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Palabras de D. Javier Yepes Miñano: “El pregonero elegido por la Hermandad de la Cruz y la Sangre de Cristo y del Santo Sepulcro es D. Diego Iglesias Cabrera, natural de esta villa, que nació el día 28 de Diciembre de 1948, casado con Dª Francisca Martínez Jordán. Desde muy joven vivió la emigración, concretamente del año 1958 hasta 1978, estuvo como temporero en

Francia, y residente en el mismo país durante 11 años hasta 1989, donde nacieron sus dos hijos Rosa María Y Diego Antonio.

Persona conocida por todos vosotros y de otros pueblos colindantes.

Ya conocéis su profesión, es el barbero del pueblo, un hombre servicial y dispuesto para todo

lo que se le encomiende, incluso afeitando a los enfermos en su casa, tanto a los del municipio como fuera de él.

Un hombre que apenas sin estudios, siempre ha sido y es aficionado a escribir e investigar,

consultando con las personas más ancianas, de hecho ha publicado el libro “La tierra que me vio nacer” y sigue con su trayectoria de investigación para la publicación de un nuevo libro.

Y sin más preámbulos, dejo paso a D. Diego, para la exposición del pregón de Semana Santa

2012.”

PREGÓN DE SEMANA SANTA

Muchas gracias por sus amables palabras.

Procuraré ser algo breve y no herir sensibilidades.

Vaya por delante mi saludo afectuoso a todos los asistentes. En primer lugar, al Rvdo. Cura Párroco D. Javier Yepes Miñano, Mayordomos de todas las Hermandades, Sr. Alcalde y Corporación Municipal, Sr. Juez de Paz, Comandante de Puesto de la Guardia Civil de nuestra localidad, y feligreses en general.

Al comienzo de la primavera, susurrando perfumes de los montes y campos que nos circundan, y percibiendo en los aires el aroma de olivar ceniciento, almendros, tomillo y romero, aquí me tienen ante este ambón para lanzar a los cuatro vientos este Pregón de nuestra Semana Santa del año 2012.

He de estar agradecido a la Hermandad del Santo Sepulcro de la que formo parte

cuando tuvieron a bien designarme para llevar a cabo esta delicada tarea. Yo no soy nadie relevante en la vida del pueblo. Sólo soy un simple barbero que desde

temprana edad aprendí de mi querido y buen maestro Blasillo. Mi bagaje cultural no va más allá del que me enseñaron en la Escuela Pública, de la

que siempre mantendré en mi memoria un grato y gran recuerdo. Parece que fue ayer cuando junto a algunos de mis compañeros aquí presentes

acudíamos a este templo para asistir a la Doctrina Cristiana los jueves por la mañana. Los años pasan, pero no se ha borrado de mi memoria cuando, acompañados por nuestros sabios maestros, ordenadamente caminábamos por las calles de nuestro pueblo hasta llegar al lugar donde hoy nos encontramos para aprender la enseñanza del Catecismo y cantar al Santísimo: “Vamos niños al Sagrario que Jesús llorando está pero en viendo tantos niños muy contento se

pondrá. No llores Jesús, no llores que nos vas a hacer llorar, que los niños de este pueblo te queremos consolar “[...].

A lo largo de los años he ido aprendiendo de vosotros, viendo cómo viven la Semana

Santa las sencillas gentes de Vélez-Blanco. Eso es lo que he visto y es lo que, hablando desde el corazón, os voy a contar.

Este pregonero no dispone de una pieza original oratoria con notas elegantes y

refinadas, ni tiene profundos conocimientos literarios y retóricos, sino un conjunto de palabras que sólo muy lejos van a conseguir expresar con un mínimo de acierto llamar las cosas por su nombre.

La Semana Santa la empezamos a preparar el Miércoles de Ceniza y como bien se

decía: “¡Qué triste vienes, con cuarenta vigilias y siete viernes!”, con el propósito de cambiar nuestras actitudes y mentalidad para poder vivir intensamente el Triduo Pascual; es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, acto erigido canónicamente desde el año 1.505.

De tiempo inmemorial, en Vélez-Blanco, no condicionan los signos políticos y sociales

a las convicciones religiosas. Llegado este tiempo, y como bien se dice, todos arrimamos el hombro para que no

desaparezcan ni decaigan nuestras buenas costumbres ancestrales. Así se demuestra en el primer libro de defunciones del archivo Parroquial en el año

1.583, donde aparecen: los Cofrades de la Sangre de Cristo; como sucesora y actual Hermandad del Santo Sepulcro.

La investigación del Padre Tapia también fija el origen de la Hermandad del Santísimo

Cristo de la Yedra, allá por el año 1.560 y la fundación de la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol.

La Cofradía de los siervos de María Santísima de Los Dolores fundada en el año 1.776,

actualmente conocida Hermandad de la Virgen de Los Dolores. También data del año 1.992 la Hermandad de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y su madre Santísima de la Encarnación, popularmente conocida del Cristo Resucitado y por último la cuasi Hermandad de San Juan y la Verónica.

Posiblemente ahora, más que nunca, seria conveniente hacer una pequeña reflexión

sobre la evolución de la vida, ya que con el paso del tiempo se pierden ciertos valores que deberíamos recordar.

Actualmente al ser humano parece ser que le resulta difícil enfrentarse con la realidad

y, poco a poco, intenta olvidarse de ciertas costumbres religiosas que son el verdadero fundamento de la Fe. Y seria muy importante detenernos durante unos momentos para hacer una llamada a la humildad y el amor al prójimo.

El dialogo, la oración y la comunicación cristiana se convierten en el motivo

fundamental de nuestra vida, pero a medida que los años pasan disminuye nuestra propia voluntad. En este caso, cuando se intenta recuperar parte de esa esencia, realidad y tradición de ciertos actos religiosos, de alguna manera estamos obligados y recurrimos a las personas mayores, ya que en su largo caminar de la vida son una maravillosa fuente de información y sabiduría. Mucho podemos aprender de nuestros mayores. Algunos de ellos con la voz ya un poco entrecortada, siguen teniendo suficiente fuerza moral para recordar cómo soportaban los sacrificios desde su niñez llegando, incluso, a describir la vivencia de sus antepasados y nos relatan la mayor parte de nuestra trayectoria religiosa.

Antiguamente, todas las casas del pueblo e igualmente en las numerosas viviendas de

anejos y pedanías del extenso municipio, estaban habitadas por familias humildes y sencillas y casi todas las personas con uso de razón, excepto los enfermos, tenían la costumbre de

guardar la Cuaresma realizando el ayuno y absteniéndose de ciertos modos de vida, como eran vicios, pasatiempos y diversiones. Por citar algo concreto, los hombres se dejaban la barba, se reprimían del hábito de fumar, no cantaban, no jugaban la partida de cartas, no iban a la taberna ni ingerían bebidas alcohólicas. De igual modo, las mujeres también se privaban, y sobre todo los viernes de Cuaresma, en los que no realizaban ciertas labores de la casa como era coser, bordar y zurcir, hacer molde o lavar la ropa; y la mayoría de las mozas no hablaban con sus pretendientes.

Tradicionalmente, el sacrificio del ayuno daba comienzo el Miércoles de Ceniza y se

mantenía durante los siete viernes siguientes, incluida la Semana Santa. Consistía en levantarse en ayunas no tomando ninguna clase de alimentos o agua durante toda la mañana, hasta la comida del medio día, que sólo era a base de legumbres sin carne o grasa. La cena se hacía de igual manera, muy frugal o ligera, y se conocía por el nombre de colación.

Otras familias durante los siete viernes siguientes al domingo de Resurrección se privaban de comer carne o grasa y realizaban el ayuno, lo que se conocía como “los Siete Reviernes”.

También había personas que durante los días de ayuno, a medio día y la noche, sólo

se alimentaban a base de pan y agua. Numerosas generaciones sentían un gran respeto familiar y reunidos alrededor de la mesa, antes de comer y cenar, tenían la costumbre de hacer una oración, bendiciendo los alimentos el cabeza de familia y haciendo el signo de la cruz. Esta acción se realizaba todos los días de ayuno y decían:

“Dígnate Dios Soberano, con tu generosa mano, estos dones bendecir, y ayúdanos a vivir, la vida del buen cristiano.” “Gracias os damos Señor, si nos tenéis en memoria. Sea bendito y alabado, aquí y en la Santa Gloria”. Seguido de un Padre Nuestro.

Las Misiones.

Se considera de suma importancia y admiración la expresión de nuestros sabios y queridos abuelos, y brilla en sus ojos la emoción que sienten cuando recuerdan y nos hablan de aquel tiempo inolvidable de las Misiones, que calaron fuertemente en ellos y creemos que jamás se borrará de sus memorias. Periódicamente, cada cuatro o cinco años tenía lugar la predicación del Santo Evangelio en la villa de Vélez-Blanco y sus pedanías. Los habitantes del pueblo cogían la buena noticia y sentían la alegría de recibir a aquellos afamados padres misioneros de la orden de los Redentoristas, Franciscanos, Dominicos, Jesuitas y Padres Paùles, que instruían y explicaban sobre la verdadera forma de orar, ayunar y dar limosna ayudando a los más pobres o necesitados, y explicando religiosamente los Mandamientos de la Ley de Dios. El continuo repique de campanas en las iglesias de la villa anunciaban su llegada siendo recibidos por una inmensa multitud de personas, y los niños y niñas acudían con alegría a besar la mano de los misioneros, a la vez que eran aclamados con una gran ovación de todos los ciudadanos, autoridades Civiles y Eclesiásticas. Con brillante lucidez sigue quedando sobrada voluntad en la memoria de algunos ancianos que nos reflejan los nombres de ciertos portadores de la palabra de Dios, como

fueron los Padres Mayo, Olmos, Fray Diego Rodríguez, Huelin, Viejo, Soria, Campillo, Posadas, Puerto, Villén y Belló. Durante los días de la Santa Misión, la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol y el Convento de San Luis se abarrotaban de fieles para, atentamente, oír a aquellos afamados predicadores que activamente y sobre el desaparecido púlpito predicaban sermones llenos de claridad y buenos ejemplos, que conmovían a todos los feligreses llegando incluso, a estremecer de tal forma que las lágrimas afloraban en sus mejillas. Se basaban siempre en el respeto a la familia, aconsejando buenas acciones hacia los padres y personas mayores. Era fundamental la educación de los hijos, enseñándoles buenos modales, el respeto a los mayores y ser bondadosos con los demás. Orientaban y educaban a los jóvenes moralmente con buena conducta y les aconsejaban sobre el compromiso que supone el Sacramento del Matrimonio para hacer un mundo siempre mejor. El perdón en público o en privado cuando por alguna circunstancia entre vecinos o amigos ocurría alguna desavenencia, era necesario y aconsejaban hacer un gesto de reconciliación, perdonándose unos a otros y recuperando la familiaridad. La caridad a los más pobres o necesitados y visitando a los enfermos para darles ánimo de recuperación. También realizaban extensas pláticas sobre la preparación de los sacramentos, el bautismo, la comunión, confirmación y unción a los enfermos.

Por la mañana los fieles asistían en la Iglesia a varios actos religiosos, escuchaban la palabra de Dios y oían misa, realizaban la confesión y por la tarde continuaba la gran tarea: oír la predicación.

Lo que más impresionaba era a las diez de la mañana la procesión o Viacrucis de

Penitencia que hacían solo los hombres. Individualmente cada uno hacía una cruz de madera lo más gruesa y pesada posible y durante unas dos horas la llevaba sobre el hombro, demostrando el esfuerzo humano y penoso sacrificio por las calles del pueblo (así es el testimonio de algunas personas mayores con buena memoria capacidad de expresión y recordando el tiempo de su niñez cuando al despedirse los padres misioneros, los niños decían frases tan bonitas como: “Padre Misionero no se vaya usted porque triste y solo me quedaré” y ellos les respondían: “aguardad y creced tranquilos que pronto volveremos”).

Al ser las misiones la luz para todos los pueblos, también llegaba la predicación a las

numerosas familias de labriegos y pastores que vivían en los distintos anejos y pedanías, desde Topares al Piar pasando por el Cercado de Espinardo y desde Alcoluche hasta Derde pasando por Leria y El Alcayde, en cada uno de estos lugares existe una Iglesia o Ermita y durante unos dos días se reunían los vecinos por la noche para hacer el Viacrucis de penitencia rezando el Santo Rosario a la luz de los faroles, teas, velas y hachos de esparto encendidos.

Entre varios hombres llevaban sobre el hombro una cruz hecha de un madero y

caminando se dirigían a la loma o cerro más próximo y visible donde convenientemente la dejaban elevada.

La labor que realizaban llegaba a cualquier rincón del extenso término de la villa, donde

sus iglesias y ermitas fueron testigo de la antigua rivalidad entre los mozos, pero apenas comenzaba la Santa Misión se extinguía el odio y todos vivían la reconciliación.

A la terminación de la Santa Misión en el pueblo de Vélez Blanco, desde tiempo

inmemorial, se realizaba el Viacrucis de despedida al que asistía una gran multitud de fieles acompañando a los Predicadores.

Como prueba de ello, puedo hacer una breve referencia a la copia de la carta dirigida al

Diario de Almería en el año 1880 (archivo personal de D. Dionisio Motos Serrano y familia) “Es tan grande la regeneración moral y social que tan sabios Padres han producido en

este vecindario, que solamente presenciando sus efectos puede formarse una idea aunque

incompleta, describiendo la gigantesca obra social que han llevado a cabo los Padres Misioneros con el auxilio de Dios.”

“He aquí Sr. Director, el orden de la Santa Misión; por la mañana a las cinco en punto

celebrábase el Sacrificio Santo de la misa por el Padre Campillo, explicándose mientras tanto por el Sr. Cura Párroco todos los misterios y ceremonias de ella, y una vez terminada el Padre Belló, tan austero como joven, hacía una larga plática sobre la confesión; a las diez de la mañana volvióse a llenar el templo de fieles que acudían a oír la explicación de doctrina cristiana que hacía el Padre Campillo, a los niños y niñas que guiados por sus maestros de la enseñanza aquí concurrían.”

“La tarde veíase ocupada de nuevo la Iglesia Parroquial por este católico pueblo, acto

que empezaba a las seis de la tarde con el Santo Rosario al que seguían una magnífica y clara explicación sobre los mandamientos de la Ley de Dios y de su Iglesia, que hacía el Padre Belló, con aquella misión y claridad que tantos corazones atrae. Después predicábase el Sermón de la Santa Misión por el Padre Campillo, que tantas lágrimas de arrepentimiento y entusiasmo han hecho brotar todas las noches de los ojos de sus oyentes. En los intermedios del Santo Rosario, se realizaba la Plática Doctrinas y el Sermón y cantábase por el pueblo la Salve, Santo Dios y unas letrillas nominadas “El Perdón” que los Padres han enseñado a cantar a los fieles. Por último, se terminaba la Santa Misión con el Salmo Miserere, así ha pasado el tiempo durante una semana; es admirable Sr. Director la resistencia de los Padres Misioneros y el apoyo que la Providencia les presta. ¿Puede encontrarse la razón de poder sobrellevar tan rudo trabajo? Se levantan a las cuatro de la mañana, celebran misa, predican dos veces al día cada uno de ellos y ocupan el confesionario hasta la una del mediodía y después de las cuatro de la tarde a las once de la noche.”

“Dios les premie tantos servicios como hacen a las almas por donde quiera que van.

Los resultados de la Santa Misión han excedido a cuanto podíamos suponer los más esperanzados. No ha quedado una sola persona en este pueblo que no haya confesado; más de seis mil personas han recibido el Pan de los Ángeles, qué consuelo ha habido en estos días para los buenos cristianos que difícilmente se borrarán de sus memorias. Días de tanto júbilo y religioso fervor.

“Ha habido varias comuniones generales que han edificado maravillosamente, los

niños y niñas presididos por sus religiosos preceptores, las hijas de María , las hermanas de la tradicional congregación de Nuestra Sra. De Los Dolores, el Ilustre Ayuntamiento de esta villa, los hermanos de la incomparable escuela de Cristo, los cofrades de la Hermandad del Santo Cristo de la Yedra y por último los cofrades de la nueva Hermandad de la Santísima Trinidad.”

“Autoridades eclesiásticas, civiles y pueblo entero rivalizaron en dar muestras de olvido

y caridad. Qué acto tan sublime y conmovedor, cuántas lágrimas de ternura y arrepentimiento salían de todos los ojos ¡Bendito sea el Señor! que nos ha proporcionado tan inefables dichas.”

“Bendito sea este pueblo que ha manifestado de un modo solemne y elocuente; es

católico, apostólico, romano y sabe portarse a la altura de sus tradicionales y arraigados sentimientos religiosos.”

“Bendito sea Dios que no ha olvidado a sus hijos de Vélez Blanco al mandarle para su

redención a los infatigables misioneros, a quienes nunca olvidaremos, este pueblo cristiano que tan triste ha quedado después de su partida.”

“Aunque ya soy algo mayor, no permanezco en silencio, recuerdo cuando era niño, y venían los misioneros,

para darnos las misiones, y visitaban a los enfermos.

Qué bonito oír hablar, a Huelin, Puerto y Posadas,

y otros varios que vinieron, de sus nombres no recuerdo.

Así fue pasando la vida, y yo siempre muy atento,

a todo lo que decían, aquellos buenos consejos, que todos ellos nos daban. Para nuestros sentimientos,

para nuestro buen vivir, para ser hombres perfectos, lo que nunca olvidaremos.

Ya hace mucho tiempo, aquellos benditos padres,

seguro que habrán muerto, que Dios les tenga en la gloria,

como bien la merecieron.” El paso del tiempo ha sido el testimonio de la desaparición de otros actos religiosos en

los que claramente se comprendía que tenían la orientación del camino del Calvario, ya que antiguamente se realizaba todos los viernes de cuaresma el Viacrucis de Penitencia por varias calles del pueblo, en cuyo itinerario había catorce cruces de madera colocadas individuamente en las fachadas de las viviendas. Cada cruz tenía una referencia a los sufrimientos y caídas de Jesús, lo que se sigue conociendo como las “Catorce Estaciones” o “Pasos de Viernes Santo”.

Es preciso andar y conocer el histórico “camino de la Viacrucis” del año 1740, cuando

los viernes de Cuaresma los frailes del Convento de San Luis, salían por la noche y daban la vuelta rezando las catorce estaciones por las afueras del huerto. Como testimonio quedan algunas hornacinas vacías y una cruz de madera incrustada en la fachada de una casa en la antigua calle Concepción.

Cabe recordar el duro sacrificio que hacían los hermanos de la escuela de Cristo todos

los viernes de Cuaresma haciendo oración y Jueves Santo por la noche, cuando sonaba la campana se reunían a puerta cerrada en la Ermita de la Concepción.

Doce hermanos mayores se iban turnando para no ser siempre los mismos. Se

despojaban de sus vestiduras de cintura para arriba, apagaban la luz y decían: “Todos dispuestos que vamos a sufrir o preparémonos hermanos que tenemos que morir”.

Individualmente y sin descanso en plena oscuridad durante un buen rato se flagelaban

con una cuerda de cáñamo de medio metro con un nudo del cual le suspendían varios cordeles terminados en pequeños nudos de gran resistencia, dándose fuertes azotes sobre la espalda y resonaban de tal manera que se podían escuchar desde el exterior, hasta tal extremo que en numerosas ocasiones los hermanos se hacían moratones en la piel y a otros les brotaba la sangre. Lo que les obligaba a curarse con agua sal y vinagre demostrando el sufrimiento y dolor que producía el duro sacrificio.

Una vez terminado el acto, encendían una vela, poniéndose de rodillas y en fila uno

tras de otro se dirigían hasta el pie del altar, donde había una calavera y dos huesos de tibia. Besaban la calavera diciendo: “Alerta que la muerte está en la puerta”. Esta acción solo la realizaban los hermanos mayores de 18 años y los de menor edad se conocían como “pretendientes”. Se comprende que los habitantes de la villa de Vélez-Blanco mantuvieron siempre una arraigada devoción a la Semana Santa, y la vivían con plenitud de sentimiento, asistiendo a todos los actos religiosos como actualmente se hace; por lo que se pueden considerar entrañables e históricos para todos los velezanos, presentes y ausentes que aman y estiman este rincón del antiguo Marquesado de los Vélez.

En el pueblo permanece la tradición, y en la memoria de nuestros abuelos recordando su niñez cuando, acompañados de sus padres, asistían al Novenario de los Siervos de María Santísima de los Dolores. Actualmente se conoce como “Septenario”. Se reza el Santo Rosario y un nutrido grupo de feligreses en el coro, acompañados por el órgano, entonan con su voz y cantan los Siete Dolores, aunque se desconoce el autor y el año de su composición.

SEXTO DOLOR

“Besando el pálido rostro y llamándole “Cielo mío”

y estrechando el cuerpo frío en su regazo de amor recordaba los arrullos

y embelesos de la infancia y cedía su constancia al inmenso del dolor.”

Como anécdota de la historia, el Viernes de Dolores, una vez terminado el acto en presencia de las imágenes de la Virgen de los Dolores y Nuestro Padre Jesús Nazareno, el sacerdote hondeaba una bandera negra anunciándole la muerte de su Hijo. El Domingo de Ramos, Jesús entra triunfal en Jerusalén, días antes de su muerte. Una gran multitud rodea a Jesús con ramos de olivo y palmas le acompaña desde el Convento hasta este Templo. ¡¡Hosanna!! El Rey de los pobres, descalzo y a lomos de una borriquilla. ¿Se puede ser más humilde?.

Al ser días tan sagrados, la gente tenía su propia creencia, y como signo de bendición plantaban o sembraban algunas legumbres con la buena intención de que, en tiempo sagrado, tuvieran una abundante producción. Los pastores seguían la tradición de cegar los badajos de sus rebaños para evitar que no emitieran ciertos sonidos, uniéndose así al silencio de las campanas existentes en las espadañas de las iglesias y ermitas. Martes y miércoles Santo, los habitantes de la villa y su Municipio, realizaban la preparación o confesión, y en la mañana de Jueves Santo asistían a la Santa Misa, comulgaban y permanecían en el interior de los templos hasta la terminación de otros actos religiosos como los Santos Oficios y el Lavatorio. Al terminar la media tarde sacaban en procesión la Oración del Huerto con la imagen de Nuestro Padre Jesús orando en el Huerto de los Olivos, al que le acompañaban San Juan, la Verónica y el Santo Ángel. Resignado en su silencio, sumido en la turbación, el miedo, vigilia y rezo, la amargura de sentir de cerca que llega el final le hace sudar dolorosas gotas de sangre. Sus amigos se han dormido. Ahora está solo. Sólo los olivos centenarios de Getsemaní son testigos. ¿Por qué te abandonan, nazareno?. ¿Dónde están los que te aclamaban con ramas y palmas?. ¿Por qué te abandonan, nazareno?. Al filo de la media noche era la costumbre de realizar una visita al Santísimo. En representación del pueblo, el Alcalde, autoridades civiles y eclesiásticas, acompañados por los Hermanos de la Adoración Nocturna, así como un gran número de vecinos, salían del Ayuntamiento rezando el Santo Rosario y se dirigían al Convento de San Luis, no sin hacer antes paradas de oración en las ermitas de San Lázaro y La Concepción. Con gran afluencia de fieles, y en un constante ir y venir, no paraban de hacer una oración al Santísimo en cada uno de los lugares mencionados anteriormente. Más tarde, a las cinco de la mañana, antes de pintar el día, cuando no es noche ni es alba ni madrugada, pero sí es la hora de afrontar la última Senda Sagrada, los fieles más madrugadores salen a la calle portando a hombros las imágenes de la Verónica, San Juan, Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Virgen de los Dolores, desarrollando el Viacrucis de Penitencia, con el rezo de las catorce Estaciones. El primer encuentro tiene lugar en el atrio del Convento. La Verónica mira a Jesús con pena y seca con un paño su sudor doloroso, y de inmediato avisa a San Juan, discípulo amado, que a la Virgen fue a avisar diciendo “venid señora, si le queréis consolar”.

“Por el rostro de la sangre que derramó el Verbo Eterno

camina la Virgen Pura, las piedras se estremecieron.”

La Virgen de Los Dolores llega ante su Hijo, quedando una frente al otro; no hay

palabras para decir; un rostro desolado y triste es surcado por unas lágrimas de amor y dolor infinitos con los labios resecos y amoratados. Para no romper el sortilegio los músicos y la coral entonan suavemente la melodía, mientras las imágenes continúan su recorrido a hombros de sus hermandades hasta llegar a este Santo Templo.

Despuntando el sol se oye la música y un canto que ha sabido mantenerse en el tiempo, pasando de la leyenda a la realidad de la historia en este pueblo. Viernes Santo por la mañana. “Son las diez”, le decía a Juan Miguel su padre. “Ponte el traje; ¡¡ date prisa, que se hace tarde ¡!, que la procesión de los hombres pronto sale”. Ese día es entrañable para todos los nacidos en nuestro pueblo y sus descendientes que, por lejos que se encuentren, les conmueve y acuden al traslado de Jesús en la caja, antiguamente conocido como “la traída” desde San Lázaro hasta la Iglesia. A paso lento y en silencio, acompañada desde antaño por la Hermandad del Santísimo Cristo de la Yedra, camina la procesión desde el Convento, calles de la Concepción, San Francisco, Federico de Motos y Corredera hasta adentrarse en el templo donde, con gran respeto y emoción, se desarrolla el enclavamiento con los emotivos sones de la pieza “Descanse en paz”, del maestro D. Eusebio Montalbán. En su tiempo, sobre las cinco de la tarde, y ante la figura inerte y conmovedora de Jesús crucificado, desde el púlpito, sin menospreciar al cura Párroco, alguno de los predicadores, y con el templo totalmente abarrotado de fieles, relataba el sermón de las Siete Palabras o las últimas frases que Jesús dijo antes de expirar.

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

“De cierto te digo hoy: estarás conmigo en el paraíso”.

“Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y al discípulo, “Juan ahí tienes a tu madre”.

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

“Tengo sed”.

“Todo está consumado”

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

Al atardecer de ese mismo día, con la tenue luz de las velas encendidas que portan las mujeres, o conocidas “manolas” ataviadas de luto con teja y mantilla negra, se realiza la procesión del Santo Entierro, al que sigue la Virgen de los Dolores, cubierta de velo negro, desfilando al mismo tiempo las Hermandades de la Virgen de Los Dolores y del Santo Sepulcro, Hermanos del Santísimo Cristo de la Yedra, del Cristo Resucitado, San Juan y la Verónica.

Dolor y negro enlutado. La noche se va haciendo cada vez más cerrada y oscura bajo

el cielo velezano; sólo las mujeres acuden al Convento para sacar en procesión a la Virgen de los Dolores y acompañarla por las principales calles del pueblo, al tiempo que, en el largo recorrido, rezan el Rosario de la Soledad.

Ya amanece el sábado de Gloria. Ese día, alitúrgico, que espera y aguarda la noche

para que la Luz de Cristo encienda de nuevo la llama del amor en nuestros corazones, vuelven a sonar las campanas de las iglesias y ermitas anunciando la buena nueva de la Resurrección.

Todo es júbilo y alegría en Vélez-Blanco. Que sepa el mundo entero que ese que

enterrabais hace unos días, cargado de inocencia, el Cristo muerto, ha resucitado. La luz ha triunfado por doquier.

Recordando tiempos pasados, en la noche de Resurrección, tenían por costumbre

después de oír misa, juntarse varios grupos de mozos para salir de serenata, cantar y hacer música junto a la ventana de sus novias, al tiempo que dejaban un ramo de flores a cada una de ellas. Esto se conocía como “enrame” y los de mayor poder adquisitivo pagaban a la banda de música o el grupo de rondalla. Los que menos dinero disponían recitaban poemas y canciones que alegraban el alma en el silencio de la noche.

“Asómate a la ventana, cara de limón florido, y verás con luna llena, quién ha de ser tu marido”

Ahora sólo queda que cada uno de nosotros viva en su interior la Semana Santa como ha de vivirse y que, juntos, vivamos conforme al ejemplo de Jesús. No hoy ni mañana, ni pasado, sino durante todo el año. Para concluir, quiero hacer homenaje a todos nuestros mayores, hombres y mujeres que ya fallecieron, incluyendo los nazarenos de todas las hermandades que, lamentablemente, hoy no se encuentran con nosotros.

No puedo dejar de lado a los hermanos de la Adoración Nocturna para que no queden olvidados en la memoria del tiempo, cuando se reunían para hacer sacrificio y oración al

Santísimo durante la noche del último sábado de cada mes durante todo el año y la noche de Jueves Santo.

Son muchos los recuerdos con tinta en el tintero que he dejado y este Pregón se va

acabando. Pero permítanme Vds, desde este ambón transmitir el abrazo fraterno a todos los paisanos Velezanos que por algún motivo no han podido venir, incluso a aquellos que viven repartidos por toda la geografía nacional y en el extranjero.

Se me agotan las palabras y no quiero pasar por alto mi elogio a todos los

componentes de la Banda de Música Municipal que, sabiamente dirigida por el maestro D. Antonio Manzanera, ya que desinteresadamente participan en cualquier desfile procesional.

Agradezco a todas las personas su colaboración sin olvidar a Pepe Ros. Espero que mis palabras hayan servido para algo. Así es como os lo he contado y de

esta manera es la Semana Santa de Vélez-Blanco.

Muchas gracias y hasta siempre. Diego Iglesias Cabrera.