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PELAYO ORTEGA

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PELAYO ORTEGA

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10 de mayo - 2 de junio de 2018

PELAYO ORTEGAEl rostro triste y el corazón feliz

ORFILA 5, 28010 MADRIDT. 91 319 14 14 · F. 91 305 43 45

WWW.GALERIAMARLBOROUGH.COM

PORTADA / El reloj de arena, 2017, acrílico y óleo sobre lienzo, 187 x 155 cm

CONTRAPORTADA / Umbral, 2017, óleo sobre lienzo, 80 x 40 cm

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Una traducción del Eclesiastés, a cuya calidad seguramente traicionera puede que se deba lo sugestiva que sin embargo resulta, dice que “Detrás de un rostro triste, hay un corazón feliz”. Pero lo mejor es que, así, definitivamente emancipada de lo que debería decir el texto según el rigor filológico exigible, la frase no pierde nada de su sugestión y su elocuencia si disponemos a la inversa los elementos contrapuestos que la constituyen: la tristeza bajo la alegría, etc. Y es de ese juego de opuestos, de esa presencia solapada, aunque activa, de un determinado temple anímico bajo la evidencia declarada de su contrario —la alegría bajo la tristeza, la esperanza de allá (para decirlo más cercanamente al versículo) en medio de la pena de aquí— de lo que me he acordado muchas veces a la vista de las pinturas de Pelayo Ortega, aunque nunca tan intensamente como ante estas últimas de ahora. En la nave de Arganda que sirve de almacén a la galería Marlborough, visitada en un día sombrío de viento y lluvia, vemos por anticipado las pinturas que serán expuestas en este 2018. Por aquí, por allá, encontramos sin embargo alguna sorpresa. Aquí está, por ejemplo, una pintura de 1991 cuya adquisición señaló seguramente el camino que algo después abocaría a una relación estable entre el pintor y la galería. Es una especie de bodegón, por decirlo de algún modo, un bodegón reducido a la representación gráfica más sintética de los objetos que suele haber a manteles (cuchillo, plato, pan, botella, cuchara), todos dispuestos frontalmente sobre un fondo de cuadros alegres, que recuerda la frontalidad de los rótulos cinematográficos fifties, sus colores transparentes y claros, sus módulos poligonales de esquinas redondeados flotando en el espacio. El cuadro se titula El pan nuestro de cada día. Pero lo que me importa ahora es que sería más o menos por esa fecha de los primeros años noventa, y mediante pinturas como esta, cuando el pintor dio un giro bastante pronunciado a su trabajo. Hasta entonces, Pelayo Ortega se había hecho fuerte en unas pinturas casi monocromas, vistas melancólicas de la vida provincial gijonesa, en las que un transeúnte con o sin maleta, con o sin sombrero, con o sin (casi siempre con) paraguas, caminaba por los muelles o las calles, muchas veces nocturnos, según se nos daba a vislumbrar al otro lado del cristal de una ventana sobre el que caía la lluvia —la lluvia de la propia pintura— que había lavado y desteñido la imagen hasta convertir la visibilidad del exterior en el borroso, inestable baile de perfiles aguados de unas figuras por demás desvanecidas y fugaces al ser arrastradas con la cortina del agua. Y no es que aquellas imágenes lábiles y crepusculares del cristal monocromático desaparecieran con el giro de un nuevo modo de hacer, en realidad nunca han desaparecido del

todo, y de vez en cuando el personaje y su entorno surgen otra vez, aunque sea en el recorte de un plano insertado en otro espacio sobre el que funciona como cita, como autocita incluso; en una estupenda pintura —Mieres nocturno— expuesta en 2004 en Nueva York, nos reencontramos con la luz de los faros sobre el pavimento mojado, los reflejos de las farolas...; y nunca olvidaré otra que es para mí el colmo en esta cuerda, Arrabal, de 1999: los radios de bicicleta en primer término sobre el brillo mojado de los adoquines… Pero lo importante es que los motivos habituales en aquellas estampas de provincia —el destello de un cartel luminoso en la noche de un callejón oscuro, el farol anaranjado y su luz en los charcos…— fueron constituyéndose en elementos de una especie de gramática, como si el pintor hubiera descubierto las posibilidades expresivas de su combinatoria una vez que hubieran alcanzado la condición de un código y por tanto la de un juego de signos, limitados, sí (como los de cualquier lenguaje) pero cuyas variaciones componían una gama de casi infinitos enunciados de, más o menos, lo mismo. Esos elementos, tomados y extraídos de su atmósfera turbia, vencieron, por decirlo así, sobre la difusa estampa de color de barniz, y al ser entresacados de la portuaria noche lluviosa para ser colocados en unas nuevas imágenes —en un nuevo espacio— ganaban ya una relevancia propia del sintético lenguaje del cómic o del cartel. En ciertas pinturas de los primerísimos noventa, es posible ver el cruce de las dos maneras (por eso decimos que nada, propiamente, desaparece en los cambios cronológicos de la pintura de PO): por ejemplo, en Bazar X, que está en la Fundación Endesa y es casi un paradigma de ese encuentro híbrido: el corte de un plano como si fuera el de un volumen interpuesto en la visión, y al lado los escaparates iluminados tras el velo de lluvia de un anochecer… Pero para entonces, las pinturas no eran ya, como decimos, exactamente, estampas; su concisión visual, no obstante muy evocadora, colaboraba con unos colores planos y por lo general joviales y unas líneas de color presionado directamente del tubo, al resultado final de unas pinturas risueñas, amables, matinales, tan precisas en su desnudez gráfica —la misma que hacía resaltar su nueva condición de elementos de un código— como lo llegan a ser los puntos de atracción de una historieta; por eso las pinturas resultaban tan pregnantes y sintéticas como las viñetas. Por lo demás, todo esto se correspondía muy bien con la felicidad de la vida infantil, familiar y veraniega, que las nuevas imágenes evocaban como tema. Había en todo aquello, desde luego, una especie de “infancia recuperada”, por decirlo con el famoso título de Fernando Savater; pero también, en lo formal, una victoria de la

Austral, 2017, óleo sobre lienzo, 180 x 200 cm

EL ROSTRO TRISTE Y EL CORAZÓN FELIZ

ENRIQUE ANDRÉS RUIZ

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alegría, siquiera evocada en el recuerdo, por sobre la desvanecida melancolía de antaño. Suponíamos que, tras ellas, el pintor sonreía. Pero, en realidad, es de aquella sencillez de la que, según lo veo, arrancaba una nueva complejidad —una profundidad— bajo ese tónico y despreocupado (y aparente) cantar inocente de las superficies: justamente se trataba, creo, de aquella dualidad en la que la alegría y la tristeza, la esperanza y el dolor, comienzan por entonces a jugar su equívoco baile de contarios, su juego de simulaciones. Juan Manuel Bonet —el mejor exegeta de PO— habló en uno de los capítulos de su monumental monografía, publicada en 2006, de “cuadros que sonríen” para decir de aquellas pinturas soleadas y dulces de los noventa. Y así fue la cosa más o menos hasta que una nueva aparición de la melancolía, a mediados de la década, comienza a dar entrada insistentemente a la presencia amenazante de los relojes, que parecía olvidada entre la celebración de la gloria infantil —de aquel tiempo sin tiempo, de aquellas horas sin ayer, sin mañana y sin muerte—. El espectador podía ya percatarse del río oscuro que, desapercibido en la felicidad de la superficie, fluía con su sombra densa abajo, en la profundidad. Una década después, según doblaba el siglo, las horas aquellas de la dicha, los días con sus tardes al sol despreocupado de la niñez (vista acaso en la de los hijos, que impelían al propio recuerdo) comenzaron a declarar precisamente su naturaleza de instantes condenados en su huida, de efímeros pasos de tiempo, de fechas a las que la sucesión irrecuperable hacía perdidas para siempre. Los relojes recurren sin cesar en la codificación sintáctica de las pinturas y manifiestan su alarmante condición protagonista; son, por decirlo así, una hosca palabra que continuamente se repite. Y esto también dura hasta hoy mismo. Ya no sonríe el pintor. ¿Dónde, pues, ha quedado entonces la alegría? La alegría la ponía entonces, y la pone ahora, la pintura misma: la inmediatez y urgencia de su acontecimiento sobre los lienzos, el desparpajo de la libérrima mezcolanza de gestos estilísticos, técnicas, construcciones, y también alusiones, muchísimas veces a la pintura misma y a su historia, a las admiraciones del pintor, a los ecos de otros que parecían convocados en su taller, a pesar de su aparente incompatibilidad... Por decirlo con ejemplos: la evocación del risueño Dufy, de Marquet, junto a marañas y malezas y empastes que querían ser cita de Auerbach, de Lasker, de Lucien Freud. Una escueta y penitencial pintura de 2001, titulada La cruz de la pintura, era un explícito homenaje a Auerbach, su densidad, su angustia, su dramatismo, y también la elocuencia con la que el pintor atraía hacia sí su afinidad. Y por ahí se dibujaba el camino que esta pintura parecía dispuesta ahora a recorrer, que era ya el de la contradicción —el cruce, la oposición, la contrariedad— entre la tristeza de pensar y la alegría de pintar sin las fronteras trazadas por las historiográficas categorías de los formalismos. En muchas de estas pinturas, el puro espacio abstracto unidimensional aparece de pronto atravesado por una mínima figurilla de caminante, en una flagrante contravención de los pruritos programáticos. O, a

la inversa, el cubo atmosférico en el que se desarrolla una escena con figuras, es irrespetuosamente negado por un ovillo de rayas, un corte de color plano, un nódulo de pasta espesa y arbitraria. La frente pensativa del pintor se había detenido, por un lado, en la calidad del tiempo sin medida que era el propio de aquel país de la alegría del que habían brotado sus felices evocaciones, pero también en su reverso: en la tristeza a la que por el contrario aparecían condenados los seres y las cosas, los trabajos y los días,

en un régimen del tiempo en el que la consciencia ya no podía así como así deshacerse de la inconsolable, la irreversible medición. La monografía de Juan Manuel concluía, más o menos, cuando tocaba el cincuenta cumpleaños del pintor y cuando las pinturas, de hecho, ya no albergaban presencias tan claras ni tan sintéticas, ni desde luego tan joviales, sino más bien arriscadas, impacientes, atravesadas por bruscos surcos y rayaduras que decían del desasosiego, de la ansiedad de saberse lejos del paraíso, con muy pocas probabilidades de volver. Era —hablo de 2005, 2006— el momento por lo demás de los magníficos campos y paisajes en los que con frecuencia la figura de un labrador aparecía batallando con el sudor, el cansancio y la fragilidad de quien combate por sacar algo digno y humano contra la hostilidad de la tierra y el cielo —como en el poema de Hesíodo— bajo unos espléndidos pero dramáticos crepúsculos rojos y anaranjados. Lo que por tanto había implantado su dominio entonces era una especie de inquietum cor, emergido a la superficie desde la profundidad confiada y alegre que antes lo disfrazaba y que venía a enmarañar y enturbiar ahora la antigua y sintética simpleza gráfica de las pinturas felices. Aquellos campos y ocasos eran de una lujosa magnificencia barroca. Los surcos de la tierra eran representados por las líneas igualmente paralelas y plegadas a los obstáculos y las corrientes que las de un mapa de isobaras meteorológicas; entre ellas se inmiscuían arañazos, borraduras, gruesos empastados de densa pintura, en una yuxtaposición de planos cruzados que contribuía aún más a la

confusión general que un espíritu —el corazón inquieto del pintor— producía por sobre la ideal claridad de los colores y las formas. El pintor pensaba y purgaba así su culpa, la inevitable sensación de que eran su intervención y su presencia las que hacían inviable la alegría y la felicidad que en su ausencia brillaban sobre el mundo. Pinturas, pues, de una batalla interior. Y, es más, ese interior contradictorio, cruzado —en la cruz de las contradicciones, entre ellas la de la tristeza y la alegría, la desesperación y la esperanza (hoy se titula Taller infinito una magnífica pintura)— es justamente lo que había roto la plácida y amable superficie exterior del mediodía de las viejas escenas de los juegos, el amor, las lecturas, la poesía y los viajes.

Poco después, esa explosión de la angustia existencial que había hecho saltar por los aires el bucolismo de la dulce memoria, se replegaba en un vacío cuaresmal, purgativo, como el del silencio que sigue a una detonación destructiva. Aparecieron entonces unas crucifixiones negras, apenas trazadas con la urgencia y la pobreza de una tiza sobre el negro pizarra de las tintas, que serían expuestas en 2004. No había en ellas ninguna consolación; eran el auténtico Ash Wednesday que asolaba toda balsámica pretensión estética, como si un líquido abrasivo hubiera sido derramado sobre la piel del arte para negar cualquier ilusoria representación de la esperanza propiciada por la pintura. Ciertas pinturas de hoy, escuetas y graves hasta el colmo de la minimalidad, vienen en la estela de aquellas: pienso en Aniversario, en Malva, sobre todo en Las horas muertas, que me recuerda a Fontana. Es en ellas como si algunas páginas del recientemente fallecido Clément Rosset hubieran cubierto, con

su implacable definición de lo real, cualquier tentación imaginaria de entregarse a los ídolos. Y sin embargo, lo que son las cosas, ni siquiera en ellas la tristeza, la negación o la angustia que fruncen el rostro del pintor, consiguen abolir la felicidad del corazón de su pintura y su interna alegría de pintar sin tregua. Hoy estamos quizá ante las pinturas más inclementes de Pelayo Ortega, las menos complacientes, las más ásperas y secas. Las más partidarias de lo real y más intransigentes con su doble imaginario, con su happy end. Aquellas en las que el arte, la imaginación y las representaciones del deseo aparecen más claramente crucificados, suprimidos por una cruz que los tacha. Ahora bien; estas pinturas, como siempre, están pintadas —es lo que quiero decir— con la fe animal, para decirlo con Santayana, de pintar, impelidas, pues, por una esperanza activa que desborda del pensamiento. El pintor se declara disponible a una alegría que le sobrepasa, que sus signos, sus estampas, las representaciones de sus paraísos, no pueden alcanzar. Las dos cosas no son incompatibles. En un dramático espacio deshabitado aparece el viajero de siempre —Viaje en autobús, se titula la pintura—, su maleta, su sombrero, su gabardina, el brillo de los reflejos en el suelo. Pero los viajes lo son, más que nunca, al interior de la representación misma, de su sistema codificado de signos, no sirven a ninguna invitación a partir lejos, sino más bien a recorrer la propia maraña del deseo y la inútil ficción de la partida. Lo único incontenible, desatado, en esta angustiada purgación de las ficciones, es la alegre energía de pintar. Hay pinturas cuya entidad es literalmente tragada por el punto ciego de una luz central incandescente que transforma en invisibles las figuras, también los colores, en la centrípeta absorción hacia un abismo que todo lo quema. El lado teológico, existencial y religioso desde el que únicamente se hace posible el abordaje de las pinturas —recordemos aquel jubiloso mantel de 1991, que ya se titulaba El pan de cada día; recordemos aquellas crucificadas tintas negras de 2004; los campos, en gran medida, de batalla, de hace años...— nos invita a comprobar la abrasión de cualquier complacencia evocativa, la de los viajes en tren, la de los días meridianos del verano, quizá junto a Helena y en recuerdo de su admirado Julián Ayesta, frente al mar Las horas, los instantes han caído al fondo de los relojes y en su campana de cristal —el excelente y central Reloj de arena— yacen apelmazados en gránulos indiferentes que se funden compactados en una masa neutra, ya anulada entre sí la brillantez del día de cada cual, sus colores propios, sus intransferibles latidos de vida: los relojes, sus momentos sucesivos que desaparecen en el movimiento de fuga de un tren de mercancías, perdiéndose en la distancia —Tempus fugit, un título que no aparece por primera vez...—. Un movimiento pendular, como ciclotímico, de culpa y purgación, caída y salvación, lleva al pintor de la tristeza del pensamiento a la alegría de la acción de pintar, del telón cuaresmal que nubla de morado el sol de los días dichosos, a una entrega arrebatada a la acción de la vida, a salir de sí, a sus ganas de renacer, a su corazón encendido de esperanza, contra todas las ilusiones.

Taller de la memoria, 2016, óleo sobre lienzo, 40 x 40 cm

Aniversario, 2016, óleo y grafito sobre lienzo, 35 x 50 cm

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Tempus Fugit, 2017, acrílico sobre lienzo, 120 x 200 cm

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Horizonte de sucesos, 2017, óleo y acrílico sobre lienzo, 100 x 100 cm

Taller infinito, 2017, óleo y grafito sobre lienzo, 150 x 150 cm

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El santo, 2017, óleo sobre lienzo, 80 x 100 cm

Viaje en autobús, 2017, óleo sobre lienzo, 50 x 100 cm

Sol entre tinieblas, 2017, acrílico sobre lienzo, 70 x 70 cm

Taller ojo de buey, 2017, óleo sobre lienzo, 80 x 100 cm

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Aleph, 2017, acrílico sobre lienzo, 200 x 200 cm

Blanco, 2017, óleo sobre lienzo, 80 x 65 cm

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Josafat, 2017, óleo sobre lienzo, 73 x 200 cm

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Filial, 2017, óleo y acrílico sobre lienzo, 200 x 150 cmTaller Wittgenstein, 2016, óleo y acrílico sobre lienzo, 182 x 130 cm

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Taller X, 2017, óleo y acrílico sobre lienzo, 114 x 60 cm

Taller Viridiana, 2016, óleo sobre lienzo, 81 x 100 cm

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Ichi-go Ichi-e, 2016, acrílico y grafito sobre lienzo, 100 x 100 cm

N.Y., 2017, óleo y grafito sobre lienzo, 150 x 150 cm

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Punto de cruz, 2017, óleo sobre lienzo, 195 x 130 cm

Las horas muertas, 2017, acrílico sobre lienzo, 100 x 80 cm

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Ocaso, 2015, óleo sobre lienzo, 50 x 40 cm Taller, 2017, óleo sobre lienzo, 55 x 46 cm

Taller Nord-Sud, 2016-17, óleo y acrílico sobre lienzo, 146 x 114 cm

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PELAYO ORTEGA

Mieres del Camino – Asturias, 1956

EXPOSICIONES INDIVIDUALES

2018 El rostro triste y el corazón feliz, Galería Marlborough, Madrid2016 Pelayo Ortega. Sala Ármaga, León2013 PP.OO. Galería Marlborough, Madrid2015 Topografía sentimental. Galería Marlborough, Madrid2011 Cartones. Galería Marlborough, Madrid2010 Pelayo Ortega. Sala Ármaga, León2009 Escala espiritual. Galería Marlborough, Madrid2008 Pelayo Ortega y la Luz – La Arquitectura como lienzo. Fundación Mª Cristina Masaveu Peterson. Palacio de Revillagigedo – CAJASTUR, Gijón Pelayo Ortega – Taller 1997-2007. Galería Cornión, Gijón Pelayo Ortega. Pinturas y Construcciones. Galería Marlborough, Barcelona2007 Pelayo Ortega. Obra gráfica y obra sobre papel. Galería Marlborough, Madrid2006 Pelayo Ortega. Paintings and Constructions. Marlborough Chelsea, Nueva York, EE.UU. Pelayo Ortega, A Love Supreme. Galería Marlborough, Madrid Pelayo Ortega. Año 50. Pabellón de la Sociedad Anónima Tudela Veguin. Feria Internacional de Muestras de Asturias, Gijón Pelayo Ortega. Sala de Arte Robayera, Ayuntamiento de Miengo y Gobierno de Cantabria, Cantabria2005 Pelayo Ortega. Galería Mediterránia, Palma de Mallorca Pelayo Ortega. Galería Arco Romano, Medinaceli Pelayo Ortega. Galería Cornión, Gijón, Asturias

2004 Pelayo Ortega. Galería Armaga, León2003 Pelayo Ortega. Confesiones (obra gráfica). Galería Marlborough, Madrid Pelayo Ortega. Habitar la pintura. Museo Nicanor Piñole, Gijón2002 Pelayo Ortega. Confesiones (obra gráfica). Galería Cornión, Gijón Pelayo Ortega. Confesiones. Galería Marlborough, Madrid2001 Pelayo Ortega. El campo de la pintura, 1999-2001. Galería Marlborough, Madrid1999 Pelayo Ortega. Obra reciente. Galería Marlborough, Madrid1998 Pelayo Ortega, pinturas para un centenario. Pabellón de Sociedad Anónima Tudela Veguin. Feria Internacional de Muestras de Asturias, Gijón Pelayo Ortega, pinturas para un centenario. Centro de Escultura Museo Antón, Candas, Asturias1997 Pelayo Ortega. Galería My Name´s Lolita Art, Valencia Pelayo Ortega. Stand Galería Cornión, ARCO’97, Madrid1996 Pelayo Ortega. Galería Buades, Madrid1995 Pelayo Ortega. Galería Siboney, Santander Pelayo Ortega. Recapitulaciones. Exposición Homenaje del Certamen Nacional de Pintura de Luarca; Ayuntamiento de Luarca, Salas de Exposiciones de CAJASTUR y Casa Municipal de Cultura de Avilés1994 Pelayo Ortega. Galería Arco Romano, Medinaceli, Soria Pelayo Ortega. Semblanza de Gijón. Exposición con motivo del Homenaje del Centro Asturiano de Madrid a Francisco Carantoña Dubert, Madrid Salas de Exposiciones del Centro Asturiano de Madrid1993 Pelayo Ortega. Galería Siboney, Santander Pelayo Ortega. Galería Cornión, Gijón Pelayo Ortega. Isla. Galería El Caballo de Troya, Madrid1992 Pelayo Ortega. La Provincia. 1986-1991. Museo de Teruel y Museo Casa Natal de Jovellanos, Gijón Pelayo Ortega. Pabellón de mixtos de la ciudadela de Pamplona Exposición con motivo de la concesión del Primer Premio de Pintura “Festivales de Navarra”, Pamplona1991 Pelayo Ortega. La Provincia Blanca. Galería Buades, Madrid Pelayo Ortega. Galería Cornión, Gijón1990 Pelayo Ortega. Salas de Exposiciones CAJASTUR, Asturias1989 Pelayo Ortega. Semblanza de Gijón. Museo Evaristo Valle de Gijón y Escuela de Arte de Oviedo1988 Pelayo Ortega. Semblanza de Gijón. Exposición y Presentación del Libro y los Bocetos Originales, Galería Cornión, Gijón1987 Pelayo Ortega. Crepuscular. Galería Décaro, Madrid1985 Pelayo Ortega. Galería Cornión, Gijón1984 Pelayo Ortega. Torbellinos y espirales, en el umbral e interiores en gris. Museo de Bellas Artes de Asturias, Oviedo Pelayo Ortega. El hombre nervioso. Museo de Bellas Artes de Santander y Museo Evaristo Valle, Gijón Pelayo Ortega. Galeria Cornión, Gijón1983 Pelayo Ortega. Pinturas sucias. Arteder´83, Bilbao1981 Pelayo Ortega. Serie Negra. Antiguo Instituto Jovellanos de Gijón y Casa Municipal de Cultura de Avilés1978 Pelayo Ortega. Galería Tassili, Oviedo1977 Pelayo Ortega. Galería Atalaya, Gijón

Malva, 2016, óleo sobre lienzo, 130 x 182 cm

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PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS

2011 Premio Francisco de Goya 2010, Mejor Exposición del año en Madrid, Villa de Madrid, Ayuntamiento de Madrid, Madrid2006 Premio Cultural 2006. Diario El Comercio, Gijón2003 Premio Carreño Miranda el mérito en las Artes. Cuerpo de la Nobleza del Principado de Asturias, Oviedo2002 XXXVI Prix International d’Art Contemporain de Monte-Carlo (Prix du Conseil National). Fondation Prince Pierre de Monaco, Mónaco1995 Recibe el Homenaje del XXVI Certamen Nacional de Pintura de Luarca. Ayuntamiento de Valdés-CAJASTUR, Luarca1991 Primer Premio de Pintura “Santa Lucia”. Seguros Santa Lucía, Madrid Primer Premio de Pintura “Festivales de Navarra”.Fundación Príncipe de Viana – Gobierno Foral de Navarra, Pamplona1990 Beca Endesa a la Creación Plástica. Empresa Nacional de Energía y Museo de Teruel, Madrid -Teruel1989 Primer Premio Nacional de Edición en la modalidad Bibliofilia. Por el libro de aguafuertes “Semblanza de Gijón”, Ministerio de Cultura, Madrid1986 Beca a la Creación Plástica. Gobierno del Principado de Asturias, Oviedo1980 Beca a la Creación Plástica. Centro de Promoción de las Artes Plásticas y Nuevas Formas Expresivas, Ministerio de Cultura, Madrid1979 Premio del Certamen Nacional de Pintura de Luarca. Ayuntamiento de Valdés – CAJASTUR, Luarca, Asturias1978 Premio del Certamen Nacional de Pintura de Luarca. Ayuntamiento de Valdés – CAJASTUR, Luarca, Asturias1977 Beca del Ayuntamiento de Gijón. Gijón1976 Primer Premio de Dibujo y Primer Premio de Grabado en el Certamen Nacional de Artes Plásticas. Ministerio de Cultura, Gerona1975 Primer Premio de Pintura “Agrupación Gijonesa de Bellas Artes”, Gijón

MUSEOS Y COLECCIONES

Colección Aeropuertos Nacionales – AENA, MadridColección A.M.A. Torrecerredo, GijónColección Ayuntamiento de Madrid, MadridColección BBVAColección Biblioteca de Asturias “Ramón de Ayala”, OviedoColección Biblioteca Nacional, MadridColección Caja de Ahorros de Asturias – CAJASTUR, AsturiasColección Caja de Ahorros de Burgos, BurgosColección Calcografía Nacional, MadridColección Cámara de Comercio, Industria y Navegación, GijónColección Casas Asturianas S.L., GijónColección Círculo de Lectores, BarcelonaColección Diario ABC, MadridColección Diario El Comercio, GijónColección Diario La Nueva España, OviedoColección Diario La Voz de Asturias, OviedoColección EDICT, MadridColección ENDESA, MadridColección FAIN Ascensores, MadridColección Galería Cornión., GijónColección Galería Marlborough, Madrid – New YorkColección Gobierno del Principado de Asturias, Oviedo

Colección Grupo Carbajosa, GijónColección Grupo Endesa, MadridColección Grupo DURSA, OviedoColección IFEMA, MadridColección Instituto Bernaldo de Quirós, MieresColección Ministerio de Cultura, MadridColección Ministerio de Fomento, MadridColección Masaveu, OviedoColección Patrimonio Nacional del Estado Español – Palacio de la Zarzuela, MadridColección Real Club Astur de Regatas, GijónColección Reny – PicotColección Restaurante Casa Consuelo, Otur-Valdés, AsturiasColección Robayera. Ayuntamiento de Miengo – Gobierno de CantabriaColección Samoa Industrial S.A., GijónColección Santander Central HispanoColección Seguros MAPFREColección Seguros Santa Lucía, MadridColección Sociedad Cultural “La Carbonera”, Langreo, AsturiasColección Universidad de Oviedo, OviedoDirección General de Juventud, MadridFundación Coca-Cola España, MadridFundación Juan March, MadridFundación Laboral de la Contrucción del Principado de Asturias, OviedoFundación Mª Cristina Masaveu Peterson, Siero, AsturiasFundación Prince Pierre de Mónaco, MontecarloFundación Príncipe de Asturias, OviedoFundación Telefónica – FUNDESCO, MadridMuseo de Arte Abstracto Español – Fundación Juan March, CuencaMuseo de Bellas Artes de Asturias, OviedoMuseo de Bellas Artes, SantanderMuseo Casa Natal de Jovellanos, GijónMuseo de Dibujo Castillo de Larres, Sabiñanigo, HuescaMuseo Evaristo Valle, GijónMuseo Jesús Villa Pastur, Luarca, AsturiasMuseo de Langreo, Langreo, AsturiasMuseo Marítimo de Asturias, Luanco, AsturiasMuseo Municipal de Madrid, MadridMuseo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, MNCARS, MadridMuseo de Navarra, PamplonaMuseo Nicanor Piñole, GijónMuseo de Teruel, TeruelMuseo Unión Fenosa de Arte Contemporáneo, La CoruñaMuseo Vasco de Arte Contemporáneo – ARTIUM, VitoriaMuseo Vaticano, Roma

BIBLIOGRAFÍA

Han publicado análisis y estudios sobre su obra, entre otros, los siguientes críticos y escritores: Juan Manuel Bonet, Guillermo Solana, Antonio Bonet Correa, Enrique Andrés Ruiz, Dámaso Santos Amestoy, Javier Barón, Fernando Huici, Jesús Villa Pastur, Jaime Brihuega, Ángel Antonio Rodríguez, Emmanuel Guigon, Mariano Navarro, Rubén Suárez, Francisco Carantoña Dubert, José Marín Medina, Gabino Busto, Carlos García Osuna, Miguel Fernández-Cid, Hilario Barrero, Marcos Ricardo Barnatán, Evaristo Arce, Javier Rubio Navarro, Paché Merayo, Francisco Calvo Serraller, Julia Barroso, José Carlos Llop, Mª Soledad Álvarez, José Luis García Martín, Fernando Francés, Vicente Llorca, Miguel Sánchez-Ostiz, Juan Carlos Gea, Luis Feas, Georgina Fernández, Óscar Alonso Molina, Luis Alberto de Cuenca, entre otros.

Obras a la venta de: Impresionistas y Postimpresionistas;Maestros europeos del siglo XX; Expresionistas alemanes; artistas americanos de la posguerra

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