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UNSTA - CEOP TEOLOGÍA ESPIRITUAL Profesor: fr. Marco Antonio Foschiatti O.P. Alumno: Martín Olszanowski junio 2015 Sublime arte cristiano, la oración 1

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oración cristianatrabajo prácticoUNSTAjunio 2015Martín Olszanowski

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UNSTA - CEOP

TEOLOGA ESPIRITUAL

Profesor: fr. Marco Antonio Foschiatti O.P.

Alumno: Martn Olszanowski

junio 2015

Sublime arte cristiano, la oracin

Imagen de cartula:

Fotografa de vitral en la Parquia So Judas Tadeu - Cosme Velho - Ro de Janeiro - Brasil

(frente a la base del cerro Corcovado, donde se erige la imagen del Cristo Redentor)

ndice de contenidos Introduccin1 La oracin religiosa del hombre en el plan providencial de Dios (necesidad y efectos de la oracin)2 Naturaleza de la oracin I: qu pedir?, disposiciones para la vida de oracin, pecado y oracin4 Naturaleza de la oracin II: tipos de oracin, partes de la oracin7 Orar cada da - orar el cada da: cundo orar, hasta cundo?9 Jesucristo, maestro de oracin11 Oracin y vida interior del hombre14 El Espritu Santo intercede por nosotros con gemidos inefables16 La comunin de los santos (rezar por otros, con otros, intercesin de los santos, Mara mediadora)17 Naturaleza de la oracin III: grados de la oracin y vida mstica19 Conclusin23 Bibliografa25Introduccin

El misterio de la misma naturaleza se le presenta al hombre desde mltiples perspectivas: lo propio, lo otro, lo que encuentra cercano, aquello que lo excede inmenso e inescrutable. Esas perspectivas diversas entre s despliegan un abanico, a su vez mltiple, de posibles respuestas por parte del ser humano. Involucrando el hombre todo su ser, todo lo que l es (sentidos, inteligencia discursiva y contemplativa, voluntad libre para el amor), puede concebirse a s mismo como sujeto en respuesta, es decir, alguien que es -en todo su ser- responsable, que expresa su propio testimonio ante lo que ve, desde lo que piensa y hacia lo que ama.El hombre se ocupa de mltiples cosas en su vida. No le es dado totalizar su actividad en una sola cosa. Cuando el hombre est ante Dios en reverencia y amor, ora. Ni siquiera entonces logra concentrarlo todo en una cosa: en Dios; porque a l, finito y limitado, no le es dado alcanza esa meta en esta vida. Pero al menos est ante Aquel que es el todo en lo uno, y as hace el hombre entonces algo que pertenece a lo ms importante y lo ms necesario. As, va a advertir san Agustn que no sabr vivir bien quien no sabe rezar bien.En todo caso, la oracin propiamente dicha brota cuando lo divino se presenta con caracteres de alguna manera personales, es decir, como inteligente, dorado de voluntad y de sentimientos, de tal modo que el hombre puede relacionarse con l a la manera humana. Entonces la oracin adquiere propiamente la caracterstica de un dilogo entre el T, muy grande, y el yo, muy pequeo, pero ambos al fin y al cabo, personales, comunicables, aunque en planos infinitamente desiguales.

Sea lo primero que digamos de la oracin algo completamente sencillo y vulgar, tan elemental en todo comienzo de oracin, que fcilmente lo pasamos por alto: en la oracin abrimos nuestro corazn a Dios.

El hombre siente lo divino a la vez prximo y lejano, pero en todo caso provoca un deseo, fascinante o apacible, de entrar en contacto con Dios. Esta lejana de Dios no sera el amanecer de Dios dentro del muerto y hundido corazn (del hombre), si el Hijo del Hombre, que es el Hijo del Padre, no hubiera padecido y practicado con nosotros, por nosotros y antes de nosotros, esto mismo en su corazn. Contemplando su vida (terrena y eterna) podemos decir que: el mandamiento del amor no slo es la plenitud de la Ley, sino tambin la plenitud de la oracin.

La historia de las religiones puede hoy afirmar que la oracin es una constante que se da siempre en todas las religiones. Hasta el punto de que puede establecerse la conclusin de que no es posible la religin sin algn tipo de oracin, y viceversa, cuando se da de alguna manera la oracin es que, al menos en el fondo, hay religin.

La oracin religiosa del hombre en el plan providencial de Dios (necesidad y efectos de la oracin)

La oracin dispone a la vida religiosa del hombre, porque es ella misma un acto religioso. Santo Toms explica que mediante la oracin el hombre muestra reverencia a Dios en cuanto que se le somete y reconoce, orando, que necesita de l, como autor de sus bienes. Por tanto, es cosa manifiesta que la oracin es acto propio de la religin.

Sigue el mismo doctor analizando antropolgicamente el mismo acto de la oracin con respecto a las potencias humanas: la voluntad mueve hacia el fin propio de ella a las otras potencias del alma. Por consiguiente, la religin, que reside en la voluntad, ordena los actos de las dems potencias a la reverencia a Dios. Ahora bien, el entendimiento es entre las distintas potencias del alma la superior y ms prxima a la voluntad. Luego, despus de la devocin, que es acto de la misma voluntad, es la oracin, que pertenece a la parte intelectiva, el principal entre los actos de la religin, y ella es por la que la religin mueve hacia Dios el entendimiento humano.

Entonces, desde esta perspectiva antropolgica, san Juan Damasceno (seguido tambin por la Tradicin cristiana occidental y por santo Toms) precisa la oracin como la elevacin de nuestra mente a Dios. En consonancia con ello se expresa Orgenes: orar extendiendo el alma, por as decirlo, ms all de sus manos; dirigiendo, ms all de sus ojos, la mente hacia Dios; levantando del suelo, no ya sus pies, sino la parte superior del alma, colocndose ante el Seor del universo. Este movimiento espiritual de elevacin humana hacia su Creador se complementa naturalmente con una accin sobre s mismo; as lo explica Benedicto XVI: la oracin siempre es un dejar espacio a Dios: su accin nos hace partcipes de la historia de la salvacin.

Dejarle espacio a Dios para que acte en la vida del hombre y en la historia de la humanidad; de esta manera -dice Benedicto- la oracin es un don que pide ser acogido; es obra de Dios, pero exige compromiso y continuidad de nuestra parte. Dispuso el Seor que cuanto tiene y pueda tener el hombre, todo lo tenga con la ayuda de su gracia. Y esta ayuda de la gracia, segn la Providencia ordinaria, no la concede Dios sino a aquel que reza. Ello pone de manifiesto que la Providencia se extiende no slo a los resultados, sino tambin a los medios que se han de emplear. Santo Toms aclara que no oramos para alterar la disposicin divina, sino para impetrar aquello que Dios tiene dispuesto que se cumpla. Confirma lo mismo san Gregorio Magno con estas palabras: los hombres deben disponerse por la oracin a recibir todo lo que Dios omnipotente decidi concederles desde toda la eternidad. Explicita an ms san Alfonso Mara de Ligorio la caracterstica mediadora de la oracin del hombre a Dios: la oracin es el nico medio ordinario para alcanzar los dones divinos. As, a partir de estas afirmaciones, se advierte la total necesidad que tiene el hombre de elevar su alma hacia Dios orndole, disponindose en la propia vida temporal a su Providencia eterna.La necesidad de la oracin en el interior del alma humana sera vana en s misma si el mismo Dios no la hubiese dispuesto l mismo. Dios est siempre dispuesto a escucharnos: Amo al Seor porque escucha mi voz suplicante, porque tiende su odo hacia m en cuando lo invoco (Sal 116,1-2). l recibe nuestras aclamaciones y pedidos, nuestros llantos y agradecimientos: nuestra oracin es realmente eficaz ante su eterna misericordia; baste para ello dejar que nos conteste con su propia Palabra al respecto:Se apiadar al or tu gemido; apenas te oiga, te responder (Is 30,19)

Antes de que me llamen yo les responder, an estarn hablando y los habr escuchado (Is 65,24)

Llmame y yo te escuchar (Jr 33,3)

Invcame en el da de la afliccin y yo te aliviar (Sal 50,15)

Pidan y se les dar, busquen y hallarn, llamen y se les abrir (Mt 7,7)

Todo lo que pidieren al Padre, l se los dar (Mt 18,19)

Todo el que pide, recibe (Lc 11,10)

Si pidieren algo en mi nombre, yo se los dar (Jn 14,14) En verdad, en verdad les digo que cuanto pidieren al Padre en mi nombre se les conceder (Jn 16,23)La fuente de la eficiencia de la oracin est en Dios y en los infinitos mritos del Salvador. Desciende de un eterno decreto de amor, y asciende hasta la divina misericordia. Se trata de elevar nuestra voluntad hasta la suya para querer con l, en el tiempo, lo que ha decidido darnos desde toda la eternidad.

Sin embargo, es una experiencia comn en la vida del orante que no recibe todo lo que pide; pareciera que Dios no se dispone a procurarle todas las gracias solicitadas; pareciera que entonces la oracin pierde eficacia, que no llega a sus odos, que su voluntad santa no acepta las plegarias del orante. Cul es la causa de esta desgracia para el ser humano, de este silencio mortificante? La razn la encontramos en el mismo hombre, y no en el accionar de Dios. San Basilio le habla al orante y le explica: la razn por la que a veces pides y no recibes es porque pides de mala manera, o sin fe, o con ligereza, o lo que no te conviene, o sin perseverancia.Resuenan aqu, como ecos hermanos, las voces del Apstol Santiago al decir piden y no reciben porque piden mal (St 4,5) y de san Pablo en Rm 8,26 no sabemos pedir como conviene. Orgenes aprecia aqu dos contrariedades propias del acto de oracin devoto cuando es realizado inconvenientemente: Resulta que no slo es necesario orar, sino tambin orar como conviene y pedir lo que conviene Una de estas cosas, a saber: pedir lo que conviene es el mismo lenguaje de la oracin; la otra, a saber: orar como conviene, es el estado del mismo orante.

Naturaleza de la oracin I: qu pedir?, disposiciones para la vida de oracin, pecado y oracinSe puede pedir cualquier cosa en la oracin a Dios?; hay cosas ms convenientes que otras?

Qu conviene pedir?

Puedo decrtelo todo en dos palabras: pide la vida bienaventurada. Cuando al orar pedimos algo que pertenece a nuestra salvacin, conformamos nuestra voluntad con la de Dios, de quien se dice que quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4).

En efecto, no sera insensatez pedir a Dios lo que est al alcance de nuestras propias fuerzas? l nos manda algunas cosas que no podemos hacer para que entendamos qu cosas le tenemos que pedir.

Estamos en marcha, caminantes entre dos mundos. Por estar an sobre la tierra, oremos por aquello que necesitamos en esta tierra. Pero como peregrinos de la eternidad que marchamos por esta tierra, no queramos ser odos como si tuviramos aqu nuestra morada permanente.Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oracin, cap.5, p. 103

Por lo tanto, ciertamente es lcito pedir lo que lcitamente se puede desear. Ahora bien: los bienes temporales nos es lcito desearlos, no como lo principal, hasta el extremo de poner en ellos nuestro fin, sino a manera de ayudas para avanzar en el camino hacia la bienaventuranza, es decir, en cuanto que con ellos se sustenta nuestra vida corporal, y asimismo en cuanto que nos sirven instrumentalmente para la prctica de las virtudes. As, pues, debemos orar para que estos bienes, si ya los tenemos, se conserven, y si no, para poder adquirirlos.

Resulta tan estrecha la relacin entre salvacin y oracin que San Alfonso afirma categricamente que si no nos salvamos es por culpa nuestra. La causa de nuestra infinita desgracia ser una sola: que no hemos rezado.

Cmo conviene orar?; hay modos ms eficientes que otros?; Dios nos escucha siempre, o solamente cuando nuestra oracin cumple con ciertos requisitos propiciatorios?No se debe hablar mucho

Cuando ustedes recen no sean charlatanes como los paganos, que piensan que por mucho hablar sern escuchados (Mt 6,7)San Agustn explicita: Por el hecho de que la oracin se prolongue, eso no quiere decir que haya exceso de palabras. Una cosa es la palabrera y otra el afecto duradero. Pues del mismo Seor ha llegado a escribirse que pernoctaba en oracin, y que oraba largamente para darnos ejemplo. Lejos de la oracin el exceso de palabras; pero que tampoco se eche de menos en ella la splica frecuente si la atencin y el fervor perseveran.

Habiendo perdonado a todos las injurias recibidas

(cf. Mt 18,23-35)

Orar con humildad

el reclamo del pobre atraviesa las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa (Eclo 35,21)

un corazn arrepentido y humillado, oh Dios, no lo desprecias (Sal 51,19)

Cuando ustedes oren no hagan como los hipcritas, que gustan rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para exhibirse a la gente Cuando t vayas a orar, entra en tu habitacin, cierra la puerta y reza a tu Padre a escondidas. Y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagar (Mt 6,5-6)Orar con fe

Ser consientes plenamente de la presencia real de Dios y deponer toda duda acerca de la Providencia.

Orar con esperanzapida con confianza y sin dudar. El que duda se parece al oleaje del mar sacudido por el viento (St 1,6)

Repasen la historia y vern: quin confi en el Seor y qued defraudado?, quin esper en l, y qued abandonado?, quin grit a l y no fue escuchado? (Eclo 2,10)

Segn la opinin de santa Mara Magdalena de Pazzi, con este modo de orar se siente el Seor tan honrado y halla tanta consolacin cuando vamos a l en busca de gracia, que no parece sino que l mismo nos agradece. San Agustn brinda sencillamente los fundamentos de esta confianza en la oracin: Quin puede temer ser engaado cuando el que promete es la misma Verdad?

Orar con caridadEl deseo de caridad es la misma causa de la oracin; y por lo tanto su centralidad. La oracin debe proceder del amor de Dios y terminar en l. Es estarse amando al Amado, al decir de san Juan de la Cruz. No subimos nosotros a l, sino l baj a nosotros. Si nosotros podemos buscarlo con nuestro amor, es porque l nos encontr ya antes y nuestro amor no es otra cosa que el tembloroso dejar hacer de su amor.

Adems, la oracin recibe un poderoso refuerzo con el ayuno, las vigilias y toda mortificacin corporal.

El hombre humilde, confiado y con esperanza en la divina misericordia del Seor estar as bien dispuesto para ofrecerle sus plegarias y que estas sean escuchadas. Sin embargo, la realidad del pecado en el corazn de ese mismo hombre humilde, confiado y con esperanzas, muchas veces hace que l mismo se sienta tan indigno ante la grandeza y esplendor divinos, y ese sentimiento atroz lo aleja de los anhelantes odos del Padre.San Alfonso argumenta que los pecadores se excusan injustamente cuando traen el pretexto de que no tienen fuerzas para vencer las tentaciones. Qu atinadamente les replica el apstol Santiago cuando dice: no tienen porque no piden (St 4,2). El mismo doctor recuerda las palabras de san Juan Crisstomo, que se refiere al gran medio que es la oracin: es arma poderosa, defensa, puerto y tesoro. Es arma poderosa porque con ella vencemos todos los asaltos del enemigo. Defensa, porque preserva de todos los peligros. Puerto, porque nos salva en todas las tempestades. Y adems tesoro, porque con ella poseemos todos los bienes.

Motivados entonces por estas palabras y por las afirmaciones de la Sagrada Escritura antes mencionadas respecto a la eficiencia de la oracin, tomemos en consejo de san Alfonso que nos alienta: que sus pecados no les impida recurrir a su Padre celestial y confiar que tendrn la salvacin eterna si de veras lo desean. Los profetas no cesan de anunciarnos la divina misericordia, si confiados nos acercamos orantes: Entonces, vengan, y discutamos -dice el Seor-. Aunque sus pecados sean como el rojo ms vivo, se volvern blancos como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarn como lana (Is 1,18)Y as podemos ya en Cristo y en la Iglesia, como hermanos de Cristo, hablar a Dios sin que nos haga morir de espanto tal atrevimiento. Por tanto, acerqumonos confiados al trono de nuestro Dios, para obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno (Hb 4,16)Para finalizar, segn lo dicho, preguntamos con Agustn: Por qu desviar la atencin a muchas cosas, preguntando qu hemos de pedir y temiendonopedircomo conviene?Ms bien hemos de repetir con el Salmo:Una cosa ped al Seor, sta buscar: que me permita habitar en la casa del Seor todos los das de mi vida para poder contemplar el gozo de Dios y visitar su santo templo (cf. Sal 26,4).

Naturaleza de la oracin II: tipos de oracin, partes de la oracin

Se trata aqu de responder a la siguiente pregunta: hay un orden determinado para orar?, la oracin tiene partes? Para llegar a la respuesta, por lo pronto positiva, se ha de recurrir a los doctores de la Iglesia ya que la Sagrada Escritura no determina un orden fijo.Aqu vemos el comn recurso al Apstol san Pablo cuando dice: Ante todo recomiendo que se ofrezcan splicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres (1Tm 2,1). Ms no todos interpretan este pasaje de la misma manera. Para unos, como santo Toms, aquellas cuatro partes de la oracin devota. Otros, como es el caso de Orgenes, refiere que aquellas son ms bien distintos tipos de oracin (y no partes de la misma); lo enuncia de la siguiente manera: El Apstol en su primera epstola a Timoteo ha empleado cuatro nombres para designar conceptos afines a nuestro discurso sobre la oracin. Yo estimo que las peticiones o splicas son las preces humildemente presentadas por alguno para conseguir aquello de que tiene necesidad; que la oracin es la que uno eleva acerca de las cosas ms importantes, glorificando a Dios con nimo ms levantado; que la intercesin o rogativa es una peticin hecha a Dios por aquel que le tiene mayor confianza; y, por ltimo, que la accin de gracias es la confesin de los bienes alcanzados de Dios unida a las oraciones.

Ejemplos dados por Orgenes:

- splica: Lc 1,13

- oracin: Dn 3,25

- intercesin: Rm 8,26-27

- accin de gracias: Lc 10,21

El mismo Orgenes presenta como partes de la oracin lo siguiente:

Con toda nuestra alma, al principio y al final de la oracin, debemos dar gloria a Dios por medio de Cristo en el muy alabado Espritu Santo.

1. accin de gracias general por los beneficios comunes a todos, as como por los beneficios que cada uno en particular ha recibido de Dios.

2. confesin: pedir primeramente el remedio que le libre del hbito que le impulsa a pecar y luego el perdn de los pecados pasados.

3. peticin de cosas grandes y celestiales para s mismo y para todos, para los familiares y para los amigos.

4. glorificacin a Dios por Cristo en el Espritu Santo. ej.: Sal 104,1-7

Por otro lado, R. Garrigou-Lagrange propone un orden que se sigue de las correlativas disposiciones del orante en base a las virtudes teologales, hasta el culmen de la oracin:Hay en primer lugar, normalmente, en la oracin, un acto de humildad Este acto de humildad debe ir acompaado de otro acto de arrepentimiento y de un acto de adoracin.

A este acto de humildad ha de seguir un acto de fe.

Esta visin que tiene la fe de la verdad y bondad de Dios hace brotar espontneamente un acto de esperanza.

El acto de esperanza nos dispone a su vez a un acto de caridad primero en forma afectiva. Finalmente esta caridad afectiva ha de convertirse en efectiva: Quiero, Seor, conformar mi voluntad con la voluntad divina.

Y ya en este punto culminante de la oracin, fruto de las virtudes teologales, el conocimiento de fe, el amor de esperanza y la caridad tienden, conducidos por el Espritu Santo, a confundirse y hacerse uno en una mirada de amor, fiel y generosa, que es el comienzo de la contemplacin.

Se puede apreciar as la diversidad propuesta en el orden de las disposiciones del orante en el mismo. No puede decirse, sin embargo, que es indistinto un orden u otro, ya que, quin podr animarse a pedirle al Padre Todopoderoso la vida bienaventurada perfecta y plena de su presencia divina si no se arrepiente primeramente sus culpas cotidianas? Por lo tanto, como dice Orgenes, hay que comenzar por dar gloria y gracias a Dios, luego confesarle humildemente nuestras faltas con arrepentimiento y disponerse a manifestar nuestra fe apoyndonos en la esperanza del abrazo entre su Caridad divina y la nuestra humana (como dice Garrigou); aquello conlleva a la misma glorificacin de Dios que es estarse amando al Amado, al decir de san Juan de la Cruz. La oracin hecha as hace a nuestro corazn ms y ms semejante al sacratsimo Corazn de Jess. As va hacindose la oracin como una comunin espiritual prolongada, que viene a ser como la respiracin del alma.

Orar cada da - orar el cada da: cundo orar, hasta cundo?Si los pulmones de la oracin y de la Palabra de Dios no alimentan la respiracin de nuestra vida espiritual, corremos el peligro de asfixiarnos en medio de los mil afanes de cada da: la oracin es la respiracin del alma y de la vida

La pregunta se presenta as ella misma: cundo conviene orar? La Sagrada Escritura contesta uniformemente: siempre, constantemente, con perseverancia:Bendice a Dios en toda ocasin; pdele que dirija tus pasos y que todos tus caminos y todos tus proyectos lleguen a feliz trmino (Tob 4,19)El fundamento de esto lo refiere santo Toms cuando dice que la causa de la oracin es el deseo de la caridad. Tal deseo en nosotros debe ser continuo. La oracin, segn esto, debe ser continua. En este sentido explica san Agustn que la splica sostenida es llamar con una sostenida y piadosa excitacin del corazn a la puerta de Aquel a quien oramos. Habitualmente este asunto se realiza ms con gemidos que con palabras, ms con llanto que con discursos.

Y podr ser este tan sublime acto un menester del vivir cotidiano? Del vivir de cada da con su monotona del eterno igual, con su tono gris de vulgaridad cotidiana, con la torpeza y embotamiento del corazn cansado? As es con todo; hay y tiene que haber una oracin de cada da. Porque est escrito: Es preciso orar siempre y no desfallecer (Lc 18,1). Y otra vez: Permanezcan despiertos y oren con perseverancia (Ef 6,18). Y tambin: Oren sin cesar (1Ts 5,17); Algrense en la esperanza, sean pacientes en el sufrimiento, perseverantes en la oracin (Rm 12,12).

Dos cosas diremos de la oracin de cada da, que pueden resumirse en estas dos consignas:

orar cada da y orar el cada da.

Rezando y orando cada da es como nos labramos las condiciones y el terreno propio para aquellas horas cumbres de la oracin. Si no oramos cada da, es decir, si no levantamos cada da los ojos a Dios, si no estamos atentos cada da al rumor de su palabra y nos preparamos as cada da para las pruebas decisivas de nuestra vida, corremos el peligro de quedarnos poco a poco ciegos y sordos, indiferentes y perezosos.

Orar el cada da: Una cosa es por de pronto evidente. No podemos ocuparnos ininterrumpidamente en prcticas de oracin explcita. No podemos tampoco eludir el cada da; hemos de llevarlo con nosotros mismos dondequiera que vayamos, porque nuestro cada da somos nosotros mismos, nuestro cotidiano corazn, nuestro torpe y flojo espritu, nuestro amor mezquino, que an lo grande lo torna pequeo y ordinario. El cada da debe transfigurarse l mismo en da de Dios; la salida del alma al mundo exterior de las cosas debe convertirse en intencin de retorno a Dios. En una palabra: el mismo cada da debe entrar en la oracin, debe ser orado.

Entonces el cada da se hace todo l aliento del amor, aliento del deseo, de la fidelidad, de la fe, de la prontitud, de la entrega a Dios; se hace, en realidad, el cada da mismo una oracin sin palabras. Entonces toda la mltiple variedad del vivir cotidiano se orienta hacia la unidad en el amor de Dios; toda la dispersin halla su centro de convergencia en Dios; toda la exterioridad se interioriza en Dios. Toda la salida al mundo, al cada da, se hace as retorno a la unidad de Dios, que es la vida eterna.

Hasta cundo hemos de rezar? Responde san Juan Crisstomo: Hemos de orar siempre, hasta que oigamos la sentencia de nuestra salvacin eterna, es decir, hasta la muerte.Constatamos as que no basta orar para salvarse. Hay que orar siempre hasta que recibamos la corona que Dios ha prometido a quienes son constantes en la oracin hasta el fin.

Orar cada da, orar el cada da, orar siempre: pidmosle al Seor este sublime arte de la vida del cristiano, que es tan difcil, porque es tan sencillo.

Jesucristo, maestro de oracin

No hay nada en el Evangelio que mejor revele la necesidad absoluta de la oracin que el lugar central que la misma ocupa en la vida de Jess. Ora con frecuencia en la montaa(Mt14,23), solo (ibd.), aparte(Lc9,18), incluso cuando todo el mundo [le] busca(Mc1,37). Sera un error reducir esta oracin al nico deseo de intimidad silenciosa con el Padre: atae a lamisinde Jess o a laeducacinde los discpulos: reza en su bautismo(Lc3,21), antes de la eleccin de los doce(Lc 6,12), en la transfiguracin (Lc 9,29), antes de ensear el Padrenuestro(Lc 11,1). Su oracin es el secreto que atrae a sus ms allegados y en el que les hace penetrar cada vez ms (Lc 9,18). Es algo que se refiere a ellos: or por la fe de los suyos. El nexo entre su oracin y su misin es manifiesto en los cuarenta das que la inauguran en el desierto.

La prueba decisiva es la del fin, cuando Jess ora y quiere hacer que sus discpulos oren con l en el Monte de los Olivos. Este momento contiene toda la oracin cristiana: filial: Abba; segura: todo te es posible; prueba de obediencia en que es rechazado el tentador: no lo que yo quiero, sino lo que t quieres (Mc14,36)

El evangelio de Juan muestra la seguridad y confianza con la que Cristo reza al Padre: Yo s que siempre me escuchas (Jn 11,42). Este ser escuchado por el Padre lo tiene el Hijo por derecho propio; a nosotros se nos promete como hijos del Padre y como hermanos de Cristo. Pero ambas cosas slo las somos en la medida en que nos adentramos en la voluntad de Dios. Ahora decimos confiados Padre nuestro, porque lo decimos con Jess.

La respuesta de Dios Padre al Hijo, a sus fuertes gritos y lgrimas, no fue la liberacin de los sufrimientos, de la Cruz, de la muerte, sino que fue una escucha mucho ms grande, una respuesta mucho ms profunda; a travs de la Cruz y la muerte, Dios respondi con la Resurreccin del Hijo, con la nueva vida. Desde entonces est curada nuestra desesperacin.

Jesucristo no nos ensea precisamente una metafsica de la oracin; no nos resuelve tericamente los oscuros problemas encerrados en la misma oracin: cmo se concilia el deseo de lo pedido con la entrega resignada en la voluntad de Dios; la insobornable y autnoma voluntad de Dios con el poder de la oracin sobre el corazn de Dios. De Jess aprendemos cmo la oracin constante nos ayuda a interpretar nuestra vida, a tomar nuestras decisiones, a reconocer y acoger nuestra vocacin, a descubrir los talentos que Dios nos ha dado, a cumplir cada da su voluntad, nico camino para realizar nuestra existencia. La oracin al Padre por medio de Jesucristo

Si entendisemos bien qu es la oracin, tal vez no deberamos hacer oracin a ningn nacido, ni siquiera al mismo Cristo, sino nicamente al Dios de todas las cosas y Padre, a quien el mismo Salvador nuestro oraba. Pues, habiendo odo que le decan ensanos a orar (Lc 11,1), no ensea a orar a l mismo sino al Padre. Slo sea orado Dios Padre de todas las cosas, pero no sin el Pontfice que fue constituido con juramento por el mismo Padre. Esto es lo que dice claramente el mismo Jess: Les aseguro que todo lo que pidan a mi Padre, l se lo conceder en mi nombre. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre; pidan y recibirn, para que su alegra sea completa (Jn 16,23-24). No dijo: pdanme; ni tampoco simplemente: pidan al Padre; sino todo lo que pidan a mi Padre, l se lo conceder en mi nombre.

El mismo Jess ante tal solicitud de sus discpulos, les dice cuando oren, digan (Lc 11,2) y les ensea la oracin del Padrenuestro. Y segn san Agustn: si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, nada hallars, segn creo, que no est contenido y encerrado en la oracin dominical. Santo Toms en la Summa organiza resumidamente el contenido del Padrenuestro de la siguiente manera, aclarando antes que esta oracin es, en cierto modo, intrprete de nuestros deseos ante Dios.En la oracin dominical (del Seor) no slo se piden las cosas lcitamente deseables, sino que se suceden en ella las peticiones segn el orden en que debemos desearlas, de suerte que la oracin dominical no slo regula, segn esto, nuestras peticiones, sino que sirve de norma a todos nuestros afectos.

Lo primero que deseamos es el fin, y en segundo lugar, los medios para alcanzarlo.

1) Nuestro fin es Dios. Y nuestra voluntad tiende hacia l de dos maneras:

- en cuanto que deseamos su gloria: se refiere al amor con que amamos a Dios en s mismo.

Por esta razn decimos santificado sea tu nombre, con lo que pedimos la gloria de Dios.- en cuanto que queremos gozar de ella: se refiere al amor con que nos amamos a nosotros en Dios. La segunda de las peticiones es: venga a nosotros tu Reino. Con ella pedimos llegar a la gloria de su reino.

2) Los medios nos ordenan a dicho fin de dos maneras: por s mismos o accidentalmente.

- Nos ordena por s mismo al fin el bien que es til para conseguirlo. Y una cosa es til para conseguir el fin de la bienaventuranza de dos modos:

1. directa y principalmente, por razn del mrito con que nos hacemos dignos de la bienaventuranza obedeciendo a Dios. Es por lo que aqu pedimos: hgase tu voluntad as en la tierra como en el cielo;

2. instrumentalmente, como algo de que nos servimos para merecerla. A esto se refiere lo que aqu decimos: el pan nuestro de cada da dnoslo hoy, ya se trate del pan sacramental, cuyo uso cotidiano es saludable a los hombres, y en el que se sobrentiende que estn incluidos todos los dems sacramentos; ya se trate del pan corporal, de tal suerte que por pan se entienda toda clase de alimentos.- De manera accidental nos conduce a la bienaventuranza la eliminacin de obstculos.Y son tres los obstculos que nos cierran el paso hacia la bienaventuranza.

. En primer lugar, el pecado, que excluye directamente del reino, segn aquello de 1Cor 6,9-10: Ni los fornicarios, ni los idlatras, etc., poseern el reino de Dios. Y a esto se refiere lo que aqu se dice: Perdnanos nuestras deudas.

. En segundo lugar, la tentacin, que pone trabas al cumplimiento de la voluntad divina. Y a este propsito decimos: no nos dejes caer en la tentacin; con lo cual no pedimos vernos libres de tentaciones, sino que no seamos vencidos por la tentacin, lo que equivaldra a caer en ella.

. En tercer lugar, las penalidades de la vida presente, que impiden el que tengamos lo suficiente para vivir. Es por lo que aqu pedimos: lbranos del mal.

Luego de or a Jess decir estas cosas, oremos a Dios por medio de l y todos digamos lo mismo para que no nos dividamos en el modo de orar. Acaso no estaramos divididos, si unos orsemos al Padre y otros al Hijo? Hay que decir con santo Toms que el Seor no instituy esta oracin para que sea la nica, palabra por palabra, de que nos sirvamos al orar, sino porque nuestra nica intencin cuando oramos debe ser la impetracin de lo que en ella se pide, sea cual fuere el modo de orar o de meditar.

Oracin y vida interior del hombre

Sea cual fuere el modo de meditar, la vida interior es justamente una elevacin y una transformacin de la conversacin ntima de cada cual consigo mismo, desde el momento que hay en ella tendencia a convertirse en conversacin con Dios. Porque el alma no es su propio fin ltimo. Su fin no es otro que Dios vivo y slo en l puede encontrar su descanso. As lo expresa san Agustn, gran maestro de la vida interior: Nuestro corazn est inquieto, Seor, mientras no descanse en ti.

Esta vida interior es una vida sobrenatural que, por un verdadero espritu de oracin y de abnegacin, hace que aspiremos a la unin con Dios y nos conduce a ella. Esta vida comprende una fase en la que domina la purificacin; otra, de iluminacin progresiva, en vista a la unin con Dios. Ahora nos ocuparemos en la primera fase, de la oracin mental; segn santa Teresa de Jess no es otra cosa sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama.

El modo correcto de orar es un proceso de purificacin.Preciso es, pues, dejarse guiar por el camino que Dios nos seala; y aunque las sequedades se vayan prolongando, ha de comprender el alma que no provienen de tibieza, mientras no se hayan dejado llevar por el deleite de las cosas de la tierra y dure en ellas el anhelo de adelanto espiritual. Tales arideces son, por el contrario, muy tiles, pues aun el fuego seca la madera antes de encenderla. Y son necesarias precisamente para secar y rebajar nuestra sensibilidad, viva en demasa, fogosa, exuberante y tumultuosa, de arte que se calme y guarde sumisin al espritu; para que sobre las emociones pasajeras se acreciente en nosotros un intenso y puro amor de caridad. En eso consiste la verdadera vida de oracin, que en cierto modo permite ver todas las cosas en Dios, y es como el preludio normal de la vida eterna.

Para llevar esta vida interior no es necesario prodigarse mucho en el apostolado exterior; tampoco sera necesario poseer una gran cultura teolgica. Un principiante generoso, que posea verdadero espritu de abnegacin y de oracin, posee ya verdadera vida interior que debe desarrollarse ms y ms. Solamente es imprescindible, para disponerse en verdadero espritu de oracin, abrirse a la Palabra de Dios, de ella recibimos la voz que nos habla y el don para escucharla. La primera escuela para la oracin es la Palabra de Dios, la Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura es un dilogo permanente entre Dios y el hombre, un dilogo progresivo en el cual Dios se muestra cada vez ms cercano, en el cual podemos conocer cada vez mejor su rostro, su voz, su ser. Y el hombre aprende a aceptar conocer a Dios, a hablar con Dios.

La oracin dentro de la escala espiritual

Esta es la escala, cuya parte inferior est fija en la tierra, la superior penetra las nubes, y escudria los secretos de los cielos. Parte de la lectura (lectio), que es un examen diligente de las Escrituras con la atencin del alma. La meditacin es la accin apasionada del alma, que investiga el conocimiento de la verdad oculta bajo la direccin de la propia razn. La oracin es el esfuerzo devoto del corazn hacia Dios, para que sean evitados los males y sean conseguidos los bienes. La contemplacin de la mente es una elevacin de la mente suspendida hacia Dios, que degusta los gozos de la dulzura eterna.

A saber, la lectura examina la dulzura de la vida feliz, la meditacin la encuentra, y la oracin la splica, y llama, y la contemplacin la degusta. Por eso el mismo Seor dice:buscad y encontraris, llamad y se os abrir(Mt 7,7).Buscadleyendo, yencontrarismeditando,llamadorando, yse os abrircontemplando. La lectura (lectio) lleva a la boca como un alimento slido; la meditacin mastica y tritura; la oracin adquiere el sabor; la contemplacin es la misma dulzura, que deleita y refocila. La oracin, que con todas las fuerzas se eleva hacia el Seor, pide el tesoro deseado, que es la suavidad de la contemplacin.

De esto podemos deducir que lalectura(lectio) sin la meditacin es rida, la meditacin sin la lectura errnea, la oracin sin la meditacin es tibia, la meditacin sin la oracin es infructuosa; la oracin con la devocin, adquisitiva de la contemplacin; la obtencin de la contemplacin sin la oracin, es o bien rara o bien milagrosa.

En estos cuatro grados est contenida la perfeccin de la vida buena y en ellos debe consistir el ejercicio del hombre espiritual.

El Espritu Santo intercede por nosotros con gemidos inefables

La oracin cristiana nunca es, nunca se realiza en sentido nico desde nosotros hacia Dios, no es slo una accin nuestra, sino que es expresin de una relacin recproca en la que Dios siempre acta primero. Dios nos conoce en la intimidad, ms que nosotros mismos, y nos ama: y saber esto debe ser suficiente. San Pablo en Rm 8,26 advierte que no sabemos pedir como conviene; pero el Espritu lo sabe!, y esto basta: no temamos. Y sigue el Apstol: el Espritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

Pero esto no es todo. Adems oramos en el Espritu de Dios. Hay en nuestro ntimo ser algo as como una estancia para este Espritu. La inhabitacin de la Trinidad en el alma tiene lugar en y por el Espritu Santo, enviado al hombre para divinizarlo. Este aspecto de la actuacin del Espritu Santo caracteriza su obra santificadora de tal forma, que la liturgia lo invoca frecuentemente con el ttulo de dulce husped del alma El Espritu Santo es, en cierto modo, intrprete que nos hace comprender a nosotros mismos y a Dios lo que queremos decir.

Cuando oramos, es como un ltimo eco lejano de la llamada de Dios con la que se llama l a s mismo, el Espritu al Padre, en nosotros. l ora en nosotros cuando nosotros oramos. Este ser el fruto de eternidad de la oracin dicha en este tiempo.

La comunin de los santos (rezar con otros, por otros, intercesin de los santos, Mara mediadora)

La oracin del Espritu de Cristo en nosotros y la nuestra en l, no es slo un acto individual, sino un acto de toda la Iglesia. Al orar, se abre nuestro corazn, entramos en comunin no slo con Dios, sino tambin propiamente con todos los hijos de Dios, porque somos uno. La oracin, por una parte, debe ser muy personal, un unirme en lo ms profundo a Dios. Debe ser mi lucha con l, mi bsqueda de l, mi agradecimiento a l y mi alegra en l. Sin embargo, nunca es solamente algo privado de mi yo individual, que no atae a los dems. Esta es la razn por la que no decimos Padre mo, sino nuestro.

Entonces tenemos que vivir de esta forma en comunidad de oracin, siguiendo el consejo de la Palabra de Dios: orad los unos por los otros para que os salvis (St 5,6). Por ello explica san Juan Crisstomo: la necesidad obliga a cada uno a orar por s mismo; la caridad fraterna nos exhorta a hacerlo por los dems; y lo comenta santo Toms: pero la oracin ms grata a Dios no es la que eleva al cielo la necesidad, sino la que la caridad fraterna nos encomienda. Ya as se ven solicitudes en la misma Escritura; solo a modo de ejemplo:Recen tambin por nosotros al Seor, nuestro Dios (Baruc 1,13)Rueguen por nosotros, hermanos (1Ts 5,25)Desde el claro amor evanglico de orar por los que os persiguen y calumnian (Mt 5,4), tambin por los pecadores se ha de orar, para que se conviertan; por los justos, para que perseveren y progresen. Sin embargo, no se escucha la oracin que se hace por todos los pecadores, sino slo por algunos: se escucha a los que oran por los predestinados, (pero como) no podemos distinguir a los predestinados de los rprobos, tampoco, por igual motivo, debemos negar a nadie el sufragio de nuestras oraciones.

Asimismo, es cierto es que los ngeles de Dios estn presentes en nuestras oraciones: cuando Sara y t estaban rezando, yo presentaba sus oraciones ante la presencia gloriosa del Seor, para que l las tuviera en cuenta (Tob 12,12). Lo mismo consta de los santos: Mi siervo Job interceder por ustedes (Job 42,8). Y el ngel tutelar de cada uno siempre estn viendo en los cielos la cara de mi Padre (Mt 18,10), al contemplar la divinidad de nuestro Dios y creador, ora con nosotros y colabora cuanto puede en las cosas que pedimos.

Distingue entonces santo Toms argumentando que la oracin va dirigida a alguien de dos maneras: la primera, como para que l personalmente conceda lo que se pide; la segunda, como para que por su mediacin se impetre de otro.

Del primer modo dirigimos nuestra oracin nicamente a Dios, porque todas nuestras oraciones deben ordenarse a la consecucin de la gracia y de la gloria, que slo Dios da, segn aquellas palabras del salmo 83,12: El Seor dar la gracia y la gloria.Del segundo modo nos encomendamos a los santos ngeles y a los hombres; no para que por medio de ellos conozca Dios nuestras peticiones, sino para que, por sus preces y sus mritos, nuestras oraciones obtengan el efecto deseado. Por eso se lee en Ap 8,4 que de la mano del ngel subi el humo del incienso con las oraciones de los santos hasta la presencia de Dios.

Y esto se pone de manifiesto asimismo por la misma forma de orar de la Iglesia, pues a la Santsima Trinidad le pedimos que tenga misericordia de nosotros; mientras que a cualquiera de los santos, que ore por nosotros.

Y esto no es quitar el honor debido a Dios. Ms bien es duplicarlo, ya que al rey no se lo honra solamente en su persona, sino tambin, en la de sus leales servidores. Proviniendo de la caridad la oracin por los dems, conforme a lo dicho, los santos que estn en el cielo tanto ms oran por los viadores, a quienes pueden ayudar con sus oraciones, cuanto ms perfecta es su caridad; y sus oraciones son tanto ms eficaces cuanto mayor es su unin con Dios. Sin embargo, acontece a veces que la invocacin de un santo inferior es ms eficaz: o porque lo invocamos con ms devocin, o porque Dios quiere darnos a conocer su santidad.

La oracin comn en la liturgiaLa oracin debe alimentarse siempre de la comunin de los orantes, de la unidad del Cuerpo de Cristo, para plasmarme verdaderamente a partir del amor de Dios. La oracin, por su parte, encuentra en el rezo litrgico abundantsima fuente de contemplacin y norma objetiva contra las ilusiones individuales. Orgenes afirma con fuerza al respecto que el principal lugar para ella (la oracin) es la congregacin de los santos que piadosamente se renen en la iglesia.

Slo celebramos y vivimos bien la liturgia si permanecemos en actitud orante, no si queremos hacer algo, hacernos ver o actuar, sino si orientamos nuestro corazn a Dios y estamos en actitud de oracin unindonos al misterio de Cristo y a su dilogo de Hijo con el Padre.

Mara mediadoraLo que se dijo de la intercesin de los santos puede decirse, con mayor razn, de la intercesin de la Madre de Dios. Sus oraciones valen ms que todo el paraso. San Bernardo, hablando de la Virgen, escribe estas hermosas palabras: Por tu medio logramos la entrada con el Hijo, oh Medianera de la gracia y Madre de la salvacin: de arte que por ti nos reciba quien por ti se nos ha dado.

Naturaleza de la oracin III: grados de la oracin y vida mstica

Orar significa elevarse a Dios mediante una transformacin necesaria y gradual de nuestro ser.

Esta vida espiritual comprende una iluminacin progresiva, en vista a la unin con Dios. De aqu que para ir ascendiendo en este camino espiritual mediante la vida orante, es necesaria una transicin de la oracin adquirida a la oracin infusa inicial.La oracin se llama meditacin hasta el momento en que produce la miel de la devocin; despus se convierte en contemplacin. As como las abejas recogen el nctar de las flores, del mismo modo meditamos nosotros para recoger el amor de Dios; y una vez que lo hemos recogido, contemplamos a Dios y nos fijamos en su bondad, por la suavidad que el amor nos hace encontrar en ella.

Este recogimiento (del alma en la contemplacin) no lo tenemos a voluntad, pues no est en nuestra mano tenerlo cuando queremos; ni depende de nuestras solicitudes, sino que Dios hace que se produzca en nosotros cuando tal es su beneplcito. Por eso, la contemplacin merece ser llamada, no adquirida sino, infusa, aunque al principio vaya muchas veces precedida de la lectura, de la meditacin afectiva y de la oracin de splica.

El paso de la oracin adquirida a la oracin infusa se comprende con toda claridad leyendo lo que escribi santa Teresa a propsito de la ltima de las oraciones adquiridas llamada por ella oracin de recogimiento adquirido, y acerca de la oracin infusa inicial llamada recogimiento sobrenatural o pasivo (Castillo interior, IV morada, c. III). Llmase recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y se entre dentro de s con su Dios. Y as la oracin adquirida dispone a la infusa. En la Noche oscura, san Juan de la Cruz expresa aquello diciendo que: estando ya esta casa de la sensualidad sosegada, sali el alma a comenzar el camino y va del espritu, que es el don de los aprovechantes y aprovechados, que, por otro nombre, llaman va iluminativa o de contemplacin infusa.

Esta contemplacin tenebrosa es la teologa mstica que llaman los telogos sabidura secreta, la cual dice santo Toms (II II, q.180, a.1) que se comunica e infunde en el alma por amor. Lo cual acaece secretamente a oscuras del entendimiento y de las dems potencias. Las dichas potencias no lo alcanzan, sino que el Espritu Santo la infunde y ordena en el alma sin saberlo, ni entender cmo sea, se llama secreta.

Grados de oracin contemplativa de los aprovechadosEsta creciente intensidad de la unin con Dios se manifiesta de alguna manera por la extensin progresiva de tal estado a las diversas facultades del alma, que poco a poco llegan a ser cautivadas por Dios, de suerte que las distracciones de la imaginacin agitada e indcil comienzan a desaparecer. Adems, y esto tiene ms importancia, las virtudes aumentan generalmente con los progresos de la oracin.

Santa Teresa muestra los grados del proceso (Vida, c. XV a XIX) comparando los grados de oracin a cuatro maneras de regar un jardn:

1) scase el agua del pozo a fuerza de brazos (Vida, c. XI), y es imagen de la meditacin discursiva, que contribuye al aumento de las virtudes.

2) hacer subir el agua por medio de la noria, que es smbolo de la oracin de quietud, preparada ya por un trabajo anterior. En este momento estn a punto de aparecer las flores de las virtudes (Vida, c. XV).

3) aprovechar en el jardn el agua corriente que viene del ro; las virtudes sacan de esta oracin ms fortaleza que de la precedente, y se abre sus flores (Vida, c. XVI y XVII).

4) aprovechar el agua de la lluvia, que simboliza la oracin de unin con que Dios concede sin trabajo de nuestra parte; saca el alma frutos ms abundantes de esta oracin y su humildad aumenta; aqu nacen las promesas y heroicas resoluciones, los deseos fervientes, el horror del mundo y la clara visin de su vanidad (Vida, c. XVIII, XX).Esta apacible quietud, llamada tambin oracin de los gustos divinos o de silencio, se ve frecuentemente interrumpida por las sequedades y pruebas de la noche oscura de los sentidos (Camino, c. XXXIV), y por las tentaciones que obligan al alma a una saludable reaccin. Los efectos de la oracin de quietud son una virtud ms fundada, sobre todo mayor amor de Dios y una paz inefable, al menos en la porcin superior del alma (Vida, c. XV). El comportamiento que se ha de observar durante la oracin de quietud es el de humilde abandono en las manos de Dios.

Si el alma es fiel no slo en cumplir cuidadosamente todos sus deberes ordinarios, sino en escuchar con la docilidad las inspiraciones del Espritu Santo, que exige ms a medida que da con ms abundancia, qu sucede ordinariamente? En tal caso el alma es elevada a un grado superior, que llaman de simple unin. Y aun suele acaecer que todas las actividades del alma se refugian en la porcin superior, hasta el punto de cesar todo ejercicio de los sentidos externos; es decir, que hay un comienzo de xtasis o xtasis propiamente dicho.

Estas oraciones de quietud reposada, y de simple unin corresponden a aquellas que, segn san Juan de la Cruz, se hallan entre la purificacin pasiva de los sentidos y la del espritu (Noche oscura, 1. II, c. I).

Contemplacin infusa

Qu se entiende por actos directos de contemplacin? Son actos que en ningn concepto son discursivos, sino que se realizan por simple mirada, por sobre el razonamiento. Y an son tan sosegados a veces que apenas los percibe el alma; en tal caso son lo contrario de los actos reflexivos o conscientes. Que es la docta ignorancia de la que frecuentemente hablan los msticos.

Llegado a este alto grado de vuelo espiritual, se dispone el alma a recibir a Dios de manera total, anhelando nicamente su presencia; la oracin, la encuentra su cumbre y ya no hay ms esfuerzos del alma, solo se trata de un continuado disponerse para recibir al Amado.Sin embargo, dicha unin exttica transformante puede estar comnmente precedida por lo que santa Teresa denomina unin mstica de aridez y san Juan de la Cruz noche del espritu. Ningn consuelo se recibe en esta tempestad; ningn remedio hay sino aguardar a la misericordia de Dios.

Despus de las penas interiores, en las que hay una dolorosa presencia de Dios, recibe el alma tan alto conocimiento de la presencia divina, que a menudo se presenta el xtasis parcial o tambin total. Esta suspensin de los sentidos externos se manifiesta en una insensibilidad ms o menos pronunciada, retardo de la respiracin y disminucin del calor vital. El xtasis se termina ordinariamente por un despertar espontneo; mas el alma vuelve al uso de los sentidos poco a poco, como si volviera de otro mundo. El fin del xtasis es la vuelta al estado natural, dentro de la mayor calma y apacibilidad, con el sentimiento nicamente de la ausencia de la visin y del celestial gozo que produjo en el alma.

Unin transformante, preludio de la del cielo

Es la ms excelsa elevacin a que, en la tierra, puede llegar la vida de la gracia en las almas que pasaron ya por la purificacin pasiva del espritu.Recibe el alma tan clara noticia de la divina grandeza, que en ciertos momentos permanece absorta en Dios. Otras veces, llnase el alma de tan gran jbilo que, sin estar en su mano hacer otra cosa, comienza a cantar divinas alabanzas. San Juan de la Cruz lo describe como el estado perfecto de la vida espiritual

Oh cautiverio suave!

Oh regalada llaga!

Oh mano blanda! Oh toque delicado,

que a vida eterna sabe

y toda deuda paga!

Matando, muerte en vida las has trocado.

En tal sentido pudo escribir san Pablo: el que se une al Seor, se hace un solo espritu con l (1Cor 6,17)Tal unin es aqu transformante porque el alma, aunque conserva su naturaleza creada, recibe un gran aumento de gracia santificante y de caridad, y porque es propio del amor ferviente transformarnos moralmente en la persona amada. La explicacin teolgica de este estado nos la da el mismo san Juan de la Cruz, y se resume en un principio que enuncia: cuanto el alma es ms pura y desasida en su fe viva y perfecta, tanto posee ms caridad infundida por Dios; y cuanto ms subida caridad posea, ms la ilumina el Espritu Santo y le comunica y sus dones, de suerte que la caridad es causa y medio de tal comunicacin. Sobreviene aqu como un abrazo espiritual de Dios, que en ciertos momentos es extraordinariamente fuerte y apretado. Se produce tambin, en lo ms hondo de las facultades superiores, como una herida de amor, deliciosa herida espiritual. Es Dios el que aqu hiere al alma atrayndola fuertemente hacia s, comunicndole vivsimos deseos de verle inmediatamente y de no separarse jams de l. Parecido anhelo existe a su manera en las almas del purgatorio, cuando estn cercanas al trmino de su purificacin. Pues no se concibe que Dios se haga ver inmediatamente y para siempre a un alma en la que est ausente ese deseo ardiente de poseerlo eternamente.

La oracin-dilogo deviene en abrazo; el anhelo de Dios, en presencia definitiva; la esperanza torna en cumplimiento desbordante y el alma permanece viva estndose amando al Amado.Conclusin

Santa Teresa de Jess en dulce poesa alimenta el camino del orante, tanto para los momentos de gozo espiritual como para aquellos de aridez, para aquellos que inician y para los que contemplan ya su presencia. Nada te turbe, orante, porque slo Dios basta.Nada te turbe,nada te espante,todo se pasa,Dios no se muda;la pacienciatodo lo alcanza;quien a Dios tienenada le falta:Slo Dios basta.

Eleva tu pensamiento,al cielo sube,por nada te acongojes,nada te turbe.A Jesucristo siguecon pecho grande,y, venga lo que venga,nada te espante.Ves la gloria del mundo?Es gloria vana;nada tiene de estable,todo se pasa.Aspira a lo celeste,que siempre dura;fiel y rico en promesas,Dios no se muda.mala cual merecebondad inmensa;pero no hay amor finosin la paciencia.Confianza y fe vivamantenga el alma,que quien cree y esperatodo lo alcanza.Del infierno acosadoaunque se viere,burlar sus furoresquien a Dios tiene.Vnganle desamparos,cruces, desgracias;siendo Dios tu tesoronada te falta.Id, pues, bienes del mundo;id dichas vanas;aunque todo lo pierda,slo Dios basta.El grito del corazn: Dios mo, yo te amo!, puede compendiar la ms santa accin del hombre, lo ms grande del hombre, el misterio de su amor al Dios infinito.

BibliografaOrgenes Tratado de la oracin

ed. gape libros, Buenos Aires, 2012

san CiprianoDe Orat. Dominica

san BasilioConst. monac.san Agustn Carta 130, a Proba

La naturaleza y la gracia

La escala del Paraso (atribuida)

Confesionessan Juan CrisstomoOp. imperf. in Mt. homil.14san Juan DamascenoDe fide orthodoxasanto Toms de AquinoSuma de teologasanta Teresa de JessVida

Camino de perfeccin

Castillo interiorsan Juan de la CruzNoche oscura

Llama de amor viva

san Francisco de SalesAmor de Diossan Alfonso Mara de LigorioEl gran medio de la oracinR. Garrigou-Lagrange OPLas tres edades de la vida interior

3 ed., ed. DDB, Buenos Aires, imp. 1950

K. Rahner SJDe la necesidad y don de la oracin

ed. gape libros, Buenos Aires, 2010

Benedicto XVIHomilas, discursos, audienciasL. Mateo SecoRevista SCRIPTA THEOLOGlCA 30 (1998/2)Gran Enciclopedia Rialp Tomo XVII, ed. RIALP, Madrid, 1981Xavier Leon-DufourVocabulario de teologa bblicaI N D I C E

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Benedicto XVI, Discurso, 26 de mayo 2011

Benedicto XVI, Audiencia, 30 de noviembre 2011

san Alfonso Mara de Ligorio - El gran medio de la oracin, p. 21

R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, cap. XVI, p. 500

II-II, q.83, a.2, c

cit. en san Alfonso Mara de Ligorio - oc., p. 23

san Alfonso Mara de Ligorio - oc., p. 23

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., cap. XVI, p. 501

San Basilio, Const. monac., c.1

Orgenes - Tratado de la oracin, 2; p. 24

san Agustn, Carta 130, a Proba, 9

II-II, q.83, a.5, ad.2

san Agustn, La naturaleza y la gracia, cap. XVIII, 20

san Agustn, cit. en san Alfonso Mara de Ligorio - El gran medio de la oracin, p. 28

II-II, q.83, a.6, c

san Alfonso Mara de Ligorio - El gran medio de la oracin, p. 69

san Agustn, Carta 130, a Proba, 10

Orgenes - Tratado de la oracin, 9, p. 46

Orgenes - oc., 8-9, p. 45.48

san Alfonso Mara de Ligorio - oc., p. 93-94

san Agustn, Confesiones, L. XII, cap. 1

II II, q.83, a.14, c

II II, q.180, a.1

Karl Rahner SJ - oc., cap.3, p. 64

san Agustn, Carta 130, a Proba, 31

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san Alfonso Mara de Ligorio - oc., p. 104

Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 37

san Agustn, Carta 130, a Proba, 15

II-II, q.83, a.17

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R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, II, cap. XVIII, p. 517-521

Benedicto XVI, Audiencia, 25 de abril 2012

II-II, q.83, a.14, c

san Agustn, Carta 130, a Proba, 20

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Karl Rahner SJ - oc., cap.4, p. 76

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Xavier Leon-Dufour - Vocabulario de teologa bblica; voz Oracin

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Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oracin, cap.5, p. 101

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Benedicto XVI, Audiencia, 16 de mayo 2012

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Benedicto XVI, Audiencia, 7 de marzo 2012

Orgenes - Tratado de la oracin, 15; p. 66-68

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II-II, q.83, a.9, c

Orgenes - oc., 15; p. 69

II II, q.83, a.14, ad.3

R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, I, cap. II, p. 48

san Agustn, Confesiones, 1,1

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., I, cap. II, p. 50

santa Teresa de Jess, Vida, c. VIII

Benedicto XVI, Discurso, 9 de junio 2008

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., II, cap. XIX, p. 529-530

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., I, cap. II, p. 52

Benedicto XVI, Audiencia, 26 de septiembre 2012

san Agustn, La escala del Paraso, Captulo 1

san Agustn, oc., Captulo 2

san Agustn, oc., Captulo 10

san Agustn, oc., Captulo 11

bid.

Benedicto XVI, Audiencia, 23 de mayo 2012

Benedicto XVI, Audiencia, 7 de marzo 2012

Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oracin, cap.2, p. 50

Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 38

Liturgia de las Horas, Secuencia Veni Sancte Spiritus, cit. en L. Mateo Seco, Revista SCRIPTA THEOLOGlCA 30 (1998/2) p. 505

Benedicto XVI, Audiencia, 16 de mayo 2012

Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 49

Karl Rahner SJ - oc., cap.2, p. 51-52

Benedicto XVI, Audiencia, 23 de mayo 2012

Benedicto XVI, Homila, 5 de febrero 2011

san Cipriano, De Orat. Dominica (ML 4,540)

san Juan Crisstomo, Op. imperf. in Mt. homil.14 super 6,12

II-II, q.83, a.7, c

II-II, q.83, a.7, ad.3

Orgenes - Tratado de la oracin, 11; p. 54

II-II, q.83, a.4, c

san Alfonso Mara de Ligorio - El gran medio de la oracin, p. 33

II-II, q.83, a.11, c

II-II, q.83, a.11, ad.4

Benedicto XVI, Homila, 5 de febrero 2011

R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, II, cap. XVII, p. 511

Orgenes - Tratado de la oracin, 31; p. 152

Benedicto XVI, Audiencia, 26 de septiembre 2012

cit. en san Alfonso Mara de Ligorio - oc., p. 44

Benedicto XVI, Audiencia, 3 de octubre 2012

R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, I, cap. II, p. 50

san Francisco de Sales, Amor de Dios, I, VI, c. III. cit

san Francisco de Sales, oc., I, VI, c. VII. cit Garrigou - oc., III, cap. XXVIII, p. 851

II II, q.180, a.3, ad.4; c. III. cit Garrigou - oc., III, cap. XXVIII, p. 852

santa Teresa de Jess, Camino de perfeccin, c. XXVIII

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXVIII, p. 855

san Juan de la Cruz, Noche oscura, 1. I, c. XIV

san Juan de la Cruz, oc., 1. II, c. XVII

R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, III, cap. XXX, p. 871

cit. en R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 871-872

cit. en R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 873-874

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 874

cit. en R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXX, p. 876

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., III, cap. XXXI, p. 889

santa Teresa de Jess, Castillo interior, VI morada, c. I

R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, IV, cap. XVIII, p. 1107

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., IV, cap. XVIII, p. 1109-1110

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., IV, cap. XIX, p. 1113

san Juan de la Cruz, Llama de amor viva, canc. 2

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., IV, cap. XIX, p. 1118

cit. en R. Garrigou-Lagrange OP - Las tres edades de la vida interior, IV, cap. XIX, p. 1118

R. Garrigou-Lagrange OP - oc., IV, cap. XIX, p. 1122-1123

Karl Rahner SJ - De la necesidad y don de la oracin, cap.3, p. 62

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