oh, america

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Marcella Olschki Una novela llena de humor y melancolía, sobre el paso de la juventud a la madurez.

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  • Corre el ao 1946 Una joven italiana culta y polglota llega a Estados Unidos para reencontrarse con su marido un oficial norteamericano con el que secas en Italia al final de la guerra Viaja llena de ilusiones en un singularsimo barco repleto de esposas de otros soldados yanquis La anormalidad de eseviaje anticipar ya los sorprendentes y a veces infortunados giros que va a dar su vida en cuanto llegue a tierra Oh Amrica dibuja de un modo tandivertido como lcido una poca fascinante y una nacin tan grande como contradictoria y lo hace a travs de una voz a ratos indecisa a ratos segura de smisma que representa a toda esa generacin de mujeres que se alz sobre las ruinas de la Segunda Guerra Mundial La mirada europea de la protagonista noslleva de los altos rascacielos de Nueva York a la soleada California de Reno a Hawi y coloca a un sinfn de personajes bajo su implacable y a la vezcomprensiva lupa locutores de radio y actores cowboys y millonarios intelectuales y expatriados Marcella Olschki escribi tan slo dos novelas unacombinacin perfecta de humor y melancola de juventud y aventura pero bastaron para convertirla en uno de los nombres ms estimables de laliteratura italiana del siglo XX Accin y reflexin podra ser su lema

  • Marcella Olschki

    OH, AMRICA

    TRADUCCIN DEFRANCISCO DE JULIO CARROBLES

    EDITORIAL PERIFRICALARGO RECORRIDO, 53

  • PRIMERA EDICIN: noviembre de 2013TTULO ORIGINAL: Oh, America, 1996

    Esta obra ha recibido una ayuda a la edicindel Ministerio de Educacin, Cultura y Deporte.

    Sellerio Editore, Palermo, 1996 de la traduccin, Francisco de Julio Carrobles, 2013

    de esta edicin, Editorial Perifrica, 2013Apartado de Correos 293. Cceres 10.001

    [email protected]

    BIC: FAISBN: 978-84-92865-82-6

    DEPSITO LEGAL: CC-245-2013IMPRESO EN ESPAA PRINTED IN SPAIN

    El editor autoriza la reproduccin de este libro, total oparcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siemprey cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

  • NUEVA YORK, 1946

    A veces ocurren cosas extraas. Poco antes de Navidad, despus de haber visto en el telediario el homenaje a Ciriaco De Mita[1] en Nueva York, me vinieron a la mentelos pocos contactos que en 1946 mantuve con los italoamericanos en aquella ciudad. Ahora, despus de tantos aos, volva a ver a un grupo que brindaba entre aplausospor los xitos de Italia en todos los campos, y especialmente en el del antiterrorismo, ya se deca con poca prudencia del todo extirpado. En medio del entusiasmogeneral, De Mita triunfaba rodeado por un buen nmero de caras limpias. Cmo han cambiado los italoamericanos! En los gestos y en el vestir, en el aspecto y en elcomportamiento no tenan lo que se dice nada que ver con los que yo recordaba de aquellos tiempos lejanos. Aun as no consegua descartar vagas sospechas, dudas talvez del todo injustificadas: cuntas de aquellas caras estarn limpias tambin al otro lado de la pantalla del televisor?

    Me entraron ganas de escribir sobre ellos, sobre cmo los haba visto en 1946, fresco an el impacto que los Estados Unidos me produjeron despus de padecercuatro aos de guerra. Luego rele lo escrito y me pareci que no poda interesarle a nadie lo que entonces haba visto y pensado. As que hice una gran bola de papel yla arroj a la papelera. Unos das ms tarde, aprovechando el largo puente navideo, me puse a ordenar una habitacin donde desde haca decenios haba ido acumulandopapeles, documentos, correspondencia y fotografas sin haber tenido nunca el valor de afrontar aquellas pilas de cosas intiles y arramblar de una vez con todo.

    A media tarea aparece un archivador lleno de cartas. Tengo ante mis ojos lo que se dice un autntico dossier: un ao y medio de vida en Amrica; mi vida, desde abrilde 1946 a septiembre de 1947, contada a mis familiares casi minuto a minuto. As que ahora ya no se trataba de recuerdos algo desvados por el tiempo, sino deimgenes inmediatas, relatos, comentarios, encuentros, personajes grandes y pequeos, desesperaciones, nostalgias, ilusiones y desilusiones, y esperanzas. En unapalabra: una vida entera, intenssima, comprendida en el lapso de tan slo un ao y medio. Todo regresa tan vivo y tan vivido como si de sbito se hubiese cado lapantalla de los decenios que separa el presente del pasado.

    Increblemente, al releer con avidez y pasin aquellas viejas cartas mas, vuelvo a verme tal y como era en aquellos tiempos lejanos. Todo lo que viv y pens habrapodido vivirlo y pensarlo hoy; habra tenido las mismas reacciones, habra sacado las mismas conclusiones. Con una enorme diferencia: hoy no habra podido sobrevivira las autnticas tragedias que sin previo aviso se cernieron sobre m, a las humillaciones, a las dificultades y a las desilusiones: me falta ya ese ingrediente maravilloso,ese grande y divino don que es la juventud.

    En las descripciones de aquella increble sucesin de acontecimientos que fue mi estancia en los Estados Unidos, me veo otra vez a m misma como una muchachamuy joven, lejos de los suyos y del mundo, obligada por el destino a afrontar una aventura mucho ms grande que ella cuando crea, por el contrario, ir al encuentro de laseguridad. Vuelvo a ver, como si mirase a travs de un catalejo invertido, aquella figurita angustiada y perdida que, como por milagro, consigue salir rpido de unpeligroso impasse y con coraje planta cara, decide y lucha. Es el poderoso impulso de la juventud, que alienta irrefrenable, triunfante elemento de vida: y la juventudvence; de la apagada crislida nace una criatura nueva e inclume. El sufrimiento, que haba impedido ver, juzgar, apreciar y gozar, que haba nublado incluso el sol, cesaun da de repente y empiezan a perfilarse los contornos de las cosas, se colorean los personajes; el deseo de vivir, incontenible, se abre camino y por fin se sonre y setienen ganas de rer.

    Ahora no slo recuerdo, sino que, al releer mis cartas, vuelvo a ver y a revivir la gran Nueva York que en un primer momento se me haba aparecido como un enormee impenetrable cementerio, con aquellas ventanas de los rascacielos iluminadas de noche como nichos, un cementerio donde la gente enloqueca aplastandovertiginosamente la propia vida contra el cemento armado. De repente, la ciudad se ilumina de locas girndulas hechas de sucesos inesperados y personajes interesantes,y hasta mi propio callejear para salir adelante vendiendo cosas florentinas a comerciantes desconfiados empieza a mostrar su lado cmico y me divierte. Quin sabe porqu pensaba entonces la tienen tomada con los italianos, y quin sabe por qu yo despertaba curiosidad: voy modestamente vestida, pero me muestro educada ytrato de ser amable, nada ms. Todo el mundo me pregunta de dnde vengo y nunca lo entienden. Invento el juego de las nacionalidades: les pido que adivinen y cuentolas que me atribuyen. El rcord es veinticuatro: las ms inverosmiles. Cuando por fin digo que soy italiana todos responden: Italiana? Qu va! Es imposible. Nostoma el pelo.

    Luego comprend por qu. Por aquel entonces careca de medios para ir a comer a los restaurantes italianos, todos carsimos y, por tanto, fuera de mi alcance, peroalguna que otra vez alguien me invitaba y aquello estaba siempre a rebosar de familias oriundas, gordas familias con gordos abuelos, gordos padres, nios gordsimos,todos morenos, todos grasientos y todos chillones y gesticulantes. A los nios se les permita todo: subirse a la mesa, hacer pip en el suelo, pegarse, tener berrinchesfuribundos Comprend, entonces, el efecto Italia. De aquella otra Italia, de aquella Italia nuestra mucho ms civilizada, ms silenciosa y tan valiente, la que querareconstruir un pas an ensangrentado por las heridas de guerra, ninguno saba nada. Delgada como un palillo despus de aos de hambre, contaba a los americanoscunto habamos sufrido en aquel terrible perodo. Me respondan: Ah!, nosotros tambin, sabes? Una vez, durante una semana entera, lo nico que encontramospara comer fueron pollos. As que dej de hablar; al fin y al cabo, no podan comprender.

    Pocos meses despus de mi llegada a Nueva York encontr a uno de los personajes ms inteligentes, divertidos y graciosos que haya conocido nunca. Era unexabogado florentino emigrado a los Estados Unidos en 1939 a raz de las leyes raciales: se llamaba Renzo Nissim, pero muchos lo recordarn como Renzo Renzi, enprimer lugar por las transmisiones de La voz de Amrica, durante y despus de la guerra, y luego, por aquel genial modo suyo de hacer de disc jockey en la radio italianacuando, ya famossimo en Nueva York, la nostalgia de Italia le atenaz la garganta y regres definitivamente al suelo patrio. Era lo que se dice genial, Renzino, y entodos los campos.

    En la poca en que lo conoc era redactor de programas para Italia en la NBC, tocaba jazz hasta las cuatro de la maana en un night club de lujo, escriba comediashistricas chorreantes de sangre para el pblico italiano de Brooklyn: tena que hacerlas horrendas para que fueran comprensibles, pero as y todo contenan tal surtidorde ideas y de enredos que se hubieran podido extraer de ellas decenas de argumentos para otras comedias vlidas. l no habra tenido tiempo para hacerlo: vivavertiginosamente. Para los pocos florentinos que haba en Nueva York en aquella poca, pasar una velada con l era como estar de vuelta en casa. Su mente era untorbellino de hallazgos del mejor espritu local: cuando estaba en vena no parbamos de rer, pero l continuaba impertrrito, improvisando al piano ciertas cantinelassuyas inventadas sobre la marcha, como cantos dantescos en perfectos endecaslabos, pero con un contenido humorstico irresistible.

    Pequeito, delgadsimo y feote, y muy nervioso, Renzino tena a sus pies a las ms bellas mujeres de Nueva York y aledaos. Fascinante por su inteligencia ysimpata, viva una vida intenssima de trabajo, de breves y locos amores y de continua necesidad de dinero. Por fortuna, nuestra relacin fue siempre y slo unaexcelente amistad: creo que nicamente las americanas eran capaces de soportar su caleidoscpica personalidad, y tal vez porque la mitad de las cosas que deca o hacano las comprendan en absoluto.

    Una vez que andaba muy ocupado detrs de algn bellezn que le robaba un tiempo precioso, me pidi el favor de escribirle un fragmento de comedia que debaentregar en tres das.

    Escribe, me dijo, la ms espantosa birria que seas capaz de imaginar. Acbame ese condenado segundo acto, y ajstate a las cosas que ya he escrito. Usa confrecuencia los trminos fementido y traidor; y por favor, escribe algo absolutamente inmundo.

    Acept y me puse manos a la obra. Paralizada ante la calidad de lo que me haba dejado para leer, me pas tres horas y media escribiendo una porquera que mepareca igual a la suya y qued satisfecha. Me telefone a la maana siguiente. Estaba furioso.

    Pero ests loca?, grit. Has escrito una especie de Divina Comedia! Me toca tirarlo todo a la basura! Pero es que no has comprendido ante qu clase depblico va a ser representada La reina Juana o la corona ensangrentada? No te bastaba el ttulo?

    No, aquel ambiente no lo conoca. Me invit a ver la premire de la comedia. Necesitaba dinero y hara de apuntador para ganarse algunos dlares ms. Lo primeroque me dijo es que ninguno de los actores se saba el papel. No poda imaginarme lo que seguira a continuacin. El pequeo teatro de Brooklyn no era ms que una

  • enorme habitacin llena de incomodsimas sillas de madera. El pblico era increble: haba pocos jvenes (la segunda y la tercera generacin estaban ya casiamericanizadas del todo), muchas matronas enjoyadas, envueltas en suntuosas pellizas de visn que en aquella poca muy pocas, incluso en Amrica, podanpermitirse; en la cabeza, pauelos pueblerinos, non foulard di Herms, verdaderos pauelos que, no obstante, haban perdido su dignidad campesina. Los hombres eranclavados a los de las pelculas de Al Capone y a los del futuro Padrino: el aire despectivo, los grandes puros, los trajes azules de raya ancha y el sombrero en la cabeza.Hablaban todos un dialecto cerrado e incomprensible. Cuando se alz el teln y se vieron dos sillas cubiertas de damasco rojo para crear atmsfera y definir vagamentela poca de nuestro drama, pens que quiz llegara a armarse alguna bronca. Pero ni mucho menos, no se arm nada, y en el nterin se haba hecho un gran silenciomientras la reina haca su entrada con un vestiducho negro y un pao de terciopelo rojo que le colgaba haciendo cola y, al arrastrarlo, levant nubecillas de polvo.

    Empez la tragedia y no tard en advertir que nadie se saba el texto. Los actores se volvan una y otra vez hacia la concha del apuntador, y luego, con grandesgestos, repetan como papagayos. Era toda una historia de traiciones del duque de Lagoscuro y del conde de Lagoclaro en perjuicio de la pobre reina Juana, que noobstante traicionaba al duque traicionado a su vez por el conde, y entre todas estas intrincadas maquinaciones, apareca y desapareca, sin mostrarse nunca, un extraopersonaje llamado Nissim, al que todos deban dirigirse para obtener consejos y ayudas. Nadie saba quin era, pero cuando el duque de Lagoscuro, luego de haberdeclarado que tena que tratar de cierto asunto con Nissim, al no haber entendido las palabras que seguan, se puso a bisbisear en el odo de la reina, desde el pblico sealz un hombre gritando: No le creas que se te traiciona! Te traiciona!. Otros ms se pusieron de pie con gesto amenazador, y despus de haber redo tantocon todo aquel invisible ir y venir del misterioso Nissim, tem de verdad que el pobre actor acabase linchado.

    As constat lo que me cont un muchacho carioso y amable, y muy atractivo, que haba conocido en una pequea emisora de radio de lengua italiana dondetrabajaba como locutor. Una vez que hubo ledo las previsiones del tiempo, nos pusimos a charlar y me cont que cuando en las emisoras italianas de Nueva York seretransmitan seriales, entre un captulo y otro llegaban montones de cartas dirigidas a los personajes (no a los actores) dndoles consejos, revelndoles intrigas,elogindolos o amenazndolos con vengarse. Entonces no haba credo lo que me haba contado aquel muchacho, que se llamaba Mike Bongiorno y era justo nuestroBongiorno nacional, pero aquella noche pude comprobarlo con mis propios ojos.

    El drama lleg a su fin, entre el regocijo general, con el acuchillamiento de varios fementidos traidores en aras de la justicia triunfante. Y la ltima frase, pronunciadapor la reina con los brazos en alto, los ojos y los odos dirigidos al apuntador, son de esta guisa: Y ahora queridos amigos voy a casa de Nissim!. Fue un granxito, y esto tambin era algo que me resultaba imposible de creer, pero me aclar muchas cosas sobre la actitud de otras etnias hacia la comunidad italoamericana deaquella poca.

    Y, sin embargo, haba encontrado entre ellos personas modestas y amables. Me vendan fruta y queso, y no me habran negado ayuda en caso de habrsela pedido.Pero a stos la gente ni siquiera los tena en cuenta. Eran aquellos otros los que vea: los gordos ricachones que ostentaban brillantes en los dedos y preciosas pellizassobre los hombros de sus mujeres: por eso me era imposible estar en desacuerdo con los que no los amaban. Y slo entre los intelectuales, que son siempre una minora,se saba quines eran Segr, Rasetti y Fermi, que ya desde haca aos trabajaban con Einstein, o quines Salvemini, Tucci y Prezzolini. Pero justo ahora, con la guerrarecin acabada, daba comienzo la gran revalorizacin de Italia. Para acercar a la opinin pblica a nosotros fue necesaria la bomba de la moda italiana, que explot,inesperada y clamorosa, en 1951.

  • ESPOSAS DE GUERRA

    En Nueva York y en 1946, pero cmo y por qu haba ido a caer all? Haba dejado Italia y mi familia cuando la sombra tenebrosa de la guerra apenas haba empezado adisiparse, pero todava quedaban las ruinas, los ferrocarriles devastados y las esperas de quien segua confiando en el regreso de un hijo o de un marido. Todo estaba porreconstruir y habra deseado de todo corazn formar parte del nacimiento de aquel mundo nuevo que habamos soado, que haba costado tantos sacrificios y un mar desangre.

    Pero no poda: era una esposa de guerra. Me haba enamorado de un joven comandante americano, un hombre inteligente y simptico con el cual me entenda a laperfeccin porque entre nosotros ni siquiera se daba una fractura cultural. Era mdico, haba estudiado en la Universidad de Harvard, y all, la cultura europea no es sloun mito. Amaba la msica, pintaba bien, conoca la historia del arte, era perspicaz, divertido y muy bien educado. Nos casamos en octubre de 1945 y slo estuvimostres das juntos. Su nombre figuraba entre los primeros en la lista de los que deban ser repatriados: haba pasado dos aos en un hospital de campaa del frente italianoy por eso tena derecho a regresar cuanto antes a su casa. Esper seis meses para reunirme con l en Nueva York, pero pasaron casi volando, porque yo trabajaba enRadio Florencia y me preparaba para los ltimos exmenes y para la defensa de mi tesis doctoral. Me sostenan sus cariosas cartas, en las que me hablaba a menudodel psicoanlisis al que se haba sometido nada ms llegar a su pas: se haba especializado ya en psiquiatra y vea en el psicoanlisis un gran futuro econmico, pero nopoda ejercerlo sin haber sido a su vez analizado. Me pareca algo intil para l, pero si as haba de ser, naturalmente yo lo aceptaba.

    Para las esposas de guerra el nico medio de reunirse con su marido era embarcarse en un buque de la Cruz Roja americana. Pasados seis meses me lleg el telegramacon la convocatoria en Npoles, donde tendramos que pasar una decena de das para las vacunaciones de rigor. Me doctor tres das antes de la partida y en aquelestado de nimo la defensa de mi tesis fue toda una anomala. Paso por alto lo referente a la estancia en la fascinante ciudad partenopea. De aquella estancia preparatoriarecuerdo sobre todo la masa de gente que nos segua cuando salamos del local de la reventa, el enorme trajinar de las esposas para vender bien las cosas en el mercadonegro, el desorden de nuestro dormitorio en un triste edificio que haba sido cuartel y la muchacha que dorma a mi lado.

    sta tena sobre la mesilla de noche un portarretratos de doble cara. Cuando iba a acostarse lo volva por el lado de un muchacho moreno, descamisado y sonriente,frente al cual suspiraba con ternura; por la maana le daba la vuelta al marco y apareca un sargento americano en uniforme con el pelo cortado al cepillo y la cararedonda. Yo estaba un poco escandalizada, pero todo esto eran minucias en comparacin con lo que vino despus.

    Nos embarcamos por fin en el Vulcania, que conservaba todava su aspecto de transportador de tropas. Qu cosa tan romntica, un buque todo lleno de esposas. Notanto, quiz, si se piensa que ramos 560.

    Cuando nos alejamos de Npoles con el corazn oprimido miraba a mi madre, que desde el muelle agitaba un pauelo blanco yo an no haba comprendidoentre quines me encontraba, pero mientras se desvaneca ya aquella silueta doliente, aunque fuerte y valerosa, estall a mi alrededor una furibunda escena digna de unmelodrama. Se trataba de una masa de mujeres vociferantes, muchachas que trataban de inmovilizar a las que queran arrojarse al mar: llantos, crisis histricas,desmayos, invocaciones, lenguaje soez.

    Se haba desencadenado un infierno. Dios mo!, pero quines eran aquellos monstruos? Qu clase de bestias haban elegido estos americanos? Estaba aterrorizaday, de pronto, por primera vez en mi vida, me sent completa y desesperadamente sola. Me qued quieta en el puente mientras se difuminaban los contornos de Npolesy de sus islas, de mi tierra italiana, y tuve miedo. Qu haba hecho? Por qu me marchaba y adnde me diriga? Qu tena yo que ver con aquella turba de mujerzuelaschabacanas y delirantes?

    Segua en el puente cuando las energmenas se serenaron un poco y se me acerc una muchacha rubia. Tena los ojos claros y dulces, me pareca tan extraviada comoyo. Me dijo que se llamaba Paola, y luego, como se hace de nios, me pregunt: Quieres que estemos juntas?. Tena un aire dcil y bueno y nos adaptamos la una ala otra. Al cabo de dos o tres das se nos unieron otras muchachas. Formbamos un grupito de ocho, y slo estando siempre juntas nos pareca poder defendernos de losmonstruos. Por la noche yo dorma con otras diez muchachas en un camarote de cuatro, y no me cont entre las ms desafortunadas. Releo en la primera carta queescrib a casa desde el barco: Las muchachas que estn junto a m son bastante decentes, pero en cuanto el mar se agita un poco vomitan por todas partes. Hay unamuchacha pelirroja que siempre se siente mal, incluso cuando el mar est en calma, y es la copia exacta de la protagonista de Roma, ciudad abierta. No tiene pelos en lalengua, pero en las piernas le crecen abundantemente. Luego est una pobre inocente de diecisiete aos, encinta, que llora cuando se marea, y otras de menor relieve.Por supuesto, no poda referir a mis familiares qu tipo de conversaciones mantenan mis compaeras: no slo los habran hecho palidecer a ellos, sino a todo undormitorio de soldados. Continuaba escribiendo en la misma carta: Trabajo todo lo que puedo con las muchachas de la Cruz Roja para ayudarlas con esta masa depalurdas que arman toda clase de los. La mala educacin, la falta de civismo, que se considera tpica de los italianos, aqu alcanza cotas nunca vistas. El putasmo(perdona, pap) alcanza y quiz supera dichas cotas. Es para avergonzarse de verdad. Y era cierto. Cuando en nuestro pequeo grupo faltaba una de nosotras ebamos todas juntas a buscarla, en los largos pasillos del buque se abran y cerraban continuamente las puertas: entraban y salan marineros, camareros y muchachas, ytodos ponan la misma cara ingenua; haba quien silbaba, quien se ajustaba la corbata y quien segua desenvuelto con paso danzarn. Las esposas se sacudan loshombros con ademn de indiferencia y luego, como si estuviesen sumidas en profundos pensamientos, se pasaban las manos por los cabellos. El burdel navegantefuncionaba a todas horas, da y noche.

    Las muchachas americanas se desvivan de verdad para ayudar, curar y solazar a sus futuras compatriotas. Las acompaaban en sus visitas a las esposas con hijosque se alojaban en los camarotes que una vez haban sido de tercera clase. Cuando haba mar gruesa, me daban pena todos ellos, las madres, los nios y las enfermeras dela Cruz Roja. Y en una ocasin me di pena a m misma, no pude soportar las dantescas escenas que vi y apenas tuve tiempo de correr a cubierta, para pagar yo tambinmi tributo a aquellas oleadas gigantescas que slo los ocanos consiguen generar.

    Nuestras vigilantes eran buenas en la ayuda y en la asistencia, pero en cuanto al esparcimiento ay de m! eran un desastre. Lo de las dos pelculas al da estababien, pero cuando trataban de organizar algunos juegos, nos proponan unos hasta tal punto cretinos que nadie quiso nunca participar. Peor fue la idea del espectculoen vivo. Eligieron a nuestro pequeo grupo para cantar, acompaadas al piano, La serenata del pequeo asno, un tema popular que todas conocamos. Adems decantar, nos obligaron a imitar el repiqueteo de las pezuas con fuertes chasquidos de lengua. Ellas no vean nada raro, pero nosotras, un poco por timidez y un pocoporque el conjunto nos pareca de un ridculo disparatado, lanzamos unos sonidos que no se parecan en nada a las pezuas de los asnos. Y, de hecho, el da de larepresentacin, a nuestra primera nota, ante las ms de quinientas esposas presentes, de aquellos dulces labios se elevaron coros nutridos de pedorretas al estilomasculino, potentes y viriles como slo los entrenados labios partenopeos son capaces de emitir. Nuestro nmero se fue a pique piadosamente y no era de extraar.Otra idea que nuestras ingenuas sanitarias de la Cruz Roja tuvieron que abandonar fue la de hacernos cantar, entre pelcula y pelcula, una cancin de moda cuyaspalabras aparecan sobre una pantalla.

    Casi ninguna saba ingls, as que no se entenda nada, y todava era peor cuando sobre la pantalla apareca, con un perentorio signo de exclamacin, la palabra hum.Nos explicaron varias veces que quera decir canta con la boca cerrada, pero nadie lo hizo nunca.Por la sala resonaban, en cambio, sonoros bramidos, y las pobres muchachas americanas no comprendan que tambin a nosotras aquel esparcimiento nos pareca de

    lo ms ridculo. Luego vi que en los cines americanos el coro a boca cerrada se haca siempre, y con gran desenvoltura, mientras que a m me provocaba risa aquel corodesafinado, ejecutado obedientemente por personas de lo ms serias y desconocidas entre s. Puede que en aquel entonces los italianos estuvieran llenos de complejos,pero es evidente que no los tenan en otros campos.

    Comamos en un saln grandsimo, sobre largos tablones de madera, en dos turnos de ms de doscientas muchachas. El gritero era infernal, excepto en los das demar agitado, cuando en la mesa, gracias a Dios, ramos muy pocas y por fin haba silencio. Cuando haba lleno, los pocos camareros, pobres hombres solos e indefensos

  • entre una turbamulta de mujeres, tenan que pasar por las horcas caudinas de los comentarios, las alusiones y los reclamos; y a menudo, abochornados, se batanvelozmente en retirada, como aquella vez que un cocinero perverso mand a la sala bandejas de pur de patatas en las que haba clavado centenares de salchichas deFrankfurt en posicin vertical. Las risotadas fueron tales que los camareros, rojos como la grana, dieron de repente media vuelta y el cocinero rehzo su composicintumbando y troceando las salchichas, lo que result an peor.

    No obstante, en aquel viaje de pesadilla, hubo tambin valiosos encuentros y se estrecharon amistades que duraron en el tiempo, al menos para quienes se quedaron.En aquellos once das de navegacin entramos en contacto con otros grupos como el nuestro. Era comn el ansia del prximo encuentro, como lo era la aoranza por laspersonas queridas que habamos dejado, pero el salto en la oscuridad no nos daba miedo: tenamos confianza, ramos jvenes, sabramos afrontar diferencias ydificultades. Para la mayora, en cambio, Amrica representaba slo el pas de Jauja. Nos conocimos mucho ms a fondo en aquellas horas que pasamos en las tumbonasdel puente de aquel barco, que si hubisemos estado varios aos juntas en nuestro ambiente, que ahora dejbamos atrs.

    Slo para una de las ocho no fue as: Marta, una muchacha romana que no hablaba nunca, que no abri ni una sola vez la boca con ninguna de nosotras, aunquesiempre estaba a nuestro lado.

    Era muy guapa y elegante. Tocbamos con envidia la suave tela de sus vestidos, su abrigo de piel de camello, la lana autntica de sus jersis. Tumbada a nuestro ladosobre el puente, miraba el mar y el cielo en silencio. Era misteriosa, pero tan llena de dignidad y exenta de orgullo que nunca intentamos que nos hiciera partcipes de susconfidencias.

    El da antes de la llegada la excitacin se haba vuelto incontenible. En nuestro camarote, la muchacha que se pareca a Anna Magnani se pas despierta toda lanoche, hablaba a voces en un dilogo absurdo con su hombre, cosa que siempre haba hecho susurrando. La emprendimos a almohadillazos con ella para que nos dieseun respiro, pero no sirvi de nada. Nunca haba visto a nadie tan locamente enamorada como ella y, aunque nos daba la lata, inspiraba ternura.

    Llegamos a primera hora de la tarde. Yo ya haba preparado todo y sub al puente para gozar del espectculo de mi nueva tierra, que ya se divisaba. All estabaMarta, sola, en la tumbona, con una manta de viaje sobre las rodillas, muda, con los ojos cerrados. Me sent junto a ella. De pronto vi una lgrima que se abra caminodesde su pestaa y luego se desliz hacia abajo, gruesa como el grano de una uva, hasta ocultarse en el cuello. Sent una pena terrible por aquella muchacha.

    Marta, le susurr, qu te sucede? Entonces, entre lgrimas, me lo cont. Unos aos antes su novio romano haba partido al frente. No haba recibido ni siquierauna carta comunicando su muerte. Haba desaparecido. Al acabar la guerra ella haba conocido a un oficial americano bueno y amable que la quera mucho, y se habacasado con l.

    Dos meses antes de nuestra partida, el novio haba vuelto a Roma. Y ahora, me dijo llorando, est aqu, a bordo. Se ha embarcado clandestinamente paraseguirme, comprendes? S, ahora lo comprenda todo: su reserva, su deseo de estar junto a nosotras, aun sin hablar, para sentirse protegida, sobre todo de la idea deaquel hombre que haba pasado cinco das en la bodega sin comer ni beber y que ahora sera llevado a la Isla de Ellis y luego reembarcado y devuelto a Italia. PobreMarta, ahora ella deba encontrar de verdad el coraje de vivir.

    Por fin atracamos. El pequeo grupo se disolvi al instante. El desembarco fue desordenado y tumultuoso. Buscbamos entre la multitud las figuras y los rostros denuestros maridos y los altavoces nos llamaban por nuestros nombres. De vez en cuando una de nosotras se separaba, la veamos precipitarse, gozbamos de aquelencuentro tan esperado y nos sentamos felices. Yo no vi a mi marido entre la multitud y fui una de las ltimas en desembarcar.

  • UNA ITALIANA EN NUEVA YORK

    Primeros das atroces en Nueva York, 1946. Estallaba de alegra cuando descend del Vulcania, el buque de las esposas enamoradas, de las locas desenfrenadas, de lasaventureras, de las tmidas casi nias con enormes barrigas dentro de las cuales un minsculo americanito daba ya patadas a la madre y al mundo entero. No habaconseguido divisar a mi marido entre la multitud jubilosa que esperaba en el muelle. Por fin, una vez en tierra, alcanc a verlo.

    Corr hacia l con el corazn inundado de ternura. Me senta conmovida y dichosa, ahora era con l con quien tendra que construir nuestra existencia, nuestromagnfico futuro. Lo abrac, y las lgrimas me nublaron la vista mientras el corazn me lata como si hubiese enloquecido. An no lo haba mirado, slo lo haba visto, yluego me haba perdido en aquel abrazo con el que silenciosamente le haba dicho todo. Despus mir su rostro, y algo dentro de m lanz un grito de alarma. Qu habasucedido? Pareca diferente: plido, los rasgos tirantes, los ojos inquietos y cansados. Me pareci terriblemente afligido. Cuando nos sentamos en el coche yempezamos a seguir la riada de innumerables coches iguales al nuestro, aguard a que su tensin se relajase para que, por fin, pudisemos hablar. Yo me senta incapazde decir nada debido a la emocin del encuentro tan ansiado, pero sobre todo debido a aquella carcoma que haba empezado a roerme por dentro.

    Estaba ocurriendo algo terrible o ya haba ocurrido? Todava no poda saber que entre l y yo haba ya, y vencedor, un enemigo al que no podra combatir conningn arma.

    Con el paso de las horas, mientras se sucedan dentro de m tantas preguntas sin respuesta, mientras me percataba de que mi entusiasmo por todo lo que vea, por laabundancia de todas aquellas cosas que se me ofrecan despus de cuatro aos de hambre, fro y miedo, mientras segua sin encontrar en l complicidad alguna, supe conseguridad que algo de enorme importancia, algo esencial, se interpona entre nosotros como un muro insalvable.

    Me haba llevado sin perder un minuto a aquellos esplndidos department stores donde no tena ms que extender la mano para coger alguna cosa que hasta ahorahaba sido slo un sueo: el pan fragante, el azcar, todo aquello que durante tanto tiempo haba turbado, por su carcter irreal e inalcanzable, mis sueos de jovencita.Y l me miraba, pero no como lo haba hecho seis meses antes, rindose y disfrutando de mi estupor; me miraba, mientras revoloteaba tocando vestidos y abrigos ygritando de alegra al pensar que podra enviar una parte de aquel bien de Dios a mis lejanos seres queridos; me miraba plido, inmvil y distante, con hostilidad. Quino qu haba levantado aquel muro entre nosotros? Identifiqu al enemigo aquella primera noche, cuando me llev a cenar a un restaurante alemn, lleno de alemanes, conmsica alemana. Me pareca imposible que quisiera herirme obligndome a escuchar aquella lengua que no haca mucho tiempo me negaba incluso a hablar porque, en losodos y en el alma, resonaban todava las voces que gritaban Halt! Raus! Feuer!, seguidas de disparos y de muerte.

    Ahora l me hablaba, y me contaba sobre su psicoanlisis. Y hablaba de ello sin parar, y yo me preguntaba por qu tena que ceirse slo a aquel tema, y mepresionaban por dentro infinidad de cosas que me hubiera gustado decir y or decir, pero no poda porque lo nico que le interesaba era aquello, y no se daba cuenta deque, dentro de m, algo lmpido y bello estaba empezando a marchitarse penosamente. O quiz lo comprenda, y era su modo de darme a entender que, como esposa ycomo mujer, ya me haba eliminado por completo. He ah el enemigo, ahora saba qu era lo que haba erigido aquel muro insalvable: el psicoanalista quera hacer de l unhombre nuevo y diferente, y para llevar a cabo su labor, con tijeras implacables, haba cortado todos aquellos preciosos vnculos que nacen de los profundos afectos.Sobre un paciente as individualizado, tal vez se pudiera actuar mejor.

    Pero yo, nosotros los italianos, qu sabamos en aquella poca del psicoanlisis? Conocamos la teora, habamos ledo tambin algo, pero nadie habaexperimentado las teoras en s mismo, ni haba visto los efectos positivos o negativos sobre personas conocidas. Quiz con ligereza, se deca por entonces: a nosotrosnos viene mucho mejor un cura, un buen amigo. En cambio, en los Estados Unidos, Freud ya haca, casi a nivel masivo, milagros o desastres.

    No puedo juzgar si para mi marido el anlisis fue algo bueno o malo, pero sin lugar a dudas fue una tragedia para sus parientes y para m. Supe enseguida que, comoconsecuencia de un anlisis, la ruptura de un matrimonio era un acontecimiento inevitable. En esta dramtica situacin trat por todos los medios de contactar con elmdico que trataba a mi marido. Cmo tena que comportarme? Tena que sufrir y aceptar o deba rebelarme? Qu sera lo mejor para l, antes que para m? Pero nohubo modo de hablar con aquel que en ese momento tena en su mano la hebra de nuestro destino. Ni siquiera llegu a or su voz. Se neg categricamente, a travs de susecretaria, a cualquier encuentro. Aunque ahora s que sta es una praxis comn tambin en nuestro pas, entonces me pareci de una crueldad inaudita. Me parecajusto que se hiciera todo lo posible por el bien del propio paciente, pero por qu tena que hacerse arremetiendo contra las personas que lo amaban y a las que l unavez haba correspondido?

    Permanecimos en Nueva York unos cuantos das, y fueron angustiosos. El ritmo febril que nos rodeaba, las luces enloquecidas de Broadway, el continuo y frenticomovimiento de los coches, el correr de la gente como si fuese impulsada hacia algo ineludible, me produca la impresin de que la ciudad era un inmenso y trgico parquede atracciones construido por un gigante loco. Me pareca que aquel ritmo era de un estrs insoportable para mi marido, y lo era tambin para m, que anhelaba una casapropia en la que hubiera podido aprender a cocinar, trabajar, leer y pensar, y me haca la ilusin de que hubiera podido ofrecerle serenidad, comprensin y amor, y queaqulla sera la verdadera medicina para el ser trastornado que tena junto a m. Al amanecer del quinto da de mi llegada, escrib a casa, obligndome a no hacer la msmnima mencin de lo que me estaba ocurriendo. Les hablaba slo de mi entusiasmo y de las maravillosas sorpresas que me ofreca el nuevo mundo, y de sus colores:Desde la ventana del hotel donde estamos se ven todos los rascacielos, y el Empire State Building justo en medio. No os podis hacer idea de lo bonito que estaba ayerpor la noche: me despertaba a menudo y miraba afuera. Nunca he visto colores como stos. De noche el cielo es de un rosa violceo debido a todos los anunciosluminosos, y ahora qu decir del alba! Resulta increble que Nueva York, gris de da, pueda cambiar as de noche y con las primeras luces del sol!

    Fuimos a nuestra casa con algunos das de antelacin a la fecha prevista. Estaba a unos setenta kilmetros de Nueva York, dentro de un parque enorme lleno deanimales, y se trataba de una pequea y deliciosa construccin tpicamente americana con todas las comodidades, algunas de las cuales eran para m poco menos queciencia ficcin. La adorn con mis queridas cosas florentinas, las bellas porcelanas, los cuadros, la Virgen miniada, que tendra que haberme protegido y no lo hizo, misobjetos preferidos, tantos preciosos fragmentos de una tradicin que en cualquier caso permanecera conmigo. Trat de hacer todo lo que estuvo en mi mano paraconvertirme en una esposa ideal, pero no tard en tropezarme con los escollos de la cocina.

    No poda hacer siempre espaguetis con mantequilla, mi nica especialidad. Compraba otras cosas, luego me quedaba perpleja delante de chuletas y verduras y lespreguntaba: y ahora cmo os preparo? Haba en Nueva York otra esposa de guerra que se encontraba en idnticos apuros culinarios. Se llamaba Nicoletta Passerini,proceda tambin de Florencia, y ramos amigas. La telefoneaba llena de ansiedad: Desgraciada de m, he comprado esprragos. Cmo los meto en el agua? Cabezaarriba o cabeza abajo?. Ella se rea divertida: no tena ni idea. De todos modos no tard en darme cuenta de que si le hubiese preparado a mi marido caviar beluga iran ylenguas de papagayo en salmis, lo habra encontrado todo igualmente repugnante.

    Pasaron unos cuantos das y nuestra situacin se fue agravando. El que un da haba sido un hombre alegre, apacible y dulce, ahora se haba vuelto agresivo. Por lanoche, con aquel extrao a mi lado, que se haba convertido en mi enemigo, segua durante horas el movimiento de las ramas de un rbol que araaban el cristal de nuestraventana. Incapaz de dormir, si hubiese podido habra gritado de desesperacin. En lugar de eso invocaba a mis padres hundiendo la cabeza en la almohada, y a cadanoche que pasaba el miedo iba en aumento. Finalmente, una maana, con dureza inaudita, mi marido me pidi que tomase de inmediato una decisin: o yo en NuevaYork o l recluido en un hospital. Herida, me fui de all a la ciudad. Sus parientes me exhortaban a tener paciencia, se le pasar, decan, nunca ha sido as.

    Haban pasado slo veinticinco das. No era posible que todo se hubiese acabado. Decid buscar a los colegas de mi marido que haba conocido en Italia, psiquiatrasy psicoanalistas, y aqu tuvo lugar el primer gran desencuentro entre dos mentalidades muy diferentes. Para m no poda ser verdad lo que mi marido haba dicho y quepara l era una justificacin: haba cambiado de personalidad, y por tanto si yo antes le convena, lo cierto es que ahora ya no era el caso.

    A diferente hombre, diferente mujer. Yo lo crea slo temporalmente trastornado. Volver, volver, me deca. No es posible en absoluto cambiar de personalidadcomo se cambia de camisa, ni yo soy un par de zapatos que de repente empiezan a apretar. Pero los colegas de mi marido, a cuyo encuentro haba ido para que me

  • aconsejaran y me ayudaran a soportar aquello que yo crea slo un perodo pasajero, de forma brutal, con una crueldad para m desconocida, me quitaron al instantecualquier esperanza. Dos aos de guerra, me deca, han cambiado a casi la totalidad de los supervivientes, no hay nada que hacer. Hay treinta mil como el tuyo. Peroentonces, deca yo, cmo es que nuestros desgraciados soldados que se han pasado tres aos de guerra en la nieve, en el fango, que calzaban zapatos de cartn en lugarde vuestros elegantes botas impermeables, cmo es que ellos que combatieron en las montaas en condiciones desastrosas, cmo es que aquellos que regresaron comofiguras espectrales reducidos a piel y huesos, cmo es que ellos no se han vuelto ni locos ni dementes y slo buscaban una cosa: sus familias, sus esposas, sus hijos, losamigos, todos sus afectos, y con eso les bastaba? No tenan necesidad del psicoanlisis para volver a convertirse en hombres.

    Tal vez a los amigos psicoanalistas les parecieran absurdos mis argumentos y no el suyo, pero cmo podan quitarle toda esperanza a quien esperaba slo unapalabra de consuelo, aunque hubiese sido una mentira? Fue por esto por lo que sal una tarde del estudio del psicoanalista decidida a arrojarme bajo el primer autobspara que me rematara, aplastndome. No pas ninguno, y el horror de acabar bajo los vagones de un metro negro y hediondo me hizo cambiar de idea. No habanconseguido asesinarme, como s haban hecho con mi marido, al que yo no consideraba ni culpable ni responsable. Tena que armarme de valor: estaba segura de que loconseguira y de que todo volvera a ser como antes. Y en ese momento sent un deseo enorme de ver las estrellas, colgadas all arriba, en aquellas franjas de cielo violetaque asomaban entre los rascacielos.

  • GRETA, MARLON Y EL RATONCILLO

    La vida en Amrica no era fcil para ninguna de las esposas de guerra que se haban separado del marido, pero no creo que se diesen otros casos como el mo. Haba sidorepudiada tras slo veinticinco das de convivencia por un hombre que al casarme era alegre y feliz y que, por haberse sometido al psicoanlisis, se haba transformadohasta el punto de convertirse en otra persona.

    Con este peso en el corazn, y con ese sentimiento de desolacin que experimenta quien se siente tan injustamente golpeada, afrontaba peor que mis compaeras dedesventura los tres problemas comunes a todas: encontrar una casa, un trabajo y la posibilidad de distraerse.

    Una casa: pero dnde?, cmo? Cmo se busca y cmo se encuentra una casa en Nueva York cuando todos te dicen: lo que cuenta es la direccin; aqu no valen ninombres ni nacionalidades ni cualidades personales, hay que tener una buena direccin, slo en este rectngulo de Manhattan, no demasiado cerca de Harlem, el barriode los negros, ni del Greenwich Village, el barrio de los artistas locos, de los marginados, de los drogadictos. Hoy, en Amrica, todava existen las buenas y las malasdirecciones, pero el Village, como ahora se le llama afectuosamente, se ha vuelto chic, es la zona donde los americanos y los extranjeros muy ricos se hacen el pied--terre. Sigue habiendo artistas locos, marginados, y cada vez ms drogadictos, pero le dan un toque de color, y la falsa bohme millonaria se mezcla con ellos sinmancharse las manos.

    En espera de un trabajo fui husped de una muchacha muy rica que viva en una bonita casa de Park Avenue: el no va ms de las buenas direcciones. Pagbamos amedias a la mujer de la limpieza y le daba una cantidad por mi manutencin. Era rica, s, pero, como muchos ricos, bastante estricta con el dinero. Haca coreografas yse esforzaba mucho sin demasiado xito. No comprenda por qu yo no me lanzaba a buscar un trabajo y no me echaba y enseguida un amante. Ni siquiera parecadarse cuenta de que me estaba muriendo de melancola y de que no tena ni fuerzas ni ganas de vivir.

    A menudo me preguntaba cmo se las arreglaban los americanos para reaccionar de un modo tan positivo ante los grandes golpes que la vida ciegamente nos inflige.Los vea reaccionar sin titubeo ante la muerte, ante un amor acabado, ante una traicin, y me preguntaba si se trataba de coraje o de absoluta falta de sensibilidad. Losvea lanzarse de cabeza a la lucha, matarse de cansancio, correr como locos, hacerlo todo, verlo todo, participar en todo y a toda prisa, para no hundirse, para no perderun minuto, pero un minuto de qu, si me pareca que en ciertas situaciones ya no podran disfrutar de nada?

    Me senta profundamente ajena a su mentalidad y cada vez ms sola. Desde la ventana de la habitacin que se me haba asignado miraba los rascacielos que seerguan firmes frente a m. De da eran indiferentes e impasibles, pero por la noche, con todas aquellas luces que vea apagarse una a una, hasta que por la maana sloquedaban encendidas unas pocas, asuman un aspecto aterradores: las ventanas me parecan nichos de sonrisas sarcsticas a la espera de tragarse al muerto, y la granmole de cemento armado me ahogaba como una amenaza inminente. Trataba de aislarme echando las cortinas, pero a travs de una puerta de cristal que separaba mihabitacin de la de mi anfitriona, la vea tumbada en la cama con un montn de peridicos encima, de los cuales recortaba frenticamente artculos y fotografas, no spor qu ni para qu. Y telefoneaba, telefoneaba sin parar hasta las cuatro de la maana. Nunca dorma y permaneca cerrada e indiferente a todo aquello que oliese asufrimiento. Tal vez para defenderse, tal vez porque ella, pobre muchacha, tambin sufra. No tard en darme cuenta de que me despreciaba, y empezamos adetestarnos mutuamente. Cuando tuve la prueba de que me robaba vestidos y joyas (acaso una diversin de ricos?), me march de all.

    De aquella triste poca conservo muy vivos dos recuerdos. A menudo, cuando sala de casa, me encontraba a Greta Garbo, que viva cerca de nosotras. Eraguapsima y tena un modo muy personal de vestir: iba siempre de un mismo color, toda de beige, o toda de gris perla, de pies a cabeza, y era silenciosa e impenetrable,detrs de las enormes gafas oscuras. Me volva tres veces a mirarla: iba siempre sola, y a su alrededor, como un impalpable ectoplasma, flotaba en invisibles oleadas lafascinacin que produce el misterio.

    El otro recuerdo agradable fue una velada mundana que ofreci mi anfitriona a un nutrido grupo de intelectuales neoyorquinos. Entre ellos haba algunos actores deuna compaa de teatro judo. La primera actriz, de una belleza extraordinaria, alta, rubsima, vestida de negro con profundo escote y guantes largos hasta las axilas,negros como el enorme sombrero posado sobre la esplndida cabeza, y que daba sombra a los grandes ojos azules, iba acompaada de un jovencito silencioso de miradatriste, guapo l tambin como para no quitarle los ojos de encima. Formaba parte de la compaa, era muy joven y todava desconocido: se llamaba Marlon Brando.Hablamos largo rato y dejamos que los otros charlaran alegres y rieran, mientras nosotros dos nos encontramos sumidos en la tristeza hasta acabar en el silencio, unidosde forma extraa por nuestras tragedias: a saber cul era, entonces, la suya. De aquel tiempo no quiero recordar ms que esto.

    Dej Park Avenue para irme a una habitacin fea y miserable, pero era una direccin de lo mejorcito. Socialmente estaba a salvo.La propietaria y casera de aquellas srdidas habitaciones poco limpias, con baos compartidos y muros desconchados, era una vieja loca irlandesa, con los cabellos

    tiesos y enmaraados y el rostro arisco: una autntica arpa a la que ya desde por la maana temprano se la oa discutir. Despellejaba vivos a sus inquilinos protestandopor cualquier cosa, y a horas antelucanas daba tremendos golpes en la puerta cuando venca el alquiler semanal y luego se meta en el bolsillo puados de dlares acambio de aquellas prestigiosas seas: 32 East 74th Street, cosa de seores.

    Pero en las largas noches insomnes, interrumpidas slo por las pesadillas o por las sirenas de las ambulancias, los bomberos o la polica, que con aullidos lacerantesrompan el murmullo atenuado del trfico nocturno, sucedi que hice amistad con un diminuto ratoncito. Lo oa mordisquear cuando apagaba la luz, y empec a llevarmea la habitacin trocitos de pan y de queso que colocaba para l en medio de la estancia. Estaba oscuro y al rato oa el leve tintinear del platito sobre el suelo. Despus dealgn tiempo prob a dejar la luz encendida cubriendo cautelosamente la bombilla con una pantalla. Al principio se mostr desconfiado, pero poco a poco quit lapantalla y no tuvo miedo. Ahora poda verlo: era diminuto, tena unos ojos de lo ms vivaces y se mova como si fuese un minsculo juguete de cuerda. Con las patitasse llevaba velozmente la comida a la boca, y mientras coma me miraba.

    A veces, bien entrada la noche, me volva a vestir y me iba al bar que haba debajo de casa para romper de algn modo el cerco de la angustia y de la soledad. Pero losencuentros eran demasiado fciles y demasiado frustrantes. Todos, y en demasa, se interesaban muchsimo por aquella muchacha solitaria que a veces apareca a horasabsurdas: empezaban a hablar y poco despus me tocaba huir de all.

    Luego, en la habitacin, pona otro platito en el suelo hasta que llegaba el ratoncito: me miraba con aquellos ojitos relucientes como pequeas piedras preciosas ytodo aquel revoltijo que tena por dentro se disolva en la ternura. Durante los meses que estuve en aquella habitacin, l fue quiz el ser que ms cario me inspir.

  • LA CENA DE UNA NOCHE

    El verano de aquel 1946 en Nueva York fue de todo punto insufrible. Puede que fuese siempre as, pero yo no estaba acostumbrada a aquel calor trrido y a una tasa dehumedad que con cuarenta grados llegaba a menudo al 99%.

    Se asfixiaba una. De da el asfalto de las calles se reblandeca y todo el mundo dejaba la huella de sus zapatos. De noche, puede que el aire fuera menos bochornoso,pero los rascacielos, con tantas horas de sol, haban absorbido el calor y el cemento armado nos lo volva a escupir encima, y se pegaba a la ropa hmeda antes dehacerlo remontar hacia el cielo lechoso. Tambin septiembre fue terrible, pero en aquel mes sucedieron cosas maravillosas: empezaron a llegar de Italia viejos amigos,para m entonces viejos de verdad, pero muy queridos. Nada ms llegar, se puso en contacto conmigo Mario Vannini Parenti, que haba venido a Nueva York en misinoficial, para reanudar, sobre todo en el campo de la artesana, las relaciones comerciales entre Italia y Amrica despus de la larga interrupcin de la guerra. Fue elprimero que con su buen carcter, su alegra y su humanidad, consigui por fin liberarme de la apata en la que me haba hundido despus del naufragio de mimatrimonio. Como no hablaba bien ingls (qu gracia me haca aquel inequvoco acento toscano en las pocas palabras que saba decir!), me llevaba consigo a todaspartes para hacerle de intrprete, y as me present a varias personas que me fueron muy tiles cuando empec a considerar la posibilidad de un trabajo.

    Y luego, gracias a l, que me invitaba a los mejores restaurantes, empec otra vez a comer. Le debo a l y a Frigio de Bellegarde, padre de una gran amiga ma, haberdespertado en m aquel mgico estmulo que tantas veces, a lo largo de mi vida, revolucion de improviso una situacin negativa en la que me debata con esfuerzo. Miorganismo sano, mi optimismo y mi alegra de vivir, todo de golpe, sin ninguna seal premonitoria, se apoderaron otra vez de m y barrieron todo aquello que durantemeses me haba impedido respirar, rer, sentirme viva. Pero caray, ahora tena que ver clara mi situacin, tena que encontrar en serio las fuerzas para afrontarla concoraje, no poda dejarme destruir, y adems, despus de todo, estaba en Nueva York! La ciudad deba ofrecerme tambin aspectos diferentes a aquel cuartuchoenclavado en una ptima direccin. Afuera, la vida, aunque neurticamente, bulla sin cesar. Tena que involucrarme, sacudirme de encima aquel deseo absurdo deautodestruccin.

    A mi alrededor vivan ocho millones de personas, es posible que tan slo desease como nica compaa la de aquel carioso ratoncito que haca tintinear el platodurante las obsesivas noches de insomnio, en el cuartucho alquilado a la loca irlandesa? Frigio de Bellegarde, que era entonces funcionario en el Consulado de Italia,continu la obra de mi metamorfosis, que haba empezado a gestarse despus de la llegada de Mario Vannini Parenti. Bellegarde viva tambin en la delictivaorganizacin explotadora de la irlandesa, era bueno y generoso, tena un gran sentido del humor, y tambin l me trat como a una hija y me empuj a salir, a encontrargente, a tener ganas de divertirme. Y fue el primero en conseguir que por fin me riera con grandes carcajadas liberadoras.

    En aquel momento lo persegua una seora italoamericana que haba conocido en la travesa de Italia a Nueva York. La pobrecilla haba literalmente enloquecido antela idea de relacionarse con un conde, no lo dejaba en paz y lo persegua por todas partes. l estaba desesperado, pero al final tuvo que aceptar por fuerza una invitacinde la seora, que viva en un chalet a las fueras de Nueva York, y me implor que lo acompaara para compartir conmigo aquel engorro que, a buen seguro aadi,tendra tambin su parte de comicidad.

    Partimos juntos en un enorme cochazo que la seora nos envi con su sciaff. Cuando llegamos a nuestro destino, la familia en pleno nos estaba esperando formadaen fila: el gordo marido, los hijos Ciccino, Peppino y Carmelino, y otros muchos parientes invitados para la gran ocasin. En la mesa ramos al menos veinte, y treintaal menos los platos servidos. Tras haber resucitado a una nueva vida, tena un hambre insaciable, un hambre poco comn y del todo psicolgica: estaba demasiadoreciente el recuerdo de la que haba sufrido durante la guerra. Hice pues grandes honores al banquete, pero me comport como una reina, dado que debido a mi nombre lafamilia en pleno haba decidido que yo era una pariente cercana del zar y no me pareci oportuno desilusionarlos confesando que como mucho era polonesa. Elalmuerzo se alegr con el centelleo de los brillantes y de las perlas lingsticas de las seoras y de los seores. Las transcrib en la carta que envi a los mos: Sabe?,seor conde, mi marido ha vuelto ahora de Roma donde ha conocido a muchos importantes personales. Sabe?, el seor Pennisi aqu presente es la mar de riqusimo:ha ganado diez mil dlares en tres meses. Y l se defenda: Muy amable de su parte, madama, muy amable, me parangon a los millones que usted tiene!. Y luego,de buenas a primeras: Ah!, como me adolecen las extremidades inferiores, dicho sea con respeto, querido seor conde. Pero usted, princesa a m no ha estadonunca en Catania? Sabe cmo dicen en Catania? Quien a Catania quiere andar el culo de u liotru [un elefante] debe besar[2]

    Bellegarde y yo, en ruin connivencia, nos divertamos de lo lindo hasta que tuvo lugar el episodio de los gatos.Haba un par de ellos que maullaban, evidentemente en celo, debajo de la ventana del comedor. El dueo de la casa se levant, agarr un fusil de la pared, sali por la

    puerta y desapareci. Dispar dos veces y volvi a la mesa satisfecho: Ahora podemos continuar la conversacin, dijo, pero yo les odi a todos en lo ms profundo,y a partir de ese momento ya no me hicieron ninguna gracia. Mientras la seora a la que haba dicho que me dedicaba a la moda me preguntaba: Ah, hace ustedbocetos?, me levant de sopetn pretextando un fuerte dolor de cabeza, Bellegarde me sigui al instante y nos fuimos de all. A un conde y a una princesa tambin lesestaba permitida tamaa grosera.

    Al partir, Mario Vannini Parenti me haba dejado un montn de direcciones de personas que podran ayudarme a encontrar un trabajo. An no me senta capaz deafrontar un empleo fijo. Prefer aceptar un trabajo de vendedora ambulante. Recorra las calles llevando en una bolsa fotografas y muestras de objetos artesanalesflorentinos. Era un poco cansado y, a veces, tambin un poco humillante, pero en el fondo me diverta y empezaba a conocer gente.

    Entraba en las floristeras, en las boutiques y, cuando me armaba de valor, incluso en los grandes department stores, donde haca largas antesalas pero luego erarecibida con amabilidad. Haca turnos y recorridos por mi cuenta y me sacaba algunos dlares ms. Ahorraba todo lo que poda para mandar a casa paquetes llenos deun poco de cada cosa. No consegua quitarme de la cabeza que mis familiares, mis parientes y mis amigos en Italia seguan teniendo necesidad de todo. Mi pensamientoestaba siempre con ellos. Haca largas colas en la oficina de correos, siempre cargada de paquetes y paquetitos llenos de calcetines y pullovers, de sopas en lata, azcar,cosmticos y todo cuanto pensaba que podra serles til o grato.

    Ahora estaba empezando a conseguir pasrmelo bien. Leo en una carta de una conocida intelectual, terriblemente snob, dirigida a mis padres: Marcella es unalmacn ambulante: vende bajo cuerda faldas y camisas de noche, miniaturas, cestitas, bajoplatos, y visita a buyers de empresas donde ofrece maylicas y alabastros enrepresentacin de una empresa que le da un porcentaje sobre las ventas efectuadas. Por supuesto, yo no lo apruebo, y ella lo sabe. A m no me importaba lo msmnimo. Estaba saliendo de la pesadilla y me las arreglaba como poda.

    Tambin empec a escribir algunos artculos para La Nazione, que entonces se llamaba La nazione del popolo, y tambin, ante el horror de los snobs intelectuales,pequeos relatos para aquel inverosmil peridico neoyorquino, por otra parte, de gran difusin, que era El progreso italoamericano. La verdad es que como progresono era gran cosa, pero pagaban, y cada diez dlares extra significaban nuevos paquetes sorpresa para casa.

    Por fin haba tomado contacto con la gente y con su vida, y con la vida de la ciudad. Iba a menudo al Museo de Arte Moderno y disfrutaba de aquellos preciososRousseau y de los excepcionales Chagall, que hasta entonces slo conoca por los libros de arte, y all, en el tranquilo jardn, poda comerme un bocadillo y beber unataza de t.

    Empezaron a llegar en tropel los amigos. Ya no estaba sola y la carcoma de la desilusin me roa de un modo menos doloroso. Trataba de contactar por telfono conmi marido, pero senta que se alejaba cada vez ms. Me quedaba slo la comprensin y la amistad de sus padres y de su hermana. Un vnculo, ste al menos, que hadurado toda una vida. Ahora empezaba a ver todas las cosas positivas que haba a mi alrededor, y lo apasionante que era sentirse renacer y volver a ser yo misma otravez.

    Releyendo mis cartas, descubro el momento exacto en que puse punto final al sufrimiento, mir el presente e imagin el futuro con confianza y alegra, los dospilares de mi existencia. Quiero transcribir parte de una carta dirigida a mi madre con fecha 1 de noviembre de 1946. Le contaba un episodio sin importancia, pero vivido

  • con una conmovedora intensidad, y hoy pienso que las pequeas cosas como sta, breves instantes de profunda emocin, son los verdaderos momentos sublimes denuestra vida, y quien los ha vivido debe por fuerza llevar en s mismo la riqueza de esos regalos.

    Era una noche como otra cualquiera. Me haban invitado a cenar Frederick Hartt (el entonces teniente americano al que le haba sido conferida luego la ciudadanahonoraria de Florencia por haber recuperado para nuestra ciudad tantas obras de artes sustradas por los alemanes) y su reciente esposa. Estaba con nosotros unjovencito amigo suyo. As le escriba a mi madre: con el amigo de Hartt, despus de la cena, fui a escuchar a aquel tro maravilloso aquellos negros divinos! Entrel y yo se haba establecido esa comente de emocin que nace a veces entre dos desconocidos y parece algo perfecto precisamente por tratarse de dos desconocidos. Mellev a casa a las tres. Sal del coche y me acompa a la puerta: nos dimos las buenas noches y luego l dijo que dejarnos as era terrible, y los dos volvimos atrs yfuimos hasta el East River y nos pusimos a caminar entre la espessima niebla y las luces veladas de las farolas y yo, mam, me senta tan feliz, tan maravillosamenteplena de una sensacin hermosa, que me pareci estar soando. Qu dichosa me sent, mam, ni siquiera puedes imaginrtelo, y desde aquella noche me ha quedadocomo un vestigio de sueo adherido al corazn y al cerebro, aunque al da siguiente l regres a Washington y puede que ya no volvamos a vernos nunca ms. Pero quperfecto fue todo, qu completo! Un sueo de verdad, de esos que te dejan durante das un poco incierta, un poco fuera de ti, y ya no entiendes muy bien si siguessiendo la misma o si un sueo ha logrado cambiar en ti algo muy importante. Y, sin embargo, fue una cosa de nada que, quin sabe por qu, asumi de repente unagrandeza misteriosa y extraa, una gran importancia, una necesidad. Todo puede resumirse en esto: dos personas necesitadas de afecto se encuentran, y eso es todo.Pero qu riqueza encierra entonces un apretn de manos, un abrazo en que pareces vaciarte de tu vaco y sientes cmo te llena el vaco del otro, que a su vez se llena deti! Y luego nace otro da y recuperas el control, y te vistes como todos los das y piensas que has sido un poco loca, pero luego vuelves a pensar que fuiste sincera deverdad y que algo muy importante ha permanecido: un recuerdo tan bonito que nadie podr estropearlo, ni con mezquinas conjeturas, ni con reproches, ni con consejos.Y un recuerdo es tambin un tesoro. Estoy segura de que dentro de veinte aos me acordar de aquella noche en que estallaba de felicidad, de una felicidad tan nueva ytan hermosa.

    Qu nunca olvidar? Sin embargo, he olvidado. Ya no recuerdo a aquella persona, ni su aspecto, ni su nombre. Pero fue una fractura con el pasado, y de ella nacila conciencia de que todava podra probar la dulzura de los afectos y, tal vez, del amor. Y, para m, eso lo era todo.

  • AQUELLA VEZ QUE HABL EN LA RADIO DE NUEVA YORK

    En noviembre de 1946 se cumplieron siete meses de mi estancia en Nueva York. Slo entonces la ciudad se me revel en todos sus infinitos matices, que por finconsegua ver y gozar despus de haberle tomado tmidamente el pulso durante mi callejeo de vendedora ambulante. Casi de improviso me percat de que aquellosrascacielos que haba visto como macabros cmulos de nichos tenan tambin grandes puertas, y que aquellas puertas eran franqueables y atrayentes.

    El programa de Renzo Nissim, La voz de Amrica, era muy odo durante la guerra, casi tanto como Radio Londres, y gracias a l se me abrieron fcilmente laspuertas de la NBC, la ms importante emisora de radio neoyorquina, en la que trabajaban muchos italianos de los que haba llegado a conocer la voz pero ignoraba elaspecto. Al cabo de poco tiempo me encargaron escribir algo para el programa de Renzo y me hacan entrevistas sobre temas que podan interesar en Italia.

    Cuando lea algo que haba escrito para los oyentes italianos al otro lado del ocano, o responda a las preguntas que se me hacan, me senta loca de contento ante laidea de que mis padres y mi hermano pudiesen escuchar mi voz, y que por su sonido pudiesen estar seguros de mi salud y de mi estado de nimo.

    Durante mucho tiempo me haba callado infinidad de cosas que habran podido trastornarlos, pero luego, aunque dorando un poco la pldora, me haba visto obligadaa informales sobre todo lo que me haba sucedido. Releyendo mis cartas de entonces a menudo me ro de mis ocurrencias, pero recuerdo bien que las escriba con elllanto en la garganta y como si tuviese que esforzarme en no ceder a la tentacin de vaciar aquella pesada carga sobre sus hombros y pedir ayuda.

    Ahora, despus de tantos meses, ya no haba necesidad de contar piadosos embustes sobre mi vida, mis pensamientos y mi situacin econmica. Todo se estabaapaciguando con enorme rapidez. Frecuentaba los ambientes ms dispares: el de los intelectuales de una cierta edad, casi todos recin inmigrados (escriba a casa: sernmuy conocidos, pero tambin pueden resultar aburridsimos), el de las pandillas guasonas que gravitaban en torno a Renzo, el de los fanticos aficionados al jazz queme llevaban a extraos, oscuros y malolientes locales subterrneos de fama acreditada, donde Maxine Sullivan cantaba divinamente o Billie Holiday se desgarraba enblues como para ponerte la carne de gallina.

    Todo se haba vuelto ahora fcil y divertido, y poco a poco, sobre la serenidad ya recobrada, afloraba de nuevo en m aquel ingrediente inagotable que ha sidosiempre causa de mis mayores errores pero tambin de mis mayores alegras: el entusiasmo. Un poco loca, un poco inconsciente, pero alegre y abierta a toda esperanza,pese a los enormes lmites que la educacin y la moral de aquellos tiempos, gracias a Dios, me imponan, aquella ciudad, que ahora me pareca interesante yemocionante, me haba quitado, literalmente, las cadenas; y cada da descubra las mil cosas que poda ofrecerme, y saboreaba con loca alegra mi libertad de pensamientoy de accin.

    En cada esquina me aguardaba una sorpresa: las ofertas de trabajo, algunas personas ancianas que me queran como si fuesen mis padres, el descubrimiento de queera apreciada, de que quiz tena algo que decir y de que la gente se interesaba por m. Si me hubiese empujado la ambicin o la vanidad, aqul habra sido mi granmomento. No me aprovech de ello porque para m ya era suficientemente gratificante (y me bastaba) saber y sentir que todos eran mis amigos.

    Antes de partir hacia Amrica haba trabajado durante ms de un ao en Radio Florencia.All, todos, en el perodo que sigui a la llegada de los aliados, trabajamos con pasin. Como director de nuestra emisora de radio fue elegido por los aliados un ser

    extraordinario: un pequeo sargento del ejrcito americano, natural de Livorno, que haba emigrado a los Estados Unidos poco antes de la guerra. Se llamaba SergioFunaro, era licenciado en Historia y estudiaba medicina cuando fue llamado a filas. Nos haba fascinado con su profunda cultura, casi impensable en alguien de su edad,y nos haba electrizado con su simpata, con la vastedad de su mente. Trabajamos sin lmites de horario, con empeo y gran entusiasmo. Todo deba ser renovado, tododeba ser llevado al mximo nivel cultural, y aun as, resultar divertido, comprensible y agradable.

    Tenamos bastante libertad de expresin (y Sergio nos la habra dado total), pero tambin estbamos sometidos siempre a un cierto control. Cada programa deba seraprobado por la autoridad aliada en Roma, antes de ser retransmitido, y los locutores deban limitarse slo a leer, no pudiendo permitirse ninguna libertad al margen deltexto. Cerca de un ao despus de la toma de posesin de Funaro, los aliados empezaron a sospechar de aquel muchacho demasiado inteligente y demasiado innovador,descubrieron que en el despacho poltico donde se redactaba el informativo, de los cuatro redactores tres eran comunistas, y de repente, una maana, en el puesto dedirector, nos encontramos a un oficial ingls de las Coldstream Guards de la Reina, con bigotito rubio y carrillos rosados, y al cabo de poco tiempo nos fuimos todos,porque ahora, sin duda, ya no bamos a poder expresarnos sin sufrir intiles y desalentadoras trabas.

    La galera del jazz, que redactaba con Mario Cartoni, y que todava hoy se recuerda, ay de m!, entre los ancianos, me haba inculcado la pasin por la radio, yahora, en Nueva York, consegua colarme de rondn en aquellas emisoras que consideraba, por diferentes razones, las ms interesantes. Cuento en una carta a los mos:La otra noche estaba en casa de Renzo con dolor de muelas y un poco aburrida. Oamos la radio, y yo estaba a punto de irme a casa, cuando l me dijo: Sabes queconozco bien a Art Ford? Lo llamamos? (Porque aqu los locutores tienen el telfono al lado del micrfono y se les puede llamar cuando se quiera.) Conque Ford nosinvita. Llegamos a la WNEW y lo encontramos jugando al Monopoly con otros dos: mientras apuesta, notifica, siempre con gran bro, los diferentes titulares. Nosponemos a charlar y luego yo voy a ver la discoteca (50.000 discos!) y all se me acerca uno y me dice que elija cuatro discos de gran popularidad en Italia porque van ahacerme una entrevista. En pocas palabras, a las dos y media (su programa dura desde la medianoche hasta las seis de la maana), Art Ford dice: Tengo el placer depresentarles a una charming young lady de Florencia, etctera, etctera, y empezamos a charlar por los codos y a decir cosas graciosas y a rer, y me parece habrmelasarreglado lo que se dice bien. Y, mientras tanto, al telfono: Cmo es? Es bonita? Se la puede conocer? Nos la describes? Fuego pusieron un disco de Renzo ya l tambin lo entrevistaron. No os podis imaginar lo bien que me lo pas, y entre parntesis: este Art Ford es guapo a rabiar, con un par de ojazos azul celeste y unasimpata sin igual.

    Volv all otras dos veces, y una noche me lo encontr jugando a las cartas con otros tres que me present. Entre ellos haba un muchacho ruso. Mientras le daba lavuelta al disco, Ford se dirigi al ruso y a m: Escuchadme, nos dijo, ahora tendra que hacer los anuncios de los cigarrillos Camel. Hacedlos vosotros. Decid lo que seos ocurra, t en ruso y t en italiano: basta con que en cada frase metis la palabra Camel. Y se puso de nuevo a jugar, mientras el ruso haca como si se fuera a morir.Fue l quien empez. No entend ni jota de lo que dijo, excepto la obsesiva palabra Camel. Luego me toc a m y no saba a qu santo encomendarme, pero tena quehablar y rpido, y me sali una alocucin ms o menos as: Qu aventura esta noche! He llamado a un taxi y en su lugar se ha presentado un enorme animal conjoroba: era un camello y tena una matrcula en el trasero. Camel 86798. El camello me invit a subir y me encontr a la altura del segundo piso y poda mirar a travs detodas las ventanas. Qu extrao, todos fumaban Camel, me enseaban el paquete con la foto de mi taxi y decan: Ah!, lleva matrcula Camel 86798? Lo conocemos!Pasa siempre por aqu, y a veces lleva un collar de camelias alrededor del cuello, y en invierno coloca bufandas de pelo de camello sobre los hombros de sus clientes.Qu bonito es ver un camello adornado de camelias y a su camellero ofreciendo un Camel al cliente! Me baj del camello y vine aqu, y delante de m est Art Ford conuna bonita muchacha a su lado que se llama Camila, pero a la que l, con gran ternura, llama Camella.

    Telefonearon varias personas para saber si era tan sexy como mi voz y otras amenas ocurrencias por el estilo, y llam tambin un profesor de la ColumbiaUniversity preguntando de qu ciudad era, porque mi italiano no tena ningn acento especial. A la maana siguiente me telefone mi dentista, que haba encendido laradio en el coche mientras se emita el programa, me haba reconocido en el acto y se devanaba los sesos por saber cmo diablos haba llegado hasta Art Ford.

    Oh, Amrica! Amrica! Empezaba a gustarme con locura.

  • 1946, NAVIDAD EN NUEVA YORK

    Cuando estaba en Nueva York, no haban llegado todava los tiempos de las curiosidades y de las manas astrolgicas. Si alguien me hubiese preguntado, como suelehacerse hoy, de qu signo eres? lo habra mirado asombrada. Pero si entonces hubiera sabido ese poquito que hoy todo el mundo sabe, quiz no me habransorprendido tanto la cantidad de desventuras que me sucedieron, y hasta habra podido alegrarme de que ciertas conjunciones astrales estuvieran sin duda preparndomeun venturoso 1947.

    Todo aquel fluir de oportunidades, de cambios, de valiosos encuentros y positivos acontecimientos, que caan sobre m como una refrescante llovizna en aquellosfros meses de noviembre y diciembre, me pareca casi algo mgico. A saber: que benvolos astros haban tendido una mano caritativa a una pobre Cncer hambrienta deafectos. Se acercaba la Navidad y los astros, Santa Claus, el Nio Jess o quienquiera que fuese, me haban preparado un buen montn de sorpresas. Justo en aquellapoca, cuando estaba ya ms que harta y disgustada con mi belicosa y entrometida casera, alguien me propuso un alojamiento; no era una direccin prestigiosa: era unavieja casa de ladrillos, y tendra que compartirla con una seora italiana que no poda permitirse pagar sola el alquiler. Despus de la fastidiosa experiencia con laintratable muchacha de Park Avenue, no me atraa la cohabitacin, pero slo la idea de poder librarme de la irlandesa vida y gritona, me pareca ya un sueo; fueracomo fuese esta seora del nuevo apartamento, peor, ciertamente, no habra podido ser.

    Hoy que s que mi astro protector es la luna, creo que debo darle las gracias por haber encontrado a aquella dulce seora florentina, que me pareci la mismsimahada de los cuentos.

    Me recibi con un abrazo y con una sonrisa de felicidad, y me enamor de ella al primer golpe de vista. Tena cincuenta y nueve aos y por eso lleg a parecermeviejsima, pero apenas empez a hablar, descubr al punto su corazn maravilloso, observ mejor su carita graciosa y me percat de que en cuanto a entusiasmo y ganasde vivir podamos ser coetneas. Estaba en Nueva York para visitar a una hija que, varios aos atrs ya, se haba casado en Amrica, luego se haba divorciado y ahoraviva con el nuevo marido y los hijos fuera de la ciudad. Pero mi vivaz viejecita, por suerte para m, no era una de esas veteranas autoritarias y prepotentes que suelenesgrimir vejatoriamente la baza de su experiencia: Nueva York la haba cautivado al primer contacto y, sin saber una palabra de ingls, sala completamente sola y sepasaba las horas fuera viendo y observando todo lo que se le pona al alcance de los ojos: volva a casa feliz y emocionada y me contaba los grandes descubrimientosque haba hecho, con un bro y una jovialidad que todava hoy, al recordarlo, me conmueve. Querida, amena y graciosa seora Romagnoli. Qu felices eran entonces misvueltas a casa: despus de la bruja irlandesa, la mamma italiana! Me mim de manera vergonzosa; me despertaba con un beso todas las maanas, y acto seguido mellegaba el ruido del batir de los huevos y el olor del pan tostado y el buen caf. Estaba otra vez en un hogar, un hogar verdadero y clido de afectos, en el que acontecanpequeos milagros: la ropa blanca se lavaba y se planchaba sola, los vestidos que haba dejado sobre la cama los volva a encontrar en el armario como si fueran nuevos,y cuando avisaba de que iba a volver a la hora de la cena, me aguardaban, ya preparados, platos suculentos. Era ella la que, usando su varita mgica, me ofreca todoaquel bienestar con su maravillosa sonrisa y sus bonitos ojos chispeantes, tan felices por complacerme.

    Cuando tena tiempo me gustaba salir con ella, porque se entusiasmaba con todo, con aquel infantil e inclume candor suyo que dulcificaba tanto su vida como la dequien estuviese a su lado.

    Un da la llev conmigo a Central Park, donde haba un pequeo parque zoolgico y, entre los bancos, un autntico bullir de ardillas, que venan a coger las nueces denuestras manos, unas ardillas tan gordas y bonitas que me habra gustado echrmelas al cuello para acariciar su sedoso pelaje. Haba tambin un pequeo lago conescolleras de cemento, y all mismo una pareja de focas haba procreado una deliciosa foquita: jugaban al corre que te pillo y al escondite todo el da, y se gastaban milesde bromas, y pareca imposible que aquellos juegos fueran exactamente los mismos que nuestros padres jugaban con nosotros cuando ramos nios. Disfrutamos deaquel espectculo como si fusemos dos chiquillas rebosantes de ternura por el mundo y sus criaturas. Pero habra preferido no llevar a mi compaera a ver el inmensogorila que, siempre enfurruado e inquieto, permaneca encerrado en una jaula, colgando de un grueso rbol seco. Me pareca un espectculo terriblemente cruel, pero miquerida seora Romagnoli siempre quera verlo todo, y tuve que llevarla; y fue as como aquel da, para hacerle los honores, el animal mont un nmero fenomenal.

    Como siempre, estaba sentado, inmvil, en una gruesa rama. Haba ms gente, y l nos miraba uno a uno. Me dio la impresin de que se poda cortar con un cuchilloel desprecio que senta por nosotros. Saltaba a la vista que nos consideraba seres inferiores, y tena toda la razn, puesto que haban sido los seres humanos, justamente,los que lo haban encerrado all de por vida. No lejos de nosotras haba una mujer estpida, toda teida y oxigenada, que encontraba al gorila de lo ms cmico: quiz sereconoca en l, y aquello le deba de parecer bastante gracioso, porque no paraba de rer. La mirada del gorila se pos en ella. De repente salt de la rama con granestrpito y empez una aterradora danza de guerra sacudiendo las barras y golpendose el pecho, que retumbaba como un enorme bombo. Y aquella estpida venga arerse. Cuando el animal hubo dado dos o tres vueltas a la jaula, de un salto se subi otra vez a la rama sin dejar de mirar a la pertinaz reidora. Se acuclill,acurrucndose, y sin dejar de mirarla lanz de repente un enorme esputo que la acert en pleno rostro. Ella dej de rer y todos los presentes disfrutaron de lo lindo.

    Se acercaba la Navidad y la ciudad empezaba a transformarse. Copio de una carta dirigida a casa: No os podis imaginar lo que son las Navidades aqu. Unverdadero torbellino enloquecedor. Las tiendas llenas hasta los topes, los escaparates ms maravillosos que puedan imaginarse: verdaderas obras de arte frente a lascuales la gente se agolpa admirada. En los department stores no se puede dar un paso debido al gento. Cintas, arbolitos, luces, colores, lentejuelas. En Radio City, en elcircuito de la pista de patinaje, han colocado un rbol de Navidad de ochenta metros de altura, completamente decorado e iluminado. Unas Navidades de pesadilla,donde el shopping es una tortura a la que hay que aadir todos los falsos Pap Noel que pululan por las calles y en cada esquina te piden un nickel. Esta fiesta llegacomo una amenaza: parece que estuviramos siendo arrollados por las coronas de laurel adornadas de rojo, incendiados por los millones de velas, perseguidos por losvejestorios barbudos que te quieren enterrar bajo montaas de cajas variopintas. Dios, qu cauchemar! Y la humanidad, presa del paroxismo, pisndose en las tiendas,empujndose, magullndose y gastndose hasta el ltimo cntimo! Casi aoro una Navidad en guerra, pobre y desnuda, en la que el nico regalo era la esperanza!.

    Esto lo escrib hace treinta y nueve aos. Entonces, por supuesto, no poda imaginar que algunos lustros ms tarde llegaramos a tener tambin aqu ese mismo tipode orga de la que slo se desea escapar. Pero el da de Navidad en Nueva York fue bastante feliz, aunque la nostalgia de los mos era tal como para hacerme sufrirprofundamente.

    Pas la jornada en ambientes del todo distintos. Me haban invitado a almorzar Max Ascoli y su mujer, que formaban parte del grupo de los superintelectuales, perode los buenos. l era un hombre inteligentsimo de verdad y de vasta cultura, y haba fundado una revista muy conocida, The Reporter, en la que colaboraban losmejores escritores de aquella poca, incluido nuestro Niccol Tucci y otros del staff del gran New Yorker.

    Los Ascoli vivan en una gran mansin atestada de cuadros y de muebles bellsimos, y, como escrib con gran entusiasmo a casa, ofrecieron a sus quince comensalesuna comida sobre una mesa dispuesta por los dioses y servida por nada menos que tres camareras de negro con cofia, cosa de otros tiempos incluso para losamericanos muy ricos. Adems de la brillante conversacin de los invitados, me ha quedado el recuerdo indeleble del pavo relleno de ostras: una inaudita exquisitez queno he vuelto a encontrar en ningn men.

    La fiestecita posmeridiana de Renzo Nissim fue algo completamente distinto. Nos apibamos en su pequeo y delicioso apartamento y l estaba lo que se dice envena: tocaba el piano y cantaba con su vocecita ronca, e improvisaba graciossimas bobadas y motivos que luego se desvanecan sobre el teclado, y que, si se hubierangrabado, habran podido incrementar ms an su celebridad. La habitacin estaba llena de mujeres guapas y elegantsimas (todo su numeroso harn al completo) y loshombres eran jvenes, brillantes y divertidos.

    Mi jornada concluy en el apartamento de la fabulosa Park Avenue, aquel en el que haba vivido con la amiga intratable, a cuya madre, sin embargo, haba cobradoafecto.

    Aquella pobre madre haba amontonado hasta el techo pilas de regalos para su hija, pero tambin haba un transistor para m. La hija, a su vez, me haba preparado

  • un paquete redondo, envuelto en papel y adornado con lacitos.Escrib en una carta a los mos: He recibido de S. el regalo de un coco y he pensado al instante que su intencin era, sin duda, darme no un coco, sino una caca, que

    le devuelvo de todo corazn Luego han venido a cenar un montn de alemanes y a las cinco de la tarde ha empezado el ataque al pavo y al gnero humano. Todos losconocidos comunes han sido hechos pedazos, escarnecidos, devorados y cubiertos de mierda, con tamaa velocidad que ni siquiera nuestras famosas nades habranllegado a tanto, a tal punto que yo me senta bullir por dentro y haca esfuerzos sobrehumanos para no gritar Pero no os dais cuenta de que es la noche de Navidad?Es Navidad!.

    La seora Romagnoli no estaba en casa, se haba ido con la hija y con los nietos. Sobre mi colcha encontr un paquetito: era un pequeo marco doble de plata, dondepuse las fotos de mis padres; de pronto, sent tan dolorosamente su falta que me pregunt por qu diantres me demoraba en pedir el divorcio y regresar a casa de unavez por todas. Mis xitos, mis numerosos proyectos, mi porvenir en Amrica me parecieron en ese instante cosas sin el ms mnimo sentido. Mi vida era mi familia ymi ciudad. Decid que empezara el ao nuevo yendo a ver a un abogado a fin de que iniciara cuanto antes los trmites para volver a ser libre, y luego buscara un trabajofijo para ganar algo ms de dinero. Aquella noche en la calle estbamos a dieciocho grados bajo cero, pero el calor en las casas americanas era sofocante. Abr de par enpar las ventanas sobre el radiador ardiente y, en combinacin, me puse a escribir una largusima carta de amor a los mos hasta las primeras horas de la maana.

  • ALTA COSTURA EN LA CALLE 59

    Despus de aquella Navidad bastante mundana, pero embebida en aguda nostalgia por mi familia distante, decid buscar un trabajo fijo bien remunerado y un abogado,para acabar, mediante una anulacin, con mi situacin matrimonial, ya definitivamente comprometida.

    Mi marido y yo no nos habamos vuelto a ver. Yo siempre lo haba deseado, pero l nunca haba querido saber nada al respecto, y puede que tuviera razn: no noshabra acarreado ms que una mutua vergenza, y en m, que he sido siempre muy emotiva, tal vez habra reavivado sentimientos que ya estaban apagndose ante elirrefrenable apremio de mi juventud, que exiga su derecho a la vida. Ya no sufra como en los terribles primeros meses, aunque en mi subconsciente aquella imprevista yprofunda herida no haba cicatrizado del todo. De mi marido ahora me llegaba tan slo una pequea asignacin mensual con una corts, pero fra, nota manuscrita.

    Los amigos se desvivieron por encontrarme un abogado, pero no tard en advertir que ninguno estaba al corriente de las leyes italianas en materia de anulacin y deque yo, que acababa de doctorarme en jurisprudencia, saba ms que cualquier buen abogado americano. Me di cuenta de que iba a ser una bsqueda nada fcil y unprocedimiento ms bien largo. Entonces me pareci mucho ms urgente encontrar un buen empleo. Amrica ha ofrecido siempre grandes posibilidades a quien tieneganas de ponerse manos a la obra, yo tena varias ofertas y slo dependa de m elegir qu quera hacer.

    Muy poco dotada para los negocios, haba terminado harta de malvender cosas a diestro y siniestro y, por tanto, no deseaba de ninguna manera un futuro quetuviese como meta una actividad comercial. Decid intentarlo en un campo para m nuevo del todo y en el que me pareca que podra tener posibilidades, no slo en elnuevo mundo, sino tambin en Italia: la moda.

    Para sentar las bases de un lanzamiento de la moda italiana en el extranjero, haba venido a Nueva York Giovan Battista Giorgini. Nos habamos visto y me habaentusiasmado con sus proyectos. Italia estaba de nuevo en pie, milagrosa como siempre despus de cada desastre, y si no poda ofrecer casi nada a quien quisieradedicarse a la ciencia, ahora, en cambio, sus embajadores podran encontrar importantes salidas para quien haba elegido objetivos basados en la creatividad y la fantasa.Para esto haba venido a Nueva York Mario Vannini Parenti, y ahora Bista Giorgini, que haba tomado contacto con el importantsimo mundo de la moda en Amrica.

    Quien crea, como muchos de nosotros antes de la guerra, que los Estados Unidos eran el reino del mal gusto, se equivocaba de medio a medio. Entre las cosas quems me haban fascinado en Nueva York, estaba precisamente el altsimo nivel de refinamiento y de buen gusto de los grandes almacenes, con sus fantsticosescaparates, en los que se exponan vestidos y complementos de gran clase. En Amrica nada se dejaba a la improvisacin: todos deban ser, en su campo, tcnicos,incluidos los que hacan moda y los escaparatistas que la mostraban: no eran, por supuesto, personas dotadas slo de buen gusto y de inventiva, sino que tenan trasellos aos de estudios especializados, y as la fantasa, emparejada con la competencia profesional, produca resultados asombrosos. A m la moda como moda no meinteresaba en absoluto, no la vea como un medio para ganar dinero, y detestaba el mundo chismoso y vanidoso en que se mova, pero siempre haba sido muy sensible alos colores y a los dibujos: y era esto, sobre todo, lo que me gustaba. Haba notado, tambin, que una simple tela, cuyos dibujos y colores fuesen bonitos y estuviesenarmnicamente fusionados, me emocionaba en lo ms profundo y, a continuacin, produca en m la imagen de un modelo. No era, por supuesto, ni habilidad ni unparticular conocimiento de dicho sector: era algo que sala por s solo, por puro instinto, sin ningn esfuerzo ni preparacin: era tan slo un reflejo vivo e inmediato.Saba que no saba nada desde el punto de vista tcnico y, por eso, estaba dispuesta a empezar desde cero, como haban hecho todos los que en Amrica por aquellapoca ya tenan un nombre famoso.

    Durante muchos aos haba estado abonada a una revista de moda que se llamaba Mademoiselle y que era particularmente adecuada para un pblico juvenil. Slo laguerra interrumpi aquella cita mensual que desde muy jovencita me haba orientado y me haba creado una cierta sensibilidad en aquel campo. Y la redaccin de aquellarevista estaba precisamente en Nueva York. Decid intentar algo. Siempre me quedara tiempo para continuar emborronando papeles para periodistas y pequeasrevistas o seguir colaborando en La voz de Amrica.

    Una maana me vest con mis mejores galas, me arm de valor y, sin recomendacin alguna, me dirig a la redaccin de Mademoiselle. Al no tener credenciales deningn tipo, me present slo como fiel abonada y ped hablar con la directora. Era una mujer guapa y simptica y de gran estilo. Por suerte simpatizamos en el acto. Ledije que buscaba un empleo y que aceptara cualquier propuesta que estuviese relacionada con la moda, declar que era licenciada y que hablaba cuatro idiomas, con elfin de evitar que me pusieran a limpiar lavabos en cualquier tienda, e hice tambin constar que careca de cualquier experiencia.

    Obtener el empleo fue de lo ms fcil. La directora alz el auricular del telfono, llam a Bergdorf Goodman, que en aquel tiempo estaba considerada la tienda mselegante y exclusiva de Nueva York, habl con alguien repitiendo cuanto yo le haba dicho, aadi algunas consideraciones personales y esper una respuesta. Duranteaquel breve lapso de tiempo el corazn me lata enloquecido y tuve miedo de echarlo todo a perder desmayndome como una estpida. Me las arregl para mantener unaparente decoro. El auricular volvi a posarse en su sitio y la seora me dijo que desde aquel momento haba un empleo para m.

    A la maana siguiente me precipit para solicitar el permiso de trabajo. Pensaba que sera un trmite largo y difcil, pero al cabo de un cuarto de hora tena todos losdocumentos en regla. Me pas la tarde entrando y saliendo de aquel inmenso establecimiento de la calle 50, donde haba cosas maravillosas y carsimas en todas lasplantas. Pensaba con loca alegra que al da siguiente yo tambin formara parte de aquella prestigiosa organizacin, que me dara la posibilidad de aprender muchascosas. Aquella noche no dorm, y a las ocho y media, una hora horripilante para m, que me haba convertido en una noctmbula, me present en aquel lugar de ensueo.

    Me destinaron a la tercera planta, la frecuentada por la mejor sociedad americana, por diplomticos y otros extranjeros ricos que queran y podan gastar slo envestirse cifras para m entonces exorbitantes. Me recibi con extremada gentileza una seora de mediana edad: me pareci una mujer muy dulce, pero pronto me percatde que por dentro era de hierro. ramos un grupo de muchachas, entre vendeuses y modelos, y la disciplina y los horarios eran rigurosos. El sueldo estaba bien,tenamos derecho a una rebaja del 10% sobre todo lo que se venda en aquella esplndida tienda, y a los tres meses de contratacin recibiramos adems un porcentajesobre las ventas de las que nos hubiramos ocupado personalmente. Nosotras, las vendeuses, debamos establecer una relacin personal con las clientas, a las que sehaca pasar a elegantes spars, mientras nosotras tenamos que correr hasta la estancia de las maravillas y elegir para ellas los vestidos que nos haban encargado o losque considerbamos ms apropiados.

    Entretanto, en los grandes salones circulaban bellas y antipticas muchachas que se desnudaban y se volvan a vestir treinta veces al da para mostrar las ltimasnovedades. No hice amistad con ninguna de mis compaeras, mientras que con las clientas me llevaba bastante bien. No me resultaba difcil captar su gusto y estilo y,por tanto, me equivocaba pocas veces en la eleccin de las prendas que, pensaba yo, podran gustarles. Por desgracia he olvidado el nombre de una seora que venabastante a menudo y que me buscaba siempre. Era amable, simptica, inteligente y de modales muy refinados. Tena un nombre famoso, tipo Kennedy o Rockefeller oVanderbilt, y todo el mundo saba que para ella el dinero no era ningn problema. Me llevaba muy bien con ella y siempre atinaba con sus deseos, y ella me daba lasgracias por no haberle hecho nunca perder el tiempo.

    Recuerdo una vez que le llev un pequeo tailleur de terciopelo negro, ribeteado de trencilla: era de lo ms sencillo, con gran clase y de un corte perfecto. Megustaba con locura y saba que a ella tambin le iba a gustar. Me dijo que aquel da estaba muy cansada y no tena ganas de probarse. Charlamos un poco, mientras ellapermaneca cmoda y relajada en uno de aquellos grandes sillones, y luego le pregun