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Les reventaban la cabeza con arpones bomba. Los océanos se vaciaron de cetáceos... hasta 1986 cuando la moratoria les salvó por la campana.Treinta años después de aquellas masacres, la contaminación es su principal amenaza Una yubarta, también llamada ballena jorobada, en aguas del Pacífico. Una escena parecida se pudo presenciar hace un mes a pocas millas de la costa asturiana. :: LUIS ROBAYO/AFP El descanso del gran leviatán SECCIÓN: E.G.M.: O.J.D.: FRECUENCIA: ÁREA: TARIFA: PÁGINAS: PAÍS: OCIO 419000 60453 Diario 2574 CM² - 286% 29126 € 73-75 España 17 Febrero, 2016

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DANI SÁNCHEZ, EL AS DEL BILLAR A TRES BANDAS A QUIEN LE DABAN POR MUERTO P77 V

Les reventaban la cabeza con arpones bomba. Los océanos se vaciaron de cetáceos... hasta 1986 cuando la moratoria les salvó por la campana.Treinta

años después de aquellas masacres, la contaminación es su principal amenazaUna yubarta, también llamada ballena jorobada, en aguas del Pacífico. Una escena parecida se pudo presenciar hace un mes a pocas millas de la costa asturiana. :: LUIS ROBAYO/AFP

El descanso del gran leviatán

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Diario

2574 CM² - 286%

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España

17 Febrero, 2016

Repasar la evolución de las capturas de la flota ballenera antes de la moratoria de la pesca comercial de 1986 produce cierto

mareo, incluso aunque uno no tenga especial aprecio por los cetá-ceos. Si en 1910 se mataron 43 ca-chalotes y 1.303 rorcuales, medio siglo después, en 1958, las cifras se habían disparado hasta 21.846 ca-chalotes y 32.587 rorcuales. La progresión, como se ve, es vertigi-nosa y explica que las poblaciones de los grandes cetáceos, los más rentables para los balleneros, ex-perimentasen una drástica reduc-ción. «Cuando se puso fin a la caza de ballenas se habían matado casi tres cuartos de todos los cachalo-tes del mundo, reduciendo su nú-

mero de más de un millón en 1712 a 360.000 a final del siglo XX», es-cribe Philip Hoare en ‘Leviatán o la ballena’, un libro que explora la re-lación del hombre con la criatura más descomunal de la creación.

El cachalote, dentro de lo que cabe, salió bien parado de la esca-bechina. Algunos de sus parientes fueron reducidos hasta el umbral de la extinción. Especies como la ballena franca, capturada desde la Edad Media, o la ballena azul, el animal más grande del planeta, so-metido a una presión formidable (solo en la campaña 1967-68 se mataron 32.000 ejemplares en la Antártida), quedaron tan merma-das que la amenaza de su desapari-ción está lejos de haber remitido. De la primera se calcula que hay entre 300 y 350 ejemplares en el

Atlántico Norte occidental y se cree que sobreviven unas 2.300 ballenas azules, menos del 1% de las que había antes de que empe-zaran a matarse.

Las estimaciones sobre las po-blaciones las hace la Comisión Ba-llenera Internacional a partir de un patrón que secuencia avista-mientos en todos los océanos. No son cifras concluyentes, ya que las ballenas siguen siendo unas gran-des desconocidas. En especies ma-rinas de ciclo corto un parón bioló-gico de tres décadas sería suficien-te para determinar si la población se ha recuperado. Los grandes ce-táceos, sin embargo, tienen sus propios ritmos y los científicos creen que cualquier conclusión re-sulta precipitada. «El ciclo vital de la anchoa –apunta Enrique Franco,

de la asociación Ambar– es de tres años, así que un paréntesis de unos pocos años es suficiente para hacerse una idea de la evolución de la biomasa. Una ballena boreal, sin embargo, vive más de doscien-tos años y entre el nacimiento de una cría y su paso a la edad fértil pasan 25 años. Aún es pronto para decir si la población de las ballenas más amenazadas se recupera, aun-que las observaciones nos dicen que hay una tendencia al alza».

Cachalotes a la vista Las noticias que llegan de las balle-nas vienen casi siempre de muy le-jos. Varamientos en las costas de Chile y Canadá, protestas por las capturas de las flotas japonesa y noruega en el Ártico... Los grandes cetáceos, sin embargo, forman par-

te de la realidad más inmediata para las personas que conviven con el mar. «Hace un mes se vio una ballena jorobada saltando frente a la costa de Gijón», observa el vicepresidente de Ambar, aso-ciación que realiza avistamientos de cetáceos en el Cantábrico desde hace dos décadas. «Las que más a menudo se observan son los ror-cuales y los cachalotes», precisa la oceanógrafa y colaboradora de Am-bar Isabel Guzmán, que hace sali-das regulares en velero para avistar cetáceos desde San Sebastián. La muerte de un rorcual en plena pla-ya de La Concha hace cuatro años terminó de convencer a los más descreídos de que las ballenas son algo más que seres mitológicos que pueblan las páginas de los libros y las pantallas de los cines.

En los 60 se capturaban 70.000 ballenas al año, ahora se cazan 1.500. Pero decenas de miles más mueren atrapadas en redes y por los plásticos que se tragan

EL DESCANSO DEL GRAN LEVIATÁN

:: BORJA OLAIZOLA

Miércoles 17.02.16 EL CORREO74 V

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España

17 Febrero, 2016

El biólogo Alex Aguilar vivió de cerca los últimos años de la indus-tria ballenera española. El ahora di-rector del Instituto de Investiga-ción de la Biodiversidad de la Uni-versidad de Barcelona elaboró in-formes para la Comisión Ballenera Internacional de las pesquerías en aguas peninsulares antes de la mo-ratoria. Aguilar recuerda que fue un armador noruego el que recu-peró la tradición ballenera en nuestras costas. En su libro ‘Chi-mán’, que se hace eco del nombre que las tripulaciones gallegas de los balleneros daban a las piezas de gran tamaño, relata que entre 1921 y 1985 se capturaron 21.000 balle-nas en aguas españolas, primero en el Estrecho y más tarde en Gali-cia. «No era una pesquería tan in-tensiva como las que practicaban las flotas equipadas con buques factoría. Las ballenas capturadas, sobre todo rorcuales y cachalotes, se procesaban en tierra y eso limi-taba el radio de acción y el volu-men de capturas».

El arpón granada En la pesca de la ballena hay tres grandes etapas: la pionera, domi-nada por vascos y vikingos, la mo-derna, protagonizada sobre todo por los estadounidenses, y la era industrial, con noruegos, británi-cos y rusos como directores de or-questa. En las dos primeras la cap-tura del gran leviatán tenía un componente épico: había que sor-tear mil peripecias para localizarlo y luego enfrentarse al coloso en un

combate muchas veces letal para los balleneros. A partir de la inven-ción del vapor y, sobre todo, del ar-pón granada, que estalla en la ca-beza del animal, la pesca ballenera derivó en una carnicería industrial sin atisbo de grandeza. Los grandes buques factoría, capaces de proce-sar las piezas a medida que iban siendo izadas a bordo, se convirtie-ron en depredadores implacables. Philip Hoare cuenta en su libro que en 1948 el navío ‘Balaena’, con una tripulación de 570 hom-bres, «regresó triunfante a Southampton habiendo capturado 3.000 ballenas, el 10% del total de las capturas de esa temporada».

La industrialización vació los océanos de grandes cetáceos. «Una flota factoría –precisa Hoare– pue-de sacrificar 70 animales al día, uti-lizando misiles que parecen traí-

dos del futuro, con bridas y alero-nes diseñados para que exploten en cráneos gigantes. 360.000 ba-llenas azules murieron de ese modo en el siglo XX, reduciendo su población a solo 1.000 indivi-duos. Hacia la década de 1960 la ballena azul estaba a todos los efectos extinguida a nivel comer-cial». La brusca disminución de la rentabilidad por el agotamiento de los caladeros convenció a los países

balleneros de que había que poner límites. Las campañas de las en-tonces incipientes organizaciones ecologistas generaron una nueva sensibilidad hacia las ballenas que ayudó a que la moratoria de 1986 prosperase.

Aunque hay países como Japón, Islandia y Noruega que se saltan a la torera la prohibición de la pesca comercial, la presión a la que están sometidos hoy los cetáceos nada tiene que ver con la de hace medio siglo. Los 1.500 ejemplares que se capturan de media al año desde 1986 apenas representan el 2% de las 72.471 ballenas que se mataron en 1965, en plena apoteosis de la pesca industrial. – ¿Sería posible que se autorizase de nuevo la pesca de ballenas? – «Sería una decisión inconcebible y absurda porque la sociedad no lo toleraría y, además, no existe una demanda real de productos de ba-llena», responde sin vacilar la bió-loga Elvira Jiménez, responsable de Océanos de Greenpeace.

El profesor Alex Aguilar, que si-gue colaborando con la Comisión Ballenera Internacional, no descar-ta sin embargo la implantación de un sistema de cuotas. «La morato-ria se aprobó para cinco años y ya han pasado treinta. Más pronto o más tarde va a haber una revisión y es posible que se vaya a un mo-delo de cuotas de pesca que permi-ta un aprovechamiento sostenible de un recurso natural».

Sea cual sea el futuro que les es-pera a las grandes ballenas, lo que

está claro es que ahora su principal amenaza es la contaminación. De-cenas de miles de ellas mueren en-redadas en aparejos de pesca, atra-padas por la basura y asfixiadas por latas y residuos de plásticos aban-donados en las aguas. Además, el calentamiento del mar está despla-zando sus bancos de alimentos cada vez más al norte, lo que altera sus rutas migratorias y abre un in-terrogante sobre sus rutinas de re-producción. Puede que ni siquiera la tregua de 1986 sea ya suficiente para garantizar su futuro.

360.000 ballenas azules fueron

abatidas en el siglo XX «por misiles que parecían del futuro»

Franco y los cachalotes

Franco hizo instalar un ca-ñón para arponear cetáceos en el ‘Azor’. Lo cuenta Alex Aguilar en su libro ‘Chimán’, donde recuerda que captu-raba uno o dos cachalotes al año. Los dejaba en el puerto más cercano pero, en vista de las quejas de los lugare-ños por su olor cuando se descomponían, los empezó a llevar a las factorías balle-neras que había en Galicia.

Aceite en el espacio El aceite de ballena no se solidifica por las bajas tem-peraturas, así que las naves especiales de la NASA lle-van lubricante de cetáceos en sus engranajes.

1985 fue el año en que se cepturó la última ballena en aguas españolas. Fue un rorcual hembra de 17 metros arpo-neado frente a la costa ga-llega el 21 de octubre.

UN ARPÓN EN EL ‘AZOR’

Yubarta por el aire La población de yubartas está fuera de peligro. Abajo, Bob Hunter, cofundador de Greenpeace, después de una de las primeras protestas contra la pesca de ballenas. :: AFP/AP

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