayor jerarquía y ya no la Audiencia. Pero el gobernador de Montevideo, Francisco

Javier de Elío, desconoció su autoridad y, en septiembre de 1808, alentó la creación

de una Junta en esa ciudad que se subordinó a la Junta de Sevilla antes de

notificarse sobre la creación de la Junta Central. En Buenos Aires, las cosas no

estaban más tranquilas: el primero de enero de 1809 se produjo un movimiento

similar liderado por Álzaga que, con base en el Cabildo y contando con el apoyo de

algunas milicias de peninsulares, procuró desplazar a Liniers y erigir una Junta. Sin

embargo, el respaldo que el Virrey recibió de la Audiencia y la intervención de las

milicias criollas lideradas por Saavedra, lograron frenar este movimiento en el que

también habían participado figuras que luego tomarían otro camino, como Mariano

Moreno.

Estos y otros conflictos evidencian una de las más graves consecuencias que podía

tener en América la crisis metropolitana: la ausencia de una autoridad que dirimiera

las disputas que se suscitaban entre las instituciones, corporaciones y autoridades.

Esta fue una de las razones por las que, a pesar de su precaria legitimidad, la Junta

Central fue reconocida en América, si bien en algunos casos se lo hizo a

regañadientes o a la expectativa de lo que podría suceder.

El juntismo en el Virreinato del Río de la Plata

La creación de Juntas fue un fenómeno característico del mundo

hispánico, al que se apeló tanto en España como en América en

respuesta a la vacancia de poder provocada por las abdicaciones de

Bayona. La ausencia del soberano habilitaba a que los pueblos

(ciudades, provincias, reinos) asumieran su gobierno en forma

provisoria. Pero este mecanismo no establecía cuál debía ser su

orientación política precisa ni si debía reconocer o no a una autoridad

superior. Es por ello que la creación de Juntas podía ser utilizada para

diversos fines. En general, las que se crearon o intentaron crear en

América durante 1808/9 expresaron tensiones locales y disputas

jurisdiccionales.

Sin contar el fallido intento de Álzaga en Buenos Aires, en el virreinato

rioplatense se crearon tres juntas en ese bienio. La primera fue la de

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Montevideo, en septiembre de 1808 que, además del enfrentamiento

entre Elío y Liniers, se enmarcaba en la disputa comercial y

jurisdiccional entre Montevideo y Buenos Aires. Las otras dos, que se

crearon en el Alto Perú en 1809, estuvieron alentadas por los

resentimientos provocados por la subordinación política y económica de

esa región a Buenos Aires tras la creación del Virreinato. La primera se

creó en la ciudad de Charcas, el 25 de mayo de 1809 cuando la

Audiencia, con acuerdo del Cabildo y la Universidad, desplazó al

gobernador a quien acusaban de carlotista, al igual que a Liniers. A

diferencia de la Junta de Montevideo, que se había subordinado a la de

Sevilla, la Audiencia de Charcas decidió asumir en depósito la soberanía

en nombre de Fernando VII. En julio se constituyó una Junta en La Paz

surgida de un Cabildo abierto en el que, además de expresar la

intención de tener un gobierno propio, logró concitar un extenso apoyo

popular. Ambas fueron reprimidas por fuerzas enviadas por las

autoridades de Buenos Aires y de Lima, y varios miembros de la junta

paceña fueron pasados por las armas.

Para reflexionar

Las juntas de Charcas y La Paz son consideradas en Bolivia como hitos

fundamentales dentro de su proceso de independencia nacional. ¿Cómo

creen que deberían ser consideradas en una historia argentina? Tengan

en cuenta lo señalado en la introducción, en relación a la

posibilidad/imposibilidad de delimitar sucesos internos y externos que

plantean las historias nacionales para este período.

El último Virrey

La Junta Central decidió tener un mayor control de lo que sucedía en el Río de la

Plata por lo que, a comienzos de 1809, designó como Virrey a Baltasar Hidalgo de

Cisneros, un prominente oficial de marina que había tenido una destacada

actuación en el movimiento juntista y en la resistencia contra los franceses. Su

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misión era difícil, pues debía poner fin a las rencillas internas, evitar una posible

separación y sostener la legitimidad de la Junta Central. Pero su propia legitimidad

era dudosa ya que fue el primer Virrey cuya designación no provino de una

autoridad real. Al arribar en julio de ese año, se produjeron algunos intentos de

figuras como Belgrano o Pueyrredón que quisieron persuadir a Liniers y a Saavedra

para que resistieran la asunción de Cisneros. Pero fue en vano. La fidelidad de

Liniers y la actitud cautelosa de Saavedra, quien prefería esperar a que Napoleón

acabara con toda autoridad en España antes de dar cualquier paso, permitieron que

Cisneros se afirmara en el poder.

Cisneros procuró desactivar los conflictos que encontró sin tomar medidas que

produjeran un desequilibrio entre las fuerzas locales. Pero para ese entonces la

prudencia ya no era suficiente. Como consecuencia de los sucesos del Alto Perú, se

habían suspendido las remesas de plata potosina dejando sin fondos a la

administración virreinal. Para enfrentar esta situación, en noviembre de 1809,

Cisneros debió admitir la apertura del comercio, defendida, entre otros, por Mariano

Moreno en su famosa Representación de los Hacendados. El libre comercio, por lo

tanto, no fue una medida tomada por los revolucionarios sino por el último Virrey.

Esto nos da una pauta de lo avanzada que, para ese entonces, estaba la crisis y el

escaso margen de maniobra que tenía Cisneros.

La versión original de la Representación de los Hacendados se encuentra en la

Biblioteca Nacional. Pueden acceder a una versión digital de la misma a través del

siguiente enlace: http://trapalanda.bn.gov.ar/jspui/handle/123456789/3321

La Revolución de Mayo

El 20 de enero de 1810 se produjo un triunfo decisivo de las tropas francesas, que

les permitió controlar todo el territorio español, con excepción de la zona portuaria

de Cádiz que estaba protegida por la armada británica. La Junta Suprema se

disolvió, pero antes creó un Consejo de Regencia para que gobernara hasta que se

constituyeran las Cortes.

Estas noticias llegaron al Río de la Plata a mediados de mayo. Cisneros asumió que

no podía impedir su difusión, por lo que el 18 de mayo las notificó en forma oficial a

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través de un Bando en el que también apelaba a la lealtad de los súbditos. Al igual

que en otras ciudades de América, estas noticias pusieron en movimiento a

distintos grupos de la élite local, destacándose el accionar de algunas figuras como

Belgrano, Castelli y Saavedra. Tras presionar a las autoridades, se decidió convocar

a un Cabildo abierto, que se reunió el 22 de mayo. En esa ocasión la mayoría

acordó en: a) declarar caduco el mandato de Cisneros por haberse disuelto la

autoridad que lo había designado; b) sostener que la soberanía había regresado al

pueblo; c) crear una Junta de gobierno cuyos miembros serían nombrados por el

Cabildo.

Los miembros del Cabildo intentaron una última jugada y crearon una Junta

encabezada por Cisneros. Esto provocó el descontento y la movilización de algunos

sectores de la sociedad que fue promovida por agitadores como Domingo French y

Antonio Beruti. En ese marco comenzó a circular una representación en la que

vecinos, comandantes y oficiales pedían, en nombre del pueblo, que se erigiera una

nueva junta, además de precisar quiénes debían integrarla. El Cabildo quiso resistir

la petición, ocasión en la que su síndico pronunció la famosa frase “¿El pueblo

dónde está?”. Pero las milicias habían dado muestras de estar dispuestas a

intervenir, por lo que los cabildantes terminaron cediendo a la presión y el día 25

de mayo decidieron la creación de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias

del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VI, que es la que nosotros

recordamos con el nombre de Primera Junta.

La elección de sus miembros recayó en los mismos nombres que figuraban en la

representación al Cabildo. Su composición expresaba la diversidad de actores y

sectores involucrados. La presidía Cornelio Saavedra y contaba con seis vocales:

Manuel Belgrano y Juan José Castelli que, además de ser primos, pertenecían al

grupo ilustrado criollo; los comerciantes de origen catalán Juan Larrea y Domingo

Matheu, el cura Manuel Alberti y el comandante de milicias Miguel de Azcuénaga.

Para darle mayor ejecutividad, se nombraron dos Secretarios: Mariano Moreno, a

cargo de los asuntos de Gobierno y Guerra, y Juan José Paso, a cargo de Hacienda.

Se había producido un cambio fundamental. El gobierno ya no dependía de ninguna

autoridad metropolitana y, por más que se invocara como soberano al monarca

cautivo, su legitimidad ahora reposaba en haber sido electa en representación del

pueblo. Aunque no había sido pronunciado su nombre, la Revolución había dado sus

primeros pasos. Faltaba determinar cuáles serían los siguientes.

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Recursos y lectura recomendada (no obligatoria)

Fradkin, R. y Garavaglia, J.C, La Argentina colonial. El Río de la Plata entre

los siglos XVI y XIX, Buenos Aires, Siglo XXI, 200, cap. 9.

Goldman, Noemí (ed.) Lenguaje y Revolución. Conceptos políticos clave en

el Río de la Plata, 1780-1850, Buenos Aires, Prometeo, 2008.

Goldman N. (Dir.), Revolución, República, Confederación (1806-1852),

Tomo 3 de la colección ‘’Nueva Historia Argentina’’, Buenos Aires,

Sudamericana, 1998

Halperín Donghi, T., De la Revolución de la Independencia a la

Confederación rosista,Historia Argentina, Tomo III, Buenos Aires, Paidós,

1971.

Ternavasio, M. Historia de la Argentina, 1806-1852, Bs.As., Sudamericana,

2009.

Otros recursos:

Años decisivos: 1806. Recuperado

de: http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/programas/ver?rec_id=1

05665

CD 28 Colección Educ.ar, Ideas, conceptos y palabras de 1810, Recuperado

de: http://coleccion.educ.ar/coleccion/CD28/inicioCD28.html

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Cómo citar este texto:

Área de Ciencias Sociales, INFD (2016). Nuevas miradas, viejos problemas:

revolución, independencia y guerras civiles en los orígenes de la nación argentina

(1806-1880). Clase 3: La Revolución de Mayo en el marco de la crisis de la

monarquía española (1806-1810). Especialización docente en la Enseñanza de las

Ciencias Sociales en la escuela primaria. Buenos Aires: Ministerio de Educación y

Deportes de la Nación.

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