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Contiene: - ARL XXII Domingo del Tiempo Ordinario C - PAGOLA, SIN ESPERAR NADA A CAMBIO - Domingo 22 Tiempo Ordinario C - Semana del 28 de agosto al 3 de septiembre de 2016 - 6 HOMILIAS ARL Domingo XXII del Tiempo Ordinario C Nos dice el Sirácide en el breve pasaje de la primera lectura de hoy: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor…”; un consejo sabio, en el aspecto humano y en el de la relación con Dios; a nadie le agrada una persona presuntuosa, arrogante y llena de sí, que no pierde la ocasión para llamar la atención de los demás, a los que juzga inferiores y no dignos de consideración. Conocemos tantos… los hay ahora, como los había ayer, en tiempos del Sirácide y en tiempos de Jesús, quien, como nos relata el Evangelio de este domingo, “había entrado en casa de uno de los jefes delos fariseos para comer y la gente lo observaba…” pero, en realidad, era él quien observaba el comportamiento de los invitados, que competían por ocupar los primeros lugares, cosa que sucede frecuentemente cuando, para tener brillo y visibilidad, se entra a codazos para superar a los demás a costa de hacer el ridículo y hasta de ser humillados si los primeros lugares están reservados para personas más importantes. Jesús, como muchas otras

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Contiene:- ARL XXII Domingo del Tiempo Ordinario C- PAGOLA, SIN ESPERAR NADA A CAMBIO- Domingo 22 Tiempo Ordinario C- Semana del 28 de agosto al 3 de septiembre de 2016- 6 HOMILIAS

ARL Domingo XXII del Tiempo Ordinario C

Nos dice el Sirácide en el breve pasaje de la primera lectura de hoy: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor…”; un consejo sabio, en el aspecto humano y en el de la relación con Dios; a nadie le agrada una persona presuntuosa, arrogante y llena de sí, que no pierde la ocasión para llamar la atención de los demás, a los que juzga inferiores y no dignos de consideración. Conocemos tantos… los hay ahora, como los había ayer, en tiempos del Sirácide y en tiempos de Jesús, quien, como nos relata el Evangelio de este domingo, “había entrado en casa de uno de los jefes delos fariseos para comer y la gente lo observaba…” pero, en realidad, era él quien observaba el comportamiento de los invitados, que competían por ocupar los primeros lugares, cosa que sucede frecuentemente cuando, para tener brillo y visibilidad, se entra a codazos para superar a los demás a costa de hacer el ridículo y hasta de ser humillados si los primeros lugares están reservados para personas más importantes. Jesús, como muchas otras veces, había aceptado la invitación a comer en casa de un fariseo, no una persona cualquiera, sino un jefe; así había aceptado otras invitaciones, como a casa de Mateo, a casa de Lázaro el hermano de Marta y María, hasta él mismo se había invitado a casa de Zaqueo; Jesús está presente y comparte toda situación humana, alegre o triste, y ahí obra, ahí enseña, abriendo el horizonte terreno y cotidiano del hombre al más alto de la relación con Dios, que ilumina y da sentido pleno a toda la existencia.Entonces, Jesús participa en esta comida; el Evangelio no nos dice si era por una boda o una comida como tantas; es una comida, o sea, una ocasión feliz de encuentro, y en toda la Escritura, sabemos que tiene un importante valor simbólico; es un signo de comunión, y no tanto a nivel humano sino en relación con Dios: baste pensar en las parábolas del Reino, equiparadas a un rico banquete de bodas para el hijo del rey.Jesús observa lo que sucede ante sus ojos, advierte esa constante ansia del hombre por adelantarse; o tal vez esté pensativo por la torpeza de quienes buscan en cualquier modo sobresalir, sobrepasar,

acaparar, sin importar cómo o a qué precio; de hecho, la competencia por los primeros lugares no se refiere solo a una comida sino a tantas otras situaciones en las que, atropellando al prójimo, se puede aventajar, sea económicamente como en el ejercicio del poder.“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor…”; así advertía el Sirácide, y Jesús agrega: “Cuando alguno te invite a una fiesta de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya otro invitado más importante que tú y el que te invitó venga y te diga: Cédele el lugar. Tendrás, con vergüenza, que ocupar el último lugar. En cambio, cuando seas invitado, ve y ocupa el último lugar para que, viniendo el que te ha invitado, te diga: amigo, pasa más adelante. Entonces serás honrado ante todos los comensales. Porque quien se exalta será humillado y quien se humilla será enaltecido”. “El que se humilla será enaltecido…”; no es sólo una frase de efecto, y Jesús lo sabe bien: de hecho, es él, el Manso y Humilde por excelencia, y san Pablo lo afirma en el himno cristológico, que dice: “Cristo Jesús, siendo de condición divina… se despojó a sí mismo tomando la condición de siervo… apareció en forma humana y se humilló a sí mismo haciéndose obediente… por eso Dios lo ha exaltado…” (Cfr. Fil 2, 6-11); y esta es la gloria que cuenta, la que no tiene ocaso; pero es la gloria que necesariamente pasa por el camino del sacrificio, de la humillación y de la cruz. Jesús lo sabe y nos exhorta a ella mientras comenta con una sutil ironía el comportamiento de aquellos comensales; siempre pues, Jesús conduce a los hombres por el camino de la Verdad tomando la oportunidad de un contexto de vida normal y cotidiano como el que hoy el Evangelio nos describe: una comida, ocasión de fraternidad, de amistad y de alegría, que la soberbia y el egoísmo pueden transformar y degenerar.Una comida, una cena, un banquete. Jesús ha participado en ello tantas veces, como huésped y como amigo, como hombre y como Hijo de Dios, él que en la última cena nos habría dejado como don a sí mismo, en el signo del pan y del vino: Cuerpo partido y Sangre derramada para la salvación de todos. Detrás de toda comida, detrás de cada cena de que nos habla el Evangelio, se entrevé siempre esa última cena de Jesús, la que podemos releer en el relato de san Juan, quien en lugar de la consagración del pan y del vino, nos habla del gesto sorprendente de Jesús que “se levanta de la mesa, se quita el manto, y toma una toalla que se ciñe. Pone agua en el balde y comienza a lavar los pies de los discípulos y a secarlos…” Una acción de esclavo o siervo que él mismo comenta con estas palabras: “¿Comprenden lo que he hecho? Ustedes me llaman Señor y Maestro y dicen bien, porque lo soy. Si pues, yo, que soy el Señor y el Maestro les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho…” (Cfr. Jn 13, 4-15).La grandeza del hombre no está pues, en el dominio sobre los demás, sino en el servicio, en el don de sí, en el amor simple y generoso que se inclina sobre los últimos; la verdadera grandeza no está en el sobresalir, sino en el saberse abajar, con humildad y amor, hasta los más pequeños; en el hacerse don gratuito para los demás, a imitación de Cristo que se ha dado todo él mismo para la salvación y la felicidad nuestras.La grandeza del hombre no viene de las personas que le acompañan, sino de la apertura a los pobres, a los marginados y a todos aquellos que, en la sociedad, parecen no contar nada pero son preciosos a los ojos de Dios; es por esto que Jesús nos exhorta diciendo: “Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, pues ellos pueden invitarte a su vez y tú tendrás tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, tuertos, tullidos, ciegos; y serás bienaventurado porque no tienen con qué recompensarte. Recibirás tu recompensa en la resurrección de los justos”. Esta es la verdadera gloria, la grandeza auténtica hecha de amor que, en Cristo, nos hace agradables a Dios y nos asemeja a él.

Fr. Arturo Ríos Lara, OFM28 de agosto de 2016

SIN ESPERAR NADA A CAMBIO

Jesús está comiendo invitado por uno de los principales fariseos de la región. Lucas nos indica que los fariseos no dejan de espiarlo. Jesús, sin embargo, se siente libre para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos e, incluso, para sugerir al que lo ha convidado a quiénes ha de invitar en adelante.

Es esta interpelación al anfitrión la que nos deja desconcertados. Con palabras claras y sencillas, Jesús le indica cómo ha de actuar: «No invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos». Pero, ¿hay algo más legítimo y natural que estrechar lazos con las personas que nos quieren bien? ¿No ha hecho Jesús lo mismo con Lázaro, Marta y María, sus amigos de Betania?

Al mismo tiempo, Jesús le señala en quiénes ha de pensar: «Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos». Los pobres no tienen medios para corresponder a la invitación. De los lisiados, cojos y ciegos, nada se puede esperar. Por eso, no los invita nadie. ¿No es esto algo normal e inevitable?

Jesús no rechaza el amor familiar ni las relaciones amistosas. Lo que no acepta es que ellas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas. A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales.

¿Es posible vivir de manera desinteresada? ¿Se puede amar sin esperar nada a cambio? Estamos tan lejos del Espíritu de Jesús que, a veces, hasta la amistad y el amor familiar están mediatizados por el interés. No hemos de engañarnos. El camino de la gratuidad es casi siempre duro y difícil. Es necesario aprender cosas como estas: dar sin esperar mucho, perdonar sin apenas exigir, ser más pacientes con las personas poco agradables, ayudar pensando solo en el bien del otro.

Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar de vez en cuando a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que vive necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos.

Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: «Dichoso tú si no pueden pagarte». Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que muchos cristianos no han oído hablar nunca de ella. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido para Jesús:

«Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa.El Padre del cielo los recompensará».

José Antonio Pagola

Domingo XXII Tiempo Ordinario (C)(Domingo 28 de Agosto de 2016)

LECTURAS

Debes ser humilde para obtener el favor del SeñorLectura del libro del Eclesiástico     3, 17-18. 20. 28-29Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios.Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes.No hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él.El corazón inteligente medita los proverbios y el sabio desea tener un oído atento.Palabra de Dios.  SALMO     Sal 67, 4-5a. c. 6-7b. 10-11 (R.: cf. 11b) R. Señor, Tú eres bueno con los pobres.Los justos se regocijan,gritan de gozo delante del Señor y se llenan de alegría.¡Canten al Señor, entonen un himno a su Nombre!Su Nombre es «el Señor». R. El Señor en su santa Moradaes padre de los huérfanos y defensor de las viudas:Él instala en un hogar a los solitariosy hace salir con felicidad a los cautivos. R. Tú derramaste una lluvia generosa, Señor:tu herencia estaba exhausta y Tú la reconfortaste;allí se estableció tu familia,y Tú, Señor, la afianzarás por tu bondad para con el pobre. R.

Ustedes se han acercado a la montaña de Sión, a la ciudad del Dios vivienteLectura de la carta a los Hebreos     12, 18-19. 22-24     Hermanos:    Ustedes no se han acercado a algo tangible: «fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras», que aquéllos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando.    Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel. Palabra de Dios.  

ALELUIA     Mt 11, 29abAleluia.«Carguen sobre ustedes me yugo y aprendan de mi,porque soy paciente y humilde de corazón», dice el Señor.Aleluia.

EVANGELIOEl que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     14, 1. 7-14     Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:    «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.    Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado».    Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.    Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.    ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!» Palabra del Señor.

GUION PARA LA MISA

Domingo XXII Tiempo OrdinarioCiclo C

Entrada

Hoy es el día del Señor. Por eso nos reunimos para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. En él se nos da el Sacrificio del Señor, su Presencia real y sustancial, la Comunión de su Cuerpo y una prenda de la vida eterna.

Primera lectura  Si (Ecclo) 3, 17-18.20.28-29Los humildes de corazón obtienen el favor de Dios.

Segunda lectura   Heb 12, 18-19. 22-24aPor Jesucristo, mediador de la nueva alianza, nos hemos acercado a la Jerusalén celestial, ciudad

del Dios viviente.

Evangelio Lc 14, 1. 7-14La humildad atrae a Dios, y al humilde de corazón el Señor lo ensalza.

Preces            Cristo es el Mediador entre Dios y los hombres. Acudamos a Él llenos de confianza para continuar su obra, intercediendo por nuestros hermanos.

A cada invocación respondemos…+ Por el Santo Padre, el Papa Francisco, para que Dios lo fortalezca en su misión de ser Padre y Pastor universal. Oremos

+ Por los obispos, para que unidos al Magisterio de Pedro, respondan con fidelidad a las exigencias de su vocación: apacentar el rebaño de Cristo en la verdad y el amor. Oremos.

+ Por el apostolado que se realiza en las parroquias, para que se viva un auténtico espíritu de familia que atraiga a muchas almas a  la recepción de los sacramentos y a la práctica de la caridad fraterna. Oremos.

+ Por todos los matrimonios cristianos, para que den un vigoroso testimonio de unidad en el amor, siendo signos de tu desposorio con la Iglesia. Oremos.+ Para que al participar de la Eucaristía dominical crezcan nuestros deseos de imitar la humildad y la bondad del Sagrado Corazón de Jesús. Oremos.

            Señor Jesucristo, que a todos nos llamas a la comunión con Dios, escucha nuestra oración y haz que enseñados por tu palabra y alimentados con tus sacramentos, seamos ante el mundo testigos creíbles de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Ofertorio   Ante el altar de Señor presentamos:-          Cirios, que simbolizan la fe viva de la Iglesia peregrina

-          Al llevar el pan y el vino ante el altar, manifestamos nuestra disposición de participar del anonadamiento de Cristo.

Comunión   Acerquémonos a recibir a Nuestro Señor, con espíritu humilde y llenos de confianza.

Salida   Que Nuestra Señora nos alcance la gracia de poder vivir este día en acción de gracias, consagrados al servicio del Señor.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)

 Exégesis

·          Alois Stöger

Comida en casa de un fariseo(Lc.14,1-24)

(…)

Jesús da impronta y brillo a la comida del sábado; devuelve la salud a un enfermo, para todos tiene una palabra. La comida hace referencia a la comida de los últimos tiempos, en la que se representa el reino de Dios. Cuando los cristianos se reúnen el domingo para celebrar la «cena del señor», hacen memoria de estas comidas en común con él, de su presencia salvífica y del futuro tiempo de salvación.

a) Curación en sábado (Lc/14/01-06)

1 Un sábado entró él a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos lo estaban acechando. 2 Precisamente había un hidrópico delante de él.

Jesús va a las ciudades y aldeas, a las sinagogas y a las casas para proclamar su doctrina. Ni siquiera esquiva las invitaciones de sus contrarios, pues ha venido para ofrecer a todos la salvación. El anfitrión que lo invita a la mesa, es jefe de los fariseos, un jefe de la sinagoga del partido de los fariseos (8,41) o quizá incluso miembro del sanedrín en Jerusalén (23,13.35; Jua_3:1). La casa en que entra Jesús rebosa devoción a la ley y un estilo de tradición rigurosamente observado.

Era sábado. En este día suelen los judíos comer de fiesta. Los días de la semana se comía dos veces; los sábados, tres. La comida principal -al mediodía- seguía al culto de la sinagoga. «Los días de fiesta se debe comer o beber o retirarse a estudiar.» Para celebrar la fiesta con alegría se tenían invitados, a los que se obsequiaba abundantemente. A pobres, huérfanos y forasteros se les debía hacer bien y .saciar su hambre.

El sábado era un día en que se conmemoraban los grandes favores de Dios: la creación (Exo_20:8-11) y la liberación de la servidumbre do Egipto (Deu_5:12-15). Sobre el sábado flotaba una atmósfera de fiesta que nada de la fe en la elección de Israel por Dios: «El Señor bendijo el sábado; pero no consagró a ningún pueblo ni a ninguna nación para la celebración del sábado, sino a Israel; sólo a él le permitió comer y beber y celebrar el sábado en la tierra. Y el Altísimo bendijo este día, que creó para bendición, consagración y gloria con preferencia a todos los demás días» (Jubileos 2,31s). El sábado era signo de la fidelidad de Dios a la alianza. En él debía reconocerse que Dios es su Señor, que lo santifica (Exo_31:13). La gloria eterna se concebía como un sábado sin fin (Heb_4:9). En la comida del sábado había un ambiente de recuerdo de las grandes gestas de Dios, de esperanza del mundo venidero y de la participación en el reposo sabático de Dios. A tal comida fue invitado Jesús en casa de un fariseo. Jesús quiere llevar a término las grandes gestas de Dios en la historia de la salvación.

El invitado de honor en la comida era Jesús. Es invitado como doctor de la ley. Era costumbre hacer que en el culto de la sinagoga hablasen doctores renombrados de la ley e invitarlos a continuación a comer. La noticia de Jesús se había extendido por todo el país (Lc_7:17). El pueblo

lo tenía por un gran profeta (Lc_7:16). También los fariseos se planteaban la cuestión de quién podía ser Jesús (Lc_7:39). Lo observaban. Cada vez que Jesús era huésped de un fariseo, se le observaba y se le examinaba y calibraba conforme a la norma de la religiosidad farisaica. El fariseo Simón se forma un juicio de él conforme a su trato con la pecadora; el fariseo innominado (Lc_11:37-53), conforme a su descuido de las prescripciones de pureza legal. Ahora va a ser enjuiciado conforme a su concepto de la santificación del sábado. El resultado es éste: No puede ser un profeta de Dios. No habla la palabra de Dios. Los fariseos constituyen su propia exposición de la ley en norma y medida de la voluntad y palabra de Dios. No creen que Jesús obre y hable por encargo de Dios, porque no responde a sus expectativas y a su doctrina.

Estaban invitados doctores de la ley, fariseos, hombres del mismo espíritu que el anfitrión. Jesús también se interesa por ellos. No se ha consumado la ruptura. Las palabras conminatorias dirigidas contra ellos son en Mateo (cap. 23) una sentencia condenatoria; en Lucas (Lc_11:42-52), son invitación a la penitencia y a la conversión. (…)

(…)

b) No ambicionar los primeros puestos (Lc/14/07-11).

7 Al notar cómo los invitados escogían los primeros puestos, les proponía una parábola: 8 Cuando seas invitado por alguien a un banquete de bodas, no te pongas en el primer puesto, no sea que otro más importante que tú haya sido invitado por él, 9 y cuando llegue el que te invitó a ti y al otro, te tenga que decir: Déjale el sitio a éste; y entonces, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. 10 Al contrario, cuando estés invitado, ve a ponerte en el último lugar, de suerte que, cuando llegue el que te invitó, te tenga que decir: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy honrado delante de todos los comensales. 11 Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.

La comida de fiesta de los fariseos doctores de la ley está condimentada con discursos que conducen al debido conocimiento de Dios. Jesús habla como uno de ellos, no en el estilo de una amonestación profética. Sus palabras son discursos figurados, con moraleja, son parábolas. En ellos late su objetivo, su mensaje y su doctrina, el reino de Dios. Lo que él observa le sirve de imagen para exponer su doctrina de salvación.

Los invitados llegan y se sientan a la mesa. En ello hay que observar rigurosamente las precedencias. Según antigua usanza, se eligen los puestos no por razón de la edad, sino conforme a la dignidad y categoría de los invitados. Cada cual elige su puesto conforme a su rango, que él mismo se asigna. Jesús ve cómo los invitados se precipitan a los primeros puestos. Los fariseos cuidaban mucho de su honra, gustaban de ocupar los primeros puestos en las sinagogas y procuraban que se les saludase en las plazas públicas (11,43; 20,46; Mat_23:6; Mar_12:38) Reivindicaban su precedencia, pues estaban convencidos de tener derecho a los primeros puestos. Con la misma seguridad con que ocupaban los primeros puestos en la mesa juzgando que les correspondían como propios, creían también saber cuál es su puesto en la mesa de Dios. Estaban seguros del reino de Dios. ¿Con derecho?

Lo que en esta circunstancia observa Jesús le da pie para el diálogo. Comienza con una regla de urbanidad. En ella late un viejo aforismo: «No te alabes en presencia del rey y no te sientes en la silla de los grandes. Pues mejor es que te digan: Sube acá, que tener que ceder tu puesto a otro más grande» (Pro_25:6s). También los doctores de la ley conocen esta regla de prudencia:

«Mantente alejado dos o tres asientos del puesto (que te corresponde), hasta que te digan: ¡Ven más arriba!, en lugar de decirte: ¡Más abajo, más abajo!» Para los doctores de la ley eran estas palabras no sólo reglas de prudencia con que librarse del bochorno; describen además una actitud que es fruto de sentimientos morales.

La regla dada por Jesús no es de pura cortesía y de prudencia mundana, no es una exhortación moral general a ser modestos, sino una parábola sugerida por la búsqueda ansiosa de los primeros puestos y que expresa una verdad concerniente al reino de Dios: quien quiera entrar en el reino de Dios, ha de ser pequeño, ha de hacerse pequeño, no debe formular falsas pretensiones teniéndose por justo. La sentencia final da la clave: Dios humillará al que se ensalce. Al que se tiene por justo, que quiere hacer valer sus derechos delante de Dios, Dios mismo lo excluye de su reino; al pequeño, que no se tiene por digno de los dones de Dios, le hace Dios entrar en su reino. «Dios revela su secreto a los pequeños» (Eco_3:20). Ser pequeño es la primera condición para ser uno admitido en el reino de Dios (Eco_6:20). Con la misma sentencia se cierra también el relato del fariseo y del publicano en el templo. Allí reivindica el fariseo el primer puesto delante de Dios, como aquí en la comida; el publicano, en cambio, que no se estima digno del primer puesto, queda justificado delante de Dios.

El comportamiento en la comida descubre también quién puede participar en el banquete del reino de Dios. Para los cristianos no hay sólo reglas de pura urbanidad o de conveniencias cortesanas; para ellos, incluso el comportamiento en una comida corriente está significativamente envuelto en la sombra del misterio del reino de Dios. El reino de Dios lo abarca todo: el hombre, su comida, su comportamiento en la mesa, todas las esferas de su vida y de su ser. Dios lo es todo en todo. Nada se le puede sustraer; el Evangelio del reino reclama conversión.

Durante la última cena surge una disputa entre los discípulos acerca de las precedencias. «Surgió entre ellos una discusión sobre cuál de ellos debía ser tenido por mayor» (Eco_22:24). Jesús exige que uno se haga pequeño: «EI mayor entre vosotros pórtese como el menor; y el que manda, como quien sirve» (Eco_22:26). Jesús mismo se convierte en servidor: «¿Quién es mayor: el que está a la mesa o el que sirve? ¿Acaso no lo es el que está a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre vosotros como quien sirve» (Eco_22:27). La celebración de la eucaristía se efectúa en el marco de servir y ser pequeño. De nuevo se tiende un arco que va del banquete terreno al banquete de los últimos tiempos, y entre ambos está el banquete sagrado de la comunidad. El arco que reúne a los tres es la actitud de ser pequeño: el Señor que se ha hecho servidor, Jesús en camino hacia Jerusalén, donde él, sirviendo, dará su vida como rescate por los muchos, esperando la exaltación. El camino de la salvación es el de hacerse pequeños.

c) La elección de invitados (Lc/14/12-14).

12 Decía también al que lo había invitado: Cuando des una comida o una cena, no convides a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que también ellos a su vez te inviten, y ello te sirva de recompensa. 13 Al contrario, cuando des un banquete, invita a pobres, tullidos, cojos, ciegos. 14 Dichoso tú entonces, pues ellos no tienen con qué recompensarte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos.

También el anfitrión, el que había invitado a la comida es implicado en el diálogo. Las palabras que se le dirigen no pueden considerarse una parábola. Jesús formula una verdad de vigencia perpetua mediante un imperativo aplicable a un determinado caso de la vida. La alocución dirigida al anfitrión quiere ser obligatoria. Jesús quiere que se cumpla lo que él dice, pero no sólo esto,

sino algo más, como apunta él mismo.

La palabra dirigida al anfitrión está adaptada a él. Invitar es cuidado del anfitrión. Jesús no habla de esta comida presente, sino de una comida o de una cena, que éstas eran las dos refecciones del día. A la comida durante la cual está hablando Jesús, están invitados no sólo amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos, sino también Jesús y quizá sus discípulos. La exhortación profética se expresa con consideraciones y afabilidad. ¿Por qué son invitados amigos, hermanos, parientes, vecinos ricos? Jesús, con sus palabras, quiere hacer reflexionar. Con amigos se está a gusto; los hermanos y los parientes pertenecen a la gran familia, y con su invitación «todo queda en casa». De los vecinos ricos se espera abundante compensación. La invitación está regida por el amor al propio yo. «Si amáis a los que os aman, ¿Qué gracia tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si hacéis bien a los que bien os hacen, ¿qué gracia tenéis? También los pecadores hacen lo mismo» (6,32s). El distintivo del amor de los discípulos es: sin esperar nada a cambio (6,35). Su amor no debe ser sólo un amor que espera ser correspondido. Jesús no se contenta con un comportamiento basado en conveniencias o en esperanza de compensación. Hay que invitar a los más pobres entre los pobres: los tullidos, los cojos, los ciegos. De ellos no hay nada que esperar. No pueden invitar por su parte, no acarrean acrecentamiento del honor o de la influencia. Tampoco es un placer comer con ellos. Nadie los ve a gusto. En la comunidad de Qumrán no se admitían tullidos de pies o manos, cojos, sordos o mudos. El sordomudo, el ciego y el idiota no podían, en determinados sacrificios en el templo, poner sus manos sobre la cabeza de la víctima; a estas gentes se las excluía del culto oficial del templo. Precisamente a éstos es a los que hay que invitar, a fin de que se borre toda idea de compensación. En el sermón de la Montaña se pide todavía más a los discípulos: el amor de los enemigos. El amor a los enemigos no supone la menor esperanza de contracambio y compensación. «Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada» (/Lc/06/35).

Quien está penetrado de tal desinterés y altruismo, tendrá participación en el reino de Dios. Dios le dará la compensación. El que en sus obras sólo busca a Dios, recibirá de él gracia, agradecimiento y recompensa. «Tened cuidado de no hacer vuestras buenas obras delante de la gente para que os vean; de lo contrario, no tendréis recompensa ante vuestro Padre que está en los cielos» (Mat_6:1).

En la comida que se celebró en casa del fariseo se hizo manifiesta la bondad munífica de Dios cuando el hidrópico obtuvo la curación en sábado. Dios se glorificó a sí mismo haciendo bien al más pobre. «Es bueno aun con los desagradecidos y malvados» (Mat_6:35). En la parábola del gran banquete dirige Dios mismo su invitación a los tullidos, a los ciegos y a los cojos (Mat_14:21). El discípulo representa la imagen de Dios. «Sed misericordiosos, como (y porque) vuestro Padre es misericordioso» (Mat_6:36); el discípulo da sin esperar compensación, su pensamiento está puesto en Dios. Dios se le revela (cf. Mat_5:16).

Las reglas del convite se convierten en reglas del banquete celestial del reino de Dios. La Iglesia primitiva puso empeño en que la regla de la invitación se viviera también en el banquete del Señor. ¿Lo logró? Pablo se queja de la comunidad de Corinto que se reúne para el banquete del Señor, de que cada uno toma anticipadamente su comida, que uno no tiene hambre y otro está ebrio: «¿Tenéis en tan poco las asambleas de Dios, que avergonzáis a los que no tienen?» (1Co_11:20-22). En la carta de Santiago se lee: «Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con anillo de oro y con vestido elegante, y que entra también un pobre con vestido sucio. Si atendéis al que lleva el vestido elegante y le decís: Tú siéntate aquí en lugar preferente; y al pobre le decís: Tú quédate allí de pie, o siéntate bajo mi escabel, ¿no juzgáis con parcialidad en

vuestro interior y os hacéis jueces de pensamientos inicuos?» (Stg_2:2-4). ¿Dónde es más grande la gracia que se da, que en la mesa de la eucaristía? ¿Dónde es el hombre más mendigo que en esta mesa, en la que se le da comida y bebida «para perdón de los pecados» (Mat_26:28)? Como la parábola, también el imperativo termina con una mirada sobre los acontecimientos del fin de los tiempos, En aquella se prometía la exaltación, aquí la resurrección de los justos. Allí el camino pasaba por el abajamiento, aquí por el desinterés. Servir con amor desinteresado, dándolo todo, sin esperar nada: esto constituye al verdadero discípulo, que sigue a Jesús en el camino hacia Jerusalén, donde le aguarda la «elevación».

Jesús habla de retribución y recompensa. La idea de la recompensa no es la que determina la acción del discípulo, sino el Padre que está en los cielos. Quien así proceda, será recompensado misericordiosamente con la comunión con Dios en el reino de Dios. La recompensa se dará en la resurrección de los justos. No sólo los justos, sino también los pecadores han de resucitar (Hec_24:15). La suerte de Tiro y de Sidón en el juicio será más llevadera que la de las ciudades galileas, que rehusaron la fe a Jesús (Hec_10:14; Hec_11:31). Resucitarán para el juicio. «Los que hicieron el bien saldrán para resurrección de vida; los que hicieron el mal, para resurrección de condena» (Jua_5:29). La resurrección quiere ser promesa de felicidad, quiere cimentar bienaventuranzas.

(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en  El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)

Comentario Teológico I y II

I.  Xavier Leon - Dufour

Humildad

I. LA HUMILDAD Y SUS GRADOS. La humildad bíblica es primeramente la modestia que se opone a la vanidad. El modesto, sin pretensiones irrazonables, no se fía de su propio juicio (Prov 3,7; Rom 12,3.16; cf. Sal 131,1). La humildad que se opone a la soberbia se halla a un nivel más Profundo: es la actitud de la criatura pecadora ante el omnipotente y el tres veces santo: el humilde reconoce que ha recibido de Dios todo lo que tiene (ICor 4,7); siervo inútil (Lc 17,10), no es nada por sí mismo (Gál 6,3), sino pecador (Is 6,3ss; Le 5,8). A este humilde que se abre a la gracia (Sant 4,6 = Prov 3,34), Dios le glorificará (1Sa 2,7s: Prov 15,33).

Incomparablemente más profunda todavía es la humildad de Cristo, que por su rebajamiento nos salva y que invita a sus discípulos a servir a sus hermanos por amor (Lc 22,26s) a fin de que Dios sea glorificado en todos (IPe 4,10s).

II. LA HUMILDAD DEL PUEBLO DE Dios. Israel aprende primeramente la humildad haciendo la experiencia de la omnipotencia (*poder) del Dios que le salva y que es el único altísimo. Conserva viva esta experiencia conmemorando las gestas de Dios en su *culto; este culto

es una escuela de humildad; el israelita, al alabar y dar gracias imita la humildad de David que danza delante del arca (2Sa 6, 16.22) para glorificar a Dios, al que todo le debe (Sal 103).

Israel hizo también la experiencia de la pobreza en la prueba colectiva de la derrota y del *exilio o en la prueba individual de la *enfermedad y de la opresión de los débiles. Estas humillaciones le hicieron adquirir conciencia de la impotencia radical del hombre y de la miseria del pecador que se separa de Dios. Así se inclina el hombre a volverse a Dios con corazón contrito (Sal 51, 19), con esa humildad, hecha de dependencia total y de docilidad confiada, que inspira las súplicas de los salmos (Sal 25; 106; 130; 131). Los que alaban a Dios y le suplican que los salve se dan con frecuencia el nombre de "*pobres" (Sal 22,25.27; 34,7; 69,33s); esta palabra que designaba primeramente la clase social de los infortunados, adopta un sentido religioso a partir de Sofonías: *buscar a Dios es buscar la pobreza, que es la humildad (Sof 2,3). Después del día de Yahveh, el "resto" del pueblo de Dios será "humilde y pobre" (Sof 3,12; gr. praus y tapeinos; cf. Mt 11,29; Ef 4,2).

En el AT los modelos de esta humildad son *Moisés, el más humilde de los hombres (Núm 12,3) y el misterioso *siervo que, por su humilde sumisión hasta la muerte, realiza el designio de Dios (Is 53,4-10). Al retorno del exilio, profetas y sabios predicarán la humildad. El Altísimo habita con aquél que es humilde de espíritu y tiene corazón contrito (Is 57,15; 66,2). "El fruto de la humildad es el temor de Dios, riqueza, gloria y vida" (Prov 22,4). "Cuanto más grande seas, más debes abajarte para hallar gracia delante del Señor" (Eclo 3,18; cf. Dan 3,39: la oración del ofertorio "In spiritu humilitatis"). Finalmente, al decir del último profeta, el Mesías será un rey humilde; entrará en Sión montado en un pollino (Zac 9,9). Verdaderamente el Dios de Israel, rey de la creación, es el "Dios de los humildes" (Jdt 9,1ls).

III. LA HUMILDAD DEL HIJO DE DIOS. Jesús es el Mesías humilde anunciado por Zacarías (Mt 21,5). Es el Mesías de los humildes, a los que proclama bienaventurados (Mt 5,4= Sal 37,11; gr. praus = el humilde al que su sumisión a Dios hace *paciente y *manso). Jesús bendice a los *niños y los presenta como modelos (Mc 10,15s). Para ser como uno de esos pequeñuelos, a quienes Dios se revela y que son los únicos que entrarán en el *reino (Mt 11, 25; I8,3s), hay que aprender de Cristo, "maestro manso y humilde de corazón" (Mt 11,29) Ahora bien, este maestro no es solamente un hombre; es el Señor venido a salvar a los pecadores tomando una carne semejante a la suya (Rom 8, 3). Lejos de buscar su gloria (Jn 8,50), se humilla hasta lavar los pies a sus discípulos (Jn 13,14ss); él, igual a Dios, se anonada hasta morir en cruz por nuestra redención (Flp 2,6ss; Mc 10,45; cf. Is 53). En Jesús no sólo se revela el poder divino, sin el cual no existiríamos, sino también la caridad divina, sin la cual estaríamos perdidos (Lc 19,10).

Esta humildad ("signo de Cristo", dice san Agustín) es la del Hijo de Dios, la de la caridad. Hay que seguir el camino de esta humildad "nueva" para practicar el mandamiento nuevo de la caridad (Ef 4, 2; IPe 3,8s; "donde está la humildad, allí está la caridad,>, dice san Agustín). Los que "se revisten de humildad en sus relaciones mutuas" (IPe 5,5; Col 3,12) buscan los intereses de los otros y se ponen en el último lugar (Flp 2,3s; ICor 13,4s). En la serie de los *frutos del Espíritu pone Pablo la humildad al lado de la fe (Gál 5,22s); estas dos actitudes (rasgos esenciales de Moisés, según Eclo 45,4) están, en efecto, conexas, siendo ambas actitudes de abertura a Dios, de sumisión confiada a su gracia y a su palabra.

IV. LA OBRA DE Dios EN LOS HUMILDES. Dios mira a los humildes y se inclina hacia ellos (Sal 138,6; 113, 6s); en efecto, no gloriándose sino en su flaqueza (2Cor 12,9), se abren al poder de la gracia, que no es en ellos estéril (ICor 15,10). No sólo el humilde obtiene el perdón de sus

pecados (Lc 18,14), sino que la *sabiduría del todopoderoso gusta de manifestarse por medio de los humildes, a los que el mundo desprecia (ICor 1,25.28s). De una virgen humilde, que sólo quiere ser su sierva, hace Dios la madre de su Hijo. nuestro Señor (Lc 1,38.43).

El que se humilla en la prueba bajo la omnipotencia del Dios de toda gracia y participa en las humillaciones de Cristo crucificado, será, como Jesús, exaltado por Dios a su hora y participará de la gloria del Hijo de Dios (Mt 23,12: Rom 8. 17; Flp 2,9ss; IPe 5,6-10). Con todos los humildes cantará eternamente la santidad y el amor del Señor, que ha hecho en ellos cosas grandes (Lc 1,46-53: Ap 4.8-II; 5,11-14).

En el AT la palabra de Dios lleva al hombre a la gloria por el camino de una humilde sumisión a Dios, su creador y su salvador. En el NT, la palabra de Dios se hace carne para conducir al hombre a la cima de la humildad que consiste en servir a Dios en los hombres, en humillarse por amor para glorificar a Dios salvando a los hombres.

-> Niño - Soberbia - Pobres.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001

II. Santo Tomás de Aquino

 ¿Debe el hombre someterse a todos mediante la humildad?

Parece que el hombre no debe someterse a todos mediante la humildad.

Sin embargo, está lo que se dice en Flp 2,3: Llevados de la humildad, teneos unos a otros por superiores.

Respuesta. Pueden considerarse, en el hombre, dos cosas: lo que es de Dios y lo que es del hombre. Es del hombre todo lo defectuoso, mientras que es de Dios todo lo perteneciente a la salvación y a la perfección, conforme a lo que se dice en Os 13,9: Tu perdición es obra tuya, Israel. tu fuerza es sólo mía. Ahora bien: la humildad, como ya dijimos (a.1 ad 5; a.2 ad 3), se ocupa propiamente de la reverencia por la que el hombre se somete a Dios. Por eso, todo hombre, en lo que es suyo, debe someterse a cualquiera que sea su prójimo en cuanto a lo que hay de Dios en éste.

Pero la humildad no exige que el hombre someta lo que hay de Dios en él a lo que hay de Dios en otro, porque los que participan de los dones de Dios saben que los poseen, conforme a lo que se nos dice en 1 Cor 2,12: Para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido. Por eso, sin faltar a la humildad, podemos preferir los dones que hemos recibido de Dios a los dones de Dios que aparecen en los demás, tal como dice el Apóstol en Ef 3,5: No fue dado a conocer a las generaciones pasadas, a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles.

De igual modo, la humildad no exige que el hombre someta lo que hay suyo en sí mismo a lo que

hay de hombre en el prójimo. De lo contrario, convendría que todos se reconocieran más pecadores que los demás, siendo así que el Apóstol, en Gál 2,15, dice, sin faltar a la verdad: Nosotros somos judíos de nacimiento, no pecadores de la gentilidad.

Sin embargo, puede uno creer que hay en el prójimo alguna cosa buena que él no posee o puede ver en él mismo algo malo de lo que el otro carece, y en cuanto a eso, puede someterse a él por medio de la humildad.

(Santo Tomás de Aqunio, Suma Teológica, II-II, q. 161, a. 3 c)

Santos Padres

·        San Juan Crisóstomo

Los primeros puestos

Más escribas y fariseos no sufrían de vanagloria sólo en esas cosas, sino en otras también tan sin tomo como ésas. Porque quieren—dice el Señor—el primer diván en los banquetes y las primeras sillas en las sinagogas y que los saluden en las plazas y los llame la gente..."Rabbi". Todo esto, que parecen minucias, es causa de grandes males. Estas minucias han trastornado a ciudades e iglesias. A mí me vienen ahora ganas de llorar al oír hablar de primeras sillas y de saludos, pues considero cuán grandes males se han seguido de ahí a las iglesias de Dios. No hay por qué os lo explique aquí a vosotros ahora y, por otra parte, los que son viejos no necesitan enterarse de ellos por nosotros. Y considerad, os ruego, dónde se dejaban dominar de la vanagloria: allí donde se les mandaba vencerla, en las sinagogas, adonde entraban para instruir a los demás. Porque tener vanidad en los convites, no parece, hasta cierto punto, tan gran mal, si bien el maestro aun en los convites ha de ser admirado. No sólo en la iglesia, sino en todas partes. Porque al modo que el hombre, dondequiera que aparezca, es diferente de los animales, así, el maestro ha de manifestarse maestro tanto cuando habla como cuando calla, cuando come o cuando hace otra cosa cualquiera. Su andar, su mirar, su talle, todo, en una palabra, ha de mostrar quién es. Ellos, empero, eran en todas partes ridículos, se cubrían dondequiera de oprobio, afanosos de buscar lo mismo que habían de huir. Porque aman—dice—los primeros puestos. Y si el amor es culpa, ¿qué será el hacer? ¿Qué mal no será andar a caza de esos puestos y no cejar en el empeño hasta alcanzarlos?

CONTRA SOBERBIA, HUMILDAD

Ya que el Señor les ha prohibido la ambición de primeros puestos, ya que los ha curado de esta grave enfermedad, les enseña seguidamente cómo han de huirla por medio de la humildad. De ahí que añada: El mayor entre vosotros, sea vuestro ministro. Porque todo el que se exaltare, será humillado, y todo el que se humillare, será exaltado. Nada hay comparable a la humildad; de ahí que el Señor está continuamente recordando a sus discípulos esta virtud. Cuando puso en medio de ellos a unos niños pequeños y ahora; cuando proclamó las bienaventuranzas, por la humildad empezó, y ahora de raíz arranca el orgullo diciendo: El que se humillare será exaltado. Mirad cómo lleva el Señor a sus oyentes a lo diametralmente opuesto. Porque no sólo prohíbe ambicionar los primeros puestos, sino que manda buscar los últimos. Así—parece decirnos—

alcanzaréis vuestro deseo. De ahí que quien desee los primeros puestos, ha de ponerse en el último lugar. Porque: El que se humillare será exaltado.

(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía 72, 2-3, BAC Madrid 1956, 456-59)

Aplicación

·        P. Alfredo Sáenz, S.J.·        San Juan Pablo II·        P. Jorge Loring, S.J.

P. Alfredo Sáenz, SJ..

LA HUMILDAD

Al considerar el evangelio de este domingo, donde Jesús nos deja una lección sobre la humildad, debemos recordar que en la Sagrada Escritura la idea de banquete se asocia, entre otras cosas, a la esperanza del cielo. La alegría y la saciedad que producen la buena comida y el vino del convite prefiguran el gozo sin límites de la gloria celestial. No en vano Isaías profetizó: "El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos... destruirá la muerte para siempre... alegrémonos y regocijémonos de su salvación".

A semejanza de tantos otros lugares del evangelio, acá se nos habla del fin del hombre, que es la unión definitiva con Dios y la participación en su gloria, al tiempo que se nos indica cómo llegar a ese cielo prometido, recomendándonos hoy la virtud de la humildad.

Observemos antes, sin embargo, cómo el dueño de casa no sólo es el que invita al banquete y franquea las puertas de la sala, sino también quien dispone el lugar que corresponde a cada uno. La salvación no es algo que podamos alcanzar por nosotros mismos sino que es preciso contar ineludiblemente con el auxilio de la gracia de Dios, pues, como enseña Santo Tomás de Aquino "la gracia y la gloria son del mismo género, porque la gracia no es otra cosa que el comienzo de la gloria en nosotros... y la gracia que poseemos contiene en germen todo lo que es necesario para la gloria". No podemos llegar al cielo con nuestras solas fuerzas humanas. Necesitamos la ayuda de la gracia que sólo nos brinda Aquel que dijo: "Sin mí nada podéis hacer". No podemos, por ejemplo, sin la gracia, conocer a Dios con la luz de la fe, amarlo sobre todas las cosas, perseverar por largo tiempo en la vida virtuosa o rechazar todas las tentaciones, y evitar los pecados o arrepentimos de ellos después de haberlos cometido. Bien ha dicho Santa Teresa: "Mirad que lo puede todo y que nosotras no podemos nada, sino que El nos hace poder".

Dios nos invita a gozar de Él en el cielo y ofrece la gracia que nos permite llegar a la ansiada meta, pero esa gracia no podemos alcanzarla sin la humildad. ¿Por qué es esta virtud necesaria

para recibir los dones divinos? Porque el verdaderamente humilde sabe que es insignificante delante de Dios, reconociendo que sólo El es grande, y que en comparación a la suya todas las grandezas humanas son como polvo y ceniza, ya que según nos enseña también Santa Teresa, "la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada". Semejante anonadamiento va despojando al alma de sus imaginadas perfecciones, y al vaciarse ésta de sí misma, prepara el terreno para recibir el influjo bienhechor del amor divino que nos salva: "Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor", hemos oído hoy en la lectura del libro del Eclesiástico.

Qué bien entendemos ahora la lección de Jesús que nos exhorta a evitar los primeros puestos porque "los últimos serán los primeros". Si nos dejamos arrastrar por la soberbia, que es mortal para la vida espiritual, "no hay remedio para el mal del orgulloso", según lo escuchamos en la primera lectura; si permitimos, en cambio, que el Señor actúe en nuestro corazón humilde, escucharemos la consoladora voz que nos invitará a ascender, a acercamos más a ese Dios que es nuestra recompensa.

Debemos, primeramente, ser humildes delante de nuestro Padre del cielo, reconociendo que nada seríamos si Él no nos hubiera amado primero con su amor creador que nos sacó de la nada, y con su amor redentor que nos levantó y nos levanta del pecado y nos conduce a al Vida eterna. Es difícil, para nuestra naturaleza orgullosa, aceptar esta sumisión total, pero podemos ayudarnos para ello mirando el ejemplo de Jesucristo que siendo Dios "tomó la condición de esclavo y se humilló hasta la muerte", como escribe San Pablo a los filipenses. Nadie como Él supo humillarse y nadie tampoco como Él fue "ensalzado" de modo más eminente.

La humildad frente a Dios debe llevamos también a vivir esta virtud en nuestro trato con los demás. Si todos hemos recibido de lo alto nuestra vida natural y sobrenatural, tenemos un Padre común, y así nace la necesidad de ser humildes con el prójimo.

Ni siquiera la convicción de que somos moralmente superiores a otra persona, debido a la comparación de nuestra conducta y la suya, puede alimentar el orgullo, ya que "no hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad; y si aún no lo he cometido, es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien", según nos enseña San Agustín.

También el trato con los pobres es una escuela de humildad que Jesús hoy nos recomienda. El orgullo inclina generalmente a frecuentar a los grandes del mundo, porque nos creemos también grandes, y así entonces se nos hace difícil la conquista de la humildad. Por eso Jesús, después de habernos indicado el camino del anonadamiento y del desprecio de nosotros mismos, nos enseña en este evangelio a no desdeñar a los pobres sino, al contrario, a tratarlos y agasajarlos, porque serán ellos los mejores guardianes de nuestra humildad. Su indigencia los tiene habituados a considerarse vacíos y despojados, experimentando cada día la necesidad del auxilio ajeno para poder vivir, y así pueden enseñarnos con su ejemplo a practicar esta virtud tan valiosa pero tan ardua. Con el Cardenal Merry del Val podemos repetir:

Jesús, hazme la gracia de desear:Que los otros sean más amados que yo,

Que los otros sean más estimados que yo,Que los otros se engrandezcan en la opinión del mundo y yo disminuya.

Que los otros sean escogidos y yo no.

Que los otros sean ensalzados y yo desdeñado.Que los otros puedan serme preferidos en todo.

Que los otros sean más santos que yo, con tal que yo sea lo más santo que pueda ser.

Ahora vamos a continuar el Santo Sacrificio de la Misa donde Jesús, no contento con los oprobios de la Pasión, que vamos a renovar sobre el altar, se ofrece como alimento para ser comido y bebido por los indignos pecadores, dejándonos la suprema lección de la humildad hasta el fin.

(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 252-255)

Juan Pablo II

La liturgia de hoy -y sobre todo el Evangelio- nos dice a cada uno, a cada hombre, que es “invitado”. A lo largo de la historia se ha tratado de distintos modos -y se trata actualmente- de expresar la verdad sobre el hombre, y de una respuesta a esta pregunta: ¿Quién es el hombre?

Cristo llama al hombre “el invitado” y lo manifiesta directamente en algunas parábolas e indirectamente en todo el Evangelio. El hombre es un “invitado” por Dios. No sólo ha sido llamado a la existencia como todas las demás criaturas del mundo visible, sino que desde el primer momento de su existencia y para todo el tiempo de su vida terrena, ha sido invitado; invitado a un “banquete”, o sea, a la intimidad y comunión con el mismo Dios, más allá del ámbito de esta existencia terrena.

Esta invitación es decisiva por lo que respecta a la dimensión cabal de la vida humana.Al aceptar el hecho de ser “invitado”, el hombre vuelve a encontrar la verdad plena sobre sí. Y descubre asimismo su puesto justo entre los demás hombres. En esto consiste el significado fundamental de la humildad de que habla Cristo en el Evangelio de hoy, cuando recomienda a los invitados a la “boda” que no ocupen el primer puesto, sino el último, en espera del puesto definitivo que les señalará el amo.

"En esta parábola está oculto un principio fundamental, o sea, que para descubrir que ser hombre significa ser invitado, es necesario dejarse guiar por la humildad. El juicio desatinado sobre sí mismo ofusca en el hombre lo que está inscrito profundamente en su humildad, es decir el misterio de la invitación que viene de Dios.

En la oración que rezaremos dentro de poco se repetirán las palabras de María de Nazaret: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum”. Que estas palabras nos ayuden siempre a volver a descubrir continuamente esta verdad que cada uno de nosotros está “invitado” en Jesucristo. Y nos ayuden a responder a esta invitación que nos hace Dios, en la que se sintetiza la justa dignidad del hombre.

(Ángelus, 31 de agosto 1980)

P. Jorge Loring, S.J.

Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario - Año C

1.- En el Evangelio de hoy Cristo nos dice que seamos humildes. Que nos pongamos los últimos.

2.- Las personas que siempre quieren ocupar los primeros puestos resultan repelentes. Van por la vida dando codazos y pisotones.

3.- La soberbia es el peor de los pecados. Es el pecado que convirtió a los ángeles en demonios.

4.- Por otra parte, la humildad hace agradables a las personas. La persona humilde es apreciada por todo el mundo.

5.- Pero quiero advertir que la humildad es la verdad.

6.- No es humilde el que piensa que no sirve para nada. Sino el que reconoce con verdad sus cualidades y sus defectos.

7.- Hay que agradecer a Dios las cualidades que nos ha dado. El no reconocerlo es una ingratitud a Dios.

8.- Pero sin envanecernos. Dice San Pablo: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿de qué te engríes»? Por eso la persona humilde procura poner sus cualidades a disposición de los demás.

9.- Y también reconocer nuestras limitaciones y defectos. Tampoco creernos más de lo que somos.

10.- Es curioso que con frecuencia reconocemos que tenemos tal o cual limitación; pero si alguien nos lo dice, nos sentimos dolidos. El humilde acepta con gusto los defectos que otra persona le señala, si se trata de una persona bien informada y que quiere ayudarnos.

11.- El humilde también valora a los demás. Se alegra de las cualidades que tienen. No siente envidia de los que son superiores.

Directorio Homilético

Vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario

CEC 525-526: la Encarnación, un misterio de humildadCEC 2535-2540: el desorden de las concupiscenciasCEC 2546, 2559, 2631, 2713: la oración nos llama a la humildad y a la pobreza de espírituCEC1090, 1137-1139: nuestra participación en la Liturgia celesteCEC 2188: el domingo nos hace partícipes en la asamblea festiva del cielo

525    Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia  pobre (cf. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cf. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:

                        La Virgen da hoy a luz al Eterno                        Y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.                        Los ángeles y los pastores le alaban                        Y los magos avanzan con la estrella.                        Porque Tú has nacido para nosotros,                        Niño pequeño, ¡Dios eterno!

                        (Kontakion, de Romanos el Melódico)

526    "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para  entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio":

          O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de la octava de Navidad).

I        EL DESORDEN DE LA CODICIA

2535  El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no tenemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es debido a otro.

2536  El décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado  nacido de lo pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:

          Cuando la Ley nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del avaro no se satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37)

2537  No se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen al prójimo siempre que sea por justos medios. La catequesis tradicional señala con realismo "quiénes son los

que más deben luchar contra sus codicias pecaminosas" y a los que, por tanto, es preciso "exhortar más a observar este precepto":

          Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías, que ven con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de lo contrario podrían vender más caro y comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles...Los médicos, que desean tener enfermos; los abogados que anhelan causas y procesos importantes y numerosos... (Cat. R. 3,37).

2538  El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (cf 2 S 12,1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4,3-7; 1 R 21,1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2,24).

          Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo...Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2 Co, 28,3-4).

2539  La envidia es un pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:

          San Agustín veía en la envidia el "pecado diabólico por excelencia" (ctech. 4,8). "De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" (s. Gregorio Magno, mor. 31,45).

2540  La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad:

          ¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom. 7,3).

2546  "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mt 5,3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres de quienes es ya el Reino (Lc 6,20):

          El Verbo llama "pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2 Co 8,9) (S. Gregorio de Nisa, beat, 1).

2559  "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos?  ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal

130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).

2631  La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: "ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.

2713  Así, la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, "a su semejanza".

1090    "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).

I        ¿QUIEN CELEBRA?

1136  La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes celebran esta "acción", independientemente de la existencia o no de signos sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo, allí donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta.

          La celebración de la Liturgia celestial

1137  El Apocalipsis de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último, revela "el río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).

1138  "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y en la realización de su designio: las Potencias celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3), toda la creación (los cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil, cf Ap 7,1-8; 14,1), en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf Ap 12, la Esposa del Cordero, cf Ap 21,9), finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9).

1139    En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos.

2188  En el respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los cristianos deben reclamar el reconocimiento de los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales. Deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana. Si la legislación del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación que nos hace participar en esta "reunión de fiesta", en esta "asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos" (Hb 12,22-23).

Semana del 28 de Agosto al 3 de Septiembre  de 2016

Ciclo C

 

Domingo 28 de agosto de 2016Domingo 22º Ordinario

Agustín, obispo y doctor (430)

Eclo 3,17-20.28-29: Hazte pequeño, y alcanzarás el favor de DiosSalmo 67: En tu bondad, Señor, preparaste un hogar para los pobresHeb 12,18-19.22-24: Se han acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivoLc 14,1.7-14: Quien se enaltece será humillado

Es humano el afán de ser, de situarse, de sentir querer estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad de “idiotez”. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado a veces de “tonto” en este mundo tan competitivo.

En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.

Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y coloque a cada uno en su lugar.

El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último puesto. Lección magistral del

evangelio que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.

No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des”, y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.

Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos».

Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres” que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que "no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”.

Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en la primera, del libro del Eclesiástico, se dan consejos de sentido común: la conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne, menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios. Para llegar a Dios, los cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único sendero que debe practicar la comunidad cristiana. Él se ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para que no haya últimos, para que, como Jesús se propuso, no haya quienes estén arriba y abajo. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo.

Para la revisión de vida ¿Qué maneras conscientes o inconscientes tiene mi corazón para llevarme a buscar "los primeros puestos"?

Cuando invito, incluso cuando me doy a mí mismo, ¿lo hago pensando -consciente o inconscientemente- en la recompensa que me podrán devolver?

En definitiva: ¿soy humilde y gratuito? ¿Tengo mi esperanza puesta en "la resurrección de los justos", como dice Jesús?

Para la reunión de grupo- Los dos temas que la Palabra de Dios ofrece hoy para la reunión de grupo podrían ser la humildad y la gratuidad.

- La humildad: ¿Qué es realmente? Diferenciarla del apocamiento, del complejo de inferioridad, de la timidez, de la falta de autoestima... ¿Cómo conjugarla con la verdad, con la legítima aspiración a ser más, con la sana rebeldía?

- La gratuidad: significa un salto cualitativo del ser humano sobre el egocentrismo inscrito en nuestros instintos animales. Y el evangelio lo potencia al máximo. El amor es verdadero sólo en la medida en que es gratuito. Toda "comercialización" o búsqueda de recompensa en el amor es su destrucción. ¿Cómo vivirla en un tiempo donde todo se compra y se vende, donde la rentabilidad es un valor central, y donde la beneficencia o la donación es considerada como negativa para el desarrollo...?

Para la oración de los fieles- Para que la vida interna de la Iglesia sea una muestra de la búsqueda del mayor servicio y no del mayor honor o poder, roguemos al Señor...

- Para que la "jer”-“arquía" (poder sagrado) sea entendida en cristiano más bien como "iero”-“dulía" (servicio sagrado)...

- Para que seamos capaces de poner nuestro corazón y nuestro tesoro en los verdaderos valores, los que resisten hasta la "resurrección de los justos", hasta la victoria de la Justicia...

- Para que el evangelio desafíe en nosotros a la ideología neoliberal que todo lo compra y lo vende, sin dejar espacio a la gratuidad y el amor generoso...

- Para que eduquemos nuestra mirada y nuestro corazón, de forma que seamos capaces de gozarnos en los valores gratuitos, allí donde otros pueden ver sólo pérdida de ocasiones de lucro...

Oración comunitaria- Dios Padre y Madre, que por puro amor gratuito nos has creado y nos has regalado también gratuitamente la Vida. Danos un corazón grande para amar, fuerte para luchar y generoso para entregarnos a nosotros mismos como regalo a tu familia humana. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que entregó su vida generosamente por nosotros como el camino que hemos de seguir para

llegar hasta ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Lunes 29 de agosto de 2016Martirio de Juan Bautista (s. I)

Jer 1,17-19: Diles que yo te mando. No les tengas miedoSalmo responsorial 70: Mi boca contará tu auxilioMc 6,17-29: Quiero que me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista

La comunidad cristiana conmemora el martirio de Juan Bautista. Los textos litúrgicos reflexionan sobre la vocación profética. La Palabra de Dios irrumpe en la vida de Jeremías y lo habilita para la misión, dejándolo en una encrucijada. El profeta vive entre dos autoridades que piden obediencia: Los poderosos pretenden mantener sus privilegios de clase y las cosas tal como están. Dios exige imaginar y proponer alternativas a una determinada coyuntura social, política, económica o eclesial. En esta encrucijada el profeta se juega la vida, mientras Dios lo capacita para asumir la misión que le pide. El miedo a los violentos cede a la entereza, y crece la confianza en Dios, aunque sufra violencia. Como Juan Bautista, muchos hermanos y hermanas han asumido su compromiso profético hasta las últimas consecuencias. Monseñor Angelelli, por poner un ejemplo, profeta y mártir de La Rioja, Argentina, fue asesinado el 4 de agosto de 1976 por la última dictadura cívico-militar del país. Él supo sintetizar en una frase la suerte de los profetas: “Hay que seguir andando nomás, con un oído puesto en el pueblo, y el otro en el Evangelio”. Nuestra Iglesia oficial no siempre reconoce su testimonio. Pero el pueblo pobre, aquellos por los cuales han entregado la vida, les da el lugar que les corresponde y resiste gracias a su ejemplo. ¿Qué implica para mí poner un oído junto al pueblo y otro en el Evangelio?

Martes 30 de agosto de 2016Pamaquio, senador romano (410)

1Cor 2,10b-16: A nivel humano, uno no capta lo que es el Espíritu de DiosSalmo 144: El Señor es justo en todos sus caminosLc 4,31-37: Los espíritus inmundos le obedecen

San Lucas nos muestra que la enseñanza de Jesús es eficaz y tiene autoridad porque libera a los seres humanos de todo lo que los ata. Característico del individuo que cultiva su relación con Dios es que la acción divina moldea su interioridad de manera que va conformando sus afectos, sus intereses y actitudes de acuerdo al pensamiento de Cristo. Esta nota de la espiritualidad que Pablo señala a los Corintios no anula nuestra humanidad sino que la potencia y lleva a plenitud, ya que nos permite sacar a la luz lo mejor de nosotros mismos, creados a imagen y semejanza de Dios. Ajustar

nuestra propia vida y nuestros criterios a los intereses de Cristo Jesús, vivir de acuerdo al mismo Espíritu que lo anima y dejarnos enseñar por Él, nos permite entrar en la sintonía fina de discernir lo que nos pide, aceptar lo que proviene de Dios y comprender sus caminos. El discernimiento implica saber distinguir y discriminar, tener la capacidad de elaborar juicios de acuerdo a los criterios del Evangelio, pero también ser capaces de llevar adelante una mística liberadora como la de Jesús. ¿Cómo es mi discernimiento?

Miércoles 31 de agosto de 2016Ramón Nonato, religioso (1240)

1Cor 3,1-9: Somos colaboradores de Dios, y ustedes campo de DiosSalmo 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como herenciaLc 4,38-44: Frase

El evangelio presenta la curación de la suegra de Pedro como si se tratara de un nuevo exorcismo y ofrece a continuación un resumen de la actividad de Jesús al declinar el día. Las curaciones de endemoniados ocupan un lugar relevante dado que, hasta ese momento, al experimentar los efectos de su autoridad, son los únicos capaces de reconocerlo. Sin embargo hay otro detalle en el texto que merece ser destacado porque es un nexo con la carta de Pablo. Se trata de la consciencia que Jesús tiene acerca de sí mismo y de la importancia de su misión. En lugar de aferrarse a la fama adquirida y al cariño de quienes aprecian los efectos de su buena noticia, Jesús busca nuevos horizontes para el anuncio del Reino de Dios. Con la misma sinceridad y llaneza Pablo se refiere a sí mismo y a su servicio apostólico: Sin otro mérito que haber realizado el trabajo que debía ejecutar, el apóstol trasciende las rencillas domésticas que dañan el entramado de la comunidad, y nos da una lección de sensatez. Se confiesa depositario de un ministerio de fe que no le pertenece. Es uno más entre otros colaboradores que aportan sus mejores esfuerzos a la construcción de la comunidad haciendo que crezca el espíritu de fraternidad y cada uno de sus miembros.

Jueves 1 de septiembre de 2016Gil, religioso y abad (s. VII)

Cor 3,18-23: odo es de ustedes, ustedes de Cristo, y Cristo de DiosSalmo 23: Del Señor es la tierra y cuanto la llenaLc 5,1-11: Serás pescador de hombres

Tanto Pablo como Pedro, y la gente que escucha a Jesús sobre la orilla del mar, han encontrado en sus palabras una fuente de sabiduría y de verdad que les hace relativizar todo lo anterior. La muchedumbre se agolpa en torno a la barca de Pedro y escucha su enseñanza como si no

hubiera otra cosa en el mundo. Pablo insiste en que debemos desaprender y abandonar cualquier otro conocimiento previo por considerarlo un delirio superficial. El pescador, dejándose llevar por lo que Jesús requiere, vive una experiencia que le cambia la vida para siempre. Jesús le pide dos cosas: La primera vez, que eche las redes al mar luego de una noche de trabajo inútil. La segunda, le indica un cambio sustancial en su oficio de pescador. Será, desde ese momento, “pescador de hombres”. Pedro le obedece en ambas oportunidades. Pero, ¿qué es lo que sucede entre una palabra y otra que Jesús le dirige? El texto describe un hecho atípico, un milagro que confronta a Pedro consigo mismo en relación con Jesús. Una pesca extraordinaria le hace descubrir su verdad más honda y le permite intuir ante quién se encuentra. Nada volverá a ser igual después de esto. Al mirar nuestra vida, ¿Cómo ha sido nuestro encuentro con Jesús y su Palabra? ¿Qué consecuencias ha traído para nosotros?

Viernes 2 de septiembre de 2016Bartolomé Gutiérrez, mártir (1632

1Cor 4,1-5: El Señor pondrá al descubierto los designios del corazónSalmo 36: El Señor es quien salva a los justosLc 5,33-39: Nadie echa vino nuevo en odres viejosase

¡Cuántas veces hemos escuchado acerca de la necesidad de una “Nueva Evangelización” o de la imprescindible “Conversión Pastoral” en la Iglesia! Y sin embargo, pese a lo mucho que se escribe acerca de estos temas, poco cambian en la práctica concreta de las comunidades y las Iglesias locales “los métodos, las expresiones y el ardor” de la tan mencionada “Nueva Evangelización”. Las palabras de Jesús ofrecen una lección acerca de las necesarias rupturas y las (tan férreamente) sostenidas continuidades en la práctica pastoral de la Iglesia. Con radicalidad, claramente, Jesús indica la novedad que reviste el momento que están viviendo a quienes resisten sus acciones, e ilustra con dos metáforas la necesidad de una nueva práctica religiosa, acorde a las circunstancias. La resistencia al cambio por parte de sus adversarios es refrendada por el proverbio con que Jesús cierra su enseñanza, como si se tratara de un estribillo. Pablo, por su parte, advierte contra todo intento de juicio en relación al ejercicio de su ministerio apostólico. En tanto que servidores de Cristo, estamos llamados a vivir de acuerdo con la propia conciencia la fidelidad a la misión que nos ha sido confiada. ¿Qué es lo ‘nuevo’ que me pide el Evangelio de hoy?

Sábado 3 de septiembre de 2016Gregorio Magno, papa y doctor (604)

1Cor 4,6b-15: Hemos pasado hambre y sed y falta de ropaSalmo 144: Cerca está el Señor de los que lo invocanLc 6,1-5:  ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?

El motivo de la disputa con los fariseos es que ni los discípulos ni su Maestro respetan el

descanso sabático. Ante la confrontación, Jesús argumenta con un ejemplo tomado de las Escrituras. No sólo indica que la vida está por encima de cualquier precepto religioso, incluido el del descanso, sino que se presenta a sí mismo como “Señor del Sábado”. Objeto de otra discusión es la carta de Pablo a los corintios. El testimonio de su vida es el principal argumento frente a las disputas que intentan dividir la comunidad según la adhesión de sus miembros al apóstol o al catequista, creyéndose ya en el Reino de Dios. Con una respuesta irónica cargada de amargura, pero no exenta de cariño, Pablo confronta a los miembros de la comunidad adjudicándose su paternidad. ¿Quién de nosotros podría decir que no ha sido testigo de conflictos similares, o que jamás haya tomado partido por una facción u otra cuando la comunidad está en problemas? Las divisiones y disputas son parte de la vida humana. Lo verdaderamente importante es buscar el bien de las personas por encima de todo lo que nos separa.

6 H O M I L I A S

1.- LAS GAFAS DE LA HUMILDAD

Cuando uno tiene la oportunidad de viajar hasta Tierra Santa y visitar la Basílica de la Natividad no tiene otra opción, si desea entrar hasta la gruta donde nació Cristo, sino agacharse para poder acceder por una pequeña puerta denominada precisamente “la puerta de la humildad”. Abrir el evangelio de este domingo es caer en la cuenta que a Dios se le gana y se llega mejor con una de las actitudes más sublimes y más escasas en la vida del ser humano: la humildad. El orgullo lo adquirimos por naturaleza y, la humildad, es bendición de Dios.

1.- Sólo los humildes fueron capaces de reconocer y de ver al Salvador. Los engreídos levantaron tan gigantescos muros de preceptos y de prejuicios delante de sí mismos que se quedaron petrificados en su propia arrogancia. Fueron incapaces de sentarse a compartir el festín por pensar que eran los primeros en todo y que no había nada que se les escapara a su entendimiento. Tan en primera línea pretendieron estar que, otros desde más atrás, contemplaron, gustaron y presenciaron la novedad que les traía Jesús con mayor nitidez y acogida.

A Jesús se llega y se le ve más rápidamente con las gafas de la humildad; cuando somos capaces de confrontarnos a nosotros mismos con valentía y reconociendo equivocaciones o errores. Nuestra postura ante Dios no puede ser de orgullo o autosuficiencia. Alguien con cierta razón sentenció: “el orgullo es una lente sucia que nos impide sentir, seguir y vivir a Dios”. Lo intuyeron, precisamente por todo lo contrario, María, José, El Bautista y tantos hombres y mujeres de bien que supieron vestir la humildad no por apariencia y sí con el convencimiento de que, ese gran don, era el camino privilegiado para seguir las huellas de Jesús Maestro. Y es que es así; cuando somos gigantes en humildad estamos más cerca de lo auténticamente grande. Es un camino hacia la grandeza de Dios.

2. -Qué bien lo expresó todo esto el cantautor argentino Facundo Cabral cuando dice que la humildad es dejarse mover por la mano de Dios:

Aprende del agua porque el agua es humilde y generosa con cualquiera, aprende del agua que toma la forma de lo que la abriga: en el mar es ancha,angosta y rápida en el río, apretada en la copa, sinembargo, siendo blanda, labra la piedra dura. Aprende del agua que por graciosa se te escurre entretus dedos, tan graciosa como la espiga que se somete a los caprichos del viento y se dobla hasta tocar consu punta la tierra, pero pasado el viento la espigarecupera su erguida postura, mientras el roble, quepor duro no se doblega, es quebrado por el viento. Sé blando como el agua para que el Señor puedamoverte graciosamente en cumplimiento de tu destino,y serás eterno como EL, porque sólo el que sedeja trascender por lo trascendental será trascendenteLa humildad, bien entendida, es hermana de la sinceridad y de la valentía.

3.- Ser los últimos, al estilo de Jesús, tal vez implica ser los primeros en defender a tiempo y a destiempo (guste o no guste) ciertos valores cristianos y humanos que, por ser rechazados es sinónimo de una etapa en clara decadencia. Y por ello mismo….tal vez conlleve el que seamos los últimos en el mundo para, según los parámetros de Dios, estar un poco más adelante en los asientos del cielo.

Sólo así podremos identificarnos más a Cristo, ser exaltados por El en el momento oportuno y ser abrazados con un cuidado definitivo

4.- ¡QUIERO TUS GAFAS, SEÑOR!

Para ver, en la pequeñez, aquello que dicesque es grande al corazónaunque, a los ojos, parezca miseria.Para sentir que, tus caminos, son alegría y vidaesfuerzo y superación, valentía y salvación ¡QUIERO TUS GAFAS, SEÑOR!Para saber que, en la humildad,está la escalera para llegarme hasta Tiy, brindándome con empeñoseñale que tus senderos son futuro y fiestaabrazo y perdón, eternidad y justiciaPara comprender que, si sólo miro,por las lentes del mundome quedaré sin asomarmea ese otro horizonte de paz y de esperanza

de ilusión y de amorde hermandad y de fraternidada los que me invita tu persona. ¡QUIERO TUS GAFAS, SEÑOR!Para ver como Tú; perdón frente al odioPara ver como Tú; cielo después de la tierraPara ver como Tú; alegría antes que tristezaPara ver como Tú; humildad ante la soberbiaPor eso, y por tantas cosas, Señorquiero ver, sentir y caminar como Tú.Con tus gafas del Evangelio, Señor

2.- LA HUMILDAD, COMO VIRTUD PRIMERA

1. Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. La lectura del libro del Eclesiástico y la lectura del relato evangélico según san Lucas hablan de la humildad como una virtud necesaria en la vida de todas las personas. La persona humilde es, casi siempre, más apreciada que la persona soberbia. Y, como hoy, día 28 de agosto, es la fiesta de san Agustín, yo, que soy agustino, me voy a permitir citar en esta homilía algunas frases sobre la humildad según san Agustín. Algunas de estas frases del santo sobre la humildad, les pueden parecer a algunos a primera vista algo exageradas, pero si las pensamos bien veremos que reflejan una realidad psicológicamente comprobable. Dice san Agustín: “El verdadero camino para llegar a la verdad es la humildad, segundo la humildad, tercero la humildad; y cuantas veces me lo preguntes, otras tantas te diré lo mismo. No es que falten otros que se llamen preceptos, pero si la humildad no precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones… el orgullo nos lo arrancará todo de las manos cuando nos estemos ya felicitando por la buena acción. Porque los otros vicios son temibles en el pecado, más el orgullo es temible incluso en las buenas obras. Del mismo modo, si me preguntas acerca de los preceptos de la religión cristiana, me gustaría detenerme siempre en la humildad, aunque la necesidad del momento me obligue a decir otras cosas”. Quizá la razón más profunda que veía el santo para hablar de la humildad como virtud primera era el misterio de la Encarnación. Cada vez que el santo hablaba de la Encarnación de Dios en Cristo lo hacía resaltando y alabando la humildad de Dios. En este sentido tiene el santo muchas frases sobre la necesidad que tenemos nosotros de practicar la humildad, si queremos vivir en nuestra propia vida la encarnación de Dios. “Considera, oh hombre, lo que vino a ser Dios por ti y aprende la doctrina de tan gran humildad… Para hacernos capaces de alcanzar la plenitud, el que era igual al Padre se hizo semejante a nosotros en forma de siervo”. Pues, como he dicho, hoy que es la fiesta del santo obispo de Hipona será bueno que nosotros, no sólo los agustinos, sigamos los consejos de san Agustín sobre la humildad, con la seguridad que si nosotros nos humillamos, el Señor nos enaltecerá.

2. Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Estas frases del libro del Eclesiástico hablan de una realidad muy humana: generalmente no nos gustan las personas orgullosas y, en cambio, apreciamos a la persona que sabe portarse ante nosotros con humildad y sencillez. La humildad casi siempre nos invita al servicio, mientras que el

orgullo tiende a hacernos despóticos y engreídos. Ante Dios nos resulta fácil sentirnos humildes, porque la grandeza de Dios supera infinitamente nuestras limitaciones y debilidades, pero ante los hombres no siempre es fácil comportarnos con humildad, porque tendemos a creernos iguales o superiores a los demás. De exagerar en algo, más vale exagerar en la humildad, no en la soberbia. Sigamos, pues, con humildad los consejos tan prácticos que nos da hoy el libro del Eclesiástico.

3. Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo. El autor de la carta a los Hebreos contrapone las dos alianzas, la del Sinaí y la de Cristo. La alianza del monte Sinaí, cuyo mediador fue Moisés, estuvo acompañada de truenos y seísmos, en cambio la segunda alianza, cuyo mediador fue Cristo, nos produce paz y amor. Los cristianos somos hijos de la alianza en Cristo, alianza nueva y eterna, como decimos todos los días en las palabras de la consagración. Agradezcamos a Cristo el habernos rescatado del pecado mediante esta nueva y eterna alianza, que llevó a cabo Jesucristo con su vida, muerte y resurrección

3.- LA RECOMPENSA ETERNA DE DIOS

1.- SÍ, HUMILDAD. "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso" (Si 3, 19).Son consejos de Ben Sirac, el sabio inspirado por Dios. Palabras llenas de ciencia, fórmulas cargadas de sabiduría. En este pasaje el maestro aconseja al discípulo la humildad. Si en su vida procede humildemente será querido por todos, se le estimará más que al hombre generoso. Y es cierto. La persona que es humilde, sinceramente humilde, es sencilla, afable. Por su trato se da a querer... Ser humilde, ser sencillo. Olvidarse de sí mismo, estar contento con lo poco o lo mucho que la vida trae consigo. Ser consciente de la propia limitación, atribuir a Dios todo lo bueno que se pueda tener o que se pueda ser. No considerarse más que los demás, tratar a todos con la misma sonrisa, sin mirar a nadie por encima del hombro... El hombre humilde no tiene complejos, no teme quedar mal; no le importa que noten sus limitaciones. El humilde es por eso un hombre realmente libre.

"Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios" (Qo 3, 20). La fuerza de atracción de la humildad es tan grande, que ni Dios se resiste a ella. Sí, el Señor también se siente atraído por el que es humilde. Muchas veces vemos a Jesús inclinarse hacia el que es pequeño, pobre, enfermo, limitado, humilde. La mujer que Dios escoge por madre es una muchacha oculta entre la gente de su tiempo, una muchacha sencilla que habita en un pueblecito olvidado en las montañas de Galilea. La Virgen lo comprende y exclama: "Porque has mirado la pequeñez de tu esclava, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Sí, Dios ensalza al humilde y abate al soberbio, enriquece al pobre y despide vacío al rico. Desprecia al que se cree justo y abraza al que se siente pecador... Luz, Señor, luz para descubrir la propia pequeñez. Valentía para aceptarla con sencillez. Humildad siempre, por muy alto que tú nos subas. Conscientes de que somos la nada, de que tú eres el todo.

2.- LOS PRIMEROS PUESTOS. "Notando que los invitados escogían los primeros puestos..." (Lc 14, 7) El Señor no hizo distinción de personas. Ni siquiera tuvo prevención con los que le miraban con malos ojos, aquellos que le invitaban para observarle de cerca y espiarle a gusto. Jesús

conocía sus intenciones, pero no les esquiva ni se esconde. Él había venido para salvar a todos y a todos les da la posibilidad de que le conozcan y puedan amarle. Podemos decir que lo mismo ocurre ahora. En efecto, Jesucristo por medio de la Iglesia abre sus brazos a todos, no distingue entre rico o pobre, entre hombre o mujer, entre blanco o negro. El Señor quiere acercarse a la humanidad entera y se acerca de continuo de mil formas. Lo que ocurre a veces es que hay quienes no le acogen como se merece, quienes les cierran sus puertas, o se las abren a medias.

En aquella ocasión Jesús observa a los que han sido invitados a la boda, se da cuenta de cómo, a medida que van entrando, se colocan en los mejores puestos. Entonces el Maestro toma ocasión de este hecho para enseñarles cuál ha de ser la actitud y la conducta de un discípulo suyo. Quien quiera seguir su doctrina ha de actuar de una manera totalmente distinta. No ha de buscar el propio lucimiento, no ha de intentar ser el centro de la atención de los demás. Al contrario, ha de buscar la penumbra, el lugar más bajo, el pasar oculto. En un caso como el que están presenciando ha de elegir el último puesto, ser alzado a un sitio de más categoría por el dueño mismo de la casa. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Es una enseñanza cuyo alcance va más allá del caso de una invitación a un banquete. El Señor está pensando en otro banquete de más trascendencia, el banquete de las moradas eternas. Allí cada uno tendrá su puesto, cada uno gozará de su propia categoría. Entonces no valdrán los empujones ni las zancadillas para colocarse en los primeros puestos, no servirán las mentiras ni las apariencias. Entonces cada uno ocupará el puesto que realmente le corresponde, el suyo propio, ese que sólo Dios conoce. Puesto muy distinto quizá del que los hombres asignamos a los demás, o nos escogemos para nosotros mismos. Por eso no nos ha de preocupar otra cosa que ser grandes a los ojos de Dios, merecer sólo ante él y no ante los hombres.

El Maestro sigue exponiendo su enseñanza apoyado en ese banquete del que toma parte. Al hombre que le ha invitado le dice que cuando dé una comida o una cena no invite a quienes le pueden corresponder con otra invitación semejante. Cuando des un banquete, le dice, invita a los pobres, a esos que no podrán corresponderte. Sólo así será Dios mismo el que les pague, el que recompense su buena acción. Es decir, Jesús nos enseña que hemos de hacer siempre el bien, buscando no la recompensa y la gratitud de los hombres, sino la recompensa eterna de Dios.

4.- ANDAR EN LA VERDAD

1.- Humildad y caridad. El Libro del Eclesiástico hace una reflexión sobre dos cualidades o virtudes humanas que inciden con claridad en la vida religiosa: la humildad y la caridad. El mensaje es claro: la actitud del verdadero humilde es más apreciable que la de aquel que derrocha sus bienes con orgullo. La humildad es signo de una vida cristiana fuerte. La humildad es una justa apreciación del valor y de la grandeza del hombre. Sólo el que es humilde puede ver como grandes a los demás. Además, la humildad en la fe introduce al creyente en lo más hondo del mensaje: en Dios mismo. Dios recibe gloria por boca del humilde. Jesús ha mostrado un camino de este tipo cuando se ha propuesto como modelo de humildad evangélica. El autor del Eclesiástico reflexiona por antítesis sobre el orgullo para mostrar el valor de la verdadera humildad. El orgullo es el mal fundamental y

se manifiesta por la obstinación del corazón. No es la humildad un falso esconder la cabeza debajo del ala, sino una justa apreciación de los demás y de sí mismo, así como una apertura hacia Dios porque nos sabemos limitados de verdad, hombres que necesitamos del Dios misericordioso. Santa Teresa dio una buena definición de la humildad: andar en verdad.

2.- Un mundo nuevo inaugurado por Cristo. El monte Sión, en el que está edificada Jerusalén, era para los judíos la figura de la ciudad celestial. El texto de la Carta a los Hebreos expone con imágenes imponentes todo lo que descubre el hombre adulto que se convierte a Cristo y entra en la Iglesia. Con el bautismo entra en la familia de Dios, de los santos y de los ángeles. En la conversión, uno puede tener la experiencia de esto y casi tocar estas verdades, pero no debe olvidarlo cuando, después, vengan el cansancio y las pruebas. En el mundo actual es urgente que los cristianos sean testigos ante los hombres de la existencia de ese mundo distinto y nuevo, diverso y joven, bello y pacífico en el que Cristo nos introdujo con su muerte. Jesús es el que posibilita el acceso a ese mundo nuevo. La nueva alianza fundamentada en Cristo es a la vez un género nuevo de vida y una formidable irradiación de juventud.

3.- Invitar a los pobres. Jesús fue invitado a comer un día de sábado en casa de un rabino. Aunque el anfitrión era un fariseo y uno de los principales, aceptó. Jesús ve cómo los comensales se disputan los primeros puestos. El deseo de figurar era una de los defectos típicos de los fariseos. Las palabras de Jesús son algo más que una lección de buenas formas o de urbanidad; pone un "ejemplo" que contiene un mensaje religioso. Recordemos que Jesús en la Ultima Cena ocuparía el último lugar, el de los siervos, y lavaría los pies a sus discípulos; recordemos, sobre todo, que al día siguiente descendería mucho más al ser colgado en la cruz entre dos ladrones y que, por eso mismo, fue exaltado a la diestra del Padre. Seguidamente Jesús se dirige a quien le había invitado. Jesús quiere decirle que el amor auténtico se muestra cuando se ejerce sin esperar recompensa alguna. El que invita a los pobres no puede esperar ser invitado por ellos en otra ocasión. Invitar a los pobres sería tanto como sentarse a la mesa de los pobres, solidarizarse con ellos, sería amarles de tal manera que uno pudiera esperar también entrar con ellos en el Reino que les ha sido prometido.

5. - EL CAMINO DE LA HUMILDAD

1. - La humildad es una virtud rara, porque pocos son los humanos que la asumen sincera y completamente. La soberbia es lo contrario de la humildad y es uno de los mayores motivos de separación de Dios. La soberbia nace precisamente en personas que, tal vez, llevan un camino aceptable de perfección, pero que un exceso de autoestima les lleva a desvariar. Sería el caso del fariseo que rezaba en el lugar más importante del templo agradeciendo a Dios lo que bueno que era él mismo, cuando "el único bueno es Dios". La soberbia impide ejercitar el perdón de las ofensas y son frecuentes tremendos enfrentamientos entre familiares que llevan incluso a la destrucción de las familias. No es ocioso pedir a Dios todos los días para que nos libre de caer en las redes demoníacas de la soberbia.

2.- Hay, no obstante, situaciones de vanagloria menos graves que tampoco son útiles para el cristiano. Una conformidad permanente con nuestra forma de ser o de actuar nos impedirá

profundizar en los fallos personales y en errores nuestros en el trato con los hermanos. Se da mucho en gente religiosa que se siente feliz de no ser "malos como los otros" y, sin embargo, lo que están haciendo es aproximarse al fariseo del relato evangélico. Si adoramos a Dios, si aceptamos todos los días su grandeza y misericordia, vamos a entender rápidamente nuestra poquedad y de ahí nacerá el reconocimiento de que somos poca cosa. Si miramos a nuestro alrededor podemos encontrarnos con gentes ejemplares que desde una vida consagrada a Cristo estén trabajando al servicio de los más pobres, de enfermos de difícil trato o de peor aspecto. Y que, sin embargo, el "milagro" reside en que esas personas no se envanezcan íntimamente y sean capaces de pensar que el trabajo de un padre de familia para sacar adelante a su gente sea más importante que el suyo. En el reconocimiento de lo limitado de nuestra misión --y, además, poner nuestros ojos en la grandeza de Dios-- aparecerá un buen camino de humildad para nuestra vida.

3. - La suprema humildad es cuando Dios –la Segunda Persona de la Trinidad—se anonadó hasta encarnarse en un hombre que terminó muriendo en la Cruz en unas condiciones terribles. No hay humildad mayor que esa. El camino hacia el Gólgota es un ejemplo completo de humildad y entrega. Jesús, no obstante, con su notable capacidad de maestro trazó enseñanzas concretas y afectas a la vida cotidiana para que lo entendiéramos mejor. Él era -ciertamente—el mejor ejemplo de humildad, pero no era cuestión –sin, además, haberse completado su misión en la Tierra—de ponerse de ejemplo. Los ejemplos de puestos principales en banquetes, bodas y celebraciones son muy habituales.

4.- Digamos mejor: siguen siendo habituales. Lo eran en tiempos de Jesús y lo siguen siendo. La gente lucha por significarse, porque le vean en el mejor puesto. Y la mayoría de las veces dicha significación vale poco. Pero no hay que ignorar algo más que hay en las palabras que Jesús nos dirige esta semana. Y es que al invitar a los pobres, a los cojos y a los lisiados señala una línea de conducta: no debemos gastar dinero en celebraciones sociales y derrochar mientras que los pobres no comen. No podemos jugar a los honores –rodeados de belleza, de celebrities, de la "beautiful people"—mientras que los lisiados, los cojos, los ciegos y muchas otras personas alejadas de la belleza por las marcas de la enfermedad, no tienen quien les visite o les ayude. Pero para llegar a prescindir de los fastos de la vida social --o a las lisonjas de la adulación-- hay que ser previamente humilde. Ahí, el Señor nos marca otro camino más para elegir la "puerta estrecha" – tal como nos decía el domingo pasado-- que nos conduzca a la salvación definitiva.

5. - Y en esa humildad –y en la austeridad correspondiente que deja inundar nuestras relaciones, todas, con los hermanos—reside una condición fundamental del cristiano. No construyamos una religión a nuestra medida rodeada de actos sociales llenos de vanagloria, adulación y mentira, aunque tengan lugar en el interior de una iglesia. Merece la pena leer –y releer—con mucha atención el breve fragmento del Libro del Eclesiástico presente en las lecturas de este domingo. "Dios revela sus secretos a los humildes" ¿Podemos pedir más? En la Carta a los Hebreos --el último texto que se lee de ella en este Tiempo Ordinario-- es también una muy especial incitación a reflexionar sobre la "nueva humildad". Dios, a partir de la presencia de Jesús en la Tierra, no va a necesitar de sus atributos magnificentes y terribles. En el monte santo ya no hay fuego, ni tormenta, ni nubarrones. Hay paz. Por eso también nosotros no debemos pedir a Dios signos maravillosos, ni milagros portentosos. Debemos esperar humildemente la presencia permanente --un día-- en

nuestros corazones de Dios, en la cercanía con el Espíritu Santo. Y en esa cercanía hay que orar para pedir aun mucha más humildad.

LA HOMILIA MÁS JOVEN

ANTIGUOS USOS QUE NO HAY QUE OLVIDAR

1.- Se está acostumbrando entre nosotros dedicar la habitación llamada comedor a mostrarla a las visitas, como quien enseña la sala de un museo. Se ha olvidado que el comedor es la estancia destinada a recibir y obsequiar con un refrigerio, tentempié, merienda o comida, mientras se comparte con sinceridad y amabilidad. Hospitalidad de alimento y acogida espiritual ofreciendo amistad.

2.- Invitar a una persona a casa, supone acercarla a nuestra interioridad, abrirnos a sus inquietudes y conocimientos, ofrecernos a ayudarla en cualquier situación que nos pueda necesitar. Es tan grande la excelencia de una invitación y supone tal generosidad, que, seguramente por miedo, como precaución para no acabar comprometidos, se ha perdido la costumbre de hacerlo.

3.- Pagar una comida en un establecimiento no compromete a nada, ni a nadie. A esto se refirió el Señor cuando explicó la parábola del que bajaba de Jerusalén a Jericó y fue atacado. El buen samaritano no podía llevarse a su lejana casa a un lesionado, pero sintiéndose obligado con aquel hombre, víctima de un atraco, se comprometió a algo más, a subvencionarle todos los gastos que posteriormente pudiera ocasionar.

4.- Vosotros, mis queridos jóvenes lectores, invitad a vuestra casa si podéis, o a una merienda campestre, si os es imposible lo primero. Invitad con motivo de una fiesta que celebréis o de un triunfo que habéis conseguido. Invitad al que se lo merece y al que no esperaba vuestro gesto. En esto conoceréis que habéis convidado como el Maestro enseña. Con este proceder descubriréis un día que, sin conocer su rostro, en aquel que ha venido sin merecerlo, estaba Cristo. Y no os enorgullezcáis por ello. Y, si sois los invitados no pretendáis llamar la atención, ni acaparar el interés del anfitrión, sabed ser discretos y modestos. Comportaos con humilde cortesía.