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Ariel Pennisi

LA GLOBALIZACIÓN

Sacralización del mercado

longseller

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Ariel Pennisi La globalización

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LA GLOBALIZACIÓN

© Longseller, 2001

EDITORES: Juan Carlos Kreimer Nerio Tello

CORRECCIÓM. Daniela Acher

DISEÑO: Javier Saboredo

Longseller S.A.

Casa matriz: Avda, Corrientes 1752 (C1042AAQ) Buenos Aires República Argentina

Internet: www.longseller.com.ar

E-mail. [email protected]

ISBN: 987-9481-45-3

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso y hecho en la Argentina Printed in Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño

de la tapa, puede ser reproducida, almacenada o

transmitida de manera alguna ni por ningún medio,

ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación

o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Esta edición se terminó de imprimir

en los talleres de Longseller, en Buenos Aires,

República Argentina, en agosto de 2001.

Page 3: Pennisi Ariel - La Globalizacion Sacralizacion Del Mercado

Ariel Pennisi La globalización

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"Hay algunos problemas para debatir

que son de un enorme interés:

identidad cultural y globalización,

por ejemplo; las cuestiones de los

nuevos nacionalismos, de los nuevos

fundamentalismos religiosos o

étnicos culturales, de rechazo a la

homogeneización que la globalización

presenta como una amenaza.

Cada uno quiere ser cada uno con

su identidad, no quiere que todo el

mundo sea de iguales; por tanto,

la gente se resiste a tener una

misma identidad cultural."

-Felipe González

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Ariel Pennisi La globalización

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN .............................................................................................................................. 5

EL LARGO CAMINO GLOBAL ..................................................................................................... 5

CAPÍTULO 1 ...................................................................................................................................... 7

UN SIGLODE GUERRAS Y DE TENSA PAZ ................................................................................ 7

LA GUERRA FRÍA ......................................................................................................................... 9

CAPÍTULO 2 .................................................................................................................................... 10

EL FIN DE LA BIPOLARIDAD .................................................................................................... 10

CAPÍTULO 3 .................................................................................................................................... 12

PARADIGMAS Y NUEVA AGENDA INTERNACIONAL .......................................................... 12

CAPÍTULO 4 .................................................................................................................................... 14

HITOS DE LA GLOBALIZACIÓN ............................................................................................... 14

MEDIO AMBIENTE...................................................................................................................... 15

NARCOTRÁFICO, NUEVOS RICOS Y NUEVOS POBRES ....................................................... 16

NUEVOS TERRORISMOS............................................................................................................ 17

LA DESINDUSTRIALIZACION ................................................................................................... 17

LA ECONOMÍA MUNDO ............................................................................................................. 18

LA TRANSNACIONALIZACIÓN DE LAS EMPRESAS ............................................................. 19

ADIÓS AL FORDISMO ................................................................................................................ 20

UNA CRISIS REAL ....................................................................................................................... 22

CAPITULO 6 .................................................................................................................................... 24

GÉNESIS Y TRANSFIGURACIÓN DEL ESTADO ...................................................................... 24

FACETAS DEL ESTADO PLANIFICADOR ................................................................................ 25

LOS LÍMITES DEL ESTADO ....................................................................................................... 26

CAPÍTULO 7 .................................................................................................................................... 29

TECNOLOGÍAS EN LA GLOBALIZACIÓN................................................................................ 29

APÉNDICE ....................................................................................................................................... 34

GLOBALIZAR EL PROCESO ...................................................................................................... 34

GLOSARIO ...................................................................................................................................... 38

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA .............................................................................................. 40

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Ariel Pennisi La globalización

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INTRODUCCIÓN

EL LARGO CAMINO GLOBAL

A finales de 1999 un fenómeno mediático se apoderó del mundo. Todo occidente y gran parte

de Oriente se aprestaron a festejar el final del siglo XX y, desde ya, el final del milenio. De nada

valieron las voces eruditas que advertían que, histórica y científicamente hablando, el siglo (y el

milenio) terminaban a finales del año 2000. Una promocionada transmisión televisiva fue

registrando-minuto a minuto el devenir "del nuevo siglo" en Kuala Lumpur, Bangladesh, Damasco,

Madrid y México, pasando por cada una de las ciudades que se adherían al festejo mostrando, a

veces, lo mejor de sí mismas.

El festejo de "fin del milenio" un año antes de que este suceso se verificara, prefigura

claramente el fenómeno llamado globalización. Una idea (una idea de marketíng, dirán algunos) se

dejó correr y casi todo el mundo se entregó subyugado a esas celebraciones incomprensibles. La

idea de brindar con una humanidad que festejaba al unísono resultó sumamente atractiva para una

interesante porción de habitantes que descubría el mundo como un paisaje colorido, exótico y

alegre. Por un momento no hubo pobres, ni guerras, ni injusticias. Sólo fuegos artificiales, y un gran

abrazo universal.

Es que si la economía es la manifestación mas dura y discutible de la globalización, la cultura

es su mano blanda que todo lo abarca. La mano amable, unificadora, superficial y quizás engañosa,

como los mismos festejos de fin del milenio.

La globalización es un concepto que busca dar cuenta de la realidad como una sociedad

planetaria, más allá de fronteras, diferencias étnicas, credos religiosos, ideologías políticas,

condiciones socioeconómicas o culturales y barreras arancelarias. Así, se presenta como un proceso

cultural en el que la escala espacio-temporal de relaciones se amplia a un nivel planetario y que,

gracias al acelerado crecimiento tecnológico de las comunicaciones, modifica las condiciones de

desarrollo económico y social. Es decir, como se vio, sus alcances van mucho más allá de un plano

estrictamente económico.

La globalización implica un fenómeno material complejo que conlleva, además, una historia

particular. Por otra parte, el hecho de que se intente analizar su devenir, no significa, en modo

alguno, que se trate de algo inmutable. Por el contrario, año tras año las condiciones históricas

sufren transformaciones, con lo cual la globalización adquiere nuevas formas. No se puede definir

"globalización" como un concepto estático y cerrado sino como un proceso en permanente

evolución y que, a cada paso, acelera sus tiempos de un modo insospechado.

Los alcances del fenómeno obligan a reflexionar sobre sus implicancias sociales y cotidianas.

Para pensar sobre la globalización hay que contar con una variedad de herramientas tomadas de

distintas disciplinas (sociología, antropología, economía, semiología) y relacionarlas. Abarcar todo

el espectro de este debate excede los propósitos de estas páginas. Sin embargo, quienes se aventuren

en ellas podrán encontrar una guía para aprehender un fenómeno complejo e inacabado.

Sin dudas, comprender la globalización implica situar su origen histórico, explicar cierto

desarrollo y evolución, dar cuenta de sus consecuencias y arriesgar posibles desenvolvimientos

futuros. Si bien la existencia concreta de la globalización recién ha empezado apercibirse en estos

últimos años, su gestación data de tiempo atrás: este fenómeno es la consecuencia visible de una

serie de movimientos culturales (luchas, resistencias, cooperaciones) de alcance mundial.

A grandes rasgos, puede decirse que la globalización tiene tres características básicas:

Es multidimensional, porque afecta los diferentes órdenes de la vida social (institucional,

individual, político, etc.). Además es vincular, ya que se refiere a todas las relaciones humanas, sean

entre individuos o entre países, y es simultánea, puesto que el avance tecnológico, especialmente en

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telecomunicaciones, permite que las relaciones se establezcan desde cualquier lugar y en tiempo

real.

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CAPÍTULO 1

UN SIGLODE GUERRAS Y DE TENSA PAZ

En los inicios de la primera posguerra (1918), el presidente de los Estados Unidos, Thomas

Woodrow Wilson, con el propósito de garantizar la paz mundial, propuso la creación de un

organismo para mediar en los conflictos internacionales en base a criterios comunes y previamente

convenidos. Seis meses de negociación en Europa arrojaron como resultado el nacimiento de la

Sociedad de las Naciones. Pero, apenas regresó a su país, Wilson fue duramente criticado. Desde la

oposición, el Partido Republicano argumentó que Estados Unidos no se beneficiaría de semejante

participación; lo que el país necesitaba, explicaba, era disponer de independencia para el accionar

militar y económico.

De esta manera, EEUU no se integró al tratado que propuso su propio presidente.

Desacreditada desde sus orígenes, el inicio de la Segunda Guerra Mundial fue prueba elocuente de

la inutilidad de la Sociedad de las Naciones.

A lo largo de seis años, cerca de 61 países participaron de la que, todavía hoy, es considerada

como la más destructiva de las guerras de la historia de Occidente: nunca antes se habían llegado a

registrar tan altas pérdidas en vidas humanas'(se estiman en más de 55 millones), ni en dinero, ni en

una amplia gama de recursos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, se puso en evidencia el surgimiento de dos nuevas

superpotencias militares: la Unión Soviética y los Estados Unidos. Ambas se apoyaron en los

desarrollos experimentados en tres campos: la ciencia, la tecnología de punta y la industria. Fueron

precisamente éstos los que perfilaron un nuevo orden mundial. Y es que si en esos años la

superioridad armamentística se traducía en poder (político, económico), estos dos países no sólo

llevaban ampliamente la delantera, sino que, ademas, sabían disponer de ella.

Sin bien las aspiraciones hegemónicas imperialistas y el posterior fracaso de la Alemania de

Hitler parecían haber echado por tierra la idea de la dominación por la fuerza de otra u otras

naciones, nuevas metodologías comenzaron a aplicarse. No tan cruentas como las bombas

destruyendo ciudades, pero igualmente violentas en su sutileza y crueldad. El nuevo imperialismo

acechaba a un mundo indefenso.

Al finalizar los enfrentamientos, un EE.UU. ambicioso se convirtió en el prestamista que sus

antiguos aliados necesitaban para reparar la devastación. Las grandes potencias europeas, Gran

Bretaña y Francia, entre otras, a merced del crédito estadounidense, perdieron gran parte de su

posición de preguerra. El Japón, tras sufrir las consecuencias de dos bombas atómicas (una en

Nagasaki y otra en Hiroshima), debió acatar las condiciones impuestas por los Estados Unidos. Por

su parte, Alemania quedó sometida a las imposiciones de los vencedores, motivo por el cual, entre

otras concesiones, la nación fue dividida entre las potencias triunfantes, entre ellas la URSS, que

finalmente se quedó con la zona oriental del país.

Estados Unidos, interesado por el mercado europeo, propició la creación de organismos

internacionales dedicados exclusivamente a la economía. El Fondo Monetario Internacional (FMI)

y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD), nacieron en 1945 para

equilibrar y regular el comercio mundial eliminando restricciones del mercado internacional. A

éstos se sumó en 1947 el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT, según su sigla en

inglés), que derivó en la década del '90 en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La mayoría de los 23 países miembros (ninguno comunista) asistió a un discurso vacío: a

pesar de la proclamada igualdad de condiciones, las naciones dominantes (los Estados Unidos y la

renaciente Gran Bretaña) fueron las beneficiadas con sus políticas. Los líderes establecieron trabas

arancelarias a los productos del tercer mundo, lo que les dificultó competir en el mercado interno de

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esas grandes economías. Ademas, y como complemento, exigieron a las demás naciones una

política económica abierta, a fin de colocar su producción con facilidad.

Los países del Este reaccionaron y, como contrajugada soviética, nació el Consejo de Ayuda

Económica Mutua (COMECON), cuya misión no era otra que coordinar la actividad económica de

los Estados comunistas. Este bloque, integrado por la URSS, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia,

Hungría, Polonia, Rumania y la RDA (República Democrática Alemana, constituida en la región

oriental de ese país) terminaba de conformar la respuesta del bloque comunista al capitalismo

occidental.

La previsible disolución de la Sociedad de las Naciones dio origen en las postrimerías de la

Segunda Guerra Mundial, a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuya meta fundacional

es preservar la paz mundial, incluyendo tanto a Oriente como occidente.

Mientras tanto, la URSS, gobernada con mano de hierro por Iósiv Stalin, aceleró su

armamentismo y acrecentó su influencia en los países de Europa Oriental, que fueron ganados para

la causa comunista. Los países occidentales vieron esta situación como un peligro potencial para su

supervivencia. Ante este panorama, la lucha entre las dos superpotencias no se hizo esperar.

Hacia 1949 surgió la Organización Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyo objetivo es el

mantenimiento de la estabilidad y la seguridad para los países miembros, entre los cuales se

encuentran el Reino Unido, el Canadá, Francia, Italia y, por supuesto, los Estados Unidos.

La OTAN, un organismo destinado a buscar el equilibrio en seguridad internacional, y en el

que, supuestamente, todos los miembros gozan de igualdad de condiciones, se evidenció

rápidamente como un mero instrumento de la política estadounidense. La ausencia de

representantes de países del Este (comunistas) le dio al organismo un carácter de policía dedicado a

defender de " la amenaza comunista" a los países europeos.

Este enfrentamiento ideológico entre dos campos terminó por concretarse en 1955, con el

advenimiento del Pacto de Varsovia, que surgió como la contrapartida comunista de la OTAN. Este

escenario dividido en dos bloques permite hablar de dos grandes áreas de influencias o, si se quiere,

dos globalizaciones relativamente circunscriptas que, a través de la oposición entre la Unión

Soviética y los Estados Unidos, contenían a la mayor parte del planeta.

A este mundo dividido en dos partes,- se sumó un tercer actor, constituido por las naciones

más pobres. La lucha entre Norte y Sur tuvo como escenario privilegiado a la ONU, en la que los

países del tercer mundo, a pesar de no tener el mismo peso politico que los Marrollados, lograron

ser visibilizados como parte del escenario mundial. Llegada la década del '60, 67 países

subdesarrollados congregados en el grupo de No-Alineados, utilizaron su posibilidad de expresión

en la ONU para reclamar por intereses comunes. Los planteos del tercer mundo, sometidos a la

presión del enfrentamiento entre capitalismo y comunismo, que desvelaba a los líderes mundiales,

nunca lograron la respuesta deseada.

A pesar de la existencia de la ONU como ente en el que convergen los intereses comunes de

todas las partes, la división que produjeron la OTAN y el Pacto de Varsovia se hizo evidente.

El FMI, el BIRD y el GATT, como representantes del régimen económico hegemónico de

Occidente, sustentaban las ideas capitalistas. Si bien presentaron el capitalismo como la forma

económica que tiende al mayor bienestar para la mayor cantidad de personas, pronto se vio que su

mecanismo responde a intereses precisos de los países más desarrollados. El crecimiento económico

posterior, con sus avances y retrocesos, ha demostrado claramente quiénes se han beneficiado con este sistema y quiénes han quedado marginados.

Esta puja entre sorda y grandilocuente, marcada por provocaciones y sutiles amenazas, se

constituyó en lo que se dio en llamar la Guerra Fría. Esta amenaza latente postergó la ilusión de un

mundo pacífico y reveló que, tras los intentos unificadores, se evidenciaban diferencias reales entre

países.

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LA GUERRA FRÍA

Enfrentados por desacuerdos radicales, los Estados Unidos y la Unión Soviética tendieron a la

misma estrategia: reforzar su zona de dominio, ya bien demarcada, y establecer en ella su propio

sistema económico. Las armas tradicionales cedieron su protagonismo al manejo de información y

accionar subterráneo. Los soldados fueron entrenados en tareas de inteligencia, y los secretos del

enemigo constituyeron el botín que debían conseguir en sus operaciones. Era la Guerra Fría.

La tensión de esta etapa se vio reflejada en diversos productos culturales. En literatura, se

expresó en el auge del género de espionaje. El cine lo incorporó en las películas de acción y

suspenso en las que el conflicto estaba centrado en el enfrentamiento de los dos bloques.

Paradigmática es la secuela del agente secreto James Bond. Luego, también la televisión incorporó

el fenómeno en productos como Misión Imposible, Yo soy espía, El Santo o Los Vengadores, o su

visión satírica, El superagente 86.

Mientras que, hacia 1947, Estados Unidos creó la CIA (Agencia Central de Inteligencia) para

llevar a cabo operaciones económicas, premifitares y políticas vinculadas al enfrentamiento con el

Este de forma encubierta, la Unión Soviética organizó, en 1954, la KGB (Comité de Seguridad del

Estado), que se constituyó en la policía secreta de la alianza oriental.

En 1961, el conflicto obtuvo su representación material: los soldados de la RDA construyeron

un muro de hormigón de 47 kilómetros de extensión alrededor de Berlín Occidental. El Muro de

Berlín escenificaba la división entre Oeste y Este, el capitalismo de un Occidente comandado por

los Estados Unidos, y el comunismo guiado por la Unión Soviética. Era el mundo bipolar.

Paralelamente a la división mundial en dos polos dominados por potencias antagónicas,

comenzó a visualizarse otra antinomia, cuya relación de fuerzas resultaba desequilibrada. Esta vez

la linea divisoria se trazaba a partir de los hemisferios. La pertenencia al Norte presuponía

desarrollo o dominación, y lo contrario estaba expresado en el Sur.

En 1961, la Organización de Países No-Alineados (surgida en los comienzos de la Guerra

Fría) consumó su primera cumbre, la Conferencia de Belgrado, y definió sus objetivos principales.

Líderes políticos como Sri Jawaharlal Nehru (primer ministro de la India), y los presidentes

Achmed Sukarno (Indonesia), Gamal Abdel Nasser (Egipto), Kwame Nkrumah (Ghana), Sékou

Touré (Guinea), y Josip Broz (el célebre Mariscal "Tito", de Yugoslavia) convirtieron en meta de la

Organización el hecho de que las naciones política y económicamente sometidas se independizaran

de la dominación extranjera, lo cual implicaba, también, la descolonización de un gran número de

países de Asia y América.

El escritor marxista Frantz Fanon calificó este nuevo bloque en pugna con el concepto de

"tercer mundo", constituido por los países que se encuentran en inferioridad de condiciones

económicas y tecnológicas respecto de los mundos capitalista y socialista. Pero, de hecho, este

bloque, caracterizado por una gran heterogeneidad, nunca consiguió aunar estrategias comunes para

enfrentar a las potencias. Alineados con una u otra, los países sufrieron individualmente las

presiones y las reprimendas del bloque con el que se sentían más comprometidos.

De este modo, la escena política y económica quedó planteada, por un lado, como una

división de dos polos opuestos liderados por dos países hegemónicos (la bipolaridad); y un "tercer

mundo" constituido por las naciones más necesitadas que se aglutinaron para sumar fuerzas en sus

reclamos.

En la práctica, el bloque soviético reunía los países del Este europeo, alguna nación asiática,

alguna que otra africana y Cuba, en América Latina. El resto del globo, salvo la extensísima China,

que vivía una revolución comunista pero encerrada en sí misma, quedó bajo la órbita

estadounidense. Así, el capitalismo se constituyó en un sistema globalizador.

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CAPÍTULO 2

EL FIN DE LA BIPOLARIDAD

A partir de la posguerra, el capitalismo, como sistema, se desarrolló a mayor velocidad, y el

avance tecnológico apoyó esta evolución, como lo evidencia la ascendente importancia de los

Estados Unidos.

La URSS, por su parte, jugó el rol de abastecedora de tecnología y, a la vez, contenedora

económica del bloque comunista, pero su posición se debilitó progresivamente hasta perder la

carrera tecnológica. A medida que la producción decrecía, el abastecimiento y el consumo interno

de bienes y alimentos se debilitaba. Entre 1981 y 1985, el PBI (Producto Bruto Interno) de la URSS

cayó al 2% anual, y empeoró cada año. La incapacidad de su sistema económico para asegurar un

desarrollo interno competitivo con el capitalismo hizo que perdiera la confianza (y lealtad) de los

países que se encontraban bajo su esfera de influencia. Así, el régimen se fue degradando

políticamente hasta derrumbarse. Este marasmo obligó al primer ministro Mijañ Gorbachov a

instrumentar una serie de reformas que se conocieron con el nombre de la " Perestroika", la cual

implicó la apertura de las puertas a Occidente y el abandono definitivo de la "Doctrina Brezhnev",

que había marcado la última década de la política exterior soviética.

Impulsada por Leonid Brezhnev (1906-1982) en los años '60, la llamada "Doctrina Brezhnev"

afirmaba que los Estados comunistas podían intervenir en los asuntos internos de los demás países

si consideraban amenazado su sistema político común (se la llamó también "teoría de la soberanía

limitada").

El progresivo deterioro económico y político del bloque soviético hizo implosión en 1989,

cuando la caída del Muro de Berlín decretó el fin de la experiencia comunista soviética. La debacle

de un poderoso coprotagonista replanteó las relaciones internacionales, en un proceso conocido

como "el fin de la bipolaridad".

En términos económicos, el fin de la bipolaridad significó el triunfo implícito, aunque no

comprobado en términos de eficiencia, del liberalismo, que devino prontamente en neofiberalismo,

con el libre mercado como valor supremo.

Puesto el mercado en el centro de la escena, los Estados Unidos, el Japón y la Comunidad

Económica Europea (más adelante Unión Europea), comenzaron a presionar a las economías

periféricas para que se "abrieran" al mercado internacional. Con el gran desarrollo tecnológico

como aliado, y una omnipresente industria cultural, el neofiberalismo se lanzó hacia la etapa de la

dominación del globo.

Al diluirse la bipolaridad, los países capitalistas llevaron adelante una lucha de poder en la

que la ideología no jugaba ya un papel conflictivo. No se planteaban ahora las conveniencias de tal

o cual sistema, sino que las probables disputas se suponían inscriptas dentro del capitalismo, lo que

descartaba la posibilidad de cambios estructurales.

El debate ideológico dejó de ser central pues ya no había ideas que confrontar.

La preeminencia de un bloque ideológico instaló un discurso dominante. Es lo que se dio en

llamar el "pensamiento único" propio del "hombre unid¡ mensional", como lo describiera el filósofo

alemán Herbert Marcuse, en el libro que lleva, precisamente, ese título. Sintéticamente, Marcuse

sostiene que el sujeto no concibe distintas posibilidades de vida, ni la modificación del sistema

imperante, sino que sólo puede pensar en cambios leves y superficiales.

Terminada la disputa EsteOeste, recrudeció la contradicción en la antigua polaridad que

enfrentaba, al menos en teoría, al Norte desarrollado contra el Sur subdesarrollado. El primer

bloque, constituido por los países que acumulan la mayor cantidad de riquezas, sigue "progresando"

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Ariel Pennisi La globalización

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y avanzando en materia tecnológica. Es ideológica y económicamente el referente; es el primer

mundo. Por su parte, los países del tercer mundo no logran reconvertir sus economías y se

encuentran en una situación de crisis casi sin salida. Son naciones asediadas por el malestar social y

la corrupción política, con industrias de escasa envergadura y con mercados a merced de la

especulación financiera internacional.

En este contexto, Estados Unidos emerge como la cabeza de un mundo unipolar. Su primacía

no está marcada solamente por el poder económico. Además, mediante la manipulación de

organizaciones internacionales, como la OTAN, tiene un papel preponderante como gendarme del

mundo.

Esta situación quedó debidamente demostrada en febrero de 1999, en la llamada crisis de

Kosovo, cuando la OTAN inició una operación militar aérea, que se tradujo en el bombardeo de

distintos puntos del territorio de la República Federal de Yugoslavia.

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CAPÍTULO 3

PARADIGMAS Y NUEVA AGENDA INTERNACIONAL

El filósofo Thomas Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas, 1962) define

paradigma como un conjunto de creencias, valores y técnicas compartidos por una comunidad

científica. Este concepto se usa como herramienta teórica que permite organizar el mundo a partir

de la definición de soluciones más o menos universales. Al delimitar una determinada

problemática'.de época, es posible abordarla e, inclusive, observar su desarrollo. Es que, al

tratarse de un concepto histórico, el paradigma evoluciona a la par de las realidades, sufre crisis, da

lugar a un nuevo paradigma y, con él, a nuevas concepciones del mundo.

Un paradigma, en tanto concepción del mundo, responde a intereses (personales, colectivos,

institucionales), y se convierte en factor de dominio de la realidad por intermedio de la razón.

En las primeras décadas del siglo XX las relaciones internacionales se encarrilaron,

principalmente, bajo dos paradigmas: idealismo y realismo. El idealismo, que tiene fe en la capacidad

de los valores humanos para erradicar la guerra, es el que guió a Thomas W Wilson a proponer la

Sociedad de las Naciones como garantía de la paz mundial. De acuerdo con el filósosufo francés

Michel Foucault, esta concepción es una transfiguración de la reli gión, ya que funciona a través de

la creencia (la fe), pero actúa de una manera encu bierta. Los valores humanos y su

existencia son asumidos como naturales, sin cuestionar sus orígenes. Así es como a lo largo de los

años, valores creados por determinadas instituciones se instalan en las sociedades y, proceso de

naturalización mediante, asumen el carácter de universales.

Los individuos los incorporan a su moral privada y les ceden espacio en la constitución de su

concepción del mundo. Esto es, precisamente, lo que sucedió con el humanismo y su ciega

confianza en el progreso de la especie. Tras dos guerras mundiales, y vista la imposibilidad de

unificar las naciones, la idea de progreso humanitario entró en crisis.

El otro paradigma, el realismo, sostiene también concepciones ideales del mundo, pero, como

su actitud es esencialmente conservadora, lo hace de manera diferente al idealismo. Impuesto en el

discurso oficial al promediar la Segunda Guerra Mundial, este paradigma postula la aceptación de la

realidad sin ningún cuestionamiento previo. No es posible plantear ni generar cambios cualitativos:

lo que hay es como es.

Gracias a esta perspectiva, en medio del clima de pre y posguerra, los conceptos de poder y

seguridad (tanto nacional como de bloque) respondían exclusivamente a la posición hegemónica de

los Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental. En el caso del realismo, el enunciado

universal (o universalizable) es el de realidad, a la que se describe como objetiva e inamovible.

Aplicar sobre ella cualquier modificación cualitativa implicaría pasar a un orden distinto de lo real,

por lo que resulta impensable; los únicos cambios permitidos, en consecuencia, son los

cuantitativos. Lo "real" es para los realistas tan inmóvil como lo "ideal" para los idealistas.

Hacia fines de los '70, el concepto de interdependencia (que delata el papel que juegan las

instituciones y empresas transnacionales) comenzó a desplazar al paradigma realista: se tenía en

cuenta la presencia de actores no territoriales. Esta perspectiva define la civilización; como

conformada por actores mundiales, no por países o etnias. Borra así las diferencias propias de las

identidades nacionales en aras de una aparente unificación mundial. Éste fue el paradigma

motorizador de la naciente globalización.

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La internacionalización de las relaciones, sostienen sus defensores, significa un avance

económico, político y social, es decir, que el nuevo paradigma implica la noción de progreso, de

evolución humana. Por el contrario, y aunque se inscribe en la tradición liberal, este modelo no

postula nuevas realidades, sino que se asienta sobre las bases de su antecesor, el realismo, y lo

adecua a las circunstancias. Se trata, por lo tanto, de un paradigma netamente conservador. Se

aclama, sí, un nuevo capitalismo, pero se silencia que la novedad reside exclusivamente en cambios

cuantitativos que benefician a los grupos económicos más poderosos.

La interdependencia tiene, desde ya, detractores. El neomarxismo y el posestructuralismo

mantienen visiones críticas, a la vez que postulan la necesidad de cambios estructurales. Estas

teorías, tras establecer una relación directa entre decadencia económica y pobreza educativa,

afirman que no se puede intervenir sobre la pobreza si antes no se actúa sobre la realidad. Mejorar

el sistema es insuficiente, sostienen. Es necesario cambiarlo, y eso, dadas las bases realistas de la

interdependencia, resulta imposible desde ese paradigma.

En la agenda internacional de la posguerra, a la luz de esa cruenta experiencia, se impuso

como tema central el mantenimiento de la paz mundial. En el período que sucedió al fin de los

enfrentamientos, primaba la idea del Estado-nación, con el paradigma realista presidiendo el

discurso. Por lo tanto, en materia de agenda, las naciones tenían más importancia que los planteos

internacionales.

Pero ese gran caldo donde se cocinaban síntomas novedosos, alto desarrollo tecnológico y

crisis de representatividad, sufrió un vuelco dramático con un hecho que los más sutiles servicios de

inteligencia no pudieron prever: la caída del Muro de Berlín en 1989.

La destrucción de este murallón, transformado durante casi 30 años en símbolo del

desencuentro y la tensión internacional, implicó el inminente derrumbe de la Unión Soviética y su

rápido desmembramiento. En pocos meses el mundo se encontró con un nuevo mapa, más

atomizado, y por cierto no menos conflictivo que el conocido hasta ese momento.

La defenestración de uno de los adversarios implicó no sólo el triunfo del otro, sino el triunfo

de su idea. Dadas las condiciones, Estados Unidos se erigió en principal actor y director de un

nuevo drama.

Así, cuando el paradigma realista cedió su espacio al interdependista, la percepción del

mundo se modificó sensiblemente: el pensamiento se orientó hacia lo sistemico: comprende al

mundo como un conjunto complejo de interrelaciones y permanentes influencias mutuas, tanto entre

países como entre instituciones e individuos. La agenda internacional sufrió una transformación, e

incorporó la globalización entre sus prioridades.

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Ariel Pennisi La globalización

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CAPÍTULO 4

HITOS DE LA GLOBALIZACIÓN

Además de la situación política en constante tensión, otros múltiples efectos confluyeron para

prefigurar un panorama complejo y dinámico. Entre ellos, se destaca la decisiva inclusión de la

tecnología en las transacciones comerciales v en la vida cotidiana de los individuos. Por otra parte,

es significativa la aparición de temas novedosos o ignorados hasta ese momento. A medida que

cedía la tensión de la Guerra Fría, el medio ambiente aparecía como centro de preocupación, y un

nuevo flagelo se extendía por todo el mundo. La proliferación del consumo de drogas ¡licitas

generó uno de los negocios más espectaculares del siglo: el narcotráfico. El otro negocio más

redituable es un viejo conocido: el tráfico de armas.

Otro fenómeno observable es que la economía de producción mutó por otra donde prevalecían

las prácticas especulativas. La creciente transnacionalización de las empresas completaba el

panorama de un mundo que empezaba a prefigurar lo que en la última década del siglo se llamaría

"globalización".

TELECOMUNICACIONES Y “ALDEA GLOBAL”

En la década del '60, el canadiense Marshall Mc Luhan acuñó su concepto de "aldea global"

para augurar el advenimiento de una "nueva galaxia". Para ello se basó en el desarrollo tecnológico,

fundamentalmente de transportes y medios de comunicación.

Los elementos técnicos, explica Mc Luhan, constituyen extensiones, prótesis del cuerpo

humano: el teléfono continúa a la oreja y la boca; el vehículo automotor a las piernas; y la pantalla

televisiva a los ojos. Pero estos simulacros no son, en manera alguna, objetos neutros, sino que, al

ser partícipes de las prácticas sociales, transforman la vida cotidiana y colaboran en la construcción

de las subjetividades, Y no casualmente. Basta repasar brevemente la evolución y las características

de los medios de comunicación para verificar esto y, además, remitirse a los orígenes de la

globalización.

La aparición de la telegrafía sin hilos, hecho que Mc Luhan bautizó como "galaxia Marconi",

buscó acelerar la velocidad de circulación de la información.

Posteriormente, el teléfono y el cine proveyeron el soporte tecnológico para el desarrollo de la

radio y la televisión respectivamente, cuya importancia creció con los años.

Estas tecnologías, que comenzaron como experimentos científicos v herramientas

comunicacionales v recalaron en sofisticaciones bélicas, determinaron, por un lado, que la

transmisión de información ganara terreno en la lucha por el poder (político, económico, militar)

pero, a la vez, tuvieron consecuencias considerables en la vida cotidiana.

El abrumador desarrollo de la televisión la convirtió en la industria del entretenimiento por

excelencia. A partir de ella se desarrolló una cultura "ojocentrica" que otorga valor de realidad a lo

que ve, y no a lo que oye o imagina. Lo que se muestra es asumido, sin más, como real. Además,

por ser un electrodoméstico, desplazó al cine en su condición de entretenimiento más accesible v

barato. Esta característica,alienta la tendencia del individuo a permanecer en su casa, donde accede

a información y distracción sin salir a la calle. Más adelante le agregó la posibilidad de consumir

desde su propio sillón, gracias a los sistemas de venta por TV.

Con la incorporación del satélite, "arma" fundamental en el apogeo de la Guerra Fría, la

televisión se constituyó en el sistema más sofisticado y "globalizador" del siglo XX.

La llamada "carrera espacial" comenzó en diciembre de 1957, cuando la Unión Soviética puso

en órbita el primer satélite artificial dedicado al estudio de la iconosfera y la propagación de las

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ondas radioeléctricas. Pero no fue hasta abril de 1965 cuando pudieron efectuarse verdaderas

transmisiones televisivas. En ese año, y tras varias pruebas por parte de ambas potencias, Estados

Unidos lanzó el cohete Intelstar y logró conectar América y Europa mediante canales telefónicos

bilaterales y un canal de televisión.

Desde entonces, su explotación permite la transmisión de todo tipo de información (sonora,

visual o ambas) durante las 24 horas del día. A esto se refiere Mc Luhan al hablar de simultaneidad:

el planeta puede conectarse con diferencia de segundos (los que demande la señal). Así, se vencen

las barreras de espacio y tiempo. En este sentido, otro ejemplo contundente lo constituye la fusión

entre telefonía e informática, cuyo acelerado progreso en la última década del siglo desembocó en la

"Era Internet".

En resumen, el enorme desarrollo de tecnologías útiles para conectar personas, instituciones y

empresas de todo el mundo, genera cambios en las relaciones humanas y en las condiciones sociales

en que éstas se producen. La tendencia de las últimas décadas marca un significativo cambio de

rumbo: de lo local a lo global. Así, desde la tecnología, y con la cultura como punta de lanza, la

globalización comenzó a manifestarse mucho antes de que el término hubiera sido usado para

describir hábitos, conductas y hasta, si se quiere, ideologías, que prefiguraban un nuevo mundo.

MEDIO AMBIENTE

En lo inmediato, la globalización trae aparejada la repercusión mundial de temas locales: si un

barco derrama petróleo en la costa atlántica, se escucha una alarma mundial por el daño infligido al

ámbito marino. El problema, dice la globalización, es mundial, y no una cuestión entre países. En

este sentido, y al dejar de ser la paz mundial su mayor (o única) preocupación, la ONU ha

comenzado a tratar otros temas, también de índole planetaria, pero referidos a distintas formas del

"bienestar", como la observación de los derechos humanos.

No todos los temas, sin embargo, son planteados por igual, sino que, en base a la relevancia

que puedan tener para el "bienestar común", se establece una jerarquía. Hacia 1990, la agenda

global privilegiaba, por ejemplo, el tratamiento del narcotráfico, el proteccionismo comercial, la

violencia por razones étnicas, las migraciones, el medio ambiente, y el avance cientifico y

tecnológico. En un segundo plano, se encontraban el terrorismo, la pobreza o las explosiones

demográficas. Nada se decía, por otra parte, de temas como la deuda externa de los países

subdesarrollados.

La preocupación por el medio ambiente se constituyó en un tema emblemático, básicamente

por dos razones. En primer lugar, registró un crecimiento persistente desde los primeros años de la

década del '70, en especial tras la conferencia sobre Medio Ambiente Humano que la ONU realizó

en Estocolmo, en 1972. En segunda instancia, se universalizó rápidamente y movilizó, más que

ningún otro, a organizaciones no territoriales (es decir, sin nacionalidad) con dedicación exclusiva,

como es el caso de Greenpeace.

Durante los años '70, a medida que la preocupación social por el medio ambiente iba en

aumento y que superaba las fronteras de lo nacional, el discurso oficial la incorporó como tema. El

fenómeno social es animado por distintos grupos: los minoritarios, que tienen una participación

activa y trabajan de manera directa sobre problemáticas particulares, que pueden, sin embargo, tener

proyección internacional. Por otra parte, están los mayoritarios, que opinan pero no comprometen

sus actos; y los dirigentes, tanto empresariales como gubernamentales, que se rigen por intereses

sectoriales.

Los mayores responsables de los males ambientales son los países industrializados, cuya

legislación no controla suficientemente las actividades industriales. Las naciones con economías

emergentes, por su parte, ven reducidas las posibilidades de actuar, porque los grupos empresariales

que sostienen el circuito económico son los que suelen favorecer o ser permisivos con la

contaminación. Si bien generan recursos, su ganancia no contribuye estructuralmente a la economía

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Ariel Pennisi La globalización

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de la nación en que trabajan. Los intereses "ambientales" del país suelen contraponerse a los de las

empresas transnacionales y, a menos que el Estado sea lo suficientemente fuerte como para regular

la situación, estas conductas se retroalimentan.

Los niveles de complejidad del conflicto varían de acuerdo a su escala. Si es de orden local,

confrontará menos intereses y, por lo tanto, el gobierno y las instituciones no gubernamentales

tendrán más margen de acción. En cambio, si es global, involucra a gran cantidad de empresas y

consumidores, lo que dificulta su resolución. Y es que toda actividad fundada en la lógica de corto

plazo se contrapone a cambios fundados en procesos largos. Los productos deben ubicarse

rápidamente, los mercados tienen que reportar ganancias hasta agotarse; por lo tanto, el único

aspecto social que contempla este funcionamiento es el consumo. No hay lugar, pues, para planteos

de largo plazo sobre preservación del medio ambiente.

El recalentamiento de la Tierra es un ejemplo acabado: las entidades independientes nada

pueden hacer frente a un circuito montado en torno al consumo de productos cuyos desechos

generan elementos contaminantes. Para el caso, ni siquiera los activistas ambientales están exentos

de semejante circuito.

La vastedad de los intereses en juego y la dificultad de concertarlos todos obligan a pensar

que una solución al conflicto del medio ambiente aún es remota. Por una parte, para cumplir con la

ley, muchas empresas deben invertir en nuevos sistemas de eliminación de desechos, pero la

voluntad política para lograr el cumplimiento de la legislación vigente es escasa. Por otra parte, en

algunas ocasiones los legisladores directamente se niegan a generar y tratar proyectos de ley

relacionados con el tema.

Las innumerables trabas que la ONU, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y los

gobiernos encuentran a la hora de actuar, demuestra el antagonismo entre la globalización de

intereses comunes a la humanidad (que requieren soluciones globales) y el funcionamiento del

sistema capitalista, cuya lógica responde a la puja de intereses.

Más allá de discursos voluntaristas, es en la práctica donde se refleja el poder real de cada una

de las partes.

NARCOTRÁFICO, NUEVOS RICOS Y NUEVOS POBRES

La inquietud internacional por el narcotráfico y la drogadicción, que se manifestó por primera

vez en la conferencia de Shangai de 1909, ha derivado, a lo largo del siglo, en una serie de

organismos cuyas acciones nunca han resultado satisfactorias.

El ascenso de los niveles de consumo y, en consecuencia, el movimiento de grandes sumas de

dinero, convierte el tema en una de las prioridades de las agendas nacionales y global. Sin

embargo,.su tratamiento resulta difícil, principalmente por dos cuestiones: la larga cadena de

actores sociales involucrados y los desacuerdos sobre los métodos para controlarlos.

El tráfico de drogas se realiza gracias a un complejo circuito en el que participan actores con

distintos grados de implicancia. A extensos campos de cultivo de coca, por ejemplo, es preciso

sumar los campesinos que la cosechan, los trabajadores que la procesan, distribuidores, vendedores

y consumidores. Esto genera una red de intereses en juego que involucra tanto a instituciones

bancarias como a formaciones paramilitares y guerrilleras, empresas y funcionarios

gubernamentales, sin cuya complicidad el mercado no podría asimilar las inconmensurables sumas

de dinero "negro". Así, al narcotráfico y la drogadicción, se suma ahora el lavado de dinero mal

habido.

Por otra parte, las divergencias sobre los métodos para dar respuesta al consumo y al tráfico

frenan las acciones. Se reconocen dos posiciones dominantes: una propone atacar la producción

misma, y la otra se centra en luchar contra el consumo. De todas maneras, en este aspecto el

principal problema son (o parecen ser) los costos económicos que comporta emprender la represión.

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La producción de hoja de coca, por ejemplo, se ha transformado en la única forma de vida de

vastas poblaciones latinoamericanas.

El alto valor agregado de la producción hace difícil la instrumentación de cultivos alternativos

que compensen, aunque sea parcialmente, los ingresos de esos sectores rurales empobrecidos y

marginales.

Esta problemática se potencia merced al crecimiento de la pobreza. El desarrollo, el triunfo

del capitalismo, la deposición de las luchas ideológicas, que implicaban, según no pocas voces,

terminar con las desigualdades en el mundo, no hicieron sino acrecentar este flagelo persistente y

omnipresente.

Esta problemática, reconocida ya por los organismos internacionales, aparece, sin embargo,

sólo como recurso retórico. Tras años de corrupción y dirigismo, los países periféricos se hallan

agobiados por el peso de las deudas externas. Parece difícil encontrar soluciones a la marginación y

el empobrecímiento, sin tener en cuenta este condicionarte.

NUEVOS TERRORISMOS

El terrorismo y los derechos humanos, temas recurrentes en las sesiones de la ONU, presentan

una serie de conflictos en cuanto a soluciones y acuerdos. Tras la finalización de la Guerra Fría,

muchos países experimentaron un costoso y lento retorno a la pacificación, caracterizado por la

deposición de las armas por parte de los grupos insurgentes.

Este fenómeno se ha extendido prácticamente por todo el mundo, siendo los más destacables

los procesos pacificadores de América Central y África. Sin embargo, la solución al problema

global no parece cercana. Superado el enfrentamiento ideológico planteado a partir de la segunda

mitad del siglo XX, los nuevos movimientos insurgentes tienen tantas motivaciones como variadas

son las geografías donde se desenvuelven.

En Colombia, la guerrilla aparece vinculada a los negocios del narcotráfico. En México, los

movimientos indigenistas, históricamente hambreados, y marginados, pusieron en jaque a una

democracia débil y corrupta. En los Balcanes, quedaron demostrados el fracaso de la lógica racional

de Occidente y la fuerza de las reivindicaciones étnicas y religiosas.

El desmembramiento de los bloques ahuyentó, por cierto, el riesgo de un conflicto global

pero, inesperadamente, activó decenas de conflictos locales, sumergidos por décadas de

autoritarismo y dirigismo. Ya no se lucha por imponer ideas, sino por algo más profundo, ancestral

e irracional; la raza o la religión son los disparadores de antagonismos para los que el racionalismo

occidental no ha encontrado remedio.

LA DESINDUSTRIALIZACION

Entre el final de la segunda Guerra Mundial y 1970, el mejoramiento de las técnicas de

producción (basado en la división del trabajo y el aprovechamiento de energía, entonces barata,

como el petróleo y la electricidad) permitió altas tasas de crecimiento económico y, por lo tanto, la

posibilidad de una gran acumulación de riqueza. Pero en 1971, cuando el dólar entró en crisis, la

Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) revisó su política y elevó sensiblemente

los precios de sus exportaciones de crudo.

A partir de los '80, las bajas en la producción de bienes, base de la economía comunista, y la

importancia creciente del mercado financiero y la especulación, marcaron la progresiva decadencia del comunismo y la evolución del capitalismo.

El capital comenzó a abandonar el sector de la economía real (la producción de bienes

mediante el uso de la fuerza de trabajo) para reproducirse en juegos financieros, por lo que la

industria se debilitó progresivamente. En otras palabras: se impuso una forma nueva de

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acumulación, la que se constituyó mediante inversiones en bolsas financieras y especulación

bancaria.

El capital , transnacional, de origen privado pero puesto a trabajar en distintos países para

beneficio propio, le ganó la partida a la producción industrial. La transnacionalización de las

empresas, como se verá en el próximo capítulo, fue el signo que marcó el final de siglo. El

neoliberalismo, consagrado como ideología dominante 9 herramienta de dominación, preanunciaba

el comienzo de la era globalizada.

LA ECONOMÍA MUNDO

Se ha definido el concepto de "economía mundo" como la hiperconexión a distancia de

ciudadanos e instituciones que producen intercambios financieros. Cuando las economías

nacionales son sometidas a un mayor control, prevalece la "economía mundo".

Para referirse al último estadio de la economía global, a su actual situación estructural .y

tecnológica, el ensayista Alvin Toffier acuña la noción de "tercera ola", en un libro de gran difusión

a principios de los '80. Esta definición es posible a partir de caracterizar a la economía global en

contraposición a dos momentos anteriores: la primera y la segunda ola.

Las economías de la primera ola, surgida hace 10.000 años junto con la agricultura, centran su

funcionamiento en los recursos naturales. En este marco, los saberes apreciados son aquellos

aprehendidos por imitación y que pueden aplicarse al trabajo rudimentario, por lo que la

alfabetización es básica.

Los productos que se ofrecen no son del orden de la manufactura, ni se valoran en función del

conocimiento que se aplicó en su producción; se trata, en realidad, de mercados aptos para cosechas

y materias primas en general. Quienes todavía forman parte de la primera ola (en un sentido

actualizado) quedan al margen del sistema global, pues apenas logran autobastecerse, y están lejos

de alcanzar un mínimo grado de competitividad.

La segunda ola, en cambio, se inició con la Revolución Industrial, cuando las técnicas se

mejoraron para optimizar la producción. Se impuso, entonces, la adquisición de saberes más

específicos que permitieran desarrollar las manufacturas, cuya elaboración resultaba cada vez más

compleja.

La importación de productos industriales, y no las materias primas (que, en muchos casos, se

importan), es lo fundamental en este estadio. Pero la industria deja fuera del mercado global a las

economías tercermundistas, que tienen serios problemas para adaptarse a la nueva economía

mundial. El desfasaje entre su forma de producir (ya en crisis) y los requerimientos del mercado

globalizado acentúan la desigualdad. El "atraso" económico y tecnológico aleja, cada vez más, a los

países subdesarrollados de las potencias.

Las "posnaciones" que conforman la tercera ola descripta por Toffler, no necesitan

importantes extensiones de territorio como los productores de la primera ola, ni tampoco grandes

volúmenes de materias primas como los de la segunda. Precisan energía y alimentos, pero no como

factores primordiales para la generación de riqueza, porque la materia prima de su producción son

los conocimientos que sirven al mercado de la información. Así, los líderes de la nueva economía

requieren tanto "el control de bancos mundiales de datos y redes de comunicación" como

"mercados para productos y servicios de información intensiva".

En otro trabajo, Las guerras del futuro, Toffier sostiene que a esta altura los nuevos líderes

cuentan con "servicios financieros, asesoría de gestión, programas informáticos, banca, sistemas de

reservas, información sobre créditos, seguros, investigación farmacéutica, gestión de redes,

integración de sistemas de información, información económica, sistemas de adiestramiento,

simulaciones, servicios noticiosos, y todas las tecnologías de información y telecomunicaciones de

que dependen éstos".

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Este proceso descripto por Tofflér, ha sido llamado por otros teóricos la Tercera Revolución

industrial, basada en tecnologías de alto desarrollo (high tech). Estas tecnologías constituyen

también un factor que resalta las diferencias entre grupos económicos. Para Toffler, el avance

tecnológico se puede ver como un archipiélago de progreso en medio de un mundo de pobreza. Por

eso, los países que no lograron superar la fase de la primera y la segunda ola se ahogan en las aguas

del mercado internacional v no consiguen adaptar sus estructuras y sus dinámicas a los nuevos

requerimientos de la economía mundo.

LA TRANSNACIONALIZACIÓN DE LAS EMPRESAS

En la segunda posguerra, como se señaló, Estados Unidos aprovechó su fortalecimiento

económico para introducirse en el mercado europeo. La aplicación del Plan Marshall, el primer

paso de esta estrategia, significó una importante asistencia económica para las naciones

perjudicadas por la contienda, pero también el inicio de la penetración de corporaciones

estadounidenses en la economía europea. Posteriormente, la creación del FMI y el Banco de

Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial) completaron el panorama propicio para que las

inversiones de la nación americana se expandieran y, a la vez, fijaran sus condiciones en el

comercio internacional. Éste fue, pues, el mecanismo que impuso al dólar como medio de

intercambio monetario y reserva universal.

En estas condiciones, las empresas transnacionales estadounidenses ganaron rápidamente el

liderazgo, aunque el Japón y los países más desarrollados de la Unión Europea disputaban su

primacía. Hacia la década del '80, los grupos de mayor envergadura concentraban y manejaban el

70% de los ingresos y el 83% de las Inversiones Extranjeras Directas (IED), es decir, aquellas que

no se destinan al mercado financiero. Esto da una idea de cómo se constituía el nuevo orden

mundial.

La economía global se caracteriza, básicamente, por el predominio de las empresas

transnacionales que, gracias a una poderosa expansión, están presentes en gran cantidad de países (a

través de filiales o subsidiarias) y concentran la mayor parte de la riqueza. Por otra parte, estas

grandes empresas, surgidas en los inicios de la posguerra, generan o absorben subsidiarias más

pequeñas, que terminan conformando "grupos económicos". En este sentido, es paradigmático el

ejemplo que ofrece la empresa japonesa Mitsubishi, que con más de 85 sedes y filiales en todo el

mundo genera diariamente 60.000 órdenes que vinculan su proceso de producción y

comercialización en forma instantánea. En las últimas décadas, el poderío económico de las

transnacionales creció al punto de permitirles manejar gran parte de la producción, el empleo y las

transacciones comerciales a nivel global. No se trata de un dato menor: tamaña incidencia afecta, de

manera directa, al Estado en tanto ente regulador, y repercute en los corazones de las economías

nacionales.

Este tipo de empresa se caracteriza por un funcionamiento vertical en el que la toma de

decisiones y la planificación están centralizadas, y el sector de producción -de acuerdo a la

conveniencia circunstancial y las ventajas comparativas que ofrezcan las regiones- se ubica en

diferentes espacios geográficos. La contabilidad de la empresa aeronáutica europea Swissair se hace

en la India, por ejemplo. Por su parte, el mayor fabricante de calzado deportivo del mundo, la

estadounidense Nike, no tiene ninguna fábrica en su país de origen.

Las ventajas que los países obtienen de estos manejos son relativas, ya que, muchas veces, las

materias primas y la mano de obra son reemplazadas por avances tecnológicos. A la hora de tomar

las decisiones, la "casa madre" no se detiene a sopesar las consecuencias que sus planes pueden

desencadenar en el país que aloja la filial, sino que adopta una perspectiva global.

Esta incidencia de las "empresas globales" (transnacionales) en las políticas económicas de

las naciones en particular, se acentúa cuando se trata del tercer mundo. Estos países, con economías

quebradas o seriamente debilitadas, se vuelven dependientes de las inversiones extranjeras, y

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pierden capacidad de desarrollo propio. Es por esto que se tornan vulnerables a las decisiones de los

grupos financieros mas poderosos, al punto de que el gerente de una empresa transnacional puede

estar en condiciones de negociar con el Ministro de Economía de una nación, en un mismo nivel de

decisión.

Este movimiento de capitales, además de beneficiar a los países desarrollados, juega un doble

papel en lo que respecta a las naciones pobres. El hecho de que las transnacionales inviertan en el

tercer mundo no fortalece esas economías débiles. Por el contrario, si bien genera movimiento

económico (producción, empleo, etc.), al no competir en igualdad de condiciones, en muchos casos

se dificulta el desarrollo de las industrias nacionales.

Otra modalidad a tener en cuenta son las privatizaciones, que permiten a las transnacionales

tomar posesión de las antiguas empresas estatales y administrar sus recursos. Mediante estas

transacciones, las "empresas globales" no sólo obtienen un considerable margen de ganancia, sino

que además se adueñan de un espacio de poder. En algunos países latinoamericanos, el Estado no

está en condiciones de regular el funcionamiento de las empresas privatizadas, por lo que las tarifas

son fijadas a voluntad por los nuevos dueños.

Por otra parte, hacia 1991, el 80,1% de las IED se repartía entre los Estados Unidos, el Japón

y la unión Europea. El porcentaje restante, un 19,9%, se distribuía entre las naciones mas

necesitadas, es decir, la mayoría del planeta.

Así, este tipo de economía tiene por actores principales a las empresas transnacionales, que se

expanden a nivel planetario, pero evitan repartir la riqueza de la misma manera. Esos beneficios,

por el contrario, se distribuyen entre una minoría "privilegiada", que suma a su poderío económico

una importante red de influencias políticas.

ADIÓS AL FORDISMO

Como consecuencia de la transnacionalización de las empresas y su influencia en las

economías locales, en las dos últimás décadas del siglo se abandonó definitivamente el modelo de

producción fordista-tavlorista.

Este modelo, surgido en la década de 1940 -la denominada edad dorada del capitalismo- se

caracterizaba por la existencia de empresas de producción a gran escala, con métodos de producción

tayloristas (una alta división del trabajo) y el crecimiento de los créditos al consumo.

Las relaciones laborales de este modelo se fundaban sobre compromisos a largo plazo: los

contratos aseguraban prolongados períodos de trabajo, a la vez que otorgaban algunos beneficios

sociales garantizados y manejados por un sindicalismo fuerte. Con el avance de la economía

rtiundial, esta situación empezó a comportar una serie de trabas y controles que las empresas no

estaban dispuestas a tolerar, por lo que, tras un replanteo, se reformularon los modos de producción

y las relaciones laborales.

La crisis del fordismo se atribuye a una serie de factores sobre los que aún no hay total

acuerdo. Para un grupo de economistas, el modelo entró en crisis merced al incremento de los

costos salariales, lo que redujo las ganancias y las posibilidades de acumulación a mediano plazo.

Otro elemento es el mencionado encarecimiento de los insumos básicos (principalmente el

petróleo). La internacionalización de la producción, por otra parte, aumentó la competencia de

precios y de calidad, lo cual saturó los mercados.

Otra explicación centra la decadencia del modelo fordista, es decir, la crisis misma del

liberalismo, en un Estado que absorbió mayores funciones (producción de bienes y servicios,

regulación y control, etc.), lo cual desequilibró los presupuestos. Esto generó una crisis que se

tradujo en la imposibilidad de atender demandas y servicios de la seguridad social, agravado por un

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progresivo endeudamiento. Esta posición pone el acento, además, en las dificultades en los

mecanismos de recolección de impuestos.

Surgió, entonces, el modelo posfordista. Algunos economistas lo denominan toyotista,

tomando como paradigma el desarrollo tecnológico del Japón, fundamentalmente de la firma

fabricante de automotores Toyota. En ese momento, la tecnología reemplazó a la mano de obra en

cantidad y calidad. La industria absorbía menos empleados, pero su capacidad de acción debía ser

mayor. Un operador de una máquina debía hacerse responsable, además, de tareas adicionales, con

lo que reemplazaba el trabajo que antes hacían otros. Con la tecnificación del trabajo, la alienación

de los trabajadores denunciada por Marx no se diluyó, sino que se complejizó y adquirió nuevas

formas.

En otro terreno, hay que destacar que la economía de fin de siglo encontró un capital

financiero independiente. Al estar constituido por transacciones comerciales de dinero (acciones,

tipos de cambio, tasas de interés, bonos), el mercado financiero es considerado un aspecto virtual de

la economía. Sin embargo, gracias al avance electrónico, en los últimos años ganó independencia

frente al mercado real de los países y los productos.

La dispersión planetaria de inversionistas y la capacidad de manejar una variedad de opciones

en tiempo real acrecienta las posibilidades del mercado financiero, pero a costa de atentar contra las

economías regionales. Como el crecimiento de muchos países depende de su capacidad de crear y

comerciar bienes y servicios, el flujo monetario en general depende de cómo está estructurado el

sistema económico local. En países no acostumbrados a esta modalidad económica, como los del

tercer mundo, el ritmo vertiginoso del mercado especulativo (financiero) puede desequilibrar sus

balanzas.

La desterritorialización que implica este mercado virtual permite, por ejemplo, que los

inversionistas de una nación desplacen sus capitales hasta el país que crean más conveniente para

sus beneficios. Ante estas transacciones que pretenden ganancias en el corto plazo y que no reparan

en trabas territoriales, el Estado queda marginado. El enriquecimiento de quienes va cuentan con

recursos se facilita aún más. Por eso, en la globalización se agudiza uno de los peores flagelos del

capitalismo: la desigualdad social.

La concentración del capital financiero, que ya escapó a su equivalente en bienes, se

incrementa, generando más peso donde ya hay peso, es decir, se expanden las dimensiones del

sistema de dominación ya establecido.

La responsabilidad empresarial, entonces, se diluye en una feroz guerra comercial que ignora

intereses sociales. En cuanto al Estado, lo que antes era debilidad ahora es incapacidad para poner,

por un lado, limites al empresariado, y por el otro, dar respuestas a una sociedad quebrada. Lo que

se pretende de las naciones es que sean aptas para recibir los capitales, aunque para ello deban

modificar sus políticas económicas y monetarias.

La mundialización del capital móvil encuentra en el avance tecnológico su soporte perfecto,

pero no se constituye gracias a él. Si desde la década del '80 el mercado financiero mundial crece es

por la constante suba de intereses, y porque esos intereses benefician a determinados sectores. Pero,

en términos macroeconómicos, las economías se fortalecen. Claro que al hablar de crecimiento es

necesario observar qué variables se toman como parámetros.

En Latinoamérica, por ejemplo, a principios de la década del '90, el crecimiento

macroeconómico vino acompañado de un desempleo estructural que alcanzó cifras récord.

Los países del ya superado tercer mundo viven una curiosa paradoja: el crecimiento general

de la economía y los avances tecnológicos chocan con el aumento de la brecha entre los sectores

empobrecidos y los que acumulan riqueza. El crecimiento del mercado financiero se corresponde

con el proceso globalizador de la economía, que tiende a amenazar a las economías nacionales y

productivas.

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UNA CRISIS REAL

Hacia principios de los '90, el crecimiento industrial que alcanzó su apogeo en la década del

'70, estaba prácticamente acabado. La economía mundo entró en crisis, y su globalización hizo que

todo el planeta, aunque con diferencias graduales, estuviera implicado en el problema económico.

Entre fines de los '80 y comienzos de los '90, la necesidad de hallar algún equilibrio que

reasegurara la situación crítica de la economía dio lugar a la proclama del Nuevo Orden Económico

Internacional (NOEI). Los economistas partidarios de mantener el capitalismo como sistema único,

pretendían una estabilidad definitiva y libre de conflictos pero, ante las contradicciones que

enfrentaban a los países dominantes y el crecimiento de la pobreza en el mundo subdesarrollado,

esta meta no tardó en quebrarse.

En El impacto de la globalización, el economista Naúm Minsburg se refiere a un nuevo

"(des)orden internacional" que contradice la visión optimista que empapa el discurso oficial. En

primer lugar, señala Minsburg, el crecimiento de la economía mundial va geométricamente en

declive, como lo indica el hecho de que la tasa de crecimiento anual y global de los países de la

OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico) -todos ellos altamente

desarrollados- caiga año tras año.

Este indicador, que en la década del '60 había sido del 5,3%, pasó en los años '70 a un 3,5%,

al 2 % en los '80, y a un 1,65% hacia 1993. A pesar de que puedan parecer intrascendentes, estas

cifras significan que el decrecimiento de la tasa anual es prácticamente irreversible.

Si bien la economía se caracteriza por su condición de cíclica, según los expertos no es dable

esperar un cambio rotundo, al menos en un corto o mediano plazo.

En relación a la desigualdad, la distribución de la riqueza es un dato fundamental. Según un

informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), "el 20% más rico de la

población mundial en el año 1989 recibía el 82,7% de los ingresos totales del mundo. Mientras que

el segundo 20% recibía solo el 11,7%; el tercer 20% recibía el 2,3%; el cuarto 20% percibía el

1,9%, finalmente el quinto 20% recibía apenas el 1,4%". En otras palabras, el 80% de la población

mundial percibe apenas el 17,3% de los ingresos totales.

Esta situación se ha ido agravando con el correr de los años. Tanto que el informe central del

PNUD del año 2000 se tituló "Superar la pobreza humana".

En cuanto al desempleo, Minsburg se remite a los datos que la OIT (Organización

Internacional del Trabajo) aportó en 1994. De acuerdo con esas estadísticas, el 30% de la fuerza

laboral mundial -cerca de 820 millones de personas- se encuentra desocupado o subocupado. Se

trata de la peor crisis de empleo desde la depresión de la Bolsa de Wall Street, en 1929. Hacia 1995,

en los 24 países miembros de la OCDE (la minoría que concentra las riquezas) había cerca de 36

millones de desocupados, casi 10 millones más que en 1990. Cada año, 38 millones de personas se

incorporaban al mercado laboral, pero la cantidad de potenciales trabajadores no se correspondía

con los puestos que realmente existían para satisfacer esa demanda. Por esos años, los países más

desarrollados mantuvieron una política económica basada en el endeudamiento interno y el

exagerado uso del gasto público. Esta política, base conceptual del pensamiento neofiberal,

instrumentado férreamente por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, compensa la disminución de

los impuestos con el aumento del gasto público y, en consecuencia, con el incremento de la deuda.

Al realizar inversiones internas con dinero prestado, los países desarrollados fortalecen sus

economías al tiempo que generan un desequilibrio fiscal, la Deuda Pública. Entre 1974 y la década

del '90, este déficit alcanzó sumas altísimas, y en los países de la OCDE prácticamente se duplicó.

Ahora bien, mientras que los países más poderosos tienen permitido cubrir sus debilidades

internas endeudándose, los organismos internacionales, como el FMI, "recomiendan" a los países

subdesarrollados no sanear sus economías de la misma manera. Por el contrario, suelen aconsejar al

tercer mundo observar una limitación extrema del Gasto Público y no endeudarse.

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Ariel Pennisi La globalización

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Al mundo subdesarrollado no le está permitido gastar en la reconstrucción interna; debe

limitarse a obtener, primero, el equilibrio fiscal que las potencias no lograron en su momento. Es

éste, por ejemplo, el caso de la Argentina, que, tras la concreción del Plan Brady en los años de la

administración neoconservadora de Carlos Menem, es presionada para cumplir los intereses de su

deuda externa a cualquier costo.

El panorama de crisis se ha extendido a todos los países, aunque con distintos efectos.

Mientras que las naciones más desarrolladas ven afectada su tasa de crecimiento, los países

subdesarrollados sufren las consecuencias en aspectos fundamentales. La crisis en los países pobres

desplazó la palabra "crecimiento" por el término "ajuste" que, traducido socialmente, implica

desocupación, pobreza, marginalidad y, desde ya, un creciente deterioro de la calidad de vida de la

mayor parte de la población.

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Ariel Pennisi La globalización

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CAPITULO 6

GÉNESIS Y TRANSFIGURACIÓN DEL ESTADO

Tras la Revolución Francesa, en 1789, el Estado, concebido como legitimador de una

soberanía popular, surgió con mayor fuerza. En tanto régimen, su existencia garantizaba el

mantenimiento de valores que se universalizaban: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Así, el

Estado, en su carácter de entidad representativa (de los habitantes de un territorio, de determinadas

costumbres y lenguaje que configuran una identidad colectiva) adquirió una importancia creciente,

al punto que fue la máxima institución política de la modernidad.

Hasta los albores de los años '30, el capitalismo satisfizo a una sociedad que creía en el

mercado como motor económico. Pero la situación cambió de manera drástica: un martes de 1929

(el "martes negro"), las acciones que cotizan en Wall Street (Estados Unidos) luego de un período

de ascenso ininterrumpido, cayeron abruptamente, y la bolsa de valores se derrumbó. Se perdieron,

sólo en el mercado financiero, cerca de 10.000 millones de dólares, entre los que se contaban,

además de intereses empresariales, los ahorros de los inversionistas. La bolsa, las bancas y los

financistas, desde entonces, empezaron a ser vistos con desconfianza.

El correlato social de este quiebre no se hizo esperar: el sistema económico entró en crisis, en

lo que se conoció, en los Estados Unidos, como la Gran Depresión. En los primeros años de la

década del '30, la mayoría de los bancos estadounidenses cerraron sus puertas, las tasas de

desempleo treparon hasta limites inéditos, con 14 millones de personas sin trabajo.

Los coletazos se sintieron, también, en Europa, al punto de que Alemania y el Reino Unido

vieron subir, impotentes, los porcentajes de desempleo y el incremento de la pobreza. Nadie, hasta

ese momento, respondía a los perjudicados, por lo que se desvaneció la confianza que habían

depositado en el sistema.

El presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, sin embargo, pareció encontrar la

respuesta: el Estado de Bienestar. Con la intervención del Estado como reconstructor económico, la

estrategia presidencial se desenvolvió, inicialmente, en dos pasos. En primera instancia, incentivó

las economías de las regiones más empobrecidas de la nación, y luego, creó el seguro de desempleo,

que benefició a millones de personas sin trabajo. El Estado, entonces, se erigió en regulador de la

economía, ya fuera mediante la generación de políticas concretas, como limitando el papel de las

empresas, que se enfrentaban a estas iniciativas.

El Estado de Bienestar, fundado en la asistencia a los individuos mediante la creación de leyes

y organismos públicos que atendían las necesidades básicas, arrojó como resultado el nacimiento de

los hospitales públicos, los cupones de descuento para alimentos y los sindicatos.

Se trató de un mecanismo encadenado: las organizaciones sindicales eran responsables de la

provisión de los servicios básicos en forma gratuita o mediante el cobro de aranceles mínimos. El

Estado, entonces, se consolidó como el legítimo proveedor de la seguridad y la paz interna.

Las críticas a esta política estatal no se hicieron esperar. La atención que el Estado prestó a los

ciudadanos disminuyó la posibilidad de acción de los empresarios. Por otra parte, el

entrecruzamiento de la actividad pública y privada generó desconfianza ante la posibilidad de que

se usara la legitimidad estatal en beneficio de intereses privados.

Los mayores cuestionamientos provinieron de grupos económicos que se vieron perjudicados

por la fuerte presencia del Estado. Estas intervenciones permanentes, sostenían, eran demagógicas y

paternalistas; el Estado tomaba, sí, medidas concretas, pero eran de "ayuda a corto plazo",

circunstanciales y no duraderas, y sus fines eran electoralistas.

Más allá de las críticas, la asistencia estatal reportó beneficios a los sectores sociales más

débiles, buscando equilibrar las situaciones de desigualdad.

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Ariel Pennisi La globalización

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El éxito de ese proceso de integración conseguido por el Estado, y la estabilidad derivada de

su mediación entre los sectores sociales pueden medirse en el hecho de que un país sumergido en

una depresión económica como pocos conocieron, emergió una década después como una de las

potencias más importantes del mundo.

Este proceso llegó, aproximadamente, hasta principios de la década del '70. En ese momento,

un nuevo quiebre económico se sumó a la desigual distribución de la riqueza y jaqueó la figura del

Estado. Una grave crisis fiscal obligó a las naciones a buscar inversiones, por lo que se

flexibilizaron las políticas aplicadas a las empresas. El endeudamiento público, además, se agudizó,

con lo que se creó un círculo vicioso. Al no poder cubrir las expectativas sociales, el Estado perdió

legitimidad y, junto con ella, sufrió una baja en la recaudación. La economía se encontraba ante un

extraño dilema; no se trataba de producir sino de financiar. El crecimiento de la especulación

financiera comenzó a minar el dificultoso estado del pleno empleo.

FACETAS DEL ESTADO PLANIFICADOR

En Ni apocalípticos ni integrados, el filósofo chileno Martín Hopenhayn identifica dos facetas

esenciales de la figura del Estado Planificador (lo que los liberales llaman Estado Benefactor): la

política, en lo que hace a su función social, y la técnica, entendida como ingeniería social (el

aspecto de la planificación misma).

Existe, según este analista, un desfasaje entre las soluciones efectivas que brinda el Estado y

los problemas existentes; de allí que las expectativas no satisfechas deriven en un

resquebrajamiento de la legitimidad institucional. Pero, aclara Hopenhayn: "No sólo el Estado

Planificador se resquebraja en las variadas formas de entender la crisis. También la planificación

estatal ve su legitimidad gravemente mermada toda vez que la crisis se concibe como pérdida de

direccionalidad colectiva, como incapacidad para integrar y modernizar la sociedad desde la acción

estatal, para asignar racionalmente los recursos entre lostintos sectores sociales, o (también) como

conflicto entre la racionalización técnica impuesta por la planificación y las demandas y

reivindicaciones sociales que pujan desde la sociedad civil hacia el Estado".

No se trata, entonces, de una nueva crisis covuntural de la figura del Estado: es su mismo

accionar, su papel de planificador, el que tambalea. Entre las necesidades de la sociedad y el

direccionamiento estatal se visualiza una escisión. De allí que el Estado, imposibifitado de distribuir

equitativamente los recursos y de asegurar el crecimiento, pierda credibilidad como administrador y

como ejecutor de políticas. En lo concreto, la pérdida de legitimidad se visualiza, por ejemplo, en

un creciente malestar social, y en las dificultades con las que tropieza el Estado a la hora de cumplir

con sus funciones básicas, tales como la recaudación de impuestos.

Esta crisis puede observarse con mayor claridad en América Latina, donde el Estado se

demuestra incapaz de cubrir las necesidades mínimas, v las sospechas de corrupción sistemática

apuntan a los ámbitos oficiales. Pero, además, el quiebre aparenta ser mayor porque, en los años del

Estado Planificador, el rol estatal se hizo sentir con más peso que en los países industrializados.

Mientras que en el primer mundo la organización estatal se limitaba a prestar ayuda, en

América Latina generó una verdadera red de dependencia que no contó con sistemas alternativos de

crecimiento. El retiro del Estado de la asistencia implicó romper el lazo de dependencia que la

sociedad tejió con él. Al iniciarse el declive, la crisis se hizo sentir con fuerza.

Durante toda la década del '90, la incapacidad o negligencia de los gobiernos de América

Latina para direccionar una economía propia y revitalizar la industria, terminó beneficiando a

empresas extranjeras.

Las nuevas ideas económicas provenientes del primer mundo incitaron a estos Estados

sobredimensionados en medio de economías empobrecidas, a la venta de las empresas públicas.

Decisión que muchos analistas han querido leer como el abandono del patrimonio nacional en

beneficio de empresas multinacionales.

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Ariel Pennisi La globalización

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El argumento de la búsqueda de eficiencia y de tarifas lógicas pronto se vio defraudado pues

estos Estados débiles no lograron regular de manera efectiva las políticas de las empresas

privatizadas.

Impuesto el pensamiento único, la globalización estaba instalada. Primero como idea, luego

como aspiración (de los países excluidos) y finalmente como parte integrante (aunque por cierto

con diferentes niveles de participación) de la llamada "integración global".

El escenario de la globalización coincidió con el debilitamiento del Estado, situación que se

fomentó a partir de la expansión y el crecimiento de empresas transnacionales. La fuerza de estos

capitales no sólo se enfrentó a las políticas nacionales, sino que logró imponerse sobre ellas. Tanto

por una administración deficiente como por la corrupción estructural, el Estado Planificador inició

su proceso de autodesintegración. Sin embargo, la nueva corriente económica mundial, instalada

como la nueva panacea, no hizo desaparecer los problemas sociales ni la corrupción generalizada.

LOS LÍMITES DEL ESTADO

Los efectos de la globalización sobre el Estado son de diferentes naturalezas, considerando su

mundo de pertenencia (primero o tercero). Trascienden el agrupamiento estratégico (acuerdos

aduaneros o comerciales) que algunas naciones disponeri para enfrentar problemáticas específicas.

Los países con Estados fuertes, como los Estados Unidos, el Japón y algunas naciones de la

Unión Europea, escapan, en cierto sentido, a las limitaciones de los Estados del tercer mundo.

Las deudas externas de los países subdesarrollados, que se incrementaron de manera

considerable a partir de la década del '70, son monitoreadas de cerca por el FMI y el Banco

Mundial. Estos seguimientos sirven a los organismos para establecer sus condiciones: el tercer

mundo recibe financiamiento a cambio de derribar sus barreras económicas y favorecer la inserción

en sus territorios de empresas del primer mundo.

En América Latina, la Argentina resulta un caso ilustrativo de este mecanismo. Durante la

última dictadura militar (1976-1982), la deuda privada (contraída por algunos grupos económicos y

empresas) fue transferida al Estado. Con sus matices, Chile y Colombia protagonizan casos

similares. El endeudamiento, entonces, sirve como elemento de presión adecuado para que el FMI

se desempeñe como la "policía económica" de los Estados Unidos.

La crisis económica de los '80 agudizó notoriamente el problema de la deuda, al acrecentar los

compromisos de los países más pobres. Esta situación los coloca en una posición particularmente

débil a la hora de defender los intereses nacionales. Así, el poder de decisión pasa a manos de los

organismos internacionales, quienes se erigen en árbitros y jueces. El destino de las economías

empobrecidas depende ahora de la decisión (y el humor) de los tecnócratas de esos organismos

supranacionales.

La receta, como se dijo, es la misma para todos los países: apertura de las economías y

achicamiento del Estado.

La apertura deriva en el debilitamiento cuando no en la aniquilación de las industrias

nacionales, en tanto que el desguace del Estado deja sin atención a una importante masa de

individuos que durante décadas han dependido del asistencialismo. La concepción administrativa

del nuevo Estado como si fuera una empresa se traduce en el abandono de las políticas de acción

social. Esto, sumado a la debacle de las economías locales, genera un caldo donde se cocinan

empobrecimiento, desocupación y marginalidad.

La ecuación de creciente poder empresarial y decreciente fortaleza del Estado se traduce

vivamente en los procesos de privatización, en los que, al traspasar una empresa estatal a manos

privadas no sólo se transfiere un negocio eventualmente redituable sino que el Estado se

desentiende de su responsabilidad ante la población.

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Ariel Pennisi La globalización

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Apertura de las economías y privatización del Estado derivan rápidamente en la concentración

de riquezas en pocas manos. Por la envergadura de los proyectos, sólo acceden a éstos empresas

transnacionales cuyo poder es tan importante' que éstas pueden llegar a regular el funcionamiento

de un Estado.

Estas empresas, conformadas por clases gerenciales de distintos países, en especial cuando se

trata de megafusiones o grandes grupos, son el paradigma de la globalización. Esta

transnacionalidad del manejo empresarial tiene una característica descollante.

Las transacciones no son ya entre naciones, sino entre corporaciones desvinculadas de las

necesidades de una sociedad determinada.

La fragilidad de la situación social se traduce en desconfianza hacia el sistema político y, por

lo tanto, la democracia se debilita ante la apatía generalizada de la sociedad. Se trata de un juego

perverso pues cuanto más debilitada está la democracia, más legitimidad pierden la figura del

Estado y sus instituciones; y esto, finalmente, les resta aún más posibilidades de actuar de manera

independiente en defensa de los intereses nacionales.

Pero todos los argumentos a favor o en contra de la nueva economía sucumben ante un flagelo

incontrolado: el desempleo estructural que corroe a la mayoría de los países.

La eliminación del trabajo como factor de integración genera inseguridad y desintegración

social. Esta situación -la ruptura de la cohesión interna de un país- es de dificil retorno: la riqueza se

concentra al tiempo que la pobreza se acentúa. Los estallidos sociales parecen ser el signo de los

tiempos. En Latinoamérica, desde las protestas callejeras de la Argentina hasta el movimiento de

los Sin Tierra, en el Brasil, pasando por la aguda crisis campesina de Bolivia, el problema

indigenista de Ecuador, la corrupción generalizada en el Perú y el Paraguay, y el drama social del

sur de México, parecen teñidos del mismo color: pobreza, marginalidad, exclusión. Fenómeno al

que no escapan los países de Europa y ni siquiera los Estados Unidos. En la gran nación del norte

más del 10% de la población (algo más de 30 millones de habitantes) vive por debajo del umbral de

pobreza.

Esta situación hace que no se sepa, al menos de momento, cuáles son las estrategias que

deberán implementar los Estados para recobrar legitimidad y poder de acción. Porque, de hecho, el

poder globalizador afecta también la identidad misma del Estado. En medio de la serie de tensiones

sociales, los pueblos empiezan a ver desdibujados los contornos que los definieron como nación. La

cultura nacional que ligaba a los habitantes con determinadas costumbres y afectos, y les hacía

sentir arraigo, se desvanece. Cuando el Estado pierde este tipo de apoyo, se debilita, mientras que la

sociedad se disgrega para reagruparse en torno a otro tipo de identidades.

Surgen, entonces, grupos de referencia más reducidos y cercanos, que se relacionan entre sí

mediante ideologías bien definidas (religiones, etnias), y se desarrollan pequeños localismos que

menoscaban la unidad nacional. Ante el avance de fundamentalismos e integrismos, se acrecienta la

hostilidad frente a las diferencias, y en algunos lugares se roza la xenofobia.

En Europa, por ejemplo, resurgen los enfrentamientos étnicos, y se consolida, aunque en

grupos pequeños, el neonazismo. La comunidad homogénea se diluye, y se gesta una "pérdida del

nosotros". El Estado, en tanto ente aglutinador, pierde efectividad.

En la misma dirección, los sindicatos, que habían nacido a principios del siglo XIX como

reacción de los trabajadores frente al capitalismo, pierden progresivamente su poder. A lo largo del

siglo XX, representaron y defendieron, de manera más o menos efectiva, los intereses de sus afiliados, pero para su libre funcionamiento, los grandes grupos empresariales precisan que estas

estructuras se desmoronen poco a poco.

Las nuevas reglas políticas y económicas ponen en evidencia la capacidad de negociación

sindical (los sindicatos también se ven afectados por la crisis financiera) que deriva en una

inevitable crisis de representatividad.

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Ariel Pennisi La globalización

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La crisis de identidad del Estado, la falta de legitimidad de las organizaciones intermedias, el

incremento de la desigualdad y el empobrecimiento general de la población generan en el individuo

un horizonte de escasas o nulas perspectivas. La globalización lo ha colocado, virtualmente, en el

centro de la humanidad. El individuo puede ahora acceder instantáneamente a la información de los

hechos más insólitos y lejanos y hasta, potencialmente, al consumo de los bienes más exóticos, pero

no conoce a su vecino, y siente que en esa lucha por sobrevivir está irremediablemente solo.

Otro síntoma de la crisis de identidad está representado por la integración en bloques

económicos, en los cuales siempre aparecen países hegemónicos. Es el caso del Tratado de libre

Comercio (TLC) entre los Estados Unidos, el Canadá y México. 0 el Mercosur, que reúne una de

las economías más grande del mundo (el Brasil) con la de países medianos (la Argentina) y otros de

economías restringidas (el Uruguay y el Paraguay).

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CAPÍTULO 7

TECNOLOGÍAS EN LA GLOBALIZACIÓN

Al referirse a las culturas y las relaciones humanas, el término "globalización" encierra cierta

pretensión totalizante. Sin embargo, la circulación de un flujo internacional de capitales y la

transnacionalización de las empresas no implica que las culturas respondan a la lógica globalizadora

de las relaciones comerciales. No obstante, es una verdad irrefutable el incesante desarrollo de

tecnologías que buscan vincular de manera simultánea diferentes espacios físicos. Esta tendencia

hace pensar en usuarios que, a medida que aprenden nuevos modos de relacionarse y encarar la vida

cotidiana, van olvidando otras formas perceptivas que los constituyeron y los constituyen.

Dentro de esta marea tecnológica que está produciendo un cambio dramático en la vida de los

individuos, tres recursos del área de las comunicaciones compiten (y eventualmente se integran) en

una revolución cuyo devenir aún se ignora.

La televisión satelital, que ha superado las barreras del espacio global; la irrupción repentina y

rápidamente popularizada de Internet; y finalmente, la telefonía celular, que sorteó de un plumazo la

dependencia del cable, son tres argumentos contundentes e insoslayables de la ideología de la

globalización.

Si bien el conjunto de los medios de comunicación está íntimamente ligado al desarrollo de

las nuevas tecnologías, el papel de la televisión es destacable. No sólo genera transformaciones en

lo cotidiano, sino que también se convierte en parte de la realidad y hace circular en ella sus propias

concepciones morales. Y es que, a fin de cuentas -y a pesar de algunas acciones aisladas de los

organismos con los que el Estado intenta controlar los contenidos- la televisión es sólo un negocio.

Gracias a la facilidad de su presencia material, coordina parte del tiempo y las percepciones

de la realidad. Como producto, ofrece la ventaja diferencial de recorrer el mundo en una hora y

vivir la ilusión de la inmediatez propia de las informaciones de actualidad. Es frecuente, en este

sentido, escuchar cómo "realidad" y "verdad" son rápidamente homologadas a "actualidad".

Sin embargo, las ficciones que ofrece la televisión adoptan cualquier forma, desde la de

noticiero hasta la de telenovela. El fin es siempre el mismo: seducir al espectador mediante

imágenes, tenerlo cautivo del medio v disfrazar la situación al afirmarle que él, zapping mediante,

es quien dispone de su tiempo.

"Sabemos que la mera presencia de la televisión convierte el hábitat en una especie de

envoltura arcaica, en un vestigio de relaciones humanas cuya supervivencia deja perplejo. A partir

del momento en que esta escena ya no es habitada por sus actores y sus fantasías, a partir del

momento en que los comportamientos se focalizan sobre determinadas pantallas o terminales

operacionales, el resto aparece como un gran cuerpo inútil, abandonado y condenado. Lo real

mismo parece un gran cuerpo inútil", planteó Jean Baudrillard en El otro por sí mismo.

La importancia de la corporalidad disminuye, la misma noción de "cuerpo" sufre

modificaciones, los vínculos se deterioran a tal punto que la presencia del otro no es fundamental.

Los dispositivos, entonces, dejan de ser filtros entre los sujetos y los hechos para constituirse en

productores de realidad (o ficción).

El hecho de que cobre importancia el tiempo real (la simultaneidad) admite, sin más, la

supresión del espacio temporal. Por otra parte, si la distancia física ya no és obstáculo, el cuerpo no

tiene por qué seguir siéndolo.

En la vida social, los actores se convierten en operadores de terminales tecnológicas, y

conocen todo al mismo tiempo. Las transacciones y los vínculos realizados en tiempo real producen

un efecto de atemporalidad: el tiempo es estático; por lo tanto, no transcurre. Si el tiempo no sufre

modificaciones, pues nada cambia.

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Los avances tecnológicos, por cierto, no son inmunes a las ideologías, sino que, por el

contrario, responden a la que se erige como dominante, y velan por sus intereses.

INTERNET, UN INTERSTICIO ¿DEMOCRÁTICO?

La simultaneidad, una de las características básicas de la globalización, que la televisión

popularizó y extendió, es también uno de los rasgos principales de Internet. Nacida como un recurso

estratégico en épocas de la Guerra Fría, despertó en los años '90 para transformarse rápidamente en

el arquetipo de la globalización. Por su misma naturaleza, la Red de redes permite que millones de

personas estén conectadas al mismo tiempo. Y mientras más usuarios se registren en un mismo

momento, mayor será el nivel de simultaneidad, abarcando público de distintos lugares del mundo.

Si bien toda la información que circula por Internet probablemente pase por el control de

autoridades estadounidenses, persiste cierto grado de anarquía on line. Por otra parte, el circuito

determina una suerte de reciprocidad entre quienes frecuentan la Red y quienes rigen sus normas:

todos están expuestos frente a todos.

Hacia fines del año 2001, las actividades que permite desarrollar la Red son múltiples.

Gracias a su relativa popularización, cualquier individuo o institución puede tener en ella un

dominio, registrar un nombre e incluir, entre la oferta de información que circula, su propia página

web. Por su parte, el chat, en el que participa el 70% de 200 millones de usuarios en todo el mundo,

permite establecer comunicaciones con otros individuos, por canales escritos, visuales o sonoros.

En el terreno de los negocios, las posibilidades comerciales de Internet van desde la

explotación de páginas web hasta la venta de productos (el e-commerce). Tener una página,

entonces, es análogo a disponer de un medio gráfico, porque no sólo se eligen temáticas y estilos,

sino que también es posible cobrar para acceder a ellas, o vender espacios publicitarios.

En su aspecto recreativo, la Red abarca diversos rubros (entretenimientos, espectáculos,

juegos, pornografía), al igual que sucede con la información.

Internet propone un vínculo sin cuerpo, en el que los sentidos quedan en segundo plano y el

cerebro se potencia como una gran conciencia controladora que filtra sensaciones y, tal vez,

emociones. Las relaciones se estandarizan: antes de ser reconocido en su singularidad, el otro se

manifiesta a través de una tipografía, unos procedimientos técnicos y materiales determinados. La

instantaneidad, la economía extrema del tiempo y el lenguaje gobiernan las conexiones.

Quienes veneran los avances tecnológicos los idealizan a tal punto que algo esencialmente

compuesto por materia se vuelve, paradójicamente, idea, abstracción.

Sin embargo, las nuevas tecnologías de la comunicación permiten ciertas ventajas en el

campo de las interacciones humanas. Por ejemplo, facilitan las relaciones permanentes con

individuos e instituciones de zonas lejanas sin grandes costos ni dificultades.

Los creadores de la Red virtual supusieron en un principio que controlarían todos sus

movimientos. Pero el rápido y constante incremento de usuarios hizo posible cierto estado

anárquico on line que diferencia a Internet de otros medios de comunicación más unidireccionales.

El exceso de información que circula en forma simultánea hace difícil la imposición de normas muy

generales ya que, partiendo de la práctica, la plataforma es muy heterogénea. El error normativo

sólo se comete por ahora en las sociedades reales, mientras que el mundo virtual goza aún de brisas

libertarias.

Finalmente, el desarrollo abrupto y arrollador de la telefonía celular ha colocado al individuo

en un nuevo plano de relaciones y, por cierto, de dependencias. A finales del año 2000, en los

Estados Unidos, ocho de cada diez personas portaban teléfonos celulares. Ante este inesperado

panorama, las grandes empresas de comunicación desviaron por un momento la vista de la

seductora Internet y se abocaron a proyectos para generar servicios relacionados con la telefonía

celular. Según muchos especialistas, el gran futuro de las comunicaciones estará no ya en Internet

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Ariel Pennisi La globalización

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(un medio aún caro y que necesita de un equipamiento relativamente costoso) sino en el modesto

celular, al que cada vez más gente accede, por necesidad o por moda.

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CAPITULO 8

LOS INTEGRADOS ANTE LA GLOBALIZACIÓN

El título del libro premonitorio de Martín Hopenhayn, Ni apocalípticos ni finte- grados,

escrito en los años'90, es una paráfrasis de un libro mítico de Umberto Eco ((Apocalípticos e Inte-

grados), escrito en los años'60. En esa obra, el semió- logo italiano sostiene que hay dos

posiciones entrentadas respecto de la cultura de masas. Los "integrados", que son aquellos que

aceptan la irrupción de esa cultura sin ningún tipo de crítica ni reparo; y por el otro, los

"apocalípticos", que ven en esas nuevas formas expresivas el fin de- la cultura occidental.

Por su parte, Hopenhayn aclara que, al hablar de "integrados", se hace referen- cia a una

porción del mapa que resulta activa para la economía dominante. De hecho, otra porción queda

excluida del sistema.

La industria cultural le resulta provechosa al capitalismo global, ya que puede ocupar el

tiempo improductivo de las personas para que la distensión momentánea se produzca sin

sobresaltos. Incluso se constituye como un espacio catártico, en contraposición con otras formas

posibles de improductividad: arte, lectura, creatividad, etc.

Hopenhayn destaca cinco efectos fuertes de la globalización:

En primer lugar, el énfasis en la novedad genera permanentemente neologismos, y la

industria cultural agobia con imágenes constantes (como diría el filósofo francés Gilles Deleuze,

"impone" sus imágenes).

Se crea, entonces, la sensación de que se trata de un proceso de nunca acabar y, por lo tanto,

de nunca empezar, como si no hubiera pasado ni futuro. Dice Hopenhayn: "Todo se vuelve más

contingente que nunca en un mundo que puede recrearse para siempre en un disquete o en una cinta

de videojuego".

En segundo término, el mundo de lo cotidiano, en su crisis de constante retorno, es una

materia de la "repetición que nos prolonga circularmente en el tiempo y en el espacio". La

dimensión reiterativa se atenúa, contribuyendo a ello en gran medida la inseguridad laboral, la

aceleración del cambio técnico, la volubilidad de los roles familiares y la recomposición del

escenario económico.

La velocidad, el tercer efecto observable, adquiere importancia en relación al nuevo modo

de vivir lo cotidiano. El sujeto debe informarse v estar a la altura de las circunstancias (entendidas

como actualidad), debe acomodarse a la vertiginosa proliferación de la técnica moderna y, a su vez,

progresar velozmente. Este progreso, por su parte, es unidirectional, y puede residir, por ejemplo,

en la compra de ciertos bienes, antes que en un proceso de autoconocimiento (con sus propios

tiempos y su propia medida).

Lo inmediato, menciona en cuarto lugar, adquiere importancia como valor, y se constituye

en la única frontera de las perspectivas individuales. Sin embargo, reflexiona Hopenhayn, "no es lo

mismo vivir lo inmediato sobre un horizonte de sentido a largo plazo que experimentarlo como un

horizonte en sí mismo".

El quinto efecto, el minimalismo, se ha convertido, también, en un valor preciado. Las

pequeñas acciones v los actos momentáneos gozan de más prestigio que los proyectos a largo plazo.

Las iniciativas de satisfacciones no inmediatas son vistas como improbables, como lentas, pero esa

lentitud es tal, justamente en relación a un modo de vida acelerado v netamente fragmentado.

El filósofo contemporáneo Gilles Deleuze (Postdata sobre las sociedades de control)

caracteriza esta etapa como la transición de la sociedad de la disciplina hacia la sociedad del

control. La sociedad de la disciplina, descripta primeramente por Michel Foucault, se ubica entre el

apogeo de Napoleón (comienzos del siglo XIX) y el final de la Segunda Guerra Mundial. La

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sociedad del control, característica del mundo globalizado, se gestó a mediados de siglo para

perfilar su constitución hacia el tercer milenio.

Los componentes de las sociedades disciplinarias fueron el Estado y el patrón, las

instituciones-encerrantes (fábrica, escuela, familia, etc.) y los individuos. Este sistema de

dominación tenía como problema central la alienación de los sujetos sometidos a distintos niveles

de la maquinaria productiva. De hecho, eran las instituciones las que funcionaban como sostén del

Estado de la industrialización. Todo en función de un sistema productivo asegurado por una

pedagogía que empezaba en el hogar, seguía en la escuela, pasaba por el ejército y culminaba en la

fábrica o, en el peor de los casos, en la cárcel.

La contrapartida de la disciplina no tardó en llegar, y así surgieron los sindicatos (fábrica), los

insubordinados (ejército), los desobedientes (escuela). Son formas de resistencia frente a un sistema

coercitivo, cuyo accionar tenía carácter policial.

En las sociedades de control se produjeron cambios tras la puesta en crisis de los "interiores"

(las instituciones fijan un interior, una frontera y un exterior). Entonces los espacios cerrados fueron

reemplazados por otras formas. La más notoria, y que Deleuze toma como eje, es la de la empresa,

que reemplaza a la forma-fábrica.

La lógica de la empresa introduce a los individuos en su estructura y se mezcla con ellos y, a

diferencia de la anterior, en la que el sujeto pasaba de un recinto a otro, la empresa es llevada por el

empleado a todos lados. Cada uno puede o no acceder a las redes de información de las cuales

forma parte; a tal punto se da la succión por parte de la empresa que sólo se requiere una contraseña

para ser identificado.

Así como en la globalización el borramiento de fronteras hace a la pérdida de la unidad país,

en las sociedades de control el individuo también cede frente a una lógica que lo trasciende, pero a

la vez lo contiene. El individuo pierde su condición de alienable, porque él es su propio vigilante.

También explica Deleuze, refiriéndose al orden económico mundial, que el capitalismo no es

el mismo, sino que ha mutado en dirección a la forma-empresa. La lógica empresarial invade todos

los terrenos y llega a la vida cotidiana y sus avatares. Ya no se trata de una nueva forma de la

fábrica, sino de un nuevo sistema de dominación con valores propios.

"La familia, la escuela, el ejército, la fábrica, ya no son :lugares analógicos distintos que

convergen hacia un propietario, Estado o potencia privada, sino las figuras cifradas, deformables y

transformables, de una misma empresa que sólo tiene administradores", dice Deleuze. Y concluye:

"El servicio de venta se ha convertido en el centro o el `alma' de la empresa. Se nos enseña que las

empresas tienen un alma, lo cual es sin duda la noticia más terrorífica del mundo".

El marketing es ahora el instrumento del control social, y forma la raza impúdica de nuestros

amos, dice el filósofo francés.

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APÉNDICE

GLOBALIZAR EL PROCESO

Por Felipe González (*)

Hay una respuesta al pensamiento único, al fin de la historia, al fundamentalismo neobberal, a

la sacralización del mercado, pero no podemos dejar de vernos autocríticamente. Se mundializa la

economía, la revolución tecnológica lo estimula; y sobre todo se mundializa el sistema financiero,

con crecimientos exponenciales y funcionando algunas veces como casino financiero internacional,

sin ningún marco regulatorio. Por tanto, se mundializan la economía y las finanzas, y se localiza la

política.

La política se hace pequeña; la economía, grande. Las finanzas se hacen grandes y la política

se empequeñece. Y esto no es responsabilidad de los financistas ni de los hombres del mundo de la

economía; esto es responsabilidad de los políticos. Son los políticos los que no están a la altura de

un desafío cada vez más global, más internacional, como están demostrando claramente la

concentración empresarial, la deslocalización de inversiones y, sobre todo, un sistema financiero

funcionando 24 horas sobre 24, con crecimientos exponenciales y con volúmenes que asustarían a

cualquiera.

Cada día se mueve por el sistema financiero internacional el doble de la riqueza que el

continente africano crea cada año. Setecientos millones de africanos crean la mitad de la riqueza

equivalente a los movimientos de capital por los mercados de cambio y los mercados de valores del

mundo. Si quieren, el 40% más que toda la riqueza anual del Mercosur y Chile unidos. Eso es lo

que circula cada día.

El fenómeno es nuevo. Parece bastante ridículo decir que le volvemos la espalda; porque no

creo que sea reversible la nueva situación mundial. Para nosotros, nunca el mundo ofrecerá más

oportunidades ni más riesgos. De nuestra voluntad, de nuestra capacidad y de nuestra

intehgenciadepende aprovechar y optimizar las ventajas, y minimizar los riesgos.

Pero yo creo que no estamos en una progresión suficiente como para comprender ese proceso

transnacional, internacional o global. Creo que nos empequeñecemos en una política excesivamente

local, sin una perspectiva más allá del ámbito de realización de nuestra tarea política que como

mucho, es el Estado nación.

Por tanto, hay un fenómeno de desajustes graves. Somos lo menos internacional. Siendo la

Internacional más potente, somos lo menos internacional de lo que ocurre en el mundo: la

internacionalización de la economía, de la información y de las finanzas son verdaderamente

globales y mundiales; la internacionalización de la política no se ha producido. Más bien, yo diría

que la esperanza de que podamos ponernos de acuerdo apenas existe.

Los miembros de la Comisión de Progreso Global (de la Internacional Socialista) han hecho

un trabajo importante. Ese trabajo no es la tercera vía pero no confronta con la tercera vía; y no lo

es porque hemos intentado hacerlo analizando los contenidos, y quizás tiene todavía el defecto de

que no es mediáticamente conocido. Pero empieza a tener trascendencia; ha calado hondo, como

trabajo, como esfuerzo intelectual.

Las aportaciones no son sólo de la tribu a la que pertenecemos. También hay aportaciones de

afuera, y las verán en este inmenso documento. Hay aportaciones muy diversas sobre qué es qué.

Antes les dije que se globaliza la economía. ¿Cuál sería nuestra obligación?: globalizar el progreso.

Y ése es el título del documento: Progreso Global frente a la globalización de la economía, la

globalización de las finanzas y la globalización de esa revolución de la información que es el

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Ariel Pennisi La globalización

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aspecto que más define la nueva revolución tecnológica. Ésta es nuestra obligación, éste es nuestro

reto.

El documento consta de un primer apartado introductorio que presenta cuál es el desafío que

representa para nosotros la nueva realidad. El segundo punto es una reflexión sobre los valores, en

particular sobre el valor de la solidaridad. Y no es una reflexión sólo, ni fundamentalmente, desde el

punto de vista filosófico. En algún momento me han oído decir, cosa que se me critica como exceso

de pragmatismo, que con los valores de la Revolución Francesa ya iríamos bien servidos. Por tanto,

yo no quiero reelaborar una nueva Declaración de Principios; lo que quiero es que se comprenda

que la solidaridad aplicada a la sociedad industrial tiene poco que ver con la solidaridad aplicada a

la sociedad de la información, habida cuenta de la desaparición progresiva del trabajo en cadena;

habida cuenta de los cambios en la estructura de los sistemas productivos, la deslocalización de

inversiones, el desempleo industrial masivo.

Me atrevo a decirles que en 20 años el empleo industrial pesará muy poco en la economía

mundial. Lo mismo que ocurrió, pero en 100 años, con el empleo agrario, ahora ocurrirá con el

empleo industrial. Habrá una nueva concepción de la economía pero muy rápidamente, más

rápidamente que ;nuestra capacidad de reacción.

Por tanto, hay una nueva definición de la solidaridad en los nuevos tiempos. No es verdad que

la juventud sea menos solidaria que antes. Siempre lo han dicho acerca de todas las generaciones.

El problema es que la solidaridad se convierte en apenas un sentimiento cuando desaparece la

experiencia vital compartida del trabajo en cadena, que en la izquierda llamábamos solidaridad de

clase.

Eso está desapareciendo. El hombre y la mujer trabajan cada vez más individualmente. Son

dueños de la cadena a través de las computadoras, pero (...) están desapareciendo (...) los grandes

telares; las grandes industrias ahora se manejan con máquinas y no con hombres como parte de la

máquina.

Hay algunos puntos que centran el debate. Primero, un análisis de la revolución tecnológica y

sus efectos. Un segundo punto es la globalización de la economía. Les advierto que la globalización

de la economía no puede medirse en tasas de crecimiento del comercio mundial, porque éstas no

son espectacularmente superiores a las de antes de la Primera Guerra Mundial. Pero sí puede

medirse por un fortísimo proceso de concentración empresarial.

Por tanto, por intereses cruzados, en vastos rincones del planeta hay, una multinacionalización

mucho más importante que la que vivimos en los años '60 v '70. Pero sobre todo se puede medir por

el tercer as, que es la globalización del sistema financiero. La economía, el comercio mundial, crece

a tasas del 4% v el 5%, en tanto que el sistema financiero, en los últimos 20 años, se ha

multiplicado en su volumen 48 veces. Y el ahorro seguirá acudiendo a ese mercado financiero en la

medida en que disminuva la necesidad de financiar déficit que ya nadie es capaz de producir ni de

sostener.

Por tanto, este movimiento financiero va a crecer totalmente desregulado. Pero esa nueva

realidad, que es lo que importa para nuestra acción cotidiana, está cambiando, impactando,

proyectándose sobre el Estado-nación, ámbito de realización de la política democrática, de la

soberanía y de la identidad.

Y está impactando por lo menos en tres aspectos básicos: la macroeconomía sana va no está

dentro de lo discutible, sea la alternativa de derecha o de izquierda, sea de centroderecha o de centro izquierda. Todavía se puede discutir con qué mezcla de ingresos y de gastos se obtiene un

presupuesto razonable. Y ahí sí progresistas y conservadores marcarán la diferencia.

Pero un resultado macroeconómico que no acepte este sistema v este mundo financiero

globales, simplemente será un fracaso para el gobierno que lo intente. Por tanto, el déficit y la

inflación empezarán a no ser ni de izquierda ni de derecha. Simplemente serán no aceptables dentro

de la economía abierta en la que vivimos.

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La regresión hacia las funciones nacionales defensivas fracasará estrepitosamente; no hay

espacio para un nacionalismo decadente. Segundo ejemplo, el Estadonación, incluso aquel que no

se ha consolidado suficientementé, está padeciendo cambios estructurales muy profundos en casi

todos los lugares del planeta. Una dirección del cambio es hacia la supranacionalidad, hacia la

creación de espacios de regionalismo supranacional (ejemplo muy avanzado el de Europa; ejemplo

en ciernes el del Mercosur). Hay una tendencia general del Estado-nación a considerarse

insuficiente para enfrentar la globalización y, por tanto, buscar un espacio con los vecinos, regional,

abierto, para tener una sinergia mayor desde el punto de vista de la competencia en una economía

abierta.

Mercosur y Chile son el cuarto producto mundial. Cada uno por separado es el producto

número 20, 15, 83, 48 respectivamente; no tienen ninguna significación. Pero también hay una

crisis de estructura del Estado-nación hacia el reparto interno del poder. No es sólo una cesión para

compartir una parte de la soberanía en un espacio supranacional; es también una cesión de

competencias internas, una descentralización del poder que da más agilidad, más proximidad al

ciudadano, y más flexibilidad para adaptarse.

No hablo -porque me parece que están en la noche de la historia, aunque todavía hay algunas

tentaciones populistas demagógicas- ni del Estado totalitario ni naturalmente, del Estado lleno de

grasa que algunos creen que es la política social que debe hacerse: un Estado clientelar, con muchos

funcionarios enganchados en el aparato. Esto no tiene nada que ver con lo que nuestros ciudadanos

estarán dispuestos a soportar en el futuro.

Ahora bien, entre un Estado anoréxico y un Estado fuerte, pero sin grasa, nosotros tenemos

que defender un Estado fuerte, que represente una política sólida, que haga crecer la política frente a

las influencias de los grupos de presión de cualquier naturaleza. Pero también está cambiando la

forma de hacer política.

Las privatizaciones son mucho más que una moda. Aunque también son una moda. Y a veces

incluso se abusan de ella. Son una corriente del Estado de retirada de la generación directa de

producto bruto, de la actividad empresarial. Pero esa corriente de retirada se está interpretando

como equivalente a pérdida de responsabilidad sobre aquellos servicios universales que responden a

derechos que consideramos universales (como educación, salud, o asistencia sanitaria), o que

generan igualdad o desigualdad de oportunidades (como transporte, telecomunicaciones, energía,

agua, etc.).

No es posible que la política, cualquiera sea el que gestione los servicios públicos,

desaparezca como factor generador de igualdad de oportunidades, simplemente en manos de la

optimización del beneficio de las empresas que prestan esos servicios. El ciudadano no

comunicado, que no tiene energía, es un ciudadano que tiene menos oportunidades que el que está

bien comunicado y con un buen suministro de energía. Y ésa no es una responsabilidad de las

empresas; ésa es una responsabilidad de los Políticos, de la Política con mayúscula.

Pero está puesto en cuestión, y como está puesto en cuestión, es impacto; es un impacto que

también está analizado en este documento. El último de los fenómenos es el "nuevo orden", o el

nuevo desorden internacional, como quieran llamarlo. Los dividendos de la paz de los que hablaba

George Bush después de la caída del comunismo y del Muro de Berlín se retrasan.

Octavio Paz dijo una frase que me parece gloriosa.

Dentro de este mestizaje de ideas al que estoy siempre abierto y dispuesto, cuando se cayó el Muro de Berlín y fracasó el comunismo, Paz dijo algo que tiene la dimensión de su propia

personalidad: "El que hayan fracasado las respuestas no significa que las preguntas no sigan

vigentes".

Y éste es nuestro problema: hay una respuesta fracasada y por esto esta Internacional crece,

porque las preguntas siguen vigentes. Por eso tenemos el desafío de contribuir a un nuevo orden

internacional, y si no lo hace la Internacional Socialista, lo hará la internacional de la Empresa. No

les quepa duda.

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Y tenemos la obligación de hacer propuestas de gobernabilidad en el terreno político y de

seguridad, pero también propuestas de gobernabilidad en el terreno económico y financiero.

Soy de los que no creen en un gobierno económico del mundo. Porque eso siempre se

interpreta como un Grupo de los 7 que representa a un 20% de la población v al 75% del PBI. Y

tengo para mí el 80% de la población que dice que no quiere ser gobernada por el 20% de la

población más rica. Por lo tanto no creo en un gobierno económico del mundo, y la Internacional no

debe creer en eso que va a ser rechazado por el 80% de la población mundial no comprendida en

ese Grupo de los 7 o de los 3 o de lo que quieran ustedes.

Hay algunos problemas para debatir que son de un enorme interés: identidad cultural y

globalización, por ejemplo; las cuestiones de los nuevos nacionalismos, de los nuevos

fundamentalismos religiosos o étnicos culturales, de rechazo a la homogeneización que la

globalización presenta como una amenaza. Cada uno quiere ser cada uno con su identidad, no

quiere que todo el mundo sea de iguales; por tanto, la gente se resiste a tener una misma identidad

cultural.

Hay un problema de medio ambiente en la globalización bastante estudiado pero que hay que

actualizar: un problema de incorporación de la mujer como la gran revolución del siglo XXI. El

gran cambio será para el siglo XXI. En las sociedades más avanzadas, las europeas, empieza a calar

la idea de la democracia paritaria y de la corresponsabilización de hombres v mujeres en todas las

tareas de la vida. Pero esto no es un fenómeno universal. Creo que en el siglo XXI ese fenómeno

estallará como el más importante.

Los flujos migratorios circulan con libertad mercancías, capitales, pero no circulan con

libertad a seres humanos. A pesar de todo, circulan. Con los desequilibrios de renta y de riqueza no

hay quien pare los flujos migratorios. Se está produciendo un cambio estructural en estos flujos, que

tenemos la obligación de analizar y de prever. Fluyen más mujeres que hombres en la migración.

Por primera vez en la historia no es la cabeza de familia el que abandona el hogar; no es el hombre,

es la mujer. Y las consecuencias de que la mujer se distancie de la lamilia y emigre -no tengo que

explicárselo a los latinoamericanos- son, al menos en nuestras sociedades, infinitamente más graves

que la cabeza de familia desaparezca del hogar. Y esto se está produciendo ya en más del 50% de

los flujos migratorios.

Para que la Internacional sea un instrumento de Progreso Global tenemos que tecnificar,

modernizar, darle un dinamismo, un compromiso y un estilo nuevos a nuestra manera de actuar y de

comportarnos. Esta organización se está quedando muy grande, pero muy viejita. Y tenemos que

modernizarla para comunicar con la gente. Tenemos que responder a los problemas cuando se

producen; no podemos esperar a un Consejo cada seis meses.

La noticia se quema al día siguiente y, si no hay una capacidad de respuesta que nos

represente, en la mayor parte de los problemas nadie nos identificará, porque nos habremos

pronunciado tarde.

En Chile dicen una cosa que se dice en España: los militares han gobernado tanto tiempo

nuestro país porque se levantaban más temprano. Si no nos levantamos más temprano, nos van a

gobernar otros. Y eso, desde el punto de vista de la información, tiene que ser utilizado en un

instrumento que es el que tenemos: la internacional Socialista.

Somos la organización más potente; pero no se engañen: todavía somos lo suficientemente

desvalidos e ineficientes como para no ser capaces de responder a la inmensa cantidad de esperanzas que pueblos de todo el mundo depositan en eso que representamos. Yo encuentro el

desafío muy simple: estar a la altura de la esperanza que suscitamos.

(*) Síntesis de la ponencia del ex presidente de España, Felipe González, en la Reunión del

Consejo de la Internacional Socialista (IS), realizado en Buenos Aires (Argentina), en junio de

1999. Felipe González es vicepresidente de la IS v Presidente de la Comisión Progreso Global. La

IS reúne 140 organizaciones de todo el mundo.

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GLOSARIO

Bipolar: término utilizado para hacer referencia a la contraposición de dos polos políticos

opuestos: los Estados Unidos (capitalismo) y la Unión Soviética (comunismo).

Cuerpo: se habla aquí del cuerpo en cuanto materia biológica y en tanto construcción

cultural. Los modos en que el cuerpo habita el espacio y el tiempo son modificados por la

economía, las tecnologías, la arquitectura, etc. Por lo tanto, la misma concepción de cuerpo es

histórica (cambia).

Desfasaje: Desencuentro irreconciliable entre do& situaciones. Por ejemplo, el accionar de un

Estado que nunca termina de responder las exigencias de la pobreza. Ambas cosas siguen

funcionando, pero esta vez de manera disociada.

Hegemonía/hegemónico: orden reinante. Representa lo que comúnmente se llama "discurso

oficial". En este caso se ha hablado del sistema capitalista como hegemónico.

Hiperconexión a distancia: frase a la que hace alusión el filósofo Jean Baudrillard. Remite a

las nuevas tecnologías que todo lo acercan sin generar el más mínimo contacto físico entre

personas. Se trata de una conexión paradójica, ya que el cuerpo está cada vez más quieto.

Idea: concepto utilizado aquí según lo esgrimió Platón, quien concebía un mundo de las ideas

(más perfecto y puro) en detrimento de toda corporalidad (idealismo). Marx critica esta concepción

y propone, desde el materialismo, generar cambios reales (revolucionar).

Intersticio: espacio producido por una fisura. Según se ha utilizado aquí (tal como lo concibe

Hopenhayn) remite a momentos en que una estructura, ya sea política o de la vida cotidiana, se

quiebra y permite corrimientos. Así se producen las fugas frente a los modos opresivos de la vida.

Libre mercado: eliminación de las restricciones a la importación. Este tipo de política

económica responde al liberalismo, que plantea la libre competencia en los mercados mundiales

(más allá de las fronteras nacionales).

Mercado financiero: lugar inmaterial del comercio de dinero. No se trata aquí de bienes y

servicios, es decir de producción, sino de bolsas de dinero y especulación cambiaria (según el

estado en que esté, la moneda de un país se invierte o no) .

Metarrelato: relato que contiene los distintos modos de vida y accionar. Puede tratarse de

una ideología o de un sistema político cualquiera, y muchas veces es necesario para justificar otros

relatos (ej.: los de la vida cotidiana).

Paternalista: relación que implica dos partes: una que funciona como protectorapolicía (da y

castiga), y otra que acepta esos "servicios" a cambio de cierta pasividad.

Proteccionismo: protección de una economía regional o nacional. Por ejemplo, la imposición

de aranceles altos a productos extranjeros.

Reconversión: en el caso de las empresas se trata de su modernización, pero además, de un

cambio radical hacia otra forma de producción más tecnificada.

Ser: una larga tradición filosófica se ha ocupado del ser. Algunos se refieren a la esenci4 del

hombre y otros sostienen la inexistencia de una esencia. El ser es lo que comprende la relación entre

existencia y posibilidad en el hombre.

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Simulacro: realidad paralela. Tanto como escena social o como situación personal, se trata de

la generación de un artificio que tiene por fin el engaño.

Subjetividad: término que hace referencia a un aspecto de la realidad creado por la mente en

contraposición a lo objetivo, perteneciente al mundo de las cosas. Sin embargo ambos conceptos

son construcciones históricas y modifican a su vez la realidad que plantean.

Totalizante: tendiente a las totalidades. Búsqueda de lo universal.

Transnacional: sin territorio nacional. En el caso de las empresas, éstas tienen una casa

madre, pero el funcionamiento es transnacional, es decir, más allá de las fronteras nacionales.

Unidimensional: término acuñado por el filósofo alemán Herbert Marcuse (El hombre

unidimensioual) para dar cuenta del hombre del capitalismo. Éste no encuentra posibilidad alguna

de la existencia de lo alternativo; una sola dimensión es posible.

Unidireccional: relación que se establece desde un emisor hacia un receptor. Algunas veces

se usa el término para dar cuenta de cierta rigidez en la comunicación.

Unipolar: a diferencia del bipolarismo, cuando la corriente dominante es una sola.

Universal/universalizable: genérico que comprende la totalidad de las posibilidades. No

admite la fisura y repele el azar.

Vertical / Verticalista: que se establece una relación vertical, es decir, un sistema de

jerarquías de arriba hacia abajo.

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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Chomsky, Noam, El nuevo orden mundial (y el viejo), Crítica, Barcelona, 1999.

El lingüista estadounidense, a través de una revisión histórico-social, da cuenta del nuevo

orden mundial. Se refiere con claridad a casos concretos que ejemplifican la actual situación

política internacional, y resta importancia a los discursos universalistas, como por ejemplo `los

derechos humanos" (según él, pasados de moda), en los que acusa una ceguera cómplice de los más

poderosos.

Hopenhayn, Martín, Ni apocalípticos ni integrados, Fondo de Cultura Económica, Santiago

de Chile, 1994.

Esta lectura de la década del 90 analiza la pérdida de las ideologías y la consecuente falta de

metarrelatos que contengan y justifiquen de algún modo las prácticas cotidianas. Se pone en crisis

la noción de continuidad y el problema de las metas personales. Trata el problema del Estado

Planificador, sus detractores y la pérdida de legitimidad quepreocupa a los demócratas. En su

interpretación de la vida social de fin de siglo, analiza el problema en América Latina, que se

encuentra, según el autor, en una encrucijada.

lanni, Octavio, Teorías de la globalización, Siglo XXI, México, 1999. Se analizan en

profundidad los distintos componentes de la globalización, que van desde la economía mundo hasta

la aldea global. No se queda sólo en una comprensión moderada de la economía global, sino que

indaga las transformaciones del capital. Luego de revisar la idea de interdependencia, sin dejar de

criticarla, concluye su trabajo con un análisis sociológico del mundo global.

Lyotard,Jean Franlois, Lo inhumano, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1998.

El filósofo francés realiza exhaustivas reflexiones sobre el concepto de "tiempo". Tanto desde

la política como desde el arte. La doble abstracción está dada en la globalización por la movilidad

del capital y la gran memoria informática, según él, "memoria de nadie".

Onfray, Micltel, Política del rebelde. Tratado de la resistencia y la insumisión, Libros Perfil,

Buenos Aires, 1999. (Original: Michel Onfray, 1997).

Este trabajo es una voz que se proclama insurrecta frente al orden reinante; una respuesta

política al mundo del capitalismo global que predica la subversión de los valores hegemónicos.

Reivindica la importancia del materialismo para `poner el cuerpo" en la acción revolucionaria. En

un mundo en que los sistemas parecen tener formas abstractas, Onfray no tendría problema en

tomar las armas por una causa (con todo lo polémica que puede resultar esta declaración), y

considera que la escritura es por ahora útil a la vida. Su forma ensayística de escribir hace de este

libro no una protesta, sino unapropuesta concreta: compromiso ético-estético contra toda forma de

dominación.

Virilio, Paul, La bomba informática, Ediciones Cátedra, Madrid, 1999.

El arquitecto y urbanista francés Paul Vinho, resume en este trabajo su. interés por los

cambios perceptuales en relación al tiempo y el espacio. Expone con claridad y retoma a Foucault

en un libro como La inseguridad del territorio (1976), para plantear la posibilidad de un panóptico

global. Siempre dedicado a estudiar la relación del cuerpo con las ciudades y las tecnologías, aquí

se ocupa también de ciertos personajes que se erigen en nuevos dirigentes, como Ted Turner

(vicepresidente de la cadena Time-Warner) o Bill Gates (presidente de Microsoft). Más anclado en

la actualidad mundana que otros trabajos, pero claro y compacto, el libro no deja escapar ningún

síntoma del mundo globalizado.

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CONSEJO ASESOR DE LA COLECCIÓN

Horacio Cánepa. Dr. en Física (UBA), investigador (CONICET) v docente universitario

(UCR).

Irene M. de Cid. Lic. en Psicología (UBA) y docente universitaria (CRECE, LSAL).

Germán Ferrari. lic. en Comunicación social, docente universitario (UNLZ). Periodista v

ensayista.

Celia Pagán. Lic. en Comunicación (UMSA) y Psicóloga Social. Docente universitaria

(UNIX Universidad de Morón).

Magdalena Porro. Lic. en Ciencias Biológicas y docente universitaria (CRECE). Traductora

y escritora.

LA GLOBALIZACIÓN

Ariel Pennisi (Autor). Licenciado en Comunicación Social ((:RECE, 2000). Productor y

coordinador de conductores infantiles de Radio Panda. Conductor y productor en FM La Tribu.

Profesor de talleres de radio. Asesor en estrategias de medios y proyectos editoriales (periódicos,

newsletter, etc.). Cursa como oyente en carreras humanísticas de la UBA. Ha realizado seminarios

sobre Foucault, Deleuze, Nietzsche, Heidegger, Aristóteles y psicoanálisis, entre otros.

Germán Ferrari (Supervisor). Licenciado en Periodismo (UNLZ). Editor de la agencia de

noticias Infosic y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas

de Zamora (UNL7). Trabajó en distintos medios periodísticos nacionales y se desempeñó como

colaborador y productor de la periodista Norma Morandini. Es autor de “Rabindranath Tagore, el

poeta inspirado”. (Colección Biografías & Ideas, Editorial Longseller, 2001).