periodistas, políticos y guerreros

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 70-81 70 PERIODISTAS, POLÍTICOS Y GUERREROS. TRES HIPÓTESIS SOBRE LA VISIBILIDAD MEDIÁTICA DE LA GUERRA EN COLOMBIA Resumen El propósito de este artículo es plantear un análisis sobre el papel que están desempeñando los medios de comunicación, en general, y el periodismo en particular, en la situación actual de guerra interna que vive el país. El artículo expone tres hipótesis que pretenden establecer una discusión teórica con algunos de los conceptos más hegemónicos que han establecido los alcances y los límites del campo intelectual y profesional del periodismo en este tipo de situaciones. Palabras clave: “Campo”, guerra, medios de comunicación, consenso, censura, esfera pública. Abstract The purpose of this article is to analyze the role of the media, in general, and the role of journalism in particular, in the present situation of war in Colombia. The article elaborates three hypotheses that intend to establish a theoretical discussion with some of the more hegemonic concepts that have established the limits of the professional and intellectual field of the journalism in this type of situations. Key words: “Field”, war, media, consensus, censorship, public sphere. Este artículo ofrece una mirada conceptual al papel que están desempeñando los medios de comunicación en la actual situación de guerra interna que vive el país y busca establecer algunas relaciones y discusiones teóricas con otros casos de confrontación bélica –pasados y recientes– en el contexto internacional. Un doble ejercicio teórico guía este trabajo. Por una parte, nos basamos en la comprensión de la esfera pública como una arena de “competencia política” donde confluyen y se yuxtaponen diversos intereses, marcos de acción e interpretación por acceder y significar la realidad. Y por la otra, en el análisis del “campo” periodístico como un espacio en tensión donde se llevan a cabo una serie de interacciones y disputas entre las instituciones mediáticas (y los agentes profesionales llamados periodistas) y otras esferas de poder de la sociedad (políticos, ciudadanos, guerreros, entre otros) por redefinir los temas y problemas que deben ser objeto de atención pública sobre la guerra y la paz en este país. ¿Por qué una aproximación a los debates periodísticos sobre la guerra y la paz a partir de la perspectiva de campo intelectual y profesional? Para Pierre Bourdieu, la noción de campo puede definirse como un sistema de relaciones sociales, organizado mediante un conjunto de exigencias y reglas internas, cuyo respeto garantiza su evolución y producción histórica. 1 El concepto es útil en cuanto a que posibilita reconocer que, como tal, un “campo” es algo que está estructurado a la manera de una red de relaciones de autoridad, legitimidad, credibilidad, autonomía, consenso, dominación y oposición entre sus integrantes para definir cuáles son los “temas y problemas” que deben ser objeto de atención y preocupación. 2 Allí las interacciones entre la diversidad de intereses, identidades, poderes y agentes no son necesariamente simétricas ni expresan las mismas legitimidades; por el contrario, en él se verifican continuas disputas por apropiarse y liderar las normas culturales y las orientaciones básicas que conforman las áreas y enfoques, más o menos extensos, más o menos restringidos, del campo. Estudiar el periodismo como un campo intelectual y profesional nos conduce a afirmar, primero, que éste opera en un contexto más general, que es la sociedad y sus conflictos; y segundo, que el periodismo no define por sí mismo cómo es y cómo debería ser una sociedad determinada, por cuanto está en competencia con otros campos: agentes, instituciones, tradiciones e identidades; y esto a través de múltiples y complejas interacciones de hegemonía e interdependencia que buscan acceder, nombrar y controlar la esfera pública. 3 En otras palabras, los periodistas no son los únicos agentes de la esfera pública, ya que hacen parte de grupos sociales diversos, portadores de universos políticos, culturales e Jorge Bonilla Vélez / Catalina Montoya Londoño* * Profesores del Departamento de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana. Integrantes del grupo de investigación 'comunicación, medios y cultura', adscrito a dicha institución. Las ideas que aquí se exponen retoman y amplían algunos resultados de una investigación recientemente concluida por los autores, titulada ‘Periodistas, políticos y guerreros. Visibilidad mediática y gestión comunicativa de la guerra y la paz en Colombia, 1982-2002’. 1 Pierre Bourdieu, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, Barcelona, Anagrama, 1995, pág. 298. 2 Pierre Bourdieu, “Campo intelectual y proyecto creador”, en Jean Puillon, Problemas del estructuralismo, México, Siglo XXI, 1976, pág. 135. 3 Pierre Bourdieu, “La influencia del periodismo”, en Revista Causas y Azares, No. 3, Buenos Aires, 1995, págs. 55-62.

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Revista de Estudios Sociales, no. 16, octubre del 2003, 70-81

70

PERIODISTAS, POLÍTICOS Y GUERREROS. TRES HIPÓTESIS SOBRELA VISIBILIDAD MEDIÁTICA DE LA GUERRA EN COLOMBIA

Resumen

El propósito de este artículo es plantear un análisis sobre el papel queestán desempeñando los medios de comunicación, en general, y elperiodismo en particular, en la situación actual de guerra interna que viveel país. El artículo expone tres hipótesis que pretenden establecer unadiscusión teórica con algunos de los conceptos más hegemónicos quehan establecido los alcances y los límites del campo intelectual yprofesional del periodismo en este tipo de situaciones.

Palabras clave: “Campo”, guerra, medios de comunicación, consenso, censura, esferapública.

Abstract

The purpose of this article is to analyze the role of the media, ingeneral, and the role of journalism in particular, in the presentsituation of war in Colombia. The article elaborates three hypothesesthat intend to establish a theoretical discussion with some of themore hegemonic concepts that have established the limits of theprofessional and intellectual field of the journalism in this type ofsituations.

Key words: “Field”, war, media, consensus, censorship, public sphere.

Este artículo ofrece una mirada conceptual al papel que estándesempeñando los medios de comunicación en la actualsituación de guerra interna que vive el país y busca estableceralgunas relaciones y discusiones teóricas con otros casos deconfrontación bélica –pasados y recientes– en el contextointernacional. Un doble ejercicio teórico guía este trabajo. Poruna parte, nos basamos en la comprensión de la esfera

pública como una arena de “competencia política” dondeconfluyen y se yuxtaponen diversos intereses, marcos deacción e interpretación por acceder y significar la realidad. Ypor la otra, en el análisis del “campo” periodístico como unespacio en tensión donde se llevan a cabo una serie deinteracciones y disputas entre las instituciones mediáticas (ylos agentes profesionales llamados periodistas) y otras esferasde poder de la sociedad (políticos, ciudadanos, guerreros,entre otros) por redefinir los temas y problemas que debenser objeto de atención pública sobre la guerra y la paz eneste país.¿Por qué una aproximación a los debates periodísticos sobrela guerra y la paz a partir de la perspectiva de campointelectual y profesional? Para Pierre Bourdieu, la noción decampo puede definirse como un sistema de relacionessociales, organizado mediante un conjunto de exigencias yreglas internas, cuyo respeto garantiza su evolución yproducción histórica.1 El concepto es útil en cuanto a queposibilita reconocer que, como tal, un “campo” es algo queestá estructurado a la manera de una red de relaciones deautoridad, legitimidad, credibilidad, autonomía, consenso,dominación y oposición entre sus integrantes para definircuáles son los “temas y problemas” que deben ser objeto deatención y preocupación.2 Allí las interacciones entre ladiversidad de intereses, identidades, poderes y agentes no sonnecesariamente simétricas ni expresan las mismaslegitimidades; por el contrario, en él se verifican continuasdisputas por apropiarse y liderar las normas culturales y lasorientaciones básicas que conforman las áreas y enfoques,más o menos extensos, más o menos restringidos, del campo.Estudiar el periodismo como un campo intelectual yprofesional nos conduce a afirmar, primero, que éste opera enun contexto más general, que es la sociedad y sus conflictos;y segundo, que el periodismo no define por sí mismo cómo esy cómo debería ser una sociedad determinada, por cuantoestá en competencia con otros campos: agentes, instituciones,tradiciones e identidades; y esto a través de múltiples ycomplejas interacciones de hegemonía e interdependenciaque buscan acceder, nombrar y controlar la esfera pública.3 Enotras palabras, los periodistas no son los únicos agentes dela esfera pública, ya que hacen parte de grupos socialesdiversos, portadores de universos políticos, culturales e

Jorge Bonilla Vélez / Catalina Montoya Londoño*

* Profesores del Departamento de Comunicación de la PontificiaUniversidad Javeriana. Integrantes del grupo de investigación'comunicación, medios y cultura', adscrito a dicha institución. Las ideasque aquí se exponen retoman y amplían algunos resultados de unainvestigación recientemente concluida por los autores, titulada‘Periodistas, políticos y guerreros. Visibilidad mediática y gestióncomunicativa de la guerra y la paz en Colombia, 1982-2002’.

1 Pierre Bourdieu, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campoliterario, Barcelona, Anagrama, 1995, pág. 298.

2 Pierre Bourdieu, “Campo intelectual y proyecto creador”, en Jean Puillon,Problemas del estructuralismo, México, Siglo XXI, 1976, pág. 135.

3 Pierre Bourdieu, “La influencia del periodismo”, en Revista Causas yAzares, No. 3, Buenos Aires, 1995, págs. 55-62.

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ideológicos diferenciados –valores, memorias y lenguajes–,quienes a su vez conviven de manera consensual oconflictiva con otros grupos sociales, en relaciones que noson inmóviles ni estancadas para siempre.Situar al periodismo en esta perspectiva es importante porquepermite problematizar cómo en sociedades que presentan un“colapso parcial del Estado” y asisten a una “guerra contra lasociedad”, una “guerra civil” no convencional y de“soberanías en disputa” donde, como bien señalan algunosanalistas del conflicto armado colombiano,4 el poderinstitucional no es soberano, al menos en algunas partes delterritorio de la nación; y donde predomina la voluntad dedisputar con las armas el dominio del Estado, mediantedinámicas de fuerza que acceden al uso de la violencia y elterror contra los civiles, el periodismo no es ajeno a losavatares, las arbitrariedades y el envilecimiento de la guerra.Por el contrario, este se convierte en objeto de las disputaspor definir el contexto y sus orientaciones, así como en–otro– “blanco” de las amenazas, lo que por cierto pone enjuego la estabilidad institucional del campo y su relativaautonomía frente a otras esferas y agentes sociales,5 que esprecisamente lo que viene sucediendo con el escalamiento dela violencia ejercida sistemáticamente contra los periodistas ylos derechos relacionados con la información en distintasregiones de la nación.Para desarrollar las anteriores consideraciones, proponemosesbozar un mapa de discusión sobre el campo intelectual yprofesional del periodismo, basado en las siguientes treshipótesis, que no dudamos son polémicas y provisionales entorno a este tema: a) en contextos donde la seguridad delEstado está amenazada, los esquemas de control y censuralegal/formal son contraproducentes para lograr elconsentimiento social de los medios de comunicación y losperiodistas a favor del Estado; b) en órdenes sociales

fragmentados, donde la soberanía y la hegemonía de lasrepresentaciones simbólicas hegemónicas están en disputa,las definiciones sobre la guerra y la paz son variadas,ambiguas y ambivalentes, es decir, no proceden de un sólocentro-raíz, lo que puede plantearle posibles “aperturas”informativas a los medios; c) las agendas informativas sobrela guerra y la paz en nuestro país se están confeccionandosegún un modelo de prensa sensacionalista que, a pesar delo cuestionable y limitado, tiene variantes de visibilidadpública que no se deberían subestimar.

Los “órdenes” del campo: el consenso por otras vías

La primera hipótesis plantea que en contextos donde laseguridad del Estado aparece amenazada, la tentación–siempre invocada– por parte del poder político-militar deimponer controles y censuras legales a la información puedeser contraproducente para lograr en el interior del campoperiodístico una gestión favorable del consentimiento social.Esto es así en la medida en que el cierre legal/formal por lavía de los “papeles firmados” de la ley suele ser visto por losperiodistas como una intromisión no deseada en los valoresfundacionales del periodismo liberal, asociados a la libertad,la autonomía, la independencia y la autoregulación; valoresque los agentes y las tradiciones más ortodoxas del campoacostumbran invocar con bastante recelo.Más que un cierre legal/formal se necesitará un proyectocomunicativo-cultural que asegure el consenso por otrasvías, que no sean únicamente las de la restricción, así comode dinámicas propias del mercado de masas que aseguren ladesregulación de las obligaciones de “servicio público” delos medios de comunicación. Aludimos, por supuesto, a otrasmodalidades de construcción del consentimiento social que,si bien no renuncian a la censura (como lo veremos másadelante), desbordan esta figura, al combinar viejas y nuevasformas de intervenir en los campos de la comunicación y lacultura, entre las cuales vale la pena mencionar:a) La nueva actividad empresarial de la información y del

sistema de medios, vinculada a su vez, a una fuerteconcentración de la propiedad mediática, en tantolugares estratégicos de inversión de capitales y de poderpolítico-económico;6 pero también asociada a un declivede los principios fundacionales del periodismo moderno,que amenaza el derecho a la información y la pluralidadcomunicativa, esta vez por la vía del mercado.

4 Para una mayor ampliación de estos conceptos véase, entre otros, lostrabajos de Francisco Leal y León Zamosc, Al filo del caos. Crisispolítica en la Colombia de los ochenta, Bogotá, Tercer Mundo,Universidad Nacional, 1990; Manuel Alberto Alonso y Juan CarlosVélez, “Guerra, soberanía y órdenes alternos”, en Estudios Políticos,No. 13, Medellín, julio-diciembre, 1998, págs. 41-75; María TeresaUribe, “Las soberanías en disputa: ¿conflicto de identidades o dederechos?”, en Gonzalo Sánchez y María Emma Wills (comp.), Museo,memoria y nación, Bogotá, Ministerio de Cultura, PNUD, IEPRI, ICANH,2002, págs. 455-479; Daniel Pécaut, Guerra contra la sociedad,Bogotá, Planeta-Espasa, 2001; Jorge Giraldo, El rastro de Caín.Guerra, paz y guerra civil, Bogotá, Foro, 2001.

5 Para el desarrollo de esta idea fue útil el modelo de análisis sobre elcampo de las ciencias sociales en un contexto conflictivo, véase a JoséJoaquín Brunner y Guillermo Sunkel, Conocimiento, sociedad y política,Santiago, Flacso, 1993, págs. 17-42.

6 Un informe reciente de esta concentración de la propiedad mediáticaen el mundo se puede consultar en el Atlas de Le MondeDiplomatique, Madrid, abril del 2003, págs. 16-17.

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b) El renovado diseño de una política de comunicacióncentralizada, como flexible, que otorga a los enunciadoresautorizados de la palabra pública una “presencia” totalen el sistema de medios, esto es, que les permite eltránsito de ser “fuentes” de la información a “emisores”de su propia comunicación, mediante la creación y elsuministro saturado de acontecimientos noticiosos ytemas de agenda pública, previamente seleccionados.Política de comunicación basada en el media planning,esto es, en la suma calculada de acciones bélicas +imágenes (controladas) + voceros oficiales = información.7

c) La consolidación entre algunos sectores de la opiniónpública de unos acuerdos suficientes sobre la necesariadesdramatización de las consecuencias humanas de laguerra, por las vías de la “cero visibilidad del horror”8 y dela transformación de los campos de batalla enescenografías espectaculares que son presentadas pormedio de infografías y animaciones. Proceso que, a su vez,está relacionado con una nueva percepción de las armas–al estilo “soldado universal”– que combinan la estéticadel videojuego con el posicionamiento del sistema expertode verdad oficial, encargado este último de gestionar lasrenovadas narrativas de la guerra, mediante lapresentación de imágenes en las que predomina elanálisis estratégico de la “velocidad”, la “precisión” y la“distancia”, asociados al consumo público de una “guerrasin horror”.9

Modalidades que, por cierto, nos plantean la necesidad deindagar por las nuevas formas de saturación y restricción

informativas que los creadores y seguidores del pensamientoestratégico de ayer, hoy y mañana vienen adoptandosistemáticamente a través de sus “regímenes de verdadoficial”, estrategias de comunicación y circuitos de“relaciones públicas” con el propósito de gestionar lavisibilidad pública de la guerra no sólo en los sistemas decomunicación, sino en los diferentes ámbitos de las esferaspúblicas locales, nacionales e internacionales. Y que, adiferencia de las formas de control llevadas a cabo por losregímenes autoritarios, se trata de una gestión político-comunicativa que no se basa exclusivamente en la censuradirecta, sino en la combinación estratégica de políticas derestricción con políticas de desregulación económicafavorables a las industrias culturales y corporacionesempresariales mediáticas, por una parte, y a novedosasalianzas de cooperación y de creación de pools informativosentre periodistas, políticos y militares, por la otra.A esta construcción del consenso por otras vías se refiereprecisamente Douglas Kellner10 cuando se pregunta, apropósito de la Guerra del Golfo Pérsico de 1991: “¿Cómopudo la esfera pública aprobar el empleo de una fuerza quemató aproximadamente 243.000 iraquíes?”. Siguiendo lostrabajos de Kellner y tambén de Edward Said, el investigadoringlés Nick Stevenson plantea que los consensos que seconstruyeron entre la elite político-militar y los periodistas, poruna parte, y los controles ejercidos por la elite político-militara los periodistas, por la otra, así como la estrecha vigilanciasobre el diálogo público en el contexto estadounidense,fueron acciones efectivas para asegurar el apoyo público a laGuerra del Golfo.11 Los controles y los consentimientos entorno a un “cierre informativo” que no mostrara vocesdisidentes, minimizara el sufrimiento y los horrores de laguerra, no presentara imágenes de destrozos ambientales nide “bajas” en las tropas enemigas, fueron propósitos queimpidieron eficazmente la ausencia de formas públicas dereflexión y variantes mayores de crítica democrática.12

7 Federico Montanari, “Guerra y comunicación”, en Revista deOccidente, No. 232, Madrid, septiembre del 2000, págs. 46-59.

8 Esta cero visibilidad del horror se aborda con mayor profundización enJorge Bonilla, “Comunicación, televisión y guerra”, en Revista deEstudios Políticos, No. 19, Medellín, Universidad de Antioquia, julio-diciembre del 2001, págs. 143-160.

9 Para consultar un conjunto interesante de reflexiones que analizan estefenómeno, véase a Ives Michaud, Violencia y política, Buenos Aires,Eudema, 1989; Michael Kunczik, ¿Guerra y censura... algo inseparable?,Dusseldorf, Fundación Friedrich Ebert, 1992; Beatriz Sarlo, “Estética ypospolítica. Un recorrido de Fujimori a la Guerra del Golfo”, en NéstorGarcía Canclini (Compilador), Cultura y pospolítica, México, D. F.,Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993, págs. 309-324;Arlovich Correa, “Instantaneidad y simulación: el directo televisivo entiempos de conflicto”, en María Eugenia García y Arlovich Correa,Proceso de paz. Ambigüedades de la apertura informativa y directotelevisivo, Cuadernos Ocasionales, No. 2, Bogotá, Maestría enComunicación, Pontificia Universidad Javeriana, 2000; Michael Ignatieff,“Guerra virtual”, en Manuel Leguineche y Gervasio Sánchez, Los ojos dela guerra, Madrid, Plaza y Janés, 2001, págs. 427-441; Francisco SierraCaballero, “Guerra informacional y sociedad red”, en Revista Signo yPensamiento, No. 40, Bogotá, enero-julio del 2002, págs. 32-41.

10 Douglas Kellner, The Persian Gulf TV War, Boulder, Wetsview Press, 1992.11 Nick Stevenson, Culturas mediáticas. Teoría social y comunicación

masiva, Buenos Aires, Amorrortu, 1998, págs. 290-295.12 ¿Sucedió lo mismo doce años después? Lo interesante del caso de la

campaña militar en Iraq, 2003, es que a las visibilidades controladas yconsensuadas, de las que habla Stevenson, les surgieron otroscompetidores comunicativos que reivindicaron para sí “aperturasinestables”, en el marco de un consenso-mundo que llegó erosionado ala guerra; y que se pudo apreciar a través de las informacionesprovenientes de la cadena de televisión árabe, Al-Yazira, de algunosmedios de comunicación de países europeos y latinoamericanos y, sobretodo, del papel jugado por internet en la provisión de imágenes, debatese informaciones “otras”, que si bien no se constituyeron en dominantes,sí le disputaron el significado dominante a las visibilidades hegemónicas.

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Propósitos estos a los que se unió, en el caso de la Guerradel Golfo de 1991, la invocación constante de ampliossectores de públicos estadounidenses para que los mediosde comunicación ejercieran un “periodismo patriótico” demodo que esto contribuyera a proteger de los horrores dela guerra a la población más vulnerable: los niños. ¿Quésentido tenía alertar sobre los efectos nocivos que lasimágenes de crueldad y dolor podían producir en lasaudiencias infantiles como una –otra– importante razónpara construir los consensos necesarios que aseguraran el“cierre informativo” de la guerra? Para Stevenson13 estoservía a dos objetivos. El primero, el expresado por “elestablishment político, que deseaba presentar la guerracomo limpia y justa”, sin mostrar los horrores producidospor las tecnologías de precisión que disparaban a distancia,sin ver al enemigo y sin ser vistos por el enemigo. Elsegundo, el manifestado por unas audiencias adultas quepreferían ser protegidas del sufrimiento visible de losiraquíes y no deseaban que se les recordara que su apoyo ala guerra tenía consecuencias destructivas para los “otros”no-presenciales que habitaban esas lejanías del mundo entérminos de tiempo, espacio y cultura. Según Stevenson,

el mantenimiento de una “distancia” entre los espectadoresque estaban en su casa y la mala situación de los iraquíessirve para esconder ideológicamente los sentimientossubjetivos de obligación. Tal como no somos propensos asentir obligación por los rwandeses, si sólo se los presentacomo cuerpos moribundos, los procesos de identificación semodifican permanentemente si el “otro” es el objeto dedeformaciones racistas y se oculta a la vista su sufrimiento. Sise sigue por esa senda, el deseo de la audiencia de protegera los niños es en realidad un deseo de protegerse de lossentimientos de duda, ambivalencia y complejidad moral.14

¿Qué relaciones tiene esto con la búsqueda del consensopor otras vías en este país? En el caso colombiano, lo quehabría que recalcar es que el hastío que vienen mostrandoalgunos sectores sociales (padres de familia, educadores,periodistas, empresarios, organizaciones sociales,intelectuales, jóvenes, entre otros) frente a las agendasinformativas que exacerban el dolor y sobreexponen elhorror, no debería convertirse en una coartada pararestringir niveles mayores de debate y crítica democráticas

sobre la guerra y la paz, como en efecto está sucediendo apartir del cierre informativo que diversos agentes, dentro yfuera, del campo periodístico vienen pregonando como unaforma de hacer “patria” desde la información. El cansancioy la postración de amplios sectores de la opinión públicanacional frente a esta guerra que nos desangra, así comola satisfacción que muestran en Colombia algunos“públicos fuertes” de opinión pública, que están a favor delos beneficios relativos de la censura y de la “cerotolerancia” hacia las imágenes públicas de la guerra y desus agentes, invocando para ello la irresponsabilidad delperiodismo nacional en la banalización del horror, puedeleerse también como la tentación que tienen estos“públicos fuertes” por mantener un perímetro protectorque les permita inmunizarse, distanciarse y no presenciar elsufrimiento visible de esos otros no-presenciales, cualquieraque ellos sean. Y que al hacerlo los exima de sentimientosde duda, ambivalencia y complejidad moral, esto es, de unaresponsabilidad mínima de tener que enfrentar concontenidos éticos las consecuencias destructivas queimplica el apoyo a la guerra.

Visibilidades inestables.Esfera pública, consenso y control social

La segunda hipótesis plantea que en culturas políticasfragmentadas, las definiciones sobre lo que es la violenciapolítica, la guerra y la paz son mucho más variadas, ambiguase inestables, incluyendo las que vienen de los “forospolíticos” establecidos. Así, la no radicalidad de declararle la“guerra total” a la insurgencia por parte del Estadocolombiano (que se puede apreciar en las sucesivas lógicaspaz-guerra-paz-guerra), así como los sucesivos procesos decohabitación y transacción entre órdenes institucionales yórdenes alternos que entrecruzan lo legal y lo ilegal, loexplícito y lo no dicho, ha podido plantearle posibles“aperturas” a los medios de comunicación, los cuales siemprese enfrentan a la tensión entre normalidad y excepción.Estas “aperturas” se han articulado a dinámicas propiasdel periodismo nacional en las que todos los consensos delos agentes, instituciones y discursos del campo periodísticono han apuntado a favor de la guerra total, al menos hastanuestros días.15 También se han asociado a posiciones de

13 Ibid, págs. 294-295.14 Ibid, pág. 295.

15 Lo que no significa que esta situación se pueda revertir, en la medidaen que el escalamiento de la confrontación armada interna adquiera lasdimensiones de una “guerra civil”, bajo la lógica “amigo-enemigo”.Sobre este deslizamiento de la situación colombiana a una guerra civil,véase a Daniel Pécaut, Midiendo fuerzas, Bogotá, Planeta, 2003.

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campo que se niegan a “seguir las órdenes” de un discursooficial que vive en la permanente tentación (sobre todo apartir de la ruptura del proceso de paz llevado a cabo porla administración Pastrana y de la actual “Política deSeguridad Democrática” del presidente Uribe) de exigirle alperiodismo “tomar posición” a favor del Estado, que esquien libra la “guerra justa”,16 lo que por cierto pone enentredicho las autonomía relativa del campo, ya que loconvierte en una “arena de competencia” al servicio deunas determinadas disputas por la significación.Lo que pretendemos afirmar es que asistimos a lacomplejidad de un campo periodístico que a pesar de susinconsistencias, desmemorias y limitaciones, ha podidoreivindicar (aunque cada vez con mayor dificultad debido alas múltiples presiones, explícitas y veladas, ejercidas porlos agentes institucionales y los actores al margen de laley) la consigna de una “información libre” y, si bien, no depuntos de vista diferentes, sí de visibilidades inestables.Allí, la pretendida unidad del Estado y la sociedad sepresenta ambigua y contradictoria debido a que, ademásde la guerra, las agendas mediáticas también hablan deescándalos, robos al erario público y corrupción política, deenfermos que mueren por falta de atención médica yhospitales que tienen que cerrarse, de ancianos desvalidosy niños desnutridos, de funcionarios públicos que discutenentre sí, de maridos que le pegan a sus esposas y deesposas que ya no le temen a sus maridos, de los ricos yfamosos pero también de gente sin agua, sin empleo y sinvivienda, protagonistas de historias sin futuro. Visibilidadesinestables que configuran un espectro informativo, en elque la representación mediática de la guerra tambiéncompite y se yuxtapone con otros “marcos interpretativos”

de la información, cuyos alcances son más difusos y, por lomismo, pueden tener la capacidad de erosionar el códigoeditorializante y estereotipado de las informaciones deguerra, llevándolas hacia lugares simbólicos deinestabilidad e incertidumbre.Se trata, en todo caso, de “aperturas” informativas que noescapan a los constreñimientos legales y a sus tentacionesde acudir a la censura, lo que por cierto nos pone en unescenario complementario, e incluso antagónico, al delconsenso por otras vías, descrito en páginas anteriores. Unpar de reflexiones sobre el terrorismo, en general, y laguerra de Vietnam nos ayudarán a desarrollar esteapartado. En cuanto a lo primero, existen trabajos17 queafirman cómo en sociedades que perciben una amenazareal o ficticia contra el orden político y la seguridadciudadana, los sectores con “liderazgo político y cultural”acostumbran acudir a los “beneficios relativos de lacensura”.18 El aporte de estos trabajos para nuestrareflexión consiste en ofrecer herramientas teóricas paraanalizar cómo estos sectores viven en la permanentetensión de operar un “cierre” legal/formal del sistema decomunicación “oficial” a cualquier tipo de aperturas yvisibilidades inestables en las que tengan presenciainformativa –con voz propia– aquellos contra-públicos queson considerados una amenaza contra la sociedad.Lo que aparece y, por supuesto, se legitima en esta tensiónes la preeminencia de un discurso formal y organicista queen el contexto de sociedades en guerra solamente admiteestar “a favor o en contra” de lo que se habla y de quiénhabla. Allí las posibilidades de debatir asuntos de caráctercolectivo sin el imperativo de “tomar partido” son cada vez

16 Algunas de estas posiciones, provenientes de agentes de otros campossociales de poder, han comenzado a disputarse el lugar hegemónicodel debate político nacional sobre el papel de los medios decomunicación en Colombia, a raíz de la ruptura de las conversacionesde paz, en febrero del 2002. Aquí es interesante revisar unamultiplicidad de pronunciamientos, tales como, la conferencia deHernando Gómez Buendía en el marco del Primer Seminario sobreFuerza Pública y Periodismo, celebrado en Paipa, Boyacá, en noviembredel 2001; el discurso de inauguración pronunciado por el entoncesministro de Justicia, Rómulo González, en la Conferencia Internacionalsobre Violencia contra los Medios de Comunicación, organizada por laAsociación Mundial de Periódicos y Andiarios, el 22 de marzo del2002; las declaraciones del exalcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, enuna entrevista concedida al semanario El Espectador, en junio del2002; las palabras de la ministra de Comunicaciones, Martha Pinto, enun evento de celebración del Día del Periodista, el 3 de febrero del2003 (por citar apenas algunos ejemplos de muchos más).

17 De hecho, el planteamiento de esta hipótesis se desprende de algunostrabajos dedicados a examinar los debates sobre violencia política,terrorismo y medios de comunicación en Gran Bretaña (caso IRA),Italia (caso Brigadas Rojas), España (caso ETA) y en la prensaoccidental (caso terrorismo islámico). Véase a Stuart Hall, Policing thecrisis. Mugging, the State and Law and Order, London, Macmillan,1978; Philip Schlesinger, Graham Murdock y Philip Elliot, TelevisingTerrorism. Political Violence in Popular Culture, London, Comedia,1983; Philip Schlesinger y Bob Lumley, “Dos debates sobre violenciapolítica y medios de comunicación: la organización de los camposintelectuales en Gran Bretaña e Italia”, en Philip Schlesinger, Losintelectuales en la sociedad de la información, Barcelona, Anthropos,1987, págs. 187-229; Micheal Kelly y Thomas Mitchell, “El terrorismotransnacional y la prensa occidental de elite”, en Doris Graber(Comp.), El poder de los medios en la política, Buenos Aires, GrupoEditorial Latinoamericano, 1987, págs. 341-348; Miquel Rodrigo, Losmedios de comunicación ante el terrorismo, Barcelona, Icaria, 1991.

18 Schlesinger y Lumley, 1987, op.cit.,187-229.

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más restringidas, puesto que se considera que no hacerlo,además de ser irrelevante, fractura el consenso social yfavorece al “enemigo”. Descalificaciones estas que, a suvez, provienen de lecturas idealizadas o catastróficas de lasociedad, que consideran que cualquier intento decomprensión de la guerra y la violencia es una apología dela ilegalidad, como si comprender fuera igual a compartir yexplicar fuera lo mismo que justificar.Lo que aquí se perfila es entonces la adopción de unlenguaje basado en el “discurso terrorista”, que acusa–incluso judicialmente– a los medios de comunicación deoperar como “cajas de resonancia” de los grupos almargen de la ley, al amplificar sus acciones, convertidas enhechos noticiosos. Así, cualquier entrevista, fotografía oimagen de este tipo de “contra-públicos” se consideraaltamente nocivo para la salud moral pública, ya que estono sólo atenta contra la legitimidad del Estado, sino queofende a los ciudadanos de bien, vulnera los derechos delos más indefensos, como la población infantil, y concedeventajas estratégicas a los “enemigos” de la sociedad parallevar a cabo sus objetivos propagandísticos.19

La fascinación de restringir las causas políticas de laviolencia terrorista al ámbito del mensaje y la propaganda(a un “vedetismo compulsivo por aparecer en los massmedia”20 ) es muy popular entre sectores conservadores deacadémicos, periodistas y políticos que abrazan una viejatesis, todavía no lo suficientemente discutida ni muchomenos comprobada empíricamente: “sin medios decomunicación libres, el terrorismo sería un problemamarginal: la publicidad es su salvavidas.”21 Frente a estetipo de consignas, se pronuncia el investigador catalán,

Miquel Rodrigo, quien afirma que la faceta comunicativadel terrorismo es una consecuencia y no una causa delmismo. Ciertamente, se trata de un fenómeno que nosolamente tiene una serie de causas políticas y sociales queperduran independientemente del uso comunicativo que sehaga de él, sino que la contundencia de sus accionestambién se basan en el silencio y el secreto, en lo que nose dice y lo que se oculta. Por tanto, según Rodrigo, “no sepuede afirmar que la información sobre el terrorismocomporta siempre una posición propagandística y que lasimbiosis medios-terrorismo facilita la generalización delterrorismo.”22

En esta misma dirección, también es útil mencionar eltrabajo de los académicos estadounidenses, M.J. Kelly y T.H.Mitchell, sobre la cobertura periodística del terrorismotransnacional en la prensa occidental. Sin desconocer queel éxito del grupo terrorista depende de una serie defactores, incluido su grado de orientación interna y sueficiencia en realizar sus operaciones, estos investigadoreshacen énfasis en la capacidad comunicativa de losterroristas para generar atención, reconocimiento ylegitimidad para su causa así como en las interaccionesentre terroristas y periodistas como un fenómeno decomunicación política que debe ser más seriamentediscutido. Ambos autores llegan a la conclusión de que elterrorismo

puede ser una estrategia efectiva con respecto a los dosprimeros objetivos [atención y reconocimiento], pero el másimportante, la legitimidad, del cual depende el éxito últimodel terrorismo, parecería estar seriamente socavado por laclase de cobertura que proporcionan los mediosperiodísticos. Los medios solo compran parte del paquete delos terroristas. La explotación de los medios por parte de losterroristas se convierte en la explotación del terrorismo porparte de los medios (…) Si los objetivos de guerrapsicológicos del terrorismo son los que se manifestaron, osea hacer propaganda y crear un clima de terror, parece serque los medios contribuyen sólo a esto último. El terrorismoestá en algo parecido a una trampa. Los medios ayudan alos terroristas a atraer la atención de un público pero no lespermiten transmitir su mensaje (…) Al quitarle al terrorismosu contenido político, los medios convierten al cruzado en unpsicópata.23

19 Un ejemplo reciente de lo dicho fue el artículo 35 del borrador delproyecto de ley, denominado 'Estatuto Antiterrorista', que fue retiradoen febrero pasado por solicitud expresa del presidente Álvaro Uribe, yque rezaba lo siguiente: “el que mediante prensa escrita, radio,televisión o sistemas de información virtual divulgue informacionesque puedan entorpecer el eficaz desarrollo de las operaciones militareso de Policía, coloque en peligro la vida del personal de la FuerzaPública o de los particulares o ejecute cualquier otro acto que atentecontra el orden público, la salud moral pública, mejorando la posicióno imagen del enemigo o estimulando las actividades terroristas paracausar un mayor impacto de sus acciones, incurrirá en prisión de ocho(8) a doce (12) años, sin perjuicio de la suspensión delcorrespondiente servicio”.

20 Una interesante crítica a la mirada que restringe el terrorismo sólo a laesfera de la propaganda, en Rodrigo,1991, op.cit., págs. 17-71.

21 Paul Johnson, citado por Carlos Soria, “La ética periodística ante eldesafío terrorista. Cuestiones y propuestas profesionales: la funciónpacificadora de los medios”, en Varios autores, Periodismo y Ética,Santiago de Chile, PGLA, 1985, pág. 68.

22 Rodrigo,1991, op.cit., pág.30.23 Kelly y Mitchell, 1987, op.cit., págs. 347-348.

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En cuanto a la segunda reflexión, existe un interroganteque todavía produce acaloradas discusiones en torno a lasvisibilidades inestables y las aperturas relativas en tiemposde guerra. ¿Fueron los medios de comunicación losresponsables de la derrota militar de los Estados Unidos enla guerra de Vietnam? Esta es la pregunta que se formulóhace algunas décadas el profesor de la Universidad deCalifornia, Daniel Hallin,24 en un trabajo donde controvierteno sólo la tesis conservadora de que la ausencia de controlsobre los medios de comunicación fue lo que minó elesfuerzo estadounidense en Vietnam, sino el “mito” de quela cobertura de la televisión –hasta el punto de saturación–fue lo que causó que el público norteamericano se volvieracontra la guerra. Esto es, el mito de que toda guerratelevisada conduce inexorablemente a la pérdida del apoyodel público, como más tarde se refutaría con lasintervenciones militares, que inaugurarían (caso del GolfoPérsico, 1991) y consolidarían (Afganistán, 2001, e Iraq,2003) nuevas modalidades de gestión comunicativa de laguerra, basada en las consignas: ¡no más Vietnams!,¡nomás cuerpos muertos ni imágenes de sufrimiento!Todo esto para afirmar que la constante invocación a la“cero visibilidad” informativa del horror, bien sea por loscaminos de la censura o del consenso, también esconsecuencia de las enseñanzas que han dejado para losejércitos modernos las guerras que no se ganaron, como lade Vietnam (1965-1975) en el caso estadounidense.Máxime cuando el “fantasma” de esta confrontaciónarmada aún sigue rondando no sólo a los sectores queconforman el establishment político-militar de ese país, sinoa núcleos de la opinión pública de otros países, paraquienes los medios de comunicación se convirtieron en“agentes de la derrota”, al ensañarse en la true horror war.A esta “cobertura negativa” de la guerra se referíaprecisamente Samuel Huntington, en un estudio sobre lascausas de la “ingobernabilidad” en las democraciasoccidentales, publicado a principios de la década de lossetenta. Según Huntington,

La guerra de Vietnam y, en menor medida, los problemasraciales han dividido a las elites, así como al público demasas (...) La más notoria de las nuevas fuentes de podernacional han sido los medios nacionales. Es decir, losgrandes networks de televisión, los grandes news magazinesy los periódicos de alcance nacional como el Washington

Post y el New York Times. Existe, por ejemplo, unconsiderable número de evidencias que sugieren que eldesarrollo del periodismo televisado ha contribuido a minarla autoridad gubernamental (...) Resumiendo, lasinformaciones televisadas funcionan como una agenciadespatriante (dispatriating). Una agencia que describe lascondiciones en las que se desarrolla la sociedad comoindeseables y yendo de mal en peor.25

A contrapelo de afirmaciones como las anteriores, elestudio de Daniel Hallin plantea que en situaciones en lasque el consenso político prevalece, los periodistas tienden aactuar como miembros responsables del establishment,tomando la perspectiva política dominante y asumiendoque los valores de las autoridades son los valores de lanación en su conjunto. Por su parte, en situaciones deconflicto y ruptura del consenso político, como la que sevivió en Vietnam, los periodistas se vuelven másindependientes e incluso opositores, aunque no pasarán lasbarreras del establisment político, y continuaránescuchando de manera privilegiada la voz oficial. “Pese aque el cubrimiento en Vietnam se movió, esa oposición fuelimitada. La administración Nixon manejaba bien a losmedios, los periodistas continuaron siendo patriotas, viendoa los americanos como los chicos buenos, así que elcubrimiento no fue tan negativo como se piensa.”26

Lo anterior nos lleva a examinar el nivel decorrespondencia entre los marcos de significaciónadoptados por los medios de comunicación y aquellosofrecidos por los antagonistas político-militares en tiemposde conflictos bélicos. Por una parte, esto significacomprender que el proceso político tiende a tener másinfluencia en las agendas informativo-noticiosas de losmedios de comunicación de la que los medios tienen en elproceso político,27 ya que el primero se puede convertir enpoder sobre los medios; y esto a través no sólo de lamarcada influencia que los decisores políticos tienen en lospropietarios y 'elites' directivas mediáticas, sino del controly regulación de los flujos informativos, sistemas depropiedad y disposiciones legales relativas a la esfera

24 Daniel Hallin, The 'Uncensored War': The Media and Vietnam, NewYork, Oxford University Press, 1986.

25 Samuel Huntington, citado por Armand Mattelart, La comunicaciónmundo. Historia de las ideas y de las estrategias, México, D.F., SigloXII, 1996, págs. 167-168.

26 Hallin, 1986, op.cit., pág. 10.27 Para complementar esta perspectiva, ya señalada por Daniel Hallin, se

puede consultar a Gady Wolsfeld, Media and Political Conflict. Newsfrom the Middle East, London, Cambridge University, 1997.

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mediática. Así, las autoridades se van a caracterizar portratar de controlar los eventos, dominar las discusiones ymovilizar apoyos, tras lograr el éxito de su gestiónmediática y política en los medios.28

Por otra parte, esto implica entender que el papel de lasnoticias en los conflictos bélicos puede cambiar en eltiempo según las circunstancias. No hay papel homogéneopor parte de los medios en la cobertura de las guerras, yaque éste varía según los contextos políticos del conflicto, lasfracturas del consenso, los recursos materiales y simbólicosmovilizados, las capacidades comunicativas y el poderpolítico de los antagonistas, el estado de la opinión públicay la habilidad de los periodistas para acceder y narrar loseventos relacionados con la dinámica misma del conflicto.29

Precisamente, son esas visibilidades inestables y aperturasrelativas las que suelen ofuscar a quienes le exigen alcampo periodístico, además de obediencia, amor y fe.

Modelos periodísticos y “zonas de visibilidad pública”de la guerra

La última hipótesis plantea que las agendas de lainformación periodística –sobre todo televisiva– de laguerra en Colombia se están confeccionando según laslógicas de producción de la “prensa sensacionalista”. Paraesto deseamos apoyarnos en los trabajos30 de John Fiske,Guillermo Sunkel y John Langer, quienes plantean que losmodelos informativos de los “diarios populares de masas”(Sunkel), la “prensa popular” (Fiske) y las “otras noticias”(Langer) no se caracterizan por orientar y configurar un tipode esfera pública basada en la verdad objetiva, el usopúblico de la razón, la credibilidad, la precisión y lacontrastación en el manejo de los hechos. Por el contrario,son lógicas de producción periodística que se basan enformas simbólicas y modelos culturales que buscaninterpelar el imaginario social, a partir de una variedad derelatos del caos, el desorden y la victimización en los quese promueve la exageración, el esceptisismo, la ironía, eldrama, la sospecha, la incertidumbre, los sentimientos y ladisolución de las fronteras entre información yentretenimiento, ficción y realidad.

Aquí es preciso mencionar que el modelo informativo quemás ha defendido los valores profesionales de la autonomía,la veracidad, la independencia y el compromiso con el“interés común”, y que más fuerte ha enarbolado los idealesde “servicio público”, es el mismo que menos pacta con eldolor, la tragedia y los sucesos sensacionales, tan atractivospara el modelo de la llamada prensa popular de masas y suvariante de “prensa amarilla”. Tampoco es gratuito que elrespeto por los ideales que dieron surgimiento a la llamada“prensa seria” y que alentaron las propias definiciones de laresponsabilidad social del periodismo, ubicándolo como un“foro de debate público”31 de la democracia, se manifiestetambién en un respeto por el dolor y la intimidad deaquellos que sufren las tragedias de la vida.Existen en esta concepción de la información periodísticaunos consensos profesionales –y también normativos eideológicos– construidos desde hace tiempo, que todavíahoy se resisten a claudicar ante las crecientes formas degestión empresarial de la información, propias de una yalarga reorganización de las industrias mediáticas en elmundo entero. Lo que por cierto ha dado nacimiento alfenómeno de alteración cultural denominado“infoentretenimiento”: mezcla de “temas pesados eintrascendentales, banales o macabros, de argumentación ynarración, de tragedias sociales comunicadas en tiempo deswing o de clip o narradas como películas de acción,”32 yen el que géneros clásicos destinados a profundizar ladiscusión y estructurar el debate público, compiten y seyuxtaponen, como bien señala el investigador argentino,Aníbal Ford, “con géneros cuya función es otra –el caso dela publicidad– o que, por su carga narrativa, ingresan másen el ámbito del imaginario social que en el de la opiniónpública.”33

Pues si hay algo que se ha instalado en el periodismoactual, que por cierto no es propiedad exclusiva de lallamada “prensa sensacionalista”, y que además se puedepalpar en los momentos más agudos de las crisis políticas y

28 Ibid, pág. 4.29 Ibid, pág. 4.30 Nos referimos a los trabajos de Guillermo Sunkel, Razón y pasión en la

prensa popular, Santiago, Ilet, 1982; John Fiske, UnderstandingPopular Culture, London, Unwin Hyman, 1989; John Langer, Latelevisión sensacionalista, Barcelona, Paidós, 2000.

31 Para una ampliación de esta temática, véase a James Curran, “MassMedia and Democracy. A reappraisal”, en James Curran and MichaelGurevitch (Editors), Mass Media and Society, London, Edward Arnold,1991, págs. 82-117; John Kane, “La democracia y los medios decomunicación”, en Revista Internacional de Ciencias Sociales, No. 129,Sept. 1991, págs. 549-568; Félix Ortega y María Luisa Humanes, Algomás que periodistas. Sociología de una profesión, Barcelona, Ariel, 2000.

32 Aníbal Ford, La marca de la bestia, Bogotá, Norma, 1999, págs. 95-96.33 Aníbal Ford, La construcción discursiva de los problemas globales. El

multiculturalismo: residuos, commodities y seudofusiones, BuenosAires, mimeo, 2001, págs. 4-5.

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en las épocas de mayor incremento de la inseguridad y losmiedos ciudadanos, es el borrado de las líneas divisoriasentre la información “dura” y “seria”, dirigida a interpelar alos ciudadanos y, por lo mismo, a promover el uso público dela razón, y aquel otro tipo de saber social destinado afabricar, como bien lo señala el intelectual chileno, JoséJoaquín Brunner, un “mercado de la violencia imaginaria ydel miedo, donde la demanda por relatos de crimen y castigoes sostenida por una oferta que responde a ella y laestimula.”34 Y esto mediante el uso de géneros y narrativassimbólico-dramáticas que no han tenido antes, ni tienenahora, el propósito de promover niveles elevados de debatepúblico que puedan aportar información útil y de calidadpara la toma de decisiones ciudadanas.Que las agendas mediáticas de la información, sobre todolas televisivas, se estén confeccionando según las lógicas dela “prensa sensacionalista”, se podría asociar a lo que elinvestigador francés, Daniel Pécaut, denomina lasconsecuencias de la banalización del terror y delenvilecimiento de la confrontación armada interna en laexperiencia cotidiana y el tejido social de la nación. Pécaut serefiere a tres consecuencias que, guardadas las proporciones,también se podrían aplicar a un análisis más decantado deltipo de agendas informativas sobre la guerra en Colombia.35

La primera, está asociada a la disolución de los lugaressimbólicos y geográficos como ámbitos de cristalización delas solidaridades colectivas (la desterritorialización); lasegunda, tiene que ver con la dificultad de articular un relatocolectivo de nación que se sustituye por una narracióndiscontinua de microrrelatos que se viven como “la historiade cada quien”: familias, grupos y sujetos que lloran a cadauno sus muertos; relatos que además ubican fuera del tiempolos acontecimientos, como si la violencia fuera algo “desdesiempre” (la destemporalización); mientras que la tercera serelaciona con la impotencia y la pérdida de la capacidad delos individuos para expresarse y afirmarse como sujetos de supropia vida (la desubjetivación). Lo que, por cierto, se traduceen lo que el mencionado autor llama una “dislocación de laopinión pública”,36 que apenas sí alcanza a generar niveles

públicos de indignación mientras que las accionesrutinizadas de la violencia se convierten en hechosespectaculares, o cuando son acciones revestidas de unadimensión simbólica mayor, como es el caso de losmagnicidios. ¿Qué papel ha jugado el periodismonacional en esta suerte de banalización del terror y laviolencia?Como comentario a esta hipótesis nos atrevemos aafirmar, a riesgo de que se nos señale de contradictorios,que la “matriz simbólico-dramática”,37 que se explotadesde la llamada prensa popular de masas, supone algomás que sangre, sudor y lágrimas. Pues si algo hacaracterizado a este tipo de “mediaciones simbólicas”, esla capacidad de presentar una oposición frente al “bloquede poder”38 y sus regímenes oficiales de verdad, en lamedida en que son informaciones que no estánconstruidas desde el “significado dominante”, sino apartir del “código cultural subordinado”, y buscan conesto irrumpir “desde abajo” en las técnicas dedisciplinamiento del conocimiento experto, basados en el“buen gusto” de la cultura letrada, la verdad, la razón ylos hechos.A esto se refiere John Fiske cuando afirma que las formasculturales representadas en la “prensa popular”, basadasen la exageración y el esceptisismo no producen unsignificado único y definitivo. Al contrario, estas presentantensiones y fisuras que pueden generar dinámicas de“resistencia” y no sólo de control social, y se constituyenasí en textos abiertos a las “tácticas del débil”.39 Y a estotambién se refiere John Langer cuando afirma que la“televisión sensacionalista” plantea contradicciones einestabilidades que no son discernibles sólo mediante elanálisis del contenido de sus mensajes, sino a partir delas mediaciones que estos “textos” establecen con sus“audiencias”. Langer sostiene que, si bien los relatos ehistorias sensacionalistas de la televisión estánconfeccionados según el “significado dominante”, y queen ese sentido devuelven a los sectores subordinados suspropias condiciones de existencia, por la ruta de lafatalidad y la resignación (“lo peor ya lo tenemos”,¿ahora que vendrá?), y que por eso mismo son crucialespara lograr el consentimiento social a favor del statuo34 José Joaquín Brunner, “Política de miedos y medios de la política”,

en Revista Diálogos de la comunicación, No. 49, Lima, octubre 1997,pág. 11.

35 Daniel Pécaut, “Configuraciones del espacio, el tiempo y lasubjetividad en un contexto de terror: el caso colombiano”, en DanielPécaut, Guerra contra la sociedad, Bogotá, Planeta-Espasa, 2001,págs. 227-256.

36 Ibid, págs. 89-156. Véase también del mismo autor, “Opinión pública,violencia y memoria histórica”, en Revista de El Espectador, No. 8,Bogotá, domingo 10 de septiembre del 2000, págs. 76-80

37 Sunkel, 1982, op.cit., págs. 13-58.38 John Fiske, citado por Nick Stevenson, 1998, op.cit., págs. 145-164.39 Este concepto es tomado de Michael de Certeau, La invención de lo

cotidiano, México, D.F., Universidad Iberoamericana, 1996, págs. 35-52.

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quo, también pueden generar “placeres” que pueden iren contra de ese consentimiento, por la vía de laambigüedad, la contingencia, la incertidumbre y lainestabilidad40 de las historias caóticas y melodramáticasque cuentan esos relatos. A nuestro modo de ver, aquíestaría la diferencia en la cobertura informativa de laguerra en Colombia, entre una prensa sensacionalista,que ya no opera más desde el “código culturalsubordinado”, sino bajo el “significado dominante”,trasladado esta vez a las lógicas comerciales de latelevisión privada.De ahí que lo que habría que empezar a estudiar y, claroestá, a discutir es el nuevo sentido político que atraviesaese “régimen comunicativo” de visibilidades ambiguas einestables de nuestras tragedias, horrores y dolores,41

fabricado con relatos mediáticos cargados de banalidad,fragmentación, destemporalidad, incertidumbre yespectáculo; al igual que los nuevos modos del miedo –ysus viejas maneras de agenciarlo– que se cuelan en losgéneros y formatos aparentemente más débiles–políticamente hablando– del “docudrama” y latelevisión real que llaman al consentimiento social desdela resignación, el fatalismo o la retirada. ¿Qué tipo deesfera pública es la que allí se configura?También habría que comenzar a analizar las manerasdesiguales en que están distribuidos en nuestra sociedadlos “perímetros protectores” de la privacidad y laintimidad, según las clases, roles y categorías sociales, laraza y la cultura.42 Si se es mujer, pobre, campesina,desplazada y viuda, los riesgos de que la cámara detelevisión invada los rincones más íntimos del dolor y elsufrimiento, serán mucho mayores que si se es hombre,con posición social, trabajo calificado y habitante urbanode barrios residenciales. ¿Qué clase de narrativas son lasque subyacen a este tipo de agendas informativas queproponen, por la vía del sensacionalismo, la violación

pública desigual del mundo privado de los ciudadanos?Por último, no se puede subestimar el hecho de que lacobertura informativa de la guerra en nuestro país no sólopone en crisis las normas básicas del periodismo liberalcomo la veracidad, la independencia y la contrastación depuntos de vista diferentes, sino que además rompe conuno de los principios fundadores de la democraciamoderna: la eliminación del “poder invisible”, que seasume como “secreto” y lejano a las miradas deescrutinio del gran público. A este principio se refiereNorberto Bobbio cuando afirma que lo que “distingue elpoder democrático del autocrático es que sólo el primeropuede permitir formas de “desocultamiento” por mediode la crítica libre y el derecho de expresión de los diversospuntos de vista,” entre los cuales está el derecho apreguntar: “¿Quién controla a los controladores?”43

He ahí, precisamente, una de las paradojas de lademocracia moderna: enfrentarse a momentosexcepcionales de concentración del poder que, como lasguerras, reivindican lo invisible. Y he ahí una de lasparadojas de esta zona de visibilidad opaca que producela guerra: mientras la gestión informativa en la esferapública busca –en teoría– hacerla visible, los guerrerosintentan, a toda costa, hacer invisibles sus acciones ydecisiones, o al menos las que no les favorecen, o quefavoreciéndoles no tienen por qué someter al “podervisible” del debate público.

43 Norberto Bobbio, El futuro de la democracia, México, F.C.E., 1986,pág. 80.

40 Langer, 2000, op.cit., págs. 199-231.41 Algunas de estas ideas se desarrollan con más detenimiento en Jorge

Bonilla, “Campo intelectual y estudios de comunicación. Notas sobrecomunicación política y violencia”, en Pablo Emilio Cañas (editoracadémico), Balance de los estudios sobre violencia en Antioquia,Medellín, Universidad de Antioquia, 2001, págs. 361-375.

42 En este punto se recogen algunas ideas de Roberto DaMata, “Apropósito de microescenas y macrodramas: notas sobre el problemadel espacio y del poder en Brasil”, en Nueva Sociedad, No. 104,Caracas, nov.–dic., 1989; Nancy Fraser, Iustitia interrupta. Reflexionescríticas desde la posición 'postsocialista', Bogotá, Siglo delHombre–Universidad de los Andes, 1997.

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