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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 1 Participación laboral de la mujer en Chile: 1958-2003 Osvaldo Larrañaga Departamento de Economía, Universidad de Chile INTRODUCCIÓN Este estudio tiene por objeto el análisis de las tendencias de la participación laboral de la mujer entre los años 1958 y 2003. Para tal efecto se utilizan dos fuentes principales de datos primarios: la encuesta de empleo de la Universidad de Chile (Encuesta de Ocupación y Desocupación en el Gran Santiago), que cubre la ciudad de Santiago en el período 1958 a 2003; y la encuesta de hogares Casen (Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional), que cubre el conjunto del país entre 1987 y 2003. La primera fuente de información entrega una aproximación razonable de las tendencias de la variable en el país, según se desprende de un análisis comparativo con Censos de Población y Vivienda, del Instituto de Estadísticas (INE). La tasa de participación laboral de la mujer se mantuvo relativamente estable durante las décadas de los sesenta y de setenta, para luego aumentar en alrededor de 15 puntos porcentuales entre mediados de los ochenta e inicios de los 2000. En el resultado del agregado confluyen dos tipos de tendencias. Por una parte, la participación de las mujeres más jóvenes tiende a caer, por la extensión del ciclo de estudios que tiene lugar en el período. Por otra, la tasa de participación de las mujeres entre 25 y 60 años muestra un aumento de alrededor de 20 puntos porcentuales, empezando a crecer lentamente a partir de fines de los años sesenta, para acelerar su expansión desde mediados de los ochenta en adelante. No obstante, pese a los desarrollos de las últimas décadas, el nivel de participación de la mujer en el país es relativamente bajo desde una perspectiva de comparación internacional. En el trabajo se identifican la educación y la fertilidad como factores fuertemente relacionados con la participación laboral de las mujeres, a la vez que representan aspectos de naturaleza secular que subyacen a las tendencias registradas por la variable en el período de análisis. Así, por una parte hay importantes aumentos en el nivel de participación laboral desde mediados de la década de los ochenta, cuya principal causa es el impacto del crecimiento económico sobre la disponibilidad de empleos, así como sobre las características de las ocupaciones y los niveles de salarios asociados. Y, por otra parte, las preferencias o actitudes contrarias al trabajo de las madres fuera del hogar parecieran constituir un factor de importancia para explicar el relativamente bajo nivel de participación laboral de la mujer en comparación con otros países. Este trabajo forma parte de un proyecto de investigación sobre temas de la familia en Chile, auspiciado por la Fundación Kellog. El documento contó con el aporte de la discusión y comentarios en seminarios del proyecto. Los comentarios de Samuel Valenzuela contribuyeron de manera muy importante a mejorar una versión anterior. No obstante, el autor es el único responsable de los contenidos del documento. .

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 1

Participación laboral de la mujer en Chile: 1958-2003

Osvaldo Larrañaga ∗

Departamento de Economía, Universidad de Chile

INTRODUCCIÓN

Este estudio tiene por objeto el análisis de las tendencias de la participación laboral de la mujer entre los años 1958 y 2003. Para tal efecto se utilizan dos fuentes principales de datos primarios: la encuesta de empleo de la Universidad de Chile (Encuesta de Ocupación y Desocupación en el Gran Santiago), que cubre la ciudad de Santiago en el período 1958 a 2003; y la encuesta de hogares Casen (Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional), que cubre el conjunto del país entre 1987 y 2003. La primera fuente de información entrega una aproximación razonable de las tendencias de la variable en el país, según se desprende de un análisis comparativo con Censos de Población y Vivienda, del Instituto de Estadísticas (INE).

La tasa de participación laboral de la mujer se mantuvo relativamente estable durante las décadas de los sesenta y de setenta, para luego aumentar en alrededor de 15 puntos porcentuales entre mediados de los ochenta e inicios de los 2000. En el resultado del agregado confluyen dos tipos de tendencias. Por una parte, la participación de las mujeres más jóvenes tiende a caer, por la extensión del ciclo de estudios que tiene lugar en el período. Por otra, la tasa de participación de las mujeres entre 25 y 60 años muestra un aumento de alrededor de 20 puntos porcentuales, empezando a crecer lentamente a partir de fines de los años sesenta, para acelerar su expansión desde mediados de los ochenta en adelante. No obstante, pese a los desarrollos de las últimas décadas, el nivel de participación de la mujer en el país es relativamente bajo desde una perspectiva de comparación internacional.

En el trabajo se identifican la educación y la fertilidad como factores fuertemente relacionados con la participación laboral de las mujeres, a la vez que representan aspectos de naturaleza secular que subyacen a las tendencias registradas por la variable en el período de análisis. Así, por una parte hay importantes aumentos en el nivel de participación laboral desde mediados de la década de los ochenta, cuya principal causa es el impacto del crecimiento económico sobre la disponibilidad de empleos, así como sobre las características de las ocupaciones y los niveles de salarios asociados. Y, por otra parte, las preferencias o actitudes contrarias al trabajo de las madres fuera del hogar parecieran constituir un factor de importancia para explicar el relativamente bajo nivel de participación laboral de la mujer en comparación con otros países.

∗ Este trabajo forma parte de un proyecto de investigación sobre temas de la familia en Chile, auspiciado por la Fundación Kellog. El documento contó con el aporte de la discusión y comentarios en seminarios del proyecto. Los comentarios de Samuel Valenzuela contribuyeron de manera muy importante a mejorar una versión anterior. No obstante, el autor es el único responsable de los contenidos del documento. .

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El trabajo se organiza en cuatro secciones. En primer término, se describen los datos y las principales tendencias de la participación de la mujer a lo largo del período bajo análisis. La segunda sección examina en detalle las características de la participación laboral de la mujer en el país, así como su relación con los desarrollos en materias como educación, fertilidad, preferencias, crecimiento de la economía, ciclo de vida y estructura de los hogares. La tercera sección presenta un análisis estadístico multivariado, que relaciona más formalmente la participación laboral de la mujer con sus factores relacionados. Una última sección ofrece un resumen y conclusiones de la investigación.

1 DATOS Y TENDENCIAS

Participan en el mercado laboral quienes tienen un empleo remunerado o están buscando activamente ocupación. La medición se realiza típicamente a través de encuestas socioeconómicas de hogares, donde se pregunta por la actividad laboral de cada persona en edad de trabajar que reside en el hogar. A partir de los datos recopilados en las encuestas, se calcula la tasa de participación laboral, que es el porcentaje de personas que trabaja remuneradamente o busca ocupación, en relación con el total de población en edad de trabajar.

Este trabajo se basa en la información provista por las dos encuestas socioeconómicas más importantes que se realizan periódicamente en Chile: la encuesta de empleo de la Universidad de Chile y la encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen). La encuesta de la Universidad de Chile provee una serie de largo plazo, puesto que abarca el período 1958 a 2003, pero sólo cubre a la población del Gran Santiago, que representa alrededor del 40 por ciento la población del país. Por su parte, la encuesta Casen reporta información para el conjunto del país desde 1987 a la fecha.1

¿Son representativos de la realidad del país los datos de participación laboral provistos por la encuesta de empleo? Para examinar el punto pueden utilizarse como referencia los Censos de Población y Vivienda, que representan la única fuente de información con cobertura nacional de largo plazo.2 El análisis comparativo muestra que la tasa de participación registrada por la encuesta de empleo de la Universidad de Chile supera en alrededor de diez puntos porcentuales a la estadística provista por los Censos de Población (Cuadro A-1, Anexo). Esta brecha responde a diferencias en el tipo de preguntas utilizadas en ambas mediciones, así como a su distinta cobertura geográfica. Sin embargo, las tendencias que muestra la tasa de participación laboral femenina son relativamente similares entre ambas fuentes de información. De este modo, los datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile pueden utilizarse para aproximar las tendencias de la variable a nivel del país.

Por su parte, la encuesta Casen contiene módulos de ingreso, empleo, educación, salud y vivienda, de los cuales se originan los datos que se ocupan en el país sobre pobreza, distribución de ingresos, acceso a servicios sociales y otras materias relacionadas. Se trata de una encuesta de gran escala (alrededor de 60 mil hogares en la última versión), con representatividad nacional y regional, y que se realiza cada dos o tres años.

1 El Instituto Nacional de Estadísticas (INE) ha producido una serie consistente de estadísticas de empleo a partir del año 1986. La ventaja de la encuesta de empleo de la U. de Chile es su extensiva cobertura temporal. 2 Sin embargo, no representan fuentes de información apropiadas para los fines de la investigación, puesto que se realizan muy espaciadamente en el tiempo (cada diez años) y sólo se dispone de acceso a micro datos en las dos últimas versiones.

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La tasa de participación de la mujer reportada por las citadas encuestas se presentan en los Cuadros 1 y 2. La estadística se presenta para las mujeres entre 15 y 60 años de edad, desagregadas según tramo de edades. En el caso de los datos de la Universidad de Chile, los resultados se presentan como promedios quinquenales, considerando la medición del mes de junio de cada año.3 En el caso de la encuesta Casen, se presentan los resultados de cada año en que se realiza la medición.

Cuadro 1. Participación laboral de la mujer, Santiago 1958-2003 (porcentajes de participación sobre total de población en cada tramo de edad)

Tramo de edades Período 15-19 20-24 25-39 40-60 15-60

1958-62 31,8 49,1 41,0 32,7 38,2 1963-67 30,3 47,9 40,2 31,7 37,0 1968-72 21,7 49,6 44,5 33,9 38,2 1973-77 18,3 46,5 43,5 32,8 35,8 1978-82 15,2 46,7 46,0 34,8 37,4 1983-87 14,9 47,4 50,9 36,2 40,4 1988-92 13,3 48,5 51,9 41,4 42,6 1993-97 14,7 49,7 55,7 47,3 46,7 1998-03 15,6 48,0 60,5 52,1 50,1

Fuente: Bases de datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile, años respectivos.

Cuadro 2. Participación laboral de la mujer, Chile 1987-2003 (porcentajes de participación sobre total de población en cada tramo de edad)

15-19 20-24 25-39 40-60 15-60

1987 12,2 40,6 40,0 29,1 32,1 1990 12,9 41,0 43,6 35,1 35,9 1992 16,4 43,9 44,8 37,3 38,2 1994 15,4 44,1 45,7 40,5 40,0 1996 12,6 43,1 48,7 42,4 40,8 1998 12,8 44,1 49,8 41,5 40,9 2000 12,5 43,7 53,6 47,3 44,4 2003 13,5 47,1 50,1 50,7 47,6

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos.

Los datos muestran que, a partir de los años ochenta, el porcentaje de mujeres que participa en el mercado laboral crece apreciablemente, después de haberse mantenido estable durante las dos décadas anteriores. Según los datos de la Universidad de Chile, la participación de la mujer se mantuvo en un promedio de alrededor del 37 por ciento entre los años 1958 a 1980, para luego crecer en forma sostenida hasta alcanzar una marca de 50 por ciento hacia inicios de los 2000. Por su parte, los datos de

3 Se elige el mes de junio porque esa es la única medición del año que pregunta por datos de ingreso laboral, información que es utilizada más adelante.

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la encuesta Casen reportan que la participación laboral de la mujer a nivel del país se incrementó en alrededor de 15 puntos porcentuales entre los años 1987 y 2003.

El examen de la tasa de participación según edades indica que la tendencia agregada resulta de procesos que operan en sentido opuesto. Por un lado, tanto las mujeres de 25 a 39 años como las de 40 a 60 aumentan su tasa de participación laboral en alrededor de 20 puntos porcentuales a lo largo del período 1958-2003, de acuerdo con los datos de la Universidad de Chile. Estos grupos empiezan a incrementar su participación laboral hacia el año 1970, aumentan su nivel de participación en alrededor de 10 puntos porcentuales en las dos décadas siguientes, para luego crecer otros 10 puntos en los años noventa. Entre los factores relacionados con el alza secular en la tasa de participación de la mujer se incluye el mayor nivel de escolaridad, el descenso en la tasa de fertilidad, el crecimiento de la economía y el cambio en las normas sociales y preferencias individuales.

Por otro lado, la prolongación del período de estudios que tiene lugar en las últimas décadas ha reducido la participación laboral de las mujeres más jóvenes. En el caso del grupo entre 15 y 19 años, la tasa de participación ha decrecido a la mitad, desde un nivel cercano al 30 por ciento a inicios de los sesenta a un promedio del 15 por ciento hacia fines de los noventa. El grupo de mujeres entre 20 y 24 años mantiene relativamente estable su tasa de participación, como resultado de un balance entre los factores que presionan a la mayor participación laboral y aquellos que inducen a la prolongación de los estudios.

Las tendencias descritas tienen lugar en más de cuatro décadas, caracterizadas por importantes transformaciones económicas y sociales en el país (Cuadro A-2). El período 1960 a 1973 se caracteriza por el tránsito desde un gobierno conservador (Alessandri), seguido por una administración del centro político (Frei Montalva), para finalizar en un gobierno socialista (Allende); en ese lapso se extiende la protección y regulación de los mercados y la economía crece a una modesta tasa de 1,3 por ciento en términos per cápita como promedio. Entre 1973 y 1989, el país es gobernado por un régimen militar que, bajo represión, impone reformas estructurales que modifican el patrón de desarrollo del país hacia una economía de libre mercado abierta al comercio exterior; sin embargo, la economía en esos años crece sólo en un 0,4 por ciento per cápita, producto de fuertes ajustes macroeconómicos. En el período 1990-2003 retorna la democracia y se logra conciliar eficiencia económica con estabilidad social, alcanzándose una alta tasa de crecimiento promedio de 4,5 por ciento en términos per cápita. Paralelamente a los desarrollos políticos y económicos, se producen importantes cambios en indicadores sociales: la escolaridad promedio de la mujer sube de 6,1 a 10,8 años; la tasa de mortalidad infantil cae desde 99,8 por mil a 11,2 por mil, a la vez que el número de hijos por madre se reduce de 4,85 a 2,79.4

No obstante los desarrollos de las últimas décadas, el nivel de la participación laboral de la mujer en Chile continúa siendo bajo en relación con los estándares internacionales. De acuerdo con estadísticas comparables provenientes de información de encuestas de hogares, la tasa de participación femenina en Chile es más baja que la presentada por los demás países de mayor desarrollo económico de América Latina (Cuadro A-3 del Anexo). Ello resulta sorpresivo si se considera que Chile tiene niveles más favorables a una mayor participación de la mujer en variables tales como el nivel de ingreso per cápita,

4 Las cifras representan promedios anuales para los respectivos períodos 1960-1973 y 1990-2003. La escolaridad de la mujer se mide entre los 25-29 años de edad, mientras que la fertilidad se mide a la edad de 35 a 39 años (Cuadro A-2).

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los años de escolaridad y la tasa de fertilidad.5 El rezago en la participación laboral de la mujer caracteriza todos los niveles educacionales en el país, no siendo explicado por comportamientos propios de un grupo determinado de la población. Se deduce, por tanto, que en el país operan factores específicos que restringen o dificultan la incorporación de la mujer al mercado del trabajo, en comparación a otros países de la región.

2 FACTORES RELACIONADOS CON LA PARTICIPACIÓN LABORAL DE LA MUJER

2.1 Antecedentes

Las tendencias de la participación laboral femenina han sido objeto de algunos estudios previos en Chile. Una de las recopilaciones más extensas aparece en el trabajo de Lucía Pardo, que describe con detalle la participación de la mujer en el mercado del trabajo entre 1907 y 1982; utiliza para ello la información provista por los censos de población del período, complementada con los datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile desde 1958 en adelante Pardo 1987, 1987b). Las estadísticas censales registran un nivel de participación femenina de 28,9 por ciento en 1907, el cual desciende a un valor mínimo en el período de 19,2 por ciento en 1930, para luego fluctuar entre 20 y 25 por ciento en las mediciones de los censos entre 1940 y 1982.6 Entre los factores que habrían restringido la participación de las mujeres en el mercado del trabajo se cuentan las dificultades que enfrentan aquellas que migran del campo a la ciudad para combinar el trabajo remunerado y el trabajo en el hogar, sea por la localización más alejada de los empleos, la menor flexibilidad de la jornada de trabajo o las regulaciones legales.7

No obstante lo anterior, el proceso de migración rural urbana habría tenido un efecto neto positivo sobre la participación laboral de la mujer. Es así que Samuel Valenzuela, en este volumen, reporta un leve aumento en la tasa de participación de la mujer en el contexto de la gran migración del campo a la ciudad del período 1880 a 1920. Asimismo, la vida urbana se relaciona con la expansión de los sectores de comercio y de servicios, que han sido identificados en la literatura como elementos que facilitan la incorporación de la mujer al trabajo remunerado.8

Al respecto se postula la hipótesis de que en las primeras etapas del proceso de desarrollo económico la participación laboral de la mujer sería elevada, concentrándose en empresas familiares (agrícolas o de comercio), con o sin remuneración. Posteriormente, cuando se eleva la productividad de las economías, sube el ingreso laboral de los jefes de hogar y se produce un efecto liberador del tiempo de la mujer, 5 La evidencia internacional informa sobre una función en forma de U para la relación entre la participación laboral de la mujer y el nivel de ingreso per cápita. De acuerdo con evidencia reciente en la materia, el punto de inflexión se situaría en el entorno de un ingreso per cápita de 2.500 dólares (precios constantes, 1985) cuando la tasa de participación alcanza su nivel mínimo de alrededor de 35 por ciento. Véase Mammen & Paxson (2000). 6 La medición de la variable a partir de los datos censales corresponde a las mujeres de 12 años y más como porcentaje de la población de mujeres en ese tramo de edad; por tanto, las cifras no son directamente comparables a las presentadas en los Cuadros 1 y 2, que consideran la población entre 15 y 60 años. 7 Otros estudios realizados en el país han utilizado los datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile. Uno de ellos descompone las tendencias en la participación femenina en efectos de cohorte, edad y año calendario, mostrando que la participación crece con la mayor escolaridad de las cohortes más jóvenes y decrece con el número de niños (Bravo, Contreras & Rau 2002). Otro estudio analiza el impacto de los factores demográficos sobre la oferta de trabajo, incluyendo efecto de escala y de composición de edades, para predecir un descenso en los incrementos de la participación para la primera década del 2000 como consecuencia de la caída en la tasa de fertilidad de períodos anteriores (Paredes & González 2003). 8 La fracción de mujeres que trabaja en comercio o servicios ha aumentado desde 55,1 por ciento en 1920 a 73,9 por ciento en 1982. Datos provenientes de los Censos de Población, citados en Pardo (1987a y b).

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haciendo posible su dedicación a los cuidados del hogar. Al mismo tiempo, empieza a operar un efecto estigma, el cual desincentiva el trabajo de la mujer casada en empleos de la manufactura (“el hombre debe proveer y su esposa no debe trabajar como obrera”). También sucede que los bienes industriales desplazan a los bienes producidos en empresas familiares. En etapas más avanzadas de desarrollo sigue aumentando el salario de mercado, a la vez que la mujer incrementa su nivel de educación y puede acceder a los nuevos puestos que aparecen en oficinas y servicios (desprovistos del estigma). Estos factores de oferta y demanda explicarían la masiva incorporación de la mujer —en particular, la mujer casada— al mercado del trabajo en la fase de mayor desarrollo económico(Goldin 1995).

La evidencia de los países desarrollados (Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Alemania) muestra una fuerte expansión en la participación laboral de la mujer en la segunda mitad del siglo veinte. El incremento más importante ocurre en el caso de la mujer casada, cuya tasa de participación laboral se cuadruplica en Estados Unidos entre 1949 y 1980, a la vez que se multiplica por doce veces en Canadá en similar período (Killingsworth & Heckman 1986). Este desarrollo ocurre en el contexto de la reducción de la fertilidad, el aumento de la escolaridad de la mujer, la expansión de las ocupaciones de cuello blanco, e incrementos en los niveles de salario y de ingreso de las economías. Al respecto, las investigaciones han demostrado que la respuesta en la oferta de trabajo femenina a cambios en los salarios es positiva y alta, mientras que la respuesta frente a cambios en el nivel de ingreso es negativa pero baja; el efecto neto es una relación positiva entre la participación laboral de la mujer y el desarrollo económico.9

2.2 Participación de la mujer y educación

Una de las variables más cercanamente relacionadas con la decisión de participación laboral es el nivel de escolaridad de las personas. La mayor escolaridad provee niveles de capital humano más avanzados, que permiten acceder a una mayor remuneración en el mercado del trabajo y que tornan más atractiva la decisión de trabajar fuera del hogar. El mayor ingreso del trabajo facilita también sustituir las labores de la mujer en el hogar por la adquisición de bienes o servicios que reemplaza su trabajo en el hogar, como son el servicio doméstico, los jardines infantiles y los bienes electrodomésticos.

Una mayor escolaridad también incide en otros factores relacionados con aumentos en la participación de la mujer, como son la reducción en la tasa de fertilidad, la formación de normas sociales y preferencias individuales más favorables al trabajo remunerado, así como un mayor crecimiento económico, con su consiguiente impacto en la creación de empleos.

Es posible que exista algún grado de causalidad reversa entre escolaridad y participación laboral. Por ejemplo, la realización de estudios superiores puede estar fuertemente influida por la decisión de incorporarse posteriormente al mercado laboral. En cambio, una joven que egresa de la educación secundaria y que no espera trabajar remuneradamente tendrá menos incentivos para seguir estudiando.

Las estadísticas de participación de la mujer según nivel de escolaridad se presentan en los Cuadros 3 y 4 para los datos de la Universidad de Chile y de la encuesta Casen, respectivamente. Las estadísticas se presentan para las mujeres entre 25 y 60 años, puesto que estamos interesados en analizar el efecto de

9 Ello no tiene porque ser necesariamente así, puesto que la afluencia de ingresos puede hacer que las personan demanden mayor tiempo libre y menor tiempo de trabajo.

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la escolaridad ya cursada. En cambio, las mujeres más jóvenes están sustituyendo trabajo remunerado por una mayor duración de los estudios, una situación distinta a la que queremos analizar aquí. Los tramos de escolaridad utilizados corresponden a la actual categorización de los niveles de educación: 0 a 8 años de escolaridad, correspondiente al nivel primario (y sin estudios); 9-12 años de escolaridad o nivel secundario; 13 o más años de escolaridad, que corresponde a educación de nivel terciario o superior.10

Cuadro 3. Participación laboral de la mujer de 25-60 años según educación (porcentajes), Santiago 1958-2003

Años de escolaridad Periodo

0-8 9-12 13 y más

1958-62 36,4 32,5 — 1963-67 34,5 34,1 66,0 1968-72 36,0 36,9 67,5 1973-77 34,4 36,5 69,2 1978-82 36,2 37,3 70,3 1983-87 37,1 41,3 72,9 1988-92 39,3 42,8 72,0 1993-97 42,9 44,9 75,3 1998-03 44,7 54,7 72,7

Fuente: Bases de datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile, años respectivos.

Cuadro 4. Participación laboral de la mujer de 25-60 años según educación (porcentajes), Chile 1987-2003

Años de escolaridad Periodo 0-8 9-12 13 y más

1987 25,0 36,6 68,3 1990 28,4 39,8 69,8 1992 30,6 42,2 70,5 1994 32,6 44,0 64,9 1996 31,7 47,6 73,0 1998 34,9 49,0 73,3 2000 36,2 51,1 72,1 2003 38,6 53,5 74,4

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos.

Los datos de largo plazo de la Universidad de Chile para la ciudad de Santiago muestran, por una parte, que las mujeres con estudios de nivel superior presentan una tasa de participación laboral sustancialmente más alta que las mujeres con estudios de nivel primario o secundario; y por otra, que las

10 Debe tenerse en cuenta que hasta mediados de los 60s el nivel primario de educación tenía una duración de seis años y la secundaria otros seis años. Asimismo, algunas variantes de la educación secundaria técnica tienen una duración de cinco años antes que los cuatro años que actualmente caracterizan a ese nivel escolar.

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diferencias en participación laboral entre estos dos últimos grupos son de menor orden cuantitativo y con signo cambiante en el tiempo.

Así, la participación laboral de las mujeres con 13 y más años de educación alcanza una tasa promedio cercana a un 70 por ciento. La participación laboral de las mujeres con mayor nivel de educación crece lenta pero sistemáticamente a lo largo del período, desde un nivel de 65 por ciento en los inicios de los sesenta a 75 por ciento hacia fines de los noventa. El nivel de participación de este grupo es elevado en relación con el resto de las mujeres, pero claramente inferior a la tasa cercana al 90 por ciento que exhiben los hombres en igual tramo de edad, con independencia del nivel de escolaridad.

Por su parte, las mujeres con estudios primarios y secundarios presentan un patrón de comportamiento que difiere según el período de referencia. Entre 1960 y 1985, la tasa de participación es baja pero estable, alcanzando para ambos grupos un nivel promedio de 35 por ciento, que es aproximadamente la mitad del nivel de participación de las mujeres con mayor educación. A partir de mediados de los ochenta crecen los niveles de participación de las mujeres con estudios de nivel secundario y primario, generándose a favor del primer grupo una diferencia en participación que se hará más importante hacia fines del período. En cambio, los datos de la encuesta Casen para el país registran una clara relación entre mayor escolaridad y mayor participación laboral. Entre los años 1987 y 2003, la tasa de participación de la mujer con estudios secundarios supera entre 12 a 15 puntos porcentuales a la de la mujer con estudios primarios. Por su parte, la brecha de participación entre mujeres con estudios terciarios y secundarios supera los 20 puntos porcentuales en todos los años del citado período.

Las estadísticas señaladas representan una primera aproximación a la relación entre participación y escolaridad, puesto que es preciso controlar por el efecto de variables relacionadas. Esto es, para conocer la verdadera relación entre ambas variables, hay que comparar grupos que sean homogéneos en otras características que se relacionan con participación y educación. De otra manera estamos “contaminando” la estadística de interés. A modo de ejemplo, las mujeres con menor educación pueden presentar baja participación debido a que también tienen un mayor promedio de edad.

En la sección tercera del trabajo se realiza un análisis estadístico que controla por la acción de terceras variables. Los resultados de tal procedimiento validan en términos generales los aquí descritos. La principal excepción es que, para la mayor parte del período, la tasa de participación de las mujeres con estudios primarios en la ciudad de Santiago es más alta que la de la mujer con estudios secundarios, un resultado contrario al que muestran los datos que no controlan por terceras variables. En cambio, el análisis estadístico de los datos nacionales confirma la relación bien definida entre mayor participación y mayor escolaridad presentada en el Cuadro 4. Ello se explica por la concentración en la ciudad de Santiago de mujeres de baja escolaridad que trabajan en el servicio doméstico.11

Hay evidencia empírica respecto de tres canales que vinculan escolaridad y participación. Primero, una mayor educación está relacionada con mayores niveles de salarios de mercado, que tornan más atractivo el trabajo remunerado en relación con otros usos del tiempo. En la sección 2.5 se muestra que el salario que gana la mujer con estudios superiores más que duplica a aquel de la mujer con estudios secundarios, a la vez que este último es un 40 por ciento superior al de la mujer con estudios básicos.

11 Al respecto, considérese que en 1990 alrededor del 48 por ciento del empleo femenino en servicio doméstico del país residía en Santiago (Casen 1990).

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Segundo, la escolaridad está relacionada con una menor tasa de fertilidad, que a su vez facilita la participación laboral. De acuerdo con la evidencia proporcionada en el capítulo sobre fertilidad de este mismo volumen, el número promedio de hijos en mujeres con estudios superiores es 2,4; en mujeres con estudios secundarios es 2,7, mientras que en el caso de las mujeres con estudios primarios alcanza a 3,3.12 Tercero, la mayor escolaridad está relacionada con actitudes y preferencias más favorables al trabajo de la mujer (sección 2.4).

Otro tipo de resultado es el efecto sobre la participación laboral del aumento en el nivel de escolaridad que tiene lugar en el período. Esto es, si la mujer con mayor educación participa más, y si a la vez aumenta la proporción de mujeres con mayor educación, entonces se produce un incremento en la tasa de participación global debido al cambio en la composición educacional. A nivel del país, en el año 1987 más del 50 por ciento de las mujeres entre 25 y 60 años tenía sólo estudios de nivel primario; un 35,9 por ciento, estudios secundarios; y un 12,8 por ciento, estudios superiores. En 2003, los porcentajes habían cambiado a 32,5, 43,2 y 24,3 por ciento respectivamente. Un cálculo mecánico indica que la participación laboral de la mujer crece en 5,4 puntos porcentuales debido al cambio en la composición en el nivel educacional.13 Ello equivale a alrededor de la cuarta parte del aumento de la variable entre 1987 y 2003.

2.3 Participación y fertilidad

El cuidado y la crianza de los hijos han sido tradicionalmente encargados a la mujer madre. Esta actividad puede ser altamente intensiva en tiempo, en particular en el caso de los hijos de menor edad, y representar un factor que restringe o dificulta la participación de las madres en el mercado del trabajo. La relación entre fertilidad y participación laboral está mediada por variables tales como la flexibilidad de los empleos en jornada y lugar del trabajo, número de hijos, acceso a sustitutos en el cuidado de los hijos y otras relacionadas.

La relación entre fertilidad y participación se presenta en el Cuadro 5 para los datos de largo plazo de Santiago, y en el Cuadro 6 para los datos nacionales desde 1990 adelante.14 Las estadísticas se presentan para las mujeres entre 25 y 40 años, grupo que ya ha terminado el ciclo educacional y para el cual es posible identificar a sus hijos en el marco de la información provista por las encuestas de hogares.15

12 Las citadas estadísticas están referidas a mujeres entre 35-30 años en el período 1988 a 2002. 13 El cálculo se realiza multiplicando los cambios en la composición educacional de la población por las tasas promedios de participación de cada grupo. 14 La identificación de pares madres-hijos en la encuesta Casen requiere trabajar al nivel de núcleos secundarios en los hogares, información que se dispone a partir de la encuesta de 1990. 15 Ello puesto que la encuesta indaga sobre las personas que conviven en el hogar, situación que excluye a los hijos que ya no viven en el hogar materno. Es razonable suponer que en el caso de las madres menores de 40 años, la mayor parte de los hijos vive en el hogar materno.

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Cuadro 5. Tasa de participación laboral según número de hijos, mujeres de 25-40 años (porcentajes), Santiago 1958-2003

Sin hijos Sin hijos * 1-2 hijos 3-4 hijos

1958-62 70,8 60,3 32,1 18,9 1963-67 71,9 61,5 33,0 19,2 1968-72 76,2 68,3 36,3 24,5 1973-77 74,8 69,0 36,1 25,6 1978-82 75,8 69,5 38,9 28,9 1983-87 79,5 74,0 41,9 32,8 1988-92 78,1 73,7 44,2 34,8 1993-97 80,3 77,6 48,6 38,3 1998-03 81,9 79,5 54,1 45,3 promedio 76,7 70,6 40,9 30,1

Fuente: Bases de datos de la encuesta de empleo, años respectivos. * Excluye servicio doméstico “puertas adentro”.

Cuadro 6. Tasa de participación laboral según número de hijos, mujeres de 25-40 años (porcentajes), Chile 1990- 2003

Sin hijos Sin hijos * 1-2 hijos 3-4 hijos

1990 70,9 68,9 39,7 28,6 1992 71,8 69,2 40,7 30,0 1994 70,8 68,6 43,2 33,2 1996 74,2 72,5 47,3 32,5 1998 74,7 73,3 50,4 39,6 2000 74,5 72,7 52,2 37,3 2003 75,1 73,4 55,3 42,7

Fuente: Procesamiento de las bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos. * Excluye servicio doméstico “puertas adentro”.

Las estadísticas de largo plazo informan una relación bien definida entre el nivel de participación laboral de la mujer y el número de hijos. Las mujeres sin hijos presentan una alta tasa de participación laboral durante el período de análisis, con un nivel promedio cercano a 75 por ciento si se considera a todas las mujeres; o ligeramente inferior a 70 por ciento, cuando se excluye a las trabajadoras de servicio doméstico que viven en el lugar de trabajo.16 Por su parte, las mujeres con uno o dos hijos presentan una tasa promedio de participación laboral cercana a 40 por ciento, mientras que aquellas que tienen 3 o 4 hijos tienen un nivel de participación de alrededor de 30 por ciento como promedio del período.

Todos los grupos descritos exhiben crecimientos importantes de participación a lo largo del período. Si se compara el quinquenio 1958-62 respecto del período 1998-2003, se tiene que el grupo de mujeres sin hijos, excluyendo a trabajadoras domésticas que residen en el trabajo, aumenta su tasa de participación

16 De acuerdo con la nota anterior, en las encuestas de hogares no se registran los hijos de trabajadores de servicio doméstico que viven sin sus hijos en el lugar de trabajo. Ello introduce algún nivel de sesgo en las estadísticas de participación; el caso tiene particular relevancia en los años sesenta y setenta en la ciudad de Santiago.

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desde 67 a 80 por ciento. En el caso del grupo de mujeres con uno o dos hijos, el aumento es desde 32 a 54 por ciento, mientras que para las mujeres con tres o cuatro hijos se tiene un incremento desde 19 a 45 por ciento. De esta manera, las brechas de participación entre mujeres con distinto número de hijos se reducen en el período, aun cuando sigue habiendo una marcada relación entre participación laboral y fertilidad.17

Los datos a nivel del país disponibles entre 1990 y 2003 conforman las diferencias en participación laboral arriba identificadas.18 Este período se caracteriza por un fuerte incremento en la participación de la mujer en el mercado del trabajo, registrándose un alza cercana a 14 puntos porcentuales en la participación de las mujeres madres; en cambio, la participación de las mujeres sin hijos aumenta sólo 4 puntos porcentuales. La situación puede explicarse por el distinto nivel de participación que presentan los respectivos grupos, más cercanos a la saturación en el caso de las mujeres sin hijos y con mayor potencial de crecimiento en aquellas con hijos.

La relación entre fertilidad y participación está sujeta a un efecto de composición, tal como ocurría en el caso de la educación. Ello sucede puesto que la distribución de la mujer según número de hijos ha experimentado cambios importantes en el tiempo. La caída en la tasa de fertilidad reduce la proporción de mujeres que tienen tres o cuatro hijos, en favor de aquellas con uno o dos hijos; como estas últimas presentan una mayor tasa de participación laboral, se sigue que el cambio en la composición de la fertilidad explica una parte del incremento en el nivel general de participación femenina.

La relación entre participación y número de hijos puede responder a preferencias, salarios o restricciones en el mercado laboral. El primer factor opera cuando la mujer muestra una fuerte preferencia a permanecer en el hogar respecto de trabajar remuneradamente fuera del mismo. Las preferencias pueden estar influenciadas por las normas sociales o por los roles familiares, de manera que el concepto de “preferencia” debe ser adecuadamente calificado. El segundo factor toma relevancia cuando el salario que la mujer puede ganar en el mercado resulta insuficiente para compensar la salida del hogar, considerando que hay costos asociados a tal opción en términos del cuidado de los hijos y demás actividades del hogar. El tercer factor está referido a las características de los empleos, que pueden facilitar o restringir la participación laboral de la madre, como puede ser el caso de la duración de la jornada laboral y la localización de los lugares donde se realiza el trabajo.

Los factores citados interactúan entre sí en la determinación de la probabilidad de participación laboral. De este modo, la probabilidad de participación laboral será baja en el caso de mujeres que tengan una marcada preferencia por las actividades en el hogar y que, además, sólo acceden a un salario bajo en empleos de larga duración o alejados del hogar. En cambio, la probabilidad de que la mujer participe en el mercado laboral será alta cuando los factores de preferencias, salario y características de los empleos sean favorables a tal decisión.

17 Más adelante se muestra que la brecha de participación entre mujeres con y sin hijos está influenciada por diferencias en el estado civil entre ambos grupos. 18 Debe tenerse presente que hay mayor precisión en los datos de la encuesta Casen, puesto que incluye información sobre núcleos al interior de los hogares, permitiendo una mejor identificación de madres e hijos. En cambio, la encuesta de empleo no informa sobre núcleos, lo cual dificulta la identificación de madres-hijos en aquellos hogares donde hay más de un núcleo familiar. En estos casos se implementa una estrategia de identificación que está descrita en Osvaldo Larrañaga, “Fertilidad en Chile: 1960-2000”, Documento de Trabajo, Departamento de Economía, U de Chile, 2005.

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La evidencia disponible muestra que los factores citados pueden ayudar a explicar la baja participación laboral que caracteriza a la mujer con hijos en Chile. Así, la siguiente sección da cuenta de que una parte importante de la población expresa preferencias adversas a que la mujer madre trabaje fuera del hogar. Asimismo, la sección sobre crecimiento y empleos muestra la existencia de condiciones de trabajo que desincentivan la incorporación laboral de la mujer, tanto en términos de los niveles de salario disponibles como por la duración de la jornada laboral.

La importancia del factor de preferencias también aparece en la relación entre participación y número de hijos según estado civil de la madre. El Cuadro 7 muestra la tasa de participación entre mujeres madres y no madres, según estado civil, de acuerdo con la información provista por las encuestas Casen en el período 1990-2003.19 La variable estado civil se clasifica en dos grupos: casada o conviviente; y soltera, separada u otras. Estas son categorías con comportamientos similares, de acuerdo con la información desagregada.

Los resultados muestran que la condición de madre tiene efecto en la participación laboral sólo en el caso de mujeres casadas o convivientes, no así para las mujeres solteras o separadas. En efecto, en el primer grupo hay una diferencia de alrededor de 25 puntos porcentuales en la tasa de participación según la mujer sea madre o no; en cambio, en el segundo grupo la tasa de participación entre madres y no madres es prácticamente similar, aun cuando el análisis estadístico en la sección tercera señala que para mujeres con tres o más hijos existen diferencia en participación. Este segmento de mujeres exhibe un elevado nivel de participación, en el entorno del 75 por ciento, conformando por lo demás un grupo relevante en términos cuantitativos: las solteras o separadas representaban un tercio del total de mujeres entre 25 y 40 años en 2003, divididas en partes relativamente iguales entre madres y no madres (Cuadro A-5, Anexo).

Estos datos sugieren la presencia de un importante factor de preferencias negativas en la decisión de participación laboral de la mujer madre que vive con su pareja (casada o conviviente). Ello puesto que las madres solteras o separadas enfrentan similares problemas en materia de los demás factores que inciden sobre la decisión de trabajar remuneradamente, como son el nivel de los salarios o las características de los empleos, pero muestran un nivel de participación similar al de las mujeres sin hijos.

La identificación de las preferencias como determinante de la participación laboral de las madres se realiza después de haber descartado otros posibles factores que podrían explicar diferencias en la participación de las madres según estado civil. Uno de ellos es el nivel de ingresos disponibles en el hogar, puesto que podría ser el caso de que la madre casada tenga la opción de no trabajar si la pareja aporta los ingresos del hogar, mientras que la madre soltera o separada podría no tener esta opción. Sin embargo, la información presentada en el Cuadro A-6 del Anexo descarta esta hipótesis, puesto que la brecha de participación de las madres con distinto estado civil rige para todo nivel de ingreso familiar, medido como quintiles del ingreso del hogar netos de la remuneración de la mujer. La brecha de participación según estado civil tampoco se explica por el número de hijos, situación que podría dar cuenta de la situación descrita, considerando que la mujer casada tiene mayor número de hijos. Asimismo, los resultados del Cuadro A-6, que considera sólo a madres con uno o dos hijos, muestran que sigue habiendo diferencia en la tasa de participación después de controlar por el número de hijos.

19 La encuesta de empleo de la Universidad de Chile no incluye información sobre estado civil.

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 13

Cuadro 7. Tasa de participación laboral según número de hijos, mujeres de 25-40 años (porcentajes), Chile 1990- 2003

Casada o conviviente Soltera o separada

Con hijos Sin hijos Total Con hijos Sin hijos Total

1990 29,8 53,9 31,1 71,5 73,3 72,5 1992 30,7 56,4 32,5 69,1 76,1 73,2 1994 34,1 58,8 36,0 71,7 74,5 73,4 1996 35,5 67,2 37,7 76,2 76,4 76,3 1998 40,2 69,3 42,3 75,9 76,4 76,1 2000 40,8 73,2 43,2 76,6 74,7 75,6 2003 45,1 71,7 47,3 77,3 76,2 76,7

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos.

2.4 Preferencias

Los comportamientos económicos de las personas son determinados por la confluencia de preferencias, precios e ingreso. Las preferencias señalan qué quieren hacer los individuos; los precios y el ingreso indican qué pueden hacer efectivamente. En las decisiones de consumo en un supermercado, las preferencias están conformadas por gustos por los distintos bienes. En cambio, la decisión de la asignación del tiempo entre el trabajo remunerado y las actividades del hogar está influenciada por preferencias más complejas, en las cuales intervienen valores, normas y roles.

Las preferencias representarán un factor importante en la decisión de participación laboral en aquellos casos en que el trabajo remunerado tiene carácter opcional, como sucede cuando hay otros ingresos en el hogar. En cambio, las preferencias tendrán menos importancia en la decisión de trabajar cuando esta tiene un carácter obligatorio, como sucede en el caso de las personas que representan la principal fuente de ingresos del hogar.

Las preferencias no son directamente observables. Una de las metodologías utilizadas para revelar información sobre las preferencias se basa en los comportamientos efectivos de las personas. El método revela una preferencia de la situación A sobre la situación B cuando la persona elige A pudiendo haber elegido B. La aplicación rigurosa del método requiere datos no disponibles en el contexto de la participación laboral de la mujer. Sin embargo, la evidencia presentada para mujeres con pareja y sin pareja sugiere que hay un importante factor de preferencias tras la decisión de no participación laboral por parte de las mujeres con pareja. Esto es, mujeres que teniendo la opción de trabajar o no trabajar, deciden no hacerlo. Que tienen la opción de trabajar es informado por la opción de trabajo que toman mujeres que, no teniendo pareja, son comparables en términos del número de niños, nivel de escolaridad y de otros ingresos del hogar.

Esta apreciación es refrendada en encuestas de opinión pública, una fuente alternativa de información sobre las preferencias de la población. Evidencia reciente en la materia proviene de la encuesta sobre

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familia y valores realizada por el Centro de Estudios Públicos en diciembre de 2002.20 Los resultados del estudio son comparables internacionalmente, puesto que la encuesta formó parte de la encuesta mundial sobre mujer y familia bajo la coordinación del International Social Survey Programme.21

Sobre la base de diferentes preguntas de la encuesta, se conformó un índice de actitud respecto del trabajo de la mujer fuera del hogar. Específicamente, se consideraron cuatro preguntas relacionadas con percepciones sobre si la mujer debería o no trabajar en las siguientes circunstancias: “Después de casarse y antes de tener hijos”, “Cuando se tiene un hijo en edad preescolar”, “Después de que el hijo más pequeño comienza a ir al colegio” y “Después de que los hijos abandonan el hogar”. El índice resultante entregó un puntaje de 9,7 en una escala de 1 a 20, desde menos favorable a más favorable, dejando a Chile en el lugar penúltimo (menos favorable) cuando se compara con los otros 24 países que participaron en el estudio.22

El Cuadro 8 presenta la distribución de respuestas de la población chilena respecto del citado índice, clasificado en cuatro categorías según nivel de rechazo o aceptación. Más de 60 por ciento del total de los entrevistados manifiesta una actitud negativa respecto del trabajo remunerado de la mujer (índice negativo o medianamente negativo). El rechazo al trabajo de la mujer es más fuerte mientras menor sea el nivel de educación de los entrevistados: cerca del 79 por ciento de las personas con 0 a 3 años de educación tienen opinión negativa en la materia, comparado con un 44 por ciento de las personas con 13 y más años de escolaridad. Este resultado es coherente con la hipótesis de que las preferencias son uno de los vínculos entre escolaridad y la participación laboral de la mujer.23

Cuadro 8. Distribución porcentaje de respuestas, índice de actitudes frente al trabajo de la mujer

Años escolaridad Actitud

negativa

Actitud medianamente

negativa

Actitud medianamente

positiva Actitud positiva Total

0-3 37,6 41,1 15,8 5,5 100,0 4-6 29,5 44,5 18,3 7,7 100,0 9-12 19,5 41,6 27,2 11,7 100,0 13 y más 7,9 35,6 37,1 19,4 100,0 20,5 40,7 26,5 12,3 100,0

Fuente: Centro de Estudios Públicos, Encuesta Nacional de Opinión Pública, diciembre de 2002.

Otros antecedentes recogidos en la encuesta citada apuntan en similar dirección. Así, un 82 por ciento de los entrevistados estima que “la vida familiar se resiente cuando la mujer trabaja tiempo completo”; un 63 por ciento está de acuerdo con la afirmación “un niño en edad preescolar sufre si su madre trabaja”; un 54 por ciento piensa que “ser dueña de casa es tan gratificante como tener un trabajo remunerado”; y

20 Esta es la institución con mayor reputación de estudios de opinión pública en el país. 21 Véase información en <www.issp.com>. 22 La mayor parte de los países participantes son miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y de Europa del Este. En el ranking citado, Chile sólo superó a Filipinas. 23 Los resultados descritos están influenciados por el factor edad, puesto que las personas de mayor edad muestran rechazo por el trabajo femenino, a la vez que tienen un menor nivel de educación. Sin embargo, la relación escolaridad y actitud frente al trabajo de la mujer persiste después de controlar por edad.

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finalmente, pero no menos sorprendente, un 43 por ciento opina que “la labor del hombre es ganar dinero, mientras que la labor de la mujer es cuidar el hogar y la familia” (otro 15 por ciento está indeciso frente a esta afirmación).

Contreras y Plaza realizan un análisis estadístico de la participación laboral de las mujeres sobre la base de los datos de la citada encuesta (Contreras & Plaza 2004). Los autores construyen un índice de “machismo” a partir d las actitudes que las mujeres tienen frente al trabajo remunerado y las actividades del hogar, así como un índice de valores frente a temas como el divorcio y otros semejantes. Los resultados muestran que las mujeres con actitudes machistas y valores conservadores exhiben una tasa de participación sustantivamente más baja que otras mujeres. La comparación se realiza para grupos homogéneos en variables tales como escolaridad, estado civil y número de hijos. De esta manera, postulan que las preferencias serían un factor importante en la decisión de participación de la mujer en el mercado del trabajo, en adición a los factores que se vinculan directamente con los beneficios y costos del trabajo remunerado, como son el número de hijos y el nivel de salarios disponibles.

Las preferencias negativas de parte importante de la población respecto del trabajo de la mujer madre fuera del hogar podría explicar en parte la baja tasa de participación de la mujer en Chile. Así lo sugiere la encuesta internacional sobre mujer y trabajo arriba citada, así como la ausencia de otro tipo de explicaciones en la materia. Ahora bien, se trata de una hipótesis que necesita ser corroborada a través de un estudio comparativo de los determinantes de la participación laboral de la mujer. Al respecto, es también necesario puntualizar que la relación entre preferencias y participación laboral puede exhibir alguna causalidad en sentido reverso. Así, si bien es probable que las mujeres con actitudes negativas frente al trabajo remunerado no participen en el mercado del trabajo, también puede ocurrir que algunas mujeres que no participan por razones objetivas de mercado racionalicen tal conducta en términos de valores y preferencias.

2.5 Demanda por trabajo, características de los empleos y salarios

El nivel de participación laboral de la mujer dependerá de la disponibilidad de empleos en el mercado del trabajo, así como de las características de los puestos de trabajos y del nivel de las remuneraciones asociadas.

2.5.1 Demanda por empleos y nivel de actividad económica

El número de participantes en el mercado laboral crece inercialmente si el número de jóvenes que se integra al mercado laboral cada año excede a quienes se retiran al término de su ciclo de vida laboral. La oferta de participantes también crece por efectos de la acción de factores estructurales, como son los cambios comentados en el nivel de escolaridad y en la tasa de fertilidad. Por su parte, el nivel de actividad económica es un determinante principal de la demanda por empleos, relación que tiene su contraparte dinámica en términos del crecimiento económico y su impacto sobre aumentos en los empleos disponibles.

Si el mercado del trabajo está en una situación de equilibrio, los incrementos en la oferta de trabajo que coincidan con aquellos en la demanda de trabajo serán absorbidos sin que medien ajustes en el nivel de

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los salarios.24 En cambio, si la demanda por empleo crece más que la oferta, habrá una presión hacia el alza en los salarios reales, que a su vez puede inducir crecimientos adicionales de participación laboral, puesto que un mayor salario hace más atractiva la incorporación de otras personas al mercado del trabajo.25 Una situación opuesta ocurre en el caso de que se generen excesos de oferta de trabajo y las consiguientes caídas en los salarios reales.

El fuerte aumento de la actividad económica que caracteriza a la economía chilena desde mediados de los años ochenta ha sido un factor importante en el incremento de la participación femenina en el mercado del trabajo. Así lo muestra el grado de correlación entre el nivel de ingreso per cápita y la tasa de participación laboral de la mujer, el cual asciende a 0,936 en el período 1987-2003 (Cuadro 9).26 En cambio, la relación entre actividad económica y participación de la mujer es difusa en los períodos previos de bajo crecimiento económico. La correlación entre ambas variables es de 0,352 en los años 1960 a 1973, y de 0,197 entre 1974 y 1989, sugiriendo que las variaciones en la tasa de participación responden a otro tipo de factores.

En el Cuadro 9 también se presenta la correlación existente entre la tasa de desempleo de los hombres y la tasa de participación laboral femenina. El coeficiente de correlación para estas variables fluctúa entre 0,4 y 0,5, registrando la presencia de una relación de mediana intensidad entre las variables citadas. El punto de mayor interés radica en el signo del coeficiente de correlación, que, siendo positivo, señala que la participación de la mujer tiene carácter contra cíclico, esto es, hay mayor incorporación de mujeres al mercado del trabajo en etapas recesivas con alto desempleo masculino.27 Ello ocurre en la medida en que mujeres que están normalmente dedicadas a estudios o quehaceres del hogar se incorporan al mercado laboral, para tratar de paliar la caída en los ingresos originados en el desempleo del jefe de hogar o la baja en su remuneración.

El fuerte incremento en la tasa de participación de la mujer en el período de mayor crecimiento de la economía tiene por trasfondo aumentos generalizados en los salarios reales. De acuerdo con los datos a escala de país, entre 1990 y 2003 el salario promedio de la mujer con 33 y más horas de ocupación semanal se expandió en 63,2 por ciento en términos reales (Cuadro 10).28 El incremento en los salarios cubre a mujeres con distinto nivel de escolaridad, aun cuando las trabajadoras con educación secundaria obtienen ganancias algo menores que el resto (40 versus 65 por ciento).

Los citados aumentos en los salarios reales responden a incrementos en la demanda por empleo, originados en el crecimiento económico de esos años. Los mayores salarios representan a su vez un factor principal detrás de la expansión de la participación laboral de la mujer, puesto que muchas

24 El mercado del trabajo está en equilibrio si no hay más desempleados que aquellas personas que están cambiándose de empleos; tal es el denominado concepto de desempleo friccional o natural. 25 El aumento en el salario también tiene un efecto moderador sobre la demanda de empleos, contribuyendo a un equilibrio en el mercado del trabajo. 26 La correlación se mide a través del coeficiente de Pearson. Este toma valores entre –1,0 y +1,0, que representan perfecta correlación negativa y positiva, respectivamente; en cambio, un valor cercano a cero indica que no hay relación entre las variables. 27 El signo del coeficiente entre desempleo del hombre y participación de la mujer es robusto a su control por el nivel de ingreso per cápita. 28 La información proviene de los datos de la encuesta Casen. La serie empieza en 1990 porque la medición de 1987 no pregunta sobre las horas trabajadas, de modo que no se puede distinguir los empleos según duración de la jornada.

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 17

mujeres deciden incorporarse al mercado del trabajo en presencia de incrementos en los salarios reales superiores a un 50 por ciento en términos reales.29

Cuadro 9. Coeficiente de correlación entre participación de la mujer y variable de actividad económica

1960-1973 1974-1986 1987-2003

Correlación participación mujer con: Producto per cápita 0,352 0,197 0,936 Tasa desempleo hombres 0,419 0,392 0,471 Tasa de empleo de la mujer 0,899 0,703 0,851

Fuente: Bases de datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile.

Cuadro 10. Salarios de mujeres con 33 o más horas de trabajo semanal, Chile 1990-2003 (miles de pesos en moneda de noviembre de 2003)

Años de escolaridad

0-8 9-12 13 y más Total

1990 76,9 110,6 212,5 133,6 1992 88,0 122,2 234,1 143,6 1994 90,6 128,5 246,6 160,0 1996 97,5 146,8 296,5 182,1 1998 104,2 159,3 342,9 209,1 2000 110,9 153,0 350,8 210,4 2003 115,1 156,1 348,6 217,5

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos.

2.5.2 Empleos de la mujer

Los datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile muestran que ha habido una fuerte expansión en los empleos vinculados a trabajos de oficina y de servicios en las últimas décadas. Este tipo de ocupaciones aumenta su participación en el total de empleos femeninos en casi 30 puntos porcentuales durante el período de análisis (Cuadro 11). Los denominados empleos de cuello blanco estarían desprovistos del estigma en materia del trabajo remunerado que puede ejercer la mujer casada, de acuerdo con la hipótesis de autores como Goldin (1995). De esta forma, su desarrollo habría sido un factor que ha facilitado la incorporación de la mujer al mercado del trabajo en la experiencia chilena.

Por su parte, la jornada promedio de trabajo de la mujer se ha mantenido sorprendentemente alta y estable, en torno a las 44 horas semanales. Un 75 por ciento de las mujeres en el mercado laboral tiene una jornada superior a las 38 horas semanales, tal como lo señala la estadística del percentil 25 de la distribución de horas de trabajo. Ello ocurre a lo largo de todo el período de análisis, abarcando etapas

29 Hacia fines de la década de los noventa se produjo un estancamiento del empleo y un incremento en el desempleo, producto de un ciclo recesivo en la actividad económica. Sin embargo, los salarios reales no cayeron para acomodar el exceso de oferta de trabajadores, sino que siguieron creciendo, aun cuando a una velocidad más moderada. Ello reflejaría una rigidez a la baja, producto de prácticas de indización y reajuste en los salarios instituciones (sector público y salario mínimo). Véase al respecto Cowan et al. (2004); y Martínez, Morales & Valdés (2001).

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 18

tan diversas en el desarrollo del país como son las décadas de los sesenta y noventa (Cuadro 11). La estadística incluye a mujeres asalariadas y trabajadores por cuenta propia, pero excluye a las empleadas puertas adentro, debido a que ellas exhiben una jornada más larga, pero poco comparable al resto de los empleos. Los datos nacionales de la encuesta Casen confirman la tendencia registrados por los datos de más largo plazo de la Universidad de Chile, aun cuando registran un posible cambio de tendencia en los años más recientes (Cuadro A-8 del Anexo).

Cuadro 11. Empleos femeninos, Santiago

Jornada laboral *

promedio mediana percentil 25 % empleo

cuello blanco % empleos

cuenta propia

1958-62 45,4 48,0 37,8 42,3 19,3 1963-67 43,8 46,4 36,0 45,6 18,1 1968-72 43,9 45,0 37,3 50,9 19,5 1973-77 42,4 43,0 36,2 54,5 20,0 1978-82 44,6 44,8 40,0 56,0 16,9 1983-87 44,1 45,4 38,4 56,4 13,7 1988-92 45,7 46,8 40,0 59,2 15,9 1993-97 45,2 48,0 40,0 66,8 15,6 1998-03 43,5 48,0 37,3 67,5 15,9

Fuente: Procesamiento de las bases de datos de las encuestas de empleo. * Excluye servicio doméstico puertas adentro.

En Chile no existen factores institucionales o legales de importancia que obliguen a la jornada de trabajo extendida. La legislación permite la contratación por jornadas parciales, y las regulaciones existentes posibilitan que la mayor parte de los costos de las empresas se ajusten en proporción a la duración de la jornada. En este contexto, la jornada de trabajo extendida en los empleos femeninos reflejaría la predominancia de modalidades tradicionales de contratación en un mercado donde han primado las decisiones de los empleadores, quienes no han tenido necesidad de adaptar sus estructuras laborales a efectos de contar con la fuerza de trabajo requerida. Por su parte, la mayor parte de las mujeres casadas habría permanecido realizando labores en el hogar como reflejo de sus preferencias antes que forzadas por las características de los empleos (sección 2.4). De este modo, la predominancia de la jornada extendida habría sido resultado de factores tanto de oferta como de demanda por empleos. Esta situación habría estado cambiando en los últimos años, puesto que la incorporación más masiva de la mujer casada al mercado del trabajo tendría lugar en el marco de una flexibilización de la jornada laboral.

2.5.3 Diferenciales de salario entre mujeres y hombres

La evidencia presentada muestra que la incorporación laboral de la mujer ha ocurrido en el contexto de salarios crecientes a partir del año 1990, evidenciando la predominancia de factores de demanda en la dinámica del mercado laboral. Pero también interesa conocer qué ha pasado con la brecha de salarios de la mujer en relación con los hombres. Para ello se requiere comparar grupos homogéneos en términos de características como la dotación de educación, el nivel de experiencia y el tipo de oficio, de manera de aislar el efecto de estos factores e identificar la brecha de remuneraciones relacionada con

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elementos de discriminación u otro tipo de variable institucional. Con tal fin, se estima una ecuación de regresión en la cual la diferencia salarial se mide a través del coeficiente de una variable que señala el género del trabajador, controlando por otras variables como experiencia laboral, horas trabajadas y tipos de oficio desempeñados. El procedimiento se realiza para cada uno de los años en el período 1958-2003. Los resultados se presentan en el Cuadro 12, tanto para el conjunto de asalariados como según nivel de escolaridad.

La tendencia dominante, de acuerdo con esta información, ha sido hacia la reducción de la brecha salarial entre mujeres y hombres. Comparando grupos homogéneos en experiencia, jornada laboral y oficio realizado, resulta que el salario de la mujer como porcentaje del salario de los hombres crece desde un nivel cercano a 50 por ciento a inicios de los sesenta, hasta alrededor del 75 por ciento a fines del período. La brecha más elevada de salarios entre hombres y mujeres corresponde al grupo de trabajadores con educación superior.30 Estos datos reflejan la composición del empleo de técnicos y profesionales, puesto que las mujeres están altamente representadas en oficios con menor pago relativo, como es el caso de profesores y profesionales no médicos de la salud.31

Cuadro 12. Brecha salarial ajustada: mujeres versus hombres, Santiago 1958-2003

Educación

básica Educación

media Educación superior Todos

1958-62 53,7 54,8 55,1 53,8 1963-67 61,1 64,5 50,3 60,5 1968-72 60,0 62,7 51,7 59,8 1973-77 64,1 66,5 60,4 63,6 1978-82 70,1 72,8 49,3 66,8 1983-87 73,1 75,8 61,9 71,6 1988-92 75,4 78,1 59,6 71,8 1993-97 69,1 76,9 54,3 68,0 1998-03 72,7 79,9 72,0 75,6

Fuente: Coeficiente en ecuación de Mincer, con base en los datos de la encuesta de empleo, años respectivos.

En cualquier caso, la brecha salarial ajustada entre hombres y mujeres ha disminuido para trabajadores con distinto nivel de educación. La tendencia ha sido más sistemática en el grupo de ocupados con educación media, mientras que en el caso de los trabajadores con educación básica y superior la reducción de la brecha está afecta a mayor irregularidad en el tiempo.

El hecho de que el salario relativo de la mujer haya aumentado en el contexto de incrementos de la oferta laboral femenina puede ser explicado por dos tipos de factores: aumento más importante en la demanda por empleos femeninos, y/o la reducción en la discriminación salarial. El procedimiento aquí seguido permite un control parcial del primer tipo de factores, puesto que las regresiones incluyen como

30 El cambio en la tendencia registrado durante el período 1998-2003 en el caso de la educación superior puede responder a un cambio en la codificación de las respuestas de la encuesta. 31 La regresión controla por oficio, pero al nivel de nueve grupos principales.

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variables de control a los oficios, de modo que las tendencias presentadas reflejarían en parte una disminución de la discriminación salarial en contra de la mujer.

2.6 Ciclo de vida

La participación de la mujer en el mercado del trabajo podría variar a lo largo de su ciclo de vida, de acuerdo con las etapas de la maternidad y de crianza de los hijos. En este caso, la menor tasa de participación que presentan las mujeres sería en parte explicada por el hecho de que un segmento de ellas tendría un patrón de entradas y salidas del mercado laboral. Para examinar este tema no se dispone de los datos adecuados de panel, que permiten seguir la historia laboral de las personas a través del tiempo. Una metodología de análisis basada en los datos de las encuestas Casen es la construcción de cohortes sintéticas, que consisten en muestras representativas de una misma cohorte en distintos momentos del tiempo. La idea es que una muestra representativa permite conocer el comportamiento del grupo (cohorte), aun cuando no dispongamos de datos para las mismas personas.

A partir de la construcción de cohortes sintéticas es posible inferir el comportamiento de la cohorte a través de su ciclo de vida. Considérese para tal efecto el caso de la cohorte de mujeres entre 20 y 24 años de edad en la encuesta Casen de 1987. En la encuesta Casen de 1992 podemos examinar la evolución de la citada cohorte cuando cumplía 25 a 29 años de edad; en la encuesta Casen de 1998 tenemos la cohorte cuando cumple 31 a 35 años; y en la encuesta Casen 2003, a los 36 a 40 años de edad.

Ahora bien, la tasa de participación que presenta una cohorte en un año determinado responde a tres efectos principales: i) el efecto de los factores macroeconómicos, como es una mayor tasa de actividad económica que induce una mayor participación laboral en el año referido; ii) efectos específicos de la cohorte, como es su escolaridad promedio, que influye sobre el nivel de participación de la cohorte a lo largo de toda su vida; iii) efectos relacionados con el ciclo de vida, donde el nivel de participación en un año determinado depende de la edad de la cohorte en ese año.

Para examinar el efecto del ciclo de vida, se requiere aislar el efecto de los dos primeros tipos de factores. A tal fin se considera el cambio en la tasa de participación respecto de un año base (1987). El efecto macroeconómico se controla restando a los cambios de la participación de la cohorte, la variación en la variable que es común a todas las cohortes. El efecto cohorte se aísla restando el nivel promedio de la participación de la cohorte a lo largo del tiempo del promedio presentado por todas las cohortes. De esta manera, se extraen el efecto macroeconómico y el efecto cohorte, para obtener el efecto del ciclo de vida. El procedimiento se realiza sobre la base de las encuestas Casen de los años 1987, 1992, 1998 y 2003, promediándose los resultados del ciclo de vida informados por diferentes cohortes.32

Los resultados se muestran en el Cuadro 13 para cada nivel educacional. Estos se expresan como un índice que toma el valor 100 para la tasa de participación de la cohorte a los 20-24 años de edad, en el caso de mujeres con estudios de nivel primario o secundario; para quienes tienen estudios superiores, se considera como nivel base los 25-29 años de edad, considerando su entrada más tardía al mercado laboral.

32 Ello en la medida en que hay distintas cohortes en las encuestas entre 1987 y 2003 que informan sobre el ciclo de vida a los 20-24 años, 25-29 años, etc.

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Cuadro 13. Índice del ciclo de vida en la participación laboral de la mujer

Tramo de edades Años escolaridad 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54

0-8 100,0 85,9 93,2 98,4 101,9 97,7 92,0 9-12 100,0 91,8 86,6 97,3 93,4 97,1 83,9 13 y más 100,0 101,2 105,5 109,4 106,9 95,1

Fuente: Construida sobre encuestas Casen 1987, 1992, 1998 y 2003. Metodología en texto principal.

Los resultados obtenidos muestran un comportamiento en forma de U para la tasa de participación de las mujeres con estudios primarios o secundarios entre los 24 y 49 años de edad. De esta manera, el mayor nivel de participación ocurre entre los 20 y 24 años, para luego caer a un nivel mínimo, que ocurre entre los 25-29 años para las mujeres con estudios primarios, y entre los 30-34 años para aquellas con estudios secundarios. En el primer grupo, la baja en la participación es alrededor de 14 puntos porcentuales, y en el segundo grupo es cercana a 13 puntos porcentuales. Posteriormente la tasa de participación se recupera, aun cuando no alcanza su nivel inicial, para iniciar la caída definitiva entre los 50 y 54 años de edad. El patrón descrito es concordante con la salida temporal de parte de la cohorte en la edad de crianza de los hijos, pero no es claro el porqué de la salida diferida entre los grupos descritos.33 Por su parte, la mujer con estudios superiores presenta una tasa de participación con una tendencia suavemente creciente en el tiempo, subiendo alrededor de 9 puntos porcentuales entre los 25-29 años y los 40-44 años.

2.7 Participación y estructura de los hogares

La incorporación de la mujer al mercado del trabajo tiene importantes efectos sobre el hogar; entre ellos, la mayor disponibilidad de recursos económicos, la reasignación de los tiempos de los miembros del hogar, un rol más protagónico de la mujer en la toma de decisiones familiares y un mayor grado de autonomía de la mujer trabajadora. Los datos disponibles permiten documentar la relación existente entre la participación femenina y la estructura de los hogares.34 En particular, interesa conocer qué pasó con el importante aumento que muestran las tasas de participación y de empleo de la mujer a partir de mediados de la década de los ochenta. A tal efecto, el Cuadro 14 presenta información con cobertura nacional para el período 1987-2003, incluyendo variables como la proporción de mujeres en el total de ocupados, el tamaño promedio de los hogares, el número promedio de ocupados por hogar y el porcentaje de hogares con jefe mujer. El Cuadro A-11 del Anexo presenta información similar para las estadísticas de largo plazo de la Universidad de Chile en el caso de Santiago.

33 Prácticamente no hay diferencias en la edad en que tienen los hijos las mujeres con estudios primarios y secundarios. La edad promedio de la madre en el primer nacimiento es 22,4 en mujeres con estudios primarios y 23,3 entre quienes tienen estudios secundarios. Las cifras respectivas para el segundo nacimiento son 26,1 y 26,9. En cambio, las mujeres con estudios terciarios tienen sus dos primeros hijos a los 26,2 y 29,7 años, en promedio. (Cálculos en la encuesta Casen 2000, considerando a las mujeres entre 35 y 40 años.) 34 La evaluación de los efectos de la mayor participación laboral de la mujer sobre las demás variables excede el propósito del presente trabajo, puesto que requiere generar nuevos datos a partir de encuestas y procedimientos afines.

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Hay dos efectos principales que se debe destacar. Primero, las mujeres que se integran al mercado del trabajo incrementan el número de trabajadores por hogar, y de esta manera los ingresos familiares. Entre 1987 y 2003, el número de ocupados por hogar creció en alrededor de 8 por ciento (1,45 en 2002 frente a 1,34 en 1985), situación que responde básicamente a la incorporación de mujeres en el mercado del trabajo.35 Segundo, y más importante, la mayor participación de la mujer contribuye a la creación de hogares a tasas más rápidas que el crecimiento de la población. De acuerdo con la información provista por los censos de población, durante la década 1992-2002 el número de viviendas en el país creció en un 25,7 por ciento, cifra que prácticamente duplica el crecimiento de la población durante el mismo período (13,3 por ciento).36 Su contrapartida es una disminución en el número promedio de personas que reside en los hogares.37 Este proceso tiene por determinantes la mayor autonomía económica que adquieren las familias durante la década, a la cual contribuye la incorporación de la mujer al mercado del trabajo, así como una política social de vivienda que tuvo por objetivo la provisión masiva de soluciones habitacionales (Larrañaga 2004).

Cuadro 14. Participación laboral y características de los hogares

Participación mujer 15-60

% mujeres en ocupados de 15-60 años Tamaño hogar

Ocupados por hogar

Jefe mujer (% hogares)

1987 32,1 31,4 4,28 1,34 21,5 1990 35,9 32,7 4,08 1,39 20,0 1992 38,2 33,0 3,97 1,43 20,5 1994 40,0 33,9 3,90 1,40 21,3 1996 40,8 34,4 3,96 1,47 21,9 1998 40,9 36,3 3,91 1,43 22,8 2000 44,4 36,8 3,88 1,41 23,1 2003 47,6 37,9 3,78 1,45 26,2

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos.

Parte de las mujeres que se integran al mercado del trabajo pertenecen a los nuevos hogares mencionados. Estos, a su vez, responden a la creación de nuevas familias, así como a la independencia económica de núcleos secundarios que previamente compartían la vivienda con otros grupos familiares. Este proceso, que eleva la calidad de vida de las personas, puesto que cada uno vive con quien quiere vivir —no con quién tiene que vivir por restricciones económicas—, se ve facilitado por los aportes de ingreso de las mujeres que se integran al mercado laboral.

Finalmente, se hace notar que la proporción de hogares liderados por jefe mujer se mantuvo relativamente estable hasta el año 1996, pero que a partir de la medición de 1998 se observa un incremento en la jefatura femenina.

35 La tasa de participación laboral de los hombres se mantiene constante, de modo que el número promedio de trabajadores hombres por hogar se mantiene constante en la medida en que los hogares crezcan a la misma tasa que la población. 36 Información provista en los Censos de Población y Vivienda de los años respectivos. 37 A su vez, el número de hogares crece a la misma tasa que las viviendas.

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3 PROBABILIDAD DE PARTICIPACIÓN LABORAL

Esta sección contiene un análisis estadístico cuyo propósito es estimar coeficientes que midan el nivel de asociación entre la probabilidad de participación laboral de la mujer y sus factores relacionados. Las regresiones que se presentan deben ser interpretadas en el sentido puramente estadístico de esperanzas condicionales. Esto es, el valor promedio de una variable condicional en determinados valores de variables relacionadas. Ello posibilita conocer la relación entre dos variables, controlando por el efecto de terceros factores; se cuenta así con una herramienta de análisis más poderosa que las relaciones al nivel de dos variables que se presentaron en la sección anterior. Sin embargo, no se postulan vínculos causales entre las variables analizadas, siendo probable que estas se determinen en forma conjunta. Así, por ejemplo, la condición de mujer jefe puede influir la decisión de participación laboral, pero también puede ser el caso que la participación en el mercado del trabajo facilite la constitución de hogares con jefe mujer.38

La estimación de las probabilidades se realiza a través de regresiones probit, en las cuales la variable “por explicar” puede tomar valores (1, 0) sólo en los casos en que la persona participe o no participe en el mercado del trabajo, respectivamente. Las variables “explicativas” son el nivel de escolaridad, medido en niveles primario, secundario y superior; el ingreso del hogar, que excluye la remuneración de la mujer (en caso de que trabaje), clasificado en cinco quintiles; la edad de la mujer, clasificada en cuatro tramos; el número de hijos y la condición de jefe de hogar. Se utilizan tramos para las variables de educación, edad e ingresos, puesto que permiten una mejor interpretación de los resultados. Por otra parte, el ingreso familiar excluye la remuneración de la mujer, porque interesa conocer la relación entre la decisión de participación y el nivel de ingresos ya disponibles en el hogar.

El procedimiento se aplica a la población de mujeres entre 25 y 45 años de edad. Se excluye a las mujeres menores de 25 años, para aislar el efecto de las variaciones del ciclo de estudios a lo largo del período de análisis. A su vez, la exclusión de las mujeres mayores de 45 responde a la dificultad que existe en los datos provistos por encuestas de hogares para identificar la variable “número de hijos” en el caso de las madres que no vivan con sus hijos, situación que es más probable mientras mayor sea la edad de la mujer.

El análisis de regresión se basa en los datos de la Universidad de Chile y de la encuesta Casen. En el primer caso, los resultados se expresan en términos de promedios quinquenales de los coeficientes de regresión obtenidos en estimaciones anuales de la ecuación de participación. En el caso de la encuesta Casen, la presentación de los resultados distingue según el estado civil de las mujeres: i) casadas o convivientes; ii) solteras o separadas. Ello considerando la relevancia de tal condición en la decisión de participación laboral.

La interpretación de los resultados debe considerar que los coeficientes muestran el cambio en la probabilidad de participación frente al cambio en la variable explicativa, procedimiento que supone una transformación de los parámetros originales que estima la regresión probit. Los coeficientes representan también efectos condicionales; esto es, neto del efecto de otras variables que afectan la participación, y evaluado en valores medios de las demás variables incluidas en la regresión. Esta característica 38 La literatura reconoce la posible dependencia entre decisiones concernientes a la participación laboral, fertilidad y educación. La identificación de efectos causales en este contexto es demandante en los datos requeridos, puesto que se necesita encontrar situaciones donde exista variación exógena en fertilidad o escolaridad (variables instrumentales).

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diferencia el presente procedimiento del análisis realizado en la sección anterior, basado en tabulaciones no condicionales de los datos.

El Cuadro 15 presenta los resultados de la escolaridad y la edad para los datos de la Universidad de Chile. La primera columna muestra el coeficiente de la educación secundaria (9-12 años de escolaridad) respecto de la participación laboral de la mujer. El efecto debe interpretarse como la variación en la probabilidad de participación respecto de mujeres con educación primaria (0-8 años). Así, en el período 1958-62, las mujeres con educación secundaria tenían una probabilidad de participación laboral 7,0 puntos porcentuales inferior a mujeres con educación primaria, comparando grupos homogéneos en las demás características citadas.

Durante el período analizado, las mujeres con educación secundaria tienen una probabilidad de participación laboral algo menor respecto de las mujeres con educación básica, salvo en el último quinquenio. Por su parte, a partir de mediados de los sesenta, las mujeres con educación superior presentan una brecha positiva de participación de alrededor de 25 puntos respecto de las mujeres con educación básica. Por transitividad, se infiere que la brecha de participación respecto de mujeres con educación media es aún mayor, salvo en el último quinquenio.

La relación entre participación y edad de la mujer se realiza considerando como grupo de referencia al tramo de 25-29 años. De este modo, las mujeres entre 30 y 34 años presentan a lo largo del período una probabilidad condicional de participación laboral que es alrededor de cinco puntos porcentuales más alta que el grupo de 25-29 años, la que posiblemente refleja la mayor frecuencia de salidas de la fuerza de trabajo del grupo de referencia por episodios de maternidad. El grupo de 35 a 39 años muestra en la mayor parte del período una tasa de participación algo más elevada que los segmentos anteriores. De tal manera se configura un patrón donde la participación es una función creciente de la edad a lo largo del ciclo de vida que cubre entre los 25 y 39 años de edad. A partir de los 40 años la participación comienza a descender, aún cuando los datos sugieren que en los períodos más recientes la caída en la participación ocurre en edades más avanzadas.

El Cuadro 16 presenta los coeficientes de escolaridad y edad para los datos nacionales de la encuesta Casen. Los datos nacionales muestran resultados relativamente similares para el período 1987-2003 en términos del conjunto de mujeres entre 25 y 25 años de edad. La principal diferencia con los resultados previos radica en una relación más marcada entre nivel de educación y tasa de participación. En particular, los datos nacionales muestran que las mujeres con educación secundaria presentan un nivel de participación que supera en más de 10 puntos porcentuales a quienes tienen estudios primarios Las diferencias más importantes ocurren entre mujeres con distinto estado civil. En la variable educación se observa que los estudios superiores representan un umbral relevante para las mujeres con pareja, puesto que hay una distancia promedio de 35 puntos entre su participación respecto de mujeres con estudios primarios, y de alrededor de 25 puntos respecto de aquellas con estudios secundarios. En cambio, para las mujeres sin pareja las brechas en la participación laboral según nivel de escolaridad son menos marcadas, reduciéndose sólo a un promedio de 5 puntos para las mujeres con estudios superiores comparadas con las que tienen sólo estudios secundarios. Asimismo, la relación entre participación y edad es más importante en el caso de las mujeres con pareja, situación que respondería a la mayor incidencia que tendría la crianza de los hijos en su participación laboral. La interpretación del

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resultado debe considerar que se está controlando por el número de hijos, de modo que el efecto del ciclo de vida para mujeres se realiza para mujeres con similar número de hijos.

Cuadro 15. Probabilidad condicional de participación laboral de la mujer 25-45, Santiago

9-12 años de escolaridad a

13 y más años de escolaridad a Edad 30-34 b Edad 35-39 b Edad 40-45 b

1958-62 -7,0 14,6 1,1 1,7 -2,8 1963-67 -5,1 26,2 4,2 0,2 -2,2 1968-72 0,4 28,3 5,8 8,6 1,7 1973-77 -1,2 26,5 5,0 3,8 0,6 1978-82 -2,1 27,1 4,5 4,5 4,0 1983-87 -0,4 28,4 2,6 9,5 3,4 1988-92 -2,5 26,1 8,1 9,9 8,8 1993-97 -5,5 19,1 6,0 8,6 7,4 1998-03 10,4 22,8 4,7 7,6 7,1

Fuente: Bases de datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile. a Respecto de mujeres con 0-8 años de escolaridad. b Respecto de mujeres entre 25-29 años de edad.

Cuadro 16. Probabilidad condicional de participación laboral de la mujer 25-45, Chile 1987-2003

9-12 años de escolaridad a

13 y más años de escolaridad a Edad 30-34 b Edad 35-39 b Edad 40-45 b

Todas 1987 9,6 34,7 5,8 9,0 8,5 1992 11,8 32,2 6,0 10,2 9,1 1998 13,0 30,8 4,1 5,1 6,5 2003 15,8 30,6 3,6 7,3 7,3

Casada/conviviente 1987 7,1 39,2 6,7 12,2 14,1 1992 8,5 37,0 6,3 13,2 13,3 1998 8,8 32,4 4,1 5,8 7,8 2003 13,9 35,0 1,8 7,4 9,1

Soltera/separada 1987 13,4 22,5 6,0 3,4 1,0 1992 16,1 20,5 5,6 3,0 3,1 1998 17,7 22,9 4,0 4,7 6,6 2003 16,4 20,8 6,9 7,5 6,4

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen. a Respecto de mujeres con 0-8 años de escolaridad. b respecto de mujeres entre 25-29 años de edad.

El Cuadro 17 presenta los coeficientes estimados para la relación entre el número de hijos y la participación laboral de la mujer en el caso de los datos de la Universidad de Chile. La relación entre participación y número de hijos se caracteriza por una gran brecha de participación a favor de las

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mujeres sin hijos. Cuando la comparación se realiza entre las mujeres con un hijo y aquellas sin hijos, la brecha fluctúa entre 25 y 30 puntos, salvo en la última década, cuando desciende a alrededor de 20 puntos. Cuando la comparación se realiza entre mujeres con dos hijos y mujeres sin hijos, la brecha alcanza entre 30 y 35 puntos porcentuales. Ello significa que la mujer con dos hijos muestra una tasa de participación alrededor de 5 puntos más baja que la mujer con un hijo. Brechas similares se presentan en los casos de las mujeres con tres hijos en comparación con las que tienen dos hijos, así como con cuatro o más hijos en relación con tres hijos. En suma, el efecto más importante sobre la participación laboral ocurre entre mujeres con hijos versus sin hijos, mientras que el número de hijos incide en forma secundaria sobre la probabilidad de participación. Sin embargo, este resultado está afecto a un sesgo de composición que se resuelve cuando se considera el efecto del estado civil.

Los resultados en el nivel nacional se presentan en el Cuadro 18, cuyas cifras muestran que la relación entre participación y número de hijos depende en forma importante del estado civil de las mujeres. Para las mujeres sin pareja, no hay diferencias de participación entre quienes tienen un hijo y aquellas sin hijos, mientras que en el caso de las mujeres con pareja, la citada brecha de participación fluctúa entre 10 y 15 puntos porcentuales. Cuando se compara a mujeres con dos hijos frente a mujeres sin hijos, la brecha de participación es alrededor de 5 puntos en promedio en el caso de las mujeres sin pareja, y de alrededor de 20 puntos en las mujeres con pareja. La brecha de participación laboral entre mujeres con hijos y sin hijos sigue creciendo con el número de hijos, aun cuando tienden a reducirse las diferencias según el estado civil de la mujer. Sin embargo, la comparación es menos válida porque hay relativamente pocas mujeres sin pareja con cuatro o más hijos.

Cuadro 17. Probabilidad condicional de participación laboral de la mujer de 25-45 años, Santiago

1 hijo * 2 hijos * 3 hijos * 4 y más hijos *

1958-62 -24,1 -31,8 -35,7 -41,0 1963-67 -25,2 -31,7 -37,3 -43,0 1968-72 -29,4 -37,4 -39,5 -46,5 1973-77 -27,4 -34,8 -37,2 -41,2 1978-82 -25,2 -35,7 -37,4 -41,0 1983-87 -29,0 -38,4 -41,5 -40,3 1988-92 -24,9 -35,9 -40,2 -40,7 1993-97 -22,0 -31,1 -39,2 -37,6 1998-03 -16,4 -27,6 -31,8 -32,9

Fuente: Bases de datos de la encuesta de empleo de la Universidad de Chile. * Respecto de mujer sin hijos.

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Cuadro 18. Probabilidad condicional de participación laboral de la mujer de 25-45 años, Chile 1987-2003

1 hijo * 2 hijos * 3 hijos * 4 y más hijos *

Todas

1987 -19,6 -31,8 -33,3 -34,0 1992 -20,0 -30,0 -32,1 -34,9 1998 -17,1 -28,0 -30,2 -34,0 2003 -12,2 -22,7 -27,2 -32,3

Casada/conviv

1987 -10,4 -17,6 -18,8 -19,8 1992 -13,6 -20,0 -21,8 -25,0 1998 -15,8 -22,5 -23,9 -26,7 2003 -12,8 -19,8 -23,1 -26,4

Soltera/separada

1987 0,7 -8,5 -12,4 -14,2 1992 -0,7 -5,1 -9,5 -10,5 1998 1,3 -4,5 -5,5 -13,2 2003 1,7 -1,4 -4,9 -16,9

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen. * Respecto de mujer sin hijos.

Los resultados muestran que los hijos tienen un mayor efecto sobre la participación laboral en el conjunto de mujeres que cuando se examinan por separado los subgrupos con pareja y sin pareja. Este resultado puede parecer extraño, puesto que el resultado del agregado debiera representar un punto intermedio de los resultados de los subgrupos. El punto se resuelve cuando se considera que los datos agregados tienen diferente composición de mujeres con y sin pareja según el número de hijos. En particular, hay una mayor proporción de mujeres sin pareja que no tiene hijos, a la vez que hay mayor proporción de mujeres con pareja entre aquellas que tienen un hijo. La comparación en el nivel del conjunto incluye dos tipos de efectos, según número de hijos y según estado civil, que produce el sesgo arriba anotado.

En el Cuadro A-12 del Anexo se presenta los resultados para el ingreso familiar en el caso de Santiago. La probabilidad de participación laboral de la mujer depende del nivel del ingreso familiar (neto del aporte de la mujer) a través de una función tipo U. Para las mujeres de estratos intermedios (quintiles segundo a cuarto), la probabilidad de participación es pareja, y más alta que en los quintiles primero y quinto. El primer quintil debe incluir a hogares donde hay pocos ingresos si se excluye los que aporta la mujer, lo cual explica su mayor participación laboral. Por otro lado, la condición de jefa de hogar está asociada con una probabilidad de participación de alrededor de 30 puntos respecto de mujeres no jefas, estadística que se mantiene estable a partir de inicios de la década de los ochenta.

Los datos de la encuesta Casen (Cuadro A-13) muestran resultados similares en cuanto a la forma de U para la relación entre participación e ingresos del hogar netos del aporte de la mujer. Sin embargo, las diferencias en las tasas de participación según quintiles de ingreso son bastante menos marcadas que en el caso de los datos de la Universidad de Chile. Ello puede deberse a diferencias en la recolección de los datos de ingreso, puesto que la encuesta Casen tiene un módulo completo en la materia, incluyendo

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ítemes como autoconsumo y arriendo imputado por la vivienda propia, mientras que la encuesta de empleo está más orientada a recoger los ingresos del trabajo.

El estado civil de la mujer también incide en la relación entre participación femenina e ingresos del hogar, puesto que la relación es más marcada en el caso de las mujeres sin pareja. En cambio, la participación de la mujer con pareja responde poco a diferencias en el ingreso del hogar, después de controlar por variables tales como el nivel de escolaridad y el número de hijos de la mujer.

4 RESUMEN Y CONCLUSIONES

El estudio tiene por objeto el análisis de las tendencias de la participación laboral de la mujer entre los años 1958 y 2003. Para tal efecto, se utilizan dos fuentes principales de datos primarios: la encuesta de empleo de la Universidad de Chile, que cubre la ciudad de Santiago en el período 1958 a 2003, y la encuesta socioeconómica de hogares Casen, que cubre el conjunto del país entre 1987 y 2003. La primera fuente de información entrega una aproximación razonable de las tendencias de la variable al nivel de país a lo largo de más de cuatro décadas, según se desprende de un análisis comparativo con Censos de Población.

La tasa de participación laboral de la mujer entre 15 y 60 años se mantuvo relativamente estable durante las décadas de los sesenta y setenta, para luego aumentar en alrededor de 15 puntos porcentuales entre mediados de los ochenta e inicios de los 2000. En el resultado del agregado de mujeres confluyen dos tipos de tendencias. Por una parte, la participación de las mujeres más jóvenes cae, debido a la extensión de la duración de los estudios. Por otra, la participación de las mujeres entre 25 y 60 años empieza a crecer en forma lenta hacia fines de los años sesenta, para desde mediados de los ochenta acelerar su expansión y terminar el período con un crecimiento acumulado de alrededor de 20 puntos porcentuales. No obstante los desarrollos citados, el nivel de participación de la mujer en el país sigue siendo bajo comparado con el de otros países de similar desarrollo económico.

En el trabajo se identifican la educación y la fertilidad como factores relacionados con la participación laboral de las mujeres, y cuyos cambios contribuyen a explicar las tendencias hacia una mayor tasa de participación en el período. No obstante lo anterior, los aumentos más importantes en el nivel de participación laboral tienen por trasfondo el crecimiento que caracteriza a la economía desde mediados de los años ochenta y su impacto sobre la disponibilidad de empleos, las características de las ocupaciones y los niveles de salarios asociados. Por otra parte, las preferencias o actitudes contrarias al trabajo de las madres fuera del hogar parecieran constituir un factor de importancia para explicar el bajo nivel de participación laboral de la mujer que presenta el país, en relación con otros de similar desarrollo económico. Esta es una hipótesis que necesita ser corroborada a través de un análisis comparativo de los determinantes de la participación laboral de la mujer.

Hay relaciones de causa y efecto entre la participación laboral, la educación, la fertilidad, las preferencias y el propio crecimiento de la economía. Por tal razón, se utiliza el término “factores relacionados” antes que factores determinantes de la participación laboral de la mujer. Un desglose riguroso de las relaciones de causa y efecto excede los alcances del presente trabajo, así como la disponibilidad de datos existentes.

Los grupos con más educación exhiben mayores niveles de participación. Los datos nacionales registran una brecha de participación laboral de alrededor de 20 puntos porcentuales entre mujeres con estudios

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superior en relación con aquellas con estudios secundarios; a la vez, entre estas últimas y quienes tienen estudios de nivel primario la brecha de participación es cercana a 12 puntos porcentuales. Estos resultados están referidos al período 1987-2003 y controlan por la acción de terceras variables.

Por su parte, los aumentos en escolaridad contribuyen a explicar incrementos en participación. Esto si se considera que las mujeres con mayor educación participan más en el mercado laboral, y que a lo largo del período aumenta su importancia relativa dentro del total de mujeres. De esta manera, alrededor de una cuarta parte del aumento en participación en el período 1987-2003 estaría relacionada con los aumentos en los niveles de escolaridad que tienen lugar en estos años.

Los mayores niveles de escolaridad pueden contribuir a una mayor participación laboral a través de distintos vínculos. Entre estos, desataca un mayor nivel de salarios que hace más atractiva la decisión de participación laboral. Según datos promedios para 1987-2003, el salario que gana la mujer con estudios superiores más que duplica a aquel de la mujer con estudios secundarios, a la vez que este último es un 40 por ciento superior al de la mujer con estudios básicos. Una mayor escolaridad también se relaciona con una menor tasa de fertilidad y con actitudes más favorables al trabajo de la mujer, factores que, a su vez, inciden en la mayor participación laboral de la mujer.

Las estadísticas de largo plazo informan una relación bien definida entre el nivel de participación laboral de la mujer y el número de hijos. Las mujeres sin hijos presentan una alta tasa de participación laboral durante el período de análisis, cercana a un promedio de 70 por ciento (excluyendo a las trabajadores de servicio doméstico que viven en el lugar de trabajo). Por su parte, las mujeres con uno o dos hijos presentan una tasa promedio de participación laboral cercana a un 40 por ciento, mientras que aquellas que tienen tres o cuatro hijos tienen un nivel de participación de alrededor de 30 por ciento como promedio del período.

Si se compara el quinquenio 1958-62 respecto del período 1998-2003, se tiene que el grupo de mujeres sin hijos aumenta su tasa de participación en alrededor de 20 puntos porcentuales; aquellas con uno o dos hijos, en 22 puntos; y quienes tienen tres o cuatro hijos, en 26 puntos. De esta manera, las brechas de participación entre mujeres con distinto número de hijos se reducen marginalmente en el período, pero sigue habiendo una marcada relación entre participación laboral y fertilidad.

Los datos más recientes permiten examinar la relación entre participación laboral y número de hijos según el estado civil de la mujer. De aquí se derivan dos resultados importantes. Primero, el efecto de los niños sobre la participación laboral es bastante más marcado en las mujeres con pareja (casadas o convivientes) que en el caso de las mujeres sin pareja (solteras o separadas). Este resultado es robusto a su control por otras variables, como el número de hijos o el nivel de ingreso familiar neto del aporte de la mujer, y reflejaría el rol de preferencias negativas respecto de la participación laboral de la mujer con pareja. En segundo lugar, se identifica un sesgo en el efecto de los hijos sobre la participación laboral del agregado de mujeres, puesto que se están comparando grupos con distinta composición del estado civil. En la medida en que hay mayor incidencia de mujeres sin pareja en el grupo de mujeres sin hijos, las diferencias de participación respecto de las mujeres con hijos están influenciadas por el efecto del estado civil, situación que implica una sobrestimación del efecto de los hijos sobre la participación laboral.

Otro antecedente en materia del rol de las preferencias se deriva de un estudio de opinión pública de cobertura internacional, que sitúa a Chile en el lugar penúltimo (menos favorable) cuando se compara con los otros 24 países que participaron en el estudio. Más de un 60 por ciento del total de los

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entrevistados en el país manifiesta una actitud negativa respecto del trabajo remunerado de la mujer madre (índice negativo o medianamente negativo), puesto que opina que el lugar de la mujer es el cuidado de casa y de la familia, y que la vida familiar se resiente si la mujer trabaja fuera del hogar. El rechazo al trabajo de las madres es más fuerte mientras menor sea el nivel de educación de los entrevistados: cerca de 79 por ciento de las personas con 0 a 3 años de educación tienen opinión negativa en la materia, comparado con 44 por ciento de las personas con 13 y más años de escolaridad. Este resultado es congruente con la hipótesis de que las preferencias son uno de los vínculos entre escolaridad y la participación laboral de la mujer.

Por otra parte, los importantes aumentos de participación en las dos últimas décadas se producen en el contexto de una economía que más que ha duplicado su ingreso per cápita, generando una amplia oferta de nuevos puestos de trabajo e incrementos en los salarios reales superiores a un 50 por ciento, factores que contribuyen a inducir los incrementos en la participación laboral de la mujer. Asimismo, ha habido una expansión de puestos de trabajo de oficinas y servicios, desprovistos de estigmas que han sido postulados como factor que limita el empleo de la mujer casada en la manufactura y otros sectores productivos de bienes.

Un factor que pareciera dificultar la participación de la mujer es la dominancia de puestos de trabajo de larga jornada laboral, los cuales son poco apropiados a efectos de la incorporación de las mujeres madres al mercado del trabajo. Así, la media de la jornada de trabajo de la mujer se ha mantenido en el entorno de las 44 horas semanales a lo largo de las más de cuatro décadas que cubre esta investigación. Explicaría tal situación la inercia de prácticas de contratación, que no han tenido la necesidad de adaptarse en un entorno donde predominan preferencias negativas respecto de la incorporación laboral de la mujer casada.

El documento también explora el efecto del ciclo de vida sobre la participación laboral de la mujer. Se identifica un comportamiento en forma de U en el caso de las mujeres con estudios primarios o secundarios entre los 24 y 49 años de edad. De esta manera, el mayor nivel de participación ocurre entre los 20 y 24 años, para luego caer a un nivel mínimo, que ocurre entre los 25-29 años para las mujeres con estudios primarios y entre los 30-34 años para aquellas con estudios secundarios. Posteriormente, la tasa de participación se recupera, aun cuando no alcanza su nivel inicial, para iniciar la caída definitiva entre los 50 y 54 años de edad. El patrón descrito es congruente con la salida temporal de parte de la cohorte en la edad de crianza de los hijos. Por su parte, la mujer con estudios superiores presenta una tasa de participación con una tendencia suavemente creciente en el tiempo, subiendo alrededor de 9 puntos porcentuales entre los 25-29 años y los 40-44 años.

La incorporación de la mujer al mercado del trabajo tiene efectos sobre los recursos y conformación de los hogares. En primer término, se produce un incremento en el número de trabajadores por hogar, y de esta manera los ingresos familiares. Entre 1987 y 2003, el número de ocupados por hogar creció en el país en alrededor de 8 por ciento (1,45 en 2002 frente a 1,34 en 1985), situación que responde a que hay más mujeres trabajando remuneradamente. Segundo, y más importante, la creciente participación laboral de la mujer contribuye a la creación de hogares a tasas más rápidas que el crecimiento de la población. De acuerdo con la información provista por los censos de población, el número de viviendas en el país creció en un 25,7 por ciento entre 1992 y 2002, cifra que prácticamente duplica el crecimiento de la población durante el mismo período (13,3 por ciento). Su contrapartida es una disminución en el

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número promedio de personas que reside en los hogares. Este proceso tiene por determinantes la mayor autonomía económica que adquieren las familias durante la década, a la cual contribuye la incorporación de la mujer al mercado del trabajo, así como una política social de vivienda que tuvo por objetivo la provisión masiva de soluciones habitacionales.

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 32

Anexo estadístico

Cuadro A-1. Tasa de participación laboral de la mujer entre 15-60 años (porcentajes): encuesta de empleo en Santiago y censos de población a nivel del país

Universidad de Chile, Santiago

Censos, país urbano

Censos, país rural

Censos, total país

1960 38,7 29,5 9,8 24,2 1970 38,1 26,6 10,0 23,1 1982 37,7 29,3 11,6 26,6 1992 42,5 34,7 13,6 31,7 2002 50,4 43,1 21,9 40,6

Nota: Los datos censales informan sobre la tasa de participación de la mujer de 12 y más años. El ajuste a las edades 15-60 se realizó utilizando la estructura de edades de 1992 y las tasas de participación por tramo de edad de los años respectivos. Fuente: Procesamiento de las bases de datos de las encuestas de empleo y Casen, así como censos de 1992 y 2002. Para los censos anteriores se utilizó la información reportada en Pardo (1987a): 41-64.

Cuadro A-2. Indicadores económicos y sociales, Chile 1960-2003

1960-1973 1974-1986 1987-2003

Crecimiento PIB per cápita % 1,3 0,4 4,5 Tasa desempleo hombres % 5,3 12,4 8,1 Tasa de empleo de la mujer % 35,8 32,1 41,8 Tasa de participación mujer % 37,5 37,6 46,5 Años de escolaridad mujer 25-29 6,72 9,1 10,79 Tasa de mortalidad infantil, por mil 99,8 34,7 11,2 Número de hijos por mujer 35-39 4,85 3,75 2,79

Fuente: Banco Central para PIB; encuesta de empleo de la Universidad de Chile para estadísticas laborales; Censos de población para escolaridad y fertilidad; Ministerio de Salud para mortalidad infantil.

Cuadro A-3. Participación laboral (porcentajes) de la mujer en países de América Latina

Años de escolaridad País Año Total 0-3 4-6 7-9 10-12 13 y más

Argentina (urb) 2002 46 27 33 36 48 68

Brasil 2001 53 36 47 51 67 80

Chile 2003 45 22 29 33 47 66

Colombia 2002 57 40 51 50 65 74

México 2002 45 29 38 40 47

Perú 2001 54 50 57 50 55 65

Uruguay 2002 50 15 36 51 61 74

Venezuela 2003 56 35 52 54 60 74

Fuente: Cepal sobre la base de tabulaciones especiales de la encuesta de hogares de los respectivos países.

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 33

Cuadro A- 4. Estructura de la escolaridad, mujeres entre 25 y 54 años

Periodo % educación

básica % educación

media % educación

superior

Santiago 1958-62 67,6 28,8 3,4 1963-67 67,3 28,9 3,7

1968-72 62,3 31,5 6,0 1973-77 60,2 32,6 7,0 1978-82 52,0 38,4 9,4

1983-87 43,2 44,2 12,5 1988-92 36,0 49,5 14,3 1993-97 28,7 52,6 18,6 1998-03 24,7 49,9 25,3

Promedio 47,3 40,6 12,0

Nacional

1990 44,9 36,2 18,8 2000 33,0 43,3 23,8

Fuente: Tabulaciones de encuesta de empleo de la Universidad de Chile 1958-2003 y encuestas Casen 1990 y 2000.

Cuadro A-5. Distribución según estado civil e hijos, mujeres entre 25-40 años (porcentajes), Chile 1990- 2003

Casada o conviviente Soltera o separada

Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Total

1990 65,2 4,0 14,1 16,7 100,0 1992 64,3 5,0 12,5 18,1 100,0 1994 65,2 5,4 11,9 17,5 100,0 1996 66,1 4,8 13,6 15,5 100,0 1998 64,2 5,0 14,5 16,3 100,0 2000 63,5 5,2 15,7 15,6 100,0 2003 61,3 5,4 16,1 17,2 100,0

Fuente: Procesamiento de las bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos

Cuadro A-6. Tasa de participación laboral (porcentajes) de la mujer con 1-2 hijos, según estado civil y quintil de ingresos del hogar (netos del aporte de la mujer), Chile 2003

Quintil 1 Quintil 2 Quintil 3 Quintil 4 Quintil 5 Total

Soltera o separada 86,3 71,1 77,9 76,5 74,9 78,4 Casada o conviviente 43,3 42,9 46,2 50,3 58,3 48,0 Total 60,8 48,5 52,5 55,9 61,4 55,3

Fuente: Bases de datos de la encuesta Casen 2003.

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Cuadro A-7. Tasa de participación laboral según tenencia hijos y educación, mujeres entre 25-40 años (porcentajes), Chile 1990- 2003

Educación básica Educación media Educación superior

Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos Con hijos Sin hijos

1990 26,6 51,0 33,2 72,0 61,9 84,9 1992 27,8 54,5 35,1 73,2 63,1 84,7 1994 29,0 57,7 38,1 73,7 63,9 80,7 1996 30,0 47,4 41,7 78,2 65,7 81,1 1998 34,4 49,9 44,6 77,9 68,2 82,9 2000 34,7 50,9 47,1 77,9 65,7 81,0 2003 37,1 49,8 50,4 77,5 69,6 80,6

Fuente: Procesamiento de las bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos.

Cuadro A-8. Jornada de trabajo, mujeres, Chile 1990-2003

Promedio Mediana Percentil 25

% empleos cuenta propia

1990 47,9 48 40 19,4 1992 48,1 48 40 18,8 1994 46,2 48 40 22,5 1996 44,7 45 40 20,0 1998 49,4 48 40 20,6 2000 46,4 48 40 18,7 2003 42,7 45 40 19,0

Fuente: Procesamiento de las bases de datos de la encuesta Casen, años respectivos.

Cuadro A-9. Estructura del empleo femenino por tipo de oficios, Santiago 1958-2003

Periodo Profesionales y

técnicos Oficinas Servicios Operarios Servicio doméstico *

1958-62 1963-67 1968-72 1973-77 1978-82 1983-87 1988-92 1993-97 1998-03

8,8 9,3

10,9 12,5 10,4 9,6

10,6 12,3 11,1

12,6 15,0 16,6 17,7 20,1 20,9 22,7 25,3 23,9

20,9 21,3 23,5 24,3 25,6 26,0 25,9 29,2 32,5

24,6 24,7 22,4 21,7 17,7 15,4 16,3 12,6 10,7

33,1 (28,5) 29,7 (25,3) 26,7 (21,4) 23,8 (14,4) 26,3 (14,8) 28,2 (14,8) 24,5 (11,3) 20,6 (6,9) 21,8 (5,7)

Promedio 10,6 19,4 25,5 18,4 26,1 (15,9)

Fuente: Tabulaciones de encuesta de empleo de la Universidad de Chile 1958-2003. * Corresponde a servicio domestico puertas adentro.

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 35

Cuadro A-10. Brecha salarial ajustada: mujeres versus hombres, Chile 1990-2003

Años de escolaridad

0-8 9-12 13 y más Todos

1990 64,1 68,7 67,1 67,7 1994 73,4 72,3 64,7 71,2 1998 78,9 76,6 71,0 75,6 2003 80,4 76,6 77,5 77,6

Fuente: Coeficiente en ecuación de Mincer, con base en los datos de la encuesta Casen, años respectivos

Cuadro A-11. Participación laboral y características de los hogares, Santiago 1958-2003

Participación mujer 15-60

% mujeres en ocupados de 15-

60 años Tamaño hogar Ocupados por

hogar Jefe mujer

(% hogares)

1958-62 38,2 31,9 4,41 1,43 19,4 1963-67 37,0 31,2 4,45 1,43 19,0 1968-72 38,2 32,7 4,38 1,44 21,1 1973-77 35,8 31,4 4,31 1,38 19,1 1978-82 37,4 33,3 4,13 1,42 20,2 1983-87 40,4 34,9 3,96 1,43 20,6 1988-92 42,6 35,2 3,77 1,51 21,0 1993-97 46,7 36,4 3,62 1,56 20,7 1998-03 50,1 38,6 3,67 1,56 21,8

Fuente: Procesamiento de las bases de datos de la encuesta de empleo, años respectivos.

Cuadro A-12. Probabilidad condicional de participación laboral de la mujer entre 25-45 años, Santiago

Quintil 2 * Quintil 3 * Quintil 4 * Quintil 5 * Jefa hogar *

1958-62 -17,8 -18,1 -13,8 -5,6 34,3 1963-67 -16,6 -16,2 -11,0 -3,3 38,8 1968-72 -16,3 -17,6 -13,4 -6,7 29,6 1973-77 -13,5 -16,8 -14,3 -12,0 35,6 1978-82 -20,3 -19,5 -18,6 -9,2 30,4 1983-87 -17,5 -17,5 -17,2 -9,9 28,1 1988-92 -14,0 -12,8 -9,7 -5,3 27,2 1993-97 -12,9 -10,7 -7,4 -2,7 28,9 1998-03 -12,1 -10,9 -10,1 -11,1 29,0

Fuente: Bases de datos, encuesta de empleo de la Universidad de Chile. * Respecto de quintil 1.

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Larrañaga: Participación laboral de la mujer en Chile 36

Cuadro A-13. Probabilidad condicional de participación laboral de la mujer entre 25-45 años, Chile 1987-2003

Quintil 2 * Quintil 3 * Quintil 4 * Quintil 5 * Jefa hogar

Todas

1987 -6,8 -3,8 -3,0 2,6 32,4 1992 -5,6 -4,6 -0,7 6,3 33,5 1998 -4,1 -2,9 -4,4 2,2 31,8 2003 -6,9 -5,7 -5,1 -4,4 26,6

Casada/conviviente

1987 -3,5 -1,5 -0,2 1,2 21,6 1992 -0,7 -0,3 1,1 7,2 19,8 1998 -1,5 -0,4 -0,9 4,5 25,2 2003 -1,4 -1,7 -1,5 -1,5 19,9

Soltera/separada

1987 -11,7 -12,2 -14,9 0,2 7,5 1992 -10,7 -11,6 -4,5 3,9 12,9 1998 -6,8 -5,3 -10,2 -1,3 10,3 2003 -11,5 -7,0 -7,0 -8,5 10,2

Fuente: Bases de datos encuestas Casen. * Respecto del quintil 1.

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FUENTES ESTADÍSTICAS

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