pensar por casos

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PENSAR POR CASOS * RAZONAR A PARTIR DE SINGULARIDADES Jean- Claude Passeron y Jacques Revel A través de la diversidad de sus figuras culturales y todo a lo largo de la historia de los saberes y de los conocimientos especializados, las modalidades lógicas del “pensamiento por caso” revelan una restricción propia de todo razonamiento coherente que, para fundamentar una descripción, una explicación, una interpretación, una evaluación, elige proceder explorando y profundizando las propiedades de una singularidad accesible a la observación. No para limitar ahí su análisis o decidir sobre un caso único, sino porque se espera extraer una argumentación de rango más general, cuyas conclusiones pueden ser reutilizadas para basar otras inteligibilidades o justificar otras decisiones. Sin embargo la rehabilitación metodológica del pensamiento por casos es reciente. Antes de quedar asociado al cuestionamiento de los paradigmas naturalistas o lógicos, que de tanto en tanto ha afectado a la mayoría de las disciplinas al correr del siglo XX, el análisis que se propone tomar en cuenta “los casos”, profundizando y circunstanciando de manera más fina aquello que los constituye, durante mucho tiempo pareció apartarse de la exigencia mayor de unificación, homogeinización e, idealmente, de formalización de la argumentación , en la cual la historia de los saberes parece haber inscripto definitivamente sus avances más decisivos en el conocimiento lógico y empírico, desde la ciencia antigua hasta las revoluciones científicas modernas. El caso: ¿cuál generalidad? Al querer definir el pensamiento de casos singulares de manera contrastante, oponiéndolo punto por punto con el

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PENSAR POR CASOS *

RAZONAR A PARTIR DE SINGULARIDADES

Jean- Claude Passeron y Jacques Revel

A través de la diversidad de sus figuras culturales y todo a lo largo de la historia de los saberes y de los conocimientos especializados, las modalidades lógicas del “pensamiento por caso” revelan una restricción propia de todo razonamiento coherente que, para fundamentar una descripción, una explicación, una interpretación, una evaluación, elige proceder explorando y profundizando las propiedades de una singularidad accesible a la observación. No para limitar ahí su análisis o decidir sobre un caso único, sino porque se espera extraer una argumentación de rango más general, cuyas conclusiones pueden ser reutilizadas para basar otras inteligibilidades o justificar otras decisiones. Sin embargo la rehabilitación metodológica del pensamiento por casos es reciente. Antes de quedar asociado al cuestionamiento de los paradigmas naturalistas o lógicos, que de tanto en tanto ha afectado a la mayoría de las disciplinas al correr del siglo XX, el análisis que se propone tomar en cuenta “los casos”, profundizando y circunstanciando de manera más fina aquello que los constituye, durante mucho tiempo pareció apartarse de la exigencia mayor de unificación, homogeinización e, idealmente, de formalización de la argumentación , en la cual la historia de los saberes parece haber inscripto definitivamente sus avances más decisivos en el conocimiento lógico y empírico, desde la ciencia antigua hasta las revoluciones científicas modernas.

El caso: ¿cuál generalidad?

Al querer definir el pensamiento de casos singulares de manera contrastante, oponiéndolo punto por punto con el pensamiento lógico de generalidades, se corre el riesgo de aceptar la ambigüedad semántica que recubre la noción misma de “caso” impuesta por el uso. Por lo tanto tiene poco sentido registrar bajo este término colecciones heterogéneas de objetos o de rasgos distintivos, de ejemplos y contraejemplos; confundir monografías y casos y análisis explícitamente elegidos con fines de demostración o de comparación, queriendo deslizarse de un repertorio a otro, como si la cosa se diera por sentada. De allí nuestra elección de prestar atención a las operaciones asociadas al pensamiento por casos en vez de partir de una definición imposible de antemano. Hoy en día de hecho son dos las historias del pensamiento por casos las que después de haber caminado de manera relativamente separada complementan sus efectos y sus incitaciones, provocando así un replanteamiento de las axiomáticas, las lógicas y las metodologías universalistas y/o nomológicas en las ciencias – y por ende en las ciencias del hombre. La primera es

*Publicado en Penser par cas, J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Enquête N° 4, Éditions de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris, 2005.

aquella que desde la filosofía y la retórica antiguas hasta los debates éticos contemporáneos ha inscripto su continuidad práctica en la sucesión de casuísticas morales, jurídicas o religiosas. La segunda, a través de la larga sucesión de escuelas y tradiciones médicas, no ha cesado de afinar las prácticas y las reglas de un procedimiento clínico en los últimos decenios del siglo XIX y los primeros del siglo XX, concurrente con el método experimental C con el cual, en las ciencias biológicas y psicológicas, ha tendido a combinarse al final del siglo XIX según compromisos metodológicos y en protocolos empíricos que han hecho escuela. Es principalmente bajo esta segunda forma que el pensamiento por casos de entrada ha cruzado los recorridos contemporáneos de las ciencias sociales. Mientras que ellos dependen de ambiciones universalistas, que las metodologías sociologistas o economicistass de factura nomológica o estructural-funcionalista han heredado del siglo XIX, descubren al mismo tiempo el lugar que puede tomar la representación narrativa de secuencias e interacciones en cualquier tentativa de explicación de la particularidad de un caso y de su contexto.

El carácter excepcional, eventualmente anormal, tal vez aberrante, de situaciones que la mayoría de lenguas designan, tanto en su uso común o científico, como “caso”, plantea una cuestión similar a todos los que tropiezan con un estado del mundo cuya descripción se presenta al mismo tiempo como un desafío lanzado al observador. “Es un caso” se dice cuando nos encontramos detenidos y obligados a cambiar de trayecto por un obstáculo: tal cual, el enunciado contiene a la vez una observación empírica y un requerimiento /mandato lógico. En este sentido, un caso es algo que viene, un tope (“échéance”) para retomar la feliz expresión de Serge Boarini. Sobreviene, ocurre, y en cuanto tal plantea cuestiones. Lo que siempre ha constituido la dificultad lógica en la descripción de casos, en tanto que aguijón de los debates morales, políticos, teológicos, científicos o privados, es que se opone de entrada a la tentativa de circunscribirlos por una descripción que define una lista abierta de propiedades descriptibles, todas hipotéticamente pertinentes para dar cuenta de su emplazamiento particular en una situación, una configuración o en el seno de un proceso. En este sentido, un caso no es solamente un hecho excepcional que hay que contentarse con que ahí quede: constituye un problema; reclama una solución, vale decir la instauración de un marco nuevo de razonamiento, en el que puede estar el sentido de la excepción, sino definido en relación a las normas establecidas que confronta, por lo menos puesto en relación con otros casos, reales o ficticios, susceptibles de redefinir con el mismo otra formulación de la normalidad y de las excepciones.

Que un caso sea maravilloso o, más comúnmente, perturbador, no alcanza. Se debe poder plantear uno o varios problemas a partir de su vigencia1. Antes de devenir en ejemplos citados e invocados con autoridad o como elementos de prueba, los casos que

1 L. Daston, “Strange facts, plain facts, and the texture of scientific experience in the Enlightenment”, en S. Marchand y E. Lunbeck, eds., Proofs and persuasion. Essays on authority, objectivity and evidence, Tournai, Brepols, 199, págs. 42-59.

Freud hizo célebres eran de entrada cuestiones planteadas a la práctica de psicólogos y psicoanalistas, comenzando por la suya propia; esto además era lo que basaba ante sus ojos, y él no cesó de reiterarlo, la obligación de dar a conocer ante la comunidad científica. O, para cambiar el registro, cuando François Hartog decide interesarse por el “caso Fustel”, lo hace con la preocupación de precisar en qué y comprender por qué el historiador de “La ciudad antigua” se ubicó netamente en contradicción con su disciplina, en relación a una serie de tradiciones historiográficas, a la tradición simplemente, “en relación consigo mismo” y, finalmente, “con esas grandes corrientes que son los pensamientos contra-revolucionario, tradicionalista, liberal, democrático2”. Verdaderamente es el conjunto de cuestiones que lo invisten – y de las que es susceptible de quedar investido – lo que hace el caso. Michel Foucault, reiteraba, al presentar el affaire Rivière (1835) que no había sido un gran affaire, ni en la publicidad que tuvo en su tiempo, ni en la historia de la psiquiatría penal, ni en la memoria judicial. No se convirtió de entrada en un caso bajo la forma de un dossier publicado en los Annales d’Hygiène publique et de Médecine légale, ni en el contexto del debate que se abrió independientemente del mismo sobre “la utilización de conceptos psiquiátricos en la justicia penal”; y se convierte en caso en términos reformulados ciento cincuenta años después, cuando ofrece a la filosofía la posibilidad de interrogarse de nuevo, a partir de un dossier completado y reconfigurado, sobre “un informe del poder, una batalla del discurso y a través del discurso” que muestra que el crimen y el proceso de Rivière han sido una ocasión y un reto3.

El caso requiere profundización de la descripción, al tiempo que permanece irreductible en su singularidad puesto que no puede jamás ser “definido” completamente sino solamente designado por un acto de deixis. Parece poder resistir así cualquier esfuerzo por disolverlo, por abstracción o por síntesis, en el anonimato de una de las formas ya normatizadas o formalizadas del pensamiento de lo general o de lo universal. Por amplia que sea, en la definición de un caso, la enumeración de rasgos genéricos que se pueden encontrar idénticos a otros casos, siempre intervienen, en un enunciado que quiere hacer referencia a su singularidad en el tiempo y el espacio, uno o varios deícticos4. En cualquier

2 F. Hartog, Le XIX siècle et l’Histoire. Le cas Fustel de Coulanges, Paris, PUF, 1988, pág. 13, 217-221.3 Moi, Pierre Rivière, ayant égorgé ma mère, ma soeur et mon frère. Un cas de parricide au XIX siecle , présenté par M. Foucault et al., Gallimard/Julliard, 1973, págs.. 10-13. Ciertamente se podrían multiplicar indefinidamente los ejemplos. Es ocasión de reiterar que el caso no está definido por la talla del objeto tomado en cuenta, que importa no confundir con el carácter intensivo del examen a que es sometido. En este aspecto, el Mediterráneo de Braudel puede constituirse como caso tanto como los objetos que consideran los micro-historiadores (y por consiguiente la escala es de hecho muy variable). 4 Jean Claude Pariente caracteriza muy bien la disponibilidad semántica del nombre propio al analizar la perplejidad en la que uno “se” encontraría si “se” leyese, por ejemplo, que “Jean Paul Sartre está en tren de poner a punto su Précis de logique modale (Compendio de lógica modal)”. Como todo otro deíctico, el nombre propio dirige de manera ciega la atención hacia su referente sin poder definirlo completamente jamás; pero, “designador rígido” según la expresión ya clásica de Donnellan, opera al mismo tiempo un campo de cuestiones variables sobre la verdad de las aserciones que manda, en función de su “anclaje pragmático” en una situación de comunicación. Aquí, las reacciones del lector de esta información variarán entre la incredulidad y la aceptación según otras informaciones que constituyan el contexto de su escucha

argumentación en la que se encuentra movilizado un caso particular, nunca se utiliza - y no lo sería sin consecuencia - como un elemento intercambiable en un conjunto ya circunscripto por una definición genérica o como resultante de un encuentro entre leyes de alcance universal; no puede ser retenido ventajosamente como la variante libre de una estructura invariante o la especificación automática de una norma.

Ya se trate de un caso bello (“beaux cas”), como los que coleccionan los psicólogos, los criminólogos y los periodistas, o de un caso “espinoso”, de un caso de escuela, o de casos límite, de configuraciones “típicas” o teratológicas; que nos choquemos como ocurre frente a un “caso de consciencia” – que hace falta someter a un tratamiento de excepción porque su resolución práctica no se puede deducir inmediatamente de las normas o principios compatibles o componibles entre sí C o bien que los encontremos como “casos tipo” (“cas de figure”) imprevistos o curiosos — en los que vale la pena escrutar la singularidad etnográfica, sociográfica o biográfica para poner en tela de juicio, por el efecto desconcertante de su excentricidad, las ilusiones de lo natural y lo normal C las descripciones de casos vienen de entrada a ubicarse en una de las categorías más problemáticas de la interpretación de hechos. Su singularidad los privilegia para unos y los estigmatiza a los ojos de otros. Pero para todos, los distingue inmediatamente de todo lo proveniente del estado de cosas o de los juicios que los calificarían como normales, previsibles, repetitivos o corrientes ¿Qué significa entonces tal particularidad, que es a la vez empírica y lógica? ¿Descriptible indefinidamente, pero impedida de cualquier acceso a los caminos canónicos de la necesaria inferencia? La identificación de un caso como tal plantea a todos aquellos a quienes se topan con su singularidad la misma cuestión lógica, la de la identificación de una identidad inestable, incluso autodestructiva, puesto que el contenido a veces se reduce a la discordancia que el caso introduce en las operaciones vigentes en las decisiones cotidianas o en los procedimientos confirmados del razonamiento científico.

El tratamiento argumentativo que conviene reservar a las entidades que escapan así a las clasificaciones y a la formulación estabilizada de regularidades, como a los procedimientos pre-contraídos de la evaluación de acciones en relación a normas incondicionales, no ha dejado de dividir, todo a lo largo de la historia de los oficios intelectuales, a los filósofos y a los teólogos, luego a los lógicos y los epistemólogos que han practicado una casuística o que se han interrogado acerca del pensamiento por casos. ¿Cuáles pueden ser las formas y el alcance de los razonamientos que un caso, una vez que se ha elegido describirlo y analizarlo como tal, al detallar también en cuanto sea posible sus

de la frase amalgamando todos los contextos en los cuales ya ha escuchado hablar o ha leído algo de Sartre. Los mismo si gramaticalmente son nombres comunes, los conceptos del sociólogo, inevitablemente ideal-típicos, participan por ello de cierta indexicalidad del nombre propio: imposibles de definir completamente por una lista cerrada de propiedades genéricas, no pueden identificar aquello de lo que hablan sin referirse al mismo tiempo a una colección de casos, en cuya definición entran necesariamente nombres propios y deícticos o perífrasis que contienen a otros. Ver J.-C. Pariente,”Le nom propre et la prédication dans les langues naturelles”, en J. Molino, ed. Le nom propre, N° sp. de Langages, 66, 1982, págs. 37-39.

propiedades particulares, requiere del pensador que intenta preservar la significación local de una singularidad, al mismo tiempo que quiere extender por generalización un conocimiento trasladable a otros casos? ¿Cómo se establece lógicamente la validez general según la cual se puede pretender un proceso de conocimiento al querer argumentar sus aseveraciones a partir del caso, es decir a partir de descripciones en las que el autor acepta de entrada que la lista de rasgos distintivos que considera pertinentes puede ser indefinidamente alargada para identificar mejor la singularidad?

Después de Aristóteles, el problema ha recibido respuestas diferentes y contradictorias5. Hoy en día se presenta sobretodo en términos metodológicos y epistemológicos, ya que divide sobre la elección de protocolos de inventario de hechos observables cada una de las ciencias empíricas – y , en primer lugar, las ciencias de lo viviente como las ciencias del hombre: las primeras, en sus procedimientos a la vez experimentales e históricos (tanto fisiológicos, neurológicos o físico-químicos, como etológicos o ecológicos); las segundas, a la vez estadísticas e históricas, con sus métodos cuantitativos o clínicos (a veces asociados), sus formalismos y sus casuísticas (casi siempre sin relación). ¿ El pensamiento por casos, que se ha visto revestido de múltiples y diversas formas y ha renacido varias veces después de ser declarado obsoleto o condenado al ostracismo, descansa al fin de cuentas sobre un método de administración de pruebas que deberá ser en sí mismo tan singular como los casos sobre los que se aplica? ¿La comprensión de un caso, no será susceptible de apoyarse sobre un procedimiento que, para lo esencial, permanece inefable y que solamente conviene a un objeto único? ¿Por ejemplo, sobre una “intuición” sin comunicación ni criterio explicitable o transmisible como en las prácticas del diagnóstico tradicional, o inclusive sobre la captación por empatía inmediata del sentido de una civilización, de una visión de mundo o de un élan vital6?

Tanto en el siglo XIX como en el XX las ciencias del hombre se han apartado más o menos rápidamente de los caminos metodológicamente impracticables que las grandes filosofías de la historia o de la evolución quisieron trazar, desde lo alto de sus conceptos, hacia los trabajos de erudición o de campo, del análisis o de la clínica. ¿Pero puede el pensamiento por casos sustraerse a toda normalización lógica, o al menos a sistematizaciones parciales y provisorias que autoricen una semi-formalización ‹‹sensible al contexto››, en la medida que intenta formular sus interpretaciones o justificar sus elecciones 5 A.R. Jonsen y S. Toulmin, The abuse of casuistry. A history of moral reasoning, Berkeley-Londres, University of California Press, 1988; y en À quoi sert la casuistique en Penser par cas, Paris, ediciones de la EHESS, 2005.6 Los filósofos de la intuición, para quienes la aprehensión directa de una esencia singular constituye una forma de conocimiento superior a cualquier discusión, han ejercido una influencia, que hoy en día tiende a desvanecerse, sobre las primeras formulaciones conceptuales de las ciencias sociales. Pero Nietzche, en quien las interpretaciones están nutridas de análisis históricos, ha provisto a los investigadores otro modelo sugestivo, más cercano a sus métodos, el de la recreación trabajada del sentido conceptual de un caso ejemplar, como lo ilustra su descripción del ‹‹origen›› de la tragedia o de la filosofía presocrática. Es este Nietzche, el de La genealogía de la moral (1887), el que invoca Weber por la fuerza probatoria que le ha conferido al tipo-ideal de la ‹‹recalificación religiosa del sufrimiento›› del cristianismo.

a un cierto nivel de generalización y de rigor en sus inferencias7? Evidentemente no: no se engendra jamás ninguna ‹‹generalidad›› por la adición de ‹‹enunciados existenciales singulares››. A su vez, existe el riesgo descriptivo de ir demasiado lejos en la reducción pura y simple del tratamiento de casos a formas deductivas o inductivas de razonamiento, tal como lo pueden hacer las argumentaciones científicas que fundan el comportamiento de sus comparaciones entre variaciones empíricas, como el rigor de sus cálculos y las reglas de sus formalismos o de sus modelos, sobre la lógica ‹‹monótona›› de un tránsito de doble sentido entre lo particular y lo universal. Bajo la presión de las metodologías de la inferencia necesaria (o probabilística), que no dejan opción entre el camino ascendente y el camino descendente para ir de lo particular a lo universal (y recíprocamente), esta simplificación ha sido la regla hace largo tiempo. Para dar cuenta de la transposición conceptual de la comprensión de un caso a la inteligibilidad de otro, la preocupación de justificarse ante las formas clásicas de la lógica casi siempre ha sugerido a los autores de trabajos que privilegian el estudio profundizado de casos — en el terreno etnográfico, en la monografía según sus diferentes versiones, en la biografía, en el seguimiento clínico de casos individuales—pasar por el lenguaje de la validez de las pruebas experimentales fundadas sobre la reiteración de observaciones, sobre todo después que con Popper el modelo de la ‹‹refutabilidad›› de proposiciones teóricas parece proveer una garantía universal de cientificidad en toda ciencia empírica. ¿Pero da cuenta del movimiento efectivo del pensamiento por casos tal alineamiento metodológico?

A partir de los métodos y los lenguajes según los cuales las ciencias del hombre precisan actualmente las cuestiones planteadas por la interpretación de sus objetos más específicos, es decir los más estrechamente dependientes de su contexto, parece surgir una tercera interpretación del rebrote de cuestiones sobre la causalidad del ‹‹caso››. Se la encuentra por lo demás, mutatis mutandis, en la mayoría de las disciplinas, en el corazón de la reflexión actual sobre la diversidad de modalidades científicas de la descripción y de la prueba. En los últimos decenios del siglo XX, el debate epistemológico sobre los estilos científicos, tal como se ha reformulado a partir de la diversificación de las mismas prácticas de investigación, ha impuesto al conjunto de las disciplinas un re-examen de las certezas que parecían haber adquirido sobre los lazos lógicos entre la ‹‹verdad›› de una comprobación empírica y los métodos según los cuales se establece. El positivismo a la antigua, con lo que conserva de realismo a la antigua, se ha desvanecido de las prácticas científicas, sino de todas las ideologías instruidas, a favor de una representación profundamente diferente de las relaciones entre el lenguaje y el mundo, con frecuencia ligada a las ciencias lingüísticas y a la lógica del lenguaje. Esta revolución epistemológica subterránea por otra parte ha cambiado muchas veces de denominación, según quiénes

7 Piere Livet muestra la adecuación de este tipo de formalización, que procede de la revisión de normalidades y de sus excepciones en función de los contextos, a los razonamientos habituales del historiador o del sociólogo en su texto: ‹‹Formaliser l’argumentation en restant sensible au contexte››, en M. Fornel y J.-C. Passeron, eds., L’argumentation. Preuve et persuasion, Paris, EHESS, 2002, págs.. 49-66 (‹‹Enquete›› 2).

argumenten: convencionalismo, nominalismo, pragmatismo, axiomática arbitraria. ¿No hallan nuestras disciplinas la lógica de sus procedimientos más originales en el terreno en que el pensamiento por casos logra construir inteligibilidades generales o trasladables a partir de un tratamiento específico de las singularidades, allí donde se han visto los indicios de una crisis, el reconocimiento de impasses donde a veces han tenido el sentimiento de hallarse, o también el efecto de desgaste de los grandes paradigmas unificadores que subtienden sus programas8?

‹‹Hacer caso››: la singularidad y la ocurrencia

Vale la pena detenerse un instante sobre la experiencia de desadaptación mental a la que se asocia la identificación de un caso como tal. En las lenguas que han retenido algo de la etimología del casus latino (y mayormente palabras formadas a partir de la raíz del verbo cadere), aquello que hace a la originalidad de un caso, sea de naturaleza ética, política o histórica, es la configuración original de una disposición de hechos o de normas cuya irreductible heterogeneidad viene a interrumpir el movimiento habitual de una toma de decisión, del desarrollo de una observación, del camino de una prueba, al tiempo que nada de la teoría, la doctrina o el método que guía de entrada la descripción o el razonamiento permite prever la objeción.

El caso encuentra así una primera definición subjetiva, completamente negativa, en la interrupción que impone al movimiento acostumbrado de la experiencia perceptiva, así como al recorrido previsto de un discurso descriptivo, argumentativo o prescriptivo. Los casuistas cristianos y los moralistas – y luego, entre ellos, los novelistas – se han ingeniado como virtuosos en multiplicar, a veces casi hasta el vértigo, la invención de configuraciones inesperadas explícitamente destinadas a hacer problema9. La singularidad que ‹‹hace caso›› tiende entonces a la asociación contradictoria – o por lo menos desconcertante – de principios o de hechos que se muestran capaces de desestabilizar la evidencia perceptiva de un objeto o la consistencia de una convicción. Instaura la perplejidad del juicio al quebrar el hilo de la deducción o de la generalización y provoca así la reflexión, la bifurcación lógica, la ruptura de procedimientos o un cambio necesario del marco de referencia teórica en el rumbo de una conclusión.

8 Se retoma aquí la cuestión planteada, en un contexto diferente, por Carlo Guinzburg en su ensayo ‹‹Spie. Radici di un paradigma indiziario››, en A. Gargani, ed., Crisi della ragione, Turin, Einaudi, 1979. La gran resonancia que ha conocido este texto, que ha circulado mucho después de un cuarto de siglo, así como la diversidad de lecturas de las que ha sido objeto pueden servir útilmente para caracterizar la coyuntura intelectual y científica a la que nos referimos aquí.9 Thomas Pavel propone reconocer en el núcleo de la novela moderna una ‹‹indeterminación axiológica›› que serviría como el motor profundo: cf.‹‹ Ficción y perplejidad moral››, Paris, EHESS, 25° Conferencia Marc Bloch, junio de 2003. Del mismo autor ver también La pensé du roman, Paris, Gallimard, 2003.

La ocurrencia, o más aun el conjunto de co-ocurrencias que, en el encuentro de un caso, fuerza la atención constriñéndola a suspender el curso del razonamiento disponible o preparado para imponerle un cambio de régimen, puede residir tanto en la yuxtaposición improbable de los hechos observados – en la configuración de un ‹‹efecto perverso›› que resulta de la contradicción entre las estrategias subjetivas de individuos particulares y sus resultados objetivos C como en la aporía lógica que pone en cuestión todo un sistema de reglas a través del descubrimiento de un simple hápax10. Aquello que se mete de través en el recorrido sin falla de un orden teórico incontestado o que cae a pique para servir de trampolín al abogado del diablo, aun cuando esté elaborado con conocimiento para abrir un espacio problemático nuevo (tal como lo hacen explícitamente las técnicas del derecho, por ejemplo), aquello que otorga la fuerza de un caso no envía jamás a una única fuente. Impone un obstáculo lógico, pero su fuerza de detención no dimana ni de la imperatividad no condicional que se adhiere a una norma (ética, religiosa, política, etc.), ni de efectos que serían previsibles a partir de la necesidad universal de un orden de la naturaleza, de la validez teórica de los axiomas de un sistema lógico o de los principios de una doctrina. El caso nace más seguido de un conflicto entre esas reglas y las aplicaciones que debiera ser posible deducir, así como de la situación – provisoria pero intolerable C de indecibilidad que resulta. Las figuras de la casuística son tanto como investigaciones C y en primer lugar formulaciones C de estas figuras contradictorias.

Vale decir que los razonamientos dirigidos sobre los casos o a partir de los mismos, tal como los conducen los filósofos, los juristas, los médicos, los clérigos, luego sobre sus huellas los eruditos que realizan prospección de terrenos o idiosincrasias sociales C historiadores, sociólogos, antropólogos C han debido inventar los caminos de sus propias generalizaciones. Los cuales pueden ser muy diferentes según los tipos de objetos, los usos prácticos y los contextos disciplinares o históricos. Puesto que aquello que llamamos caso por comodidad se descompone casi siempre en una gran gama de experiencias, a veces de experimentaciones11. Ha existido, en el seno del pensamiento científico y sobre sus márgenes, una multiplicidad de pensamientos por caso que testimonian, en particular, la diversidad de las casuísticas. Esta diversidad no reenvía solamente a la de los fines sociales a los que han servido o que ambicionan servir, ella se encuentra también en los medios lógicos que pone en marcha. La casuística moral de las faltas desarrollada en la mayor parte de las religiones instituidas y de las morales filosóficas, en la cual la argumentación se realiza a partir de una referencia a autoridades, no es la que ponen en marcha las comisiones de ética que buscan hoy en día los medios de un acuerdo sobre las elecciones médicas o en el dominio de la experimentación genética. La ‹‹casuística›› de los tipos ideales de acción, de la que habla Max Weber para caracterizar la instrumentación conceptual de la historia comparatista, no es la de los case studies de la primera sociología 10 Nos cruzamos aquí con las observaciones del sociólogo Howard Becker en las conclusiones de C.C. Ragin y H.S. Becker, eds., What is a case? Exploring the foundations of social inquiry, Cambridge, Cambridge University Press, 1992.11 Ver Ragin y Becker, ibid. (en particular la contribución de Charles Ragin).

norteamericana, ni con mucho la de la escuela de Chicago. Los casos que coleccionaba Charcot, y que presentaba ante su auditorio de la Sâlpetrière para esbozar los elementos de una clínica y de una etiología, difieren profundamente de aquéllos que Freud intentaba producir al término de un trabajo analítico, realizado en la confrontación singular con un paciente, y en los que esperaba que le den la posibilidad de poner a prueba una técnica terapéutica al mismo tiempo que la consistencia de la construcción teórica que elaboraba. ¿Es posible, a pesar de todo, extraer, más allá de sus variaciones, las características comunes en el procedimiento C normativo, explicativo, interpretativo C que a partir de un conjunto de hechos intenta hacer un ‹‹caso››?

Dos rasgos están presentes simultáneamente, y a menudo explícitamente asociados, en la calificación de un caso. El primero es muy evidentemente la singularidad de un ‹‹estado de cosas›› en la que el interés, práctico o teórico, no es reductible al de un ejemplar cualquiera en el seno de una serie monótona o al de un ejemplo elegido arbitrariamente para ilustrar una proposición universalmente válida. Empero, y éste es nuestro segundo rasgo, para poder ser enunciado y explicitado, el informe de esta singularidad requiere que el descriptor se adhiera al seguimiento temporal de la historia según la cual dicha singularidad es el producto (y un momento), y se remonte también todo lo necesario y todo lo posible en el pasado del caso, al mismo tiempo que en la exploración detallada del devenir correlativo del contexto, o de los contextos, en que se inscribe: una singularidad es en efecto precisamente menos sustituible por otra C más singular entonces C en la medida que su contexto sea especificado en mayor grado. La conexión entre estos dos rasgos constituye el recurso lógico y metodológico de la interrogación necesaria para toda calificación de una ocurrencia como un caso.

El caso es el obstáculo. El caso es más y es otra cosa que un ejemplo. Así planteada, esta afirmación requiere serias matizaciones. Entre los sujetos que Charcot coleccionó a fines del siglo XIX, que mostraba y trataba, algunos han dejado un nombre y a veces un rostro. Pero estos bellos casos constituyen una minoría. Jacqueline Carroy recuerda que los otros, en su mayoría, han sido “tratados públicamente como piezas, particularmente interesantes puesto que eran típicas y por lo mismo raras, de una colección viviente asociada a otras colecciones de todo tipo, moldes, fotografías, notas, que se acumulaban en el servicio”. Los casos no intervienen aquí más que como ilustraciones de las patologías expuestas y comentadas, o aun como episodios clínicos particulares, “mucho más que como historias de individuos singulares”. No toman un espesor particular sino en la medida que la contrastación cruzada de observaciones coleccionadas en el seno de diferentes repertorios sugiere una pregunta, una hipótesis inédita. O también cuando la personalidad remarcable de un sujeto lo constituía en excepción: tal como en la tentativa de Observation de M. Émile Zola (1896), en la cual el psiquiatra Édouard Toulouse se propuso estudiar, a través de las relaciones de la superioridad intelectual con la neuropatía, “aquello que constituye la

individualidad física y psicológica de un hombre extraordinario12”. Sin embargo la lógica aquí también es la de la colección, que debe ser la más completa que sea posible y en la cual los tipos regulares son vecinos de las piezas raras (la monografía consagrada a Zola debió por lo demás ser la primera de una serie consagrada a figuras célebres).

Es por completo diferente la condición, propiamente experimental, del caso individual que construyeron Janet y, sobretodo, Freud en el ejercicio mismo de la relación terapéutica y luego en el reporte que dan. No ilustra nada al principio: ni tipo conocido, ni certidumbre adquirida, se presenta como un enigma en el que el trabajo analítico debe ocuparse de poner a punto los términos para poder intentar resolverlo. Cuando publica el ‹‹ Fragmento de un análisis de histeria›› en 1905, Freud intenta comunicar a la comunidad científica ‹‹aquello que se cree saber sobre la causa y la estructura de la histeria››. Pero este saber no es separable de la larga relación que constituye el caso Dora, de los momentos claves de su interpretación; también de su interrupción. Esta interrupción por cierto está ligada a la voluntad de la paciente de discontinuar el tratamiento; pero también hace explícitamente a la naturaleza del ejercicio: “Un caso aislado no será jamás susceptible de probar una regla general […] la sexualidad es la clave del problema de las psiconeurosis, como de las neurosis en general13.” Lo mismo que no es el rol del estudio de caso permitir la afirmación de una regla: más bien da la ocasión de poner en relación los elementos desarticulados de una configuración que de entrada es indescifrable y hasta imposible de reparar, y que por ello constituye un problema. La misma convicción se encuentra expresada con fuerza en el caso de ‹‹El hombre de los lobos››, de nuevo presentado como el “fragmento” de un análisis. Vale la pena prestar atención a los términos con los cuales Freud justifica la naturaleza C y también la extensión C de su empresa:

Loa análisis llevados a cabo en poco tiempo con resultado favorable son preciosos para que el terapeuta aumente la confianza en sí mismo [...] pero siguen siendo en gran parte de poco alcance en lo que toca al progreso del conocimiento científico. Ellos no nos enseñan nada nuevo. Alcanzan un éxito rápido porque ya sabemos todo lo necesario para lograrlo. No se puede aprender lo nuevo sino por los análisis que presentan dificultades particulares, dificultades que requieren mucho tiempo para ser superadas. Es en estos casos únicos que nos aproximamos a descender a las capas más profundas y más primitivas de la evolución psíquica y que podemos encontrar las soluciones a los problemas que nos plantean formaciones ulteriores. Decimos entonces, hablando estrictamente, que sólo un análisis que haya penetrado tan lejos merece ese nombre. Naturalmente, un caso aislado no nos enseña todo lo que quisiéramos saber. O, más adecuadamente, nos podría enseñar todo si estuviésemos en condiciones de comprender todo y si la inexperiencia de nuestra propia percepción no nos obligara a contentarnos con poco14.

12 J.Carroy, ‹‹L’étude de cas psychologique et psychanalytique (XIX siècle-début du XX siècle)››, en J.-C. Passeron y J. Revel eds., Penser par cas, Editions EHESS, Paris, 2005( pág. 210).13 S. Freud, ‹‹Fragmento de un análisis de histeria (Dora)›› (1905), en Cinq psychanalyses, trad. fr., Paris, Presses Universitaires de France, 1954, pág. 2, 86. Se ha traducido del francés según la edición utilizada por los autores (N. del trad.)14 S. Freud, ‹‹Extrait de l’histoire d’une névrose infantile (L’homme aux loups)›› (1918), ibid., págs. 327-328. Se ha traducido del francés según la edición utilizada por los autores (N. del trad.)

El caso del Hombre de los Lobos (1918) es un caso único; también es un caso princeps: propone el estudio ex post, excepcional de muchas maneras, de una neurosis infantil, sobre la cual el autor eligió concentrar su exposición por razones que fija de entrada. Para Freud, encuentra su importancia particular en el contexto de la polémica que mantiene con Jung y Adler sobre un punto teórico, el rol de la historia infantil de las representaciones inconscientes en la constitución de las neurosis. Por consiguiente, a lo largo de la exposición, no puede despegarse este punto teórico del reconocimiento del caso, que pasa por una descripción (el término aparece con insistencia en las primeras páginas del texto). Es a partir de los hechos descriptibles, puestos a la luz durante el trabajo analítico, que progresivamente se elaboran la trama interpretativa y la hipótesis explicativa. Esta última juega a su vez el papel de una puesta a prueba de la teoría en su estado disponible y provisorio. El estudio del caso deviene así la ocasión de una experimentación en la que las conclusiones quedarán, ellas también, provisorias. La hipótesis explicativa propuesta por Freud reposa sobre una disposición inédita de los elementos constitutivos del caso C en el que la misma propone un modelo: ambiciona hacerse cargo de ‹‹aquello que se resiste al “saber”, a la técnica y a la teoría15››. En el proyecto de Freud, la hipótesis se dirige, más allá, a otras puestas a prueba que darán ocasión de testear su validez.

El caso aquí está constituido como un enigma a resolver: por lo tanto es una cuestión de interpretación. Pero inseparablemente es un momento de una elaboración teórica en construcción. Los obstáculos con los que se enfrentan las diversas prácticas de la casuística se presentan también como enigmas, pero toman normalmente esta forma en relación a un cuerpo de reglas que son explicitadas y que pueden ser consideradas como adquiridas. A los casos paradigmáticos C casos simples que vienen a ubicarse claramente bajo la regla cuya validez y performatividad ilustran C , Jonsen y Toulmin oponen aquellos que no son cubiertos por la norma de manera parcial, o aún que pueden relevar varias normas concurrentes, discrepantes, hasta conflictivas entre ellas: hacen aparecer una situación de ambigüedad y manifiestan que ‹‹ninguna regla puede mostrar su propia interpretación por completo››. El trabajo que llama entonces a la reflexión sobre el caso y la decisión a la cual requiere llegar, consiste menos en una revisión de la regla que en la construcción de una configuración problemática C un ‹‹caso de conciencia›› C cuya solución reclama tomar en cuenta circunstancias C tópicos C que hacen a la singularidad. El ejercicio se sustrae al mismo tiempo al espacio de la deducción nomológica, a la que suspende, para aplicar ‹‹argumentos prácticos›› a una situación particular. Llama a la revisión: ‹‹Los hechos del caso presente definen las bases sobre las cuales debe estar fundada toda resolución y las consideraciones generales que han tenido importancia en situaciones similares proveyendo justificaciones que ayudan a reglar los casos futuros. De allí, la resolución de todo problema es presuntivamente válida, su fuerza depende de las

15 D. Rudelic-Fernandez, ‹‹Logiques du cas: modèles et modalités››, en P. Fedida y F. Villa, eds. Le cas en controverse, Paris, PUF, 1999, pág. 29-42 (pág. 39); C. Cyssau, ‹‹Fonctions théoriques du cas clinique. De la construction singulière à l’exemple sériel››, en ibid., pág. 59-82.

similitudes entre el caso presente y los precedentes, y su justeza puede ser cuestionada (o refutada) en las situaciones reconocidas como excepcionales››. En el marco más específico de la casuística católica post-tridentina, Serge Boarini identifica también dos recorridos profundamente diferentes, entre los cuales se encuentra la misma tensión. A los diversos tipos de casos ‹‹ejemplares›› que, de una u otra manera, vienen a confirmar las prescripciones de la Iglesia en materia de doctrina se oponen aquellos que son comprendidos como ‹‹ocurrencias›› y que no son susceptibles de ser tratados de modo simple, según una norma disponible. Reclaman una concertación, que pasa ella misma por un retorno reflexivo sobre las normas y sobre su disposición posible a la luz de las circunstancias que una situación particular impone a tomar en cuenta en la formulación de un juicio16.

La casuística jurídica medieval, tal como la analiza Yan Thomas en sus operaciones mentales, endurece aun más los términos de esta tensión. Profundamente diferente al recurso del precedente jurisprudencial, el procedimiento, cuyo lugar era esencial ya en el derecho romano antiguo, construye una técnica de producción del derecho al mismo tiempo que informa los aprendizajes eruditos a través de las quaestiones que los profesores exponen a sus estudiantes. Los casos sobre los cuales se reflexiona, ya sean inventados o que envíen a situaciones ocurridas realmente, ofrecen la posibilidad de reconocer los límites de los recursos susceptibles de ser movilizados para la argumentación jurídica ante una situación de hecho ante la cual los mismos no permiten responder. De este modo, la invención de la noción de personalidad moral, de la que Thomas sigue la elaboración entre los siglos XII y XIII, reenvía a situaciones efectivas – ¿a quién le corresponden los bienes de una comunidad en la que sólo queda un miembro viviente? ¿y cuando todos los miembros han desaparecido? – pero también, e inseparablemente, a construcciones ficcionales cuyo rol es radicalizar la cuestión planteada por medio de un juego de circunstancias excepcionales, que hace posible brindar más extremos aun para testear la validez de la soluciones propuestas. Por lo tanto estos casos límite, que salen de lo ordinario, no tienen vocación de quedar como tales. La impasse jurídica que hacen patente y que permiten resolver no debe quedar en el registro de la excepción, ‹‹lo que se ha pensado precisamente para este caso ha sido también al mismo tiempo para todos aquellos que contenía dentro de su límite››. Por medio de la resolución que ha aportado, el caso extremo está llamado ‹‹a instalarse como una hipótesis constante››. En este juego de doble mano entre la excepción y la regla, Thomas propone ver un rasgo esencial de la producción del derecho: ‹‹La casuística aquí nos hace tomar un aspecto a menudo desconsiderado de la historia del derecho, sino del derecho mismo: la irreductible factualidad, no de las ocasiones donde se dice el derecho (los hechos de los que se trata para ser calificados), sino

16 A.R. Jonsen y S.Toulmin, The abuse of casuistry …, pág. 35; y S. Boarini, ‹‹Collection, comparaison,concertation. Le trattement du cas, de la casusitique moderne aux conferences de consensus››, en Penser par cas, pág 129-157, J-C Passeron y J. Revel eds., Paris, EHESS, 2005.

la significación misma de sus decisiones, que toman menos la forma de una norma abstracta que la de una excepción declarada como constante17.››

Dar cuenta de un caso: La restricción del relato. Vayamos ahora al segundo de los rasgos que hemos descontado como descriptivos. Constituir un caso es tomar en cuenta una situación, reconstruir las circunstancias – los contextos – y reinsertarlos así en una historia, que está llamada a dar la razón de esta disposición particular que de una singularidad constituye un caso.

Mucho antes de que apareciera en el primer plano de la observación científica, a fines del siglo XVIII, el método clínico, tal como lo practicaba la medicina con o sin glosa teórica, había perpetuado desde la Antigüedad la preocupación por el ‹‹caso›› en el primer sentido del término, el que asocia el seguimiento del enfermo, por medio de los cuidados que le son dispensados individualmente y el registro minucioso y continuo de los síntomas que identifican su patología. El caso se encuentra así inscripto de entrada en el corazón del triángulo hipocrático. Es la historia misma de la enfermedad que se supone entrega al médico, después al lector de las observaciones que éste consigna, la posibilidad de cotejar el saber general, organizador así formal del hombre de arte, con la realidad de los síntomas: la experiencia concreta y no reducible del enfermo. Pues es la comparación de los cuadros clínicos que en un segundo tiempo debe hacer posible la constitución de tipos y, eventualmente, la búsqueda de regularidades explicativas18. Sabemos que se trata de una tradición de muy larga duración en la historia de la tradición médica occidental. Michel Foucault, quien ha denunciado la continuidad ilusoria, ha sugerido que la misma ha encontrado una validez y nuevos empleos con la afirmación de racionalidades inéditas de poder, que para él son contemporáneas del surgimiento de las ciencias del hombre, entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XX. Si se le sigue, resulta entonces que la diferencia individual encontrará una nueva pertinencia, que ilustrará tanto los nuevos saberes sobre la sociedad como los procedimientos que apuntan a disciplinarla por otra parte. En conjunto ‹‹bajan el umbral de la individualidad descriptible y hacen de esta descripción un medio de control y un método de dominación››. Entonces ‹‹el examen, rodeado de todas sus técnicas documentales, hace de cada individuo un “caso”: un caso que a la vez constituye un objeto para un conocimiento y una presa para un poder››.

Ese modelo, según el cual estima que engendra las formas de individualidad objetiva, disciplinada, de las sociedades contemporáneas, Foucault lo contrapone fuertemente al de la casuística clásica. ‹‹El caso no es más […] un conjunto de circunstancias que califican un acto y pueden modificar la aplicación de una regla, se trata

17 Y. Thomas, ‹‹L’extrême et l’ordinaire. Remarques sur le cas médiéval de la communauté disparue›› en Penser par cas, J-C Passeron y J. Revel eds., EHESS, Paris, 2005, págs. 45-73 (pág. 72).18 J.Pigeaud, ‹‹Aux sources des cas››, Histoires de cas, N° especial de Nouvelle Revue de Psychanalyse, 42, 1990, pág. 65-81.

del individuo tal como se le puede describir, calibrar, medir, comparar con otros en su misma individualidad19››. Se ve bien que, entre los dos regímenes de prácticas, distingue no solamente las formalidades sino también un programa y las condiciones mismas de su posibilidad. Falta decir que se puede estar tentado de matizar la oposición endurecida así por Foucault. Por nuevos que sean el proyecto y las técnicas de lo que llama el examen, ‹‹fijación ritual y “científica” de las diferencias individuales››, la asignación a cada uno de su propia singularidad se ha hecho presente en el corazón de los andares casuísticos mucho tiempo antes del momento disciplinario de las sociedades occidentales. Para decir lo mínimo, ha estado presente a partir de la obligación de la confesión individual instituida por el IV° Concilio de Letrán (1215): al requerir a cada fiel ‹‹una diligente exploración de su conciencia›› y al invitarlo a exponer ante la Iglesia, por la intermediación del confesor, las circunstancias de su pecado, lo que define el marco cognitivo y argumentativo del ‹‹caso de conciencia›› al mismo tiempo que ofrece las condiciones de posibilidad de una objetivación de la interioridad20.

Es Freud, después de todo, quien en una carta al pastor Oskar Pfister, reivindica una filiación entre la práctica del análisis y la de los directores de conciencia católicos, ‹‹nuestros predecesores››. Y es él otra vez quien, desde los Estudios sobre la Histeria (1895), se asombra del singular carácter de sus historias de enfermos (Kranken geschichten) que son los relatos de casos que escribe, ‹‹legibles como novelas y que están por así decir desprovistos del carácter serio de la cientificidad. Debo consolarme por el hecho de que este resultado debe ser imputado a la naturaleza del objeto más que a mi preferencia21››. Entendemos por ende que el informe del caso, tal como se elabora a partir del trabajo del análisis, asocia de hecho dos historias que son presentadas como indisolublemente ligadas: la del paciente, singular, y la de la relación entre el paciente y el analista; y se hace en un mismo texto, subraya Michel de Certeau que ve allí un explícito tomar en cuenta del proceso dialógico propio de la cura analítica: ‹‹El déficit de la teoría define el acontecimiento de la narración. Desde ese punto de vista, la novela, es la relación que la teoría entreteje con la aparición eventual de sus límites22››. Esta duplicación, que no ha cesado de ser reivindicada como propia por la tradición freudiana no es generalizable a todas las figuras del caso. No todas están así íntimamente ligadas en su producción a una relación recíproca, que compromete al analista y modifica las condiciones de la descripción 19 M. Foucault, Surveiller et punir. Naissance de la prison, Paris, Gallimard, 1975, pág. 191, 193.20 P. Cariou, Les idéalités casuistiques. Aux origines de la psychanalyse, Paris, PUF, 1992. Para el Foucault de los años 1960-1970, los saberes “psi” no son separables del conjunto de procedimientos destinados a disciplinar al individuo en las sociedades contemporáneas; de allí, sin duda, su insistencia en señalar la novedad radical.21 J. Le Brun, ‹‹Un genre literaire, le cas? Du casus conscientiae à la Krankengeschichte freudienne››, in C. Bohn y H. Willems, eds. Sinngeneratoren. FRemd- und Selbstthematisierung in soziologisch-historischer Perspektive, Constance, UVK Verlagsgesellschaft, 2001, págs. 139-167; M. de Certau,‹‹ Le roman psychanalytique. Histoire et literature››, en Id., Histoire et psychanalyse entre science et fiction, Paris, Gallimard, 1987, págs. 118-147; P.-L. Assoun,‹‹ Le récit freudien du symptom››, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 42, 1990, págs. 173-198.22 M. de Certeau, ‹‹Le “ roman” psychanalytique…››, pág 124.

y de la interpretación, al mismo tiempo que reclama una constante revisión de los logros teóricos. Todas no son ni mucho menos, reconozcámoslo, puestas en escena con una maestría tan soberana C también imperiosa, a los ojos de algunos C como la que gobierna la presentación de los grandes casos freudianos.

El hecho es que, bajo diversas formas, el recurso del relato está presente en todas las casuísticas jurídicas, morales, religiosas. Sirve para exponer una situación, para hacer comprender cómo se ha llegado hasta allí, entendiendo el punto en que se hace un problema o se ha constituido en problema. Un caso es el producto de una historia. Es secundario que dicha historia sea ‹‹real›› o que sostenga una ficción: en la mayoría de los casos, volveremos sobre ello, la misma ha sido objeto de un trabajo de selección y de reelaboración que confunde la distinción y que la hace al mismo tiempo inesencial. A su vez es decisivo que la historia registre los recorridos de un proceso y la puesta en situación de las circunstancias que califican el caso. En la casuística católica clásica, esas circunstancias toman nota por cierto de una clasificación sistemática, que determina una escala de pecados, pero en sus combinatorias hacen posible reconocer regiones de incertidumbre axiológica y balizarlas. En la nueva casuística, aquella que pone a prueba por ejemplo la reflexión bioética norteamericana, como la presenta Francis Zimmermann, sirven para contextualizar la argumentación moral al mismo tiempo que la ponen a prueba23. La centralidad del relato se encuentra también en los usos menos evidentes tal como pone en evidencia Jean-Philippe Antoine cuando muestra como la ‹‹puesta en caso›› de las vidas de los pintores le permitió a Vasari pensar la historia del arte como un ‹‹tejido de casos››, como un conjunto de configuraciones diferenciadas en las que viene a explicitar la especificidad para poder compararlas ya que se inscriben en el informe de una colección de experiencias particulares24. La dimensión narrativa es cada vez constitutiva del caso ¿En qué sentido? La respuesta puede buscarse en niveles muy diferentes.

El primero, el más general, C demasiado general, tal vez C se refiere al hecho de la experiencia humana del tiempo, de la cual Paul Ricoeur ha mostrado que el relato constituye la forma irreductible. Para él, la aprehensión de la temporalidad requiere el ‹‹discurso indirecto del relato›› para estar en condiciones de configurar la heterogeneidad y la fragmentación de la experiencia. No resulta indiferente que al final de su recorrido la filosofía haya escogido ilustrar esta tesis colocando en paralelo la ‹‹perlaboración›› (Durcharbeitung) analítica y el trabajo del historiador. Como toda historia, las ‹‹historias de casos›› proponen según él el ejemplo de un proceso C aquí, el de la cura C en el curso del cual ‹‹una historia coherente y aceptable›› viene a sustituir a ‹‹los sobornos de historia ininteligibles e insoportables››. Más en general, el relato debe ser comprendido no 23 F. Zimmermann, ‹‹La casuistique dans la bioéthique américaine››, Penser par cas, pág. 159-170. El relato no se limita a esta función argumentativa puesto que a través del recurso al estilo indirecto hace posible tomar en cuenta la subjetividad de los protagonistas que se distingue bien del registro del comentario del caso. Vale la pena seguir la pista sugerida por el autor a propósito de otras figuras del pensamiento por casos.24 J-P Antoine, ‹‹Les Vies de Vasari, l’histoire de l’art et la “science sans nom” des cas››, Penser par cas, pág. 171-199.

solamente como un medio de exposición, sino también como aquello que permite reunir las piezas de una historia que no existe por fuera del mismo y darle un orden y una forma 25. Es el mismo caso para el historiador, las conclusiones no son desmontables puesto que es el relato tomado en un todo que sostiene sus conclusiones (Freud mismo ha insistido, en la presentación del caso Dora, reprochándoles a sus colegas el brindar observaciones de los histéricos sin tomar en cuenta las condiciones de su producción). Por otra parte, esta coherencia narrativa no es separable de una restricción demostrativa. Los casos de los juristas, los de los teólogos o de los psicoanalistas no son solamente historias. Constituyen también dispositivos argumentativos que están destinados a convencer a las comunidades de expertos, de conocedores, de quienes deciden, de lectores, etc., y que toman la forma de una historia.

Se toca aquí un segundo nivel. Si tiene la ambición de dar cuenta de una experiencia temporal, el caso no se identifica con esta experiencia. En la masa de hecho disponibles, opera una selección que reorganiza, eventualmente estiliza los elementos en un marco conceptual dado en función de una demostración anticipada. No viene a reproducir una realidad, una ‹‹historia verdadera››, sino a producirla (de allí la insistencia que pone Freud sobre el carácter fragmentario de sus historias de casos). En este punto, la oposición entre historia y ficción tiende a desdibujarse, o más exactamente pierde su pertinencia, puesto que lo que propone la escritura de un caso es una construcción que tome la forma de una ‹‹ficción verdadera›› (Assoun). Los diversos usos del pensamiento casuístico presentan aquí toda una gama de posibles, que van de la invención de ficciones teóricas, tal como las ponen en acción el razonamiento jurídico por ejemplo, a los informes de experiencia o de campo, pasando por formas intermedias C las más frecuentes, sin duda, en las ciencias sociales C que combinan la estilización de un prototipo y la evaluación de su proximidad mayor o menor con la descripción de un caso empírico. Sin embargo lo que se busca a través de estas tentativas son menos restituciones a lo verdadero que lo que Claude Imbert califica fuertemente de ‹‹tomas de lo real26››.

La pregnancia del relato en la caracterización de un caso nos conduce finalmente a interrogarnos sobre el modo operatorio propio de las ciencias sociales, que las distingue de las ciencias nomológicas. Se tiende demasiado seguido a comprender la profundización de un caso como la elección de una óptica de miniaturización que de suyo haría posible la captación, concreta y holística a la vez, de un objeto de conocimiento antropológico27. Esta 25 P. Ricoeur, Temps et récit, III, Le temps raconté, Paris, Seuil, 1985, pág. 356. Ricoeur nota por otra parte que Freud no parece haber discutido frontalmente el carácter narrativo de la experiencia analítica. Él se interrogó al menos, como ya vimos, acerca de la forma ‹‹novelesca›› que tomaban sus‹‹ historias de enfermos››; y expresó su perplejidad sobre la forma que convendría dar a una historia de caso (por ejemplo al comienzo del segundo capítulo del Hombre de los Lobos).26 C. Imbert, ‹‹ Le cadastre des savoirs. Figures de connaissance et prises de réel››,en J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005.27 Esta lectura standard es la de una buena parte de la literatura consagrada a los case studies y la monografía. Es la que defiende, por ejemplo, la obra de J. Fagin, A. Orum, G. Sjoberg, eds., A case for the case study, Chapel Hill- Londres, University of North Carolina Press, 1991, en particular págs. 1-79.

lectura es ambigua C aunque más no fuera porque ella prolonga un efecto de reducción, como se ve en la perplejidad que han suscitado en ciertos historiadores las proposiciones y los recorridos de la micro-historia. Sobre todo, la misma no toca lo esencial. La dimensión imprescriptible del relato llama la atención sobre el parentesco profundo que existe entre el método clínico y el método histórico, que señala por su parte un parentesco entre la marcha del sociólogo y la del historiador. En efecto, tienen en común el proceder por descripción y comparación de casos, sin reducirlos jamás al estado inerte de ejemplares intercambiables en el seno de una misma categoría, simples unidades estadísticas susceptibles de ser adicionadas a aquellas que responden a criterios unívocos de exclusión o inclusión en una clasificación por géneros y especies. El recurso a un recorrido inductivo o, más simplemente aun la enumeración sin omisión ni repetición de los elementos de un conjunto C que proceden uno como otro por una subsumición vertical C son suficientes para identificar tales elementos de base y para formalizarlos en un conjunto susceptible de una definición ‹‹en extensión››; lo mismo que son suficientes para aislar como ‹‹acontecimientos›› científicos las repeticiones de co-ocurrencias en el marco de una experimentación, en el sentido estricto del término. El recorrido deductivo puede, también, ser descripto como el lazo necesario sobre el mismo eje vertical entre definiciones y principios generales y los ‹‹enunciados existenciales›› singulares que se pueden deducir y que, falsados o corroborados, definen entonces la adecuación de una hipótesis a aquello que se observa empíricamente. Por el contrario, el pensamiento por casos produce inteligibilidades que, al atravesar y al reconfigurar horizontalmente las colecciones de casos C es decir tratando sobre una forma ideal típica los rasgos pertinentes de una interpretación coherente tanto sus analogías semánticas como su probabilidad causal C sitúa en su lugar epistemológico verdadero [veritable] la cuestión de ‹‹decir y escribir verídicamente [vrai]›› sobre los estados del mundo histórico vale decir en las ciencias del hombre. Pero este lugar no es de ningún modo reposo, pues su definición lógica, lejos de poder concentrarse en un sistema cerrado de reglas de inferencias, obliga al epistemólogo a un recorrido tan sinuoso como las revisiones en cascada que escanden las intervenciones de la excepción y la regla según los cambios de contextos, sobe los cuales se yergue el pensamiento por caso.

Es en Weber que se encuentra sin dudad la reflexión más rigurosa sobre la argumentación histórica del comparatista ante su especificidad, es decir en aquello que la diferencia de la simple comparación estadística entre variaciones concomitantes, interpretadas fuera de todo devenir o contexto de variables, como también en aquello que prohíbe reducirla a la categorización genérica. El examen de la lógica ideal-típica hace resaltar aquello que la metodología weberiana de la formación de conceptos sociológicos tiene en común con el proceso de formación de generalidades en la lógica de un diagnóstico formulada sobre una base estrictamente clínica. Como la sociología histórica, la descripción clínica descansa sobre una estilización comparativa de los casos observados, que brinda los tipos-ideales así construidos disponibles a la detección de semejanzas y diferencias entre los casos nuevos. Sin duda es aquí que interviene de manera decisiva la puesta en relato de

toda descripción histórica, inseparable de la presentación de un caso. En el relato, se viene a revisar y articular los rasgos distintivos que constituyen para ponerlos a disposición del análisis como de las hipótesis interpretativas, descriptivas y explicativas: el registro de estados del mundo, observados o restituidos, es siempre un relato de interacciones que se modelan sobre contemplaciones sucesivas e interdependientes. El relato puede también abrir la vía a un análisis interminable, para decirlo como Freud C aunque la observación bien vale para otros recorridos aparte del psicoanálisis C de manera que no se quiera dejar perder nada de los rasgos pertinentes, tan innumerables en el trabajo de la descripción de un estado de hechos como las cuestiones pertinentes que sea posible plantear28.

El caso y la prueba

Las limitaciones y los recursos cognitivos del pensamiento por casos resultan, los unos como los otros, de la diferencia epistemológica que separa la reconfiguración de generalidades históricas, necesariamente sujetas a revisión, con la vía regia de una generalización capaz de formular sus regularidades y sus previsiones con el lenguaje sin falla de la universalidad lógica. Es este modelo fuerte de la prueba científica que el auge conjunto del método experimental y de la matematización de los fenómenos naturales ha tendido a imponer como el modelo exclusivo de toda demostración. Las ciencias del hombre, que llegaron después, se plantaron en ese modelo, sino en todos sus procedimientos, por lo menos conformando exteriormente su lenguaje de la causalidad y la prueba. Así, en las disciplinas en las que el pensamiento por casos se encuentra directamente en contacto o en concurrencia con los métodos inductivos y las clasificaciones genéricas, ha debido, de algún modo por default y por las necesidades de un diálogo con los investigadores a quienes quería convencer, retraducir las formas más originales de sus interpretaciones plegándose al léxico y la gramática de procedimientos que le resultan ajenos29: a saber, aquellos de un razonamiento experimental que funda toda la fuerza de sus pruebas sobre la frecuencia indefinidamente creciente de la confirmación de hipótesis suficientemente generales para poder formularse fuera de todo contexto, por experiencia mental o real. Esta es en efecto la única forma lógica susceptible del dilema metodológico,

28 Ver, en el mismo sentido, las reflexiones del antropólogo Clifford Geertz, en particular en uno de sus textos más célebres, ‹‹Thick description.Toward an interpretive theory of culture››, en Id. The interpretation of cultures, New York, Basic Books, 1973.29 Para etiquetar su principio de objetivación y sus técnicas de tratamiento de ‹‹las variaciones concomitantes››, está la figura de Claude Bernard, fundador del método experimental en medicina que invoca Durheim en Les règles de la méthode sociologique (1894). Pero, al mismo tiempo, como se puede ver en seguida después en Le suicide (1897), es la interpretación de ‹‹tipos de suicidio›› restituidos a sus contextos históricos lo que le proveyó una teoría inteligible de sus encuestas y reprocesamientos estadísticos: el pensamiento por casos se encuentra siempre en mayor o menor medida en todos los desarrollos de una ciencia histórica. La explicación de un caso por el sociólogo se refiere siempre, más o menos directamente, a una interpretación de su sentido contextual. En resumen, supone a la vez la epistemología weberiana de la ‹‹doble adecuación›› (‹‹causal›› y‹‹ en cuanto al sentido››), y la doble exigencia durkheimeniana de ‹‹explicar separadamente la causa y la función››.

como lo condensa Popper, entre corroboración provisoria y refutación definitiva (las ‹‹condiciones iniciales›› pertinentes de la experiencia están dadas, y solamente ellas)30. A partir del siglo XVII, los procedimientos de profundización de un caso particular y los de la generalización por extensión monótona han podido, al ignorarse, acentuar la diferencia entre esas dos formas de la argumentación. La rehabilitación y la difusión recientes del pensamiento por casos hoy entonces las interrogan por igual.

Las casuísticas del derecho, de la ética o de la falta religiosa, dejadas de lado de las reformulaciones modernas del lenguaje matemático- experimental, han seguido un camino trazado en la Antigüedad sin tener que plegarse al mismo alineamiento metodológico que el que intentaron seguir las ciencias psicológicas y sociales, un tanto alejado, del curso de las revoluciones científicas de la prueba. A la disciplina histórica, que durante largo tiempo permaneció fiel a sus modelos antiguos y a sus funciones políticas, se le impuso el desafío de mutar sus formas de narratividad por la aparición de las otras ciencias sociales. Hoy en día, el ‹‹retorno del relato››, como se lo llama de manera aproximativa – vale decir la toma de conciencia del hecho que el mismo jamás cesó de proveer al historiador la trama de su trabajo C , le sugiere reivindicar abiertamente su capacidad de construir explicaciones inteligibles por un recorrido que, al multiplicarse los medios para encontrar las particularidades presuntivamente pertinentes con que explicar la singularidad de las historias que se esfuerza por dar cuenta, al mismo tiempo encara plantear el problema del valor causal del pensamiento por casos en todas las ciencias sociales y , por añadidura, en toda ciencia de la descripción.

La larga hesitación que se puede observar en la historia del psicoanálisis es más característica aun del embarazo epistemológico que provoca en una ciencia el lugar central que tiene el tratamiento de singularidades. Haciendo del pensamiento por casos la llave de su práctica terapéutica como de su reflexión clínica sobre la etiología de las neurosis, el psicoanálisis se encuentra, más que otras disciplinas sometidas a cualquier precio al derecho científico común, demandado a justificar metodológicamente los argumentos que hacen de prueba en el armado de materiales fragmentarios y sobre todo en las interpretaciones ‹‹sorprendentes›› que propone. La frecuencia de casos típicos o de síntomas recurrentes, que el razonamiento experimental toma como base de sus pruebas en las inferencias que llevan de lo particular a lo general, o viceversa, apareció tardíamente en el siglo XX como el horizonte impasable de la construcción de conceptos interpretativos y explicativos en una ciencia empírica. No es sorprendente que la frecuencia de confirmaciones haya continuado figurando, en todas las ciencias de casos, en el trasfondo de los razonamientos sobre el valor de una prueba clínica – incluso aquéllas que 30 Desde que se plantea que no puede existir más que una sola forma de lazo lógico entre la generalidad de una proposición teórica y su vulnerabilidad empírica a las constataciones singulares, se conducen todas las diferencias semánticas entre ‹‹teoría científica›› y ‹‹teoría metafísica›› a una demarcación única: para Popper, el psicoanálisis y el evolucionismo no pueden ser más que teoría metafísicas, como es también el caso de cualquier otra forma de historicismo. Ver K. Popper, La logique de la découverte scientifique (1959, 1968), Paris, Payot, pág. 92-105.

transforman radicalmente en función del psicoanálisis y sus diversas escuelas la significación teórica de los casos individuales – haciendo de la organización de hechos en series y colecciones de prototipos o tipos-ideales la ‹‹base empírica›› del trabajo probatorio de las ciencias humanas sobre las singularidades.

El lenguaje de Freud ilustra el desfasaje entre la irrupción, a comienzos del siglo XX, de una práctica clínica de seguimiento de casos y el lenguaje metodológico según el cual se hallaba justificado, en su discurso para uso externo, la validez de sus conclusiones. Al presentar, encabezando Cinq psychanalyses, el caso Dora como el informe de una cura fundada sobre ‹‹la observación detallada de un enfermo y la historia de su tratamiento››, a fin de corroborar [sus] asertos de 1895 y 1896 sobre la patología de los síntomas histéricos y los procesos psíquicos de la histeria››, Freud nota inmediatamente que hubiera sido ‹‹perjudicial para él›› publicar entonces (en 1896) resultados tan sorprendentes ‹‹sin que los colegas estuviesen en condiciones de verificar la exactitud31››. Y en el mismo preámbulo donde reitera su aserto principal, a saber que en materia de explicación psicogenética de las neurosis el caso hace prueba en la exacta medida en que la cura se profundiza, afirma al mismo tiempo que la fuerza de la prueba crecerá a medida que se presenten otros casos, análogos o emparentados por muchos de sus rasgos o síntomas. Allí subsiste algo de una subordinación epistemológica del sentido de las observaciones, que sólo el seguimiento clínico de casos singulares permite extraer, en un sentido más general que lo que permite organizar en una teoría tipológica la reunión de casos en las categorías de una clasificación o, al menos, de una nomenclatura32. La clínica psiquiátrica o médica, en la que se formó Freud y a la que siempre alegará pertenecer, ya había utilizado todo a lo largo del siglo XIX la descripción de ‹‹casos›› singulares o salientes para construir, al subsumir tales casos en el seno de una clasificación, una sintomatología, una nosografía, una etiología, de índole general.

La especificidad de la prueba en psicoanálisis finalmente no acusa tanto una ruptura (que queda implícita) con la metodología de verificación de una hipótesis por observación reiterada de los mismos hechos susceptibles de validarla o de invalidarla directamente, sino una dificultad inscripta en la propia situación analítica de observación. Si el inconsciente sólo puede brindar sus efectos analizables en una situación, dispuesta para este fin por una técnica y una deontología específicas, ¿cómo convencer de la exactitud de cualquier interpretación que, no estando ni el analizando ni el analista, no está al alcance de observar directamente el encadenamiento de palabras y de relatos, de los sueños y las racionalizaciones, que constituyen el caso por el relato de un caso que no deviene tal sino

31 S. Freud, Cinq psychanalyses, pág. 132 La doble preocupación metodológica de Freud es visible en el preámbulo de Cinq psychanalyses, pág.1, 4-6, donde el reivindica la inteligibilidad de una causalidad ‹‹enmarañada›› que sólo puede proporcionar la singularidad de un caso observado en el curso del tratamiento analítico de una neurosis, sin renunciar por ello a la generalidad que procura a dicha inteligibilidad el hecho de ocupar un lugar en una tabla nosográfica donde figura como un ejemplar – y que así testimonian los artículos indefinidos que los titulan (una fobia, una paranoia, etc.)

en el contexto de esta relación – sin contar el papel de la transferencia que Freud hace intervenir aquí? El incrédulo no podrá ser convencido sino solamente invitado a redescubrir él mismo ‹‹por su propio trabajo››, la exactitud de tal interpretación:

‹‹En efecto, va de suyo que una sola observación, aun completa, aun indubitable no puede dar respuesta a todas las cuestiones que plantea el problema de la histeria […] Aquél que hasta hoy rehúsa creer en el valor general y universal de la etiología psicosexual de la histeria no se dejará convencer al tomar conocimiento de una sola observación; hará mejor en suspender su juicio, hasta el momento en que, por su

propio trabajo, haya adquirido el derecho de formarse una convicción personal.33››

Suficiente para desconcertar a los metodólogos que, hoy como ayer, ya han calado sus reglas de observación y de demostración sobre objetos menos escurridizos que el inconsciente; y para dejar perpleja a la filosofía de la descripción de ‹‹hechos›› que, en todo investigador, guarda recuerdos del ‹‹largo pasado del aparato epistemológico del juicio›› que Kant finalmente erigió como tribunal de toda experiencia, dejando abandonadas al margen del pensamiento curioso las figuras emergentes del conocimiento que ‹‹al detalle vuelven caso y al hecho vuelven singularidad34››. El pensamiento por casos revoluciona la intersubjetividad clásica de la ciudad del conocimiento en el intercambio de pruebas pues cuestiona la definición del auditorio universal especializándose en la persuasión. Pero también se puede considerar que enriquece una semántica abstracta de la prueba al especificarla en una pragmática de la interpretación.

El camino que llevará el psicoanálisis desde su perplejidad inicial a la identificación de una lógica no monótona de los juegos del psiquismo entre regularidades e irregularidades, entre normalidades e idiosincrasias en el que es preciso revisar sin cesar el ordenamiento, es de por sí sinuoso. Reseñando las vicisitudes de esta quaestio vetustissima ac vexata en la ya larga historia de justificaciones metodológicas a las que han recurrido los analistas (y sus adversarios), Daniel Widlöcher ha mostrado bien que el estatuto de inferencias causales efectuadas a partir de una observación clínica, que Freud había de entrada formulado por analogía con el desciframiento de un texto, yace, a pesar del renunciamiento rápido a la versión ‹‹ingenuamente inductivista›› de la prueba, en el centro de las reflexiones metodológicas sobre el estatuto del diagnóstico y de su eficacia en psicoanálisis. Después de haber explorado otras interpretaciones de la práctica clínica – como aquélla en que la prueba de un diagnóstico sería aportada por su resultado terapéutico, o aquélla que se satisfaría por su aporte semántico a una hermenéutica de

33 Ibid., pág. 6.34 Según la fórmula de Claude Imbert, que opone el pensamiento por casos a la continuidad de ese ‹‹meta-lenguaje epistemológico›› que corre, en la historia científica de Europa, desde el euclidismo y el naturalismo griegos hasta los neo-kantismos del siglo XIX; y que se lee también en los cuestionamientos del primer Wittgenstein al positivismo lógico, en Merleau-Ponty para la descripción fenomenológica de la experiencia, o en la antropología de Mauss a Lévi-Strauss, figuras mayores del cuestionamiento recíproco entre las ciencias humanas y la filosofía o, cada una de ellas, entre derechos de la experiencia y exigencias lógicas: ver C Imbert, ‹‹Le cadastre de savoirs››, en J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Penser par cas, Paris, EHESS, 2005 págs. 266-276, 278.

ambición antropológica – la reflexión analítica se orienta hoy en día hacia las teorías de caso único (o de rasgo único) para justificar las explicaciones o las interpretaciones teóricas formuladas sobre esta base35. Si, en efecto, se conviene tratar al individuo singular o al caso (o al rasgo) único como un terreno sobre el cual uno se presta a multiplicar observaciones y medidas, uno se halla en un universo de la cumulatividad de resultados, por cierto diferente de la cumulatividad experimental en sentido estricto, pero que, en revancha, se ajusta a la definición del trabajo científico del psicoanálisis así como al de la historia, la sociología o la antropología.

Ciencias formales, lógicas no monótonas. De hecho en la historia de las mismas ciencias lógicas el estatuto formal de la demostración y de la inferencia necesaria se ha remodelado profundamente, primero con la revolución axiomática y la reconstrucción de las lógicas formales sobre una base fregeo-russelliana, luego, progresivamente, por el hecho del debilitamiento de la esperanza logicista de transformar por completo su programa de partida: nada menos que la re-escritura formal y la reunificación de los lenguajes de la evidencia36. La oposición absoluta entre la búsqueda de una inteligibilidad unificada por la universalidad que cobra en los enunciados de una ciencia nomológica o formal y la búsqueda de la inteligibilidad particularizada y localizada que se centra en un caso singular no es tan rotunda, en efecto, como se puede dar a entender por las polémicas del Methodenstreit en el siglo XIX y también en el siglo XX con sus incontables reiteraciones filosóficas o ideológicas. El recurso al formalismo, a los modelos o a las matemáticas, está lejos de ser extraño para las ciencias históricas, no obstante terreno de elección o de recuperación del pensamiento por casos; ha devenido cada vez más normal en estas ciencias, que asientan en lo esencial sobre razonamientos en la lengua natural, pero que incluyen elementos de comparación estadística o momentos de formalización específica. Igualmente, como veremos, la focalización de la reflexión sobre un caso inquietante a menudo puede ser determinante para la invención teórica en matemática como en física.

Sin duda debería distinguirse aquí no entre disciplinas sino entre las argumentaciones, y sobre todo, según el contenido de los resultados o de las prescripciones que les sirven de argumentos. No es en el sistema de las clases lógicas o en la teoría de conjuntos, en la mecánica operatoria de la inducción o de la deducción que las ciencias del contexto encuentran la transcripción formal que mejor conviene a los operadores de sus evaluaciones de situaciones, de sus construcciones de presunciones y de la conducta de sus razonamientos comparativos: todos estos enfoques operan necesariamente, en efecto, sobre los casos inscriptos en contextos diferentes, imposibles de descomponer en variables puras 35 D. Widlöcher, ‹‹Le cas au singulier››, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 42, 1990, pág.285-302.36 Para el inicio de la lógica matemática ver G. Frege, Beggriffschrift, eine der arithmetischen nachgebildete Formelsprache des reinen Denkes (1879), trad. En J. van Heijenoort, ed., From Frege to Gödel. A source book in mathematical logic, 1879-1937, Cambridge, Harvard University Press, 1967; y para una tentativa de extensión, ver G. Frege, Écrits logiques et philosophiques, trad de C. Imbert, ed., Paris, Seuil, 1971. Igualmente, C. Imbert, Phénoménologies et langues formulaires, Paris, Presses Universitaires de France, 1992.

y sobre todo de comparar respetando, ni remotamente, la exigencia de que todas las cosas sean iguales por otra parte.

Tampoco se trata de ensañarse, entre otros mimetismos metodológicos, en definir a la comparación histórica como una ‹‹cuasi-experimentación››, es decir como una forma debilitada de la experimentación, que conservaría por lo tanto la armazón lógica con todas la virtudes probatorias propias de una comparación estadística conducida ceteris paribus: la significación estadística de una correlación está siempre sesgada insidiosamente por su sentido contextual cuando su análisis omite tomar en cuenta esta implicación semántica. Una vez que se encierra en un analítica combinatoria de variaciones empíricas, uno ya no tiene derecho a suponer, al adoptar la hipótesis inversa de la primera – es decir al suponer una incompatibilidad total entre los contextos históricos de mediciones, observaciones, evaluaciones o inferencias – que las comparaciones puedan o deban por consiguiente ejercerse ceteris paribus: se recaerá simplemente en una aplicación indiferenciada del ‹‹método de las diferencias›› según Stuart Mill, el mismo que descartaba Durkheim en beneficio del ‹‹método de las variaciones concomitantes››. En efecto, imputar la constancia de una correlación a un contexto solamente definido por su diferencia indivisible con otro – y tanto que los valores de las variables que describen esta particularidad sean imposibles de enumerar – prohíbe más radicalmente aun transponer cualquier cosa a otro contexto histórico, él mismo también inagotable en una serie finita de mediciones: la vía de la generalización, aun cuando fuera prudente, la de la inducción en todo caso, queda cerrada.

En su tratamiento de las singularidades las ciencias sociales pueden al contrario invocar la dinámica operatoria de la ‹‹revisión de creencias›› tal como la ponen en obra hoy en día las lógicas no monótonas que se apoyan sobre principios lógicos menos exigentes que los que gobiernan las ‹‹implicaciones estrictas››. Encuentran los medios para formalizar, en términos de una mayor o menor fuerza de la prueba y en función de las distancias entre contextos, la lógica de las inferencias normales, posibles, probables, excepcionales, imposibles, etc., según la cual se organizan, en una narración o en una comparación sociológica, de hechos singulares, que constituyen tantos casos particulares como se les pueden encontrar contextos diferentes. Pierre Livet muestra que el refinamiento operatorio en el tratamiento de casos y de contextos puede ir bien lejos en la formalización de razonamientos complejos, al lograr no perder nada de las gradaciones, del orden, y de la necesidad local de los razonamientos, cuando se acepta inscribirlos en el marco del sistema descriptivo que instaura y detalla una lógica no monótona de las inferencias37. En lugar de poner entre paréntesis o de suponer como indiferentes las diferencias de contexto, esta elección de formalización se ciñe a tomar en cuenta las limitaciones que traza en la

37 La significación de lógicas no monótonas se comprende mejor si se sitúa la operatoria a la vista de todas las otras, como lo hace Pierre Livet al trazar un panorama sinóptico de las diferentes formas de razonamientos, considerados como operadores de una generalización que puede ser llevada a cabo al hacer hipótesis diferentes sobre sus contextos: ‹‹Les diverses formes de raisonnement par cas››, en J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005, págs. 229-253.

generalización la variedad de contextos de observación en una ciencia histórica o clínica, en un diagnóstico o en un pronóstico como en la conjetura de una decisión con sus factores subjetivos de evaluación. Tales razonamientos deben emanciparse de la cláusula que plantea que todas las cosas son iguales por demás, que esteriliza inútilmente las inferencias en la medida que ellas están constreñidas a desplazamientos entre contextos diferentes, posiblemente pertinentes, que afectan sus modalidades, sus reglas generales o sus excepciones. No sirve de nada callar o ignorar todo lo que un resultado le debe al contexto, no manejable por enumeración, en el cual está incluido; por el contrario, puesto que si no hacemos jugar a la cláusula ceteris paribus – como se ve en tantos razonamientos sociológicos – el rol de una ‹‹coartada metodológica ilimitada38››.

Aplicable a secuencias históricas o a comparaciones sociológicas que, unas como otras, ponen en relación hechos acompañados de un gran número de sus rasgos contextuales, esta forma de formalización de los resultados, apoyada sobre el principio de no-monotonía – esta semi-formalización o, si se prefiere, esta formalización localizada y localizante C , no zanja evidentemente, sólo por sus recursos formales, el hecho de ‹‹es el caso o no›› que sucede en la realidad observada. Que se deba elegir una forma más o menos fuerte de inferencia o adoptar un grado de ‹‹prudencia›› más o menos elevado, o aun que la verdad de un resultado sea caracterizada como normal o excepcional según su contexto, depende de una calificación de las descripciones que queda a cargo de los descriptores, aquí los únicos evaluadores supuestos de las distancias entre las situaciones en función de sus métodos de observación y de sus emociones actuales o previsibles. Los criterios de la adecuación empírica de una argumentación, en la que se formalizan también las implicaciones, con los hechos reconstruidos por la puesta en relación de sus contextos, siguen siendo los de una evaluación práctica efectuada por referencia a una escala de preferencias, al mismo tiempo que de una descripción hecha desde un punto de vista más o menos armado metodológicamente39. Los conectores, que permiten al observador hallar una coherencia inaparente garantizándola sobre coherencias actualmente inaccesibles, suponen la doble revisión que toma en cuenta el rol jugado por el caso como focalizador, como atractor o, llegado el caso, como ‹‹deshacedor›› de coherencias locales por referencia a otras más lejanas o viceversa40.

Parece aun más paradojal el papel del pensamiento del caso particular en matemáticas. Es por cierto marcadamente diferente de la focalización de la atención sobre 38 Según la expresión de Hans Albert al hablar de la facilidad que procura, en una explicación contextualizada, la posibilidad de imputar toda observación que vaya en contra de la hipótesis a la influencia de factores exógenos que la hipótesis de entrada neutralizó o ignoró por su propia formulación suponiéndolos invariantes: H. Albert,‹‹Modell Platonismus››, en E. Topitsch, ed., Logik der Sozialwissenschaften, Cologne-Berlin, Kiepenheuer & Witsch, 1966, págs.. 406-434.39 El análisis que lleva a cabo Pierre Livet a propósito del papel de la ‹‹emoción›› en la revisión de una creencia o de la ‹‹doble revisión›› permite ver que la dimensión temporal de este proceso inscribe el pensamiento por casos en la dinámica alternativa de la prospectiva y de la retrospectiva: ‹‹ Les diverses formes de raisonnement par cas››, en J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005.40 Ver P. Livet, ibid., págs. 249-252

un caso escrutado por una ciencia clínica con toda su fuerza de atracción singular. Pero, resistiendo momentáneamente toda tentativa de integrarlo en un sistema de reglas y definiciones, dirige al mismo tiempo la atención sobre una utilización del caso que es propia de los razonamientos de las ciencias formales o matemáticas. Ellas, en efecto, se han apoyado frecuentemente sobre ‹‹casos de figura›› raros o privilegiados – a veces escandalosamente irracionales porque manifiestan una ruptura con la racionalidad de los saberes ya ordenados armoniosamente, a veces especialmente ejemplares por la reunión excepcional de todas las propiedades de muchas series – con el fin de hallar una demostración capaz de restaurar la integridad de un sistema de reglas coherente que las absorbe, aun al costoso precio de su completa reforma. Lakatos ilustra este enfoque de reconfiguración de las teorías matemáticas con la historia de las invenciones geométricas: así, ante el encuentro incongruente de un hápax aberrante o caprichoso, la esterilidad de las tentativas que han querido descartarlo como un ‹‹monstruo matemático41››, mientras que el cuidado otorgado a su ‹‹domesticación›› ha constituido precisamente el recurso de la invención matemática, que finalmente ha hecho posible encontrarle un lugar racional en la redefinición de los principios de una serie teórica o de un grupo de transformaciones. Disolver la opacidad muda del caso aislado obliga aquí a un trabajo de remontarse hacia los principios para operar una remodelación que permita abolir toda traza de unicidad del caso rebelde, transformándolo en simple ejemplar de una serie donde encuentra su lugar lógico sin perturbar más la disposición de los demás. El caso de excepción tiene por lo tanto en la historia de la disciplina el privilegio didáctico de ilustrar el sendero de la invención que ha permitido incorporarlo42. Una liquidación tal de la singularidad del caso es radical, pero revela también algo del movimiento argumentativo del pensamiento por casos, que de nuevo – tal como lo hace a la cabecera de un paciente, en el seguimiento de una trama particular o en la resolución de un caso de conciencia C dirige la atención sobre el recorrido singular de la deducción que la excepción ha impuesto al razonamiento apremiándolo a una reformulación de sus premisas.

En otra historia de las ciencias y a partir de una figura sensiblemente diferente del caso particular, Karine Chemla muestra una versión diferente del ‹‹interés ampliado a la generalidad›› sobre un ejemplo de razonamiento matemático en la antigua China43. El estilo de la demostración, en los textos del Canon como en su comentario autorizado, se caracteriza por una estrecha asociación entre el aprovechamiento literal de las particularidades concretas del problema a resolver y el recorrido hacia la generalidad del

41 Por ejemplo en la teoría de los poliedros regulares en el siglo XVII, el caso del ‹‹pequeño dodecaedro estrellado›› (antiguo ‹‹erizo›› de Kepler). Ver I. Lakatos, Proofs and refutations (1989), trad fr. Preuves et refutations, Paris, Dunod, 1990.42 La historia de las matemáticas a partir de los griegos, y la de la física, comprendidos sus desarrollos contemporáneos, ofrece numerosos ejemplos de escenarios en los que la resolución (costosa en lo inmediato) del caso incongruente ha sido preferible al salvataje de una teoría considerada satisfactoria durante largo tiempo.43 K. Chemla,‹‹ Le paradigme et le general. Réflexions inspirées par les textes mathématiques de la Chine ancienne››, en J.-C. Passeron y J. Revel eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005.

algoritmo de cálculo. Por una parte, el enunciado de los problemas resueltos sucesivamente particulariza tan minuciosamente la situación a la que se dedican como los valores numéricos asignados a los datos. Pero al mismo tiempo, el matemático no se preocupa por tratar estos enunciados singulares más que para introducir un procedimiento demostrativo que promueva una generalización extendida finalmente a todos los casos posibles (de la misma categoría de problema). La ‹subida a la generalización››, que procede por sucesión de problemas particulares a medida que el algoritmo que ha permitido resolver el primero se transforma para adaptarse a los datos que siguen, continúa operando en el contexto de un problema muy particular, que sirve de ese modo, a pesar de los rasgos singulares inseparables de su enunciado, de ‹‹paradigma›› para los otros44. Si, como lo hace Karine Chemla, se designa por este término – tomado en su sentido platónico (y no kuhniano) – a la identificación de una categoría de problemas a partir de la singularidad del paradigma que la designa analógicamente sobre un caso particular, dejando a las operaciones del algoritmo el cuidado de asegurar la exigencia de generalidad, esta forma concreta de matriculación de una multiplicidad de operatorias abstractas nos pone en presencia de un uso del caso que se aparta de su doble potencialidad semántica: descripción densa pero limitada a los datos que hacen de cada caso un problema particular, pero también index de toda la serie de aquéllos que están ligados por la construcción de un algoritmo. Lo que está en juego es mucho más que la simple comodidad de de designar un conjunto por el nombre singular de uno de sus miembros (el más esto o el más aquello, el más viejo o el más simple), puesto que se trata de hacer de la singularidad un recurso operatorio. El paradigma no tiene aquí solamente una función mnemotécnica o ilustrativa, provee y conserva la llave semántica del algoritmo de cálculo.

¿Se trata aquí de un rasgo que el viejo matemático chino debe a la racionalidad material del a cultura china tradicional que Weber contrasta en todos los ámbitos de la actividad social con la racionalidad formal de tipo occidental45? Se encuentra por cierto una utilización análoga del paradigma en la casuística jurídica46. ¿Se observarán además otras diferencias semejantes en la estructura lógica o en la textura argumentativa de los procedimientos de demostración matemática, si se extiende la comparación a la diversidad de culturas científicas? Sin estar en posición decidir, se presenta claramente aquí que la identificación y el tratamiento de una singularidad plantean a la vez un problema de retórica y un problema de lógica que, si se dejan distinguir en el universo de las lógicas formales, se encuentran por lo tanto asociados estrechamente en todas las prácticas casuísticas, a través de sus formas de narratividad como en sus recursos operatorios.

44 Ver K. Chemla, ibid., en particular págs.88-92.45 M. Weber, Confucianisme et taoïsme, ( en Gessamelte Aufsätze zur religionssoziologie, I, Tübingen, Mohr [Siebeck], 1920), trad. fr. par C. Colliot-Thélène et J.-P. Grossein, Paris, Gallimard, 2000.46 Ver entre otros, el paradigma del “fils de la chenille” en nombre del cual la jurisprudencia del derecho privado extiende, por una analogía razonada, la preferencia dada al padre adoptivo sobre el padre biológico en la resolución de casos litigiosos; J. Bourgon, ‹‹Les vertus juridiques de léxemple. Nature et fonction de la mise en exemple dans le droit de la Chine impériale››, en K. Chemla, ed., La valeur de l’exemple. Perspectives chinoises, n° especial de Extrême-Orient, Extreme-Occident, 19, 1997, págs. 11-18 .

Paradigmas universales e inteligibilidades locales. El problema que la descripción de singularidades plantea en la historia de las ciencias se ha vuelto – o nuevamente vuelve a ser – central en cuanto el pensamiento por casos ha hecho emerger en todas las ciencias una forma de argumentación irreductible al modelo hipotético-deductivo de descripción de las operaciones de inferencia y de prueba que reducen, por definición, el caso singular o el actor individual a un ejemplar sustituible por cualquier otro, no importa cuál, en tanto se pueda incluirlo en una misma categoría genérica.

Al considerar los debates epistemológicos y metodológicos de hoy, se puede tener la impresión que el final del siglo XX ha querido formular, en todas las ciencias del hombre y según sus múltiples enfoques, una duda sobre la exclusividad de los medios de generalizar los resultados de base en el recurso sistemático a la formalización de las operaciones que los procesan. A través de la diversidad de ámbitos del derecho, la ética, la filosofía, y sobre todo de las ciencias psicológicas e históricas, donde el pensamiento por casos se ha instrumentado sucesivamente, es posible preguntar: ¿No indicará el pensamiento por casos, entonces, otra manera de articular una argumentación, en la que el fortalecimiento simultáneo en generalidad y en exactitud no se reduce ni a la fortaleza de la generalización inductiva ni a la de la necesidad deductiva? Identificar esta vía específica no es por otra parte fácil pues el pensamiento por casos no la ha reivindicado o considerado en su generalidad, ni siempre ni en todas partes. Hay síntomas de este re-examen, que se comprende más como un deslizamiento del estilo científico de la descripción y de la administración de pruebas, bien diferente de una ‹‹revolución científica›› que nombra desde el primer golpe su punto de ruptura, síntomas que son dispares pero convergentes. Si se define muy en general al análisis de casos por el hecho de que la atención que presta a sus singularidades pone en entredicho la unidad lógica de la argumentación científica como la inmovilidad de sus conceptos genéricos, hace falta admitir que su difusión, conjugada a los estancamientos de los programas nomológicos y a la especialización de las diferentes ramas de la lógica, ha contribuido a hacer salir a la mayoría de las disciplinas del camino trillado del naturalismo de las ciencias empíricas y del logicismo integral de las ciencias formales.

El siglo XX científico se ha repartido, en fechas más o menos tardías según las disciplinas, entre, por una parte, la ambición siempre intensificada de unificar sus conocimientos en vastos paradigmas sometidos a restricciones más y más fuertes apoyados sobre la homogeneidad del lenguaje de sus pruebas y sus demostraciones, y, por otra parte, un proceso de fragmentación creciente de corpus, métodos y teorías, que ha acompañado a la ‹‹especialización›› de las investigaciones en disciplinas cada vez más puntuales: no solamente especialización de las técnicas de análisis y de medición perfeccionadas en diferentes oficios científicos, sino más aun multiplicación de teorías concurrentes y de formalismos distintos, a menudo desarticulados, a veces sin comunicación, comprendidos en el seno de una misma disciplina. El proyecto de axiomatizar el lenguaje demostrativo de

todas las ciencias – tanto el de la demostración formalizada como el de la explicación de los fenómenos del mundo empírico, reorganizados sobre una base experimental única y en el marco de una inteligibilidad formalmente unificada – tomó vuelo desde fines del siglo XIX entre los matemáticos y los lógicos y, con el poder de multiplicación sobre las otras ciencias que se sabe, pareció volar durante un tiempo de invenciones matemáticas en invenciones lógicas con la reconstrucción formalista de las lógicas modernas sobre las bases del encuentro entre los principios fundamentales de Frege, Russell y el primer Wittgenstein. Pero este proyecto rápidamente encontró sus límites en las dificultades o los escollos de una escritura ‹‹pura›› de los conceptos o de un sistema general de las ‹‹funciones proposicionales››. De hecho, es la resistencia de las reconfiguraciones históricas del conocimiento científico, múltiples, discontinuas y a menudo concurrentes, que marcó los límites del proyecto logicista que había exigido una unificación completa de sus lenguajes teóricos conforme a las reglas y definiciones de una formalización universal. Se ha asistido así al estancamiento o a la revisión de las grandes ambiciones totalizantes en el seno mismo de las disciplinas que parecían las más propicias para la extensión indefinida de la formalización; y eso en provecho de la multiplicación, de la sectorización, de la especificación de los espacios de formalización, de matematización y de teorización, cada uno recortado, sin mayor referencia a un catastro universal, a partir de las necesidades de las ciencias empíricas más y más especializadas sobre los terrenos bien especificados de sus construcciones de hechos y del tratamiento de datos. Es como decir que la‹‹ singularidad›› de los objetos particulares de cada disciplina empírica como la de las entidades definidas por las lógicas especializadas han devenido los principales motores de la re- elaboración de lenguajes y cuestiones científicas, filosóficas, sociales y políticas47.

Las ciencias del hombre han participado, con el transcurrir del siglo pasado, y, a decir verdad, a menudo han seguido este doble movimiento, puede ser con un renunciamiento más tardío, a la esperanza de reconfigurar definitivamente el estatuto de sus pruebas todavía tan disputado como en los tiempos de su dependencia vis-à-vis de la teología o de la filosofía. Con el creciente poder de los grandes programas de unificación del lenguaje de la inteligibilidad científica, seguido de su revisión en baja, estas ciencias importaron una antigua división de sus orientaciones epistemológicas que se desprendía de sus estatuto de recién llegadas. Benjaminas de las ciencias exactas cuyas metodologías dominaban el espíritu científico – y que contaban por detrás de ellas dos a tres siglos de éxitos ininterrumpidos a través de varias revoluciones científicas C , pero herederas también de la filosofía y de las humanidades clásicas, ellas estaban duraderamente divididas en dos

47 Claude Imbert rastrea las aventuras modernas del proyecto galileo-cartesiano de una antropología científica, siguiendo su acompañamiento por la filosofía, por medio del diálogo reñido entre ambas y las variaciones de sus lenguajes según el contexto de las demandas sociales y políticas. En efecto, las reconfiguraciones contemporáneas del conocimiento no hacen otra cosa que enredar de manera más inextricable los nudos de este dispositivo de pensamiento al manifestar la imposibilidad tanto de una casuística universal como la de una unidad conceptual total de las ciencias empíricas y de sus lógicas., ‹‹Le cadastre des savoirs››, en Penser par cas, J.-C. Passeron y J. Revel eds., EHESS, Paris, 2005.

campos. En las ciencias sociales, el naturalismo sociológico o antropológico de unos, a menudo el de sus fundadores, propugnó, con el alineamiento al ideal nomológico, la imitación metodológica de las ciencias duras. En el otro extremo, los fieles de la hermenéutica rechazaron cortar el cordón umbilical con la filosofía, donde veían la única garantía contra las simplificaciones del cientificismo en la explicación histórica, lo que alegremente lanzaba a la metafísica o a la teología toda referencia al papel de la interpretación y de la intencionalidad en el análisis de las acciones humanas. El final del siglo XX ha visto concluir la era disciplinaria de las primeras ciencias de la sociedad, entre las cuales han prosperado los lenguajes y los paradigmas de las grandes teorías, dejándose acunar muy a menudo por las ilusiones de una epistemología calcada de las ciencias exactas: organicismo, sociologismo, economicismo, estructuralismo, funcionalismo C sin olvidar, más cerca nuestro, las promesas de los formalismos lógicos y matemáticos que han precedido un renacimiento de las lógicas formales reasignando una nueva ambición a las ciencias de la lengua y el discurso; ni las ambiciones de conquista del semiologismo generalizado que propuso extender la claridad formal de la lingüística a todos los sistemas sociales tratándolos como la semiología general trata los ‹‹sistemas de signos››, de símbolos o de índices. Constatemos solamente que, en el primer cuarto del siglo XX, estas dos tradiciones científicas cuyas espaldas filosóficas estaban protegidas, una por el naturalismo, la otra por la fenomenología, y que estaban sólidamente atrincheradas en dos campos epistemológicos distintos y enemigos, cada una considerando que no se podía inventar sin el detrimento de la otra, fueron vaciadas de lo esencial de su poder de invención como de su capacidad de renovación. La conciencia que la teoría universal de las sociedades o el balance del simbolismo de la humanidad sobrepasaba las fuerzas de una o muchas ciencias sociales ha acompañado el resultado de esta usura48.

En suma, la exigencia objetivista o estructuralista de construir un sistema general de explicación, confrontada con la exigencia hermenéutica de retomar la inteligibilidad científica de las acciones sociales en su significación antropológica, son usadas, una y la otra, cuando son colocadas en una guerra de trincheras científica, un Streit universitario, tanto en Alemania como en Francia. El tempo exigente de la investigación, que ahoga las teorías devenidas incapaces de invenciones en la polémica ritual, ha terminado por mitigar, en todos aquellos que se limitaban a rumiar los requisitos preliminares de sus paradigmas, la preocupación por inventar nuevas formularios teóricos de descripción. Entre los unos, las hipótesis de factura naturalista se han banalizado, sobre todo entre aquellos que persisten en inscribir su pensamiento en el lenguaje de una escuela edificada sobre el viejo éxito de una teoría inmóvil, como lo ha dejado ver el marxismo de cátedra. Frente a ellos, la búsqueda de sentido de las singularidades armada de medios de una nueva hermenéutica, surgida del

48 Claude Lévi-Strauss lo reconoce, a propósito de la escuela durkheiminiana, en el epígrafe nostálgico que ubicó encabezando el primer volumen de su Antropología estructural (1958) para dedicar la obra ‹‹al prestigioso atelier de L’Année sociologique››, que, escribía, ‹‹nos ha dejado en el silencio y el abandono, menos por ingratitud que por la triste persuasión en la que nos hallamos, pues la empresa excede hoy en día nuestras fuerzas››.

encuentro entre método clínico y fenomenología, ha incitado rápidamente por cierto a los investigadores que abrieron una pista original, a forjarse, apenas reconocidas, nuevas etiquetas disciplinares, pronto defendidas tan celosamente como las antiguas afiliaciones. En las ciencias sociales, la ruptura con las grandes teorías de la disciplina no ha abierto solamente un espacio a la pluralidad y a la concurrencia teóricas. También ha multiplicado los encierros y las capillas alentando la maleza del lenguaje de la descripción. La escalada en la especialización de estilos de investigación redimensionados sin cesar a la medida de las más pequeñas provincias autónomas, dotándose de idiomas sectarios en la descripción, ha terminado en todo caso por hacer casi imposible a las nuevas especialidades sub- o trans- disciplinares el pensar cada una sus relaciones con las demás.

El ‹‹constructivismo››, por ejemplo, así ha heredado las dos mayores decepciones del siglo – la pérdida del paradigma último o del primer formalismo y el fracaso de la fenomenología en alcanzar el sentido ‹‹esencial›› de los hechos históricos. Rápidamente vulgarizado en todas las ciencias sociales, este concepto sin programa devino en un esperanto de investigadores, una noción tan vaga o vana como la del ‹‹estructuralismo›› de antes. Otra repercusión de la doble decepción: el éxito de la etnometodología que, asociando al programa interaccionista una fenomenología de la experiencia común, se condenó, por acentuar su demarcación, a la agonía de la descripción de las implicaciones íntimas de una interacción minúscula para encontrar la inteligibilidad del caso singular en la banalidad escogida de sus objetos. Aquí como allá – el desbocamiento de formalismos y la proliferación de conceptos o de refinamientos hermenéuticos enmadejados C , las teorías de las ciencias humanas y sociales han quedado o volvieron a ser marcadamente diferentes de las teorías desarrolladas en las ciencias matemáticas o experimentales por que la cuestión epistemológica de la autonomía de sus principios y de sus métodos de descripción del mundo han llegado a plantear de manera ejemplar el papel del pensamiento de las singularidades. En la segunda mitad del siglo XX, las ciencias de casos han asegurado así, a veces a su pesar, ora en provecho de una nueva inteligibilidad ora solamente de un modo científico – no zanjaremos este bello caso de ambivalencia de los efectos C , la convergencia entre el valor descriptivo del método clínico y el valor metodológico de la observación contextualizada en la administración de pruebas o la gestión de evaluaciones, habiendo precisado uno y otro su criterio procedimental en el seno de disciplinas o de savoir-faire especializados.

El caso y la teoría Incluso cuando se manifiestan en programas más modestos de una exploración estricta de campos o de casos singularizados mejor y de otra forma que por divisiones disciplinarias, la mayor parte de los lenguajes epistemológicos del tratamiento de singularidades perpetúan o encuentran fácilmente, aun hoy, la nostalgia de una teoría de conjunto donde la diversidad de estudios de casos pueda al final disolverse en un paradigma de todos los casos posibles.

La memoria científica juega sin duda un papel esencial en la sinonimia todavía bien establecida entre conocimiento científico y conocimiento por conceptos universales. En la enseñanza de las ciencias como en su historia, es difícil olvidar que la búsqueda de leyes o de estructuras invariantes de la naturaleza, supuestamente escondidas detrás de las variaciones desconcertantes de los casos definidos librados a la observación, ha procurado a las revoluciones científicas de la época moderna la idea reguladora y la energía intelectual necesarias para sus rupturas teóricas. Dicho de otro modo, la ciencia moderna, galileana de nacimiento, se ha fundado sobre una ‹‹des-automatización›› radical de los automatismos de la percepción y de las representaciones cotidianas o científicas que preservaron desde la Antigüedad la proximidad entre la experiencia vivida y los ritmos perceptibles del cosmos49. Los grandes paradigmas C logicistas o naturalistas C que después del Renacimiento multiplicaron en Europa los descubrimientos ‹‹en racimo›› de la modernidad, salieron todos de la des-automatización del pensamiento aristotélico y medieval, desvitalizado por las institucionalizaciones y apropiaciones corporativas demasiado largas. Más recientemente aun, la des-automatización de las afiliaciones académicas ha interdisciplinarizado la mayoría de las investigaciones de punta, conmocionando, casi siempre para gran provecho de la invención, las fronteras de viejos territorios disciplinares. El efecto de des-automatización ciertamente ha liberado la imaginación de lo posible, permitiendo la apertura, entre el siglo XIX y el XX, de grandes construcciones comparativas de la lingüística, la antropología, la sociología histórica. Favoreció así las reconfiguraciones transdisciplinarias. Pero la re-automatización del pensamiento, su rutinización, no escatima más la historia científica o la historia de las transmisiones del carisma religioso o político. De donde hoy en día, en las ciencias sociales en todo caso, la aparición de un proceso de almacenamiento de resultados discontinuos que se dejan enumerar fácilmente en la lengua metodológica de los trend reports, pero sin que su heterogeneidad teórica les permita jamás fundarse en el lenguaje de un sistema articulado de acumulación: lo que disimulan muy bien los idiomas de métier en los que la mescolanza ejerce una función de jerga en el intercambio con las administraciones y las tecnocracias patrocinantes de productos standard.

El llamamiento a pensar los análisis de casos conforme a una lógica de razonamiento que les sea adecuada – o, lo que viene a ser lo mismo, a aceptar la lógica que se practica realmente en dicha tarea, en lugar de reclamarse otra – encontrará sin dudas menos resistencias si no es percibido como y consiguientemente denunciado como un renunciamiento a toda estructuración teórica de la descripción. Por cierto es confundir una forma particular de la teoría, la del paradigma unitario y unificado (en el sentido fuerte del término), con el papel constitutivo que juega un lenguaje teórico en toda ciencia como en toda observación, cualquiera sea la forma según la cual organiza su inteligibilidad. No se

49 Extendiendo esta noción descriptiva, debida a Chklovski, de la invención literaria a la invención científica. Ver V. Chklovski, ed., Théorie de la prose (1925), y sobre todo L’art comme procédé (1929), traducidos parcialmente en T. Todorov, ed., Théorie de la littérature. Textes des formalistes russes, Paris, Seuil, 1966.

puede reducir la exigencia teórica a una completa uniformización semántica de su espacio lógico en ninguna ciencia. Una teoría poco fuerte bien puede, por ejemplo, organizarse en una serie de inteligibilidades sólidamente argumentadas o documentadas, parcialmente secantes, pero que quedan sin embargo inconexas como es el caso en la mayoría de las ciencias sociales en las que, por el hecho ora de su concurrencia ora de sus interacciones débiles o lejanas, muchas teorías diferentes pueden dar cuenta de los mismos hechos, puesto que los han reconstruido en hechos descriptos por ‹‹universos de discurso›› diferentes. La definición operatoria de una teoría científica que exige solamente de cada una articulación conceptual entre todas las que componen sus interpretaciones del mundo. A condición de añadir que, en una ciencia empírica, la articulación de conceptos jamás puede estar definida abstractamente por los únicos criterios de una coherencia interna de la teoría; la cual debe también poder someter, directa o indirectamente, todos sus conceptos a una exigencia externa. Abrir las posibilidades de observación que no existen en otro lenguaje. En la medida que piense por conceptos descriptivos que hacen avanzar el conocimiento del caso, el pensamiento por casos por ende no es un pensamiento en pedazos.

En toda ciencia – nomológica o histórica, formal o empírica, estadística o casuística – los conceptos no pueden, en efecto, jugar un papel en el descubrimiento científico si no componen juntos una grilla de observación que se pueda aplicar eficazmente a la interpretación de un mundo observable o pensable (real o posible, racional o aleatorio, imaginario o simbólico), y que se preste al mismo tiempo a un análisis lógico del lenguaje de dicha descripción. En las ciencias de la observación, y más todavía en las ciencias sociales en las que el sentido empírico es de parte en parte histórico, los conceptos ideal-típicos utilizados en las descripciones, como los esquemas operatorios de la comparación, no tienen evidentemente la misma textura semántica que en las ciencias hipotético-deductivas (incluso si emplean a menudo los mismos términos: ‹‹hipótesis››, ‹‹verificación››, ‹‹refutación››, etc.). Las lógicas formales, epistémicas o deónticas, monótonas o no monótonas, como aquellas que formalizan los modos o las valencias de la aserción, describen siempre, lógica o matemáticamente, las operaciones posibles del pensamiento de ‹‹hechos›› que sean singulares o reiterables, empíricos o lógicos. Pero jamás dispensan a una ciencia empírica del trabajo de la indagación descriptiva e interpretativa, único capaz de especificar la lógica local de un razonamiento comparativo que debe decidir sobre los contextos haciendo variar la normalidad o la excepcionalidad, la probabilidad o la certitud de una inferencia. En todos los tipos de teoría empírica, los conceptos no pueden jugar un papel en la interpretación o la explicación sino estando semánticamente articulados entre ellos en una grilla de descripción, siempre susceptible de ser reconfigurada en función de los resultados de la investigación. El razonamiento histórico no puede jamás desvincular completamente sus conceptos descriptivos de uso que se hace de la grilla de inteligibilidad que componen pues una grilla de interpretación – para decirlo de otro modo, una teoría empírica – no permite formular nuevas conocimientos

mientras no esté al servicio de observaciones metódicas y seguidas. La ‹‹descripción densa›› de singularidades debe hacerse más paciente y economizar menos sus detalles y matices; la invención puede ser más laboriosa, no forzosamente más rara, pero de una definición más incierta que en un sistema cerrado por reglas de una inferencia deductiva o de una generalización inductiva.

En la historia de la reconfiguraciones teóricas de una ciencia – tanto en sus desarrollos más clínicos o en los más atentos al seguimiento histórico de un caso que en las formas más estrechamente ligadas a la experimentación en una ciencia exacta – es siempre una misma definición del éxito y del fracaso científicos lo que permite recobrar los criterios de un vínculo probatorio entre los protocolos de una observación empírica y sus formulaciones teóricas. El fracaso de una investigación a menudo se revela científicamente fecundo; pero solamente en la medida que ha permitido relanzar el trabajo de reconfiguración de lo real, al obligar al investigador a revisar una grilla conceptual que había fallado en su tarea teórica de hacer surgir nuevas pertinencias empíricas. Los conceptos descriptivos no devienen en conceptos explicativos y/o interpretativos sino en cuanto han encontrado las situaciones y los corpus que hacen hablar a la grilla de observación por medio de la cual han sido construidos. La potencialidad de invención propia de los conceptos articulados en teorías aplicables al mundo empírico está inscripta en la propia definición de todo acto de observación que se siga: el positivismo de siempre no se define sino por el rechazo de esta definición. Bajo sus diversas formas no ha perseguido otra cosa que borrar toda traza del papel de la teoría en el trabajo de descubrimiento científico. Quiere creer que el mundo oculta una inteligibilidad durmiente que estará de golpe disponible para que el mundo pueda por sí mismo tomar la palabra en la pura factualidad de sus hechos, la simple entrega de sus casos. El pensamiento por casos por el contrario pone en evidencia una propiedad común a todo conocimiento científico, al dejar ver inmediatamente la implicación recíproca entre la articulación de una teoría y la ejecución de una investigación, y esto tanto en la historia de las ciencias exactas como en la de las ciencias históricas. Aquí como allá, donde los conceptos descriptivos de una grilla de observación produzcan conocimientos, es que han permitido observar los fenómenos que no eran observables antes de que la reconfiguración teórica de los conceptos que los hiciera descriptibles los hubiera vuelto concebibles.

(Traducción RDM)