oponente aleatorio, por arantxa naranjo

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Arantxa Naranjo OPONENTE ALEATORIO iManel arantxanb.net

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Novela de ficción con algunas pinceladas de autobiografía. Si me conoces bien, sabrás distinguirlas; si no, te quederás con la duda...

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Page 1: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

Arantxa Naranjo

OPONENTE ALEATORIO

iManel

arantxanb.net

Page 2: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

20h. Plaza de Oriente

1“Anocheció Madrid que parecía,

cubierto del cristal más transparente,

que estaba amaneciendo de repentecon tanta claridad como de día...”

José Bergamín

Page 3: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

Ha llovido durante todo el día, pero ahora el cielo está despejado y las estrellas bri-

llan con especial luminosidad esta noche. Los coches le salpican al pasar por los

charcos mientras intenta cruzar de acera. “Madrid está precioso en diciembre”,

piensa mientras se echa hacia atrás el pelo, se abrocha bien el abrigo y se sube la

bufanda. Tiene las manos y la nariz frías, como siempre, pero el corazón le palpita

caliente, a toda velocidad, como hacía mucho tiempo que no le sucedía. A pesar de

la gente, las calles están silenciosas, el ruido de sus tacones con paso firme lo en-

vuelve todo. La Plaza de Oriente se abre ante sus ojos señorial, romántica y mági-

ca; la luz y el calor de las estufas colocadas en las terrazas no hacen más que endul-

zar el ambiente…

- Ahora sólo toca esperar. –Piensa nerviosa en voz alta mientras mira el reloj de

su muñeca, un regalo muy especial. Son las 20h en punto.– ¿En qué momento me he metido yo en este lío? ¿Y si alguien nos ve? ¿Y de qué vamos a hablar? ¡No nos conoce-

mos de nada! ¿Y si no viene?

A su alrededor la gente camina de un lado para otro, cargada con bolsas de

regalos de Navidad anticipados –al menos eso cree ella– ajena a sus pensamientos

en voz alta. Los nervios se apoderan de ella, se queda un momento pensando.

- Lo mejor que puedo hacer es irme…

Decidida a volver sobre sus pasos, se da la vuelta, topándose de frente con

una sonrisa desconocida a la vez que familiar, y unos ojos color miel que le miran

chispeantes. Siente cómo el rubor sube a sus mejillas y las mariposas revolotean

por todo su cuerpo. “¿Y ahora qué hago? ¿Dos besos, la mano, un abrazo? ¡Dios, se

me estará notando todo!”.- ¡Hola! Perdona el retraso, me ha costado salir de casa.

No le da tiempo a reaccionar, antes de darse cuenta, ese hombre tan apuesto,

de pelo canoso y mirada penetrante, le agarra por la cintura y le planta dos besos

de esos que dejan huella, invisible, pero huella. Dura sólo unos segundos, pero le

da tiempo a olerle, a sentirle.

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- Hola. No te preocupes, no pasa nada, acabo de llegar. –Sonríe tímidamente. Le

titubea la voz al hablar y le tiembla la mano mientras la saca de su bolso y le mues-

tra el iPhone.– Iba a jugar un rato mientras te esperaba.

- ¿Me ibas a ser infiel otra vez? ¡Eso creo que no me gusta! –Espeta él con voz dul-

ce y sonrisa seductora mientras comienzan a caminar el uno junto al otro.

Eso le ha hecho sonreír y olvidarse, al menos por el momento, de lo extraña

que es la situación, de las mentiras, del miedo a que haya cerca alguien conocido y

de los nervios, dulces y excitantes, pero nervios al fin y al cabo.- ¡Tengo que practicar con otros! Tú siempre me ganas y con mucha diferencia, eso

tengo que solucionarlo. Ya sabes que no me rindo fácilmente.

Se queda un momento pensativa. “Supongo que lo sabe, hace meses que ju-

gamos a ese ‘jueguecito infernal’ de palabras, siempre me gana pero cada vez por

menos. ¿Y ahora qué le digo? Lo que daría por saber qué está pensando…”.

- Eso es cierto, eres luchadora. Y me encanta que seas así. –Señala con la mano ha-

cia el Café de Oriente.– ¿Nos sentamos en esta terraza? Hace frío, pero te cedo el mejor sitio, al lado de la estufa.

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-Genial, me gusta mucho este lugar. –Contesta mirando hacia el Palacio de

Oriente, majestuosamente iluminado, mientras se sienta en el lugar que él le seña-

la amablemente.– Las vistas son impresionantes.

Él llama al camarero con la mano, haciendo un gesto muy elegante con la mu-

ñeca y la cabeza. Se sienta justo a su lado, sonríe y la mira, muy fijamente.- Tienes toda la razón, sin duda las vistas son preciosas.

* * * *

El día había sido muy largo para ambos, viendo pasar las horas con expecta-

ción hasta que llegara el momento de ese encuentro tan ansiado. El iPhone de Ire-

ne había sonado alrededor de las 15h, cuando subía del comedor junto a dos com-

pañeros de la agencia. Entró como becaria hacía ya tres años, justo al acabar la uni-

versidad, y a sus 27 años ya era toda una Ejecutiva de Cuentas; el sueldo era esca-

so y la directiva casi insoportable, pero el trabajo le apasionaba y se sentía muy a

gusto, allí la habían acogido como en familia. Sacó el móvil del bolsillo de sus va-

queros ya dentro del ascensor, sin separarlo demasiado de su cadera, y observó la

pantalla iluminada. Era él a través del Chat del ‘jueguecito infernal’, el primer

mensaje del día:

“Esta tarde tengo una cita con alguien muy especial. Estoy ansioso. Sólo faltan 5 horas.”

Al llegar a la planta 9, salió de forma atropellada y caminó apresurada hasta

su mesa, al final del largo pasillo que atraviesa de punta a punta el departamento;

sentándose sin soltar el iPhone, sus dedos se deslizaron veloces por la pantalla tác-

til, mientras sus labios dibujaban una media sonrisa, dejando entrever la excita-

ción que aquel mensaje producía en ella.

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“Y kién es esa persona tan especial q ha puesto ansioso al ‘Sr. Se-renidad’ q siempre gana con puntuación olgada y cabeza alta?”

Una hora después, el iPhone volvió a vibrar y a encenderse, y con él, aflora-

ron una vez más esos nervios adolescentes que la tenían ensimismada:

Jugaron toda la tarde a intercambiarse emociones en formato online, como

tantas otras tardes, mañanas, noches y madrugadas desde hacía ya varios meses, es-

condidos entre las sombras de su mundo virtual, pero con una diferencia: hoy era

el día D. El último mensaje de ‘Guillermo_50ʹ′ llegó a eso de las 19h:

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“Bicho, salgo para el centro. Hay atasco en la M30, para va-riar, así que ve tranquila. Sólo falta una hora. Me siento como

un niño la mañana del 6 de enero.”

“Es un secreto. Pero te diré que me he puesto traje gris y corba-ta azul, sé que le gustará. Mi mente vuela imaginando el mo-

mento. Faltan 4 horas.”

“M tiemblan las piernas sólo d pensarlo, canosete. Entro en 1 reunión. Hoy, ni siquiera mi jefe será capaz d quitarme esta

sonrisa tonta q maquilla mi cara dsd las 8 d la mañana. Tu cita especial tb está ansiosa”

Page 7: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

 * * * *

En la intimidad que les ofrece el rincón más oscuro de la terraza del Café de

Oriente, prácticamente vacía, junto al calor de una estufa de exterior, bajo millo-

nes de luminosas estrellas y una luna llena que parecía colocada en el cielo adrede

para embellecer el momento, los dos desconocidos se miran en silencio, mientras

el camarero sirve dos copas. Gin-tonic de Citadelle con Fever Tree para ella; Jack

Daniel’s solo, con mucho hielo, para él.

Cuando por fin se quedan solos, los dos se lanzan nerviosos a hablar a la vez,

cada uno con su copa en la mano. Se callan y ríen…

- Tú primero por favor. ¿Qué ibas a decir? –Sorbe un trago de su copa, saborea

el refinado gusto del whisky americano y vuelve a soltarla encima de la mesa.

- Nada en especial, simplemente que estoy feliz de poder mirarte a los ojos por fin. –

Las palabras le salen solas, rozando sus labios, sin pensar, sin dejar de mirarle y

sonreír. Con la mano temblorosa saca una pitillera plateada de su bolso y se en-

ciende un Black Devil.

- Teníamos que conocernos en persona. Después de tantos meses, era algo que tenía-

mos que hacer sí o sí. – Confiesa él apartando la mirada, con seriedad, como justifi-

cándose, intentando que los remordimientos no enturbien la belleza del momento

que está viviendo a sus recién cumplidos 50 años.

Las horas pasan, y con el tiempo ambos se sienten cada vez más a gusto el

uno con el otro, con la excitación del momento y el entorno mágico que les rodea.

Las agujas del reloj se detienen para los dos en ese instante y las conversaciones

transitan ágiles y familiares entre ellos. El camarero del Café de Oriente llena por

segunda vez las copas de balón y, al marcharse, se hace el silencio a su alrededor,

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“OK. Entro en el metro. Por fin ha llegado el momento, mi oponente aleatorio, nos vemos en 1 rato...”

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pero ninguno de los dos se siente incómodo, están disfrutando de cada uno de

esos instantes como si fueran un regalo efímero.- Bueno Guillermo, ¿qué tal...?

- ¡Uy! Guillermo... ¡eso sólo me lo dice mi mujer cuando ha de reñirme por algo! –Le

confiesa entre risas.– Por favor, llámame Guille, de la otra forma me haces sentir aún más mayor.

- Ok, perdona ‘Guille’. –Dice ella con una sonrisa de oreja a oreja y resaltando

bien su nombre.– ¿Qué tal está el importante señor director editorial? Que no para de

quejarse y lo único que hace es viajar en primera y reunirse con autores interesantes... –

Le pregunta bromeando.

- ¡Pero bueno, bicho! –Le dice él haciéndose el indignado mientras el acaricia

por sorpresa la nariz con el dedo índice.– Pues estoy cansado, señorita publicista, he pasado toda la semana viajando y, aunque no lo creas, es agotador.

- Lo sé, te lo digo de broma.

Irene mira tímidamente pero con dulzura a ese hombre maduro y apuesto

que tiene delante, cuyas canas, lejos de hacerle envejecer, le perfilan irresistible an-

te sus ojos. Creía que sería más serio, más formal, más recto y distante, quizá por

su edad, por su cargo de Director Editorial en la multinacional Friday PaperBooks

o por ese lenguaje tan cuidado que siempre usa en todas sus conversaciones onli-

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ne y que a ella le resulta tan sumamente seductor. Se siente gratamente sorprendi-

da por la novedad de su cercanía y la ternura que desprenden sus ojos, detalles

que no pueden percibirse en una simple fotografía y, mucho menos, entre las le-

tras de un mensaje de chat.

Hablan de sus trabajos, del último viaje de negocios que hizo él para com-

prar los derechos para España de un bestseller internacional o la nueva campaña

de publicidad para TV que está creando ella para esa gran empresa de telefonía

móvil; de las portadas de hoy de los principales periódicos y lo último de Muraka-

mi traducido al español; de las nuevas canciones que han incluido en su lista de

reproducción particular en Spotify o la película que algún día les gustaría ver jun-

tos… Son tantas y tan bellas las pequeñas cosas que les unen, y tan pocas pero tan

grandes las que les separan, que la balanza duda y se tambalea de un lado a otro

casi por segundos.

Antes de hablar, piensa con detenimiento y sopesando cada una de las pala-

bras que van a salir de su boca. Cuando la frase está formada en su cabeza se deci-

de y la suelta despacio, intentando no oscurecer la belleza del momento.

- Cada noche, después de jugar o charlar contigo, justo antes de dormirme, me hago la misma pregunta. ¿Cómo puede ser que alguien como tú, que debes conocer a tanta gen-te interesante con la que hablar de libros, de política, de filosofía y todos esos temas que tanto nos gustan, pero a tu nivel, y no al mío de principiante, puede querer pasar su tiem-po libre conmigo en ese ‘jueguecito infernal’ y hablando por el chat?

Después de lanzar la pregunta tímidamente al aire, como si el tema no fuera

con ellos, cruza las piernas elegantemente y se acomoda al respaldo de la silla; se

siente tranquila, cómoda, segura de sí misma, le mira a los ojos y coquetea…

- Cómo diría Anastassia a Christian Grey… Sr. Abad, yo sólo soy una niña apren-diz de publicista, algo resultona, eso sí, que ha llegado a usted por mera casualidad. Segu-ro que hay mujeres mucho más atractivas e interesantes que yo, deseando que les dedique

su valioso tiempo. –Se muerde los labios divertida, coge su gintonic y bebe un trago

mientras espera ansiosa su respuesta.

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- Bicho yo no te buscaba, no esperaba conocerte, no lo necesitaba. Y sin embargo aho-ra te espero, te necesito y te busco a cada instante. Quizá todo eso que tú ves como “menos

interesante”, es lo que más me llama la atención de ti. –Traga saliva y sonríe con dulzu-

ra.– Además, Srta. Ferrer, siento decirle que ya no es usted ninguna niña, es una mujer, y muy atractiva por cierto, en todos los aspectos en los que una mujer puede serlo.

Habla con voz seria pero sugerente, como recitando. Sabe el efecto que sus

palabras causan en ella y sonríe aún más. Alarga su mano, coge la pitillera plateada

que brilla encima de la mesa y la abre. Intenta rebajar así la dulce tensión que se

puede palpar en el ambiente…

- ¿Pero qué fumas, pequeña aprendiz de publicista? –Coge un cigarro y lee la le-

tra pequeña que lleva inscrita.– Black Devil… ¿Me invitas a uno?

- Claro que sí, coge. Sabe dulce, como a chocolate, no sé si te gustará. –Casi tartamu-

dea. Las mariposas ya no están sólo en su estómago, se han colado en cada una de

sus células y nota cómo el rubor sube a sus mejillas. No esperaba esa respuesta.– ¿Me perdonas un momento? Voy al baño, vuelvo enseguida.

Coge su bolso y camina nerviosa hasta el interior del Café, sin percatarse de

la intensidad de esa mirada que la sigue en silencio mientras se aleja. Baja las ele-

gantes escaleras de caracol hasta la planta de abajo, donde le indica el camarero

que está ubicado el aseo. Entra y se mira al espejo. “¡Irene no te puede estar pasan-

do esto!”, se dice a sí misma en voz alta y algo enfadada. Saca una barra de carmín

y se retoca los labios, sabe que le sienta bien ese color. Entonces oye su iPhone vi-

brar dentro del bolso, lo coge y mira la pantalla; es el chat del ‘jueguecito infernal’,

un mensaje de ‘Guillermo_50ʹ′:

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“No hace falta que te retoques tanto, tienes la sonrisa más bo-nita que he visto nunca. Y de tus ojos mejor no hablo...

Os echo de menos, princesa.”

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Guarda de nuevo el iPhone en el bolso, respira hondo, siente su corazón

bombear muy deprisa y vuelve a mirarse al espejo. Una gran sonrisa de color ‘rou-

ge coco charme’ se dibuja en su cara. Sube decidida las escaleras y sale de nuevo a

la terraza. Va en su busca. No puede ni quiere evitarlo, eso es lo único que es capaz

de deducir con claridad.

Camina despistada pero feliz, repitiendo en su mente una y otra vez las pala-

bras de ese mensaje de chat tan cautivador: “la sonrisa más bonita que he visto…

os echo de menos”. Casi se tropieza con el camarero que está recogiendo las co-

pas, ya vacías, antes de darse cuenta de que no hay nadie sentado alrededor de la

mesa.- Perdone, no le había visto. ¡Uy! ¿Y la persona que estaba aquí conmigo?- No sé, señorita. Ha pagado la cuenta y se ha ido.

Mira a su alrededor buscando con ansia, pero no le ve. Sale de la terraza del

Café de Oriente, dirige su mirada hacia un lado y el otro de la Plaza ya con un pun-

to de desesperación, y por fin le ve allí, paseando serio y cabizbajo junto a la única

farola que alumbra ahora el lugar. Sujeta su abrigo debajo del brazo, Irene ni si-

quiera se había dado cuenta de que no estaba en la silla, ni tampoco lo llevaba

puesto; suspira aliviada y se acerca despacio por su espalda, con una medio son-

risa nerviosa.- Guille… que no vinieras a nuestra cita entraba dentro de las múltiples posibilida-

des, pero que salieras corriendo después de tres horas juntos, no lo esperaba.  –Le habla

desde muy cerca al oído, casi susurrando, intentando disimular y esconder el mal

trago que acaba de pasar.- Jamás se me hubiera pasado por la cabeza, bicho. Pensaba que me habías visto al

salir del Café.  –Al oírle se da la vuelta, sus ojos desprenden un brillo especial y su

galantería se mezcla con una picardía veterana muy sensual.– Anda, date la vuelta que te ayudo a ponerte el abrigo, hace frío y no soportaría que enfermaras por mi culpa.

Le coloca el abrigo por los hombros, despacio, y aprovecha para abrazarla

por la espalda y oler su pelo, lo hace tímida y disimuladamente, pero sin esconder-

se. Después de meses divagando sobre su olor, su forma de caminar, su mirada…

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no puede desaprovechar la oportunidad de sentirla cerca, quién sabe si volverá a

verla. Irene se da cuenta, siente el calor de su cuerpo rodeándola, nota su respira-

ción en el cuello al colocarse el pelo por encima del abrigo y todo su ser se estre-

mece. Quiere darse la vuelta y abrazarle fuerte, decirle al oído “por fin canosete,

por fin estamos juntos”, lo desea con todas sus fuerzas, pero sus piernas no respon-

den a las órdenes de su cerebro y se queda inmóvil, hasta que una fuerza descono-

cida la empuja y comienza a caminar hacia delante.

-¿Vamos hacia La Latina dando un paseo? Me gusta mucho caminar por Madrid de

noche. –Se voltea y le mira, separándose un poco de él, como queriendo salvar las

distancias. “¡Dios! ¿Por qué habré hecho eso? ¿Por qué no me he dado la vuelta?

Irene, hoy no es tu día.”, piensa muy indignada consigo misma.- Claro, ¿me permites que te lleve a un sitio que me gusta especialmente? Está por

esa zona, cerca de la Cava Baja, es el Berlín Cabaret, no sé si lo conoces. Lo mismo ya no

está de moda… –Explica muy amable y aparentando no dar importancia al desplan-

te de ese abrazo no correspondido.

Asiente con la cabeza y los dos caminan largo rato a oscuras y sin hablar, uno

al lado del otro, hasta salir de la Plaza de Oriente. Ella aún no entiende por qué su

cuerpo ha reaccionado de esa forma tan arisca y decide romper el silencio con voz

tierna y temblorosa, intentando endulzar la situación.- Gracias. Por invitarme a las copas, por hacerme sentir tan inmensamente a gusto

esta noche tan especial contigo y por el mensajito de antes en el chat, sólo tú me dices esas cosas tan lindas.

Él sonríe en silencio mientras le pone la mano en la espalda al pasar justo de-

lante de las obras de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, como queriéndo-

la proteger o evitar algún tropiezo por los desniveles del pavimento, y continúa ca-

minando junto a ella por la calle San Nicolás, atraviesan la calle Mayor y disfrutan

del majestuoso Madrid de los Austrias. Ella siente alivio al comprobar que no se

ha tomado a mal lo de antes y que sigue tan atento y amable como hasta entonces.

- Bueno canosete, ¿y qué excusa has puesto en casa para poder salir esta noche? –Le

pregunta con voz picarona.– Porque yo, teóricamente, aún estoy en la agencia acabando

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un briefing que tenemos que presentar el lunes sin falta a un cliente, y ya que salimos tar-de, nos tomamos unas cañas todos los compañeros.

- Pues tú, ahora mismo, eres un autor argentino muy, muy importante en el mundo editorial latinoamericano, que ha venido a Madrid para firmar con nosotros la venta de los derechos de sus libros para España. Y claro, no conoces a nadie en Madrid y no podía permitir que deambularas solo por la ciudad.

Los dos se miran y se ríen a carcajadas, es tan loco, pero a la vez tan bello el

sentimiento que les invade, que ni los remordimientos, ni el malestar por las men-

tiras, ni el miedo a ser descubiertos, puede hacerle sombra. Así caminan tranqui-

los, charlando, sin importarles el frío invierno de la capital madrileña, durante más

de veinte minutos hasta llegar a la costanilla de San Pedro. Hay gente esperando

para entrar pero no importa, no tienen prisa.

Por fin es su turno. Irene saca su monedero para pagar las entradas pero una

mano fuerte, varonil y caliente se posa sobre la suya, fría como siempre y con las

uñas mordidas, impidiéndole que lo abra. Así que le deja pagando las entradas

mientras cruza la puerta del mítico y acogedor Berlín Cabaret, y se dirige hasta el

guardarropas; de ahí, directos a la barra del fondo a pedir lo mismo de antes. Mien-

tras, los altavoces del techo retumban con los primeros golpes de batería de Time

is running out.

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- ¡Hala! Me encanta el garito, es genial, y encima… ¡nos reciben con Muse! –No

puede disimular su exaltación, le gusta mucho el sitio y esa es la típica canción

que siempre se alegra de escuchar., mucho más si es así, por sorpresa. Se acerca a

él y le habla al oído, acariciándole la mejilla con su mano derecha.– ¿Por qué no me has dejado pagar, Guille? No tienes por qué pagarlo siempre todo tú.

- Ya lo sé, bicho, y te lo agradezco, pero yo es que soy de la vieja escuela. Y además, no se me ocurre nada mejor en lo que gastar mi dinero que aquí, ahora, contigo. Déjame que disfrute de ti.

- Bueno, si me lo pides así, no soy capaz de decirte que ‘no’ a nada. Gracias. –Está muy cerca de él, tanto que siente su olor y su respiración, y no puede dejar de sonreír mien-tras le mira fijamente a los ojos.

- Que calladito te lo tenías, esto no me lo habías contado. –Le dice sin separarse ni

un centímetro de ella. Observa su cara de asombro e incertidumbre y continúa ha-

blando.– Me refiero a tus ojos, a esa mirada felina, dulce pero provocadora a la vez, que me tiene hipnotizado desde las ocho de la tarde.

Irene nota como el calor recorre cada centímetro su cuerpo y sabe, con certe-

za, que sus mejillas están coloradas. Así continúan mirándose durante un largo ra-

to, sin percatarse de la gente que les rodea, de los números de cabaret que inter-

pretan un grupo de bailarines, al más puro estilo ‘Moulin Rouge’, en el escenario

que tienen justo enfrente, ni de que sus copas se están aguando encima de la ba-

rra, sólo existen ellos, nada más.

Charlan, bailan con cada canción hacen el ganso, se ríen el uno del otro y de

sí mismos, y entonces comienza a sonar la voz rasgada de Kim Carnes cantando “Her hair is Harlow gold, her lips sweet surprise, her hands are never cold. She’s got Bette

Davis eyes…” e Irene rompe el momento y se pone a tararear emocionada, con los

ojos cerrados, contoneándose de forma muy sexy pero delicada a la vez. Él la mira

atónito, embelesado, deseando que ese momento no acabe nunca, pero entonces

mira el reloj, son las tres de la mañana. Llegados a este punto, ya no tiene más ex-

cusas para dar en casa. “Pero es que es tan sensualmente tierna…”, piensa derri-

tiéndose.

Se acerca hasta ella, le agarra por la cintura y le susurra al oído:

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- Preciosa, deberíamos irnos, ya es muy tarde. Además, tú vives más lejos que yo, no me gusta que te vayas sola a esta hora, si hubiera traído el coche te llevaría yo a casa.

- ¿Qué hora es? –Se pregunta mientras saca su iPhone del bolsillo, lo mira y

pone cara de asombro. – Sí, es muy tarde. No te preocupes, cojo un taxi por aquí cerca, pasan muchos a esta hora, aunque es noche de cenas navideñas, no creo que nos cueste tra-bajo encontrar un par de ellos por las zona.

Vuelven a sentir el frío mes de diciembre al salir a la calle, pero aún sienten

más la tristeza del final de ese momento tan esperado, el de conocerse. Caminan

hacia la Cava Baja y al llegar a la Plaza de San Andrés, ven acercarse un taxi con la

luz en verde. Guillermo le hace una señal con la mano y se lo ofrece a ella: “Coge

tú este primero, no quiero que estés aquí sola pasando frío”, le explica abriéndole

la puerta trasera del vehículo.

- Bueno princesilla, todo un placer estar hoy contigo, un sueño hecho realidad. Ha sido la primera vez, me encantaría que hubiera una segunda.

- Una segunda y una tercera, para mí también ha sido un placer. Me has hecho sen-tir muy a gusto, gracias por todo.

Irene se prepara para meterse en el coche cuando vuelve a oír su voz:

- Bicho, ¿me permites que pague yo el taxi, por favor? –Le pregunta con la cartera

en la mano.- No, claro que no, canosete. Ya está bien de invitaciones por hoy.-Y… ¿me permites que te dé un abrazo de buenas noches? Como los que nos damos

por el chat del ‘Apalabrados’ al irnos a dormir, pero en analógico.- Sí, claro que sí, a eso no puedo negarme.

Los dos desconocidos se lanzan a los brazos del otro con ganas y nervios, y

mantienen ese intenso abrazo durante unos minutos, pegados a la puerta del taxi

en marcha. Los labios de ella se acercan a la fría mejilla de su ‘oponente aleatorio’

y le besan con dulzura, con cariño, con mucho cariño; él lo siente y le corresponde

de igual manera. Después se separan e Irene se voltea con rapidez adentrándose

en el taxi, halagada, alterada, excitada, pero también algo temerosa, no de él, si no

de ella misma y sus propios sentimientos. El taxi arranca y ella mira hacia atrás, ve

su figura por la luna trasera del coche, elegante, atractivo, interesante. Se queda

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tan embobada que ni siquiera oye la voz del taxista que casi grita ya, con un hu-

mor de perros:- Señorita, ¿me quiere decir ya a dónde la llevo? Que son las tres y media de la ma-

ñana y aún me quedan muchas horas de trabajo por delante. Encima el Atleti ha perdido, así que no estoy para tonterías, no tengo lo que se dice una buena noche. ¿Señorita? Señori-ta, por favor…

- Disculpe, no le había oído. A Ciudad Lineal. Gracias.

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La primera vez...

2“Del tiempo que se muestra al verte inquietoy por los caminos que me tenían deshabitadode combinarse los años y un andar casi lentoresulta que ahora dos seres quedaron atados.”

Jhon Clark

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El coche arranca y se adentra en la Carrera de San Francisco, directo a coger la

M30. Irene vuelve a mirar hacia atrás y le ve allí parado, solo en mitad de la noche,

de la plaza abarrotada de gente, dirigiendo la vista hacia el frente con la mirada

perdida y haciéndose cada vez más pequeño en la lejanía. Se le encoge el corazón

y un nudo le aprisiona la garganta, voltea la cabeza y mira hacia el frente, como

obligándose a sí misma a no volver la vista atrás.

Entonces nota su iPhone vibrar dentro del bolso, desesperada lo busca, mal-

diciendo: “¿Por qué llevaré tanta mierda dentro del bolso? ¡Dios, Irene, eres un de-

sastre!”. Por fin lo encuentra, lo desbloquea y mira la pantalla, le tiembla cada fa-

lange, de las manos y de los pies. La ilusión inicial se desvanece al ver que no es

él, es un SMS, lo abre y lo lee con desgana.

Llevan casi dos años saliendo juntos y no se ha acordado de él en toda la no-

che. Brendan es un chico londinense de veintiocho años, alto, fibroso y desaliñado,

de pelo rubio despeinado, barbita poco poblada y pecas en las mejillas. Se conocie-

ron un verano hará 4 años en Londres, cuando Irene y su prima Sara pasaron

unas semanas allí para aprender el idioma. Lo que iban a ser tres meses trabajan-

do y estudiando inglés, se convirtieron en veinte días conociendo la ciudad, en to-

dos los sentidos; no encontraron trabajo, pero sí mucha gente divertida, un Lon-

dres fascinante y experiencias imposibles de olvidar, y cuando se les acabó el dine-

ro que tenían ahorrado, simplemente, regresaron a Madrid.

A Brendan le conocieron la primera semana, en Portobello, mientras reco-

rrían su gigante mercadillo una mañana soleada de sábado, algo no muy usual en

Londres a pesar de ser primeros de julio. Mientras Irene pagaba en un puesto las

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“Hi babe! What´s up? I’m still working but I’m close to finish. U? R u having lots of beers with your mates? Have fun,

dear… See u tomorrow. LoveU! –Brendan-”

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ocho libras que valía una pulsera de cuero turquesa que quería llevarse de recuer-

do, la alocada de su prima Sara había metido la mano en el mostrador y había sali-

do corriendo con un brazalete de plata vieja. Él era uno de los dueños del puesto,

se dio cuenta y agarró rápidamente a Irene del brazo: - Excuse me… your friend just robbed me a bracelet. You ask her to return or you’ll

have to pay for it. If not, I’m calling the police.

- Sorry, I don’t understand you, I’m from Spain, I speak English very bad. –Intenta-

ba defenderse ella como podía.

Finalmente, Sara regresó hasta allí, apartándose la larga melena negra de la

cara mientras caminaba tranquila con el brazalete en la mano para devolverlo, eso

sí, refunfuñando y de mala gana: “¿Pero por qué no has salido corriendo cuando te

he hecho la señal, boba?”. Él le agradeció el gesto, a pesar de las malas formas.

Aquella noche, las dos se quedaron a tomar algo por la zona de pubs de Notting

Hill y los hilos de la vida, como diría Steve Jobs, hicieron que se encontraran a

Brendan tomando cervezas con sus amigos en el Ladbroke Arms. Al verse los tres

se echaron a reír y, a partir de ese momento, Irene y él fueron inseparables. Al re-

gresar a España continuaron escribiéndose emails y hablando por Messenger has-

ta que él acabó su carrera en Ciencias Medioambientales (o algo parecido en la ver-

sión inglesa) y decidió venir a Madrid a continuar sus estudios con un Máster en

Olivicultura y Elaiotecnia. “¿Un inglés estudiando sobre aceitunas?”, sí, eso mismo

pensó ella, pero cosas más raras se han visto. Desde entonces ya habían pasado ca-

si dos años, la época más feliz de su vida… hasta ahora.

Un atisbo de remordimiento intenta abrirse paso y asomarse desde su inte-

rior, entonces las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos sin barrera ni obstáculo

alguno, arrastrando hacia sus mejillas parte del rímel que cubría sus largas pesta-

ñas. ¿Pero por qué llora? ¿Por la tristeza que implica la despedida después de una

noche mágica? ¿Por la alegría de haber podido estar con él? ¿O es por esos remor-

dimientos que comienzan a ensombrecer la belleza del momento? Ni siquiera ella

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Page 20: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

lo sabe, su cabeza está llena de contradicciones que se superponen y pelean por

hacerse notar más que las demás.- Señorita, ¿le ocurre algo? Mire que las penas compartidas son menos penas y yo ya estoy acostumbrado a escuchar de todo aquí, sé más de psicología que cualquier loquero de esos

de setenta euros la sesión. –La mira por el retrovisor y le ofrece un paquete de clínex

que saca de su guantera.– ¡Pero no llore hombre, con los ojos tan bonitos que tiene!

La voz ronca y gritona del conductor, un señor calvo y regordete de unos se-

senta años, con cara de bonachón, pantalones de pana un poco horteras y jersey

de lana oscuro, vuelve a distraerla de sus pensamientos. Alarga la mano y coge los

clínex, los necesita si no quiere llegar a casa y que la cotilla de Sara -a la que quie-

re mucho porque además de ser su prima viven juntas desde que comenzaron la

universidad, pero no por eso deja de ser una cotilla- le ande preguntando: “¿qué te

pasa? ¿dónde estabas? ¿por qué lloras?”. Le agradece el gesto al taxista con una

sonrisa por el espejo y ve que él se encuentra en su salsa intentando animarla, “di-

rá que por fin tiene una ‘carrera’ con algo de emoción esta noche”, piensa. Él apro-

vecha al llegar a un semáforo en rojo, echa el freno de mano, coge el iPod que lle-

va conectado al coche y, usando sus dedos con la brusquedad propia de quien no

está acostumbrado, busca rápidamente algo de música en la pantallita táctil.- ¡Dichoso aparato del demonio! ¿Por qué cambiaría yo mi cd/radiocasete? Bueno,

ya verá como esta canción le anima. A mí me da la vida cuando mi Rosario está en plan… ¡arisca! Tú me entiendes, ¿no?

Mientras se seca con cuidado las lágrimas, se le escapa una sonrisa al ver al

taxista moverse al son de una cumbia un tanto chabacana pero divertida y con rit-

mo alegre. El espacio se le queda pequeño para los movimientos que quiere hacer

al son de la música, así que mueve los brazos sin despegarlos del volante y eleva la

voz al cantar para demostrar más la emoción que le provoca la canción: “…un besi-

to bien cachichurris, el más chichurri es chichirri cuando te los doy yo… lara lara

larala… pero con mucho amor…”.

Irene le deja cantando a su aire y se evade en sus pensamientos, recordando

cada momento especial de aquella noche, aunque en realidad todos los momentos

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Page 21: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

han sido especiales, no sabría seleccionar sólo uno… Aquella primera mirada al

encontrarse, olerle por primera vez, la conversación infinita en el Café de Oriente,

caminar juntos en la noche madrileña… pero los quince minutos de trayecto no

dan para mucho más.

- Pare por aquí cuando pueda, que ese es mi edificio. –Le da un billete de diez eu-

ros.– Quédese con el cambio y muchas gracias, ha sido usted muy amable.- De nada, señorita. Y de verdad le digo que, sea lo que sea, tendrá solución. Y si no

la tiene, ¿para qué amargarse entonces?

Ella sonríe, sale del coche y se abrocha el abrigo, porque aunque su portal es-

tá justo enfrente, nota cómo enseguida se le enfrían las manos y la nariz. Vive en

un octavo, así que le da tiempo de escribir un mensajito en el chat del ‘jueguecito

infernal’ mientras sube en el ascensor:

La respuesta no tarda en llegar y la lee nerviosa mientras acaba de ponerse el

pijama a solas en su habitación, ha logrado atravesar el pasillo sin despertar a ‘la

cotilla’, y se tumba en su enorme cama de un metro sesenta del IKEA, que ganó a

Sara echándolo a suertes cuando decidieron alquilar ese piso juntas; la suerte le

sonrió, se quedó con la mejor habitación y la mejor cama. Arropada hasta arriba

con su edredón nórdico, apaga la luz de la mesita de noche que tiene a su derecha,

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“Gracias x todo, fue una noche genial. Sinceramente espero q sí haya una segunda, una tercera y, quizá, tb una cuarta. Ya

estoy en ksa. Un bsito d buenas noxes…”

“Gracias a ti, bicho. Para mí también ha sido muy especial, tú la has hecho especial y habrá más. Llegando a casa, mañana

hablamos. Un beso enorme.”

Page 22: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

cierra los ojos y se deja llevar por los recuerdos. Una enorme sonrisa se dibuja en

sus labios.

Se queda dormida recordando aquella noche de finales del pasado mes de

agosto cuando...

* * * *

Ya cansada de dar vueltas en la cama sin poder pegar ojo por la insoportable

humedad del verano alicantino, decide levantarse y dejar sólo a Brendan, que duer-

me desnudo a pierna suelta a su lado.

-Uuummm... me apetece un vaso de Nesquik bien frío.

Se dirige a la cocina frotándose los ojos con el pulgar recogido dentro del pu-

ño, una manía también heredada de su padre, busca en el frigorífico un cartón de

leche normal, pero lo más parecido que encuentra es ‘leche desnatada sin lactosa

con omega 3’, el resto de briks son bebidas de soja, leche de almendra, de avena,

de arroz... Llena un vaso bien grande y echa dos cucharadas de Nesquik. Se queda

un rato pensando y echa otra cucharada más.- Nunca es suficiente Nesquik. ¡Qué rico!

Coge su iPad y se acomoda en la terraza buscando algo de brisa marina, para

distraerse ha decidido continuar con una partida del Apalabrados que tenía a me-

dias y que iba ganando con demasiada soltura. Sin embargo su contrincante, ‘Su-

perMan1990’, parece estar muy ocupado esa noche salvando a chicas guapas por-

que no le devuelve la jugada. Así que pulsa ‘Nueva partida’ y después ‘Oponente

Aleatorio’, a ver si tiene suerte y le toca alguien que, aunque sólo tenga una neuro-

na, al menos la tenga un poco más entrenada.

‘Guillermo_50’ comienza el juego e ‘IreneFF’ lo acepta. Abre la pantalla del

juego y se queda boquiabierta:

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Page 23: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

- ¡Joé, con la palabrita! ¿Triple letra en la primera O, doble palabra en la segunda y encima se suma cuarenta por usar todas las letras? Creo que esta partida va a ser intere-sante, a ver qué puedo hacer yo...

Observa sus letras con detenimiento y pulsa el botón de ‘Mezclar’ un par de

veces, no le han salido especialmente buenas, pero algo podrá hacer, que además

tiene una estrellita, aunque duda que pueda superar esos sesenta y seis puntos

que ya le lleva de ventaja. Justo está arrastrando la primera letra por la pantalla del

iPad cuando ve iluminarse el globo del chat. Por curiosidad pincha y lee:

- Pero bueno, ¿y qué debo contestar yo a esto? Uuummm… sí, sin duda, esta partida va resultarme interesante.

Siempre jugaba con amigos y gente conocida, alguna vez con alguien al azar

pero sin entablar conversación más allá de un “Buena jugada” o “Enhorabuena”. Pe-

ro esta vez era diferente, estaba aburrida, desvelada y el juego prometía, como po-

co, entretenimiento. Así que no lo dudó y contestó.

Después de enviar el mensaje por el chat, echa la cabeza hacia atrás en la bu-

taca y cierra los ojos. Los nuevos auriculares EarPods de Apple hacen que el Con-

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“Disculpe la obscenidad de mi comienzo de juego pero no he hallado otra alternativa. Espero que no lo tenga en cuenta y acepte continuar

jugando conmigo, para mí será un verdadero honor. Su foto de perfil no sólo dice de usted lo bella que es, sus ojos cuentan mucho más…”

“Si no había alternativa, es lógico q no dejara pasar tan buena jugada. Admás, no soporto q m dejen ganar. Soy competitiva, xo sólo disfruto si

el contrincante es bueno, y en este caso intuyo q lo es. Ah! Y gracias x los cumplidos.”

Page 24: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

cierto Número 1 de Tchaikovsky suene como si la Orquesta Sinfónica de Londres

estuviera allí mismo, en la terraza, ofreciéndole ese hermoso y mágico regalo en ex-

clusiva para ella. Siente la música en su interior, las teclas del piano le estremecen

y le hacen disfrutar. “¡Qué gozada! Gracias por estos auriculares, Brendan, por fin

acertaste con un regalo!”, piensa para ella.

Mientras le da vueltas una y otra vez a las siete letras que tiene delante de

ella buscando una palabra que pueda superar, o al menos alcanzar, la puntuación

de su enigmático, bien hablado, un poco altanero y prepotente, pero agradable

oponente aleatorio, de repente dice para sí misma en voz alta:- ¿Y qué foto tengo yo puesta de perfil en este ‘jueguecito infernal’? No me acuerdo.

Voy a ver. –Sale de la partida y entra para mirar su imagen de perfil; se ríe a carcaja-

das recordando.– ¡Ah! Es verdad, que bien me lo pasé ese día con las chicas de cañas por La Latina. Y es cierto, ¡sí que salgo mona!

Irene es una chica no muy dada a agasajarse a sí misma; la autoestima alta no

es lo suyo, a pesar de su belleza dulce y serena, sus grandes y exóticos ojos verdes,

y la pureza de su sonrisa. Quizá sus exuberantes curvas, que siempre ha intentado

esconder tras ropa oscura y ancha, y su estatura pequeña no le han ayudado mu-

cho a potenciar la seguridad y confianza que debería profesarse.

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Page 25: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

De tez sonrosada y pelo castaño, largo y ondulado, su madre, dueña de una

cadena de boutiques de ropa, fanática de la moda, la vida saludable, la estética y la

belleza, siempre le ha dicho que unos reflejos o mechas (Irene nunca ha sabido en-

tender muy bien la diferencia entre ambas cosas) más claras realzarían su tono de

piel y cabello, pero ella se niega a tener que ir cada tres meses al salón de belleza,

no tanto por dinero como por convicción y, más que nada, por pereza. Aunque

con eso de que ahora se llevan las ‘mechas californianas’, últimamente le ha esta-

do dando vueltas al tema… “¿Así que a eso de que las raíces negras te lleguen hasta ca-si la mitad del pelo se le llama ‘mechas californianas’? Mamá, ya no sabéis qué inventar para justificar la idea de que: ‘¡la estética y la belleza avanzan con la mujer!’ Luego os

quejáis de los publicistas. ‘Mechas californianas’, ¡alucino!”, discutían un domingo de

paella madre e hija. Mientras, su hermano mayor, Rodrigo, el cocinero, o más bien

cocinillas, de la familia, intentaba echar el arroz mientras mediaba entre ellas, co-

mo había tenido que hacer siempre, desde que tenía uso de razón, desde que su

padre murió cuando ellos eran muy pequeños.

Pero no, Irene no va a ponerse jamás reflejos ni mechas, ni siquiera california-

nas, porque si le hace caso en eso a su madre, entonces tendría que hacerlo en to-

do lo demás. Como en lo de beber un vaso de agua templada, comer once bayas ti-

betanas, no diez ni doce, sino once exactamente, y dos kiwis cada mañana al levan-

tarse, justo después de hacer cien sentadillas para mantener a raya (que no elimi-

nar, porque según su madre ya es matemáticamente imposible) la celulitis que in-

vade sus glúteos y nalgas, y antes de echarse la crema limpiadora, el tónico, el sé-

rum, la hidratante, la base con color, los polvos antibrillos y otros tantos potingues

más en cara, cuello, escote y cuerpo. “¡Qué pereza, mamá!”, le respondía siempre

Irene a su madre frunciendo el entrecejo, igual que hacía su padre cuando algo no

le gustaba.

Ella siempre se ha negado a llegar a ese punto de esclavitud física y superfi-

cialidad; siempre fue una chica alegre, sociable y extrovertida, pero más intelectual

y ‘cultureta’, como le decía su padre, de quien heredó el amor por los libros, por

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Page 26: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

todo tipo de música y también una pizca de rebeldía innata; y sobre todo más in-

formal y dejada en lo que respecta a su físico y cuerpo, siempre ha pensado que

cualquier prenda de su armario, con unos tacones y los labios pintados de rojo,

puede quedar bien. Esa mezcla cultural y tierna, a la vez que guerrera y reivindica-

tiva, la hacen mucho más atractiva a los ojos de los demás de lo que ella nunca se-

rá consciente.

El ruido de un coche en la calle la distrae de su ensimismamiento con Tchai-

kovsky y aprovecha para seguir dándole vueltas a las dichosas siete letras que tiene

delante, en el iPad. Entonces el globo del chat del Apalabrados vuelve a encender-

se, un nuevo mensaje de este extraño oponente aleatorio:

“¿Pero qué se ha creído este tipo?”, murmura Irene con el orgullo herido y

enseguida escribe la respuesta intentando ser lo más irónica y elegante posible.

Y al enviar lo escrito se siente bien consigo misma, le ha gustado la respuesta

que le ha dado, así aprenderá que con ella no se juega, que ella no es como las de-

más. Pero como las demás… “¿Qué demás? ¡Uy, Irene! Qué raro es todo esto, ¿en

qué estás pensando?”.

Ni siquiera le da tiempo a comenzar a darle vueltas de nuevo a su jugada y a

ver el movimiento de fichas que necesita, cuando ya tiene de vuelta el mensaje.

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“Señorita, el tiempo transcurre y usted no mueve fichas, ¿algún inconveniente? ¿No estará intentando jugar sucio conmigo?

Ambos sabemos que hay formas de hacerlo…”

“Disculpa la tardanza, no hay inconvenientes ni intención alguna de hacer trampas. Simplemente estaba disfrutando de una pieza

de Tchaikovsky. En cuando me apetezca, moveré fichas.”

Page 27: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

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G: “¿Tchaikovsky? Es usted toda una caja de sorpresas, señorita. ¿Qué otra música le gusta?”

I: “Pues no sé, toda o casi toda. Desde Camarón hasta los Pecos, pasando por Revolver o The Beatles, of course!”

G: “¡Oh! Los Pecos …Háblame de ti, de tu ansiedad, de la eternidad, si fuera verdaaaaaaad, por dejarme sentirme en soledaaaaaaaaaaad,

para hacerme tuuuuuuuuuuyooooooooo…”

I: “A mí me gusta más la de… Y ahora somos dos recordáaaandote. Y ahora somos dos olvidáaaaandote. Porque fuiste una mentira para dooooooooooos. Y ahora queda sólo en ti tu pobre cooooooooorazón y

un recuerdo que olvidar en un rincóooooon…”

G: “Señorita, si vamos a hacer una competición de canciones de los Pe-cos, que sepa que le ganaré seguro, porque ha encontrado mi talón de

Aquiles, junto con Raphael, ¡me encantan!”

I: “¿Raphael? Eso mejor no te lo voy a tener en cuenta... jejeje”

Page 28: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

Buscar una palabra que le otorgue una alta puntuación se ha convertido en

algo secundario, la conversación con ese desconocido pasa a ser el centro de aten-

ción aquella noche estrellada de insomnio veraniego. Finalmente, sus dedos arras-

tran las letras por la pantalla del iPad y colocan una palabra, aunque no es la me-

jor jugada que podría hacer, de eso está segura, la Z son 10 y cae en DP así que

son sólo 29 puntos, pero le gusta la palabra que ha encontrado, aquel ‘oponente

aleatorio’ sabrá entender su doble sentido.

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G: “Bueno, señorita, como veo que esto se puede alargar por la agradable compañía, antes de seguir he de presentarme. Me llamo

Guillermo, ayer cumplí 50 años (depresiónmodeON), reconozco que me gusta Raphael y estoy encan I: “¿Raphael? Eso mejor no te lo voy

a tener en cuenta… jejeje”

I: “Umm! Interesante. Pues yo me llamo Irene, tengo 27 años (28 en diciembre) y prometo no decirle a nadie q t gusta Raphael ni q tienes 50, seguro q las canas t sientas bien (cruzo los dedos xa no haber me-

tido la pata y q no seas calvo, xq tú no tienes foto d perfil) :P”

Page 29: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

Mira el reloj, ya son más de las 4 de la mañana, lleva dos horas jugando o ha-

blando o chateando o como quiera que se llame a lo que han estado haciendo. Se

le abre la boca de sueño y la brisa marina que entra en la terraza le roza y refresca

los brazos. “Ahora sí que voy a dormir bien a gusto”, piensa.

Brendan sigue durmiendo a pierna suelta, esta vez en mitad de la cama. Irene

le empuja suavemente para hacerse un hueco, se tumba a su lado, cierra los ojos y

duerme plácidamente hasta la mañana siguiente. La playa les espera, pero ya nada

es igual, a partir de entonces cualquier momento es idóneo para mover fichas…

* * * *

- ¡Ireeeeeeeeeeee! ¡Arribaaaaa! ¡Son más de las doce de la mañana! –Entra Sara

en la habitación de Irene gritando.– Te recuerdo que hemos quedado con las chicas pa-ra tomar unos vinos por La Latina y no quiero llegar tarde por tu culpa, ¡así que venga,

arriba! –Le grita una vez más lanzándole un cojín rosa fucsia de terciopelo directo

a la cara.

- ¡Dios! ¿No puedes ser un poco más suave a la hora de despertarme?

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I: “Se me están empezando a cerrar los ojos, yo creo q mejor seguimos con la ‘partida’ otro día, no?”

G: “Sí, será lo mejor. Esos ojos bonitos tienen que descansar, dulces sueños princesa. Ha sido un placer conocerte por estos lares.

¿Volveremos a coincidir?”

I: “Sí, xq no? Xa mí tb fue un placer. Buenas noches, canosete.”

Page 30: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

- ¿Suave? Mira, para ñoñerías ya tienes a tu ‘inglesito’ pecoso, que más soso no pue-de ser el pobre, ¡yo no sé por qué estás con él!

- ¡Oye, guapa! Con Brendan no te metas, ¡eehhh! Que es muy lindo y muy cariñoso.

- ¿Lindo? ¿Cariñoso? ¡Buah! ¿Pero se le levanta o no se le levanta?

- ¡¡Joder!! ¡¡Sara cállate!! –Le grita Irene tirándole el cojín de vuelta. Se levan-

ta de la cama y se calza sus zapatillas preferidas de andar por casa.– ¡Ah! Y que se-

pas que siempre llegamos tarde porque tú, ¡rockera de pacotilla! –le dice tirándole de

un mechón de pelo– nunca te decides sobre qué sombra de ojos te pega mejor con la ro-pa que llevas o porque no encuentras las bragas de color verde pistacho que van a juego con la camiseta que te has puesto, siempre rota claro, ¡pesada, que eres una pesada! Que aún recuerdo el día que tuve que secártelas con secador porque estaban recién sacadas de la lavadora y, claro, ¿cómo ibas a salir sin ellas si llevabas la camiseta que va a juego? ¡Ains, me desesperas!

- ¡Te quiero, primi! –Le dice irónicamente y le saca la lengua.– Pero desayuna y

vístete rápido que hemos quedado a la una y media en La Latina con Berta y Afri. –Sara

se queda un momento pensando mientras entra en el baño, vuelve a salir y grita.–

¡Ah! Me dijo Berta que David no viene, así que nada de novios, que sois unas aburridas, ¡hoy es día de chicas! ¡Yupiiii!

- El día que te eches novio, ¡haré que te tragues tus palabras! –Grita Irene desde

la cocina.

Berta y África son sus dos mejores amigas, tienen muchos amigos más, pero

las cuatro son, como ellas mismas se autodenominan, el grupo de ‘las japutillas’,

nombre que surgió por casualidad una noche cualquiera de fiesta por los bares de

Malasaña, ¿o fue por el Barrio de las Letras? ¿o por Chueca? ¿o fue en el piso de

Irene y Sara tomando unos gintonics un martes a las ocho de la tarde? No importa

cuándo ni dónde, o sí, pero esa sería otra historia para contar, de hecho el grupo

de ‘las japutillas’ y sus reuniones, que convierten un martes cualquiera en un mar-

tes especial, daría para escribir otra novela y hasta una trilogía, quién sabe, quizá

más adelante…

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Page 31: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

Berta también era compañera de Irene y Sara en la universidad, las tres son

publicistas, aunque sólo Irene se dedica profesionalmente a ello en la agencia IBO

Comunicación. Sara trabaja en el departamento de marketing de una multinacio-

nal de coches y está muy contenta, cada día regresa a casa diciendo: “¡no veas el pi-

vón que ha pasado esta mañana por mi oficina!”. La ‘jipija’ de Berta, como la llama

Sara, es secretaria de Dirección en una empresa de alimentos infantiles envasados

bastante importante a nivel nacional; aunque no es el trabajo de su vida se siente

bien, tiene un buen sueldo y a veces se quita el gusanillo controlando el proceso

de creación de las campañas de publicidad de la empresa y el presupuesto asigna-

do. Berta tiene novio desde hace un año, David, pero según las demás, “es muy ma-

jo, pero ella no está enamorada, sólo está con él por estar con alguien”, así que no

les gusta mucho que se lo traiga a sus quedadas.

África es compañera de Irene, trabajan en la misma agencia de publicidad pe-

ro en diferentes departamentos, se conocieron en la máquina de café ubicada en

la planta menos dos, a la que baja Irene siempre a media mañana para despotricar

de su jefe con los compañeros. Los días que le tocaba bajar sola, que al principio

eran casi todos los viernes porque el resto de sus compañeros tenían reuniones

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Page 32: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

fuera de la oficina con clientes, se encontraba allí con África, a la que describía co-

mo “una chica de estilo indie muy maja del departamento de contabilidad”, y un

día tras otro, al final acabaron haciéndose muy amigas charlando sobre “el sabor

rancio a agua sucia de wc” del café de la máquina espendedora; desde entonces,

África es una ‘japutilla’ más.

Irene revisa su iPhone, no tiene llamadas ni mensajes ni nada. Se prepara

una enorme taza de café con leche y aspartamo, no porque crea en esas tonterías

que le dice su madre de que la sacarina es mala para la salud por tal o por cual ra-

zón, sino simplemente porque le gusta más el dulzor que le deja en el paladar. Co-

ge el iPad y se sienta con la taza en la mano; entra en Twitter, sólo hablan de los

primeros días de Díaz Ferrán en la cárcel, de la disputa entre Llamazares y Cayo

Lara por el liderazgo de IU en la próxima asamblea del partido, de la privatización

o no privatización de la sanidad madrileña, de las próximas navidades y de lo que

hay que hacer antes de que se acabe el mundo, “¡Puuuuffff! ¡Qué pesados!” –reso-

pla con fuerza–. Después repasa las ediciones digitales de elpais.com, el abc.es y

elmundo.es para ver qué hay de verdad y que no en todo lo que se cuenta en Twi-

tter, porque aunque las redes sociales le parecen una buena forma de estar al día,

cree que sólo leyendo la prensa puede estar verdaderamente informada. Después

abre Facebook para ver las últimas fotos de postureo que ha subido Sara, y justo en

ese momento salta una notificación del chat del ‘jueguecito infernal’:

Al leer el mensaje casi se atraganta con el café. “¿Que me besó? ¡Pues no sé

cuándo! ¿Irene a ver si te besó y lo has olvidado? ¡Que no, que no! ¡Que no me be-

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“Buenos días, princesa. ¿Qué tal has dormido? ¿Anoche nos conocimos en persona, paseamos por Madrid, tomamos algo,

bailamos juntos y te besé...? ¿O fue sólo un sueño y acabo de despertar? Que tengas un bonito día.”

Page 33: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

só! Éste quiere quedarse conmigo… ¡pues ya verá!”, murmura medio enfadada en

voz alta. Sara entra en la cocina recién duchada con la toalla rodeándole el cuerpo

y mete la ropa sucia en la lavadora:

- ¿Estás hablando sola? ¿Pero qué te pasa hoy, nena? Anda, date una ducha de agua fría a ver si te despiertas de una vez.

Ensimismada en sus pensamientos y haciendo caso omiso a las palabras de

su alocada prima, comienza a escribir un mensaje de respuesta en el chat.

Irene sonríe con algo de malicia, se toma lo poco que queda de café en su ta-

za gigante y se va directa al baño, esa ducha de la que habla su prima no es mala

idea. Además, no hace falta ni que se moleste en poner música, Sara ya se ha en-

cargado de eso poniendo un recopilatorio rockero de los suyos y justo acaba Po-

licy of Truth, de ‘Depeche Mode’, cuando comienza la batería de ‘Queens of the

stone age’ con No one knows.

Hora y media más tarde, Irene, Sara y África esperan a Berta en el Déjate

liar delante de unas copas llenas de un vino blanco semidulce exquisito y una ra-

ción de lagrimitas de pollo en el centro, rodeada por los móviles de todas y un par

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“Buenos días, canosete. No fue un sueño, ocurrió de verdad y me encantó... Que tengas un buen día tú también.”

G: “No me engañes, bicho, no te besé. Si lo hubiera hecho lo recordaría perfectamente. Eso fue parte de mi sueño.”

I: “Y... ¿acaso hubieras querido besarme en realidad?”

Page 34: Oponente Aleatorio, por Arantxa Naranjo

de paquetes de Black Devil. En ese mismo momento, Berta, cuya principal virtud

no es la discreción, hace su entrada triunfal:

- Tía, es que me ha vuelto a pasar. ¡No hay una caca de peluquera en todo Madrid

que sepa cortarme bien el pelo! Mirad que destrozo me han hecho. –Y se da una vuelta

para mostrar su nuevo look a lo Audrey Tautou.

- Pues yo te veo guapísima, ¡no sé de qué te quejas! –Le contesta África.– Además esa blusa y esos vaqueros pitillo te quedan…

- ¡De muerte, lo sé! Bueno… ¡Chico, dame una copa que me sirva de este vino bien

fresquito a ver si se me quite este mal humor! ¡¿Cómo están mis chicas?! –Grita con una

gran sonrisa en la cara e ignorando abiertamente a toda la gente que la mira den-

tro del bar.

Irene no les hace ni caso, su mente hoy está en otro mundo, un mundo vir-

tual en el que las palabras cobran tanta importancia que hay que medir cada letra,

cada espacio, cada coma, cada matiz…

- ¡Pero bueno! ¡Será engreído, altanero y prepotente el tío! ¿Pero qué se ha creído? –

Dice en voz alta y con tono muy enfadado.

- Nena y a ti, ¿qué te pasa ahora? ¿A quién le dices eso? –Le pregunta Sara.– Mi-

rad, esta chica está de un raro hoy. –Comenta a las demás y, mientras Irene se distrae,

le quita el iPhone de las manos para ver qué está leyendo.

- Sara, ¡ni se te ocurra! ¡Devuélveme el móvil! Como leas algo, puedes olvidarte pa-ra siempre de que tienes una prima…

Continuará...

‘Oponente Aleatorio’, por Arantxa NaranjoBanda Sonora

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G: “No, claro que no. Si hubiera querido besarte, lo hubiera hecho. Pero reconozco que tienes unos labios que susurran: ¡bésame!”