osten la memoria robada

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Manfred Osten La memoria robada Los sistemas digitales y la destrucción de la cultura del recuerdo Breve historia del olvido Traducción del alemán de Miguel Ángel Vega Biblioteca de Ensayo 63 (Serie Mayor) Ediciones Siruela

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Page 1: Osten La Memoria Robada

M anfred Osten

La memoria robadaLos sistemas digitales

y la destrucción de la cultura del recuerdo

Breve historia del olvido

T raducción del a lem án de M iguel Á ngel Vega

Biblioteca de Ensayo 63 (Serie Mayor) Edic iones Sirue la

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T o d o s l o s d e r e c h o s r e s e r v a d o s .C u a l q u i e r f o r m a d e r e p r o d u c c i ó n , d i s t r i b u c i ó n , c o m u n i c a c i ó n p ú b l i c a o t r a n s f o r m a c i ó n de e s t a o b r a s ó l o p u e d e s e r r e a l i z a d a

c o n l a a u t o r i z a c i ó n de sus t i t u l a r e s , s a l v o e x c e p c i ó n p r e v i s t a p o r la l ey. D i r í j a s e a C E D R O ( C e n t r o E s p a ñ o l de D e r e c h o s R e p r o g r á f i c o s ,

< h t t p : / / w w w . c e d r o . o r g > w w w . c e d r o . o r g ) si n e c e s i t a f o t o c o p i a r o e s c a n e a r a l g ú n f r a g m e n t o de e s t a o b r a .

T í t u l o o r i g i n a l : D a s g e r a u b t e G e d ä c h t n i s . D i g i t a l e S y s t e m e u n d d i e Z e r s t ö r u n g d e r E r i n n e r u n g s k u l t u r .

E i n e k l e i n e G e s c h i c h t e des V e r ge s s e ns E n c u b i e r t a : D e t a l l e d e Pa i sa j e de i n v i e r n o , d e C a s p a r D a v i d F r i e d r i c h ,

S t a a t l i c h e s M u s e u m , S c h w e r i n . © A r t o t h e k / A r c h i v i A l i n a r i .F o t o d e l a u t o r : © J ü r g e n B a u e r

C o l e c c i ó n d i r i g i d a p o r I g n a c i o G ó m e z d e L i a ñ o D i s e ñ o g rá f i co : G l o r i a G a u g e r

© I n s e l V e r l a g , F r a n k f u r t a m M a i n y L e i p z i g 2004 © D e la t r a d u c c i ó n , M i g u e l Á n g e l V e g a

© E d i c i o n e s S i r u e l a , S. A . , 2008 c / A l m a g r o 25, p p a l . d c h a .

28010 M a d r i d . T e l . : + 34 91 355 57 20 F ax : + 34 91 355 22 01

s i r u e l a @ s i r u e l a . c o m w w w . s i r u e l a . c o m I S B N : 978-84-9 841-2 21-5

D e p ó s i t o l ega l : M - 3 0 . 557-2008 I m p r e s o e n A n z o s

P r i n t e d a n d m a d e i n S p a i n

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índice

La memoria robada

P refac io o la o d isea de l o lvido 11

I 1803: N ap o le ó n o el b o rró n y c u e n ta nuevade la a n tig u a m em o ria 2 1

II O d io al pasado . El Dr. F austo , c o n te m p o rá n e ode la M o d e rn id a d 25

III «Los le g io n a rio s d e l m o m en to » o el au to de fede la m em o ria 3 7

IV Vale la p a la b ra ro ta o la so c ied ad sin m em o ria 43

V E vo luc ió n y re n u n c ia a la m em o ria 59

VI «A lm acenar da tos su p o n e olvidarlos» 73

VII La p íld o ra del d ía d espués: a cerca de la n e u ro té c n ic a de l o lv id ar 9 3

Notas 111Bibliografía 119

Indice onomástico 125

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m emoria robada

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Prefacio o la odisea del olvido

Un gran vacío vendrá A causa de una cabeza desvariada. Un gran delirio se impondrá al pueblo.

Nostradamus

«Quien probó la dulzura meliflua de los frutos del loto, ya no pensó jam ás ni en la exploración ni en la vuelta a casa.../ Pero de nuevo los traje, entre gemidos y a la fuerza, a la orilla ,/ Y, arroján­dolos bajo los bancos de la nave, los até con cuerdas»1: Estos versos lo ponen de relieve. La historia de la m em oria robada es antigua. Se rem onta a la mismísima mitología. H om ero lo ha captado en el can­to IX de la Odisea. Allí encontram os a su héroe que, de vuelta de Tro­ya a ítaca, ha perdido de nuevo la ruta. Toda su flota de doce naves echa el ancla frente a una costa desconocida donde va a ser testigo de una especie arcaica de amnesia inducida po r las drogas: dos com­pañeros elegidos y un heraldo que los acom paña, m andados en avanzadilla para explorar la isla, son recibidos de m anera inespera­dam ente amable po r los habitantes, que les obsequian hospitalaria­m ente. Sin embargo, si se observan más detenidam ente, los amisto­sos anfitriones se manifiestan como si fueran una prefiguración en los tiem pos antiguos de la actual sociedad de diversión y drogas: son los lotófagos, que han puesto su droga de «estilo vital» total­m ente al servicio del olvido. Se trata de u n fruto de grato sabor, tras

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cuyo disfrute tam bién los exploradores de Ulises em prenden inm e­diatam ente el camino hacia un nirvana total que les hace olvidar to­dos los objetivos y tareas: olvidar, tal es la m eta del retorno de Ulises a casa, olvidar es la tarea de la exploración. Si uno se entrega al pla­cer de la droga y a la dulzura de un paraíso, sólo puede ser arranca­do del mismo bajo protestas y graves manifestaciones de desha­bituación. Sólo venciendo una gran resistencia consigue Ulises que sus com pañeros vuelvan entre gemidos a las naves, donde son atados a los bancos de los rem eros para que no vuelvan a la embriaguez del olvido.

Hoy día, ¿se som etería Ulises a este esfuerzo? Difícilmente. In­cluso cabría imaginarse a un héroe sin m em oria, «un trapecista en la cúpula del circo... que no supiera qué hacer» (Alexander Kluge) y que tras la m era lectura del periódico de ayer se considerase un historiador. A causa de su débil m em oria, no notaría si la cosa pú­blica a la que pertenece se iba a regir según el lem a «Vale la pala­bra rota». Ya habría cam biado ítaca po r futuras metas en M arte o en la investigación de las células m adre. Ya habría hecho realidad el poem a del olvido de Nietzsche, «El sol se hunde» (Die Sonne sinkt, del ciclo Ditirambos de Dionisos):

Rings nur Welle und Spiel.Was je schwer war,Sank in blaue Vergessenheit,Müssig steht nun mein Kahn.Sturm und Fahrt. - wie verlernt er das!

[En derredor sólo olas y juego./ Lo que era pesado/ se hundió en el olvido azul./ Laboriosa está mi barquilla./ Tormenta y travesía: ¿cómo las olvidará?]2

Son versos que vienen de lejos: del Leteo, la corriente del olvido

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que, a más tardar desde el siglo XIX, se ha ido am pliando hasta con­vertirse en un m ar del olvido. Se trata de un olvido bajo el signo de una m odernización que abarca todos los ámbitos de la vida y que viene acom pañada de turbulencias producto de la aceleración, quiebras de continuidad y ruinas de la tradición en una p roporción hasta ahora desconocida. Cuando R einhart Koselleck constata la aceleración de la experiencia como criterio central de la M oderni­dad, se está refiriendo sobre todo a la experiencia de amnesias ace­leradas, la experiencia de una aceleración sin parangón del olvido.Y en el contexto de esta experiencia resulta natural en tender de nuevo la interpretación de Paul Klee del Angelus Novus com o una anticipación sismográfica de las irreversibles pérdidas de la m em o­ria en form a de paisajes en ruinas y de posm odernas form aciones de desiertos. Es la im agen de una «única catástrofe», a saber, la de la destrucción consecuente de la cultura de la anamnesis en favor de una idolatría hipertrófica del futuro. Con ello se alude a la cul­tura del recuerdo como condición para la hum anidad y para el en­cuentro de una identidad. Es aquella cultura a la que se refería Kier­kegaard cuando establecía que la vida debe ser vivida hacia delante aunque sólo pueda entenderse hacia atrás.

Es decir, la descripción del «ángel de la historia» po r parte de Benjam in com o m etáfora de esta pérd ida de la com prensión retrospectiva del ser hum ano y de la historia de sus errores en con­tinua renovación. Retrospectivam ente, el ángel benjam iniano re­conoce la historia de la destrucción de la cultura anam nética al rit­mo acelerado del progreso de «invenciones y disoluciones» (Durs G rünbein): «Allí donde se nos presenta un a cadena de aconteci­m ientos, allí (el ángel de la historia) ve sólo u n a única catástrofe, que sin cesar acum ula ru in a sobre ru ina y las arroja a sus pies. El quisiera detenerse allí, despertar a los m uertos y acum ular lo de­rribado. Pero del paraíso sopla un a to rm en ta que se ha p rend ido en sus alas y es tan fuerte que el ángel ya no las puede cerrar. Esta

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to rm en ta lo em puja sin cesar hacia el futuro, al que vuelve la es­palda, m ientras el cúm ulo de ruinas crece ante él hasta alcanzar el cielo»3.

Todavía está po r hacer una descripción m inuciosa de la génesis de este cúm ulo de ruinas del olvido. Ya existen ensayos de una his­toria cultural de la dialéctica entre recuerdo y olvido. M encionemos aquí sobre todo el ejem plar estudio orientado con criterios de lite­ratura m undial de H arald W einrich, Lethe: Kunst und Kritik des Ver­gessend, y las reflexiones sobre el tem a «recuerdo y olvido» en la se­rie «Poetik un d H erm eneutik»5. Por eso no puede ser tarea de este ensayo recapitular la historia del recordar y del olvidar desde el mi­to de Mnemosyne hasta Auschwitz. Más bien debería ser la reflexión fragm entaria de esa historia del recuerdo fracasado que, ya a fina­les del siglo XIX, hizo surgir la sospecha de que el progreso podría algún día despedir a sus hijos com o «bárbaros ilum inados po r la electricidad» (T heodor Fontane).

En esta historia del olvido y del recuerdo, W einrich distingue, entre otras cosas, entre olvido privado y olvido público, entre olvi­do ordenado (jurídicam ente) y olvido prohibido (con referencia a los entuertos y delitos cometidos contra los D erechos hum anos). Llega, sin em bargo, a una síntesis inquietante que m erece la pena seguir en sus motivos ocultam ente públicos. En efecto, W einrich lle­ga al resultado siguiente: «El pensam iento filosófico de Europa, tras las huellas de los griegos, ha buscado la verdad durante m uchos si­glos en el lado del no-olvidar y sólo en la época m oderna ha hecho el intento, de m anera más o m enos vacilante, de adm itir una cierta verdad incluso en el olvidar»6.

Al olvido, al m enos en la época m oderna, se le puede reconocer u n a peculiar verdad. Reducida a una fórm ula breve, es la verdad de la destrucción de la m em oria. Es una verdad que se rem onta al si­glo XVIII. El odio al pasado que dom ina la M odernidad comienza sobre todo en la Revolución Francesa, con la destrucción de la me-

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m oría del Antiguo Régimen. En el Fausto, G oethe ha trazado de m anera m etafórica el protocolo de esta pérd ida de m em oria que avanza a pasos agigantados bajo el signo del odio al pasado y de la aniquilación napoleónica de la antigua m em oria, hasta llegar a la li­quidación, en el caso de Filem ón y Baucis, de aquellos restos de la A ntigüedad en los que G oethe veía el últim o baluarte frente al avance de la barbarie. Cuando en el Diván de Oriente y Occidente de­cretaba para la posteridad de m anera expeditiva: «Quien no sabe darse cuenta de tres mil años, se queda desvalido en la oscuridad, po r más que viva el día a día», no hacía más que en tender la for­m ación como participación en la m em oria de la hum anidad.

En 1848, G rillparzer sacará de todo ello la consecuencia para la u lterior m archa de la hum anidad: «Del hum anism o a la bestialidad a través del nacionalismo». La secularización de todas las relaciones de la vida com ienza bajo el signo de una rápida aceleración y de la leva de cualquier anclaje en una molesta m em oria. Se trata pues de arrojar po r la borda supuestos lastres en favor de una exclusiva orientación hacia el progreso. Al mismo tiem po se m arca un cisma tem poral: po r una parte, el rom anticism o como proyecto de u n a re­cuperación forzada de la m em oria cultural que, en trance de desa­parición, apela a la Edad Media; po r otra parte, como rup tu ra con u n a sociedad que progresivam ente va perd iendo la m em oria en aras de grandes proyectos e ideologías para una optimización eco­nóm icam ente orientada de la sociedad m undial. Un proceso que se acom paña de ulteriores y radicales rupturas de continuidad de la m em oria en form a de guerras mundiales, quem a de libros y revuel­tas sesentayochistas. Pero sólo en la sociedad global de la inform a­ción del siglo XXI parece que este proceso ha conseguido u n a di­m ensión que am enaza con superar todos los estadios hasta ahora alcanzados: tanto en el carácter ilusorio del supuesto alivio de la me­m oria m ediante los sistemas digitales como en la tendencia a la liqui­dación de las instituciones tradicionales de la m em oria (bibliotecas,

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teatros, óperas, museos, etc.). Y todo ello favorecido, entre otras co­sas, po r la rápida pérd ida de la m em oria iconográfica de la tradi­ción antigua, cristiana y clásica así com o po r un sistema de educa­ción orientado funcional y exclusivamente a la com petencia del futuro y po r un a carencia em pírica po r parte de los m undos virtua­les de los m edios y de la inform ación.

W einrich ha form ulado de m anera escueta que el p retend ido ali­vio que suponen para la m em oria los sistemas digitales no es más que u n grandioso sistema de auto-engaño: «Almacenar datos supo­ne olvidarlos»7. De hecho, po r ejem plo, la BBC ha adm itido ya la pérd ida de grandes cantidades de m aterial de la prim era época de la televisión. Las grandes empresas se van viendo poco a poco obli­gadas a realizar enorm es gastos para am pliar su com petencia IT y reducir la fragilidad de sus datos. La esperanza de poder echar ma­no de inform aciones históricas más allá del horrip ilante corto espa­cio de tiem po que ofrecen las posibilidades de alm acenam iento di­gital se une m ientras tanto a la u top ía de un Storage Area Networking (SAN): un a utopía, en efecto, ya que esta form a y posibilidad de su­pervivencia de las inform aciones supondría, entre otras cosas, la dis­tribución de copias en diferentes lugares del m undo y el uso de ins­trum entos de alm acenam iento de todos los productores, cuyos productos deberían corresponder po r consiguiente al estándar SAN. Es decir, la salvación de la torre digital de Babel m ediante el recurso a u n único lenguaje estándar de todos los instrum entos de alm acenam iento.

Tanto a los apocalípticos como a los evangelistas de la edad digi­tal, con su m em oria de corto plazo técnicam ente limitada, ya Hans Magnus Enzensberger les ha recordado el aspecto más im portante del tema, un aspecto que, sin embargo, hasta ahora se ha tenido po­co en cuenta. No se han advertido las implicaciones culturales de es­te hecho (el de la m em oria a corto plazo). Al parecer, todo se orien­ta a que podam os advertir «cada vez más cosas» a «corto plazo»8.

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Así pues, ¿no serán los sistemas digitales la llegada definitiva de Ulises a los lotófagos? Estos sistemas digitales, ¿no serán quizá la lle­gada sin viaje de retorno, sin posibilidad de recurrir a las naves de la tradición que él ha quem ado tras de sí? En todo caso, constituyen un a situación de am enazadora am nesia colectiva para la que podría valer el com entario irónico de G oethe en sus Xenia: «Con gusto me libré de la trad ic ión / y me sentía totalm ente orig inal./ Sin em bar­go, la em presa es a rd u a / y supone una gran tortura».

Sin em bargo, de repente parece aproxim arse la redención de la «gran tortura» que supone la pérd ida de m em oria de los lotófagos a través de ese órgano, el cerebro hum ano, que, al parecer, todavía supera todos los rendim ientos del ordenador. El presente ensayo se cierra con la perspectiva puesta en promesas neuronales. Todavía hoy sigue sin entenderse todo el proceso que va desde la percep­ción hasta la recuperación del recuerdo. Sin em bargo, los conoci­m ientos que se van adquiriendo en el cam po de la neurobiología ponen de manifiesto que el m undo del recuerdo del hom bre po­dría activarse o bloquearse desde fuera m ediante elem entos opera­tivos. No es de extrañar que el consultor bioético del presidente norteam ericano George W. Bush, Leon Kass, en un docum ento con el título Beyond Therapy (Mas allá de la terapia), haya aludido a las posibilidades futuras de un «management» farm acéutico del re­cuerdo con consecuencias definitivas para la sociedad hum ana. U na sociedad en la que, según los cálculos estadísticos, a más tardar en el año 2050, uno de cada seis habitantes del p laneta será mayor de cincuenta años y en la que la dem anda de potenciadores de la m em oria podría hacer surgir gigantescos m ercados de ventas. Con ello se solucionaría de m anera inesperada el problem a de las am­nesias colectivas provocadas po r los procesos de envejecimiento y se podría contradecir al bachiller de G oethe (en la segunda parte del Fausto) cuando, con precipitado convencimiento, afirmaba: «¡Por supuesto! La edad es una gélida fieb re / En el hielo de una

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necesidad llena de quim eras./ Cuando uno supera los tre in ta ,/ Ya es­tá casi m u erto ./ Lo m ejor sería aplastaros a tiempo».

Pero aun sin los potenciadores farm acéuticos de la m em oria se nos prom ete la esperanza. El fenóm eno de envejecim iento social po dría ab rir tam bién un a nueva fase de la historia del recuerdo en la m edida en que el hom bre esté dispuesto a definir el nuevo estado antropológico del envejecim iento de m anera positiva. En su libro Das Methusalem Komplott (El complot de Matusalem), F rank Schirrma- cher recom ienda en todo caso a los gerontes que se defiendan con­tra la discrim inadora ideología de la ju ven tu d hoy d ía dom inante y que no elijan esa falsa salida de la tram pa del envejecim iento que en las culturas occidentales está de moda: «...la infantilización de los medios, de los roles sociales y de la opinión pública. El hecho de que precisam ente en los países en los que ha habido un considera­ble descenso de la natalidad libros com o Harry Potter estén desde ha­ce años en lo más alto de las listas de ventas no deja n inguna duda acerca de quiénes son los lectores propiam ente dichos de esos li­bros. Lo mismo puede decirse con referencia al culto de reviváis en bebidas, alim entos, coches, películas y emisiones de televisión: to­dos ellos constituyen los contenidos de recuerdo de u n a genera­ción que no ha tenido n inguna otra experiencia histórica y que, co­mo P eter Pan, p re tend e obviar la vejez ju g an d o 9.

»El envejecimiento se podría obviar a través de una m odificación del horizonte de expectativas. En efecto, la expectativa de que los rendim ientos de la m em oria disminuyen a m edida que avanza el proceso de envejecimiento puede conducir, como dem uestran algunos estudios, a un a peo r capacidad de recuerdo. Y esto, sólo porque provoca un m eno r esfuerzo y u n a resignación prem atura, hace que el uso de estrategias adaptadoras parezca irracional y que el reto se evite y no se acuda a la ayuda médica. No piense usted an­te tales afirmaciones en una edad avanzada. Piense en los próxim os decenios que se le avecinan. El 95% de las discriminaciones que

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nuestra autoconciencia sufre tienen que ver con el hecho de que al ser hum ano se le presupone un descenso de su capacidad de ren­dim iento. La ideología de los has beens, de los consumidos, sobre to­do en las profesiones creativas, hace tiem po que ha pasado a los res­tantes ámbitos sociales. En realidad, la representación del descenso de capacidad m ental no es otra cosa que un constructo mezcla de m iedo y prejuicio10.

»Sin embargo, el constructo de este prejuicio se vería contradicho po r pruebas científicas. Los resultados de algunos ensayos ponen efectivamente en entredicho este prejuicio. En las personas que par­ticiparon en los experim entos se constató una disminución del “nivel de rendim iento del recuerdo”, pero no de la capacidad memorística.Y Wolf Singer, director del Instituto Max Planck de Investigaciones Cerebrales de Fráncfort, puede dem ostrar que la experiencia deja en el cerebro estructuras que com pensan la rapidez juvenil y que la per­sona experim entada adopta atajos que el joven no conoce»11.

La revitalización de la vejez como proyecto de política social de fu tu ro 12 podría abrir tam bién nuevas perspectivas a la m em oria. Sea como fuere, con ello tendríam os un nuevo argum ento contra el irrespetuoso bachiller que en la segunda parte del Fausto se enfren­ta al Mefisto disfrazado de profesor con la afirmación: «¡Por su­puesto! La edad es una gélida fieb re / En el hielo de un a necesidad llena de qu im eras./ Cuando uno supera los tre in ta ,/ Ya está casi m u e rto ./ Lo m ejor sería aplastaros a tiempo.»

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1803: Napoleón o el borrón y cuenta nueva de la antigua memoria

I

Ya en época tardía, en 1820, y en un pasaje recóndito, G oethe ha resum ido en dos oraciones la génesis de la dism inución colectiva de la m em oria en la M odernidad que entonces se anunciaba: en el en­sayo Über Kunst und Altertum y bajo el epígrafe «Klassiker u n d Ro­m antiker in Italien, sich heftig bekäm pfend» («Clásicos y rom ánti­cos a la gresca en Italia») ha hecho el balance de la misma, la suma de la pérd ida de m em oria provocada po r la Revolución Francesa y la Resolución Fundam ental de la D iputación del Reich de 1803: «Quien sólo se ocupa de lo pasado, corre finalm ente el peligro de encerrar en su corazón lo adorm ecido, lo que ya nos resulta m om i­ficado y seco. Sin em bargo, precisam ente ese atenerse a lo pasado produce en cada época una transición revolucionaria en la que es imposible contener o dom inar lo nuevo que viene em pujando, de tal m anera que se deshace de todo aquello cuyas preferencias no re­conoce, cuyas ventajas no quiere utilizar más».

Ya en 1789, la Revolución Francesa se había deshecho de todo aquello que hacía referencia a la religión, al declarar p ropiedad na­cional, m ediante decreto, todas las posesiones eclesiásticas en Fran­cia. Sin em bargo, no se ha contentado con ello. En efecto, la rup­tura con el Anden régime y con la tradición cristiana debía realizarse de m anera aún más radical y desde un a dim ensión espiritual tan profunda que hasta hoy sigue sin tener parangón. El poder de los tiem pos antiguos debía tocarse en su núcleo más íntim o y ser eli­m inado de raíz a través de una profunda reform a de la visión anti­gua del tiem po. Bien es verdad que, ya en 1582, el poder de la Igle-

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sia había conseguido hacer desaparecer del calendario ju liano , que hasta entonces servía de cóm puto del tiem po, once días. El nuevo amo del tiem po y sim ultáneam ente del po der eclesiástico, el papa Gregorio XIII, había conseguido que al 4 de octubre le siguiera el 15 del mismo mes. Pero los nuevos señores de la Revolución iban, po r el contrario, m ucho más allá. Ellos querían sencillam ente des­cristianizar el tiem po. En la Asamblea Nacional de París se decidió no sólo u n a aparatosa reform a del calendario tradicional, sino la com pleta elim inación de la identidad de una cultura de aproxim a­dam ente mil ochocientos años dentro del cóm puto cristiano del tiem po. En efecto, a través de la decisión de la Asamblea Nacional, el año 1792 se convirtió en el año uno. A partir de entonces los m e­ses dejaron de llamarse septiem bre, octubre o noviem bre, para pa­sar a denom inarse Vendémaire, Brumaire, Frimaire.

N unca la razón ha vuelto a soltar am arras de m anera tan radical, a la luz de la Ilustración, de todos los anclajes de la m em oria y de la tradición. Pues no sólo se quedaba en el nuevo cóm puto del tiem po del año uno, se p re tend ía tratar el cóm puto del tiem po de m anera tan racional como el m etro patrón que se guarda en el Archivo Es­tatal de Francia. El calendario de la Revolución tenía efectivamen­te doce meses, pero, para com pletar el radical ataque al sistema del tiem po tradicional, se hizo decimal. El triunfo de la obediencia a la razón durante la Revolución Francesa y los excesos de esta form a de guillotina los ha ironizado G oethe m ediante el reproche que Me- fisto (en el «Prólogo en el cielo») dirige a Dios: «Un poco m ejor viviría (el hom bre) / si no le hubieras dado el brillo de la luz celes­te ./ Él lo llama razón y sólo la u sa / para ser más anim al que cual­quier otro animal».

En Europa, a más tardar desde la Revolución Francesa, la m etá­fora de la erradicación y elim inación de la m em oria y del recuerdo está indisolublem ente un ida de m anera inm ediata con el concepto del progreso como u n ordenam iento del tiem po orientado exclusi­

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vam ente hacia el futuro. No es casual que la tecla de borrado haya llegado a constituirse en uno de los elem entos más im portantes del ordenador. N apoleón anticipó este desarrollo hace ya tiem po. En 1806, en señal de su poder, elim inó de nuevo el calendario revolu­cionario. Los rebeldes franceses de la Revolución de 1830 no pu­dieron m odificar nada a pesar de que, al parecer en recuerdo del antiguo calendario de la Revolución Francesa de 1792, dispararan a las torres de las iglesias.

Por lo demás, ya con anterioridad a 1806, N apoleón se había ma­nifestado como el ejecutor de todo aquello que la Revolución Fran­cesa había introducido hacía catorce años. El 25 de febrero de 1803, la Resolución Fundam ental de la Diputación del Reich en Ratisbo- n a llevó a cabo, de una m anera posrevolucionaria que superaba confines y naciones, un bo rrón y cuenta nueva de la antigua m e­moria. Como un estratega de la guerra relám pago avant la lettre, en Ratisbona dio el em pujón definitivo a aquello que ya se estaba ca­yendo. Allí comenzó una gran limpieza, u n barrer las antiguas y m e­m orables tradiciones del anquilosado Sacro Im perio Rom ano Ger­m ánico bajo la form a de una gigantesca m edida de expropiación: la partición de todos los territorios eclesiásticos (excepto Maguncia) y la cesión de 45 de las 51 ciudades libres del Reich a los príncipes se­culares com o resarcim iento po r las posesiones de la orilla izquierda del Rhin que habían pasado a form ar parte de Francia. Constituyó u n proceso de am nesia político-educativa y cultural-teológica que, en un abrir y cerrar de ojos, implicaba a cuatro antiguos arzobispa­dos, 18 obispados y 300 abadías, colegiatas y conventos. Finalm ente, en el desarrollo de la secularización incluso se llegó a aniquilar la antigua Iglesia im perial y la población católica fue reducida a una posición de m inoría.

Fue una rup tura de continuidad bajo la bandera de la Ilustra­ción que ha tenido consecuencias paradigm áticas hasta la más re­ciente actualidad, y cuyo diagnóstico ha realizado Thomas Hett-

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I

che 13 sucintam ente con palabras que, con leves correcciones, tam ­bién pueden valer como análisis del espíritu de época de después de 1803: «Posiblemente, la dificultad de un a descripción de las m o­dificaciones sociales actuales resida en que la pérd ida es su m o­m ento central. Pues la carencia a la que nos acostum bram os poco a poco produce sus propios fantasmas y quim eras. Esto se manifiesta con especial claridad en la esfera cultural. Bibliotecas y teatros, pe­riódicos e im prentas, televisiones públicas y universidades, a través de todos los palacios abiertos de nuestra cultura vagan todavía los espíritus de un brillo pasado y las quim eras de la nueva opinión pú­blica de oropel. Juntos se cubren de tal m anera que no se trata ya de sentim entalismos frente a tradiciones íntimas, sino que nuestra sociedad se encuentra ante la cuestión de qué es lo que de sí misma quiere y puede conservar. Pues preguntarse po r las condiciones del coleccionar, preguntarse po r las modificaciones del conservar y ol­vidar y, po r consiguiente, po r nuestra m em oria es la pregunta po r nuestra propia auto-com prensión.

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Odio al pasado. El Dr. Fausto, contemporáneo de la Modernidad

II

Cuando, en 1820, Goethe, como ya hemos m encionado y en rela­ción con la génesis de la disminución de la m em oria colectiva de una M odernidad que ya se anunciaba, anotaba que «lo nuevo que viene em pujando [...] se deshace de todo aquello cuyas preferencias no re­conoce, cuyas ventajas no quiere utilizar más»14, no estaba sino cons­tatando aquello que él, el 22 de marzo de 1832, en conversación con Eckerm ann, com pletaría más exhaustivamente con una lacónica de­finición de barbarie: «Pues ¿en qué consiste la barbarie sino en no reconocer lo excelente?»’5. U na definición que está en relación in­m ediata con la suspicacia de Goethe frente a los rom ánticos alema­nes de Roma, de los cuales llegó a afirmar: «No parece que hayan ido a Roma para aprender algo de los grandes maestros» . Es decir, de nuevo estamos ante la desgraciada corriente rom ántica a la que en otro pasaje Goethe ha calificado de enfermiza. Ahí aparece como si­nónim o de incapacidad de reconocer y, al mismo tiempo, de m em o­ria reducida. Como una m em oria que, efectivamente, em prende de nuevo el ensayo de recordarse pero que ya está m arcada po r la fra­gilidad del recuerdo, en el sentido de aquella liquidación a largo pla­zo de las cuentas de tres mil años de los que Goethe, al final de su vi­da, hace balance con las palabras: «¿Qué soy? ¿Qué he hecho? Sólo recogí y utilicé todo lo que me vino ante los ojos, los oídos, los senti­dos... Todos vinieron y me aportaron sus pensamientos, su poder, sus experiencias, su vida y su ser; así a m enudo pude recoger lo que otros habían sembrado; la obra de mi vida es un ser colectivo y esta obra lleva el nom bre de Goethe»17. Y las condiciones debidas a la memo-

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ría de este ente colectivo las ha expresado Goethe, en fórm ula rima­da, en el poem a Gott, Gemüt und Welt («Dios, alma y m undo»):

Ein holder Born, in welchem ich bade,Ist Überlieferung, ist Gnade.

[Una deliciosa fuente en la que me baño, es tradición, es gracia.]

Y a la m em oria de largo plazo de Goethe, en form a de una m e­m oria «colectiva» de lo excelente de la tradición, la selectiva m em o­ria a corto plazo de los rom ánticos le resulta un bastión insuficien­te frente al avance de la barbarie. También en conversación con el filólogo K. J. Sillig ha explicado, el 30 de ju lio de 1830, la necesidad de otra m em oria de largo plazo que incluya la A ntigüedad con es­tas palabras: «Nosotros viviríamos en la barbarie si de diferentes ma­neras no se hubiera conservado ningún resto de la Antigüedad».

Hay que tener en cuenta esta frase para calibrar la cantidad de futuros actos de barbarie en Europa que G oethe está anunciando en el acto V de la segunda parte de la tragedia de Fausto de m anera metafórica. Goethe, que ha sellado preventivam ente la segunda parte como la caja de Pandora, esboza aquí nada m enos que el es­cenario del m oderno odio al pasado, el odio a todos los restos de la A ntigüedad. Es Fausto quien, como protagonista de este odio bár­baro al pasado, ahora bajo el signo de u n a hipertrofiada orienta­ción hacia el progreso y el futuro, hace liquidar los restos de la A ntigüedad que le m olestan utilizando a sus tres voluntariosos esbi­rros. Son las figuras mitológicas de Filem ón y Baucis que, como pa­cífica pareja de la m em oria clásica, viven asentados en la parcela de Fausto, a quien, incapaz de ver o tra cosa que no sea el futuro, su vie­ja cabaña le resulta com o una china en el zapato. En un acto de bar­barie, protagonizado po r sus dispuestos ayudantes, perecen vícti­mas de un incendio. Con ello Fausto elim ina al mismo tiem po la

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antigua cultura de la m em oria. Pues el Zeus que, disfrazado de ca­m inante, ha sido recibido hospitalariam ente po r Filem ón y Baucis en su cabaña es igualm ente liquidado por el esbirro de Fausto. Es decir, G oethe dem uestra aquí, en form a de brom as muy pesadas, las consecuencias tardías de la liquidación religiosa de la Revolución Francesa y de la Resolución Fundam ental de la D iputación del Reich de 1803, con lo que, no en últim o lugar, G oethe está desa­probando tam bién de m anera provisional todas las ilusiones de una restitución de la m em oria religiosa m ediante los santurrones ro­mánticos.

Son esbirros de rasgos bárbaros los que G oethe hace actuar al servicio de Fausto y que, como dispuestos ejecutores y de m anera fantasmal, anticipan el futuro. En efecto, aquel futuro de barbarie desm em oriada que el h istoriador inglés Ian Kershaw ha investigado penetran tem ente en su gran biografía de H itler18: la interacción en­tre el dictador, au tor principal de la más bárbara guerra en la his­toria de la hum anidad, y la sociedad con rasgos bárbaros que lo pro­dujo. Es el mismo odio al pasado que se manifiesta po r doquier como el ho ndo hon tanar de la barbarie y que entrega a las llamas todo aquello que le parece sin valor.

Ya en época tem prana, G oethe se ha dado cuenta de que este proceso de disolución de la m em oria en form a de quem a de libros era algo terrible. En su niñez ha descrito una quem a pública de li­bros con las siguientes palabras: «Resultaba terrible ver ejercer ac­tos de violencia sobre seres sin vida. Los m ontones de papel estalla­ban en el fuego y eran arrancados y puestos en contacto con las llamas m ediante los atizadores. No pasaba m ucho tiem po y las ho­jas quem adas volaban po r el aire m ientras las masas trataban de co­gerlas...»19.

En la segunda parte del Fausto, G oethe ha m achihem brado este acto de elim inación de la m em oria con el pro totipo absoluto de toda elim inación: la guerra. Es Mefisto el que, en el m encionado

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acto V, revela el secreto de los dispuestos ayudantes y de m anera iró­nica lo señala con las palabras: «Guerra, comercio, piratería. Tres y una misma cosa, inseparables, son». Y G oethe ha fijado con exacti­tud, cosa que hasta ahora no se ha advertido suficientem ente, el lu­gar histórico de las futuras elim inaciones bélicas, el lugar en el que surgirían los guiones de bárbaras guerras y radicales rupturas de continuidad de la m em oria bajo el signo de una militarización pau­latina de todos los ámbitos de la vida: Berlín. Goethe, que se ha de­signado a sí mismo como un hijo de la paz, se ha convertido en un consecuente negador de Berlín, después de que en mayo de 1778 tuviera que acom pañar al duque de W eimar a la capital. A Charlot­te von Stein le manifiesta sus sensaciones «en la fuente de la guerra [...] en el m om ento en que com ienza a borbotear con palabras de implacable desilusión y profecía». Son frases que prevén la futura barbarie que él form ula con las siguientes palabras: «Cada vez más se m archita la floración de la confianza en la apertura, del am or en­tregado [...]. Y el brillo de la ciudad real (Berlín) [...], que no sería nada sin los miles y miles de seres hum anos que ya se han ofrecido sacrificados po r ella»20.

Y no es casualidad que G oethe acuñara, más de cuarenta años después, en noviem bre de 1825, en una carta dirigida a Berlín, aquella fórm ula de la M odernidad en la que él expresa de m anera certera estas tem pranas previsiones: «Todo velociféricam ente»21. Tras esta fórm ula se oculta no sólo la percepción sismográfica que G oethe tiene de la precipitación y de las tendencias de aceleración de su tiem po22. También puede entenderse com o la más profunda fundam entación para las pérdidas de m em oria de la M odernidad. Sólo bajo este últim o aspecto debe considerarse y explicarse este concepto de G oethe en lo que sigue, a saber: la elim inación de la m em oria del pasado y del presente a favor de un futuro de movili­zación más acelerada y total. En este sentido actúa tam bién la p reo­cupación. En el últim o acto del Fausto G oethe la ha caracterizado

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como la representante om nidom inante de esta conciencia de la orientación al futuro que posee el hom bre m oderno con las pala­bras: «Si alguna vez m e poseo, de nada sirve el m u n d o / E terna os­curidad b a ja / El sol ni se hunde ni se levanta./ Sea placer, sea la­m e n to / Él pospone para el o tro d ía ./ Sólo el futuro es p re sen te / Y así nunca se acaba».

G oethe ha expresado la fórm ula de las pérdidas de m em oria de la M odernidad en la posdata de su escrito de noviem bre de 1825 (a su sobrino nieto Nicolovius, en Berlín), posdata que no ha llegado a enviar. La ha guardado como la segunda parte del Fausto, porque seguía su m áxima de decir a los otros sólo lo que podían admitir. Y en 1825 se habría entendido difícilmente, ya que precisam ente lo velociférico ha sido denom inado po r G oethe «como la mayor des­gracia de nuestra época que no deja m adurar nada [...] y así sigue viviendo al día».

Sin em bargo, esta m em oria «para vivir al día» de la m oderna so­ciedad de m edios de inform ación que él anticipa la ha entendido G oethe no sólo como un fenóm eno debido a las tendencias velo- ciféricas de su tiem po (entre otras, de la Revolución Francesa, de la aceleración de los m edios de transporte). Él ha en tendido tam ­bién la rápida pérd ida de la cultura anam nética, del recordar lo ex­celente com o un síndrom e de im paciencia y de precipitación p ro­pio de la razón hum ana. En Máximas y reflexiones dice al respecto: «Las teorías son n o rm alm en te p rec ip itaciones de u n en tendim iento im paciente, que gustosam ente quisiera liberarse de los fenóm enos...»23. Ese defecto ontológico del «entendim iento im­paciente» es el que Fausto representa de m anera hipertrófica con su decisión orientada al futuro: «Maldita sobre todo la paciencia». A esta im paciencia es a la que él sacrificará la cultura anam nética, la m em oria y el recuerdo com o condición de la hum anidad. Y cuando G oethe com pruebe que «la vida del hom bre sólo tiene va­lor en la m edida en que tiene alguna consecuencia»24, entonces, im­

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paciente, hará rom per a Fausto con esta consecuencia garantizada po r la m em oria.

Sin em bargo, en el Fausto, G oethe no se ha conform ado con esto. En el segundo acto de la segunda parte y bajo la figura del homunculus, G oethe ha configurado de m anera irónica el m undo opuesto a esas desm em oriadas rupturas con la tradición de su héroe en la figura del homunculus. M ientras que la im paciencia de Fausto rom pe de m anera consecuente con la m em oria de toda tradición y nada desea más ardientem ente que ponerse en m archa hacia el futuro y ser descargado de todo el torm ento del saber, el homunculus va po r otros caminos. Homunculus, com o el nuevo hom bre pretendi­do po r el biólogo m olecular Wagner, es u n producto de la impacien­cia científica (pues Mefisto ayuda a W agner de m anera velociférica en su acto de creación), encerrado en un frasco, aunque po r des­gracia sólo viene al m undo de m anera parcial. In ten ta ahora opti­mizar su existencia a través del recurso consciente a la memoria: a través del recuerdo de la más antigua tradición de la A ntigüedad. Él corrige el fracasado experim ento de la segunda evolución científi­ca de sus desm em oriados productores recurriendo a la sabiduría de la filosofía presocrática. Pero ésta no le señala hacia delante, hacia las expectativas salvíficas de los m odernos, sino hacia atrás, hacia el comienzo de la evolución, con la vista puesta en un nuevo hom bre no científico, más allá del fenotipo im paciente del hom bre anti­cuado. O form ulado de otra m anera y en un contexto del siglo XIX: m ientras que Franz Grillparzer, en m arzo de 1849 (en el poem a Der Leopoldsritter), profetiza a la form ación europea el cam ino hacia la barbarie desm em oriada («El cam ino de la nueva form ación pasa del hum anism o a la bestialidad a través del nacionalismo»25), el ho­munculus de G oethe em prende dialécticam ente el cam ino de vuel­ta a una cultura del recuerdo que la barbarie in ten ta evitar m e­diante el recuerdo de lo «excelente», m ediante el ju icio de una form ación llena de memoria.

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Sin em bargo, Fausto continúa en el cam ino hacia la bestialidad de la desm em oriada autodestrucción que había profetizado Grill­parzer. Es decir, Fausto obtiene aquí de m anera inesperada un a ac­tualidad de política formativa en el contexto de las catástrofes de tradición y m em oria de los m odernos. Y G oethe mismo estaría aquí con su Xenion: «Quizás hayamos sido dem asiado antiguos. Ahora querem os leer más m odernos».

¿En qué m edida podem os leer en clave m oderna a Fausto como pro totipo de la fragilidad de la m em oria y del odio al pasado? ¿No habría llegado m ucho tiem po antes que nosotros al siglo XXI? En to­do caso, hace tiem po que Fausto ha dejado tras de sí las ciencias del espíritu bajo el signo de la palabra en tregada y m em orizada y de la cultura de la escritura desacreditándolas como palabrería selecti­va («no revuelvo más con palabras») y com o náusea del saber («me da asco ese viejo saber»). De repente, com o últim o guardador ma­licioso de la m em oria ya no funciona Fausto, ex hum anista olvida­do de su deber, sino Mefisto. U n cambio de papeles lleno de con­secuencias. W einrich ha indicado al respecto que Mefisto lleva a su víctima, Fausto, «de un olvido a otro hasta que, finalm ente [...] se olvida de sí mismo»26. El diablo cree en el arte del olvido, m ientras que él mismo conserva su única meta, el alma de Fausto, con una m em oria excepcional. La apuesta rubricada con sangre la com enta Mefisto con estas palabras: «Considera b ien que no lo olvidaremos».

Consiguientem ente, Mefisto es el garante último de aquel anti­guo arte de la m em oria, la m nem otecnia, cuyo fundador pasa por ser el poeta Simónides27, quien, sin esperarlo, es llamado po r el por­tero de la sala y después está en situación de identificar, basándose en el o rden de los asientos que va recordando, a los huéspedes que estaban enterrados po r el techo de cuyo derrum bam iento Simóni­des había logrado salir indem ne. Sin embargo, en el caso de Mefis­to hay un a m nem otécnica diabólica, unos rendim ientos memorísti- cos ex negativo, dado que están unidos con el objetivo de elim inar la

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de Fausto. La estrategia de Mefisto para elim inar esta m em oria es so­bre todo de naturaleza velociférica. Pues él sirve ya a Fausto todos los instrum entos de una aceleración orientada hacia el futuro y carente de memoria. Mefisto, muy en la tónica de una sociedad m oderna de medios de inform ación, utiliza el rápido abrigo, la rápida espada, el rápido dinero y el rápido am or para escenificar ante Fausto un pan­dem onio de secuencias cada vez más aceleradas de eventos y sucesos con el objeto de hacer aparecer aquella m em oria como molestia.

M ediante un rápido cambio de lugares y distracciones, Mefisto sum erge a Fausto en una orgía de olvido. No repara en sensaciones y distracciones desorientadoras según el lema: «A éste m e lo arras­tro po r la vida salvaje/ po r la superficial insignificancia». Y de esta m anera el registro de Mefisto para generar crisis de m em oria en la prim era parte de la tragedia va desde el alcohol conjurado en la ta­berna de A uerbach hasta la partición de la m em oria de largo plazo del ya casi sexagenario Fausto: aquí, al rejuvenecer a Fausto unos trein ta años en la cocina de la bruja, Mefisto consigue definitiva­m ente anticiparse a visiones de ciencia ficción propias del siglo XXL Él se sirve ya de los conocim ientos neurobiológicos de los últimos decenios del siglo XX, com o el descifram iento de los mecanismos m oleculares de la m em oria y la perspectiva de una p íldora bloque- adora de la m em oria. Un bloqueador de m em oria que Leon Kass, el consejero bioético del presidente norteam ericano, ha sospecha­do com o futura posibilidad de corroer no sólo a u n a persona sino tam bién, a m edio plazo, a toda la sociedad hum ana. En el caso del doctor Fausto, Mefisto consigue ya la elim inación de toda u na gene­ración de experiencias con el ejem plo de su víctima a la que ha re­juvenecido treinta años. Presenta a Fausto como un fenóm eno tem­prano de la sociedad posm oderna con intervalos generacionales más pequeños al mismo tiem po que poseen una mayor imposibili­dad de aceptación y transferencia de los contenidos de la m em oria y de la experiencia entre generaciones.

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Con la elim inación de la m em oria de largo plazo, Fausto consi­gue el futuro a costa del pasado. Con ello, según los planes de Me­fisto, no sólo se le prepara para la velociférica aventura am orosa con G retchen sino que tam bién se le prepara la m em oria para poder desplazar el am or eterno prom etido a G retchen y todo sentim iento de culpa. Así pues, la pérd ida de la m em oria a través del rejuvene­cim iento de Fausto se presenta como un sistema de detección pre­coz de m odernos mecanismos de desplazam iento de malas acciones cometidas, en la tónica de ese trato con la historia y el pasado que se ha hecho relevante desde el punto de vista histórico y sociopolí- tico tras la Prim era G uerra M undial y nuevam ente tras la Segunda, hasta nuestro más reciente pasado.

En todo caso, Karl H einz B ohrer ha analizado este estado de co­sas en la época inm ediatam ente posterior a 1945 y ha destacado que un gran grupo de alem anes en la posguerra ha elim inado toda re­flexión acerca de la época an terior a la hora cero. Además, la his­toria m oderna, la historia social y la sociología han convertido la historia alem ana en una prehistoria del nacionalsocialismo: «Se tra­ta, po r así decirlo, de una doble reducción, una de derechas y otra de izquierdas, del tiem po histórico. Bien a favor de un olvido que actúa de m anera terapéutica (la variante de derechas), bien a favor de un aislamiento que actúa m oralm ente (la variante de izquier­das) . En ambos casos, ya no se da una m em oria de largo plazo ca­paz de proporcionar una identidad cultural»28.

Fausto mismo describe esa forma de olvido que disuelve la identi­dad y que, po r obra y gracia de Mefisto, actúa terapéuticam ente fren­te a G retchen con las palabras conjuradoras en la escena de la cárcel: «Deja que lo pasado sea pasado, tú me matas», para más tarde, al principio de la segunda parte de la tragedia, «en el lugar ameno», ce­lebrar definitivamente los triunfos de un olvido sin problemas. Rara vez una figura de la poesía ha presentado de m anera tan profunda­m ente metafórica la m odernidad de las curas de bebida, practicadas

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cotidianam ente, del antiguo río del subm undo, el Leteo. Son aque­llas aguas del Leteo que en la representación de los griegos bebían las almas para, a través del olvido de su existencia anterior, preparar­se al renacim iento en un nuevo cuerpo. Virgilio ha descrito en la Eneida este proceso de m anera lacónica con las palabras: «Las almas, a las cuales el hado ha reservado otros cuerpos, beben de las ondas del Leteo, líquido alegre, y así beben un largo olvido»29. «El largo ol­vido», es decir, la exclamación de Fausto «Quede el pasado detrás de nosotros», hace ya tiem po que ha granjeado al héroe de Goethe des­de la perspectiva francesa el grave reproche de ser un carácter in­constante30. Y el mismo T heodor W. A dorno ha sospechado que Faus­to, al final de su apuesta, ha olvidado no sólo todas sus fechorías, sino tam bién a los que com etieron y perm itieron los enredos31. Es la sos­pecha de un olvido que, como Karl Heinz Bohrer advierte, tiene lu­gar notoriam ente en Alemania desde 1945, al querer producir una «identidad cultural [...] sobre la identificación del Holocausto como mito fundacional de la República Federal. Se sustituyó el largo plazo po r la simbología tem poral de corto plazo negativo; la sociología do­m inante de la época de posguerra ha elim inado la dim ensión tem­poral de m anera m etódica porque ella sigue estando interesada sólo en la observación social relevante a corto plazo. A ella se ha adjunta­do el historicismo germ ano occidental socio-histórico»32.

De un apunte de su Tag- und Jahreshefte («Anuarios y dietarios»), de 1804, podem os deducir cómo frente a esto el mismo G oethe ha ofrecido de m anera consciente lemas para el trato con el pasado al Mefisto po tenciador del olvido velociférico: «Evocaba con tranqui­lidad lo pasado para, a mi m anera, p robar en él el presente y sacar de él el futuro o, al m enos, preverlo». Por consiguiente, en la his­toria de los alemanes, ¿es G oethe tam bién en este aspecto lo que Nietzsche ha sospechado, es decir, «un incidente sin consecuen­cias»? Sin em bargo, tam bién en G oethe hay una prevención radical: «Nosotros vivimos de lo pasado y perecem os en lo pasado»33.

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De m anera expresa ha señalado el presente como «la única dio­sa que yo adoro...»31. A unque en todo caso, en el sentido de un p re­sente que com prende el pasado y el futuro. No obstante, tam bién G oethe ha conocido el don de olvidar. Pero él dom inaba sobre to­do el ars memoriae, el arte del recuerdo. Sí, este arte de la actualiza­ción de lo m ejor del pasado se puede considerar como uno de los secretos de su productividad y de su falta de envidia. «Quien tiene m em oria, no debería envidiar a nadie», anota el 2 0 de octubre de 1775 en su diario de viaje. Cuando, en conversación con Zelter, re­sume «las relaciones lo son todo. Es más, las relaciones son la vida misma», está diciendo en definitiva que la m em oria y el recuerdo son los que fundan estas relaciones en un inconm ensurable cosmos de sus obras. Y son tam bién la m em oria y el recuerdo los que han posibilitado lo que G oethe ha entendido com o vida en su más pro­funda intim idad. «Suave pensar y dulce re c o rd a r/ Es vida en su más profunda intim idad . » 35

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«Los legionarios del momento» o el auto de fe de la memoria

III

La vida de Goethe, que en su más profunda intim idad se funda en un vivo recuerdo, su form ación como participación en la m em o­ria de lo m ejor de la hum anidad se convierte m edio siglo después para Nietzsche en la línea m aestra de su juicio sobre los «desme­m oriados legionarios del m om ento» de la era guillermina. Contra el espíritu de la época ha defendido este criterio en 1873-1874 con las siguientes palabras: «Hace poco, alguien ha pretendido ense­ñarnos que G oethe a sus 82 años estaba agotado; y, sin embargo, cambiaría un par de esos años del G oethe agotado po r todas las ca­rretadas llenas de currículos vitales frescos y m odernísim os a cam­bio de poder participar en conversaciones com o las que tuvieron Eckerm ann y Goethe, para de esta m anera perm anecer libre de to­dos los adoctrinam ientos acordes con el tiem po que im parten los legionarios del m om ento»36. Pocos años más tarde, Nietzsche, en Humano, demasiado humano, identificará a estos legionarios del m o­m ento como el comienzo de una barbarie desm em oriada. Y esto to­talm ente con el signo de las tendencias velociféricas del siglo que Goethe había diagnosticado. Nietzsche entiende a los «legionarios del m om ento» como inquietos velociféricos. Y continúa describien­do a continuación la penetran te visión de G oethe sobre «la mayor desgracia de nuestro tiempo» con las siguientes palabras: «Desde la carencia de tranquilidad nuestra civilización se precipita hacia una nueva barbarie. En n ingún otro tiem po han valido tanto los activos, es decir, los intranquilos. Por consiguiente, una de las necesarias co­rrecciones que se deben em prender en el carácter de la hum anidad

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consiste en fortalecer en gran m edida el elem ento contem plati­vo»37. Las pérdidas de percepción y m em oria unidas a la inquietud las ha descrito Nietzsche con las palabras: «En la enorm e acelera­ción de la vida, el espíritu y el ojo se acostum bran a un m edio ver y a un m edio juzgar»38.

Por ello, para prevenir las rápidas pérdidas de m em oria de los m odernos, Nietzsche exige una desaceleración del tiem po, un per­catarse del propio hacer m ediante el fortalecim iento del elem ento contem plativo y el recurso a una form ación rica en recuerdos. Nietzsche m enciona esta form ación de G oethe cuando ya en 1881 anota resignado: «Cuando los alem anes em pezaron a resultar inte­resantes para los demás pueblos -y esto no hace m ucho tiem po- su­cedió gracias a una form ación que ya no poseen, una form ación que incluso han tirado po r la borda con un enorm e celo ciego, co­m o si hubiera sido una enferm edad y no supieran otra cosa m ejor que hacer que cambiarla po r la locura política y nacional»39.

Fue aquella «locura política y nacional» a la que, en Berlín, se ha anticipado G oethe en 1778 con los ojos puestos en esa «ciudad real»40. Sin em bargo, a esta ciudad real, que m ientras tanto se había convertido en capital del Im perio alem án, Nietzsche le profetiza, ya en 1873, es decir, poco después de la victoria sobre Francia, «una de­rro ta total» desde el aspecto de un a cultura y u n a hum anidad fun­dadas en la m em oria. A los legionarios del m om ento les avisa con las siguientes palabras: «Una gran victoria es un gran peligro. La na­turaleza hum ana la tolera más difícilm ente que u n a derrota; inclu­so parece ser más fácil lograr sem ejante victoria que soportarla sin que de ella suqa una derro ta más grave. Sin em bargo, de todas las consecuencias malignas que la guerra que hem os tenido con Fran­cia arrastra consigo, quizá la peo r sea un erro r am pliam ente difun­dido, incluso un erro r general: el erro r [...] de que tam bién la cul­tura alem ana ha vencido en esa lucha [...]. Esta locura es altam ente perniciosa [...] porque está en situación de transform ar nuestra vic­

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toria en una com pleta derrota: en la derrota, yo diría incluso, en la extirpación del espíritu alem án a favor del Im perio alem án»41.

U na «extirpación» tam bién de la m em oria que en 1886 Nietzs­che ha com entado sarcásticam ente en Más allá del bien y del mal con el aforismo: «Bienaventurados los olvidadizos pues ellos aca­ban con sus tonterías»42. Y tam bién ha descrito los procesos de eli­m inación que acom pañan a la locura política y nacional, inclusive sus continuaciones en los siglos XX y XXI de m anera clarividente: «“Eso lo he h ech o ”, dice mi m em oria. “Eso no puedo haberlo he­cho”, dice mi orgullo, y se queda impasible. F inalm ente mi m e­m oria cede»43.

W einrich nos ha advertido que la posición de Nietzsche en tre el recuerdo y el olvido no es fácil de determ inar. La cuestión sería «si él tenía un posicionam iento al respecto y si él, que en sus clases de retórica en Basilea en el sem estre de invierno 1872-1875 incluía el ars memoriae (arte de la m em oria), en general estaba inform ado so­bre la idea contraria de un ars oblivionalis (arte del olvidar)»44. Es se­guro que Nietzsche aboga en el sentido de la advertencia de Goethe: «Todos nosotros vivimos del pasado y perecem os po r el pasado»45, y en su escrito De la utilidad y desventajas de la historia para la vida lo ha­ce en favor del arte del olvidar que tan exitosam ente practica Me­fisto en el Fausto. Un golpe liberador, po r consiguiente, frente a cualquier especie de com ercio y de ocupación envejecedora y para­lizante con la historia en desventaja con la vida.

Pero -y tam bién esto lo ha advertido W einrich46- sería un gran erro r in te rp re tar el citado escrito de Nietzsche com o una apología de la elim inación de la m em oria cultural. Pues es Nietzsche quien, en 1887, en su escrito Genealogía de la moral, explica detalladam ente la necesidad de la m em oria en interés de una m oral privada y pú­blica. Sí, incluso ha contestado allí de m anera rigurosa la cuestión fundam ental de la moral, a saber, cómo se le hace al anim al hum a­

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no una m em oria, cuando indica: «Se m arca algo al fuego para que quede en la m em oria. Sólo lo que no cesa de hacer daño se queda en la m em oria»47. Sin em bargo, sobre todo las ya m encionadas m a­nifestaciones acerca de la locura política y nacional de su época y acerca de su lejanía respecto a G oethe hacen aparecer a Nietzsche como uno de los últimos apologetas de una cultura de la m em oria en un a época que se definía paulatinam ente com o el dom inio de la técnica avanzada un ida a una ética de la edad de piedra.

Nietzsche ha acom pañado esta erupción hacia el salvajismo em an­cipado de la barbarie desm em oriada con la frase: «La dem encia es rara en el individuo... pero en el grupo, en el partido, en los pue­blos y en las épocas son la regla»48. Él ha constatado cómo el prim er paso hacia esta locura se ha realizado en la rup tu ra de la tradición tras la victoria alem ana sobre Francia.

Sin em bargo, él ha previsto que nuevas rupturas de tradición y de m em oria seguirían bajo el signo de la locura nacional y política, que finalm ente debería alcanzar en la quem a de libros de 1933 su punto culm inante propiam ente dicho. Pues 1933 m arca igualm ente el m om ento histórico en el que de m anera definitiva se despide una im agen del hom bre ligada a la m em oria. La historia del recuerdo anidado en la escritura llega aquí m etafóricam ente a su fin. Ella se despide, si b ien ya su comienzo estaba unido a la reflexión. En efec­to, Sócrates nos inform a (al final del Fedro de Platón) cómo el dios T heuth presenta al rey Tham us la escritura com o descubrim iento suyo, alabándola como un a ayuda para la m em oria hum ana. T ha­mus, sin em bargo, habría respondido que este invento haría más ol­vidadizos a los hom bres, ya que con ello no ejercitarían más su m e­moria. En vez de recordar, se confiarían de signos extraños.

U na respuesta cuya actualidad resulta inm ediatam ente obvia en una época en la que la m em oria está relegada a los bancos de da­tos. En todo caso, para la evolución que desde hace más de qui­nientos años está experim entando la Galaxia G utenberg en cuanto

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cosmos m em orístico para la explicación del hom bre com ienza una nueva época todavía más insegura. Pero ya antes la era de la cultu­ra im presora que va quedando atrás había sido rica en pérdidas de mem oria. Éstas van desde el incendio de la biblioteca de Alejandría (ca. 50 a. C.) hasta el incendio de la biblioteca de Sarajevo en el año 1992. Pero, sobre todo, la quem a de libros del año 1933 debería ser de m anera consciente más que una m era fecha en la historia de la pérd ida de este m edio de alm acenam iento de la m em oria de la hu ­m anidad. Wolfgang Frühwald ha advertido en este contexto que aquel auto de fe de la m em oria tuvo com o objetivo sobre todo la «patria portativa» que H einrich H eine ha descubierto en la Torá, es decir, la cultura anam nética de los jud íos dispersados en la diáspo- ra. «El auto de fe pone de manifiesto el te rro r pánico que única­m ente deriva de la existencia de un continente del recuerdo y de la m em oria fijado en lo espiritual y que se dirige hacia una barbarie carente de cultura y lenguaje . » 49

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Vale la palabra rota o la sociedad sin memoria

IV

La m eta de la educación nacionalsocialista era en todo caso eli­m inar la m em oria, aniquilar el recuerdo de la hum anidad y con ello crear sobre un a tabula rasa el hom bre nuevo. «Se quería un hom bre que funcionase, un soldado de partido sin reflexión o, al m enos, un súbdito que, golpeado periódicam ente, estuviera quebrantado en su capacidad de auto-observación [...], u n a m áquina de guerra que no se preocupase de la propia vida»50.

En ese contexto, tam bién Frühwald ha m encionado el ensayo de Thom as M ann, Hermano Hitler (1939). En él, Thom as M ann m ani­fiesta la sospecha de que la ira con la que se practicó la m archa so­bre Viena en el fondo sólo habría tenido como m eta al viejo psico­analista Sigm und Freud, que allí tenía su domicilio, algo así como si éste hubiera sido su auténtico y único enem igo51. Thom as M ann ha descrito esta enem istad con la indicación de que Freud ha sido el gran «desvelador de la neurosis», «el gran despertador», «el que se apercibe y avisa del genio». Cualidades, po r consiguiente, que no son pensables sin aquella capacidad que Freud ha constatado en sí mismo, a saber, unos extraordinarios rendim ientos mem orísticos52. Incluso, la praxis psicoanalítica está y acaba finalm ente con la m e­moria. Ni el paciente ni el psicoanalista son pensables en la praxis psicoanalítica sin el recurso a la memoria.

La m archa de H itler contra Viena ¿es, po r consiguiente, una continuación del odio fáustico al pasado? ¿Es el Tercer Reich un in­tento gigantesco del olvidar en el sentido de un lapsus o acto falli­do freudiano? En efecto, el nacionalsocialismo culm ina en el in-

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tentó, entre otros, de condenar radicalm ente al olvido los nom bres de los autores del atentado del 2 0 de ju lio en el sentido de aquella antigua damnatio memoriae, es decir, la prohibición de recordar a una persona que en el derecho rom ano se consideraba como una sanción mayor que la pena de m uerte. En este sentido, H im m ler hi­zo desenterrar y quem ar el 21 de ju lio de 1944 los cadáveres de los autores del atentado, Stauffenberg, Beck, Mertz, O lbricht y Haef- ten, y esparcir sus cenizas po r los campos. Y, en un discurso ante los Gauleitere 1 31 de agosto, am enazó con la elim inación de la familia Von Stauffenberg hasta sus últimos miembros. De Karl Valentín se cuenta en este contexto que en cierta ocasión, duran te la época na­zi, habría lanzado un sarcasmo atrevido cuando, al abandonar la sa­la en la que estaba, dejó caer la m ano ya levantada para el saludo hi­tleriano con el com entario: «Ya no m e acuerdo del nom bre».

Si se entiende la quem a de libros del año 1933 como u n intento de damnatio memoriae, este auto de fe fue algo más que la m era aniquila­ción de la escritura en la m edida en que ésta es la más im portante materialización de la memoria. Era un violento proceso de desplaza­m iento cuyo análisis detallado todavía está por hacer. Más en con­creto, en el sentido de la distinción fijada por C. G. Jung entre in­consciente personal e inconsciente colectivo. U n análisis que tam bién debería incluir los efectos a largo plazo de este proceso de desplazamiento en los siglos XX y XXI. En esto se debería partir de la consideración de Freud de que el así llamado inconsciente en defi­nitiva se identifica con el olvido de un consciente anterior y que ese preconsciente no perece sino que m antiene su presencia de m anera latente.

Esto supone que en la psique hum ana los contenidos de la m e­m oria que se elim inan en realidad no se pierden, incluso aunque los bárbaros que intervinieron en la quem a de libros del año 1933 todavía no tuvieran noticia de la ofensa narcisista que Freud había

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inferido a la ingenua fe en un supuesto ars oblivionalis, en un arte del olvidar. Con Freud en todo caso, com o lo ha form ulado Wein­rich, «el olvidar perdió su inocencia. Desde ese m om ento, el que tenga que olvidar o quiera olvidar tiene que estar preparado a ju s­tificarse y a una pregunta, quizá dolorosa, po r el porqué...»53.

Un análisis de los procesos de preterición tam bién debería, sin em bargo, perseguir las huellas de aquellos motivos de desagrado que Freud ha considerado como los motivos universales que se es­conden detrás de todos los reflejos y pretericiones. Por consiguien­te, la incóm oda pregunta debería tener el siguiente tenor, en el sen­tido de Freud: ¿Qué motivos de desagrado estuvieron actuando y todavía pueden seguir actuando en los posm odernos mecanismos, públicos y privados, del olvido y de la preterición? Y, finalm ente, ¿qué mecanismos se activarían en el surgim iento de una sociedad m oderna sin m em oria, un a sociedad con una m em oria del «boca a boca» y del día a día com o presupuesto para sistemas políticos en los que finalm ente vale la palabra rota, ya que uno se puede fiar de la m em oria social a corto plazo, tendente a cero, sin mayores p ro­blemas? En definitiva, ¿es esta m em oria de corto plazo la causa de aquel fenóm eno que W einrich ha definido com o «recuerdo orde­nado » ? 54 Quizás este recuerdo «ordenado» sea la variante m oderna de aquello que Nietzsche en su Genealogía de la moral in tentaba ex­presar con la frase: «Se m arca algo al fuego para que se quede en la m em oria»55.

Por otra parte, como com pensación al «olvido ordenado» y «pro­hibido» existe una solución a la que frecuentem ente ha aludido Mi­chael Jeism ann: la europeización de la m em oria nacional. Jeism ann ha analizado este problem a sobre los nuevos filmes acerca de la Se­gunda G uerra M undial con las palabras: «Mientras que la industria del cine y la televisión deja consecuentem ente de lado el decorado y los contenidos de nuestra representación histórica del m undo, bajo este espectáculo tiene lugar un proceso enorm em ente exci­

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tan te que incluye todas estas im ágenes y las transform a en algo que incluso está lleno de historia. Un nuevo sujeto para todos estos re­cuerdos, un po rtador de recuerdos para el cual éstos no sean una carga sino una necesidad. En efecto, m uchas veces se olvida que el recuerdo de la Segunda G uerra M undial hasta hoy está m arcado po r una notable carencia de sujeto. Esto sucedió prim eram ente en Alem ania a causa de la división política, si bien este recuerdo, que no tenía nada a lo que agarrarse y al que se le construían casas co­m o cajas de radar, en los decenios pasados era un rasgo caracterís­tico de todos los Estados europeos no m enos que de Israel y del re­cuerdo jud ío . Ni las naciones en solitario pueden soportar su recuerdo ni éste, en cuanto recuerdo puram ente nacional de gue­rras y crím enes, es políticam ente utilizable. De esta m anera, m uchas cosas hablan a favor de que el recuerdo de la Segunda G uerra M un­dial sólo se hace políticam ente efectivo cuando se hace europeo. Pues no existe un recuerdo sin un po rtador relevante para el futu­ro. La actualización fílmica del aten tado contra H itler dem uestra, a pesar de los m uchos intentos de trabajarlo de m anera histórica­m ente fiel, que en un prim er m om ento todo el pasado se desposee de su historicidad, después se unlversaliza y, finalm ente, alguna vez se europeiza»56.

Pero ¿se supera este pasado europeizándolo? Es más: ¿se puede superar? Para el pasado del Tercer Reich y el in ten to de una dam­natio memoriae vale posiblem ente las que en los m anuales de m ne­m otecnia se denom inan imagines agentes, imágenes de m em oria de actuación eficaz. Son aquellas im ágenes que prim ero se graban a fuego en la m em oria. W einrich ha recordado a D ante com o el ge­nial m aestro de este arte de la imagen: «En el infierno encuentra [...] al trovador B ertrand de Born, condenado eternam ente a llevar balanceando su cabeza cogida po r la coleta, portándola com o si fue­ra un a lin terna [...]. Im ágenes eficaces de esta especie, sobre todo cuando son relevantes para la historia de la vida, no se pueden ex­

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pulsar totalm ente del alma ni siquiera a través del más fuerte desa­grado y preterición y siguen actuando de m anera patógena, porque no son perm itidas o bien po r el yo o bien po r el superyó»57.

Pero precisam ente allí donde se había puesto de m anera oficial en el o rden del día el in ten to de una europeización y globalización de la m em oria, de nuevo se cuestiona que las imágenes de la m e­m oria de la Segunda G uerra M undial sigan siendo realm ente ope­rantes de m anera perm anente. Nos referim os a la Conferencia In­ternacional sobre el Holocausto de enero de 2 0 0 0 en Estocolmo, en la que participaron cincuenta Estados. U n suceso que apresurada­m ente fue celebrado como el fortalecim iento oficial de un desarro­llo que, en el sentido de un a salvaguarda de la m em oria, las elites intelectuales de Europa habían exigido y fom entado desde hacía años. En este contexto, justo es recordar que, m ientras tanto, in­cluso en el Jap ón hay dos m onum entos al Holocausto: en Fukuya- ma, cerca de Hiroshima, y en Tokio. Y que en un a universidad de Shanghai se im parte docencia sobre el genocidio de los judíos. Pe­ro, sobre todo en Europa, se va m arcando paulatinam ente un a ten­dencia al deber de la m em oria, al recuerdo ordenado y afirmativo. En efecto, ya en octubre de 2 0 0 0 , en Cracovia, los ministros de edu­cación de cuarenta y ocho países europeos decidieron la in troduc­ción en las escuelas de un día conm em orativo del Holocausto. Po­cos meses después, en enero de 2001, en Gran Bretaña, Francia e Italia se establecieron días de conm em oración del Holocausto. Y el Secretario General del Consejo de Europa, W alter Schwimmer, en relación con el asesinato de seis millones de judíos bajo el nacio­nalsocialismo, ha hablado de un nuevo deber del recuerdo que de­bería «grabarse a fuego» en la conciencia.

Se trata, pues, de una llam ada al ejercicio de la m em oria peda­gógicam ente afirmativo ante el fondo de un recuerdo del H olo­causto. Y de su interpretación como fenóm eno fundacional que da identidad a la U nión Europea. Con los ejemplos de los Países Bajos

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y de la gran conferencia organizada hace poco tiem po en Bruselas po r la U nión Europea (junto con dos organizaciones judías) contra el antisemitismo, Thom as Schmid ha advertido de un u lterior fenó­m eno que se podría in terp re tar com o am enazador comienzo de una selectiva represión o preterición, como m odificación de la m em oria del Holocausto: «El antiguo antisemitismo que había in­cubado y echado raíces en Europa tenía en los judíos, en cuanto apátridas, sin raíces y cosmopolitas, su im agen hostil. El nuevo anti­semitismo ha retom ado esta disposición en la m edida en que con­sidera a los judíos om nipresentes (y, con todo, inaprensibles); sin em bargo, se dirige de m anera com plem entaria e incluso principal contra jud íos que han encontrado su lugar de destino y se han he­cho fuertes en el mismo. Se dirige contra el Estado de Israel. Con la historización inevitable del nacionalsocialismo, contra la que du­rante largo tiem po se ha defendido la inteligencia liberal, el dere­cho de Israel podría perd er naturalidad a los ojos europeos. La ad­misión del Estado de Israel, basado más en el sentim iento de culpa que en la alegría por el exitoso experimento, se basa sobre débiles fundamentos»58.

Pero sobre bases inseguras se asienta sobre todo la cultura de la m em oria de Europa, que en el proceso de un idad europea se ve am enazada aparentem ente cada vez más con perd er al po rtador de la m em oria y del recuerdo: el sujeto. Razones para ello las sospecha Konrad Adam; en tre otras, el hecho de que en el impulso hacia la Europa un ida la econom ía vaya po r delante de la política y que «muy po r detrás, bastante derro tado, siga el ciudadano [...]. La eco­nom ía necesita, quiere y conoce al ciudadano sólo como cliente [...]. La Europa tecnocrática es insensible a cualquier sentim iento, nada despierta ni nada vivifica»59. Y en ese proceso la desautoriza­ción de la m em oria burguesa ha com enzado ya hace tiem po, en los años sesenta del siglo anterior. Pues aquel colectivo de acción polí­

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tica surgido en Alemania después de 1966, la Acción Extraparla- itientaria (Aussenparlamentarische Organisation o A PO ), muy poco or­ganizada y com puesta m ayoritariam ente de estudiantes yjóvenes, se entendía sólo como un movimiento anti-autoritario. Su protesta contra el m oho que mil años habían acum ulado bajo los talares se dirigía tam bién, de m anera muy consciente, contra los portadores de aquellos restos de u n a cultura de la m em oria de form ación bur­guesa que, en opinión de la APO, se oponía a la realización de re­formas y transform aciones políticas y sociales y tenía que hacerse responsable de la barbarie del Tercer Reich. En todo esto se dejaba de considerar que la sublevación del 2 0 de ju lio —en el caso de Stauffenberg, po r ejemplo, con su m em oria cultural influida po r el círculo de Stefan G eorge- habría sido absolutam ente im pensable sin esta cultura de la m em oria de form ación burguesa. Las conse­cuencias tardías del odio al pasado de la APO frente a la m em oria de form ación burguesa se pueden seguir hasta la catástrofe de for­mación a la que periódicam ente se apela, y están todavía operantes en la desolación del lenguaje y la pérd ida de elites y en los resulta­dos del Inform e PISA. Y no es n inguna casualidad que en los deba­tes de política educativa ya no se hable de la form ación en sentido de una participación de la m em oria de la hum anidad y de la capa­cidad de juicio que de ella resulta. Pues la relegación de la m em o­ria según los planes de estudios a los ordenadores y a las bases de datos se realiza con éxito con el objetivo de desprenderse de la car­ga del recuerdo a cambio de una acelerada obtención de com pe­tencias de futuro.

Cualquier exigencia de reflexión retrospectiva sobre un a cultu­ra del m em orizar y del recuerdo se desacredita ante este trasfondo por reaccionaria. Botho Strauss ha com entado esto con la frase: «El reaccionario es el últim o fantástico en un m undo casi absoluto de fantasía». Y la llam ada a la reflexión retrospectiva parece, po r con­siguiente, sólo po r eso inoperan te y ridicula, «dado que la reflexión

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retrospectiva ya se cuenta entre las virtudes que están fuera de vi­gor»60. Lo que se quiere decir con estas virtudes fuera de vigor lo ex­plica Strauss con un ejem plo m oderno de la liquidación de los «es­pacios de la m em oria que alcanzan la profundidad». N inguna fase de la industrialización ha originado un a destrucción más brutal del paisaje que la de traspasarlo y cerrarlo con aspas. Es la extinción de todas las miradas de poeta de la literatura alem ana desde H ölderlin hasta Bobrowski. «No se puede pensar una explotación m enos res­petuosa con la naturaleza: no sólo aniquila la vida de la naturaleza, sino tam bién espacios de la m em oria que llegan a la profundidad. En todo caso, esto se ve superado po r el hecho de que para el pai­saje cultural en general apenas hay todavía un sentim iento vivo. De esta m anera se une la barbarie sensible de los ecólogos de la ener­gía a la del turismo de masas . » 61

Recuerdo, tiem po y m em oria poética aparecen ante este tras- fondo com o los restos irracionales, a liquidar, de una teoría de la econom ía y de la em presa que opera de m anera puram ente fun­cional y de la idolatría del progreso de las ciencias naturales. Igual­m ente Durs G rünbein ve posibilidades de un a salvación de la m e­m oria poética po r el cam ino de una evolución hacia la poesía «inteligible», hacia una poesía «que sujete el impulso lúdico de una vez po r todas a la correa de la reflexión». Con el resultado de que «la poesía del futuro sería fundam entalm ente inteligible o dejaría de ser poesía... Son las ciencias las que habrían ignorado que tam­bién la poesía cae bajo la ley de la conservación de la energía...»62. G rünbein alude en otro pasaje a que esa «ignorancia» de las cien­cias naturales tam bién podría incluir u n día el olvido del nacim ien­to y de la concepción del hom bre y finalm ente podría elim inar el recuerdo del fenotipo tradicional del hom bre: «Dado que del úte­ro se sigue la ley natural de que toda vida se define como nacida y con ella la familia y la sociedad, el peligro de una creación artificial no tendría, en el sentido más literal, nom bre. Sencillam ente, no

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sabemos lo que nos espera. U na vez que se ha tocado la naturaleza, eS difícil recom ponerla. U na vez desposeída, ella nos crece po r en­cima de la cabeza. De esta m anera la genética se convierte en el m o­tor de la anom ia. En cuanto criatura zoológica, el hom bre sólo pue­de sobrevivir en la m edida en que se defina de nuevo y se actualice según el últim o estándar de la evolución, como enseña la antropo­logía. Tan pron to como cesa de transform arse está condenada a ex­tinguirse [...]. La aceleración con la que la creación irrum pe en su historia le sorprende finalm ente a él incluso como am enaza de pronta elim inación [...]. No hay la m enor duda: tam bién después de la extinción del hom bre habrá hum anoides. Sólo que n inguno de aquellos que entonces habiten los lejanos planetas en tenderán por qué sus sem ejantes lloraron aquí. U na de las enseñanzas de la evolución, quizá la más amarga, es que en efecto no hay n ingún ór­gano para las pérdidas absolutas»'1’.

W einrich ha dedicado al final de su libro sobre el Leteo un ca­pítulo propio al desarrollo regresivo del órgano para las pérdidas de m em oria de las ciencias naturales, un capítulo al arte del olvidar, al «oblivionismo» de la ciencia. En el rechazo del m em orialism o de la ciencia antigua, la «m em oria cultural de Europa habría sido al­canzada y después superada paso a paso po r la crítica m oral e ilus­trada de la m em oria, con lo que tam bién, paso a paso, iría per­diendo en prestigio científico»64.

Sobre todo la historia del éxito de las ciencias naturales orienta­das al progreso se manifiesta con ello como marcapasos dom inante de aquella m em oria cultural alcanzada y superada. El filósofo oxo- niense de la cultura, George Steiner, ha explicado este fenóm eno aludiendo a que el progreso procesual de las m odernas ciencias na­turales es oceánico y lento. Y precisam ente po r eso es, además, im­parable. Sobre todo sepultaría bajo las ondas del progreso el recuer­do y la m em oria. Es obvio que frente a este progreso desm em oriado las ciencias del espíritu, en cuanto representantes de la m em oria co­

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lectiva que resisten con una orientación antropocéntrica, van per­diendo paulatinam ente suelo, dado que pueden cum plir m enos con tareas que cada vez les resultan más difíciles. Su tarea de des­cribir y de recordar el conjunto en el sentido de la hum anidad di­fiere en todo caso de m anera evidente de las tendencias a la espe- cialización acelerada de las ciencias naturales. A ello se añade que este antagonism o de las respectivas m aneras de p roceder de ambas culturas científicas, po r una parte un proceder que recuerda y une y, po r otra, un proceder que olvida y separa, se agudiza a través del reflejo necesario que produce un olvido selectivo frente a la cre­ciente y acelerada inundación de una superoferta de datos e infor­mación. Es un reflejo de defensa que se ha un ido con el difícil arte del rechazo de inform aciones que, visto a la luz, es un arte del olvi­dar. Y este arte de la defensa de la inform ación dirigida racional­m ente es la que W einrich señala tam bién como peculiar oblivionis- mo de la ciencia65. Él basa esta técnica del olvidar en las cuatro reglas de com portam iento de la investigación selectiva de las cien­cias naturales. Es un m étodo desilusionante cuyo significado y con­secuencias para la calidad y verdad de la investigación científica apenas se ha considerado y analizado hasta ahora.

«1. Lo que se publica en otra lengua que no sea el inglés... forget it.2. Lo que se publica en otro tipo de texto que no sea el de un ar­

tículo de revista... forget it.3. Lo que no se publica en las prestigiosas revistas X, Y o Z... for­

get it.4. Lo que se ha publicado ya hace más de cinco años... forget it.»66

A estas cuatro reglas del «oblivionismo científico», W einrich ha añadido una quin ta regla con variantes alternativas a la corriente principal (mainstream) de la investigación. La prim era variante viene a decir: «Sigue la principal corriente de la investigación, todo lo de-

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rnás puedes olvidarlo». La segunda variante dice: «Puedes olvidar la corriente principal de la investigación a la que todos siguen». Con ello W einrich expresa la sospecha abismal de que la corriente prin­cipal de la ciencia quizá no es otra cosa que un afluente de la gran corriente del Leteo que disuelve todo el recuerdo67.

Es evidente que fren te a esta técnica del olvido de las ciencias naturales, las ciencias sociales y del espíritu , orientadas a la cultu­ra anam nética, están m al pertrechadas para el cam ino en las sel­vas del fu tu ro con sus corrientes, en constante crecim iento, de da­tos y m acroinform aciones. Un dilem a que se agudizará si estas disciplinas declararan un d ía el olvido mismo com o tem a central de la investigación. W einrich recom ienda a m odo de prevención: «Estas disciplinas deberían po r ello estar pertrechadas para casos inesperados y no se pu ed en perm itir, p o r muy provechoso que es­to sea, avanzar con un pequ eño equipaje m em orístico y po r con­siguiente op erar con pies ligeros [...]. C onform e a eso, deben pac­tar, aunque sin caer en el m em orialism o de la antigua ciencia, con la m em oria»68.

Refiriéndose a la guerra de Irak, Frühwald ha hecho notar, entre otras cosas, que el equipam iento m emorístico de las ciencias del es­píritu se va lim itando ya rápidam ente desde el punto de vista m e­morístico69. Si para la m em oria histórica vale el proverbio califor- niano History is five days oíd, al m enos durante la últim a guerra de Irak se ha conseguido hacer desaparecer en un espacio de tiem po más corto la m em oria de milenios. El resultado de esta am nesia cul­tural acelerada lo ha descrito Robert Fisk, corresponsal de The Inde­pendent, en abril de 2003 con las palabras: «...para Irak es el año ce­ro; con la destrucción de las antigüedades del Museo de Irak y la quem a de los archivos nacionales y después de la biblioteca coráni­ca lo que ha desaparecido ha sido la identidad cultural de Irak. ¿Por qué? ¿Quién ha puesto ese fuego? ¿Con qué loco objetivo se destru­ye esa herencia?»70.

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A esto se añade el aligeram iento físico del equipam iento memo- rístico a nivel m undial gracias a la búsqueda, convertida ya en un fe­nóm eno de masas, de yacimientos antiguos, prehistóricos o históri­cos: «Cuando legiones de solitarios organizados y buceadores de afición perfectam ente unidos en Internet, donde se inform an acer­ca de los más abundosos yacimientos, saquean, sin la m enor con­ciencia de estar com etiendo un delito, los suelos incluso de los bos­ques, los lagos y los mares, quizá la llam ada a la vigilancia y a las prohibiciones sea una voz que predica en el desierto. Parece que ac­tualm ente a la arqueología le sucede lo mismo que a la pesca, ámbi­to que la m oderna técnica ha expoliado de tal m anera que es prác­ticam ente imposible que prosperen nuevas generaciones de peces. Supuestam ente en la ciencia y en la política museal no se tratará de conseguir nuevas prohibiciones a nivel m undial. U na única secreta­ría para este ám bito de problem as a través de los ministerios de Jus­ticia es, en efecto, ya una parte del problem a. Se debería form ar una conciencia cultural, un a m em oria cultural para com batir de raíz el robo de antigüedades, la degradación de la cultura a m era m ercan­cía. En prim er lugar se trata de cómo se puede evitar que los muse­os y las ciencias de la cultura se conviertan en cómplices de una des­considerada y bien program ada liquidación de la cultura m undial»71.

A evitar el peligro creciente de u n a venta de la m em oria cultural de proporciones m undiales se dedica de todas m aneras, ya desde los años setenta del siglo XX, la Unesco, la cual, a principios de 1982, en México, ha fijado u n amplio concepto de cultura. Y esto con la m eta de considerar de esta m anera todo el espectro de la herencia cultural que abarca las diferentes topografías de la T ierra para el m antenim iento de la m em oria cultural. En este contexto, tam bién la Unesco prom ulgó en 1972, po r prim era vez, u n acuerdo para la protección tanto de la herencia cultural como natural del m undo para, de esta m anera, aludir ya prem aturam ente a la integración de cultura y naturaleza.

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Lo que a este respecto mueve a la Unesco sólo desde los años se­tenta lo ha tematizado, po r supuesto en la prim era m itad del siglo XX y de m anera esencialm ente más penetran te aunque con otro acento, Lévi-Strauss. W erner Spies ha aludido, con la m irada pues­ta en la herencia de este etnólogo, a su chocante confesión acerca del carácter quebrantable del ser hum ano en el ejem plo de la pér­dida irreparable de la m em oria cultural en las zonas extra-euro­peas. Él cita a Lévi-Strauss, quien, al atravesar la selva brasileña en 1935 y 1939, form uló com o nadie lo haría la erosión de la m em oria de la hum anidad como la actitud espiritual propiam ente dicha de la época cuando decía: «Pues yo que estoy ansioso de som bra ¿no estoy ahora inaccesible para el auténtico espectáculo que en este m om ento tom a cuerpo, para cuya observación, sin em bargo, mi grado de hum anidad todavía m e perm ite echar de m enos el senti­do necesario? D entro de unos siglos, o tro viajero en este lugar, tan desanim ado com o yo, se lam entará de la desaparición de lo que yo habría podido ver y se m e ha escapado. Víctima de un a doble de­bilidad, m e hiere todo lo que veo y, sin cesar, me reprocho el no ver suficientem ente»72.

Lo que Lévi-Strauss lam entaba en el ám bito extra-europeo, hace tiem po que tiene, en cuanto fenóm eno de la m em oria erosiva, efec­tos regresivos en Europa: «Pues es la investigación de lo escaso, de lo lábil, de lo perdido lo que artistas com o Boltanski, Sophie Calle, Messager, Gerz [...] han descubierto con perplejidad po r sí mismos. C ontra la desaparición en la historia anónim a, contra el olvido, es­tán en todos ellos, como un bajo continuo natural que todo lo acom paña, el inventario y la necesidad clasificatoria de la etnología analizada. Ellos descubren la pérdida que Lévi-Strauss anotó en sus viajes y en el estudio de su propio entorno europeo. Ésta parece de­pender de la m irada coleccionadora y distanciadora. En el ámbito de esta responsabilidad que Lévi-Strauss ha adoptado para lo ob­servado y descrito, a m enudo ellos encuentran en lo bajo y en lo de­

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solado la “leyenda áurea” de su tiem po, un tiem po que ha renu n­ciado a la representación de sistemas y al desarrollo teleológico del espíritu y del arte»73.

Ese balance que Lévi-Strauss hacía de las pérdidas lo había cons­tatado ya A lexander von H um boldt duran te su viaje de exploración en el trópico iberoam ericano (1799-1804). El descubrió aquel fenó­m eno tem poral al que se le debe en Europa el desarrollo acelerado: la im paciente preocupación y la orientación al futuro de la con­ciencia. H um boldt, quien ya había lam entado la prisa im prudente de los colonos europeos en la tala del bosque, ve de repente su p ro ­pia conciencia de preocupación europea en el espejo retrovisor de una conciencia muy distinta hacía tiem po perdida. D urante la tra­vesía de Cuba a Cartagena de Indias, entre la desem bocadura del río Simú y Cartagena, anota en su diario en marzo de 1801: «El con­traste entre la precipitación, el carácter de rueda de m olino de los europeos y la im pasibilidad de los indios se me hizo patentísim a en el llano de Barcelona, cerca de Caris. Habíam os perd ido el camino después de un largo día de viaje, torturados po r el sol y el polvo. El indio que nos servía de guía nos inform ó de esto. Añadió que ha­bíamos hecho en vano seis millas y que debíam os pernoctar a cielo raso. Yo me puse muy im paciente, hice al indio (un caribe que ha­blaba bien el español) mil preguntas sobre el cam ino del cual nos habíam os desviado. El no respondía ni palabra y tenía fija la m ira­da en un árbol y, cuando yo hube descargado mi enfado, me mos­tró, com o si no hubiera pasado nada, una gorda iguana que saltaba de ram a en rama. ¿Qué le im porta a un indio si duerm e aquí en plena sabana o a cuarenta millas, si puede dorm ir hoy en su caba­ña o dentro de cuatro meses? Él vive fuera del tiem po y del espacio y nosotros, los europeos, parecem os seres im pacientes e in tranqui­los, naturalezas poseídas po r el dem onio»74.

A las pérdidas de m em oria, ya muy avanzadas, del siglo XIX, de estos «seres poseídos po r demonios», H um boldt ha pretendido

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oponer resistencia de m anera consciente. El proyecto de su obra Kosmos, en seis tomos, am enazado ya po r el fracaso a m ediados del sjglo XIX, era no sólo el últim o in tento de considerar de nuevo en perspectiva todo el saber de su tiem po. H um boldt analiza aquí por última vez la torre de Babel del conocim iento científico, que crece cada vez con más rapidez y m enos transparencia, con un ju icio que, en un lenguaje orientado al pensam iento objetual de Goethe, des­de el punto de vista de las ciencias del espíritu se retro trae m ucho más a una m em oria que va más allá de Europa. Veinte años más tar­de, Nietzsche diagnosticará que esta m em oria será víctima de la «lo­cura política y nacional». La prevención de G oethe respecto a un concepto de desm em oriada tolerancia europea («La tolerancia de­bería ser sólo un talante pasajero, pues debe llevar al reconoci­miento. Tolerar supone ofender»75), H um boldt se la tom a conse­cuentem ente en serio. En efecto, en Kosmos practica no sólo un recuerdo histórico-cultural. El lector encontrará allí, po r ejemplo, en el capítulo sobre la historia de la cosmovisión física, afirmacio­nes que hoy, a la luz del 1 1 de septiem bre, posiblem ente se podrían hacer propias para una estrategia de diálogo europeo-islámico. «Los árabes, una tribu semítica, espantan en parte la barbarie que había cubierto desde hacía dos siglos la Europa conm ovida po r la invasión de los bárbaros. Ellos son los que de nuevo conducen a las fuentes eternas de la filosofía griega; no sólo contribuyen a m ante­ner la cultura científica, sino que am plían y abren a la investigación natural nuevos cam inos . » 75

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YEvolución y renuncia a la memoria

Obviamente, H um boldt todavía no presentía que los nuevos ca­minos de la investigación natural llevarían a las turbulencias de ace­leración de un proceso de m odernización radical con pérdidas de m em oria inimaginables, ruinas de m em orias y rupturas de conti­nuidad. Aún m enos podía suponer que la desmitificación racional de la naturaleza que entonces se anunciaba se uniría a una com­prensión concreta del progreso al que la sociedad burguesa debe­ría sacrificar el recuerdo y la m em oria en favor de una explosión de datos desteorizada propia de las m odernas life-sciences y en favor del olvido de todas las tradicionales daciones de sentido y de valor.

No es sólo resultado de un triunfo de la im agen del m undo evo­lucionista sobre todas las norm as tradicionales del actuar y pensar hum anos el hecho de que m ientras tanto las m odernas ciencias de la vida hayan superado el discurso hum ano, fundado en la técnica memorística, en el sentido de una dación de sentido y valores. Tie­ne como consecuencia que la m em oria se ha desprendido de ma­nera definitiva de este pensam iento en favor de un culto a la arbi­trariedad. «A las m odernas representaciones naturales les es com ún el no conocer ni reconocer las diferencias con las que tiene que vér­selas toda la cultura, incluso la más sencilla. Al zoólogo de Gotinga, Christian Vogel, las diversas formas de com portam iento que se han form ado en la naturaleza y que, según el ju icio hum ano, son de dis­tinto valor, todas le resultan equivalentes, “igualm ente adaptativas y, por consiguiente, no cuantificables en categorías como m oral o am oral”. Hay que extrapolar esto a los seres hum anos para enten-

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der a prim era vista uno de los rasgos de la época, su inseguridad en cuestiones de moral. Allí donde se in terprete un com portam iento determ inado como adaptadvo y coherente con el desarrollo y con la evolución biológica o cualquier otra, el juicio moral debe ceder . » 77

La retirada del ju icio moral, sin em bargo, significa tam bién la re­tirada de la m em oria. Con relación a las consideraciones de Nietzs­che en la Genealogía de la moral, W einrich ha indicado que la m oral tiene un «fundam ento comunicativo» que a su vez se basa en la m e­moria: «En cualquier asunto de deudas se están com unicando al m enos dos personas, el deudor y el acreedor, y su base de com uni­cación es la m em oria [...]. Si, po r consiguiente, la m oral en su con­ju n to es de la m ateria espiritual de la que están hechas las deudas y la culpa, entonces, al igual que éstas, tam bién es de naturaleza co­municativa y supone en todas las personas que tienen que ver con ellas una m em oria que pueda funcionar y que realm ente funcione. De ello se deriva además que para aquel al que le im porte la moral privada y pública no hay n ingún cam ino que pase po r delante de la necesidad de m antener el olvido en sus límites»78.

Dado que el juicio m oral cede y la m em oria deja sitio a una ar­bitrariedad fundada en la ciencia de la evolución surge forzosa­m ente la cuestión de a quién, en el reino de la arbitrariedad, se le reconocen en definitiva las com petencias decisorias en cuestiones de progreso y de futuro. Pues aunque ya la m em oria haya roto to­dos los puentes de retirada, sin em bargo, se debe echar m ano de un criterio según el cual se pueda decidir sobre el único aspecto que perm ite la época, el futuro: «Si, a pesar de sem ejantes provisionali- dades y arbitrariedades, se debe seguir avanzando, alguien debe to­m ar la decisión. La cuestión a la que en últim o térm ino se orienta cualquier discusión de com petencias tam bién se pone aquí: quis in- dicabit?, ¿quién lee la sentencia? Y los naturalistas no dudan en afir­mar: ¡Nosotros! Francis Crick, que, ju n to a jam es Watson, recibió el prem io Nobel po r sus investigaciones sobre la estructura de la sus-

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rancia hereditaria, lo ha hecho con la inocencia de un niño grande y mimado. A unque se quedaba den tro de lo tradicional cuando pro­ponía que se instigara a seres hum anos con propiedades deseadas por nosotros a que se m ultiplicasen lo más num erosam ente posible. La mayoría de sus colegas del ram o ya hace tiem po que han aban­donado las vías fijadas po r la naturaleza y apuestan de m anera con­secuente po r los recursos técnicos. Ya H erm ann Müller, una gene­ración antes de Crick, quiso ayudar a cualquier m ujer que quisiera acceder a la felicidad de tener descendencia de Lenin o de Darwin: lo que no habría sido posible sin m anipulación genética o fertiliza­ción artificial»79.

Sin em bargo, la m em oria de sentido que se pierde con el en ten­dim iento evolucionista de la naturaleza deja la sospecha de que la carencia de límites recientem ente abierta podría encon trar un lí­mite inesperado en el hom bre mismo: «Allí donde no pudiera ha­ber límites, la vida se haría insoportable, ha propuesto en cierta oca­sión Daniel Bell frente a aquellos que se entregaban al sueño de un desarrollo abierto sin limitación, hacia u na sociedad abierta sin des­canso. Para lo que en ello se pierda, la ciencia sólo puede ofrecerse como sucedáneo. Ella se convierte entonces en una cuestión de fe que exige adoración, no sólo saber. Representantes estrictos de la teoría de la evolución se han percatado de ello y han defendido de m anera expresa la consecuencia, un entretejido de conocim iento científico con pensam iento religioso. El pensam iento evolucionista, escribió el biólogo friburgués Carsten Bresch, ya hace tiem po que “apenas puede sortear este escollo”. El fundam enta su m aniobra en la necesidad de encontrar apoyo en alguna parte: creyentes son am­bas partes, piensa, tanto la ciencia como la religión. Sólo el conte­nido de la fe es distinto»80.

U na argum entación que de m anera inesperada alude de nuevo a la religión, exactam ente a aquel fenóm eno que en la antigua cul­tura de la m em oria había detentado el máximo rango. Un proceso

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al m enos paradójico, dado que aquí las ciencias naturales de m ane­ra inesperada recuerdan a aquella fuente de la que originariam en­te agotan sus juicios para derram arlos después de cam ino a un fu­turo carente de m em oria com o religión, lengua, cultura y moral, po r m encionar sólo algunos parám etros del pasado en ruinas.

Pero incluso un sucedáneo de la religión, po r muy m oderado que fuera, podría renunciar a través de la ciencia de la vida a la m e­m oria y al recuerdo. Pues toda reflexión retrospectiva debe final­m ente renunciar a la vista de la exclusivista orientación al futuro de las ciencias de la naturaleza y de su filosofía del progreso (fundado po r Francis Bacon) com o catecismo de la nueva época. Sin em bar­go, sólo el m odelo de evolución de las ciencias de la vida ha dejado definitivam ente obsoleta toda apelación a correctivos generados en la m em oria para dirección de un m ovimiento de progreso ultra­potente. H annah A rendt ha descrito este estado de cosas con las siguientes palabras: «No avanzando, sino arrebatado en un futuro imprevisible e infinito del que no se puede esperar un sentido su­peditado al proceso y en el que más bien son arrebatados de m ane­ra incontenible todas las metas y fines»81.

Se trata de un sentim iento de im potencia frente a un movimien­to que no conoce ni límites ni metas ni programas, con el resultado de una partición de las reacciones hum anas. Los que todavía re­cuerdan acom pañan el movimiento con pesimismo, escepticismo, resignación o con temor. Los que todavía no recuerdan lo acom pa­ñan con optimismo y esperanzas eufóricas. Por ello, los optimistas se podrían apoyar en los apuntes, abismalm ente irónicos, de Nietzsche (Obraspostumas 1869-1874): «El pesimismo no es práctico ni tiene po­sibilidad de éxito. El no-ser no puede ser una meta. El pesimismo no es posible en el reino de los conceptos. El existir sólo es soportable con la fe en la necesidad del proceso mundial. Esta es la gran ilusión: La voluntad nos m antiene fijos en la existencia y hace de cada con­vencimiento una opinión que posibilita la existencia»82.

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Pero aquellos que (todavía) recuerdan y cuyas orientaciones re- cGrdadas no tienen sentido generan aquel gran miedo, la grande peur, que ya era un concepto fundam ental para el proceso de deca­dencia de las sociedades burguesas a partir de la Prim era G uerra Mundial. Y, m ientras tanto, el sentim iento de que el suelo recorda­do no aguanta más se m antiene tam bién como reflejo de angustia en la lista de fobias de Fred Culbertson con más de cuatrocientos registros y tem ores nuevos que diariam ente se añaden, que Cul­bertson tom a sobre todo de la literatura de la ciencia terapéutica. Este fenóm eno de una irracionalidad ocupada po r el m iedo lo ha com entado Frank Schirrm acher bajo el signo de pérdidas de orien­tación desm em oriadas con la indicación a Ernst Jünger: «Nosotros, sin em bargo -escrib ía Ernst Jüng er hace setenta años-, estamos en medio de un experim ento, pues hacemos cosas que no están fun­dam entadas po r n inguna experiencia. Ahora, para fundar expe­riencias y poderlas transmitir, se las denom ina. El que prim ero de­term inó y denom inó la nieve que provoca el alud o el que llamó po r su nom bre al engañoso hielo que ya no lleva a nadie, fundó seme­jantes experiencias en u n m undo carente de experiencias. Lo que nosotros querem os transm itir com o tradición, así parece, es extra­ñam ente nuestra experiencia con el m iedo»83.

Para la transm isión de la tradición del m iedo, sin em bargo, cuenta como experiencia fundam ental tam bién la conciencia de pérdidas de m em oria rápidam ente crecientes en lo que respecta a la definición del hom bre y su dignidad. Son manifestaciones de ero­sión de la m em oria que m ientras tanto tam bién los fundam entos de derecho constitucional de la sociedad han captado.

Esto se transparenta en la nueva elaboración del com entario de la Ley Fundam ental al artículo 1, apartado 1 , referido a la garantía de la dignidad hum ana. Ernst-Wolfgang Böckenförde ha com para­do la m em oria de la dignidad hum ana (todavía determ inada m e­diante retro-reflexión a la barbarie del Tercer Reich) de los padres

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de la Ley Fundam ental con la nueva interpretación orientada al fu­turo de la dignidad hum ana.

Además ha descrito exhaustivam ente las pérdidas de m em oria de esta interpretación con las siguientes palabras: «Sobre su propia relativización, la protección de la dignidad del ser hum ano condu­ce necesariam ente tam bién a la relativización de la inalienabilidad de la dignidad hum ana; po r más que se la haga aparente, ésta con­tinúa existiendo. La justificación tiene lugar a través de una retro- relación a la ya m encionada frase clave que, m ientras tanto, ya no representa más que una petitio principii: “Si la exigencia de la digni­dad a juzgar po r su am plitud se puede orientar según las circuns­tancias concretas, esto debe valer de m anera especial para los gra­dos de desarrollo de la vida hum ana”. Finalm ente se trata del espacio libre para el m antenim iento y la deconstrucción de la p ro ­tección de la dignidad según las representaciones de adecuación del in térprete [...]. Incluso en los rasgos garantizadores de la digni­dad hum ana que más detenidam ente se tratan, se manifiesta una es­cala deslizante y la ausente cognoscibilidad de un suelo sólido. Ju n ­to a los ejemplos corrientes y reconocidos com o son la protección de la esfera privada, la protección ante la hum illación y la subyuga­ción de la voluntad y sem ejantes aparecen nuevas posiciones que no son compatibles en tre sí. De la dignidad hum ana debe derivarse el derecho de p o ner fin, en una auto-responsable decisión, a la propia vida [...], lo que implica que el artículo 1 del apartado 1 supone el derecho al suicidio. Para la producción de em briones con el objeto de ob tener células m adre se apoya en la suposición de una ofensa a la dignidad, pero, al mismo tiem po, sem ejante ju icio de ofensa se pone en duda en su evidencia rem itiéndonos al hallazgo de dere­cho com parado. Clonar reproductivam ente aparece como una ofensa de la dignidad del donante clonado, ya que éste es duplica­do genéticam ente de m anera orientada robándosele su identidad genética, lo que tam poco es admisible. Por el contrario, la clona­

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ción terapéutica no representa una ofensa a la dignidad, ya que la protección de la dignidad se extiende al em brión producido in vi- tro. Al igual que en el caso de la terapia germ inal y en la eugenesia positiva no se ve un conflicto con la dignidad hum ana, tam poco se ve en el diagnóstico de pre-im plantación; éste se ve troceado en di­versos aspectos en un apartado más breve84».

La «escala deslizante y la deficiente cognoscibilidad de un suelo sólido» que al respecto ha reconocido e identificado Bóckenfórde se explica a partir de las num erosas referencias a las más m odernas prácticas de tecnología genética, sobre todo com o reverencia cien­tífico-jurídica ex post frente al m undo de progreso en el recuerdo neutral de las ciencias de la vida. Es una reverencia que renuncia al recuerdo y a la m em oria en interés de u n a arb itrariedad abierta al futuro con el resultado siguiente: «El cambio en la com prensión de las garantías de la dignidad hum ana constituye un fundam ento básico en el ordenam iento estatal nuevam ente erigido, fundam en­to que docum enta su identidad para constituirse en norm a consti­tucional, en el mismo plano que otras, y que sólo debe interpretarse a partir de sí misma como de derecho estatal, es decir, de derecho positivo. Con este cambio se hace prescindible el recurso a las bases espirituales e históricas de este concepto que fue aceptado en la Constitución po r el Consejo Parlam entario de m anera consciente como concepto m arcado de m anera pre-positiva. Pero entonces, ¿qué es lo que perm anece del contenido de ese concepto que, en efecto, no es un concepto juríd ico , fundado en las tradiciones del derecho?»85.

U na cuestión cuya respuesta podría hacerse paulatinam ente más difícil. Pues la ulterior, incontenible y desm em oriada despedida de todas las representaciones tradicionales de la dignidad hum ana la ha explicado ya hace pocos años Bill Joy en su ensayo disfrazado de ciencia ficción Warum die Zukunft uns nicht brauchte Apoyado en las que él denom ina tres columnas del futuro (la nanotecnología, la

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tecnología genética y la tecnología de la com putación), Joy llega a la tesis de un potencial de desarrollo cuasi-humano del ordenador para la evolución de un a inteligencia artificial, global y digitalm en­te orientada, para la que se podría m anifestar com o com pletam en­te absurdo cualquier in tento de una generación de criterios de orientación y ju icio m ediante el recurso a contenidos de m em oria tradicionales.

A ello viene a añadirse que la despedida de todas las represen­taciones hasta ahora válidas de la dignidad hum ana podrían con­ten er un com plem entario potencial de aceleración a través de los nuevos resultados de la investigación cerebral. Pues, m ientras tan­to, renom brados investigadores del cerebro han respondido a la cuestión acerca de la naturaleza del ser hum ano con la tesis de que ya no podrían m antenerse los tradicionales contenidos fundam en­tales de la m em oria. En efecto, conceptos com o libertad y respon­sabilidad del ser hum ano supuestam ente se revelan, a la luz de p ro­cesos neuronales, com o constructos de convenciones sociales, com o pura fantasía. Pues cada pensam iento consciente tiene un correlato neuronal inconsciente que le precede un a milésima de segundo. Estamos, pues, ante el pensam iento como resultado de mo­delos determ inados po r el estím ulo de las células nerviosas que, po r su parte, hacen aparecer com o predeterm inado el com porta­m iento hum ano.

U na tesis que, en efecto, ha encon trado un vivo rechazo po r parte de las ciencias del espíritu, sobre todo desde el pu n to de vis­ta ju ríd ico , filosófico y de la psicología del com portam iento, pero que, al mismo tiem po, parece salir al encuentro de la exigencia de Bill Joy, a saber, la necesidad de u n concierto social totalm ente nuevo dictado po r las ciencias para el siglo recién inaugurado, m arcado com o viene po r las nuevas tecnologías. U n concierto so­cial desde el p u n to de vista de la m em oria neu tra l que posible­m ente tam bién podría elim inar el recuerdo del cuerpo hum ano.

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En todo caso, Wolfgang Frühwald ha m encionado en este contex­to y con relación a los más recientes progresos de la plastinación del cuerpo hum ano a H ans Joñas, quien ya en los años ochen ta del pasado siglo propuso la siguiente consideración: «En todo caso, la idea de reelaborar la constitución hum ana o de esbozar nuestra descendencia ya no resulta fantástica; ni está p rohibida po r un tabú intocable. Si llegásemos a esta revolución, si el po der tecno­lógico realm ente comenzase a experim en tar en las teclas más ele­m entales en las que la vida tendrá que tocar su m elodía [...] en­tonces se im pondrá con u n a urgencia inapelable una reflexión sobre los valores hum anam ente deseables, sobre qué debe deter­m inar la libre elección; en pocas palabras, un a reflexión sobre la im agen del ser hum ano que jam ás habríam os supuesto que se le pudiera p ro p o n er al hom bre»87.

Mientras tanto, Frühwald ha descrito con las siguientes palabras la m anera en que la reflexión, es decir, el recuerdo retrospectivo de los valores deseables hum anam ente, se ha despedido: «El cuerpo hu­mano se adapta estéticam ente, olvida su cuerpo, el plastinado le con­vierte en un objeto de curiosidad, del ver estético, en objeto de m u­seo anatómico. Especialmente el “hom bre de cajones” o el hom bre representado en m uchos afiches en pose de vencedor que lleva (al mercado) su piel en el brazo derecho levantado, así como el plasti­nado descrito po r Ulrich Fischer, en el cual todas las partes indivi­duales del cuerpo hum ano, colgadas de hilos de nailon, estaban re­presentadas en un colgante móvil, caracterizan la disolución del complejo cuerpo hum ano —que, en cuanto organismo viviente, siem­pre es más que la suma de sus partes-, precisam ente en esas sus par­tes. No se trata de presentar precisam ente al cuerpo hum ano todas esas imágenes plegables, po r lo demás de todos nosotros conocidas (y explicativas), del lexicón del cuerpo hum ano; se trata de su posi­ble configuración estética a través de la plastinación, en la que el re­cuerdo del cuerpo (en cuanto sujeto de ese cuerpo) desaparece»88.

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Por consiguiente, si un día tuviera que desaparecer incluso el re­cuerdo del cuerpo, al cuerpo le seguiría quedando todavía, como A lexander Kluge supone, el recuerdo de los mares prim igenios de trein ta y siete grados de calor. «La costilla de Adán era en efecto una enorm e nostalgia cuando vino el frío. Treinta y siete grados en las aguas calientes de estos mares primigenios. No lo podíam os ol­vidar y de ello nos acordábam os en el frío; en nuestro in terior avi­vábamos aquel pequeño fuego . » 89

Sin em bargo, sigue siendo cuestionable si el fin de la cultura del recuerdo, a pesar de todos los indicios que se acum ulan en grandes cantidades, en efecto se puede considerar como definitivo. En todo caso, O do M arquard ha hecho no tar a todos los «atletas del lam en­to y a las casandras de servicio» con sus jerem íacos lam entos anti­m odernistas que ya existirían motivos para la esperanza90. En efec­to, tam bién M arquard nos recuerda de entrada, basándose en las formas de representación de la liquidación de la m em oria y del re­cuerdo, el «envés de la m oderna cultura de la innovación». Lam en­ta totalm ente la neutralización m etódica del m undo de la tradición en interés de las ciencias de la naturaleza y de la técnica, que sólo de esta m anera pueden sustituir de m anera global y acelerada las crecidas realidades de la tradición m ediante «artificiales realidades funcionales». A ello vendría a añadirse el que este m undo avanzado de neutralización estaría necesariam ente unido a m undos del olvi­do y de desecho. Pues a la luz de un m undo de progreso neutral, en su referencia a la tradición se reducen todas las formas de vida es­pirituales, culturales y sociales del pasado, como, po r ejem plo, el ar­te, la religión, la filosofía, la familia, la sociedad burguesa, la nación y el Estado, en cuanto obsoletas formas primitivas que im piden es­te progreso global. Con la obvia consecuencia de la elim inación de esas formas primitivas y de esos im pedim entos91.

Pero M arquard no deja el asunto en este balance negativo de la cultura anam nética. Más bien alude a que esto aparentem ente es só­

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lo una verdad a medias, pues es com o si a espaldas del progreso sin m em oria se hubiera desarrollado un m undo del coleccionar y del recuerdo, a saber, un m undo com pensatorio y pro tector de la con­tinuidad de una cultura del recuerdo museal, científico y conserva­dor; una cultura del recuerdo que reúne y h onra los memorabilia re­chazados y desclasificados. Un fenóm eno que ya se advierte en la segunda m itad del siglo XVIII, pues después de 1750 y com o conse­cuencia de la Ilustración no sólo surge el concepto de progreso. Al mismo tiem po surgen ya, com o reflejo com pensatorio, los prim eros museos. Es decir, surge una cultura del recuerdo, que procede dia­lécticam ente en la m edida en que declara lo olvidado com o m o­derno y lo rechazado como destacable. Los procesos de disolución y elim inación de la M odernidad generan una cultura de la conser­vación y de la m em oria institucionalizada que con tendencia cre­ciente le va a la zaga y se manifiesta a escala m undial en archivos, en museos etnográficos, de artes industriales, de la técnica e históricos e incluso «en las residencias de ancianos de la vanguardia, los lla­mados museos de arte m oderno». De esta m anera el Homo faber im­plica al Homo conservator y «la form ación auténticam ente m oderna de la cultura del alm acenam iento y de la conservación pasa a per­tenecer a la m oderna sociedad de desecho, a saber, en cuanto com­pensación necesaria»92.

Para los niños todavía pequeños, tam bién el osito de peluche, en cuanto traditional object o rdenado al aseguram iento de la continui­dad, pertenece a la cultura del alm acenam iento y del recuerdo. El familiar jugu ete es, po r consiguiente, un objeto com pensatorio del recuerdo de una cultura de la lentitud en m edio de un m undo de aceleración vertiginosa. Con el resultado de que «la cultura del re­cuerdo, desde las ciencias del espíritu hasta el m useo pasando por el sentido conservador y ecologista, es -cu an to más m oderna, tanto más necesaria- el equivalente funcional del osito de peluche para el hom bre adulto m oderno en su m undo de progresos acelerados»93.

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Karl Heinz B ohrer ha diferenciado y relativizado, al m enos con referencia al recuerdo de la época del nacionalsocialismo, esperan­zas de esta especie. Él docum enta totalm ente la existencia de una cultura del recuerdo a escala federal, aunque sólo en la form a de una relación de proxim idad histórica. Esto supone que desde hace más de un decenio ya no se podría hablar de una preterición de la historia del nacionalsocialismo. Al contrario, la intensidad de la per­cepción historiográfica y político-intelectual de esta historia se com­portaría de m anera p roporcionalm ente inversa a la gran diferencia, que se hace cada vez mayor, de los acontecim ientos históricos. Sin em bargo, es decisiva la falta de una relación de «lejanía histórica». Es discutible con todo que este dato tam bién pueda exigir validez con referencia a esa subcultura ya instalada bajo la conciencia his­tórica pública y que se esfuerza po r la ilustración instalada en la conciencia histórica privada y de su m odelo interpretativo de la his­toria. Recientes resultados de 40 conversaciones familiares y 142 en­trevistas parecen en todo caso constatar contenidos totalm ente di­ferentes: «Los abuelos nazis se transform an a los ojos de sus nietos en encubiertos luchadores de la resistencia contra Hitler; en los re­latos familiares, las actuaciones antisemitas se convierten en servi­cios de ayuda y los propios parientes se perciben no com o delin­cuentes sino como víctimas. Si todo dependiera de la m em oria familiar, los alem anes serían un pueblo contestatario»94.

Frente a esto, B ohrer ha dado testim onio de la conciencia histó­rica oficial de la República Federal: «La no existencia de un a rela­ción a la lejanía histórica, es decir, a la historia alem ana más allá del suceso de referencia, el nacionalsocialismo, se hace de inm ediato evidente; no es sólo el resultado de un acto de voluntad que m aña­na sería revisado, cuanto una especie de apriori m ental, una segun­da piel de la conciencia federal alemana». B ohrer define esta se­gunda piel como la pérd ida total de todo recuerdo de un pasado colectivo orientado a la nación. Esta carencia de recuerdo sería cu­

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bierta po r el térm ino «memoria» que un ritual kitsch de la inteli­gencia académ ica am enaza con pervertir95.

La m em oria histórica de largo plazo que, según la apreciación de Bohrer, está ausente, no es sustituida -o en el sentido de Mar- quard, com pensada- m ediante la organización de eventos y sucesos que sólo en apariencia p re tend en pro teger la continuidad del re­cuerdo. «El interés aparecido desde los años ochenta entre amplios sectores de la población po r culturas anteriores -p a ra Alemania Oc­cidental fue ejem plar el éxito de las exposiciones de los Staufer y Prusia- no puede tom arse en consideración con relación al recuer­do de largo plazo aquí m encionado. Semejantes escenificaciones de historia, que hoy corresponden a una práctica general en los gran­des museos, se orientan a una nueva especie de legítim o voyeuris- mo en el que unos consum idores agotados descansan de abstrac­ciones: im ágenes en vez de letras, o en su caso, argum entos. Con el recuerdo histórico a largo plazo, en el sentido que aquí le damos, todo esto tiene poco que ver. Aquí se manifiesta más bien ese fenó­m eno peculiar de un infinito presente que reduce tanto el pasado como el futuro al eterno ahora del consum o cultural. » 96 En qué m e­dida, pues, la falta de un alto grado de reflexión histórica aparece en B ohrer com o uno de los motivos fundam entales de la incapaci­dad de los alem anes de la inm ediata posguerra para lam entar el Holocausto y de las dificultades a la hora de aceptar un m onum en­to al mismo en Berlín, queda expresada en las siguientes palabras: «Pues incluso una m em oria que sea consciente del Holocausto [...] únicam ente m erecerá este nom bre cuando sea consciente no sólo de la época del Holocausto, sino tam bién del tiem po y los tiempos que le precedieron»97.

Finalm ente, según la apreciación de Peter Kümmel, esas recien­tes series de televisión alem anas que él entiende com o paquetes de viajes al pasado nacionalsocialista, respetuosas con el recuerdo, ha­cen echar de m enos totalm ente aquella protección del recuerdo y

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de la continuidad: «“Se recuerda para olvidar”, reza una de las tesis de Freud. Dado que sem ejante estrategia todavía no es perm isible a los alem anes, eligen un a especie de recuerdo que se aproxim a al ol­vidar. Es el recuerdo com o distracción»98.

Se trata de una distracción que B ohrer ha caracterizado com o el infinito presente del consum o cultural y que hace poco Wolfgang H agen ha analizado más exactam ente bajo el concepto de «olvido del presente». El «olvido del presente» lo entiende H agen -a lu ­diendo a H arold Adams Innis y a sus reflexiones sobre la época y los m edios culturalm ente conservadores- básicam ente com o el gran mal de la dem ocracia, «cuyo sacrificio del pasado y del futuro en aras de intereses dados del presente fue subrayado m ediante el do­m inio de los periódicos y su carácter de posesos po r lo inm ediato»99. H agen fundam enta este «carácter de posesos» olvidados del pasado y del futuro aludiendo a la orientación exclusiva al ahora po r parte de la prensa, la radio y la televisión -desde el punto de vista tecno­lógico y económ ico— que no tienen en consideración la perm anen­cia de un alm acenam iento: «A esta estructura fenom enológica de los medios de masas desde el punto de vista actual no se le ha apli­cado n inguna corrección. El m ecanism o de la expansión de los me­dios de masas discurre hoy todavía a través de la oscilación entre no­ticias y publicidad. Son los dos generadores fundam entales de un m ercado m ientras tanto globalizado con el apoyo de los satélites, cuya validez orientada com ercialm ente al infotainment100 sólo queda en el ahora de su m ediación y, po r consiguiente, constantem ente está exigiendo innovación. Noticias como las que distribuyen los medios de masas son una estructura según los inform es del presen­te y con ello estructuralm ente equivalentes al curso de la bolsa. C ontienen sucesos del más reciente pasado e igualm ente proyec­ciones al futuro que, po r consiguiente, son noticiosas ya que sus in­formes suponen, sin m encionarlo, que, en cuanto sucesos, el día de m añana ellas puedan ser dignas o no de nuevos inform es»101.

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«Almacenar datos supone olvidarlos»VI

En su análisis del «carácter olvidadizo del presente», Wolfgang H agen acentúa que sobre todo la prensa, la radio y la televisión no se orientan hacia la durabilidad del alm acenam iento de datos. Con ello llega a la siguiente consecuencia: «La orientación del presen­te hacia un a tecnología de la com unicación m ecánica y electróni­ca de la prensa, basada en la estim ulación del consum o individual, conlleva una indiferencia frente al pasado que nos hace ciegos frente al fu turo»102. Al mismo tiem po, H agen adm ite «que no se pueden pronosticar los ulteriores efectos de la convergencia de los medios en el transcurso de la “digitalización”» y que paradójica­m ente «el futuro de la com unicación se hu nde cada vez más en la oscuridad»103.

Al mismo tiem po, con ello se está poniendo en cuestión si la m e­m oria alm acenada digitalm ente no pudiera hundirse tam bién en sem ejante oscuridad. ¿No irá un ida una nueva dim ensión de dis­persión de la m em oria, superadora de todas las formas conocidas de la amnesia, al almacenaje digital no orientado a la durabilidad? Cabe recordar unas anotaciones de Sigmund Freud del año 1924 a las que se ha dado poca relevancia y que llevan po r título Notiz über den Wunderblock (Inform e sobre la pizarra m ágica). A ellas se ha re­ferido W einrich. A una m irada retrospectiva, el Wunderblock o piza­rra mágica de Freud se le manifiesta en todo caso como una m etá­fora sorprendentem ente perfilada, com o una anticipación de la auténtica naturaleza del alm acenam iento de los sistemas digitales, a saber, su corto recorrido.

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El inform e de Freud acerca de la pizarra mágica lo ha descrito W einrich de la siguiente m anera: «El tem a de este inform e es la m e­m oria en su más im portante materialización, a saber, como escritu­ra. Según Freud y sobre el criterio de la “perdurabilidad” de lo escrito, hay que distinguir dos tipos de la m em oria escrita. El papel escrito con tinta adopta una huella de recuerdo perm anente. Por el contrario, lo escrito con punzón sobre una pizarra puede ser bo­rrado fácilm ente. El prim er sistema de m em oria favorece pues la m em oria orientada a largo plazo, m ientras que el segundo, orien­tado a corto plazo, está más próxim o al olvido. Sin em bargo, en tiem pos de Freud salió al m ercado un nuevo sistema de instrum en­tal de escritura y juego que, bajo el nom bre de Wunderblock, unía ambos sistemas de recuerdo. Según la descripción de Freud, se tra­taba de una tabla encerada cuya superficie venía preparada con un papel transparente y una capa de celuloide, de tal m anera que se podía escribir sobre ella con un estilete y lo escrito, grabado en ce­ra, se podía bo rrar de nuevo fácilm ente con el m ero hecho de le­vantar varias coberturas. Sin em bargo, la huella de la escritura del punzón sobre la capa de cera, incluso aunque el usuario la hubiera alisado de nuevo de la m anera que se ha descrito, seguía, bajo de­term inadas condiciones, todavía visible. Esto sucedía, po r ejemplo, cuando la capa de cera se observaba a una luz determ inada. Así pues, el Wunderblock recibía en sus capas de cera una m em oria al mismo tiem po perecedera y perm anente, a la que, en el reverso, se correspondía tam bién un olvido pasajero y perm anen te»104.

M ientras tanto, esta relación entre huella de recuerdo perece­dero y huella de recuerdo perm anen te se ha situado en un prim er plano de actualidad hasta convertirse en un tem a de naturaleza glo­bal. Existe un program a de la Unesco, puesto en m archa ya a co­mienzos de los años noventa del siglo anterior, bajo el título de «Me­m oria del m undo» que, orientado a la conservación de la m em oria colectiva del m undo, integra docum entos significativos en soporte

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de papel, audio y visual (imagen y cine) en un registro m undial con el objeto de presentarlos en In ternet (preservation and acces). Un pro­grama, po r consiguiente, que, po r prim era vez de m anera global, sometía a discusión la cuestión de la m em oria perm anente, más en concreto con relación a los docum entos que a escala m undial pue­den ser declarados como dignos de recuerdo, ante la situación pa­radójica de que precisam ente los memorabilia del recuerdo colectivo a largo plazo deben ser confiados a un m edio de almacenaje del que se pueda disponer globalm ente pero que sólo posee una m e­m oria técnicam ente lim itada al corto plazo.

Joachim-Felix Leonhard ha descrito la situación con estas pala­bras: «Casi en n ingún otro ám bito de los que se ocupan de la he­rencia cultural y de los valores ha aparecido de m anera tan drástica la cuestión de quién decide hoy —en la época de la com unicación di­gital y de la todavía no resuelta archivación a largo plazo con el ob­je to de disponer de ellas en el fu tu ro— acerca de aquello que ten­drem os que recordar el día de m añana [...]. Es como si tuviera lugar una im aginaria invasión desde fuera de la galaxia y se nos propusie­ra la cuestión de Robinson. Es decir, tal y como en cierta ocasión se preguntó a Noé, quién decide acerca de los valores y objetos que serían dignos de meterse, en caso perentorio de limitación o, en su caso, de selección, en un pequeño bote, en una especie de arca vir­tual. Los que realizaran la pregunta nos dejarían, digamos, pocas posibilidades de elección como alternativa que, sin em bargo, debe­rían ser consideradas bastante bien. Lo cual no significa otra cosa que em prender un paseo a través de la historia de los docum entos, de los docum entos de la historia, que los valorase de m anera estric­ta y selectiva. En el program a “M emory of the W orld” deberán digi- talizarse los docum entos básicos de todos los países y ponerse a dis­posición en la red a través de un servidor de la Unesco. Con ello, estos docum entos se estarían difundiendo in order to have preservation (via digitalization) and better acces (via world wide web)»105.

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Pero con la particularidad de que de esta digitalización de la m e­m oria colectiva sigue estando excluida aquella herencia memorísti- ca inm aterial especialm ente am enazada a la que Lévi-Strauss ha alu­dido de m anera penetrante: los cantos transmitidos, los relatos, los rituales y las fiestas cuya realización va indisolublem ente un ida al ejercicio y a la transm isión a través del ser hum ano. Pero es que in­cluso con referencia a los docum entos de la m em oria digitalizados en el program a «Memory of the World», la definición de literatura de T heodor W. A dorno puede ganar una nueva e inesperada signi­ficación, a saber, la de que la literatura es la «m em oria del sufri­m iento acumulado». Pues el cam ino del sufrim iento de esta m e­m oria, hasta ahora m aterializada de m anera perm anen te en libros y bibliotecas, hasta cierto punto vendría hoy determ inada po r el tem po de innovación, cada vez más acelerado, de los sistemas digi­tales. Hans Magnus Enzensberger ha descrito este fantasm a con las siguientes palabras: «El acelerado tem po de innovación tiene como consecuencia que el valor m edio tem poral de los m edios de alma­cenam iento disminuya. Los National Archives en W ashington ya no están en situación de leer los escritos electrónicos de los años se­senta y setenta. Los instrum entos que serían necesarios para ello ya hace tiem po que han caducado. Son ya raros y caros los especialis­tas que pudieran trasladar los datos a un form ato actualizado, de tal m anera que la mayor parte del m aterial puede darse po r perdido. A parentem ente, los nuevos medios sólo disponen de una m em oria técnicam ente lim itada al corto plazo. Hasta el presente no se han dado cuenta de las implicaciones culturales de este hecho»106.

Así pues, ¿estamos ante el horror digitalis como cultura anam néti­ca? Enzensberger, previendo esta pregunta, po r lo demás perfecta­m ente imaginable, ha tenido la precaución de identificar las dos fac­ciones de la época digital: los apocalípticos po r una parte, y los evangelistas po r otra. Como criterio de diferencia decisivo se m ani­fiesta de nuevo la memoria: en form a de pérdida de m em oria por

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parte de los evangelistas y de capacidad de recuerdo po r parte de los apocalípticos. En este sentido, Enzensberger in terpreta a los evange­listas digitales como anunciadores de buenas nuevas de naturaleza global, ya que profetizan, entre otras cosas, el surgimiento de una de­mocracia directa de carácter electrónico, el desmontaje de jerarquías y la perm anente utilización de fuentes. Debido a la falta de m em oria que manifiestan, ellos le hacen recordar a Enzensberger la eufórica fe que en la época de posguerra se tenía en la utilización pacífica de la fisión nuclear como solución a los problemas de energía.

Los evangelistas digitales prom eten además la solución de pro­blemas totalm ente diferentes: en vez de soluciones anuncian la re­dención del hom bre anticuado. Entre otras cosas, tam bién la reden­ción del ser hum ano de una m em oria insegura y quebradiza gracias a unos gigantescos instrum entos de alm acenaje electrónico. «El cy- borg, una quim era h íbrida de hom bre y m áquina, sería entonces el siguiente paso lógico para la autodestrucción del género. Al final, autóm atas progresistas que no estén m anchados con la mácula de la m ortalidad deberán sustituir totalm ente al débil género hum ano. Estas m áquinas tam bién pondrán fin al caos de la sexualidad; ellas estarían en disposición de propagarse de una m anera totalm ente agenética. Ya desde la época de los pioneros más m ilitantes de la in­teligencia artificial, hace ya decenios, se viene anunciando esta me­ta desinteresada. Los dineros de investigación enterrados en arena, la testarudez de los mind-body problems, las m uchas bancarrotas que les estaban reservadas a sus promesas, todo esto no ha sido im pedi­m ento para los intentos de estos creadores de proyectos. Los profe­tas tienen inm unidad frente a los hechos. Eso es lo que constituye su atractivo . » 107

Pero, en opinión de Enzensberger, tam bién los apocalípticos di­gitales se manifiestan no m enos dogmáticos que los evangelistas. Al revés que éstos, los apocalípticos no pueden, sin em bargo, esperar subvenciones, ni m edios de terceros ni apoyo industrial. Por eso tie­

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nen que anunciar po r iniciativa propia los horrores de un futuro de «galopante quietud» en el sentido que expresó el filósofo de los m e­dios Paul Virilio o un m undo de fantasmas de virtualidad y simula­ción m edial en el sentido de Baudrillard108.

El mismo Enzensberger soluciona este antagonism o de m anera pragm ática relativizando ambas facciones: hay m uchas cosas que hablan a favor de los que aconsejan evitar exageraciones: «Por nues­tra parte deberíam os condenar al ridículo que se m erecen a esos profetas de los medios que se prom eten y nos prom eten o el apo­calipsis o la redención de todo mal. La capacidad de distinguir una pipa de la foto de una pipa está muy extendida. Q uien confunda el cibersex con el sexo está m aduro para el psiquiatra. Se está seguro del cansancio corporal y el do lor de muelas no es virtual. Q uien tiene ham bre no se satisfará con simulaciones y la m uerte propia no es un suceso para los medios. Pero sí, hay un a vida más allá del m undo di­gital: la única que tenem os»109.

Pero ¿se exagera realm ente en un m undo que m ientras tanto es globalm ente gestionado de m anera digital y virtual frente a la rea­lidad del antiguo m undo de la mem oria? Tam bién Enzensberger adm ite que los m edios ju eg an un papel central en la existencia hu­m ana; su rápido desarrollo conduciría de hecho a m odificaciones que realm ente nadie puede m enospreciar. U na cosa es segura: que el desarrollo rápido lleva la m em oria del libro, hasta ahora accesi­ble de m anera real, aunque am enazada en su perdurabilidad por los daños que p rodujeran a largo plazo posibles ácidos, a un esta­do de agregado totalm ente nuevo. La palabra im presa com o m e­m oria m aterializada m uta en palabra electrónica. La biblioteca co­m o lugar de reun ión real de la m em oria im presa se traslada al espacio digital del disco duro. La m em oria que san Agustín, en los libros diez y once de sus Confesiones, había en tend ido com o el fin propiam ente dicho de la reun ión de la com unidad se evapora y se convierte en el spicarium, es decir, en el lugar donde originaria­

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m ente se conservaban las espigas (spicae), el trigo. El ordenador, sin em bargo, alm acena, no memoriza. Es decir, la em igración de los impresos a la serie de signos electrónicos escam otea a la m em oria la hasta ahora norm al realidad táctil de los libros. Las piececitas de tejido m ental fijadas en el libro de una m em oria que funda refe­rencias asociativas deben p o n er a prueba su destreza ahora sobre un nuevo suelo, a saber, en el terreno de fugaces series de signos de digitalizados altam ente disueltos. La m em oria, hasta ahora ex­perta en el trato con asociaciones auto-generadas y clarividencias conexas, de repente se encuen tra otra vez -y en cuanto usuaria ha­bituada a capacidades de alm acenaje- con conexiones form ales técnicam ente determ inadas y depend ien te de las «máquinas de búsqueda» digital.

En la m edida en que los discos duros y servidores se llenan con sus digitalizados, se vacían los estantes de libros de las antiguas bi­bliotecas: «Es un atractivo juego de pensam iento futurístico: las existencias de libros de las bibliotecas del m undo, desde los más in­significantes folletos hasta la enciclopedia más maciza, se escanean autom áticam ente. Escáneres de gran rendim iento ponen libro tras libro sobre sus espaldas y escanean página a página el texto del li­bro, en la m edida en que son capaces de aspirar la página siguien­te y pasarla autom áticam ente. Títulos de los capítulos y apartados se reconocen sin el apoyo intelectual de un bibliotecario y se elaboran de m anera autom ática convirtiéndose en meta-datos accesibles de m anera real y configurantes de un texto. Un escenario fascinante que en el presente resulta todavía un poco utópico, pero que, en vista de los vertiginosos desarrollos de las tecnologías IT, presum i­blem ente pueda ser considerado a corto plazo com o realista»110.

Pero tranquilos: a pesar de estas perspectivas que apenas se pue­den designar como utópicas, por el m om ento el hecho es el si­guiente: «Hasta que se haya digitalizado el últim o tom o de pom po­sa lírica historicista, la que Heyse llamó Goldschnittlyrik, posiblem ente

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pasen, a la vista del ejército de millones de libros que deben ser es­caneados, decenios. Hasta entonces, la sala de lectura, a la que fre­cuentem ente se le ha puesto ya el RIP, no será susdtuible»111. Pero los evangelistas digitales están firm em ente decididos a poner el m undo a disposición de los usuarios de bibliotecas virtuales. En el futuro, las bibliotecas pondrán a disposición no sólo los memorabilia digitaliza- dos de sus propias existencias, sino que será posible el acceso a in­num erables textos digitales de los magazines acumulados de innu­merables bibliotecas.

Con lo que finalm ente se podría llegar a realizar aquella biblio­teca de Babel que Jorge Luis Borges, duran te largo tiem po director de la Biblioteca de Buenos Aires, ha anticipado ya en su escrito en prosa que, con el mismo título, está muy próxim o al género fantás­tico. W einrich ha representado esta biblioteca de Babel ideada por Borges de m anera penetrante , con alm acenes que datan de tiempos inm em oriales y con una capacidad de alm acenam iento de todos los libros existentes y futuros. En un prim er m om ento la existencia de esta biblioteca universal provocaría en todos los bibliotecarios em­pleados en ella un sentim iento de felicidad. «Y ellos buscan espe­ranzadam ente entre la masa de libros -igual que Mallarmé y Valéry- un único libro que encierre toda la com plejidad de los otros y que, com o si fuera su cifrado y com pendio, se asemeje a una divinidad. Sin em bargo, ese libro total no se encuentra. Cunde en tre ellos la decepción, se manifiesta un sentim iento de derro ta y algunos bi­bliotecarios enloquecen. En esta situación aparece una secta. Sus adeptos son partidarios del olvido. Impulsados po r un furor higiéni­co, ascético, estos puritanos, que po r supuesto tam bién son biblio­tecarios, po nen manos a la obra de elim inar de la biblioteca de Ba­bel todos los libros inútiles. Millones de libros perecen a través de su tarea de aniquilación. Sin em bargo, esta violenta declaración de nu­lidad no tiene consecuencias reconocibles para las existencias de la biblioteca y sigue siendo infinitesimal en su efecto. Resistente al

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olvido, com o se ha m anifestado, la biblioteca de Babel sobrevivirá a la decadencia de la hum anidad . » 112

Si se observa detenidam ente, la esperanza de que en el futuro se puedan encargar contenidos de m em oria de los almacenes de li­bros virtuales en el estilo de esta biblioteca de Babel, po r lo m enos para clientes concretos, se manifiesta como utópica. Pues ya senci­llos cálculos po nen de manifiesto que apenas un futuro usuario dis­pondrá de la capacidad financiera com o para poder llam ar a pro­pia cuenta todos los textos com pletos para él relevantes: sobre todo los trabajos de investigación de carácter hum anístico y de ciencias sociales exigen a m enudo decenas y centenas de escritos a consul­tar. «Pero no sólo los científicos de la literatura quieren quitar el polvo de los libros, perderse en lo escrito, buscar con m eta o sin ella, encon trar inspiraciones, descubrir lo lejano como lo funda­mental, y en concreto tanto de los anaqueles de libros de la sala de lectura com o en el cosmos de las fuentes de la red. La oportunidad de poder cargar cantidades de datos en el futuro de m anera con­fortable en el PC privado se hace esperar: po r el contrario, la nece­sidad de que, com o cliente individual, com o usuario final, uno ten­ga que soportar horrendos costes, desaconseja la em presa . » 113

Lo que, sin em bargo, más intranquiliza a los apocalípticos no son tanto los ho rrendos costes, sino m ucho más el horror digitalis de una pérd ida colectiva de saber sobre la base de rápidos proce­sos de envejecimiento de los sistemas digitales. Sobre todo después de que, a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, la m em oria m aterializada en libros, que han utilizado papel que contenía áci­dos, haya dado considerables muestras de disolución. Pues los con­tenidos de la obra del disco duro transportable llevan ya las señas de la decadencia sobre la frente. En los m edios magnéticos se al­m acenan los info-bits en finísimas películas orgánicas o metálicas que están adheridas al m aterial soporte m ediante un producto quí­mico. Con el tiem po, sin em bargo, se disuelve el m aterial de un ión

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y al tocar el m aterial de la película ensucia la cabeza de lectura. Con el resultado de que expertos en medios m agnéticos tales como bandas, cintas, floppies o zip-disk garantizan sólo un a conservación de los datos po r un espacio de diez años aproxim adam ente. Los productores de discos de m em oria óptica prom eten po r el contra­rio un a durabilidad considerablem ente más larga, p o r ejem plo, para el CD-ROM. Pero con toda probabilidad tam bién en este caso flaqueará la m em oria después de cien años. Pues, con el transcurso del tiem po, la capa de m etal que cubre el disco se irá haciendo opa­ca. Entonces, el rayo láser ya no podrá reflejar de m anera exacta. Los rayos saltarán los pits o agujeritos de los bits marcados en el ma­terial.

En efecto, esa prom esa de una m em oria de largo plazo con una duración de cien años que nos hacen los productores de discos du­ros ópticos es aceptable, pero no es verificable. La com probabilidad de las afirmaciones que acom pañan al producto no tiene lugar. Pues antes de que los datos de m em oria digital sean víctimas del ordena­m iento de materiales, desaparecerán ya los instrum entos con los que estos datos fueron elaborados originariam ente. A ello viene a aña­dirse el que tam bién los programas, es decir, las series binarias de ce­ros y unos que pueden convertirse en inform aciones legibles, ya de­ja rán de estar presentes, a más tardar, en los ordenadores de la subsiguiente generación. Lo que, po r ejemplo, se alm acenó en Com- m odore 64, en su tiem po un sistema celebérrim o, ya está perdido pa­ra la m em oria de la posteridad digital: un PC m oderno ya no está en situación de descifrar los contenidos del viejo Com m odore.

En vista de este dilem a de la m em oria digital, los evangelistas alu­den a un m edio de salvación supuestam ente probado: la copia re­gular. Pero tam bién aquí am enaza el peligro de im portantes lagu­nas de mem oria. Pues en el alm acenaje de copia de datos, la señal eléctrica sensible a las interferencias se convierte en ceros y unos. Para ello la curva de corriente constante debe dividirse en dos va-

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lores: cada impulso superior a un nivel de um bral fijado se convier­te en cero y po r debajo del mismo en uno. Pero en este proceso la señal de corriente está som etida ocasionalm ente a alteraciones, con el resultado de que en la cercanía del valor diferencial pudieran surgir fallos. De esta m anera de repente puede alm acenarse un uno en vez de un cero.

En general, cuando se copia no están triunfando los sistemas di­gitales, sino los sistemas de fotocopia de docum entos en papel, que m ientras tanto ya están trasnochados. M ientras que en las copias de las copias, los signos de la escritura sólo van palideciendo paulati­nam ente, en el duplicado digital ya una única modificación de un único bit (de cero a uno o de uno a cero) puede conducir a la ma­yor catástrofe de la m em oria, al máximo accidente que se pueda su­poner: todo el conjunto de datos se inutiliza de m anera irreversible.

¿Es que con ello Ulises ha desem barcado de nuevo en tre los lo­tófagos? ¿Presentan los sistemas digitales, m ientras tanto, peligros semejantes a los de los frutos del loto que disuelven la memoria? Es­tos sistemas ¿son capaces po r sí mismos de desencadenar a largo plazo aquella «gran fiesta del borrado» que H ugo Loetscher había previsto a escala universal y que tendría lugar el 31 de diciem bre de 1999, en la que a un solo com ando de olvidar se borrarían todos los datos alm acenados electrónicam ente? 114 Pero incluso aquí los evan­gelistas digitales hacen nuevas prom esas esperanzadoras. Pues el si­glo X X I no sólo ha integrado las capacidades de los prim eros años ochenta desarrolladas del PC en el teléfono móvil y en com unica­ción a través de Internet. M ientras tanto, tam bién en estos acceso­rios del life-style digital la duración de vida y la resistencia contra las pérdidas de m em oria digital han aum entado de m anera considera­ble en com paración con los organizer o planificadores tradicionales.

En efecto, el llam ado Palm top Com puter, asistente personal di­gital que tiene cabida en la palm a de la m ano (PDA), no significa ni m ucho m enos, aun en el caso de extravío o aniquilación del

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PDA, la pérdida de la m em oria digital en el usuario. Al adquirir un nuevo asistente personal digital (PDA), podrá recuperar la m em oria perdida desde su o rdenador de mesa en el que está a su disposición la copia de todos los datos. Son datos que cotidiana o autom á­ticam ente pueden ajustarse y sincronizarse a través de la denom ina­da función HotSync. A ello se añade que en vista de la cada vez me­nor durabilidad del hardware, a los buenos clientes del PDA se les oferta regularm ente por seguridad un Upgrade o acceso a nuevos ti­pos de teléfono po r parte de los comerciantes de teléfonos móviles.

No obstante, la durabilidad, paulatinam ente decreciente, del hardware sigue constituyendo, ju n to al sim ultáneo y diario y cada vez más acelerado crecim iento de la cantidad de datos a archivar, un ar­gum ento decisivo que los apocalípticos digitales esgrim en contra los evangelistas del sistema. H aciendo balance, Peter Cornwell ha detallado brevem ente algunas de las pérdidas digitales de la m e­m oria brevem ente: «El British Film Institute adm inistra más de 2 0 0 . 0 0 0 horas de proyección de películas de vídeo que fueron al­m acenadas en medios analógicos que van envejeciendo rápida­m ente, com o por ejem plo el U-matic (un form ato de casete de vídeo desarrollado por Sony en 1969). La British Broadcasting Cor­poration (BBC), que posee aproxim adam ente unas 600.000 horas de vídeo, ya ha adm itido la pérd ida de una gran cantidad de m ate­rial de la prim era época de la televisión. La unión entre las cintas de vídeo abandonadas y la capacidad de subsistencia de inform a­ción digital no es quizás inm ediatam ente evidente, pero la digitali- zación y alm acenam iento m ediante medios electrónicos ofrece con toda probabilidad la única solución práctica para esta tarea de ca­rácter gigantesco. La copia de m aterial de vídeo en nuevas cintas no tiene m ucho sentido, dado que sería necesario un masivo em pleo de m ano de obra. Además el proceso debería repetirse cada diez años, es decir, cuando se hubiera alcanzado ya el fin de la vida de duración de las nuevas cintas. Los retos son enorm es. El equivalen­

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te digital de una única hora de vídeo en calidad de emisión se cifra en a lrededor de unos 120 gigabytes. La suma de datos resultantes tiene consecuencias que hoy todavía no podem os prever»115. Un in­form e del horror digitalis con la perspectiva de futuras pérdidas po­sibles de memorabilia de implicaciones realm ente in tranquilizadoras, cuyas proporciones y significación hasta ahora apenas se discuten. Esto supone po r una parte que de m anera consciente se acepten pérdidas de contenido de m em oria no restituidas para futuras ge­neraciones, y, po r otra parte, que se deje exclusivamente al parecer y criterio de las actuales elites de funcionarios el determ inar qué contenidos de m em oria estarán disponibles en el futuro y cuáles de­berán considerarse obsoletos.

Ejemplos para la visión de este futuro orwelliano de una m e­m oria de la hum anidad exclusivamente dirigida y seleccionada po r elites digitales se encuen tran en Cornwell. M encionem os aquí el li­bro del Domesday, publicado electrónicam ente en el año 1986 po r la BBC en conm em oración de los novecientos años del surgim ien­to del libro del mismo nom bre que contenía los apuntes resultan­tes de la sistemática investigación, o rdenada en 1086 p o r Guillerm o el Conquistador, de las condiciones de posesión en Inglaterra. Cornwell inform a exhaustivam ente sobre este ejem plo de una pri­mitiva época de horror digitalis'. «El nuevo banco de datos m ultim e­dia, un inventario de la actual Gran Bretaña, fue producido con ayuda de millones de escolares y con la utilización de estadísticas y m aterial visual del gobierno. Un reproducto r de discos láser y un Micro BBC -q u e en esa época eran la com petencia de los o rdena­dores de IBM - constituían el hardware necesario que posibilitaba al usuario navegar a través de un a colección de fotografías, películas, gráficos y textos tan am plia que eran necesarios algunos años para ver todo individualm ente. Sin em bargo, sólo quince años después, el proyecto tuvo que ser salvado de una cuasi-catástrofe m ediante el esfuerzo conjunto de varias universidades: pues en este corto es­

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pació de tiem po el en to rno técnico se había transform ado radical­m ente hasta el extrem o de que los datos alm acenados en discos láser ya no podían ser leídos po r el usuario norm al. Al mismo tiem ­po, los mismos soportes, los discos láser, estaban am enazados agu­dam ente p o r la desintegración. Esta com probación es especial­m ente im pactante a la vista de las ediciones originales de papel, muy bien conservadas, del libro histórico del Domesday, escrito no­vecientos años antes po r m onjes norm andos [...]. El problem a de la BBC no sólo consistía en ten er que leer datos de discos obsole­tos antes de que éstos desaparecieran p o r com pleto. El equipo de restauración tenía que em ular el Micro BBC, es decir, im itar sus funciones en un nuevo o rdenador para que el logicial para la na­vegación de la inform ación, que estaba alm acenado sobre el disco láser, se pudiera reproducir de nuevo».

M ientras tanto, la cada vez más breve vida del hardware exige nue­vas estrategias de Managements de personal para asegurar los conte­nidos digitales. Eso supone sobre todo el desarrollo y m anteni­m iento de com petencias especiales po r parte de los colaboradores para la supervivencia de inform aciones digitales en vista de los ins­trum entos técnicos de diferentes generaciones, productores y m o­dos de procesam iento. En este contexto Cornwell ha aludido a los aspectos, obvios, de u n a explosión gigantesca de los costes de pro­ducción. «El carácter problem ático del archivo de vídeos de la BBC no resultaba, a diferencia de la salvación del proyecto Domesday, de los costes originados po r la com pra de nuevos m edios de almace­nam iento, m áquinas o infraestructura. Resultaba sobre todo del problem a del enorm e coste, impagable, de la m ano de obra hum a­na que sería necesaria para traspasar de las viejas cintas a las nuevas el enorm e volum en de m aterial, un proceso que sólo con gran difi­cultad puede acelerarse, dado que las m áquinas de copiado corren en tiem po real. Con una durabilidad de los m edios de almace­nam iento, que sigue estando por debajo de los diez años, todo el

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proceso, aparte de las cintas añadidas de los años transcurridos, de­bería ser repetido tan p ronto como se hubiera finalizado. Además, el m aterial de vídeo se alm acenaría en form a analógica, lo que ten­dría como consecuencia ulteriores pérdidas de calidad con cada traslado . » 116

Pero incluso la producción de un archivo para el alm acena­m iento a largo plazo de contenidos de la m em oria digital conten­dría num erosas variables imprevisibles. Esto supone que no es posi­ble, en definitiva, un am plio pronóstico de todos los sucesos que en el transcurso del alm acenam iento pudieran ocurrir. Para que toda­vía en un futuro lejano se pudiera echar m ano de alm acenes de datos deberían anticiparse, po r ejemplo, no sólo los adelantos tec­nológicos; tam bién deberían tenerse en cuenta aspectos de finan­ciación a largo plazo. Por no m encionar las modificaciones del cam­bio climático y de m edio am biente. Por ello Cornwell llega a un resultado esclarecedor: «No hay im pedim entos fundam entales para disponer a largo plazo de los datos y de los m étodos para echar ma­no de ellos. Sin em bargo, al día de hoy no hay tecnologías prácticas que perm itan un alm acenam iento a largo plazo, dado que las mis­mas, tras u n espacio de tiem po determ inado, son incapaces de seguir funcionando. Hasta el presente, esto lo han im pedido las planifica­ciones de los gobiernos para archivos adm inistrados perm anen te­m ente que, en vistas de la necesidad rápidam ente creciente de las posibilidades de alm acenam iento, son de la m áxim a urgencia»117.

Dada la im posibilidad de una m em oria digital de largo plazo, la mayor urgencia podría venir exigida tam bién po r aquella tecnolo­gía clave con la que los evangelistas digitales profetizan una salida del dilem a de la fragilidad de sus memorabilia: el Storage Area Net­work (SAN). El sistema SAN, desarrollado po r un grupo (In ternet Engineering Task-Force) de productores de ordenadores y com po­nentes, aprovecha una significativa propiedad de la inform ación di­gital, a saber, la im posibilidad de distinguir entre copia y original.

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Por consiguiente, la capacidad de supervivencia a largo plazo de los memorabilia podría asegurarse, po r lo m enos potencialm ente, a tra­vés de la ubicuidad global de clones digitales de inform ación. Esto significa que la correspondiente inform ación debería distribuirse a través de un mirroring o im agen digital, a través de espejos dispues­tos geográficam ente po r todo el m undo. Seguridad, po r consi­guiente, a través de espejos autom áticos repetidos, una estrategia im plem entada ya po r el movimiento O pen Software. Y esto con una doble meta. Por un a parte, el SAN posibilita potencialm ente que instrum entos de alm acenam iento de datos con muy alta capacidad de alm acenam iento, instalados en un lugar concreto, puedan ser utilizados a través de redes privadas o públicas de tal m anera que ac­túen como usuarios en cuanto parte com ponencial de los ordena­dores o de una red local. Por otra parte, el sistema SAN conduce al aseguram iento a largo plazo de la actualización de inform ación y com prueba la consistencia de todas las copias reflejadas, es decir, distribuidas. Con ello, el sistema SAN posibilita un alm acenam ien­to de la inform ación a precio asequible y a largo plazo a través de la utilización de instrum entos de alm acenam iento de todos los pro­ductores posibles; sin em bargo, en el supuesto de que los produc­tos de estos productores coincidan con el estándar SAN. El resulta­do es el siguiente: «Las estrategias de reflejo SAN posibilitan la transm isión periódica, totalm ente autom ática, de inform ación de un hardware de alm acenam iento, que está al final de su durabilidad, a o tro nuevo que está unido a SAN»118.

¿Es entonces SAN la utop ía de u n a torre de Babel digital pos- m oderna? En todo caso, estos fundam entos están inicialm ente m ar­cados no sólo po r la fragilidad de m em oria de los m edios de so­porte, sino tam bién po r la dependencia de la energía y de la adaptación, constantem ente necesaria, al estándar actual técnico. Todo esto sin m encionar que tam bién los datos SAN a largo plazo no están protegidos contra los desastres naturales, como, po r ejem-

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pío, el im pacto de un asteroide. Son fundam entos digitales que en el siglo XXI, bajo nuevo signo, hacen efectiva la form ulación de Marx y Engels: «Todo lo estam ental y todo lo estable se evapora»119. Sobre estos fundam entos todos los datos individuales y colectivos de la m em oria p ierden su aura de original, pues sobre el valor de los digitalizados decide su disponibilidad. Lo que W alter Benjamin anotó acerca de la obra de arte en la época de su reproducción téc­nica, vale po r consiguiente sin límites para el docum ento digital, a saber: «la falta de duración m aterial y de docum entabilidad históri­ca»120. U n fenóm eno que se debe al peculiar carácter de los sistemas digitales en cuanto tecnología de la com unicación y no de la con­servación de la memoria.

Thomas H ettche ha criticado este carácter peculiar de los siste­mas digitales: «Quien pretenda en tender la digitalización de nuestra cultura sólo como ganancia añadida en lo que a rapidez y asequibili- dad se refiere, ignora que la pérdida del artefacto genera una cultu­ra totalm ente nueva del alm acenam iento. Si todavía, según H annah Arendt, los artefactos consolaban al hom bre perecedero en la natu­raleza perecedera con un reflejo de la eternidad, a partir de ahora desaparece con ellos tam bién el consuelo que residía en su aparente carácter de im perecederos [...]. Mientras en el antiguo orden algo que se apartara podía encontrarse de nuevo, ahora todo se genera si­guiendo un proceso e igualm ente de nuevo se consum e de m anera natural. Cada “dato” se consum e como “sensación” y con ello aque­llo que un día se llamó cultura [...]. Por doquier, la estadística apa­rece en lugar del recuerdo, la recensión se sustituye por la lista de ventas, el aficionado sustituye al experto, que ya ha dejado de existir. Las listas norm an el juicio personal, hacen la propia experiencia compatible con los datos y reducen confrontaciones a los mantras del éxito en Amazon: Hay lo que hay, pero nada perm anece» 2.

Si ya Frangois Truffaut, en su película Farenheit 451, del año 1966, habla de un a sociedad en la que está proh ib ido leer libros,

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los sistemas digitales van m ucho más allá de esta visión: en efecto, éstos no p ro h íben los libros, pero disuelven su m em oria m aterial. Incluso los disuelven, pues los memorabilia que desaparecen de la red están perdidos. D ado que las m áquinas buscadoras los han bo­rrado de sus catálogos, corren el peligro de que nadie los vuelva a echar de m enos. Un proceso de disolución que en definitiva vale tam bién para los memorabilia digitales, pues, po r regla general, las publicaciones en la red , transcurrido un cierto plazo, son bo rra­das del servidor. El disco duro lleno exige de m anera im placable este proceso de bo rrado y elim inación según criterios de selec­ción, no del alm acenam iento , que d epen de de su significación ac­tual. Lo que hasta ahora prom etía la publicación a través de los m edios de im presión, a saber, la perm anencia a m edio o largo pla­zo de las huellas, se evapora en la red digital, incapaz de resisten­cia. Lo que en la red no se vigile, lo que no se cuide no podrá, como en el libro, sobrevivir y estará condenado al olvido y a la elim i­nación122.

De esta m anera, los sistemas digitales inesperadam ente provocan aquel notable tem or que a comienzos del sigo X IX fue expresado de m anera poética po r G oethe (en Chinesisch-Deutsche Jahres- und, Tages­zeiten) : «A m í me atem oriza lo capcioso/ De la conversación adver­sa ,/ En la que nada perm anece y todo fluye,/ En la que ya ha desa­parecido lo que se v e ./ Y con tem or m e siento cog id o / En red tejida de terror».

Con tanta mayor urgencia, los apocalípticos digitales deben exi­gir que se fijen los criterios de selección, al m enos para algunos con­tenidos digitales de la m em oria no condenados a la desaparición. Por ejem plo, indicaciones digitalizadas para generaciones futuras sobre los lugares de alm acenam iento de residuos radiactivos, en parte con una duración m edia de 20.000 años. Las más recientes in­vestigaciones de los sistemas digitales m uestran en todo caso que los archivos realm ente sólo se pueden bo rrar totalm ente cuando han

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sido sobrescritos varias veces con nuevos archivos. La Oficina Fede­ral para la Seguridad en la Técnica de la Inform ación (BSI) ofrece po r consiguiente el correspondiente program a de sobre-escritura . Hasta ahora sólo en la fantasía existe un botón para la amnesia to­tal del ordenador.

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TLa píldora del día después:

acerca de la neurotécnica del olvidar

VII

El mismo Goethe, para quien el «recuerdo era lo más profundo de la vida», ha disfrutado sin cesar las aguas del olvido de la co­rriente del Leteo y ha llegado a alabarlas en conversación con el com positor Zelter con las siguientes palabras: «Debemos darnos cuenta de que con cada respiración una corriente leteica penetra todo nuestro ser, de tal m anera que de las alegrías sólo nos acorda­mos m edianam ente y de los sufrimientos apenas. Desde siem pre he sabido apreciar, utilizar y potenciar este alto don divino...»124. ¡Cuán­to le habría sorprendido la visión de una corriente del Leteo que descarga al hom bre de todos los contenidos de la m em oria al tras­pasar todos estos datos a la m em oria de un ordenador! H ubert Markl ha explicado brevem ente esta visión a la que por el m om en­to no concede mayor im portancia: «Me refiero a la consideración de que a través del escaneado de la arquitectura m olecular en el más fino disquete de cerebro hum ano triturado, en cuanto sustrato físico de sus rendim ientos intelectuales -si se me perm ite decirlo así, en cuanto ghost in the machine-, se trasladara la individualidad es­piritualm ente determ inada, la esencia más íntim a de una persona­lidad hum ana al igual que todos los contenidos de la m em oria a la m em oria del o rdenador en form a de datos que le diera una inm or­talidad potencial, aunque sólo fuera virtual»125.

Entonces se propondría, en todo caso, el problem a de qué pasa­ría si descarrilara el desarrollo actual hacia pequeños robots auto- dirigidos, «capaces de aprender y, sobre todo, de fuerte m em oria con capacidades crecientes para acciones autónom as independien-

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tes, si escapara al control de sus creadores». Markl, en este contex­to, p ropone la cuestión: ¿De qué se trata en definitiva en sem ejan­tes reflexiones sobre el futuro com pu-nano-robo-genético que se nos predice? ¿Sería, en el sentido de Aldous Huxley, un bello nano- m undo nuevo en el que el hom bre estaría técnicam ente optimiza­do y re-equipado? En este contexto, Markl advierte tam bién sobre tem ores que «en absoluto deberían trivializarse con la indicación de que todavía no hemos ido tan lejos. Pues cuando hayamos ido tan lejos podría ser de hecho ya dem asiado tarde para intervenir li­m itando, po r lo que deberíam os estar agradecidos a aquellos que p re tend en prevenir escenarios de horror, sobre todo en el caso de que con ello tengam os la oportun idad de no dejarlas hacerse reali­dad»126.

Mientras tanto, y al revés que los optimistas evangelistas de un m undo de m em oria basado en futuros ordenadores y robots nano- génicos y computerizados, en la investigación cerebral se trata de una cuestión totalm ente distinta y fundam ental: ¿Qué mecanismos del ce­rebro hum ano influyen y determ inan en general los procesos del recuerdo y el olvido? Por supuesto que aquí se hacen perfectam ente reconocibles transiciones al m undo nanogénico y técnico-informáti­co de fantasías de optimización. Sin embargo, los neuro-informáticos se han puesto mientras tanto como m eta el cerebro hum ano con el objetivo de poder reproducir tam bién las funciones memorísticas. Pues la cuestión fundam ental de si un sistema artificial que imite el cerebro puede también tener conciencia, va sobre todo unida a los resultados de la investigación acerca de los procesos neuronales del recuerdo y el olvido. Con lo que en el futuro la simulación de la ela­boración neuronal de datos posiblem ente tam bién podría perm itir un ir el sistema nervioso hum ano con una red neuronal artificial y así crear un punto de intersección directo entre hom bre y m áquina, en­tre procesos de m em oria hum anos e inteligencia artificial.

De todos m odos los resultados obtenidos hasta ahora en la inves­

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tigación del cerebro manifiestan que será precisam ente la m em oria, previsiblemente, la prim era actividad cognitiva que entendam os en el plano m olecular de m anera integral. Ya se sabe con cierta seguri­dad dónde se elaboran todos los datos asumidos conscientem ente po r el cerebro: a saber, en una región cerebral que lleva el nom bre de hipocam po. También se conocen los ulteriores caminos. Pues, en efecto, desde el hipocam po los datos son transportados a la corteza cerebral, donde se alm acenan. Esto supone que son almacenados allí donde originariam ente fueron percibidos como estímulo senso­rial, aunque todavía sin ser conscientes de este estímulo, proceso es­te, po r consiguiente, que está reservado al hipocam po. De lo que se deriva la distinción entre m em oria implícita (es decir, la percepción de los estímulos sensoriales, elaborados en el gran córtex, pero de los que el ser hum ano no es consciente aunque, sin embargo, los re­cuerda) y m em oria consciente o m em oria explícita.

Con ello tam bién se ha llegado, aunque tardíam ente, a u n a con­firm ación, neurológicam ente constatable, de la suposición de Sig­m un d Freud de que, en efecto, num erosos procesos en el cerebro tienen lugar de m anera inconsciente, el hom bre sabe m uchas co­sas de las que no es consciente. Los neurobiólogos dudan en todo caso de la afirm ación de F reud de que los sucesos de los prim eros años de vida sean alm acenados en el subconsciente y de que de allí sólo pu ed en ser sacados de nuevo a la luz m ediante la utilización de técnicas psicoanalíticas. Pues supuestam ente el cerebro de un bebé no estaría lo suficientem ente desarrollado.

Con todo y m ientras tanto, los resultados de ciertas investigacio­nes neurobiológicas de la Universidad de Stanford han puesto por prim era vez de manifiesto cóm o el cerebro se adapta al futuro en el caso de pretericiones al estilo Freud. El ser hum ano logra olvidar se­lectivamente am ortiguando la actividad de aquella instancia que es responsable del proceso de concienciación, el hipocam po. Esta de­seada preterición de recuerdos la consigue a través de un estado de

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excitación extraordinaria de ambas partes del cerebro anterior, el córtex prefrontal. ¿Es ésta una posible explicación neurológica que quizá tam bién podría ayudar a dilucidar aquel concepto del carác­ter olvidadizo de la m em oria que Karl H einz B ohrer ha investigado com o un déficit de la inteligencia crítico-social y de sus consecuen­cias para una ausente m em oria colectiva histórica? 127

Pero m ientras tanto tam bién se han realizado investigaciones neurológicas acerca de los mecanism os de la m em oria de largo y corto plazo y han perd ido su carácter mágico. En efecto, ya se co­noce la m olécula que bloquea la transm isión de inform aciones de la m em oria de corto y largo plazo. Al parecer, se trata de la m olé­cula que se esconde detrás de la ya m encionada etérea corriente le- teica, que tanto ha sabido apreciar, utilizar y po tenciar el olímpico weim ariano de la memoria. Según todos los indicios, en esta m olé­cula se trata de un descubrim iento de la evolución, que posibilita al ser hum ano m antener la flexibilidad del pensam iento defendién­dose de los excesos de inform ación. Por consiguiente, se trata de una auto-ayuda a través de la negación de inform ación. Un proceso neuronal que po r lo m enos resulta esperanzador en vista de la inun­dación posm oderna de datos e informaciones. En todo caso, cabe decir que, m ientras tanto, tam bién se ha identificado el envés dia­léctico, la m aldición de esta bendición m olecular de la evolución: que la posterior dirección de inform aciones a la m em oria de largo plazo sólo tiene lugar si consigue reprim ir el efecto de esa m olécu­la bloqueante.

Con lo que la puerta quedaría abierta de par en par hacia un nue­vo m undo de esperanzas y tentaciones. En efecto, debería ser posible influir en el in terrup tor de esta m olécula bloqueadora de m anera ar­tificial. Sobre todo es bien conocido que el mecanismo funcional de este in terrup tor em peora precisam ente en el cerebro que envejece. Pues resultados de pruebas nos proporcionan el hecho dilucidador de que ya a partir de los veinticinco años aparecen signos de dismi­

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nución de memoria. A mediados del quinto decenio de vida em pe­zaría el cerebro a dism inuir de volumen con una pérdida de un 1 por ciento anual. Y, al parecer, a los setenta años el 60 po r ciento de to­dos los seres hum anos tienen ligeras molestias de memoria. Al me­nos en los ratones de prueba se ha manifestado efectiva contra la pér­dida de m em oria una sustancia ya descubierta y, «en cinco años, podría existir ya la píldora de la m em oria»128, con lo que estaríamos ante una dem anda inconm ensurable de un m edio potenciador de la memoria.

Con todo, con independencia de un management m em orístico a través de m edicam entos, el ser hum ano puede echar m ano con re­sultados esperanzadores de otra especie de fortalecedores del cere­bro. Así, po r ejem plo, investigaciones de la clínica universitaria de psiquiatría en Ulm han dem ostrado que el estado em ocional en el que se aprenden los hechos decide totalm ente sobre el ám bito del cerebro en el que se alm acena lo aprendido. El resultado, chocan­te, es el siguiente: Palabras que, po r ejem plo, el ser hum ano apren­de en un contexto em ocionalm ente positivo, se alm acenan en el hi­pocam po; las aprendidas de m anera em ocionalm ente negativa se alm acenan en el núcleo del cerebro. El resultado es el siguiente: el hipotálam o efectúa el alm acenam iento a largo plazo de la inform a­ción en la corteza cerebral. Por el contrario, la función del núcleo cerebral consiste, en caso de una llam ada de m aterial alm acenado asociativamente, en p reparar el cuerpo y el espíritu para la batalla y para la huida, una reacción sensata ante la vista del peligro. Los efectos se refieren sin em bargo no sólo al cuerpo, sino tam bién al espíritu. Si el león se acerca po r la izquierda, se corre hacia la dere­cha. Q uien en esta situación titubea largo tiem po y pre tende desa­rro llar estrategias creativas de resolución de problem as no vive pa­ra contarlo. Por consiguiente, el m iedo produce un estilo cognitivo que facilita la rápida realización de sencillas rutinas aprendidas y di­ficulta la asociación expeditiva. Hace diez mil años esto resultaba

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sensato; hoy, sin em bargo, lleva a problem as cuando se aprende con tem or y bajo presión. Y no es que entonces no quedara nada: el pro­blem a sería más bien que a la hora de llam ar a los recuerdos se es­taría llam ando tam bién al tem or129.

Además, tam bién el sueño pasa po r ser precursor de huellas de m em oria perm anentes, pues durante la noche elabora de m anera constante las inform aciones recibidas neuronalm ente, hace m adu­rar im portantes recuerdos y nivela im presiones sin im portancia. En la Universidad de Chicago, Kimberly Fenn -e n colaboración con otros investigadores- ha podido dem ostrar un especial artificio me- morístico del sueño: «Conforme a ello, los recuerdos que en el transcurso del día an terio r han ido palideciendo, pueden vivificar­se de nuevo. Esta ventaja no se limita solam ente a los pensam ientos mismos. Más bien, el recuerdo se puede seguir em pleando en otras situaciones de m anera provechosa»130.

Leon Kass, el m encionado asesor de bioética del presidente de Estados Unidos, se ha expresado de m anera insistente acerca de la siguiente cuestión: ¿en qué situaciones se puede utilizar el recuer­do de m anera provechosa? Su plaidoyer se refiere sobre todo al tem a de futuros memory enhancer, los potenciadores de m em oria de ca­rácter terapéutico. Christian Schwägerl ha explicado y com entado los argum entos de Leon Kass con la indicación de que a mediados del siglo X XI un o de cada seis habitantes de la tierra ten d rá más de sesenta y cinco años. El alzheim er y las depresiones anuladoras de la m em oria avanzarán hasta convertirse en una enferm edad global y el aum ento de la dem anda de los potenciadores de la m em oria se puede calcular fríam ente. Kass ha evaluado este fenóm eno de ma­nera positiva, pues sólo los recuerdos form an al auténtico indivi­duo. Recuerdos autónom am ente reproducibles serían los que per­filan el sentido de identidad y contribuirían de m anera esencial a la capacidad de ser feliz. Tanto más incisivo resultaría el ju icio de Kass sobre los antagonistas de los potenciadores de la m em oria desarro-

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liados para un grupo de pacientes especiales. «Personas afectadas por cargas pos-traumáticas que no pueden quitarse de la cabeza el terror vivido, un accidente o un acto de violencia. Los recuerdos son en ellos tan fuertes que siguen viniendo una y otra vez a la me­m oria hasta convertirse en una especie de calam bre memorístico. A ellos hay que ayudarlos con psicoterapias en las que se les susciten los recuerdos de m anera específicam ente prefijada para ellos, con ayuda de m edicam entos que los am ortigüen o los disuelvan. Kass cree que estas píldoras falsificarían nuestra percepción y nuestra com prensión del m undo y que ellas harían aparecer más inocuos procesos terribles. Por consiguiente, Kass postula un deber del re­cuerdo que de m anera no proporcional, casi se podría decir tram ­posa, le correspondiera a aquel que ha vivido determ inados acon­tecimientos de m anera más directa. Para los afectados postula como terapia más adecuada el interés y la com pasión . » 131

Por consiguiente, se trataría de un recuerdo rigurosam ente or­denado cuya realización en todo caso podría chocar con im portan­tes dificultades. Igualm ente y en general, parece seguir siendo un objeto difícil de investigación neurológica la investigación del re­cuerdo. Wolf Singer ha adm itido al respecto que hasta ahora sólo disponem os de concepciones fragm entarias de cómo el saber y el re­cuerdo se representan en el cerebro. Y el dato provisional no suena precisam ente muy tranquilizador: «La estructura de los engram as (las huellas neuronales del recuerdo) no es especialm ente adecua­da para ser puesta en oraciones de un lenguaje racional. Percepcio­nes y recuerdos tienen un carácter holístico; lo que se experim entó en una secuencia tem poral, queda m ayoritariam ente como una im­presión global arracimada, cuyos diferentes com ponentes están un i­dos de la m anera más íntim a y asociativa unos con otros»132.

Especialmente intranquilizador para todos los defensores de la objetividad de la verdad histórica resulta un conocim iento neuro- científico que se puede in terpretar como una confirm ación tardía

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de una clarividente opinión de G oethe quien, en sus Máximas y refle­xiones, ya había afirmado: «El colmo sería com prender que, según to­dos los indicios, todo lo fáctico es teoría»133. Es decir, conocim ientos neurobiológicos sobre la organización de los sistemas hum anos de percepción hacen surgir la duda de si estos sistemas de la evolución se optim izaron efectivamente para juzgar y recordar lo fáctico, es decir, los fenóm enos del m undo de la m anera más objetiva posible: «Nuestros órganos sensoriales sólo escogen, del amplio espectro de señales en principio evaluables del entorno, algunas pocas. Y con ello naturalm ente aquellas que sirven de m anera especial para sobrevivir en un m undo complejo. Con estas pocas se construye y mem oriza una imagen coherente del m undo. Y nuestra percepción prim aria nos perm ite creer que esto sería todo lo que existe. No per­cibimos ni nos acordamos de aquello para lo que no tenem os nin­gún sensor y las lagunas las completamos m ediante construccio­nes»134. Esto viene a dificultarlo aún más el hecho de que tam bién en nuestra m em oria los caminos de la realidad selectivamente percibi­da estén confusos y en parte pavimentados con tropiezos de incons­cientes rendim ientos de conocim iento. Es decir, ellos no encuentran el cam ino hacia el recuerdo: «Y de esta m anera sucede que las per­sonas, cuando son preguntadas por los motivos de ciertas acciones y estos motivos reales descansan en aquellos procesos inconscientes, de m anera rápida y sin vacilar ofrecen motivos inventados sin perci­bir que esa fundam entación no viene al caso»135.

A este sospechoso síndrom e de causalidad, a la necesidad, al pa­recer, irresistible de buscar relaciones causales o, en su caso, inven­tarlas se unen , desde la perspectiva de los investigadores del cere­bro, otros mecanismos de percepción altam ente problem áticos para la objetividad del recuerdo. Pues la selección de los sucesos so­bre los que orientam os nuestra atención, y con ello el recuerdo, de­pende de factores que no determ inam os nosotros mismos: «Por una parte, llamativos estímulos o sucesos ocasionales atraen la aten-

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ción sin mayor intervención del observador sobre sí [...]. También existe la opción de apartar la atención de sí mismo, con lo que ac­tuarán tanto factores conscientes como no intencionados e, inclu­so, inconscientes, es decir, no dom inables a voluntad»136. Con el re­sultado de que, po r ejem plo, contenidos esperados encontrarán con preferencia el cam ino hacia el consciente y a la m em oria de lar­go plazo. Un mecanism o neuronal que, a la inversa, puede tener fa­tales consecuencias para el «no-recuerdo»: «La mayoría de las veces sólo percibim os aquello que esperamos [...]. El arte propiam ente dicho de la magia consiste en utilizar precisam ente este m ecanism o de la orientación de la atención. No es necesario com entar qué fa­tales consecuencias puede tener este m ecanism o biológico sobre la fiabilidad de inform es de testigos oculares o de la época [...]. Para la fiabilidad de fuentes históricas trasmitidas po r los seres hum anos tiene consecuencias catastróficas»137.

Menos eufóricos suenan tam bién los conocim ientos de la inves­tigación del cerebro sobre la capacidad de alm acenam iento, al pa­recer muy limitada, de la mem oria. Pues en el alm acén a corto pla­zo del cerebro frontal conservamos contenidos po r muy breve tiem po, pero que son de gran relevancia para actividades inm edia­tam ente inm inentes. Son estas funciones de la m em oria de corto plazo, que apenas puede m antener «más de siete contenidos apro­xim adam ente al mismo tiem po»138, aquellas funciones gracias a las cuales nosotros estamos generalm ente en situación de distinguir entre «antes» y «ahora».

También los mecanismos neuronales de la m em oria a largo pla­zo dan poco motivo para la euforia. Pues la organización de los procesos de almacenaje y descarga es, al respecto, especialm ente compleja y susceptible de errores. Sobre todo porque no sólo los me- morabilia alm acenados, los llamados engram as, son depositados en la corteza del gran cerebro. Ellos tam bién deben activarse m edian­te actos de voluntad, después deben ser conducidos al consciente y,

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finalm ente, deben ser ensamblados. «Hay que no tar [...] que la fi­jación po r escrito, la consolidación de las huellas en la m em oria de largo plazo, tiene lugar al parecer m ucho más despacio, a lo largo de meses, incluso de años»139.

La explicación evolucionista de la m em oria de largo plazo ma­nifiesta sobre todo que, prim eram ente, hay una m em oria para lu­gares y relaciones espaciales, idéntica a la correspondiente m em o­ria de los animales que les posibilita orientarse en su hábitat. U na función de la m em oria, po r consiguiente, que aparentem ente es de especial im portancia para la supervivencia. Esta m em oria prim aria y, en cierta m edida, arcaica para el espacio se ha m ostrado tam bién hasta hoy como un m edio auxiliar probado del arte m nem otécnico de la memoria: Se m em oriza especialm ente bien cuando se locali­zan los contenidos topográficam ente, es decir, en el espacio. Tam­bién en la m em oria de largo plazo la investigación cerebral parte po r lo demás de la hipótesis de que «el recuerdo, al igual que la per­cepción, es un proceso creativo, construcdvista, en el que el cerebro in tenta reconstruir una im agen coherente a partir de las huellas de la m em oria que pueden llegar al consciente, u n a im agen de la to­talidad coheren te»140.

En este contexto, Wolf Singer se ha referido tam bién a los más recientes descubrim ientos neurobiológicos que, de m anera inquie­tante, aluden a u n a deficiente línea divisoria entre recuerdo y nue­va percepción. Dado que el alm acenam iento y consolidación de los contenidos de la m em oria son procesos a largo plazo, existe el peli­gro de que puedan borrarse de nuevo memorabilia en caso de difi­cultades durante este proceso de consolidación. Esto supone que al parecer el «texto» antiguo aprendido prim eram ente y recordado m ediante nuevos estudios y recuerdos pueda transform arse hasta el desconocim iento: «No se puede excluir que el viejo recuerdo se in­tegre con ello en otros nuevos contextos y con ello se transform e ac­tivamente»141.

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Sem ejante recuerdo originario transform ado a través de nuevas experiencias en nuevas situaciones, m ediante narraciones y nuevas narraciones hasta que se hace irreconocible, podría hacernos llegar a la conclusión de que los recuerdos hum anos apenas pueden p re­tender fiabilidad y autenticidad. Para la confianza en los prim eros recuerdos propios y auténticos del ser hum ano, esto supondría en todo caso una ofensa narcisista difícil de superar. Y poco consuelo aportaría en este caso la indicación de que incluso la propia identi­dad se considera constante y auténtica, si bien en realidad está so­m etida a un proceso constante de modificación.

Sin embargo, al parecer tam poco está cerrado todavía el proceso de investigaciones neurológicas acerca de la autenticidad de los re­cuerdos: «Todavía no sabemos si esta labilidad de lo recordado a tra­vés del recuerdo vale para todos los contenidos de la m em oria o si, po r ejemplo, recuerdos muy antiguos están excluidos de ellos. Los nuevos conocim ientos apenas aportan algo a la hora de fortalecer la confianza en la autenticidad de los recuerdos; más bien confirm an el lugar com ún de la psicología cotidiana de que cada uno cree sus propias historias y que esta confianza se fortifica con cada nueva na­rración, aun cuando la historia se aleje con el transcurso del tiem po cada vez más de la originaria»142. En todo caso, esta distancia general de la historia de sus orígenes podría sin em bargo tener tam bién con­secuencias de amplio alcance para todos los procesos de la historio­grafía y para la confianza en la autenticidad de la historia en gene­ral. Evidentem ente, con la investigación de los mecanismos del recuerdo cabe esperar todavía resultados más esclarecedores. A ello pertenece tam bién, como Singer supone, que en la base del lento proceso de la amplia modificación de los prim eros recuerdos posi­blem ente esté actuando un principio totalm ente profano y econó­mico de la naturaleza. A saber, la liberación de los antiguos memora- bilia en interés de un trato más ahorrativo con los limitados lugares de alm acenam iento. Tanto más consoladora aparece po r consi-

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guíente la suposición de la ciencia neurológica de que lo que una vez se ha alm acenado, al m enos bajo condiciones no patológicas, no puede desaparecer totalm ente: «Esto se debe a que los almacenes neuronales están constituidos como almacenes asociativos, en los cuales los contenidos están definidos como estados dinámicos de conjuntos de células nerviosas muy dispersas y m utuam ente entrela­zadas y no ocupan, como en los ordenadores, un sitio concreto de alm acenam iento al que puedan dirigirse»143.

Pero ya se abren nuevos abismos: la capacidad de recuerdo hu ­m ano ¿está en general en situación de separar exactam ente conte­nidos? ¿No habrá quizá contenidos que se borran de m anera defi­nitiva? Cuestiones que surgen en la investigación cerebral del hecho de que unas mismas células nerviosas participan en la repre­sentación de muy diferentes contenidos. Pero la constelación en la que ellos se activan se modifica. Esto, sin em bargo, significa que en la «representación» neuronal de una cantidad de contenidos en constante crecim iento tienen que participar cada vez más células nerviosas. Con el resultado de que la línea divisoria entre los con­tenidos individuales lentam ente se hace más débil e incluso la pre­cisión y estabilidad de representaciones ya existentes cede. U na es­pecie de sobrecarga neuronal, que tiene como consecuencia el que los recuerdos sólo puedan ser llamados todavía de m anera frag­m entaria e imprecisa. Un fenóm eno desagradable que, po r ejem­plo, en el aprendizaje y m em orización consecutivos de lenguas ex­tranjeras puede llevar a confusiones considerables, dado que el nuevo idiom a se sedim enta sobre el antiguo y que los nuevos y vie­jos contenidos se mezclan.

Según Singer, de esto deriva incluso un problem a fundam ental para la calidad de los almacenes neuronales de asociación y su capa­cidad de com pletar informaciones parciales y combinarlas de nuevo. Esta capacidad posibilita, en efecto, el reconocim iento de objetos, incluso cuando éstos sólo se pueden percibir de m anera fragm en­

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taria. Semejantes tendencias de com plem ento y un ión pueden te­ner, sin em bargo, la consecuencia fatal de que lo que una vez se ha alm acenado se vea afectado po r cada u lterior proceso de almace­naje, sobre todo si éste afecta a contenidos semejantes, en su estruc­tura y en su organización contextual. En caso extrem o esto puede conducir a que el engram a en general no se active en su contexto originario. Parecerá entonces como olvidado, pero podrá ser acti­vado de nuevo -p a ra sorpresa de los participantes afectados- en un contexto m odificado a través de nuevas asociaciones. El recuerdo revive de nuevo, aunque ahora en o tro contexto narrativo144.

Por consiguiente, recuerdo y olvido ¿son sólo algoritmos de las funciones del cerebro? ¿Cambia el concepto de la m em oria, lenta pero seguram ente, del plano individual o colectivo al plano bioló­gico? ¿Es la fragilidad de la m em oria en definitiva deudora de la evolución? Así como ésta nos regala el recuerdo, ¿nos regala tam­bién al parecer con el beso del olvido? Con un olvido que nosotros mismos en todo caso fom entam os m ientras tanto con vehem encia, individual, colectiva y digitalm ente. Quizá se podría definir en este sentido la pos-m odernidad como una sociedad de riego anam néti- co, cuyo saber técnico-informativo entiende al hom bre cada vez más com o un agregado neuroquím ico en tránsito hacia la inteligencia y existencia artificial digitalm ente dirigidas.

Mnemosyne, la hija de U rano y de Gea, que dio a Zeus, según la saga en Persia, las nueve Musas; Mnemosyne, la representante del arte del recuerdo, ya hace tiem po que de hecho se ha despedido. Y esto a pesar de que ella era la única que estaba en situación de des­cubrir de nuevo el recuerdo a ese hom bre todavía antiguo que co­rre el doble peligro de, o bien sólo m irar hacia delante sin recono­cer las pérdidas anteriores, o bien de m irar hacia atrás rígidam ente, sin reconocer la necesidad actual. Quizá tam bién nos podría ayudar Pitágoras, al que Peter H andke ha recordado: «Todas las m añanas, el pensador Pitágoras obligaba a sus discípulos a perm anecer tran­

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quilam ente en cama para que recordaran el día an terior y no sólo éste, sino tam bién el día anterior, el de anteayer. Sólo después de es­ta repetición tranquila e inmóvil tenían los discípulos el derecho de levantarse y com enzar el día de hoy»145. Quizá Mnemosyne podría vi­vir un renacim iento auténtico, si pudiera suceder lo que Botho Strauss le ha profetizado hace poco con las siguientes palabras: «Un día no muy lejano, ni las mejores cabezas querrán reconocer lo que el ser hum ano todavía no haya reconocido antes. Ellos, picados más bien po r la curiosidad, querrán reconocer lo que en otro tiem po el hom bre reconocía»146.

La cuestión de cóm o un hoy que incluye el futuro debería em­pezar de m anera correcta, la ha contestado de m anera lacónica O do M arquard: «El futuro necesita el origen»147. El origen, sin em ­bargo, no es pensable sin cultura del recuerdo, sin una form ación que se entiende com o participación en la m em oria. Sin em bargo, sem ejante participación en la m em oria tiene un futuro que puede conjeturarse difícil. Pues las grandes potencias orientadas al futuro -ciencia y técn ica- actúan de m anera neutral frente a la tradición y a la m em oria. El futuro se desata del origen con sus indiscutibles be­neficios vitales para el ser hum ano, desde los logros médicos y so­ciales hasta la división de poderes, a los derechos hum anos y a la «garantía institucional de la igualdad de oportunidades para los in­dividuos, o hasta el poder ser distinto para todos. En pocas palabras: en el m undo m oderno -ind iscu tib lem ente- hay progreso»148.

Sin em bargo, constituyen, tam bién indiscutiblem ente, la parte de som bra de este progreso, la incom odidad del mismo y las ten­dencias autodestructivas de la aceleración de todos los ámbitos de la vida. Su «tempo de envejecimiento crece; cada vez más y cada vez más rápidam ente lo nuevo modifica el m undo: vivimos en un m un­do de la aceleración de las modificaciones, aunque no vivimos de m anera cóm oda en este m undo: existe el m alestar en la aceleración de la transform ación»149.

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Según M arquard, parecen resultar obvios dos diagnósticos como fundam ento de este malestar. Por una parte, se argum enta que el progreso acelerado no tiene aún lugar de m anera lo suficiente­m ente rápida. El otro diagnóstico dice que el m alestar surge porque el progreso acelerado sucedería con u n a carencia absoluta de im­pedim entos y ya hace tiem po que ha ido dem asiado lejos.

La consecuencia de todo esto puede ser doble: acelerar o bajarse. Para M arquard, esta alternativa está prohibida, pues negar el m undo de transformaciones aceleradas significaría renunciar a medios de supervivencia del ser hum ano. Y negar al hom bre lento significaría renunciar al hom bre mismo. En vez de liberarse de la rapidez y la len­titud de m anera antimodernista, «se trata, por el contrario, de m an­tener precisam ente la tensión entre lentitud y rapidez m anteniendo la posibilidad en el m undo m oderno -e n vista de la aceleración de su transform ación- de vivir como hom bre lento»150.

La fundam entación para la necesidad de este doble alegato a fa­vor de la vida hacia atrás, a favor del progreso y al mismo tiem po a favor de la m em oria, lo suministran, según M arquard, las más re­cientes tecnologías. Incluso los nuevos medios, po r ejem plo, nece­sitan antiguas com petencias y hábitos: «Ellos nos ahorran esfuerzos de inform ación y superan las dificultades de conducta. Cuanto m e­jo r lo hacen, tanto más se protesta de ellos. Pero esto es totalm ente norm al. Cuando m ejor le va a los hom bres, tanto peor encuentran aquello gracias a lo cual viven mejor; pues tan pronto les va bien, se hacen la princesa del guisante. Los logros reales no se disfrutan po r­que se dan po r supuesto. Las desventajas que quedan atraen en­tonces toda nuestra atención sobre ellas»151.

Son desventajas que, sobre todo, resultan de nuestras exageradas expectativas y que, po r consiguiente, no hablan contra los medios electrónicos, sino contra nuestras exageradas expectativas. Según M arquard, tam bién el mal m oderno de la superinform ación se po­dría superar si el futuro recurriera al origen del ser hum ano. Como

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recurso al origen se ofrece, entre otras cosas, la oralidad, la com u­nicación oral. Un recurso que ya se está practicando. En vista de la cantidad de libros que crece de m anera exponencial, de prescrip­ciones de gestión y de órdenes legales, habría que sustituir cada vez más la lectura por la oralidad. Esto no «sería en absoluto un anal­fabetism o de nuevo cuño, sino el arte antiguo del hom bre len to » 152 que ya se empezó a practicar con la llegada de la im prenta, en la m edida en que la lectura sustituyó a la escucha de lo im portante y correcto en torno al púlpito. También en el futuro hay esperanza. Se volvería la espalda al exceso de inform ación de las pantallas y en pequeños y grandes círculos de conversación se transm itiría aque­llo que fuera im portante y correcto. De esta m anera, los acelerantes medios de inform ación serían domesticables y perm anecerían en la am plitud de onda del hom bre lento.

Es esto, pues, un alegato, po r consiguiente, a favor de la supera­ción del futuro a través del origen que ya se había reflejado a co­mienzos del siglo X IX. Más en concreto, fue Goethe quien, a pesar de todos los prejuicios, ha intentado m antener los marcapasos de la M odernidad en la am plitud de onda del hom bre lento: cuanto más rápidam ente avanzaban los procesos de m odernización a través de la técnica y las ciencias naturales, tanto más im portantes eran para él. Pues m ucho tiem po antes del m encionado alegato a favor de am­bos, a favor del futuro y a favor de la m em oria, en conversación con el filólogo Friedrich Wilhelm Riem er ha reconocido: «Desde hace ya un siglo, las hum anidades no actúan sobre el ánim o de aquel que las porta y es una auténtica suerte que las ciencias naturales se ha­yan m etido en m edio, hayan atraído el interés sobre sí y po r su par­te nos hayan abierto el cam ino a las hum anidades»153. Y en conver­sación con Eckerm ann, G oethe ha acentuado: «Sin mis esfuerzos en las ciencias naturales nunca habría podido conocer a los hom bres tal y com o son. No se puede satisfacer en todas las cosas la pura ob­servación y el pensam iento, los errores tanto de los sentidos como

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del entendim iento , las debilidades y fortalezas de carácter [...]. La naturaleza no entiende de bromas; ella siem pre es verdad, siempre es seria y estricta; siem pre tiene razón y las faltas y errores son siem­pre del hom bre»154.

Por consiguiente, los esfuerzos de G oethe en las ciencias natura­les no son más que un in ten to tem prano de resolver uno de los pro­blemas más actuales de la M odernidad, a saber, el diálogo interdis- ciplinar entre progreso y m em oria, en tre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza. A este in tento iba unido la esperanza en las posibilidades sintetizadoras de una form ación apoyada en la m e­moria, el in tento de trasladar inform ación al saber vivo155.

Mientras la form ación se entienda en este sentido com o vida vi­vida, com o futuro en el espíritu del origen m em orizado y no como ornam ento, como residual categoría burguesa, será inm une al re­proche de Nietzsche que echaba de m enos esta pragm aticidad de la form ación cuando formulaba: «El hom bre m oderno arrastra consi­go finalm ente una enorm e cantidad de indigeribles piedras del sa­ber, que en ocasiones tam bién resuenan después de m anera atro­nadora en el cuerpo, tal y com o se dice en el cuento [...]. A través de este trueno denuncia la propiedad más característica de este hom bre m oderno: la notable oposición de una interioridad que no se corresponde con lo exterior y de una exterioridad que no se co­rresponde con lo in terior [...]. El saber que se tom a en superabun­dancia, sin ham bre, incluso contra la necesidad, ya ha dejado de ac­tuar com o motivo transform ador que im pulsa hacia fuera y perm anece oculto en un cierto caótico m undo in terior [...]. En efecto, entonces se dice que se tiene contenido y que falta forma; pero para todo ser viviente es ésta una oposición no pertinente. Pre­cisamente po r ello, nuestra m oderna form ación no es nada vivo, ya que sin esa oposición no se puede entender, es decir, no es una for­m ación auténtica, sigue siendo un m ero pensam iento de form a­ción, un sentim iento de form ación del que no se deriva n inguna de­

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cisión formativa»156. La decisión formativa a la que se refiere Nietzs­che ¿cómo sonaría hoy? ¿Cuánta m em oria y qué tipo de m em oria debería acom pañar a esta decisión? Se trata de una cuestión para la que hay un a respuesta sorpresivamente realista y pragmática: «Por principio, la m em oria debe posibilitar en el presente la orientación hacia el futuro. Frente a esto, lo que de hecho ha sucedido es se­cundario. El recurso al pasado depende del fin para el que se use... Nosotros re-interpretam os el pasado, lo constituimos de nuevo, de­pend iendo de aquello para lo que encontram os apoyo en las aso­ciaciones de recuerdos sociales»157.

En el futuro, la com unidad de recuerdo deberá confiar previsi­blem ente todavía en su propia m em oria, dado que la m em oria, se­gún la visión de W alter Benjamin, no es algo com o un instrum ento para la exploración del pasado. Es más b ien un escenario. En el ca­so ideal, esa com unidad de recuerdo com prenderá en el acto de re­cordar el hoy, el futuro y el pasado. Aquella conciencia del tiem po sobre la que Paul Celan, en los poem as aparecidos en 1952 bajo el título de Mohn und, Gedächtnis, ha m editado de m anera poética. Es lo correcto, dado que la conciencia ján ica m ira hacia atrás y hacia delante y se entiende com o superación del tiem po m ediante el ol­vido (en el signo de la am apola) y como entrega al tiem po al que la m em oria concede duración:

Wir lieben einander wie Mohn und Gedächtnis158

[Nos amamos mutuamente como amapola y memoria].

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Notas

‘El autor cita a Hom ero en la versión clásica alem ana de Johann Heinrich Voss, Odysee, Múnich 1957 (según el texto de la prim era edición, Ham burgo 1781), págs. 553-s.

2 Citado según Friedrich Nietzsche, Sämtliche Werke, edición crítica de Giorgio Colli y Mazzino M ontinari, Berlín/Nueva York 1988, tom o 6, págs. 396-ss.

3 Walter Benjamin, Über den Begriff der Geschichte, R. Tiederm ann y R. Schwep- penhäuser (eds.), Francfort del Meno 1972-1985, tomo 12, págs. 697-s.

4 Múnich 1997.5 Tomo XV, Memoria, edición de Anselm Haverkamp y Renate Lachmann con la

colaboración de Reinhart Herzog, Múnich 1993.6 Harald Weinrich, Lethe: Kunst und Kritik des Vergessens, Múnich 1997, pág. 15

[Leteo. Arte y crítica del olvido, traducción de Carlos Fortea, Siruela, Madrid 1999].7 Harald Weinrich, op. cit., pág. 257. Según Hans Magnus Enzensberger, Ge­

dankenflucht (i), en: Kiosk. Neue Gedichte, Francfort del Meno 1995, págs. 31-ss.8 Hans Magnus Enzensberger, Nomaden im Regal, Francfort del Meno 2003, pág.

122.9 Frank Schirrmacher, «Die Revolution der H undertjährigen», en: Der Spiegel,

núm. 12, 15.3.2004, pág. 83.10 Op. cit., pág. 84.11 Ibid.12 Véase al respecto Paul B. Baltes, «Der Generationenkrieg kann ohne mich

stattfinden», en FAZ, núm. 110, 12.5.2004, pág. 39.13 Thomas Hettche, «Sammlung und Zerstreuung», en FAZ, 23.12.2003, pág. 6.14 Véase la cita del capítulo I, pág. 21.15 Johann Peter Eckermann, Gespräche mit Goethe in den Letzten Jahren seines Le­

bens, H. H. H ouben (ed.), Wiesbaden 1959, pág. 369.16 Op. cit., pág. 369.17 17 de febrero, 1832; Frédéric Soret, Zehn Jahre bei Goethe. Erinnerungen an Wei-

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mars Klassiche Zeit 1822-1832 («Diez años jun to a Goethe. Recuerdos de la época clá­sica de Weimar»), edición y notas de H. H. Houben, Leipzig 1929, pág. 630.

18 Ian Kershaw, Hitler, 2 tomos, Stuttgart/M únich 1998 y 2000.19 Citado según Johann Wolfgang von Goethe, Werke, Artemis-Gedenkausgabe,

Zürich y Stuttgart 1948, tom o 10, pág. 167: Dichtung und Wahrheit I.20 A Charlotte von Stein, 17 de mayo de 1778, en: J. W. von Goethe, Sämtliche Wer­

ke, Briefe, Frankfurter Ausgabe (FA), sección II, tomo 2, Fráncfort del Meno 1998, pág. 131.

21 FA, apartado II, tom o 10, pág. 334. Que Goethe en este caso une la velocidad se deduce del contexto aunque el origen de la palabra hay que buscarlo en la pa­labra italiana velocifere. Con ella se designaba una especie de carro rápido que más tarde, en los años veinte del siglo XIX, fue introducido en Prusia por el director ge­neral de Correos, Negier.

22 Véase al respecto Manfred Osten, Alles veloziferisch oder Goethes Entdeckung der Langsamkeit, Fráncfort del Meno 2003.

23 Citado según Maximen und Reflexionen, Artemis-Gedächtnisausgabe, Zü­rich /S tu ttgart 1948.

24 Citado según Die Sankt Rocchus-Fest zu Bingen, HA, tomo 10, pág. 146.25 Franz Grillparzer, Sämtliche Werke, tom o 4, Leipzig 1903, pág. 186.26 Véase al respecto Weinrich, pág. 155.27 Véase al respecto Weinrich, págs. 21-ss.28 Karl Heinz Bohrer, Ekstasen der Zeit, Múnich 2003, pág. 56.29 Virgilio, Eneida VI.30 Germaine de Staél, De l ’Allemagne (1813), capítulo II, citado según: Über

Deutschland, Monika Bosse (ed.), Fráncfort del Meno 1985, pág. 38.31 Theodor W. Adorno, «Zur Schlussszene der Faust» («Acerca de las escenas fi­

nales del Fausto»), en el mismo: Noten zur Literatur II, Fráncfort del Meno 1965, págs. 7-ss. Véase también Weinrich, op. cit., pág. 160.

32 Karl Heinz Bohrer, op. cit., págs. 30-s.33 Maximen und Reflexionen, pág. 167, Artemis-Gedenkausgabe, Zúrich/Stuttgart

1948, tomo 9, pág. 515.34 A Friederike Brun, 9.7.1975, Artemis-Gedenkausgabe, tom o 22, pág. 232.35 Proverbio.36 Vom Nutzen und Nachteil der Historie fü r das Leben («De la utilidad y desventajas

de la historia para la vida»), KSA I, pág. 310.37 Menschliches, Allzumenschliches («Humano, demasiado hum ano»), 285.38 Menschliches, Allzumenschliches («Humano, demasiado hum ano»), 282.

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39 Morgenröte («Amanecer»), KSA III, pág. 163.40 Véase nota 20.41 David Friedrich Strauss, Der Bekenner und der Schriftsteller («El cognoscente y el

escritor»), KSA I, págs. 159-s.42 Jenseits von Gut und Böse («Más allá del bien y del mal»), pág. 217.41 Jenseits von Gut und Böse, pág. 68.44 Weinrich, pág. 162.45 Véase al respecto el capítulo II.46 Weinrich, págs. 160-ss.47 Véase más exhaustivamente al respecto Weinrich, págs. 166-ss.48 Jenseits von Gut und Böse, pág. 156.49 Wolfgang Frühwald, «Über die Angst vor dem Buch und der Erinnerung...

Sie würden auch Goethe verbrennen» («Sobre el miedo al libro y al recuerdo... Ellos quem arían incluso a Goethe»), en: Leviathan. Zeitschrift fü r Sozialwissenschaft, época 30, 2002, núm. 3, págs. 303-ss.

50 Wolfgang Frühwald, op. cit., págs. 303-s.51 Frühwald, op. cit., pág. 308.52 Con relación al tema «olvido satisfecho e insatisfecho en Freud», Weinrich,

op. cit., págs. 168-ss.55 Weinrich, op. cit., pág. 171.54 Weinrich, op. cit., págs. 8-s.55 Véase al respecto el capítulo III, pág. 37.56 Michael Jeism ann, en: FAZ, núm. 46, 24.2.2004, pág. 33.57 Weinrich, op. cit., pág. 172.58 Thomas Schmid, «Der neue Antisemitismus» («El nuevo antisemitismo»), en:

FAZ, núm. 49/9, 27.2.2004, pág. 1.59 Konrad Adam, Die Republik dankt ab («La república abdica»), Berlín 1998,

págs. 201-s.“ Botho Strauss, «Orpheus aus der Tiefgarage» («Orfeo desde el garage»), en:

Der Spiegel, núm. 9, 21.2.2004, pág. 165.61 Ibid., pág. 165.62 Durs Grünbein, Das erste Jahr («El prim er año»), Fráncfort del Meno 2000,

pág. 328.63 Durs Grünbein, op. cit., pág. 177.64 Weinrich, op. cit., pág. 264.66 Weinrich, op. cit., pág. 263.66 Weinrich, op. cit., pág. 267.

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67 Weinrich, op. cit., pág. 270.68 Weinrich, op. cit., pág. 270-s.69 Wolfgang Frühwald, «Forschungsethik und Museumsethik oder von guter

wissenschaftlicher Praxis («Etica de investigación y ética de museo o de la buena praxis científica»), en: Jahrbuch Preussischer Kulturbesitz, 2002, págs. 175-ss.

,u Citado según Wolfgang Frühwald, pág. 182.71 Wolfgang Frühwald, pág. 185.72 W erner Spies, «Ein Blick, der heute möglich ist, wird m orgen nicht m ehr

sein» («Una mirada que hoy es posible no lo será mañana»), en: FAZ, núm. 284, 6.12.2003, pág. 41.

73 W erner Spies, op. cit.., pág. 41.74 Alexander von Hum boldt, Uber die Freiheit des Menschen («Acerca de la liber­

tad del ser hum ano»), M anfred Osten (ed.), Fráncfort del Meno 1999, pág. 136.75 Maximen und Reflexionen («Máximas y reflexiones»), Artemis Goethe-Gedácht-

nisaugabe, Zürich/S tuttgart 1948, tomo 9, pág. 614.76 Alexander von Humboldt, Kosmos, edición crítica en 7 volúmenes («El Cos­

mos»), Darmstadt 1993, H anno Beck (ed.), tom o 2, pág. 181.77 Konrad Adam, Die Republik dankt ab, Berlin 1998, pág. 146.78 Weinrich, op. cit., pág. 167.79 Konrad Adam, op. cit., pág. 148.80 Konrad Adam, op. cit., págs. 149-s.81 Citado según Konrad Adam, op. cit., pág. 155.82 Friedrich Nietzsche, KSA, pág. 86.83 Frank Schirrmacher, «Die grosse Angst- Im M aschinenraum der Kultur. Zu

unserer Liste neuer Phobien» («El gran miedo. En el espacio mecánico de la cul­tura. Acerca de nuestra lista de nuevas fobias»), en: FAZ, 7.1.2003, pág. 31.

84 Ernst-Wolfgang Böckenförde, «Die W ürde des Menschen war unantastbar» («La dignidad del ser hum ano era intocable»), en: Glanzlichter des Wissenschaft, Saarbrücken 2003, págs. 20-s.

85 Ernst-Wolfgang Böckenförde, pág. 30.86 Billjoy, «Warum die Zukunft uns nicht braucht», en: FAZ, núm. 135, 6.6.2000,

págs. 49 y 51.87 Wolfgang Frühwald, «Leib sein und Körper haben oder Körperdiskurse in

Geschichte und Gegenwart» («Ser carne y tener cuerpo o los discursos de los cuer­pos en la historia y en el presente»), discurso de despedida de la Ludwig Maximi- lians-Universidad de Múnich el 8.7.2003, en: Literatur in Bayern, núm. 73, septiem­bre 2003, pág. 7.

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88 Wolfgang Frühwald, op. cit., pág. 8.89 Alexander Kluge, Die Kunst, Unterschiele zu machen («El arte de hacer diferen­

cias»), Fráncfort del Meno 2003, pág. 10.90 Odo Marquard, Philosophie des Stattdessen («Filosofía del “en vez de”»), Stutt­

gart 2000.91 Odo Marquard, op. cit., págs. 50-s.92 Odo Marquard, op. cit., págs. 52-s.93 Odo Marquard, op. cit., pág. 54.94 M artina Keller, «Das ganze Leben ist eine Erfindung» («Toda la vida es un in­

vento»), en: Die Zeit, núm. 13, 18.3.2004, pág. 42 (con referencia a los correspon­dientes estudios de Harald W elzer).

95 Karl Heinz Bohrer, Ekstasen der Zeit («Éxtasis del tiempo»), M únich 2003, págs. 10-s.

96 Karl Heinz Bohrer, op. cit., pág. 14.97 Karl Heinz Bohrer, op. cit., pág. 51.98 Peter Kümmel, «Ein Volk in der Zeitmaschine» («Un pueblo en la máquina

del tiempo»), en: Die Zeit, núm. 10, 26.2.2004, pág. 41.99 Wolfgang Hagen, Gegenwartsvergessenheit («El carácter olvidadizo del presen­

te»), Berlín 2003, pág. 119.100 paiai}ra compuesta de information y entertainment. (N. del T.)101 Wolfgang Hagen, op. cit., págs. 118-s.i»? Wolfgang Hagen, op. cit., pág. 120.ios Wolfgang Hagen, op. cit., págs. 120-s.104 W einrich, op. cit., pág. 169.105 Joachim-Felix Leonhard, «Kulturelles Erbe und Gedächtnisbildung-Be-

trachtungen zur V ergangenheit in der Gegenwart und Zukunft» («Legado cultu­ral y form ación de la memoria. Consideraciones acerca del pasado en el presente y en el futuro»), en: Sonderdruck Fünfzig Jahre deutsche Mitarbeit in der Unesco, 2000, pág. 131.

106 Hans Magnus Enzensberger, Nomaden im Regal («Nómadas en el estante»), Fráncfort del Meno 2003, pág. 122.

107 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 109-s.108 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 110-s.109 Hans Magnus Enzensberger, op. cit., págs. 128-s.110 Barbara Schneider-Kempf y Martín Hollender, «Brauchen wir im digitalen

Zeitalter noch Lesesäle?» («¿Necesitamos salas de lectura en la época digital?»), en: Jahrbuch Preussischer Kulturbesitz, tom o XXXIX, 2003, págs. 104-s.

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111 Barbara Schneider-Kempf y Martin Hollender, op. cit., pág. 106.112 Weinrich, op. cit., págs. 261-s.113 Barbara Schneider-Kempf y Martin Hollender, op. cit., pág. 106.114 Véase Weinrich, op. cit., pág. 260.115 Peter Cornwell, «Digitale Systeme und Nachhaltigkeit» («Sistemas digitales

y durabilidad»), en: The chronofilesfrom time-based art to database, M únich 2003, págs. 18-s.

ne peter Cornwell, op. cit., pág. 23.117 Peter Cornwell, op. cit., pág. 22.118 Peter Cornwell, op. cit., págs. 30-s.119 Karl Marx y Friedrich Engels, Manifest der Kommunistischen Partei («Manifies­

to del Partido Comunista»), en: Obras, tomo 4 (6.a ed.), Berlín 1972, pág. 459.180 W alter Benjamin, Das Kunstwerk im Zeitalter seiner technischen Reproduzierbarkeit

(«La obra de arte en la época de su reproducción técnica»), Fráncfort del Meno 1973, pág. 15.

121 Thomas Hettche, «Sammlung und Zerstreuung» («Colección y distrac­ción»), en: FAZ, 23.12.2003, pág. 6.

122 Véase al respecto Margit Rosen, «Ohne zu Vergessen-Digitale Artefakte als Akteure» («Artefactos digitales como actores»), en: The chrono-filesfrom time based art to database, M únich 2003, págs. 6-ss.

123 Al respecto y con referencia al tema de la protección de datos, véase Hilmar Schmundt, «Verräterische Magnetspuren» («Traidoras pistas magnéticas»), en: Der Spiegel, núm. 52/2003, págs. 144-s.

124 Goethe a Zelter, 15.2.1830, en: Artemis-Gedenkausgabe, Zürich y Stuttgart, tom o 21, pág. 892.

125 H ubert Markl, «Ist der Mensch biotechnisch optimierbar?» («¿Es optimiza- ble el ser hum ano por medios biotécnicos?»), en: Sinnstifter 2003 (publicación del Stifterverbandes für die Deutsche Wissenschaft), Essen 2003, pág. 15.

126 H ubert Markl, op. cit., pág. 17.127 Karl Heinz Bohrer, op. cit., págs. 10-s.128 «Wissen, wie der Geist funktioniert» («Saber cómo funciona el espíritu»),

Eric Kandel en conversación con «Der Spiegel», en: Der Spiegel, núm. 18/2003, págs. 150-ss.

129 M anfred Spitzer, «Medizin für die Pädagogik» («Medicina para la pedago­gía»), en: Die Zeit, 18.9.2003.

130 Reinhard W andtner, «Gerettete Gedanken» («Pensamientos salvados»), en: FAZ, núm. 236, 11.10.2003, pág. 36.

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131 Christian Schwägerl, «Die Pille danach» («La píldora del día después»), en: FAZ, núm. 296, 20.12.2003, pág. 35. Con referencia al tema de la «Píldora para olvi­dar», véase también Der Spiegel, núm. 19/2004, págs. 208-ss., y Christian Geyer, «Ex und hopp», en: FAZ, núm. 103, 4.5.2004, pág. 34.

135 Wolf Singer, «W ahrnehmen, Erinnern, Vergessen» («Percepción, recuerdo, olvido»), conferencia inaugural del 43 Congreso de historiadores alemanes, en: FAZ, núm. 226, 28.9.2000, pág. 10.

133 Maximen und Reflexionen, op. cit., pág. 574.134 W olf Singer, op. cit.135 Wolf Singer, op. cit.136 Wolf Singer, op. cit.137 Wolf Singer, op. cit.138 Wolf Singer, op. cit.139 Wolf Singer, op. cit.140 W olf Singer, op. cit.141 Wolf Singer, op. cit.142 Wolf Singer, op. cit.143 W olf Singer, op. cit.144 W olf Singer, op. cit.145 Peter Handke, Mündliches und Schriftliches («Verbal y escrito»), Fráncfort del

Meno 2002, pág. 34.146 Botho Strauss, Der Untenstehende a u f Zehenspitzen, M únich 2004, pág. 8.147 Odo Marquard, op. cit., Stuttgart 2000, págs. 66-ss.148 Odo Marquard, op. cit., pág. 68.149 Odo Marquard, op. cit., págs. 68-s.150 Odo Marquard, op. cit., pág. 71.151 Odo Marquard, op. cit., pág. 75.152 Odo Marquard, op. cit., pág. 77.153 Citado según G ünther Böhme, Humanismus zwischen Aufklärung und Postmo­

derne («Humanismo entre Ilustración y Posmodernismo»), Idstein 1994, pág. 195.154 G ünter Böhme, op. cit., pág. 198.155 Véase al respecto Wilhelm Vosskamp, «Bildung im Widerstreit» («Formación

en controversia»), en: Studien des Instituts fü r die Kultur der deuschsparchigen Länder, núm. 18, Tokio 2000, págs. 5-ss.

m Friedrich Nietzsche, Ziveite unzeitgemässe Betrachtung («Segunda considera­ción intempestiva»), citado según Volker Steenblok, Theorie der Kulturellen Bildung, Múnich 1990, pág. 186.

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157 Harald Welzer, «Im Gedächtniswohnzimmer» («En el salón de la memo­ria»), entrevista en Die Zeit de Elisabeth von Thadden a Harald Welzer, Sonderbeila­ge der Zeit, núm. 14, marzo 2004, págs. 44-s.

158 Paul Celan, Gesammelte Werke (3 vols.), Gedichte, Prosa, Reden, Fráncfort del Meno 2001, pág. 39.

118

Page 115: Osten La Memoria Robada

Bibliografía

La siguiente bibliografía es sólo indicativa y debe servir para un estudio más profundo de la temática tratada en el presente libro. Con el objeto de conservar el carácter de ensayo del mismo, en las notas sólo se han indi­cado los pasajes textuales con citas más largas.

Por las indicaciones, colaboraciones y ayuda prestada agradezco espe­cialmente a Durs Grünbein, Heidi Bohnert y Dorothea Koch. Las correc­ciones han sido leídas por mi esposa.

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ín d ice onomástico

Los arábigos en cursiva rem iten a las notas.

Adam, Konrad, 48, 113, 114 Adorno, Theodor W., 34, 76, 112 IAgustín, 78 IAlighieri, Dante, 46Arendt, Hannah, 62, 89 1Bacon, Francis, 62 1Baltes, Paul B., 111 1Baudrillard, Jean, 78 1Beck, Ludwig, 44 1Bell, Daniel, 61 1Benjamin, Walter, 13, 89, 110, 111, 116 Böckenförde, Ernst-Wolfgang, 63, 65, 1

114 'Böhme, Günther, 117 Bohrer, Karl Heinz, 33, 34, 70-72, 96,

112, 115, 116 Boltanski, Christian, 55 Borges, Jorge Luis, 80 Born, Bertrand de, 46 Bresch, Carsten, 61 Calle, Sophie, 55 Celan, Paul, 110, 117 Cornwell, Peter, 84-87, 116 Crick, Francis, 60, 61 Culbertson, Fred, 63 Darwin, Charles, 61 Eckermann, Johann Peter, 25, 37, 108,

111Engels, Friedrich, 89, 116 Enzensberger, Hans Magnus, 16, 76-78,

111, 115 Fenn, Kimberly, 98 Fischer, Ulrich, 67 Fisk, Robert, 53 Fontane, Theodor, 14 Freud, Sigmund, 43-45, 72-74, 95 Frühwald, Wolfgang, 41, 43, 53, 67, 113,

114Gerz, Jochen, 55Goethe, Johann Wolfgang, 15, 17, 21,

22, 25-31, 34, 35, 37-40, 57, 90, 93, 100, 108, 109, 112, 114, 116

Gregorio XIII, papa, 22 Grillparzer, Franz, 15, 30, 31, 112 Grünbein, Durs, 13, 50, 113 Guillermo el Conquistador, 85 Haeften, W erner von, 44 Hagen, Wolfgang, 72, 73, 115 Handke, Peter, 105, 117 Heine, Heinrich, 41 Hettche, Thomas, 23, 89, 111, 116 Himmler, Heinrich, 44 Hitler, Adolf, 27, 43, 46, 70 Hollender, Martin, 115

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Page 122: Osten La Memoria Robada

Homero, 11, 111Humboldt, Alexander von, 56, 57, 59,

114Huxley, Aldous, 94 Innis, Harold Adams, 72 Jeism ann, Michael, 45, 113 Jonas, Hans, 67 Joy, Bill, 65, 66, 114 Jünger, Ernst, 63 Jung, Carl Gustav, 44 Kandel, Eric, 116 Kass, Leon, 17, 32, 98, 99 Keller, Martina, 115 Kershaw, Ian, 27, 112 Kierkegaard, Soren, 13 Klee, Paul, 13Kluge, Alexander, 12, 68, 114 Kosellek, Reinhart, 13 Kümmel, Peter, 71, 115 Lenin, Wladimir Iljitsch, 61 Leonhard, Joachim-Felix, 75, 115 Lévi-Strauss, Claude, 55, 56, 76 Loetscher, Hugo, 83 Mann, Thomas, 43 Markl, Hubert, 93, 94, 116 Marquard, Odo, 68, 71, 106, 107, 115,

117Marx, Karl, 89, 116Mertz von Quirnheim , Albrecht Ritter,

44Messager, Annette, 55 Müller, H erm ann, 61 Napoleón, 21, 23Nicolovius, Georg Heinrich Ludwig, 29 Nietzsche, Friedrich, 12, 34, 37-40, 45,

57, 60, 62, 109, 111, 114, 117 Olbricht, Friedrich, 44

Osten, Manfred, 112, 114 Pitágoras, 105Riemer, Friedrich Wilhelm, 108 Rosen, Margit, 116 Schirrmacher, Frank, 18, 63, 111, 114 Schmid, Thomas, 48, 113 Schmundt, Hilmar, 116 Schneider-Kempf, Barbara, 115 Schwimmer, Walter, 47 Schwägerl, Christian, 98, 116 Sillig, Karl Julius, 26 Simónides, 31Singer, Wolf, 19, 99, 102-104, 116, 117 Sócrates, 40 Soret, Frédéric, 111 Spies, W erner, 55, 114 Spitzer, Manfred, 116 Stael, Germaine de, 112 Stauffenberg, Claus Schenk Graf von,

44, 49Stein, Charlotte von, 28, 112 Steiner, George, 51 Strauss, Botho, 49, 50, 106, 113, 117 Strauss, David Friedrich, 113 Thadden, Elisabeth von, 117 Truffaut, Francois, 89 Valentin, Karl, 44 Virgilio, 34, 112 Virilio, Paul, 78 Vogel, Christian, 59 Vosskamp, Wilhelm, 117 W andtner, Reinhard, 116 Watson, James, 60W einrich, Harald, 14, 16, 31, 39, 45, 46,

51-53, 60, 73, 74, 80, 111-115 Welzer, Harald, 117 Zelter, Karl Friedrich, 35, 93, 116

126